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Page 1: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I
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Las mujeres en la historia de Colombia

TOMO I

M U J E R E S , HISTORIA Y POLÍTICA

DIRECCIÓN ACADÉMICA Magdala Velásquez Toro

ASESORES Catalina Reyes Cárdenas

Pablo Rodríguez Jiménez

CONSEJERÍA P R E S I D E N C I A L PARA LA POLÍTICA SOCIAL

PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA

GRUPO EDITORIAL NORMA Barcelona, Buenos Aires, Caracas, Guatemala,

México, Miami, Panamá, Quito, San José, San Juan, San Salvador, Santafé de Bogotá, Santiago

Page 3: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Primera edición: marzo de 1995

Primera reimpresión: agosto de 1995

© Consejería Presidencial para la Política Social, 1995

Calle 7a N° 6 - 5 8 , piso 2

Santafé de Bogotá, Colombia

© Editorial Norma, S. A., 1995

Apartado 53550

Santafé de Bogotá

Impreso en Colombia por Editorial Presencia Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita de la Editorial

Tomo I: ISBN 958-04-2981-2

Obra completa: ISBN 958-04-2980-4

CC 21018336

Coordinación editorial Camilo Calderón Schrader

Editora asistente Patricia Torres Londoño

Coordinación institucional Paulina Ospina Mallarino Asesora de la Secretarla de Mujer y Género Consejería Presidencial para la Política Social

Fotografía Ernesto Monsalve

Ilustración de cubierta "La hamaca". Acuarela de Edward W. Mark, ca 1843 Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá

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CONTENIDO

Presentación xi

Prólogo xm Jorge Orlando Meló

Introducción xix Magdala Velásquez Toro

Las mujeres en las sociedades prehispánicas 1 Roberto Restrepo

Las mujeres castellanas de los siglos XV y XVI y su presencia en América 43 Cristina Segura Graíño

Las mujeres en la Ilustración 60 María Teresa García Schlegel

Las mujeres en la Independencia 83 Evelyn Cherpak

Policarpa Salavarrieta 117 Beatriz Castro Carvajal

Soledad Acosta de Samper 132 Santiago Samper Trainer

María Cano -156 Jorge Iván Marín Taborda

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Aspectos de la condición jurídica de las mujeres 173 Magdala Velásquez Toro

0 La República Liberal y la lucha por los derechos 183 civiles y políticos de las mujeres Magdala Velásquez Toro

Proceso histórico y derechos de las mujeres, 229 años 50 y 60 Catalina Reyes Cárdenas Magdala Velásquez Toro

» Movimientos de mujeres en los años 60 y 70 258

Yolanda González

, Las mujeres hoy 279

Presentación 281 Magdala Velásquez Toro La coyuntura de los años 80 283 María Teresa Uribe

Mujeres y vinculación laboral en Colombia 301 Myriam Gutiérrez

Mujeres y espacios políticos 319 Norma Villarreal Méndez

Mujeres y violencia 348 Martha Lucía Uribe

Estereotipos sobre la feminidad 362 Juanita Barreto Gama

El movimiento social de mujeres 379 a Olga Amparo Sánchez Gómez

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Las mujeres y la salud Argelia Londoño Vélez

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Condición jurídica de las mujeres 421 Gloria de los Ríos

El Estado y las mujeres 431 Elvia Caro

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Presentación

Con gran satisfacción presento a las mujeres y hombres de Colombia el resultado de un esfuerzo para develar los si­lencios, discriminaciones y resistencias que a lo largo de la historia de nuestro país han sentido y enfrentado las muje­res en el empeño de conquistar espacios propios, perfilar nuevas imágenes de la mujer, reafirmar la identidad feme­nina, redefinir y ampliar sus papeles de esposa y madre y avanzar por lo tanto, las reformulaciones que ello implica para hombres y mujeres.

Los momentos de historia que aquí se presentan y que son sólo una ventana al extenso mundo del protagonismo femenino, llevan siempre implícito el cuestionamiento del orden social existente, en particular el orden de género que rige el conjunto de relaciones de mujeres y hombres en la vida doméstica y en la vida pública. Tal cuestiona­miento ha sido y sigue siendo la base de las transformacio­nes que lenta y conflictivamente adelantan las mujeres para establecer en la sociedad un orden en el cual los con­ceptos de equidad y democracia sean una realidad en la vida cotidiana.

El mundo se prepara para discutir los logros y dificul­tades en el avance de la equidad de género y de la igualdad de oportunidades para mujeres y hombres durante la rv Conferencia Mundial sobre la mujer en Beijing, 1995. En este contexto, la reflexión crítica sobre el papel que las mujeres colombianas han desempeñado a lo largo de la historia, nos dará base para vislumbrar los horizontes ha-

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cia los cuales debemos dirigir nuestras esperanzas y accio­nes.

La presente obra es el resultado de una ardua tarea de elaboración de ensayos por parte de importantes autoras y autores, iniciada por la Consejería Presidencial para la Ju­ventud, la Mujer y la Familia y continuada por la Conseje­ría Presidencial para la Política Social.

Este trabajo es hoy realidad, gracias a la laboriosa y paciente dedicación de Paulina Ospina, asesora de la Con­sejería; de Magdala Velásquez, directora académica de la obra y de Camilo Calderón como coordinador editorial. Es fruto igualmente del interés de Cordillera Editores y del Grupo Editorial Norma.

Nuestro reconocimiento a todos los colaboradores en este proceso.

Consejera Presidencial para la Política Social

ISABEL MARTÍNEZ GAITÁN

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Prólogo

El conjunto de trabajos sobre las mujeres colombianas que tiene en sus manos el lector constituye sin duda una buena muestra del rápido avance que han tenido los estu­dios sobre la mujer en Colombia durante los últimos tres lustros. Para ver lo que ha cambiado, baste recordar que en 1979, al reseñar la Nueva Historia de Colombia dirigida por Jaime Jaramillo Uribe, hizo Alberto Lleras el funda­mental reparo de que en sus páginas, en las que aparecían en forma destacada grupos hasta entonces ignorados, como los indígenas y los esclavos, era excepcional toda re­ferencia a las mujeres, a pesar de que no podía dudarse de que "nuestro país también había estado poblado por ellas", ni de que en su historia algún papel habían desem­peñado.

Es cierto que para entonces algunos sociólogos e histo­riadores habían, excepcionalmente, orientado sus estu­dios a este tema, aunque casi siempre dentro de enfoques convencionales que llevaban a destacar los eventos que concordaban con las convenciones dramáticas del teatro de la Independencia: las heroínas de la guerra habían reci­bido atención de escritoras y escritores como Soledad Acosta de Samper, Julia Suárez o Juan de Dios Monsalve, y algunas figuras aisladas, usualmente virtuosas y abnega­das como María Martínez de Nisser, o excepcionalmente más controvertibles, como Manuelita Sáenz, aparecían ocasionalmente en los anales de la historia nacional. En vena más prosaica y terrenal, en un estudio publicado dos años antes de la reseña de Lleras yo mismo intenté cues-

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tionar la ingenua visión del mestizaje de los años de la Conquista subrayando, frente a quienes veían en la mezcla entre españoles e indígenas una muestra de tolerancia ra­cial, la forma violenta de ese primer contacto entre euro­peos y americanas, al destacar los aspectos que hicieron del primer mestizaje una violación colectiva de las muje­res indígenas: la distribución de mujeres como botín, el reparto de 300 indias que hizo Jiménez de Quesada a su hueste, tras casi un año de recorrer selvas inhóspitas, la utilización de las jóvenes nativas como medio de soborno por Belalcázar y el carácter de las preocupaciones éticas de los conquistadores, ansiosos por bautizar a quien iban a forzar sexualmente, eran apenas ejemplos de un proceso que convirtió a los colombianos, en un país que justamen­te se ha destacado por la magnitud de su mestizaje, en involuntarios y legítimos herederos del violador y su víc­tima.

No es, sin embargo, la historia de la mujer en Colom­bia un cuadro unilateral en el que solamente haya sido so­metida, dominada y excluida. Aunque es natural que en este libro queden rasgos de la visión simplificadora que acompaña, en forma explicable y casi necesaria, los traba­jos pioneros y polémicos de quienes tratan de compensar aceleradamente una visión académica centrada en el hom­bre, no hay que olvidar que entre la ley y los ideales, elabo­rados e impuestos ante todo por los hombres, y la rea­lidad, conformada también por las formas de rebeldía y afirmación de la mujer, había con frecuencia una gran dis­tancia. Más que las monjas, cuya independencia relativa se enmarcaba en todo caso en un cuadro de sumisión radi­cal, vale la pena pensar en la historia social de quienes, a lo largo de quinientos años, afirmaron su propia capaci­dad en los hechos mismos. Pienso, por ejemplo, en todas las mujeres que durante el periodo colonial o el siglo xrx actuaron como empresarias, tanto entre los grupos de pro­pietarias de minas del occidente como en el ruidoso y combativo gremio de las productoras y vendedoras de aguardiente de Cartagena, que llenaron el siglo xvm con

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sus agitados conflictos con las autoridades locales y penin­sulares. O en esa activísima cohorte de mujeres dedicadas a la enseñanza a fines del siglo xix y comienzos del siglo xx, o en las brujas que alcanzan a entreverse en el reciente trabajo de Diana Ceballos. Mazamorreras, pulperas, ven­teras de camino nos muestran que la mujer no se atenía necesariamente a la letra de la ley, como lo muestra tam­bién el estudio de Beatriz Patino sobre violencia colonial en Antioquia.

Quizás la adopción integral, al menos en ciertas regio­nes y por ciertos grupos sociales, de un ideal femenino sometido exclusivamente a los deseos del esposo, es en buena parte el resultado del gran esfuerzo de control so­cial que realizó la Iglesia en el siglo xix, y que tuvo tan efi­caz apoyo en los gobiernos regeneradores. Un evento capital como la guerra de Independencia, en una sociedad en la quá la presencia de los poderes políticos y religiosos formalesfera muy variable -no sobra recordar las descrip­ciones de la vida social en las llanuras costeñas hecha por el padre José Palacios de la Vega-, sirvió sin duda para ablandar los lazos de sujeción de la mujer. Cuando se repa­san los diarios de Rafael Caro, quizás lo que más sorpren­de es la capacidad de iniciativa, la firmeza y la inde­pendencia de algunas mujeres bogotanas, desde la conoci­da Nicolasa Ibáñez de Caro, que vende sus bienes para financiar a Santander, hasta la menos recordada pero do­minante viuda María Tadea Lozano, que no duda en con­tratar matones para apalear a algún galán que ha ofendido a sus hijas. Y al mirar las memorias de Pedro Acevedo Tejada, no deja de llamar la atención que se hubiera vincu­lado a la conspiración contra Bolívar por la presión de sus primas casi adolescentes, que no podían entender que no quisiera comprometerse en la lucha contra la tiranía. Y sobre todo, llama la atención el tratamiento de la ilegitimi­dad entre familias de los notables criollos. Como lo señaló en 1981 Alfonso López Michelsen en su prólogo al libro de Jaime Duarte French sobre las Ibáñez, "con ocasión de las guerras patrias, en los primeros veinticinco años de vida

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independiente, hubo un gran relajamiento de las costum­bres y los vínculos familiares, que le granjearon una cierta tolerancia a los amores extraconyugales".

Este libro es pues, ante todo, el resultado de un proce­so de escasas dos décadas en el que ha comenzado a estu­diarse en forma más amplia la situación de las mujeres. Hubo, es cierto, trabajos pioneros, como los de Lucía Luque, Patricia Alvear o Teresa de la Inmaculada1. Fuera del trabajo de historiadores e historiadoras, entre los que hay que mencionar, a partir de 1984, a Patricia Londoño, Rene de la Pedraja, Pablo Rodríguez, Carlos E. Jaramillo, Magdala Velásquez, Aída Martínez o Suzy Bermúdez, mu­chos de cuyos aportes se encuentran en obras que no siempre tienen como tema central a la mujer, se ha realiza­do un notable esfuerzo de estudio de la condición actual femenina, de sus situaciones sociales, de su integración en la vida económica, de su participación en la vida política, literaria o artística del país. El papel de investigadoras como Virginia Gutiérrez de Pineda, Magdalena León, Ma­ría Mercedes Jaramillo, Nora Rey, Ligia Echeverri de Fe-rrufino o Cecilia López, ha sido central en esto. Que la mujer comience a aparecer en los estudios históricos y so­ciales no es, por otra parte, el resultado gratuito de un es­fuerzo voluntarista de recuperar un pasado ignorado: es también la consecuencia de un proceso real, que ha lleva­do a un reconocimiento mayor de los derechos de la mujer y que ha conducido a una creciente participación de ésta en la cultura, la educación, la economía o la política. Y es la consecuencia de una reorientación en los estudios so­ciales y ante todo históricos, que ha llevado a la afirma­ción de una historia que busca comprender la totalidad del devenir histórico, sin limitarse a mirar sólo a aquellos

1. Como se trata de trabajos muy desconocidos, vale la pena ci­tarlos. Se trata de Lucía Luque, "La novela femenina en Colombia" (1954), Teresa de la Inmaculada, "Quien ha educado la mujer co­lombiana" (1960), Patricia Alvear, "Elementos para una historia so­cial y política de la mujer colombiana" (Universidad Nacional, tesis inédita, 1983).

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grupos que han ejercido un control directo sobre el Estado y sus ejércitos e iglesias. En esta reorientación no puede ignorarse el papel de los investigadores de Europa y otros sitios, que construyeron a partir de 1960 los campos de in­vestigación más relevantes para el análisis de la historia de la mujer: la historia de la familia, de la vida cotidiana, del trabajo, de la violencia, del conflicto social, de las relacio­nes personales, de la sexualidad y la maternidad, de la in­fancia, de las mentalidades y los valores, y de tantos otros aspectos de la realidad. Ni tampoco la influencia de los es­tudios norteamericanos y europeos sobre la historia de la mujer, que después de un periodo inicial, en la década de 1970, centrado en la recuperación de las figuras olvidadas y en el estudio de la contribución femenina a la sociedad, se han ido transformando en un amplio mosaico de enfo­ques, en el que la investigación de la sexualidad, de las re­laciones con el cuerpo, o de las actitudes y sentimientos de la mujer ha adquirido importancia central.

Como es obvio, no es ésta una obra concluida y plena­mente lograda. Sus trabajos reflejan el diferente nivel de desarrollo de distintos campos y a veces dejan ver el con­traste entre quienes han realizado amplias investigaciones sobre un tema y los inevitables esfuerzos por ofrecer una primera aproximación a áreas de trabajos que son indis­pensables pero apenas se inician en Colombia. Esta mis­ma diversidad acaba siendo una virtud, en un campo en el que a veces se predican enfoques ideológicamente cohe­rentes y en el que es fácil someter el esfuerzo de compren­der al interés de influir y convencer, de lograr resultados políticos y morales a corto plazo. Ojalá muchos de sus ar­tículos puedan convertirse en estudios más amplios y pro­mover la realización de investigaciones que conduzcan a lograr una visión amplia y compleja del papel de las muje­res. Falta mucho para que podamos tener una imagen de la mujer que no vea sus características o su situación como invariable e inmodificada, que no identifique su his­toria o su realidad actual con la de las mujeres de clase alta o de las minorías intelectuales y en movimiento, que

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no someta los procesos de cambio a modelos implícitos, lineales y gradualistas. Pero este libro es un excelente co­mienzo, y una excelente oportunidad para todos los hom­bres y mujeres que al leerlo, descubrirán que en este país hay, y siempre ha habido, mujeres.

JORGE ORLANDO MELÓ

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Introducción

Colombia se debate en la búsqueda de alternativas de paz que van más allá del ritual de la entrega de armas y de pro­gramas socioeconómicos que garanticen adecuadas con­diciones de vida para quienes renuncian a la violencia como vía para lograr sus objetivos.

La dificultad para aceptar la diferencia y el conflicto como parte estructural de la vida y las sociedades huma­nas se expresa en el país en la inmensa pérdida de vidas y en el maltrato de niños, niñas y mujeres. A esta cuota de sufrimiento humano contribuyen tanto el conflicto políti­co armado, el narcotráfico, la poca presencia del Estado, el escaso respeto a la ley, como la endemia cotidiana de eli­minar y someter al contrario, al diferente, para dar paso a la fantasía de solución de los problemas que afectan el dia­rio vivir por la vía de la fuerza.

En el origen de esta tragedia nacional encontramos una cultura para la cual la diferencia es sinónimo de infe­rioridad, en la que la diferencia, vista bajo el prisma de los prejuicios y los estereotipos, expropia de su calidad de se­res humanos a quienes están comprendidos en esta cate­goría y les convierte en instrumento susceptible de ser utilizado al servicio de cualquier fin.

El nuevo proyecto político plasmado en la Constitu­ción de 1991 se propone "asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz", e instaura un Estado Social de Derecho democrático, participativo y pluralista,

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fundado en el respeto a la dignidad humana, el trabajo y la solidaridad de las personas. Se compromete el Estado a promover las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y a adoptar medidas en favor de los grupos discri­minados o marginados.

El ejercicio de los derechos y libertades fundamentales tiene un presupuesto básico en el sujeto titular de ellos y es su autoestima, su capacidad de saberse en el mundo y en consecuencia de acceder a la propia identidad que, a la vez, lo coloca ante un universo de posibilidades para ejer­cer sus derechos y hacerlos respetar.

La igualdad va hoy más allá del hecho de que no exis­tan privilegios legales, comprende el respeto a la diferen­cia y a la diversidad y la garantía de igualdad de derechos, de oportunidades y de trato. La discriminación como le­sión a la igualdad, a la libertad y a la justicia significa tanto "tratar distinto lo que es igual, como tratar igual lo que es distinto". La disciplina de la historia se convierte, en esta perspectiva, en un importante elemento para develar las distintas formas que la cultura de la discriminación ha ad­quirido a lo largo de nuestro devenir histórico. Historia­dores e historiadoras estamos hoy colocados ante el reto de explorar, aprender a ver, a nombrar y a conocer el trato dado a las diferencias aportadas por la naturaleza misma como son las de sexo, edad, raza y etnia, y a las diferencias producto del ejercicio de la libertad como las políticas de conciencia y de opción sexual.

Escribir esta historia de la discriminación aporta y crea condiciones de posibilidad para que los discriminados y discriminadas puedan acceder a su propia identidad y crezcan como sujetos conscientes de su dignidad humana.

El aporte de las distintas disciplinas del conocimiento al proceso de instauración de la democracia participativa en nuestro país es indispensable. Conocer, reconocer, apren­der a nombrar la historia de la discriminación y de los gru­pos discriminados contribuye a la construcción de una identidad nacional capaz de asumir creativamente las di-

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ferencias y los conflictos que de ella surgen y de construir la paz.

Un nuevo problema: las mujeres

La sexual es la primera evidencia de la diferencia que el ser humano experimenta. Alrededor de ella, la cultura elabora la masculinidad y la feminidad con todo un orden de valores que expropia a los dos géneros de posibilidades para acceder a una vida que integra las variadas potencia­lidades de la existencia humana.

Los prejuicios y estereotipos han dificultado e impedi­do el reconocimiento de la dignidad humana de las muje­res y han ocultado los procesos que adelantaron y los esfuerzos realizados por ellas para lograrlo. Con Bonnies Anderson y Judith Zinsser, podemos afirmar que, "no pue­de haber igualdad cuando más de la mitad del género hu­mano carece de historia".

La reflexión académica, social y política, acerca de las mujeres se ha legitimado, tomado cuerpo y ocupa un lugar en las categorías y en la actividad de las distintas ciencias humanas, gracias al influjo del pensamiento feminista y del movimiento social, político y cultural que las mujeres del mundo en las últimas décadas han protagonizado para lograr el reconocimiento de su dignidad humana.

A la manera de Lucien Febvre la investigación y escri­tura de la historia de las mujeres y de las mujeres en la his­toria tiene también una historia: la historia de los progresos del conocimiento y de la conciencia y de la sen­sibilidad de los historiadores y de las historiadoras con respecto a las mujeres y a la especie humana. En esta pers­pectiva, la formulación de tesis, la propuesta de hipótesis y problemas para acercarnos a ese sujeto-objeto del cono­cimiento histórico que son las mujeres se ha nutrido del pensamiento feminista, motor de ese movimiento de mu­jeres. Es decir, la reflexión histórica acerca de las mujeres es un producto de nuestro tiempo que ha recibido además,

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aportes de la lucha contemporánea por el respeto a los de­rechos humanos y la democracia.

Se plantean nuevos problemas, se abren nuevas hipó­tesis, se replantean viejas respuestas para integrar las dife­rencias entre los géneros, con sus múltiples y complejas consecuencias, en el mundo social, político y cultural. Desde hace poco menos de dos décadas e inscritos en la perspectiva de la nueva historia, se empezaron a conjurar esos fantasmas de la historia tradicional e incluso de la nueva historia que nos mostraban un mundo y un acaecer histórico poblado por habitantes de un sólo sexo.

En esta búsqueda historiadores e historiadoras tenemos una doble tarea frente a la cultura de la discriminación. De un lado, lidiar con las formas que en nuestro tiempo y en nuestra historia personal reviste el sexismo, que nos di­ficulta y en muchas ocasiones nos impide ver, reconocer y nombrar fenómenos relacionados con la discriminación. De otro lado, nos exige aproximarnos y conocer las varia­bles culturales que ha asumido la discriminación contra las mujeres en las distintas épocas, en las distintas clases sociales y en las distintas etnias. Por lo tanto, esta aventu­ra del conocimiento histórico nos fuerza a aprender a leer entre líneas las ausencias, los silencios y las censuras que han sacado a las mujeres de los registros, de las fuentes primarias y secundarias, desde las cuales desarrollamos nuestro oficio de historiar la vida, y nos reta a aprender la presencia ausente, la invisibilidad histórica de las mujeres.

Este tema ya tiene una legitimidad propia; en sus ini­cios creció a la sombra de otros que despertaban más sim­patía y menos susceptibilidades puesto que estaban rela­cionados con el papel tradicional de las mujeres como reproductoras biológicas de la especie, es decir, como ma­dres y esposas en la vida familiar; era casi una postura vergonzante para no alborotar el cotarro del miedo al fe­minismo. Hoy en el mundo, aunque todavía con muchas dificultades, la temática de las mujeres goza ya de un esta­tuto académico que las valora como objeto de estudio y se

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las reconoce como sujetos históricos que son un fin en sí mismas y nos impíemente el instrumento para lograr fines superiores.

El tema de las mujeres en la historia es parte estructu­ral de la historia política de cada pueblo, de la historia del ejercicio y distribución del poder no sólo en la vida públi­ca sino en la vida privada. Allí, a la inversa de lo que ocu­rre con los hombres, es su situación en el universo del poder privado el que las coloca en determinado lugar de la vida política, económica y social. No son sus necesidades, apetencias, convicciones y propósitos los que varían y transforman su historia, sino el lugar asignado por la cul­tura que las subordina como instrumento para conseguir objetivos personales, familiares o sociales.

La idea del libro que hoy les entregamos nació en el marco de la conmemoración de los quinientos años del encuentro de dos mundos, por solicitud de la Consejería para la Juventud, la Mujer y la Familia. Esta propuesta fue elaborada con el nada ingenuo propósito de demostrarle al país y a la comunidad académica el estado de las inves­tigaciones históricas relacionadas con las mujeres y de contribuir a la apertura y consolidación del espacio políti­co que ya se viene construyendo desde años atrás y con ello propiciar el apoyo y la promoción de este tipo de tra­bajos en el mundo universitario y en general en la vida académica del país.

Como desarrollo de la Constitución de 1991, esta pro­puesta se planteó como aporte para contribuir al fortaleci­miento de la cultura democrática y de la paz en Colombia, a través de la difusión masiva de esta parte de nuestra his­toria nacional. Para su formulación partimos del paren­tesco histórico de la historia social con la investigación de la historia de las mujeres.

Tomamos como hilo conductor la historia nacional desde tiempos precolombinos, la Conquista, la Colonia, el siglo xrx y el siglo xx delimitado en periodos: de 1900 a 1930 y de 1930 a 1990. También se plantearon dos ejes que

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integraban los trabajos relativos a las mujeres en el acae­cer político, social, económico y cultural del país, con tra­bajos que se ocupan de historias particulares de mujeres a lo largo de este tiempo; es decir, que se combinaban el tiempo de larga duración con periodos cortos.

Después de realizar un inventario de trabajos y de his­toriadores e historiadoras del país y del exterior que se han ocupado de las mujeres colombianas en la historia, entramos en contacto con 41 personas que respondieron a la propuesta, elaborando sus ensayos y presentando los avances de sus investigaciones.

Para entregar a nuestros lectores y lectoras elementos complementarios que les permitieran comprender mejor los distintos periodos históricos, invitamos a varios histo­riadores de época, por cierto alejados hasta ese momento de la reflexión en torno a las mujeres, ellos con un poco de sorpresa y temor pero con entusiasmo, se vincularon a esta aventura bibliográfica.

La investigación relacionada con los registros visuales fue realizada por el historiador y editor Camilo Calderón, y aporta verdaderas joyas para comprender y apreciar el papel de las mujeres y las distintas expresiones culturales acerca de ellas.

Con el cuidadoso trabajo de los historiadores Catalina Reyes Cárdenas y Pablo Rodríguez Jiménez se realizó el seguimiento, la lectura, la evaluación y corrección de cada uno de los trabajos entregados, por autores y autoras.

Para cerrar el trabajo fueron invitadas personas de otras disciplinas, con el fin de que presentaran una visión de la situación actual de las mujeres colombianas, en la perspectiva de fines del siglo.

Finalmente, para realizar su publicación, gracias a la tozudez de Paulina Ospina en Presidencia y de Camilo Calderón como editor y después de los tortuosos trámites, se logró concertar su publicación en tres tomo temáticos que para tal efecto se han ordenado así: tomo i, Mujeres, historia y política; tomo 11, Mujeres y sociedad; tomo ra, Mujeres y cultura.

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Los lectores y lectoras tendrán en este trabajo una obra que les permitirá obtener unas imágenes nuevas en torno al acaecer de nuestra historia nacional, que incorporan a la mitad de la población; así mismo conocerán en detalle historias de problemas particulares relacionados con la aventura vital de ser mujeres.

MAGDALA VELÁSQUEZ TORO

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Las mujeres en las soc iedades prehispánicas. La Diosa Madre y el secreto c ó s m i c o

de la fertilidad terrestre

ROBERTO RESTREPO

En la antigua América, antes del "descubrimiento", existía una particular visión de la vida compartida por todo el continente, que aunque mostraba diferentes enfoques en­tre las culturas del norte, el centro y el sur y aún dentro de ellas mismas, poseía una unidad de fondo que conforma­ba una verdadera cultura panamericana, basada en una cosmogonía generalizada y manifestaciones espirituales y materiales con conexiones manifiestas. Para aproximarnos a este universo de ideas, emociones y acciones, debemos, en primer lugar, definir los términos básicos del problema, so pena de continuar explicándonos el quehacer del mun­do en nuestros propios y limitados conceptos, permane­ciendo en su periferia o en ese acicalado gusto etnocéntrico, que explica la historia a partir de un "centro magnético" dominante en Occidente.

Términos como cosmogonía, religión, cultura, educa­ción, hombre, mujer, familia y amor, han servido para definir cualquier sistema diferente al pensamiento de Occidente, pregonando su nivel de atraso o desarrollo de acuerdo al grado de diferencia o semejanza que tengan con él. Así mismo, han servido para justificar un enfoque colonialista que pretende lograr, dentro de una pretendida culturiza-ción evangelizadora, el dominio de otros sistemas de pen­samiento.

Para Oriente y Occidente el concepto de cosmogonía abarca desde un principio las visiones que los habitantes del paleolítico tenían del universo visible y de las fuerzas que en él se movían, intentando comprender la estructura

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ROBERTO RESTREPO

del mundo y la ubicación de sí mismos en ese universo de formas realistas y mágicas, así como las normas que regían una actuación armónica y favorable. Por una compleja ruta de emociones y pensamientos, de la cual nosotros, habitantes del siglo xx, estamos bastante alejados, se cons­truyeron los principios rituales y mágicos de la vida, a tra­vés de los cuales los nuevos humanos trataban de comu­nicarse con los niveles cósmicos, dando origen a la religión institucionalizada. Los cuerpos de creencias se estructura­ron en conceptos, plegarias y magias que desembocaron, en el Viejo Mundo, en las extraordinarias pinturas rupes­tres del paleolítico, hace ya treinta y seis mil años, y en los primeros cultos a la Diosa Madre, génesis de la vida y sostenedora de la fertilidad terrestre, posteriormente.

Hasta aquí la religión, forma estructurada y alegórica de esta cosmogonía inicial totalizante, formaba parte del interior del hombre y era aceptada comunalmente, gracias a los puntos de coincidencia y a las posibilidades que plan­teaba al permitir a las hordas de cazadores y recolectores obtener el favor de los otros mundos en su propia supervi­vencia. Y aunque en el plano racional se estaba en los co­mienzos, las fuerzas intuitivas de lo femenino-masculino llegaron a niveles de percepción extraordinarios, tal vez no superados desde entonces. La observación constante del medio permitió a la comunidad aceptar, en esta primera etapa, la diferencia sustancial del hombre y la mujer como categorías complementarias pero diferentes, donde ellos llevaban el peso de las actividades físicas más fuertes, como la caza y la defensa, desarrollaban la inventiva de instru­mentos relacionados e iniciaban el pensamiento trascen­dente; y ellas hacían posible la unificación del grupo, germen primario de convivencia, mediante el atractivo de la permanencia sexual y con el nacimiento y cuidado de los hijos, que permitía la continuidad de la horda y la for­mación de las primeras instituciones familiares; ellas también se hacían cargo del mantenimiento del fuego, la recolección de otras fuentes alimenticias, la confección de vestidos y, en ocasiones de gran importancia, proporcio-

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Las mujeres en las sociedades prehispánicas

naban el consejo intuitivo que posibilitaba la sobreviven­cia. Pero, por sobre todo, la mujer era la responsable de esa primaria satisfacción del regreso a un lugar común, donde moran seres análogos, no violentos, que comenzó a estructurar la familia y el sentido humano gregario. Esta primera diferenciación de tipo físico y psíquico llevaría a una de tipo cultural y religioso, manifestada en el arte de las cavernas y el culto de la Diosa Madre.

De alguna manera se hizo una primera relación entre los niveles de los mundos, donde una fuerza intrínseca masculina, representada por el sol, permitía la fertiliza­ción de lo constante femenino, representado por la tierra. La Madre Genésica, donde duermen y despiertan las semi­llas, paren y habitan los animales, hunden sus raíces las plantas, brota el agua y se sustenta lo humano -en cierta forma un gran útero-, estaba indefectiblemente unida a la mujer y representaba el aspecto femenino del cosmos. Esta idea tomó cuerpo realmente cuando las mujeres recolectoras, merced a su desarrollada intuición y obser­vación, desentrañaron los misterios de la reproducción ve­getal y comenzaron la era agrícola, logrando inicialmente la mejor generación de las plantas útiles cerca a los luga­res de vivienda, y posteriormente, siendo capaces de re­producirlas desde la semilla, impulsando con esto un cambio gradual en la dieta alimenticia, en un momento en el cual el manejo indiscriminado de la caza planteaba la rápida extinción de las especies y la escasez de la carne y los alimentos.

En este momento, el mundo del neolítico se puebla de estatuillas sagradas, imágenes femeninas de formas opu­lentas, comienzo de una estética hoy en desuso, que plan­tea el temprano culto a la Diosa Madre, lo eterno femenino, tierra y agua, fertilidad y muerte. Paralelamente, la socie­dad se torna matriarcal y la sabiduría de la mujer, conser­vadora del medio, organizadora e innovadora, lleva las riendas de las sociedades primarias.

Pero el camino del hombre es desde un principio el ca­l i n o de la competencia. El dominio de los territorios fera-

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ees, de las manadas cada vez más escasas, del fuego, plan­tea, antes que una convivencia organizada, la conquista de tierras y bienes. La fuerza se torna un factor de primer or­den, hasta que el hombre aprende a conservar las cosas que consume y desarrolla tanto la domesticación de ani­males como el pastoreo, paralelamente a la agricultura, sustituyéndola en ocasiones. La sociedad comienza a reor­ganizarse con base en la capacidad guerrera, en el domi­nio paulatino del vecino, en la imposición de tributos, en la obtención forzada de mujeres y bienes, y un nuevo cul­to, esta vez celeste y patriarcal, aparece junto a las socie­dades masculinizadas de finales del neolítico y comienzo de la edad de los metales, desplazando la inicial organiza­ción matriarcal. De la idea original totalizadora que ilumi­naba la primera conciencia del hombre, se pasa a un culto organizado, en el que lo formal se vuelve importante y el ritual terrestre y celeste es impuesto, como instrumento de dominio, a los pueblos conquistados. Nos adentramos, así, en la historia de las grandes religiones de la antigüe­dad, que aunque parten de visionarios universales, son introducidas rápidamente como elementos estatales e im­puestas como verdades únicas en la esfera de dominio de sus fieles. Ya el ritual antiguo, que conectaba los mundos para una función de bien común, se circunscribe al ámbi­to territorial de sus sacerdotes y se emplea para mantener y aumentar el poder y dominio de los reyes. La primitiva unidad de la existencia se fragmenta entre lo sagrado y lo profano, y la idea divina, o no es tenida en cuenta para "ra­zones de Estado" o es acomodada a las necesidades de éste.

Los griegos logran racionalizar este concepto religioso y apartarlo momentáneamente de las luchas de poder, pero los romanos lo llevan al tope, unificando nuevamente Iglesia y Estado, y supeditando los valores cosmogónicos originales, ya bastante transformados, a las razones de go­bierno y a la rápida expansión del Imperio. El culto, exter­no y periférico, no conmueve el interior del hombre y forma una rimbombante muestra de un Dios hecho a se-

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mejanza de lo humano. La mujer hace parte de este culto, como vestal y sacerdotiza, pero su aspecto de lo femenino está incuestionablemente supeditado a lo masculino, por lo cual su papel de conservadora de la vida y de la fertili­dad humana y terrestre se ve transformado por una políti­ca guerrera y expansionista, en la cual la vida no juega un papel sagrado.

A comienzos del siglo iv, la Iglesia fija varios principios institucionales que la acompañan desde entonces, entre ellos la exclusión de las mujeres del clero y de las activida­des superiores, como la enseñanza y distribución de los sacramentos. Tales principios se enmarcan dentro del con­cepto de "impureza femenina" que parte del Génesis, con la Eva pecadora en el Paraíso, y continúa en la cultura pa­triarcal dominante. Posteriormente, la presión política de los emperadores, una vez aceptada la preeminencia de los obispos sobre el clero raso y la del papa sobre éstos, obliga a considerar el celibato como parte de los votos de consa­gración para evitar la competencia de nuevas dinastías y sus herederos ante el creciente poder de la Iglesia, logran­do institucionalizarlo desde el siglo xn. Pero la base filo­sófica de su argumentación es el sentido de "suciedad" que acompaña al acto sexual y su concepción como una mani­festación inferior humana. En ella, la mujer es la tenta­ción encarnada en lo femenino, y el camino del hombre puro implica sublimar el deseo.

Este concepto de cosmogonía y religión, con connota­ciones particulares, es el que la España visigoda de la re­conquista hereda y el que llegará a América en el siglo xvi, cambiando en gran medida el concepto y el papel que la mujer ha tenido en las sociedades prehispánicas. El cris­tianismo del Descubrimiento y la Conquista es ideológica­mente una Iglesia sincrética, conformada por la religión guerrera de los visigodos, ahora señores de España, y el concepto de guerra santa que ha acompañado al senti­miento religioso popular de la península durante la recon­quista. Esto ha motivado una persecución oficial a los "herejes", -equivalente a cualquier sistema cosmogónico

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diferente-, su sometimiento, conversión o muerte. Según las disposiciones papales e imperiales, la no aceptación del nuevo credo conduce al exterminio o esclavización del "infiel" dando por cierto que la única verdad posible y aceptada es el nuevo concepto religioso de Occidente. Con esta base y coaccionados por la Inquisición, recién impor­tada a América, los cronistas juzgarán las grandes cosmo­gonías americanas, que serán enterradas como herejías mediante la cruz y la espada. Nace así la profunda división del "alma indiana", entre un concepto sagrado enorme­mente seductor y claro y la práctica antitética de sus mi­nistros y visionarios.

Las cosmogonías americanas y la Diosa Madre

Cuando los primeros misioneros llegan al Tawantinsu-yu, el mayor estado occidental de la época, mal llamado hoy Imperio incaico, encuentran conceptos similares en­tre la doctrina cristiana y el culto solar de Wiracocha. Des­cubren el relato del diluvio, la imagen sagrada de la cruz, las festividades religiosas del 24 de diciembre, un mono­teísmo generalizado y un Adán y Eva americanos. Pero a la vez, encuentran una gran libertad religiosa, un concep­to sustancialmente diferente de la moral y el matrimonio y un papel del aspecto femenino muy distante al pregonado en el Viejo Testamento.

En los Andes, los mitos del origen parten de una pri­mera creación, hecha por la Totalidad o el Uno en Tiawa-naco, que es convertida en estatuas de piedra por el Hacedor, insatisfecho de la barbarie de los hombres. Pos­teriormente viene una segunda creación en el Titicaca, cuando Wiracocha modela los nuevos hombres y mujeres de barro y les infunde su esencia espiritual, enviándolos a habitar un mundo sin días ni noches, en una penumbra eterna. Wiracocha, padre-madre al fin, decide facilitar la vida de sus hijos, que han demostrado buen juicio, y crea los cuerpos celestes y las estrellas, e inicia el día y la no­che; y el sol y luna, principios masculino y femenino que

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en el Uno están unificados y ahora se manifiestan en sus complementarios, procrean la pareja primigenia, Manco Capac y Mama Ocllo, que permanecen incontaminados en el fondo del lago, dentro del útero del inframundo repre­sentado por el agua.

Pasado un tiempo, el Hacedor pide al sol que envíe a sus hijos al Mundo Medio, para que éste tome su forma definitiva, y ellos modelen la tierra y enseñen los preceptos morales y la cultura en los Andes. Entonces, Manco Capac y Mama Ocllo salen en su balsa de oro a la Isla del Sol y enrumban a tierra firme, por el puerto de Tiawanaco. Allí la pareja civilizadora organiza el mundo a semejanza del universo, cuya estructura es una cruz cuadrada multidi-mensional, que en su sentido vertical divide el espacio en tres niveles: el Harían Pacha o Mundo de Arriba, principio masculino solar donde mora la simiente; el Kay Pacha o Mundo Medio, donde habitan la naturaleza y los seres hu­manos, realización del círculo fértil, y el Ucku Pacha o Inframundo, el aspecto femenino uterino, donde moran la semilla y el germen de la vida, portador del secreto de la fertilidad, que al unirse con la simiente solar realiza la existencia del Mundo Medio. De esta permanente unión de lo masculino y lo femenino depende la continuidad de la vida y por ello el ritual andino, desde las primeras cultu­ras hasta las magníficas civilizaciones del siglo xvi, conti­núa utilizando las fórmulas mágicas que posibilitan la comunicación entre los mundos, en un rito de la fertilidad complejo y sorprendente.

El mismo concepto cruciforme se manifiesta en senti­do horizontal para organizar el Mundo Medio, donde mo­ran los humanos. Se parte de un punto medio que es el origen y la expansión del universo. En lo terrestre debe ser el "ombligo del mundo", donde nacerán y se expanderán las naciones. Inicialmente es Tiawanaco, cuyo nombre ver­dadero es Taypicala, la Piedra del Medio. Posteriormente, por razones políticas, se trasladará al Cuzco, donde se divide el territorio en cuatro porciones, a semejanza de Tiawanaco, que son los cuatro rumbos del universo en la

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tierra. Estos "ombligos del mundo" se repetirán en Meso-américa y Colombia, y el oráculo de Delfos, hacia el siglo vi a.C, será otro ombligo en Grecia.

Así surgen las cuatro grandes provincias del mundo que, para los incas, se llaman: Chinchaysuyu al norocci-dente, Contisuyu al suroccidente, Collasuyu al suroriente y Antisuyu al nororiente. Divisiones semejantes se encuen­tran en todas las culturas solares americanas, como Teoti-huacán, los toltecas, tayronas y muiscas y en otras cosmo­gonías sincréticas como la azteca, donde el territorio del mundo se estructura a semejanza del territorio del univer­so. Una vez estructurado el mundo en espejo del cosmos, la pareja civilizadora continúa su camino hacia el Cuzco, transformándolo todo a su paso. Las montañas se suavi­zan, los pantanos se desecan en fértiles valles, los ríos to­man su curso y los Apus andinos, las grandes cumbres nevadas, se llenan de magia y de misterio. Ahora los pue­blan los Achachilas o fuerzas protectoras de la tierra. Man­co Capac porta una barra de oro que le indicará el lugar del "ombligo del mundo", punto centro de las civilizacio­nes, y Mama Ocllo un huso de plata, emblema de la gesta civilizadora. Mientras lo masculino enseña la agricultura, la arquitectura, la ingeniería para adecuar los terrenos y las aguas, los oficios, las normas de conducta sociales, las formas de organización estatal y el germen de las institu­ciones, lo femenino enseña el secreto de la fertilidad y el culto mágico, la organización de la familia, las artes. Uno complementa al otro y su papel es igualmente importante. Una vez en el Cuzco, la leyenda cuenta que Manco Capac muere primero y es Mama Ocllo quien tiene la responsabi­lidad de organizar el futuro Estado.

El concepto de lo femenino en las culturas andinas, unido a la posición de la mujer en estas sociedades, parte cosmogónicamente de su papel sustancial en el nacimien­to de la cultura. No existe el profundo complejo de imper­fección, inferioridad e impureza que existe en el occidente del siglo xvi, a partir del texto del Génesis, donde la mujer ha motivado la pérdida del Paraíso y el surgimiento del

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trabajo como un castigo celeste. El concepto de trabajo varía desde entonces, pues en América el trabajo es una posibilidad de realizar el bien común, mientras que para los conquistadores, es una carga que hay que dejar a otros.

Durante la organización del gran Estado prehispánico andino, la religión logra unificar las relaciones Estado-Iglesia, cuando el Inca, "hijo del Sol", sucesor de la Panaca fundada por la pareja primigenia, es a la vez el jefe del Es­tado y el gran responsable de la orientación cosmogónica. Sin embargo, en las funciones estatales es secundado por un Consejo de Gobierno que puede incluso vetar disposi­ciones del Inca y las funciones religiosas relacionadas con el culto y la educación están en cabeza del Willaj Urna o sumo sacerdote, "Cabeza de Luz", quien a su vez hace par­te del Consejo de Gobierno. En esta teocracia compartida, el bien común es la principal función del gobierno, y por ello la visión del mundo, que es una visión sagrada y unita­ria, es la base filosófica y práctica de todas las institucio­nes. El monoteísmo imperante, en cabeza de Wiracocha, la Totalidad, representado por sus hijos sol-luna, permitió, no obstante, una gran libertad religiosa. La particular vi­sión que cada nacionalidad tenía de la divinidad fue respe­tada durante la expansión del Tawantinsuyu, incluyendo sus imágenes en el gran templo del Coricancha, en el Cuzco, cuya falsa interpretación originó los conceptos de politeísmo con que los misioneros y burócratas españoles sindicaron a los pueblos andinos, motivados por la menta­lidad inquisidora e intransigente que provenía de Europa. Los cantos sagrados recopilados durante la Conquista ra­tifican este concepto:

Wiracocha, soberano del mundo. Ni hombre ni mujer, pero siempre soberano de la pasión y de la veneración. Wiracocha, poderoso cimiento del mundo, Tú dispones:

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sea éste varón, sea ésta mujer Gobierno del mundo, Creador del hombre. Los señores y los príncipes con sus torpes ojos quieren verte

En el Tawantinsuyu o estado confederado incaico, Wi-racocha "no tiene huesos ni carnes como los humanos", por lo cual no puede ser representado por imágenes y sólo se conoce el "huevo cósmico" que estaba en el altar central del Coricancha. Sin embargo, sus emanaciones, que rigen aspectos particulares del universo, gozan de un culto par­ticular, tienen imágenes simbólicas y un carácter masculi­no o femenino, dependiendo de la cualidad manifestada. Así, la Madre Tierra o Pacha Mama, el útero viviente del cual brota la vida en el círculo constante de la fertilidad cósmica, tiene carácter femenino, igualmente que Mama-cocha, el mar. Ambos aspectos, lo femenino y lo masculi­no, deben interactuar en armonía constante para que el buen desarrollo de la creación se dé a todos los niveles. Por ello el sol, Hatún Inti Illimani, y Mama Quilla, la luna, forman la pareja cósmica primordial, reflejada en Manco Capac y Mama Ocllo y, posteriormente, en el Inca y la Colla, único matrimonio permitido entre hermanos o en­tre parientes cercanos de estirpe solar-lunar.

Los mitos andinos narran el misterio de los eclipses de luna como el intento del poder, generalmente masculino, representado en el jaguar, también símbolo del mundo medio masculinizado, por devorar a la luna, lo femenino, intentando poseer el dominio único de lo celeste. Por ello, el ritual acompañaba a la luna con una nueva fuerza, para que su presencia vitalizadora siguiera nutriendo los cua­tro rumbos del universo. Una vez pasado el eclipse, la fer­tilidad del mundo seguía su curso sempiterno. Cuando el estado incaico comenzó su verdadera expansión guerrera, luego del reinado de Pachacutec, "el reformador del mun-

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do", y el aspecto masculino alcanzó la supremacía, el ri­tual del sol se sobrepuso al de la luna y la mujer perdió muchas de sus prerrogativas políticas y sociales.

Sin embargo, aunque el culto cristiano había excluido a la mujer de las labores y estratos superiores, el culto so­lar mantuvo la institución de las Mamaconas o instructo­ras de las Doncellas Escogidas, quienes despertaban un gran respeto en la comunidad, su consejo era escuchado por el Inca y el Consejo de Gobierno, y participaban ade­más de las grandes festividades religiosas. La mujer estuvo siempre exenta de impuestos y trabajos forzados, tenía se­guro estatal como viuda o impedida, su maternidad era profundamente respetada y gozaba de una mayor libertad sexual. Además, existía todo un sistema de leyes que prote­gían su integridad y aseguraban sus actividades.

Las mamaconas representaban el mayor estrato de la mujer en la religión del Tawantinsuyu. Ellas mantenían el aspecto femenino del culto y regían los conventos de Vír­genes del Sol, así como los Acllawasi o Casas de las Donce­llas Escogidas, de las cuales salían las vírgenes y las mismas mamaconas. Estas mujeres ligadas al culto tenían bajo su cuidado el ornato y mantenimiento de los templos, la con­fección de las prendas sagradas, las esencias y objetos ri­tuales especiales. Algunas de las doncellas escogidas, no vírgenes del sol, eran entregadas como presente especial del Inca a dignatarios favorecidos y entraban a su servicio, tanto en calidad de mujeres acompañantes, como para el mantenimiento de su casa y la confección de alimentos y vestidos. A medida que el estado incaico avanzó en el afian­zamiento de su poder militar, el papel de la mujer se tornó más secundario y el obsequio de doncellas es registrado por la mayoría de los cronistas. Sin embargo, no hay que olvidar que cualquier mujer, desde las servidoras más hu­mildes a la Colla, estaban protegidas por estrictas normas que defendían su integridad física y la estabilidad de su relación de pareja. Ningún hombre, incluido el Inca, podía causar daño físico a su mujer acusándola de infidelidad, lo cual era juzgado por un tribunal especial, en el cual

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también la mujer podía acusar al hombre por el mismo motivo.

Las vírgenes del sol pueden equiparase, en cierto senti­do, con la institución cristiana de los conventos femeni­nos; eran elegidas desde los 14 o 15 años, por funcionarios especiales que recorrían las provincias buscando cualida­des como la belleza física, la calidad intelectual y la facili­dad para desarrollar ciertas funciones artísticas, como la textilería, música, danza y canto. Una vez seleccionadas, entraban a conventos especiales junto a las otras donce­llas, donde pasaban períodos de duras pruebas en un "noviciado" que duraba tres años, bajo la dirección de las mamaconas, quienes instruían a grupos de diez mucha­chas. El plan de estudios contemplaba materias relaciona­das con la cosmogonía y el culto, artes y artesanías y el mantenimiento del fuego sagrado. Al terminar los tres años, el Willaj Urna o sacerdote principal exigía a las novi­cias una decisión definitiva: o salían del convento para contraer matrimonio y seguir una vida normal o se consa­graban como vírgenes del sol, con votos perpetuos de cas­tidad y obediencia.

Cuando comienza la Conquista, las primeras crónicas hablan de las constantes violaciones a los Acllawasi o Con­ventos de las Doncellas Escogidas y Vírgenes del Sol, que se dan en el Caribe, México y Colombia, al igual que la re­ducción a servidumbre forzada y concubinato de la mujer americana. Las culturas masculinizadas, ahora vencidas, que ven finalizar un ciclo cósmico, regresan desesperada­mente a las divinidades femeninas, representadas en el nuevo orden por la Virgen María, patrona de las culturas autóctonas sobrevivientes, en interesantes sincretismos religiosos. Así, las vírgenes de Guadalupe o de Chiquinqui-rá, en su papel de madre cósmica, restauran, en cierta for­ma el ordenamiento perdido durante la etapa de "caos", que ha significado, para el indígena, la intrusión e implan-tamiento de la cultura occidental en las Américas.

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La mujer del común y la mujer de la aristocracia

La mujer del común nacía siempre en el seno de un Ayllu, la comunidad familiar y económica que poseía un ancestro común y un parentesco mitificado. Su nacimien­to era prontamente registrado por un Quipucamayoc, quien informaba al Cuzco sobre el crecimiento o deceso de la población. Los mosoc caparic o nuevos venidos cons­tituían un bien preciado en esta sociedad realista y mági­ca, donde el aborto sólo era permitido en casos especiales. Una vez embarazada, la futura madre se apoyaba en el ko-napa o divinidad tutelar de la familia, su intermediario entre ella y la divinidad suprema. Durante el embarazo, seguía su vida normal y el trabajo continuaba como antes, incluso las labores de siembra y recolección, mostrando, según los cronistas, una gran resistencia física y una salud envidiable. Al llegar el momento del parto, la mujer prefe­ría dar a luz, si era durante el día, en el campo, cerca a una fuente de agua. Ella misma, sola o acompañada de una comadrona, asistía al nacimiento, cortaba el cordón umbi­lical y daba un primer baño a la criatura, calentando el agua en su boca. Una vez en la vivienda familiar, el niño se colocaba en una cuna especial, donde se fajaba y ataba, para ser transportado en la espalda de su madre sin salir de su "nido". Desde la óptica occidental se critica frecuen­temente la despreocupación y falta de higiene de las madres indígenas americanas, sin escuchar las razones filosóficas y prácticas de la crianza en las comunidades, cuyo pensamiento está dirigido a copiar los sistemas que la naturaleza implanta en las otras especies vivientes, en los cuales la criatura se adapta con rigor, templándose en el proceso, en un mundo que requiere resistencia.

Durante el nacimiento, el padre debía observar un se­vero ayuno y orar por el buen desarrollo del parto. En los primeros días después del nacimiento, debía permanecer junto a la madre, protegiendo a la criatura de malas "in­fluencias" y enfermedades. Luego, cada uno continuaba sus labores normales y la madre llevaba a su hijo en las espaldas al mercado, durante las labores domésticas fuera

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de casa, en la chagra y las festividades. No acariciaba ma­yormente a su hijo con sus brazos o su cuerpo, con la idea de no "malcriarlo" y, generalmente, daba el seno recostada de medio lado con el hijo sobre una manta en el suelo. El amamantamiento se hacía públicamente, pues era consi­derado un oficio honroso y digno, y la madre alimentaba a su hijo con leche materna por un período de tres años. Este sistema era común en las mujeres de todas las clases sociales, incluida la Colla.

A la etapa de crianza seguía la conocida como saya huamarac o del que sabía mantenerse en pie, en la cual el niño de cualquier sexo aprendía a través del juego, gene­ralmente acompañado de otros de su misma edad, hasta su quinto año de vida. Del quinto al noveno año, entraba en el período del que sabía andar (macta puric), en el cual ayudaba a sus padres en diferentes oficios, comenzando la diferenciación ocupacionaf de los sexos. Las niñas o puc-llas ayudaban a sus madres en los oficios domésticos y agrícolas, aprendiendo estas funciones de ella y de las an­cianas del ayllu. Entre los nueve y doce años, se denomina­ban pasaupallas y eran entrenadas familiarmente en oficios más sofisticados, como la textilería y los principios cosmo­gónicos, con la madre y los ancianos como preceptores. De los doce a los dieciocho años, se conocían como coro-cunas y recibían la instrucción relativa a la pubertad y su nacimiento como sipas o mozas casaderas. La aparición de la primera menstruación daba lugar a una fiesta comu­nal, en la que los padres recordaban a la nueva mujer sus deberes para con la familia, la religión y el Estado y era sometida a un estricto ayuno de 48 horas. Al cuarto día, se quitaba sus vestidos de niña, comía algo de maíz y se colo­caba los de mujer, hechos por su madre, se peinaba de trenzas y recibía su nombre definitivo. Durante esta etapa podía ser seleccionada como doncella escogida (un caso entre mil) o perfeccionaba sus conocimientos domésticos, aprendía las funciones de la agricultura femenina, las ar­tes y oficios necesarios y trabajaba junto a sus padres en los terrenos del ayllu, aprendiendo en la práctica los obje-

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tivos del bien común y el trabajo en equipo, que caracteri­zaron y caracterizan a las comunidades autóctonas ameri­canas. La etapa de conocimiento de pareja era bastante libre y generalmente los jóvenes podían convivir juntos en una especie de "amañe", compartiendo la vida para estar seguros de su posible convivencia definitiva. La virginidad no era un bien apreciado, por el contrario, era considera­da como una mácula; según el padre Bernabé Cobo, "los indios afirman que virgen queda solamente aquella que no es capaz de hacerse querer por nadie" {Historia del Nuevo Mundo, libro xi). Si la mujer volvía a casa de sus padres, ante la imposibilidad de vivir con su pareja, no sufría de­trimento familiar ni social alguno. La ceremonia de matri­monio era muy formal y se realizaba una vez al año, cuando un representante del Inca recorría los ayllus para legitimar las uniones, pidiendo el consentimiento de la pareja que había realizado el "amañe". Tenía en cuenta el grado de parentesco y la clase social de los contrayentes, pues era ley que parejas con diferencias sociales fuertes tendrían problemas posteriores. Los solteros o solteras re­ticentes eran obligados a contraer matrimonio por selec­ción rápida, pues el matrimonio era un deber para el mantenimiento de la familia como núcleo social y econó­mico del Estado. El matrimonio se consideraba como algo definitivo, pero el divorcio era permitido, siempre y cuan­do la pareja no tuviera hijos. La mujer podía cambiar de ayllu mediante el matrimonio con un hombre de un ayllu diferente, pues ella debía residir en la comunidad de su marido, aunque sus hijos volvían al ayllu materno, pues la descendencia era matrilineal, igual que otros aspectos de la organización social y el derecho. Una vez casada, la mujer debía desempeñar las labores domésticas y la siem­bra y recolección de ciertos productos, así como la elabo­ración de los vestidos familiares. Pero no pagaba tributos de ninguna índole y tenía un seguro estatal permanente, que la cobijaba ante cualquier impedimento, durante el embarazo y gestación, en la viudez y ancianidad. Debía, en estos casos, desarrollar ciertas funciones, como la ense-

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ñanza, pues una ley estatal impedía el ocio no creativo, en una sociedad orientada a objetivos comunales. El derecho estatal defendía su integridad física y su núcleo familiar, pero le imponía serios castigos en caso de abandono de sus deberes, infidelidad, hechicería, robo o asesinato.

Los hermosos cantos de amor o areitos, conservados por los primeros cronistas y misioneros, así como los va­riados vocablos del quechua y el aymara, relacionados con el amor, testimonian un profundo sentimiento afectivo en los antiguos pueblos suramericanos, base del particular sentimentalismo latino de hoy en día. Gran parte de la fal­sa apreciación de españoles y "estudiosos" en ese campo, se debe a la tendencia característica del indio a no mostrar sus emociones. En aquella época como ahora, un conjunto de sutiles señales, voces y silencios, casi imperceptible para culturas exteriorizadas, que adolecen de interioriza­ción y profundidad en sus relaciones, llenaba el universo afectivo de parejas y comunidades.

El matrimonio quechua se realizaba en una sencilla ceremonia. En ella, el novio colocaba las sandalias a su futura compañera y los ancianos aconsejaban: "Aunque las parejas se casan enamoradas, no está bien que uno se enfríe con el tiempo, mientras el otro aún arde de pasión". Sin embargo, los misioneros y cronistas se mostraron siempre asombrados de la gran estabilidad de las parejas en las sociedades precolombinas americanas.

La Diosa Madre y la creación del hombre. Culturas femeninas de América

Tanto en América del Norte, como en Centro y Sur Amé­rica, existen importantes culturas prehispánicas que se ri­gen por el derecho materno y la descendencia matrilineal, cuyos mitos cosmogónicos de la creación del mundo y del hombre descansan sobre el papel protagónico de la Diosa Madre, a semejanza del tercer ciclo étnico o "Tercera Edad", narrada en el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas-quichés en Guatemala.

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La mayoría de los pueblos del sureste de Norteamérica vivía bajo una organización de clanes matrilineales. Una de estas grandes familias culturales es la de los iraqueses, dividida en varios grupos emparentados, con una lengua común, como los cherokees del sureste o los tuscaroras de Carolina del Norte y los nottoway y meherrim de Virginia.

Hacia el norte, la familia iroquesa llegó hasta la región de los Grandes Lagos y el río San Lorenzo, con comunida­des agrícolas de una cultura desarrollada. Aún hoy en día se denominan On Ke-onwe o verdaderos humanos, en for­ma similar a los mayas de Centroamérica y los tayronas de Colombia. Pero también se llaman los Iri Akhoiw o verda­deras serpientes, uniendo lo masculino y lo femenino en su génesis mítica, como las otras dos culturas del conti­nente. Poseen la división tripartita vertical del mundo y los símbolos trinitarios -serpiente, felino y ave-, cuya unión mágica manifiesta el estado superior de la serpiente-feli-no-emplumada americana.

El mito de la creación en las naciones iroquesas narra que "en los comienzos no existía el mundo, ni la tierra, ni las criaturas que ahora nos rodean. Sólo existía el Gran Océano, que ocupaba todo el espacio". Éste es un concep­to semejante al expresado por las culturas tayrona y kogui del norte colombiano. El mito continúa narrando las peri­pecias de la Diosa Madre, que desciende accidentalmente del Mundo de Arriba al Gran Océano, estando encinta, donde crea la tierra, con la ayuda de los pájaros del aire y la gran tortuga marina. Da a luz una niña, que se une má­gicamente, ya adolescente, con un hombre proveniente del cielo, y pare dos gemelos, uno por el lado izquierdo, que le ocasiona la muerte, y otro por el lado derecho. De su cuer­po nacen entonces las plantas, que inician la agricultura -el maíz, los fríjoles y las calabazas-, y de su corazón surge el tabaco sagrado, llamado por las mujeres "Nuestra Ma­dre", cuyo ritual continuado, mediante el humo que as­ciende al cielo, permite que estas plantas útiles sigan creciendo para alimento de las comunidades.

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Los hermanos gemelos crecen en conflicto y represen­tan las dos maneras de ser en el mundo, que para los ira­queses son: lo correcto y lo equivocado. Las llaman también pensamiento recto y pensamiento torcido, hombre verti­cal y hombre torcido, derecha e izquierda. Los gemelos, con sus poderes creadores, modelan los animales de arci­lla y les infunden vida, imprimiéndoles carácter de acuer­do a sus propias inclinaciones. Luego forman las plantas, que les sirven de alimento, y las venenosas y medicinales, utilizadas tanto en curaciones como en brujería. Final­mente, el gemelo de la derecha hace al hombre y la mujer, también en arcilla, y los cuece en el fuego sagrado. Según la cantidad de tiempo que permanecen en el horno, ad­quieren el color de la piel, lo que origina todas las razas. Únicamente los iroqueses tienen la cantidad de fuego co­rrecto y permanecen en su espacio; los morenos se cuecen en demasía y soportan mejor las altas temperaturas, pero los blancos quedan faltos de fuego, por lo cual son pusilá­nimes y falsos, y son enviados lejos, a territorios más allá de los mares. Los dos gemelos, nuevamente reunidos, orde­nan y equilibran el mundo, dando su papel a todo lo exis­tente. «

Pero su lucha continúa y el gemelo de la derecha logra desterrar al izquierdo en el inframundo, donde aún vive y gobierna. El sol, al salir por el Este y recorrer el techo del mundo, que es como un plato pando, coloca a lo creado bajo la influencia del gemelo derecho y su luz vivificante; la noche trae las influencias del gemelo izquierdo, aterra­doras pero sagradas. Nacen, así mismo, los ritos del día y la noche o las dos facetas del alma humana. Las naciones Natchez y Yuchi, vecinas de las iroquesas, se reconocen como hijas del sol, que es una mujer menstruante.

En el suroeste, unidas íntimamente a las culturas cen­troamericanas, están las naciones Pueblo. Entre ellas, los hopi constituyen la rama más extensa actualmente, habi­tando parte de Arizona y Nuevo México. Ésta fue y es una sociedad basada en clanes matrilineales exogámicos. Cada individuo del grupo pertenece al clan de la madre y debe

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escoger su mujer en un clan diferente. La residencia de la pareja es matrilocal y el derecho de propiedad correspon­de a la mujer, heredando las hijas a su madre.

Los mitos del origen hablan de un Dios único, masculi­no-femenino, del cual proceden Tawa, el padre sol, lo eterno masculino y la Diosa Madre, lo eterno femenino, manifes­tados en una dualidad creadora. La Diosa Madre, fertiliza­da por el Sol, crea a los hombres, las mujeres y el maíz y se identifica con la luna. Rige los calendarios, maneja la ferti­lidad y hace parte de la serpiente-felino- emplumada o Pa-lulukon, conectada con el rayo, la lluvia y los grandes ritos de la fecundidad terrestre y humana. Cuando la Diosa Ma­dre entrega la primera mazorca de maíz a los humanos, les dice: "Es mi corazón. Será vuestro alimento y su jugo será como la leche de mis senos". Ella protagoniza, ade­más, el derecho materno que rige a las comunidades y la descendencia por línea femenina, que caracterizan a las culturas matriarcales.

Soyaluna es el nombre que los hopis dan a su principal festividad sacra, el solsticio de invierno, celebrado entre el 20 y el 24 de diciembre. En ella se cumple el gran rito de la fecundidad de la tierra por el dios del cielo. Se celebra en el Kiwa, templo hopi que simboliza el espacio sagrado del centro de la tierra. Está dividido como el cosmos en tres niveles: el Mundo de Arriba, representado por el techo, el Mundo Medio, por el piso; y el Inframundo, representado por un agujero excavado en el centro del piso, a manera del útero y ombligo de la Madre Tierra, por donde surgie­ron los ancestros míticos de los Pueblo. Cerca al agujero sagrado, y también en el centro del espacio, está clavado un poste mágico que simboliza el Árbol de la Vida, repre­sentando el círculo continuo de la fertilidad terrestre y cósmica, y englobando los tres niveles del mundo y el uni­verso.

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La Tercera Edad de los mayas

De acuerdo con el método por el cual los maya-quichés distinguen las fases sucesivas de su historia cultural, la Segunda Edad del Popol Vuh finaliza con la destrucción de los hombres de barro, símbolos de un pasado patriarcal, dominado por lo masculino, que deja ahora de existir. La Tercera Edad comienza con una nueva creación y un pre­dominio de lo femenino, la de los hombres de madera y de las mujeres de espadaña o tule: "De tzité se hizo la carne del hombre, y de espadaña o tule la carne de la mujer. Es­tos materiales quisieron Tzakol y Bitol que entraran en su composición".

El mismo Popol Vuh narra cómo fueron hechas las es­culturas de madera "con boca y cara"'. En este acto creativo intervienen los siete dioses mayores de los mayas, inclu­yendo la pareja divina Ixpiyacoc e Ixmucané, su esposa, quienes como grandes magos y adivinos determinan, me­diante los granos de maíz y de tzité, el material a emplear.

Ixmucané es una diosa lunar-terrestre, que representa la luna menguante, complemento de Ixquic, la Diosa-Ma­dre, símbolo de la luna llena. Durante la Tercera Edad -en los mayas son cuatro-, Ixquic es fecundada por Hun Hu-nahpú, y baja a la tierra y aniquila a los Carné, héroes cul­turales del período anterior, inaugurando una nueva era. Antes, narra el Popol Vuh, las mujeres, mediante la reco­lección y la agricultura, llevaban gran parte del peso en la alimentación de la familia. Los hombres, entonces, podían dedicarse al cultivo del arte y la ciencia.

Con Ixquic se inicia el ciclo de las culturas femeninas mayas, donde la mujer alcanza el predominio social y la descendencia es matrilineal, a diferencia del ciclo anterior, que es predominantemente masculino de descendencia pa-trilineal. Hun Hunahpú sale de su clan para fecundar a Ix­quic, de otro clan celeste, iniciando las parejas exogámicas. Los gemelos nacidos de esta unión y criados por la diosa, son conocidos como hijos de Ixquic, iniciando la descen­dencia por línea femenina.

Tanto Ixquic como Ixmucané, gestoras de la Tercera

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Edad, son mujeres sin marido. Ixquic, en el proceso de creación de la humanidad, baja al inframundo y asciende al firmamento, con elementos del mundo medio. Une en el gran ciclo de la fertilidad los tres niveles del universo. Y posteriormente, la abuela materna asume la posesión de la tierra, por lo cual la herencia será por vía materna. Las pruebas que debe pasar Ixquic para que sea reconocido su origen divino, tienen que ver con el mejoramiento de la agricultura, principalmente el maíz, que en el mito corre por cuenta de las mujeres. Este proceso de hibridación del maíz original, o de Zea con tripsacum, ocurre, según la ar­queología, en el 4 000 antes de nuestra era, fecha de la Ter­cera Edad maya. Luego nacen los gemelos, dioses del maíz y héroes civilizadores de los maya-quichés. Así se unen, mágicamente, los principios de la fertilidad terrestre y la fertilidad humana. Se inicia también la textilería, identifi­cada en los códices mayas con Ixmucané. Los gemelos convierten a sus rivales de la Tercera Edad en hombres monos, con lo cual el Popol Vuh coloca el parentesco entre simios y hombres al contrario de lo expuesto por Darwin.

El final de la Tercera Edad ocurre porque "los hombres se multiplicaron, tuvieron hijas, tuvieron hijos, pero no te­nían corazón ni entendimiento, no se acordaron de su Creador, caminaban sin rumbo". Entonces, "una inunda­ción producida por el Corazón del cielo, un gran diluvio se formó y cayó sobre las cabezas de los hombres de palo".

La narración de la Cuarta Edad en el Popol Vuh expresa el pensamiento cosmogónico propiamente maya-quiché y corresponde a su período histórico. Comienza con un cambio radical en la división del trabajo y el status fami­liar. Los hombres asumen el control de la agricultura y la línea de descendencia materna se transforma en paterna, al asegurar los hombres de la cuarta generación que ellos "no nacieron de mujer". La Diosa Madre pierde su presti­gio y las divinidades mayores son ahora masculinas, sim­bolizadas por los gemelos; esto se refleja en todo el ámbito político, social y económico. Al tener el control de la agri­cultura y el pastoreo, los hombres asumen la posesión de

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la tierra, el manejo de la sociedad, la línea hereditaria y la dirección de la cultura. Parece ser que la expansión maya trae una permanente confrontación con los pueblos veci­nos, por lo cual los guerreros encargados de este proceso y de la defensa de la comunidad adquieren el mayor status. La misma agricultura, ahora extensiva, implica un gran esfuerzo de adecuación de tierras, que es papel masculino. El trabajo, en todas las antiguas sociedades americanas, es fuente de prestigio social. Quien lleva la batuta en las labores agrícolas, el comercio y la guerra, tiene también el control de la sociedad. Esto implica profundos cambios en el papel de la mujer en la cultura maya.

Bachué procrea la especie humana

En Colombia existió una importante cultura femenina extendida desde la Sierra Nevada de Santa Marta hasta el altiplano cundiboyacense, que llegaba además hasta la fron­tera con Venezuela y la costa caribeña. Nosotros la cono­cemos como chibcha.

No disponemos de una cosmogonía chibcha completa y articulada, pero con las narraciones existentes podemos darnos una idea sobre su estructura unitaria. En la rama cundiboyacense de los muiscas, el Dios creador, masculi­no y femenino a la vez, es Chiminigagua, Señor Universal de Todas las Cosas. Fray Pedro Simón nos da una descrip­ción:

Antes de que no hubiese nada en este mundo estaba la luz metida allá, en una cosa grande, y para signi­ficarla la llamaban Chiminigagua, en que estaba meti­da esa luz. Comenzó a amanecer y mostrar la luz que en sí tenía [...] las primeras cosas que crió fueron unas aves negras, grandes, a las que mandó, al punto que tuvieron el ser, fuesen por todo el mundo hechando aliento o aire por los picos, el cual aire todo era lúcido y resplandeciente, así quedó todo el mundo claro e ilumi­nado como está ahora.

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Aparece luego la Diosa-Madre, Bachué, diosa lunar-terres­tre y acuática, uniendo el inframundo de donde emerge, en la laguna de Iguaque, con el mundo medio de los hom­bres y el mundo superior de las divinidades. También la conocen como Furachogua, mujer buena, en contraste con Chía, divinidad lunar contrapuesta. Bachué es la gran madre universal, creadora de la humanidad, unión de la fertilidad terrestre y la fertilidad humana. Cuando emerge en la laguna, como la Eva andina Mama Ocllo, lleva consi­go un niño de tres años. Hace con él una casa, donde mo­ran hasta que el niño se hace hombre y se casa con ella. Bachué es una diosa tan prolífica que en cada parto da a luz de cuatro a seis hijos, poblando rápidamente la tierra. Ella inicia la gesta civilizadora, dando los preceptos fun­damentales de la conducta social. Una vez establecidas las familias y la cultura, regresa junto a su marido, a la laguna de Iguaque, donde ambos se transforman en dos grandes culebras, símbolo del Inframundo, y desaparecen en las profundidades acuáticas. Establece así el camino y el ri­tual de la fertilidad, que ocurre en el Mundo de Abajo, fer­tilizado por el Mundo de Arriba, mediante su simiente transportada en el agua y manifestada en la naturaleza y el hombre. Los chibchas continuarán realizando este ritual hasta la destrucción de su cultura por los ejércitos espa­ñoles.

Paralelamente a Bachué existe otra diosa lunar, Chía, quien predicaba la "vida ancha, placeres, juegos y entrete­nimientos de borracheras". Son los dos opuestos cultu­rales que aparecen también en los mayas y en los incas, como parte de la unidad conceptual de las cosmogonías americanas. Chía también tiene su pareja en Chibchacún, la parte masculina del segundo camino. Aparece entonces Bochica, el héroe civilizador solar, que debe retornar la ci­vilización a los cauces enseñados por la Diosa-Madre, re­forzando las normas sociales y la conducta humana con el ideal solar. Según los muiscas, era un dios trino "uno en tres personas" o "uno solo con tres nombres". En el altipla­no de Bacatá, se conocía como Chimizapagua o enviado

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de Chiminigagua. Traía en la cabeza y brazos la señal de la cruz, el ordenamiento cruciforme multidimensional de las culturas solares americanas, por lo cual era un dios civi­lizador. Enseñó sobre un dios único creador y sobre la in­mortalidad de las almas. Para salvar al altiplano de un diluvio iniciado por Chibchacún, formó el Salto del Te-quendama, desaguando las tierras inundadas, y condenó al dios lunar a cargar la tierra sobre los hombros, al estilo del Atlas griego.

Sin embargo, la dualidad de estos dioses muestra las profundas divisiones en el seno de la sociedad muisca, pues Bochica, como ser solar, apoya la autoridad de los gobernantes, sus descendientes por estirpe; mientras que Chibchacún es un dios más popular, divinidad de los mer­caderes, orfebres y agricultores.

En un principio, fiel a su orientación de cultura feme­nina, los muiscas practicaron el matrimonio exogámico y la filiación de los hijos era matrilocal, pero posteriormente se dieron uniones endogámicas, continuando la filiación por línea materna. La línea de sucesión es por vía feme­nina.

La mujer en las culturas prehispánicas de costa y sierra

El aspecto femenino en América muestra desde un principio dos grandes corrientes: las sociedades de organi­zación matrilineal, donde la mujer tiene una preeminencia cosmogónica, social y simbólica, y las sociedades masculi-nizadas, en las que la mujer, como protagonista de la his­toria, tiene un papel menos acentuado y gira alrededor de un aspecto patrilineal preponderante.

Por otra parte, las diferencias de cultura entre los gru­pos caribes y arawaks, insulares, selvícolas y costeros, las altas culturas de las costas colombianas y peruanas y las altas culturas serranas andinas, con un nivel semejante a las altas culturas centroamericanas, plantean diversas po­siciones de la mujer en cada una de estas sociedades.

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El primer contacto del mundo occidental con la mujer americana se efectuó en las Antillas, con el primer viaje de Cristóbal Colón y su desembarco en Guanahaní o San Sal­vador. El Almirante describe prontamente sus primeras impresiones al respecto: "Ellos andan desnudos como su madre los parió y también las mujeres, aunque no vi más que una, harto moza. Todos los que vi eran mancebos, nin­guno de más de treinta años, muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras". Aunque en un pri­mer momento los pueblos antillanos ocultaron a sus muje­res, acostumbrados al pillaje caribe, éstas aparecerán en los días siguientes, después que "los nuestros, persiguien­do a la muchedumbre -narra Pedro Mártir de Anghiera-, tan sólo capturaron a una mujer y habiéndola conducido a las naves, después de saciarla de manjares y de adornarla con vestidos la dejaron ir en libertad. Tan pronto como la mujer se reunió con los suyos [...] corrieron todos a porfía a la playa, pensando ser aquella una gente caída del cielo".

En los días sucesivos, los españoles se escandalizan de la desnudez de los nativos y éstos, probablemente, del fuerte olor de los marinos, sucios y malolientes dentro de sus capas de grana, terciopelo y ropas de lana, en un tórri­do clima tropical. Describiendo a las mujeres tainas, Co­lón escribe en su diario: "traen por delante de su cuerpo una cosita de algodón que escasamente les cobija su natura [...] Las mujeres casadas traían bragas de algodón, las mozas no, salvo algunas que eran ya de edad de diez y ocho años". También sorprende a los españoles el modo de ser de las comunidades que van descubriendo: "Son gente de amor y sin cudicia [...] En el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra: ellos aman a sus prójinos como a sí mismos, y tienen un habla lo más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa".

Pero prontamente la luna de miel se acaba; los españo­les buscan oro y esclavos y un bien por el que pelean inclu­so entre ellos: mujeres, consideradas "herejes" y por lo tanto "carne del guerrero", a semejanza de las mujeres ju­días y moras que tomaban en la reconquista. Para obtener-

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las, cualquier método es posible. Fray Bar to lomé de las Casas escribe: "Lo segundo con que mos t ra ron los cristia­nos a los indios quiénes e ran ellos, fue empezar a quitarles las hijas y las mujeres p o r la fuerza, sin tener respeto ni consideración a persona, ni a dignidad, ni a estado, ni a vínculo de mat r imonio , tomábanles t ambién los hijos pa ra servirse y todas las personas que querían, teniéndolas s iempres consigo". Michele de Cúneo, i tal iano que viaja con Colón, na r ra la forma como los españoles se apoderan de mujeres indígenas en Guadalupe y la violencia con que se divierten m a t a n d o hombres desde los buques a lanza­zos y hachazos . También hace u n a somera descripción de los sistemas de "conquista":

Como yo estaba en el batel, apresé a una caníbal bellísima y el Señor Almirante me la regaló. Yo la tenía en mi camarote y, como según su costumbre estaba desnuda, me vinieron deseos de solazarme con ella. Cuando quise poner en ejecución mi deseo ella se opu­so y me atacó en tal forma con las uñas que no hubiera querido haber empezado. Pero así las cosas, para contaros todo de una vez, tomé una soga y la azoté de tal manera que lanzó gritos inauditos como no podríais créelo. Finalmente nos pusimos de tal forma de acuer­do que baste con deciros que realmente parecía entre­nada en una escuela de rameras.

¿Quiénes eran estos pueblos que los españoles encuen­t ran en las Antillas, poseedores de un sexo lúdico, en u n a gran libertad, que hacía int rascendentes , a nues t ro m o d o de ver, las relaciones sexuales, y donde conceptos occiden­tales como virginidad y pureza no ten ían n ingún conteni­do? Ellos poseen, indudablemente , un concepto del a m o r y las relaciones de pareja muy diferente al establecido en Occidente mediante el amor cortés de los t rovadores y más cercano a las práct icas basadas en té rminos utilitarios, donde la familia es u n a un idad con mayores probabil ida­des de sobrevivencia, útil a la sociedad, y complementada

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en su labor de crianza y cuidado de los hijos, actividades domésticas, prácticas agrícolas y de pastoreo y un sinnú­mero de funciones.

Es preciso vivir un largo tiempo con las comunidades autóctonas, tanto costeñas como serranas, para encontrar ese sutil lazo de afecto que une a la pareja indígena desde el momento del cortejo. A diferencia del amor occidental, éste es silencioso, presente pero no observable, como el aire de las mañanas de primavera, sentido por él y ella a través de una serie de símbolos ancestrales, como la pin­tura corporal, el vestuario, la actitud en la maloca o el po­blado, la música de una flauta o el sonido melancólico del tambor en la tarde. La comunidad comprende que un joven, ya hombre, ha puesto sus ojos en una joven, casi mujer, y la corteja desde su intimidad, en un lenguaje com­plejo que alcanza a la persona indicada y muestra el nivel de lo deseado. Ella responde con una actitud diferente a la clásica coquetería occidental, pero su andar, las miradas que traspasan la penumbra y refulgen en él, los toques furtivos al pasar, los comentarios risueños de las mujeres mayores, todo indica el grado de aceptación o no, las espe­ranzas o la desdicha de perder un amor, como narran los areitos caribeños o los hermosos cantos poéticos de los Andes suramericanos.

La mujer, en muchas ocasiones, toma la iniciativa, cuando los adolescentes de la misma comunidad o de otras parcelaciones se reúnen con motivo de una fiesta sa­grada, como los solsticios o los equinoccios, y ella desea ser cortejada por alguien en particular. Entonces, da co­mienzo a un juego-lenguaje tan sutil, que si un "blanco" es objeto de él, se demora bastante en ser consciente de la si­tuación y aún así, gran parte del ritual amoroso le pasa desapercibido, siendo motivo de bromas constantes por parte de la comunidad, que es testigo mudo y aparente­mente indiferente.

En muchas comunidades, el proceso termina en un contacto íntimo entre la pareja, cuando el cortejo es acep­tado tanto por ella como por la parcialidad, lo cual tam-

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bien se manifiesta en señales inequívocas pero transparen­tes. En culturas como la arawak, la mujer toma la iniciati­va y recorre el camino hacia la chagra, el lugar donde ella deposita la semilla, y efectúa el ritual de la fertilidad te­rrestre, indicando al hombre el lugar de la primera unión de los cuerpos, para que la Madre Tierra reciba el semen y los efluvios femeninos sobrantes.

El acto del amor, el contacto sexual, las caricias, los movimientos, tienen una clara reminiscencia oriental, a tal grado que en poblaciones indígenas de la selva amazó­nica, emparentadas con la familia arawak, una pareja que hace el amor en algún lugar de la maloca es difícilmente detectada, debido a la sutilidad del acto, que se prolonga como un goce lento pero continuo, casi una continencia del explosivo final que caracteriza a las relaciones occi­dentales.

Por eso las mujeres mayores o los hombres adultos ha­cen bromas sobre las indígenas que conviven con un blan­co y cambian sus hábitos amatorios, perdiendo su ritmo y adquiriendo el de la otra cultura, que se manifiesta, para ellos, en un veloz desenlace privado del sutil encanto de lo duradero. Pero, salvo en pocas ocasiones, esta diferente actitud ante el proceso amatorio no es observada ni enten­dida por los europeos del Descubrimiento y la Conquista. Y aún hoy sigue siendo desconocida por muchos investi­gadores.

Aunque los cronistas se refieren a los tainos como "ani­males que se ayuntan y nada más", ellos también buscan gozar de los favores de las mujeres nativas y cuentan inte­resantes historias de amor entre éstas y soldados españo­les. Tal es el caso de Miguel Díaz, quien vive en La Española y por una disputa con un criado de Bartolomé Colón, a quien hiere gravemente, huye a tierras de la cacica Osema. Ésta, según la crónica, se enamora del aragonés, con quien tendrá dos hijos, los primeros mestizos legitimados de América. Para el conquistador el amor entre "indios" no existe y aparece, por arte de magia, con su llegada.

En la sociedad xenofóbica española del siglo xvi, carac­

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terizada por una gran hipocresía en lo sexual, el modelo de la mujer virginal, casta, sometida al varón y dedicada a funciones hogareñas, determina el concepto de "dama" y el único status de esposa. Por ello, aunque los misioneros después anotarán la fidelidad y permanencia de las parejas indígenas, sobre todo en las culturas continentales, los es­pañoles aposentados en las islas se escandalizan de la gran libertad de las instituciones relacionadas con la pareja en­tre los arawaks. "Y por cualquier voluntad del hombre o de la mujer se separaban y se concedían a otro hombre, sin que en esto hubiese celos y rencillas. Aquesta gente fue la más salvaje que hasta ahora se ha visto en las Indias." Pero lo más grotesco para la mentalidad del conquistador, era el derecho de la mujer a separarse de su pareja y unirse a otra, sin enfrentar un fuerte castigo social. Los caciques "tenían seis y siete mujeres y todas las más que querían te­ner. Una era la más principal y la que el cacique más que­ría y a quien más caso se hacía. Comían todas juntas. Y no había entre ellas rencillas ni diferencias, sino que todo era quietud e igualdad y sin rifar pasaban la vida debajo del mismo techo y junto a la hamaca del marido. Lo cual pare­ce cosa imposible y no concedida sino solamente a galli­nas y ovejas, que con un solo gallo y con un solo carnero muchas de ellas, sin mostrar celos ni murmurar, se sostie­nen". Esto escribe el cronista Gonzalo Fernández de Ovie­do, quien se caracteriza por su xenofobia americana, para quien un mundo tan alejado del español no puede ser sino salvaje. La mujer peninsular del siglo xvi, como la retrata la picaresca española, es fruto de la rígida moral antifemi­nista de la época. Ella tiene un hombre en matrimonio, pero lo comparte en el lecho con sus amantes y siervas, manteniendo una rivalidad constante, que desemboca en una lucha soterrada o abierta. Además, la pareja se ha ins­titucionalizado por presiones o conveniencias, en las que el mutuo afecto juega un papel secundario o es inexis­tente.

La mujer indígena, en general, no tiene una mentali­dad monogámica. En las comunidades tainas del Caribe,

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la poligamia es una práctica común, que parece no afectar a las mujeres. Sin embargo, la institución del matrimonio, como vínculo respetado socialmente entre una pareja de­terminada, existe en América, regulada por las prohibicio­nes respecto a vínculos inmediatos de parentesco -madre, hija, hermana (esta última no aplicable en la línea solar incaica referente al Inca y su esposa)- y por la necesidad de buscar pareja en clanes exogámicos, entre las culturas femeninas, o endogámicos, entre las masculinas. Américo Vespucio cuenta como "el mayor signo de amistad que os demuestran es daros a sus mujeres y sus hijas. Y un padre y una madre se tienen por muy honrados si, cuando os traen una hija, aunque sea moza virgen, dormís con ella. Y con esto os dan su mayor prueba de amistad". Según múl­tiples relatos, esta práctica, extendida por muchas cultu­ras prehispánicas americanas, no era rechazada por las mujeres, ni causaba traumas. Cuando este caso ocurría, el varón no podía forzar a la mujer, pero tenían la posibili­dad "social" de hacer el amor si les placía. Otra cosa debe haber ocurrido con los españoles, para quienes la mujer, sumisa de por sí y en mayor grado si era sierva o "hereje", no tenía ningún derecho a negarse a su complacencia. Fernández de Oviedo narra una costumbre similar en el Orinoco, entre grupos de cultura arawak:

Y tienen una costumbre en aqueste pueblo Aruacay e otros muy notables; y es que cuando algún huésped viene a casa de algún indio destos, además de les dar de comer como amigo, lo mejor que él puede, le da la más hermosa de sus mujeres que duerma con él, y otro bo­hío apartado en que se agasaje y huelgue con ella. Y cuando se parte, si ella se quiere ir con el huésped fo­rastero, es a elección della, sin que su marido se lo es­torbe; e si se quiere quedar, como primero estaba, no es por eso peor tratada ni mal mirada; antes parece que ha hechado un grande cargo a su marido y obligándole a que mucho más la quiera, así por aver cumplido con

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el amigo su huésped, como el no le haber negado a él por el otro nuevo conocimiento.

Américo Vespucio, en Las cuatro navegaciones, descri­be ciertos aspectos de la mujer arawak y caribe: la gran fe­cundidad femenina, su capacidad de trabajo inclusive durante el embarazo, la forma de parir con facilidad y sin dolor, su rápida recuperación después del parto, la cos­tumbre inveterada de bañarse y nadar en el río una vez nace el hijo, los sistemas naturales de anticoncepción y aborto. Hace una descripción de la belleza antillana, con su cuerpo gracioso, elegante, bien proporcionado y la for­ma de andar, que "aunque andan desnudas están coloca­das las vergüenzas entre los muslos con tal disposición que no aparecen a la vista; además de que la parte anterior que llamamos empeine, está dispuesta por la naturaleza de suerte que nada se ve que sea deshonesto. Entre ellas se tendría de maravilla que una mujer por mucho parir tuvie­ra arrugas en el pecho, ni en las partes carnosas ni en el vientre; todas se conservan siempre después del parto como si jamás hubieran parido".

La desnudez característica de las Antillas es sólo apa­rente y responde a un concepto del cuerpo humano y del vestido sustancialmente diferente al de Occidente. Ya he­mos visto la primera impresión tanto del Almirante, como de la soldadesca española, ante el espectáculo de las don­cellas impúberes desnudas y las muchachas ya adolescen­tes y casadas que llevan una pequeña cuerda de algodón con nudos como braga. Fernández de Oviedo, en su Histo­ria general y natural de las Indias, narra:

De manera que todas las mugeres traen esa cuerda de templar atravessada por el vientre [...], e tienen estas mugeres por mucha honestidad traer este hilo, y por muy fea cosa andar sin él. E si acaso algún chripstiano o su esclava propia les quitase aquel hilo por burla, o les tocasen en él, se injuriarían mucho e llorarían más que si les dieses palo.

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Hoy en día las pocas comunidades arawaks que perma­necen en las Antillas y el Orinoco siguen utilizando esta señal cultural, acompañada de pintura corporal simbólica y aceites vegetales, todo lo cual conforma un complejo sis­tema de vestuario ajeno a nuestra cultura y no entendido incluso en nuestra época.

Esta aparente desnudez es llevada con tanta naturali­dad y solemnidad, que el mismo Oviedo, tan duro en sus apreciaciones del mundo americano, la utiliza para hacer críticas a las mujeres españolas, afirmando haber visto a muchas indias desnudas más "vergonzosas" que muchas "chripstianas vestidas", teniendo que reconocer, en su es­tricto puritanismo, que "la hermosura no está en el orna­mento ni en el vestir, sino en las buenas costumbres y obras virtuosas".

Los pobladores de las islas caribeñas eran grupos de arawaks y caribes, quienes, procedentes de las costas y sel­vas de Centroamérica, habían llegado a las Antillas y pos­teriormente al continente, donde poblaron las Guayanas y gran parte de los llanos y selvas del Orinoco. La sociedad arawak, más avanzada culturalmente que la caribe, es bá­sicamente femenina; se rige por un derecho materno sus­tentado en el plano religioso por el culto a la Diosa-Madre, hallado frecuentemente en las piezas arqueológicas de ce­rámica de Venezuela, donde abundan las maternidades. En los mitos arawak, a semejanza de los mayas e iraque­ses, el primer ser humano en el mundo es una mujer sin marido, que se constituye en la Madre Universal. Como poseedora del secreto de la fertilidad y de la "fuerza mági­ca" que la acompaña, la mujer arawak es la encargada de las labores de cultivo, desde acomodar el terreno desbro­zado por los hombres, hasta colocar la semilla en el útero de la tierra. Hace también labores de textilería con hilos de algodón, cerámica y objetos de madera.

Aunque primeramente se establecieron en el continen­te, la presión caribe obligó a los grupos arawaks a despla­zarse nuevamente a las Antillas, al comienzo de nuestra era, donde ocuparon las islas desde Trinidad hasta Puerto

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Rico, Haití y parte de Cuba, que estaban prácticamente deshabitadas. Pero la encarnizada persecución de los cari­bes, de isla en isla, que comienza hacia el final del primer milenio, constituye una página de gran dramatismo en la historia americana. Esta confrontación permanente modi­fica la distribución de ambos grupos en las Antillas y crea un permanente temor de los tainos, grupo Arawak, ante los caribes, que toman prisioneros para prácticas religio­sas de antropofagia y capturan a sus mujeres, de mayor nivel cultural, para mezclarlas con su raza.

En las grandes Antillas, donde los tainos resisten mejor la acometida de los caribes, la cultura arawak alcanza sus mejores expresiones. Hay un desarrollo de la arquitectura, con plazas ceremoniales, caminos empedrados, juegos de pelota en campos delimitados, pilares grabados como me-nhires, collares de piedra pulida, grabados rupestres, pic­tografías, etc. También desarrollan una incipiente escultura lítica, que no se da en grupos arawaks del continente, y una cerámica pintada de excelente calidad.

Los arawak vivían en poblados de hasta 3 000 habitan­tes. Los jefes o caciques eran generalmente varones, pero también ocuparon este puesto las mujeres, como es el caso de Anacaona, la controvertida gobernante de un cacicazgo taino en La Española, a quien los cronistas describen en términos tan opuestos unos de otros, que es difícil deducir la verdad. Es derrotada y muerta merced a la traición de Obando y los suyos, que aprovechan una festividad de re­conciliación para apresar a los caciques y a Anacaona. To­dos fueron sometidos a tormento y la cacique, luego de numerosas vejaciones, es ahorcada y su gente aniquilada rápidamente. La sociedad era matrilineal y la sucesión se haca por línea femenina. La mayoría de los caciques tai­nos tenían varias mujeres, pero sólo una era reconocida como principal y cabeza de derecho. Heredaban, como en otras culturas femeninas, los sobrinos hijos de la herma­na, cuando no existía un heredero directo. Pero la legisla­ción del grupo no permite matrimonios entre parientes cercanos por el lado materno, y está prohibido el incesto.

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Aunque se respeta profundamente la institución familiar, tanto el hombre como la mujer gozan de una amplia liber­tad sexual. Las parejas hacen el amor sin restricciones y parece existir un sistema vegetal de control natal. Sin em­bargo, en caso de embarazo, el hombre debe responder y conformar una familia, o anexar a la mujer como concubi­na secundaria, si ya tiene esposa principal.

Las festividades religiosas más importantes están rela­cionadas con el culto a la fertilidad y se efectúan en medio de ayunos, ofrendas y danzas (areitos), con pinturas cor­porales altamente simbólicas. El areito es generalmente una forma de poesía lírica que es cantada por grupos de mujeres y en ocasiones compuesta por ellas. Los españoles se mostraron sorprendidos por la calidad poética de los areitos cantados por Anacaona y las doncellas de su caci­cazgo. Éstas iban desnudas, como la Madre Tierra, ador­nadas únicamente por guirnaldas de flores y ramas verdes, que se colocaban en el pelo. En muchas ocasiones, los sol­dados españoles interrumpieron cruentamente las festivi­dades, con el fin de obtener doncellas jóvenes para sus harenes particulares.

Culturas colombianas: la mujer adquiere una identidad propia

El cronista Pedro de Cieza de León, en Crónica del Perú, hace las primeras referencias a las mujeres continentales en territorios colombianos. Se refiere a las indígenas de Urabá diciendo que "son las más hermosas y amorosas que yo he visto en la mayor parte destas Indias donde he andado[...] Andan vestidas con unas mantas que les cu­bren de las tetas hasta los pies, y de los pechos arriba tie­nen otra manta con que se cubren". Fernández de Oviedo hace alusión al gran cuidado que las mujeres de Urabá tie­nen de su cuerpo y a la libertad y el gusto que encuentran en la unión sexual con sus hombres. Narra los cuidados especiales para mantenerse atractivas, entre ellos, los ba­ños medicinales, e incluso el aborto provocado, cuando no

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desean la gestación. Utilizan además una barra de oro ar­tísticamente elaborada que colocan bajo sus senos para mantenerlos enhiestos.

Acerca de la provincia de Anserma, Cieza de León dice: "Los hombres andan desnudos y descalzos y las mujeres traen mantas pequeñas y son de buen parescer, y algunas hermosas[...] Los caciques tienen muchas mujeres[...] és­tas traen mantas de algodón galanas, con muchas pinturas [...] traen los cabellos muy peinados, y en los cuellos muy lindos collares de piezas ricas de oro, y en las orejas sus zarcillos; las ventanas de las narices se abren para poner unas como peloticas de oro fina". Entre Antioquia y Arma, observa que "Andan desnudos, sus mujeres lo mismo, por­que no traen sino unas mantas muy pequeñas, con que se atapan el vientre entre los muslos[...] Cuando entramos en el valle de Aburra, fue tanto el aborrecimiento que nos to­maron los naturales del, que ellos y sus mujeres se ahorca­ban de sus cabellos o de los maures". Hay que tener en cuenta que las comunidades encontradas por Cieza de León, no son los representantes de las llamadas "culturas clásicas" colombianas, como los quimbayas y calimas del suroccidente, sino la posterior migración caribe y chib-cha, que apenas se estaba conformando como cultura en desarrollo.

Sin embargo, los chibchas, procedentes de Centroamé-rica, habían alcanzado un alto nivel de civilización en la Sierra Nevada de Santa Marta, con la cultura tayrona, y en el altiplano cundiboyacense, con los muiscas. Los grupos muiscas habitaban la cordillera Oriental de los Andes co­lombianos, en un altiplano de gran belleza y fertilidad, y sus territorios aledaños, con pisos térmicos desde los 1 000 metros sobre el nivel del mar hasta los páramos, donde estaban situadas varias de las lagunas sagradas, en­tre ellas Iguaque, de donde saliera Bachué para poblar el mundo. Este territorio de aproximadamente 30 000 kiló­metros cuadrados de extensión, situado entre el macizo de Sumapaz y las estribaciones de la Sierra Nevada del Co­cuy, contiene valles y sabanas, suaves colinas e imponen-

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tes montañas. Las tierras son feraces y ricas en aguas, con abundantes yacimientos minerales y climas benignos, y corresponden hoy a los departamentos de Cundinamarca y Boyacá.

Los muiscas, a la llegada de los españoles, tenían una población aproximada de 800 000 habitantes, divididos en cuatro grandes provincias: Tunja, Duitama, Sogamoso y Bogotá, a semejanza de las culturas solares americanas, cuya organización territorial se basaba en la cruz multidi-mensional. En estas provincias existían algunos centros urbano-político-religiosos, como Bacatá, Hunza, Suamox y Tundama y una mayor cantidad de aldeas nucleares, co­rrespondientes a cada una de las diferentes tribus, donde habitaba la mayoría de la población. En los campos de cultivo tenían las casas comunales de las parcialidades, un concepto semejante al ayllu andino, a donde se desplaza­ban en la época de trabajos agrícolas. Su organización so­cial y política estaba matizada por la estructura femenina de la comunidad muisca. Su sociedad era fundamental­mente gentilicia con tres elementos básicos: la familia, la parcialidad y la tribu.

La familia se formaba mediante la unión de una pareja de parcialidades diferentes (matrimonio exogámico), que se establecía en la parcialidad del esposo, pero la filiación era matrilineal, es decir, los hijos pertenecían a la parciali­dad de la madre y allí debían instalarse una vez alcanzada la mayoría de edad. Como en todas las culturas femeninas americanas, el parentesco y el derecho de sucesión se esta­blecían por línea materna y quien heredaba del padre era el sobrino, hijo de la hermana. A semejanza del ayllu andi­no, al constituirse la familia, la parcialidad, en cabeza de su gobernante, le daba en propiedad un lote de terreno destinado a su subsistencia por medio de la agricultura y ayudaba a construir la vivienda del nuevo núcleo. Un gru­po de familias emparentadas real y míticamente, median­te un ancestro común que cohesionaba al grupo y le daba su protección sagrada, constituía la parcialidad (el ayllu peruano y boliviano), que era el verdadero poseedor del te-

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rritorio comunitario. Éste no podía ser vendido ni per­mutado, pues constituía la base física y cosmogónica del grupo, dentro del concepto sagrado de la Madre Tierra, Mundo Medio donde se realizaba la entronización de la vida en el círculo cósmico de la fertilidad terrestre. Por ello, los miembros de una parcialidad se consideraban hermanos y tenían el rito particular del ancestro y el rito general solar del Estado. Realmente esta macro-familia te­nía un sentido mas dinámico y práctico que la familia bio­lógica y los actos del grupo propendían al bien común de la parcialidad ante todo. Para ingresar a ella era necesario el matrimonio aceptado por las partes, dentro de la línea materna de parentesco. Esto implicaba la concepción de Bachué, la manifestación femenina del Dios totalizador, como cabeza real del culto, y la aceptación de la filiación sagrada de la mujer.

Aunque la parcialidad era el eje de la organización so­cial y económica del Estado, la tribu lo era en el sentido político, pues el Estado estaba formado por una confede­ración de tribus. Éstas tenían la posesión común de un te­rritorio, en cabeza de las parcialidades, un parentesco ancestral común, un lenguaje, una religión y una cultura compartida, y estaban sometidas a una autoridad central. Según su importancia, la tribu era gobernada por un uza-que o un cacique, quienes tenían una rigurosa prepara­ción en todos los órdenes, dentro del concepto unitario americano. Su cargo se heredaba por línea materna o, en su defecto, por selección conforme a exigentes condicio­nes.

Este tipo de organización social, política y económica dio al Estado muisca una cohesión y profundidad que se manifestó en el gran adelanto cultural advertido por los españoles en el momento de la conquista. A su llegada, en el territorio muisca existían realmente cuatro estados que, aunque conformaban una sola economía y una sola cul­tura, tenían diferencias políticas y administrativas. Los muiscas no tuvieron tendencias expansionistas o imperia­les y mantuvieron relaciones pacíficas con sus vecinos,

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siempre y cuando no fueran atacados por éstos, lo que ocurría reiteradamente con los grupos caribes que rodea­ban parte de sus fronteras. El estado de mayor extensión y desarrollo era el de Bacatá, gobernado por el Zipa, quien en el momento de la conquista aspiraba a lograr el domi­nio político de los otros tres. Seguía el de Hunza con el Zaque, Tundama con su cacique y Sugamuxi, gobernado por el Iraca, quien era la cabeza religiosa de los estados y el arbitro judicial de los mismos, estando el Templo solar principal en Suamox, su capital. Cuando los españoles lle­garon al altiplano, existía una alianza de Hunza, Tundama y Sugamuxi contra las pretensiones expansionistas del Zipa.

Los chibchas alcanzan el altiplano hacia el siglo v a.C. y desarrollan una alta cultura entre los siglos iv y xvi d.C, cuando son destruidos por las huestes de Gonzalo Jimé­nez de Quesada. Su sentido de la vida tiene una gran rela­ción con las culturas solares americanas, de las cuales hace parte, y consiste en un concepto unitario de la vida y el cosmos, donde todo está interrelacionado y cada hecho natural o humano tiene una explicación causal. Esta con­cepción conlleva un profundo sentido religioso de la vida, respeto permanente por la naturaleza y el hombre, solida­ridad social, desinterés por la acumulación de riquezas materiales y propensión permanente al bien común en to­das las actividades individuales o comunitarias.

En una mentalidad como la muisca -donde la mujer representaba el eje cosmogónico de la organización so­cial- el secreto de la fertilidad terrestre y humana, así como la fuerza que debe acompañar sus procesos, estaban depositados en el aspecto femenino de las cosas. Por ello, la mujer era la responsable de depositar la semilla en el surco, desbrozar con sus manos la tierra preparada por el hombre y respaldar con su presencia los momentos de la siembra y la recolección de los frutos. Además, la mujer hacía parte del ritual agrícola como preparadora de la be­bida ritual o chicha de maíz y ejecutora de los cantos en las festividades que acompañaban todas las actividades

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económicas. Lucas Fernández de Piedrahita, en la Histo­ria general del Nuevo Reyno de Granada, lo narra de la si­guiente manera:

La misma proporción guardan cuando arrastran madera o piedra, juntando a un tiempo la voz, los pies y las manos al compás de uno que les servía de guía[...] y es para ellos este ejercicio de tanto gusto que lo tienen por fiesta y para entonces se ponen penachos de plu­mas y medias lunas; pintanse y arreanse y llevan mu­cha cantidad de vino [chicha], que gastan cantando sus mujeres.

La legislación muisca, conocida como de Nemqueteba, trae apartes específicos sobre la protección de la mujer ante ataques de tipo sexual o contra su integridad física. Permite también la seguridad familiar, exige la responsa­bilidad paternal del hombre y protege a la mujer contra la violencia masculina en el matrimonio. Aunque las mujeres de cualquier edad estaban exentas de tributo y tenían un seguro social en la época de maternidad, cuando enviuda­ban o tenían algún impedimento, debían colaborar en las épocas de la siembra y recolección de sus respectivas par­cialidades, como parte de sus deberes cosmogónicos y económicos. También hacían labores textiles, esa indus­tria casera diseminada en múltiples unidades de produc­ción por todo el territorio.

La elaboración de mantas de algodón tanto para el uso propio, como para el mercado interno y externo, consti­tuía un renglón importante en la sociedad muisca. El hila­do de la fibra de algodón era una actividad generalizada, que realizaban las mujeres permanentemente entre sus otras actividades. El tejido de las mantas se hacía en gran­des telares verticales de madera, técnica enseñada, según la tradición, por Bochica, y su manufactura constituía un elaborado ritual hogareño, en el que la mujer pedía pro­tección a la divinidad y apoyaba las labores de la familia y la comunidad. Las mantas constituían el presente clásico

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en todas las actividades sociales y estatales, por lo cual esta industria femenina, y en ocasiones masculina, gozaba de gran prestigio.

Aunque la alfarería muisca no alcanzó el nivel técnico ni artístico de otras culturas americanas, sí tuvo una im­portancia económica considerable en la producción de sal y en el uso doméstico. Su elaboración estaba a cargo de grupos familiares especializados, principalmente mujeres y ancianos. Las mujeres del Tybyn, congregaciones feme­ninas de la parcialidad, manufacturaban, durante los tiempos libres de la actividad agrícola, gran parte de la ce­rámica destinada al comercio. Por ello, la alfarería muisca muestra el trabajo de manos acostumbradas al oficio, pero no dedicadas exclusivamente a ello. Buscaban ante todo su carácter utilitario, manteniendo la tradición simbólica, sin pretender virtuosismos.

La economía que los españoles encontraban en las tie­rras muiscas, presentaba una abundancia mayor que la de los pueblos insulares o los otros del continente, desde Pa­namá. Basada en una actividad comunitaria, con una pro­ducción agrícola autosuficiente, que permitía excedentes abundantes para mantener un activo comercio interno y externo, un sistema tributario avanzado y una actividad industrial y artesanal floreciente, tenía en el trabajo de la mujer un aporte indispensable. Por ello, era la economía agrícola más rica y desarrollada del territorio colombiano y la segunda en Suramérica en el siglo xvi. La agricultura del maíz fue su base de expansión y en ella la actividad de la mujer, desde tiempos remotos, permitió la obtención de las variedades útiles y el mantenimiento de ellas en todo el territorio. Pero también se seleccionaron y cultivaron multitud de plantas nutritivas, como el fríjol, la arracacha, el tomate, la calabaza, frutas, cereales, hortalizas, algo­dón, tabaco, coca, fique, etc. Con ellas, se desarrolló una elaborada cocina muisca, de la cual nos quedan muchas reminiscencias. Todo ello permitió que el cronista Juan de Castellanos, escribiendo sobre el territorio muisca y sus gentes, cuando las huestes del conquistador Jiménez de

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Q u e s a d a c o m e n z a b a n l a d e s t r u c c i ó n d e s u m u n d o r e a l i s t a y m á g i c o , d i j e ra :

Tierra buena , t ierra buena! Tierra que pone fin a nues t ra pena. Tierra de oro, t ierra bastecida, t ierra pa ra hacer perpe tua casa, t ierra con abundanc i a de comida, t ierra de grandes pueblos, t ierra rasa, t ierra donde se ve gente vestida, y a sus t iempos no sabe mal la brasa; t ierra de bendición, clara y serena, t ierra que pone fin a nues t ra pena.

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ROBERTO RESTREPO

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Las mujeres castel lanas de los s iglos xv y xvi y su presencia en América

CRISTINA SEGURA GRAÍÑO

Asociación Cultural Al-Mudayna Universidad Complutense de Madrid

A mis queridos tíos Eva y Ángel

Durante los siglos xv y xvi, la sociedad castellana realizó la transición de la edad media a la edad moderna. Al tiempo que los valores medievales entraban en crisis, se sentaban las bases de lo que sería la sociedad del Antiguo Régimen. En medio de estas transformaciones, el descubrimiento de América fue un hecho de gran trascendencia. Las caracte­rísticas de la sociedad castellana se trasladarían' a las In­dias, pero con las diferencias impuestas por la particular realidad social americana. Allí, debido a las dificultades propias de la vida en la Colonia, la sociedad tuvo que ser más tolerante y permisiva. No obstante, cuando estas difi­cultades cesaron, la intolerancia castellana en algunos as­pectos, apareció también en la sociedad colonial.

El grupo de las mujeres, por imposición del resto de la sociedad, consolidó su situación sin admitir las innovacio­nes del Renacimiento y las nuevas doctrinas humanistas. Esta situación se mantendrá estable hasta cuando el sufra­gismo primero y el feminismo luego incida favorablemen­te en sus condiciones.

La situación de las mujeres en Castilla no fue igual a la de las mujeres que fueron a Indias. Los problemas que conllevaba la conquista y la escasez del elemento femeni­no hicieron que allí hubiera una mayor permisividad ha­cia las mujeres, como compensación por las dificultades que habían de arrostrar; de esta manera, se animaba a las castellanas a cruzar el Atlántico. A pesar de esto, la refe­rencia constante era la situación de las mujeres en Casti­lla; situación que, además, fue el punto de partida de las mujeres que viajaron a América.

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A continuación haré una serie de precisiones de carác­ter metodológico, imprescindibles para una mejor com­prensión de la situación de las mujeres en la Castilla de la baja edad media; luego analizaré esta situación y haré una breve referencia a las posibilidades de las mujeres en Amé­rica.

En primer lugar, creo que es imprescindible utilizar el plural "mujeres" frente al singular "mujer". Pues mientras el uso del singular parece hacer referencia a un ser ideal y abstracto, "la mujer", el plural tiene un carácter generali-zador y se refiere a algo muy preciso y definido. Además, el plural "mujeres" es mucho más adecuado, puesto que de esta manera todas forman parte de un solo grupo que, aunque contiene elementos matizadores, también integra otros elementos mucho más fuertes y estables que igualan a todas las mujeres frente al otro grupo social, el de los hombres.

Uno de los elementos que más claramente dividía a la sociedad castellana del medioevo en dos grupos, hombres y mujeres, era la ley. En el siglo xv, los fueros y la ley que regían en Castilla marcaban una profunda diferencia en­tre los dos grupos: privilegiaba al de los hombres y ponía en desventaja al de las mujeres. La ley establecía una clara relación de opresores -los hombres- y oprimidos -las mu­jeres-. Por ejemplo, una mujer necesitaba el permiso de su padre o de su hermano para contraer matrimonio; si éste no lo otorgaba, la hija o hermana no podían disponer de su vida. Una viuda perdía la tutela de sus hijos si contraía un segundo matrimonio, mientras que los hombres la mantenían aun después de un segundo o tercer matrimo­nio, y no necesitaban ningún permiso para contraerlo. Un último ejemplo concierne al adulterio, un delito única­mente femenino por el que las mujeres podían perder la vida, y sobre el cual la ley nada dice con respecto a los hombres. Sólo hay un tema en el que las mujeres tenían un cierto grado de igualdad con sus maridos, el del patri­monio. Tanto los maridos como las mujeres tenían escasas posibilidades para disponer de los bienes de su cónyuge;

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esto se debía a que el patrimonio no pertenecía al indivi­duo, sino al linaje o grupo familiar, y sólo éste podía dispo­ner de él.

Esto no quiere decir que todas las mujeres en Castilla tuvieran una situación semejante, ni tampoco que la reali­dad social se adecuara siempre a la norma jurídica. Los matices y variaciones en la aplicación de la ley fueron mu­chos, pero siempre se podía recurrir a la situación origi­nal, impuesta por la razón patriarcal: los hombres y las mujeres eran diferentes ante la ley. Con base en este plan­teamiento, y atendiendo al sexo, se puede entender a la sociedad del siglo xv castellano como una dialéctica entre dos grupos: hombres y mujeres, opresores y oprimidos. Y aunque éstos no eran los únicos grupos ni la única posible división de la sociedad, es la que aquí nos interesa.

Diversas variables actuaban como modificadores de la situación de las mujeres. Mencionemos, en primer lugar, la clase social. Era muy diferente la libertad de la que go­zaba una mujer noble, de aquella que gozaba una burgue­sa o una campesina. Todas ellas padecían la dominación de los hombres de su familia: padres, hermanos, maridos e, incluso, hijos; pero las mujeres nobles disfrutaban de un mejor status, al tiempo que jugaban el doble papel de opri­midas en su casa y opresoras de las clases inferiores, hom­bres o mujeres.

Por otra parte, la sociedad castellana estaba integrada por individuos pertenecientes a tres religiones: cristianos, judíos y musulmanes. La religión era otra de las variables que diferenciaba la situación de las mujeres. Las cristia­nas, incluso las de las clases inferiores, no soportaban la presión derivada de pertenecer a una minoría religiosa. Las judías y musulmanas, en cambio, sufrían la doble opresión de ser mujeres y de pertenecer a un grupo mino­ritario y sometido. Dentro del grupo judío o musulmán, la clase social también contaba. A las Indias se prohibió el paso de musulmanes. Los judíos fueron expulsados de Castilla unos meses antes del Descubrimiento. Por tanto, en América, el problema fue diferente: había mujeres cas-

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tellanas y cristianas que pertenecían al grupo privilegiado y opresor. Pero éstas eran una pequeña minoría, mientras que había un grupo cuantitativamente muy importante, que era el de las indias. Estas no eran cristianas, y aunque se fueron cristianizando, pertenecían a otra raza que no era considerada igual. Además, pronto aparecieron las ne­gras y todas las clases posibles de mestizas. Esta diferen­cia étnica marcó profundas distinciones entre las mujeres americanas. No obstante, y esto no podemos olvidarlo, to­das estaban sometidas a los hombres de su grupo y esto las igualaba.

Unida a las dos anteriores, había una tercera variable, de gran trascendencia para la realidad social de las muje­res. Se trata del estado civil. Una mujer soltera no tenía ninguna posibilidad de actuar con libertad; en cambio, la situación de casadas, viudas y monjas era muy diferente. Las casadas dependían sólo de sus maridos, quienes si la coyuntura lo requería, podían darles cierto grado de liber­tad, pero siempre condicionado a su voluntad y a modifi­car la situación en el momento en que fuera necesario. Un mercader podía dejar a su mujer al frente de sus negocios cuando se ausentaba; las mujeres nobles administraban los señoríos cuando sus maridos estaban en la guerra; y las campesinas y artesanas colaboraban en el trabajo coti­diano con sus maridos. Estas actividades les ofrecían me­jores posibilidades de vida, pero siempre bajo la tutela del marido. La situación de las viudas era de mayor indepen­dencia, aunque siempre había algún familiar varón que ejercía cierta tutela, pero su autoridad no era tan grande como la del padre o la del marido. Por último, estaban las monjas, que fueron, sin duda, las mujeres que gozaron de mayor autonomía y libertad en la Castilla del fin de la edad media y en la América de la Conquista.

La sociedad patriarcal castellana que llegó a América, estaba configurada por dos modelos de comportamiento. Estos dos modelos no dependían sólo del sexo, lo cual era establecido por la naturaleza, sino que eran construccio­nes sociales; la sociedad patriarcal había ido elaborándo­

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las. De esta manera, el sexo ha sido sustituido por el géne­ro: masculino o femenino; cada individuo al nacer es hom­bre o mujer, pero deberá adecuar su comportamiento al modelo masculino o femenino que corresponda a su géne­ro, aunque esto repugne a su voluntad. En el siglo xv caste­llano, el modelo masculino era el guerrero de mediana edad, padre de familia, cuya virtud fundamental era el va­lor, y su actividad se desarrollaba en los espacios públicos, fuera del ámbito doméstico. El modelo femenino, comple­mento del masculino y cuya existencia se debía a su rela­ción con él, era la mujer, madre, esposa o hija abnegada, sacrificada, trabajadora y devota, cuya actividad se redu­cía al espacio privado y su desarrollo al ámbito doméstico, esto es, al cuidado de la casa y la reproducción.

La actividad pública era un espacio vedado para las mujeres. La política, la cultura, el ejercicio de la religión, todas las actividades que se realizaban dentro de lo que se ha denominado espacio público, les era prohibido. La mu­jer perfecta, cuya protección radicaba en su mayor o me­nor adecuación al modelo femenino establecido por el sistema patriarcal, no debía trascender el espacio privado. Su vida debía transcurrir dentro de la casa, espacio domés­tico por excelencia, y su ocupación debía estar relaciona­da con las actividades domésticas y con la reproducción. Cualquier tipo de comportamiento que no se adecuara al modelo femenino suponía una transgresión.

Estas transgresiones cobran un gran valor cuando in­tentamos acercarnos a la auténtica realidad social de las mujeres y a su pensamiento. El modelo femenino era un ideal que debía ser alcanzado, pero las circunstancias po­dían modificar la situación, y no siempre la actividad de las mujeres se adecuaba a este ideal. Y este es precisamen­te el punto sobre el que debemos enfatizar al hacer la his­toria de las mujeres. Así mismo, es imprescindible tener presente el sistema de géneros. En cada caso debemos des­tacar aquello que era propio del género femenino y si im­plicaba una diferencia con el género masculino; marcada

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la diferencia, es necesario insistir en la desigualdad que esto suponía para las mujeres.

La tarea de conquista y colonización de América impli­có una transgresión continua del modelo femenino. Las mujeres tuvieron que abandonar sus casas y sus familias para ir a América. En muchos casos, tuvieron que respon­sabilizarse ellas mismas de buscar medios económicos para sobrevivir e, incluso, en situaciones extremas, se vie­ron obligadas a tomar las armas para defender sus perte­nencias. O bien forzadas por las circunstancias o valién­dose de pretextos, obraron con total autonomía y libertad. Incumplieron su tarea de féminas en lo referente al espa­cio público -que llegaron a invadir-, pero no por ello olvi­daron sus obligaciones domésticas y reproductoras. Su labor fue doble, pues colaboraron en la colonización con tareas propias del género masculino, pero siguieron fieles a sus tareas femeninas.

La reclusión de las mujeres en los espacios privados se acentuó en la sociedad castellana. Al fin del medioevo, tras la conquista de Granada y la expulsión de las minorías, se acabaron los elementos perturbadores y la sociedad se consolidó, haciéndose fuertemente centralista y conserva­dora. La colaboración de las mujeres ya no era necesaria, y por ello, la sociedad optó por dejarlas en sus casas, ideal propio de la mentalidad burguesa, que iría imponiéndose cada vez con más fuerza a partir del siglo xvi.

Este ideal burgués, que preconizaba la reclusión feme­nina en un espacio doméstico, fue el que llegó a América. Es cierto que allí la situación era muy diferente y que cier­tas transgresiones fueron toleradas, pero en cuanto la rea­lidad se modificaba lo suficiente, el ideal burgués se imponía de nuevo y las mujeres eran encerradas en el es­pacio doméstico para evitar su competencia. Al hablar de espacios domésticos no sólo estoy pensando en la casa sino en el convento; éste era un espacio cerrado en el que las religiosas reproducían las formas de actuación de las laicas. La casa y el convento eran los dos únicos lugares idóneos para las mujeres honradas.

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Aun cuando la mayoría de las mujeres permanecían en sus casas, esto no quiere decir que se mantuvieran al mar­gen de la producción; por el contrario, todas ellas con­tribuían en gran medida al desarrollo económico; no permanecían ociosas. En el trabajo que realizaban dentro del ámbito doméstico había una doble vertiente. La mayor parte de él no recibía ningún tipo de remuneración y era exclusivo del género femenino; pero también había algu­nas mujeres que, dentro de lo privado y sin recibir direc­tamente ningún tipo de remuneración, llevaban a cabo actividades que contribuían a incrementar el patrimonio familiar. Además de este trabajo no pago, algunas realiza­ban labores remuneradas, con lo cual se salían de lo que estaba establecido para su género.

Podemos dividir el trabajo de las mujeres en tres gru­pos: trabajos no remunerados propios del género femeni­no; trabajos no remunerados realizados sin transgredir lo doméstico pero que contribuían a incrementar la riqueza familiar; y, por último, trabajos remunerados fuera del es­pacio privado. Dentro del primer grupo también debemos incluir las labores domésticas confiadas a la sociedad pa­triarcal. En primer lugar, hay que destacar la actividad reproductora. Las mujeres de todas las razas y clases so­ciales son las encargadas de tener hijos y contribuir a la perpetuidad de la familia y de la especie. Pero tras el par­to, la situación de cada mujer depende de la clase social a la que pertenece. Por ejemplo, las mujeres de la nobleza tenían, además de criadas para cuidar a los hijos, amas de cría que los amamantaban. Las amas eran mujeres po­bres, cuyos hijos habían muerto poco después de nacer o eran alimentados deficientemente luego de dar de mamar al hijo de la dama. La profesión de ama de cría era buena mientras duraba; como no había suficientes y debían reali­zar una tarea de mucho cuidado, recibían salario y buen trato, pues de ellas dependía la buena crianza del hijo de la dama. No obstante, era un trabajo duro, pues se hacía a costa del hijo propio y era temporal. Las mujeres de la alta burguesía disfrutaban de una situación semejante a la de

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las nobles; pero muy diferente era la suerte de las mujeres de las clases bajas, quienes no tenían ayuda alguna para criar y cuidar a sus hijos.

El trabajo doméstico de las mujeres variaba según la clase social a la que pertenecían. Las damas de las clases altas se limitaban a dirigir a las criadas y a bordar. En cambio, las de las clases bajas, debían ocuparse de tareas tan duras como el abastecimiento de agua de la casa; para ello debían acarrear el agua del pozo o de la fuente hasta la casa y velar porque nunca faltase. Así mismo, era su obli­gación mantener el fuego del hogar: debían buscar leña y cuidar de que no se consumiera pues del fuego dependían la calefacción, la iluminación del hogar y la condimenta­ción de los alimentos. Ambas tareas son trabajos muy du» ros que se realizaban en el ámbito de lo privado, pero que eran totalmente necesarios para una familia. El abasteci­miento de alimentos también era una obligación femeni­na. Las mujeres debían cuidar el huerto familiar que proveía los vegetales y las frutas para la dieta cotidiana. También debían encargarse de la manipulación de algu­nos alimentos, como la fabricación de pan, y cuidar de los animales de corral que completaban la dieta alimenticia. Aparte de todas estas tareas, las mujeres tenían la obliga­ción de tejer las telas y confeccionar todas las prendas de vestir.

Así, en la Castilla del siglo xv, las campesinas y las mu­jeres de los grupos inferiores de la sociedad urbana tenían a su cargo una tarea imprescindible para el mantenimien­to de la familia y su desarrollo socioeconómico, tarea por la que no recibían ningún tipo de remuneración. Sin em­bargo, las referencias sobre el trabajo doméstico en el medioevo y el Antiguo Régimen no pueden generalizarse, pues la clase social era determinante en este aspecto.

Las tareas reproductora y doméstica no tuvieron nin­gún tipo de consideración social; se pensaba que hacían parte de lo habitual y, por tanto, no había que enfatizar sobre ellas. Lo mismo sucedía con otra serie de tareas que las mujeres llevaban a cabo sin trascender el ámbito priva-

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do, aunque estaban relacionadas con espacios públicos. Éstos eran trabajos que realizaban en las casas y por los cuales no recibían remuneración. En este segundo grupo se encuentran los oficios que correspondían al género masculino, pero que en determinadas circunstancias los llevaban a cabo las mujeres, la mano de obra masculina no era para atenderlos. Eran trabajos lucrativos por los que hubiera cobrado un empleado, pero que al ser realizados por mujeres de la familia no requerían el pago de un sala­rio, puesto que eran actividades de las que dependía la economía familiar. De esta manera, se lograban mayores beneficios.

Las mujeres, según la ley, no podían heredar un seño­río. Solamente en el caso de que no hubiera ningún otro pariente varón, una mujer heredaría un señorío, pero sería su marido quien debía administrarlo. A pesar de estas nor­mas, la mayoría de los señoríos estaban administrados por mujeres. Esto constituía una transgresión a la norma, pero era tolerada, pues la sociedad castellana era una so­ciedad en guerra y los nobles no residían habitualmente en sus propiedades. La lucha con los musulmanes o la conquista de América, ocasionaban grandes ausencias de los caballeros; entonces, eran sus mujeres, que no salían de sus señoríos, las que se encargaban de administrarlos: cobraban las rentas, solucionaban cualquier conflicto, im­partían justicia, etc. La sociedad admitía esta transgresión a la norma por una necesidad perentoria. La actuación de las mujeres nobles como administradoras del patrimonio familiar no suponían para ellas ningún tipo de remunera­ción; era el marido quien disponía del patrimonio cuando regresaba aun cuando las mujeres habían contribuido en su ausencia a mantenerlo y a aumentarlo.

Algo parecido puede decirse con respecto a las mujeres de los mercaderes. Sus maridos hacían largos viajes, que duraban años, para comprar y vender mercancías. En su ausencia ellas se encargaban del negocio; mantenían la empresa familiar, incrementaban el capital y atendían las necesidades del grupo; lo hacían siempre en nombre del

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marido. Cuando éste regresaba, revisaba todo lo hecho por su mujer quien, en realidad se limitaba a seguir lo es­tablecido por el marido, y a solucionar los asuntos cotidia­nos. Ellas no tenían la posibilidad de introducir mejoras o innovaciones, pero se les confiaba la responsabilidad y se les exigía corrección y discreción.

Legalmente las mujeres no eran reconocidas como artesanas. No podían tener un taller propio, ni pertenecer a un gremio. Pero esto no quiere decir que no conocieran a la perfección algún oficio. Las viudas de los artesanos eran autorizadas para gobernar el taller después de la muerte de su marido y hasta que su hijo pudiera hacerse cargo; una mujer que no conociera el oficio, no podía encargarse de un taller. Con frecuencia las hijas de un artesano se ca­saban con hombres que tuvieran el mismo oficio de su pa­dre y en sus cartas de dote es usual encontrar utensilios propios del oficio. Esto supone que las mujeres habían aprendido el oficio de sus padres, que los ayudaban como aprendices sin que por ello recibieran ningún tipo de reco­nocimiento legal o salario. Aunque realizaban un trabajo para el que se necesitaba preparación y que trascendía al ámbito de lo público -así ellas lo efectuaran en el ámbito doméstico-, y aunque éste ayudaba al incremento del pa­trimonio familiar, ellas no recibían directamente compen­sación económica.

Un caso semejante es el de las campesinas. Como sabe­mos, el huerto familiar estaba a cargo de las mujeres, pero además, muchas de ellas debían contribuir con su trabajo en el campo -junto al marido, al padre o al hijo- al pago de la renta feudal. El trabajo del campo requiere sólo unos determinados días al año y mucha mano de obra, mientras que la mayor parte del año no demanda ninguna atención; por ello, en los días en que hay que hacer las labores agrí­colas, toda la familia contribuye. Las mujeres campesinas conocían las tareas necesarias e, incluso, cuando el mari­do moría o era obligado a ir a la guerra, ellas se quedaban al cuidado de la tierra; pero tampoco recibían remunera­ción alguna por su trabajo, que era necesario para la con-

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servación de la unidad familiar. Es preciso tener en cuenta que una mujer no podía ostentar un manso, el titular de la tierra siempre debía ser un hombre, pero ellas colabora­ban activamente en su laboreo.

Con respecto a este segundo grupo que incluye todas aquellas actividades laborales desarrolladas por mujeres, sin remuneración, pero que en el caso de ser un hombre el que las desempeñara, sí serían remuneradas, podemos concluir que, en determinadas circunstancias y cuando la sociedad así lo requirió, se permitió a las mujeres llevar a cabo tareas que no eran propias de su género y que, inclu­so, les estaban vedadas por ley; y esta transgresión era to­lerada porque el desarrollo económico así lo exigía. No obstante, cuando las mujeres realizaban estas tareas, nun­ca lo hacían en igualdad de condiciones con los hombres.

Aunque la sociedad castellana medieval recluía a las mujeres en el ámbito privado y las reducía al espacio do­méstico, hubo casos en los que ellas pudieron proyectarse en un espacio público, desempeñar un trabajo remunera­do y tener un patrimonio del que podían disponer. Sola­mente hay dos trabajos que las mujeres monopolizaban enteramente. Uno era el de ama de cría, al que ya he hecho referencia, y el otro era el de partera. Desde siempre, las mujeres han sabido atender los partos, cuidar a los niños y a los viejos y sanar a los enfermos, todo ello con remedios caseros y una medicina natural transmitida de madres a hijas. Estos conocimientos, adquiridos a través de la expe­riencia, pronto fueron rechazados por la ciencia oficial, que se negó a reconocerlos. Y aunque la medicina de las mujeres curaba y ayudaba, cuando se crearon las faculta­des de medicina, estos saberes quedaron al margen. Los hombres eran los únicos que podían tener acceso a la uni­versidad y sólo sus maestros estaban capacitados para ins­truir sobre esta materia. Se pensaba, así mismo, que sólo podían curar aquellas personas que acudieran a una facul­tad de medicina. De esta manera se prohibió a las mujeres aplicar sus conocimientos empíricos, que solían ser efica­ces. Solamente fueron autorizadas para ayudar en los par-

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tos, puesto que se consideraba que esto era natural y no demasiado importante, pues sólo afectaba a las mujeres y no requería de conocimientos especiales. Las mujeres quedaron reducidas entonces, a un espacio doméstico: el parto; mientras que el curar, la medicina, era un espacio público y sólo correspondía a los hombres. La ciencia de­bía ser privativa del género masculino. Se prohibió a las mujeres sanar y a las que se obstinaron en seguir hacién­dolo, se las consideró brujas y fueron denunciadas ante la Inquisición. Las parteras eran mujeres que dominaban una técnica muy precisa y recibían un salario cuando cumplían sus servicios. No obstante, dentro del área de la salud en general, su trabajo era inferior al de los hombres y no gozaba de ningún reconocimiento social.

El trabajo de criada era habitual entre las hijas de los grupos más desprovistos de la sociedad castellana medie­val. Se han conservado contratos de criadas y, gracias a ellos, se conocen perfectamente las condiciones en las que se realizaba esta actividad. Las criadas eran niñas de corta edad, cinco o seis años, que eran entregadas por sus pa­dres a una familia pudiente para que las criara. A cambio del vestido y la manutención, las niñas debían colaborar en el trabajo de la casa, en cualquier tipo de trabajo do­méstico o en el taller, si el dueño de la casa era artesano. No recibían salario pero, cuando eran mozas, el amo las dotaba para que pudieran contraer matrimonio. Estas criadas de artesanos debieron trabajar bastante y con apli­cación en los talleres de sus amos. Algunas se casaban con artesanos del mismo oficio y su dote consistía en útiles para el trabajo, junto con la ropa de casa necesaria. Desde su más tierna infancia, estas niñas debían abandonar a su familia para labrarse un porvenir que sus padres no po­dían ofrecerles.

Muy distinta era la situación de los criados, quienes siempre recibían un salario por sus servicios. Si trabaja­ban en el taller de su amo, no recibían el nombre de cria­dos, sino el de aprendices u oficiales. Se han encontrado algunos casos de criadas viejas que obtenían un salario

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por su trabajo en casas importantes; pero, en las mismas circunstancias, los salarios que recibían los criados solían acercarse al doble de lo que cobraban las mujeres.

En las ordenanzas municipales castellanas hay nume­rosas referencias a temas de carácter laboral. En ellas se habla de trabajos que eran desempeñados únicamente por mujeres, pues siempre que se nombra a quien los desem­peña se usa el género femenino. Creo que esta obstinación en el género responde a un monopolio de las mujeres so­bre estas actividades. Sin embargo, es importante señalar que todos éstos son trabajos de muy limitada presencia social, los cuales reportan bajísimos ingresos a quien los ejerce. Es el caso de las triperas, berceras, semilleras, que­seras, panaderas, etc., quienes vendían diferentes produc­tos, aunque no los fabricaban, pues ése era un oficio de hombres. Estas actividades, que generalmente no reque­rían una preparación especial, tenían un marcado carác­ter subsidiario, no estaban integradas en organizaciones gremiales y tenían muy mala consideración social. Eran oficios poco apetecidos que los hombres preferían dejar a las mujeres, en el caso de que ellos tuvieran otros trabajos, mucho más rentables y mejor considerados socialmente. Pero a pesar del poco reconocimiento por estos trabajos, no puede olvidarse que las mujeres siempre lo desempeña­ban en una situación de precariedad y, en cualquier mo­mento, podían ser apartadas de ellos.

Parece que la venta al menudeo era una de las activida­des a las que les estaba permitido dedicarse a las mujeres. Además de las que vendían un solo producto, como las berceras, había otras mujeres que vendían cualquier cosa que se les ofreciera; éstas eran llamadas regatonas, servían de intermediarias para la venta de cualquier producto y eran las que abastecían los mercados diarios de las ciuda­des. Sus ganancias eran muy escasas, pues solían vender productos perecederos, como pescado o fruta a bajos pre­cios.

Todas las mujeres que desempeñaban actividades re­muneradas dentro del ámbito urbano, pertenecían a las

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clases inferiores de la sociedad y disponían de unas peque­ñas ganancias con las que contribuían al sustento del gru­po familiar. Su actividad no puede considerarse como profesional, pues estaba motivada por necesidades peren­torias de su familia y de la economía de la ciudad, que re­quería mano de obra barata que supliese las deficiencias de abastecimiento.

En el campo también había algunos trabajos que de­sempeñaban únicamente las mujeres; trabajos pesados, poco especializados y despreciados por los hombres debi­do a su dureza. Un ejemplo es el de las cogedoras de acei­tuna del Aljarafe sevillano. Estas mujeres llegaban al Aljarafe en la época de recogida de la aceituna, durante el invierno riguroso; ellas venían en grupo, vecinas, madres, hijas, abuelas, etc., y trabajaban unos días cogiendo del suelo las aceitunas para elaborar el aceite. Cobraban un salario y la manutención. Esta tarea sólo era desempeñada por mujeresy por llevarla a cabo recibían la mitad del sala­rio que recibiría el hombre por el mismo tipo de oficio.

El peor de los trabajos que una mujer podía desempe­ñar era el de la prostitución. En la edad media, en todas las ciudades castellanas, había un barrio más o menos grande al que se denominaba mancebía. Allí residían las mancebas o prostitutas, cuyo trabajo era considerado como necesario -en una sociedad en la que abundaban los solteros- y estaba perfectamente reglamentado. A la socie­dad burguesa finimedieval lo único que le preocupaba era que las mancebas salieran de la mancebía y se codearan con las mujeres honradas en los lugares públicos, por ello, se las encerraba en el gueto de la mancebía para evitar que se mezclaran con las otras mujeres. Además, para diferen­ciarlas, estaban obligadas a vestirse de forma llamativa; en Sevilla, por ejemplo, tenían que llevar tocas de color de azafrán. Las mancebas recibían un salario establecido por sus servicios; había un funcionario que se encargaba de vigilar que en la mancebía hubiera orden, que no se mal­tratase a las mancebas y que éstas pagasen los impuestos que les correspondían. Las mancebías eran propiedad pri-

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vada; los dueños podían ser desde la Corona hasta un ca­bildo catedralíceo, pero lo más frecuente era que pertene­cieran al Concejo de cada ciudad.

Las mujeres castellanas no podían estar solas, siempre debían tener la protección de un hombre. Primero el pa­dre o el hermano, quienes decidían con quién debía casar­se su hija o hermana, sin pedirle opinión a ella. Después del matrimonio, el marido era quien velaba por ellas y, si enviudaban, era el hijo quien pasaba a ser la cabeza de fa­milia. Las mujeres eran vistas como seres débiles e inde­fensos, por lo que había que protegerlas; pero también se las consideraba malvadas e inclinadas al pecado desde tiempos de nuestra madre Eva, y por esto también era ne­cesario vigilarlas. Así, siempre debían estar bajo la tutela de un hombre. Se han conservado testimonios escritos del temor de las mujeres hacia los matrimonios forzados, a los que no tenían más remedio que amoldarse. Aunque el amor no era requisito para el matrimonio, algunas muje­res manifestaban su deseo de unirse a personas de su agra­do. Los hombres no tenían este problema, pues podían casarse a su entera libertad. En las clases más o menos acomodadas, los matrimonios se hacían por intereses eco­nómicos; por ello, los padres o hermanos utilizaban a sus parientas, hijas o hermanas, para alianzas y negocios.

El matrimonio era un contrato civil que no necesitaba el refrendo de la Iglesia, aunque se requería la presencia de un clérigo para que al bendecir el contrato diera una mayor fuerza y estabilidad a lo contratado. En este docu­mento escrito se estipulaba todo lo referente a la dote que aportaba la mujer, los bienes materiales que llevaba al ma­trimonio y la disponibilidad de los mismos. También se normatizaba sobre las arras, que eran los bienes que el hombre entregaba a la mujer en el momento de la boda. La dote que llevaba la mujer y las arras que ofrecía el ma­rido no debían gastarse. Éstos eran bienes que se reserva­ban para que las mujeres, en caso de enviudar, tuvieran cierto respaldo económico. El matrimonio no era frecuen­te entre las clases inferiores, donde no mediaban bienes

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económicos. Esto daba lugar a que los enlaces entre las clases altas fueran totalmente programados por las fami­lias, sin que los novios se conocieran; mientras que entre los desheredados de la fortuna, eran los propios contra­yentes quienes tomaban la decisión de formar una familia y no necesitaban ningún otro requisito. Eran uniones mu-cho más libres y en las que podía intervenir el amor. No era imprescindible el contrato civil, ni la bendición del clé­rigo para que la unión se considerara válida, y los hijos, legítimos. Cualquier tipo de unión estable legalmente te­nía los mismos efectos sobre los hijos o la herencia. No obstante, después del Concilio de Trento, fue imprescindi­ble la presencia del clérigo para la celebración de un ma­trimonio. Junto a los matrimonios entre solteros, había otro tipo de unión estable y reconocida legalmente, era la unión de un clérigo y una mujer, denominada barraganía. Todavía en tiempos de los Reyes Católicos hay algunas le­yes que protegen a las barraganas y a sus hijos, sobre todo en cuestiones relacionadas con la herencia.

La realidad de las mujeres en la sociedad castellana per­maneció estática desde el momento del tránsito del me­dioevo al Antiguo Régimen, hasta el siglo xix, cuando se impuso el ideal burgués. Y aunque ésta fue la situación que se trasladó a las Indias, en América se creó una situa­ción especial, derivada de la falta de mujeres solteras y blancas; allí la sociedad fue mucho más tolerante, debido a las dificultades que las mujeres tuvieron que enfrentar.

Las mujeres castellanas que emigraron a las Indias fueron en su mayoría las mujeres de los conquistadores, no siempre nobles. También lo hicieron mujeres de clases inferiores, con sus maridos, a colonizar y a buscar fortu­na; y por último, viajaron algunas prostitutas. La situación de todas ellas reprodujo los moldes de la metrópoli. Pero hay que tener en cuenta que, en América, las indias y mes­tizas fueron las que sufrieron una mayor opresión, pues soportaban la doble condición de ser mujeres y pertenecer al grupo oprimido.

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BIBLIOGRAFÍA

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Las mujeres en la I lustración. Las voces de la madre

Petronila

MARÍA TERESA GARCÍA SCHLEGEL

En la mañana del 25 de abril de 1783, Santafé fue conmo-cionada por innumerables pasquines que aparecieron coli­gados en las esquinas de las calles que conducían al mercado. Su carácter sedicioso, de inocultable factura ju­venil y universitaria, venía a transformar, con los aires del Siglo de las Luces, la atmósfera de esta ciudad taciturna y religiosa, de ritmo lento y tierra fría.

Primorosamente ubicada, como un balcón sobre la sa­bana verde y trigo, por capricho e inteligencia de uno de los pocos conquistadores letrados que conoció el Nuevo Mundo, Santafé fue desde su fundación el sueño de un or­den, al que compelía la misión de dominar su entorno. Pri­mero colonizar y evangelizar, luego educar, fueron las tareas de un ejército de letrados, cuyo número jamás se compadeció con el letargo y analfabetismo de su vida coti­diana1. Por largos años, Santafé conoció el estancamiento debido a su aislamiento regional y al escaso crecimiento de su población, en la que predominaban los indígenas. Casi el único desarrollo estuvo en manos de la Iglesia. La ciudad llenaba su vida con los sucesos cotidianos, las fies­tas públicas, los crímenes horrendos o las excomuniones, y uno que otro paseo a sus goteras.

Hacia mediados del siglo xvm, conoció un relativo re­nacimiento, gracias al ciclo de dinamismo que la Ilustra­ción imprimió en todos los campos. La filosofía, que hizo

1. Ángel Rama, La ciudad letrada, Hannover, Ediciones del Nor­te, 1954.

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JJUÍ mujeres en ta ilustración

de la razón la fuente de felicidad para el hombre, llegó también a esta aislada aldea con pomposo título de capital de virreinato. La élite letrada del Nuevo Mundo se hizo eco de las penurias de España, donde era necesario reali­zar un enorme esfuerzo con miras a la recuperación econó­mica. Allí, la Ilustración salió a la salvaguarda, ofrecién­dole a la metrópoli el baluarte ideológico necesario para emprender las reformas. A ello se debe el que el criterio de utilidad haya primado en las innovaciones ilustradas em­prendidas por la monarquía de ultramar.

Ésta fue la primera vez en la historia de la Nueva Gra­nada en que la iniciativa civil y militar sobrepasó con creces a la religiosa. Se revitalizó el comercio y la adminis­tración civil. Se llevaron a cabo numerosas obras y se hizo evidente un cambio de mentalidad. Funcionarios colonia­les y criollos ilustrados hicieron ostentación de su despre­cio por la tradición, su afán de cambio y su optimismo ingenuo, a la vez que exhibían su gran entusiasmo por la ciencia y un no desdeñable sentido social. Sin embargo, jamás se renegó de la ortodoxia católica, pues en España y América, la Ilustración no es anticlerical, de hecho, entra de la mano del padre Benedicto Benito Feijoo y Jovella-nos2.

El gran adalid de la Ilustración en la Nueva Granada fue el sabio José Celestino Mutis, quien creó un vigoroso movimiento científico. Su presencia fue el estímulo nece­sario para que la Corona emprendiera la Expedición Botá­nica. Se construyó el Observatorio Astronómico y la Biblioteca Nacional. Se introdujo la imprenta en 1777 y se edificaron varios hospicios y numerosas obras de infraes­tructura.

Entonces, la sociedad santafereña se replegó sobre sí misma, al igual que su literatura. Interesaba el presente o

2. El presente trabajo sigue la investigación de Angela Inés Ro­bledo: "Antes de la Independencia", publicada en: María Mercedes Jaramillo, Ángela Inés Robledo y Flor María Rodríguez Arenas, ¿Y las mujeres? Ensayos sobre literatura colombiana, Medellín, Univer­sidad de Antioquia, Colección Otraparte, 1991, págs. 51-64.

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MARÍA TERESA GARCÍA SCHLEGEL

la construcción del futuro. Las reformas abrieron los ojos al mundo europeo y las nuevas corrientes, pero a la vez acentuaron el descontento de la clase criolla educada, para la que cada día era más evidente el carácter contra­dictorio de su postura: formaba parte del grupo letrado, atesorador de la letra y el poder al servicio de la monar­quía de ultramar, pero a la vez era un simple intermediario de ese poder.

Jóvenes criollos como Antonio Nariño, Francisco José de Caldas, Francisco Antonio Zea, y otros, la generación que se conocerá luego como de "los Precursores", se re­unían para asimilar las nuevas ideas y gestar planes de in­dependencia. La Ilustración dio carta blanca a las utopías letradas. Para la élite educada criolla, ya no era tan clara la necesidad de ejercer un papel secundario como inter­mediaria de un poder absoluto de allende. Las nuevas ideas le daban la certeza para proyectar su propia utopía a tra­vés del poder de la letra. Bien fuera en la Biblioteca Nacio­nal, que cobijaba a la tertulia Eutropélica, de "carácter científico y estudioso", bien en los salones de la clase alta criolla, la ciudad letrada fue consciente, cada vez más, de su capacidad y su poder.

Como era de esperarse, toda esa efervescencia fue a parar a las prensas de la época. Ya este espacio había sido insinuado por el Aviso del Terremoto, una publicación que no pasó de los tres números, pero que, de cierto modo, impactó la mente letrada criolla, dando paso a un nacio­nalismo incipiente. Con Manuel del Socorro Rodríguez se inicia el periodismo colombiano. Su Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, recogió algunas de las pro­ducciones de la tertulia Eutropélica. Nariño prestaba li­bros y difundía proclamas enardecedoras que le valieron la cárcel y el exilio. De su imprenta personal salió la publi­cación de los "explosivos" Derechos del Hombre. Algunos años después, Caldas había de publicar el Semanario del Nuevo Reino de Granada. Con éste salió a la luz el fruto más maduro de la inquietud científica sembrada por Mutis.

Siendo época de cambios, la mentalidad con respecto a

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Las mujeres en la Ilustración

la mujer también sufrió transformaciones. Hasta enton­ces, el prototipo de la mujer blanca de clase alta compren­día o modestas, obedientes y recatadas doncellas, o viudas dolientes y enlutadas, o castas esposas o enclaustradas monjas. Y si bien estas dos últimas tenían la posibilidad de una realización emocional y psicológica, sus vidas estaban sujetas a duras restricciones. La literatura se había hecho eco de ello al fomentar, durante siglos, una visión femeni­na idealizada para las clases altas. La mujer era el baluarte de la tradición y de la pureza de la clase y la raza. Por ello su vida transcurría en el claustro o en el encierro hogare­ño. Ahora, con los nuevos aires, la mujer participa de los placeres de una corte letrada incipiente. Doña Manuela Sanz de Santamaría, honorable matrona santafereña, abre su casa a los talentos literarios de la época. En su ter­tulia del Buen Gusto, se combinaba la sabiduría mundana y la elegante frivolidad, el culto a las letras y el ardor revo­lucionario. Doña Manuela unía en sí las dotes de natura­lista y literata. Había organizado un gabinete de historia natural, que le valió las alabanzas del sabio Alexander von Humboldt. Al parecer, su hija cultivó, con mejor suerte que ella, la musa literaria: "Doña Tomasa tenía más talen­to aún que la madre[...] Murió soltera y no se conserva de sus versos, sino una poesía muy mediana a imitación de una oda de Safo"3.

El espacio cortesano que abre esta tertulia, dio cabida a otro tipo de mujer que rescató la literatura. Tal es el caso del autor Francisco Antonio Vélez Ladrón de Guevara, por cuyos escritos empiezan a circular mujeres de carne y hueso. Pecadoras, coquetas, juveniles y fatuas damas son detenidas en el instante de la escritura. Las minucias coti­dianas no escapan a la pluma socarrona de este escritor; son muy expresivos los títulos de sus obras: "A una dama postrada en la cama", "A una señora a quien el viento arre-

3. José María Vergara y Vergara, Historia de la literatura en la Nueva Granada, Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1974, tomo 2, Pág. 55.

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MARÍA T E R E S A GARCÍA S C H L E G E L

bato el sombrero de la cabeza andando a caballo por el campo", y otros.

Para entonces, no es raro encontrar a la mujer parti­cipando de la inconformidad reinante. Tal es el caso del panfleto político "Las Brujas", que debió ser escrito, desde Tolú, por Felipa Nogales a Therencia de Carrizo4. Fruto del rencor personal, este pasquín preludia la sátira social, cuando se concentra en la destitución del presidente Fran­cisco de Meneses Bravo de Saravia.

La educación fue la preocupación fundamental de los gobiernos del siglo XVIII. La Ilustración vino para reforzar a la ciudad letrada. De carácter esencialmente urbano, su­ponía que la educación aseguraba la felicidad de los pue­blos. Para ello era imprescindible el cultivo de las ciencias útiles. Por esos años se creó en la Nueva Granada un pode-foso movimiento de reforma educacional, con sentido es­tatal y secularizante5. Había que centralizar la enseñanza, en especial la enseñanza superior -espíritu del cual parti­cipó la expulsión de los jesuítas- para que no fuera obstá­culo a las nuevas necesidades oficiales. Era necesario moldear a la ciudad letrada, y así se multiplicaron los pla­nes de estudio de clara tendencia monopolista o regalista. Se buscaba excluir a los religiosos de la enseñanza públi­ca. Se pretendía uniformar la educación en todas las uni­versidades, no sólo en cuanto a los métodos, sino en cuanto a las ideas. El virrey nombraba a rectores y cate­dráticos. También estaba en sus manos la aprobación de los planes de estudio, incluso de la más apartada escuela del virreinato.

Con el fin de reformar el plan de estudios, se llevaron a cabo métodos provisionales, que no disimulaban su ani­madversión hacia la filosofía escolástica, que había sido hasta entonces la reina y señora de nuestras universida-

4. Jaramillo, Robledo y Rodríguez, Op. cit., pág. 53. 5. Juan Manuel Pacheco, La Ilustración en el Nuevo Reino, Ca­

racas, Universidad Católica Andrés Bello, Instituto de Investigacio­nes Históricas, 1975.

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des, más duchas en graduar maestros en retórica que pro­fesionales útiles. Era evidente el entusiasmo por las cien­cias naturales; esto fue objeto de agrias discusiones que empaparon los periódicos de la época. La mujer también participó de ellas; tal es el caso de la misma doña Manue­la, quien escribió un artículo aparecido en el Papel Periódi­co de Santafé de Bogotá titulado: "Reflexiones de una dama filósofa sobre un punto importante de la educación públi­ca", donde, a partir de un punto de vista ético-religioso, pone en tela de juicio la conveniencia de dar a las huma­nidades un lugar destacado en la educación6. Se dio gran importancia a la escuela primaria, que debía ser para to­dos. Se crearon escuelas de arte y oficios para los artesa­nos y se fomentó la educación de la mujer.

Así, los pasquines de aquel 2 de abril de 1783, rezaban: "Aviso al público- que en el día veintitrés se abren las Escuelas en la Casa Fundación de la Enseñanza, y da principio en ellas a la de las niñas jóvenes, así que fixo establecimiento como entrantes y salientes, para que las personas que pre-tendieren su efecto, ocurran a tratar el asunto con la supe-riora de dicha Casa"7.

El convento de La Enseñanza abrió al público el pri­mer colegio de educación femenina en el Nuevo Reino. Con ello se hacía una demostración del igualitarismo filantrópico ilustrado, que pretendía liberar a la mujer de las viejas trabas que le impedían una libre elección matri­monial y el acceso a una incipiente instrucción. Hasta en­tonces, para la enseñanza de la mujer sólo existían los conventos de monjas, tales como La Merced, Santa Clara, Santa Teresa, y otros, en los que exclusivamente se educa­ban las religiosas de esas comunidades.

A pesar de que la vida de las religiosas también estaba

6. José María Rivas Sacconi, El latín en Colombia. Bosquejo histórico del humanismo colombiano, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1977, págs. 239-240.

7. Guillermo Hernández de Alba, Mujeres de la Colonia, Bogo­tá, Ediciones del Concejo, s.f., pág. 19.

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sujeta a duras restricciones, estas comunidades fueron desde siempre instituciones femeninas semi-autónomas de múltiples funciones. Se desempeñaron como "centros de vida religiosa, guarderías de niñas pequeñas, interna­dos de señoritas, locales para las sin-casar, refugio de viu­das o residencias de ancianas y hostales en las que algunas pasaban temporadas con sus amigas"8. Pero aquellos car­teles de 1783, en consonancia con el espíritu de la nueva época, abrieron dos nuevos espacios para la mujer de aquel entonces: podían ser además estudiantes y maes­tras. Esto último era doblemente importante, puesto que "rompía con la tradición paulina que negaba a la mujer el derecho a enseñar y se adelantaba a su tiempo. La maestra es el tipo femenino que corresponde al siglo xix, centuria en la que como monjas y laicas empezarán a enseñar profesionalmente"9.

El convento de La Enseñanza.

Ya desde 1776, doña María Clemencia Caycedo había iniciado los preparativos para la fundación de un conven­to que funcionara como un colegio para las niñas. Como era de esperarse, esto conmocionó la vida de los santafere-ños. Las discusiones, dimes y diretes, acompañaron al co­legio desde que era un proyecto, llegando a proponer la fundación de una casa para viudas o un correccional para mujeres de "mala vida", instituciones que consideraban más pertinentes a las necesidades de la Colonia.

Para llevar a cabo esta iniciativa, el proyecto de María Clemencia Caycedo hubo de pasar, al igual que todos los proyectos letrados criollos, por un intrincado proceso de cartas, peticiones, instrucciones y aprobaciones que sur­caron el mar durante casi 17 años. Mientras tanto, lle­garon desde Francia las instrucciones que habían de asegurar el transplante a estas tierras de la Compañía de

8. Jaramillo, et al, Op. cit., pág. 10. 9. Ibid., pág. 57.

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María, fundada por Juana de L'Estonnac. A través de car­tas, doña Clemencia supo que dicha congregación seguía las enseñanzas de Montaigne, cuando fusionaba la vida contemplativa con la vida activa y apoyaba ideas de lucha social. Al igual que en el acto fundador, la letra escrita se revestía de su poder creador para encomendar la instaura­ción de una institución a manos de la ciudad letrada neo-granadina en la figura de la eminente matrona.

El colegio empezó a funcionar con 25 alumnas de la alta sociedad y 250 "hijas del pueblo"10. La educación era gratuita y sólo las niñas de la nobleza, que eran admitidas como colegialas, debían pagar 100 pesos anuales por ma­nutención y comida. Se las educaba para la vida domés­tica.

Sus manos se ad ies t raban en toda clase de labores; ga ta tumbas , tejidos en renjé, bordados con seda e hilo de oro; hacen medias , encajes y botones espigados; co­sen camisas , enaguas y manti l las; remiendan , hilan, pedacéan y cogen pun tos a las medias . Leen, escriben y algo de contar aprenden , se ins t ruyen en la doctr ina cris t iana según el abate Fleury, y reciben explicaciones de la m i s m a por el impreso que a San ta Fe envió nues­t ra m a d r e Petronila Aspérregui, pr iora del convento de la Enseñanza de la real Isla de León11.

Al igual que en el proceso colonizador, al transplante de una institución siguió su adecuación letrada, cuando la

10. ¿Quiénes podían ser estas hijas del pueblo? Quizás hace re­ferencia solamente, como fue usual en el siglo xix, a las hijas de los artesanos (María Teresa García, "Las novelas por entregas de Sole­dad Acosta de Samper", tesis de grado, Universidad de los Andes, Bogotá, 1991). ¿O quizás estuvieran implicadas también las hijas de aguateras y sirvientas, gentes del común, ajenas hasta entonces a cualquier tipo de educación? Debido a la pérdida del registro de las primeras colegialas es imposible responder estas preguntas, pero lo más probable es que fueran hijas de artesanos y escribanos, la clase media de la época.

11. Hernández de Alba, Op. cit., págs. 19-20.

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vida cotidiana ajena a esos proyectos de orden, filtrara sin compasión sus andamiajes. Esta labor le correspondió a la madre María Petronila Cuéllar, autora de uno de los po­quísimos escritos de mujeres que encontramos en el perío­do de la Ilustración en el Nuevo Reino.

La madre María Petronila Cuéllar

En 1805, veintidós años después de la fundación del convento-colegio de La Enseñanza, la madre María Petro­nila Cuéllar se propone recoger en un libro una serie de consideraciones espirituales, consejos y avisos para las re­ligiosas del convento como educadoras de la juventud. Ello constituía ya una novedad. Hasta entonces, los textos conocidos de religiosas de la Colonia (casi que las únicas en capacidad de manipular la letra, ya que su renuncia al mundo y a su naturaleza pecaminosa les confería el dere­cho a recibir una instrucción) están inscritos en el género hagiográfico. El "propósito era edificar por medio de las 'Pasiones' y las 'Vidas' en prosa o en verso, y las narracio­nes de milagros"12. La mayoría de estos textos habían sido escritos por los confesores, negándoles a las mujeres la] autoría absoluta de sus producciones. Entre las escritoras religiosas anteriores al advenimiento de la Ilustración, un caso muy excepcional es el de la madre Francisca Josefa de Castillo (1671-1742), testimonio único de interioridad, rebeldía y misticismo.

En este contexto, el escrito de la madre Petronila es una verdadera revelación. Ajena del todo al espíritu marti­rizado y rebelde de la madre Castillo, María Petronila no se conforma con ser una simple ejecutora de un proyecto educativo que trajeron de allende las cartas dirigidas a María Clemencia Caycedo; además, es la productora y di­señadora de un modelo cultural de educación y comporta­miento, la adecuadora de un proyecto.

María Petronila Cuéllar nace en la villa de Timaná en

12. Jaramillo et al, Op. cit., pág. 43.

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1761; hija de doña Josefa Cuéllar, y don Francisco de Cué-llar, quien había ejercido entre otros cargos el de alcalde extraordinario de aquella villa13 Poco se sabe de su infan­cia y sus estudios, a excepción de una curiosa anécdota: en alguna ocasión, la familia Cuéllar fue a cumplir una pro­mesa a Chiquinquirá. Estando en la plaza de la catedral, tropezaron con doña Clemencia, a quien pidieron encare­cidamente que se hiciera cargo de su hija Petronila y la to­mara bajo su protección. Esta noble dama aceptó gustosa, va que la noche anterior había tenido una premonición de este encuentro, en la que una voz le había dicho: "recíbela, pues ella será la columna de tu obra"14. A partir de aquel momento, doña Clemencia recogió a otras muchachas, a quienes se propuso preparar para religiosas educadoras de su proyecto.

María Petronila ingresó al convento a los 22 años. Tomó el hábito en 1783, el 18 de marzo. El 29 de septiem­bre de 1785 realizó sus votos perpetuos y recibió el título de madre el 31 de octubre de ese mismo año. Fue la prime­ra educadora, la primera secretaria (archivera) y la prime­ra prefecta. En dos ocasiones ejerció el cargo máximo de priora: de 1794 a 1797 y de 1800 a 1803. Dos años más tar­de escribió su libro.

La obra se desarrolla en dos planos: en uno de ellos está la madre Petronila frente a la muerte, que ya le anun­cia su enfermedad, y hace acto de penitencia y devoción; en el otro, asume su rol letrado para diseñar la escuela, darle nuevos rumbos, y ajustaría a una red de orden y mis­ticismo que garantizara su eficacia letrada y espiritual. Los dos planos están perfectamente imbricados: su salva-

13. Antonio Gómez Restrepo, Historia de la literatura colombia­na, Bogotá, Publicaciones de la Biblioteca Nacional de Colombia, 1938.

14. Comunicación personal con la madre Julia González, archivera del convento de La Enseñanza, a cuya generosidad e inte­ligencia, además de un excelente conocimiento del archivo, debe­mos este escrito.

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ción espiri tual está compromet ida con la eficacia de su papel le t rado:

Hallándome movida a escribir algunas cosas para bien de mi alma y provecho de mis prójimos, conozco será del agrado de Dios diga algo a mis hermanas sobre las obligaciones de nuestro instituto; y solo por obe­diencia comienzo hoy, día tres de Diciembre de mil ochocientos cinco. Ofrezco y dedico a mi madre santí­sima todas las palabras que escriba; haciendo como hago una entrega formal de mi alma y corazón, con un verdadero deseo que mis palabras sean como un grano de mostaza, pequeñas porque salen de mi rudeza y sim­plicidad; pero que produzcan árboles grandes adonde descansen las aves del cielo15.

La escri tura en las sociedades h ispanas tenía ya de por sí u n a suerte de natura leza sagrada, cuando era ejercida en u n a sociedad analfabeta16 . La lengua, y con ella la escri­tura, era la compañera del Imper io . Venía de allende, en los té rminos enrarecidos del lenguaje burocrá t ico cortesa­no y obedecía a un poder inconmensurab le y sin rostro. A

15. María Petronila Cuéllar de Jesús, "Riego espiritual para nuevas plantas. O instrucciones que la M. R. M. María Petronila Cuéllar de Jesús, da a sus religiosas de la comunidad de 'Hijas de Nuestra Señora y Enseñanza' "[1805], copia manuscrita del origi­nal, Bogotá, Archivo del convento de La Enseñanza, pág. 1. No pu-diendo encontrar el original, el texto a que tuvimos acceso fue la copia que reposa en el archivo del convento de La Enseñanza. He* cha manuscrita en un cuaderno rayado, es posible que haya sido realizada durante este siglo. La ortografía fue actualizada y es fre­cuente encontrar errores sintácticos y numerosos neologismos en la transcripción. Se desconoce el nombre de la transcriptora, así como la fecha de la transcripción. Todas las citas del texto de la madre Petronila han sido tomadas de esta copia.

16. Recordemos el acto de rendición de los incas, cuando al momento de la lectura del evangelio, los indígenas quedaron pos­trados ante la majestad de un paño que emitía palabras incompren­sibles.

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esta naturaleza sagrada de la escritura, María Petronila le agregó el que fuera un conocimiento enviado por Dios: "[...]ha llegado el día en que pueda desplegar mis labios y derramar mi corazón explicando del modo que pueda los sentimientos y conocimientos que el señor se ha servido inspirarme acerca de nuestro cargo de enseñanza" (Cué-llar, pág. 31). La madre Petronila dirige su escrito a las her­manas donadas y coadjutoras. Las primeras eran aquellas mujeres que servían al convento haciendo los oficios nece­sarios por fuera de él (recordemos que en sus primeros tiempos La Enseñanza fue un convento de monjas de clau­sura). Las segundas eran las encargadas de los oficios do­mésticos dentro del convento. Por lo general analfabetas, interesaba a las religiosas elevarles, antes que nada, su ta­lla espiritual. María Petronila las impele a que sirvan con "virtud" al convento. (Posteriormente iban a ser aceptadas como religiosas del mismo, y con ello se buscaba evitar las dificultades que suponía la convivencia de la "calle" en el espacio cerrado de la clausura). Como eran analfabetas, el texto dirigido a ellas debía ser leído. ¿Qué efecto podía producir esa lectura en el auditorio, en un medio donde lo único escrito y leído son los textos sagrados?

El confesor leía, aprobaba, y entonces, sólo entonces, era posible su difusión. Con ello se repite un proceso ini­ciado desde la Conquista y que aún pervive en nuestras le­tras: la añoranza por una lectura eurocéntrica como la única verdadera y consagratoria. El aval del confesor se suma a la naturaleza sacra del texto.

La ventaja de la escritura reside en que mientras lá len­gua hablada pertenecía al reino de lo inseguro y lo preca­rio, la lengua escrita remedaba la eternidad; estaba libre de las vicisitudes y las transformaciones de la historia, pero sobre todo, consolidaba el papel rector de la escritura sobre la realidad. Se creía -y se cree- que era capaz de es­tablecer el orden donde reinaba el desorden: "Mis amadas hijas, vosotras me habéis pedido os diga algo por escrito para perpetuarlo en el centro de vuestras almas sin fiarlo a la frágil memoria" (Cuéllar, pág. 32).

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Se escribe con los ojos puestos en el futuro, de ahí el título, que resulta tan bello y expresivo:

¡Oh Virgen Sagrada! ¿Qué nombre queréis que dé a estas mal formadas letras, dedicadas a honra de vues­tro sagrado corazón? Si le llamo avisos o consejos san­tos, parece atrevimiento, pues mi Santa Madre Teresa ya los dio sabia y prudentemente. ¿Pues qué haré Seño­ra y Madre amabilísima? ¿Qué título les daré? ¿Si es que esto salga capaz de salir a luz? Ay Jesús dulcísimo, que ya creo acertaré, según la voz que oigo en mi cora­zón o secreto del alma: Riego Espiritual para Nuevas Plantas sea el nombre de esta obra. Amén (Cuéllar, pág. 2).

María Petronila dice escribir "para bien de mi a lma y provecho de mi prójimo", y ello se resume en tres objetivos c laramente expresados:

Tres puntos principales debemos proponernos: el primero sea la obligación de mirar y satisfacer a Dios nuestro Padre Amabilísimo y Juez Supremo, quien nos ha de juzgar. El segundo, mirar y satisfacer a nuestra madre la religión, que ha confiado a nuestro cargo la instrucción y enseñanza. El tercero sea mirar y satisfa­cer al público, que está esperando con ansias el logro de nuestras tareas y aplicación de sus hijas; y a este fin han sudado el dinero que comen y tal vez lo han cerce­nado a sus familias y demás obligaciones a su cargo (Cuéllar, págs. 36-37).

Este úl t imo objetivo t iene singular impor tanc ia pa ra la religiosa. El padre de familia, el público, la ciudad, serían los beneficiarios y jueces de la labor de las monjas de clau­sura; y la enseñanza, su único vínculo con el m u n d o . Civi­lización y barbar ie , la an t inomia básica de la organización social t ras la conquista de las ciudades la t inoamer icanas (a las c iudades la t inoamericanas les correspondió el de-

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ber, desde la Conquista, de civilizar su entorno, a la inver­sa del proceso europeo), se repite a pequeña escala dentro de la ciudad. Tal es el caso de La Enseñanza. El monaste­rio de clausura estaba destinado a que la renuncia al mun­do generara una sin igual elevación espiritual, para así poder irradiar su entorno, gracias a la labor educativa, con la respectiva elevación espiritual y cultural: "[...] así poco a poco se reformará esta ciudad, en donde la doblez y la mentira pierden aun a los más ilustres y es lo primero que se oye en las creaturas mas inocentes" (Cuéllar, pág. 47).

Lo que singulariza radicalmente a esta religiosa es su espíritu práctico, del que hace derroche durante toda la obra, incidiendo en el estilo y el sentido. Es así como den­tro de las recomendaciones para el buen funcionamiento del convento, no desdeña el tratamiento de aspectos tan prosaicos como el manejo de las rentas, cuáles y cómo de­bían ser las atenciones que ofreciera el convento, el vestir, el proceder en época de conmoción y elección, etc.

El carácter innovador y proyectado hacia el futuro no es obstáculo para la presencia del espíritu conservador. Así, abogó por la conservación de costumbres y objetos, lineamientos iniciales y documentos. Incluso esto último la lleva a pedir a su confesor, en cartas ajenas a este escri­to, instrucciones para elaborar el archivo del convento. María Petronila fue la primera secretaria que tuvo La En­señanza y, por propia iniciativa, agregó a este oficio el que hoy se conoce como de archivera. Para entonces, ella era el baluarte de la escritura, y con ello del pasado en la me­moria escrita y del futuro en la labor educativa. Así reza la transcripción que hiciera Petronila de la carta de su confe­sor, fray Andrés de Aros, respondiendo a la solicitud de instrucciones:

No hay en un monasterio cosa alguna que exija mas atención y cuidado que el archivo. Bien ordenado y distribuido es un medio eficacísimo para facilitar el go­bierno a toda Prelada. Por él sabrán el modo de condu­cirse que se tuvo desde la Fundación: cuanto ocurrió en

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ella: lo que acaeció d e s p u é s : las Providencias, Órdenes y demás que se i n t i m a r o n : y podrá con esto cualquier Priora gobernar con a c i e r t o , responder con facilidad a cuanto se le preguntare, g u a r d a r consecuencia en todo y evitar el trabajo y a ú n yerros que se siguen de tener enfandelados y de m o n t ó n todos los papeles17.

La preocupación por a d q u i r i r una gran talla espiritual implica el concepto según el cxial si se pretende evange­lizar, educar o, lo que es más impor tan te , edificar a través de la escritura, se ha de ser m á s puro y espiritual. Ello su­pone buscar la santidad a t r a v é s de la introspección, y el acercamiento a Dios. María Pe t ron i l a jamás se olvida de ello. La obra, además de c o n s e j o s edificantes, diseña un camino espiritual de la r e l ig iosa que busca la elevación de su alma a Dios.

Así mismo, en cuanto ala e d u c a c i ó n femenina, el acen­to está sobre la formación esp i r i tua l : "Primero ver bien lo que recibimos, examinar y c o n s u l t a r con las religiosas de más entendimiento[...] poner t o d o s los medios para sacar­la muy adelantada en la d o c t r i n a cristiana y santo temor de Dios, como también en t o d o género de labores de ma­nos" (Cuéllar, pág. 44). Es a d m i r a b l e cómo este respeto por el mundo espiritual, s u p u s o un espacio intangible aun para las mismas monjas: " J a m á s les examine su interior ni les obligue a que le den cuenta de su espíritu, déjeles ente­ra libertad" (Cuéllar, pág. 77). La atención hacia este espa­cio interior es tan importante jpara la escritora que llega a reiterarlo en su escrito, a g r e g a n d o que esa labor sólo le está permitida al confesor ( s u p r e m a c í a masculina en la je­rarquía eclesiástica). Es tan v i t a l este espacio, que aboga por que nunca sea negado p o r la Priora el suministro del papel necesario para los a p u n t e s espirituales y la provi­sión de este tipo de libros. El a l canza r la altura espiritual merecía la importancia de la e sc r i t u r a .

17. Fray Andrés de Aros, copia manuscrita por María Petronila Cuéllar de las cartas enviadas a e l l a , si. , pág. 1.

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Una escritura para nuevas plantas

Términos como: "[...]desplegar mis labios y derramar mi corazón" o "[..Jhaciendo como hago una entrega for­mal de mi corazón", se repiten durante todo el escrito, acompañando su naturaleza de desdoblamiento, de deve-lamiento de su interioridad, siempre dentro del deber ser de la religiosa. Es reiterado el reconocimiento de su po­breza y su pequenez como ser humano, tanto ante el Dios supremo, como ante la importancia de su labor: "Yo bien sé que no soy capaz de deciros cosa que atine, porque me hayo desnuda de luces, pobre y miserable" (Cuéllar, pág. 37).

La obra es el resultado de una larga vivencia espiritual y terrenal, que no ha sido ajena al dolor y la desdicha: "Si hoy no me hubiera enfermado, quizás no podría haberlo acabado. Bendito sea el señor que así me quiere y que todo lo haga con trabajo y pena. Su Majestad lo reciba. Amén" (Cuéllar, pág. 13), "Mayor es mi consuelo al ver los esfuer­zos que el demonio ha hecho con el fin de estorbar escriba esto" (Cuéllar, pág. 48). En ningún momento somos ajenos a las angustias de la escritora cuando interpela al tiempo, a los santos y a las hermanas, pidiendo comprensión y ayuda. A sus cuarenta y cinco años, María Petronila ya se encontraba, al parecer, mermada por la enfermedad que la había de llevar a la tumba18.

El texto se desarrolla a través de un largo monólogo, en el que ella cambia tantas veces de piel, como de interlo­cutor. Tal vez buscando una mayor firmeza en sus recon­venciones y consejos, la religiosa se vale de los textos sagrados, de Jesús o los santos, para insertarlos y acomo­darlos según las necesidades didácticas. Así por ejemplo, cuando reconviene a las madres coadjutoras por sus fre­cuentes quejas e indolencia ante el trabajo, les dice, recor­dando a Cristo:

18. La madre Petronila Cuéllar murió de cáncer en 1814, según testimonio de la madre Julia González.

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Seguidle, pues, atendiendo a aquellas sublimes pa­labras: Aprended de mi. Ejemplo os he dado. Vosotros me llamáis Maestro, y decís bien. Vosotras me llamáis Esposo, y decís bien, porque os reconozco como tales, viéndoos arrastradas por esas piezas tan humildes; abrazadas con las ollas; quemadas con el fuego, si­guiendo mi ejemplo como finas esposas; robando mi corazón y llamando la atención de los ángeles; com­prando la humildad y caridad con el sudor y fatiga (Cuéllar, págs. 24-30).

Aquí, de acuerdo con la madre Julia González, hay una cita textual hasta la palabra "Esposo"; de allí en adelante, es Petronila quien habla por boca de Jesús, para hacer más explícito y efectivo el discurso. Este modo de argu­mentar se repite en numerosas ocasiones. La autora se desdobla en muchas voces, algunas de ellas sagradas, para compartir la responsabilidad de la escritura. Por boca de María Petronila hablan Jesús, la Priora, la Virgen, habla el ser desorientado e inseguro. La escritura es tan intimidan­te que es necesario construir una "muchipersona", como bien anota Ramón de Zubiría.

Así mismo, al otro lado del espejo, a sus múltiples vo­ces corresponde una infinidad de interlocutores que se su­ceden sin interrupción a lo largo de la obra, dando la sensación del lenguaje hablado, de un monólogo abigarra­do y simple. Tal vez con ello, la madre Petronila preludia las técnicas contemporáneas de escritura; habla de esto, trae a colación aquello, una sola palabra basta para intro­ducir largas digresiones, detiene el discurso, interpela al propio yo, interroga a seres celestiales y al lector. Todo ello le confiere al texto una enorme riqueza y amenidad, ade­más de una efectiva impresión didáctica: al tiempo que cuestiona al lector, se cuestiona a sí misma; busca consue­lo en los santos y ofrece ese consuelo al lector.

Como interlocutores, por el texto de la madre Petronila rondan monjas ruines, santos, niñas veleidosas, monjas agobiadas por el trabajo, vírgenes, etc. A todas ellas perso-

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naliza y apostrofa. La vida cotidiana se filtra a torrentes por el proyecto de orden de la religiosa, cuando el reitera­do deber ser y la reconvención no hacen más que denun­ciar las vivencias del convento. A través de las entretelas del proyecto espiritual, bien podemos aventurarnos por los pasillos de la institución, llenos de monjas curiosas que atisban las puertas, escuchan conversaciones o se valen de subterfugios y enfermedades para no cumplir con los de­beres de la oración; de cánticos y músicas, que a veces re­sultan excesivos; de dimes y diretes; de niñas que compran a monjas inescrupulosas la mejoría de sus condiciones para sobrellevar la dura vida conventual; de risas, ruidos, quejas, en fin, el texto está cargado de vida.

María Petronila entrelaza de modo extraordinario los dos planos superpuestos y siempre separados de la ciudad letrada y la ciudad real. En su afán edificante, la religiosa llega no sólo a reprochar el error, sino a personalizarlo. En un momento de máximo entusiasmo, lo impreca, lo reta, para luego diluirse en el consejo que casi siempre es el re­fugio en Dios: "Cuánto peor sería si en tiempo de visita va­yáis con cuentos y quejas donde el Prelado, y tal vez solo para vengaros o por otros fines torcidos[...] Hijas ingratas de nuestra amorosa madre la Religión[...] ¡Monja ruin e ingrata! ¿Qué será de ti? ¿A dónde irás a parar?[...] Pues no será así mis hijas: amaos las una a las otras con tiernísi-mo amor" (Cuéllar, pág. 52). Es importante destacar, den­tro de este lenguaje espontáneo y transparente, el uso indiscriminado de frases coloquiales.

La escritora trabaja con su espacio real: su familia en la tierra, las hermanas de su comunidad; y su familia en el cielo: los santos y dioses19. Todos confluyen en el escrito, como en una suerte de realismo mágico, llenándolo de vida y color. Parece como si ella se diluyera todo el tiempo en su entorno celestial y terrenal, ilusión que sólo se rom­pe cuando enfrenta a la propia muerte; entonces emerge la

19. Véase Suzy Bermúdez, El bello sexo y el espacio doméstico, Bogotá, Ediciones Uniandes, 1992.

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escritora, con su carga de infinita soledad y angust ia fren­te al e terno cuest ionamiento h u m a n o sobre el dest ino y la muer te . Son momentos especialmente hermosos y conmo­vedores. Resulta curioso que no los exprese a través de un cues t ionamiento a sí mi sma o a Dios, como era de esperar­se; en cambio, le habla al t iempo y a la silla de su cargo:

¡Oh tiempo precioso! ¡Tú eres el oro más fino para comprar la vida eterna! ¡Oh silla![...] ¡Oh lugar que ocupo! ¿Y cómo debo desempeñarte, pues me corre el tiempo, y no sé ni puedo contar más que con el instante presente![...] ¡Ay amada maestra mía Santa Catalina de Lena! ¡Dime cómo te entregaste tan de veras al rigor de la penitencia y oración! ¡Cuál fue el aprecio que hicis-tes del tiempo pues decías al amanecer: "¡Ay Catalina! mira que quien te da el día no te promete la noche"; y llegada esta decías: "mira que quien te da la noche no te promete el día" ¿Pues qué haces? ¿Cómo aguardas a después, si no sabes si ya está lleno el vaso de la ira de Dios?[...] ¡Ay de mí! ¡Qué mal he gastado el tiempo de­jando mi conversión para mañana, olvidada de mi fin, entregada a la tibieza y perdición! ¡Oh momentos pre­ciosos! ¡Oh días tan mal gastados! ¡Y cómo me acusa­réis en aquel último trance![...] ¿Qué haré?[...] ¿Qué partido sacaré?[...] ¿Quién me consolará?[...] ¡Dios mío! ¡Jesús mío! ¡Qué lágrimas tan amargas! ¡Qué opresión! (Cuéllar, págs. 18-19).

La m a d r e Petronila escribe no sólo para diseñar un or­den, sino también para desahogarse: "Seguiré hab l ando con mis hijas para que no me quede en dolor y l legue a decir algún día: '¡¡¡Ay de mí, por qué callé!!!' " (Cuéllar, pág. 53). Escribe para un presente inmediato, le h a b l a a la próxima pre lada elegida, y para un futuro. Su escr i to , al t rascender su propia muer te , fue el encargado de mo ldea r la educación femenina por largos años, y no es aven tu rado

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afirmar que su estilo incidió en la escritura femenina des­pués de su muerte20.

Muchas de las escritoras del siglo xix salieron de las aulas de La Enseñanza. Tal es el caso de Bertilda Samper, escritora mística colombiana, cuyos textos se conservan en el convento de La Enseñanza21. Varias de sus obras tea­trales fueron representadas hasta hace muy poco por las alumnas del colegio.

En una sociedad fuertemente estratificada, como la de la segunda mitad del siglo xvm y principios del xix -con ro­les sociales tan firmemente delineados e intransferibles-, la llegada del convento de La Enseñanza, y de sus cursos para veinticinco colegialas y doscientas cincuenta hijas del pueblo, constituyó una transgresión considerable. La enseñanza impartida a casi trescientas niñas sobre los ofi­cios domésticos (más que oficios, artes), las primeras letras, y nociones de matemáticas, debió transformar grande­mente la vida cotidiana de esta capital. No sólo incidió en los hogares, que ahora contaban con mujeres más prepa­radas, sino en el horizonte de expectativas de las mujeres de la época. Ya vimos cómo, a partir de 1783 la mujer pudo ser también maestra o alumna. Incluso, hay un mo­mento en que María Petronila abre en su escrito la posi­bilidad de que la mujer viva de su trabajo: "[...Jesas lecciones, esos ejercicios, esas conversaciones espiritua­les, esas tareas y labores, le habrían de proporcionar -a la educanda- algún día con qué ganar el sustento" (Cuéllar pág. 43).

El título de la obra, así como las numerosas definicio­nes y alusiones al convento como un jardín, ¿no hablarán de la añoranza de la armonía de la naturaleza para una sociedad que se percibe estratificada e inarmónica? El

20. Según el testimonio de la madre Julia González, cuando ella leyó el texto de María Petronila, pudo reconocer en él numero­sas frases y conceptos que le habían sido recalcados durante su educación en el colegio de La Enseñanza.

21. Hija de Soledad Acosta de Samper, Bertilda Samper es una de las mujeres escritoras más importantes de nuestras letras.

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MARÍA TERESA GARCÍA SCHLEGEL

convento sería entonces el jardín, el invernadero inconta­minado propicio al cultivo de las mejores plantas: "y así clame el cielo por la lluvia divina para regar sus plantas y darles la frescura y verdor que tanto necesitan para que tenga el Esposo Divino sus recreos y paseos en este Jardín y que sus esposas celebren sus santas festividades en dul­ces coloquios y ternuras santas" (Cuéllar, pág. 67). Éste se­ría el lugar privilegiado de confluencia de lo divino y lo humano.

No muchos años después de la muerte de María Petro­nila, la frágil cultura en ciernes -que la segunda mitad del siglo xvin estimuló y que ya ofrecía una imagen armónica aunque desigual- fue arrasada por la revolución. Los pro­yectos utópicos de los constructores letrados de ciudades de papel y tinta, fueron bañados en sangre por la infinidad de guerras que siguieron a la independencia. La brillante generación de Nariño, Zea, Caldas, Camilo Torres, y otros, murió en el cadalso o en los campos de batalla o, lo que es peor, vio naufragar, sin pena ni gloría, su utopía, en medio del colapso económico que sucedió a la revolución y a las guerras civiles. Las mujeres contribuyeron de diversas maneras a la independencia: algunas fueron heroínas, par­ticiparon en combates, en acciones secundarias, o en el espionaje; otras brindaron su hospitalidad en tertulias políticas y como enfermeras; otras contribuyeron econó­micamente, mediante donativos de dinero o de abasteci­miento a los insurgentes. Muchas se sacrificaron perso­nalmente, con la pérdida de sus seres queridos, la confis­cación de sus bienes y riquezas, la pobreza y el destierro. Sin embargo, pocas recompensas obtuvieron. Muchas de ellas quedaron reducidas a la indigencia y al desamparo.

Tras la independencia, al nuevo Estado le interesaba ante todo la estabilidad y ¿qué mejor lugar para perpetuar­la que el hogar? La mujer, en general, volvió a desempeñar los roles habituales. Mientras tanto, el universo intempo­ral y detenido del convento de La Enseñanza, protegido por su naturaleza hermética y su adherencia espiritual, pudo continuar el más hermoso de los oficios: quería dise-

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Las mujeres en la Ilustración

ñar a las mujeres de nues t ra sociedad con integridad minuciosa. Quería, al introducir las dentro del círculo de la letra, t ransformar la real idad por medio del texto de María Petronila, pues la única forma que esta c iudad ha cono­cido pa ra rebat i r el poder - q u e es el l e t r a d o - es la in t romi­sión dent ro del universo de la escri tura. ¿Y qué mejor para ello que la anuencia del m u n d o espiritual?

A María Santísima A tí, Jardinera hermosa, Encomiendo este Plantel Para que mires por él, Como una Madre amorosa, Yo os lo dedico gustosa Con gozo sin igual; Repartid, muy liberal Oh Soberana Princesa Con la más tierna fineza Este Riego Espiritual (Cuéllar, pág. 88).

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Las mujeres en la Independencia . Sus acc iones y

sus contribuciones*

EVELYN CHERPAK

Traducción de Santiago Samper

Las revueltas que sacudieron al norte de Suramérica antes de 1809-10, fueron apenas un mero preludio a las largas y sangrientas guerras que se encarnizaron sobre la región hasta 1822. Así como la mujer fue participante activa en los conflictos anteriores a la Independencia, también estu­vo presente durante las guerras revolucionarias. La hem­bra de la especie apoyó y tomó parte activa en el esfuerzo encaminado a libertar el norte de Suramérica del control español. Su participación en los eventos del día era una cuestión individual e indicada solamente por su propia voluntad. No hubo grupos organizados o concertados que ejercieran esfuerzos para enlistar a las mujeres. Mientras las señoras leales a la Corona constituían una minoría, las mujeres de todas las clases sociales y razas cooperaron en el esfuerzo para expulsar a los peninsulares de sus tierras. Por lo tanto, la participación tenía una base amplia y no fue en absoluto prerrogativa de un grupo exclusivo. Muje­res morenas del pueblo y damas de alta categoría trabaja­ron juntas en pro de la causa patriota.

Las motivaciones de las mujeres que participaron en la revolución fueron variadas. Sin lugar a dudas, la mujer fue influenciada por las actitudes de los miembros masculinos de sus familias, ya fueran sus esposos, sus amantes, sus padres, o sus hermanos. Tanto en las discusiones en el ho-

* Este ensayo apareció originalmente en inglés en Evelyn Cherpak, Women and the Independence of Gran Colombia 1780-1830, University of North Carolina en Chapell Hill, capítulo iv.

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gar, como en las tertulias, la mujer estuvo expuesta a las ideas sostenidas por los conspiradores. Muchas de ellas, envueltas activamente en el trabajo dirigido hacia la liber­tad, tenían parientes masculinos que servían como oficia­les en los ejércitos de la independencia. De hecho, su ejemplo debió de haber provocado el patriotismo en la mujer y debió de haber ejercido influencia para que ella actuara.

Los sentimientos de nacionalismo criollo y de intenso patriotismo no eran desconocidos entre algunos de los miembros del sexo débil. Durante siglos, muchas mujeres habían desarrollado una conciencia de país y el sentimien­to de que eran americanas y tenían intereses diferentes a los de los españoles en el Viejo Mundo. Cuando sus ho­gares, familias y naciones se vieron amenazadas, ellas también se agruparon para defender lo que les era más cercano y significativo. Aparte de los factores de naciona­lismo, patriotismo y compromiso por parte del hombre, lo cual influyó en la mujer para actuar, algunas pudieron haber tenido razones específicas, que sirvieron para moti­varlas a trabajar por la independencia, pero sean cuales fueren, aún desconocemos estas razones.

Probablemente la mujer no esperaba gozar en forma directa, como grupo, de los cambios económicos, legales y políticos que prometían las revoluciones. Su participación fue tangencial a cualquier mejora de su propia posición legal, política o económica, y no esperaban o deseaban más libertades de las que ya tenían. El desarrollo de un movimiento por los derechos de la mujer era improbable en una sociedad tradicional y conservadora, donde su puesto era seguro y bien definido. No hay evidencia dispo­nible que indique que las mujeres se sintieran oprimidas o que hubieran desarrollado un sentimiento de solidaridad como grupo; por lo tanto, actuaron sin tomar en cuenta algún cambio directo e inmediato para los miembros de su propio sexo. Sin embargo, algunas mujeres pudieron ha­ber deseado beneficiarse indirectamente de los cambios que traerían las revoluciones. El poder político y económi-

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Las mujeres en la Independencia

co que tendrían los hombres criollos, si ganaran el conflic­to, sin duda sería disfrutado también por sus parientes fe­meninos.

Una de las muchas maneras en que las mujeres mani­festaron su interés por los asuntos del día fue hospedando v propiciando reuniones patriotas, en las que los revolu­cionarios discutían, planeaban y fraguaban sus movimien­tos. Estas tertulias fueron populares en las ciudades capitales del norte de Suramérica antes de 1810, pero con­tinuaron durante todas las guerras de independencia. Lui­sa Arrambide de Pacanins, en Venezuela, fue una de las mujeres que auspició una tertulia después de iniciadas las guerras. Por este motivo, fue escogida por los realistas para aplicarle un castigo ejemplar y fue públicamente azo­tada1.

En Bogotá y Quito, las mujeres atendían y auspiciaban reuniones de patriotas. Francisca Prieto y Ricaurte, en Bogotá, esposa de Camilo Torres, fue una entusiasta segui­dora de la Independencia, y organizó y asistió a reuniones secretas en las que se discutían planes revolucionarios. Fue en las comidas y en las fiestas nocturnas organizadas por ella, donde se planeó el golpe de Estado del 20 de julio de 1810. Por su parte, Andrea Ricaurte de Lozano, tam­bién en Bogotá, colaboró en la lucha por la emancipación, haciendo de su hogar un centro principal para los conspi­radores durante la reconquista española de la Nueva Gra­nada2.

Aunque las mujeres de la Gran Colombia concurrían a reuniones, pocas eran consultadas y pocas conocían los verdaderos planes revolucionarios. Una mujer, Juana An­tonia Padrón de Montilla, la madre de dos grandes genera­les patriotas, Mariano y Tomás Montilla, fue la excepción. Ella no sólo albergaba tertulias en su propia casa, sino que

1. Heroínas venezolanas, Caracas, Imprenta Nacional, 1961, pág. 26.

2. Livia Stella Meló Lancheros, Valores femeninos, Bogotá, Ed. Veracruz, 1967, págs. 1160, 1184.

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desde el principio se involucró en las maquinaciones de los conspiradores3. A partir de 1808, asistió a reuniones en casa de Simón Bolívar y asesoró a los líderes patriotas. Su consejo contribuyó al éxito de la expedición revoluciona­ria y a la solución de conflictos sanguinarios. Juana sirvió como guía y asesora de los patriotas hasta su muerte en 18144.

Los miembros de la Sociedad Patriótica de Caracas de­seaban una independencia absoluta para Venezuela y lle­varon a cabo sesiones públicas en las que enumeraban los abusos del régimen español. Las mujeres no estaban au­sentes de estas reuniones, pues de acuerdo con José Félix Blanco y Ramón Azpurúa "[..-]sus sesiones fueron muchas veces adornadas con la concurrencia del bello sexo"5. Las mujeres ilustradas que atendían a estas sesiones estaban expuestas a las ideas revolucionarias y simpatizaban con su promulgación. Se sabe que una mujer, Dolores Montilla de Cazado, asistió a la memorable reunión de la Sociedad Patriótica en 1811, en la que sus miembros decidieron en­viar una comisión al Congreso venezolano, en apoyo a la declaración de independencia6.

Aunque las mujeres de la Nueva Granada, Venezuela y Quito apoyaron a los insurgentes en sus esfuerzos por ex­pulsar a las autoridades españolas, su participación más directa en la lucha por la emancipación se inició con las declaraciones de independencia de 1809-10. El 10 de agos­to de 1809, una junta en Quito, proclamó la libertad del dominio español. Manuela Cañizares estuvo involucrada en estos acontecimientos que llevaron a la independencia, pues ofreció voluntariamente el uso de su casa a los cons-

3. Elvira Reusmann de Battolla, Páginas inmortales, Buenos Ai­res, 1910, pág. 146.

4. José Dolores Monsalve, Mujeres de la Independencia, Biblio­teca de la Academia de Historia, vol. xxxviu, Bogotá, 1926, pág. 52.

5. José Félix Blanco y Ramón Azpurúa, Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, 2a ed. ampliada, Caracas, Presidencia de la República, 1978-1979.

6. Monsalve, Op. cit., pág. 54.

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Las mujeres en la Independencia

piradores. Según Manuel María Borrero, en la noche del 9 de agosto "doña Manuela les recibe con el entusiasmo de su sensibilidad patriótica, no se arredra, más bien les con­forta con su ejemplo"7. En la casa de ella, Juan de Dios Morales, uno de los activistas más ardientes, dictó el acto que le daba el nacimiento a la junta gobernadora y allí los conspiradores que lo acompañaban lo firmaron. Al ser no­tificados de que las tropas secundarían sus planes, los pa­triotas lo celebraron, y Manuela los acompañó. En la mañana del 10 de agosto, salieron para lograr la victoria8.

Aunque la independencia de Quito tuvo una corta duración, Manuela fue buscada como cómplice de los acontecimientos. A partir de enero de 1810, su nombre apareció en la lista de los patriotas que enfrentaban el arresto por su complicidad en la revolución de agosto 10 de 1809. Se ofreció recompensa a las personas que dieran razón de su paradero, y aquellos quienes albergaran a los criminales del 10 de agosto deberían entregarlos a las autoridades bajo pena de muerte9. Al no prosperar la revo­lución de 1809, Manuela, temiendo lo peor, ingresó al mo­nasterio de Santa Clara en Quito, y allí permaneció hasta su muerte en 181310. Dentro de los muros del convento, era inmune al arresto y a la persecución. La actuación de Manuela en el desbordamiento de 1809, le mereció el so­brenombre de "la mujer fuerte" y sirvió como inspiración para versos de poetas11.

Si había planes para la independencia en la Nueva Granada y Venezuela, éstos fueron rápidamente sofocados

7. Manuel María Borrero, "El 10 de agosto de 1809", Museo Histórico, xiv, (Ecuador, agosto de 1962), pág. 53.

8. Ibid., págs. 54-55. 9. Ricardo Márquez T., "El proceso criminal de la revolución

del 10 de agosto de 1809 de Quito, preludio de la hecatombe de san­gre del 2 de agosto de 1810", Museo Histórico, xn (Ecuador, diciem­bre de 1960), págs. 59-60.

10. Monsalve, Op. cit., págs. 43-44. 11. Jorge Salvador Lara, La patria heroica. Ensayos críticos so­

bre la Independencia, Quito, 1961, pág. 153.

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en 1809, al fallar la insurrección de Quito en agosto de ese año. Pero la añoranza por la independencia no murió en Caracas ni en Bogotá, al tiempo que el año 1810 parecía ser más propicio para esos acontecimientos. El 19 de abril de 1810, se conformó un nuevo gobierno en Caracas, con el supuesto fin de proteger y preservar los derechos de Fer­nando VIL Sin embargo, ésta fue una movida disfrazada que, finalmente, buscaba la independencia. Otras provin­cias venezolanas siguieron rápidamente los pasos de Cara­cas y formaron juntas de apoyo al rey. El hecho más importante en los meses siguientes fue la declaración de independencia hecha por el Congreso venezolano, el 5 de julio de 181112. En la Caracas colonial, fueron pocas las mujeres que jugaron un papel en los eventos que iniciaron propiamente la independencia, aunque, ciertamente, las mujeres deben haber estado presentes en las masas que se congregaban en las calles para celebrar el acontecimiento. El día de la independencia, fue, sin dudas, uno de regocijo para el bello sexo, que había apoyado tan ardientemente las ideas de libertad y emancipación.

Las mujeres de Bogotá, tanto de la alta sociedad como de los estamentos inferiores, jugaron parte activa en los acontecimientos del 20 de julio de 1810. Ese día, muche­dumbres compuestas tanto por hombres como por muje­res, llenaron la plaza principal de Bogotá, expresaron su oposición a los tiranos, y exigieron la formación de una junta republicana13. Entre las mujeres que estaban presen­tes, figuraban las llamadas "revendedoras", quienes odia­ban amargamente a las autoridades españolas14. En parte, su antipatía provenía de las actividades de la arrogante y dominante virreina Francisca Villanova y Marco; la avari­cia y la codicia eran las características dominantes de la

12. Charles Edward Chapman, Colonial Hispanic America: A History, New York, 1933, págs. 292-93.

13. Monsalve, Op. cit., págs. 84-85. 14. Pedro María Ibáñez, Crónicas de Bogotá, vol. n, Bogotá, Im­

prenta Nacional, 1913.

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mujer del virrey Antonio Amar y Borbón. Empeñada en enriquecerse a costillas del pueblo, mantuvo el monopolio sobre varios de los almacenes más importantes, sobre el mercado de la ciudad, y sobre los restaurantes baratos destinados a los pobres; además, acaparó otras empresas lucrativas. Puso al mercado en aprietos, ayudó a la ruina de pequeños especuladores y de pequeñas industrias y, so­bre todo, se benefició con la pobreza y el desamparo del pueblo. Sus acciones fueron causa de que fuera odiada por las clases menos favorecidas, quienes estaban virtualmen-te a su merced15.

Al lado de las mujeres del pueblo, las mujeres de la sociedad también estaban presentes en la multitud que exigía al virrey Amar la aceptación de las demandas revo­lucionarias: entre ellas estaban Petronila Nava y Serrano de García Hevia, cuyo esposo estaba destinado a gobernar el estado de Cundinamarca16; Petronila Lozano, hija del marqués de San Jorge; Gabriela Barriga, hija de un aboga­do de la Real Audiencia; junto con Carmen Rodríguez, Eusebia Caicedo, Josefa Santamaría y Prieto, Andrea Ri-caurte, María Josefa Ballín de Guzmán, Josefa Lizarralde, Melchora Nieto y Juana Robledo. Sin lugar a dudas, tam­bién estaban muchas otras, cuyos nombres se han perdido para la historia17.

El virrey Amar y Borbón se negó a presidir la nueva Junta, y a tomar parte en el poder ejecutivo. En un intento por imitar la resistencia de la Revolución Francesa, Fran­cisca Villanova le aconsejó rechazar las exigencias de los patriotas. Durante el ejercicio de su poder, el virrey Amar siempre se mantuvo bajo la influencia inescrupulosa de su esposa, quien lo dominaba en todo18. Pero el plan de la

15. Próspero Pereira Gamba, "El 20 de julio", Boletín de Histo­ria y Antigüedades [BHA], xix (julio de 1932), pág. 488.

16. Luis Eduardo Pacheco, "Una heroína de Cúcuta", Gaceta Histórica, Centro de Historia del Norte de Santander, m (enero-marzo de 1939), págs. 194-195.

17. Monsalve, Op. cit, págs. 84-87. 18. Pereira Gamba, Op. cit., págs. 488, 492.

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virreina probó ser desafortunado, pues pronto la gente se irritó y deseó venganza.

A pesar del establecimiento y de la organización de una Junta de Gobierno, el virrey y su señora permanecieron en su palacio en Bogotá. Su presencia en la capital era motivo de miedo y desconfianza, pues el pueblo sospechaba que sus partidarios podrían estar organizando una contra-re­volución. El rumor de que existían armas y pertrechos es­condidos en el palacio y de que la guardia de honor había cargado sus armas con balas verdaderas, llevó a que las masas pidieran el encarcelamiento del virrey y de su espo­sa. A pesar de que no se encontraron armas en el palacio, la Junta accedió a las peticiones del pueblo. El 25 de julio, el virrey Amar y Borbón fue encarcelado, junto con su mujer, en el monasterio de Santa Gertrudis19.

No obstante, las exigencias de la multitud no habían sido atendidas. Un disputa entre un ciudadano y un solda­do, que actuaba como guardián del virrey, fue la causa de que Amar y Borbón fuera trasladado a otra cárcel, y su se­ñora a El Divorcio, una cárcel de mujeres. El 13 de agosto, el virrey fue trasladado sin incidentes, pero mientras el magistrado Andrés Rosillo y varios sacerdotes escoltaban a su señora, un grupo de mujeres plebeyas insolentes tomó venganza, insultándola y atacándola20. Entre las mujeres que azotaron brutalmente a Francisca Villanova, figu­raban una tal Raimunda, Rosalía Contreras, Manuela de Camero, Rosa Delgadillo, Juana Segura, Antonia Cortés, Juana Prieto, y otras más21. Los clérigos que acompaña­ban a la virreina trataron de protegerla, pero nada pudie­ron hacer. Francisca logró llegar a la cárcel con vida, pero muy maltrecha.

Al día siguiente, el 14 de agosto, la Junta expresó su desaprobación al ataque a la virreina y, en una reunión de

19. José Manuel Restrepo, Historia de la revolución de la Repú­blica de Colombia en la América meridional, 4 vols, París, 1858, vol. i, págs. 79-80.

20. Ibid., pág. 82. 21. Monsalve, Op. cit., pág. 93.

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la Asamblea de Notables, se recomendó que el virrey Amar y su señora fueran restituidos al palacio con guardia de honor22. La Junta aprobó esta resolución y Francisca fue escoltada, desde El Divorcio hasta el palacio, por algunas de las señoras más importantes de Bogotá, entre ellas Francisca Prieto de Torres, Magdalena Ortega de Nariño, Rafaela Isasi de Lozano, Mariana Mendoza de Sanz de Santamaría, y la marquesa de San Jorge23. El 15 de Agosto, el virrey y su impertinente mujer salieron de Bogotá hacia Cartagena, su destino final era España24.

En la revolución del 20 de julio de 1810, mediante gru­pos de protesta, las mujeres exhibieron su rechazo al siste­ma y a las autoridades hispánicas, las cuales afectaban sus vidas con los abusos económicos y políticos. Su protesta estaba principalmente fundamentada en las injusticias económicas, pero también tenía un matiz personal en con­tra de la señora del virrey. Después de los acontecimientos iniciales de 1810, el Reino de la Nueva Granada se mantu­vo relativamente tranquilo durante los siguientes seis años. Hasta la reconquista española, pocas luchas tuvie­ron lugar en la región. Pero desde 1816 hasta 1819, las mujeres de la Nueva Granada se vieron implicadas en un mortal movimiento de resistencia, y durante este período ejecutaron valiosos servicios en pro de la independencia. Nos referiremos ahora a la historia de las mujeres amazo­nas, pues la mujer desempeñó un papel principal en la de­fensa de su patria.

Hay numerosos casos de mujeres que, junto a los miembros de los ejércitos de la independencia, pelearon contra los invasores españoles. A la mujer ni se le obligó, ni se le animó para que peleara; sin embargo, cuando se presentaba la oportunidad, muchas, bajo su propia volun­tad, se enfrascaron en la batalla. El reclutamiento de mu-

22. José Restrepo Sáenz, "El virrey Amar y su esposa", BHA, ix (noviembre de 1914), pág. 469.

23. Monsalve, Op. cit., pág. 94. 24. Restrepo Sáenz, Op. cit., pág. 469.

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jeres era desconocido en el norte de Suramérica y la mujer no pertenecía oficialmente al ejército patriota, ni figuraba en su nómina. Cuando viajaron con las tropas, lo hicieron en forma intermitente y, muchas veces, disfrazadas. Pero desde el comienzo, la mujer se mostró dispuesta a arries­gar la vida por sus principios.

En Quito, en abril de 1811, un batallón de mujeres se unió a un contingente organizado aceleradamente y diri­gido por el coronel Francisco Calderón, para atacar una plaza fuerte realista en Cuenca. Algunas de las mujeres es­taban unidas a los hombres del regimiento por vínculos familiares, pero otras no. Aparentemente, estas señoras lucharon al lado de los hombres en varios encuentros vic­toriosos. Al final, sus esfuerzos se vieron frustrados, pues­to que los españoles reconquistaron el control de la presidencia de Quito25.

Muchas mujeres individuales figuraron como luchado­ras heroicas durante las guerras de la independencia en Venezuela y en la Nueva Granada. Algunas de ellas pare­cen haber estado motivadas por el deseo de proteger sus ciudades, sus hogares y sus familias. Una amazona sobre­saliente fue Juana Ramírez, una hermosa lavandera de Chaguaramas (Venezuela). Ella vivía en Maturín, cuando el general Domingo Monteverde atacó la ciudad. Juana tomó parte en su defensa y se informa que ella era "indis­cutible ante el peligro, infatigable en los preparativos de la defensa, vigilante cuando las circunstancias difíciles lo de­mandaban y fogosa en el combate [...jcapaz de cegar con las balas de sus cañones al enemigo"26.

Pero Juana no fue la única mujer que peleó en Matu­rín; otras organizaron una batería llamada las mujeres, bajo el mando del general Manuel Piar. Este grupo, al cual pertenecía Juana, peleó al lado de los hombres y en sus

25. Pío Jaramillo Alvarado, La presidencia de Quito, memoria histórico-jurídica de los orígenes de la nacionalidad ecuatoriana y de su defensa territorial, 2 vols., Quito, 1938, vol. i, págs. 153-54.

26. Heroínas venezolanas, pág. 16.

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L^j ,Ku¡crc3 en la Independencia

batallas Juana se ganó el sobrenombre de "la avanzadora", por ser la primera en avanzar hacia el enemigo y atacar27.

Otras mujeres se unieron a los grupos de guerrilla que luchaban contra los realistas. En Trujillo (Venezuela), Vi­cente de la Torre y su hija Bárbara comandaron a un gru­po de guerrilleros que trataba de derrocar al gobernador español Francisco María Faría. Aparentemente a Bárbara se le dio el nombre de "la capitana", y era respetada por todos los miembros de la banda; sin embargo, durante el combate, fue capturada y encarcelada. Su padre abogó con el gobernador Faría para que la soltara; el gobernador accedió, pero con la condición de que él fuera fusilado. Bárbara resolvió vengarse de Faría por la muerte de su pa­dre28.

Por toda Venezuela, las mujeres salieron a defender la causa cuando sus ciudades fueron atacadas. La guerra a muerte iniciada por Simón Bolívar contra los realistas en 1813, convirtió a Venezuela en un campo de batalla arma­do y sangriento. Los realistas y los patriotas se enfras­caron en luchas feroces por todo el país y las mujeres estaban ahí, entre los cañonazos. El 16 de enero de 1813 se llevó a cabo una batalla entre los realistas y los insurgen­tes en Barinas; entre las bajas patriotas se encontraban tres mujeres: Andrea Liendo y sus dos compañeras29. La toma realista de Valencia, en 1814, obligó a los patriotas a evacuar la ciudad, pero sólo después de mantener una he­roica defensa; aunque muchas mujeres participaron en la defensa de la ciudad, sólo se conoce una baja femenina: Ángela Lamas30. El 2 de febrero de 1813, las mujeres de Ospino lucharon contra las tropas realistas, comandadas por el general José Yáñez. Doce mujeres murieron en la

27. Ibid, págs. 16, 35. 28. Vicente Dávila, Investigaciones históricas, vol i, Quito, Im­

prenta del Colegio Don Bosco, 1955. 29. Monsalve, Op. cit., pág. 55. 30. José Félix Blanco, Bosquejo histórico de la revolución de Ve­

nezuela, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, vol. xxvrn, Caracas, 1960, pág. 206.

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refriega, entre ellas Anunciación Canales, Antonia Zeles, Isabel Canales y Anunciación Nájera31.

Las mujeres de la isla Margar i ta fueron especialmente famosas por su valentía y su habil idad en la batalla. Un viajero informó que cuando el general Pablo Morillo in­tentó por p r imera vez invadir la isla:

[...]estas galantes amazonas trabajaron constante­mente los cañones en el batallón comandado por el ge­neral Gómez, y los estragos que causaron entre los enemigos, probaron suficientemente la habilidad y la destreza que habían adquirido en el manejo de su arti­llería32.

Las mujeres fueron tan intrépidas que las fuerzas de Mori­llo se retiraron3 3 .

S imón Bolívar no dudó en reconocer las contribucio­nes, las obras y los logros de las combat ientes femeninas. En u n a proclamación al ejército libertador, ensalzó no sólo a los soldados que hab ían logrado expulsar a los rea­listas de la provincia de Trujillo, sino que alabó también a las mujeres que hab ían luchado tan valientemente. Inclu­so utilizó su ejemplo pa ra inspirar a los hombres :

[..Jhasta el bello sexo, las delicias del género huma­no, nuestras amazonas han combatido contra los tira­nos de San Carlos, con un valor divino, aunque sin suceso. Los monstruos y tigres de España han colmado la medida de la cobardía de su nación, han dirigido las infames armas contra los candidos y femeninos pechos de nuestras beldades; han derramado su sangre; han hecho expirar a muchas de ellas, y las han cargado de

31. Monsalve, Op. cit., pág. 58. 32. Recollections of a Service of Three Years during the War-of-

Extermination in the Republics of Venezuela and Colombia by an Officer of the Colombian Navy, 2 vols, Londres, 1828, vol. i, pág. 31.

33. Ibid., pág. 32.

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cadenas, porque concibieron el sublime designio de li­berar a su adorada patria34.

Sin embargo, no todas las mujeres que querían luchar por la libertad y por la independencia lo pudieron hacer. Las principales mujeres de la sociedad de la provincia de Barinas, abrazaron la causa de la libertad desde el princi­pio y fueron ardientes en su apoyo a la lucha. En una peti­ción al gobernador de Barinas, el 18 de octubre de 1811, un grupo de 21 mujeres notables y de la clase alta ofrecie­ron sus servicios como soldados a la República. Aparente­mente, la guarnición de la ciudad de Barinas había salido para repeler el ataque realista y las mujeres querían defen­der la zona. En una carta que escribieron en defensa de sus camaradas, descontaron la debilidad femenina como un factor de consideración y exhibieron su fervor:

No ignoramos que v. E., atendida la debilidad de su sexo, acaso ha procurado eximirnos de las fatigas mili­tares; pero sabe muy bien v. E. que el amor a la patria vivifica a entes más desnaturalizados y no hay obstácu­los por insuperables que no venza35.

Las mujeres insistieron en que no le temían a los ho­rrores de la guerra, pues la tensión de estar en medio del fuego sólo les despertaba el deseo de libertad36. Nicolás Pumar, Secretario del Gobierno Provincial, contestó la pe­tición de las señoras y les agradeció su generoso ofreci­miento de apoyo, pero no las utilizó en la defensa de la ciudad. Los editores del periódico Gaceta de Caracas se impresionaron tanto con esta muestra verbal de valor, que

34. Las Fuerzas Armadas de Venezuela en el siglo xix. Textos para su estudio. La Independencia (1810-30), 12 vols., Caracas, 1963, vol. i, pág. 242.

35. Virgilio Tosta, Sucedió en Barinas. Episodios de historia me­nuda, Caracas, 1964, págs. 134-35.

36. Ibid., pág. 135.

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reprodujeron la carta de las mujeres de Barinas en la edi­ción de noviembre 5 de 181137.

Mientras la guerra de independencia continuó en Ve­nezuela, y entró a la Nueva Granada, más mujeres abraza­ron la causa y se presentaron voluntariamente a pelear. Los registros prueban el hecho de que numerosas mujeres pelearon en la batalla de Boyacá en 1819. Evangelista Tamayo, nativa de Tunja, luchó en Boyacá bajo el mando de Simón Bolívar y murió el 2 de julio de 1821, en San Luis de Coro. Tenía el rango de capitán38. Teresa Cornejo y Manuela Tinoco, ambas de San Carlos (Venezuela), junto con Rosa Canelones, de Arauca, se vistieron como hom­bres y tomaron parte en las campañas de 1819 en Vene­zuela y en la Nueva Granada. Pelearon en Gámeza, en el Pantano de Vargas y en Boyacá39. Rafaela Denis se unió a otros 19 patriotas en el paso de La Balsa para detener a las fuerzas realistas de Ignacio Asin, en diciembre de 181340.

Las mujeres también estuvieron presentes en la batalla de Pichincha, en las afueras de Quito, en 1822, donde se logró la independencia de Ecuador. Nicolasa Jurado, Ger­trudis Espalza e Inés Jiménez se vistieron como hombres y utilizaron nombres masculinos en esa misma batalla. La identidad de Nicolasa Jurado se reveló cuando fue herida durante la lucha. El general Antonio José de Sucre la nom­bró sargento. Gertrudis Espalza continuó luchando en la campaña del Perú y fue condecorada en Ayacucho41.

Las valientes mujeres del Socorro también estuvieron involucradas en la lucha. Recibieron alabanzas de Bolívar, cuando visitó el lugar en 1820. Uno de sus primeros actos

37. Ibidem. 38. Ramón C. Correa, Diccionario de boyacenses ilustres, Tunja,

1955, pág. 323. 39. Corona fúnebre, homenaje a la memoria de los héroes y márti­

res de la independencia de la Gran Colombia en los centenarios de su emancipación, Bogotá, 1910, págs. 53-54, 94.

40. Roberto María Tisnes J., Los mártires de la patria (1810-19), Bogotá, 1966, pág. 24.

41./fetd., págs. 69, 93.

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fue el de rendirle tributo a las mujeres de la ciudad, que habían luchado tan vigorosamente para liberarla. La de­claración de Bolívar se sentó en los libros del cabildo, el 24 de febrero de 1820, y ese mismo día, 22 mujeres de la ciu­dad le contestaron la carta al Libertador. Las mujeres le agradecieron sus cumplidos y juraron continuar apoyan­do la causa42.

Pero no todas las mujeres estaban involucradas direc­tamente en la lucha, muchas prestaron sus útiles servicios a las tropas. Estas mujeres no eran acompañantes de las tropas, en cambio, permanecían en los pueblos y en las ciudades prestando ayuda cuando las batallas estaban en su furor en las cercanías. Una tal Estefanía Parra guió al ejército patriota por un paso especial sobre el río Boyacá, lo cual facilitó el triunfo sobre los realistas. El coronel Juan José Rendón le presentó una moneda en agradeci­miento43. Juana María Blanco Montero, de Guaduas, aun­que de noble alcurnia española, se apasionó con la idea de libertad y en la batalla de Cartagena enterró a los soldados muertos y reemplazó a los caídos en las trincheras44. Ma­ría Teresa Doncel, de San Carlos (Venezuela), fue abatida el 15 de marzo de 1816, junto con varias otras compañeras al llevarle agua a los combatientes patriotas45. Leonor Fontaura, Rita Delmonte y María Josefa Chipia murieron en la batalla de Cumaná, el 2 de agosto de 1813, al tratar de auxiliar a los soldados heridos46.

Las mujeres también jugaron un importante papel como enfermeras en las guerras. Sirvieron en los hospi­tales militares, donde su asistencia a los heridos y a los enfermos fue invaluable. José Manuel Restrepo, en su His­toria de la Revolución de la República de Colombia, escribió

42. Horacio Rodríguez Plata, La antigua provincia del Socorro y la independencia, Biblioteca de Historia Nacional, vol. xcvín, Bogo­tá, 1963, pág. 532.

43. Correa, Op. cit., pág. 357. 44. Meló Lancheros, Op. cit., pág. 1142. 45. Tisnes, Op. cit., pág. 24. 46. Corona fúnebre, págs. 59, 63, 73.

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que duran te la guerra a muer te en 1813, las mujeres de Caracas, Valencia y otras c iudades venezolanas, cuidaron y t ra taron a los soldados en un esfuerzo po r aliviar su su­frimiento47. El coronel Trinidad Moran, her ido en este pe­ríodo y llevado al hospital mil i tar de Caracas po r esclavos de Simón Bolívar, sólo tuvo palabras de a labanza hacia las mujeres de Caracas que cu idaban a los soldados. En sus memor ias escribió:

El hospital militar de Caracas era el punto de reu­nión de las más bellas y afables señoras del mundo[...]. Cada uno de nosotros creía tener en estas señoras una madre o una hermana vivamente interesada en nuestra salud y no me equivoco en decir que muchos escaparon y deben su salvación a tan piadosos oficios48.

Aunque m u c h a s mujeres de buena familia pres taron sus servicios a la t ropa, mient ras man ten ían su residencia en las áreas u rbanas , otras dejaron su casa y su hogar para seguir a los soldados duran te las campañas . Éstas , llama­das juanas, cholas, o seguidoras de campamento , eran ge­nera lmente mujeres del pueblo, de clase media y mestizas, quienes como esposas, amantes , amigas y compañeras de los soldados rasos, sufrían sus triunfos y sus amarguras4 9 .

Como era difícil darle b u e n servicio al ejército en esas épocas, las tareas llevadas a cabo por las mujeres eran inest imables. Viajaron decenas de miles de kilómetros a pie, p repara ron comida, sepul taron a los muer tos , auxilia­ron a los enfermos y hasta cargaron armas5 0 . Sin duda, su presencia levantó la mora l a las t ropas y desalentó la de­serción. En muchas opor tunidades , estas juanas , con su conocimiento de medic ina popular, fueron capaces de sal-

47. Restrepo, Op. cit., vol. n, pág. 257 48. Vicente Lecuna, "Documentos, La guerra a muerte", BANH,

xviii (Venezuela, enero-marzo de 1935), pág. 176. 49. Carlos Arturo Díaz, "Las mujeres en la independencia',

BHA, LV (julio-septiembre de 1968), pág. 37. 50. Ibidem.

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varíe la vida a muchos soldados heridos. En enero de 1814, el ejército de Santiago Marino se salvó gracias a la agilidad mental y a los conocimientos de una seguidora de campamento parda, Mariana. Parece que los soldados ha­bían comido yuca brava, confundiéndola con la yuca dul­ce, y sufrieron un letargo tan profundo que el capellán se vio abocado a celebrar los últimos ritos. Mariana, junto con el doctor Vicente San Pedro, les dispensó los remedios apropiados y curó a los soldados para que pudieran seguir su marcha51.

La bravura y fortaleza de estas juanas fueron extraor­dinarias, ellas soportaron los rigores de la dura campaña sin vacilaciones. En las memorias del general Daniel Florencio O'Leary, se hace mención de una mujer que, si­guiendo a las tropas por los Andes, dio a luz en el camino y continuó la marcha el día siguiente, con el recién nacido en sus brazos, por algunos de los peores caminos de la zona52. Otras innumerables seguidoras de los campamen­tos concibieron y dieron a luz a párvulos bajo circunstan­cias similares.

Las seguidoras de campamentos no eran precisamente bienvenidas por los líderes de los ejércitos independientes y españoles, pues éstos habían expresado rotundamente su desaprobación de que las mujeres marcharan con las tropas. Aparentemente temían que ellas atrasarían sus movimientos, mermarían las raciones y, en general, serían una molestia. En Caracas, el 9 de septiembre de 1817, el general Pablo Morillo dio instrucciones en las cuales orde­naba que las mujeres no deberían seguir a las tropas53. El general Francisco de Paula Santander, del ejército patrio-

51. Francisco Javier Yáñez, Historia de la provincia de Cumaná en la transformación política de Venezuela, desde el día 27 de abril de 1810 hasta el presente año de 1821, Caracas, 1949, pág. 105.

52. Daniel Florencio O'Leary, Memorias del General O'Leary, Na­rración, 3 vols, Caracas, 1952, vol. i, pág. 568.

53. Pablo Morillo y Morillo, Memoires du General Morillo, comte de Carthagéne, marquis de la Puerta, relatifes aux principaux événe-ments de ses campagnes en Amérique de 1815 á 1821; suivis de deux

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ta, dio una orden general, en 1819, en la cual prohibió a las mujeres viajar con el ejército. Si se descubrían mujeres en las filas, recibirían 50 azotes, y cualquier oficial que desatendiera este reglamento se enfrentaría a un castigo severo54. Parece que estas órdenes no fueron tenidas en cuenta, pues las mujeres continuaron la marcha con sus compañeros, atendiendo sus necesidades y manteniendo, de esta manera, alguna semblanza de vida familiar en un período de cambio, desorden y caos. La presencia de se­guidoras de campamentos fue una costumbre consagrada por el tiempo, que no podía ser abolida mediante proscrip­ciones militares.

No fueron sólo los soldados rasos quienes cargaron con sus esposas o compañeras, sino que también varios oficiales hicieron lo mismo. Dolores Jerez, esposa del co­ronel Antonio Nicolás Briceño, acompañó a su marido du­rante toda la campaña de 181355, y Margarita Urrea, de Antioquia, acompañó a su marido durante cuatro años de guerra. En 1814, su marido, Modesto de Hoyos, fue esco­gido para servir como miembro de honor de Antonio Nariño, y aunque tenían una criatura, Margarita se man­tuvo firme; se supone que dijo:

Voy contigo. Deseo compartir tu destino y morire­mos juntos por nuestra patria, para cuya libertad gus­tosos ofreceremos nuestro sacrificio, o regresaremos juntos a calentar de nuevo nuestro hogar con el fuego de la libertad, si Dios nos otorga esta felicidad56.

précis de Don José Domingo Díaz, Secrétaire de la Junta de Caracas, et du general Don Miguel de la Torre, traducción del español, París, 1826, pág. 268.

54. Enrique Otero D'Costa, "Libro de órdenes militares del ge­neral Santander en la campaña de 1819," BHA, xxvm (noviembre de 1941), pág. 1129.

55. Monsalve, Op. cit., pág. 56. 56. Abraham Moreno, "Margarita Urrea," Repertorio Histórico,

Órgano de la Academia Antioqueña de Historia, i (diciembre de 1913), pág. 712.

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Margarita acompañó a la guardia hasta Bogotá y después la siguió al sur hasta Popayán. Cuando su marido cayó pri­sionero en la guerra, le rogó al gobernador por su libertad y la obtuvo. Poco después falleció57.

Varios oficiales españoles también estaban acompaña­dos por sus esposas, a pesar de los rigores de la guerra. En una expedición contra los realistas, el general patriota Francisco Bermúdez descubrió a la mujer de un oficial es­pañol en las montañas de las afueras de Bogotá. Aparente­mente estaba de parto y poco después murió. En un caso raro de magnanimidad, Bermúdez adoptó al pequeño58.

También varios miembros de legiones extranjeras, que vinieron al norte de Suramérica desde Inglaterra, Escocia e Irlanda, trajeron a sus esposas y a sus familias con ellos. De acuerdo con el coronel M. Rafter, él mismo un legionario:

[...Jestos seres desafor tunados se veían sobrecarga­dos ellos mismos , y el servicio t ambién con la presencia de sus esposas y familias desvalidas, cuyos sufrimien­tos sólo lograron a u m e n t a r los suyos propios, y cuyas necesidades y quejas sólo sirvieron pa ra añad i r al esta­do general de calamidad5 9 .

Muchas de las esposas de los legionarios se enfrenta­ron a destinos tristes. Algunas murieron en acción, mien­tras otras fueron heridas o apresadas. Por el contrario, la mujer del general Gregor McGregor, la aristocrática vene­zolana Josefa Aristiguieta y Lovera, fue una ventaja para el movimiento de la independencia. Ella acompañó a Mc­Gregor en las campañas, y juntos dirigieron el ataque

SÍ íbid:, pájgs. 713-Í5. 58. Recollections, vol. i, págs. 197-98. 59. M. Rafter, Memoirs ofGregor McGregor: Comprising a Sketch

of the Revolution in New Grenada and Venezuela, with biographical notices of Generáis Miranda, Bolívar, Morillo and Hove, and a Narra-tive of the Expeditions to Amelia Island, Porto Bello, and Rio de la Hache, interspersed with revolutionary anecdotes, Londres, 1820, pág. 129.

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sobre los realistas en Quebrada Honda, en agosto de 1816. El coronel Rafter le admiraba su fuerza de carácter y su fortaleza, desmostradas en el retiro a Barcelona, porque ella soportó el peligro y la necesidad sin quejarse60. Sobre la compañía de la señora de McGregor y su contribución a la lucha patriota, Rafter escribió:

[...]su mujer, quien con un grado de fortaleza que sobrepasaba su sexo, y un valor digno de una antigua amazona, cabalgó entre sus compatriotas, y animó los ánimos caídos, o blandiendo su lanza los dirigía y ani­maba hacia la victoria61.

Igualmente, muchas otras mujeres anónimas acompa­ñaron a sus maridos al norte de Suramérica para pelear a su lado y compartir con ellos el destino.

Mientras muchas mujeres se involucraron en la batalla y otras atendieron y cuidaron a las tropas, algunas presta­ron sus servicios de una forma diferente, pero igualmente valiosa, a la lucha militar por la independencia en la Gran Colombia. Puesto que la mujer era menos sospechosa, muchas de las que tenían creencias patrióticas fueron uti­lizadas como espías, mensajeras o informantes. Una tal Consuelo Fernández, de Villa Cura (Venezuela), fue acusa­da de divulgar secretos militares de los españoles a los in­surgentes, y fue fusilada el 14 de febrero de 181462.

Incontables mujeres de la Nueva Granada fueron acu­sadas, enjuiciadas, y hasta sacrificadas por haber estadc en contacto con la guerrilla patriota durante el movimien­to de resistencia de 1816-1819. Mercedes Loaiza fue asesi­nada el 16 de septiembre de 1817, por tener contacto cor un patriota y negarse a denunciarlo63. Otras, como Euge­nia Arrazola, fueron dadas de baja por estar en contacte

60. Ibid., págs. 422, 45, 80, 77. 61. Ibid., págs. 77. 62. Heroínas venezolanas, págs. 24, 39. 63. Tisnes, Op. cit., pág. 27.

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con individuos que favorecían la independencia64. Tanto Bibiana Talero, de Zipaquirá, como Ramona Alvarino, de Cariaco (Venezuela), fueron ajusticiadas porque contacta­ron y mantuvieron correspondencia con grupos insurgen­tes. Ignacia Granados, de Santa Marta, escondió literatura patriota y por ello fue ejecutada65. Eulalia Salvis, de Cú-cuta, fue acusada de ser espía para los patriotas de Pam­plona, y fue ejecutada en enero de 181466.

A lo largo de la Gran Colombia fueron numerosas las mujeres, de todas las clases, que hicieron cuanto pudieron por la causa. Muchas fueron implicadas en complots para facilitar la fuga de prisioneros. De hecho, las primeras mártires reconocidas en el movimiento de independencia en la Nueva Granada, en 1812, fueron cuatro mujeres de Pasto: Luisa Góngora, Domitila Sarasti, Andrea Velasco y Dominga Burbano, quienes, vestidas de hombres, entra­ron a la cárcel del pueblo con la intención de liberar al Presidente de la provincia de Popayán, Joaquín Caicedo y Cuero, y a su compañero, Alexander Macaulay Desafortu­nadamente, el carcelero se enteró del plan y las mujeres fueron sorprendidas en el acto, encarceladas y fusiladas67.

Incontables mujeres ayudaron en la fuga de notorios patriotas buscados por las autoridades, Dolores Zabala, Bárbara Espalza y Josefa Riofrío, de Quito, ayudaron a es­capar al líder quiteño Manuel Zambrano, y como conse­cuencia fueron ejecutadas en Ibarra, el 20 de octubre de 1809. Bárbara Alfaro, siendo apenas una niña, se vio en­vuelta en el intento de escape de los patriotas quiteños arrestados, Francisco Calderón, Manuel Aguilar, y Marcos Gayan. El plan fue descubierto y Bárbara fue apresada y torturada, pero no delató a sus compatriotas. Fue exilada

64. Corona fúnebre, pág. 19. 65. Tisnes, Op. cit., págs. 26, 19, 25. 66. Luis E. Páez Courvel, "Precursores, mártires y proceres

santandereanos de la independencia colombiana", BHA, xxxiv (ju­lio-septiembre de 1947), pág. 517.

67. Jorge Buendía N., "Las primeras heroínas de Colombia," BHA, xxxv (abril-mayo 1948), págs. 429-433.

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a la Nueva Granada, junto con su tía, pero logró sobrevivir para narrar su historia68. Antonia Moreno, Marta Tello y Rosaura Rivera, de Neiva, facilitaron la huida de prisione­ros políticos69.

Otras mujeres arriesgaron su vida al alojar y esconder a los enemigos del Estado español. Dolores Carvelo de Rachadel, viuda del comandante republicano Manuel An­tonio Rachadel, escondió en su casa, durante varios me­ses, a Hermógenes Maza, el ex gobernador de Caracas, después de su huida de la prisión, en 181670. Rosa Florido, de Bogotá, escondió al general José Sarda, pero éste fue descubierto y ejecutado, a ella no se le condenó, pero mu­rió en la pobreza. Antonia Monzón, de Barcelona (Vene­zuela), ocultó a Mauricio Aldriano, un jefe patriota de Margarita71.

Además, algunas mujeres demostraron su pariotismo al tratar de persuadir a los soldados enemigos de desertar y pasarse a la causa patriota. En julio de 1816, Carlota Rengifo y Bárbara Montes, de Caloto, junto con Carmen Olano y Josefa Morales, de Quilichao, fueron fusiladas por tratar de incitar a la deserción a soldados realistas del ba­tallón Numancia12. Estefanía Neiva de Esclava persuadió a su marido, Romualdo Esclava, y a un grupo de hombres, para unirse al ejército de la independencia en Casanare. Por esta razón, fue fusilada en Sogamoso, el 17 de enero de 181873.

Otras mujeres demostraron su apoyo a la independen­cia en formas aparentemente inocuas. Aun así, también fueron frecuentemente obligadas a pagar con sus vidas. Juana Escobar, de Gámeza, fue ejecutada el 11 de julio de 1819, al tratar de auxiliar a unos prisioneros patriotas a

68. Corona fúnebre, págs. 115, 69, 26. 69. Tisnes, Op. cit., págs. 25-26. 70. Monsalve, Op. cit., pág. 71. 71. Corona fúnebre, págs. 73, 15. 72. Díaz, Op. cit., pág. 367. 73. Tisnes, Op. cit., pág. 25.

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quienes los españoles estaban hiriendo con sus lanzas. Leonor Cuello, de Cartagena, fue severamente azotada por defender a los insurgentes74. Dolores Arce, de Barinas (Ve­nezuela), fue ajusticiada en 1813 por haberle rendido ho­menaje al Libertador, cuando éste pasó por la ciudad75. Carlota Armero, una joven patriota de 17 años, fue ejecu­tada en 1816 por rehusarse a contraer matrimonio con un oficial español; sostuvo que no se casaría con tiranos76. María Josefa Lizarralde, junto con sus dos compañeros, fue acusada por tratar de sobornar a un guardia en Zipaquirá, y los tres fueron ejecutados en la plaza del pue­blo el 3 de agosto de 181677.

Junto a aquellas mujeres de Iberoamérica que arries­garon sus vidas al realizar acciones de valor en beneficio de los insurgentes, otras hicieron contribuciones vitales, aunque menos espectaculares, mediante el suministro de dinero y de abastecimientos urgentemente necesitados. Se requerían grandes sumas de dinero y de materiales para surtir al ejército de la independencia, y las mujeres fueron contribuyentes generosas durante el lapso de las guerras. El 10 de agosto de 1809, la subversión en Quito fue subsi­diada en gran parte por las mujeres. El nombre de Josefa Herrera, la marquesa de Maenza, apareció en una lista de 565 personas implicadas en la revuelta. Aunque era viuda, contribuyó a la causa con generosas sumas de dinero. El fiscal del distrito de la ciudad de Quito, Ramón Núñez, re­portó que muchas otras mujeres habían contribuido con fondos para sostener a la insurrección, pero sus nombres no fueron publicados, pues la lista era demasiado larga78.

74. Ibid.,págs. 24-25. 75. Corona fúnebre, pág. 19. 76. Díaz, Op. cit., pág. 367. 77. Roberto María Tisnes J., "Otros dos mártires zipaquireños",

BHA, XXXVIII (enero-marzo de 1951), pág. 164. 78. Isaac Barrera, "Documentos históricos. Los hombres de

agosto. Informe del procurador general, síndico personero de la ciudad de Quito, Ramón Núñez del Arco", BANH, xx (Ecuador, ju­lio-diciembre de 1940), págs. 233, 252, 236.

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Como comandante en jefe de las fuerzas de la indepen­dencia, Simón Bolívar era el principal responsable de soli­citar y procurar los abastecimientos para sus tropas. En más de una ocasión, emitió proclamas en las cuales urgía a los ciudadanos de la Nueva Granada y de Venezuela para que contribuyeran con lo que pudieran. Como los gobier­nos patriotas estaban empobrecidos, las donaciones parti­culares eran vitales para la causa. En agosto de 1813, Bolívar emitió una proclama a los venezolanos, en la cual les urgía a contribuir con lo que pudieran para la guerra. Para facilitar esta acción, nombró a cuatro corregidores encargados de recolectar las contribuciones, ya fueran for­zosas o donadas. En diciembre de 1814, Bolívar emitió un decreto a los ciudadanos de la provincia de Cundinamar-ca, en el cual detallaba las necesidades del ejército y nom­braba una comisión de doce ciudadanos para cobrar las donaciones79.

La necesidad de dinero y de suministros para el ejérci­to era cosa de nunca terminar. Ya en 1811, las mujeres co­menzaron a hacer donativos a la causa tanto en dinero como en especie. La Gaceta de Caracas reprodujo listas de los nombres de los contribuyentes ese mismo año, y en forma periódica a partir de entonces. Aunque algunas de las donaciones hechas por mujeres fueron tan pequeñas como de medio peso80, otras fueron más cuantiosas. Juana López, una viuda de Calabozo, donó 100 pesos. Algunas mujeres donaron esclavos al servicio del Estado, mientras una donó dos muías81, y otra una carga de cacao82. La ves­timenta de las tropas era una necesidad vital, por lo cual otras mujeres contribuyeron con zapatos y con unifor­mes83.

79. Rufino Blanco-Fombona (Comp.), Discursos y proclamas: Simón Bolívar, París, 1913, págs. 155-157, 175.

80. Gaceta de Caracas, noviembre 22 de 1811, pág. 4. 81./¿id. , mayo 21, 1811, pág. 4. 82. Ibid., febrero 7, 1814, pág. 4 83. Ibid., diciembre 6, 1811, pág. 4; Ibid., febrero 7 de 1811,

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Las mujeres del Socorro fueron notorias por su apoyo a la gestión patriota. En enero de 1829, el gobernador de la provincia del Socorro, Antonio Morales, informó que cua­renta y nueve mujeres de la zona habían ofrecido alojar y vestir con su propio peculio a 100 hombres que recibirían entrenamiento militar. En su misiva, las mujeres mencio­naron que "el fierro Español sabrá que en la provincia del Socorro tiene que combatir hasta el sexo delicado"84. Al vi­cepresidente Santander se le notificó este gesto y ordenó que en la Gaceta de Santafé de Bogotá se publicara la carta, como inspiración para otros85. Las mujeres de Tunja su­puestamente cosieron 3 000 chaquetas para el ejército en tres días, mientras las mujeres de Socha les dieron ropa a los soldados86.

Aunque algunas mujeres del norte hicieron contribu­ciones en grupo, muchas aportaron lo que pudieron por su propia cuenta. María Suárez, de Ocumare (Venezuela), junto con una vecina, donó 200 libras de añil para sostén de las tropas87. Juana Velasco de Gallo, de la provincia de Boyacá, le presentó a Bolívar regalos de caballos y de ali­mentación88; mientras Mercedes Ábrego de Reyes le bordó un magnífico uniforme al Libertador89. María Antonia Ruiz, una mujer de edad, reclutó soldados y armas para la causa90. Josefa Castro y su esclava, Josefa Conde, reunie­ron armas y caballos para los soldados del coronel Pedro Marqueito en la Nueva Granada91. En Barcelona, (Vene­zuela), Josefa Figueras fue ejecutada por los realistas por haber recolectado 200 pesos para la gestión de la indepen-

84. Rodríguez Plata, Op. cit., pág. 725. 85. Ibid., pág. 726. 86. Diego María Gómez Tamayo, Anotaciones históricas, Mede-

llín, 1969, pág. 116. 87. Vicente Lecuna, Op. cit., pág. 57. 88. Correa, Op. cit., pág. 357. 89. Meló Lancheros, Op. cit., pág. 1168. 90. Fernando Galvis Salazar, "El combate de San Juanito",

BHA, LV (julio-agosto de 1968) pág. 373. 91. Tisnes, Los mártires, pág. 24.

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dencia92. María Josefa Ricaurte de Portocarrero y su mari­do organizaron y sostuvieron a un cuerpo de tropas por su propia cuenta93. En Mérida (Venezuela), el 22 de junio de 1813, una viuda anciana, María Simona Corredor de Pico, donó su casa a los patriotas; esperaba que se pudiera ven­der, y que el dinero recaudado fuera usado para la causa de la libertad94. Indudablemente, numerosas damas del norte de Suramérica ofrecieron sus joyas para apoyar el movimiento de la independencia, así como lo hicieron las mujeres de Chiquinquirá95.

Las contribuciones económicas que el bello sexo hizo al esfuerzo de la guerra, fueron de gran importancia para el sostén de la causa de los insurgentes. Aún así, algunas mujeres hicieron contribuciones de naturaleza personal, que implicaron tal vez un mayor sacrificio. Una de las mu­jeres sobresalientes y sacrificadas en esta lista fue la viuda Simona Duque, de la provincia de Antioquia. A pesar de su pobreza y de su indigencia, urgió a sus cinco hijos para que se alistaran en los ejércitos de la independencia. De hecho, ella misma se los presentó al general José María Córdova, cuando pasaba por el sector. Córdova se resistió a aceptar a los cinco, pero Simona insistió. Impresionado por su pariotismo, el general Córdova le escribió al vice­presidente Santander solicitándole que se le diera una pensión. El general Santander le asignó la suma de 16 pe­sos mensuales y dio orden para que esta historia se publi­cara en algún diario de Bogotá96. En una carta dirigida a Santander, en ese mismo año, Simona declinó la pensión y declaró que nunca la aceptaría mientras estuviera en ca­pacidad de trabajar. Al final, Gabriel María Gómez, un

92. Monsalve, Op. cit., pág. 63. 93. Meló Lancheros, Op. cit., pág. 1167. 94. Tulio Febres Cordero, Archivo de historia y variedades, 2

vols, Caracas, 1931, vol. n, págs. 17-18. 95. Monsalve, Op. cit., págs. 94-95. 96. Manuel Ezequiel Corrales (Ed.), Documentos para la histo­

ria de la provincia de Cartagena de Indias, 2 vols, Bogotá, 1883, vol. o, págs. 389-390.

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cura vecino, convenció a Simona para que aceptara el di­nero. De acuerdo con el escritor Abraham Moreno, la de­voción de esta mujer por la libertad la acompañó hasta sus años finales, pues una de sus últimas solicitudes fue la de que sus hijos sirvieran a la patria siempre que ésta los ne­cesitara97.

Otras incontables mujeres enviaron ávidamente a sus hijos a la guerra. Josefa Antonia de Buroz, en Caracas, per­dió a sus cuatro hijos; Lorenzo, Vicente, Venancio y Pedro, en batalla, durante los primeros años del conflicto. Ella misma fue encerrada en las cárceles de La Guaira, y des­pués fue expatriada. Catalina Tobar de Ponte perdió a sus cuatro hijos en batalla, mientras los hijos de Margarita Sanojo también murieron98. Pedro, hijo de Dolores de Picón, un niño héroe, murió en batalla en Horcones, mien­tras su hermano mayor, Jaime, un capitán del batallón Barlovento, perdió la vida en San Mateo, el 28 de febrero de 1814. Al conocer las noticias acerca de la muerte de sus hijos, se dice que Dolores afirmó: "Doy gracias a Dios por­que mis hijos han derramado su sangre por la patria"99.

Una de las mayores preocupaciones de la mujer duran­te la independencia fue la situación y el destino de sus es­posos, arrestados y encarcelados por haber tomado parte en las revueltas o en actividades patriotas. Muchas muje­res hacendosas defendieron las acciones de sus maridos, y abrumaron a las autoridades realistas con peticiones para su liberación. Numerosos hombres involucrados el 10 de agosto de 1809 en un levantamiento en Quito, fueron re­unidos, arrestados, encarcelados y enviados al exilio des­pués de la toma española. El doctor Salvador Murgueytio, un senador, fue uno de los muchos exilados en una peque­ña población del Ecuador. En 1813 fue condenado a una prisión africana, en Ceuta, por ocho años. El mismo Sal-

97. Abraham Moreno, "Simona Duque", Repertorio histórico, Órgano de la Academia Antioqueña de Historia, i (diciembre de 1913), pág. 721.

98. Monsalve, Op. cit., págs. 72-79. 99. IbUL, pág. 72.

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vador apeló esta nueva sentencia, pues sentía que su con­ducta en el exilio había sido ejemplar. Su mujer, Teresa Zambrano y Montesevin, abogó ante las autoridades por su marido y, junto con otros testigos, certificó acerca de su buen carácter. Su solicitud principal era que su marido fuera regresado a Quito, para que pudiera sostener a su familia y educar a sus pequeños hijos. Ella creía que su marido estaba arrepentido, y que el castigo que había reci­bido le había servido como escarmiento100.

Josefa Araújo, la mujer de otro ecuatoriano en exilio, continuamente bombardeó al gobernador realista, Toribio Montes, con peticiones para liberar a su marido. En sus cartas, negaba vigorosamente el hecho de que su marido hubiera cometido algún crimen y defendía su inocencia. En varias súplicas, apeló a los sentimientos de Montes, mencionando los aprietos de sus siete hijos huérfanos de padre101. María Dolores de González Llórente, en Bogotá, rogó a las autoridades en favor de su marido, quien había estado implicado en los eventos del 20 de julio de 1810. Defendió su conducta, su civismo, y contó la triste situa­ción de su familia102. No se sabe si las solicitudes de estas dos señoras fueron tomadas en cuenta, sin embargo, sí constituyeron un esfuerzo de valentía.

A veces, los maridos les solicitaban a sus mujeres ac­tuar en su nombre. Miguel Carabaño, un soldado del ejér­cito patriota, quien había sido capturado por las tropas españolas y encarcelado en el fuerte San Julián, en el Cho­có, le escribió a su señora en Caracas, el 6 de enero de 1816, pidiéndole que se pusiera en contacto con amigos y parientes para que trabajaran en busca de su liberación. El esperaba que ella podría convencerlos de escribir reco-

100. Isaac Barrera (Comp.), "Documentos históricos. Los hom­bres de agosto. Juicios seguidos a los proceres", BANH, xxi (Ecua­dor, enero-junio de 1941), págs. 223-227.

101. IbitL, pág. 240. 102. Enrique Ortega Ricaurte, (Ed.), Documentos sobre el 20 de

julio de 1810, Biblioteca de Historia Nacional, vol. xcm, Bogotá, 1960, pág. 114.

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mendaciones a los españoles en su favor. La carta de Cara-baño fue publicada por los realistas en la Gaceta de Cara­cas, en marzo de 1816, como un ejemplo para otros que contemplaran la sedición103. No se sabe si su mujer tuvo éxito en obtener su liberación.

Mientras un gran número de mujeres criollas trabaja­ron en pro de la independencia, un número menor, tanto de criollas como de peninsulares, se sumaron a los realistas. La lealtad al rey y la devoción al monarquismo influyeron en su decisión, al igual que los beneficios sociales y econó­micos, de los que disfrutaban a través de las posiciones de sus maridos o de sus familias. Pero, sin tener en cuenta su razonamiento, la naturaleza civil y militar del conflicto también tocó a las esposas y a las madres realistas.

Estas realistas realizaron las mismas acciones e hicie­ron contribuciones similares a las de aquellas mujeres que trabajaron en favor de la causa patriota. Los realistas en­rolaron a combatientes femeninas sobresalientes, siendo la más notoria la quiteña Josefa Sáenz de Vergara, mujer de Francisco Javier Manzanos, un juez de la Real Audien­cia. Ella había sido arrestada por los patriotas, debido a su decidida oposición al nuevo gobierno, pero logró escapar y huyó a uno de los campamentos militares españoles. En 1812, el gobernador Toribio Montes planeó el ataque a los rebeldes quiteños y el 2 de septiembre de ese año se en­frentó con ellos en Mocha. Fue en esta batalla donde Jose­fa Sáenz de Vergara peleó al lado de los hombres y donde ganó fama104. Sin lugar a dudas, hubo también otras muje­res que pelearon en el lado realista, pero sus nombres se han perdido para la historia.

Numerosas mujeres, muchas de las cuales gozaban de prosperidad, no dudaron en contribuir con lo que pudie­ran para apoyar la causa del rey. Tanto la Gaceta de Caracas, como la Gaceta de Santafé, publicaron listas de aquellas que aportaban dinero y apoyo a las tropas españolas. La

103. Gaceta de Caracas, marzo 20 de 1816, pág. 513. 104. Restrepo, Op. cit., pág. 168.

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mayoría de estos regalos fueron pequeños, menos de diez pesos; el mayor, de 54 pesos, fue donado por la marquesa de Casa León 105. A las mujeres que eran dueñas de hacien­das, casas, almacenes y tabernas, se les sacaban contribu­ciones106. El monarca español no desconoció la lealtad de estas damas y la contribución que hicieron a la causa. En una cédula de 1818, dirigida específicamente al gobierno de Santafé de Bogotá, el rey ordenó que se les diera una medalla a las mujeres que habían sido leales a España du­rante la revolución107.

Dos de las realistas más sobresalientes fueron la mar­quesa de Torre Hoyos y Ana Polonia García de Tacón, mu­jer del gobernador español de Popayán. La marquesa era una mujer muy adinerada, cuyas haciendas, casas y gana­derías se habían arruinado durante la guerra; además, el conflicto le trajo infelicidad personal, pues su marido mu­rió en 1811. A pesar de sus muchas desgracias, ella perma­neció leal al rey y, entre febrero y marzo de 1816, alojó y atendió al general Pablo Morillo y a algunos de sus oficia­les en su casa en Mompós, a orillas del río Magdalena. El día en que Morillo salió hacia Bogotá, le regaló 200 de sus mejores caballos. La marquesa se benefició de sus accio­nes bondadosas, pues uno de los oficiales de Morillo, Juan Antonio Imbrecht, a quien había entretenido tan suntuo­samente, regresó, en noviembre de 1817, para casarse con ella. Después de su matrimonio, ella lo autorizó para ma­nejar todos sus negocios y sus propiedades y lo nombró albacea de su testamento108.

Ana Polonia García de Tacón, aunque firme seguidora del lado español, era una mujer noble e imparcial. Más de una vez le ofreció su ayuda y su auxilio a los insurgentes,

105. Gaceta de Caracas, diciembre 4 de 1816, pág. 829. 106. Ibid., págs. 828-829; Ibid., diciembre 11 de 1816, pág. 837. 107. Ibáñez, Op. cit., vol. m, pág. 425. 108. Segundo Germán de Ribón, "Historia y no leyenda. La

marquesa de Torre Hoyos y la llegada de don Pablo Morillo a Mompós", BHA, XLIII (julio-septiembre de 1956), págs. 432-433,435, 439, 449-453.

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quienes, acusados por sus crímenes, yacían en las cárce­les. En Pasto, auxilió en varias oportunidades a los prisio­neros patriotas. Se le recuerda especialmente por sus esfuerzos para beneficiar a Joaquín Caicedo, Alexander Macaulay y a sus compañeros. Estos hombres, condena­dos por su lucha guerrillera y por sus incursiones patrio­tas, fueron sentenciados a muerte el 12 de diciembre de 1812, por el gobernador Toribio Montes. Ana le escribió en beneficio de los prisioneros y le rogó suspender su orden. Montes fue inflexible, y a pesar de los buenos oficios de la señora, los prisioneros fueron ejecutados temprano en 1813109. Pero la bondad de Ana Tacón hacia los prisioneros patriotas no fue olvidada, y cuando Antonio Nariño se apoderó de la provincia de Popayán en 1814, le agradeció su generosidad para con los republicanos y le prometió asilo. Nariño expresó que "Cundinamarca se complacerá en contar a v. s. en el número de las damas virtuosas que la adornan, y yo tendré la dulce satisfacción de haber dado un asilo a la virtud desgraciada"110. Sin embargo, Ana fue inflexible en su respuesta y rechazó los ofrecimientos de protección de Nariño; ella contestó que su marido la cui­daría y que ella permanecía leal a España111.

Las mujeres del lado español no vacilaron en buscar recompensa de la Corona por su lealtad y por lo que ha­bían sufrido a consecuencia de ella. Josefa Lucía Arteaga, una nativa de la provincia de Barinas, y viuda de un capi­tán del ejército realista, fue el único miembro de su fami­lia que permaneció leal a los principios monárquicos durante el conflicto en Venezuela. El 16 de enero de 1817, le escribió al rey pidiendo que le concediera a ella y a sus cinco hijas "la misma distinción con que estaban condeco­radas las señoras que se distinguieron en Cádiz en favor de la justa causa"112. Josefa hizo conocer su posición e hizo

109. Restrepo, Op. cit., vol. i, págs. 165, 171-172. 110. Hernández de Alba, Cartas íntimas, N° 47. 111. Ibidem. 112. Tosta, Op. cit., vol. I, págs. 157.

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un recuento de sus actividades pa ra la independencia des­de los p r imeros días de la revolución en Bar inas . Ella es­cribió que s iempre:

se manifestó con la mayor energía, defendiendo los derechos de Vuestra Majestad, contraarrestando a su hermano mayor, que era presidente de la Junta Revolu­cionaria, y a todos los demás hermanos, que seguían a los rebeldes; por cuya causa padeció los mayores ultra­jes, destierros y continuos riesgos de la vida, tanto de ella como de sus cinco hijas Doña Gertrudis, Doña Bár­bara, Doña Concepción, Doña Francisca Ana y Doña Rosario; habiendo perdido a su anciano esposo de re­sultas de los contratiempos; consumido todo el caudal en el socorro de las tropas de v. M.; e igualmente comu­nicado a sus jefes las noticias más importantes para la conservación, y exterminio de los rebeldes113.

La petición de Josefa fue sus tentada con car tas del ge­neral Juan Manuel Cagigal, mariscal de campo de los ejér­citos y capi tán general de Venezuela, y de José de Ceballos, br igadier general de los ejércitos realistas. Ambos atesti­guaron el hecho de que ella había donado lo que hab ía po­dido a las t ropas , y que había sufrido ultrajes de los patr iotas . Cagigal escribió que ella se había empobrec ido como resul tado: "de las ru inas de sus hac iendas y de los saqueos que sufrió de sus mismos parientes y pa isanos , po r la no tor iedad de su amor a la causa del Rey, y el ser públicos los auxilios que cons tan temente daba a los ejérci­tos reales"114. No se sabe si Josefa recibió compensac ión por su lealtad, pero sí tuvo la buena fortuna de un segundo ma t r imon io con un español, Nicolás de Sotomayor, conde de Clonard115.

113. Ibidem. 114. Ibid., pág. 158. l\5. Ibid., pág. 159.

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Las mujeres en la Independencia

Para el año 1810, numerosas mujeres del norte de Su-ramérica estaban prestas a traducir su recién despertada conciencia política en acción. Mientras algunas patrocina­ban y atendían tertulias políticas, donde los hombres planeaban la revolución, pocas estaban realmente involu­cradas en los acontecimientos que llevarían a la declara­ción de independencia. Pero después de declarada la independencia por parte de los gobiernos respectivos, mu­chas mujeres dejaron la seguridad de sus hogares para participar en la larga y sangrienta lucha.

Las guerras por la independencia fueron, en parte, res­ponsables de la desestabilización de la vida familiar y de que la mujer saliera de su hogar al holocausto. Paradójica­mente, durante la independencia, las mujeres salieron de sus hogares para protegerlos. El ejemplo del hombre, los abusos del sistema colonial español, el floreciente nacio­nalismo criollo, el patriotismo, los motivos personales y el deseo de recompensa, motivaron a la mujer a entrar en la lucha con fuerza. A pesar de sus acciones, la mujer de aquella época no esperaba beneficios inmediatos. La idea de organizarse en grupos y de pelear por sus derechos fue una idea ajena a la mujer hispanoamericana de aquella época; por lo tanto, encontraba satisfacción con un míni­mo de beneficios políticos, legales y económicos.

Las acciones, las contribuciones y las actividades de la mujer en la era de la revolución, fueron un resultado de motivaciones mixtas. Las mujeres realizaron una variedad de tareas para la causa: animaban en el combate, cuida­ban de los soldados, seguían a las tropas, se involucraban en conspiraciones, espiaban, entregaban mensajes y aloja­ban a los patriotas notorios. Adicionalmente, las mujeres de los insurgentes defendían a sus maridos, encarcelados debido a sus acciones y a sus convicciones políticas.

Sin embargo, no todas las mujeres en el área de la Gran Colombia favorecieron la causa patriótica. Los espa­ñoles también tenían seguidoras, igualmente firmes y de­votas, entre el bello sexo y ellas también llevaron a cabo servicios vitales para los realista. Vemos así que la mujer

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iberoamericana no era una hermanita débil; poseía un ca­rácter fuerte y un espíritu firme, y al enfrentar el peligro, demostró su fortaleza y su habilidad para actuar por sí misma.

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Policarpa Salavarrieta

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Policarpa Salavarrieta es, sin duda, la heroína más popu­lar de la época del terror en la Nueva Granada, nombre con el que se conoció el período de la reconquista españo­la a principios del siglo xix. Junto con ella, un sinnúmero de mártires femeninas compartieron el mismo fin trágico. José Dolores Monsalve calcula, con una estadística rudi­mentaria, que aproximadamente 150 mujeres fueron perseguidas por Morillo1. Junto con ella, también sobre­salieron otras mártires como doña Rosa Zarate de Peña, fusilada en Tumaco, y doña Mercedes Ábrego de Reyes, decapitada en Cúcuta, ambas en la guerra de 1813; la jo­ven Carlota Armero, fusilada en Mariquita en 1816 y Antonia Santos, en Socorro, fusilada días antes del triunfo de la batalla de Boyacá.

Policarpa Salavarrieta, como todas las heroínas, ha sido motivo de inspiración para novelas y poemas y tam­bién objeto de interés investigativo para los historiadores. Por esta razón, existe un buen número de materiales de gran valor, que hablan acerca de la vida de Policarpa; sin embargo, éstos son dispersos e inconexos y a veces contra­dictorios. Tanto el nombre preciso y completo, como el lu­gar y la fecha de nacimiento de la Pola, son materia de discusión.

En relación con su nombre, encontramos varias deno­minaciones: su padre la llama Polonia al otorgar el poder

1. José Dolores Monsalve, Mujeres de la Independencia, Biblio­teca Academia de Historia, vol. xxxvm, Bogotá, 1926.

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de testar, y con ese mismo nombre la hace figurar el pres­bítero Salvador Contreras, al formalizar tal testamento el 13 de diciembre de 1802. Pero su hermano Bibiano, el más cercano en afectos, compañero suyo en Santafé, la llama Policarpa. También doña Andrea Ricaurte de Lozano, en cuya casa vivió y en cuya compañía se hallaba en el mo­mento de ser reducida a prisión, y Ambrosio Almeyda, quien conspiró con ella y recibió su protección, la llaman Policarpa. En su falso pasaporte, expedido en 1817, se le denominó Gregoria Apolinaria. Contemporáneos suyos, como el mismo Almeyda, José María Caballero, José Hila­rio López, Francisco Mariano Fernández, la llaman sim­plemente la Pola2. No obstante, el nombre por el que es más conocida y como posteriormente se la ha denomina­do en todos los homenajes postumos, es Policarpa Salava-rrieta.

En cuanto al lugar de nacimiento, existen diferentes versiones. Algunos afirman que fue Guaduas, y otros que fue Mariquita o Bogotá. Las dudas sobre el lugar y la fecha de nacimiento, al igual que sobre su nombre, se deben a que no hay ningún documento explícito y preciso. La par­tida de bautizo de Policarpa no ha sido encontrada hasta el momento y, por ahora, sólo se han recogido los diferen­tes datos que aparecen en documentos, sin llegar todavía a una conclusión.

La discusión se inició en 1887 cuando, en el periódico El Sol del 8 de julio, se publicó un artículo de Rafael Pom-bo donde se afirma que el lugar de nacimiento de la Pola fue Mariquita. El 20 del mismo mes y en el mismo periódi­co, José Caicedo Rojas contradice esta información, afir­mando que fue Bogotá. José María Samper responde el 27 de julio, en la misma publicación, defendiendo como lugar

2. Era muy usual en el período colonial, como todavía lo es hoy, dar a los niños numerosos nombres, unos por afecto, Otros por tra­dición familiar, o por devoción al santo del día de nacimiento o del bautizo. Es posible, entonces, que Policarpa tuviera otros nombres, como los que se han mencionado.

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Policarpa Salavarrieta

de origen a Guaduas. En su escrito, Samper comenta que la partida de nacimiento sería imposible de encontrar, por­que no había iglesia parroquial por aquella época3.

En 1894, con motivo del centenario de su nacimiento, se volvió a reanudar la controversia. Pedro María Ibáñez publica un artículo en el periódico Los Hechos del 11 de julio, en el cual da su opinión en favor de Guaduas, como lugar de origen de la Pola. Pombo, en El Correo Nacional del 20 de julio, vuelve a defender su posición acerca de Mariquita. Los estudios posteriores de Eduardo Posada, de José María Restrepo Sáenz y Enrique Ortega Ricaurte y de A. Hincapié, parecen agotar temporalmente la discu­sión sobre el lugar de nacimiento, poniendo en claro a la villa de Guaduas4.

Los nacimientos de los hermanos y hermanas de Poli-carpa nos ayudan a determinar aproximadamente la fecha de su nacimiento, y aportan elementos para dilucidar un poco más acerca del lugar. Los hermanos fueron: María Ignacia Clara, nacida en la parroquia de San Miguel de Guaduas el 12 de agosto de 1789, y Eduardo, el 3 de no­viembre de 1792, en la misma ciudad; ambos murieron en la infancia; Catarina, nacida en Guaduas en 1791; José María de los Ángeles, bautizado en Guaduas el 12 de agos­to de 1790, y José María, el 26 de mayo de 1796 en Gua­duas, ambos optaron por la carrera religiosa; Ramón, confirmado en Bogotá en 1800; Francisco Antonio, bauti-

3. José María Samper complementa la información anotando que el bautizo se realizó en el antiguo convento de San Francisco, donde los documentos relativos al estado civil se perdieron. Ade­más, agrega dos razones para confirmar a Guaduas como sitio de nacimiento: en primer lugar, la municipalidad de Guaduas le dio el nombre de Calle de la Pola, a la calle en la cual, según muchos testi­gos, se encuentra la casa donde nació y vivió Policarpa. En segundo lugar, Samper anexa una lista de personas insignes y contemporá­neas de la Pola, que confirman a Guaduas como su lugar de naci­miento. Véase Eduardo Posada, "Policarpa Salavarrieta", Boletín de Historia y Antigüedades, vol. xi (Bogotá, 1916), págs. 245-256.

4. Ibidem.

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zado en la parroquia de Santa Bárbara, el 26 de septiem­bre de 1798; y Bibiano, en Bogotá en 18015.

Las fechas más plausibles para el nacimiento de la Pola son las de 1793, 1794 o 1795. Si escogemos la última, tendría 22 años al momento de su muerte; ésta sería la edad más acorde con las descripciones que hay sobre ella, en las que siempre resaltan su juventud en el momento de la ejecución. En cualquiera de estas fechas, sus padres es­taban todavía establecidos en Guaduas, pues tan sólo se trasladaron a Santafé en 1798. En ese caso, lo más proba­ble es que la Pola haya nacido en la villa de Guaduas.

Policarpa se crió en medio de una familia acomodada, que tenía lo suficiente y era respetada en la villa, pero que no poseía ningún status de hidalguía. A través del testa­mento de su padre, Joaquín Salavarrieta, se puede apreciar que era un hombre de regular fortuna, que había empren­dido negocios de agricultura y comercio. Las deudas a su favor declaraban una suma de apreciable cantidad, que no sólo se refiere a dinero, sino también a mercancías, lo que puede indicar la posesión de una tienda o almacén en Guaduas. En el testamento de su madre, Mariana Ríos, figuran ropas abundantes, alhajas de precio y menaje do­méstico no escaso. La casa de la familia Salavarrieta Ríos, que aún se conserva por haberla convertido en museo, no es de las más prestantes, suntuosas y bien construidas de la villa, pero tampoco es pequeña ni miserable. Oswaldo Díaz Díaz la describe así:

Situada sobre un terreno no escaso, sigue en sus lí­neas la disposición que aún se ve en muchas poblacio­nes de clima semejante: una habitación central, amplia y ariada y otras dos laterales, estantillos de madera ro­lliza, techo de palma, puerta central y ventanucos; un patio donde colocarían las polladas, fogón de tres pul­pas, piedra de moler para partir el maíz; tinaja panzu­da para el agua fresca; un surco de hierbas medicinales

5. Boletín de Historia y Antigüedades, tomo xn (Bogotá, 1917).

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Policarpa Salavarrieta

y de flores encendidas y alguna jaula de carrizos con el toche cantor6.

El traslado a la capital de la familia Salavarrieta Ríos probablemente se debió a la búsqueda de una mejor edu­cación para sus hijos varones. Era una costumbre muy co­mún en aquella época, buscar el centro educativo más cercano para mudarse, ya fuese toda la familia o sólo los hijos en edad de estudiar. Don Joaquín Salavarrieta adqui­rió una casa baja de tapia y teja en el barrio Santa Bárba­ra, donde se estableció con toda su familia. Pero la permanencia en Bogotá fue muy efímera, debido a la tra­gedia sufrida por la epidemia de viruela que se extendió por la capital en 1802; el padre y la madre murieron, al igual que Eduardo y María Ignacia, dos hermanos de la Pola. Después de este evento, la familia Salavarrieta Ríos se disolvió: José María y Manuel ingresan a la comunidad agustina; Ramón y Francisco Antonio viajan a Tena y em­piezan a trabajar en una finca; alrededor de 1804, la her­mana mayor, Catarina, resuelve trasladarse de nuevo a Guaduas con Policarpa y Bibiano, su hermano menor, para vivir con su madrina Margarita Beltrán7. Allí vivieron hasta que Catarina se casó con Domingo García y sus dos hermanos se fueron a vivir con la nueva pareja8.

De esta época, transcurrida en Guaduas, hay poca in­formación9. La mayoría de los estudiosos afirman que se desempeñaba como costurera, labor que más tarde ejerció en Bogotá; algunos afirman que enseñó en la escuela pú-

6. Oswaldo Díaz Díaz, "La reconquista española", en: Historia Extensa de Colombia, vol. vi, tomo i, Bogotá, Ediciones Lerner, Bo­gotá, 1964.

7. Margarita Beltrán era hermana de Manuela Beltrán, quien participó activamente en 1781 en el movimiento de los Comuneros en contra del régimen colonial español.

8. Paulo E. Forero, Las heroínas olvidadas de la Independencia, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1972.

9. La información sobre Policarpa se concentra en su captura y su ejecución, es decir, en los últimos cinco días de su vida.

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blica, lo que la colocaría por encima de las gentes de su clase. Sabía leer y escribir y debería tener una excelente formación -aspecto notable para la época- que posible­mente habría recibido en la casa de doña María Matea Martínez de Zaldúa, donde vivió un tiempo en Santafé10.

La villa de Guaduas era un lugar de obligado tránsito entre la capital y el río Magdalena. La atravesaba el cami­no empedrado que vio pasar a todos los viajeros notables: virreyes, arzobispos y oidores. Un constante trajín de arrieros, muías, sillas de manos, jinetes y peones mantenía al pueblo en movimiento, ya que por allí se hacía gran par­te del comercio con el interior del Nuevo Reino. Esto hizo de la población un sitio de paso de información, noticias y, por lo tanto, permitió a sus pobladores mantenerse en­terados de todos los sucesos que acontecían en ese mo­mento.

La Pola crece durante el período de reconquista e inde­pendencia, una época de guerra. En 1810, con el grito de independencia, se establece en la Nueva Granada un go­bierno patriota que reemplaza al español existente. Espa­ña, entonces, decide recuperar el control de la colonia e instaura, en 1816, dos procesos simultáneos: la pacifica­ción y la época del terror. Para los españoles, la pacifica­ción es la única forma de "reconquistar" el territorio para restaurar las autoridades e instituciones coloniales y bo­rrar las experiencias revolucionarias que se habían mani­festado desde finales del siglo xvm y que se habían hecho efectivas en 1810. Para los granadinos, la reconquista re­crudeció la división existente entre realistas y patriotas. Los realistas militaristas veían la reconquista en forma positiva, pero había inquietud entre los realistas civilistas. Los patriotas, por su lado, se fueron consolidando en un movimiento revolucionario. El año 1816 fue decisivo en la historia de la independencia. A lo largo de este año, las tropas pacificadoras se extendieron por el territorio, desa­

lo. Manuel, hermano de María Matea, exaltó el carácter, el ta­lento y las cualidades morales de Policarpa. Véase Díaz, Op. cit.

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Policarpa Salavarrieta

pareció el gobierno de las Provincias Unidas y se restable­ció el Virreinato. Las autoridades españolas comenzaron el sacrificio ejemplarizante de los dirigentes revoluciona­rios y de sus colaboradores y simpatizantes, y se sentaron las bases militares y políticas para los sobrevivientes de la pacificación. Se inició entonces la llamada "época del te­rror", con la entrada de Pablo Morillo en Cartagena11. En marzo de 1818 Juan Sámano es encargado como virrey; había sido nombrado desde septiembre de 1817 en Espa­ña, pero probablemente para noviembre aún no había lle­gado el título a la ciudad y seguía conservando su título de Mariscal12.

En esa época de guerra, la Pola compartió con su fami­lia el espíritu patriota. Su cuñado, Domingo García, murió luchando al lado de Nariño en la Campaña del Sur. Su her­mano Bibiano fue veterano de la misma campaña, y en 1815 regresó a Guaduas malherido y habiendo sido víctima de una dura prisión. Su estadía en la casa de los Beltrán seguramente afianzó sus ideales de lucha y su inconformi­dad contra el sistema establecido por los pacificadores. Su temporada en la villa de Guaduas, la rodeó de un espíritu luchador. Inclusive una de las más populares leyendas re­lacionadas con la Pola, es la concerniente a su trágico des­tino: cuando la virreina pasó por Guaduas para cumplir su exilio en 1810, estuvo en la casa de la familia de la Pola, le dio su imagen y pronosticó su final dramático13.

Antes de 1810, la Pola, al parecer, no estuvo envuelta en actividades políticas. No obstante, en 1817, cuando se traslada a Bogotá, ya estaba participando en ellas, es decir

11. Juan Carlos Eastman, "Reconquista e independencia 1816-1819", Gran Enciclopedia de Colombia, tomo i, Bogotá, Círculo de Lectores, 1991, págs. 269-290.

12. Eduardo Posada, "Policarpa Salavarrieta (m)", Boletín de Historia y Antigüedades, vol. ix, N° 108 (Bogotá, 1915), págs. 759 -763.

13. Evelyn May Cherpak, "Women and independence of Gran Colombia, 1780-1830", tesis doctoral, Universidad de Carolina del Norte 1973.

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que, desde Guaduas, inicia sus labores patriotas. Cuando la Pola y Bibiano entraron a la capital, portaban salvocon­ductos falsos y llevaban una carta escrita por Ambrosio Almeyda y José Rodríguez, dos líderes de las guerrillas. Por recomendación de éstos, Policarpa y su hermano se alojaron en la casa de Andrea Ricaurte y Lozano, quien la describe así en sus memorias:

Un día recibí cartas de mis compadres Ambrosio Almeida y José Ignacio Rodríguez; el primero se halla­ba en Tocaima enfermo y el segundo en La Mesa. Su contenido era recomendándome a Policarpa Salava-rrieta para que la tuviera en casa, que venía de Gua­duas, donde la perseguían; ésta tenía dos hermanos frailes agustinos, José y José María, con quienes yo te­nía amistad; me recomendaron a su hermana, lo mis­mo que a un hermanito pequeño llamado Bibiano, que venía con ella. Policarpa era joven y bien parecida, viva, inteligente, un color aperlado[...] con la llegada de Policarpa los trabajos políticos se aceleraron, y como ella no era conocida en la ciudad, salía y andaba con li­bertad, facilitaba la correspondencia con las juntas y con las guerrillas14.

En la capital, Policarpa continúa realizando sus activi­dades subversivas y sus tareas peligrosas, como la de coser para las señoras de los realistas con el fin de escuchar noti­cias, averiguar el número, los movimientos, el armamento y las órdenes de las tropas enemigas, para que las guerri­llas triunfaran en las emboscadas. Voluntaria de las gue­rrillas, la Pola ayuda, a sus amigos en las dificultades. Algunas veces se le ha descrito como una mujer desenfre­nada -por ejemplo en el libro de Rafael Marriaga, Una he­roína de papel-, en oposición a la mayoría de los estudios que la califican como una mujer virtuosa, generosa y dig-

14. Monsalve, Op. cit.

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Policarpa Salavarrieta

na15. Esto muestra que las versiones sobre sus labores en la época de actividad política también son contradicto­rias, aunque la mayoría está de acuerdo en resaltar su co­raje y su valentía.

Cuando llegó a Bogotá en 1817, la Pola encontró traba­jo como costurera donde Beatriz O'Donnell, pero su traba­jo más importante fue el de conspirar contra el gobierno del virrey Juan Sámano y del general Pablo Morillo. Sus actividades incluían recibir y mandar mensajes de la gue­rrilla de los Llanos, comprar material de guerra y conven­cer y ayudar a los jóvenes a unirse a los grupos de patriotas. Como experta en espionaje rápidamente se volvió indis­pensable para las causa patriota.

Pero ella no hizo el trabajo sola, siempre estuvo al lado de compatriotas que la ayudaban16. Tal vez el más impor­tante compañero de trabajo de la Pola fue Alejo Sabaraín, de quien algunos autores -como José Manuel Restrepo-afirman que era su novio y amante. Otros, como Rafael Pombo, desmienten esta información, afirmando que Ale­jo era novio de María Ignacia Valencia. Pero cierta o no la historia de sus amores, ellos trabajaron juntos por la cau­sa de la independencia. Sabaraín ya había luchado junto a Antonio Nariño en 1813, en la campaña de Pasto, y había sido capturado en 1816; cubierto por el indulto al año si­guiente, salió libre y se dedicó al espionaje.

15. Rafael Marriaga describe a Policarpa de la forma siguiente: "gustó de las noches cálidas y azarosas pasadas en las fondas y en los caminos descubiertos y durmió en cuarteles improvisados y ayudó a sobornar a aquellos soldados que los peninsulares obliga­ban a alistarse en los batallones del señor Virrey". Véase José María Restrepo Saenz y Enrique Ortega Ricaurte, "Policarpa Salavarrie-ta", Boletín de Historia y Antigüedades, vol. xxxvi (Bogotá, 1949), págs. 355-368.

16. Evelyn May Cherpak demuestra en su investigación que las mujeres de esa época generalmente trabajaban como conspiradoras al lado de sus esposos, amantes, padres o hermanos. El caso de Po­licarpa está acorde con la realidad de su momento, pues ella confa­buló al lado de sus hermano y, según algunas versiones, junto con su novio.

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Quizás las actividades de la Pola no hayan resultado sospechosas para los realistas sino hasta que se descubrió la huida de los hermanos Almeyda quienes fueron captu­rados con documentos que la comprometían17. La Pola es­taba muy implicada en la conspiración de los Almeyda, había ayudado a desertar a varios miembros del batallón Numancia, y había enviado armas, periódicos y recursos para los patriotas de los Llanos. Los Almeyda esperaban que la conexión con la Pola les sirviera para impulsar un levantamiento en Bogotá, cuando éste se iniciara en los Llanos. Ella también había suministrado información so­bre los movimientos de las tropas españolas. Igualmente, estaba envuelta en la fuga de los hermanos Almeyda de la cárcel, en septiembre, a quienes les había encontrado re­fugio en la casa de Gertrudis Vanegas, en Macheta.

El arresto de Alejo Sabaraín fue el hecho que permitió la captura de la Pola, pues éste tenía una lista de nombres de realistas y de patriotas, que la Pola le había entregado. Hasta ese momento Policarpa se había podido mover há­bilmente por la ciudad, porque estaba recién llegada y muy poca gente la conocía; además, su juventud e inteli­gencia le habían permitido desenvolverse con gran capaci­dad. El sargento Iglesias, el principal agente español en la ciudad, fue comisionado para encontrarla y arrestarla. La Pola fue detenida en la casa de Andrea Ricaurte de Loza­no, quien lo relata así:

Llegó la noche, que estaba muy clara; serían las once o las doce; mi marido hacía poco que se había re­tirado a la casa materna con un muchacho Eusebio. Estábamos en la sala Policarpa, Bibiano y yo, que esta­ba criando, pensando retirarnos a nuestras camas, cuando oímos un estrepitoso ruido por la cocina, como

17. La familia Almeyda, una de las más ricas de Pamplona, emi­gró a Bogotá cuando la zona fue dominada por el español Bartolo­mé Lizón. Los hermanos Almeyda, Vicente y Ambrosio, esperaban conformar un movimiento en contra del régimen español.

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que habían tumbado la puerta; quedamos asustados y en silencio esperamos el resultado. Salen los soldados al patio, se dirigen a la sala, comprendemos lo que era; entra Iglesias dirigiéndonos insultos y amenazas; Poli-carpa le contesta con energía; yo permanecí sentada junto a ella, callada; me toca con un pie uno de los míos, le comprendo, me entro a la alcoba, levanto el colchón de la cama de Policarpa, recojo los papeles que había, salgo por la puerta del cuarto, que estaba al lado opuesto de la sala, al patio, por entre los centinelas, a quienes di plata, entré a la cocina, el fogón estaba con mucho fuego, porque se estaba cocinando una olla de maíz, hago que atizo el fuego, y arrojo los papeles que se volvieron cenizas. Como todo lo hice con rapidez, no se apercibió Iglesias que yo hubiera salido a la cocina, y menos cuando él no conocía la casa18.

Policarpa correspondía a los pat r io tas de los Llanos y daba auxilios a quienes querían engrosar las filas republi­canas; por su conducto se tenía conocimiento en la c iudad de noticias que comunicaba y p rocuraba remit i r a los campamentos . Habiéndose frustrado u n a conspiración or­ganizada en la capital, la Pola, pa ra salvar a sus amigos compromet idos - en t r e los cuales estaba Alejo Sabara ín- , les facilitó la fuga a Casanare y envió con ellos informes y datos sobre el estado de la fuerza mil i tar de los realistas. Sabara ín y sus compañeros fueron aprehendidos en el ca­mino y, por las cartas y papeles que llevaban, se supo de la intervención de Policarpa en los manejos revolucionarios. Presa la Pola y reducida a un calabozo en el Colegio del Rosario, el Consejo de Guerra la condenó a muer te el 10 de noviembre de 1817, jun to con Sabara ín y otros patr io­tas más1 9 .

18. Monsalve, Op. cit. 19. No existe copia del expediente de la Pola, supuestamente

fue enviado junto con los de sus compañeros a España, pero hasta el momento no se han encontrado, y el incendio de 1948 en Bogotá

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El p r imero que registró la ejecución fue José María Caballero, quien repite las pa labras de Policarpa cuando un soldado le ofreció un vaso de vino: "Pueblo de Santafé ¿cómo permit ís que muera u n a pa isana vuestra e inocen­te? Muero po r defender los derechos de mi Patria. Dios Eterno, ved esta injusticia"20.

José Hilario López, quien la acompañó , relató en sus memor ias el ú l t imo día de la Pola, resal tando su convenci­miento en sus ideales y su coraje. López la describe como "una mujer valiente y entusias ta por la l ibertad, se sacrifi­caba pa ra adquir i r con qué obsequiar a los desgraciados patr iotas , y no pensaba ni hab laba de otra cosa que de ven­ganza y restablecimiento de la patria"21 . Además, López t ranscr ibe las palabras de la Pola antes de la ejecución, cuando le enviaron a los sacerdotes pa ra que se confesara; negándose a ser generosa con sus opresores, rehusó cual­quier alternativa que la pudiera salvar:

En vano se molestan, padres míos: si la salvación de mi alma consiste en perdonar a los verdugos míos y de mis compatriotas, no hay remedio, ella será perdida, porque no puedo perdonarlos, ni quiero consentir en semejante idea. Déjenme ustedes desahogar de palabra mi furia contra estos tigres, ya que estoy en la impoten­cia de hacerlo de otro modo. Con qué gusto viera yo correr la sangre de estos monstruos de iniquidad. Pero ya llegará el día de la venganza, día grande en el cual se levantará del polvo este pueblo esclavizado, y arranca­rá las entrañas de sus crueles señores. No está muy dis­tante la hora en que esto suceda, y se engañan mucho

quemó todos los expedientes anteriores a esta fecha, lo que dismi­nuye la posibilidad de hallarlo.

20. José María Caballero, "Días de la independencia", en La Pa­tria Boba, Eduardo Posada y Pedro María Ibáñez, editores, Bibliote­ca de Historia Nacional, vol. i, Bogotá, 1902.

21. José Hilario López, "Fusilamiento de Policarpa Salavarrie-ta", en Reportaje de la historia de Colombia, tomo i, Bogotá, Edito­rial Planeta, 1989, págs. 334 -338.

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Policarpa Salavarrieta

los godos si creen que su dominación pueda perpetuar­se. Todavía viven Bolívar, Santander, Páez, Monagas, Nonato Pérez, Galea y otros fuertes caudillos de la li­bertad; a ellos está reservada la gloria de rescatar la pa­tria y despedazar a sus opresores...22

La hora de te rminada pa ra el fusilamiento fue las nue­ve de la m a ñ a n a del 14 de noviembre de 1817. La Pola marchó con dos sacerdotes a los lados, según lo describe José Hilario López. Por un m o m e n t o se resistió a marchar , para poder expresar sus pensamientos a los minis t ros que la acompañaban :

¡Por Dios, ruego que se me fusile aquí mismo si us­tedes quieren que mi alma no se pierda! ¿Cómo puedo yo ver con ojos serenos a un americano ejecutor de es­tos asesinatos? ¿No ven ustedes a ese mayor Córdoba con qué tranquilidad se presenta a testificar y autorizar estas escenas de sangre y desolación de sus compatrio­tas? ¡Ay! por piedad, no me atormenten por más tiempo con estos terribles espectáculos para un alma tan repu­blicana como es la mía23.

La Pola prosiguió con paso firme hasta el suplicio, y en vez de repetir lo que decían los religiosos, no hacía sino maldecir a los españoles y encarecer su venganza. Al salir a la plaza y ver al pueblo agolpado pa ra presenciar su sa­crificio, exclamó:

¡Pueblo indolente! ¡Cuan diversa sería hoy vuestra suerte si conocieseis el precio de la libertad! Pero no es tarde. Ved que, aunque mujer y joven, me sobra el valor para sufrir la muerte y mil muertes más, y no olvidéis este ejemplo...24

22. Ibidem, pág. 336. 23. Ibidem, pág. 338. 24. Ibidem.

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Ella se mantuvo firme en sus creencias, y siguió igual­mente valiente y atrevida. Al subir al banquillo, se le or­denó ponerse de espaldas, porque debía morir así por traidora; la Pola solicitó poder ponerse de rodillas por considerar que ésta era una posición más digna de una mujer y, mostrando gran parte de su espalda, murió. Su cuerpo no fue expuesto en las calles de Bogotá, como el de sus compañeros, también fusilados con ella, por ser un cuerpo femenino. Sus hermanos sacerdotes lo reclamaron y lo guardaron en la iglesia del convento de San Agustín.

La ejecución de Policarpa, mujer joven, por un crimen político, movió a la población en general y creó una mayor resistencia al régimen impuesto por Sámano. Si bien mu­chas mujeres fueron igualmente asesinadas durante la ocupación española, el caso de la Pola cautivó la imagina­ción popular. Su muerte inspiró a poetas, escritores y dra­maturgos para inmortalizar su historia. Versos y poemas acerca de la Pola circularon rápidamente después de su muerte. Joaquín Monsalve se dio a conocer con su anagra­ma para Policarpa, yace por salvar la patria. En 1819, des­pués de la batalla de Boyacá, José Domínguez Rocha realizó una obra de teatro sobre la Pola. Su memoria se esparció no sólo en Hispanoamérica, sino que también en el Viejo Mundo su historia apareció publicada en Memoirs ofGregor M'Gregor, en Londres en 182025. En 1890 aparece en Colombia la novela Policarpa, novelahistoriada, de Cons­tancio Franco. A finales del siglo xrx, para conmemorar el centenario de su nacimiento, fue erecto un monumento en Guaduas, y en 1910, otro en Bogotá. En 1917, para hacer un homenaje especial al centenario de los mártires, se pu­blicaron documentos relacionados con la vida de Policar­pa. En 1967, por el sesquicentenario de su martirio, el Congreso designó el 14 de noviembre como el día de la mujer colombiana. La casa de sus padres se convirtió en museo.

25. Cherpak, Op. cit.

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Policarpa Salavarrieta

En comparación con otras mujeres, cuya historia es similar, la Pola ha recibido innumerables tributos, esto comprueba su popularidad.

BIBLIOGRAFÍA

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Soledad Acosta de Samper. El eco de un grito

SANTIAGO SAMPER TRAINER

En Colombia la mujer ha sido menospreciada a todo nivel. En consecuencia sólo desde hace unos pocos años han sido estudiados y aceptados su labor y su papel dentro de la sociedad. Pero esta actitud generalizada por parte de los historiadores, que desconoce la presencia del elemento fe­menino dentro del desarrollo social, cultural, económico y político del país, está en proceso de cambio. Ahora se fo­menta el redescubrimiento de la labor de la mujer en la historia y se busca correr el velo que durante siglos ha estado silenciando una realidad : la mujer siempre ha exis­tido, y su naturaleza ha sido un factor generador de impor­tantes acontecimientos de cambio en la nación.

La historia de Colombia, casi en su totalidad, ha sido escrita por hombres y sus protagonistas han sido predomi­nantemente del sexo masculino. Se ha pasado por alto, ya sea en forma intencional o inconsciente, la realidad de que el carácter de la mujer y su proceder han estado funcio­nando siempre como medio de generación de actitudes, movimientos y tendencias que, al final, constituyen los he­chos integrantes de la historia de cualquier lugar.

Aunque a la mujer, en su momento, cualquiera que fuere, se le dio la importancia que tenía, ésta siempre fue una aceptación momentánea y efímera de sus actos. Así, la gran mayoría de las realizaciones femeninas pasaron pron­to al olvido, y el crédito se le ha concedido a sus interlocu­tores, los hombres, que son los que, al cabo, figuran en la historia que han escrito ellos mismos.

La referencia a la mujer en la historia tradicional de

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Soledad Acosta de Samper

Colombia se hace en forma anecdótica, sarcástica y pica­resca, restándole importancia a los hechos. La mujer sobresale en nuestra historia sólo cuando ha actuado he­roicamente, como los hombres. En las corrientes histo-riográficas actuales, se acepta que la mujer es diferente al hombre, tanto biológicamente como espiritualmente, y que por lo tanto, su actuación dentro del acontecer de la vida tiene que ser distinta a la del hombre. Esto no implica ni sugiere que ella sea de menor o secundaria importan­cia; significa que ahora la historia mira y estudia el pasado con una perspectiva más real, y que acepta y busca des­cubrir qué hizo realmente el "bello sexo" en épocas ante­riores.

El sexo femenino siempre ha estado presente, y sus ca­racterísticas han influido sobre el desarrollo de la historia en infinidad de formas. Algunas quedaron plasmadas en escritos, cartas, crónicas y obras literarias; otras han que­dado agazapadas en documentos oficiales y diversas fuen­tes históricas, entre ellas los diarios y la correspondencia íntima. La mayoría, sin embargo, se han mantenido dis­frazadas y ocultas tras los hechos atribuidos solamente a los hombres, bajo seudónimos, o en el anonimato.

Una de las primeras mujeres en salir del estado de figura secundaria y anónima en Colombia, fue doña Sole­dad Acosta de Samper, considerada por muchos estudio­sos como la mujer más importante dentro de la literatura colombiana del siglo xix. Algunos afirman que posible­mente no exista nadie, hombre o mujer, más prolífico que ella en la historia de nuestra literatura.

Periodista, historiadora, novelista, comerciante, inte­lectual y líder cívica, Soledad Acosta fue una de las muje­res más influyentes de su época. En su vida y en su obra se puede ver claramente lo que sólo hasta ahora se comienza a estudiar y a redescubrir: la importancia de la mujer en todos los aspectos de la vida de una sociedad. Es necesario aclarar que doña Soledad no fue la única, ni la primera, ni fue un ejemplo sobresaliente de genialidad; simplemente fue una de las primeras mujeres que se atrevió a expresar

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SANTIAGO SAMPER TRAINER

lo que pensaba, lo que sentía, y lo que la afectaba, cosa que muchísimas mujeres no se habían atrevido a hacer antes, como resultado de la visión parcializada y excluyente de los hombres, tanto de su época como de épocas anteriores.

Nacida en la ciudad de Bogotá, el 5 de mayo de 1833, en el hogar de don Joaquín Acosta y Pérez de Guzmán y doña Carolina Kemble Rou, Soledad fue hija única del matrimonio Acosta-Kemble. Su padre Joaquín Acosta, do­tado de una extraordinaria inteligencia, fue un hombre polifacético: militar (llegó al grado de general), ingeniero botánico, historiador, geólogo y astrónomo, entre muchas otras actividades. Vivió varios años en Europa y en Esta­dos Unidos, donde, por nexos de familia y amistades, enta­bló relaciones serias y duraderas con los más notables científicos, políticos y literatos de su época. En lo poco que queda de su archivo personal, y con los datos presentados en su biografía, escrita por su hija, figuran documentos, estudios y correspondencia cruzada con las figuras más destacadas de su tiempo, sobre todo de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos de América. Frecuentó y cultivó la amistad con personajes como Alejandro von Humboldt, el general Lafayette, Jean-Baptiste Boussingault, Edme Fran-cois Jomard, Roulin, el obispo Henri Grégoire y Jules Mi-chelet, entre muchos otros.

Al general Acosta se le recuerda como uno de los esta­distas, militares, científicos e historiadores más influyen­tes de su momento. Como militar, fue oficial de artillería, ramo bastante desconocido en la Nueva Granada en esa época; como estadista, fue Ministro de Relaciones Exte­riores, miembro del Congreso en varias oportunidades y diplomático; como científico, presentó estudios valiosos a la nación, como métodos para desviar el curso del río Magdalena, la influencia que ejerce la tala de bosques so­bre la disminución de las aguas, y el uso del éter en la me­dicina; como historiador, dejó a la posteridad su Historia de la Nueva Granada. El general Joaquín Acosta fue tam­bién director del Observatorio Astronómico y del Museo Nacional, y fue catedrático de la Universidad en Bogotá.

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Mujeres indígenas preparando alimentos: fríjoles, maíz, pescado, calamares y ostras. Grabado de Theodoro de Bry, "Americae morales indiae", Frankfurt, 1594. Biblioteca Nacional, Bogotá.

Alcarraza cerámica de la

cultura Calima con pezones

como símbolo de fecundidad.

Museo del Oro, Bogotá.

.

Page 157: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Figura femenina de la tipología "coquero". Cultura Nariño. Museo del Oro, Bogotá.

Maternidad de la cultura Sinú. Museo Arqueológico del Banco Popular, Bogotá.

Maternidad. Retablo cerámico

de la cultura Quimbaya.

Museo Arqueológico del Banco Popular,

Bogotá.

Page 158: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Habitaciones de los indios en la provincia del

Chocó. Acuarela del Álbum de la Comisión

Corográfica, 1853. Biblioteca Nacional,

Bogotá.

Page 159: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Policarpa Salavarrieta en

marcha hacia el suplicio.

Óleo de autor anónimo del siglo XIX. \

Museo Nacional de Colombia, Bogotá.

Policarpa Salavarrieta conducida al cadalso. Óleo de Pedro A. Quijano. Casa Museo del 20 de Julio, Bogotá.

Page 160: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Policarpa Salavarrieta en eí patíbulo, el 14 de

noviembre de 1817. Dibujo de Ricardo

Acevedo Bernal. Casa Museo del 20

de Julio, Bogotá

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Manuela Sáenz. Óleo de Marco Salas Yepes, copia de Tecla Walker. Quinta de Bolívar, Bogotá.

Soledad Acosta de Samper. Fotografía de la Colección José

Joaquín Herrera, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.

Page 162: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

"El gran remedio ". Caricatura sobre María Cano

de Alejandro Gómez Leal. Fantoches N° 32,

febrero 5 de 1927.

Page 163: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Fusilamiento de Antonia Santos. Óleo de Luis Ángel Rengifo. Casa Museo del 20 de Julio, Bogotá.

Policarpa Salavarrieta en capilla. Óleo de Epifanio Garay Casa Museo del 20 de Julio, Bogotá.

Page 164: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Manuela Beltrán. Sello de correos

conmemorativo del bicentenario de los

Comuneros, óleo de Ignacio Castillo

Cervantes.

El Libertador Simón Bolívar decreta la abolición de la esclavitud. Grabado de Villa sobre dibujo de Guglielmi y P. Tenerani. Museo Nacional de Colombia, Bogotá.

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Page 166: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Cartel del filme María Cano, dirigido por Camila Loboguerrero (1990). Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano.

María Cano.

Fotografía de autor

anónimo, hacia 1926.

IZQUIERDA:

Alegoría de la Libertad. Fotografía iluminada, hacia 1911. Fototeca Histórica, Cartagena.

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Emilia Pardo Umaña, periodista. Fotografía de Sady González. Colección Rosario del Castillo, Bogotá.

Sofía Ospina de Navarro,

escritora antioqueña.

Page 168: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Ofelia Uribe de Acosta. Fotografía de Juan N. Gómez.

Agitación Femenina, revista dirigida por Ofelia

Uribe de Acosta.

Page 169: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Josefina Valencia de Hubach, primera mujer en desempeñar el cargo de ministro en Colombia. Dibujo de Efraim Martínez, 1938. Colección Familia Hubach, Bogotá.

Esmeralda Arboleda.

Fotografía de Hernán Díaz,

1960.

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Soledad Acosta de Samper

La madre de Soledad Acosta, doña Carolina Kemble Rou, nació en Kingston, Jamaica, y era hija de don Ge-deón Kemble y doña Tomasa Rou, de ascendencia griega. Carolina Kemble se crió en Jamaica y en los Estados Uni­dos de América, donde la familia de su padre era propieta­ria de una afamada fábrica de fundición de cañones, en Terry Town, población cercana a la ciudad de Nueva York. Allí contrajo matrimonio con Joaquín Acosta, el 31 de mayo de 1832, siendo padrino de matrimonio el general Francisco de Paula Santander, a quien el mismo Acosta había sido comisionado para informar oficialmente su nombramiento como Presidente de la República.

El matrimonio Acosta-Kemble se trasladó a Colombia, acompañando al general Santander, y se estableció en Bo­gotá, con desplazamientos de residencia frecuentes a Gua­duas, donde había nacido don Joaquín Acosta el último día del siglo xvín, y donde también falleció, el 21 de febre­ro de 1852.

En este ambiente privilegiado se crió Soledad Acosta. Sus primeros estudios los realizó en Bogotá. A la edad de doce años fue enviada a Halifax (Nueva Escocia, Canadá) donde vivía su abuela materna, y donde recibió una fuerte dosis de puritanismo protestante. De allí pasó a estudiar durante cinco años en varios colegios de París, donde fre­cuentó con su padre las tertulias y reuniones científicas en las que se agrupaban los elementos más destacados de las artes y las ciencias. Ella, como su padre, y como lo haría luego su marido, cultivó y mantuvo estas relaciones por el resto de su vida, enriqueciendo así en forma constante sus conocimientos y su afán de aprender.

A principios de la segunda mitad del siglo xix regresó a Colombia, donde su padre fue reincorporado a la carrera militar. Estando en Guaduas conoció a José María Samper Agudelo, político y escritor, con quien se casó en Bogotá el 5 de mayo de 1855. Su marido sería, junto con su padre, una de las dos influencias más grandes en su formación y su carrera.

Tenemos, pues, en 1855, a doña Soledad en una sitúa-

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ción privilegiada: con una excelente formación familiar y académica, con un buen conocimiento de los dos id iomas más impor tan tes de su siglo: el inglés y el francés, y con un mar ido que, como su padre , era uno de los h o m b r e s más influyentes en la vida intelectual, social, política y cultural de u n a buena par te del siglo xix.

Ávida lectora, escritora e investigadora desde su juven­tud, doña Soledad, en su un ión con José María Samper, le dio rienda suelta a sus grandes talentos y a su inagotable imaginación. En el prólogo de José María S a m p e r a su li­b ro de poesías Ecos de los Andes, dice:

La tercera parte ("Improvisaciones") requiere una explicación especial. En días de suprema ventura -es­perando un himeneo, o gozando sus alegrías- había en el hogar de la que es mi esposa una especie de lucha artística y amante, que encantaba nuestras horas. Sole­dad me pedía versos, [imponiéndome asunto, metro forzado y término preciso, (veinte, cuarenta o sesenta minutos)], y de allí salían mis improvisaciones. Des­pués ella tenía que sentarse al piano, a dibujar a mi vis­ta dos lindas viñetas para cada canto. Tal era nuestra lucha de amor, que produjo una especie de biblioteca sentimental!1

Aquí vemos cómo don José María le da crédi to a las ha­bil idades y al criterio crítico de su esposa, pe ro t e rmina relegándola a lo que tenía que hacer la mujer en su época: cumpl i r u n a misión de acompañante , l imi tada a ciertas labores, has ta entonces característ icas de la mujer: dibu­jar y tocar el p iano.

En 1869, José María Samper prologa el p r imer l ibro de su esposa. En la int roducción al volumen Novelas y cua­dros de la vida sur-americana, en "Dos palabras al lector", presenta t ímidamente la obra de su esposa y p re tende asu-

1. José María Samper, Ecos de los Andes. Poesías líricas de José María Samper, París, E. Thunoty C, 1860.

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mir la responsabilidad de la selección de las obras inclui­das, al afirmar: "He querido, por mi parte, que mi esposa contribuya con sus esfuerzos, siquiera sean humildes, a la obra común de la literatura que nuestra joven república está formando"2.

Este tomo no es el inicio de la carrera literaria de So­ledad Acosta, antes había publicado diversas obras en fo­lletines, bajo distintos seudónimos: Aldebarán, Renato, Bertilda y Andina, con los cuales había adquirido cierto prestigio. Como en su primer libro, abandonaba los seu­dónimos al recopilar las obras en tomos que reunían algu­nos de sus escritos. Con el tiempo, abandonó el uso de seudónimos y publicó con su nombre.

Soledad Acosta tuvo cuatro hijas con José María Sam­per: Bertilda, nacida en Bogotá el 31 de julio de 1856 (Bertilda es un anagrama de la palabra libertad, inventado por Samper); Carolina nacida en Guaduas el 15 de octubre de 1857; María Josefa, nacida en Londres el 5 de noviem­bre de 1860; y Blanca Leonor, nacida en París el 6 de mayo de 1862.

En enero de 1858, José María Samper viajó a Europa con su familia: su esposa, su suegra y sus dos hijas. Allí vi­viría y viajaría constantemente hasta 1862, permanecien­do principalmente en París, Doña Soledad Acosta, además de procrear sus dos hijas menores y, por supuesto, cuidar del resto de su familia, continuó sus labores literarias, las cuales publicó desde 1858 en la Biblioteca de Señoritas y en El Mosaico de Bogotá, tertulia y revista en las cuales parti­cipó activamente al lado de la más insigne intelectualidad literaria del país. Ayudó a su marido en diversos periódi­cos que él dirigía, con traducciones de artículos del fran­cés y del inglés, y enviaba artículos suyos a algunos diarios del Perú, como El Comercio, de Lima, que generalmente contenían breves consejos para la mujer, asuntos sobre la

2. Soledad Acosta de Samper, Novelas y cuadros de la vida sur-americana, Gante, Imprenta de Eug. Vanderhaeghen, 1869.

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moda femenina, el ar te y la l i teratura en Europa, y algu­nos relatos propios .

En 1862, la familia Samper-Acosta se t rasladó al Perú, donde don José María había sido nombrado redactor prin­cipal del diario El Comercio. Doña Soledad le fue de valio­sa ayuda en esa empresa, mediante la contr ibución de los art ículos que antes enviaba desde Europa , y su colabora­ción activa en varios aspectos editoriales del diario. En Lima fundaron la Revista Americana, un periódico de im­presión elegante que no tuvo larga vida. Refiriéndose a la labor de doña Soledad en la publicación, dice Samper:

El egoísmo de unos, y la preferencia que los más daban a la prensa maldiciente y personalista, nos deja­ron sin colaboradores. Así, mi esposa sostenía con su pluma dos o tres secciones, y yo con la mía las siete u ocho restantes; a fin de atender a tal variedad, yo tenía que hacer prodigios de diversificación de estilo y de es­tudio y tratamiento de materias, procurando, para mantener la ilusión de los lectores y hacerles creer que colaboraban muchos otros escritores, diversificar los nombres y seudónimos con que mis artículos, novelas, cuadros de costumbres, etc. aparecían suscritos3.

De regreso a Bogotá, José María Samper fue nueva­men te n o m b r a d o m i e m b r o del Congreso y descolló como periodista, abogado, minis t ro , académico y diplomático. Como político, se destacó inicialmente como liberal, pero con el t iempo cambió de par t ido y se consti tuyó en ele­mento impor tan te de la ideología conservadora. Sin lugar a dudas , Soledad Acosta ejerció influencia pa ra que se p lasmara dicho cambio. Durante este proceso político, don José María fue encarcelado en 1875 por el gobierno de Sant iago Pérez, se le confiscaron sus bienes, se cerró su

3. José María Samper, Historia de una alma, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, Editorial Kelly, 1946, vol. n, pág. 356.

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imprenta, y Soledad Acosta se vio obligada a dedicarse de lleno al desempeño de actividades comerciales para soste­nerse y levantar a sus dos hijas sobrevivientes (María Jose­fa y Carolina habían fallecido en Bogotá en una epidemia, en octubre de 1872).

El encarcelamiento de José María Samper produjo un enérgico documento de doña Soledad al presidente Pérez, en el cual deja entrever su carácter fuerte, sus conocimien­tos legales y su personalidad avasalladora, cuando deman­da sus derechos y defiende la libertad del periodismo:

Ciudadano Presidente de la Unión. Soledad Acosta, esposa del ciudadano José María

Samper, ante vos, en uso de las garantías individuales, siquiera estén todas suspendidas por resolución vues­tra, respectivamente expongo:

El día 9 del corriente mes se hallaba todo el Estado de Cundinamarca en plena paz, sin que persona alguna hubiese aquí turbado el orden público, y todos los ciu­dadanos se creían con derecho a gozar de todas las ga­rantías individuales que reconoce la Constitución, ya porque a nadie es lícito confiscarlas ni suspenderlas, ya porque no habiendo un verdadero estado de guerra, no podía alegarse, en apoyo de ninguna violencia guber­nativa, ni aún el artículo 91 de la Constitución, entendi­do al revés de su racional sentido.

Mi esposo no había ejecutado acto ninguno de per­turbación del orden público. Sostenía de palabra y por la prensa una causa política y os hacía la oposición, usando de dos libertades que son, conforme a la Cons­titución, no solamente absolutas y esenciales para la existencia de la Unión Colombiana, sino tan sagradas que aparejan la irresponsabilidad completa...

¿Cuál, Ciudadano Presidente, de los pretextos ale­gados puede ser el verdadero motivo para la prisión de mi esposo? Si se le ha encarcelado por ser periodista, la prisión no tiene objeto; toda vez que ha cesado la publi­cación de todos los periódicos de oposición, que las

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imprentas están mudas; que por orden vuestra, han sido suspendidas las garantías individuales, bien que los periodistas que os sostienen sí gozan de libertad para escribir, y aún para insultar a sus cofrades encar-celados[...] Nada de esto alego, porque no es mi ánimo haceros oír quejas de una mujer que tiene y debe tener la dignidad de no quejarse ni pedir favor. Lo que os pido, Ciudadano Presidente, es equidad, es integridad. Os pido que obréis conforme a los principios que tan valientemente sostuvisteis en el Mensajero, en 1866 y 67, cuando erais periodista de oposición.

[...]Os pido que hagáis respetar la Constitución, mayormente cuando han cesado los sucesos de la Cos­ta, y cuando vos mismo habéis recibido, en plena paz de Cundinamarca y de toda la Unión, a los generales victoriosos en el bajo Magdalena. Os pido, por tanto, que devolváis a mi esposo la libertad y demás garantías que le habéis privado4.

En la historia de Colombia, otras mujeres se habían dirigido a los mandatarios para que intercedieran por sus esposos. Pero siempre se acogían al hecho de que por ser mujeres necesitaban al hombre para subsistir. Doña Sole­dad es una de las primeras que no se somete a esa estrate­gia. En cambio, en el documento transcrito, ella deja expresa parte de su concepto acerca de cuál debería ser el rol de la mujer en la sociedad.

En muchas otras oportunidades, pues constantemente aparecía en sus escritos, doña Soledad manifestó sus opi­niones sobre cuál era el papel y el deber de la mujer, y cuá­les eran sus derechos en la sociedad. Veamos algunos pocos:

Uno de los errores que más se ha arraigado entre nosotros es el de que la mujer debe estar siempre reti­rada de la política de su patria[...] Lejos de nosotros la

4. Archivo Soledad Acosta de Samper.

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idea de abrogar por la absurda emancipación de la mu­jer, ni pretendemos pedir que ella aspire a puestos pú­blicos, y que se la vea luchando en torno a las mesas electorales, no; esa no es su misión, e indudablemente su constitución, su carácter y naturales ocupaciones no se lo permitirían jamás. Pertenece sin disputa al hom­bre la parte material y visible del negocio público, pero quedaría a la mujer, si ella quisiera, la parte más noble, la influencia moral en las cuestiones trascendentales y fundamentales de la sociedad [...] pero ella tiene el de­ber de comprender lo que quieren y a lo que aspiran los partidos [...] la falta de la influencia de las mujeres bue­nas en la política proviene de la ignorancia que en estas materias afectan tener las mujeres, olvidando que su misión es eminentemente moral5.

Mientras que la parte masculina de la sociedad se ocupa de la política, que rehace las leyes, atiende al progreso material de esas repúblicas y ordena la vida social, ¿no sería muy bello que la parte femenina se ocupara en crear una nueva literatura?6

La mujer de alta sociedad y de la clase media ha te­nido siempre en París una grande, pero se puede decir solapada, influencia, no como en Inglaterra y sobre todo en los Estados Unidos, en donde la mujer es una entidad con la cual se cuenta, y vive respetada e inde­pendiente, y hace parte, casi al igual del hombre, de la máquina social. En Francia el bello sexo es aún consi­derado inferior al llamado fuerte, y difícil será que lle­gue a ser jamás tan influyente e importante como en los Estados Unidos. ¡Cosa curiosa! A pesar de que el parti-

5. Acosta de Samper, en La mujer, W 59, Bogotá, 1881; y Lectu­ras para el hogar, N° 12, Bogotá, 1906, págs. 381 -384.

6. Acosta de Samper, La mujer en la sociedad moderna, París, Garnier Hermanos, 1895, pág. 354, (publicado antes en "Misión de la escritora en Hispano América", Colombia Ilustrada, Bogotá, 1889).

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do liberal brinda a la mujer ciertas libertades nada ape­tecibles, y prerrogativas que los conservadores le nie­gan, puesto que el espíritu de este partido es conservar los antiguos usos y costumbres de los antepasados, casi todas las mujeres, no solamente de las clases elevadas, sino también de la burguesía y aun del pueblo, son mo­narquistas o imperialistas. ¿Por qué es esto? Porque la mujer tiende a elevarse, ama naturalmente lo elegan­te, lo bello, lo noble, y para ella la democracia es con­traria a su modo de ser7.

El corazón de la mujer se compone en gran parte de candor, poesía, idealismo de sentimientos y resigna­ción. Tiene cuatro épocas en su vida: en la niñez vegeta y sufre; en la adolescencia sueña y sufre; en la juventud ama y sufre; en la vejez comprende y sufre. La vida de la mujer es un sufrimiento diario; pero éste se compen­sa en la niñez con el candor que hace olvidar; en la ado­lescencia, con la poesía que todo lo embellece; en la juventud, con el amor que consuela; en la vejez con re­signación. Mas sucede que la naturaleza invierte sus le­yes, y se ven niñas que comprenden, adolescentes que aman, jóvenes que vegetan y ancianas que sueñan. Las mujeres no tienen derecho de desahogar sus penas a la faz del mundo. Deben aparentar siempre resignación, calma y dulces sonrisas8.

Su libro La mujer en la sociedad moderna, publ icado en 1895, cont iene seis ensayos que son de s u m a impor tanc ia pa ra comprender la obra de Soledad Acosta en la divulga­ción de la labor de la mujer en la historia universal. En esta compilación, presenta hechos relevantes de la mujer

7. Acosta de Samper, Cartas de París, Nueva York, Revista Ilus­trada de Nueva York, 1891.

8. Acosta de Samper, El corazón de la mujer, publicado en Nove­las y cuadros de la vida sur-americana.

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en el pasado, y abre puertas para que se le reconozca su labor y se le permita sobresalir en muchos campos (carre­ras profesionales, política, arte, literatura, bienestar fa­miliar y social, etc.), hasta entonces limitados casi exclusivamente al hombre. En el prólogo afirma que se propone estudiar:

Ejemplos de mujeres que han vivido para el trabajo propio, que no han pensado que la única misión de la mujer es la de mujer casada, y han logrado por vías honradas prescindir de la necesidad absoluta del ma­trimonio, idea errónea y perniciosa que es el fondo de la educación al estilo antiguo. ¡Cuántas mujeres desdi­chadas no hemos visto, solamente porque han creído indispensable casarse a todo trance para conseguir un protector que ha sido su tormento y su perdición!9

Los anteriores conceptos de doña Soledad, apenas unos pocos dentro de una gigantesca producción encami­nada a orientar y defender a la mujer, contrastan con sus recomendaciones para que ésta desempeñe una misión si­lenciosa, un rol de consejera, amante y compañera, y para que ejerza una actividad soterrada en la política. Tales re­comendaciones también contrastan con la imagen de una doña Soledad demandante ante el presidente Pérez y, más tarde, de acuerdo con una carta de Ricardo Palma fechada el 26 de agosto de 1906, desde Lima, ante el presidente Rafael Reyes:

Mi distinguida amiga: no tenía la menor noticia de usted después de la que publicaron aquí los diarios dando cuenta del desaire, inferido por el general presi­dente Reyes a una comisión de señoras presidida por usted, que fue al palacio a solicitar el indulto de unos reos10.

9. Acosta de Samper, La mujer en la sociedad moderna, París, casa Editorial Garnier Hnos., 1895.

10. Archivo Soledad Acosta de Samper.

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Soledad Acosta aglutinó esfuerzos e inquietudes de la mujer, y buscó, aunque fuera en forma esporádica, dar so­lución a algunos de los problemas que enfrentaban las mujeres comunes y corrientes. Durante su larga trayecto­ria como escritora, presentó casos específicos en sus nove­las, cuentos, artículos y ensayos, y casi siempre trató de darles salida a los conflictos que se les presentaban a las mujeres, generados con frecuencia por su condición feme­nina.

Al fallecer José María Samper Agudelo en 1888, doña Soledad se negó sistemáticamente a recibir ayuda econó­mica de sus cuñados. Emigró nuevamente a París, donde se radicó y se sostuvo con sus escritos y sus traducciones. En 1892 fue nombrada Delegada Oficial de la República de Colombia al ix Congreso Internacional de Americanis­tas, en el convento de la Rábida, y representó a su país en los congresos conmemorativos del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, donde en ocasiones fue la única mujer, alternando con Emilia Pardo Bazán en pre­sentar trabajos literarios e históricos junto a los más insig­nes estudiosos y pensadores de la lengua castellana. Allí tuvo la oportunidad de entablar amistad con personalida­des como Marcelino Menéndez y Pelayo, Juan Valera, Emilia Pardo Bazán, Gaspar Núnez de Arce, Juan Zorrilla de San Martín, Rubén Darío, Pancho Sosa, Pallares Arte-ta, Ferraz, Ricardo Palma, J. E. Hartzenbusch y muchos otros insignes literatos y pensadores hispanoamericanos. A muchos les extrañó encontrarse con una mujer repre­sentando a un país de Suramérica, casi todos alabaron su obra; Juan Valera le escribe en 1894: "He recibido con pla­cer y he leído con interés y aplauso su libro sobre la mujer que contiene muchas noticias, que está escrito con elegan­cia y sencillez, que se lee con agrado"11. Manuel B. Ugarte le escribe en 1897, desde Buenos Aires: "El fragmento de novela que usted nos envía es una hermosa página y crea usted señora, que si nuestra estimación por su talento era

11. Ibidem.

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ya grande, ha aumentado más aún después de leer tan garbosos párrafos"12. Marcelino Méndez y Pelayo le escri­be en 1893: "Hoy, con mayor tranquilidad de ánimo, pue­do decir a usted que he leído con mucho agrado e interés la colección de memorias por usted escritas con motivo del pasado Centenario del Descubrimiento de América: que me parecen tan eruditas como juiciosas"13.

La obra de Soledad Acosta se puede dividir en dos grandes etapas, marcadas por la muerte de sus hijas en 1872. La primera es esencialmente la de novelista y cuen­tista romántica, en ocasiones casi de vanguardia, en com­paración con otras mujeres y aun con escritores hombres de su época. Aún está por estudiarse y analizarse una vasta obra, de gran imaginación y de profundos contenidos so­ciales, simbólicos y psicológicos. Doña Soledad se lanza a escribir, y lo hace sumamente bien, logrando éxito y pres­tigio, en una época en que la mujer, amordazada por la so­ciedad, no se pronunciaba públicamente. También está por hacerse un análisis profundo y un paralelo entre Ma­ría, de Jorge Isaacs, y Dolores. Cuadros de la vida de una mujer, ambos publicados por primera vez en 1867, por po­seer las dos obras asombrosas similitudes.

No obstante, se puede afirmar que la gran mayoría de la obra de Soledad Acosta es autobiográfica o biográfica y tiene sus raíces en acontecimientos reales, en relatos que escuchó en su juventud, en experiencias, y en hechos rela­cionados con su familia. Surgen entonces interrogantes que tendrán que resolverse en el futuro, como, por ejem­plo, por qué ese especial interés, durante más de 50 años, en la enfermedad de la lepra; parece haber una conexión entre Dolores y una tía abuela de doña Soledad, de quien escribe: "Doña Soledad tenía otra hermana mayor, doña Gabriela, que había convertido las piezas que le señalaron en casa de don José de Acosta -con quien vivió desde que

12. Ibidem. 13. Ibidem.

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murie ron sus p a d r e s - en una especie de convento del cual j amás salía"14.

La lepra reaparece desde principios de 1860 hasta finales del siglo, como tema recurrente en la obra de Sole­dad Acosta. También existe tes t imonio de que t ra tó de que el gobierno hiciera algo por los enfermos. En 1899, el pre­sidente Manuel A. Sanclemente le dirige una carta, en la cual dice:

Preocupa a usted, con justísima razón, un asunto de vital importancia para el país, cual es la propaga­ción de la lepra, producida por el contacto de los enfer­mos con las personas sanas, proveniente éste del descuido de las autoridades locales para disponer que los atacados del terrible flagelo se aislen convenien-temente[...] De eso hablaré con el señor ministro de go­bierno, quien llegará dentro de pocos días a esta población, y con la carta de usted en la mano, estudia­remos el mejor camino que pueda tomarse mientras se resuelve definitivamente el problema. Tiene usted sobrados títulos, señora, para que sus opiniones sean acatadas con respeto, y en esta, como en toda otra oca­sión me será grato satisfacer los patrióticos deseos de usted15.

Hacia 1888, su trabajo se torna más investigativo. Se dedica con mayor ahínco al per iodismo, a la investigación histórica, y a apoyar a la mujer. Durante su vida, Soledad Acosta funda, dirige y casi que exclusivamente escribe fo­lletines o pequeñas revistas redactadas para mujeres, con temas muy variados, pero todos orientados a capaci tar y recrear a la mujer: La Mujer (1878-1881), La Familia, Lec­turas para el Hogar (1884-1885), El Domingo de la Familia Cristiana (1889-1890), El Domingo (1898-1899), y Lecturas

14. Acosta de Samper, "Biografía del general Joaquín Acosta", El Domingo, N° 2, Bogotá, 1898, pág. 34.

15. Archivo Soledad Acosta de Samper.

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para el hogar (1905-1906). Todas estas revistas fueron in­tentos fallidos, pero valerosos, ya que su edición se vio li­mitada por causas económicas y por la situación política nacional. Doña Soledad promovía sus revistas y tenía agentes comerciales en distintos lugares del país y del ex­terior. Sus publicaciones tenían periodicidad semanal, quincenal y mensual.

En las revistas redactadas por Soledad Acosta prolife-ran diversidad de temas, desde la historia, la antropología, la moda y la ciencia, hasta artículos dirigidos a la mujer, en los cuales daba consejos y alertaba sobre problemas como el alcoholismo y la infancia desamparada, y la orien­taba en sus deberes, como la educación de sus hijos, y en sus obligaciones, como apoyo a la labor del hombre.

Su obra es amena, aunque seria y sarcástica. Abarca toda la gama de géneros. De gran importancia para com­prender sus actitudes, a veces contradictorias, es su corres­pondencia y su contacto continuo, durante más de medio siglo, con algunos de los más importantes científicos, lite­ratos y políticos, tanto de Europa como de América. En su correspondencia toca todos los aspectos sociales, políticos y culturales de su época, sin limitarse a observaciones lo­cales. Es una excelente relacionista pública y promueve con entusiasmo a algunos de los literatos más importantes de Colombia, como Rafael Núñez, Rafael Pombo y otros. Participa activamente en tertulias y círculos literarios desde muy joven, y al representar a Colombia en los con­gresos conmemorativos del Cuarto Centenario del Descu­brimiento de América, aglutina a su alrededor a muchos de los literatos asistentes. En 1904, le escribe Antonio Ru­bio y Lluch:

Me parecen un idilio aquellos días en que veía a us­ted tan a menudo, no pensando sino en la ópera, en las recepciones, en mis amigos, en usted y en la Marquesa de Heredia y en mis amigas[...]! [...]También he publi­cado por mi parte en Colombia Cristiana, tres cartas so­bre mis recuerdos del centenario, y una buena parte de

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una de ellas está dedicada a usted, a su tertulia del Ho­tel Inglés y a los extranjeros de viso que lo ocupaban, delegados por sus países en aquella solemnidad [•••] De las tres cartas, la más floja quizá, y menos animada, es la que yo quisiera que fuera mejor, la consagrada a us­ted y a la tertulia literaria y científica cosmopolita del Hotel Inglés, o de la calle de Echegaray, si no ando trascordado"16.

Se destaca, pues , Soledad Acosta, como una organiza­dora y como líder en varias de las actividades que empren­dió. De carácter templado, aparece a veces como u n a na r radora dulce y tierna, y en ocasiones como una mat ro­na fría e indolente.

En 1896, casi 30 años después de haber escrito La Monja en El Mosaico, u n a obra en la cual encasilla a las mujeres que se encierran en claustros, y las clasifica en es­trictas categorías, su hija mayor Bertilda ingresa al claus­t ro de La Enseñanza . Doña Soledad no acepta la decisión de su hija y recibe u n a car ta de ella en la cual se puede en­trever la desconexión de Soledad Acosta con lo que la ro­deaba, y cómo sus convicciones a veces le resul taban adversas:

Muchísima pena me dio la carta que de usted recibí ayer, tanto por la que le he causado con mi ausencia, como por los cargos que en ella me hace. En cuanto al de ser reservada con usted, piense, querida mamá, que en eso usted me ha dado el ejemplo, porque tenemos caracteres muy semejantes y naturalmente reservados. En cuanto a lo de la frialdad y despego, hace años ente­ros que intencionalmente dejaba que así me creyeran ustedes, porque sabía que algún día daría el paso que hoy he dado, y pensaba que mientras más fría me vie­ran, menos me sentirían y menos falta les haría des­pués. Si yo le he hecho justicia a usted en ocasiones

16. Ibidem.

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cuyo móvil no podía conocer (de lo cual le pido mil per­dones), otro tanto le ha sucedido a usted respecto de mí porque no hay nada más difícil y casi imposible, que apreciar y juzgar bien de las intenciones[...] Espero, muy querida mamá, que no haya entre nosotras amar­guras y resentimientos; que mientras me dé el gran pla­cer de venir a verme, cuente siempre con el cariño de su hija que estrechamente la abraza17.

En su correspondencia con li teratos españoles y ame­ricanos mues t ra u n a gran dosis de amer icanismo. Se cru­zan conceptos agrios y agresivos acerca de las reuniones en la celebración del Cuarto Centenario del Descubrimien­to de América y defiende enérgicamente el uso y la acepta­ción de amer icanismos en la Academia de la Lengua. Don Ricardo Palma le escribe, en el siguiente apar te de u n a de las m u c h a s cartas que le envió en la m i s m a tónica, acerca de lo que parece haber sido casi u n a bata l la campal en lu­gar de u n a celebración fraternal:

Después de la independencia política que fundaron nuestros padres, es preciso que si no nosotros, nuestros hijos funden la independencia literaria y la del lengua­je. Hablemos y escribamos en americano, dando un puntapié al Diccionario y sus estravagancias y dispara­tes. Constituyamos una Academia Americana que fun­cione en cualquiera de nuestras capitales, y cesemos los correspondientes de estar tocando bombo a la Es­pañola. Más hemos hecho en materia lingüística los americanos por el idioma castellano que la infatuada academia. Bello, Baralt, los Cuervo, Juan Montalvo y tantos otros americanos lo comprueban. Por lo pronto las Academias de Chile, Guatemala y Perú se han decla­rado difuntas, no funcionan ni funcionarán más como subditas de la de España. En las dos repúblicas del Pla­ta hay verdadero desdén por los tiranuelos del lengua-

17. Ibidem.

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je. Diez y siete millones de españoles nos imponen su capricho a treinta millones de latino-americanos. Ha­gamos pues propaganda para romper pronto el yugo y completar la independencia18.

No se sabe qué partido tomó doña Soledad en el asun­to, pero conociendo ya su temperamento, seguramente algo trató de hacer al respecto. Soledad Acosta de Samper no fue académica de la lengua en Colombia, pero sí perte­neció a cuanta academia y organización pudo, como miem­bro honorario o como académica de número. Fue socia honoraria de la Sociedad Jurídico-Literaria de Quito, miembro de la Asociación de Escritores y Artistas de Ma­drid, de la Sociedad Geográfica de Berna, de la Sociedad de Historia Nacional de Bogotá, de la Academia de la Historia de Caracas, y de muchas otras organizaciones de impor­tancia. Los académicos le hacían consultas y comentarios, y se ufanaban de conocerla; llegó a constituirse en una de las mujeres más interesantes del siglo xix.

Recibió premios nacionales e internacionales, y el res­peto de los intelectuales de su tiempo. En 1905, coordinó todas las actividades relacionadas con la celebración del Tercer Centenario del Quijote en Bogotá. En 1910 fue en­cargada de parte de la organización de la celebración del Primer Centenario de la Independencia.

Soledad Acosta fue una escritora prolífica: más de 20 novelas, 50 narraciones breves, y cientos de artículos cien­tíficos y religiosos de crítica literaria, estudios sociales, e investigaciones históricas conforman su acervo. Y asom­bra este hecho, si se tiene en cuenta que desde la última década del siglo xix, doña Soledad sufrió fuertes dolores e incapacidades físicas en las manos, ocasionadas por grave crisis de "reumatismo". Sin embargo, con grandes dificul­tades, siguió escribiendo ella misma sus trabajos, cada día más numerosos.

Elocuente y dicharachera, y con un agudo y crítico

18. Ibidem.

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sentido del humor (una rama de los sobrinos de su marido la recordaba con el apodo de "La tía cuchillo"), doña Sole­dad se distinguió siempre por ser una mujer cosmopolita. Fue muy popular en su época, y su obra fue muy leída, di­fundida y apreciada. Algunas de sus obras fueron traduci­das al inglés y al francés. Sorprende ver hoy la facilidad con la cual se desplazaba por distintas partes del continen­te y de Europa, generalmente en compañía de su anciana madre y sus dos hijas solteronas, en una época en que via­jar era toda una proeza. De sus múltiples viajes dejó re­cuerdos, donde plasmó sus apreciaciones sobre diferentes países: usos, costumbres, vida cultural, académica, cientí­fica y botánica, etc.

Continuamente solicitaba a gobiernos americanos y a figuras literarias información sobre literatura, historia y geografía de sus pueblos, para luego condensarla y publi­carla en sus revistas. Trató así de promover el conocimien­to de la historia americana, la cual presenta en forma original y seria, basándose siempre en fuentes y datos fide­dignos y actuales. En sus últimos años, luchó por promo­ver la independencia económica de la mujer y por presentar al americano como a un individuo diferente al español y al europeo, pero con atributos y derechos propios. Escribió varias versiones de la historia de Colombia en forma de catecismos, que fueron utilizados en las escuelas públicas por muchos años.

Al morir Soledad Acosta de Samper el 17 de marzo de 1913, tenía casi 80 años de edad, se había constituido en una de las más importantes mujeres de Colombia, y era considerada por la prensa suramericana como "una de las más gloriosas figuras de la intelectualidad femenina de América"19.

La contradicción es una constante en la obra y en la vida de Soledad Acosta: es cosmopolita, pero sus temas tienden a regresar a la aldea; promueve la sumisión públi-

19. Gustavo Otero Muñoz, Boletín de Historia y Antigüedades, N° 229 (Bogotá, 1933).

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ca de la mujer, pero al mismo tiempo le aconseja la necesi­dad de capacitarse para lograr cierta libertad de acción; apoya la corriente americanista de independizarse de la rigidez de la Academia Española de la Lengua, pero con­serva, con diplomacia su amistad con los académicos españoles; es una mujer católica y conservadora, pero mu­chas de sus actitudes tienden hacia un liberalismo emancipador; es una excelente exponente del romanticis­mo decimonónico, pero sorprende al presentar temas y estilos que se salen de las corrientes de la literatura de su época, pues trata temas tan variados como la ciencia fic­ción, la futurología, la violencia y el misterio, géneros que en Latinoamérica evolucionarían y tomarían fuerza, con ocasionales excepciones, muchos años después.

Sin embargo, estas aparentes contradicciones hay que estudiarlas y valorarlas tomando en cuenta la personali­dad de Soledad Acosta de Samper. La ironía y el sarcasmo, rasgos predominantes de su personalidad, fluyen por toda su obra, tanto en sus escritos literarios, como en su corres­pondencia privada y en sus actos públicos. Y es entonces donde surgen grandes interrogantes, que pueden aclarar el porqué de estas contradicciones. Cuando Soledad Acosta dice: "Lejos de nosotros la idea de abrogar por la absurda emancipación de la mujer, ni pretendemos pedir que ella aspire a puestos públicos, y que se le vea luchando en torno a las mesas electorales, no; esa no es su misión"20, ¿no será que es precisamente lo contrario lo que pretende insinuar? Y al continuar en el mismo artículo, afirmando que la mujer influye en el aspecto político, tanto sobre su marido, como sobre sus hijos, con la educación moral que les da en casa, ¿no está sarcásticamente sugiriendo que si a la mujer no la dejan actuar abiertamente en la política, que la solución es hacerlo de todas formas, pero de mane­ra disfrazada?

La obra de doña Soledad está llena de conceptos apa­rentemente opuestos. Pero eso no desmerece su importan-

20. Acosta de Samper, en La mujer, N° 59, Bogotá, 1881.

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Soledad Acosta de Samper

cia. Es necesario darle el crédito de haber tenido la auda­cia y el valor de romper el silencio que rodeaba a la mujer. Y es indispensable anal izar su labor l i teraria con nuevos enfoques y sin comparar la con sus con temporáneos mas­culinos.

A Soledad Acosta se le ha cri t icado du ramen te por ha­ber escrito historia novelada. Dejemos que sea ella misma quien explique por qué escogió este género pa ra presentar muchas de sus obras:

Sabido es, y por sabido se debería callar, (si no fue­ra porque lo que mejor se sabe es casi siempre aquello que callamos) que cada época tiene su literatura ade­cuada para sus necesidades; y así ha habido tiempos en que no podía llamarse la atención del público sino bajo las formas de crónicas llamadas historiales; otras veces nadie quería oír sino fábulas, o estaban de moda las epístolas o los diálogos, o las anécdotas, los proverbios, los dramas y las comedias. En el siglo xvm todos se ocu­paban en leer obras filosóficas, y se desdeñaba toda for­ma de literatura que no fuera esa; hoy se ha puesto de moda la novela, y tanto los viejos como los niños y las mujeres, los letrados como los ignorantes, no quieren ocuparse sino del género novelesco; por lo que, quien quiere hacer popular una idea, tiene que vestirla con ese ropaje. En Europa como en América se usa desa­rrollar cuestiones filosóficas, sociales, de economía política de legislación, geografía, viajes, geología, mi­neralogía, botánica y hasta arte medical, bajo la forma de la novela de costumbres ideales o verdaderas.

Ahora bien: ¿cuál es el primer deber del escritor en la patria americana? ¿No es cierto que consiste en hacerla conocer y presentarla bajo la forma más hala­güeña, obligando tanto a sus habitantes como a los ex­traños a que la amen y admiren? Sentada esta verdad, añadiremos que para amar una cosa es preciso cono­cerla y contemplarla bajo todas sus faces, e indagar

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hasta el fondo su índole y costumbres; en una palabra, comprenderla.

Nos hemos propuesto, pues, emprender, hasta don­de nos alcancen las fuerzas, una serie de novelas histó­ricas que pintan, bajo una forma familiar, la historia de nuestra patria, desde su conquista hasta nuestros días, tomando para ello los episodios más adecuados al caso, y presentando la historia vestida de gala y bajo el as­pecto más interesante, pero sin quitarle su semejanza, y haciendo lo posible para que ni los defectos ni las vir­tudes sean disimuladas; pues preciso es conocer las fal­tas de nuestros antepasados para precavernos de ellas, ya que es cosa averiguada que los defectos, así morales como físicos, son hereditarios. También es provechoso no ignorar cuáles fueron las virtudes y buenas cualida­des de aquellos para imitarlas en lo posible, y seguir su ejemplo, y agradecer los sacrificios que hicieron.

Es verdad que, aunque el plan es bueno, nosotros para llevarlo a cabo no podemos alegar otro mérito, sino el deseo de servir con nuestro modesto contingen­te en la grande obra de la civilización. Para ello tan solo presentaremos el fruto de constantes estudios en las primeras fuentes de la historia americana, y una com­pleta veracidad en las fechas, los nombres propios y el fondo de las relaciones; procurando únicamente idear sencillas tramas que hagan fijar en la memoria del lec­tor los hechos principales, sin quitar un ápice a la ver­dad histórica, y exponiendo además escenas que en gran parte pinten las costumbres de los viejos tiempos y la índole de los primeros pobladores españoles que vinieron a estas tierras21.

Y Soledad Acosta logró su objetivo: resumió en su obra la historia, los anhelos, las característ icas y las part iculari­dades, t an to del colombiano como del amer icano, en for-

21. Acosta de Samper, "Los españoles en España", El Domingo, N° 2, Bogotá, 1898, págs. 59-60.

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Soledad Acosta de Samper

ma sencilla y amena, resaltando en la ficción los hechos más sobresalientes y destacados de la historia.

En conclusión, Soledad Acosta de Samper se perfila como uno de los máximos valores de la literatura hispano­americana, cuya obra ha quedado plasmada y congelada, dispersa en un gran número de tomos olvidados, que tie­nen que revisarse y analizarse bajo una nueva luz. Son muchos los aspectos de su obra que están por rescatar. Es un trabajo tan extenso y tan complejo que no merece se­guir en el anonimato. Representa el grito de una mujer del siglo xix, cuyo eco se está comenzando a escuchar cien años después y que, estudiado seriamente, aportaría una visión distinta tanto de la historia de Colombia, como de la mujer y de su época.

BIBLIOGRAFÍA

Acosta de Samper, Soledad, Una nueva lectura. Soledad Acosta de Samper, Fondo Cultural Cafetero, Bogotá, con textos de Montserrat Ordóñez y Lucía Guerra Cunningham, 1988.

Bermúdez Q, Suzy, Hijas, esposas y amantes. Género, clase, etnia y edad en la historia de América Latina, Bogotá, Ediciones Uniandes, 1992.

Hinds, Harold E. Jr, Latin American Women Writers: Yesterday and Today, Ivette E. Miller y Carlos M. Tatum, Pittsburgh: Latin Ameri­can Literary Review, 1977'.

Luque Valderrama, Lucía, La novela femenina en Colombia, Bo­gotá, Pontificia Universida Católica Javeriana, 1954.

Otero Muñoz, Gustavo, Doña Soledad Acosta de Samper, Boletín de Historia y Antigüedades, N° 229, Bogotá, 1933.

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María Cano. Su época, su historia

JORGE IVÁN MARÍN TABORDA

La efervescencia ideológica que vivió Colombia durante los años setenta, llevó a los sectores de la izquierda políti­ca a indagar por las raíces históricas de los movimientos revolucionarios. Esta búsqueda fue extrapolada, en algu­nos casos, hasta las protestas de artesanos de la segunda mitad del siglo xix; otros más exagerados pretendieron lle­gar hasta el movimiento de los Comuneros, a finales del siglo xvni; pero la gran mayoría coincidió en que la década del veinte del presente siglo, y particularmente la masacre de las bananeras en diciembre del 28, marcaba un hito re­volucionario que catalizaba el ascenso de esas luchas, y que allí era desde donde se debería retomar el hilo con­ductor del proceso revolucionario colombiano.

En esta dimensión histórica afloraron los protago­nistas de tales luchas, sus organizaciones, sus ideologías; elementos que hicieron parte de un intenso proceso de transición económica, social, cultural y política que por entonces vivía el país. Y es así como fue develándose una década de grandes conflictos sociales y de represión ofi­cial, que finalmente puso a tambalear a la denominada Hegemonía Conservadora, la cual cayó definitivamente en 1930, después de permanecer por espacio de 44 años en el poder.

Pero, ¿quiénes le dieron organización y dirección al movimiento social que hizo vacilar al régimen conserva­dor y que, a pesar de haber sido derrotados, contribuyeron a su caída? La respuesta la encontramos en un grupo de dirigentes agrupados en el Partido Socialista Revoluciona-

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María Cano

rio (PSR), fundado en 1926, que poseía una pluralidad ideo­lógica, expresada en las diferentes tendencias y conceptos frente a la revolución, pero con un criterio de solidaridad y unidad de clase, fundamentado en los principios socialis­tas que por entonces circulaban en el país. A este grupo perteneció María Cano, una mujer que para desconcierto de su época y del presente se convirtió en la principal ex­ponente del PSR en la plaza pública, llegando su nombre a alcanzar dimensión nacional en un momento en el que la mujer no poseía derechos civiles ni políticos.

¿Qué aspectos hicieron de María Cano un caso excep­cional, no sólo entre las mujeres de su tiempo, sino en el conjunto de la sociedad colombiana que estaba por enton­ces asistiendo a profundas y aceleradas transformaciones socioeconómicas? Es una pregunta que pretendemos dilu­cidar.

Un año después de la proclamación de la Constitución conservadora del 86, justamente en el año de 1887 cuando se firmó el Concordato entre el Estado colombiano y el Vaticano, el 12 de agosto, nació en Medellín María de los Angeles Cano Márquez, en el seno de una familia de clase media, católica, pero partidaria de las ideas del liberalis­mo radical. Su padre, Rodolfo Cano, emparentado con el fundador de El Espectador, Fidel Cano, era un educador que organizó y dirigió colegios laicos, en donde, por lo de­más, se educaron sus hijos. En el hogar de los Cano Márquez existía un ambiente intelectual que, como caso excepcional para la época, le permitió a María salir del analfabetismo tradicional en que estaba sumida la mujer y alcanzar a su vez una formación intelectual poco común entre las mujeres de su tiempo.

Durante su juventud, María Cano tuvo oportunidad de acceder a obras literarias y filosóficas, comunes entre los círculos de intelectuales y librepensadores de la época, de autores como Alian Kardec, Denis Diderot, Augusto Com-te, D'Alembert, Rousseau, Voltaire y de literatos humanis­tas con contenido social como Víctor Hugo y Balzac. Además, su formación intelectual estuvo complementada

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por su participación en las tertulias literarias y círculos de discusión política, que por lo general se expresaban a tra­vés de publicaciones periódicas. En este aspecto, fue im­portante su vinculación a comienzos de los años veinte con personajes influenciados por las ideas marxistas, alen­tados por el reciente triunfo de la revolución rusa en 1917, entre los que se destacó su sobrino, el escritor y columnis-ta de El Espectador, Luis Tejada Cano.

El entusiasmo de María por el quehacer intelectual la llevó a escribir los primeros versos y poemas, publicados en la revista Cyrano (1920) y El Correo Liberal (1922). La producción literaria de María Cano se puede considerar como excesivamente romántica y mística, muy común en su época; como lo establece acertadamente la historiadora Magdala Velásquez:

La producción literaria femenina (de las tres pri­meras décadas del presente siglo) estaba regida por austeros cánones formados por el ideal de feminidad que imponía una serie de convencionalismos en la for­ma y en los temas. Marcadas por el ideal femenino de la ingenuidad y por la negación de sus pasiones, las mujeres expresaban una poesía acartonada por la espi­ritualidad, el pudor, la exaltación ilimitada de la mater-nidad[...].

En este marco, los versos de María Cano pueden parecer a los ojos de hoy cursis y vacíos de valor literario. Pero en este mismo contexto histórico escribieron otras reconoci­das representantes de la intelectualidad femenina latinoa­mericana como Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini y Gabriela Mistral, quien influyó decisi­vamente en la creación literaria de María.

Del compromiso social al compromiso político

La actividad literaria e intelectual estimuló en María una especial sensibilidad por los problema sociales de un

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María Cano

centro urbano como Medellín, donde los fenómenos so­cioeconómicos del incipiente desarrollo industrializador se manifestaban con especial intensidad. Es en este mo­mento (1924) cuando María empezó a tener un contacto más cercano con los obreros a través de los grupos de lec­turas que se reunían en la Biblioteca Pública Departamen­tal. El acercamiento a los obreros la impulsó a conocer sus hogares y barrios, en donde pudo palpar las difíciles con­diciones en que éstos vivían.

Para María, inicialmente, la preocupación básica la constituían la injusticia social, el sufrimiento humano y el abandono de la niñez, problemas a los cuales se aproximó con un criterio asistencialista y cristiano, que poco a poco se fue transformando en un compromiso político cuando entró en contacto con las ideas socialistas que por entonces venían circulando entre los obreros. Aunque es importan­te anotar que, en este momento, no existía, en una sociedad conservadora y tradicionalmente cristiana como la antio-queña, una separación tajante entre los principios ideoló­gicos del socialismo y la religión; por el contrario, era posible encontrar ligadas a las reivindicaciones políticas del socialismo, citas bíblicas. Como lo sugiere el historia­dor británico, Eric Hobsbawm, "la secularización resulta extraña a primera vista, porque en el mundo en que nació el movimiento obrero moderno la religión era aún insepa­rable de la ideología del pueblo llano y proporcionaba el principal lenguaje para expresarla". En este sentido se ex­plican los grupos de Acción Social Católica, que fueron formados por la Iglesia para organizar a los obreros de Medellín, durante la década del veinte. Estos grupos fue­ron creados para contrarrestar las tendencias secularistas y "antirreligiosas" que venían de la mano con el proceso de industrialización sumado a la influencia política del socia­lismo.

El interés y la solidaridad que María dedicó a las acti­vidades con los obreros y sus familias, le mereció la pro­clamación, el 1 de mayo de 1925, como "Flor del Trabajo de Medellín". Este título, que por lo general era otorgado a

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una joven, con el fin de motivar acciones de beneficencia para aliviar las precarias condiciones de vida y salud de los trabajadores y sus familias, dio con María un viraje hacia formas de acción política. La modalidad paterna­lista y de asistencialismo social, del cual estaba cargado simbólicamente el título de Flor del Trabajo, cambió radi­calmente en manos de María, ya que en la práctica, la Flor del Trabajo se convirtió en una luchadora política que hizo frente a las condiciones sociales de las cuales sufrían las clases subalternas.

La mujer: visible para la historia

Para este momento, 1925, las pocas organizaciones obre­ras se encontraban más estructuradas y habían adquirido un carácter de clase que se manifestaba en su accionar político, abandonando el estrecho marco de la reivindi­cación gremial. Es también, en este instante, cuando la mujer empezó a ganar un espacio como trabajadora asala­riada en las escasas industrias que por entonces requerían de su mano de obra. Sin embargo, es posible que esta dife­renciación entre el hombre y la mujer, expresada en la di­visión sexual del trabajo, no fuera tan protuberante en nuestro proceso tardío de industrialización -como suce­dió en la Europa del siglo xix-, debido a que en el desarro­llo de la protoindustrialización (industria casera) de las primeras décadas del presente siglo, la producción recayó indiscriminadamente sobre el hombre y la mujer, aunque esta última resultaba sobrecargada de trabajo, puesto que además debía cumplir con las labores domésticas; como lo establece Hobsbawm: "los procesos productivos propia­mente dichos atenuaron o incluso abolieron las diferen­cias entre hombres y mujeres en el trabajo, con profundas consecuencias en los papeles sociales y sexuales y en los convencionalismos de los sexos".

De otro lado, la imaginería política de varias publica­ciones de los sectores radicales y socialistas que circula­ban durante las primeras décadas en todo el país, estaban

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María Cano

representadas por caricaturas y grabados, en donde la figura femenina tenía un lugar destacado como símbolo representativo del pueblo, de sus luchas y de la República. Aunque esta imagen de la mujer era alegórica de la Re­volución Francesa, fue retomada como emblema por el movimiento socialista internacional del siglo xix; para en­tonces, la mujer empezó a jugar un papel protagónico en el desarrollo capitalista, tanto en la actividad productiva, como en la práctica política. En las publicaciones de la prensa colombiana de finales del siglo xix y principios del xx, se impuso la imagen de la mujer, especialmente en los periódicos de los sectores de la izquierda política. Muchas caricaturas del período utilizaron la figura femenina para simbolizar la libertad, tal como había sido empleada en algunas obras representativas de la Revolución Francesa. De la misma manera, esta representación caracterizaba al pueblo, es decir, a los sectores subalternos de la sociedad en su muy heterogénea composición.

De acuerdo con los anteriores aspectos, se puede infe­rir que para las clases subalternas no era extraño que fue­ra una mujer la que irrumpiera de manera decisiva en el escenario político, ganando rápidamente dimensión na­cional y convirtiéndose en bandera de lucha y en vocera de sus problemas. Sin duda esto explica por qué María Cano encontró una gran receptividad entre los trabajadores, sin importar su condición de género, y por qué los obreros se volcaban masivamente a escucharle. El caso de María, guardadas las proporciones, naturalmente, es similar al de Beatrice Webb o Rosa Luxemburgo, en cuanto que, como lo sostiene Hobsbawm, "no se ganaron su reputación por ser mujeres, sino por sus méritos propios e irrespectivos de su sexo". Es en este sentido en el cual María no es una líder feminista, sino una dirigente socialista que se puso al frente de la lucha revolucionaria. En síntesis, María Cano no enarboló exclusivamente las banderas reivindicativas de la mujer, sino que además combatió por los derechos y la justicia social para las clases subalternas, con miras a la construcción de una nueva sociedad.

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Una nueva dimensión de las luchas políticas 1925-1928

Las profundas transformaciones sociales y económi­cas que estaba introduciendo el desarrollo capitalista en el país, estuvieron acompañadas de intensos conflictos labo­rales durante estos años. El ascenso de las luchas sociales de este período coincidió con la vida política de María Cano y el avance del Partido Socialista Revolucionario.

Después de ser proclamada como Flor del Trabajo en 1925, María inicia una serie de siete giras por el territorio nacional. Estas giras están orientadas hacia los principa­les centros de concentración obrera e incluyen los más importantes núcleos urbanos; tarea difícil si tenemos en cuenta que este país de regiones se encuentra fragmenta­do, debido a la precariedad de las vías de comunicación. Si bien durante este período se acelera la construcción de ferrocarriles y carreteras, aún el centro de la actividad eco­nómica y de comunicaciones gira en torno del río Magda­lena, como ha sucedido desde la época de la Colonia.

La primera gira de María comienza por el territorio antioqueño, específicamente en la región minera de Sego-via y Remedios. Aunque esta primera gira no responde deliberadamente a una representación política, como su­cederá con las demás, sí le permite a María ampliar su contacto con los obreros y adquirir experiencia política. Es en este año, también, cuando ingresa al Comité Central Pro-Presos Políticos y a los Comités de Lucha por las Li­bertades Públicas y los Derechos Humanos, y contra la pena de muerte. Su primera acción en dicho comité, la emprende para buscar la liberación del líder sindical Raúl Eduardo Mahecha, preso desde la primera huelga petrole­ra de Barrancabermeja en 1924.

María continúa a lo largo del año 25 con las labores de apoyo a los sectores de trabajadores, emprendiendo accio­nes políticas que la ponen en contacto con numerosos co­mités obreros, esta vez, por fuera de Antioquia, lo que le permite ganarse un espacio político a nivel nacional que, ligado a su capacidad organizativa y a su talento como oradora, le merecen un prestigio reconocido por otros lí-

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María Cano

deres obreristas comprometidos en la lucha por el socia­lismo.

Para mediados del año 26, María ha consolidado su posición como dirigente política. Por este motivo, los diri­gentes de la Confederación Obrera Nacional (CON), deciden responsabilizarla de la Regional Antioquia, para impulsar las tareas preparatorias del tercer Congreso Obrero Nacio­nal que se reunirá en Bogotá durante los últimos días del mes de noviembre.

Como complemento a las actividades políticas de Ma­ría en Antioquia, los dirigentes obreros deciden empren­der una segunda gira, esta vez, en compañía del líder socialista Tomás Uribe Márquez, con quien la unen nexos familiares. Esta segunda gira será ampliada a los departa­mentos de Caldas, Tolima y Cundinamarca, lográndose masivas movilizaciones de trabajadores que acuden a es­cuchar el innovador discurso de una mujer que habla de la revolución social y del establecimiento de nuevas ideas. La gira concluye con una entusiasta concentración de obre­ros en el puerto de Girardot el 19 de noviembre. De aquí, la delegación pasa a Bogotá en donde todo se encuentra dispuesto para dar comienzo al congreso obrero.

Así, el lugar destacado que María conquistó, le permi­tió actuar como dirigente del congreso en igualdad de con­diciones, junto a veteranos y reconocidos líderes obreros y socialistas como Ignacio Torres Giraldo, Raúl Eduardo Mahecha y Tomás Uribe Márquez. Durante las sesiones del congreso, María fue nombrada para presidir la comi­sión que se entrevistaría con el ministro de Gobierno con el fin de exigir la libertad de los presos políticos; en espe­cial de los dirigentes Vicente Adamo y el líder indígena Manuel Quintín Lame.

Finalmente, el congreso obrero fue clausurado el 4 de diciembre; para entonces, por primera vez en la historia del país, una mujer ocupaba un puesto directivo en una or­ganización política y se erigía en su primera figura nacio­nal. Como hemos destacado, este Tercer Congreso creó el

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Partido Socialista Revolucionario (PSR) y, además, procla­mó a María Cano como Flor del Trabajo de Colombia.

Entre las tareas inmediatas del PSR, se encargó a María de continuar con las giras políticas, no sólo por el éxito lo­grado, sino porque en ese momento era el mejor canal de divulgación ideológica que hacía posible un cubrimiento nacional.

La tercera gira, realizada inmediatamente después de terminado el congreso, salió de Bogotá con dirección al departamento de Boyacá. Esta vez la delegación socialista era numerosa, de ella hacían parte la Flor del Trabajo de Bogotá, Cecilia López, y los dirigentes Uribe Márquez, Mahecha y Torres Giraldo.

El arribo a Tunja de los socialistas revolucionarios en­contró apoyo popular; pero las autoridades, temerosas por tan incómoda visita, decidieron expulsarlos del departa­mento, reduciendo a prisión a Ignacio Torres Giraldo. Ma­ría y sus compañeros fueron escoltados por la policía hasta Ventaquemada, límite entre Boyacá y Cundinamar-ca. Sin embargo, posteriormente, los socialistas revolucio­narios se ingeniaron la manera de acceder a Sogamoso, donde efectivamente la Flor del Trabajo y Torres Giraldo permanecieron durante tres días y luego regresaron clan­destinamente como habían entrado.

El trabajo político no daba tregua. Antes de finalizar el año 26, María se dispuso a emprender la cuarta gira que la llevaría a la región petrolera de Barrancabermeja; la gira estaba coordinada por el dirigente sindical Raúl Eduardo Mahecha, quien tenía una gran influencia entre los traba­jadores a lo largo del río Magdalena. Por entonces existía entre los obreros de Barranca una coyuntura especial, de­bido a que se encontraban preparando la segunda huelga contra la Tropical Oil Company (TROCO). En estas circuns­tancias, la labor política desempeñada por María resulta­ba clave, no sólo por el contenido ideológico de sus discursos en contra del imperialismo "yanqui", y por la "redención" social de los trabajadores, sino por el impulso moral que le daba al movimiento. La huelga, en efecto, es-

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María Cano

talló el 5 de enero de 1927, justamente después de que la Flor del trabajo partió en compañía de Torres Giraldo. El movimiento huelguístico despertó la solidaridad inusitada de los trabajadores del río Magdalena y, poco a poco, se fueron sumando obreros de diferentes partes del país, fun­damentalmente del sector de los transportes (fluvial y fe­rroviario).

La dimensión nacional que adquirió el movimiento huelguístico alarmó al gobierno de Abadía Méndez quien no encontró otra forma de reducir el conflicto obrero, sino a través de la represión, alentado por su ministro de Gue­rra, Ignacio Rengifo, quien veía en cada conflicto social una conspiración comunista. A finales de enero, el movi­miento fue violentamente reprimido por el Gobierno y la propia María fue víctima de persecución, pues además de sometérsele a vigilancia, se le impedía hablar en público.

Indudablemente el año 27 se perfilaba como un año de conmoción social. En este momento, el PSR y la CON se en­contraban preparando una convención del partido. A pe­sar de la delicada situación, se le encomendó a María continuar con las giras políticas.

Durante la quinta gira, que se desarrolló en el occiden­te del país, se confirmó la capacidad organizativa alcanza­da por los sectores socialistas y los obreros sindicalizados. La manera decidida como María enfrentaba las diferentes circunstancias, se hizo patente en la manifestación de Ma-nizales, donde la Flor del Trabajo Nacional no sólo demos­tró valor frente a la intimidación de las balas oficiales, sino que, gracias a su firmeza, evitó la dispersión de las masas que se habían congregado para escucharla. La gira conti­nuó por los más importantes centros obreros del Valle del Cauca; posteriormente pasó a Popayán, luego retornó al viejo Caldas y concluyó en La Dorada, epicentro de la con­vención del PSR.

La convención se inició el 20 de septiembre, pero no pudo sesionar como estaba prevista y debió concluir en la cárcel, a donde fueron conducidos los convencionalistas por espacio de una semana. En esta oportunidad, se en-

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contraron en La Dorada las diferentes tendencias del so­cialismo, apoyadas por algunos sectores del liberalismo de izquierda; fue a partir de esta reunión cuando en el PSR al­gunos grupos con inclinaciones insurreccionales ganaron terreno y crearon el Comité Central Conspirativo Colom­biano, cccc, apoyado por algunos sectores militaristas del liberalismo. Fue encargado como secretario general del cccc a Tomás Uribe Márquez. Para muchos socialistas re­volucionarios ésta era la única salida para enfrentar las medidas represivas de un gobierno temeroso de las protes­tas populares, que para frenarlas recurrió en 1927 a pro­clamar el decreto 707, denominado de "alta policía", con el único fin de restringir las ya limitadas libertades pol­íticas.

No obstante la tarea insurreccional y conspirativa en que se empeñó una fracción del PSR, otros sectores del par­tido, entre los que se encontraba María Cano, continuaron con las labores organizativas y de difusión ideológica. En estos días, María funda junto a otros compañeros del PSR, de la seccional de Antioquia, el periódico La Justicia, órga­no del partido que se sumaba a otros periódicos regionales como La Humanidad, Vox Populi, Nueva Era, medios en los cuales María escribía con alguna regularidad.

Durante los dos últimos meses del año 27, se dio co­mienzo a la sexta gira política de María, que se desarrolló por importantes centros de trabajadores del departamento de Santander; visitó luego la zona cafetera, y allí, como en la mayoría del país encontró manifiesta la alianza entre sectores obreros y campesinos. De Santander, María y To­rres Giraldo partieron para la séptima y última gira por los departamento de la costa atlántica, destacándose especial­mente la visita a la zona bananera, centro de actividad de la multinacional norteamericana, United Fruit Company. Esta visita, en el mes de febrero, congregó a gran parte de los 30 000 trabajadores de la United Fruit que estaban afi­liados a la poderosa Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena USTM, dirigida por socialistas revolucionarios, entre los que se destacaba Raúl Eduardo Mahecha. Con-

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María Cano

cluidas las labores organizativas y políticas, María regresó a Antioquia a finales de marzo.

La situación social y política que el gobierno visuali­zaba como intolerable, debido a la efervescencia revolu­cionaria del momento, precipitó que tomara medidas represivas ante el inminente alzamiento "comunista", espe­rado para el 1 de mayo del 28; se decide, de una manera preventiva, encarcelar a los dirigentes del PSR, entre ellos a Torres Giraldo, el 27 de abril en Armenia, y a Mahecha, el 28 en Ciénaga. Por entonces se presentó el proyecto de la "ley heroica", que le permitiría al gobierno, a través de la ampliación de sus atribuciones, institucionalizar la perse­cución contra los "comunistas" y socialistas que conside­raba como únicos responsables de la actividad revolu­cionaria que estaba viviendo el país.

Durante el segundo semestre del año 28, el PSR, y María Cano en particular, se ocuparon de dos tareas: de un lado, dirigir la oposición a la "ley heroica", que finalmente fue aprobada el 29 de octubre, y, de otro lado, apoyar la lucha de Sandino en Nicaragua contra la invasión norteameri­cana.

El PSR a la deriva

Debido a que el trabajo político se dificultaba cada vez más, por el asedio del gobierno a las protestas populares, los revolucionarios socialistas incluyendo a María, recu­rrieron al trabajo clandestino; de esta manera, se reunie­ron en Mariquita en septiembre con el fin de trazar los lincamientos a seguir por el PSR; en este momento, el Co­mité Central Conspirativo había ganado bastante espacio en el interior del partido.

El gobierno conservador, que se sentía cada vez más acorralado por la convulsionada situación social y políti­ca, decide aplicar con todo rigor la "ley heroica". Tal me­dida se concretó en la oprobiosa masacre de alrededor de 2 000 trabajadores en la zona bananera. A la masacre se sumó la persecución y encarcelamiento de los dirigentes

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reconocidos del PSR, entre los que se encontraba, natural­mente, María Cano.

Transcurridos los primeros meses de 1929, María se encontraba en prisión con los demás dirigentes de masas del PSR, mientras la dirección del partido caía, como lo ma­nifiesta el mismo Torres Giraldo, en manos de sectores de intelectuales y estudiantes universitarios desvinculados del trabajo popular. De otro lado, los sectores aún actuan­tes del Comité Conspirativo del PSR y de liberales radicales, continuaban preparando lo que consideraban una insu­rrección nacional contra el "odiado" régimen conservador que, por entonces, se encontraba tambaleando. Inclusive, el gobierno de Abadía Méndez debió afrontar manifesta­ciones estudiantiles en Bogotá, que concluyeron el 7 de ju­nio con la muerte de un estudiante. Al fin, el presidente se vio presionado a destituir a su nefasto ministro de Guerra, Ignacio Rengifo.

El alzamiento popular preparado por el ccc, estalló de­finitivamente el 28 de julio, pero éste fue esporádico y, aunque tuvo alguna resonancia nacional, afectó principal­mente a poblaciones de Santander y Tolima, destacándose el levantamiento de los "bolcheviques del Líbano", quienes alcanzaron una importante organización y movilización en el norte del Tolima, pero fueron duramente reprimidos por el gobierno.

El proyecto de insurrección se dilapidó a causa de la dispersión y fue rápidamente controlado por un gobierno que se hundía definitivamente en una crisis que señalaba el fin de la hegemonía conservadora. Pocos días después, son liberados María y algunos presos políticos.

Del aislamiento al ocaso

Después de la segunda mitad del año 29, María intentó retomar el trabajo político; pero entonces las condiciones del país y del PSR habían cambiado. De un lado, el aisla­miento en prisión de los dirigentes de masas del socialis-

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María Cano

mo revolucionario fue aprovechado por grupos de intelec­tuales que tenían un escaso ascendiente entre las masas. Y de otro lado, algunos dirigentes se mantenían en tránsito hacia el partido liberal que, con su candidato Olaya Herre­ra, se perfilaba como seguro ganador de las elecciones del 30. En este momento los liberales fueron los únicos que capitalizaron políticamente la crisis en que se encontraba el régimen hegemónico.

El sector más comprometido del PSR, presentó la candi­datura simbólica del dirigente de las bananeras Alberto Castrillón, pero fue este mismo sector el que se encargó de cambiar abruptamente el rumbo del partido; como lo pre­cisa Torres Giraldo:

En el sector independiente había confusión, des­concierto y, lo más grave, pugnas internas, rivalidades y en todo ello el morbo de la lucha sin principios de grupos pequeño burgueses que se nutrían, no del análi­sis crítico de las desviaciones y los errores del partido, de sus ricas experiencias de masas, del enfoque históri­co, sino de absurdas recriminaciones y torpes campa­ñas de difamación.

La Internacional Comunista, a la cual se encontraba afiliado el PSR desde el año 28, se encargó de impulsar la reestructuración del partido. Con este fin, se reunió un plenum ampliado del partido en Bogotá el 5 de julio de 1930, encabezado por Guillermo Hernández Rodríguez, representante de la Internacional Comunista para Colom­bia, y quien había arribado hacía poco procedente de Moscú. A este plenum, que creó el Partido Comunista Co­lombiano (PCC), no concurrió María Cano, quien junto a sus compañeros Tomás Uribe Márquez y Torres Giraldo, eran acusados de "putschistas" (golpistas), por las prácti­cas políticas de los dos últimos años del ccc y del PSR.

Sin embargo, María intentó, en cartas dirigidas al Co­mité Central y al secretario general del naciente PCC, acla­rar su posición y rectificar las acusaciones, pero con muy

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JORGE IVÁN MARÍN TABORDA

poco éxito. En car ta dirigida a Hernando Rodríguez en el mes de sept iembre, María sostuvo:

Creo necesaria la autocrítica, pero no la difama­ción. Si existen pruebas verdaderas de que merecemos esos calificativos, apliqúese la sanción debida, el repu­dio. Si sólo ha existido un error de táctica, critíquese, muéstrense sus peligros para que no se caiga más en ese escollo; propéndase a una verdadera educación marxista[...] Porque no se es marxista por el hecho de leer el marxismo, como no se está exento de errores por el hecho de ser marxista.

Y más adelante, en car ta dirigida al Comité Central el 2 de octubre, ac laraba de m a n e r a f i rme:

[...]como es incompatible la colaboración en los trabajos de responsabilidad en el Partido, para quien tiene sobre sí los más duros cargos, y como consecuen­cia la desconfianza de las masas, pido a ese Comité no los delegue en mí en lo sucesivo, y aún más, que mi nombre sea quitado de la suplencia del Comité Central Ejecutivo.

Realmente m u y poca incidencia en el Comité General tu­vieron las aclaraciones de María y aunque su posición fue positiva frente al nuevo par t ido comunista , ella no hizo par te activa ni del Ejecutivo, ni de las tareas políticas del par t ido. Como lo manifestó un tradicional dirigente polí­tico y sindical, Regueros Peraltas, "su an tagonismo -e l de María- , no fue con el PCC naciente, sino con Guil lermo Hernández Rodríguez".

La rup tu ra histórica generada por el proyecto político del nuevo par t ido, no sólo aisló pol í t icamente a María, sino a muchos de los ant iguos mili tantes del PSR. Sin em­bargo, María ensayó re to rnar al trabajo polít ico en 1934, duran te la huelga del Ferrocarri l de Antioquia, jun to a su compañero de toda la vida, Torres Giraldo, pero ni las con-

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María Cano

diciones, ni el espacio político le eran favorables. Desde entonces María Cano se apartó definitivamente de cual­quier labor política. Este mismo año, 1934, entró a tra­bajar como obrera en la Imprenta Departamental de Antioquia, y posteriormente fue ascendida a empleada en la Biblioteca Departamental, función que desempeñó has­ta el año 47.

Entre las escasas ocasiones en las cuales María retornó al escenario político, fue cuando se le rindió homenaje y reconocimiento por la histórica huella que había dejado como protagonista de las luchas por la revolución social. Sin embargo, fueron las mujeres quienes con más decisión retomaron y se sorprendieron con su ejemplo; lo testimo­nian los homenajes realizados en 1945 por el grupo Alian­za Femenina de Medellín y, posteriormente, el 8 de marzo de 1960, cuando María dirigió su último mensaje a la Or­ganización Democrática de Mujeres de Antioquia, en don­de hizo una síntesis de su pasado político, y recordó:

[...]era más estrecho el tiempo en que yo actué como agitadora de ideas por medio de mi palabra y mis escritos. No existían ciertas libertades y derechos que ahora se reconocen en la mujer. Pero entonces como ahora, lo esencial era y sigue siendo movilizar a la gen­te; despertarla del marasmo; alinearla y poner en sus manos las banderas de sus tareas concretas. \Y que las mujeres ocupen su lugar!

Consecuente con sus principios y firme en sus propósi­tos, María Cano había escrito 30 años antes: "Entre noso­tros se tiene por norma que la mujer no tiene criterio propio, y que siempre obra por acto reflejo del cura, del padre o del amigo. Creo haber educado mi criterio lo sufi­ciente para orientarme". Posiblemente esta reflexión de María era muy temprana para su época, o demasiado osa­da en un ambiente que le resultaba hostil. Pero María, que aparentemente había quedado anclada históricamente en

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JORGE IVÁN MARÍN TABORDA

la tercera década del presente siglo, tenía garantizada su permanencia en la historia de las luchas sociales.

Después de una larga y controvertida vida, María de los Ángeles Cano Márquez, dejó de existir el 26 de abril de 1967. Para entonces, el país asistía al tercer gobierno del Frente Nacional, la violencia en Colombia se había conver­tido en una constante, y el movimiento revolucionario ha­bía tomado otros rumbos.

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Aspectos de la condic ión jurídica de las mujeres

MAGDALA VELÁSQUEZ TORO

Un interesante medio de aproximación a las mentalidades de una determinada época histórica lo constituye el estu­dio de las normas jurídicas que regulan tanto las relacio­nes públicas, como las relaciones privadas délas personas.

Desde el surgimiento del Estado de derecho contamos con importantes fuentes compiladas. Las constituciones nacionales, en cuanto cartas fundamentales de la organi­zación político-administrativa de una nación y las demás leyes o normas que la desarrollan (penales, civiles, labora­les, económicas, etc.), son elementos estructurales de la cultura predominante en los distintos períodos históricos. Sobre ellas o a través de ellas podemos hacer numerosas lecturas de los paradigmas morales, del manejo del poder en las relaciones de la vida privada.

En unos casos las normas jurídicas manifiestan la mo­ral imperante o la que aspiran a imponer los sectores po­derosos en una sociedad. También, pueden expresar el surgimiento de rupturas en las costumbres y la manera como la sociedad las incorpora y limita a través de la re­glamentación, o bien los mecanismos con los cuales se busca desmotivarlas con la penalización de ciertas con­ductas.

El análisis comparativo de la evolución jurídica, es un interesante ejercicio para comprender la magnitud y la in­cidencia de ciertas propuestas políticas y sociales, de los matices, las concesiones, las vacilaciones, los obstáculos y las dificultades que han tenido que afrontar los reformis­tas y contrarreformistas de todos los tiempos.

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MAGDALA VELÁSQUEZ TORO

/ La búsqueda de las mentalidades sobre el género feme­nino, y de su expresión jurídica, aporta elementos para encontrar la dimensión social y política de la condición femenina, de los principios que sustentan la discrimina­ción, las contradicciones surgidas en la evolución de la sociedad, las luchas libradas por la transformación del es­tablecimiento y su vinculación con ehproblema de género en los distintos períodos.

Durante siglos, los arquetipos de feminidad y masculi-nidad, en último término, parecieran ser el sustento defi­nitivo de la seguridad y permanencia de las instituciones fundamentales de una organización política determinada. / Sin embargo, a pesar de la riqueza de estas fuentes ju­

rídicas, es preciso matizar su importancia, ya que una cosa es lo que aparece escrito en la ley, y otra la realidad de la vida social.

Los derechos políticos de las mujeres

Un aspecto de la historia política es el relacionado con la situación de las mujeres frente al Estado. La lucha por la democracia política, económica y social ha sido un lar­go proceso en la historia de la humanidad, que aún se pro­longa, porque una cosa es la declaratoria formal de eses derechos y otra es su ejercicio real por la mayoría de la población. Si bien ha sido complejo y difícil para los secto­res populares, lo ha sido más para las mujeres que forman parte de ellos y aun para las de las clases dominantes, por­que ni siquiera a las garantías de tipo formal han podido acceder a la par que los varones de su clase.

/ L a ciudadanía es un aspecto fundamental de los dere­chos políticos y consiste en el conjunto de derechos, obli­gaciones y garantías públicas y privadas de que goza un grupo de la población que tiene la categoría ciudadana, que le otorga oportunidades y prerrogativas en relación con el ejercicio del poder político y el control de las fun­ciones públicas. Una de sus expresiones es el ejercicio del

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Aspectos de la condición jurídica de las mujeres

'sufragio, del derecho a elegir y ser elegido para los órga­nos de representación popular.

El Estado colombiano, como ente independiente del yugo colonial español, se adscribió principalmente a los lincamientos de la Revolución Francesa de 1789, que te­nían por base teórica el reconocimiento de la libertad, la igualdad y la fraternidad de todos los hombres. Pero a pe­sar de esta proclamación teórica, en la práctica gozarían de ellas los propietarios, los alfabetas y los varones; era,

Í)or tanto, una democracia organizada no sólo por y para os propietarios sino por y para los varones. Desde la

Constitución de la República de Colombia de 1821, se defi­nía la calidad de ciudadano sin especificar el sexo; en la cultura política era impensable la posibilidad de la ciuda­danía femenina pero, a partir de la Constitución de 1843, se introdujo la fórmula de que "son ciudadanos los grana­dinos varones" que rigió hasta mediados del siglo xx.

Sin embargo, en la historia del país se registra un he­cho excepcional y exótico para las condiciones culturales de la época. Los constituyentes de la provincia de Vélez, en el año de 1853, establecieron que todo habitante de la pro­vincia "sin distinción de sexo tendrá entre otros derechos el del sufragio". Posiblemente Vélez fue la primera región del mundo en donde constitucionalmente se otorgó el de­recho al sufragio de la mujer. Suecia lo concedió en 1866, y en 1869 el Estado norteamericano de Wyoming lo reco­noció para propiciar la inmigración femenina y así poner orden en las elecciones y acabar con la embriaguez y la corrupción1.

Un colaborador del periódico bogotano El Pueblo, co^ mentaba la norma de Vélez afirmando que: "Creemos que la disposición que hace a las mujeres electoras i elegibles, emanó más bien de un sentimiento de galantería que de un pensamiento político. La mujer llevaría a la urna elec­toral la opinión de su marido, de su padre, de su hermano

1.Véase Ivette Roudy, "La mujer una marginada", Editorial Plu­ma, 1977, pág. 66.

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MAGDALA VELÁSQUEZ TORO

o de su amante[ . . . ] Es tamos seguros que ellas de semejan­te derecho no ha rán uso, i si lo hicieran nada ganar ía la política i perder ían m u c h o las costumbres" . Luego expli­caba la condición de las mujeres,

[...]El cristianismo les dio derechos, dignidad, vir­tud, esperanza; pero ellas siempre quedaron débiles en

A_ presencia de la fuerza del hombre... De las costumbres que establecen los hombres, toca a las mujeres lo peor: desde niñas es verdad les dicen que son soberanas, no hai coplero que no las llame diosas, pero estas apoteo­sis mentirosas no impiden que se engañe su inocencia, se abuse de su debilidad i que en lo interior de la casa su aparente soberanía se convierta a veces en insopor­table esclavitud[...] La leí sólo puede protegerlas hasta la puerta de la casa de allí para dentro es impotente.

De todos modos , el columnis ta no perdía la esperanza de que "[...]Ellas t endrán s iempre el buen sentido de no cambia r las dulces y t ímidas virtudes que forman su en­canto, por nues t ras pasiones t an intolerables y odiosas". Y concluía,

La vida pública no es su elemento. Quédense pues fL en la casa calmando, con sus dulces sonrisas i sus cui­

dados afectuosos los desengaños y sinsabores que lle­vamos de la calle: quédense como las sacerdotisas en el santuario, manteniendo encendido el fuego celeste de los afectos, i formando en medio de los ardores de la vida un oasis fresco y risueño donde repose tranquilo el

Pero el hecho de que las mujeres no gozaran de dere­chos políticos, no significaba que estuvieran ausentes de las luchas políticas. Desde la revolución de la independen­cia hasta las confrontaciones armadas del siglo pasado,

2. El Pueblo, Bogotá, julio de 1855, pág. 27.

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Aspectos de la condición jurídica de las mujeres

que terminaron con la guerra de los Mil Días, las mujeres que participaron activamente por intereses económicos, por tradición política familiar, por razones amorosas o por necesidad, estuvieron vinculadas a estas gestas guerreras en uno u otro bando de la contienda.

Sus actividades iban desde el rezo por el éxito de sus parciales, la confección de bandas y estandartes bordados, la difusión de rumores falsos para desconcertar al enemi­go, la atención de los heridos, la compra y transporte clan­destino de armas, hasta la acción directa en los combates.

Sin embargo, como ha acontecido en casi todas las grandes confrontaciones de la humanidad, en los momen­tos críticos se rompen los códigos y las tradiciones, y las mujeres participan activamente en la lucha, pero una vez resuelto el conflicto vuelven a sus cocinas y a sus labores tradicionales en el hogar, sin que el partido triunfante les reconozca derechos políticos en la nueva estructura del Estado.

Un elemento básico de la ciudadanía es la nacionali­dad; en muchas legislaciones del mundo, las mujeres al contraer matrimonio, perdían la propia y adquirían la del esposo y variaba si éste adquiría otra. En Colombia, este fenómeno jurídico no se ha presentado, pero en el proyec­to de Constitución de la Regeneración se contemplaba y no fue aprobado3.

José María Samper, esposo de Soledad Acosta, consti­tuyente por el estado de Bolívar, explicaba por qué no le otorgaron la ciudadanía al menor, al pobre y a la mujer en la Constitución de 1886. Decía:

El Estado ha menester del concurso de aquellos de sus miembros que le ofrezcan ciertas garantías para confiarles el ejercicio de las funciones públicas!...] la

3. La vn Conferencia Internacional Americana, celebrada en Montevideo en diciembre de 1933, aprobó la Convención sobre Na­cionalidad de la Mujer, que fue ratificada por Colombia, mediante ley 77 de diciembre 23 de 1935.

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experiencia de las cosas humanas induce a creer que el varón (ente que obedece principalmente a la razón) y no la mujer (que obedece más al sentimiento y tiene poca independencia), y el hombre de cierta edad cum­plida, que juzga con algún criterio y cordura y no el menor que los tiene en grado escaso, y el que mediante el ejercicio de profesión, industria o trabajo lícito, tiene medio de vivir con relativa independencia y dignidad, son las personas aptas para ejercer la ciudadanía4.

La ins t rumental ización de las mujeres en su calidad de reproductoras de la especie, y la denegación de sus dere­chos sus tentada en su condición biológica, habr ía sido ex­hibida en toda su i rracional idad y r idiculizada en el siglo XVIII por Condorcet. En la asamblea const i tuyente france­sa, en 1789, al sus tentar la igualdad de derechos, pregun­tó: "¿Por qué las personas expuestas al embarazo y' a indisposiciones pasajeras no pueden ejercer derechos de los que nadie soñar ía siquiera en despojar a hombres que padecen gota cada invierno o se resfrían fácilmente?"

Nuest ro const i tuyente Samper, con respecto a los dere­chos femeninos, afirmaba que Colombia estaba muy lejos de aceptar la c iudadanía de la mujer porque,

La mujer no ha nacido para gobernar la cosa públi­ca y ser política, precisamente porque ha nacido para obrar sobre la sociedad por medios indirectos, gober­nando el hogar doméstico y contribuyendo incesante y poderosamente a formar las costumbres (generadoras de las leyes) y a servir de fundamento y modelo a todas las virtudes delicadas, suaves y profundas.

Además, explicaba que la c iudadanía femenina equi­valdría a u n a t ransformación mora l porque t rocaría el pa-

4. José María Samper, Derecho Público Interno de Colombia, tomo II, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, 1974, pág. 46 y sigs.

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Aspectos de la condición jurídica de las mujeres

peí de los sexos, "deshaciendo la obra de la Providencia y haciendo destinos por enmendar a Dios la plana"5.

La condición de las mujeres ante las normas civiles

Una de las maneras de apreciar la situación que ha te­nido la mujer ante la sociedad colombiana, es conocer cuál ha sido su condición civil, o sea el modo como las ins­tituciones que regulan las relaciones entre las personas han reglamentado la función, los derechos y las obligacio­nes privadas de la mujer. Estas instituciones no son el pro­ducto de la alquimia jurídica, sino que son manifestación del modo de pensar, de vivir y de actuar, predominantes en una sociedad determinada, con respecto a la mujer. En las relaciones civiles se expresa claramente el estado de subordinación de la mujer al hombre, no ya en la vida pú­blica de la sociedad, sino en la intimidad de la vida fami­liar. Son el compendio de normas que supeditan los derechos elementales del ser humano mujer a las necesi­dades, apetencias y expectativas del hombre, tanto en el terreno de la economía familiar como en el manejo de los afectos.

/ Nuestro ordenamiento jurídico es producto de la con­jugación de corrientes de diversa procedencia, que han te­nido una ideología que les es común y les imprime su carácter sexista. Por sexismo, entendemos el conjunto de representaciones y prácticas culturales, de normas y acti­tudes que desvalorizan e inferiorizan a las mujeres en rela­ción con los hombres y tienden a perpetuar la sumisión femenina a nivel sexual, procreativo, intelectual, afectivo, político y laboral, y por tanto a impedir su expresión como ser humano autónomo en la vida social y familiar.

En nuestro orden civil confluyen elementos de las ins­tituciones romanas, de la tradición judeocristíana, de las normas del derecho español y del derecho indiano, así como de las instituciones napoleónicas, que han determi-

5. Ibid.

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nado la formación de las normas relativas a la mujer en Colombia.

Nuestra cultura, heredera de un estatuto social jerar­quizado en el orden económico, político y racial, lo era también en el orden sexual. Ni siquiera dentro de las dis­tintas clases o sectores sociales, la mujer podía tener as­piraciones igualitarias con los varones de su misma procedencia. La mujer era considerada como un objeto, bien sagrado o bien de placer. En el primer caso, el modelo impuesto era el de virgen-madre, en virtud del cual podía acceder a la vida religiosa, en cuyo caso quedaba bajo la tutela de la comunidad, en calidad de esposa de Cristo y madre espiritual. La otra alternativa, paradigmática, que se ofrecía a la mujer era el matrimonio, que suponía re­nunciar a las libertades y derechos mínimos que tenía, en beneficio de su esposo. La de ser objeto de placer, provenía desde la Conquista, constituía parte del botín de guerra y objeto de posesión del invasor europeo. La prostitución se entendía socialmente como un mal necesario y era tolera­da moralmente.

Las instituciones civiles fueron adaptadas a la vida de las jóvenes repúblicas latinoamericanas a mediados del si­glo pasado. Don Andrés Bello fue el gestor más destacado de este proceso y su código civil chileno, de 1855, fue el ejemplo y la guía de donde copiaron los legisladores co­lombianos.

Iglesia, soberanía y estado civil de las personas

El régimen federal establecido por la Constitución de 1858 dio a cada estado soberano la facultad de expedir sus propios códigos. El estado de Cundinamarca adoptó en 1859 el código civil chileno, luego, los demás estados expidieron su ordenamiento civil con base en el de Cundi­namarca, introduciendo algunas variaciones. Posterior­mente, en el año de 1873, se adoptó el código civil de la Unión. Según algunos autores, el código acogido fue el del estado de Santander, que en ciertos apartes otorgaba dere-

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Aspectos de la condición jurídica de las mujeres

chos patrimoniales mínimos a la mujer casada, como la administración y utilización libre de "los de su exclusivo uso personal, como son vestidos, ajuares, joyas e instru­mentos de su profesión u oficio" (artículo 1804).

En esa época regía la Constitución laica de 1863,- que adoptaba la total independencia del Estado con respecto a la Iglesia católica; por esta razón, los códigos de algunos de los estados establecían que el matrimonio se regía por las normas del Estado, y otros aplicaban el criterio de elec­ción de los contrayentes. Así mismo, el divorcio vincular fue establecido por la ley nacional del 20 de junio de 1853, que rigió hasta 1856, año en el cual fue expedida otra ley nacional que eliminaba la disolución del matrimonio. No obstante, los estados soberanos de Magdalena, Bolívar, Panamá y Santander, reconocían el divorcio a petición de los cónyuges.

El régimen de la Regeneración, en 1886, otorgó consti-tucionalmente a la Iglesia católica una serie de prerroga­tivas, posteriormente desarrolladas por el concordato suscrito con el Vaticano en 1887. Entregó a la Iglesia la soberanía estatal para regular el estado civil de las perso­nas que profesaran la fe católica. Para vender la idea, creó en 1888 el privilegio de anulación del matrimonio civil ce­lebrado de conformidad con el régimen anterior; para quienes pretendieran contraer nuevas nupcias por el rito católico, obligaba al hombre "que habiéndose casado civil­mente se case luego con otra mujer con arreglo a los ritos de la Religión Católica, a suministrar alimentos a la pri­mera mujer y a los hijos habidos en ella" (artículo 36, ley 1888). ^ E n 1924, mediante la llamada Ley Concha, que fue un

desarrollo de los convenios concordatorios, el Estado exi­gía a quienes fueran a contraer matrimonio civil, aposta­tar públicamente de la fe católica. Este hecho estaba inscrito en el derecho canónico que considera al matrimo­nio civil como un público y punible ayuntamiento.

En el año de 1887, se adoptó el código civil que estaba vigente desde 1873, pero eliminando los apartes que favo-

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MAGDALA VELÁSQUEZ TORO

recían a la mujer casada vistos atrás, así como el divorcio vincular. Los legisladores criollos superaron en detalles y reglamentos al misógino código napoleónico, especial­mente en lo relacionado con las obligaciones y prohibicio­nes a la mujer y los correlativos derechos absolutos otorgados al varón sobre su esposa y sus hijos.

Éstas son, en términos generales, las figuras más im­portantes que han regido la estructura familiar en Colom­bia desde el siglo pasado, hasta muy avanzado el siglo xx.

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La República Liberal y la lucha por los derechos civiles y políticos de las mujeres

MAGDALA VELÁSQUEZ TORO

Algunos antecedentes en favor de los derechos de las mujeres. Las primeras décadas del siglo

Durante el período conocido en la historia del país como la Hegemonía Conservadora, la situación de la mujer casa­da permaneció sin evolución, no obstante hubo expresio­nes a favor de su cambio. Durante las primeras décadas de este siglo se registraron manifestaciones en favor del reco­nocimiento de los derechos civiles de la mujer casada, im­portantes por su calidad, mas no por su cantidad, ya que realmente fueron pocas las que en el desarrollo de esta in­vestigación hemos podido recuperar. Estas expresiones provenían de personas cultas, que habían logrado trascen­der y superar el parroquianismo imperante, libre pensado­res enterados de la evolución de la humanidad en otras latitudes.

Se destaca, por ejemplo, el caso de Ricardo Tirado Ma­tías, quien en su periódico El Republicano, en 1912, repro­dujo un artículo de una publicación española sobre la educación para las mujeres. Al respecto planteaba que muchos de los problemas sociales tienen su origen en esa falta de preocupación de los gobiernos por la situación de las mujeres, reivindicaba el derecho a la autonomía y de­cía: "es necesario educar a la mujer[...] para que ella mis­ma pueda protegerse y sea dueña de su porvenir". Aducía que la superficialidad en la educación se debía a que ellas habían sido "[...jentregadas sistemáticamente, por tradi­ción, por raza, por costumbre a la influencia incontrasta-da del clero"1.

1. El Republicano, enero 25 de 1912, editorial.

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MAGDALA VELÁSQUEZ TORO

En 1905 Carlos E. Restrepo, en el festival lírico cele­brado en el Teatro Bolívar de Medellín, pidió la ovación a la educadora María Rojas Tejada que promovió la confe­rencia sobre la Educación del Niño. Calificó su conferen­cia como el "primer capítulo de nuestro feminismo militante" y enalteció el valor de haberse atrevido a ocupar -por primera vez entre nosotros- "el sillón de la mujer conferencista". Admiró con entusiasmo e invitó a "aplau­dir con estrépito el que una mujer de las nuestras se per­mita el lujo de conceder ideas propias y de exponerlas en público[...]"2. Carlos E. Restrepo impulsó la instrucción pública y abogó por la educación de las mujeres y así "las jóvenes no serán las muñecas bien vestidas que se den o se vendan al primer vicioso que se les ofrezca por marido, ni solteras tendrán que someterse al medio humillante de vi­vir del dinero de otros". En el año de 1930 presidió la Le­gión Femenina de Instrucción Popular para erradicar el analfabetismo femenino, en este proyecto se vincularon educadoras como María Rojas Tejada, Jenny Campo Posa­da y Luisa Mejía de Arbeláez3.

En 1914 el joven liberal Ricardo Uribe Escobar, recibió su título de doctor en Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, con la presentación de una tesis titulada "Notas feministas", sustentado en las obras de Augusto Bebel, Engels, Fourier, así como en pensadores feministas de la época, como el español Adolfo Posada. Inicia su trabajo con afirmaciones tan tajantes como:

La mujer colombiana, la antioqueña principalmen­te, ha estado siempre secuestrada en el hogar. Y no se nos diga que por eso reina la tranquilidad en nuestras familias[...] esta tranquilidad es como la paz de los ce-menterios[...] Ella no tiene derecho a la vida, su activi-

2. Argelia Londoño, Dolly González, Sergio Arroyave, "Mujer", tomado del archivo personal de María Rojas Tejada. Publicación Biblioteca Central. Universidad de Antioquia, Medellín, 1991.

3. Ibid.

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dad se reduce al manejo de la casa y a rendir humilde homenaje a su marido. El hombre manda, dirige, re­presenta su hogar, la mujer sufre y se resigna, ni siquie­ra se queja, y naturalmente, la casa tan llena de paz.

Su reflexión central apuntaba a reivindicar la libre dispo­sición de sus bienes por parte de la mujer, el derecho a tra­bajar y ganar un salario, para llegar a "tomar parte en la lucha por la vida[...] a ser un sujeto social verdadero"4.

Dentro de las voces masculinas que se levantaron por los derechos de las mujeres en las primeras décadas del siglo se destacan tres importantes escritores: Don Tomás Carrasquilla, Luis López de Mesa y Baldomero Sanín Cano.

Carrasquilla (1858-1940) en 1919 sintetizó su pensa­miento cuando terció en la polémica suscitada a raíz de un concurso de cuento entre señoras y señoritas organizado en Medellín, en el cual participaron 52 mujeres y cuyos trabajos fueron publicados en el periódico El Colombiano. En un artículo titulado "Tema trillado", se clasificaba así a quienes alborotaron el cotarro: "Para los descendientes de 'Mi compadre Facundo', que en la tierruca forman legión, las hembras sólo sirven para cuidar la casa y criar los hijos en el temor de Dios. Para otros, no muy cristalizados en los prejuicios, aquello era un avance imprudente y prema­turo".

Realzó la tendencia de las mujeres antioqueñas a la lectura y la escritura y afirmaba que este evento de impor­tancia para "historiógrafos y sociólogos" revela "en la se­ñora antioqueña libertad de espíritu, amplitud de miras, confianza en la lucha y altivez de carácter".

Al final remataba su escrito afirmando que,

[. ,]Si este concurso fuera, como a algunos se les propone, un brote de feminismo[...] ¡Mejor! El femi-

4. Ricardo Uribe Escobar, "Notas feministas", tipografía Indus­trial, Medellín, Colombia, 1914.

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La República Liberal y la lucha por los derechos civiles y políticos de las mujeres

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MAGDALA VELÁSOUEZ TORO

nismo discutible en el campo político, no lo es, segura­mente ni en los campos austeros de la ciencia, ni en los múltiples de trabajo, ni menos en los serenos y delica­dos del arte. La mujer solidaria en todo con el hombre, que comparte con él aspiraciones, ideales y responsa­bilidades, que posee las facultades todas de que el hombre se gloria, tiene derecho, como el varón más competente, a todos los puestos, a todas las actitudes, a todas las carreras, a todos los horizontes[...]

Después de estas afirmaciones sin ambigüedad sobre los derechos de las mujeres las felicitaba: "¡Bien por las gallar­das ant ioqueñas que acudieron animosas al rec lamo dulcí­s imo del arte! Bien por todas[ . . . ] y adelante"5 . En ésta, como en otras polémicas don Tomás denunció los prejui­cios y las incoherencias de quienes denigraban de las mu­jeres y reproducían estereotipos. Es decir que este escritor no sólo creó personajes femeninos au tónomos como doña Bárbara y la marquesa de Yolombó sino que se involucró en polémicas sociales en las que denunciaba los prejuicios y las contradicciones de quienes p roc lamaban la inferiori­dad en las mujeres.

Luis López de Mesa (1884-1967) desde 19206 hizo pú­blicos sus puntos de vista ambiguos y contradictorios so­bre la condición de las mujeres. En u n a conferencia p ronunc iada en el teatro Colón dirigida a las señoras de la "sociedad" bogotana, invocaba la necesidad de realizar la revolución feminista en Colombia por la cant idad de in­justicias generadas por la condición en que es taban las mujeres. Al mismo t iempo, expresaba un pun to de vista románt ico tradicional sobre la na tura leza femenina, "ella nació pa ra procrear el reposo[. . . ] Ni sus músculos ni su cerebro t ienden a la aventura, ni por ende a la invención".

5. Tomás Carrasquilla, Obras completas, Editorial Bedout, Medellín, 1964, tomo n, págs. 696 y 55.

6. Luis López de Mesa, Oraciones panegíricas, Editor El Gráfi­co, Bogotá, 1945.

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Puso de manifiesto el temor a las consecuencias que po­dría acarrearle esta exposición, y hacía una disertación sobre la pésima inversión que era la educación que se daba a las hijas. A pesar de estas tesis tradicionalistas, re­clamaba una educación que les permitiera bastarse a sí mismas. Proponía una educación que las capacitara para trabajar y ganarse la vida ya que "nosotros preparamos a la mujer para la más sinuosa esclavitud. Mirad si puede ganarse el pan o escoger su amor y decidme si un ser que va por el mundo como objeto[...] es libre y podrá siquiera esperar a serlo". A lo largo de su vida López de Mesa de­fendió los derechos de las mujeres. En la Asamblea Nació-' nal Constituyente de 1954 fue el ponente del artículo que consagraba la ciudadanía plena para las mujeres.

Baldomero Sanín Cano (1861-1957) que vivió de 1909 a 1922 en Inglaterra, analizaba la condición de las mujeres desde una perspectiva laica de carácter marcadamente de­mocrático y feminista. En su conversación en la universi­dad en 1927, se propuso disociar dos ideas unidas en la historia de la civilización en la mente del hombre, produc­to de las culturas judaica y cristiana, que "asocian indiso­lublemente la noción de pecado con la mujer[...] todavía los moralistas dicen que la mujer es el crimen y el pecado" y afirmaba que esa idea, "ha contribuido a mantener en el mundo occidental la inferioridad civil y política de la mu­jer". Polemiza con las afirmaciones hechas por la Iglesia católica, según la cual "la civilización cristiana tiene entre sus grandes aportes a la felicidad de la especie el haber emancipado a la mujer". Trae ejemplos de la cultura egip­cia, el lugar de la mujer en la sociedad griega, el manejo del poder que hacía la mujer romana y ubica la pérdida de la libertad y su reducción a un papel meramente pasivo en "la Europa cristiana de la edad media y desde entonces hasta mediados del siglo xix, la mujer fue la esclava del ca­pricho masculino a un costoso y a veces muy útil adorno del hogar". Don Baldomero se apoyaba en las tesis de John Stuart Mili y en La casa de las muñecas de Ibsen para des­cribir los cambios en la condición de las mujeres en Euro-

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pa. Anotaba que sólo en aquellos países europeos en don­de impera el despotismo o el espíritu de casta, las mujeres no han adquirido conciencia de sus derechos y donde "[•••] el valor 'hombre' no incluye el exponente altísimo de las fuerzas femeninas". Afirmó también que la civilización eu­ropea tiene un carácter masculino, es la civilización del hecho brutal y la sangre la que trajeron a América, en don­de la civilización es femenina y en la que a pesar de estar lejos de realizar el ideal femenino cuenta con las condicio­nes favorables del medio. Concluye sus tesis afirmando que "La cultura de un pueblo se mide por la participación que la mujer tenga en los destinos de ese pueblo" y augura­ba que "[...]acaso le toque a la mujer, nuestra compañera, pasar sin hiatos de la condición bíblica a la de conductora de multitudes liberadas en el segundo cuarto del siglo"7.

En el año de 1919, la Asamblea Obrera en la cual se fundó el Partido Socialista Revolucionario, se ocupó de la situación de las mujeres y en la plataforma que allí se aprobó establecieron que el socialismo colombiano se comprometía a trabajar por "que la mujer tenga mayores garantías"8.

Así mismo el Partido Liberal en la Convención de Iba-gué, reunido en el año de 1922, aprobó en su programa de acción la lucha por una reforma legislativa que "mejore la condición de la mujer casada, y que en general asegure a la mujer en la vida social el alto y libre puesto que le co­rresponde"9 .

En 1928 el representante Absalón Fernández presentó un Proyecto de Ley sobre los Derechos de la mujer, que entre otros, proponía que a las mujeres se les autorizara

7. Baldomero Sanín Cano, Escritos, Biblioteca Básica Colom­biana N° 23, Instituto Colombiano de-Cultura, 1977, págs, 249 y 24. Ensayo sobre Ibsen (1932) y página 625, "Evaluación Social de la Mujer" (1927).

8. Ignacio Torres Giraldo, Los inconformes, tomo m, Editorial Margen Izquierdo, Bogotá, 1973. pág. 106.

9. Alvaro Tirado Mejía, Antología del pensamiento liberal colom­biano, Libros de El Mundo, Medellín, 1981, pág. 108.

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para desempeñar cargos públicos que no tuvieran autori­dad o jurisdicción, poder comparecer en juicio por sí mis­ma, poder obligarse como fiadora, poder administrar sus bienes estando casada, así como los de la sociedad conyu­gal, considerar al marido como simple mandatario a la es­posa para efectos de la administración de sus bienes. Este progresista proyecto, suscitó una comunicación a la Cá­mara de Representantes de parte de la señora Isabel Pin­zón que acababa de llegar del exterior y les solicitó a los congresistas transformar las condiciones de inferioridad de las mujeres, dándoles posibilidad de desempeñar car­gos públicos con autoridad y jurisdicción10.

También el doctor Ricardo Hinestroza Daza, en el fa­moso ciclo de conferencias que por esa época organizaba Alfonso López Pumarejo en el Teatro Municipal y que se constituyeron en una cátedra libre, frente a la universidad confesional de la época, planteaba que "[...]las exageracio­nes en estas materias pueden acarrear resultados negati­vos haciendo imposible la adopción de reformas menos audaces pero más seguras"11. Afirmó que la condición le­gal de las mujeres colombianas no es justa y habló de la necesidad de hacer reformas legislativas para darles ga­rantías.

En la república del Ecuador, las mujeres demandaron ante la Corte la aplicación de los derechos políticos a ellas, ya que los constituyentes de ese país no tuvieron la pre­ocupación de aclarar, en su definición de ciudadanos, que se trataba de los varones, como lo hicieron los consti­tuyentes colombianos del siglo pasado, y en 1928 les fue reconocido el derecho a elegir y a ser elegidas. Ángela Va­lencia publicó un artículo en diciembre de 1930 en El Es­pectador sobre "La mujer como factor importante en el progreso de los pueblos". Allí hace alusión a ese avance del Ecuador y de países civilizados en los cuales la mujer tiene acceso al manejo de los destinos nacionales. Afirma la ca­

lo. El Espectador, mayo 23 de 1928, N° 5930. 11. El Espectador, agosto 28 de 1928.

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pacidad de la mujer colombiana para discernir y enfren­tarse a un serio problema político, para proponer una ley, para el progreso económico o para dilucidar cuestiones científicas y aboga por la educación universitaria.

El periódico conservador El Colombiano, en el año 1931, reproducía artículos favorables de escritoras espa­ñolas que divulgaban las reformas que, sobre la condición de las mujeres, impulsaba el régimen Republicano.

Estas esporádicas expresiones en favor de las mujeres dan cuenta pues, de corrientes de opinión progresistas in­teresadas en la modernización del país, algunas de ellas colocadas por encima de los intereses confesionales y de partido, y varias de ellas referidas a las mujeres de los sec­tores de clase media y alta. Estos puntos de vista reflejan la incidencia de las corrientes sufragistas que, desde el siglo xix, luchaban en Europa por los derechos civiles y políti­cos de las mujeres.

Las reformas en la república liberal

Los derechos civiles de la mujer casada 7 En el año 1930 arribó al poder el Partido Liberal, luego

de 45 años de hegemonía conservadora; en la campaña política liberal se destacó la participación femenina en los actos y manifestaciones de apoyo al candidato Olaya Herrera. En ese año, se debatió nuevamente el reconoci­miento de los derechos patrimoniales de la mujer casada como propuesta del Gobierno, con la presentación de un primer proyecto al Congreso sobre "Régimen de Capitula­ciones Matrimoniales". Con este proyecto, presentado por el ministro de Gobierno, Carlos E. Restrepo, se pretendía dar autonomía patrimonial a la mujer casada, otorgándole el derecho a pedir la separación total o parcial de bienes cuando ella lo quisiera, sin tener que alegar ningún tipo de causal12.

12. "Revista del Colegio de Abogados de Medellín". Tipografía Bedout, año iv, tomo n, diciembre de 1930, N° 17, pág. 851.

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Este proyecto fue difundido y analizado por Ofelia Uribe de Acosta en el Congreso Internacional Femenino, reunido en el mes de diciembre de ese año en Bogotá. Este primer proyecto no fue aprobado por el Congreso. Poste­riormente, el presidente Olaya nombró al abogado Luis Felipe Latorre para que se encargara de hacer el estudio de las reformas requeridas para presentar un proyecto de ley en el cual se otorgaran los derechos civiles a la mujer casada y dar cumplimiento a uno de los objetivos plantea­dos en su campaña política.

En la base de la argumentación del gobierno estaban presentes, no sólo tesis de tipo humanitario, sino la evi­dente necesidad de incorporar a la mujer al proceso capi­talista, en vía de expansión en el país. Se requería una mayor cantidad de fuerza de trabajo libre y disponible para vincular a la producción, pero la mano de obra feme­nina estaba presa aún en las relaciones familiares de tipo servil.

El gobierno, en sus argumentaciones, hacía referencia al derecho al trabajo remunerado de las mujeres proleta­rias, y atacaba el argumento de la disolución del hogar de­nunciando que esa afirmación lleva a "negarle el derecho a trabajar a menos que trabaje en provecho exclusivo del marido". Además, en esa época, que fue la de la gran crisis económica que afectó al mundo occidental, se presentaba otro tipo de problemas en las familias acaudaladas. Por la estructura jurídica, los bienes de las hijas, al contraer ma­trimonio, pasaban a ser de propiedad del marido y mane­jados arbitrariamente por quien era designado por la ley administrador y jefe de la sociedad conyugal, y en ese mo­mento crítico, las fortunas familiares estaban en trance de ser disueltas por los manejos incontrolables de los yernos.

El debate sobre este aspecto particular de la condición de las mujeres, generó la discusión sobre otros tópicos in­tocables hasta ese momento. La mayoría de los conserva­dores en el Parlamento, más papistas que el papa, temían contrariar los principios invocados por la Iglesia católica y se constituyeron, muchos de ellos, en los guardianes de la

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moralidad pública supuestamente amenazada con el pro­yecto.

Uno de ellos llegó a afirmar que la ley era "la finan­ciación del adulterio". El representante Joaquín Emilio Sierra, miembro de la comisión que estudió el proyecto de ley, se opuso. Alegaba que la cultura y la civilización en Co­lombia no habían llegado a los límites de las europeas, y que un proyecto de tal naturaleza podía llevar "al desqui­ciamiento de la familia y del propio Estado culto y cristia­no, que la moral y la virtud de nuestras mujeres han cultivado". Además, afirmaba que las disposiciones pro­puestas por el gobierno tendían a la implantación de regímenes que "rechazan la educación y la ideología esen­cialmente cristianas del pueblo colombiano, la moral y las costumbres hogareñas de nuestra raza". Laureano Gómez, Silvio Villegas, Luis Ignacio Andrade, Gómez Estrada y Guillermo Valencia, entre otros, se opusieron al proyecto, incluso valiéndose del abandono de las sesiones para mi­nar el quorum y así impedir su aprobación. Estos senado­res dejaron constancia de su voto negativo porque "el nuevo estatuto afectará gravemente la estabilidad del hogar colombiano y porque va directamente contra la uni­dad conyugal, base y sustentáculo del matrimonio católi­co". El periódico conservador La Defensa, de Medellín, aducía en su contra que la potestad marital quedaría rela­jada y el esposo recto no podría impedir las actuaciones ruinosas que hiciera la mujer, defendía la potestad marital que es "el mando ejercido por quien tiene derecho por la naturaleza y por la ley. Todo aquello que tienda a destruir­la, desorganiza el hogar, fundamento de la organización social". Pero la actuación de los conservadores no fue uni­forme, un sector importante de parlamentarios de ese gru­po defendió la reforma, como los representantes Eleuterio Serna y Fernando Gómez Martínez, vinculado al periódico El Colombiano y el senador Mario Fernández de Soto.

La decidida actuación de los liberales en el Congreso y la presión ejercida por el gobierno, hicieron posible la aprobación de esta ley. Los defensores, en la Cámara de

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Representantes, hicieron descripciones y análisis de la condición de las mujeres asimilándola a los problemas su­fridos por las masas campesinas y obreras; atacaron la do­ble moral en la legislación que aplicaba "unos criterios para el señor, para el amo, y otros para la mujer, la sierva". El Senado de la República fue más tradicional en el análi­sis, temían que lo radical de la reforma produciría un salto revolucionario, para el cual no estaba preparada la socie­dad colombiana, y se declaraban partidarios de una evolu­ción moderada y progresiva. No obstante, aprobaron la ley porque en la opinión nacional existía una fuerte presión favorable a ella, "el cuerpo de abogados de la capital la acoge y patrocina; dignísimas señoras de nuestra sociedad la prohijan de manera entusiasta, el gobierno la considera indispensable y la Cámara la adoptó ya en tres debates, con asentimiento unánime de sus diputados"13. Es decir, que la aprobaron por motivos ajenos a su propia convic­ción y por la presión social en favor de los derechos de las mujeres casadas.

La opinión pública Los periódicos El Tiempo y El Espectador, resaltaban

en sus páginas las noticias sobre el debate y realizaban en­trevistas a juristas connotados del país, entre las cuales se defendía la propuesta. Un grupo numeroso de abogados de Bogotá envió un memorial a la Cámara de Represen­tantes solicitando la aprobación del Proyecto de Ley. Por su parte, el Colegio de Abogados de Medellín, en una co­municación dirigida al presidente de la República y a las Cámaras Legislativas, ampliamente desplegada por el pe­riódico La Defensa, afirmaba que "[.. .]el proyecto de ley en curso sobre régimen patrimonial en el matrimonio, aun­que sanamente inspirado, lejos de mejorar la condición de la mujer casada puede agravarla notablemente dadas nuestras costumbres[...] El Colegio considera, además,

13. "Historia de las Leyes", Legislatura de 1932, tomo 1B1, Im­prenta Nacional, Bogotá 1939, pág 193.

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que las Cámaras deben ser cautas en la expedición de re­formas civiles, sobre todo en aquellas materias que rozan con la organización de la familia"14.

/ Las páginas femeninas de los periódicos continuaron brindando imperturbablemente a sus lectoras, sus novelo­nes amorosos, las noticias sobre la moda de París y los acontecimientos sociales de la alta sociedad bogotana. Esa discusión de los derechos de las mujeres era, por su­puesto, un asunto de los hombres.

Manifestación de las mujeres El periódico El Tiempo registró en una de sus crónicas

parlamentarias la asistencia de numeroso público "feme­nino y feminista" a las barras que animaban las sesiones. La manifestación de las mujeres frente al proyecto fue es­casa. Ofelia Uribe de Acosta afirmaba que "Una sola mujer, Clotilde García de Ucrós, tomó la bandera de la aproba­ción de esta reforma: levantó de la inercia a un pequeño grupo de damas, y con ellas irrumpía valerosamente a las barras de la Cámara de la República para hacer pre-sión[...]15.

El fenómeno de la escasa participación de las mujeres es explicable, puesto que ellas se encontraban sujetas a ri­gurosos controles de los curas y de la Iglesia católica. Por otro lado, el dominio ejercido por sus esposos, padres y hermanos, les impedía cualquier manifestación indepen­diente. De lo contrario eran sometidas a un pavoroso os­tracismo social que provenía no sólo de los hombres, sino de las mismas mujeres, que eran las garantes de la conser­vación de ese estado de cosas, a través de la educación que impartían en el hogar a sus hijas e hijos.

Pese a lo anterior hubo en el país otras manifesta­ciones femeninas para lograr la aprobación del proyecto. En los Anales del Congreso aparecen tres comunicados

i4. La Defensa, -Diario de la Tarde- sábado 8 de septiembre de 1932.

15. Ofelia Uribe de Acosta, Una voz insurgente, Editorial Gua­dalupe, Bogotá, 1963.

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firmados por valerosas mujeres. Uno era del Centro Feme­nino Colombiano de Bogotá, organización dirigida por Georgina Fletcher, y cuyo emblema lo constituían las ini­ciales del nombre de la organización rodeada por una gruesa cadena; lo presentó el 12 de noviembre de 1932, firmado por cien mujeres. En él afirmaban, entre otras co­sas, que con la ley se cooperaba a la tranquilidad conyu­gal, porque los nuevos esposos se preocuparían por las cualidades y virtudes de sus futuras esposas, descartando de una vez y para siempre el interés de la herencia o dote, "que según parece, en muchos pretendientes es el princi­pal aliciente para contraer matrimonio y las jóvenes se sentirán satisfechas sabiendo que se las solicita y ama por su valor intelectual y moral y no por el de la fortuna que posean"16.

Otro comunicado lo envió un grupo de señoras de Neiva y el tercero uno de señoras de Manizales. En ellos pedían eliminar la discriminación legislativa de la mujer y solicitaban, "[...] en vez de una reforma fragmetaria y ais­lada, una integral y completa que limpie nuestra legisla­ción de todo aquello que menoscabe la dignidad de la mujer y que lesione nuestros intereses y nuestros derechos de solteras, casadas y madres[...]"17

La Ley 28 de 1932 Esta ley, expedida en noviembre y que entró en vigen­

cia el 1 de enero de 1933, modificó la "Potestad Marital" en la parte relativa a los bienes de la mujer. Consagró la libre administración y disposición de los bienes pertenecientes a cada uno de los cónyuges al momento de la celebración del matrimonio, y de los adquiridos durante su vigencia. Estatuyó la responsabilidad de cada cónyuge en las deu­das personales, y la solidaridad ante terceros por las con­traídas para satisfacer las necesidades domésticas. Dio a

16. Anales de la Cámara de Representantes, octubre 10 de 1932 serie 2, N° 79.

17. Ibidem.

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la mujer casada la facultad de comparecer libremente en juicio y eliminó las autorizaciones maritales para el mane­jo de los bienes.

La ley de la realidad Esta disposición dio a las mujeres la posibilidad de ad­

ministrar libremente sus bienes y de vincularse a las acti­vidades económicas. Sus bienes ya no eran confiscados por la ley en favor del marido; modificó, por tanto, una de las prerrogativas de la "Potestad Marital", el poder de dis­posición sobre los bienes de la mujer. Sin embargo, la cos­tumbre de tantos siglos no se termina por el solo hecho de la expedición de una ley.

Sobre la mujer pesaba toda la fuerza de una tradición de sumisión que determinó su posición ante una ley que, por primera vez en la historia del país, le reconocía capaci­dad jurídica para el manejo de su patrimonio.

"Las mujeres no la entendieron. Les era prohibido ha­blar de cosas de hombres. Les era terminantemente prohi­bido por ellos hablar o preguntar siquiera por los negocios [...] La empezaron a entender cuando la mujer entró a la universidad[...]"18. "Al llegar la Ley 28 la mujer se quedó inerte, ella no reclamó sus derechos[...]"19. Estas afirma­ciones las hacen mujeres a quienes les tocó vivir la expedi­ción de esta ley.

• En la Revista Colombiana, dirigida por Laureano Gó­mez, preguntaba un colaborador, meses después de la promulgación de la norma,

[...]¿La mayoría de nuestras buenas mujeres, se ha dado cuenta de la reforma y ha hecho algo para ponerla en práctica? Indudablemente no[...] La mayoría de nuestras mujeres, pero no una mayoría cualquiera, sino absolutamente abrumadora, ni querían la refor­ma, ni la necesitaban, ni la usan[...] La administración

18. Testimonio de doña Lucía Arango, noviembre de 1982. 19. Testimonio de doña Lucía Villegas, octubre 20 de 1982.

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de los bienes en el matrimonio en la mayoría de los ca­sos, en casi la totalidad de los hogares constituidos como Dios manda, ha seguido el mismo curso antes de la Ley que después de la Ley20.

Concluye su artículo, con esta apreciación sobre el trabajo de las mujeres: " [...]No vale la pena. La mujer administra­dora de bienes, agitada entre las multitudes que negocian, sudorosa por el afán de los quehaceres o angustiada por el tráfago de la política, puede llegar a inspirar admiración, pero no infunde amor. Y la mujer tiene que ser ante todo amor, amor de novia, amor de madre, amor[...] siempre amor ¿l.

Esta Ley 28 de 1932 concedió los derechos económicos a la mujer casada, la figura de la potestad marital se escin­dió en lo relativo al manejo de los bienes, pero continuaba como poder sobre la persona de la mujer. Monseñor Mi­guel Ángel Builes, todavía en el año de 1949, para rebatir la tesis del Partido Liberal relativa a la igualdad jurídica de los sexos, apelaba a la doctrina del papa Pío xi que afir­mó en su encíclica Casti Connubi que "todos los que empa­ñan el brillo de la fidelidad y castidad conyugal, como maestros que son del error, echan por tierra también fácil­mente la obediencia confiada y honesta que ha de tener la mujer de su esposo y muchos de ellos se atreven a decir con mayor audacia que son iguales los derechos de ambos cónyuges"22.

Se necesitó no sólo el paso de los años sino la modifica­ción de aspectos sustanciales de la vida económica, cultu­ral y social del país, para que este derecho se empezara a hacer efectivo.

La descomposición de la sociedad agraria, la desarti­culación de la economía campesina, la migración masiva

20. Revista Colombiana, junio 15 de 1933, N° 6, columnista J. A. Gutiérrez Ferreira.

21. Revista Colombiana, julio 1 de 1933, N° 7. 22. Cartas Pastorales, 1949-1957, Empresa Nacional de Publi­

caciones, 1957, pág. 39.

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a los centros urbanos, la vinculación de la fuerza de traba­jo femenina a la ley de la oferta y la demanda en la produc­ción industrial y de servicios, los bajos salarios, el alto costo de la vida y los pésimos servicios asistenciales del Estado, son fenómenos que han llevado a que el imperio de la necesidad quiebre la estructura tradicional de la fa­milia y a que la mujer independiente económicamente empiece a interrogarse acerca de su situación de oprimida y explotada.

Pero la cuestión no se ha resuelto con el hecho de percibir un ingreso propio, la condición de opresión y explotación de la mujer no es solamente un problema eco­nómico. En la cultura perviven los mismos criterios discriminatorios: los medios de comunicación social, la estructura educativa, los textos escolares, la iglesia y la fa­milia, reproducen la ideología que menoscaba la condi­ción humana de la mujer.

Sólo en el año de 1974, el gobierno por Decreto 2820 eliminó otro aspecto de la "Potestad Marital": el poder de disposición sobre la persona de la mujer, y estableció la igualdad jurídica de los sexos.

Las primeras propuestas sobre la condición política de las mujeres

Con el inicio de lo que en la historia nacional se conoce como la Segunda República Liberal en el año de 1930, se empezó a debatir más ampliamente en el país el problema de las mujeres colombianas. La primera transformación importante se dio en el año de 1932, como acabamos de apreciarlo, con el reconocimiento de los derechos civiles de la mujer casada, y a partir de allí se empezó el largo proceso de lucha por el reconocimiento de sus derechos.

Desde ese momento se empezaron a expresar las dis­tintas corrientes de opinión que, sobre este asunto, se ma­nifestaron a lo largo de todo este período. Son opiniones que no pueden enmarcarse dentro de una lógica política común que llevaría sencillamente a esperar que los secto-

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res de izquierda, como grupo, estuvieran a su favor y que los de derecha, tanto la liberal como el Partido Conserva­dor se opusieran a ella. En este proceso se hace evidente lo que plantea Simone de Beauvoir "[...] Siempre han sido ellos (los hombres) quienes han tenido entre sus manos la suerte de la mujer y no han decidido de ella en función de su interés, sino considerando sus propios proyectos, sus temores y necesidades"23.

Las derechas y los derechos de las mujeres "No todo lo que brilla es oro"

En un contexto de polarización internacional con el fortalecimiento de las derechas nazis y fascistas, de la lucha entre la derecha franquista y los republicanos en Es­paña, y con un contexto nacional caracterizado por la pér­dida de la hegemonía conservadora y de graves amenazas de la ideología liberal para los intereses clericales católi­cos, empieza a barajarse sobre el tinglado político el reco­nocimiento de los derechos políticos de las mujeres.

Ene1 año de 1933 los senadores conservadores Augusto Ramírez Moreno, Juan de Dios Arellano, Joaquín Estrada Monsalve, Antonio Álvarez Restrepo y otros, presentaron un proyecto de Reforma Constitucional que concedía la ciudadanía a las mujeres. Aducían que "[...jqueremos que la mujer participe lo mismo que el hombre porque ella, por medio de su moderación, de su instinto siempre acer­tado y certero, podrá suavizar nuestras luchas democráti­cas imponiendo moralidad, orden, cordura y decencia en los debates electorales[...]". Afirmaban también, que si un simple campesino tenía derechos políticos, no se explica­ban por qué "se priva a la mujer del ejercicio de esos mis­mos derechos, siendo como es verdad que en multitud de ocasiones, posee ésta mayores aptitudes, mejor sindéresis [...] y una cultura superior que le permiten valorar con gran precisión las cualidades y la idoneidad de los indivi-

23. Simone De Beauvoir, El segundo sexo, tomo i, Ediciones Si­glo Veinte, Buenos Aires, 1977, pag. 169.

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dúos que han de ser elegidos"24. Este proyecto fue archiva­do después de su aprobación en primer debate.

En ese mismo año la Convención de la Juventud Con­servadora estudió la propuesta del voto femenino y recibió la felicitación de las señoras Teresa Santamaría, Ángela Villa, Alicia de Echavarría y Maruja Jaramillo. El colum-nista de Ecos y Comentarios de El Colombiano analizó este hecho y señaló como la noticia que el Ministerio de Trabajo de los Estados Unidos fuera regentado por una mujer y que en España "[• - Jfueran las mujeres factor deci­sivo del triunfo de las derechas en las últimas elecciones, han sido llamativos bastantes para despertar nuevos anhe­los en el alma femenina"25.

Por su parte Gilberto Álzate Avendaño, igual que algu­nos de los proponentes del Proyecto de Reforma Constitu­cional, dirigente del sector de extrema derecha del conser-vatismo, expuso sus puntos de vista sobre el sufragio fe­menino. Polemizaba con los impugnadores de los dere­chos femeninos en un inteligente artículo lleno de sátiras. Afirmaba que "no obstante que los hábitos caseros de la mujer han arruinado su inteligencia, que sus valores son más emocionales que mentalesf...] ¿Cómo estimar que un hombre cualquiera, por serlo, debiera ser mejor que una dama de singulares prendas?" Según su tesis el movimien­to del equilibrio dinámico se lograría con la convivencia de los sexos en la función pública, con las conferencias del metabolismo orgánico de la mujer y el hombre se obten­dría "[...]no la igualdad, sino la equipotencialidad de los sexos[...] cada uno tiene diversas funciones pero concu­rrentes". Concluía, "en nuestro país, en todos los países, pronto el estado vergonzante de la mujer parecerá una aberración histórica como la esclavitud de los negros, como algún día la esclavitud de los pobres[...]"26 .

24. José Luis Chavarriaga Meyer, "Derechos y Reivindicaciones de la mujer colombiana", tesis de grado, Derecho, Universidad Na­cional, Editorial A.B.C., 1940.

25. El Colombiano, Medellín, julio 19 de 1933. 26. El Colombiano, Medellín, agosto 15 de 1933.

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En su contra, lanza en ristre y en grotesco remedo de Schopenhauer y de Nietzsche, José Mejía y Mejía, afirma­ba que "el feminismo es un problema tan pasado de moda que ha sido abandonado por las mujeres para convertirse en una preocupación masculina". Definía al feminismo como " una invención de mujeres feas propensas ordina­riamente a las complicaciones de la inteligencia. La belle­za en la mujer debe acompañarse de una buena dosis de animalidad, torpeza y falta de razón".

No le convencía la "exaltación lírico-biológica" de Alza-te Avendaño, y afirmaba que, "la maestría cerebral femeni­na es un prejuicio biológico como la inteligencia del chimpancé. El sentimentalismo erótico ha inculcado en la mujer una creencia optimista de sus funciones, su inter­vención en política es una nueva oportunidad para desa­creditarla". Premonitoriamente anunciaba la guerra de los sexos ya que "el sufragismo femenino será una herramien­ta política peligrosa contra los hombres"27.

El Colombiano realizó una amplia campaña en el mes de septiembre para que las mujeres, a través de sus pági­nas, expresaran sus puntos de vista sobre "la conveniencia del implantamiento del voto femenino y con el fin de que ellas mismas puedan hacer el estudio de las objeciones que el egoísmo masculino y los bastardos intereses políti­cos han venido acumulando contra él"28.

Doña Ángela Villa de Toro, recién llegada de los Estados Unidos resaltó los beneficios sociales de la participación femenina en esa sociedad. Denunciaba las contradiccio­nes que se ven en Colombia "al proclamar que carecemos de preparación y que somos ignorantes y cuando se trata de romper ese estado de precariedad escolar y universita­ria y aislamiento de la vida, nos enrostran cuanto cabal­mente se nos viene negando[...]"

Se pronunció en favor del reconocimiento integral del

27. El Colombiano, Medellín, agosto 18 de 1933 28. El Colombiano, Medellín, septiembre 2 de 1933. 29. Ibidem.

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derecho al sufragio, a elegir y ser elegidas y en contra de la propuesta del reconocimiento progresivo, ya que "los de­rechos o se dan íntegros o se desconocen íntegros. Además la mujer colombiana debe asumir completa su responsabi­lidad al intervenir en la vida pública"29.

Teresa Santamaría expresó su extrañeza porque algu­nas mujeres inteligentes comparten con los hombres la opinión de que por su ignorancia, a las mujeres no se les debe reconocer el derecho al voto. Planteó que "nosotras tenemos que ver y apreciar la cosa como es: con criterio femenino, netamente femenino sin entrometernos en el problema de la política masculina. Bastantes problemas relacionados únicamente con nuestro sexo tenemos que resolver, pues muy poco se ha legislado sobre nosotras en los años de existencia que lleva la República". Propuso su programa de trabajo: "queremos el voto para fundar cole­gios donde las mujeres puedan cursar bachillerato, para establecer colegios universitarios para mujeres en donde puedan seguir carreras[...] Queremos el voto para impedir la mendicidad y la pornografía en los niños, para impedir que se les haga trabajar desde la tierna infancia[...] Lo queremos, para proteger a la mujer madre, para proteger a la obrera y en general a la mujer que trabaja, equiparando el salario al del hombre, que en muchos casos son ellas las que más hacen y las que menos reciben[...] Para estable­cer tribunales de menores en donde éstos sean juzgados por mujeres". Termina afirmando que "queremos el voto, en fin, para reparar todas aquellas injusticias que las leyes hechas con criterio unisexual tienen para con las mujeres, los niños y los ancianos. Queremos el voto como igualdad de derechos, no como igualdad de sexos"30.

En estas páginas aparecieron conceptos de numerosas mujeres de "altos círculos sociales"; varias de ellas habían vivido en el exterior y con inteligencia y conocimientos de­fendieron el sufragio femenino, apelando a conceptos pu-

30. El Colombiano, Medellín, septiembre 3 de 1933.

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ramente civiles sin hacer uso de doctrinas morales y con­trariando la doctrina de la Iglesia católica opuesta rígida­mente, con el papa Pío xn a la cabeza, al reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres.

Segundo Intento. El liberalismo social y los derechos políticos de las mujeres

Durante el primer gobierno de Alfonso López Pumare-jo, de 1934 a 1938, se realizaron una serie de reformas en la estructura general del país. La más importante de ellas fue la Reforma Constitucional de 1936, la más progresista que a la estructura del Estado colombiano se hizo en nue­ve décadas de este siglo. Realizado por la conjunción polí­tica de un gobierno liberal y democrático y un parlamento homogéneamente liberal fuertemente influenciado por las ideas socialdemócratas de la época, se introdujeron fi­guras como la función social de la propiedad, el derecho de huelga, derecho de asociación, intervención del Estado en la economía, el sufragio universal para los varones, etc. Los criterios de la mayoría de los constituyentes y las con­veniencias políticas que les dictaba la coyuntura, hicieron que esta tentativa de otorgar la ciudadanía plena a la mu­jer colombiana, fuera fallida.

Éste fue un período de importante polarización de las fuerzas políticas de la preguerra, de radicalización de las derechas en un contexto internacional de afianzamiento del nazismo y el fascismo, de la caída de la República Es­pañola y el ascenso del franquismo. Por tanto, tocar aspec­tos tradicionales relativos a la condición política de las mujeres suponía un riesgo significativo en el orden de las costumbres y la cultura para las distintas fuerzas en lucha, que paradójicamente compartían los mismos temores ínti­mos y sostenían tesis similares sobre los derechos de las mujeres. Además, en el orden de la vida política, represen­taba un riesgo para el grupo gobernante, debido a la evi­dente influencia ejercida sobre las mujeres por los curas católicos, socios de los sectores conservadores y de ultra

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derecha que pugnaban por recuperar el poder perdido y que se oponían por todos los medios al proceso de refor­mas y de modernización del país.

Es entonces cuando empieza el proceso de alineamien­to de los políticos en torno a los derechos de libertad, de igualdad y de participación de las mujeres.

El eminente jurista Tulio Enrique Tascón, desde su cá­tedra de Derecho y Ciencias Políticas en el Externado, planteaba que "[...]No hay ninguna razón de orden jurídi­co que justifique el que la mujer no sea ciudadana", pero su propuesta era tímida, ya que pedía que fuera progresi­va, empezando por hacerla apta para, "[.. .]ser elegida para los Concejos Municipales, en los cuales podría prestar ser­vicios muy eficaces en la organización de la beneficencia, hospitales, orfanatos, manicomios, asilos de ancianos o de inválidos, escuelas de ciegos y sordomudos, salacunas[...] etc"31. No entendía la ciudadanía de la mujer como un de­recho político, sino dentro de la concepción del aporte de la mujer a la beneficencia pública, extensión de las labores de servicio del hogar, para dar ayuda y protección a los desvalidos.

En los proyectos de acto legislativo que inicialmente se presentaron a consideración del Congreso, hubo unos que tenían en cuenta el "sufragio universal", es decir, la am­pliación del derecho al sufragio para los pobres e iletrados varones, ya que en las categorías jurídicas de la época, en el país, el concepto no cobijaba a las mujeres. Abogaban pues, por la eliminación de las restricciones patrimoniales y de instrucción que había impuesto el ordenamiento constitucional de 1886, pero continuaba la fórmula de "son ciudadanos los varones, mayores de[...]"

Los partidarios Fue en la comisión de la Cámara de Representantes en

1935, donde se inició la discusión sobre los derechos polí-

31. Tulio Enrique Tascón, Derecho Constitucional Colombiano, Editorial Minerva, Bogotá, 1934, págs. 62 y 55.

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ticos de las mujeres, al entrar a considerar la propuesta del senador Caycedo Castilla, que continuaba con la tradicio­nal exclusión de las mujeres del manejo estatal. El repre­sentante Eduardo Bossa, manifestó no encontrar la diferencia entre la mujer y el hombre, distinta de la sexual, y que sólo por falta de cultura entre nosotros no puede darse a la mujer todas las consecuencias de la ciudadanía, agregando que a su parecer se le debían negar los dere­chos a elegir, pero sí dejándoles la posibilidad de ser elegi­das evidentemente para impedir un desastre electoral como el español32. Carlos M. Pérez defendió, por su parte, que se otorgaran todos los derechos políticos a la mujer.

El procurador general de la nación, Gerardo Martínez Pérez, propuso el 10 de septiembre, quizá por primera vez en la historia del país, la igualdad jurídica de los sexos con esta fórmula: "Todos los colombianos son iguales ante la ley, y son ciudadanos los casados, hombres y mujeres, ma­yores de veintiún años[...]33.

Una de las características de esta comisión constitu­cional fue su marcado interés por incluir fórmulas de pro­tección a la familia y a la maternidad, la igualdad jurídica de los sexos en las relaciones de familia, la igualdad de derechos de hijos legítimos y naturales, la libre investiga­ción de la paternidad, el divorcio vincular, etc34. No obs­tante, escudados principalmente en los motivos de la "inconveniencia política", que podría generar la ciudada­nía de las mujeres, varios comisionados se opusieron a ello.

El informe definitivo de la Cámara de Representantes consignó que la reforma "[.. .jatemperaba un tanto las pro­puestas con miras a progresos futuros, dando a la mujer la posibilidad de ocupar cargos públicos", reconocían que,

32. Anales de la Asamblea de Representantes, serie 2, N° 101 de noviembre 19 de 1936.

33. Ibidem. 34. Labores de la Comisión de Reformas Constitucionales, Ana­

les de la Cámara de Representantes, serie 2, N° 136, enero 10 de 1936.

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"[...]la mujer colombiana por sí sola ha luchado por obte­ner una preparación intelectual, solamente hace algunos días vio para ella abiertas las puertas de la universidad y venciendo el prejuicio ocupa hoy en las actividades econó­micas y en las oficiales, cargos de señalada importancia en los puestos destacados hasta hoy monopolio de los varo­nes^..]", y concluían aclarando que, "queremos ver en esta reforma principios de una más radical transformación en la mentalidad femenina35.

No romper la paz del hogar, no despertar la ambición de las mujeres

Los argumentos en contra de los derechos políticos de las mujeres eran esgrimidos tanto por la derecha como por el centro y la izquierda liberales, con el telón de fondo de la derrota de la República española en las urnas, a raíz del otorgamiento del derecho al sufragio a las mujeres y a los pobres.

El senador de la derecha liberal, Aquiles Arrieta im­pugnaba la idea de que las mujeres ocuparan cargos públi­cos, ya que esto despertaría "la ambición de la mujer y la va a sacar del hogar. No está bien que el legislador trate de romper la paz del hogar, abriendo puertas que natural­mente serán fuente de constantes disgustos y que ade-más[...] la intromisión de la mujer casada dentro de las actividades de la vida política, le permitirán concurrir, con mucho, una o dos veces por semana a su hogar"36.

El senador Camaño recordaba la división social del trabajo, "eso de la mujer abogado, médico, va contra los principios de la ciencia sociológica[...] " a pesar de que ya durante el gobierno anterior de Olaya Herrera, en 1933, se había autorizado el ingreso de la mujer a la universidad37.

Armando Solano de la izquierda liberal hacía mofa en

35. Anales de la Cámara de Representantes, serie 2, N° 189, marzo 13 de 1936.

36. Anales del Senado, serie 6, N° 250 de marzo 9 de 1936. 37. Anales del Senado, serie 6, N° 250 de marzo 9 de 1936.

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la prensa de los problemas de una madre para amamantar a su hijo en las sesiones del Congreso y proponía incluir en la reforma constitucional la figura de la "Lactancia Parla­mentaria". Afirmaba su credo patriarcal en estos términos: "Nuestra mujer, gracias a Dios, es esencialmente casera, doméstica y es dentro del hogar donde despliega sus bue­nas y sus malas condiciones. Ahí estriba su fuerza y su gra­cia. Los que algo, aunque poquísimo, tengamos todavía de latinos, no queremos, no toleramos la mujer politiquera, la mujer de acción, oradora, periodista o redentora del pueblo[...]" y agregaba, "[...]ese tipo de mujer es sajón. No lo criticamos pero no lo tragamos. Preferimos la artista, de aficiones literarias, puramente receptiva, una mujer sensitiva, graciosa, afectuosa a la terrible demoledora de la injusticia[...]"38.

Desempeñar cargos públicos El desenlace de este intento fallido por otorgar los ple­

nos derechos políticos a las mujeres, fue la aplicación de una política restrictiva que negaba la ciudadanía femeni­na y el ejercicio del sufragio, pero permitía una forma de vinculación de la mujer a ciertas tareas del Estado. La Re­forma Constitucional de 1936 en su artículo 8o consagró que: "La calidad de ciudadano en ejercicio es condición previa indispensable para elegir y ser elegido y para desem­peñar empleos públicos que lleven anexa autoridad o jurisdicción. Pero la mujer colombiana mayor de edad, puede desempeñar empleos aunque ellos lleven anexa au­toridad o jurisdicción en las mismas condiciones que para desempeñar exija la ley a los ciudadanos39.

Parece que las primeras mujeres que hicieron uso de esta enmienda constitucional, fueron: Lucrecia Pardo Es­pinel, a quien el Concejo de Choachí (Cundinamarca), eli­gió para desempeñar el cargo de tesorera municipal, en el

38. El Tiempo, agosto 3 de 1935. 39. Constitución Política de Colombia, Imprenta Nacional, Bo­

gotá, 1937, pág. 9.

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año de 1940, y Rosita Rojas Castro que fue nombrada juez penal del Circuito, por el Tribunal Superior de Bogotá en 1943. El nombramiento de Rosita Rojas produjo escánda­lo y fue demandado por inconstitucional, ya que la Cons­titución determinaba que para ser juez era preciso ser ciudadano en ejercicio, calidad que obviamente no tenía la nombrada, pero el Consejo de Estado declaró en sentencia la no nulidad de su designación.40

Las mujeres tuvieron una tímida participación en este proceso. No obstante encontrar algunas manifestaciones, pricipalmente de las conservadoras, no se puede hablar de la existencia de un movimiento conservador de mujeres para el sufragio. Se trataba, más bien, de manifestaciones de mujeres cultas y documentadas sobre sus derechos. En esa época encontramos también, y como un fenómeno cla­ramente diferenciado de la lucha por los derechos de las mujeres, expresiones femeninas liberales y conservadoras que defendían los ideales de la cruz, el dogma católico, amenazado por la república liberal que proponía la sepa­ración entre Iglesia y Estado, el divorcio, el matrimonio civil y la educación laica.

La revista Letras y Encajes, la "Revista netamente fe­menina que se edita en el país, con el material más selecto, interesante y moral", expresaba un clima de interés por los asuntos políticos, era dirigida por Ángela Villa, Alicia M. de Echavarría, Teresa Santamaría y María Jaramillo. En el año 1935 difundía en sus páginas la información sobre la UMA -Unión de Mujeres Americanas- que pretendía, ade­más de crear la unidad y la solidaridad en las luchas de las mujeres americanas "lograr la liberación de la mujer ame­ricana, sobre la base de la igualdad civil, social, económi­ca y política con el hombre"41. Traía también esta revista una columna titulada Notas Feministas, en la que infor­maba sobre aviadoras, conferencistas, poetas y hechos de la lucha de la UMA, de sus integrantes entre las que se con-

40. Anales del Consejo de Estado, tomos N° 329-334. 41. Letras y Encajes, N° 107, junio de 1935.

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taban las colombianas Pepita Chacón de Rippe -tesorera general- y Sonia Dimmitrovna (María Betancourt) como representantes del país.

La conservadora Elena Ospina de Ospina, respondía al senador Armando Solano, aduciendo que "no es admisible que una agrupación política que se reclama paladín de la libertad[...] niegue conscientemente la libertad de influir y opinar en la gloriosa república liberal a la mitad de sus habitantes. Es decir que existe un Estado dentro del Esta­do, al cual no se puede dejar emitir opinión, porque, posi­blemente pueda ser contraria a la nuestra. ¿Será esto lógico?"42.

Las "damas medellinenses", en las columnas de El Co­lombiano, terciaban en la contienda política religiosa[...] será "de caballeros, será de católicos, será de civilizados, el pronunciar en el paraninfo de la Universidad de Antio-quia, como lo hizo Diego Luis Córdoba, jefe del Frente Po­pular, al declarar grosera e irrespetuosa y sacrilegamente, con ignorancia insana y maldad, no desconocida, que la Santísima Virgen no era Inmaculada?" Concluían: "No que­remos más que convocar la conciencia de la mujer para que escrute los males que se avecinan[...] Nos ponemos en pie y afiliadas a la cruz, libremos la batalla que nuestros enemigos nos presentan contra nuestra religión católica, apostólica y romana, la única que vela por nuestro engran­decimiento y por nuestra virtud"43.

Frente a tímidas reformas. Una nueva fuerza social: el movimiento de las mujeres.

"14 años de gobierno liberal produjeron en la sociedad colombiana un apertura a distintas formas de expresión política, cultural y social antes censuradas y reprimidas, así como fisuras en el poder eclesiástico y una disminu­ción de su influencia. Se aprecian, pues, elementos de mo­dernización de la vida social, política y económica del

42. Letras y Encajes, Medellín, N° 121, agosto de 1936. 43. El Colombiano, agosto 14 de 1936.

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país, que tienen especial trascendencia para la población femenina, históricamente alienada en las formas de domi­nación y dependencia que le impedían el acceso a su con­dición de ser humano con capacidades para el ejercicio de la libertad y de la participación política y social.

En este punto, doce años después de que el gobierno de Olaya Herrera expidiera el Decreto 1874 de 1932, que creó la posibilidad de que las mujeres cursaran estudios de secundaria en igualdad de condiciones a los varones, estamos también a doce años de aprobada la Ley 28 de 1932 que reconocía a las mujeres casadas derechos patri­moniales. J Once años después de expedido el Decreto 227 de 1933, en el que se abrieron para las mujeres las puertas de las universidades, el país contaba con 17 mujeres gradua­das en profesiones liberales44. Algunas de ellas dedicaron sus tesis de grado al análisis de la condición de las muje­res, como es el caso de la abogada de la Universidad Na­cional, Gabriela Peláez Echeverri en 1944, que se ocupó de la situación de las mujeres asalariadas del país.

Estamos, pues, colocados en una coyuntura del proce­so social en el que podemos apreciar resultados de políti­cas reformistas que en el terreno jurídico reconocieron derechos fundamentales a la población femenina y elimi­naron, por lo menos en lo jurídico, elementos del régimen de servidumbre humana a que estaban sometidas.

Después de la "pausa", otra vez las reformas El segundo gobierno de Alfonso López Pumarejo pre­

sentó en las sesiones ordinarias del Congreso, en 1944, un paquete de reformas a la Constitución que comprendían varios temas relativos al ejercicio del sufragio, como la ciudadanía para todos los colombianos, la restricción del ejercicio del sufragio a la mujer, la prohibición a jue-

44. Lucy Cohén, Las colombianas ante la renovación universita­ria, Tercer Mundo, 1971, pág. 43. Frente a 680 varones graduados en el mismo período (1938-1944).

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ees, magistrados, miembros del ejército, la policía y los cuerpos armados, de participar en partidos políticos y de ejercer el sufragio, y el establecimiento del sufragio obli­gatorio como función constitucional45.

Este momento político se caracterizó por la expectati­va de reformas sociales, que con "la pausa" decretada en el primer gobierno de López Pumarejo, habían quedado pen­dientes para las masas trabajadoras. Otro factor fue la saña y la virulencia de la oposición conservadora acaudi­llada por Laureano Gómez y promovida desde el periódico El Siglo, así como también la oposición de la derecha li­beral a las intenciones renovadoras del Gobierno, princi­palmente en materia de los derechos de la mujer y de la reforma laboral.

El proyecto de sufragio femenino fue presentado al Congreso en el mes de noviembre de 1944, una vez re­abiertas las sesiones, que habían sido suspendidas duran­te la tentativa del golpe militar realizado en Pasto, en junio de ese año, y en la cual fue puesto prisionero el presidente de la República junto con otros funcionarios como el mi­nistro de Trabajo, Adán Arriaga Andrade. El apoyo obrero que recibió el Presidente, cuando las masas se lanzaron a la calle a respaldarlo, mereció que las reformas relativas a los trabajadores fueran dictadas por el Ejecutivo mediante el Decreto 2350 de 1944. Las reformas laborales cobijaban principalmente lo relacionado con la jornada máxima de trabajo en la agricultura, descanso obligatorio remunera­do, vacaciones remuneradas, auxilio de cesantía, salario mínimo fundado en el principio de que a igual trabajo igual salario, auxilio por enfermedad no profesional para obreros y empleados, indemnización por enfermedades profesionales, etc.

Esta política laboral contó con el apoyo de trabajado­res y trabajadoras y de la izquierda comunista, agrupada en ese entonces en el Partido Socialista Revolucionario.

45. Véase Anales de la Cámara de Representantes N° 12 de no­viembre de 1944.

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Por otra parte, en su periódico Diario Popular, apoyaba la gestión presidencial y defendía la democracia, amenazada por las fuerzas fascistas del conservatismo que se habían puesto en evidencia en el Golpe de Pasto. El espíritu reno­vador del gobierno contó también con el apoyo de las mu­jeres obreras, beneficiadas por la reforma social y por las mujeres de las clases medias y altas que esperaban su re­conocimiento como ciudadanas.

La irrupción del movimiento de las mujeres El tercer intento de la reforma política relativa a las

mujeres ocurrió en el año de 1944, cuando por iniciativa gubernamental, el ministro de Gobierno, Alberto Lleras Camargo, presentó otro proyecto en el cual se otorgaba la ciudadanía a la mujer, se la facultaba para ser elegida, pero aplazaba la posibilidad de elegir hasta que el Congreso reglamentara el ejercicio del sufragio. En la exposición de motivos Lleras Camargo afirmaba categóricamente que, "El Gobierno no ha pensado que el voto femenino pueda concederse por una reforma constitucional, sin restric­ción alguna". En este punto el ministro esgrimió el argu­mento que mantuvo tozudamente a través de los años que duró el debate por los derechos políticos de la mujer que fue: "[...]No hay demanda en la opinión", y la falta de inte­rés de la mujer que no ha pedido el derecho pleno a la ciu­dadanía46.

En el debate participó, como grupo de presión, un sec­tor de la población femenina, consciente de la necesidad de eliminar la discriminación jurídica y social de que era objeto. La vinculación de las mujeres a la educación se­cundaria y a la universidad fue un hecho importante para que este sector tomara conciencia de sus derechos. En 1944 florecieron variadas formas de organización y expre-

46. Elba María Quintana Vinasco, "Por la plenitud de la ciuda­danía de la mujer". Tesis de grado, Derecho y Ciencias Políticas, Universidad Nacional, Bogotá, septiembre 8 de 1950, Editorial Iqueima, Bogotá, 1950, pág. 137.

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sión de las mujeres, con el objeto de presionar el reconoci­miento de sus derechos políticos.

Rosa María Moreno Aguilera e Ilda Carriazo, fundaron en el mes de agosto de 1944 la Unión Femenina de Colom­bia, organización que fue presentada al país en acto so­lemne realizado en el teatro de San Bartolomé, en Bogotá. Luis López de Mesa hizo una intervención central en ese acto y sostuvo la necesidad y la importancia de conceder a la mujer colombiana el derecho al sufragio47.

Esta entidad contaba "con 70 socias escogidas, entre abogadas, médicas, dentistas, institutrices, universitarias, enfermeras y empleadas de alta categoría. Tiene una Junta Asesora compuesta por los señores doctores Luis Felipe Latorre, Alberto Aguilera Camacho y Rito Quintero[...] personajes que en una u otra forma han trabajado en bien de la mujer"48.

Esta organización tenía un carácter marcadamente gremial y democrático, que tendía a favorecer principal­mente a la mujer que trabajaba fuera del hogar. Sus objeti­vos centrales eran: "Propender por el mejoramiento cultural y económico de la mujer colombiana en general y de la que trabajaba en particular; fomentar la unión y el mutuo apoyo entre las asociadas y estrechar los vínculos de la so­lidaridad femenina; procurar la capacitación técnica de sus socias[...] elevar por todos los medios el nivel cultural de las trabajadoras; gestionar ante el Órgano Legislativo y el Ejecutivo del Poder Público la adopción de todas aque­llas medidas que se encaminen al reconocimiento de todos los derechos y reivindicaciones de la mujer[...]"49.

47. La reseña del acto de lanzamiento de la Unión Femenina fue hecha por la revista femenina Mirella en su N° 14. Véase Luis López de Mesa, Obras selectas, Colección Pensadores Políticos Co­lombianos. Cámara de Representantes, tomo 26, Bogotá, 1981, pág. 169 y sigs.

48. Carta enviada por Rosa Ma Moreno Aguilera a Ofelia Uribe Acosta, publicada en Agitación Femenina N° 1 octubre de 1944, Tunja, pág. 2.

49. Ihidem.

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En la ciudad de Tunja, Ofelia Uribe de Acosta, Inés Gó­mez de Rojas, Carmen Medina de Luque, Eloisa Marino de Machado, Elvira Sarmiento de Quiñónez, Aída de Ho­yos, Marina de Pinzón, Mercedes Arenas de Lara, Alicia Solano y Leonor Barreto Rubio, fundaron la revista men­sual Agitación Femenina dirigida por Ofelia Uribe, que cir­culó durante dos años. Fue doña Inés Gómez de Rojas el nervio que alentó esta empresa.

Esta rara mujer, de excepcionales cualidades mentales y culturales, poseía una enorme biblioteca de nuevos y vie­jos volúmenes de los cuales había extraído la clara certi­dumbre de la miserable condición de la mujer. Con fiera rebeldía y picaresco humor solía decir en presencia del movimiento feminista: "En estos tiempos quizás ya no haya quien se atreva a negarnos el alma a las mujeres"50.

El editorial del primer número, titulado "Adelante", ex­presaba el carácter de la revista: "Este órgano de expresión femenina, de orientación diferente a la de sus similares en el país, se propone iniciar una seria campaña que agite y haga vibrar la opinión nacional en torno al reconocimien­to de las prerrogativas de la ciudadanía a la mujer colom-biana[...]" Desde la perspectiva clara de defensa de los intereses liberales, estas mujeres afirmaban su propósito sufragista: "No nos seducen ya los viejos temas de bordado y la moda, ni nos apasiona el arte culinario[...] Es así como queremos aparecer en el escenario político[...] para ofrendar la flor del espíritu sobre el campo cubierto de peligros por los nuevos bárbaros que, procedentes de dife­rentes toldas y lugares, quieren congregarse hoy para rom­per la estatua, demoler el pedestal creado por catorce años de serena, eficaz, constructiva y firme labor liberal[...]"51.

La ciudad de Tunja fue una especie de centro genera­dor de las ideas y de la agitación feminista de la época. Allí, doña Ofelia Uribe y sus compañeras, con el apoyo del

50. Ofelia Uribe de Acosta, Una voz insurgente, Editorial Gua­dalupe, Bogotá, 1963, pág. 200.

51. Agitación Femenina, N° 1, octubre de 1944.

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propietario de Radio Boyacá y de su esposa, organizaron un espacio radial llamado La Hora Feminista, en el cual difundían los propósitos del movimiento de mujeres por sus derechos civiles y políticos, y hacían encuestas de opi­nión entre los oyentes. Los opositores del movimiento montaron otro programa contestatario, que llamaron La Hora Azul. También doña Ofelia se desplazó a varias ciu­dades del país a dictar conferencias que eran transmitidas por las emisoras locales52. Radio Cristal de Bogotá fue tri­buna utilizada por las feministas para hacer conscientes a las mujeres de la necesidad de tener otro estatus político en el país.

La institutora Lucila Rubio de Laverde, organizó en Bogotá la Alianza Femenina de Colombia, de carácter marcadamente socialdemócrata, que jugó un importante papel en la propaganda sufragista. Ella también, a través de la radio y la prensa, replicaba a los opositores. Fue un importante elemento aglutinador en el proceso de lucha y logró la vinculación de sectores populares y obreros a las distintas actividades que se programaron; doña Lucila fue la última directora que tuvo Agitación Femenina en el año 1946. La Unión Femenina, la Alianza Femenina y Agita­ción Femenina, trabajaron unidas por la consecución de los derechos políticos.

El periódico El Liberal abrió sus páginas editoriales al debate, y publicó artículos de mujeres y hombres que de­fendían la plenitud de derechos políticos para las mujeres. La manera objetiva y constante como este órgano perio­dístico informó sobre los acontecimientos, contrasta con el desconocimiento por parte de otros medios que no ha­cían alusión al proceso que se desarrollaba y sólo daban cabida a las opiniones de los opositores a la reforma.

El 2 de noviembre fue presentado el Proyecto de Acto Legislativo, y en ese mismo mes, y contrario a lo que plan­teaba el ministro, la Unión Femenina de Colombia, recla-

52. Datos extractados de Una voz insurgente y del testimonio grabado por la autora de este trabajo con Ofelia Uribe de Acosta en septiembre de 1983.

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mandóse vocera de las mujeres pensantes del país, envia­ba a la Cámara de Representantes un memor ia l en el cual solicitaba el reconocimiento integral de los derechos ciu­dadanos . Se basaban en los siguientes a rgumentos :

Io. Porque la ideología femenina en Colombia ha evolucionado sustancialmente[...] 2o. Porque ya otros países latinoamericanos han implantado con éxito los derechos políticos de la mujer. 3o. Porque, por el decoro de Colombia que es un país democrático, no es posible que la Constitución continúe ostentando un artículo por medio del cual se excluye de la ciudadanía a la mi­tad de la población. 4o. Porque la mujer colombiana ha demostrado su aptitud para desempeñar[...] todos los cargos que se le han confiado. b°. Porque el carácter de ciudadanía que se le asigna influirá para que su trabajo sea justamente valorado. 6o. Porque habiendo arrojado el censo de 1938 un total de 2 069 000 mujeres activas en el país, es decir una cifra igual a la de los hombres activos, que hoy debe estar considerablemente aumen­tada, es equitativo que se le otorgue la carta de ciuda­danía. 7o. Porque contribuye con su trabajo al erario y a la riqueza nacional. 8o. Porque si paga tributos al Esta­do, debe participar en el manejo y vigilancia de los mis­mos, lo cual sólo se conseguirá con base en su carta de ciudadanía. 9o. Porque es apenas justo que la mujer co­lombiana aspire a constituirse en ciudadana de su país cuando a los hombres extranjeros nacionalizados sí se les reconoce esta calidad[...]53.

La revista Agitación Femenina respondió al Ministro con un editorial t i tulado "Hay d e m a n d a en la opinión", en el cual afirmaba que en el país se presen taban nuevos hechos que demos t raban la necesidad de reconocer la ciu­dadan ía de la mujer, como el surgimiento de dos organiza-

53. Agitación Femenina, N° 3, diciembre de 1944.

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ciones con personería jurídica, serias y bien estructura­das, que se proponían luchar por sus derechos y la apari­ción de un órgano periodístico de mujeres empeñadas en el mismo propósito.

Así mismo, admitían que si bien eran pocas, compara­das con el grueso de la población, "las mujeres que agitan estos temas del derecho constituyen una minoría porque contadas son también las que portan la antorcha de una inteligencia cultivada". Además, atacaban el argumento de que eran pocas las mujeres que querían sus derechos, adu­ciendo que "jamás los movimientos de reivindicación so­cial han partido de las mayorías sino que son el fruto cerebral de pequeñas minorías"54.

Lucila Rubio leyó por los micrófonos de Radio Cristal de Bogotá un "Mensaje a las mujeres del país" el 29 de no­viembre de 1944, buscaba explicar el proyecto del gobier­no en el que se refería con especial interés a las mujeres trabajadoras; a las maestras, a las secretarias, a las opera­doras de teléfono y telégrafos, a las universitarias, a las ar­tistas, las labriegas y las obreras de los telares. Afirmaba que muchas de las mujeres que no quieren el voto pertene­cen a la clase privilegiada, que habitan un mundo al que no llega "[...]el clamor de miles de seres para quienes no se han hecho las sedas, ni los perfumes, ni siquiera el des­canso, que desconocen la palabra amable, el hogar acoge­dor, el respeto para su humilde condición. Los deberes que la riqueza impone no deben limitarse a dar limosnas ni a jugar el que". Solicitaba la cooperación en esa campa­ña por los derechos políticos a toda "[...jmujer sensible, capaz de comprender las penas sufridas en el corazón y en la carne de sus hermanas por la carencia de leyes y la indi­ferencia o incomprensión del legislador que no ha hecho dictar[...]"55.

Apuntaba su charla a demostrar los argumentos soste­nidos por los enemigos de la reforma. Se refería, por ejem-

54. Agitación Femenina, N° 2, noviembre de 1944. 55. Agitación Femenina, N° 4, febrero de 1945.

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pío, a la ambivalencia conceptual de los demócratas frente al sufragio que si "[...]se refiere al varón, es la pura expresión popular, el distintivo entre la democracia y la dictadura, la forma adecuada y única para que el sentir y el pensar del pueblo se refleje en las leyes. Pero si se trata del voto de la mujer, el concepto sobre el sufragio da un gracioso volantín y por este saldo acrobático se traslada al bando opuesto. La mujer debe alejarse del voto porque la función electoral es una corrupción desencadenada, es una sentina, es una lacra social. Frente al argumento de que "si se nos concediera el derecho de sufragio votaría­mos por el candidato del confesor, olvidan que el 80% de los liberales, para dejar un amplio margen, es católico, oye misa, confiesa sus pecados con ejemplar frecuencia, bauti­za a sus hijos, los educa en colegios de religiosos, pero siempre vota por el Gran Partido Liberal[...]"56.

También durante este período floreció la organización de las mujeres obreras, que animadas por el Partido Socia­lista Democrático, fundaron seccionales de la Alianza Fe­menina de Colombia, en varias ciudades. La colaboración de este partido posibilitó que la revista Agitación Femeni­na llegara a los lugares más remotos del país, ya que se encargó de su distribución. En el mes de febrero de 1945, se reunió en Bogotá la Primera Conferencia Nacional de Mujeres convocada por la Alianza Femenina; a ella concu­rrieron obreras, estudiantes y mujeres de las clases medias procedentes de las distintas regiones del país. El Diario Popular dio amplio despliegue a este evento y agitó cons­tantemente las reivindicaciones femeninas. Entre sus columnistas se destacan Mercedes Abadía, miembro del Comité Central del Partido Socialista Democrático, Matil­de Espinosa y Luciana Querales.

Las mujeres utilizaron otros medios de presión, como reuniones con las Comisiones del Congreso encargadas de estudiar la reforma constitucional, plebiscitos firmados por miles de mujeres de todo el país y la agitación en las

56. Ibidetn.

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barras en las sesiones plenarias. Lucila Rubio de Laverde fue la primera mujer a la que el Congreso concedió el uso de la palabra para sustentar los derechos políticos feme­ninos.

La revista femenina Letras y Encajes de Medellín, tam­bién se expresó en favor del voto femenino y en sus edito­riales reproducían artículos o conferencias dictadas por las dirigentes del movimiento en Bogotá.

Las tesis de los opositores: Entre el anticomunismo y el antisufragismo

El debate en el Congreso y en la prensa fue bastante movido. Las tesis en contra de las reformas constituyen una miscelánea conceptual del patriarcalismo y el machis-mo tropical que difiere muy poco de sus expresiones en otras latitudes. Pero además está unido de manera clara a las posiciones más reaccionarias de la derecha conserva­dora que de la liberal, en una coyuntura de importante auge de las fuerza socialistas tanto en el país como en el exterior; en un contexto determinado por la finalización de la Segunda Guerra Mundial y con el papel destacado que en su resolución jugó la República Socialista en la resistencia contra el nazismo. Las tesis anticomunistas, mezcladas en un extraño coctel con el antisufragismo y la defensa de la moral, perpetuaron los privilegios masculi­nos a costa de la dignidad de las mujeres.

Estas corrientes de opinión no sólo atacaron la pro­puesta de ciudadanía plena para las mujeres, sino que aprovecharon la oportunidad para cuestionar avances ya logrados desde principios de los años 30. Personajes del gobierno, como el ministro de Educación, Antonio Rocha, desempolvaron y remozaron argumentos anacrónicos co­mo el de volver a la educación que no "marchite su sensi­bilidad", llamó a las jóvenes bachilleres en el acto de graduación del Gimnasio Moderno, a regresar a "su pro­pia personalidad de mujeres", ya que, "en tanto el varón construye la fábrica de la cultura y va elaborando el tejido

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de la historia, la mujer reine y ahonde y dé calor, dé afecto al mundo del hogar"57.

El siguiente ministro de Educación, Germán Arcinie-gas, siendo congresista se había opuesto en 1934 al ingreso de las mujeres a la universidad porque esto de la coeduca­ción "traía como consecuencia principal varios trastornos sexuales" y que además de ser un simple brote demográfi­co, ya desde don Alfonso El Sabio estaba dicho que "la mujer no es sujeto competente para ciertos menesteres y profesiones"58. Una de sus obras como ministro fue la creación de las universidades femeninas, para que impar­tieran a las mujeres una educación profesional propia de su sexo como orientación familiar, servicio social, secreta­riado, etc.

El ministro de Gobierno, Lleras Camargo, llegó a argu­mentar ante la Cámara de Representantes, que siendo la política una actividad defectuosa, le parecía grave que "[...] las mujer se incorporara, ya que con su temperamen­to pasional sólo contribuiría a complicar la situación".

Calibán, columnista de El Tiempo, realizó desde su "Danza de las Horas" una cruzada en contra de todos los derechos de las mujeres. Atacaba el acceso de las mujeres a las fábricas en los Estados Unidos a raíz de las dos gue­rras, ya que esto provocó "algo más grave e irreparable. Con la independencia económica las mujeres han adquiri­do lo espiritual y moral[...] ahora las jóvenes solteras se ríen del matrimonio y proclamaron el derecho a tener hi­jos fuera del sagrado vínculo". Entre las iniciativas funes­tas del Gobierno en los últimos tiempos, ninguna tan peligrosa y a un mismo tiempo tan inútil como ésta del voto femenino y lo calificaba como "un avance insensato hacia la quiebra social, hacia la disgregación de la familia> hacia la ruina moral[...]"59.

Calificaba la campaña por los derechos políticos de las

57. El Tiempo, noviembre 19 de 1944. 58. Anales de la Cámara, 1934. 59. Véase El Tiempo desde junio hasta diciembre de 1944.

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mujeres como inútil, "del sufragismo no se ha dejado con­tagiar en Colombia sino una ínfima minoría. El sarampión sufragista pasará pronto ojalá sin dejar huella". Afirmaba en todas las formas la inferioridad femenina haciendo desacertadas comparaciones relativas a la inferioridad de las hembras en todas las especies. Cuando la Cámara aprobó el sufragio pleno, propuso la realización de un ple­biscito para decidir este asunto, ya que "[...]la parte más numerosa y sana del elemento femenino rechaza el dere­cho al sufragio sería razonable y falto de equidad imponer­lo^..]". No obstante, se imaginaba el señor Santos el espectáculo electoral: "Llamadas unas por Vieira y Córdo­ba, otras por los voceros de la religión[...] si no fuera por­que en ello va el porvenir de la República, me encantaría presenciar unas elecciones en que participaran las muje­res. Sería una trágica diversión". Pero vaticinaba optimis­ta, "afortunadamente el Senado cerrará el paso a esta alocada iniciativa de la Cámara"60.

El periódico El Siglo, de extrema derecha, de reconoci­das simpatías con el fascismo, a través de su columnista Emilia Pardo Umaña atacó el voto femenino en un artícu­lo titulado "Pobres muchachas" en el cual alegaba que no necesitaban los derechos que pedían. Esta mujer fue pro­tagonista en el golpe militar de Pasto y escribía desde Qui­to en donde estaba refugiada. Otro columnista de ese diario, Julio Abril, decía que "ser feas es lo único que no se le puede perdonar a una mujer y ser sufragista es lo único que no se le puede perdonar a las feas"61.

También en el humor se reflejó la contienda masculina sobre el voto de la mujer. Rafael Arango Villegas, cronista manizaleño, en una crónica titulada "Las señoras quieren votar", decía entre otras cosas que: "No puedo explicarme ese empeño de las señoras en acercarse a la urna eleccio­naria. Si es que quieren acercarse a alguna urna, ahí están las de san Antonio y la de la virgen del Perpetuo Socorro.

60. El Tiempo, noviembre 25 de 1944. 61. El Siglo, octubre 9 de 1944.

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Ahí no correrían peligro de ninguna clase[...] Una señora con una escoba en la mano, o con una aguja remendadora, es un espectáculo hermosísimo; con una papeleta eleccio­naria, resulta deplorable[...]" Concluía su crónica rogando "encarecidamente al Congreso de la República que por ningún motivo y bajo ningún pretexto conceda el voto a las señoras. Eso podría resultar sumamente peligroso. Lo de menos sería quedarse uno sin quien le pegue un botón y le remiende una media. Lo grave, lo verdaderamente grave sería que seguramente antes de seis meses tendríamos al padre Guardan de presidente de la República y al leguito de Palmira de ministro de Gobierno"62.

El Senado de la República fue el lugar donde tuvo ma­yor fuerza decisoria la oposición al Proyecto ya aprobado en la Cámara.

Éstos son algunos de los puntos de vista expresados por los legisladores en el curso del debate. El senador Car­los Bravo adujo en contra de la Reforma: "Yo creo que la negación del voto a la mujer no es una arbitrariedad, sino una ley natural. Una ley que es tan antigua como la civili­zación y que proviene de la división del trabajo entre los sexos[...] Los tratadistas han estado de acuerdo en que la mujer no tome parte activa en la vida pública; porque ha tenido otra ocupación permanente, que es la de la vigilan­cia del hogar y la educación primera de los hijos[...]" Por su parte el senador Bernal Jiménez afirmó que: "No es éste el mal del siglo, éste es un mal del sexo. Hay una diferen­cia que nosotros no podemos modificar con las leyes entre la mujer y el hombre[...] La naturaleza se impondrá por encima de esta legislación. No es que nosotros queramos negar otorgar derechos a la mujer; es que la naturaleza le impone su radio de acción y no se debe reaccionar, porque las leyes que se dictan contra estos imperativos fundamen-

62. Rafael Arango Villegas, Obras completas, Ediciones Tongil-bert, Medellín, Colombia, 1961, págs. 664 y sigs.

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tales del sexo son antinaturales, contra natura y la natura­leza no debe forzarse"63.

El senador antioqueño Eduardo Fernández Botero, atacó duramente la ciudadanía de la mujer y la posibilidad de ser elegida popularmente. Después de afirmar que: "[.••]nosotros nos dejamos subyugar por la literatura que nos inclinó a abrir las puertas de la universidad a la mujer. Yo creo que la experiencia resultará a la larga un verdade­ro fracaso"64. Se declaró partidario de dejar las normas como estaban, porque de lo contrario se crearía una enor­me perturbación política, dándole la posibilidad de ser elegida. Ofelia Uribe de Acosta afirma que el senador Fer­nández Botero "logró que nueve senadores liberales se unieran a los conservadores para enterrar definitivamente el proyecto de voto femenino, conviene dar a conocer los nombres de estos nueve "padres de la patria": Eduardo Fernández Botero, Pedro Alonso Jaimes, Eduardo Mejía Jaramillo, Luis Buenahora, coronel Mauricio Jaramillo, Alfredo Navia, Enrique González, Joaquín Ramón Lafau-rie y Alberto Duran Durán[...]"65.

De los conservadores que votaron contra la reforma se encontraban, entre otros, Bernal Jiménez, Botero Isaza, José Elias del Hierro, Ospina Pérez y Valencia66. Después de esta votación, José Vicente Combariza dejó constancia de que "[...] no puedo aceptar la tesis que alcanzó a surgir, de que lo relativo a los derechos políticos de la mujer es un tema que nada tiene que ver con las orientaciones, con las doctrinas y con los programas de los partidos; no puedo

63. Anales del Senado, mayo 28 de 1945. Relación de Debates (16 de diciembre de 1944), págs, 642 y sigs.

64. Ofelia Uribe de Acosta, Op. cit, pág. 218. 65. Ibidem. 66. A favor de la reforma votaron: Baca Gómez, Bonilla

Gutiérrez, Caballero Escobar, Cabrera, Camacho Gamba, Cerón, José V. Combariza, Augusto Duran, Enrique Jaramillo Giraldo, Ma­notas, Mejía Duque, Moreno T, Manen Palmera, Salazar Ferro, Simmonds, Tovar Daza y Umaña Bernal. (Véase Anales del Senado, serie 1, N° 35 de diciembre 8 de 1944).

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aceptar, ni filosóficamente, ni por las circunstancias de he­cho, porque el partido liberal en sus programas sí ha con­sagrado fórmulas relativas a la ampliación de los derechos políticos de la mujer"67.

Los defensores La Cámara de Representantes, al igual que en 1936,

fue la entidad legislativa que asumió una actitud más radi­cal en relación con los derechos políticos de la mujer. La plenaria de la Cámara en sus sesiones del 21 de noviembre de 1944 rechazó, en una votación de 40 contra 3568, la pro­puesta del Gobierno y de la comisión de Reformas Consti­tucionales que reconocían la ciudadanía de la mujer pero le negaban el derecho a sufragar, hasta que la ley regla­mentara su ejercicio. Los representantes del Partido So­cialista Democrático, Diego Montaña Cuéllar, Gilberto Vieira y Diego Luis Córdoba fueron firmes defensores del reconocimiento pleno de la ciudadanía femenina.

Montaña Cuéllar, el vocero que más coherentemente expresó el punto de vista de los socialistas, planteaba que "[...]No hay razón lógica que pueda justificar la exclusión con que se golpea a la mujer desde el punto de vista polí­tico". En desarrollo de sus tesis explicaba a los parla­mentarios que "[...]hay dos clases de feminismo: el de separación que lanza a la guerra y destruye la armonía de los sexos, ése no es el que defendemos[...] De él podría de­cirse con un célebre humorista, que lo practican los hom­bres que no tienen otro atractivo[...] Pero hay también un feminismo de unión que concilia los derechos y deberes de la mujer con los derechos y deberes del hombre; que recla­ma una participación igualmente respetada a un mismo bien, a una misma verdad, a una misma esperanza, a una misma moral, a una misma libertad[...]". Reafirmaba la

67. Anales del Senado, mayo 26 de 1945. 68. Según la versión del Diario Popular, órgano del Partido So­

cialista Democrático, de noviembre 22 de 1994 y El Liberal de la misma fecha.

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división sexual del trabajo, que implica que cada uno de los sexos participa de manera distinta en la vida de la so­ciedad. Analizaba la condición social de la mujer colom­biana: "[...jquerámoslo o no, cada día más, la mujer está íntimamente mezclada a la economía y a la vida pública: ella trabaja en el taller, en la fábrica, en los grandes alma­cenes, en las oficinas, en los servicios públicos[...] Las mujeres que viven de su trabajo con independencia[...] son hoy en Colombia: 2 069 000 o sea casi un número igual al de los hombres que participan en la producción y que son 2 500 000". De estos hechos económicos y socia­les, el representante Montaña Cuéllar deducía que "Estas mujeres pagan impuestos, contribuyen al sostenimiento del Estado y por tanto deben tener derecho a intervenir en la fijación de los tributos y la distribución de los fondos públicos que han contribuido a formar. Si las mujeres no llevan armas ni pagan el servicio militar obligatorio, ellas dan mucho más: dan sus hijos para la defensa nacional. Cómo admitir que las mujeres no tengan intervención so­bre la manera como se legisle sobre la protección a la in-fancia[...]"69.*El caricaturista Chápete, con el título de "La Flauta Encantada", personificaba en Diego Montaña Cué­llar, al flautista de Hamelin, que con la melodía encanta­dora del voto femenino hacía que las mujeres lo siguieran, abandonando el hogar y dejando a la cigüeña desconcerta­da sin saber qué hacer con el bebé de turno70.

El político conservador, Augusto Ramírez Moreno, de­fendió también desde la prensa los derechos de las muje­res, y respondió al ministro Rocha en un artículo titulado "Por los derechos de la mujer". Luego de calificar de vasto mugido al coro hostil de los varones al voto femenino, analiza las múltiples contradicciones que entraña el canto lírico ministerial: "Las leyes le han abierto a la mujer la universidad, la cátedra, el foro[...] El ministro, en su ca­rácter de tal, recomienda a las graduadas que rechacen las

69. Diario Popular, noviembre 22 de 1944. 70. El Tiempo, noviembre 25 de 1944.

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ventajas de la ley. El gobierno de que forma parte el minis­tro propuso una reforma constitucional dando el voto a las mujeres, lo cual no basta para que el ministro se pro­nuncie contra la siniestra intervención de la mujer en po-lítica[...]" Desenmascara los cánticos a la feminidad, en estos términos: "[•••]Tiene la mujer unos amigos hechizan­tes que la hablan un idioma de arrullos para precaverla contra el grave riesgo que corre si la ley le reconoce un nuevo derecho que pueda usar o no. La invitación a sufrir sin pudor en un ángulo oscuro de su casa, sin drásticos medios de acción, es un ultraje a su entidad moral, a su personalidad intelectual, a su vida cordial[...]" Por último concluye: "Quien le aconseje a la mujer que no abandone el crochet, porque la familia cae y la sociedad se derrum­ba, debe entonces proponer como ministro una reforma que traduzca su elocuencia retardataria y asombrosa"71.

No sólo los aquí mencionados participaron en la de­fensa de los derechos de la mujer, según Ofelia Uribe, "[•••] nos acompañó siempre el ala avanzada del partido liberal, y justo es reconocerlo, el partido comunista con Augusto Duran a la cabeza. Tuvimos a nuestro lado hombres de la categoría de Luis López de Mesa y Jorge Soto del Co­rral"72.

El lánguido epílogo de una reforma Finalmente la propuesta de sufragio femenino fue de­

rrotada en el Senado. Este acto fue calificado por el perió­dico El Tiempo como un homenaje a la mujer, que "no pretende hacerle injusticia, ni se le niega nada en el fondo, porque se limita a destacar un hecho: la necesidad de es­perar, para su propia conveniencia y para la conveniencia de todos los demás. Y saber esperar es una de las virtudes más admirables que tienen las mujeres, votando o sin vo­tar"73.

71 El Tiempo, noviembre 20 de 1944. 72. Ofelia Uribe de Acosta, Op. cit., pág. 219. 73. El Tiempo, noviembre de 1944.

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La República Liberal y la lucha por los derechos civiles y políticos de las mujeres

A semejante afirmación, respondió Enrique Caballero de la Cruz, desde las páginas de Agitación Femenina: "[...] suponiendo que fuera verdad tanta belleza, si el funda­mento de la intervención en la vida cívica de la república fuera la inteligencia y la preparación el principio[...] para no obrar arbitraria y parcialmente, debería llevarse hasta las últimas consecuencias y entonces el campesino y el obrero, y en fin la gran mayoría de los colombianos, no po­drían intervenir en función de ciudadanos[...] con lo cual tendríamos que la soberanía no residiría en la nación, sino en una minoría selecta, es decir tendríamos la negación misma de la democracia"74.

Quedó consignada en la Reforma Constitucional de 1945 una extraña fórmula jurídica que decía mucho pero que concedía muy poco a la mujer. Estableció en su artícu­lo 2o: "Son ciudadanos los colombianos mayores de 21 años". Y en su artículo 3o "[...] La calidad de ciudadano en ejercicio es condición previa indispensable para elegir y ser elegido y para desempeñar empleos públicos que lleven anexa autoridad o jurisdicción. Sin embargo, la fun­ción del sufragio y la capacidad para ser elegido popular­mente, se reserva a los varones"75, o sea que se era ciud­adano, pero se le negaba a la mujer la posibilidad de parti­cipar activamente en el manejo del Estado, eligiendo o siendo elegida.

Agitación Femenina, en su editorial resaltado en prime­ra página titulado "Los hombres eligen" registró el hecho: "Se perpetúa la tradición: ellos eligen, para provecho pro­pio, cuanto el mundo brinda para comodidad de todos. Quien posee la fuerza tiene el derecho. El poder está en sus manos: suya es la facultad de legislar y suya también la fuerza bruta, base y sostén de toda tiranía"76. Anotaba, que pese a la derrota en las Cámaras Legislativas, "[...]se ha clarificado la opinión y conocemos hoy quiénes son los

74. Agitación Femenina, N° 3, diciembre de 1944. 75. Diario Oficial, N° 25769 de febrero 17 de 1945. 76. Agitación Femenina, N° 3, diciembre de 1945.

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MAGDALA VELÁSQUEZ TORO

hombres de avanzada, los que entienden y practican el ver­dadero sentido de las palabras: libertad, igualdad, frater­nidad; a ellos rendimos un férvido tributo de admiración y simpatía[...]"77.

El número de febrero de 1945, mes en el cual fue pro­mulgada la Reforma Constitucional, esta revista de las mujeres, bajo el título de "Curiosa paradoja", hacía el aná­lisis ideológico de los contenidos del liberalismo: "Enten­demos que la génesis del liberalismo fue la lucha por la conquista de los derechos individuales y de las libertades públicas. Por eso no entendemos cómo los mayoritarios del Congreso que se consideran los únicos depositarios y mantenedores de la tradición liberal, se gastaron todas sus energías en impedir que la mujer colombiana obtuviera, con la totalidad de los derechos ciudadanos, su dignifica­ción individual y humana. ¿Es que el liberalismo tradicio­nal no cuenta a las mujeres como personas? Registraban lo curioso del hecho y la necesidad de obtener alguna res­puesta, para quienes se encontraban "[...jempeñadas en pleno régimen liberal, en lucha tan singular" y se respon­dían: "Quizá el ejercicio continuo de la controversia en co­sas minúsculas, la exhibición descarada de desmedidos apetitos y las perpetuas rencillas que se han desatado en los últimos tiempos en el seno del partido, han desviado el sano y elevado criterio de justicia que les legaron Vicente Azuero, Murillo Toro, Rojas Garrido, Aníbal Galindo, Ro­bles y otros, hasta el extremo de que haya hoy parlamenta­rios liberales empequeñecidos y pobres de ideales que se obstinan en una campaña sin generosidad, sin grandeza y sin hidalguía con el sexo femenino"78.

77. Ibidem. 78. Agitación Femenina, febrero de 1945.

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Proceso histórico y d e r e c h o s de las m u j e r e s , a ñ o s 50 y 60

MAGDALA VELÁSQUEZ TORO CATALINA REYES CÁRDENAS

Después de 16 años de república liberal se inauguró en 1946 el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez, heredero de una tradición conservadora moderada que surgió en Antioquia desde finales del siglo xix. Amigo de la convivencia entre liberales y conservadores, Ospina trató de gobernar con ambos partidos en un gobierno de "Unión Nacional" con remotas posibilidades de éxito en un am­biente tensionado por figuras políticas tan polémicas e in­fluyentes como Laureano Gómez, del lado conservador, y Jorge Eliécer Gaitán, que se constituyó en el jefe del parti­do liberal después de su triunfo en las elecciones parla­mentarias sobre el sector oficial de su partido.

El gobierno de Ospina Pérez fue incapaz de detener la violencia que empezó a manifestarse en distintas zonas del país. El asesinato de Gaitán, en 1948, se convirtió en el punto de no retorno de una violencia que hizo imposible la convivencia entre liberales y conservadores, y que se pro­longaría hasta finales de la década de los años 50.

Continúa el proceso en el Congreso

En este contexto, posterior a la Reforma Constitucio­nal de 1945, y en el marco internacional de la posguerra, caracterizada por el realineamiento de las distintas co­rrientes políticas, por la hegemonía mundial y el inicio de la "guerra fría", los distintos sectores representados en el parlamento comenzaron a expresar su interés por otorgar los derechos políticos de las mujeres. Cada uno, de acuer-

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MAGDALA VELÁSQUEZ TORO Y CATALINA REYES CÁRDENAS

do a sus principios e intereses, luchaba por lograr el sufra­gio femenino, que le reportaría beneficios electorales.

En las sesiones ordinarias de 1946 se presentaron tres proyectos para reconocer los derechos ciudadanos de la mujer, uno del representante conservador Augusto Ramí­rez Moreno, otro del representante liberal Germán Zea Hernández y, el tercero, de los representantes socialdemó-cratas Gilberto Vieira, José Francisco Socarras y Augusto Duran; estos proyectos se unificaron y fueron estudiados por el representante conservador Guillermo Charry Chávez, en ponencia favorable del 5 de agosto de 19461, que además de mostrar las incongruencias de la Reforma de 1945, recalcaba los compromisos adquiridos por Co­lombia en varios eventos internacionales. La vi Conferen­cia Internacional Americana, reunida en La Habana en 1928, creó una comisión encargada de trabajar p o r los de­rechos de la mujer, posteriormente denominada Comisión Interamericana de Mujeres por la vn Conferencia reunida en Montevideo en 1933. También en México, en la Confe­rencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, celebrada en 1945, Colombia suscribió la resolución que recomendaba abolir de las legislaciones las discrimi­naciones sexuales existentes, "porque la mujer representa más de la mitad de la población de América y q u e al recla­mar plenos derechos lo hace como acto de la m á s elemen­tal justicia humana". Así mismo, la conferencia reunida en San Francisco, de abril a junio de 1945, en la que se expi­dió la Carta de las Naciones Unidas y en la cual participó Colombia, los pueblos que la susccribieron reafirmaron la fe en los derechos fundamentales del hombre, "en la digni­dad y el valor de la persona humana, en la igualdad de de­rechos de hombres y mujeres"2.

En el año de 1947, la Convención Liberal reunida en enero bajo la dirección de Jorge Eliécer Gaitán, expidió la "Plataforma del Teatro Colón". En ella, el liberalismo criti-

1. Elbia María Quintana Vinasco, Op. cit., pág. 141. 2. Ibidem.

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Proceso histórico y derechos de las mujeres, años 50 y 60

caba la posición secundaria en que se había mantenido a la mujer colombiana en las actividades públicas, y consi­deraba que, ante el Estado, debía tener igual categoría que el hombre. Sin embargo, el liberalismo declaraba en el ca­mino de la liberación de la mujer, la necesidad, entre otras y en una primera etapa, de capacitarla legalmente para elegir y ser elegida en las elecciones para los Concejos Municipales3.

Los derechos de las mujeres: Iglesia católica y partidos

Con las excepciones antes mencionadas, en su gran mayoría los diversos conservadores habían defendido los principios de la Iglesia católica, que cuidaba celosamente el papel de la mujer en el hogar; también variaron su posi­ción frente al sufragio femenino después de la Segunda Guerra Mundial.

El papa Pío XII fue bastante prolífico en sus discursos y escritos sobre la mujer y la familia. Trataba de hacer en la posguerra, una combinación doctrinaria que mantuviera la sujeción de la mujer al marido, y al mismo t iempo rei­vindicaba el reconocimiento de sus derechos políticos. Planteaba que el Estado no podía disociar el orden de la comunidad conyugal, sustentada sobre "dos primados: el del marido en el terreno de la autoridad y el de la esposa en el terreno del amor". Por lo tanto, el Estado no estaba autorizado para conceder la igualdad jurídica de los sexos en el matrimonio, sino, por el contrario, "favorecerá el re­conocimiento de la autoridad del marido[...] De la misma manera al reconocer la capacidad jurídica a la mujer casa­da, cuidará de no socavar el orden la sociedad conyugal, que de todas maneras exige unidad de mando". Enfatizaba en sus discursos que ese reconocimiento de los derechos de la mujer, no significaba de ningún modo un intento de

3. Alvaro Tirado Mejía, Antología del pensamiento liberal colom­biano, Libros de El Mundo, Medellín, 1981.

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emancipación de la mujer. Ya desde el año de 1941, en su discurso "A los esposos" había hecho un "Alerta al Femi­nismo" oponiéndose al trabajo de la mujer por fuera del hogar. El compilador de los discursos, el jesuíta Francisco Pellegrino, comentaba esta intervención papal, diciendo que el peligro estaba en cierta mentalidad, "[...jlaica y pa­gana que se personifica en la expresión 'feminismo' ", y que defiende la igualdad absoluta en algunas naciones. Baste recordar para horrorizarse, en qué estado de degradación asumió a la familia el bolchevismo, cuyo programa de ac­ción se basa en gran parte en el 'feminismo'. Pero si es falsa en sí misma semejante teoría, todavía es más terrible por las consecuencias que de ella se derivan en perjuicio de los hijos. A todas luces es completamente contraria a la doc­trina católica"4.

El papa Pío XII en las elecciones siguientes a la termi­nación de la guerra invitó a las mujeres a votar por el Par­tido Social Cristiano, para salvar a Italia del comunismo que gozaba del respaldo de las masas por su trabajo en la resistencia al fascismo. Hasta las monjas de clausura sa­lieron de sus conventos a votar contra el comunismo.

En Colombia a partir del año de 1948, en el Congreso de la República se confrontaron abiertamente la posición conservadora de plenos derechos para la mujer, y la liberal que abogaba por su reconocimiento progresivo, sin em­bargo, eran debates y propuestas marginales. El repre­sentante liberal Alfonso Romero Aguirre presentó un pro­yecto que recogía lo aprobado en la convención del Teatro Colón pero ampliándolo a la elección de las mujeres a las Asambleas Departamentales y Guillermo Chaves Chaves presentó otro proyecto de sufragio pleno. Estos dos pro­yectos fueron discutidos en 1949 y se confrontaron los in­tereses de cada partido en relación con la mujer; los conservadores se declaraban en su favor, mientras que los liberales abogaban porque fuera un proceso lento y por

4. Pío xn, discurso a las mujeres católicas de Italia, 20 de octu­bre de 1946, reproducido en "Códigos de Malina", pág. 259.

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etapas, ya que el clero manipularía electoralmente a las mujeres desde el confesionario. Estaba ya el país sumido en la sangrienta contienda que conocemos como La Vio­lencia. El representante liberal Carlos H. Pareja presentó, el 20 de julio de 1949, un proyecto de Reforma Constitu­cional, según el cual se otorgaba el voto femenino y se pro­hibía el voto al clero. Esta propuesta tampoco prosperó, pero se dieron algunos debates, en un período en que la bancada centraba su interés en la persistente denuncia li­beral de la aniquilación y la matanza de sus copartidarios en los campos colombianos.

Durante el debate realizado para discutir la propuesta del representante Chaves Chaves, en septiembre de 1949 en la Comisión Primera, se expresaron claramente los pro­pósitos de los dos partidos frente al sufragio femenino. El senador Navia Varón, manifiesta en su intervención la am­bivalencia sobre el tema existente en la época. Respaldó el proyecto porque "[•. .]acata la voz del papa , ante la cual se rinde como católico y le sacrifica la simpatía de sus puntos de vista", ya que el senador temía que los derechos políti­cos de la mujer acabarían con la paz familiar. Recordó ha­ber asistido en Roma a dos "manifestaciones femeninas de acción católica y pudieron comprobar la extraordinaria beligerancia de las mujeres, las cuales recorrían las calles a los gritos de viva el papa y abajo el comunismo"5.

Por su parte, el senador Ramírez, de filiación liberal, insistió ante los miembros de la mayoría liberal para que no cometieran el error tremendo de votar el proyecto del senador Chaves, dejando constancia de que el voto feme­nino había sido tesis de su partido. Expresaba su temor por el estado de barbarie que vivía el país; "[...janaliza la situación que se vive en el Valle del Cauca y dice que allí han llegado hasta quitarles la cédula de ciudadanía a mu­chos ciudadanos liberales y a otros se les obliga a firmar compromisos para que voten por el Partido Conservador, sugiere que si esto se hace con los hombres, qué no suce-

5. Pío XII, "A los esposos".

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derá con las mujeres"6. Denunciaba la falta de sinceridad de los conservadores y afirmaba que los momentos que atravesaba el país no eran para concederle derechos a na­die, sino para que los perseguidos piensen que ejercer la función del sufragio es colocarla de carne de cañón"7, y les pidió a sus copartidarios no caer en la trampa, a ú n cuando pasaran por retardatarios.

Las naciones de América y los derechos humanos de las mujeres

En el año de 1948, la xi Conferencia Internacional Americana, reunida en Bogotá, pocos días después del asesinato de Gaitán, tenía entre sus temas la aprobación del Estatuto Orgánico de la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM). La CIM era un organismo especializado que funcionaba dentro del sistema interamericano; sus objeti­vos eran, entre otros: "Trabajar por el reconocimiento de los derechos civiles y políticos, económicos y sociales de la mujer en América, estudiar sus problemas y proponer me­didas para resolverlos. Llamar la atención a los gobiernos sobre el cumplimiento de las resoluciones aprobadas en las Conferencias Internacionales Americanas"8.

La reunión de CIM despertó el interés de algunos círcu­los femeninos. Una organización de mujeres l lamada Liga de Acción Feminista Colombiana, aprobó una resolución en la cual pedían a la delegación colombiana meditar so­bre la responsabilidad histórica que significaba el hecho de que la mujer colombiana, "[...]se encuentra en esta posición de inferioridad, mientras que en los Estados Uni­dos, Ecuador, Brasil, Cuba, República Dominicana, El Sal­vador, Guatemala y la Argentina, las mujeres son consi­deradas por sus gobiernos como seres pensantes, capaces de aportar luces al estudio de los problemas vitales[...]"

6. Anales del Congreso, N° 80 de octubre 13 de 1949. 7. Anales del Congreso, N° 86 de octubre 18 de 1949. 8. El Liberal, abril 4 de 1948.

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Los llamaba a "[.. .]considerar que si los regímenes totalita­rios han dado garantías y distribuido liberalmente puestos jerárquicos entre las mujeres competentes, no se explica que la democracia colombiana rehuya esta actitud respon­sable y quiera temperativamente establecer y consolidar situaciones arbitrarias al verdadero pensamiento demo­crático que debe unificar la paz"9. Así mismo pedían la in­clusión de la delegada de Colombia ante CIM, María Currea de Aya, que inexplicablemente había sido excluida de la representación colombiana ante la Conferencia; en este sentido se pronunció la Unión Femenina de Colombia10.

La ix Conferencia aprobó, además de las convenciones sobre "Concesión de los derechos políticos a la mujer" y sobre "La concesión de los derechos civiles a la mujer", unas normas relativas a los derechos sociales. En ellas se prohibía el trabajo nocturno de las mujeres en labores in­salubres o peligrosas, y determinaba que: "[...]la mujer trabajadora tendrá derecho a un descanso remunerado no inferior a seis semanas, antes y después del alumbramien­to, conservación del empleo, atención médica y subsidios de lactancia. Las leyes obligarán a los empleadores a insta­lar y mantener salas-cunas y guarderías infantiles para los hijos de los trabajadores"11.

El columnista de El Liberal, Alfonso López Michelsen, comentaba como afortunada la relación hecha por la ix Conferencia, entre los derechos políticos y civiles de la mujer y las garantías sociales, "[...jporque es difícil com­prender que esta justicia pueda establecerse sin la inter­vención de por lo menos la mitad del conglomerado social y que las mujeres en casi todos los países latinoamerica­nos sigan apareciendo en los programas de bienestar co­lectivo en una posición marginal"12. Opinaba además que "[...jentre otros fracasos, el 9 de abril registra el de una or-

9. Ibidem. 10. El Liberal, abril 7 de 1948. 11. El Liberal, abril 25 de 1948. 12. El Liberal, mayo 17 de 1948.

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ganización deficiente y que al tratar de enmendar la plana, las mujeres deberían entrar a participar en la tarea de igualdad absoluta con los hombres, tanto más cuanto que, si es cierto lo que todo el mundo dice, en las ofensas irrogadas a la religión, y en los asaltos a la propiedad, par­ticiparon personas descarriadas de ambos sexos[...]" Y concluía "[..^Concederle la plenitud de derechos políticos a la mitad de los habitantes de Colombia me parece hoy más que nunca obligación patriótica del Congreso"13.

Laureano Gómez, contrarreforma y violencia

En medio de un clima de violencia generalizado, ca­racterizado por las matanzas colectivas y la persecución a liberales adelantada, en muchas ocasiones, por miembros de la policía, con el Congreso clausurado y con la absten­ción total del partido liberal como protesta ante la falta de garantías para sus miembros, Laureano Gómez fue elegi­do presidente en noviembre de 1950.

Laureano Gómez, gran conductor de masas y brillante parlamentario, había dirigido a su partido con férrea dis­ciplina durante los 16 años de república liberal y veía en su gobierno la oportunidad única para borrar del país los males causados por los gobiernos liberales, plasmados, fundamentalmente, en la Reforma Constitucional de 1936. A la liberalización del país en todas sus esferas responde­ría con una contrarreforma conservadora que se expresa­ba en su nuevo proyecto de reforma constitucional de tipo corporativista.

En parte por una profunda convicción, pero también como estrategia electoral y de remozamiento de su parti­do, durante el régimen liberal, Laureano Gómez había buscado apoyo en los sectores ultra clericales de la Iglesia católica tratando nuevamente de agitar la bandera religio­sa como punto fundamental de diferenciación entre libe­rales y conservadores. Con esto, no sólo logró el apoyo

13. Ibidem

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irrestricto de amplios sectores de la iglesia, sino de secto­res populares, sobre todo campesinos entre quienes la voz del sacerdote era oída como la voz de Dios.

La Reforma Constitucional del 36 daba pie a la agita­ción de los sectores clericales y conservadores del país, al plantear ésta una creciente laicización de la sociedad como parte del programa de modernización en que estaba empeñado López Pumarejo cuando lanzó su célebre Revo­lución en Marcha. Uno de los puntos más conflictivos fue el referente a la educación, pues con la reforma se abría la posibilidad de pensar en una educación nacional, moder­na y libre del control de la Iglesia. La reforma le devolvía al Estado colombiano su poder fiscalizador sobre la edu­cación, que había perdido desde la Constitución de 1886 y el concordato del año siguiente. Los colegios dirigidos por religiosos y las instituciones privadas quedaban sometidas a la inspección y control del Estado. La reforma también permitió el ingreso de la mujer colombiana a la educación superior; se establecieron colegios y escuelas mixtas, se abolieron las discriminaciones raciales, religiosas y de ori­gen en las instituciones escolares.

Una pieza clave de la reforma educativa liberal fue la modernización de la Universidad Nacional la cual dejó de ser una serie de facultades dispersas para convertirse en un cuerpo académico dotado de autonomía; igualmente se modernizaron las escuelas normales, muchas de las cuales pasaron a manos del Estado, que les imprimió una orien­tación que respondiera a las nuevas necesidades y reali­dades del país. El cambio más significativo se dio en la Escuela Normal Superior, la cual contó con la colabora­ción de una serie de intelectuales europeos que huían del fascismo y que aportaron conocimientos en disciplinas nuevas en el país como la antropología, la geografía la psi­cología, y quienes también comenzaron a divulgar pensa­dores como Marx y Freud.

La oposición de la Iglesia a esta reforma educativa fue radical y Laureano Gómez se encargó de agitar con vehe­mencia esta causa en su periódico El Siglo. Posteriormen-

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te a los hechos del 9 de abril, Gómez no dudar ía en culpar a las reformas educativas liberales de estos hechos tan bo­chornosos .

[...]E1 partido liberal durante los 16 años de su go­bierno toma a la Escuela Normal Superior y a todas las otras normales del país para llevar a cabo la más funes­ta de las obras impías: descristianizar, y materializar al profesorado y al magisterio. Fue así como Francisco Socarras causó a la educación en Colombia el más abo­minable de los males: escoger alrededor de 500 licen­ciados incrédulos, indigestados con la filosofía de Marx y de Kant, con la psicología de Freud[...] para llevar a cabo la obra satánica de educar sin Dios y corromper a nuestra niñez y juventud14.

Nuevamente , en 1942, duran te el gobierno de Edua rdo Santos , cuando se intentó hacer ap robar en el Congreso el nuevo concordato , ya aceptado por la Santa Sede, Laurea­no Gómez, apoyado por sectores ul tra clericales cuya vocería es taba en manos del coadjutor Juan Manuel González, se opuso de forma radical, incluso a la voluntad del arzobispo p r imado Perdomo quien le había dado luz verde a la reforma concordator ia . La oposición llegó has ta el p u n t o en que amenaza ron con lanzarse a una guerra ci­vil si el concordato era aprobado. El Siglo, ante la posición tolerante y contempor izadora de Perdomo, llegó, incluso a denunc ia r infiltraciones de tipo masónico en la arquidió-cesis de Bogotá. La polémica tomó tales visos que el arzo­bispo Perdomo tuvo que prohibi r la en t rada de sacerdotes al periódico El Siglo bajo amenaza de suspender en sus funciones a quienes violaran esta disposición. El gobierno liberal, temeroso de que este debate tensionara aún m á s el ambiente político, suspendió la aprobación del concorda­to. Si bien la un idad de la iglesia se vio lesionada en esta

14. El Siglo, enero 16 de 1949.

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coyuntura, la alianza entre Gómez y los sectores más re­trógrados de la iglesia quedaba sellada.

Esta alianza iglesia-laureanismo se vería fortalecida en los años posteriores a 1948 y contribuiría notablemente al exacerbamiento de las contradicciones entre liberales y conservadores. El laureanismo utilizaría frecuentemente los hechos del 9 de abril para descalificar al liberalismo. Durante los desórdenes, numerosos edificios religiosos fueron atacados por los amotinados liberales. Colegios ca­tólicos, la Universidad Javeriana, la Nunciatura y el Pala­cio Arzobispal fueron víctimas de la ira de la turba. Estos hechos serían recordados por el Partido Conservador para prevenir al pueblo católico de lo que le esperaba a su reli­gión en manos de los liberales. En víspera de las eleccio­nes presidenciales de 1949, la ciudad de Bogotá fue em­papelada con carteles que mostraban iglesias incendiadas acompañados de la siguiente leyenda "Recuerda el 9 de abril, Traición a la Patria".

Los hechos del 9 de abril, en un principio imputados al comunismo internacional y local, se fueron haciendo ex­tensivos a los liberales. Sería el obispo Builes, de la dió­cesis de Santa Rosa de Osos en Antioquia, quien iniciara la campaña de desprestigio a los liberales, equiparándolos a los comunistas y responsabilizándolos de ser los verdade­ros culpables del 9 de abril. Sostenía Builes, con algo de razón, que el comunismo era una fuerza demasiado débil en nuestro país para haber adelantado tal obra de destruc­ción. Asimilar los liberales a los comunistas le permitió a los sectores ultraclericales y al laureanismo justificar la persecución contra miembros de este partido presentando su causa como parte de una lucha mundial entre el bien y el mal, entre Cristo y Satán, entre el catolicismo y el mate­rialismo comunista.

El ala laureanista del Partido Conservador explotaría el temor de las masas a que el país fuera una nueva vícti­ma de las conquistas del comunismo internacional. La si­tuación de Europa oriental fue hábilmente explotada en la prensa conservadora y en los pulpitos. Medellín fue consa-

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grada a la virgen de Fátima "Reina de la Paz y la Lucha Anticomunista", y las distintas poblaciones antioqueñas fueron visitadas periódicamente con una imagen de esta virgen que portaba el siguiente mensaje: "Extirpar al Co­munismo".

Otro de los aspectos que reforzó al partido conserva­dor y los clericales, fue la proyección de una imagen idea­lizada de un país anterior a los cambios introducidos por la industrialización y el avance de la urbanización. En tiempos de zozobra e inestabilidad, el partido conservador y la Iglesia invitaban a soñar con el retorno a un statu quo imaginario. Palabras como "restauración", "conquista" y "reivindicación", se volvieron de uso común entre los polí­ticos conservadores. Las intervenciones de Laureano Gó­mez se verían salpicadas de expresiones apocalípticas tales como "fuego purificador", y de continuos llamados al sa­crificio y a un ideal ascético que permitiera alcanzar la reconquista conservadora.

El triunfo del falangismo nacionalista en España, tam­bién reforzó a estos sectores conservadores y clericales de la sociedad colombiana. Se volvió común en el partido conservador la utilización de himnos, gritos y saludos falangistas de los españoles. Bogotá contemplaría estupe­facta, en octubre de 1949, un desfile de franco corte fascis­ta por sus calles. Los conservadores desfilaron utilizando camisas azules. Portaban estandartes y tocaban cornetas a la usanza falangista. Acompañaban la marcha con vivas al "general Álzate Avendaño" y al "generalísimo Amadeo Rodríguez"15.

La Iglesia, secundada por el partido conservador, fo­mentó en estos años una atmósfera cargada de religiosi­dad en la que la conformidad con el catolicismo eran el único sinónimo de buen ciudadano. Desde su discurso de posesión, Laureano Gómez fue enfático en reafirmar el papel de la Iglesia en la sociedad. Para llevar a cabo las campañas de moralización y cristianización, la Iglesia

15. Revista Semana, octubre 15 de 1949.

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contó con la eficaz ayuda de Acción Católica. Esta organi­zación adelantó estrictas campañas contra la pornografía, la prostitución, el comunismo, el protestantismo y la tole­rancia religiosa, esta última considerada como pecado para los católicos.

El obispo Miguel Ángel Builes imprimió su sello perso­nal a la política de estos años. La utilización de imágenes sencillas pero impactantes, como "la noche de la masone­ría", "la sombra oscurecedora" y 'los hijos de Lucifer" para denominar a los liberales, despertó pasiones sectarias en algunas colectividades del país. Con Builes, la Iglesia asumió el papel de agente electoral del partido conserva­dor, y su sectarismo fue en gran parte responsable del ca­rácter violento que tomó el enfrentamiento partidista en los años 50.

Para el sector de la iglesia identificado con Builes y para la fracción laureanista del conservatismo, el liberalis­mo era un mal dentro de la sociedad el cual sólo podría erradicarse mediante una cruzada moral y una estricta re­glamentación social. De no ser efectivos estos métodos, se debían buscar acciones más radicales. No es extraño, para estos años, encontrar publicaciones de tipo religioso en los que se invitaba a los fieles a armarse para defender los derechos de la iglesia.

No todos los sectores de la iglesia asumieron posicio­nes semejantes frente al liberalismo. Los jesuitas buscaron acercamientos con los liberales siempre y cuando éstos se comprometieran a unirse al Gobierno y a la Iglesia en una cruzada anticomunista.

En la Revista Javeriana, desde mediados de los años 30, los jesuitas venían impulsando un gobierno corporativista semejante al de Portugal e incluso lo habían denominado Cristolandia. Este modelo se diferencia del nazista y del fascista en la medida en que el nuevo Estado se enmarca­ba en los preceptos cristianos. El Estado debía incentivar una colaboración entre capital y trabajo, pero sin atentar para nada contra la propiedad privada. Gómez trataría de

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reformar la Constitución para adaptar el país a este mo­delo.

La unidad interna de la Iglesia salió maltrecha después del debate sobre el concordato en 1942; en la absurda per­secución a protestantes y comunistas la Iglesia encontra­ría nuevos factores de unificación y cohesión. Ambas corrientes tenían la ventaja de ser foráneas y reales. La persecución a los protestantes es un caso grave de intole­rancia religiosa, más si se tiene en cuenta que el protestan­tismo no alcanzaba en ningún momento a configurarse como amenaza real, en un país donde el 90% de la pobla­ción se sigue declarando católica. En 1950 los protestantes representaban el 0,18 de la población colombiana.

Las quejas más frecuentes de los protestantes fueron las de pedreas contra sus hogares y templos, la negación de servicios hospitalarios en instituciones dirigidas por comunidades religiosas, y la confiscación de biblias y otra literatura. También denunciaban frecuentemente el hecho de que sacerdotes católicos incitaban a los fieles para que ocuparan los templos protestantes y sabotearan sus actos religiosos. El tono de la polémica entre católicos y protes­tantes es interesante para observar el carácter intolerante y agresivo de la Iglesia católica, la mayor fuerza de cohe­sión e influencia dentro de la sociedad colombiana. La Revista Javeriana refiriéndose a los protestantes decía:

Poseemos el mayor de los bienes y unos piratas han venido a robarlo. Nos ultrajan y pisotean; van a tomar­se nuestras iglesias de las cuales saquearon los tesoros acumulados en centurias de humanismo católico y lo que es peor están violando el santuario de las concien­cias débiles. Y todavía hay quienes piensan que la ma­nera cristiana de proceder es abrir tolerantemente los brazos y sonreír mientras los profanadores de la Iglesia están adentro.

La persecución a protestantes, comunistas y aun a li­berales, se inscribe en la política internacional de Guerra

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Fría que se extendía desde los Estados Unidos hacia todos los países latinoamericanos y en la cual también tomó par­tido el Vaticano como aliado de las políticas anticomunis­tas.

Pero la recristianización propuesta por el gobierno de Gómez, no se detuvo sólo en la persecución a aquellos que tuvieran posiciones políticas o religiosas divergentes, sino que también impuso controles rígidos sobre el aparato educativo, la vida cultural y la vida cotidiana y privada de todos los colombianos y colombianas.

El control de la vida rural corrió por cuenta del cura párroco y Radio Sutatenza. Esta emisora, creada durante el gobierno de Ospina Pérez, alcanzó una gran difusión y poderío durante el gobierno de Gómez. Para 1950 Radio Sutatenza contaba con 115 000 campesinos alfabetizado-res y 600 escuelas radiofónicas en distintas parroquias ru­rales.

Durante el gobierno de Gómez, la Iglesia volvió a recu­perar una serie de prerrogativas que había perdido duran­te el intento de laicización de la educación en los regímenes liberales. Valiosos intelectuales y maestros libe­rales y de izquierda fueron expulsados de las universida­des públicas, y según denuncias de la prensa liberal, sus plazas fueron ocupadas por conservadores. La Universi­dad Nacional vería fuertemente recortada su autonomía pues se le obligó a depender directamente del Ministerio de Educación. Se reforzaron los programas de religión en las escuelas y colegios y el mayor propósito de la educa­ción consistió en formar buenos católicos. Los obispos, por derecho propio, serían miembros permanentes de las Juntas Municipales de Educación. En los comités encar­gados de escalafonar a los maestros, se dio cabida a un re­presentante del episcopado y los docentes podrían ser excluidos del escalafón por falta de respeto a la dignidad sacerdotal, o clerical. Para que se incurriera en esta falta bastaba ser denunciado por el cura y tres ciudadanos. Era obligación de los maestros, según fallo del Consejo de Es­tado, asistir a los servicios religiosos, y para posesionarse

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debían presentar la partida de bautismo y la de matrimo­nio si eran casados. Estos procedimientos permitieron que nen tiempos de violencia muchos maestros y maestras li­berales fueran destituidos.

La conquista de la educación mixta fue duramente cuestionada por la Iglesia, y muchos colegios, ante la in­sistente prohibición de la iglesia, optaron por la separa­ción de sexos. Además, se les devolvió a la Iglesia algunos establecimientos que habían pasado a manos del Estado. Tales fueron los casos del colegio de San Bartolomé, que pasó nuevamente a manos de los jesuítas y del Instituto Técnico Central, que se le encargó a los Hermanos Cristia­nos. A los salesianos se les responsabilizó de las escuelas de formación técnica. Durante el gobierno de Gómez en­traron al país cinco nuevas comunidades masculinas y 13 femeninas.

El control de la vida privada de los colombianos pasó a ser dominio de una serie de organizaciones que surgieron o se fortalecieron durante este período. Podemos citar las Ligas de Decencia, Juntas de Censura y la Acción Católica. El chisme, la murmuración y el escándalo se convirtieron en formas usuales de represión en una sociedad clerical e hipócrita. Mientras se vivían situaciones tan ridiculas como hacer retirar de una vitrina céntrica de la ciudad de Medellín un desnudo de Miguel Ángel, las zonas de prosti­tución funcionaban bajo la mirada impávida del clero y de los funcionarios públicos. Fue particularmente desta-cable, pero no único, el caso de la pintora antioquefia De-bora Arango, sometida al escarnio y vetada por la curia, la Universidad Pontificia Bolivariana y la Liga de la Decen­cia.

Nos hemos referido al caso antioqueño, pues en esta región la presencia de monseñor Builes le imprimió un carácter más intenso a la campaña de recristianización. Todo allí estaba prohibido. Se prohibieron las piscinas pú­blicas y los baños mixtos; cualquier alumna, de plantel educativo privado o público, que tuviera la osadía de ir a una piscina debía ser expulsada del colegio.

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La moda no escapó a esta absurda rigidez. En 1953 se les prohibió a las empleadas de la Biblioteca Municipal de Medellín usar vestidos insinuantes, y se dictaron disposi­ciones para que mujeres con suéteres y blusas escotadas no pudieran recibir la comunión en los servicios religio­sos. Los prelados dieron normas claras al respecto: "man­ga larga hasta la muñeca, y escote cerrado[...] Toca a los esposos exigir a sus mujeres la guarda de estas orientacio­nes de modestia y a las madres de familia exigirlas de sus hijas"16.

Los bailes fueron también objeto de censuras y prohi­biciones; aun en los colegios de la élite se dieron expulsio­nes porque las alumnas asistían a bailes en clubs sociales. En muchas poblaciones se suprimieron los tradicionales bailes en el kiosco de la plaza. Incluso, monseñor Builes dirigió una pastoral explícita durante la cuaresma de 1952, donde tocaba este tema: "A los desafueros contra la moral se agrega el baile. El mambo y otros intentos traí­dos del infierno para acabar de desquiciar la sociedad, son malos por los gravísimos peligros que encierran. También lo son el vals, la mazurca, el galope, la polka, el chotis, la habanera". El famoso Rey del Mambo, Pérez Prado, no pudo presentarse en la ciudad de Medellín debido a las presiones de la Acción Católica. Pero aún más grave que estos rígidos controles e intromisiones en la vida privada, era la violencia política que desangraba en forma acelera­da al país. La violencia ya no sólo cobraba víctimas dentro de humildes campesinos, sino que llegó a las ciudades e, incluso, afectó a las élites dirigentes del país. El periódico El Tiempo fue incendiado, al igual que la casa del dirigente liberal, Carlos Lleras Restrepo. Todos estos actos se come­tieron bajo la mirada impávida de las fuerzas del orden y del gobierno.

16. El Obrero Católico, agosto 9 de 1952.

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Contrarreformistas y derechos de las mujeres

Durante el gobierno de Laureano Gómez, se creó la Comisión de Estudios Constitucionales, con el objeto de dar al Estado colombiano una organización política de corte corporativista, que presentó el proyecto definitivo el 11 de febrero de 1953. En la comisión se analizó el papel de la mujer, y en la perspectiva de ser un sostén de las tra­diciones cristianas, se consideró que las mujeres casadas por lo católico podrían elegir y ser elegidas para los Con­cejos Municipales. En el proyecto definitivo se les otorga­ba esa posibilidad, computando como doble, el voto depositado por hombres y mujeres casados legítimamen­te17. Esta concepción política estaba de acuerdo con las propuestas que en ese sentido se formulaban desde el Vati­cano. En los "Códigos de Malinas", se explica en los si­guientes términos: "La representación de los intereses familiares ante los poderes públicos puede hacerse por medio de delegados elegidos por las familias por sufragio familiar, sea que los delegados tengan puestos en una cá­mara especial al lado de las demás instituciones. En esta última hipótesis el padre de familia tendría además de su voto personal, un número de votos proporcional a la im­portancia del hogar por él presidido"18.

En las sesiones de la Comisión de Estudios Constitu­cionales (CEC), realizadas en el año de 1952, se debatió en varias oportunidades el asunto de los derechos políticos de la mujer.

Eleuterio Serna, que había sido en el año de 1932 uno de los defensores de los derechos civiles de la mujer casa­da, planteaba que entre hombre y mujer no había superio­ridad o inferioridad, sino diferencias, y que por lo tanto

17. Universidad Pontificia Bolivariana, N° 9, 1-11 y 12 de abril de 1953. Artículo 15 del Proyecto.

18. Códigos de Malinas, op. cit., pág. 292. El papa Pío xn en el discurso a la Unión Internacional de Organismos Familiares, del 20 de septiembre de 1949, había esbozado las bases de esta propuesta política.

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ambos sexos eran equiparables; afirmaba que ambos tie­nen los mismos deberes cívicos y que la mujer, como el hombre, paga impuestos. Proponía que por prudencia no debería ensayarse el voto femenino "[...]sino en los Conce­jos Municipales, estableciendo que la mujer puede elegir y ser elegida dentro de las condiciones que fije la ley en la or­ganización del sufragio"19.

Rafael Bernal Jiménez fue comisionado por la CEC para elaborar un estudio sobre el voto femenino. Bernal pre­sentó un extenso informe que comprendía aspectos gene­rales sobre la condición jurídico política de la mujer, las normas vigentes sobre el estatuto político de la mujer en los Estados americanos y la conveniencia de otorgar el de­recho activo y pasivo del sufragio a la mujer colombiana20. Afirmaba Bernal Jiménez que en América Latina, de los 19 países que la integran, 16 consagran en sus constitucio­nes, sin restricción alguna, el principio del otorgamiento de la ciudadanía plena de los dos sexos. Enumeró los paí­ses: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Para­guay, Perú, El Salvador, Uruguay y Venezuela. Planteaba que Cuba reconocía el principio del sufragio femenino, pero dejando al legislador el momento, la forma y las con­diciones de su ejercicio. Los otros dos países eran Colom­bia y República Dominicana; sin embargo, en el año de 1948, la presidenta de la Comisión Interamericana de Mu­jeres, Minerva Bernardino, delegada de la República Do­minicana a la ix Conferencia Interamericana, declaró a la prensa a su llegada a Bogotá, que la mujer dominicana te­nía derecho al sufragio desde 19422'. También Fabiola Cubi afirma que Paraguay otorgó el sufragio a la mujer en 1951.

19. Estudios Constitucionales, tomo primero. Ministerio de Gobierno, Imprenta Nacional 1953, págs. 88 y sigs., Acta N° 5 de la CEC, agosto 22 de 1952.

20. Ibid., págs. 178, sigs. 21. El Liberal, abril de 1948

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Concluía Bernal Jiménez que siendo el problema ac­tual el de la justicia social, era preciso reconocer la mayor sensibilidad femenina para captar la miseria de las clases desvalidas. Por esta razón, y por considerar que las muje­res no exacerbarían las pasiones políticas, la intervención de la mujer en la elección de los cabildos y aún su parti­cipación en ellos, podría significar una preciosa colabo­ración en la solución de los problemas de la ciudad. Proponía esperar un tiempo más para otorgar la participa­ción femenina en los demás comicios populares, según los resultados obtenidos en ese primer intento.

El golpe militar y los derechos de las mujeres

Todo el país clamaba por la paz, por un cese del derra­mamiento de sangre. Por eso, tanto liberales como conser­vadores respaldarían el golpe de Estado (de opinión, como lo llamó Echandía) del teniente coronel Gustavo Rojas Pi­nina. El 13 de junio de 1953, día del golpe, la gente alboro­zada se lanzó a la calle para celebrar la esperanza de paz. El 15 de junio la Asamblea Nacional Constituyente echaría atrás la reforma constitucional de tipo corporativista pre­sentada por Gómez, y pocos días después confirmaría a Rojas como presidente de los colombianos hasta el 7 de agosto de 1954.

En un principio, el gobierno de Rojas parecía lograr su objetivo de pacificar al país; numerosos grupos levantados en armas se acogieron a la política de paz y amnistía pro­puesta por Rojas, quien, incluso, fue aclamado en algunas zonas guerrilleras, a donde personalmente se desplazó en busca de la paz y de la entrega de las armas por los rebel­des. Todos estos hechos aumentaban la simpatía del pue­blo. En 1954, la Asamblea Nacional Constituyente decidió prolongar su período presidencial hasta 1958. Pero la luna de miel habría de durar poco. Desde finales de 1953 se re­crudeció la violencia en algunas zonas del país, en particu­lar en el Tolima, departamento que fue declarado zona de guerra en 1954. Rojas culpaba a los comunistas de la si-

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tuación de orden público en esta región; el gobierno decla­ró la población de Villarrica, "zona de operaciones milita­res" lo que justificó que, en 1955, el ejército realizara bombardeos aun contra de la población civil.

Durante el gobierno militar, volvió a debatirse pública­mente el reconocimiento de los derechos políticos de la mujer. La Comisión de Estudios Constitucionales, nombra­da por la Asamblea Nacional Constituyente para elaborar el Proyecto de reformas, fue instalada el 1 de diciembre de 1953. Dentro del paquete de reformas, el Artículo 171, prescribía: "Todos los ciudadanos varones y mujeres eli­gen directamente concejales, diputados a las Asambleas Departamentales, senadores y presidentes de la Repúbli­ca". Éste, fue sustentado ampliamente por Félix Ángel Vallejo22.

Las mujeres empezaron a escribir y presionar a la co­misión desde el mes de diciembre. El día 14 fue entregado un memorial suscrito por Esmeralda Arboleda, Magda­lena Fety de Holguín, Ismenia Mujica, Isabel Lleras de Os-pina, Aydé Anzola Linares y 3 000 mujeres más. En él defendían los convenios internacionales relativos a la mu­jer, suscritos por Colombia, y que no habían sido traduci­dos a normas legales; así mismo atacaban un proyecto que concedía el sufragio a las mujeres casadas, porque signifi­caba una discriminación contra el resto de la población fe­menina, que tendría la calidad de semi-ciudadana. La Segunda Conferencia Regional de Mujeres Democráticas del Tequendama (Cundinamarca) reunida el 23 y 24 de di­ciembre de 1953, respaldó el proyecto del diputado Ángel Vallejo y el memorial firmado por 3 000 mujeres23.

En el curso de los debates en el seno de la comisión, se presentaron contradicciones. Los liberales que participa­ban allí, entre los cuales figuraban Luis López de Mesa y

22. Anales de la Comisión de Estudios Constitucionales, N° 2, enero 15 de 1952, pág. 9.

23. Anales de la Comisión de Estudios Constitucionales, N° 5, enero 30 de 1954, pág. 66.

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José Jaramillo Giraldo, defendieron el sufragio femenino. El grupo de diputados conservadores no tenía una posi­ción unificada al respecto. Eleuterio Serna y Rafael Bernal Jiménez atacaban el reconocimiento total de los derechos políticos de la mujer y abogaban por el reconocimiento gradual del sufragio femenino, reglamentado posterior­mente por el Congreso de la República, ya que, según ellos, había que proteger a las mujeres en las comisiones electorales que tenían un carácter sangriento en el país y que, por otro lado, las mujeres de la "montonera", aviva­rían aún más las pasiones políticas. La Comisión de Estu­dios Constitucionales recibió cartas de mujeres de Cali, Pereira, Barranquilla, Viotá, del comité Pro-Derechos de la Mujer de Tunja, y del Centro Femenino de Estudios de Medellín, en las cuales atacaban la propuesta que dejaba al Congreso la reglamentación del sufragio femenino. Bertha Hernández de Ospina, María Antonia Escobar, Jo­sefina Valencia y Esmeralda Arboleda, se hicieron presen­tes en las sesiones de la comisión y sus puntos de vista fueron escuchados24.

El 27 de abril de 1954 se creó en Bogotá la Organiza­ción Femenina Nacional, según las bases presentadas por Esmeralda Arboleda y Josefina Valencia. El objeto dedicha organización era "reunir a las mujeres colombianas, sin distinción política o social, para luchar por el reconoci­miento y la guarda de los derechos de la mujer y de la infancia a la luz de las normas de la ley de Cristo". Colo­cándose por encima de las banderas de partido, convoca­ban a luchar, entre otros objetivos, por la paz que colma el anhelo del alma femenina, por la igualdad de derechos po­líticos para hombres y mujeres, por el sufragio femenino, por la protección de su derecho al trabajo, contra los des­pidos por matrimonio o estado prenatal, por el derecho a ocupar altos cargos del Estado; por la realización de cam­pañas educativas que exterminen los prejuicios existentes

24. Anales de la Comisión de Estudios Constitucionales, N° 17, abril 13 de 1954, pág. 54, y sigs. 249

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de inferioridad de la mujer, y por una serie de medidas de protección a la infancia. Esta organización estaba presidi­da por Bertha Hernández de Ospina, y María Currea de Aya, su vicepresidenta. Dicho programa fue aprobado ofi­cialmente por el Gobierno, y difundido en los estableci­mientos docentes de todo el país, por orden del ministro de Educación encargado, Lucio Pabón Núnez25.

La primera dama, doña Carola Correa de Rojas Pinilla, dijo en una entrevista hecha por Radio Central de Bogotá, que "[...]la mujer antes de comprometerse bajo el rótulo de algún partido, debe hacerse la reflexión sobre qué le conviene más a los intereses de la familia y de la patria, y proceder en consecuencia"26. También, Bertha Hernández de Ospina Pérez, había afirmado el espíritu partidista que debía guiar a las mujeres en caso de obtener el sufragio: "[...]las mujeres no tendrán en cuenta las ideas políticas de los dos partidos tradicionales. Trabajarán unidas. La Mujer por la Mujer"27.

Dentro de la política del gobierno de Gustavo Rojas Pi­nilla, se propuso ampliar la representación a la Asamblea Constituyente (ANAC) y para tal efecto nombró, el 28 de ju­lio de 1954, como delegada de la Presidencia de la Repú­blica a Josefina Valencia de Hubach y, como suplente suya, a Teresita Santamaría de González, directora de la revista Letras y Encajes. El periódico El Tiempo, en la columna Cosas del Día, y bajo el título de "La Mujer en la ANAC", exalta la labor realizada por las mujeres para lograr la ciu­dadanía plena. Haciendo la salvedad frente a la manera como fue nombrada, por no compartir el procedimiento, aprueban el nombramiento de Josefina Valencia. Conside­ran, además, que la representación femenina debe ser am­pliada con Esmeralda Arboleda, hecho que se realizó poco después28.

25. Letras y Encajes, N° 335 junio de 1954. 26. Letras y Encajes, N° 333 abril de 1954. 27. Letras y Encajes, N° 332 marzo de 1954. 28. El Tiempo, julio 29 de 1954.

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Teresita Santamaría, en un reportaje, declaró que la presencia de la mujer en la ANAC era un paso avanzado y de gran significación: "Muestra además, el interés del presi­dente de la República por el reconocimiento de los de­rechos femeninos. Cuando las mujeres reclamamos el derecho completo a la ciudadanía, no hacemos otra cosa que seguir las indicaciones del Sumo Pontífice, Su Santi­dad Pío XII, que quiere decir que con nuestro voto defende­mos el bien contra las doctrinas del mal"29.

Las tres representantes femeninas a la ANAC, presenta­ron a la plenaria el proyecto de Acto Legislativo por el cual se concedía el sufragio a la mujer; Félix Ángel Vallejo fue el diputado a quien correspondió estudiarlo, y presentó ponencia favorable el 18 de agosto de 1954. En ella plan­teaba, entre otras cosas, que era una cuestión de interés nacional, que no se trataba de hacer cuentas alegres por los resultados electorales, que podría acarrear esta deci­sión a cualquier partido en especial. También afirmaba que a pesar de que la mujer no gozaba de derechos políti­cos, siempre había intervenido en forma indirecta en la política, "para pacificar los ánimos, para aliviar la amarga situación de los proscritos o exiliados, para cerrar las heri­das de los que han sido víctimas de persecuciones, para equilibrar ásperas divergencias y para obrar en todo caso como sedante frente a los fragores y pasiones"30.

La Asamblea Nacional Constituyente, mediante Acto Legislativo N° 3 de agosto 27 de 1954, otorgó a la mujer el derecho a elegir y ser elegida; sin embargo, la votación no fue unánime. Los diputados Guillermo León Valencia, Juan Uribe Cualla y Alvaro Lloreda presentaron una pro­posición según la cual la ley debía reglamentar el ejercicio del sufragio femenino, para darle particulares garantías que la protegieran. Esta propuesta generó una agria discu­sión entre Josefina Valencia y su hermano Guillermo León,

29. Letras y Encajes, N° 336, julio de 1954. 30. Anales de la Asamblea Nacional Constituyente, agosto 18 de

1954, págs. 106 y sigs.

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ya que tras la supuesta protección legislativa se escondía ía posibilidad de volver atrás la conquista del pleno ejerci­cio de los derechos políticos de la mujer31. La votación es­tuvo caracterizada por las constancias dejadas por los distintos sectores representados en la ANAC, en las cuales respaldaban la decisión o aclaraban los motivos de su voto.

Los diputados conservadores, Luis Ignacio Andrade, Alfredo Araújo Grau, Belisario Betancur, Guillermo Ama-va y José Mejía, entre otros, dejaron una constancia en que afirmaban que el partido al que tenían el honor de re­presentar, defendía el principio democrático de la igual­dad civil y política entre el hombre y la mujer. Reconocían "[...]que las esclarecidas damas autoras del proyecto, pro­ceden con histórica altura, rectitud mental y clamorosa justicia, al reclamar la adopción del estatuto"32. Se queja­ban de que este acto democrático no armonizara con el aplazamiento dado por la ANAC al restablecimiento de la vida institucional y al ejercicio del sufragio, además esta­ban en desacuerdo con que la corporación no hubiera pro­movido ninguna iniciativa tendiente a hacer cesar el destierro de Laureano Gómez y Alvaro Gómez Hurtado. Y, por último, decían que habían votado afirmativamente el proyecto sobre sufragio femenino, "[..Jceñidos con fide­lidad a la doctrina conservadora y en homenaje a la mujer colombiana, con nuestra férvida invocación para que ella coopere con nosotros en el reclamo constante del pronto restablecimiento de la normalidad democrática en el país .

El diputado Antonio García, en nombre del socialismo, adhirió sin reservas al reconocimiento constitucional in­mediato e integral, "[•••]no sólo del voto, sino de la ple­nitud de los derechos políticos y sociales de la mujer".

31. Anales de la Asamblea Nacional Constituyente, N° 12, agos­to 25 de 1954.

32. Anales de la Asamblea Nacional Constituyente, N° 13, agos­to 27 de 1954.

33. Ibidem.

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Afirmaba que: "el marginamiento político de las mujeres es un artificio monstruoso en un país en el que las guerras civiles y la violencia han golpeado sin discriminación de sexos y sin detenerse ante personas que no tienen ingeren­cia ni responsabilidad en la conducción del Estado". Denunciaba que "[...]la mujer trabajadora en los campos y en las ciudades es víctima de un tratamiento discriminato­rio y la maternidad no está consagrada como la primera de las obligaciones de la seguridad social del Estado. A las cargas biológicas que a la mujer ha impuesto la naturaleza no podemos agregar nuevos factores opresivos, como son los originados en la injusticia social"34.

Sin embargo, ni las mujeres, ni los hombres colombia­nos pudieron ejercer el derecho al sufragio, porque duran­te la dictadura no hubo elecciones. El régimen militar dio cabida por primera vez a la mujer en los altos cargos del Estado. Josefina Valencia fue gobernadora de departa­mento y ministra de Educación; Esmeralda Arboleda fue miembro de la ANAC y María Eugenia Rojas, hija del dicta­dor, dirigió un organismo nacional de asistencia social, llamado SENDAS.

Bajo la dirección de Ofelia Uribe de Acosta, circuló en esa época el periódico Verdad, que impulsaba el sufragio femenino. En sus comienzos simpatizaba abiertamente con el gobierno militar, pero su cierre fue ordenado por la dictadura, después de que registraron la disolución de la marcha de mujeres contra el régimen en Bogotá y que fue reprimida con mangueras del cuerpo de bomberos. Las directoras de la revista tuvieron que refugiarse para no ser detenidas35.

Efectivamente, el día 10 de agosto de 1955 se realizó en Bogotá una marcha de mujeres, de la cual da testimonio Luis Eduardo Nieto Caballero. En una de sus Cartas clan­destinas al teniente general Gustavo Rojas Pinilla, le infor-

34. Ihidem. 35. Testimonio de Ofelia Uribe de Acosta, en 1984, marzo 8, Día

Internacional de La Mujer, en una entrevista pública realizada en la Biblioteca Nacional por una de las autoras de este trabajo.

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mó "[...]acerca de la entrada de la alta sociedad femenina de nuestra capital en la historia. Treinta o cuarenta escla­recidas damas concibieron el proyecto de hacer una mani­festación pública de conformidad[...] en las iglesias de La Veracruz y San Francisco, cálidas con el recuerdo de nues­tros proceres y de las familias coloniales36.

En la marcha llevaron carteles que decían "Queremos Prensa Libre", "Queremos el retorno a nuestra Colombia libre y democrática", "Protestas de la Mujer Colombiana". El grupo de mujeres fue creciendo hasta convertirse en una manifestación de centenares de mujeres. En los alre­dedores de la Plaza de Bolívar, se congregó también una manifestación de unas 20 000 personas, "todos cantába­mos el Himno Nacional y batíamos pañuelos[...] Pero no habíamos salido de la primera calle real, cuando de nuevo sentimos el ruido amenazador del tanque y movimiento de tropas[...] Soltaron unos violentos chorros de agua a pre­sión que les dio fuerza suficiente para derribar algunas damas y para calar hasta los huesos a varios caballeros"37. Hace el señor Nieto Caballero una relación detallada de los apellidos de las damas que allí estuvieron, para que se dieran cuenta de que "[...]no podían llevar intenciones más nobles de las que se llevan y de que no es posible en­contrar en la República nadie más digno de respeto que ellas"38.

En los inicios del Frente Nacional

Colombia fue de las últimas repúblicas latinoamerica­nas en reconocer la plenitud de derechos políticos a las mujeres. El ejercicio activo del sufragio de la mujer, se ini­ció en el año de 1957 con el plebiscito, en una coyuntura caracterizada por el caos económico, violentas contradic­ciones sociales y cuando el país salía de la guerra fratri-

36. Luis Eduardo Nieto Caballero, Cartas clandestinas, Edicio­nes Académicas, sin fecha de edición, págs. 28 y sigs.

37. Ibidem.. 38. Ibidem.

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cida conocida como La Violencia. Una vez derrocado el ré­gimen militar, y con el objeto de "civilizar" los comicios electorales, se convocó a la mujer, como persona de la paz, para salvar al país del caos en que se hallaba sumido. La prensa realizó campañas, entrevistas y demás formas de motivación de la población femenina para participar acti­vamente en el proceso plebiscitario. Los comités femeni­nos de los partidos tradicionales realizaron campañas para promover la cedulación de las mujeres. En las decla­raciones dadas a la prensa por las entrevistadas, aparecen elementos comunes sobre ese proceso político: la certeza de haber sido espectadores y víctimas de la vida política del país, la necesidad de votar el plebiscito como remedio excepcional en una situación desesperada, y la ilusión de poder contribuir, con su participación activa en la vida política, a la solución de los problemas sociales que afecta­ban a la mayoría de la población colombiana y, principal­mente, a las mujeres y a los niños.

Alberto Lleras Camargo, uno de los gestores y promo­tores de los acuerdos que condujeron al plebiscito, pro­nunció, en el mes de agosto de 1957, una conferencia, invitado por la Asociación Profesional Femenina de Antio-quia. Planteaba, entre otras cosas, que el derecho al sufra­gio, de repente se concedía "sin ninguna lucha, ni petición de parte de la mujer colombiana, es decir, [se concedía] su plena participación en la vida política y social en [la] que no estaba interesada". Hacía un breve recuento de los mo­tivos alegados por los partidos tradicionales en la historia del país, para negarle los derechos políticos a la mujer, y afirmaba que esta carencia la había vuelto irresponsable frente a sus obligaciones sociales y le había imposibilitado pensar libremente. Alertaba sobre una corriente, "creo que tiene su origen en Cali y que entiendo es un grupo peque­ño de profesionales que encabeza una señora que ha escri­to un libro muy voluminoso, que sostiene una idea sí completamente revolucionaria: 'Que debe hacer un parti­do de las mujeres y un partido de los hombres' ". Proponía Lleras, la creación de un organismo similar a la Liga de

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Mujeres Votantes existente en los Estados Unidos, que "no pretende ser un partido político, ni una organización en favor de uno y otro partido, sino que únicamente se ocupa de aconsejar al elector femenino sobre el partido que en un momento dado esté ofreciendo condiciones más favo­rables". Las llamaba a tener una posición de independen­cia frente a los dos partidos, adhiriéndose a uno u otro según las propuestas que les presentaran en cada elección. El 17 de noviembre de ese mismo año se creó en Medellín la Unión de Ciudadanas de Colombia.

En el plebiscito realizado el 1 de diciembre de 1957, votaron 1 835 255 mujeres, que era el 42% del total de la población que sufragó. No obstante estos resultados, en el país no existía realmente la voluntad política de dar parti­cipación activa a la mujer en la vida pública del país; en lo que realmente estaba interesado era en su papel como electora y elemento pacificador de los comicios electora­les. En el mes de febrero de 1958, un grupo de mujeres antioqueñas envió una carta a la Junta Militar de Gobier­no, en la cual protestaban por la exclusión de las mujeres de las Comisiones Consultivas Paritarias, que tenían por objeto recoger las inquietudes nacionales para ser presen­tadas al próximo congreso nacional. Consideraban que con tal decisión "no se atiende el sentido de la nueva polí­tica trazada en el plebiscito del 1 de diciembre".

En las siguientes elecciones para elegir presidente y Cuerpos Colegiados, en marzo de 1958, las mujeres eran el 41 y el 40%, respectivamente, del caudal de votantes. Lucila Rubio de Laverde afirma que hasta ahí llegó el entusiasmo político de las mujeres: "Terminaba la lucha clandestina por el retorno a la democracia: copiar comunicaciones y distribuirlas, hacer mandados y llevar recados, auxiliar a los exiliados y visitar a los presos políticos, todas volvie­ron a la vida normal del hogar. Las aspirantes a los cargos de representación popular no hallaron otro medio diferen­te para lograr sus aspiraciones que la amistad con los miembros de los directorios políticos o las influencias de padrinos importantes".

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Movimiento de mujeres en l o s a ñ o s 60 y 70. La diferencia h o m b r e - m u j e r :

de l equi l ibr io a l conflicto

YOLANDA GONZÁLEZ

Pensar en el período sobre el que deben t r a t a r estas líneas, «es ante todo remitirse a una época que m a r c ó a una ge­neración de hombres y mujeres como la generación de transición entre lo que bien puede llamarse un orden tra­dicional y -sin pretender una denominación precisa- un nuevo estado de cosas.

Si bien existe alguna documentación que da cuenta de esfuerzos puntuales y preocupaciones precisas por las que se agruparon las mujeres aquí y allá en busca de definir pro­blemas, preguntas, caminos propios, será también necesa­rio leer en hechos y experiencias lo que ha s ido el devenir de la mujer en este período. Durante este lapso encontra­mos a la mujer frente a cambios vertiginosos, mientras permanecen intactas las ideas y los ideales que parecieran corresponderle desde siempre, al menos, como fundamen­to que hasta entonces orientaba la vida con movimientos naturales, sin imprevistos, ofreciendo un statu quo, del cual, más que duradero, diríase que inquebrantable.

Statu quo: equilibrio en la diferencia codificada

El hombre ocupaba su lugar, seguía un patrón de con­ducta, tenía asignada su función social. Igual ocurría en el caso de la mujer. Y lo que a cada cual correspondía, venía indicado como derivado lógicamente según su pertenen­cia al género masculino o femenino. Así, la casa delimita­ba bien el ámbito de acción de la mujer, definía su campo

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Movimiento de mujeres en los años 60 y 70

de libertad1, se levantaba como claro límite que marcaba sin confusión posible lo que estaba permitido, lo que esta­ba prohibido; un adentro donde hacía y disponía, reinaba; un afuera donde sólo un cuidadoso itinerario diseñado por las necesidades de su casa, afirmaba y protegía en gra­do superlativo su identidad: muy mujer de su casa.

Salir a la calle traspasando estos límites era adquirir la identidad de pertenecer a ella (algo así como también exis­ten los "chinos" de la calle).

Pero había todavía otra posibilidad para quien quisie­ra rehuir estos dos espacios: encontrar protección en la identidad que otorga un espacio conventual, desde el cual se abría la posibilidad de participar en las actividades de beneficencia social o de servicios a la comunidad a cargo de entidades religiosas, con lo que, es presumible, se com­pensaba bien el "abandono del mundo".

Para el hombre estaban dados la autoridad de la casa, el mundo del trabajo y de la política.

Distribuidas las funciones, las actividades, los campos de acción, se lograba un desenvolvimiento de la vida que descansaba en la concepción de la diferencia hombre-mu­jer en términos que ofrecían un equilibrio. Independiente­mente de que desde nuestra perspectiva actual estemos o no de acuerdo con esa configuración de las diferencias, lo que aquí interesa señalar es precisamente cómo de ellas se derivaba la existencia de un equilibrio. Es una consta­tación cuya importancia, al perderse de vista, entraña los desenfoques y falsos problemas que serán asunto en los movimientos de mujeres.

Sin embargo, no sobra recordar los argumentos, táci­tos o explícitos, que sustentaban esta forma de pensar: la diferencia hombre-mujer como integración de elementos en un orden dado. Las funciones asignadas a cada uno se derivaban de su propia naturaleza, a la que se atribuían capacidades, virtudes, inclinaciones, pudiendo así encon-

1. Isaiah Berlín, "Dos conceptos de libertad", en Libertad y nece­sidad en la historia, Madrid Revista Occidente, 1974, págs. 133-182.

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trar, de un lado, inteligencia, coraje, fogosidad, y de otro, afectividad, espíritu maternal, templanza. De esta separa­ción iba de suyo la consecuente separación de las tareas.

Además de que esta diferenciación ofrecía un equili­brio, sus términos eran valorados en orden jerárquico como superior-inferior, lo que a todas luces daba cuenta del dominio del mundo masculino sobre el femenino.

En este estado de cosas, mientras la mujer se mantu­viera en el límite asignado, socialmente reconocido, puede decirse que ella también lograba un equilibrio entre su hacer, sus decisiones, su afirmación de acuerdo con una imagen de sí y con el reconocimiento social. Tendría que corresponder con la imagen de mujer dictada y pertene­ciente a la opinión pública, en la que confluían ideas e ideales de tiempo atrás legados por la religión y por las expectativas y exigencias psicológicas tendientes todas a la imagen materna, lo cual delineaba incluso los límites de su más íntimo actuar, de su más íntimo pensar.

Así, la diferencia de ámbitos, posibilidades, preocupa­ciones, configuraba los dos mundos donde hombres y mu­jeres afirmaban su identidad.

De esta diferencia hubo quienes se escaparon, corrien­do por su propia cuenta los riesgos personales y sociales que tal decisión conllevaba; pero sin conmover la argu­mentación: no se constituían en un contraejemplo que echara por tierra las creencias fundadas en el orden rei­nante, no eran más que excepciones fuera de lugar, que probaban la regla de la mujer como inferior.

En la diferencia bien codificada reposaba el armónico equilibrio de "cada cual a lo suyo", porque cada cual pare­cía tener por esencia definido su destino. Y lo tenía.

¿Cómo vienen los cambios?

En muy diversos órdenes se producen modificaciones. En el orden legal, la mujer gana la posibilidad dé ser pro­pietaria. En la educación adquiere la posibilidad de ir a la universidad. En lo político, finalmente y tras los ya conoci-

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dos avatares de insurgentes voces femeninas (avatares que han llevado hasta el refinamiento de hablar de "participa­ción indirecta en política"), de las más inesperadas manos, recibe el derecho al voto2. Según se mire, empieza a ser cada vez más requerida en el mercado de trabajo o la eco­nomía familiar empieza a necesitar su aporte.

Estos cambios parecen desdibujar el límite anterior. No parece ya que existan interferencias que impidan a la mujer participar activamente en otros campos diferentes a la casa, ir a estudiar, salir a trabajar, intervenir en política o incluso tener una actividad creadora.

Con todo, las mujeres que no salían venían a ratificar que esto no se correspondía con sus deseos ni capacida­des. Mientras que las que se decidían o tenían que hacerlo, debían afrontar dificultades que podrían resumirse en lo siguiente: rechazo social manifiesto en diversas formas como condena a su actuar, "cómo puede una mujer", dudas sobre su feminidad, sospecha sobre su integridad como esposa y madre, incredulidad sobre su eficacia. A esta lista se añade el Premio Nacional de Medicina 1991, con argu­mentos hasta el momento inauditos, como que la mujer que trabaja -aunque el facultativo no pueda establecerlo estadísticamente- se vuelve muy propensa al homosexua­lismo y a la masturbación (se siente la tentación de pre­guntar: ¿a qué horas entonces trabaja?)3. En fin, aún no había ojos que pudieran mirar sin aturdirse a la mujer en la calle, fuera de casa. Y era difícil.

Los cambios rompían la clara correspondencia ante­rior, creaban nuevas posibilidades, las cuales se juzgaban inadecuadas: "no le queda bien a la mujer". Pero, entre op­cionales y forzosas, todas las puertas quedaban abiertas.

Para no ver entonces que la mujer se lanzara así, sin más, a la calle, se buscaban transacciones: estudiar ¿por

2. Ofelia Uribe de Acosta, "Una voz insurgente", entrevista con Anabel Torres, en Voces insurgentes, Bogotá, Guadalupe, 1986, págs. 27-45.

3. Programa "Cosas de la vida", Telepacífico, Cali, marzo 4 de 1992.

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qué no?, mientras tanto, pero en universidades y carreras femeninas; trabajar, ¡sea!, pero conservando su lugar; a votar, sí, en manos de la mujer está mantener el orden tra­dicional; crear, ¡mh!, se discute el qué dirán, pero se sabe que el mundo de los artistas es pesado.

Sin embargo, sí, todas las puertas estaban abiertas, y de tal manera, que lo que hasta el momento había signifi­cado traspasar un límite establecido, ahora se entiende como la ampliación del límite. Y ampliación efectiva: la mujer sale a estudiar, la mujer sale a trabajar, se acepta su participación en política.

Al romperse de hecho la concepción codificada, que permitía la organización de los dos mundos marcados por la. diferencia, sin interferirse uno a otro, guardando un equilibrio, surgen situaciones conflictivas que deben en­contrar vías de solución.Ya que los cambios en la forma de vivir una diferencia, son los que pueden convertirla en fuente de conflicto.

Si tomamos, por ejemplo, la diferencia de cultos, cuan­do ésta se da entre dos pueblos sin relación ninguna, cada uno pensará sin duda estar en la creencia verdadera, aun­que pueda sentir horror o piedad por los que se hallen en las tinieblas exteriores. Esta diferencia sólo se vuelve con-flictiva cuando se trata de dos pueblos que conviven estre­chamente. El conflicto debe entonces saldarse por la fuerza, imponiendo nuevos dioses. Cuando las fuerzas en lucha no permitan fácilmente llegar a una situación de vencedor y vencido, será necesario reconocer la diferencia, conquis­tando así una nueva libertad: la libertad de culto.

De esta manera, cuando el ámbito de acción de la mu­jer se amplía, coincidiendo con el hasta entonces reserva­do al hombre, se crea el terreno que podrá llevar a pensar en adquirir derechos de igualdad.

A los cambios mencionados, que tocan a la vida pública, se añadieron otros de importante efecto como la necesi­dad de controlar el crecimiento de la población, produ-

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ciendo la ruptura con los límites religiosos que custodia­ban lo tocante a la vida privada4.

Si consideramos uno a uno los cambios, ninguno se produjo pensando en cambiar la situación de la mujer. Pero todos juntos, sin proponérselo, la llevaron a una nue­va situación. Nadie en particular decidió ampliar el campo de acción para la mujer. Fue un hecho, resultado de causas dispersas, de dispares procesos; cada uno, hombre y mu­jer, preocupado por la afirmación de sus necesidades, de sus propios intereses, amplió el límite sin atender, quizá sin imaginar, todos sus efectos. El nuevo límite así creado no encontró legitimación porque se transformara en el modo de pensar a la mujer; simplemente se amplió y fue siendo aceptado sólo por el grado de generalización que iba alcanzando.

Hubo, claro, un momento en el que la mujer tuvo que enfrentar la condición de ser "la mamá que trabajaba", como decisión por entero sostenida por su coraje. Pero rá­pidamente -si se piensa en términos sociales- la mujer puede estudiar, puede trabajar, puede controlar la natali­dad: muchas mujeres lo hacen y encuentran respaldo en las necesidades de la vida actual, que no va a detenerse en prejuicios o valores, que no sopesa ni asume consecuen­cias en términos de individuos, menos aún de identidades. Así, se da una vertiginosa flexibilidad para la ampliación de su límite de acción; basta que ella actúe de manera co­mún y corriente.

Y aunque los riesgos personales y sociales que esta si­tuación acarrea, sigan corriendo por cuenta de cada mu­jer, todos estos cambios dan lugar a nuevas actividades, a nuevas formas de relación, a nuevas aspiraciones, a nue­vas preocupaciones y necesidades, en una palabra, a nue­vas libertades posibles. Muchas e importantes libertades de hecho.

En cuanto a la imagen de la mujer, la flexibilidad para

4. Las campañas de control natal se iniciaron en tiempos de la Alianza para el Progreso en la década del 60.

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aceptar modificaciones no es la misma. Se crea entonces un gran desequilibrio: el ritmo de modificaciones tolerable en los hechos, para nada se corresponde con la rigidez para aceptar modificaciones en las ideas e ideales que ata­ñen a la mujer.

Antes bien, es reiterativa la preocupación por afirmar, y en cuanto sea posible por boca de la misma mujer, que aunque ella se mueva en campos distintos a su casa, su imagen fundamental no ha cambiado. Ni ella ha cambiado sus expectativas, ni defraudará las que de tiempo atrás so­bre ella se han forjado; simplemente han aumentado ad­mirablemente sus labores.

Sin embargo, lo que era natural se vuelve pregunta. De la aceptación "es así", comienza a sospecharse: "sí, pero podría ser de otra manera".

La mujer, que no decidió propiamente los cambios, queda inmersa en un discurrir de la vida que desborda en mucho el bagaje ideológico existente. Cambios que, como posibilidad abierta, cubren en principio a todas las mu­jeres.

¿Cómo apropiarse de los cambios?

En la década de los 60, el derecho al voto como forma de participación política no tenía mucha importancia, ni para hombres ni para mujeres; pues los partidos tradicio­nales copaban el espectro posible de opciones con el acuerdo que fue el Frente Nacional, el cual desdibujó toda diferencia de ideas convirtiendo a la política en una defen­sa de cargos y de los partidos -en palabras de Alfonso López Michelsen- en "beneficiarios del reparto e identificados ideológicamente"5. Éste era el estilo doméstico de conte­ner los conflictos sociales: un equilibrio pactado, exclu­yendo por completo la defensa y la controversia de ideas, los hizo suponer que quedaban eximidos de dar respuesta

5. Alfonso López Michelsen, "In Memoriam", Semana, N° 401 (enero 9 a 16 de 1990).

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a tantos problemas de un país ya comprometido en un do­ble proceso de crecimiento económico y deterioro social. Mientras tanto, en el mundo se desenvolvían aconteci­mientos tales como la cercana Revolución Cubana, la gue­rra del Vietnam con sus costos políticos y sociales en Estados Unidos, el Mayo del 68 en Francia -con su juven­tud acompañada por amplios sectores de la población, desde la policía hasta insignes científicos en la agitación de inusitadas consignas liberadoras-, la Revolución Cultu­ral China con sus médicos descalzos, rompiendo esque­mas al parecer inconmovibles; en suma, se hacía patente la exigencia de nuevas propuestas hacia un mundo mejor.

Encontramos entonces a nuestra generación de transi­ción en un ambiente universitario, en medio de las inquie­tudes culturales y políticas del momento, ávida de conocer y hacer, con fervoroso anhelo de cambio, un mundo nue­vo, por el que se configuró la posibilidad alternativa para hombres y mujeres de participar en política.

Es así como en este ambiente la mujer empezó a apro­piarse, más que del derecho al voto, de una forma de parti­cipar en política.

El mundo nuevo

En ese tiempo, para la mujer, ir a la universidad, tras el triunfo o no en la discusión familiar, significaba ingresar en un ambiente lleno de atractivos donde se suponía su igualdad en las aulas, donde la sensibilidad social apren­dida en los colegios encontraba una causa terrenal que requería una amplia tarea por llevarse a cabo, donde se su­ponía su participación discutiendo, proponiendo, traba­jando al lado del hombre, donde con todo su corazón quería afirmar que no se hallaba allí "mientras tanto".

Por entonces el cambio esperado era un cambio en un sentido mayúsculo, se visualizaba como cercano. En 1962 el primer número de Estrategia, publicación que se propo­nía "la exploración progresiva de las condiciones históricas

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de la revolución colombiana", sa ludaba así a la Revolu­ción Cubana:

Desde los alzamientos de los Comuneros y del indio Tupac Amarú, pasando por las campañas libertadoras de los Andes, hasta los movimientos democrático-bur-gueses de la centuria actual, en medio de sus debilida­des, de sus contradicciones y de sus fracasos, ha existido una constante deliberación. La Revolución Cubana se ubica dentro de ella, ella culmina esa larga jornada por la democracia, ella sitúa en un plano más alto -el más alto posible en nuestro tiempo- el tenaz esfuerzo de aquellos que intentaron hacer de Latinoamérica un te­rritorio libre de la explotación feudal y de la domina­ción extranjera.

Pero, en segundo lugar, la Revolución Cubana no es una simple continuación del pasado, sino un fenómeno nuevo enfrente de ese pasado. La Revolución Cubana ha llevado a cabo una gran transformación social, sin que se haya frustrado por las debilidades, las contra­dicciones y los obstáculos que dieron al traste con mu­chas de las conquistas alcanzadas en un momento dado por otros movimientos de nuestra historia. Y la Revolución Cubana no se frustró porque es la primera en que el sacudimiento social se hace no para reempla­zar una clase explotadora por otra, sino porque ha suprimido los explotadores al suprimir el régimen se-mifeudal de la tierra, el imperio de los monopolios extranjeros, todo tipo de dependencia y comienza a construir una sociedad socialista.

La Revolución Cubana rompe, en este sentido, con esa especie de destino de Sísifo de las revoluciones lati­noamericanas, abre una posibilidad desconocida entre nosotros: la de acceder a una sociedad socialista. Y la abre para ya, para ahora, para hoy. Tal el aspecto abso­lutamente nuevo que presenta respecto a la tradición6.

6. José Olmedo, "Viva el Fidelismo", revista Estrategia, N° 1, (Bogotá, julio de 1962), pág 3.

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Por el pronto advenimiento de un mundo justo, bien valía la pena entregar todos los esfuerzos posibles. Dar primacía a preocupaciones de la vida privada, a lo perso­nal, no podría menos que ser una mirada de corto alcance. Es claro que mientras tanto se amaba, se tenían hijos, se desarrollaba inevitablemente una vida cotidiana, pero todo esto se asumía, entre bohemia e inspiración hippy, sin atender a la manera tradicional. Cuando viniera ese mundo esperado sin explotación, otras serían las relacio­nes entre los hombres, finalmente se desplegarían todas las capacidades humanas, se tendría derecho a la felicidad en la tierra. No podría haber nada más importante que ser sujeto activo de ese mundo por construir, el mundo del fu­turo, el que, como estaba profetizado, estaba en manos del proletariado como protagonista principal. El mundo inte­lectual tenía entonces la gran tarea de prepararse y con-cientizar a la clase en cuyas manos estaría la liberación de todos.

La educación universitaria propiamente dicha, sólo in­teresada en la reproducción del sistema, hacía necesario buscar también la verdadera educación alternativa en grupos de estudio donde se formaran intelectuales capa­citados para cumplir su función de revolucionarios com­prometidos y hacer el trabajo de concientización de las masas. Entonces, el espacio y horarios universitarios se prolongaban en casas de profesores, en horas nocturnas, en sábados y domingos7. Hacer política no era una activi­dad más entre otras, era la actividad que configuraba la vida, la causa común por la que se liaban relaciones, más precisamente entre compañeros, la que creaba un círculo protector frente a un mundo a todas luces hostil, la que permitía organizar la vida con sentido de comunidad, lle­na de las emociones del refugio, obligado o buscado, de la clandestinidad8.

7. No hay que olvidar la importancia de estos grupos de estudio para el crecimiento cultural de los últimos 30 años.

8. Corrían días en los que la falta de libertad de prensa hacía

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Símbolo de la época puede ser la persona de Camilo Torres, el trabajador por la reforma agraria, el profesor de la naciente Facultad de Sociología, el amigo de las muje­res y compañero de intelectuales, el cura que oficiaba los matrimonios entre revolucionarios, por cuyas palabras bien valía la pena volver a la iglesia, el que hoy fundaba un periódico de agitación y mañana partía al monte a con­quistar su arma en el combate, el cura que murió dando testimonio de la verdad con su sangre. En su vida se con­centraron todas las preocupaciones que entonces bullían en el ambiente universitario.

Llegar a la clase obrera, en realidad, no fue fácil. Mien­tras tanto se trabajaba, con gran éxito, por borrar todos los vicios e ideas pequeño burguesas traídas de origen.

Por entonces, hablar de la diferencia hombre-mujer habría carecido de sentido. La diferencia al orden del día era ser revolucionario o reaccionario. Y entre revolucio­narios quedaba supuesto el igualitarismo. El comporta­miento de hombres y mujeres era dictado y quedaba por completo legitimado por las tareas de la causa, que se constituía en punto de vista compartido. Así, por ejemplo, el tema del control natal sólo era enfocado en su alcance como política de la clase dominante aplicada para resolver un problema social en términos de "no hace falta comida, sobran bocas". Las noticias sobre movimientos feministas llegaban como una prueba más de la proverbial extrava­gancia gringa. Fueron voces que sólo se escucharon tar­díamente en la década de los 70. Se miraba más hacia Francia, a la pareja modelo de intelectuales comprometi­dos, quedando en silencio la preocupación por una vida cotidiana que en nada podría ya parecerse a la de Sartre y Simone de Beauvoir9.

muy peligroso editar folletos revolucionarios, lo que en ocasiones condujo a la construcción de prensas manuales según la enseñanza, liberal.

9. Hacía falta volver a la lectura de Simone de Beauvoir entre mujeres.

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Pero la izquierda ha tenido varías líneas: en un extre­mo, las que han reducido todo su objetivo a tomarse el po­der por las armas, con lo que la vida cotidiana quedaba resueltamente abandonada y donde se ha llegado a un for­zado igualitarismo en la guerra que penaliza el embarazo en la mujer. En otro, las que se dedicaron a refinar cada vez más las críticas al capitalismo.

Entre las que se dedicaron al trabajo intelectual y pe­dagógico, la reflexión se enriqueció con los estudios que en esta misma línea se producían principalmente en Euro­pa, relectura de El capital, análisis cada vez más minucio­sos sobre el poder, más atentos a las diversas formas en que se encarnan las relaciones de opresión; se incorporan preocupaciones pertenecientes al momento actual, como la ecología; se presta oído a los nacientes movimientos libertarios. Al mismo tiempo que se fundan cada vez me­nos esperanzas en un cambio que advenga desde el poder, se va definiendo más la aspiración al cambio en la calidad de la vida, con lo que se introduce una reflexión sobre la vida cotidiana que ya no parece deba postergarse para tiempos mejores. De esta manera, se advierte que la lucha política debe estar comprometida desde ya en la construc­ción de una cultura que se contraponga al capitalismo. Así, el panorama se amplió mucho más allá del combate a la explotación; porque el enfoque de las formas de opre­sión multiplica los motivos para una reflexión crítica tendiente a señalar los escollos o las modificaciones nece­sarias para una vida cualitativamente mejor. Para hacer política no hace falta entonces llegar hasta la fábrica. En cada expresión cultural, en cada lugar de trabajo, en cada relación, puede el intelectual llevar a cabo su función polí­tica10.

Entre El capital y la clase obrera, el intelectual podía situarse como mediador en la tarea de hacer tomar con-

10. Michel Foucault, "Verdad y Poder", entrevista con M. Fontana, en, Sexo, poder, verdad, Barcelona, Editorial Materiales, 1978, págs. 215-237.

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ciencia de su misión a los explotados. Pero ante la dimen­sión que abren las nuevas perspectivas, no es ya posible llevarlas como estricto mediador a la clase obrera, tocan la propia vida en muchos niveles. Y a cada cual, obrero o in­telectual, le quedan por definir las formas precisas en que se ve afectado y comprometido en prácticas de domina­ción. Esta ampliación del panorama político es quizá la que explica cómo la clara unión en una causa comenzó a presentar fisuras.

Cuando se descubre en lo privado un sentido político, no es posible ya contenerlo en aras de la causa, se rompe el equilibrio establecido en comunidad, haciéndose necesa­rio redefinir el rumbo de los esfuerzos por realizar. Se des­pierta suspicacia a propósito del igualitarismo dado por hecho.

Y cuando la política no se define exclusivamente como defensa de una posición de clase, en la indiferenciación que establecía el mundo vivido entre "compañeros", co­mienza a perfilarse la diferencia como motivo de reflexión.

En el curso de esta paulatina redefinición de lo políti­co, surgen finalmente, en la década de los 70, grupos de mujeres que después de muchos rodeos terminan recono­ciendo en los movimientos feministas, en sus distintas ver­siones inglesa, norteamericana, francesa, la expresión de un punto de vista en el que resulta válido detenerse, de problemas por pensar efectivamente, la definición de un tema que sin lugar a dudas está al orden del día. Puesto sobre el tapete el problema femenino, llega para la mujer el momento de hacer un alto en el camino para pensar su situación.

Como queda dicho, por una parte la forma de identi­dad que se había concebido para la mujer, no guardando ya un equilibrio armónico con la vida que efectivamente lleva y a la que se espera que responda, queda entonces por encontrar el respaldo social a las exigencias que con­llevan los nuevos límites en los que se desenvuelve.

Por otra parte, al no vivir ya el pacífico acuerdo que ofrecía el statu quo entre un hacer y un pensamiento limi-

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tados, limitantes, la libertad en los hechos en ausencia de un progreso correlativo en la libertad de pensamiento que la sustente, significa una presión difícil de sobrellevar. En suma, se reavivan preocupaciones que parecían haberse resuelto con la entrega al trabajo político.

Llega pues el momento de retomar tantos cambios ve­nidos de tan diversos lugares, sin que haya habido aún un proceso de apropiación desde el punto de vista de la mujer, una puesta al día en el orden de las ideas más acorde con la situación que se vive. Es tal vez la urgencia de un aggior-namento que amplíe los criterios y expectativas a propósi­to de la mujer, lo que inicialmente puede definir a los grupos de mujeres que, mediada la década del 70, comen­zaron a asumir interés por el tema".

Un espacio propio

Tratándose de cambios, la disposición para transfor­mar las formas de pensar es la más lenta. Según parece, esto se debe a un sabio principio de conservación. Sor­prende saber que este principio no se refiere exclusiva­mente al mundo de las costumbres, de las creencias, de los valores. Es un principio que igual se respeta en el mundo de la "verdad", entre científicos, en el que una nueva forma de pensar un problema, que amenace con echar por tierra una anterior, se debe probar largamente hasta llegar a ser aceptada, no por éste o aquel miembro, si no por la "co­munidad científica establecida"12.

Teniendo en cuenta que en el caso que nos ocupa los mismos hechos han cambiado, quizá sobre entonces ima­ginar cuánto tiempo requerirán cambios que atañen a la identidad de la mujer, cambios que forzosamente compro-

11. Estos grupos iniciaron las siguientes publicaciones: Cuénta­me tu vida, Cali, mayo de 1978; La manzana de la discordia, Cali, no­viembre de 1981; Brujas, Medellín, 1982.

12. Thomas S. Kuhn, "Progreso a través de revoluciones", en: Las revoluciones científicas, cap. 13, Fondo de Cultura Económica, pág. 262.

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meten todas las relaciones fundadas en ella. Cuánto tiem­po tomarán en la misma mujer, cuando pueden y suelen presentarse oscilaciones, avances y retrocesos.

Pero, en los espacios creados por las mujeres, la mag­nitud de la empresa que las reunía no podía sospecharse; entre indignación o risas surgían ejemplos que ilustraban la manera "anterior" de ser pensadas y de pensarse. Sin embargo, había en ello un cambio importante: se compar­tían experiencias, rompiendo con la versión solitaria, se hablaba rescatando o tomando distancia de situaciones nunca antes pensadas, en otras voces se reconocían preo­cupaciones íntimas, los nombres propios se renovaban, la vida cotidiana surgía como fuente inagotable de pregun­tas, de saber; se relataba, se escuchaba, en fin, se creaba una comunidad de mujeres en busca de formular ideas, de encontrar sus propias palabras, su punto de vista, de pro­ponerse trabajos, de tomarse en serio, de respetarse mu­tuamente y tejer con todo ello valiosos lazos de amistad.

¿Cómo seguir un orden del día? Desde lo político hasta lo intimista, ¿cómo hallar el tono justo? Pululan diversi­dad de temas, ¿cuál es su orden de importancia? Habrá que ir por partes. Así comienza la mujer a ver los cambios ocurridos en su situación.

En el acceso al trabajo encuentra no solamente el be­neficio que significa el sentirse socialmente útil, se ve con­frontada tanto en su hacer como en sus responsabilidades a situaciones que le exigen un crecimiento personal, pue­de lograr aprecio más allá de sus funciones domésticas, el salario en sus manos no equivale solamente a las necesi­dades prácticas que viene a suplir, significa poder tomar decisiones, ganar independencia, ser tomada en conside­ración. Se vuelve entonces la mirada a la casa donde se halla la mujer y los niños, la comida y el afecto, el orden y las cuentas, los enfermos y la ropa colgada en el patio; todo reunido como "quehaceres domésticos". ¿Por qué no son considerados como un trabajo?

Y las dificultades: por un lado, la angustia por los hijos, muchas veces el pesar y la culpa de tener que abandonar la

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casa, la falta de respaldo social, la desigualdad de dere­chos, la doble jornada de trabajo. Por otro lado, además del desconocimiento social, del peso particular que entra­ña el ser mediadora entre relaciones que no logran ser di­rectas, en últimas ¿qué ocurrirá cuando los hijos crezcan y ya no requieran diariamente las alegrías domésticas? Se sabe de la depresión del ama de casa.

En cuanto a la posibilidad de ir a la universidad, no se duda de su importancia, del mundo que se abre, de tener la libertad de escoger una actividad y de la confrontación intelectual, aunque no falte algún anacrónico que preten­da calificar como existente el supuesto grado de flaqueza de la mujer.

El control de la natalidad, al mismo tiempo que signifi­ca decidir tener los hijos deseados, permite reconocer sin miedo la posibilidad de participar en el goce sexual. Pero, ¿es sólo responsabilidad de las mujeres?

Por así decirlo, en ese espacio se descubría que se ha­bían logrado derechos y libertades con las que propiamen­te se entraba en la vida adulta, se llegaba a la mayoría de edad. Con una nueva mirada se reconocían libertades, se asumían consecuencias, se defendían posibles reivindica­ciones, se definía un sentido de las libertades ganadas.

Segunda adolescencia

En la aparente inconsciencia ante la importancia del momento que se vivía, primaba el estilo intimista, el reen­cuentro, como en la adolescencia, del apoyo entre amigas, durante los conflictos. En efecto, ese primer momento te­nía mucho el carácter de una segunda adolescencia, de hecho era como volver a ella, tratando de rescatar el entu­siasmo, las alegrías y hasta las lágrimas de entonces.

En la adopción de los cambios demasiado rápidos, que tanto se apartaban de las normas tradicionales13, surgían

13.Véase sobre el tema: Konrad Lorenz, entrevista del semana­rio francés L'Express, Temas candentes de hoy, Buenos Aires, Emecé, 1975, págs. 141-161.

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los comportamientos e ideas más radicales, inevitables como expresión de rebeldía, pero difícilmente entendibles como propuestas; de nuevo, como en la juventud, se po­nían en duda actitudes, funciones y valores, duda que exi­gía con urgencia un progreso. Mejor que la hermandad entre "compañeros" se deseaba tener amigos. Se creía descubrir el mundo mirándolo exclusivamente desde la propia ventana, sin poderlo transformar negándolo fácil­mente, y de esta manera se creía poder construir una vida nueva desde cero, así una crítica a la familia -mea culpa-que oscilaba entre inculparla por no poder entregarse ple­namente a la revolución, e inculpar al matrimonio por desterrar "los ardores amargos del amor"; en verdad, vas­tas y graves -y de haber encontrado sus términos, muy justas- preocupaciones, resueltas en solemne tono apre­miante y en muy pocas líneas14. No parecía haber modelos a seguir; se inculpaba a los "mayores", que para el caso eran los hombres, de siglos de opresión, de sostener un discurso y una lógica de avasallamiento, de la concepción masculino-superior, femenino-inferior, que podía descu­brirse presente hasta en el lenguaje, "el sol-la luna", "el es­píritu-la emoción"; de imágenes poéticas encaminadas a hacer pasiva a la mujer frente al amor, "Me gustas cuando callas porque estás como ausente", de...15. Bueno, ante la debilidad para asumir toda la responsabilidad de lo que estaba por hacer, por pensar, de darle contenido a lo que se hacía posible, se esgrimían -quizá haciéndose víctimas de tantas cosas se rechazaban las propias culpas- profusos argumentos pasionales contra un culpable, casi siempre el más cercano, el hombre que, según la magnífica observa­ción de Paloma Villegas, era el más dispuesto a acompañar,

14. Véase Ruptura, N° 3, (Cali, julio de 1976); y Cuéntame tu vida, N° 1 (mayo de 1978).

15. Armanda Guiducci, La manzana y la serpiente, Barcelona, Noguer, 1976.

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a aceptar, a tratar de entender la justeza del movimiento de mujeres16

Se define el campo de interés

La experiencia de estos grupos de gran valor personal, donde se propiciaban las posibilidades del mundo adulto, tener una palabra propia, tiempo y espacio propios, un trabajo, formas de participar en el amor, en la vida civil, de emprender acciones hacia la autoestima, la exigencia de debatir, de despertar sensibilidad hacia otras situaciones de discriminación, de crear -más allá de los sólitos miedos y mezquindades- una solidaridad entre mujeres y, por so­bre todo, de liberar mucha risa por lo que fuimos; esta experiencia no deriva hacia un movimiento colectivo. Grupos así todavía hoy son pocos y pequeños17. Con mu­cho, el reconocimiento de que la "doctrina del feminis­mo", según los términos con que la explica María Nadine pretende hacer "justa la igualdad de derechos entre muje­res y hombres", tomando los términos en que María Moliner explica la "doctrina del feminismo", no ha depen­dido exclusivamente de que haya un movimiento encami­nado a conseguir esta igualdad.

La "igualdad de capacidades, deberes y derechos entre hombres y mujeres", tomando la definición que de femi­nismo hace el diccionario Kapeluz, no es un campo de in­terés que pertenezca sólo a mujeres en grupo; ni siquiera puede decirse que pertenezca sólo a las mujeres.

Lo que en un momento -ya fuera por el tono adoptado, ya por la novedad del problema- no lograba pasar la prue­ba del ridículo, hoy, como por un movimiento lógico del desenvolvimiento de la vida actual, las mujeres, solas o en grupo, lo han encontrado necesariamente ligado a su cam-

16. Paloma Villegas, "El feminismo devastador", revista Viejo Topo, Barcelona, 1980.

17. Flor Alba Trujillo, "Cosas de la vida", Telepacífico, marzo 11 de 1992.

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po de interés. Igual puede decirse en cuanto al grado de reconocimiento que ha ganado entre los hombres. En ge­neral, ya el "machismo" es hoy un anacronismo que hom­bres y mujeres por igual prefieren esquivar, ya no es bien visto que se lo mencione en voz alta. Innegablemente hay un nuevo ambiente, nuevas actitudes.

Por supuesto, no podría hablarse de un reconocimien­to homogéneo; pero, llámese feminismo, movimiento de mujeres, conciencia de género, como se quiera, en la ac­tualidad resulta ya imposible desconocer la necesidad de responder a esta dimensión de nuestra vida; es un hecho que, sin ser historia patria, ni propiamente historia, ocu­rre diariamente, que compromete cada vida cotidiana.

No obstante, es cierto que lo que comenzó a formular­se en el espacio de esos grupos, las mujeres lo integraron a sus trabajos, lo socializaron, le encontraron formas con­cretas de respuesta. Así, la preocupación inicialmente per­sonal, apuntó a la situación de otras mujeres. Se logró una síntesis de intereses entre lo privado y lo público, regre­sando al ámbito social a trabajar para las mujeres.

De esta manera, hoy tiene presencia en múltiples he­chos: en la existencia de las madres comunitarias, de casas de la mujer, en las marchas "rompiendo el silencio", en la atención al papel de la mujer en los movimientos sociales, en las investigaciones y cátedras sobre el tema, en el reco­nocimiento a todos los niveles del gobierno con la crea­ción de la Consejería para la juventud, la mujer y la familia y de oficinas e inspecciones especialmente destinadas a la defensa de la mujer y la familia, y finalmente, en la inclu­sión del Artículo que, tras el trabajo realizado por comisio­nes de mujeres, reconoció la Constitución del 91 para el tratamiento de derechos específicos de la mujer.

A partir de estos resultados, es posible establecer un hilo de continuidad entre lo que fue el feminismo de co­mienzos de siglo, más emparentado con el sufragismo, lo que la mujer debe al liberalismo y lo que se deriva del nue­vo feminismo surgido de los partidos de izquierda.

A lo anterior hay que añadir lo que desde afuera ha co-

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laborado a legitimar y a dar impulso a esta toma de con­ciencia: la declaración del Año de la Mujer por parte de las Naciones Unidas en 1978, la creación de ministerios de la mujer, el interés de países desarrollados por apoyar pro­gramas dirigidos a la población femenina.

Por otro lado, no hay que olvidar la contribución a una modificación de la mirada proveniente de expresiones ar­tísticas y culturales, en particular el cine en su obstinada exploración de la vida privada, aquella que transcurre sin testigos, donde se vuelve visible una -si real o imaginada, igualmente importante- evolución en formas de percibir el cuerpo, el amor, el tono y las expectativas en la relación hombre-mujer.

En general, puede decirse que hay logros a nivel social y cotidiano.

La mujer ha ganado desde el punto de vista igualitaris-ta; a esto se suma la iniciada y más profunda tarea que llama al reconocimiento de la diferencia, superando final­mente la concepción en términos de superior a inferior.

La promoción de la igualdad de capacidades, deberes y derechos entre hombres y mujeres es un sentir que, por diversas vías, pertenece ya a amplios sectores de la socie­dad18.

El pequeño grupo es una expresión más en este contex­to general en el que hoy se define el tema que nos ocupa.

Es cierto que esta experiencia ha tenido costos y que también ha sufrido un proceso de evolución. Los costos son los que se derivan de dos dificultades. La una, consis­tente en la vivencia del interés por la comunidad y el in­terés por lo privado como términos contradictorios. La entrega a uno solo de estos términos sin buscar una conci­liación con lo que al otro se debe (¿cómo lograr el término medio entre cultivar el propio jardín e inaugurar el mun­do?) aunque sea una opción en busca de altos ideales, un mundo más justo o la búsqueda de la propia autonomía,

18. Documento: "Del amor a la necesidad", iv Encuentro Femi­nista Latinoamericano y del Caribe, México, noviembre de 1987.

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siempre conduce a situaciones dramáticas, porque en el camino por afirmar unos derechos, se han atropellado otros igualmente válidos e inaplazables.

La otra dificultad es la que se deriva de tener que en­frentarse a condiciones nuevas, contando para ello con un obsoleto diccionario de ideas recibidas. En el intento de buscar nuevas ideas, de "ser consecuente"19, se corre siem­pre el peligro de caer en decisiones radicales, de las que resulte muy difícil retornar, tal como quedó bellamente ilustrado en el azaroso final de la película Thelma y Louise.

Cabe, pues, imaginar costos en la relación de pareja, para los hijos y las consiguientes dificultades para la mu­jer. Costos, sí, pero inevitables cuando se buscan nuevas formas de vida.

Ya a distancia, es posible ver tantos cambios que caben en el período de una vida, sin que puedan integrarse ple­namente a ella. Quizá la generación de hoy, en su retorno a los 60, pueda escuchar con más serenidad lo que quedó condensado en los temas de entonces.

En cuanto al pequeño grupo, tiene aún trabajo por ha­cer como espacio de deliberación y de elaboración de ideas, que cuente con la continuidad y el tiempo para en­contrar el lenguaje que construya una mirada alternativa. En un proceso donde hay avances y retrocesos, beneficios y costos, no se piensa de una vez por todas, pero ya no ha­brá el momento en el que sea inútil que cada mujer piense por sí misma.

Aunque aquí debamos concluir, el tema tratado no es asunto del pasado; quedan en vilo preguntas e incertidum-bres.

19. Julieta Kirkwood, Los nudos de la sabiduría feminista, n En­cuentro Feminista Latinoamericano, Lima.

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Las mujeres hoy

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Presentación

La sección que aquí entregamos presenta una breve sínte­sis de la perspectiva de la condición social, política, eco­nómica y cultural de las mujeres colombianas de cara al final del milenio.

Sociólogas, politólogas, economistas y juristas nos en­tregan sus hipótesis, sus análisis y los resultados de investi­gaciones desde la perspectiva del movimiento de mujeres, de la academia y del sector estatal.

Las incorporación de un capítulo de esta naturaleza en una obra escrita por historiadores e historiadoras es la consecuencia del sentido que animó la formulación de la propuesta de Las mujeres en la historia de Colombia y de la manera como entendemos la responsabilidad histórica, política y académica del oficio con la actual realidad na­cional.

Como lo hemos planteado en la introducción, este es­fuerzo se enmarca en el proceso de búsqueda de la paz, del fortalecimiento de la democracia participativa, de afirma­ción de la diferencia, la diversidad y el pluralismo como valores que harán posible el respeto a la propia dignidad humana y a la de los demás hombres y mujeres, niños y niñas que habitamos en Colombia.

Para hacer realidad lo que establece nuestra Constitu­ción de 1991, mujeres y hombres demócratas en la sociedad civil, en el Congreso, en el poder Judicial, en el Ejecutivo y en la comunidad internacional trabajan para trasformar las condiciones de inequidad y desigualdad cultural, eco-

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MAGDALA VELASQUEZ TORO

nómica y política en las que aún continúa estando sumida la población femenina del país y del mundo.

Las Naciones Unidas han convocado a las organizacio­nes de la sociedad civil, a los estados y a las mujeres a la realizaciónde la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mu­jer: Acción para la Igualdad, el Desarrollo y la Paz que se celebra en septiembre de 1995. Allí se concertarán los acuerdos en un Plan de Acción Mundial que comprometa a los estados y las organizaciones de la sociedad civil para lograr el pleno respeto a la vida y la integración humana de las mujeres del mundo, en todos los órdenes de la vida social.

Las reflexiones contenidas en este capítulo son el re­sultado del proceso histórico de lucha de las mujeres por la transformación de su condición social, jurídica, políti­ca, económica y cultural, desarrollado en las dos últimas décadas. Así mismo, esta parte de la obra recoge muchos de los variados elementos que han ido surgiendo en el avatar histórico de la lucha por el reconocimiento de la dignidad humana de las mujeres y que están contenidos tanto en éste como en los otros dos tomos de la obra.

MAGDALA VELASQUEZ TORO

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La coyuntura de los años 80. La mult ipl ic idad de la crisis y

la contrastación de factores

MARÍA TERESA URIBE

Una crisis de múltiples dimensiones

Los años 80 es una de las épocas más oscuras y conflic-tivas de la historia colombiana, signada por una violencia informe, desagregada y compleja, donde no es tarea fácil establecer líneas de separación entre los actores sociales y políticos confrontados, ni delimitar claramente el ámbito de los escenarios en los cuales se dirimen y resuelven -casi siempre acudiendo a formas de justicia privada- los con­flictos y las tensiones acumuladas en una sociedad que se ha transformado profundamente en los últimos 40 años.

El perfil visible de la crisis de los 80 ha sido la generali­zación de la violencia, pero ésta, a su vez, ha servido para hacer evidente, para visualizar y sacar a la luz pública, si­tuaciones ancestrales de exclusión y abandono de amplios sectores de la población urbana y rural; los inmensos desequilibrios sociales y económicos; la fragmentación del aparato estatal así como su ineficacia y precariedad, ex­presadas en formas dramáticas de corrupción e impuni­dad. Es decir, la generalización de la violencia constituye el signo visible y tangible de un proceso de crisis larvada, que combinó perversamente factores estructurales y ejes de larga duración con elementos nuevos de tipo coyuntu-ral para generar una profunda deslegitimación del orden institucional, una atomización creciente del tejido social y un progresivo desdibujamiento del ámbito público.

En este contexto, como era previsible, arraigaron y se reprodujeron los viejos temores de la sociedad tradicional y los miedos y las inseguridades propios de la posmo­dernidad. Antiguas violencias leídas con códigos nuevos, y

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MARÍA TERESA URIBE

conflictos recientes interpretados con viejas gramáticas, producen una especie de caleidoscopio donde al más leve movimiento cambia la imagen, porque los elementos que la constituyen se desplazan, se recomponen y se rearticu-lan de maneras siempre diferentes.

Los enemigos de ayer aparecen actuando juntos hoy en un cruce de lógicas y sentidos no siempre evidentes; idén­ticos problemas son asumidos por vías distintas, de acuerdo con las particularidades regionales de un país profunda­mente diferenciado; los conflictos supuestamente resueltos en un sitio se desplazan a otros lugares, y las alternativas tanto institucionales como privadas para controlar el des­bordamiento de la violencia, desembocan en la constitu­ción de nuevos actores armados o en la conformación de escenarios alternativos de conflicto y tensión social, pro­duciendo un cuadro multipolar, desigual y sujeto a tantas combinaciones y variaciones, como actores y fuerzas so­ciales se expresan en el contexto de la vida nacional.

Sin embargo, la clave de la violencia no es el único ele­mento de interpretación para leer en la crisis; ésta tam­bién ha servido para descubrir actores y fuerzas sociales tradicionalmente excluidos y silenciados, pero con capaci­dad de acción y de discurso, orientados hacia la búsqueda de un orden más justo, más plural y más democrático.

La crisis ha puesto al descubierto los inmensos recur­sos éticos y culturales del pueblo colombiano, el valor de muchos de sus pobladores para afrontar los flagelos de las guerras, las violencias, la pobreza y la exclusión; las prác­ticas de resistencia y de supervivencia social para resolver situaciones francamente difíciles a través de la puesta en marcha de todo un arsenal de recursos imaginativos y no­vedosos que desafían en la práctica la rigidez de lo institu­cional y el pesimismo de los intelectuales.

En síntesis, la crisis ha propiciado el surgimiento de factores reestructurantes y articuladores, de elementos eminentemente positivos que proveen dinámicas cons­tructivas tendientes a la consolidación de futuros posibles y deseables. Se trata pues de un proceso multidimensio-

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La coyuntura de los años 80

nal, hecho de grandes sombras y pequeñas luces, donde se cruza y se imbrica lo nuevo y lo viejo, la guerra y la políti­ca, la violencia y la democracia, la atomización y la recom­posición del orden social.

El objetivo de estas páginas apunta a rescatar las facetas y perfiles del momento actual, entendiéndolo no sólo en el contexto de una relación pasado y presente, sino también desde lo virtual, desde las imágenes de futuro que pueden incidir sobre el presente, otorgándole a éste un sentido, una dirección y un propósito de transformación significativa.

Los factores estructurales de la crisis. Los tiempos largos

Una mirada hacia lo que ha sido la historia del país, permite deducir que la crisis de legitimidad del Estado en los años 80 no se remite a situaciones estrictamente co-yunturales, en las cuales por razones diversas se pierde la credibilidad en el orden político y en sus instituciones más representativas; el monopolio de las armas por parte del Estado y la capacidad real para controlar el orden social. Por el contrario, la no legitimidad en este contexto territo­rial está asociada también a procesos estructurales o ejes de larga duración que se encuentran en la raíz misma de nuestro devenir como pueblo y como nación; en las difi­cultades, sólo parcialmente resueltas, para instaurar un orden político moderno y para superar las prácticas exclu-yentes, jerárquicas y verticales que responden al mundo de lo tradicional.

Si bien esos factores estructurales o de larga duración son múltiples y complejos, se pueden sintetizar en lo que los teóricos han dado en llamar la modernidad postergada o el desajuste y el destiempo histórico entre un proyecto técnico económico modernizador -profundamente trans­formador, liberal y nutrido en las fuentes de la ideología del progreso-, y un orden social y político de corte emi­nentemente tradicional o premodemo, conservador por

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excelencia y anclado en las tramas de viejas sociabili­dades, identidades y valores profundamente dislocados y erosionados por las transformaciones derivadas de la mo­dernización económica1.

La vigencia histórica de estas dos tendencias, ha tejido una abigarrada trama de relaciones sociales, modernas y tradicionales, de sentidos contrapuestos de progreso y tra­dición, de secularización combinada con formas nuevas de religiosidad y creencias míticas, que en lugar de inte­grar e institucionalizar la nación, han agudizado aún más los procesos de heterogeneidad, diversidad y fragmenta­ción político-sociales, haciendo de Colombia una nación más compleja y descentrada de lo que fue en el pasado. La premodernidad del mundo de lo político-social, inscrita en un contexto de profundas trasformaciones y cambios económicos, tenía que resultar dramáticamente conflicti-va, deslegitimante y perturbadora, afectando a la postre a los distintos segmentos sociales y territoriales de la na­ción, incluso a aquellos que se empeñaron en mantener dos proyectos contrapuestos y que por algún tiempo se lucraron personal y políticamente de la exclusión y la inmovilidad social.

La acumulación de tensiones y conflictos propiciada por ese desfase entre modernidad y modernización, em­pieza a mostrar sus efectos críticos desde finales de la dé­cada del 70 y más específicamente durante el gobierno de Julio César Turbay Ayala; pero será en los oscuros años 80 cuando se acentúe dramáticamente la deslegitimación del Estado, agravada por la intensificación de la acción gue­rrillera, por la respuesta paramilitar -y de autodefensa y por la entrada en el escenario político de un actor nuevo, el narcotráfico.

Las principales facetas en las que se expresa la crisis de legitimidad del Estado colombiano son: la crisis de repre-sentatividad y la crisis de gobernabilidad.

1. Consuelo Corredor Martínez, "Los riesgos de la lógica del mercado", Documentos ocasionales, N° 65, Bogotá, CIINEP, 1992, págs. 37-44.

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La coyuntura de ¡os años 80

Crisis de representatividad El aparato institucional del Estado y los partidos tradi­

cionales colombianos, mantuvieron algún grado de repre­sentatividad y legitimidad mientras el país fue predomi­nantemente rural, territorialmente disperso, económica­mente tradicional y culturalmente fragmentado. Aparatos de mediación política como el gamonalismo, las cliente­las, las redes mercantiles, las sociedades de negocios y los poderes locales y regionales, cumplieron la importante función de ligar a los pobladores con el partido, único re­ferente colectivo nacional durante muchos años, y a los sujetos de la naciente sociedad civil, con los jefes de las colectividades políticas en quienes veían representado el aparato institucional legal.

Este modelo sui generis de representatividad, operó precariamente en lo que podríamos llamar la sociedad mayor, es decir, en los segmentos sociales de élites capita­linas, pueblerinas y rurales y en los territorios integrados, débilmente, a la vida económica e institucional de las di­versas regiones. Pero partidos y Estado fueron actores au­sentes en los territorios excluidos y entre una gran masa social autónoma independiente y no controlada por la Iglesia y el poder civil que buscaba zonas de refugio y re­sistencia en áreas de colonización y en territorios no in­tegrados a la vida del país.

Esto implica que la capacidad de control político, de organización social y de mediación institucional, fue sen­siblemente más reducida y más pequeña que el territorio y que la masa social que lo necesitaba. Además, las repre­sentaciones colectivas que la mayor parte de los habitan­tes se hicieron del Estado y los partidos, antes que a criterios generales y racional legales estuvieron asociadas a las personalidades políticas, individuos o grupos de po­der con capacidad para controlar y dirigir los recursos ins­titucionales de la dominación. ,

Este modelo precario, débil y restringido de represen­tatividad política, sólo empieza a quebrarse y a mostrar sus profundas grietas, es decir, a entrar en crisis, cuando

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los referentes concretos de la vida social cambian y el país empieza a entrar en la vía de la modernización y del pro­greso.

Procesos como los de la industrialización sustitutiva y sus demandas sobre la trasformación de la agricultura; la urbanización acelerada, que convirtió algunas ciudades decimonónicas en metrópolis superpobladas; la forma­ción de un sistema integrado de mercado, que vinculó espacios y regiones; el desarrollo vial, de comunicaciones y de infraestructura física; la revolución educativa que transformó los mercados de trabajo y los viejos valores del mundo de lo tradicional; la secularización de la vida social que restringió y debilitó los mecanismos de control social ejercidos por la Iglesia católica; la entrada de las mujeres en la vida pública como trabajadoras y como ciudadanas; en fin, cuando las masas -ese fenómeno nuevo de la socie­dad moderna- empiezan a penetrar en el espacio econó­mico y en el escenario de la política, los viejos dispositivos de poder y control social entran también en la vorágine de la crisis y comienzan a mostrar signos graves de ineficacia.

La alternativa política para salirle al paso a ese proceso de crisis de representatividad, no fue, como cabría espe­rar, el establecimiento de tramas modernas de sociabili­dad y de relación entre la sociedad civil y el Estado, o el haber propiciado el pluralismo político para responder a expectativas socio-corporativas que no cabían en los es­quemas rígidos de las viejas colectividades tradicionales, o fortalecer la ciudadanía y la democracia de corte partici-pativo; en fin, avanzar en la modernidad, pero nada de esto ocurrió.

Por el contrario, el viejo bipartidismo reforzó sus me­canismos de articulación a través del recurso ya probado: las clientelas, pero inscritas ahora en una nueva corporei­dad del aparato estatal, que crecía y expandía su acción hacia nuevas esferas de la vida social y económica, hacién­dose cada vez más grande, más inoperante y también más débil y vulnerable a las distintas expresiones sociales y po­líticas que trajo consigo el proceso modernizador.

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Este nuevo modelo de mediación política, reforzado institucionalmente con la reforma de 1968, monopoliza para las dos colectividades tradicionales la relación de los pobladores con el Estado; además, circunscribe esa rela­ción a unas dimensiones muy restringidas, a aquellas de­mandas sociales que, como dice Francisco Leal, "fueran susceptibles de transformarse directamente en votos. Cual­quier tipo de intereses provenientes de la sociedad civil, que no guardara relación directa con la reproducción del capital electoral se tramitaba de manera incidental"2. De esta manera se privatiza lo público acentuando una ten­dencia que venía desde muy atrás.

Esta modalidad de crisis de representatividad, soslaya­da por la vigencia del clientelismo, señala la situación que se presenta cuando los viejos segmentos sociales empie­zan a separarse de sus partidos tradicionales a través de los cuales se han venido expresando; cuando los nuevos sectores surgidos de los procesos de modernización eco­nómica no encuentran en las colectividades tradicionales formas adecuadas de mediación para tramitar sus deman­das y expectativas; cuando las masas ya no se sienten re­presentadas por los hombres que las venían dirigiendo y comandando; cuando los principios ideológicos y progra­máticos de esas agrupaciones se han desdibujado para ce­der el paso a un mercado electoral y cuando incluso los símbolos y los imaginarios políticos que de alguna manera constituyeron referentes de identidad dejan de serlo.

Este modelo clientelista ha tenido efectos desastrosos en el conjunto del sistema socioeconómico del país; baste citar la corrupción administrativa, el incremento inusi­tado del gasto público en relación con la inversión, las restricciones a la democracia y el acentuamiento de la ex­clusión social y territorial.

2. Francisco Leal Buitrago, "Estructura y coyuntura de la crisis política", en Al filo del caos, Francisco Leal Buitrago y León Zamos (Eds.), Bogotá, Tercer Mundo, 1990, pág. 32.

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La contrapartida popular a la crisis de representativi­dad de ios partidos y del Estado, ha sido el surgimiento y la consolidación de las organizaciones cívicas y de los mo­vimientos sociales de amplia expresión en la década de los 80 que han venido delineando los perfiles, no sólo de una nueva forma de organización de la sociedad civil, sino también de procesos de intermediación con el Estado y los distintos niveles de la administración pública, centrados en la democracia participativa a través de su reconoci­miento como interlocutores válidos en la construcción de un nuevo orden político.

Las viejas formas de representatividad llegaron a sus niveles más críticos durante el gobierno de Virgilio Barco. Luego, las iniciativas de trasformación institucional cul­minaron con la promulgación de la Constitución de 1991 y con la revocatoria del viejo Congreso, y están poniendo de presente procesos de recomposición y reestructuración nada despreciables que abren perspectivas muy positivas hacia el futuro. Las elecciones llevadas a cabo después de sancionada la Constitución, están demostrando a todas lu­ces el derrumbe de los grandes barones electorales, pero el sistema clientelista mantiene su vigencia histórica, el bipartidismo continúa convocando las masas que asisten a elecciones, los tercerismos no logran mantener sus votos de unos comicios a otros y no surgen propuestas políticas alternativas que les disputen a los partidos tradicionales el derecho a la nación y a la conducción del Estado. Si bien hay procesos en marcha de reestructuración de la vida po­lítica, que es necesario reconocer e impulsar, la crisis de representatividad sigue siendo un hecho contundente y un obstáculo a superar hacia el futuro.

Crisis de gobernabilidad Desdibujada y disuelta la representatividad política en

un contexto de privatización y personalización de lo públi­co, el ejercicio del gobierno queda profundamente debi­litado configurándose así la llamada crisis de goberna­bilidad.

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Ésta ocurre cuando el ente estatal deja de ser eficiente para responder a las demandas sociales, lo que puede acontecer por tendencias contrapuestas: bien porque las demandas se incrementan como efecto de un proceso de modernización acelerado que cambia los patrones tradi­cionales de la vida económica y social del país, o bien por­que las carencias ancestrales de segmentos sociales, étnicos, de género o territoriales, tradicionalmente exclui­dos, empiezan a hacerse oír, a entrar en el escenario públi­co, a exigir condiciones mínimas de subsistencia social, de apoyo institucional y de reconocimiento político. En este caso, no se trata de demandas de nuevo tipo asociadas con los impactos del desarrollo económico, sino de carencias ancestrales que siempre han estado allí, pero que se vuel­ven públicas y colectivas exigiendo del aparato institucio­nal respuestas rápidas y operativas. El caso colombiano combina, imbrica y confunde ambas tensiones: las genera­das por la modernización y las postergadas y bloqueadas durante muchos años por la sociedad mayor, que crean si­tuaciones graves de ingobemabilidad.

Ante la incapacidad institucional para darles salida a las demandas sociales, se apela al uso de la fuerza pública para controlar un desorden el cual se ha producido, no por que el Estado actúe, sino porque deja de hacerlo, es decir, porque no es capaz de garantizar un orden social que dé acceso a los beneficios del desarrollo, del crecimiento y a la vida política, lo que. termina restringiendo y limitando las instituciones de la democracia activa, esto es, los dere­chos de movilización, de expresión, de reunión y los prin­cipios tutelares del Estado de derecho: el respeto por las libertades públicas y los derechos humanos y ciudadanos.

La dimensión represiva de la ingobemabilidad es el ín­dice más claro de la pérdida de legitimidad y poder del Estado. Un Estado débil es precisamente aquel que tiene que apuntalarse en la fuerza y en la utilización de la vio­lencia pública para poder gobernar. En el caso colombia­no los problemas asociados a la ingobemabilidad no provienen propiamente de la monopolización de poder,

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sino más bien del pequeño ámbito donde actúa, dejando por fuera de su control y conducción a amplios sectores, grupos sociales y territorios que quedan librados a su pro­pia suerte. Lo que se les reclama a los gobiernos de las últi­mas décadas, no es que monopolicen y ejerzan el poder, sino todo lo contrario, que no gobiernen y que el escaso control que apliquen sea esencialmente represivo. Antes que monopolizado, el poder, en Colombia, ha estado dra­máticamente fragmentado3.

No obstante, en la última década se han venido dando algunos pasos tendientes a la búsqueda de mejores condi­ciones de gobernabilidad: la reforma del régimen político municipal, la elección popular de alcaldes y de gobernado­res, la inclusión en la carta constitucional de la democra­cia participativa, la descentralización y las autonomías territoriales, entre otros.

Los detonantes de la crisis. Los tiempos cortos

Los procesos deslegitimantes de tipo histórico estruc­tural, dieron como resultado un Estado profundamente débil, escasamente representativo, con graves problemas de gobernabilidad, con tendencia a la utilización de la fuerza para controlar los conflictos que no lograban tran­sitar por los canales estrechos y personalizados del clientelismo, y con un ámbito público privatizado y frag­mentado.

Además de la aceleración de la crisis, los detonantes de la generalización de la violencia durante la última década tuvieron que ver con procesos coyunturales, con actores sociales nuevos o reconstituidos que irrumpen violenta y drásticamente para impregnar el escenario de la tradicio-

3. Esta tesis ha sido sostenida por Daniel Pécaut (Orden y vio­lencia: Colombia 1930-1945, Siglo xxi Editores de Colombia, 1987) y Fernán González ("El trasfondo social y político de las violencias en Colombia", Documentos ocasionales, N° 65, Bogotá, CINEP, 1992, págs. 5-14).

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nal vida política colombiana con la lógica de la guerra, ampliando los efectos de la crisis de legitimidad a casi to­das las esferas sociales y a segmentos y actores de la vida económica y política que habían estado relativamente exentos de los efectos de la vieja violencia colombiana. Los factores detonantes de la crisis están representados en: a) la irrupción en el espacio público de los traficantes de dro­gas, b) el cambio de estrategia de las agrupaciones guerri­lleras, y c) la irrupción del paraestado a través de la formación de grupos paramilitares y de autodefensa.

Si bien la aceleración de la crisis y los efectos deslegiti­mantes de estos nuevos actores sociales venían sintiéndo­se desde finales de la década de los 70, el cambio hacia la lógica de la guerra tiene como puntos de partida: el asesi­nato del ministro Rodrigo Lara Bonilla; las traumáticas experiencias de la paz negociada con algunas agrupacio­nes guerrilleras (Farc, EPL, MI9) y la toma y recuperación del palacio de justicia.

Contrapoderes y parapoderes: la dinámica de la lucha armada

La coyuntura de los años 80, marca un giro significati­vo en las prácticas insurgentes y contra insurgentes; se pasa de una guerra limitada, territorializada, de resisten­cia y desarrollada allende las fronteras de la sociedad ma­yor, a una guerra ofensiva, tendiente a la generalización, que involucra no sólo a los sectores armados (ejército y guerrilla) sino también a muy diversos actores de la socie­dad civil, incrementando de esta manera la violencia y militarizando los conflictos y las tensiones sociales exis­tentes, las cuales bajo la óptica de la guerra pasan a ser percibidas como expresiones de la confrontación con los actores armados.

La nueva estrategia puesta en marcha por la guerrilla desde los inicios de los años 80, les permite por primera vez en la historia incursionar, con dificultades, en el con­texto de la sociedad mayor y desarrollar actividades ten­

dientes a buscar relaciones más orgánicas con sectores

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laborales, con pobladores de los núcleos urbanos y a lo­calizar escenarios más visibles para su accionar político militar, incrementando las tomas de poblaciones y afec­tando sectores económicos claves en la vida del país como los recursos energéticos y las zonas agroindustriales y mi­neras con tradición de conflicto social y de sistemática ex­clusión.

A su vez, las agrupaciones guerrilleras diseñaron un modelo de financiación, llamado por ellos impuesto de guerra, pero que lindaba con lo delincuencial, pues se tra­taba de secuestros, extorsiones y chantajes de todo orden. La guerrilla, convertida en ejército, con acciones ofensivas de amplia envergadura convocó la respuesta militar, en­trando por esta vía en la lógica de la guerra irregular.

Si bien la lógica de la guerra y la lógica de la política son excluyentes, en Colombia han estado históricamente imbricadas, no muy bien definidas, existe entre ellas una inmensa franja gris que las confunde y las articula de una manera bien particular. Por ello, a la ofensiva guerrillera no se contrapone solamente la acción militar, sino tam­bién diversas estrategias de paz negociada que han coha­bitado con la guerra irregular, superponiéndose a veces, desplazándose otras, en una dinámica donde se vuelve di­fícil reconocer el ámbito de las treguas, los responsables de las rupturas de los acuerdos, y se confunden las verda­deras intenciones de los actores confrontados; la inorga-nicidad del Estado y la fragmentación del movimiento guerrillero, hacen aún más difícil el cumplimiento de los acuerdos pactados, pues ninguno de los interlocutores tie­ne el poder suficiente para garantizar que éstos no sean violados por fundamentalistas de ambas partes.

Esta combinación perversa entre guerra y política, en­tre acciones militares f acuerdos de desmovilización, ha sido provocada tanto por los tres últimos gobiernos como por la insurgencia armada; combinación de todas las for­mas de lucha para unos, mano tendida y pulso firme para otros, por ello no es extraño ver que mientras se desarro­llan conversaciones de paz continúan las acciones guerri-

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lleras y las operaciones militares en los distintos puntos de la geografía nacional.

En este contexto de generalización de la insurgencia y la contrainsurgencia, teniendo como telón de fondo un Estado profundamente deslegitimado y con serios proble­mas de gobernabilidad, es donde se configura la parainsti-tucionalidad, representada en los grupos de autodefensa -algunos espontáneos, otros formados por las fuerzas ar­madas- y los grupos paramilitares, más desligados de los sectores sociales y de las regiones y con una estructura básicamente militar y ofensiva. La presencia de estas agrupaciones, legales hasta el año de 1989, trajo como re­sultado una espiral de violencia más intensa en aquellos lugares donde la influencia de los sectores guerrilleros era más evidente y estuvo orientada principalmente hacia las organizaciones y partidos de izquierda, líderes sindicales y sociales, periodistas, activistas de los derechos huma­nos, entre otros, instaurando la modalidad de las ma­sacres y de los asesinatos colectivos.

El proceso de parainstitucionalización va más allá de las organizaciones propiamente dichas, convirtiéndose en una especie de mentalidad, en un sentido común o modo de ser y de pensar que, ante la inseguridad reinante y el terror consecuente que esto conlleva, termina legitimando procedimientos extrajudiciales y privados para garantizar un mínimo de orden, afectando en primera instancia aquellos sectores deprimidos de la sociedad que pasan de ser considerados potencialmente peligrosos a ser mirados como responsables del desorden social y, por lo tanto, ob­jeto de exterminio en nombre del bienestar y la seguridad social: delincuentes, consumidores de droga, homosexua­les e indigentes, han sido objeto de asesinatos y limpiezas, produciéndose de esta manera la multiplicación de los focos de violencia, la fragmentación social y la inorganici-dad del aparato institucional.

El hecho de que la mayor parte de los homicidios no corresponda a una motivación política directa, pone de presente el desdibuj amiento entre lo político y lo no políti-

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co, en donde el referente de lo público deja de existir y la vida y la muerte se convierten en asuntos de competencia privada4.

La parainstitucionalidad significó que la seguridad ciudadana, bien público por excelencia y fundamento éti­co del Estado de derecho, pasara a control privado; que el Estado renunciase al monopolio de la fuerza legítima para cederle parte de ese patrimonio a un parapoder, cuyos me­canismos de control se escaparon a las posibilidades de un gobierno débil. Rápidamente esos parapoderes empeza­ron a actuar por cuenta propia y, a veces, en contra del mismo Estado mediante alianzas con los carteles de la droga y con otras organizaciones de la delincuencia co­mún.

Durante el gobierno de César Gaviria se han dado algu­nos pasos contra la parainstitucionalidad con el propósito de recuperar la justicia como bien público. Así mismo, es notorio el trabajo que desde varias consejerías presiden­ciales y organizaciones no gubernamentales se viene ha­ciendo en el campo de la salvaguarda de los derechos humanos y hacia formulaciones de convivencia social fun­damentadas en un código de ética laica y ciudadana, pro­cesos que si bien están señalando nuevos horizontes en el campo de la modernidad social y política, son de más largo aliento, pues significan cambios drásticos de menta­lidad, difíciles de aclimatar mientras no se logren desacti­var los actores armados de todo tipo y no se reduzcan los niveles de violencia a umbrales más tolerables.

El narcotráfico o la negación del Estado Dice Daniel Pécaut, y con razón, que el impacto del

narcotráfico en la vida nacional fue capaz de producir una crisis institucional de una envergadura mucho mayor de lo que habían logrado hacer los actores contrainstitucio-nales y parainstitucionales, por su capacidad de penetra-

4. Daniel Pécaut, Crónica de dos décadas de política colombiana 1968-1988, Bogotá, Siglo xxi, 1988, pág. 32.

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ción y corrupción en todos los estamentos de la vida na­cional; así, la economía de la droga y los actores sociales ligados con esta actividad, no sólo cumplieron la función de detonar la crisis, sino que se convirtieron en la pieza articulante de otras formas de delincuencia, dándole orga-nicidad y carácter empresarial a pequeños y medianos delincuentes comunes que actuaban dispersos y desagre­gados, dedicados a la comisión de muy variados delitos como secuestros, robo de vehículos, tráfico de armas y contrabando de mercancías extranjeras, entre otros. Ade­más, les abrieron un horizonte de posibilidad económica y social a muchos jóvenes que vieron en el narcotráfico un camino, cuando los de la economía legal empezaban a ce­rrarse como efecto del agotamiento de los modelos econó­micos vigentes5.

Los actores del narcotráfico se han relacionado de di­versa manera en las distintas regiones, con actores de muy diverso carácter: institucionales (ejército y policía), para-institucionales, (autodefensas y paramilitares) y contra-institucionales (agrupaciones guerrilleras), poniendo de presente la fragmentación de la violencia y el cambio de amigos y enemigos, no sólo de una región a otra, sino a través del tiempo e incluso de acuerdo con los lugares que los actores ocupen en la organización, aumentando la con­fusión reinante, la percepción amenazante de caos y anar­quía y, por ende, el terror generalizado que lleva a reforzar la atomización, la disolución del tejido social y la solicitud de medidas drásticas y mano dura, con la cual se legiti­man procedimientos institucionales claramente violato-rios de los más elementales derechos humanos.

Contrario a la dinámica social de la contrainstitucio-nalidad, y la parainstitucionalidad, que tienen una clara dimensión política orientada hacia el Estado -su sustitu­ción o su reforzamiento-, los actores del narcotráfico care­cen de dimensión política. El narcotráfico es ante todo una actividad económica ilegal, cuyas altísimas tasas de

5. Ibidem.

[297]

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MARÍA TERESA URIBE

ganancia provienen, por una parte, de la prohibición del negocio y su penalización y, por otra, de una demanda in­ternacional creciente e incontrolable que responde a las necesidades de satisfacción de un deseo, cuyos mecanis­mos de control se mueven en el ámbito de lo psicológico y lo subjetivo.

La ilegalidad de esta actividad lleva implícita una con­frontación con el Estado, en tanto que para su realización necesita neutralizar o anular la acción institucional y la de aquellas organizaciones o grupos que les pongan algún tipo de obstáculos; en otras palabras, sus posibilidades de desarrollo y expansión tienen una relación directa con su capacidad de corromper a las autoridades, de contar con la impunidad y de silenciar las protestas y los contradicto­res que se levanten desde la sociedad civil.

Se trata, pues, de una actividad delincuencial que no difiere en esencia de otras formas de delito común, salvo por la magnitud de los recursos con que cuenta para cum­plir sus cometidos; delito común que se enmarca en lo que Hannah Arendt llama desobediencia criminal, por oposi­ción a la desobediencia civil. El desobediente criminal, es decir, el transgresor común, aunque pertenezca a una or­ganización, actúa sólo en beneficio propio, con un interés esencialmente privado y económico, sometiéndose única­mente a la violencia ejercida desde el Estado encargado de hacer cumplir la ley6.

Al desobediente criminal no le sirve ningún tipo de Es­tado, de régimen, de orden o de ley; por el contrario, lo que intenta es precisamente anular, mediante la utiliza­ción del terrorismo indiscriminado, la acción institucional y la dimensión pública de la vida social. Su desarrollo depende de la negación del Estado como fin y de la corrup­ción y la impunidad como medios para lograr sus objeti­vos privados individuales.

La respuesta estatal a este formidable reto ha estado

6. Hannah Arendt, La crisis de la república, Madrid, Taurus, 1975.

[298]

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La coyuntura de los años 80

marcada por la incongruencia y la ambivalencia; se pasó de una acción tímida y sin decisión en los últimos años de la década del 70, a una guerra fragmentada y territoriali-zada, desatada contra los jefes del "cartel de Medellín" después del asesinato del ministro de justicia, Rodrigo Lara Bonilla, para pasar a la guerra total cuando es asesi­nado el candidato presidencial que más opción tenía de ser elegido, Luis Carlos Galán Sarmiento.

La guerra total contra el narcotráfico fue tan desinsti­tucionalizante como el enemigo que pretendía combatir; haberla declarado les otorgó a los desobedientes crimina­les estatuto de beligerancia, dándole sentido político a un asunto que no lo tenía. A su vez, la dinámica de la guerra total implicó la conversión de un enemigo real, el narco­tráfico, en enemigo absoluto y la guerra se transformó en una misión cuasimesiánica y fundamentalista. El enemigo absoluto no puede ser solamente derrotado, sino destrui­do y aniquilado, además, como tiende a ser difuso por el carácter mítico que se le otorga (es la expresión del mal), está en todas partes al mismo tiempo y todo lo que tenga alguna remota relación con él es combatido indiscrimina­damente.

La guerra total, declarada por el presidente Barco y que tenía a todas luces un contexto internacional, se libró de preferencia en un espacio local, la ciudad de Medellín, convirtiendo a sus pobladores, principalmente a los jóve­nes, en víctimas y victimarios de una violencia sin sentido.

La política desarrollada desde el gobierno Gaviria ini­ció la trasformación del enemigo absoluto en enemigo real, mejor definido y diferenciado del resto de pobladores, encerrado en sus propios límites y por eso mismo desmi-tologizado y sometido a la vigencia de la ley y la normativi-didad, lo que trajo efectos benéficos para una ciudad acorralada y para el resto del país, sometido al terror de las bombas y las masacres colectivas.

[299]

Page 334: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

MARÍA TERESA URIBE

Un epílogo abierto

Si bien la crisis aún no logra ser superada y los factores estructurales y coyunturales de la misma continúan pre­sentes, e incluso algunos de ellos exacerbados, como ocu­rre con los nuevos cultivos de amapola y con el surgi­miento de milicias urbanas en varias ciudades, también es posible observar procesos estructurantes del orden social, dinámicas vitales y transformadoras de las tramas sobre las cuales se reconstituye la sociedad civil, cambios insti­tucionales que revitalizan la esfera política, intentos de pacto social y de concertación entre actores diversos. Pero ante todo es palpable en muchos segmentos de la sociedad el propósito de construcción de futuro, otorgándole al pre­sente un sentido renovador que permita superar los dolo­rosos años 80.

[300]

Page 335: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Mujeres y vinculación laboral en Colombia

MYRIAM G U T I É R R E Z

"Cuando les pido que ganen dinero y tengan una habitación propia, les estoy pidiendo que vivan en pre­sencia de una realidad; una vida estimulante, puédase o no comunicarla."

Virginia Woolf

"Una mujer que tenga un hijo en guardería y un tra­bajo en un almacén, no puede darse el lujo de olvidar las llaves ni de dejar de colocar temprano el desperta­dor. Porque si lo hace llega tarde y si llega tarde, a cual­quiera de las dos partes, el día, y tal vez la vida, se pueden arruinar."

Mariana tiene veintidós años cumplidos, un hijo de dos, que se llama Alberto, igual que su padre que desde hace también dos años no ha vuelto a casa y que ella no sabe si esperar a que regrese o no.

"Bueno si él estuviera no es que no tuviera que trabajar también, no, de todas maneras me tocaría ha­cerlo. La vida está muy cara. Pero los domingos lleva­ríamos al niño al parque y comeríamos mazorca y tal vez una cerveza, y, de vez en cuando, dejaríamos al niño donde mi mamá y podríamos ir a bailar."

Pero Mariana vive sola. Tiene arrendado un cuarto. Trabaja como vendedora en un almacén de telas, gana sueldo mínimo, vive lejos del trabajo y[...] Tal vez esté muy lejos de ser feliz.

Indudablemente los tiempos han cambiado. A Ma­riana, no le ha tocado como a su madre, ni le tocará le-

[301]

Page 336: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

MYRIAM GUTIÉRREZ

vantar una familia numerosa. Tampoco le tocará vivir las 24 horas del día dentro de la casa. Tendrá que levan­tar a su hijo[...] Tal vez, con el tiempo, encuentre un hombre para compartir el camino de la vida y si no su­cede, ya no será "una desgraciada mujer soltera".

Habíamos dicho que tal vez esté muy lejos de ser feliz[...] Y no nos retractamos de ello: la felicidad es algo difícil de encontrar cuando hay que levantarse a las cinco, despertar al chico, prepararle un tetero y cambiarlo. Tomar un café de prisa, llevar al chico a la guardería y, finalmente, enfrentarse a una hora de buseta apretujada hasta llegar al trabajo y ponerse el obligatorio delantal. "Siga, señora, ¿qué busca?" "A la orden, bien pueda pase, ¿qué desea?" Para al final de la tarde volver muerta del cansancio[...] Y pasar por don­de su mamá que a sus años, la ahora abuela, debe ser la madre sustituta de su nieto durante unas horas para que Mariana pueda trabajar dizque "como Dios man­da". Y, luego de una pequeña visita, volver a su cuarto a lavar un par de pañales, hacerse algo de comer, dejar todo listo para mañana[...] Tirarse a la cama a dormir al niño[...] Y, a veces, quedarse dormida con él, rendida de fatiga, o desvelarse pensando, soñando en un futuro mejor, alguna vez un par de lágrimas y otras una son­risa.

"Yo puedo, saldré adelante con mi hijo. Tendré una casita. Y si no puedo estudiar, por lo menos Alberto sí lo hará[...] ¡Dios mío ayúdame!" Y el sueño que no per­dona.

Consideraciones generales sobre la flexibilidad de las estadísticas

En nuestros países no h a n existido políticas directas que est imulen la par t ic ipación económica de la mujer. Tal vez el aumen to de su part ic ipación se pueda relacionar más fácilmente con la modernización, la urbanización, los procesos educativos y los cambios culturales sobre la con-

[302]

Page 337: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Mujeres y vinculación laboral en Colombia

cepción del trabajo. Tampoco ha existido una sistematiza­ción estadística coherente que nos permita observar en cifras la evolución de este asunto dentro de un marco ade­cuado, que no se preste a confusiones por la flexibilidad de las mediciones o por la ausencia de ellas. Es por esto que una buena parte de las cifras estadísticas hay que mirarlas detenidamente y sopesarlas, analizarlas y repasarlas con ciudado, dada su difusa delimitación y visibilidad.

El presente artículo pretende dar una nueva mirada a las estadísticas existentes, de tal forma que podamos com­parar las cifras con la perspectiva de género (hombres-mujeres), así como hacer visible la contribución de la mujer al desarrollo del país, tanto desde el ámbito domés­tico, como desde el productivo.

La distribución y la estructura del empleo

Colombia, en 1990, tiene más de cuatro millones de tra­bajadores, de los cuales el 39,3% son mujeres. Pese a su número, la mayoría de ellas trabajan en los sectores más atrasados de la economía, y en ocupaciones secundarias.

El comportamiento en el mercado de trabajo de las mujeres, a diferencia del de los hombres, está condiciona­do por la etapa del ciclo de vida en que se encuentren, y en su participación suelen influir el estado civil, el número de hijos, el lugar de residencia, el nivel de instrucción, ade­más de los aspectos relacionados con la demanda de la fuerza de trabajo. Observemos en el cuadro 1 cuál ha sido la evolución de la población económicamente activa, PEA1, desde 1951, y su acelerado crecimiento respecto al sector femenino.

1. En general el PEA hace referencia al número de personas que en determinado período se encontraban trabajando o buscando empleo.

[303]

Page 338: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

MYRIAM GUTIÉRREZ

CUADRO 1

Evolución de la población económicamente activa (Por hombres y mujeres)

1951-1990

AÑOS

1951

1964

1973

1985

1990

HOMBRES

80,4

75,0

71,6

67,3

65,8

MUJERES

18,6

22,3

25,3

29,7

31,4

TOTAL

46,2

46,9

47,2

48,0

48,2

Fuente: Norma Rubiano, "Análisis de la oferta de la fuerza de traba­jo en Colombia y proyecciones 1985-1995", documento Mintrabajo-PNUD-OIT, Bogotá, diciembre de 1991.

Es notorio el aumento ostensible en la tasa de partici­pación de la población femenina frente al total. Mientras el crecimiento de la PEA total entre las dos fechas fue de dos puntos, el de la población femenina fue de 12,8 pun­tos.

Ateniéndonos a las cifras expresadas en los gráficos 1 y 2, podemos encontrar que la mayor concentración de las empleadas se hallan en el sector de servicios comunitarios y de comercio. En el gráfico 1, en efecto, la mayor propor­ción de empleadas, 53,6%, se halla en el sector de servi­cios. El sector comercio emplea 42,1% de mujeres y en el sector manufacturero son el 35,9%. Dentro de estos sec­tores, la mayoría de las trabajadoras son empleadas del servicio doméstico (96,5%, gráfico 2) y trabajadoras fami­liares, y en menor proporción son empleadas, obreras o trabajadoras independientes.

En el interior de cada rama ocupacional persiste una mayor proporción de trabajadoras en sector comercio y servicios. A excepción de las empleadas en el sector infor-

[304]

Page 339: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Mujeres y vinculación laboral en Colombia

GRÁFICO 1

Par t ic ipación laboral femenina en el total de ocupados por sectores*

*Participación femenina en el total de ocupados para 1990: 39,3%. Fuente: Manuel Muñoz Conde, "Evolución del empleo y algunas de sus características en ocho ciudades colombianas, 1982-1990", do­cumento Mintrabajo - PNUD-OIT, Bogotá, enero de 1992

GRÁFICO 2 Porcentaje de mujeres ocupadas por posición ocupacional

Fuente: Manuel Muñoz Conde, "Evolución del empleo y algunas de sus características en ocho ciudades colombianas 1982-1990".

[305]

Page 340: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

MYRIAM GUTIÉRREZ

mal de la economía, que por estar organizadas alrededor de micro o famiempresas se catalogan como pa t ronos o t rabajadores independientes del sector industr ia , comer­cio o finanzas.

La diferencia en la remuneración

No podemos dejar a un lado, si queremos tener u n a vi­sión global de lo que significa el trabajo para la mujer co­lombiana, el desequilibrio que hay en la r emunerac ión entre hombres y mujeres.

CUADRO 2

Ingresos absolutos de hombres y mujeres Sector formal e informal (junio 1990) Promedios mensuales por $ corrientes

SECTORES

Formal

Informal

INGRESOS

PARA HOMBRES PARA MUJERES

104 465 78 994

64 925 47 404

Fuente: Mario Pérez, "Características de la población femenina ur­bana y su participación en las actividades laborales", documento DNP-UDS, Bogotá, noviembre de 1991. (Cálculos hechos con base en Encuestas de Hogares (DAÑE), junio de 1990, para cuatro ciudades principales). Sueldo mínimo de este año: $41 000

Al observar los cuadros 2 y 3 podemos concluir en lo que a ingresos se refiere que en todos los casos y pa ra to­das las r amas , t an to en el sector informal como en el for­mal, éstos son menores en las mujeres que en los hombres , independientemente del nivel educativo.

Esta úl t ima afirmación no parece ser tan válida en las áreas rurales po r cuan to la educación allí se convierte en factor de movilidad social pa ra la mujeres, quienes pasan a

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Page 341: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Mujeres y vinculación laboral en Colombi,

CUADRO 3

Distribución Aft ingresos según niveles de educación (Para hombres y mujeres, junio 1990)

Promedios mensuales

GRADOS EDUCATIVOS

Ninguno

Primaria

Secundaria

Superior

SECTOR FORMAL

HOMBRES

48 530

61 358

79 389

195 117

MUJERES

42 114

47 113

62 458

121 191

SECTOR INFORMAL

HOMBRES

47 376

60 229

62 458

121 191

MUJERES

28 416

37 332

49 718

97 019

Fuente: Mario Pérez, "Características de la población femenina ur­bana y su participación en las actividades laborales". Sueldo míni­mo de este año: $41 000

ocupar cargos administrativos o de otras índoles en las ca­beceras, mientras que los hombres permanecen como jor­naleros u obreros agrícolas.

Educación y participación laboral

La participación laboral femenina aumenta en la me­dida en que su nivel educativo se eleva. Se puede afirmar que con el acceso consecutivo de la mujer a la educación es mayor su capacidad, deseo y efectividad en el trabajo, así como su participación en el mismo.

Aun cuando más adelante ahondaremos en este factor de impulso en el nivel de participación laboral femenina, por ahora nos limitaremos a remitir a la observación dete­nida de los cuadros 4, 5 y 6, que nos permiten apreciar el crecimiento de los índices educativos y su incidencia en la participación laboral.

[307]

Page 342: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

MYRIAM GUTIÉRREZ

CUADRO 4

Crecimiento de la matrícula escolar total nacional, 1940-1988

AÑOS

1950

1960

1970

1980

1988

PRIMERA

MILES DE PERSONAS

808,5

1 690,4

3 286,1

3 597,4

4 044,2

CRECIMIENTO ANUAL %

3,3

10,9

9,4

0,9

1,5

MEDIA

MILES DE PERSONAS

79,6

229,7

791,8

1 433,6

2 076,5

CRECIMIENTO ANUAL %

2,9

18,8

24,5

8,1

5,6

SUPERIOR

MILES DE PERSONAS

10,6

22,7

92,1

303,1

434,6

CRECIMIENTO ANUAL %

25,3

11,4

30,6

22,9

5,4

Fuente: DAÑE, Estadísticas educativas. Hasta 1970 los datos son tomados del In­forme Final de la Misión de Empleo, 1986. La matrícula escolar actualmente es equiparable para hombres y mujeres.

CUADRO 5

Cambios en la composición de la fuerza laboral femenina según niveles educativos. 1976-1990

NIVEL EDUCATIVO

Sin educación

Primaria

Secundaria

Superior

Total

1976

4,5

45,7

38,3

11,6

100,0

1980

3,9

40,4

41,0

14,7

100,0

1984

3,4

36,0

44,8

15,8

100,0

1990

2,3

29,6

49,4

18,7

100,0

Fuente: Para los niños de 1976, 1980 y 1984 se tomaron los promedios anuales estimados por la Misión de Empleo, con base en las Encuestas de Hogares del DAÑE. Para 1990 se toman los datos de las Encuestas de Hogares del mes de marzo. En todos los casos las cifras corresponden a las cuatro principales ciudades del país.

[308]

Page 343: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Mujeres y vinculación laboral en Colombn

CUADRO 6

Tasa de participación laboral femenina según niveles educativos

Nivel educativo

Sin educación

Primaria

Secundaria

Superior

Total

1990

28,19

38,66

42,36

64,52

43,41

Fuente: DAÑE, Encuestas de Hogares, marzo de 1990. Cuatro princi­pales ciudades.

Se puede notar en el cuadro 6 que el cambio funda­mental en cuanto a participación, se ubica en los niveles de secundaria y educación superior, en detrimento de los sin educación y primaria, concordante con el acceso pau­latino de la mujer en estos niveles.

Invisibilidad e inactividad

En la práctica, la definición de fuerza de trabajo -conjunto de personas que aseguran el trabajo necesa­rio para la producción de bienes y servicios- plantea muchos problemas específicos, sobre todo en lo que concierne a la estimulación del trabajo femenino, pues las actividades que suelen desempeñar las mujeres son sistemáticamente excluidas de las estadísticas sobre la población activa o, como es de conocimiento general, de las cuentas nacionales2.

2. Juan Carlos Cortés Cely, "Trabajo doméstico. Ensayo de valo­ración", documento DANE-DANAL-BIES, Bogotá, noviembre de 1991.

[309]

Page 344: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

MYRIAM GUTIÉRREZ

Del ensayo de valoración del trabajo doméstico, de donde extractamos la anterior cita, se obtuvo que para 1988, si se decidiera involucrar el trabajo doméstico en las cuentas nacionales, éste aportaría $111.196.875.102, lo que significa un aporte de un 11,47% al Producto Interno Bruto, (PIB), de este año3. Comparado con la contribución de la industria (20,9%) o del sector agrícola (21,3%) al PIB del mismo año, la contribución del trabajo doméstico es muy significativa.

En el área rural, la población catalogada como inactiva (personas de 10 años o más, que no están empleadas ni buscan trabajo remunerado) alcanzaba los 4 380 119 en 1988, de los cuales el 20,3% eran hombres y el 71,3% eran mujeres. La mayoría de los inactivos se dedicaba a traba­jos domésticos y de ellos 72% eran mujeres.

De igual manera, si catalogáramos a esta población dentro de la económicamente activa (PEA), las tasas de par­ticipación pasarían de 54,2% al 66,5% para el total de la población y, para las mujeres, del 28,6% al 47,9%.

Ahora bien, no podemos dejar escapar el siguiente dato: de 1 178 763 personas catalogadas como inactivas en el área rural, que realizan actividades productivas como labores secundarias, el 78,2% (921 915) son mujeres. Lo producido con este trabajo está dirigido al consumo den­tro del hogar o a ventas en la comunidad.

En el área urbana, en 1990, del total de la población catalogada como económicamente inactiva, el 72% eran mujeres. Del total de ellas, el 64,8% estaba dedicado a las labores domésticas frente a un 3,2% de hombres, mientras que ellas sólo están en un 29,9% dedicadas a actividades estudiantiles, frente a un 66,5% de hombres.

3. El anterior cálculo se hizo con base en las Encuestas de Ho­gares Rurales y Urbanas, teniendo en cuenta el número de horas promedio trabajadas en labores domésticas según el número de miembros del hogar y teniendo en cuenta los que trabajan en el ho­gar, -miembros (empleadas) y no miembros- la remuneración para el trabajo doméstico por días (urbano y rural para este mismo año).

[310]

Page 345: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

Mujeres y vinculación laboral en Colombia

Estado civil de mujeres jefes de hogar, su vinculación al trabajo

La jefatura del hogar, entendida como la responsabil i­dad económica principal y/o exclusiva en el hogar, ya no es un rol mascul ino; ésta cada día es m á s compar t ida por la mujer o ejercida ún icamente po r ella. En la jefatura de hogar femenina existe u n a clara correlación entre es tado civil y par t ic ipación laboral .

CUADRO 7

Distribución de la población laboral femenina según estado civil 1976-1990

ESTADO CIVIL

Casadas

Unión libre

Viudas

Separadas

Solteras

Total

1976

35,9

4,1

6,7

4,1

49,2

100,0

1980

33,5

6,5

6,7

5,8

47,5

100,0

1984

31,8

9,2

6,8

8,5

43,8

100,0

1990

28,9

11,0

4,2

13,8

42,1

100,0

Fuente: DAÑE, Encuestas de Hogares. Cuatro principales ciudades del país.

El cuadro 7 nos mues t ra cómo h a n cambiado las mo­dalidades de estado civil bajo las cuales las mujeres colombianas establecen vínculos familiares. Se han acen­tuado especialmente los índices de separadas y en un ión libre.

[311]

Page 346: VELÁSQUEZ Magdala - Mujeres en la historia de Colombia Tomo I

MYRIAM GUTIÉRREZ

CUADRO 8

Tasa de participación laboral femenina según estado civil 1976-1990

ESTADO CIVIL

Casadas

Unión libre

Viudas

Separadas

Solteras

Total

1976

23,55

26,98

23,43

60,36

42,33

34,40

1980

30,42

30,54

26,80

63,17

43,86

38,46

1984

34,51

36,70

27,46

66,56

45,19

41,62

1990

39,75

40,41

27,05

66,78

46,31

44,04

Fuente: DAÑE, Encuestas de Hogares. Cuatro principales ciudades del país.

Al examinar las tasas de participación laboral femeni­na según su estado civil (cuadro 8), vemos que aunque en todas las categorías ha aumentado el trabajo femenino, las mujeres separadas, solteras y en unión libre, son quienes más han aumentado su vinculación laboral. No es arries­gado decir que desde muy temprana edad la mujer se ve obligada a laborar para equilibrar el ingreso de la familia, y que al formar un nuevo hogar, en un principio, esta res­ponsabilidad disminuye, en forma de subempleo, como hemos visto atrás (pues, económicamente hablando su tra­bajo se hace invisible), para luego, en caso de separación, engrosar la más alta tasa de participación.

Es de anotar que la separación hace patente, su jefa­tura en el hogar y en la mayoría de los casos la convierte en única responsable de su sostenimiento y el de sus hijos -lo cual no descalifica el que estando casada no lo haya sido-. También la inseguridad -no hablamos aquí de una posible mayor seguridad a consecuencia del matrimonio-, sino del mayor riesgo que implica una independencia mu-

[312]

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Mujeres y vinculación laboral en Colombú

tuamente otorgada y por lo tanto asumida, de la unión li­bre, hace que la mujer en esta relación se vincule con ma­yor interés al trabajo remunerado.

El comportamiento en el área rural

En nuestro trabajo hemos hecho, por razón de las dife­rentes metodologías, estadísticas y enfoques, mayor énfa­sis en el sector urbano, sin dejar de tener en cuenta el rural. Sin embargo, consideramos que para una mayor claridad vale la pena hacer unas breves acotaciones que pueden contribuir a esclarecer la situación en cuanto a este sector se refiere.

De ios 6 472 739 de mujeres que en 1988 habitaban el área rural, 2 288 938 estaban trabajando en alguna acti­vidad productiva (1 236 968 remuneradas, 921 915 no re­muneradas y 129 325 niñas de seis a nueve años que se dedican a actividades no domésticas)4.

La gran mayoría de estas mujeres perciben ingresos por debajo del mínimo o su trabajo no es tenido como pro­ductivo y por lo tanto no es remunerado. Aparece aquí la invisibilidad del trabajo de la mujer y su desequilibrio en el reconocimiento salarial, sea aquél visible o no.

La migración, el cambio de labores dentro de los hom­bres o su empleo en diferentes lugares, ha hecho que la mujer no sólo se convierta en jefe de hogar sino que, ade­más, tenga que asumir casi la totalidad de la responsabili­dad del manejo de la producción de la pequeña parcela, lo cual se traduce en el paulatino aumento de la responsabili­dad de las mujeres sobre la economía campesina.

Existe un gran número de trabajadoras no agrícolas, operarías o empleadas en servicios (576 105) cuyas condi­ciones salariales y de seguridad social son deficientes.

Hay un importante número de mujeres rurales, cuya vinculación laboral está asociada al comercio, constituido

4. Myriam Gutiérrez, "Estructura laboral rural y participación de la mujer", documento DNP-UDS-DIPSE, Bogotá, julio de 1991.

[313]

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MYRIAM GUTIÉRREZ

por pequeños negocios o microempresas artesanales o de alimentos que tienen que ver directamente con 780 292 hogares campesinos, que combinan las actividades agro­pecuarias con este tipo de negocios.

Mientras que el hombre aspira a ser empleado u obre­ro, la mujer desocupada aspira principalmente al empleo doméstico, aun cuando sus niveles educativos sean iguales.

Como un último estimativo sobre esta área, veamos estas cifras alarmantes: de la población rural en general hay un 35,7% en condiciones de pobreza crítica y un 26,9% de pobreza no crítica; 340 330 niños y niñas en edades de seis a nueve años trabajan en actividades no domésticas, ocupación que seguramente tiene un alto grado de corre­lación con el realizado por la mujeres en la parcela, quie­nes generalmente lo hacen acompañadas por los hijos menores.

Causas del aumento en la participación laboral

Como anotábamos, el aumento de la participación de la mujer en el sector laboral no obedece a un solo factor. Aun cuando el número de factores no se ha podido delimi­tar y aprehender, por cuanto muchos de ellos se combinan a veces imperceptiblemente, podemos encontrar como principales y determinantes los siguientes: a) factores de orden demográfico, b) de orden económico, c) de orden sociocultural.

Factores de orden demográfico Los factores de orden demográfico no están compues­

tos por un solo elemento. Son el resultado de la combina­ción de varios.

El fenómeno migratorio que se manifiesta con más fuerza en las mujeres con mayor potencialidad laboral (15 a 30 años), genera una presión adicional en la oferta de trabajo femenino.

Durante las últimas dos décadas se ha presentado una constante desaceleración en el crecimiento poblacional.

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Mujeres y vinculación laboral en Colombú

Éste aún no se ha manifestado del todo sobre el ritmo de crecimiento de la fuerza de trabajo disponible (PET), espe­cialmente femenina, la cual ha venido creciendo en una escala superior a la población total.

La mayor esperanza de vida de la mujer frente al hom­bre, y por lo tanto su mayor edad promedio, hace que la mujer se encuentre en edades potencialmente más aptas para trabajar. Esta circunstancia aumenta gradualmente la proporción de grupos de edad con mayor participación laboral. Mientras mayor sea la proporción de mujeres en el total de la población, mayor será la presión sobre la oferta de trabajo.

Factores de orden económico Aquí encontramos dos elementos importantes: las li­

mitaciones en los ingresos familiares y las posibilidades de obtenerlos y engrosarlos a través de las diferentes for­mas de participación laboral, han conllevado a que la par­ticipación femenina en el mercado del trabajo se presente en el contexto de las propias necesidades del hogar, carac­terística que ha sido llamada participación extensiva.

A la dinámica de la oferta laboral femenina, el mismo crecimiento económico ha respondido elevando las tasas de participación a un nivel más alto que las del hombre y, en particular, en determinadas ramas de la actividad: co­mercio, industria (confección textil, calzado), y de manera creciente en el sector financiero.

Factores socioculturales Una de las manifestaciones del cambio generacional

que ha ocurrido en los últimos tiempos es el aumento del interés de las mujeres jóvenes por vincularse a las activi­dades laborales remuneradas.

Estos cambios generacionales han incidido en el au­mento de los niveles educativos de la mujer, que a su vez han contribuido a elevar las tasas de participación laboral femenina.

El cambio de actitud en la conformación del hogar, las

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relaciones de pareja, la forma de unirse y de liderazgo del hogar, ya no sólo en el aspecto del trabajo doméstico, sino en la toma de decisiones y del control y manejo económico del mismo, ha sido pilar del aumento de las tasas de parti­cipación laboral remunerada.

Logros y carencias Si miramos hacia atrás, podremos ver que en nuestro

país, y no sólo en él, la mujer estuvo dedicada, salvo conta­das excepciones, al trabajo doméstico, al cuidado de los hijos, a mantener la casa en condiciones habitables y, ade­más de procrear, a proveer a la familia de los recursos para poder contribuir al desarrollo de la comunidad. Si bien es cierto que estas actividades no se clasifican dentro de los trabajos remunerados y considerados económicamente activos, no han dejado de ser factores preponderantes en el desarrollo del país.

Ahora bien, además de esta dedicación doméstica, pode­mos hablar de una cierta producción informal permanen­te de las mujeres, para autoconsumo (ventas de helados, confecciones, producción de alimentos), que en más de una ocasión sobrepasa estos límites de complementación del ingreso familiar, no sólo en el ahorro sino en la gene­ración de dinero. En el campo podemos ver esta misma producción informal no remunerada en la crianza de ani­males, manejo de hortalizas y reemplazo del trabajo del hombre en la parcela merced a su desplazamiento como jornalero a los grandes centros de producción.

Es innegable que el aumento de la participación visible de la mujer dentro del campo laboral, no sólo la beneficia sino que favorece económicamente al país. Este mejora­miento económico también se traduce en la necesaria expansión de los requerimientos de adecuada remunera­ción, seguridad social y diversificación del empleo. En este sentido es muy importante dar relieve a la participación del trabajo doméstico, en el producto interno bruto, que posee un alto valor aunque sea invisible estadísticamente.

Pero no es sólo lo económico; también existen otros

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Mujeres y vinculación laboral en Colombú

logros que aunque no son traducibles a cifras, sí inciden en el mejoramiento de la calidad de vida de la mujer y por ende en su rendimiento laboral y social. Uno de ellos es el aumento de la autoestima de las mujeres, el creer en sí mismas, el incremento en su capacidad para asumir nue­vos roles de trabajo y retos no considerados hasta ahora. La apertura del espacio público a la mujer y el manejo del mismo, ha expandido sus fronteras más allá de los muros hogareños y ha sido un paso fundamental para su partici­pación en otros ámbitos: el trabajo comunitario y su parti­cipación social y política.

Sin embargo, nuestra sociedad no siempre ha estado preparada para los cambios y a veces éstos han sido vistos con reticencia y rechazados, pues la cultura transmitida por la educación no corresponde a los cambios que hemos analizado, y los roles entre hombres y mujeres en el ámbi­to doméstico, no varían con la misma claridad que la in­corporación de la mujer al ámbito laboral.

Ante estas deficiencias la respuesta no puede ser, como algunos sostienen, volver a los años 20 o 30 (al seno del hogar), más bien se debe emprender una ofensiva cultural en la cual se desmitifique el rol de la mujer como un ente doméstico e invisible económicamente. Ella ha demostra­do su potencialidad y debe consolidar su nuevo lugar en el ámbito laboral, en condiciones de equidad frente al hom­bre, para acrecentar su capacidad productiva y su desa­rrollo humano. Se debe, además, proveer de servicios sociales que faciliten las labores del hogar y liberen el ex­cesivo tiempo de trabajo de las mujeres.

El camino recorrido ha sido largo y el que falta es qui­zá aún más difícil.

BIBLIOGRAFÍA

Cortés Cely, Juan Carlos, "Trabajo doméstico. Ensayo de valora­ción", documento DANE-DANAL-BIES, Bogotá, noviembre de 1991.

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MYRIAM GUTIÉRREZ

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Mujeres y espacios políticos. Participación política y

análisis electoral

NORMA VILLARREAL MÉNDEZ

El proceso de la Reforma Constitucional reactivó la parti­cipación política del movimiento de las mujeres. Cuando en 1988 se convocaron audiencias públicas para presentar proyectos constitucionales, 18 organizaciones de mujeres de Bogotá se reunieron, elaboraron y presentaron en la comisión respectiva una propuesta de Reforma Constitu­cional. Este planteamiento, que luego fue respaldado por organizaciones de todo el país, señalaba como reivindi­caciones de la sociedad actual el pluralismo ideológico y religioso, el derecho a la vida y los derechos humanos en general, la protección de los recursos naturales y el reco­nocimiento de las minorías étnicas y culturales, además del reconocimiento de derechos para la mujer.

Dos años más tarde, durante el proceso de movili­zación de los estudiantes para promover el apoyo a una Reforma Constitucional, el grupo de "Mujeres por la Cons­tituyente" participa en la agitación que llevó a reconocer el voto favorable por la convocatoria a una Asamblea para reformar la Constitución. El paso siguiente fue el de parti­cipar con propuestas en distintos foros, en reuniones, con artículos de prensa, y en la coordinación de mesas de tra­bajo sobre el tema de la mujer que funcionaron en las ciu­dades grandes y pequeñas. Se conceptuó que la coyuntura de la reforma política marcaría un momento importante

*Este trabajo hace parte de la investigación: "Movimientos de mujeres y participación política en Colombia", apoyada por el Pro­yecto CICYTAME 90 y la Universidad de Barcelona.

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en la presión y movilización para tener participación po­lítica activa en la formulación global de un nuevo pacto social y en la consagración de sus derechos en la nueva Constitución, y se decidió participar en ella.

La reflexión de distintos encuentros coincidía en que los procesos de Reforma constituyen un ejercicio de dere­chos políticos que podrían incidir en el comportamiento político de las mujeres y mejorar sustancialmente el carác­ter de su participación. Bajo esta perspectiva se inició una nueva etapa en la posición de la mujer, cuyo análisis puede ser prematuro en cuanto a sacar conclusiones, pero que puede señalar algunas pistas que nos permitan identificar posibles tendencias del sentido de esta participación polí­tica a corto y mediano plazo.

Con base en tales consideraciones, este ensayo preten­de analizar las cifras de las elecciones de mayo, octubre y diciembre de 1990, mayo de 1991 y marzo de 1992, articu­lando los conceptos teóricos de la participación política y el comportamiento electoral con la categoría de género.

Concepción general de la participación política

Para lo que aquí nos ocupa, la participación política es el conjunto de "actividades de carácter voluntario median­te las cuales los miembros de la sociedad participan en la selección de sus gobernantes y, directa o indirectamente, en la elaboración de la política gubernamental"'. La parti­cipación política no es natural, debe ser aprendida, y ade­más la capacidad para participar requiere motivación, oportunidad y experiencia participativa. La participación política puede ser el resultado, y/o, estar relacionada con la actividad de la participación en otros eventos de la vida ciudadana.

La apatía de los individuos en términos de "no partici-

1. Herbert MacClosky, "Participación política", en Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales, vol. i, Bilbao, Aguilar, 1974, pág. 635.

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Mujeres y espacios políticos

pación política" puede estar relacionada con: a) la indife­rencia, la exclusión y autoexclusión, y b) con la decisión consciente de no participar. La indiferencia o formas de exclusión suelen presentarse en personas que por situa­ción económica, social o educativa se encuentran margi­nados, o en aquellos que "desempeñan papeles en los que la pasividad política se considera la norma habitual", como, por ejemplo, las mujeres en sistemas políticos deci­didamente dominados por hombres2. Los que consciente­mente asumen una actitud apática hacia la participación política, son los críticos del sistema político vigente, los que señalan la corrupción e incapacidad de la clase políti­ca, aquellos que sienten que la política no llega a incidir en sus necesidades o intereses, o finalmente, quienes desilu­sionados del juego político consideran que sus prácticas no pueden mejorarse y que no hay ninguna posibilidad de influir en el cambio.

De lo anterior se deduce que las variables que afectan la participación política en general, pueden ser de carácter interno al individuo (motivaciones y conocimiento), o pue­den referirse a condiciones externas del ambiente social y político, dentro de los cuales es posible identificar situa­ciones del comportamiento político de la mujer. MacClos-ky señala que:

a) Los individuos están incrustados en una matriz de fuerzas sociales (status, educación, religión, etc.) que los inclina o aparta de la participación política. Particularmen­te en el caso de las mujeres, la socialización que reciben tradicionalmente, les hace ver la política como actividad que no les concierne, aunque simultáneamente en mo­mentos de perturbación, se solicite el concurso de la mu­jer para contribuir a la disminución de los antagonismos. A veces también se les convida a hacer uso del voto en momentos en que se cuestiona el modelo de relaciones vi­gente y existe una polarización de fuerzas para que ella in-

2. Bell et al. [1961], citado por MacClosky, Op. cit.

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cline la balanza, recurriendo a su condición de "madre" o "esposa", es decir, a su parte emocional.

b) ...Las diferencias en motivaciones y capacidades ha­rán que varíe la disposición de los individuos para respon­der a los estímulos políticos. En este caso se puede señalar qué diferencias entre distintas categorías de mujeres ayu­dan a explicar el comportamiento político.

Es posible que la "indiferencia participativa" entre las mujeres no sea igual, sino que tenga modalidades, depen­diendo de la categoría social en que ellas estén ubicadas. En algunos momentos las mujeres de sectores populares pueden ser más activas políticamente, si hay coyunturas de presión y movilización. Históricamente en nuestro país se han vivido circunstancias de alta movilización política de mujeres de estratos medios y altos para favorecer la elección de determinados candidatos.

c) La naturaleza del propio ambiente político, dentro del cual las condiciones psicológicas y las sociales asumen determinadas modalidades de acción política; un ejemplo de ello, lo constituye la desmovilización que produjo en los movimientos sociales y el movimiento de mujeres, el proceso del Frente Nacional, que incluyó la alternación política y la paridad del gobierno y que eliminó por 16 años la competencia por el poder.

Específicamente, en lo referente a la participación po­lítica electoral, se deben tener presentes tres tipos de fac­tores que influyen en la decisión y el compromiso. El primero es de carácter normativo y se basa en una asigna­ción positiva al acto mismo, sustentada en criterios éticos del buen ciudadano; el segundo, la motivación puede es­tar, en una dimensión instrumental, ligada al interés del votante en influir en un determinado conjunto de decisio­nes y en tercer lugar, puede basarse en un sentimiento de satisfacción personal por el voto en sí mismo.3

3. Donald Stokes, "Comportamiento electoral", en Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales, vol. n, pág. 540.

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Mujeres y espacios políticos

Género y participación política electoral en nuestra historia

Aunque en 1853 el gobierno de la provincia de Vélez consagró el derecho al sufragio sin distinción de sexo -el cual no se llegó a ejercer-, fue sólo en 1954, casi 100 años más tarde, cuando después de muchas presiones de orga­nizaciones de mujeres, de transiciones y alianzas, se logró la aprobación del voto femenino, que apenas se estrenó en 1957. Ello significa que la experiencia de participación de la mujer es reciente, no alcanza los 40 años. Éstos, además, han sufrido procesos de control hegemónico del poder que han restringido la participación política, (específicamente la electoral) de todas las ciudadanas y ciudadanos. Tal li­mitada experiencia de la mujer, debida a concepciones au­toritarias que impidieron por mucho tiempo su voto o su aprendizaje de la participación, tienen relación con las tendencias de menor participación política y su baja re-presentatividad en las corporaciones con respecto al hom­bre, cuya evidencia se ha señalado en varios estudios. Entre 1958 y 1974 el promedio de las mujeres sobre el total de miembros es de 2,01% en el Senado y 4,43% en Cámaras, 8,15% en Asambleas, 3,78% en Concejos Inten-denciales y 6,69% en Concejos Municipales4. En 1988 el Senado contaba con dos mujeres frente a 115 senadores y con diez mujeres representantes frente a un total de 199 legisladores5. i

La tardía vinculación de las mujeres a la acción políti­ca es una circunstancia que ayuda a explicar las dificulta­des que ellas tienen para la apropiación del mundo de la política y del Estado. El quehacer político en la mujer ha sido una práctica subordinada a intereses globales y no

4. Patricia Pinzón de Lewin y Dora Rothisberger, "Participación de la política de la mujer", en Magdalena León de Leal, La mujer y el desarrollo en Colombia, Bogotá, Asociación Colombiana de Estu­dios y Población (ACEP), 1977, pág. 59.

5. María Cristina Ocampo de Herrén, "Las mujeres dirigentes", en Elena Páez Tavera y otras, Protagonismo de la mujer, Bogotá, Pro­democracia-Fundación Friedrich Nauman, abril de 1989, pág. 191.

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específicos de ella, por lo cual sus intereses vitales no han adquirido legitimidad en el contexto de la política general. Para las mujeres de los sectores medios-bajos y bajos, la participación en organizaciones se ha circunscrito tradi-cionalmente a organismos de asistencia (aunque ya está cambiando), donde la posibilidad de discutir problemas sociales formativos en términos políticos se presentaba con límites.

Los estudios sobre comportamiento político en gene­ral, señalan que el aprendizaje de lo político se ve afectado por las variables de sexo y clase, entre otras. La participa­ción política es más probable entre hombres que entre mujeres y los miembros de los estratos sociales superiores son políticamente más activos que los de los inferiores. Las investigaciones empíricas muestran que a los nueve años ya empiezan a manifestarse las diferencias entre co­nocimientos políticos "desde los juegos pre-escolares los varones aprenden a orientarse en relación con lo que está más allá de su círculo primario y eventualmente en rela­ción con lo político. Las niñas por su parte se ven sutil o directamente empujadas a desarrollar preocupaciones do­mésticas, lo que las predispone a ignorar la política"6. En los casos en que desarrollan un interés de participación política o de organizaciones, se sigue como ejemplo al pa­dre. Los datos empíricos de una investigación realizada en Bogotá con mujeres dirigentes, muestran que la socializa­ción política que ellas incorporan es el modelo masculino, casi sin relación con intereses específicos de género7.

Mujer y transición política

Desde la administración de Belisario Betancur (1982-1986), se introdujeron reformas políticas tendientes a pro-

6. Fred y Greensteing, "Socialización política", en Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales, vol. 10, Madrid, Aguilar, 1974, pág. 25.

7. Ocampo de Herrán, Op. cit.

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ducir una apertura democrática, principalmente en la des­centralización administrativa y la elección popular de al­caldes, acompañadas por iniciativas para institucionalizar la participación ciudadana. Simultáneamente, en su ges­tión se propició una mayor vinculación de la mujer a espa­cios de poder en la administración pública, en calidad de viceministras, y se puso en práctica una política de apoyo a la mujer campesina que propició su organización a nivel nacional.

La administración de Virgilio Barco intentó adelantar una Reforma Constitucional, para la cual las organizacio­nes femeninas hicieron una propuesta. Se puso en prácti­ca una política de pacificación a la que no fue ajeno el movimiento de mujeres, que convocó una gran moviliza­ción y contribuyó a crear el ambiente para la búsqueda de la paz en las negociaciones para la reinserción a la vida política de los movimientos insurgentes (M19, EPL y Mo­vimiento Quintín Lame).

Durante el gobierno de César Gaviria, se crearon con­diciones para la ampliación del sistema político, institu­cionalizando los mecanismos de participación ciudadana, extendiendo la elección popular a gobernadores, reforzan­do los mecanismos de control, fortaleciendo la justicia y consolidando la calidad del ciudadano, mediante el reco­nocimiento de derechos fundamentales y sociales.

Estos tres últimos períodos presidenciales se caracteri­zan por la intensificación de la violencia, al tiempo que se intenta la modernización del Estado y la reconstitución de la sociedad civil. Desde el punto de vista de la mujer, se ini­cia el rescate de su visibilidad como actor social estratégi­co, con el surgimiento de grupos autónomos de mujeres, organizaciones sociales y/o asociaciones civicopolíticas en donde participan crecientemente las mujeres, y en donde se generan procesos de reflexión sobre su identidad. Esta actividad se generaliza en grupos medios y populares de sectores urbanos y rurales, como subproducto de las ini­ciativas gubernamentales y no gubernamentales asociadas a la Década de la Mujer.

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La administración Gaviria formuló desde sus inicios y a través de la Consejería Presidencial un programa deno­minado La Mujer Prioridad Nacional, que apuntó a desa­rrollar acciones de apoyo legal con las Comisarías de la Familia, a apoyar programas económicos y de capacita­ción para la mujer jefe del hogar, para la salud de la mujer, para la mujer rural, y el apoyo para la institucionalización del programa Mujer en municipios y gobernaciones. Las trabajadoras lograron antes de la Constitución la exten­sión a doce semanas de la licencia de parto con el estable­cimiento de la licencia familiar (la inclusión del padre en alguna parte de la licencia para que esté más tiempo con su hijo).

Las condiciones de apertura y movilización política que se van creando en los diez últimos años, el apoyo a procesos locales de desarrollo a partir de la descentraliza­ción y la elección de alcaldes, así como la emergencia de movimientos sociales para demandar mejoramiento de las condiciones de vida, el respeto a los derechos humanos, la solución pacífica de los conflictos junto con las estrategias para el mejoramiento del Estado y la institucionalización de la participación, son factores del entorno sociopolítico que facilitan el despertar de la potencia participativa de la mujer, más allá de la participación social y la contribución a obras comunitarias, que era lo tradicional. La influencia de grupos de mujeres en los sectores urbanos como las Madres Comunitarias y Jardineras con intereses en parti­cipar en la toma de decisiones, y la experiencia de la Aso­ciación Nacional de Mujeres Campesinas e Indígenas, ANMUCIC, que influye en la política agropecuaria, forman el marco de un interés de participación de mujeres de secto­res populares en la construcción del país del siglo xix. También contribuyen a la sensibilización de la población femenina, el tratamiento del tema por los medios de co­municación, el surgimiento de sectores de la academia que han institucionalizado el análisis de género como ob­jeto de investigación y la oferta de publicaciones naciona­les y extranjeras en el mercado nacional sobre el tema

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mujer, además de la creciente actividad de las organizacio­nes no gubernamentales en acciones sobre salud, apoyo legal, con grupos de mujeres junto con el taller sobre iden­tidad y participación sociopolítica.

Mujer, política y comportamiento electoral

La participación en actividades proselitistas y de com­portamiento electoral de las mujeres presenta varios nive­les de complejidad. Muchas mujeres forman comités en los partidos sólo para canalizar el voto femenino o para sensibilizar posiciones reivindicativas en términos de gé­nero.

Las que forman comités generalmente logran el apoyo partidario en tanto significa idear estrategias electorales para captar votos femeninos que a veces son esquivos y/o comprometerlas en tareas complementarias, a veces alta­mente significativas en toda la gestión electoral, especial­mente en el área de las finanzas. Quienes lideran estos grupos negocian posiciones en las listas de candidatos, cuya ubicación dependerá de su capacidad personal para hacerse reconocer. La limitante es que en el mayor núme­ro de casos, no logran el reconocimiento adecuado y su figuración es limitada o nula.

Las que intentan reivindicaciones de género, tienen una doble militancia: la de partido y la feminista. Experi­mentan problemas de inserción y aceptación en las estruc­turas jerárquicas y normalmente son marginadas de las consideraciones y decisiones que les permitirían hacer una carrera política. Particularmente en los sectores de iz­quierda se les presenta una contradicción a las feministas, pues el concepto de que la opresión de la mujer es una va­riable subordinada a las relaciones de clase, desconoce y restringe la lucha política en el proceso de partido y en las prácticas eleccionarias.

Las feministas políticas tienen que transar constante­mente para poder permanecer en el partido y en la mayo­ría de los casos optan por las exigencias que el partido o

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movimiento les hace, poniendo en segundo lugar sus leal­tades en torno a las reivindicaciones de género. Estas cir­cunstancias las agota en la lucha y algunas optan por mar­ginarse. La dificultad deriva de la razón de ser del feminis­mo porque "como todo movimiento social es heterogéneo y busca una transformación del sistema de poder [que] cuestiona la identidad de la actual sociedad", y aparece como un "enfrentamiento a la rigidez de las doctrinas", o lo que es lo mismo, a la esencia de la sociedad y caracterís­ticas de los individuos mismos que la integran. El feminis­mo más que nada propone cambios muy profundos en la escala de valores personales, que no son cuestionados tan directamente en las otras propuestas ideológicas8.

El grupo de las mujeres que conforman el movimiento autónomo, lo constituyen las feministas que consideran que la subordinación de género atraviesa todas las clases y sectores de clase y que, por tanto, las reivindicaciones en torno de la condición y posición de género no pueden ser negociables, son prioritarias, y deben ser asumidas ínte­gramente con posición política propia.

Un aspecto que tiene relevancia en el análisis de la par­ticipación política y el comportamiento electoral femeni­no es la baja figuración política de la mujer en las listas, resultado de la limitada influencia en los organismos de dirección de partido. Esta circunstancia conforma una práctica que se convierte en un círculo vicioso. Veamos su funcionamiento: la mujer no compite electoralmente y no es conocida políticamente por los electores, porque no se la postula y/o en la ubicación de candidatos se da prio­ridad a los varones. Como no sale elegida, su poder en el interior del partido no se legitima; su presencia no reco­nocida limita las posibilidades de institucionalizar una candidatura en términos de intereses de la mujer concor­dantes con una nueva sociedad, y por tanto, no logra que

8. Geovana Merola, "Feminismo: Un movimiento social", en ¿Y hasta cuándo esperaremos mandan-dirun-dirun-dán? Mujer y poder en América Latina, Caracas, Editorial Nueva Social, 1989.

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las estructuras de los partidos le garanticen una figu­ración.

Las mujeres que logran ubicaciones relevantes para competir, deben acumular una historia de luchas, alianzas y transacciones mucho más severas que sus compañeros varones, lo cual a veces incide negativamente en su rela­ción con otras aspiraciones a la política, haciéndolas com­petidoras en una dura y hostil experiencia. Por ello no es raro encontrar que ellas se quejan primordialmente de las otras mujeres, en términos de falta de apoyo.

Otro punto que debe señalarse en el duro tránsito de la mujer en la política como resultado de las estructuras cul­turales de dominación, es la incredulidad sobre la capaci­dad política de otras mujeres. En general, se supone que las mujeres se encuentran expropiadas por siempre del sa­ber público, lo cual les impide ejercer el poder (no obstan­te su calificación). Por lo tanto una lista o una candidatura de mujer es vista con desconfianza con respecto a lo que pueda hacer, o a la posibilidad de enfrentarse con éxito sin sucumbir al menor escollo. La idea de que en la política se necesita de una fortaleza especial que a veces no tiene la mujer coincide, no obstante, con el otorgamiento de cali­dades de honradez que en los últimos tiempos puede estar funcionando como ventaja comparativa para atreverse a competir en la política y hallar respaldo.

Todo lo anterior explica por qué la articulación de lo político en las vidas de las mujeres ha preocupado desde siempre a las mujeres comprometidas en la teoría y en la práctica feminista. Se intentan identificar los fundamen­tos de la actitud de la mujer en general como sujeto recep­tor de campañas y proselitismo de partido, en lo cual no se reconoce a sí misma como ser de necesidades y potenciali­dades específicas, y en su comportamiento como votante expresa una no conciencia de subordinación. No identifi­can la relación estructural autoritaria en que están inmer­sas, y se niegan a reconocer que existe desigualdad entre géneros, verbalizan una actitud contra un proyecto políti­co que integre las demandas específicas de la mujer como

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parte del desarrollo social. Su peso es alto en términos de cantidad de electoras.

Pero, además, la reflexión para comprender la dinámi­ca del voto de las mujeres debe situarse en el terreno del comportamiento político y electoral de los mismos grupos feministas, en tanto especificidad y parte del movimiento social que apuesta a un proyecto colectivo para lograr cambios en el orden social que involucre las relaciones entre géneros. Este análisis debe incluir las relaciones en­tre el movimiento de mujeres, los partidos políticos y los sectores identificados como feministas (grupos autóno­mos), para tener una visión más completa del comporta­miento político de las mujeres y poder delinear una inserción política de mayor eficacia e impacto, aprove­chando los procesos de apertura que se están dando.

Resultados electorales recientes

A medida que se institucionalicen en la vida de los co­lombianos y colombianas los nuevos preceptos consti­tucionales en relación con la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres y se traduzcan en leyes y regla­mentaciones precisas estas orientaciones generales, se po­drán identificar valoraciones favorables en la sociedad sobre la participación significativa de la mujer y mejorar su posicionamiento en la política. Bajo estos vientos de cambios, deben modificarse los patrones de acceso de la mujer a los partidos, a sus niveles directivos y su posición en las propuestas de candidatos a la opinión pública.

La reglamentación del inciso final del Artículo 40 sobre participación adecuada y efectiva de la mujer en las ins­tancias de decisión de la administración pública, puede sensibilizar a los partidos para que introduzcan modifica­ciones similares, o se pongan en práctica las disposiciones que, estando aprobadas -como en el caso del partido libe­ral-, no tienen una vigencia real.

Mientras tanto, el análisis de los resultados electorales muestra más los esfuerzos por lograr mayor visibilidad de

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su participación en la contienda electoral, que cambios definitivos en términos cuantitativos en todas las modali­dades y resultados del proceso electoral.

Estos esfuerzos se iniciaron efectivamente con la Asam­blea Nacional Constituyente, cuya controversia produjo a nivel nacional un deseo manifiesto de tener representa­ción de los intereses específicos de la mujer, en concordan­cia con el movimiento que desde 1988 se había iniciado.

Con el fin de tener un panorama de las manifestacio­nes más globales de la participación política electoral del sector femenino y de sus intereses, vamos a analizar esta­dísticas electorales desde 1990, empezando por la elección de senadores y representantes, hasta las de 1992, que in­cluye alcaldes, Concejos y Asambleas, más con una idea de señalar algunos rasgos, que la de hacer comparaciones.

Elecciones de marzo de 1990 Las elecciones de marzo de 1990 incluyeron varios ele­

mentos que la hacían atípica: se convocaba a elecciones para la segunda elección popular de alcaldes, los concejos municipales, intendenciales, comisariales y los represen­tantes a Cámara y Senado. Serviría para hacer una consul­ta popular para elegir candidato liberal. Participaba el Movimiento Alianza Democrática M-19, resultado de los acuerdos de paz logrados con éste y con el EPL y el Quintín Lame. Se invitaba a sufragar en la llamada "séptima pape­leta" para promover la convocatoria a la Asamblea Nacio­nal Constituyente. Por último, se presentó un propuesta de retorno al Senado centrada en la aprobación de una ley a favor del aborto9, a nombre de un grupo denominado Fe­deralismo Liberal, creado ad hoc con alianzas para candi­datura en la Cámara, Asamblea y Concejo de Bogotá, de las circunscripciones electorales de Cundinamarca y Bogotá.

La elección se presidencializó y constitucionalizó por­que "en la consulta liberal participaron movimientos vo-

9. El proyecto había sido presentado por el mismo senador y ar­chivado en el Senado en la anterior legislatura.

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tantes liberales amarrados, independientes, e inclusive de otros partidos"10. Se captaban votos, ofreciendo una alter­nativa de candidatura liberal motivada por el sentimiento popular de rechazo al asesinato de Luis Carlos Galán, a la vez que se ofrecía la papeleta de convocatoria a la Asam­blea Constituyente.

Otras ofertas programáticas distintas a la ley del abor­to no fueron claras en lo relativo a la mujer. Pero esta pro­puesta no fue conducente. Enfrentó a los grupos más conservadores y a la Iglesia, que hizo uso de los medios masivos, del pulpito y del trabajo de sus grupos de militan­tes activos, quienes desde el inicio de la campaña, destru­yeron avisos con la figura del candidato, desarrollaron una agresiva campaña en buses con volantes y proclamas. El día de la votación atemorizaron a votantes y a quienes ofrecían los votos, destruyendo los puestos de informa­ción electoral.

En esa propuesta sobre el aborto se integraron en el total de listas 40 mujeres, en calidad de suplentes y algu­nas principales, y aunque intentaron presentarla como parte de una propuesta de salud integral, no lograron el acompañamiento electoral de los sectores femeninos. En­tre quienes dirigían la campaña, se hacían cálculos de res­paldo, con base en los altos números de mujeres que, según datos privados, recurrían al aborto ante un hijo no deseado. Pero ello no sucedió.

La propuesta tampoco logró unificar para su apoyo al movimiento de mujeres. Muchas de ellas debatieron, no sólo lo inoportuno de la propuesta -en momentos en que se agrupaban para apoyar acciones más decididas en favor de la vida ante la coyuntura de violencia del país-, sino la credibilidad política del ponente cuyos antecedentes de militancia liberal no lograban concitar su apoyo. Otras fe-

10. Patricia Pinzón de Lewin, "Participación electoral en 1990. Un nuevo tipo de votantes", en Rubén Sánchez, Los nuevos retos electorales. Colombia 1990: antesala del cambio, Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes-CEREC, 1991.

[332]

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Mujeres y espacios políticos

ministas sí apoyaron la propuesta, pero el resultado fue un descalabro electoral para el antiguo senador11.

Los resultados electorales negativos para esta propues­ta, llevan a tres conclusiones: la primera es que el tema del aborto, en tanto se resuelve privadamente, no está exento de una cierta dosis de culpabilidad. Se asume como solu­ción irremediable, mas no como plena decisión. Ello lleva a quienes lo practican, a que no se sientan comprometidos con su posición, y por lo tanto no se preocupen porque dicha práctica sea legalizada. La segunda conclusión se refiere al tema de las lealtades de partido frente a las leal­tades de género; sólo para quienes participan en el movi­miento autónomo, los temas específicos de la mujer se privilegian antes que las definiciones políticas. La tercera conclusión se refiere al diseño de una adecuada estrategia electoral, que incluye la comunicación con el electorado, el desarrollo de la campaña y la organización electoral.

En esta elección hubo 3 362 424 votantes, dentro de los cuales las mujeres participaron con 1 783 115 votos. La abstención femenina fue de 46,27%, frente a la masculina de 47,69%, con más votación y menor representación en Cámara y Senado. (Véase cuadro 1)

Las elecciones presidenciales de 1990 y la votación en favor de la Asamblea Constituyente de 1991

En estas elecciones la plaza pública fue sustituida por los medios de comunicación debido al ambiente de intimi­dación y violencia que se vivía. También se introdujeron cambios en la mecánica electoral. Se incluyó por primera vez el tarjetón, la instalación de cubículos para garantizar un voto privado y la utilización del computador para sis­tematizar la votación.

Aspiraron doce candidatos de los cuales dos eran mu­jeres. Una del Partido Nacional Cristiano (Claudia Rodrí-

11. El senador Emilio Urrea, autor de la ponencia y cabeza de lista al Senado, hacía planes para continuar la campaña, pero un mes más tarde murió accidentalmente, lo cual fue señalado por sec­tores tradicionales como un castigo divino.

i

[333]

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NORMA VILLARREAL MÉNDEZ

guez) y otra del Movimiento Metapolít ico (Regina Betan-court) . El total de la elección presidencial arrojó 6 047 576 votantes; las dos mujeres obtuvieron un total de 71 182, votos correspondientes al 1,17%.

CUADRO 1

Votación femenina y masculina frente a la representatividad en los cuerpos colegiados de carácter nacional, 1990.

PARTICIPACIÓN

Femenina

Masculina

N ° DE VOTOS

1 783 115

1 579 308

ABSTEN­CIÓN %

46,27

47,69

REPRESEN­TACIÓN SENADO

1

114

%

0,87

99,13

REPRESEN­TACIÓN CÁMARA

17

182

%

8,54

91,46

En esta elección la abstención del 48% ha sido atr ibui­da por los analistas, entre otros, al uso de la tarjeta electo­ral que debilitó la utilización de mecanismos tradicionales de movilización, y a que la decisión sobre presidente ya había sido definida en las elecciones de marzo . El electora­do femenino estuvo presente con un total de 2 580 248 su­fragios y un 66,03% de abstención, un poco menos que los hombres de los que votaron en total 2 848 297.

El voto femenino se alineó alrededor de distintos can­didatos. Las organizaciones de mujeres, mil i tantes del M-19, y pertenecientes al movimiento de mujeres pero no mili tantes del M-19, apoyaban la candida tura de Antonio Navarro Wolf, y en su campaña no hicieron demas iadas referencias a la temát ica de género. Candidatos del Parti­do Conservador, Alvaro Gómez y Rodrigo Lloreda, hicie­ron en avisos de prensa y en intervenciones públicas, un l lamamiento al electorado femenino. También el entonces candidato César Gaviria convocó a las mujeres vinculadas antes al comité femenino del Nuevo Liberalismo y del Par-

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Mujeres y espacios políticos

tido Liberal en general, a manifestaciones nacionales y re­gionales de apoyo, con algunas propuestas en torno a la familia y a la mujer trabajadora.

Más tarde, en la posesión presidencial, el presidente Gaviria anunció la puesta en marcha de una Consejería que incluiría el tema Mujer como parte de sus programas, y de la licencia de maternidad y la licencia familiar. Estas decisiones gubernamentales hacían parte de las conclusio­nes de un taller con integrantes del movimiento de muje­res y funcionarios del Estado, convocados por el comité asesor del equipo del presidente Gaviria y de los compro­misos adquiridos por el Estado colombiano en una confe­rencia tripartita de la OIT.

Las elecciones para la constitución de la Asamblea Constituyente

La consulta conocida como la "séptima papeleta" a fa­vor de la Constituyente, contabilizó 5 236 863 sufragios y dio como resultado la convocatoria a elecciones para el 9 de diciembre de 1990.

Para estas elecciones, el tema de la mujer ya era rele­vante. Del total de 119 listas, ocho están encabezadas por mujeres, entre ellas dos de reconocida militancia feminis­ta. Una de éstas fue constituida únicamente por mujeres (cinco en total) y eran candidatas del Movimiento Autóno­mo de Mujeres encabezado por la abogada Rosa Turizo, y la otra lista, encabezada por la también abogada Helena Páez de Tavera, representaba al sector de las Organizacio­nes No Gubernamentales con un énfasis en la reivindica­ción de la mujer y con presencia de candidatos varones. El análisis de la composición de las listas muestra detalles curiosos. Revela que el 50,42% no contaba con mujeres entre sus miembros, mientras que el 50% tenía al menos una mujer. Con una o dos mujeres fueron inscritas el 52,54%, o sea 31 listas. Hubo tres listas con más de siete mujeres. Una tuvo ocho mujeres (la de las negritudes) y en dos listas aparecieron inscritas nueve. Éstas fueron las del Movimiento Metapolítico y las de Alianza Democrática

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M-19. Este último movimiento inscribió a sólo dos muje­res en los primeros diez puestos (sexto y séptimo), los res­tantes aparecieron a partir del puesto 25, mientras que en el Movimiento Metapolítico había tres mujeres en los diez primeros lugares (tercero, séptimo y décimo) y las restan­tes en los puestos 15, 17, 18y21 .

También vale la pena señalar que la lista encabezada por el constituyente Iván Marulanda tuvo el 50% de muje­res. De un total de inscritos, las mujeres tuvieron los pues­tos segundo, cuarto y sexto. El constituyente Marulanda, en la Asamblea, se constituyó en uno de los defensores más comprometidos con las propuestas de libre opción de la maternidad. La lista por el Derecho a la Vida promovida por la Unión Patriótica inscribió a dos mujeres: una en el segundo puesto que por fortuna salió, y la otra en el pues­to 13.

En la lista 060 que encabezaba Horacio Serpa Uribe, de reconocido perfil democrático, no hubo mujeres. De ocho candidatos que inscribió la Organización Nacional Indíge­na sólo el séptimo era mujer. Después estuvieron dispues­tos a conocer las propuestas específicas de las mujeres y las introdujeron en su propuesta.

A la Asamblea Constituyente se eligieron sólo cuatro mujeres, equivalente al 5,7%, frente a 66 hombres, el 94,2%. Las elegidas fueron María Mercedes Carranza y María Te­resa de Garcés, liberal la una y conservadora la otra en la lista de la Alianza Democrática M-19; Helena Herrán quien encabezaba una lista por el partido liberal de Antio-quia y Aída Abello por la lista de la UP.

Aunque el número de las mujeres que aspiraron a la Asamblea Constituyente fue exiguo y las condiciones pre­carias, el tema Mujer estuvo presente en el debate en tanto que durante la actividad electoral hubo difusión de las te­sis que le daban importancia a la causa de la mujer. Las candidatas feministas presentaron durante el período electoral sus propuestas en torno a la libre opción de la maternidad, el reconocimiento de la actividad doméstica del hogar como trabajo, contra el maltrato de la mujer y

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Mujeres y espacios políticos

contra el chantaje sexual y la función social de la materni­dad.

Punto central de la propuesta del Movimiento Autó­nomo fue el de elevar a la categoría de preceptos constitu­cionales, artículos donde se reconociera la igualdad de oportunidades de la mujer, el respeto a la diferencia y la no discriminación en razón del sexo, como parte de los com­promisos adquiridos por el Estado al aprobar la Ley 51 de 1981, que convenía eliminar esos prejuicios.

Las dificultades para concretar una candidatura femi­nista autónoma, debido a la diversidad de los grupos, a la predominancia de los intereses de partido en mujeres del movimiento, a la carencia de recursos económicos y a la poca experiencia de trabajo político electoral, impidieron que el proyecto feminista, de llegar a la Asamblea Consti­tuyente, contara con más respaldo. Sólo se consiguió un poco más de un millar de votos en la lista del movimiento Autónomo y un tanto igual en la lista que apoyaban las Organizaciones No Gubernamentales. Quedó, sin embar­go, la convicción de que propuestas de movimientos de mujeres debían integrarse en la nueva Constitución.

Esta idea fue retomada primero por el Colectivo de Mujeres de Bogotá y luego por la Red de Mujeres por la Constituyente y el grupo de las Mujeres por la Democracia de Cali, quienes se encargaron de impulsarlas entre las mujeres elegidas, entre los constituyentes de grupos no tradicionales como el de los indígenas y los parlamenta­rios de distintas vertientes del liberalismo y del conserva-tísmo, que dieron un apoyo en los debates y en las votaciones. En algunos temas como el de la libre opción a la maternidad el apoyo sorprendió por lo numéricamente significativo.

Las reuniones en cabildos, las comunicaciones adelan­tadas por grupos de mujeres independientes, por ejemplo las realizadas bajo la coordinación de la Red de Mujeres y con el apoyo de la Campaña Viva la Ciudadanía, impulsa­ron el tema, y lograron que en la Constitución apareciera

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en el Título n: "Capítulos de los Derechos Fundamentales, los derechos de la Mujer".

Las elecciones de Congreso y gobernadores La Asamblea Nacional Constituyente, reunida en 1991,

estableció la elección popular de gobernadores y revocó el mandato a los congresistas elegidos en 1990 en uno de los artículos transitorios de, la nueva Constitución.

El país debía prepararse para una nueva elección que estrenaba una Constitución cuyos principios reconocían la diversidad y el pluralismo, exaltaba la participación y profundizaba la democracia. El reconocimiento de dere­chos a la mujer en la Carta Constitucional y, especialmen­te, la consagración del último enciso en el Artículo 40 que garantiza la representación adecuada de la mujer en las instancias de decisión gubernamental, estimulará una ma­yor presencia de las mujeres en la arena electoral, y de for­ma importante en los nuevos grupos y movimientos sociales.

En la primera elección de gobernadores se inscribie­ron nueve mujeres entre 131 candidatos, pero sólo se eligió una entre un total de 27. La votación total fue de 5 428 545 y la femenina fue de 2 850 248, con una abstención feme­nina del 68,03%, ligeramente mayor a la masculina calcu­lada en 63,86%. Se eligieron ocho senadoras de un total de 102 senadores, lo cual representa una proporción de 7,84% y diez representantes a la Cámara de un total de 161, que corresponde a 6,2%.

Comparada globalmente la participación de la mujer en los Cuerpos Colegiados (Senado y Cámara) en números absolutos, no representan diferencias numéricas: una se­nadora y 17 representantes a la Cámara de la pasada legis­latura equivalen a diez representantes y ocho senadoras de dicha legislatura; pero, comparada con la proporción to­tal, esta última legislatura tiene una proporción más alta de mujeres que llega al Congreso, pues equivale al 6,84% frente al 5,75% en la anterior.

Las representantes proceden de los departamentos de Antioquia, Valle y de Santafé de Bogotá en número de dos

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mujeres por cada una de estas seccionales. El resto de las representantes procede de Caldas, Quindío, Cundinamar-ca y San Andrés. Para la candidatura al Senado, elegidas en circunscripción nacional, se inscribieron diez listas en­cabezadas por mujeres de las cuales fueron elegidas seis; las otras dos eran componentes de otras listas.

Entre las listas inscritas que no fueron elegidas figuran la de Angela Cuevas, de Mujeres por la Democracia, abier­tamente planteada como lista comprometida con los cam­bios de la posición de la mujer, y la de Otilia Dueñas, comprometida con las negritudes. De las mujeres que sa­lieron al Congreso, la de Claudia Rodríguez, del Partido Nacional Cristiano, es una de las que convocó a las muje­res. Ella y Regina Betancourt se habían candidatizado a la presidencia. Por otra parte, Vera Grave es reconfirmada como senadora y legitimada como líder del M-19 al enca­bezar la lista.

CUADRO 2 Participación electoral, masculina y femenina,

y elección de congresistas mujeres. Octubre de 1991

PARTICIPACIÓN

Femenina

Masculina

Total

N° VOTOS

2 850 248

2 818 297

5 428 545

ABSTENCIÓN

%

66,03

63,86

53,31

SENADORAS

N° %

8 7,84

94 92,16

102 100

REPRESEN...

N° %

10 6,21

151 93,79

161 100

Fuente: Registraduría Nacional del Estado Civil. Boletín Informativo

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CUADRO 3

Mujeres elegidas a la Cámara de Representantes según pertenencia a partidos o movimientos. Octubre de 1991.

DEPARTAMENTO

Antioquia

Caldas /

Cundina/ca

Valle

Risaralda

Bogotá

Quindio

Total

TOTAL

ELEGIDAS

2

1

1

2

1

2

1

10

PARTIDO

LIBERAL

1

-

1

2

1

1

1

7

MOVIMIENTO

AD M-19

1

-

-

-

-

-

-

1

MOVIMIENTO

SOCIAL-CONSE.

-

1

-

-

-

-

-

1

MOVIMIENTO

UNIÓN- CRIST.

-

-

-

-

1

- i -

1

Fuente: Registraduría Nacional del Estado Civil. Boletín Informativo.

El cuadro 3 nos muestra que es en los partidos o movi­mientos nuevos en donde proporcionalmente aparecen más mujeres electas al Senado. Así, mientras el Partido Liberal sólo posibilitó la elección de dos senadoras de 56 elegidos, la Nueva Fuerza Democrática elige al mismo nú­mero de senadoras (dos) para un total de ocho senadores electos. La Alianza Democrática M-19 eligió una mujer se­nadora de nueve senadores, y en el Partido Nacional Cris­tiano y en el Metapolítico sus cabezas visibles son las mujeres elegidas como senadoras.

El proceso de construir un partido encabezado por una mujer, sin permitir que sea estigmatizada por ello, viene siendo hábilmente manejado por Regina Betancourt, quien se inició en la política en 1978 como candidata a la presi­dencia y obtuvo 126 votos. Éstos los ha centuplicado hasta llegar al Congreso, actuando allí como impulsora de los

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Mujeres y espacios políticos

derechos de la mujer, pero rechazando de cierta manera el feminismo. Presentó un proyecto de ley para reglamentar el último inciso del Artículo 40, en el cual proponía que las mujeres sean elegidas en proporción del 50% en los cargos de la administración pública, sin ninguna gradualidad. Con ello, la senadora Regina Betancourt puede ampliar su base electoral femenina, que ya es importante, y que ma­neja con un contenido espiritual y emocional12.

Otra figura que puede captar una alta proporción de votos femeninos es la senadora Claudia Rodríguez, de la Unión Cristiana, cuyas propuestas, con base en el conte­nido y origen religioso del movimiento, pueden atraer y consolidar a grupos de mujeres, teniendo en cuenta un de­sarrollo por solidaridad emocional y espiritual.

La elección de alcaldes, Concejos y Asambleas Por tercera vez se cumplió la elección popular de alcal­

des, y de Concejos, como expresión de la expansión política de la democracia reafirmada con la nueva Carta Constitu­cional, aunque se caracterizó por una significativa absten­ción, resultado del descontento en el manejo del Estado, de la política económica y por las condiciones de inseguri­dad y precario orden público.

Las elecciones no arrojaron un resultado significativo en términos de apoyo político exclusivo a un determinado partido o tendencia. Por el contrario, se generalizó el tipo de acuerdo político ente distintos partidos o tendencias en torno a un candidato al Concejo, Alcaldía o Asamblea. Esta tendencia también se observa en los cargos de repre­sentación que logra la mujer.

De 862 alcaldes elegidos, 42 fueron mujeres, lo cual equivale al 4,8%13. Esta mínima proporción en el país fue superada en el departamento del Quindío, donde de 12 al-

12. El estudio de este proyecto, junto con otro sobre el mismo tema presentado por Samuel Moreno, tuvo como ponente a un se­nador del M-19 que le introdujo modificaciones.

13. La información de prensa precisa que del total de alcaldes elegidos, 53 fueron mujeres.

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caldes, siete fueron mujeres de distintos partidos. Antio-quia, Caldas y Cundinamarca, siguen en segundo lugar por el mayor número de alcaldesas elegidas, cuatro en cada departamento. Les siguen en orden los departamen­tos de Cauca, Sucre y Valle con tres alcaldesas electas en cada uno de estos departamentos; en Casanare con dos al­caldes y en el resto de departamentos, Atlántico, Bolívar, Chocó, Santanderes, Caquetá, Arauca, Guajira y Putuma-yo, se eligió una alcaldesa en cada departamento. Entre las elegidas, una pertenece a la Asociación de Mujeres Campesinas del Caquetá, ASOMICIC.

CUADRO 4

Elecciones para Concejo

CIUDADES

Antioquia

Barranquilla

Manizales

Montería

Santafé de Bogotá

Pereira

Armenia

Buenaventura

Total

MUJERES

CABEZAS DE LISTA

5

4

9

4

7

5

. -

4

38

MUJERES

ELEGIDAS

0

4

4

3

4

3

3

2

23

Fuente: Registraduría Nacional, datos preliminares.

Para el análisis de la participación de la mujer en los Concejos Municipales, se escogieron ocho municipios co­rrespondientes a siete capitales y una ciudad intermedia, observándose que de 38 aspirantes en listas, salieron elegi-

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Mujeres y espacios políticos

das 20 mujeres. En Medellín se postularon cinco listas en­cabezadas por mujeres y ninguna recibió el respaldo, y otra en la cual salieron elegidas tres mujeres que hacían parte de las listas, sin encabezarlas, lo cual señala que se ubicaban en los tradicionales puestos de relleno. Vale la pena señalar que ANMUCIC logró que más de 15 campesinas aspiraran al Concejo y que lograran ser elegidas por lo me­nos diez de ellas. Además, como indicador de que las nece­sidades específicas de un sector de mujeres puede y debe ser elevado a la categoría de "intereses generalizables" que presenta un potencial electoral, es importante destacar la candidatura de Elizabeth Fonseca, quien fue designada por sus compañeras para que representara a las trabajado­ras del sexo, en una lista para el Concejo de Bogotá que presentó uno de los grupos del M-19. Tal candidatura lo­gró impactar sectores de opinión y a los medios de comu­nicación y, aunque no ganó, es importante resaltar que muchos de los votos de la lista los logró su candidatura, así como también la conciencia desarrollada en este grupo para no delegar su representación sino sólo en quien ha vivido su experiencia y como tal percibe los intereses pro­pios de estas mujeres.

Es importante destacar que un número significativo de las inscritas aparecen vinculadas a partidos o movimien­tos como el Indígena, el Metapolítico o movimientos re­gionales, los cuales ocupan un segundo lugar después de los liberales. Entre las electas están en primer lugar las del Partido Liberal, segundo, el Partido Conservador, y terce­ro, las vinculadas a otros partidos o movimientos, muy por encima de la Alianza Democrática M-19.

Estas circunstancias llevan a pensar que regionalmen-te las mujeres hacen parte de formas alternativas de parti­cipación política, lo cual podría significar que en los nuevos movimientos se está avanzando en procesos de de­mocratización y que es allí donde la mujer puede crear y ocupar lugares desde donde más fácilmente podría contri­buir a la construcción de un nuevo tipo de sociedad. La debilidad de esta inserción consiste en que si el nuevo mo-

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En las elecciones de asambleas se postularon 23 muje­res como cabezas de lista, equivalentes al 8,74% de los ins­critos totales, frente 1 064 aspirantes. Resultaron electas 40 mujeres de un total de 489 elegidos, lo que representa una proporción de 8,17%.

CUADRO 5

Elecciones para Asamblea Departamental

PARTIDOS

Liberal

Conservador

Unión Patriótica

Alianza Democrática

Unión Cristiana

Otros

Total

MUJERES

INSCRITAS

44

14

2

5

1

27

93

%

47,32

15,05

2,15

5,37

1,07

29,04

100%

MUJERES %

ELEGIDAS

18 45,00

12 30,00

1 2,50

1 2,50

-

8 20,00

40 100%

Fuente: Registraduría Nacional, datos preliminares.

vimiento no puede lograr en sus electoras una institucio-nalización, la participación de las mujeres puede frustrarse al no consolidarse. Los grupos o partidos más tradiciona­les van a sentir la presión de las mujeres para que adecúen sus prácticas a los nuevos vientos de participación política y, en esto, no van a estar solas. Los políticos de mayor vi­sión pueden apoyar este proceso, porque potencialmente significa la ampliación de la base electoral de los partidos.

Las organizaciones sociales de mujeres tienen que plantear los intereses específicos de genero de una forma tal que sean generalizables, es decir, como parte de un gru­po social determinado no menos generalizable que el de

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Mujeres y espacios políticos

los trabajadores y los indígenas, en tanto que también ha­cen parte de los intereses de una sociedad democrática14.

Conclusiones

Las mujeres colombianas están construyendo una nue­va relación con la política. La tendencia del movimiento de mujeres a marginarse del poder político está cambian­do. Aunque la proporción de las que llegaron a los órganos de representación política no alcanza el 10% como prome­dio, manteniendo una subrepresentación, existen condi­ciones para esperar una inclusión significativa en el sistema político, dado el proceso de reconocimiento de la mujer como especificidad, resultado de acciones de orga­nizaciones feministas y de mujeres en general. Eso lo se­ñalan los avances logrados en las recientes elecciones.

Dos tipos de condiciones parecen favorecer este pro­ceso en gestación. Por un lado, hay un condicionamiento social creado por las reformas políticas que están promo­viendo el reconocimiento de la mujer, mostrando sus necesi­dades, capacidades, aportes y derechos. La promulgación de la Constitución de 1991 y la difusión de los principios, derechos y mecanismos de participación que allí se consa­gran, están contribuyendo a eliminar las falsas ideas sobre las relaciones de género, impulsando una percepción más objetiva del rol de la mujer, de la potencialidad que aporta su valorización como ciudadana plena.

La reglamentación de muchos de los artículos que ha­cen referencia a los derechos de la mujer, permitirán mos­trar sus intereses como los de un sector de la sociedad. Ello contribuirá a que en los partidos o movimientos se consi­dere que tales intereses son también intereses del partido, y que se otorgue espacio en estas instituciones para que las portadoras de propuestas tengan adecuadas posicio­nes. Existe una alta responsabilidad de las militantes de

14. Nea Filgueira, "Exclusión de las mujeres del sistema políti­co institucional", en Mujer y poder, Montevideo, 1988, pág. 13.

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los partidos, partícipes del movimiento de mujeres, de posicionar los puntos concernientes a intereses de género, para introducir en las instituciones políticas, partidos y movimientos, a las líderes y a sus propuestas. La existen­cia y emergencia de nuevos grupos y el proceso político que se está dando, puede contribuir a que se estimule la participación de la mujer como electora y candidata, cam­biando así el espectro de su limitada presencia en los espa­cios políticos.

El otro grupo de condiciones se refiere más al proceso en las propias mujeres. En este cuadro de nuevas condi­ciones está, entre otros, el aprendizaje que ella ha logrado en los distintos grupos donde está actuando, en organi­zaciones sociales y entidades no gubernamentales. Es im­portante señalar que multitud de mujeres en sectores populares, promovidas en su reflexión de género por sec­tores feministas a partir de distintos trabajos comunita­rios, se han alistado para concertar y negociar propuestas de acción para satisfacer las necesidades comunitarias y específicas, es decir, para moverse en el espacio público con habilidad y competencia. Estas experiencias constitu­yen parte del aprendizaje requerido en la participación en los procesos de democracia local favorecidos por la des­centralización administrativa (como la consecución de su presencia en las juntas de administración local), las cuales pueden ser el salto cualitativo de las mujeres dirigentes de base para vincularse al sistema político. Ellas van adqui­riendo no sólo conocimiento, sino liderazgo en las comuni­dades, lo que puede definir formas de alianza entre grupos y partidos.

Cabe resaltar el aprendizaje adquirido por sectores del movimiento en las acciones coordinadas para concertar y negociar con el Estado y los políticos. Se venían intentan­do desde la década de los 80, y en la década de los 90 se viene realizando con el proceso constitucional mediante la Red de Mujeres. La estrategia de trabajo señala, más allá de toda evidencia, una fuerza potencial de la mujer que la política intenta descifrar.

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Mujeres y violencia: una historia que no termina

MARTHA LUCÍA URIBE

Introducción

Escribir la historia de la violencia en Colombia omi­tiendo la violencia a que está sujeta la mitad de su pobla­ción -las mujeres-, es indudablemente cercernar en forma significativa el alcance de dicha historia y limitar el reco­nocimiento de factores que contribuyen al entendimiento y superación de la crítica situación que nos acosa y agobia.

La violencia en todas sus terriF • manifestaciones aparece como protagonista de nuestra historia individual y colectiva. Aun así, y pese a la abundancia de análisis, fal­ta aún camino por recorrer en la comprensión de esta compleja realidad, comprensión necesaria para promover el cambio.

En el análisis tradicional de la violencia se privilegia aquella que acontece en el terreno de lo público, conside­rado como el espacio propio de la producción, de la orga­nización y la acción política. Se contrapone a este espacio el de lo "privado", el de la reproducción biológica, de las relaciones familiares, secularmente asignado a las muje­res y subordinado al primero. Esta rígida división de espa­cios sustenta y encubre una división de roles, actividades y tareas asignadas por razón del sexo, que mantienen a las mujeres en su condición de subordinación y dependencia. De ahí que la violencia que se ejerce sobre este último campo y el impacto que tiene sobre las mujeres, se consi­deran poco relevantes frente a las demás manifestaciones del fenómeno violento, porque aparecen como de exclusi­va incumbencia de los individuos, apenas un drama subje-

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tivo y personal, al que difícilmente se le reconocen nexos con las demás formas de violencia que sufrimos.

La violencia es un fenómeno multideterminado, y ne­cesita, por lo tanto, ser explicada desde lo social, lo políti­co, lo económico, lo cultural y lo familiar. No puede faltar en esta consideración el espacio de lo subjetivo individual, puesto que, de múltiples maneras, la historia personal, aquello que es vivido como el drama íntimo y privado, teje las redes de la historia social, y viceversa. De aquí que sea posible contribuir a analizar la historia de la violencia social considerando la violencia introyectada en cada indi­viduo. Esto no significa que todos los fenómenos indivi­duales puedan explicar los grupales, sino que es válida la afirmación de que la vivencia individual de la violencia se refleja necesariamente en todos los demás elementos de la estructura social.

Los análisis tradicionales de la violencia en Colombia han empezado a ampliarse en sentidos importantes. Pun­tos de vista no considerados hasta ahora vienen a plantear nuevos interrogantes y a posibilitar perspectivas de análi­sis que llevarán necesariamente a nuevas alternativas de comprensión y acción.

Otros marcos de referencia

Descubrimos otros rostros y dimensiones de la violen­cia cuando introducimos diferenciaciones en el análisis, cuando trascendemos el concepto generalizador de " vícti­ma" y hablamos de cómo la violencia se arraiga también en el recinto privado y "sagrado" de la familia, y afecta a los niños, a las niñas, a las mujeres, a los ancianos, en fin, a todos aquellos que ocupan un lugar subordinado y con­siderado improductivo.

El tema que nos ocupa, los diferentes tipos de violen­cia y la mujer, cobra vigencia precisamente desde esta perspectiva de diferenciación entre las usuales categorías de sexo y género.

La categoría "sexo" es común en el análisis de los fenó-

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menos sociales y se refiere principalmente a la distinción biológica entre el hombre y la mujer. Sin embargo, el uso particular de la categoría género ha ido cobrando impor­tancia crucial a la hora de dilucidar el impacto diferencial de los fenómenos sociales. El género abarca más que las diferencias biológicas: se refiere usualmente a todas aque­llas características atribuidas culturalmente a uno y otro sexo y define los valores, normas, exigencias, atributos, papeles y espacios asignados a hombres y mujeres en cada cultura y en cada época histórica.

La construcción del hombre y la mujer como seres so­ciales supone para cada género unas consecuencias inme­diatas que implican actitudes, sentimientos, valores y conductas diferenciales, aprendidas a través de un proce­so de socialización que, generalmente, a través de la histo­ria, ha supuesto un sistema de privilegio y predominio del varón y subordinación, dependencia y discriminación de la mujer.

Las luchas del feminismo y la acción de los numerosos grupos de mujeres que han trabajado en el país a lo largo de este siglo, y especialmente en las últimas tres décadas, han hecho posible una profundización en la conciencia de la situación y la realidad de las mujeres. Un elemento cla­ve ha caracterizado estos trabajos: la búsqueda de una identidad propia, el reconocimiento de las mujeres como sujetos sociales, una mayor conciencia sobre la ancestral subordinación y sobre todas las formas de opresión, y la concreción de múltiples formas de acción que permitan transformar las relaciones sociales productoras de domi­nación y, por ende, de violencia.

El lento pero definitivo avance del trabajo de las muje­res ha contribuido, en gran manera, a generar una preocu­pación a nivel de los organismos internacionales, los gobiernos y numerosas organizaciones no gubernamenta­les, sobre su situación y los problemas que las afectan en forma específica: la marginación, la subordinación, la po­breza, el desempleo, la falta de acceso a una mejor educa­ción y la violencia, entre otros.

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La evaluación de los resultados de la Década de la Mu­jer, proclamada por las Naciones Unidas entre 1975 y 1985, muestra que a pesar de todos los esfuerzos y de los logros en el cambio de la situación de las mujeres, es enorme el trabajo que queda por hacer a nivel de los gobiernos para modificar las condiciones de discriminación, pobreza y violencia a que están sujetas millares de mujeres, quienes, paradójicamente, son consideradas como "los pilares de la familia, base de la sociedad" y las principales encargadas de la reproducción y crianza de los hijos(as) que "harán la patria del futuro".

Se empieza a conceder una prioridad al problema de la violencia, que si bien muestra características diferentes en las diversas sociedades, es un fenómeno a nivel mundial, atraviesa todas las fronteras de cultura, religión, clase social, ideología, raza, y se constituye en uno de los más serios obstáculos para formular y alcanzar metas de ver­dadero desarrollo humano, paz y democracia.

Se aboga hoy en día por un modelo de desarrollo que no esté basado únicamente en indicadores económicos orientados a mostrar la capacidad productiva de un país o su crecimiento. En los modelos económicos, los indicado­res que miden el grado de desarrollo social de una nación, lo hacen en una forma indirecta y supeditada a mostrar desarrollos de infraestructura, más que a reflejar otros aspectos sustanciales del desarrollo humano real que hombres y mujeres pueden alcanzar en una sociedad, re­presentado en servicios de salud y nutrición, seguridad y protección ante la violencia, condiciones de trabajo huma­nas, participación en las decisiones económicas, políticas y culturales de una comunidad. Es precisamente en el aná­lisis de estos aspectos donde se refleja la condición de se­ria desventaja de las mujeres.

Resulta doloroso examinar tales indicadores desde la óptica del género, trascendiendo las diferencias cul­turales: las mujeres no gozan en ningún lugar de los mismos estándares de los hombres y en algunos terre-

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nos la brecha ha alcanzado tales dimensiones que cabe preguntarse si los esfuerzos por el desarrollo están marcados por una carga intrínseca de género que ope­ra en desventaja de las mujeres1.

Una perspectiva para el análisis de la violencia contra las mujeres en Colombia

Disponemos de escasos datos sobre la violencia contra las mujeres en Colombia. Los limitados estudios existen­tes provienen del trabajo de algunos grupos de mujeres e instituciones de servicio social y se han hecho tomando como población a las mujeres que acuden en busca de ayuda. Otros datos tienen como fuente las estadísticas de criminalidad, las que tienen el problema del subregistro, por estar basadas en el total de denuncias que nunca co­rresponde a la ocurrencia real del fenómeno. Pese a estas limitaciones, el trabajo realizado ha dejado vislumbrar el alcance que tiene este problema, considerado como una verdadera lacra social.

El concepto "violencia" está lejos de tener un significa­do unívoco, da lugar a múltiples conceptualizaciones y se usa con frecuencia indistintamente con otros términos: abuso, maltrato, agresión. Dado que las mujeres hablan de violencia no solamente desde una posición teórica o aca­démica, sino en su condición de objetos de violencia, es muy importante construir un concepto que refleje su ex­periencia, su sentir y su pensar. Es especialmente en el tra­bajo directo con los grupos de mujeres, donde se han empezado a hacer diferenciaciones útiles entre:

a) Condiciones estructurales productoras de violencia -lo que comúnmente se define como violencia estructural-: subordinación, pobreza, desempleo, hambre, marginación, explotación, inseguridad, ideologías segregacionistas.

1. Roxana Carrillo, "La violencia contra la mujer, obstáculo para el desarrollo", Informe preparado para United Nations Fund for Women, Quito, 1990.

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b) Actos violentos. La agresión materializada en ata­ques, golpes, amenazas, violación, abusos.

c) Sentimientos producidos o desencadenados por los actos violentos y que se refieren a la vivencia interna, perso­nal, profundamente desorganizadora de la vida individual, familiar y social: odio, resentimiento, miedo, tristeza, des­esperanza, deseos de venganza, disminución física y psí­quica. La violencia cotidiana a que están expuestas las mujeres las hace vulnerables y temerosas, niega sus dere­chos más elementales, las aisla y reduce sus posibilidades como personas y como ciudadanas y disminuye a todos los niveles su potencial de participación. Las hace propen­sas a violentar a su vez a quienes dependen de ellas, limita sustancialmente su desarrollo humano, las mantiene con­troladas y en dependencia e impide que se vislumbren y articulen formas eficaces de enfrentarse al mismo proble­ma.

Violencia "de género"

Hablar de violencia de género significa develar unas particulares relaciones de poder y subordinación entre hombres y mujeres. Significa reconocer la imagen en ge­neral degradada y desvalorizada que tiene la mujer en el contexto global de la sociedad, su dependencia y falta de autonomía, que la llevan en muchas ocasiones a soportar toda clase de maltratos con tal de asegurar su superviven­cia y la de sus hijos.

La violencia contra la mujer en el trabajo, en la familia y en todos los demás espacios sociales, es producida en una relación específica que reproduce un sistema más global de relaciones favorecedoras de la opresión de un sexo sobre el otro. Como plantea Gayle Rubin, "Una mujer es una mujer. Sólo se convierte en doméstica, esposa, mer­cancía, conejito de play boy, prostituta o dictáfono huma­no en determinadas relaciones"2.

2. Gayle Rubin, "El tráfico de mujeres: notas sobre la economía

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La opresión y discriminación de las mujeres atraviesa todas las clases sociales y tiene efectos sobre su vida eco­nómica, política, social, cultural, familiar y sexual. Su misma tarea tradicional, la reproducción y el trabajo do­méstico, necesario para el sostenimiento de la sociedad, factor importante en la formación del patrimonio familiar y en la misma acumulación de capital, su lucha tesonera por la sobreviviencia de la familia y la amortiguación de las crisis, es una tarea que no tiene carácter de trabajo, que es mirada despectivamente como "oficio de mujeres".

No obstante el importante crecimiento de la participa­ción de las mujeres en el campo laboral y su mayor acceso a la educación formal y a otros espacios considerados has­ta hace poco como de exclusiva incumbencia del varón, el lugar privilegiado de la mujer sigue siendo todavía la casa, el espacio de lo doméstico.

En estos diversos espacios, las mujeres experimentan: 1) Repercusión de otras violencias. Por el lugar subor­

dinado que ocupan en el conjunto social y por este confi­namiento esencial a las tareas de la reproducción, las mujeres, en su gran mayoría, han estado marginadas de los niveles de decisión política que determinan el funcio­namiento del Estado, de ahí que resulten ser más víctimas que agenciadoras de la violencia política: mueren ellas, mueren sus hijos en su vientre, ven perecer o desaparecer a sus padres, esposos, hermanos, en miles de casos los proveedores del sustento básico para ellas y sus hijos. Se revelan en estas pérdidas el enorme drama de la violencia total y una de las consecuencias más dolorosas de la de­pendencia de las mujeres: soledad, pobreza absoluta, falta de preparación para enfrentar los nuevos retos y proteger los hijos confiados a su cuidado.

2) La violencia proveniente de condiciones estructura­les. No es exagerado afirmar que entre los pobres del país, la mujer es la más pobre. Dependencia y pobreza constitu-

política' del sexo", Nueva Antropología, vol. vm, N° 30, (México, 1986).

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yen un círculo asfixiante para millares de mujeres que ven disminuidas todas sus oportunidades y posibilidades de crecimiento, participación y realización, y las hacen espe­cialmente vulnerables a permanecer en relaciones violen­tas dentro de la familia, porque a menudo el único ingreso que asegura su subsistencia y la de sus hijos proviene pre­cisamente de su principal agresor. A esto se añade la vio­lencia que implica la discriminación por sexo, raza y clase social.

3) Violencia sexual. Ésta no se agota en la violación, aunque sea uno de sus aspectos más degradantes. A la vio­lación se suman toda clase de abusos, asaltos, rapto, co­rrupción, proxenetismo, estupro, prostitución forzosa, nunca suficientemente calculados ni denunciados.

En el caso de la violación, por ejemplo, a pesar del su-bregistro que se da en las estadísticas, las cuales se calcu­lan con base en las denuncias, aparece que en el año 1990 comprende el 52% del total de los delitos sexuales, de los cuales el 33% corresponden a la ciudad de Bogotá. De acuerdo con estos cálculos, se presume que en Colombia un mínimo de diez mujeres son violadas diariamente, y se comete un delito sexual cada tres horas. Las denuncias no sobrepasan el 10% de la ocurrencia real de este tipo de agresiones, donde la principal víctima es la mujer.

Otra de las formas de esta violencia es el sistemático y cotidiano hostigamiento sexual en el trabajo, realizado por quienes ejercen el poder y la autoridad. Se necesita tam­bién en este campo un estudio más profundo que permita develar la realidad y magnitud de las acciones encamina­das a lograr favores sexuales a través del chantaje de cada mujer subordinada, necesitada del empleo y temerosa de denunciar porque sabe que "tiene todas las de perder".

La cultura basada en una sobrevaloración de lo mascu­lino y en la predominancia del poder del "patriarca", llá­mese patrón, jefe, autoridad o supervisor, es una cultura de violación. Impone sobre el cuerpo de las mujeres rígi­dos controles para asegurar su posesión sobre esos cuer­pos. Es como si se separara a las mujeres en dos grupos:

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Las que ya tienen dueño, "señora de", intocable, por lo tan­to -por lo menos para quien se asume como su dueño-, y las demás, las que en cierta forma están "disponibles", las que son abordadas en la calle, en las oficinas, en el espacio público y privado por el que las desea, son conquistadas, tomadas a la fuerza, violadas.

Violencia contra las mujeres en razón de su subordina­ción y por el desconocimiento de sus más elementales de­rechos como persona, es también que la mujer en algunos medios, especialmente rurales y marginales urbanos, sea privada de la educación porque "la necesita menos que el varón", puesto que basta con que aprenda a coser, lavar, planchar y hacer de comer. Es violencia que el sistema médico use y abuse del cuerpo de la mujer para experi­mentar métodos de control de la fertilidad o que se la trate como ignorante, bruta, ser inferior y se hagan intervencio­nes quirúrgicas sin su consentimiento, tales como esterili­zaciones e histerectomías, o que se le practiquen cesáreas sin necesidad, sólo porque es cómodo para el médico, le reporta mayores ingresos y es un procedimiento de rutina; que la mujer no tenga derecho a decidir libremente sobre su maternidad y que la sociedad, mientras entroniza el culto a la maternidad, rechace y desampare a miles de madres solteras, generalmente adolescentes, que se ven enfrentadas a abortos indeseados, hambre y a una doloro-sa soledad.

4) Violencia intrafamiliar o doméstica, la cual afecta especialmente a las mujeres, niños(as), ancianos(as), es decir, aquellos miembros de la familia más dependientes y subordinados. Esta violencia, cuyas dimensiones empeza­mos a develar y reconocer y cuyas consecuencias apenas comenzamos a explorar, ha sido invisible para la sociedad entera. Considerada como de normal ocurrencia en la vida de las personas, constituye un grave problema social, un atentado permanente contra los derechos humanos, un obstáculo serio para el alcance de los objetivos de paz y desarrollo y un impedimento permanente para el logro de la democracia.

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Es tal vez aquí donde se revela la dimensión del daño que para las mujeres y para los hijos(as) supone la suje­ción a un orden familiar y social autoritario y enajenante, en el cual se hace uso de todas las agresiones imaginables para someter y castigar. En la familia, en el lecho conyu­gal, la violencia contra las mujeres se ejerce por derecho propio.

Los estudios disponibles, como el de la Casa de la Mu­jer de Bogotá, sobre una muestra de 498 mujeres con his­toria de violencia, muestran que las mujeres en la familia sufren golpes, patadas, correazos, cachetadas, cortaduras con objetos como vidrios, latas y puntillas, heridas con ar­mas cortopunzantes y de fuego, heridas incapacitantes, muerte. Otro tipo de agresiones son los insultos y los epí­tetos humillantes de todo tipo, abandono durante la pre­ñez, amenazas de muerte, prohibiciones de hablar, salir, trabajar, relacionarse con amigos o conocidos de ambos sexos, chantajes con el sustento diario. El medio familiar, considerado idealmente como el espacio del afecto, de la construcción de relaciones positivas, es generalmente un medio violento, reproductor de relaciones autoritarias y de explotación, donde se ejerce la violencia como un dere­cho del agresor. Son también de común ocurrencia en la familia el incesto, el abuso sexual, especialmente de las ni­ñas, el abuso sexual no considerado ilícito: el hombre que obliga a la mujer a tener relaciones sexuales porque para algo es "su mujer".

Una gran cantidad de factores se conjugan para que las mujeres soporten por años la agresión en la familia: el miedo, la angustia y la culpa que se les impone por consi­derarla merecedora de la misma violencia que sufre, la condena y el repudio social que la señalan como responsa­ble de la "destrucción del hogar", el temor al abandono, a la soledad, su profunda subordinación y dependencia, la falta de recursos y preparación para responder, sobre todo, económicamente, la falta de autoestima y de conoci­miento y conciencia de sus derechos, la carencia de apoyo económico, social y afectivo.

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Como se afirma en el documento del Consejo Econó­mico y Social de las Naciones Unidas, r e sumen del trabajo realizado en Viena en 1988 sobre la violencia contra la mujer en la familia y la sociedad,

No existe una explicación sencilla de esta violencia. Toda explicación debe ir más allá de las características individuales del hombre y la mujer, de la familia y la sociedad y considerar la estructura de relaciones exis­tentes entre los individuos, los grupos y los países don­de se produce la violencia y el apoyo que la sociedad brinda a dicha estructura, en particular mediante la desigualdad basada en el sexo3.

Es ta tolerancia de las sociedades hacia tales diferen­cias y hacia la solución de los conflictos por vía violenta, dificulta ser iamente la formulación del p rob lema y, por lo tan to , la concreción de polít icas, p rogramas y estrategias que permi tan erradicarlo.

Alternativas de trabajo

Especialmente en la úl t ima década, se viene haciendo en Colombia un trabajo dirigido especialmente a estable­cer las d imensiones de la violencia contra las mujeres, el impacto que t iene en su vida individual, en el medio fami­liar y en la sociedad entera. Parte de este esfuerzo se ha en­caminado , en p r imer té rmino, a "hacerlo visible" pa ra las mismas mujeres y pa ra la sociedad en su conjunto, lo que ha implicado u n a labor de denuncia y reflexión en el inte­rior de los grupos de mujeres más afectadas.

La preocupación por esta realidad ha llegado poco a poco a los medios académicos. Algunas facultades univer-

3. Organización de las Naciones Unidas (ONU), Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, "Paz: acceso a la informa­ción y la educación para la paz, y esfuerzos encaminados a la erradicación de la violencia contra la mujer, en la familia y en la so­ciedad", Viena, 1988.

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sitarías empiezan a dar lugar a investigaciones acerca de la violencia intrafamiliar y el abuso sexual, principalmen­te. Una de las limitaciones más grandes de este tipo de tra­bajos es que generalmente van a engrosar las bibliotecas de las universidades y difícilmente alimentan el conoci­miento de las mismas mujeres sobre su realidad, de mane­ra que su potencialidad como instrumentos favorecedores del cambio se ve muy reducida. Sin embargo, el trabajo emprendido hace algunos años empieza a dar frutos dig­nos de consideración. Es así como la preocupación por esta faceta de la realidad nacional conduce a la formula­ción de importantes estrategias por parte del gobierno para la erradicación del problema de la violencia, recono­ciendo su arraigo y complejidad. Se empiezan a tener en cuenta para la formulación de políticas y programas aque­llos aspectos de la violencia que afectan principalmente a las mujeres, los niños(as), los(as) jóvenes, y se crean en Bogotá las Comisarías de Familia, con el objeto de atender más específicamente toda la problemática familiar, sin duda marcada por la violencia.

Las medidas y el trabajo siguen siendo insuficientes, dada la magnitud y complejidad del problema de la violen­cia general en el país y de aquella que se ejerce específi­camente sobre las mujeres. Una comprensión más profunda de su naturaleza, consecuencias e interrelaciones es una de las prioridades del trabajo, ya que muchas de las for­mulaciones actuales adolecen de prejuicios claramente sexistas que impiden una eficaz solución de este fenómeno social.

A la par, con el logro de una nueva visión del problema, se hace necesario formular medidas a nivel individual, fa­miliar, nacional y mundial, tanto a corto como a mediano plazo.

Las medidas individuales incluyen información, refle­xión, toma de conciencia, apoyo a las mujeres y las familias, educación para el conocimiento y ejercicio de los derechos humanos, capacitación, terapia, reeducación y tratamien­to de los agresores.

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Romper el aislamiento de las mujeres, poder hablar, denunciar, formular el problema, crear lazos de solidari­dad y vínculos de pertenencia de género, trabajar por el fortalecimiento de la autoestima y el logro de los recursos necesarios para la erradicación de la violencia, son medi­das concretas que permiten recuperar la posibilidad de acción y la confianza necesaria para encontrar soluciones.

En el plano social y nacional, se requieren políticas que incorporen esta realidad al análisis de los grandes problemas nacionales, la asignación de los recursos nece­sarios y una reforma sustancial a la legislación civil, espe­cialmente en lo concerniente a la familia.

El estudio de los problemas, la difusión de la informa­ción y campañas nacionales, hacen parte de una estrategia global. Aquí, los medios de comunicación cumplen un pa­pel definitivo por su contribución a la comprensión del problema o al fortalecimiento de los prejuicios sexistas y discriminatorios que sustentan las múltiples formas de violencia contra la mujer.

Uno de los más serios obstáculos para la erradicación de esta violencia, se encuentra precisamente en la acepta­ción acrítica de los prejuicios sexistas, que se reproducen cotidianamente en la cultura, en las formas de pensar e interpretar el mundo y sus problemas. Esto se manifiesta, por ejemplo, al examinar por qué permanecen las mujeres en situaciones de violencia, como "masoquismo femeni­no" . Todavía es común considerar peligroso que las muje­res salgan de la casa, que recobren su autoestima, que tomen conciencia de sus derechos y exijan su cumplimien­to, con el argumento de que la violencia puede aumentar por el enfrentamiento abierto entre los sexos, entonces se favorece de nuevo el silencio, la sumisión y "el aguante" como formas de erradicar los conflictos.

Como afirma Graciela Ferreira en su estudio sobre la mujer maltratada, "se trata de una realidad a estudiar y discutir, no una bandera de lucha contra los hombres en

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Mujeres y violencia: una historia que no termina

particular"4 . Hoy en tendemos con mayor claridad que es­tas múltiples violencias t rascienden el espacio subjetivo e individual, puesto que de muchas maneras forman el teji­do invisible que sustenta las demás violencias que azotan a nues t ro país. Conservarlas marg inadas del análisis y la acción, contr ibuye a l imitar el entendimiento de la com­pleja real idad colombiana y, po r lo tanto, a dejar también invisibles los caminos pa ra su erradicación. •

Independientemente de la forma que revista la vio­lencia contra la mujer, de las razones a que obedezca y de la manera en que se defina la acción, la violencia contra la mujer, en cualquier contexto -la familia o la sociedad- constituye una ofensa intolerable a la digni­dad y seguridad de la mujer y una violación flagrante de sus derechos humanos y libertades fundamentales5.

4. Graciela Ferreira, La mujer maltratada, Buenos Aires, Sura-mericana, 1988.

5. ONU, Op. cit., párrafo 20, pág. 8.

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Estereot ipos sobre la feminidad: manten imiento y cambio

JUANITA BARRETO GAMA

Profesora del departamento de Trabajo Social Facultad de Ciencias Humanas

Universidad Nacional de Colombia

Los estereotipos y la construcción de la identidad

La vida de hombres y mujeres está inmersa en un mun­do de generalizaciones que dirigen sus pensamientos y acciones cotidianas; juicios provisionales sobre la interac­ción humana que, aún siendo controvertidos y refutados mediante la razón y la experiencia reflexiva, se convierten en pautas de comportamiento, con pretensión de validez universal. Las imágenes con las cuales se pretenden fijar comportamientos y prejuicios para regir las colectivida­des, se denominan estereotipos, los cuales, en su proceso de construcción y legitimación, se van convirtiendo en "modos de ser" de los pueblos, las etnias, las clases, las edades y los géneros.

Los estereotipos dan lugar a la configuración de "eti­quetas" o "tipologías" que caricaturizan y distorsionan el ser y el quehacer humano, al convertirlo en un preconcep-to que se apoya en la comparación y la exclusión, por lo cual resultan esencialmente discriminatorios. Gestados en el devenir histórico, su primera y más evidente caracterís­tica es su capacidad para introducirse en la vida cotidiana, revistiendo la forma de verdades absolutas, inmutables y perdurables en el tiempo, propias del grupo humano al que hacen referencia. Por ello se introyectan con gran fuerza en el pensamiento y la acción, desempeñan una función significativa en los procesos de socialización, en el lenguaje y la comunicación, y afectan los complejos proce­sos de construcción de la identidad.

Las concepciones culturales acerca de la masculinidad

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Estereotipos sobre la feminidad

y la feminidad, son estereotipadas; asignan a cada ser, des­de antes del nacimiento, un conjunto de cualidades, com­portamientos y funciones, que actúan como parámetros rígidos para el reconocimiento de una identidad que, al establecerse sobre pautas predeterminadas de ser mujer o ser hombre, impiden la construcción de la individuali­dad1.

Tales estereotipos cumplen una doble y contradictoria función en la vida social: son vehículos de identificación y, al mismo tiempo, son instrumentos de exclusión que limi­tan la comunicación y la solidaridad entre los géneros: "En el comportamiento de rol, los hombres actúan según las reglas del juego [...] cuanto más se estereotipan las fun­ciones del rol, tanto menos puede crecer el hombre, a la altura de su misión histórica, tanto más infantil permane­ce"2. Constituyen medios de identificación cuando permi­ten a mujeres y hombres reconocerse y ser reconocidos como pertenecientes a un género determinado y asumirse como parte del mismo. Se convierten en medios de exclu­sión al imponer de modo sutil restricciones al comporta­miento, al predeterminar por razones de sexo la partici­pación en actividades y al legitimar de modo sigiloso la discriminación.

En el curso de la historia, ser hombre ha significado la negación de cualidades consideradas típicamente femeni­nas, como la ternura, el servicio a los demás, la paciencia,

1. Son profundos y crecientes los estudios realizados desde di­versas disciplinas acerca de las imágenes incorporadas a los proce­sos de transformación del sexo en género. Véase Virginia Vargas, "Feminismo: una respuesta frente al capitalismo patriarcal", confe­rencia, Arequipa, octubre de 1982; Florence Thomas, El macho y la hembra, Bogotá, Universidad Nacional, 1985; Martha Lamas, "La antropología feminista y la categoría 'género' ", Nueva Antropología, vol. vni, N° 30 (México, 1986); Gayle Rubin, "El tráfico de mujeres: notas sobre la 'economía política' del sexo", Nueva Antropología, vol. VIII, N° 30 (México, 1986); y Julieta Kirkwood, "Seminarios", do­cumentos, Santiago de Chile, 1987.

2. Agnes Heller, Historia y vida cotidiana, Barcelona, Grijalbo, 1985, pág. 132.

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JUANITA BARRETO GAMA

la delicadeza; ser mujer ha supuesto renunciar a la racio­nalidad, la competencia, la agresión, la seguridad, cuali­dades consideradas potestativas del género masculino. Las representaciones estereotipadas sobre masculinidad y feminidad, se convierten en obstáculos para la construc­ción de la identidad personal: facilitan la inserción de mu­jeres y hombres en sus grupos de referencia, pero, al mismo tiempo, les compelen a asimilarse a patrones pre­establecidos; son, por tanto, motores para la construcción del ser masificado, del ser que asimila y reproduce de ma­nera mecánica las ideologías.

Instituciones sociales como la familia, la escuela, la re­ligión, el trabajo y, de modo especial, los medios de comu­nicación, son los principales vehículos por los cuales circulan los estereotipos, que silenciosos e imperceptibles acompañan al pensamiento y a la acción cotidiana y limi­tan la creación y transformación cultural.

Estereotipos dominantes acerca de la mujer, la feminidad y lo femenino

Desde los orígenes de la civilización se ha legitimado una tajante división de los territorios asignados a cada gé­nero; se ha identificado lo femenino con lo privado, con la maternidad y con el conjunto de tareas de reproducción encaminadas al bienestar de la familia; se ha asociado lo masculino con lo público y con las labores necesarias a la producción y reproducción de la comunidad, como la caza, la guerra, la política o la cultura.

Con la formación de la familia patriarcal hace por lo menos 3 000 años3, la valoración de la división sexual del trabajo es desigual e inequitativa para la mujer; se le asig­na un lugar de subordinación con respecto al hombre; se definen para ella espacios y prácticas sociales que, ubica­das en una organización social estratificada y jerarqui-

3. Gerda Lerner, La creación del patriarcado, Barcelona, Edito­rial Crítica, 1990.

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Estereotipos sobre la feminidad

zada, son consideradas de m e n o r relevancia. Tales desi­gualdades se esconden y se legit iman mediante u n a am­plia gama de representaciones estereotipadas, cuyo reco­nocimiento se consti tuye en condición esencial pa ra la eli­minación de las diversas formas de discr iminación que allí t ienen origen. Su magni tud y complejidad obligan a consi­derar sólo algunas de ellas en este corto espacio. Se h a n seleccionado imágenes dominantes sobre la sexualidad fe­menina , la mate rn idad y el trabajo doméstico, t an to por su significativo impacto en la historia y la cot idianidad como por los intensos cambios que en ellas se están generando en el presente4 .

El silencio y la virginidad, expresiones dominantes sobre la sexualidad femenina

Yo preguntaba y ella me decía usted como moles-ta[...] Cuando empecé a menstruar mi mamá me decía, ahora sí vayase preparando para sufrir[...] Sobre la menstruación a mi me daba mucha pena, mi mamá nunca me dijo nada, ella es muy culta[...] Me llegó ese mal preciso un día que un muchacho me habló de ma­trimonio y yo pensé que cuando uno hablaba con los muchachos y le proponían matrimonio uno sangra-ba[...] Yo pensaba que si un muchacho me besaba iba a quedar en embarazo[...] Desde ahí le cogí miedo a los hombres[...] Todo eso que tiene que ver con el sexo me parece como grosería[...] La primera relación fue muy amarga, porque yo le tenía terror a ese momento[...] A

4. Estas formulaciones se apoyan en estudios sobre la situación de la mujer en Colombia y, de manera especial, en las investigacio­nes sobre historias de vida y procesos de socialización de mujeres de sectores populares. Yolanda Puyana y Juanita Barreto, "Histo­rias de vida de madres comunitarias. Una investigación para la for­mación", Bogotá, Universidad Nacional, 1990, inédito; ídem., "Procesos de socialización de mujeres de sectores populares urba­nos de Bogotá", investigación en curso.

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los seis meses de embarazo yo estaba muy segura que mi hijo iba a llegar por el ombligo y todos los días me miraba[...] A mí todo lo que tenga que ver con el sexo me preocupa y mucho más con las niñas[...]5

Una de las características dominantes en las prácticas socializadoras es la represión de la sexualidad femenina, anclada en estereotipos dirigidos a hacer sentir vergüenza del cuerpo de la mujer; se consideran impúdicos sus ór­ganos genitales y todo lo que sugiera relación explícita o tácita con la sexualidad; se siembran profundos senti­mientos de temor que son el germen de la inseguridad y la subvaloración; la transformación de niña en mujer se aso­cia con la culpa, el dolor y el sufrimiento.

La mujer aprende desde niña a reprimir sus sentimien­tos, a culparse por cualquier sensación placentera. La ex­ploración de sus genitales, escondidos e incógnitos, y las preguntas relacionadas con la procreación, se reprimen, reproduciendo la misma actitud de la madre, quien guar­da con reserva y silencio cualquier manifestación sobre su sexualidad. Las mujeres aprenden a vivir la sexualidad en medio del misterio y del silencio; esconder las manifesta­ciones de la sexualidad es considerado un indicador de cultura femenina.

La menstruación como expresión orgánica del creci­miento fue hasta hace poco un hecho desconocido por la mayoría de las mujeres hasta el momento en que se encon­traron "manchadas", en condiciones muy penosas al creer­se "reventadas por dentro". El calificativo, "Me enfermé", tiene una amplia circulación social para referirse al perío­do menstrual; la aparición mensual de la sangre femenina, ha sido enjuiciada como "una mancha impura, vergonzo­sa o denigrante" que requiere expiarse y por la cual la mu­jer debe ocultarse: "La mujer que menstrua arruina las cosechas, devasta los jardines, mata los gérmenes, hace

5. Puyana y Barreto, "Historias de vida de madres comunita­rias".

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caer las frutas, mata las abejas, vuelve vinagre el vino y agria la leche"6.

En los sectores populares del interior del país se recha­za la menstruación de una forma similar y se le otorgan poderes destructivos. Debe ser silenciada porque simboli­za un pecado: "Paraliza las serpientes, produce pujo y has­ta la muerte en el recién nacido, pudre la carne y hace caer el pelo, evita que se curen las heridas"7.

Cuando la niña se vuelve mujer se le previene contra los hombres: no se le explica la dinámica del acto sexual, pero de inmediato aparece un posible agresor contra ella que tiene la cualidad de generarle un embarazo. El temor a la penetración prevalece como un fantasma acompaña­do de una figura masculina deseada y temida al mismo tiempo.

Como lo han demostrado diversas investigaciones, per­siste una tendencia de las mujeres hacia el rechazo de su sexualidad, lo cual se explica ante este complejo de prácti­cas socializadoras, inhibidoras del placer. En un estudio acerca de las prácticas sexuales entre las mujeres usuarias de Profamilia, se encontró que "el 85% manifestaron sen­tir mínimo placer en su intimidad de la siguiente manera: el 33% a veces, el 36% casi nunca y el 16% nunca"8.

Con todos estos temores, conservar la virginidad, resis­tirse a las propuestas masculinas, abstenerse de iniciar relaciones sexuales en tanto no se celebre el rito matrimo­nial, negar el placer y conservar la imagen de la Virgen

6. Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Buenos Aires, Siglo xxi, 1981, pág. 191.

7. Taller sobre la sexualidad, Ciudad Bolívar, (Bogotá), 1988. Destacamos que todos los hechos humanos están determinados por las condiciones particulares de clase, etnia y género, por lo cual es necesario considerar estas perspectivas en los diversos estudios so­bre cotidianidad y prácticas sociales.

8. María Lady Londoño, "Sexualidad y placer de la mujer. Un estudio de caso", en Magdalena León de Leal (Comp.), Debate sobre la mujer en América Latina y el Caribe, T. I, Bogotá, ACEP, 1982, pág. 160.

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Madre durante toda su vida, se convierten en los ideales de mujer. Quienes transgredan este modelo son sancionadas por la sociedad, pues se han distanciado del arquetipo de María y se acercan ahora a la temida figura de Eva9. Tales temores constituyen limitaciones para tomar decisiones sobre su propio cuerpo, para valorar su pensamiento y su palabra; la angustia e inseguridad que engendran, dan paso al ejercicio de la violencia y al maltrato de la mujer, reducen su presencia en el espacio público y restringen sus posibilidades de regir su propio destino.

La tendencia al silencio sobre su experiencia corporal y la conservación de la virginidad, parte del estereotipo dominante de la sexualidad femenina, mantiene una diná­mica dual y diferencial por estratos sociales. Si bien preva­lece de manera especial entre los estratos bajos de la población y las generaciones hoy adultas, en la actualidad se percibe un cambio en dichos patrones culturales, efecto de una tendencia generalizada a secularizar las relaciones sexuales, como se analizará al final de este texto.

Ser madre: altruismo sin límites

Se necesita una madre que al tiempo de obtener este título en ella se encuentre todo lo divino, lo hermoso, sublime, profundo e incomparable que encierran estas letras se necesita una madre que tenga el don de la felicidad que sea capaz de entregarse totalmente a sus hijos sin esperar de ellos recompensa alguna[...] una madre sin problemas, sin misterios,

9. Véase Florence Thomas, Op. cit.; Lía Yaneth Fuentes, "Se­xualidad y valores de mujeres universitarias. Un estudio de caso", ponencia, Medellín, 1991; Penélope Rodríguez, "La Virgen-Madre. Símbolo de la feminidad", Texto y Contexto, N° 7 (Bogotá, enero-abril de 1986), Universidad de los Andes, págs. 73-90.

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tierna, amable, compasiva, honrada, verdadera ella será sin rodeos la reina del hogar del dulce hogar10.

Cada uno de los versos anteriores acoge todo un uni­verso simbólico imperante en la asunción del rol materno que corresponde al concepto convencional de maternidad, identifica el ideal de mujer con el altruismo, y formula el deberse a otros como el modelo definido por la sociedad para la mujer. Son clara expresión de estereotipos cultura­les que limitan las posibilidades para que el padre se ex­prese afectivamente con sus hijos; se plasma en ellos la imagen de la supermujer, la cual debe poseer todas las cualidades emocionales e intelectuales que son necesarias para sus hijos.

Estas representaciones explican, en parte, que en el país un 25% de hogares tengan jefatura femenina, y carez­can de figura paterna estable. La mayoría de ellos son liderados por mujeres sobresaturadas de funciones, quie­nes en condiciones de intensa pobreza, realizan sus tareas socializadoras.

La cultura ha interiorizado la maternidad como el componente dominante de la identidad femenina. El len­guaje cotidiano relaciona casi de manera inmediata las palabras mujer y madre, y esta relación encierra todo un complejo universo de símbolos y de significantes. Desde los primeros años la niña se piensa a sí misma, y es pensa­da por los demás, en referencia a su potencial reproducti­vo: en sus juegos, gestos y percepciones de su propio cuerpo, se va delineando la imagen de mujer-madre.

En la construcción de la identidad se incorporan la maternidad y la crianza como si fueran connaturales al ser mujer, delimitándolas como las funciones femeninas por excelencia. Traer hijos al mundo y cuidar de ellos son fun-

10. Extracto de un trabajo realizado por el Grupo de Madres Comunitarias del Barrio Juan Pablo n, Ciudad Bolívar (Bogotá), agosto de 1988.

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ciones interiorizadas como ejes del ciclo vital de cada mu­jer; los nacimientos de los hijos y, posteriormente, su sali­da del hogar, constituyen los hechos más significativos al reconstruir la historia personal y analizar la ausencia o vinculación de la mujer al mercado laboral, su ausencia o presencia en el espacio público y sus proyectos futuros.

Continúan dominando los valores de la cultura deriva­da de la civilización judeocristiana, en la cual, el modelo de la Virgen Madre orienta el quehacer cotidiano de la mujer. Ante las demandas de su progenie, la madre se con­vierte en una figura omnipotente, su función cotidiana en pro de los demás se sacraliza y se sublima.

La magnificación de la función materna permite legiti­mar prácticas sociales que confinan a la mujer al hogar y al espacio doméstico, generando sentimientos de culpa en quienes por diversas razones se vinculan a otros espacios sociales; en ella se gestan las intensas preocupaciones de las mujeres trabajadoras al considerar que mientras labo­ran abandonan a sus hijos e incumplen sus funciones de crianza; tienen allí su asiento las dobles y triples jornadas de trabajo que la mujer misma se impone, y de las cuales debe rendir cuentas a su familia y a su medio social11.

Con la vinculación creciente de la mujer a la educación y a los espacios laborales y comunitarios, estas concepcio­nes estereotipadas han sido sometidas a una dinámica de cambio, la cual es más evidente entre las generaciones fe­meninas de los niveles educativos y estratos sociales más altos. Mediante tales cambios se ponen en cuestión las imágenes dominantes, se abre la posibilidad de conferir

11. Estudios recientes orientan el análisis de la maternidad en el curso de la historia y, al poner en cuestión el "instinto materno", sientan las bases para controvertir las prácticas tradicionales que de él se han derivado. Véase: Elisabeth Badinter, ¿Existe el amor maternal?, Paidós, 1981; Mabel Burin, "Familia y subjetividad fe­menina: la madre y su hija adolescente", en Eva Giberti y Ana María Fernández (Comps.), La mujer y la violencia invisible, Buenos Aires, Suramericana, 1989; y Silvia Tubert, Mujeres sin sombra. Materni­dad y tecnología, Madrid, Siglo xxi, 1991.

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nuevos significados a la maternidad, considerarla como una opción y no como un destino. De esa manera , se sien­tan también las bases para generar nuevas alternativas pa ra el ejercicio de la paternidad.

El t rabajo doméstico: p rueba de a m o r

Una buena esposa es: la que atiende al esposo, le da gusto, le cuida la ropa; cuando llega se para, lo atiende y le brinda comida, le tiene agua caliente para los pies[...] da más de lo que a ella le dan12.

La mujer compuesta quita el marido de la otra puerta[...] Mi mamá nos enseñaba que al hombre se conquista con la comida[...] la buena mesa fija al hom­bre a su casa, y que así uno podía atraerlo, conquistar­lo, que no se fuera con otra13.

Los hombres en la cocina, huelen a caca de gallina (refrán popular).

Cuando un h o m b r e y una mujer van a formar u n a fa­milia, par ten de la creencia consuetudinar ia de que ser mujer implica u n a acti tud de servicio hacia su pareja, ex­presada a través de los oficios domésticos: de la elabora­ción de los al imentos, el manten imien to de la vivienda, el cu idado de la progenie y de los enfermos. En contraste, ser hombre se asocia con la función de proveer los recursos económicos necesarios pa ra la subsistencia, d isponer so­bre su uso, y representar la autor idad.

En Colombia, estos imaginarios circulan de modo per­sistente en todas las clases sociales y los dist intos comple-

12. Puyana y Barreto, "Historias de vida de madres comunita­rias".

13. Virginia Gutiérrez de Pineda y Patricia Vila de Pineda, Ho­nor, familia y sociedad en la estructura patriarcal, Bogotá, Universi­dad Nacional, 1988, pág. 213.

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jos culturales del país. Han sido legitimados por la tradi­ción judeocristiana bajo la imagen de la Sagrada Familia y el modelo de la Virgen y san José.

Ante todo aspirad a formar un hogar según el mo­delo de la Sagrada Familia. En san José aprenderá el hombre a ser trabajador, solícito por el bien de los su­yos, abnegado y sufrido. En María encuentra la mujer, un perfecto dechado de virtudes domésticas: piadosa, amante, humilde, hacendosa, dulce y obediente[...] El esposo, era el representante de Dios en esa sociedad, cuyo mando le ha sido confiado, como piloto de esa nave que está encargada de conducir a través del mar de la vida, al puerto de la eternidad14.

Todavía, a finales del siglo xx, se verifica cómo las mu­jeres continúan siendo las principales responsables del trabajo doméstico en el hogar, encuéntrense o no vincula­das al mercado laboral. Esta tendencia persiste entre los distintos estratos sociales y cuando el hombre desarrolla alguna tarea doméstica, ambos la valoran como "una cola­boración" y no como una responsabilidad compartida.

La sobrecarga de funciones entre las mujeres es espe­cialmente aguda para el estrato bajo, al carecer de elemen­tos adecuados para estas tareas y al no estar en capacidad de contratar con otras mujeres tales servicios.

La asignación de la labor doméstica a la mujer persis­te, se reproduce y está presente en los procesos de sociali­zación de niños y niñas, así como en las responsabilidades que cada uno de los sexos debe asumir en la familia. En una investigación reciente, al interrogarse sobre los que­haceres de cada sexo, se halló un tiempo promedio de 3,1 horas diarias en las actividades domésticas de las niñas, mientras los niños utilizan 1,6 horas diarias en estas mis-

14. Cecilia Muñoz y Ximena Pachón, La niñez en el siglo XX, Bo­gotá, Planeta, 1991.

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mas actividades; una situación inversa se presenta cuando se refieren al tiempo libre15.

¿Por qué persiste esta amplia brecha entre la vincula­ción masiva de la mujer al campo laboral y un cambio cul­tural que democratice la distribución de tareas entre los géneros? La respuesta exige profundizar en el análisis de los estereotipos con los cuales se definen los roles de géne­ro en la familia, en cuanto en el curso de la historia se ha concedido gran relevancia a considerar el oficio doméstico como una prueba de amor.

En efecto, el proceso amoroso está permeado por pa­trones culturales consuetudinarios, ligados al deber ser de los roles asignados a cada miembro de la pareja. Desde el inicio de la relación, la mujer se hace responsable del desempeño de las tareas hogareñas y de la estructura emo­cional de la familia. Así realiza un sueño infantil, porque desde niña se le enseñó a cifrar su realización en el bienes­tar de su hogar. Su cotidianidad infantil, los juegos y los juguetes, evocan las tareas domésticas.

Los medios de comunicación, y de modo especial la propaganda, son vehículos distribuidores de imágenes que reproducen sistemáticamente el vínculo mujer-madre-tra­bajo doméstico, que actúa como criterio orientador de las percepciones acerca de la mujer en todos los espacios so­ciales.

La evolución de los estereotipos de género en la coyuntura actual

A pesar de los profundos mecanismos de reproducción de los estereotipos, vientos de cambio circulan contra es­tas costumbres ancestrales. De una cotidianidad regulada por principios provenientes de la civilización judeocristia-na -el poder de la Iglesia en la dirección de la familia y la sexualidad-, se pasa a un profundo proceso de seculariza-

15. Yolanda Puyana, "El tiempo libre del niño en los sectores populares", CRESSET, Colciencias, 1990, Inédito.

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ción que va deslindando los comportamientos de las con­cepciones religiosas y creando una nueva ética social. El aumento de las uniones de hecho, las separaciones conyu­gales, el uso de anticonceptivos y las prácticas sexuales prematrimoniales, confirman este proceso16.

Fenómenos sociales novedosos como la participación de la mujer en el mercado laboral, el descenso del número de hijos, el aumento del nivel educativo y cultural de las mujeres, minan los estereotipos que justifican la tradicio­nal división sexual del trabajo, y amplían la concepción y posibilidades de ejercicio de los derechos humanos desde la familia misma. Es una situación innovadora para la pa­reja que choca con una cotidianidad deslindada de los modelos ideales hasta ahora prevalecientes.

Un nuevo status de la mujer al generar ingresos, salir fuera de su hogar, colisiona con la autoridad patriarcal fundamentada en el manejo de los recursos. Además, el hombre incursiona en los espacios tradicionalmente asig­nados a la mujer. La situación novedosa comienza, a su vez, a producir nuevos conflictos: la mujer gana en autoes­tima, mientras el hombre siente perder virilidad cuando las circunstancias le obligan a "colaborar" en los oficios domésticos, sin haber sido socializado para dichas tareas.

Los nuevos roles sociales también minan el interés de la mujer en centrar su realización personal de manera ex­clusiva en la maternidad. Las estadísticas demográficas ilustran que las mujeres se inician cada vez más tarde en la maternidad y son más las parejas que practican relacio­nes sexuales antes del matrimonio. El empleo de anti­conceptivos, facilita la separación entre la procreación y el placer, así como el reconocimiento de la corporalidad

16. Véase Roberto Pineda, "El sistema de valores en situaciones de cambio", En: Familia y cambio en Colombia, memorias Semina­rio Taller, Medellín, 1989; y Norma Rubiano y Lucero Zamudio, Las separaciones conyugales en Colombia, Bogotá, ICBF-Universidad Externado de Colombia, 1991.

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femenina y del significado del erotismo como parte de su sexualidad17.

Por otra parte, las condiciones de cambio y de crisis presentes en el final de este siglo, ponen en cuestión los ri­gores de las prácticas socializadoras acerca del papel de cada uno de los sexos. El sexo es tratado en los medios de comunicación con referencia a nuevos y diferentes este­reotipos sobre el cuerpo de la mujer. Del silencio, se pasa a un comercio grotesco sobre sus genitales, sus gestos, sus movimientos, que no permite deslindar del todo los temo­res de las mismas mujeres acerca de su sexualidad; se desdibujan los límites entre el erotismo y la pornografía.

En el momento actual se vive un proceso de transfor­mación de las concepciones generalizadas acerca de la maternidad; éste empieza a controvertir la idea de que el advenimiento de los hijos sea una consecuencia lógica de la relación heterosexual y que funcione como medio de consolidación de la convivencia marital. Se abre paso al cuestionamiento de la asignación de la crianza de la prole como un deber que compete exclusivamente a la mujer.

En este proceso de transformación, el ejercicio de la maternidad comporta contradicciones ante la coexisten­cia de intereses, condiciones y posibilidades no necesaria­mente convergentes: Un pensamiento ancestral que la conduce a negarse a sí misma coexiste con el advenimien­to de nuevos valores y conductas que la invitan a tomar sus propias decisiones ante la maternidad, e incentivan la distribución familiar y social de los roles de crianza.

Se abre allí a la mujer la posibilidad de construir sus proyectos de vida en un movimiento permanente de osci­lación entre su "ser para sí" y su "ser para otros", entre los roles aprendidos en su historia pasada, los roles que cons­truye en su cotidianidad y los que espera para sus suce­sores y sucesoras. Todo ello entraña permanentes nego­ciaciones orientadas a lograr acuerdos o convergencias entre los intereses personales de la madre y los de "los

17. Lía Yaneth Fuentes, Op. cit.

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otros", ubicando dentro de esos "otros" a sus hijos, sus fa­milias y la sociedad entera.

Por ello, la crianza de los hijos se desenvuelve en un movimiento permanente entre mantenimiento y cambio, movimiento que hace posible la vida no como resultado necesario de un proceso ascendente y lineal, sino como consecuencia del enfrentamiento de contradicciones y d^ la gestación creativa de alternativas de solución a los con­flictos constitutivos de la vida personal y social.

Controvertir los estereotipos acerca de la mujer, la fe­minidad y lo femenino, es una necesidad de primer orden para construir un espacio social que, reconociendo la im­portancia de la diversidad, haga posible el ejercicio de los derechos humanos sin distinción de género, edad, raza o clase; de una organización social a la medida de las muje­res y los hombres que en las diferencias de su cotidiano interactuar, le den sentido a un mundo que permita el des­pliegue de los valores de la reciprocidad y la solidaridad, esenciales para el encuentro entre los intereses individua­les y comunitarios.

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El movimiento social de mujeres . La construcc ión de nuevos

sujetos sociales

OLGA AMPARO SÁNCHEZ GÓMEZ

En este ensayo no pretendo hablar en nombre de las muje­res; las reflexiones planteadas son producto de la vivencia, la observación, el acercamiento y análisis de diversas teo­rías que tratan de dar explicación a la situación de subor­dinación de la mujer en el contexto de las sociedades patriarcales. Son también muchas las mujeres y grupos que han aportado con su conocimiento y práctica a lo que en este ensayo se plantea.

Así mismo, elementos vitales para comprender las di­námicas y el accionar político del movimiento social de mujeres, han sido la participación activa por diez años en los grupos de mujeres, y el conocimiento de las condicio­nes de existencia de las amas de casa, estudiantes, profe­sionales, militantes de partidos y organizaciones políticas y sindicatos. Indudablemente, lo planteado en el artículo es una visión y posición que debe ser contrastada con la de otras mujeres, tarea pendiente e indispensable.

Este ensayo ofrece un panorama general del movi­miento a finales de la década de los 70, y su desarrollo y consolidación en los años 80. Así mismo, se incluyen los aportes del feminismo al movimiento social de mujeres y las encrucijadas que enfrenta el movimiento de cara al nuevo siglo.

El movimiento social colombiano de mujeres en la década de los años 70

Las luchas políticas de las mujeres empezaron hace más de un siglo en casi toda la región . Entre 1870 y

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OLGA AMPARO SÁNCHEZ GÓMEZ

1880 hubo movimientos de mujeres en Yucatán, Méxi­co; en San Felipe, Chile; en Río Grande do Sul Brasil y en Lima, Perú. Estos movimientos decayeron y volvie­ron a aparecer a principios del siglo, lucharon por el sufragio femenino principalmente, pero también por una mejor educación, por la paz. Sin embargo, la lucha tuvo un retroceso pero volvió a surgir en los años 20 -Chile, Argentina, Brasil, México, Perú- de nuevo deca­yó y volvió con más fuerza en algunos países en los años 30, durante los que no sólo se luchó por el voto político, sino también por un objetivo claramente femi­nista: el divorcio y el aborto libre y gratuito.

A principios de los años sesenta aparecen en. varios países de América Latina los círculos de madres orga­nizados por los gobiernos y/o la Iglesia, que tratan de enseñar y educar a las mujeres manteniéndolas en los roles tradicionales; en general quienes los dirigen son mujeres de clase media y quienes asisten a los cursos son mujeres del pueblo, ya sean residentes en las ciuda­des o campesinas. Sin embargo, los movimientos femi­nistas y movimientos de mujeres populares vuelven a aparecer con más fuerza a partir de los años 701.

La mujer en Colombia no ha estado ajena a la obten­ción y ejercicio de sus derechos civiles y políticos, y por la mejora en sus condiciones de vida. Tales luchas h a n esta­do precedidas por su organización, y gracias al empeño y trabajo real izado po r las mujeres investigadoras, se han recobrado nombres como el de Ofelia Uribe de Acosta, luchadora por los derechos de la mujer desde 1930; Geor-gina Fletcher, quien a través de un a rduo trabajo con legis­ladores y embajadas logra que se realice en Bogotá el rv Congreso Internacional Femenino de 1930, evento que, se­gún Ofelia Uribe de Acosta, generó un estallido de ira va­ronil .

1. Martha Fuentes, "Feminismo y movimientos de mujeres po­pulares en América Latina", Revista Perfiles Liberales, N° 29, Bogo­tá, 1992, pág. 8.

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El movimiento social de mujeres

No es nueva la conciencia de las mujeres sobre la ca­rencia de la historia pa ra registrar, anal izar y valorar su presencia. Ofelia Uribe de Acosta afirma:

Ciertamente al surgir a la vida como sujetos de de­recho, la mujer encuentra un extraño escenario fabri­cado por los hombres, con sus autores, directores, tramoyistas, consuetas, etc., para representar la opere­ta ideada y escrita por ellos y en donde apenas se le hace a la mujer el honor de asignarle un secundario papel en los coros[...] Pero los varones, que han cons­truido los gobiernos, elaborado las leyes, construido el escenario y amaestrado los personajes para la repre­sentación de la farsa que a ellos les place, han escrito también la historia por cuyo filtro, cuidadosamente elaborado, apenas pasaron algunos nombres de muje­res que por su genial talento y capacidad de acción marcaron época2.

Afortunadamente, la s i tuación p lan teada por Ofelia Uribe de Acosta, ha comenzado a cambia r no sólo porque las mujeres nos hemos empeñado en t ransformar el rum­bo de la historia, sino t ambién porque el desarrollo econó­mico y político ha posibi l i tado y necesi tado una mayor par t ic ipación de la mujer en la economía, la política, los medios masivos de comunicación, ent re otros.

Profundas han sido las modificaciones personales y sociales; en la intimidad y en lo público, con las cuales más y más mujeres nos convertimos en seres individua­lizados y autónomos. Somos mujeres dispuestas a vivir en el bienestar, a identificarnos y unirnos como género, a reconocer simbólica y prácticamente, tanto la seme­janza y la diferencia con el otro género, como las simi­litudes y las diferencias de convergencia y divergencia

2. Ofelia Uribe de Acosta, Una voz insurgente, Bogotá, Editorial Guadalupe, 1963, págs. 11-12.

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debidas a otras identidades que compartimos con mu­jeres y hombres3.

No obstante, ello no se ha traducido en cambios sus­tanciales en la valoración social de la mujer y el papel que desempeña en la sociedad y en la familia; largo es el cami­no que falta por recorrer en la transformación de valores culturales que permitan ver a la mujer como un ser indivi­dualizado y autónomo.

La lucha de las mujeres ha recorrido un camino, ha dejado huellas y, lo más importante, se ha convertido en un hecho social, político e histórico irreversible. En estos últimos años hemos presenciado transformaciones y no solamente de las que estallan y de las que necesariamente nos damos cuenta, "sino también de aquellas que ocurren y que simplemente convulsionan la cotidianidad de cien­tos de sujetos"4.

En Colombia, a partir de 1970, surgen un sinnúmero de grupos feministas de diversas tendencias; se comienza nuevamente a romper el muro de la privacidad y se colo­can en el espacio público temas como la sexualidad, el aborto, la libertad para decidir sobre el cuerpo. Se dan los primeros pasos para los grupos de autoconciencia, pero algunos partidos políticos miran con cierto asombro y te­mor el movimiento que se está gestando, y plantean la ur­gencia de ganar a las mujeres para sus partidos.

Aunado al renacer de la conciencia feminista se daba otro elemento importante: algunas mujeres regresaban al país luego de terminar sus estudios de especialización en Norteamérica y Europa, quienes durante el período de estadía en el extranjero se vincularon al movimiento femi­nista de cada nación. Estas mujeres aportaron a los gru­pos nacionales y al movimiento, no sólo las discusiones

3. Marcela Lagarde, "La cultura feminista", Revista Perfiles Li­berales N° 29, 1992, Bogotá, pág. 8.

4. Agnes Heller, Sociología de la vida cotidiana, Barcelona, Edi­torial Península, 1977, pág. 85.

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teóricas sino también la experiencia de su militancia femi­nista.

Para 1976, la conciencia feminista se cristaliza en el surgimiento de varios de grupos en ciudades como Cali, Medellín y Bogotá, principalmente. Los grupos se com­prometen, entre otras, a accionar en el campo cultural y formulan consignas como:"Mi cuerpo es mío", "Toda pe­netración es imperialista", "Diosa es negra"; empiezan a aparecer en folletos y en las calles, y a generar debates so­bre el feminismo en algunos círculos. Por supuesto, en la mayoría de las veces, este debate fue moralizante y exclu-yente de las mujeres que participaban o compartían las ideas expuestas por los grupos feministas.

A finales de la década de los 70, las actividades de los grupos feministas crecen progresivamente, las discusiones se hacen cada vez más radicales, y se generan debates so­bre los grupos de autoconciencia, el lesbianismo, la doble militancia, la autonomía, el aborto, la cotidianidad, el sen­tido de la familia, la relación de pareja, el poder, la salud reproductiva de las mujeres; se inicia la discusión sobre los centros o grupos de autoayuda y su sentido político para las mujeres colombianas.

Así mismo, en este período se da un debate importante al interior de algunos partidos políticos. Algunas mujeres socialistas se retiran de su partido, planteando la necesi­dad de la autonomía de la organización de las mujeres, criticando su verticalismo y colocando en la discusión la división social del trabajo dentro de las organizaciones políticas, división que coloca a las mujeres en actividades secundarias. ,

Esta situación y discusión permiten no sólo la confron­tación con los varones de los partidos sino también con las mujeres, dándose una lucha abierta y frontal entre el fe­minismo autónomo, los partidos y las organizaciones de izquierda. Para algunas de éstas, los planteamientos femi­nistas dividían a las mujeres y las colocaba en una lucha propiciada por el imperialismo y por las mujeres pequeño burguesas. Para otros, la lucha básica importante e impos-

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tergable era la lucha de clases. Para los partidos tradicio­nales, ni siquiera esto era motivo de atención y discusión.

Los debates de finales de la década de los 70 se amplían y confrontan con otras experiencias de mujeres latinoame­ricanas y caribeñas en el i Encuentro Latinoamericano y del Caribe, organizado por los grupos feministas colom­bianos y cuya sede fue la ciudad de Bogotá, en julio de 1981. Las discusiones sobre la doble militancia, la sexuali­dad, el aborto, la opción sexual y la lucha de clases, ocupa­ron un lugar privilegiado en el i Encuentro Feminista y saltaron del plano vivencial a una reflexión más sistemáti­ca en lo teórico, lo estratégico y lo organizativo.

La experiencia del i Encuentro Feminista posibilitó un fortalecimiento en las discusiones y en los procesos de maduración y cualificación: se tienden los primeros lazos de acercamiento entre los grupos de América Latina y del Caribe; se inicia una comunicación fluida y una participa­ción en los diferentes eventos que a nivel regional y conti­nental se han organizado a partir de 1981.

El encuentro de Bogotá fue

La posibilidad de una primera vez, una primera apertura al mundo desde el feminismo latinoamerica-no[...] tiene la magia de los comienzos y en este senti­do, es también único, irrepetiblef...] Bogotá marcó el tiempo de la recuperación del espacio de las mujeres, marca el momento de un ordenado asalto al orden; el tiempo de trabajo se hace canto y fiesta, la razón es desacralizada y puesta en su lugar; se vislumbra empo­brecida y se la enriquece[...] Bogotá es la primera experimentación vivida de ese gigantesco estar juntas las mujeres. Fue la primera vez que se reventaron las expectativas5.

5. Julieta Kirkwood, Ser política en Chile: las feministas y los partidos, Flacso, Santiago de Chile, citado por Virginia Vargas, Cómo cambiar el mundo sin perdernos, págs. 98-99.

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A partir de estos años se empiezan a perfilar algunas tendencias en los grupos de mujeres: las mujeres de parti­do, las radicales y las "moderadas". Las llamadas "radica­les" fueron macartizadas y sancionadas socialmente, pues planteaban abiertamente la libre opción sexual, debatie­ron y asumieron el amor y la sexualidad entre las mujeres, iniciaron los grupos de autoconciencia, la experiencia de la vida colectiva y el debate sobre el poder patriarcal.

Se esté o no de acuerdo con sus planteamientos, lo cierto es que fueron pioneras y tuvieron la valentía para plantarse ante el mundo y vivir libremente su sexualidad, su opción frente a la maternidad, abriendo un espacio para reflexionar y discutir sobre la reproducción y la sexualidad como un tema político, y contribuyeron sus-tancialmente a construir un camino para el movimiento de mujeres de los años 80. Por supuesto, el aporte de las otras tendencias también generó cambios y modificó si­tuaciones que permitieron crear las bases para el movi­miento social de mujeres de la actualidad.

El desarrollo y consolidación del movimiento social de mujeres en Colombia, no es ni ha sido un hecho aislado; está íntimamente ligado a las condiciones sociales, políti­cas y económicas nacionales e internacionales y, como todo movimiento social, el de las mujeres tiene sus ciclos y dinámicas propias, influidos a su vez por las dinámicas económicas, políticas y sociales del país y del continente. Variables diversas han intervenido en el movimiento so­cial de mujeres:

• La creciente participación y toma de conciencia de mujeres que desean ser gestoras de sus vidas en la cons­trucción de una sociedad más justa y democrática.

• El deseo de ser escuchadas, luego de largos años de silencio.

• El reconocimiento de ciertos sectores de la sociedad civil y de la sociedad política del quehacer y de la presen­cia de las mujeres.

• La comprensión de que la situación de la mujer ha re-

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basado los viejos esquemas, tanto en el plano de la política como en el de la organización de la vida cotidiana.

• La vinculación y participación de los grupos de muje­res, y de mujeres a nivel individual, en eventos interna­cionales, en los cuales el punto de partida ha sido el análisis de su situación en el contexto de la realidad del continente.

• Los procesos de modernización de la sociedad colom­biana y la formulación de políticas sociales y económicas a nivel estatal y de agencias internacionales de coopera­ción al desarrollo, tendientes a elevar el nivel de vida y de participación de las mujeres.

•Así mismo, es un hecho la participación social, econó­mica y política de las mujeres no sólo en Colombia sino en toda América Latina y el Caribe:

El surgimiento y la consolidación del movimiento social de mujeres en el continente, en el contexto ya sea de regímenes autoritarios, o democráticos, han in­fluenciado tanto los procesos de modernización (la ampliación de la cobertura educativa a amplios secto­res femeninos, la ampliación de los servicios, el ingreso creciente aunque sistemáticamente discriminado de las mujeres al mercado laboral, la agudización de las contradicciones sociales y políticas), como, en el últi­mo período, la profunda crisis económica que se ha instalado en la región.

• La progresiva importancia dada a la investigación so­bre la mujer y la vinculación de mujeres académicas a la reflexión y estudio sobre el movimiento social de mujeres.

El movimiento social de mujeres en Colombia: tendencias

En la década de los 80 el movimiento social de mujeres crece y gana espacio; pero sus formulaciones teóricas, me­todológicas y estratégicas necesitan ser concretadas y deli-

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El movimiento social de mujeres

neadas con mayor precisión y claridad. Y sus demandas ambiguas, y a veces contradictorias, expresadas a través de formas tradicionales como de nuevas y creativas for­mas de lucha, marcan dinámicas que apenas en estos años se están perfilando y concretando en posiciones y acciones en torno a la transformación de la mujer en el contexto de la realidad nacional.

Así mismo, su desarrollo y crecimiento es tan desigual como desigual el desarrollo del país, atravesado por las crisis y transformaciones, conviviendo con las desigualda­des políticas, económicas, regionales y étnicas, con las si­tuaciones de violencia en la casa y en el país.

Su desarrollo también ha estado marcado por la crisis de los paradigmas, de las ideologías; de los modelos eco­nómicos que han polarizado a estados y naciones; de la le­gitimidad del Estado y de las instituciones colombianas; de los valores éticos; de la crisis de la razón y de la objetivi­dad, de los partidos tradicionales. Su desarrollo se cruza con la realidad del continente, y la coexistencia entre la modernidad y la posmodernidad.

El movimiento social de mujeres en nuestro país, no plasma un proceso lineal, homogéneo, único o con el protagonismo de un solo grupo o tendencia; sus procesos y protagonismos son variados; es un movimiento en el cual confluyen mujeres de diferentes sectores de clase, etnia y pensamiento y posiciones políticas; es decir, es pluriclasista, pluriétnico y pluralista; en él se desarrollan tendencias diferenciales, con procesos, estrategias y pro­puestas propias; no obstante, se tienden lazos de solidari­dad y se construyen micropoderes con posibilidades de irrumpir y subvertir el orden patriarcal y el sistema de re­laciones sociales dominante en nuestra sociedad.

Los acercamientos y distancias del movimiento social de mujeres están dados por las diferentes formas de anali­zar la situación de la mujer; la búsqueda y la construcción de la identidad de género, de la autonomía y de la autoesti­ma; las posiciones y visiones sobre la realidad nacional.

Es precisamente desde las múltiples formas de ver al

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movimiento y la sociedad colombiana, que debe darse su articulación para la construcción de un proyecto político colectivo capaz de remover el sistema político y social, y no sólo removerlo sino transformarlo. La pluralidad del movimiento es parte de su gran potencial y riqueza, y no debe constituirse en elemento de división y pérdida de po­der para incidir en espacios de la vida social y política.

Por supuesto, subyacen en la dinámica del movimiento contradicciones de clase, etnia, región; prácticas autori­tarias e intolerantes. La democracia es aún esquiva en el movimiento, aunque se realizan ingentes esfuerzos por construirla desde los espacios cotidianos.

El movimiento no ha ganado la suficiente confianza en el manejo del espacio público formal, en la formulación de un proyecto político global; aún falta mucho por mirar hacia adentro, hacia otras experiencias a nivel local, na­cional y continental, y hacia otros movimientos sociales.

En este juego de procesos y diversidad, y con rostro de mujer negra, campesina, blanca, mulata, indígena, mujer pobladora urbana y rural, ama de casa, estudiante, traba­jadora, intelectual, trabajadora del sexo, se gana identidad, autonomía, organización, se tienden lazos de solidaridad, se intercambian experiencias, se elabora teoría, se obtiene una mayor comprensión de la realidad nacional, regional e internacional, se amplían y fortalecen los grupos, se crean centros de mujeres, redes nacionales y regionales6.

6. A mediados de la década del 80 e inicios del 90, han surgido en el país: La Red Nacional de Mujeres, La Red Colombiana de Mu­jeres por los Derechos Sexuales y Reproductivos, La Red de Muje­res del Suroccidente del País, La Red Distrital de Salud de las Mujeres del Suroccidente del País, La Red Distrital de Salud de las Mujeres de Sectores Populares. Los grupos de mujeres tienen vin­culación con las redes de mujeres a nivel internacional, entre las que se pueden mencionar: Red Internacional de la Salud de las mu­jeres, con sede en Chile, Comité Latinoamericano por la Defensa de los Derechos de la Mujer, CLADEM, con sede en Lima, Red Internacio­nal de Derechos Reproductivos, con sede en Amsterdam Holanda, Red Sur-Norte entre Mujeres.

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El movimiento social de mujeres

En los años 80 los ejes de discusión, reflexión y el dise­ño de propuestas al interior de los grupos y del movimien­to, se centraban en temas de la vida cotidiana y del accionar político de las mujeres. Algunos de ellos son: la identidad y la autoestima de las mujeres, la libre opción a la maternidad, la sexualidad, los derechos reproductivos y sexuales, la calidad de la vida, la organización patriarcal, la democracia, el derecho a la vida, los derechos humanos, la paz. Y comienza a ser tema de discusión, aún tímida­mente, la interlocución del movimiento social de mujeres con el Estado y con instancias de la sociedad civil y de la sociedad política.

Tendencias del movimiento social de mujeres

En la última década la presencia de las mujeres se ha hecho más visible en la vida nacional; ha estado precedida por las luchas de las mujeres de generaciones anteriores en medio de un complejo panorama de demandas: el dere­cho de la mujer a manejar autónomamente el patrimonio familiar, el derecho a ingresar a la educación, el derecho al voto, la obtención de los derechos políticos y civiles, el de­recho a decidir sobre el propio cuerpo, a la autonomía y a la organización, entre otros.

Estas luchas, dispersas, coyunturales, han dejado hue­lla en la memoria de las mujeres y han posibilitado la construcción y consolidación del movimiento social de mujeres en la actualidad y, de alguna forma, han marcado la búsqueda de la identidad de la mujer y su autonomía.

En el movimiento social de mujeres colombiano, como en el movimiento social de mujeres en América Latina, se pueden situar tres tendencias diferenciales que han gana­do espacio, reconocimiento y dinámicas propias: la ten­dencia feminista, la popular, y la que surge de los partidos tradicionales7.

7. El ubicar en el movimiento social de mujeres tendencias, no significa negar la existencia de organizaciones de carácter nacional,

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La tendencia feminista conduce su acción y teoría a identificar, comprender, investigar, denunciar y hacer más visibles algunos de los aspectos más críticos de la situa­ción de subordinación de la mujer en el espacio público y privado. Presiona desde adent ro y desde afuera de las or­ganizaciones e insti tuciones políticas y civiles pa ra t rans­formar las relaciones entre hombres y mujeres. Dirige todo su potencial pa ra que la democracia adquiera rostro de mujer, y se const i tuya en u n a real y posible forma de vida, cues t ionando y t ransformando el poder donde es más invisible y p ropugnando por u n a t ransformación cul­tural .

Agnes Heller sostiene:

El feminismo fue, y sigue siendo, la más importan­te revolución social de la modernidad[...] Una revolu­ción social es siempre una revolución culturalf,..] La revolución feminista no es únicamente una contribu­ción más a este enorme cambio, es la más importante de todas. Y en efecto, la cultura femenina, hasta ahora marginada y no reconocida, está en la actualidad próxi­ma a alcanzar una declaración final de su propia defen­sa y a reivindicar la mitad de la cultura tradicional de la humanidad8.

La tendencia popular dirige sus acciones a satisfacer demandas y necesidades que surgen del rol de las mujeres

regional o local, entre ellas: ANMUCIC, Asociación Nacional de muje­res campesinas e Indígenas, El Movimiento Popular de Mujeres, AMCOLOMBIA, Asociación Colombiana de Madres Comunitarias por una Colombia Mejor, Asociación de Mujeres de la Guajira, Colecti­vo de Mujeres de Bogotá, Colectivo los Lunes, de Medellín, Grupo Amplio, Cali, Colectivo Yo también soy Mujer, de los barrios del suroriente de Bogotá, Colectivo de Mujer a Mujeres, del barrio el Tunal de Bogotá.

8. Agnes Heller, "Los movimientos culturales como vehículos de cambio", en Fernando Viviescas y Fabio Giraldo (Comps.), Co­lombia el Despertar de la Modernidad, Bogotá, Fondo Editorial Foro por Colombia, 1992, pág. 137.

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como proveedoras de servicios de salud, educación o bien­estar para la familia y la comunidad. Amplios sectores de mujeres se organizan para proveer servicios, colocando en el ámbito de lo público roles que antes se realizaban aisla­da e individualmente; en la actualidad se hacen esfuerzos para generar una dimensión política y macro-social a los roles que antes estaban constreñidos a pequeños espacios comunitarios o familiares.

A partir de la realización de roles tradicionales, se pue­den generar espacios de micropoder que transformen el rol de proveedora de servicios, en el de sujeto de derechos, con participación activa en las decisiones públicas y con manejo autónomo sobre su vida. El rol tradicional no será, entonces, elemento de subordinación sino posibilidad de resquebrajar la organización social patriarcal y la división sexual del trabajo9.

En la tendencia de los partidos tradicionales, sindica­tos y organizaciones políticas, las mujeres dirigen sus acciones para lograr una mayor participación en los espa­cios de poder formal, y en la toma de decisiones a nivel de la formulación y ejecución de políticas tanto en lo nacio­nal como en lo regional.

Aun cuando persiguen objetivos específicos y a veces claramente diferenciados, estas tendencias no se apartan entre sí. De ahí que mujeres de partidos o de barrios popu­lares se reconocen como feministas y a su vez mujeres de la tendencia feminista se identifican con mujeres de sindi­catos, organizaciones y barrios10. Así mismo, acciones y coyunturas del movimiento social de mujeres y del país,

9. En este sentido las madres comunitarias, los comités de sa­lud y otros núcleos organizativos tienen un enorme potencial para incidir en la vida local y regional; a través de los nuevos mecanis­mos de participación que consagra la Constitución de 1991. Ello significa, para el movimiento social de mujeres, la necesidad de tra­zar una estrategia de participación en el poder local y regional.

10. Virginia Vargas V, El aporte de la rebeldía de las mujeres, Ediciones Flora Tristán, Perú, 1989, pág. 118.

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han generado actividades en las cuales han confluido di­versos sectores de mujeres11.

Las tendencias "son espacios en los cuales las mujeres están descubriendo una manera diferente de ser mujeres, construyendo las bases para nuevas identidades. Son es­pacios anclados en la vida cotidiana desde los cuales las mujeres descubren la complejidad de la subordinación y las formas de resistirse a ella"12.

Por lo tanto, el potencial del movimiento social de mu­jeres no sólo está en su diversidad, su pluralidad y sus ten­dencias, sino en lograr que los cambios generados en la vida cotidiana, en la construcción de nuevos sujetos socia­les, las mujeres, con identidad de género, impacten el or­den social existente de forma que se desequilibre el poder patriarcal en lo individual y lo social. Así mismo, el movi­miento debe estar en capacidad de coadyuvar a la cons­trucción de una ética civil que permita vivir en la diversidad y, quizá, lo más vital, lograr desestructurar la violencia como forma de solución del conflicto en la casa y en el país.

La importancia del movimiento social de mujeres, en esta década, radica en que representa cada vez más la for­ma de organización y expresión colectiva de las llamadas "ciudadanas de segunda clase" y en que, como movimien­to político, ha demandado la incorporación civil y política de las mujeres. En efecto, se han dado acciones que ejer­cen presión en la cultura, la educación, el sistema jurídico

11. La presentación de la propuesta de reforma constitucional, al gobierno del presidente Barco, elaborada por 17 grupos de muje­res. La realización de la marcha por la vida en mayo de 1990. Las mesas de trabajo y las propuestas presentadas a la Asamblea Nacio­nal Constituyente en 1991. Éstos son algunos ejemplos de acciones en las cuales han confluido los grupos de mujeres.

Los esfuerzos por construir las redes nacionales y regionales, se inscriben en el interés del movimiento social de mujeres por afir­mar la diversidad y respeto a la autonomía.

12. Virginia Vargas V, Cómo cambiar el mundo sin perdemos, Op. cit. pág. 23.

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legal y en el s istema económico. Pero no basta con lograr una mayor part icipación en la sociedad: se t ra ta de tener igualdad de opor tunidades en la vida.

Aportes del feminismo al movimiento social de mujeres

Sin lugar a dudas , al igual que en décadas anteriores, las diversas tendencias coadyuvan a la construcción y re­conocimiento social del movimiento de las mujeres. Pero también es un hecho social pol í t icamente reconocido que el feminismo ha jugado un papel vital en el movimiento social de mujeres; por ello mencionaré algunos de sus aportes.

El feminismo es cultura, es crítica a la sociedad pa­triarcal, a la estructura del poder, a las formas de vida, a la forma como se asientan las relaciones entre los gé­neros, las etnias, los países, pero es más: es aseveración teórica, intelectual, jurídica, de concepciones del mun­do, modificación de hechos, relaciones e instituciones; es aprendizaje e invención de nuevos vínculos, afectos, lenguajes y normas; se plasma en una ética y se expresa en formas de comportamiento nuevas, tanto de muje­res como de hombres. Como nueva cultura, el feminis­mo es también un movimiento público y privado que va de la intimidad a la plaza; movimiento que se organiza, por momentos con mayor éxito, para ganar pedazos de vida social y de voluntades a su causa y para establecer vínculos y encontrar su sitio en otros espacios de la política13.

Las práct icas políticas y sociales del feminismo han contr ibuido a dar nuevos contenidos a la reflexión sobre la subordinación de la mujer y al in tento de realizar u n a pro­puesta global, "desde las excluidas", para el conjunto de la sociedad; ha tenido un peso impor tan te en la reformula-

13. Véase nota N° 6.

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ción de valores éticos como tolerancia, diversidad, respeto a la diferencia; así mismo, ha planteado la necesidad de redimensionar y darle un nuevo sentido al amor, la sexua­lidad, el erotismo, la afectividad. Es decir, construir for­mas de relaciones más humanas y respetuosas entre los sexos, las naciones, las etnias, las edades.

Propone incorporar, explícitamente, no sólo las deman­das de género, sino, al mismo tiempo, un conjunto de rei­vindicaciones para el ejercicio pleno de la ciudadanía, que tiene como efecto la ampliación del contenido y el ejer­cicio de la democracia, tratando de eliminar el carácter restrictivo del concepto de liberación social y política, enriqueciéndolo y haciéndolo extensivo a las mujeres ya otros grupos subordinados.

Pone en evidencia la falsa dicotomía entre la esfera de la producción económica -espacio público- y la esfera de la reproducción social y biológica -espacio privado-, ám­bitos aparentemente opuestos, no relacionados, en los cuales se da una división del trabajo según el sexo: el feme­nino al privado, el masculino al público, lo cual ha influido en la valoración social de cada espacio y de los roles de­sempeñados por los varones y las mujeres. El espacio pri­vado, donde se desvaloriza el trabajo de las mujeres, sacraliza el poder del varón, subordinando a las mujeres a la autoridad masculina. El espacio público, de la política, del poder, de la posibilidad de las realizaciones en el plano de la cultura, al arte, la ciencia, valorado por la presencia masculina, es el espacio en el cual las mujeres no acceden en igualdad de condiciones y oportunidades.

El conocimiento y reconocimiento de la división de la organización social, lo privado para las mujeres, lo público para los varones, ha permitido al feminismo plantear lo personal es político, rompiendo con la vieja concepción de dejar por fuera de lo social y de lo político al espacio pri­vado que incluye el mundo personal, de los sentimientos, de la sexualidad, del encuentro y desencuentro con el otro; esto ha contribuido a enriquecer el análisis de lo público y lo privado, y dotado de contenido político las reivindica-

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ciones referidas a transformaciones de la cotidianidad y del espacio privado14.

El feminismo parte del convencimiento de que en la transformación de la vida cotidiana está la democratiza­ción de las relaciones de género, y de que la democracia y el cambio se construyen sobre la base de los cambios indi­viduales y del compromiso personal con los procesos de transformación colectivos que atañen a la sociedad en su conjunto.

Por otro lado, se ha avanzado en esclarecer, en el plano de lo teórico y de la acción, la necesidad de construir iden­tidades de género, autoestima, autoafirmación, para las mujeres; procesos consustanciales a todo grupo social su^ bordinado que decide rebelarse y además postular una nueva alternativa a la sociedad. En este sentido, la identi­dad, la autoestima, la autoafirmación, son formas de co­brar fuerza individual y colectiva, de formular proyectos colectivos integrales, con el propósito de luchar por ellos, dándoles una fuerte proyección política e ideológica.

Con la experiencia acumulada hasta el momento, es claro que la autoestima, la identidad de género, la autoa­firmación, son incompatibles con la autocompasión, la su­misión, la subvaloración. Aunque la mayoría de las veces coexistan individual y colectivamente rasgos ancestrales y transgresores en las mujeres y en el movimiento.

En la lucha por encontrar un espacio más humano y digno para las mujeres, el feminismo se ha enfrentado a la búsqueda y a la construcción de la autonomía que, en sus planteamientos políticos, ideológicos y organizativos, tie­nen su ubicación espacio-temporal y son producto de la

14. En este sentido los mensajes para las acciones reivindicad -vas y de denuncia, tratan de dar un sentido de articulación entre lo privado y lo público. Mensajes como: "La violencia contra las muje­res es también cuestión de derechos humanos", "Democracia en el país y en la casa" , "Sin los derechos de la mujer la democracia no va", "Con discriminación no hay paz", "Contra antiguas violencias, ternuras nuevas", son un testimonio de dicho esfuerzo.

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experiencia y el quehacer de las mujeres en el espacio pú­blico y privado.

La autonomía surge porque hay un conjunto de deter­minaciones históricas, económicas y sociales que llevan a plantear, que además de las contradicciones de clase, exis­te la contradicción entre los sexos, propia de la sociedad patriarcal. La autonomía garantiza que las reivindicacio­nes y luchas de las mujeres no se desdibujen en las varia­das contradicciones económicas, políticas y sociales de nuestro país, ni se dejen para cuando se alcancen otras rei­vindicaciones y transformaciones generales.

La autonomía no significa aislamiento, ni desvincula­ción de otros procesos y movimientos sociales. La auto­nomía es entendida como la capacidad para autodeter-minarse en lo político, lo individual, lo afectivo, lo sexual, lo teórico, lo organizativo. Autonomía para definir estrate­gias, alianzas, reivindicaciones, para construir espacios propios, para identificarnos como género, para ganar con­ciencia colectiva. Autonomía para ver y dejar de ser en ra­zón de los (as) otros (as)15.

En la última década, el feminismo gana presencia en varios ámbitos de la vida nacional, entre otros, en el movi­miento social de mujeres. El feminismo colombiano inau­gura la década del 80 organizando y haciendo posible el i Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, con asistencia de 250 mujeres del continente. Este evento mar­ca un hito importante para el feminismo a nivel latino­americano.

La propuesta de realizar el Encuentro surge del grupo venezolano La Conjura, que lanza la idea a los diferentes grupos feministas del continente. Los grupos colombianos aceptan el reto y durante casi dos años concentran toda su energía en dar forma al sueño: encontrarse por primera vez las feministas latinoamericanas.

Se constataba, así, que en otras latitudes, mujeres y

15. Colectivo de Trabajo Casa de la Mujer, "Nuevos espacios y otros retos", Op. cit. págs. 30-31.

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grupos vivían situaciones similares; se planteaban interro­gantes parecidos; se sabía que no se estaba sola, algo así como corroborar que la unidad latinoamericana era posi­ble para las feministas.

El i Encuentro Feminista16 marcó para las feministas colombianas la seguridad de que era posible salir del cascarón, de los grupos de reflexión, y proyectarse a otros sectores de mujeres y de la sociedad. Se adquirió la certeza de que se estaba haciendo camino en la transformación de la situación de la mujer. Y surgieron los primeros centros de mujeres en Cali, Medellín y Bogotá, dedicados a produ­cir información, prestar servicios legales, médicos, cen­tros de documentación y publicaciones.

Una de sus acciones fue impulsar y ganar espacio para fechas importantes del feminismo como el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer; 28 de mayo, Día de Acción Internacional por la Salud de la Mujer (nace en Costa Rica, en el marco del v Encuentro Internacional de la Sa­lud de las Mujeres, organizado por los grupos feministas); 25 de noviembre, Día Internacional de No a la Violencia contra la Mujer, que surge en el marco del i Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe.

Se puede afirmar que el feminismo ha contribuido a crear un espacio para la discusión de la situación de la mujer en diferentes ámbitos de la sociedad, y sus plantea­mientos han hecho posible repensar las relaciones entre los géneros y el sentido de la democracia.

16. Se han realizado cinco encuentros femenistas latinoameri­canos y del Caribe. El n Encuentro en Lima, Perú, 1983, con 650 mujeres, ra Encuentro en Bertioga, Brasil, 1985, con 1 000 mujeres, iv Encuentro Taxco, México, 1987, con 1 500 mujeres. V Encuentro, San Bernardo, Argentina, 1990, con cerca de 3 000 mujeres.

Los cinco encuentros han estado marcados por los debates al interior del feminismo y por las realidades continentales.

Bogotá fue la posibilidad del encuentro; Lima, la necesidad de la estructuración; Brasil, la resistencia contra las formas estructu­radas; México, la confrontación y la vivencia de la diversidad; Ar­gentina, la confluencia, el encanto y desencanto de sueños, utopías, y el planteamiento de nuevos retos.

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Además, la relación del feminismo con el movimiento social de mujeres y con otros movimientos y organizacio­nes, no ha sido siempre fluida y fácil. Ha estado permeada por desconfianzas y ambivalencias. No se ha ganado una sólida identidad y seguridad en la formulación del proyec­to político, lo cual lleva en muchas oportunidades a posi­ciones defensivas y focalistas que restan importancia e impacto a la dimensión política y social del quehacer del feminismo.

Encrucijadas del movimiento social de mujeres

El desarrollo del movimiento social de mujeres, y los cambios en las dinámicas sociales, políticas y económicas del país y del continente, plantean una serie de encruci­jadas:

• Ampliar la base social del movimiento y seguir cons­truyendo un trabajo que remueva los cimientos de la so­ciedad patriarcal y genere cambios, en lo individual y colectivo, sobre la base de que no existe un solo grupo o tendencia protagónica. Son posibles múltiples caminos para llegar a un número cada vez mayor de mujeres.

El movimiento social de mujeres ampliará su base so­cial en la medida en que tenga la capacidad de encarar las diversas problemáticas de la mujer y darles un espacio para su debate y acción, de forma que mujeres de diversa situación social, económica, regional y étnica se sientan incluidas y expresadas dentro del movimiento.

• Fortalecer y extender el trabajo de los grupos de refle­xión, buscando mecanismos más ágiles y productivos para su formación y desarrollo. Los grupos de reflexión permi­ten un trabajo más sistemático y profundo sobre la identi­dad y la autoestima. Sin duda, este trabajo no se logra sólo con los grupos de reflexión; es necesario ganar espacios en otras instancias de la sociedad para que ellas se compro­metan a realizar cambios que transformen la valoración social de las mujeres.

• Construir una propuesta global con base en el respeto

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a la diferencia y la tolerancia, asumiendo clara y explícita­mente las diferencias, teniendo la capacidad de crear espacios de confrontación solidaria, con reglas de juego claras, aceptando las dinámicas de las mayorías y las mi­norías, sin que las posiciones divergentes o minoritarias queden excluidas, superando la obstinación de querer lle­gar siempre al consenso y construir un orden colectivo.

Es decir, desarrollar la capacidad de negociación e in­terlocución, estando dispuestas a ceder y aceptar propues­tas contrarias. Debemos avanzar con la confianza de que existe un proyecto común a las mujeres.

• Influir o intervenir, explícitamente y de forma más contundente, en el diseño y puesta en marcha de políticas que tienen que ver con la problemática de género y con la urgencia de construir la democracia real para el país, sin perder la autonomía del movimiento y sin sacrificar las reivindicaciones de las mujeres en aras de las urgencias generales y de otros sectores. Se hace necesario evaluar, analizar los espacios en los cuales se va interactuar esta­bleciendo los límites, las alianzas, a partir de los intereses del movimiento, dando un sentido político e ideológico a las propuestas.

• Canalizar el malestar de las mujeres, de tal forma que permita salir de las acciones coyunturales, defensivas y focalistas a un proyecto que albergue a mujeres y varones. La rabia, la rebeldía debe llevar a la búsqueda de alternati­vas que permitan crecer en lo individual y lo colectivo, modificando el papel de "víctimas", en sujetos transforma­dores.

. Construir la hermandad -sororidad-17 entre las muje­res. Se trata de buscar la alianza entre mujeres construida

17. Ha sido una propuesta desarrollada por el feminismo a ni­vel internacional. Las francesas llaman a esta nueva relación entre las mujeres sororité del latín sor, hermana; las italianas dicen sororitá, las feministas de habla inglesa la llaman sisterhood. Es un esfuerzo por desestructurar la cultura y la ideología de la femini­dad que encarna cada una, como un proceso que se inicia en la

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sobre la base de la he rmandad , y no sólo pa ra obtener reinvindicaciones e inclusión, sino también pa ra construir nuevas posibil idades de vida.

La hermandad entre las mujeres como una nueva propuesta de amistad, ya no sobre la base de la rivali­dad, sino entre mujeres diferentes y pares, cómplices que se proponen trabajar, crear y convencer, que se en­cuentran y reconocen en el feminismo para vivir la vida con sentido profundamente libertario.

La hermandad es en esencia profundamente sub-vertora y desequilibradora: implica el encuentro de la amistad entre quienes han sido construidas por la cul­tura patriarcal como enemigas18.

• Urge al movimiento produci r conocimiento con rela­ción a las t ransformaciones y nuevos desafíos económi­cos, sociales y políticos del país y el cont inente .

La construcción de la ciudadanía mas allá de una encrucijada

Sin t emor a exagerar, se podr ía decir que la lucha por la c iudadanía de las mujeres es la lucha política contra to­das las formas de dominación, porque pa ra ser c iudada­nas con plenos derechos y posibil idades reales pa ra su ejercicio, se debe realizar u n a "batalla" pe rmanen te y coti­d iana pa ra t ransformar el lugar y el papel asignados a la mujer.

Para construir la c iudadanía , las mujeres deben vivir un doble proceso: ganar reivindicaciones en el p lano so­cial, político, económico y cultural , y t ransformarse a sí mismas , e r radicando de su inter ioridad la sumis ión por

amistad/enemistad de las mujeres y avanza en la amistad de las amigas. Martha Lagarde, Enemistad y sororidad.

18. Ibidem.

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El movimiento social de mujeres

largos años asumida. En una confrontación simultánea como trabajadora y como madre, como ciudadana y como esposa19.

La construcción de la ciudadanía de las mujeres, pasa, además, por los procesos históricos del reconocimiento social de ellas como grupo subordinado, lo cual implica ver al movimiento social de mujeres como actor en la lu­cha por la ampliación de la ciudadanía sociopolítica, por la justicia social y económica, por la igualdad de derechos y oportunidades.

Y pasa por la búsqueda social de la identidad y la apro­piación del campo cultural, que afirme el derecho a la especificidad de la situación de la mujer. Porque hasta el momento la lucha por la ciudadanía y la paridad no ha significado el fin de la ambigüedad para las mujeres, divi­didas entre un mundo femenino rechazado por su subor­dinación, y un mundo masculino en el cual encontrar un lugar, no es en sí mismo válido.

Es decir, ¿cómo estar adentro y seguir produciendo y creando un discurso y una práctica social que transforme los modos de vida? A mi manera de ver, buscar una salida política capaz de desequilibrar el sistema patriarcal, desde adentro y desde afuera, es una de las encrucijadas poten-cialmente más transformadoras de lo público y lo privado.

Cada uno de estos interrogantes merece un proceso de reflexión reposado y abierto, que permita perfilar el pro­yecto político de cara a las exigencias y necesidades de las mujeres y del país, y que contribuya a consolidar un movi­miento democrático, creativo, eficaz, en el que podamos sentirnos expresadas todas las mujeres. Queda camino por andar: los deseos y la pasión de construir un mundo en el cual tengamos cabida mujeres y varones en igualdad de posibilidades para desarrollarnos plenamente como seres

19. Lourdes Arizpe, "Ciudadanía e identidad: Las mujeres en los movimientos sociales latinoamericanos", Instituto de Investiga­ción de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social, informe N° 86.3, 1983, pág. 10.

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humanos, y cuando este sueño sea una realidad podremos decir que no ha sido en vano la revolución de las mujeres.

BIBLIOGRAFÍA

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Las mujeres y la salud

ARGELIA LONDOÑO VÉLEZ

La salud, en su dimensión integral, es un proceso múltiple en donde se cruzan coordenadas sociales, económicas, po­líticas y culturales. Es, al mismo tiempo, derecho, servicio, estado de bienestar, meta y utopía. Idealmente, en la salud como derecho básico del ser humano, el individuo y el Ins­tado entran en una relación dinámica. El individuo cons­truye su salud desplegando una actitud de autocuidado, de prevención frente a los riesgos. El Estado, en cumplimien­to de su función social, debe proveer los recursos necesa­rios a fin de garantizar el bienestar de la comunidad: ofrece servicios, traza políticas, impulsa planes y acciones dirigidos a preservar la salud colectiva y a fomentar una cultura de la vida.

La salud como estado de bienestar habla de la interre-lación de lo biológico, lo psíquico y lo social, en tal senti­do, es una meta a alcanzar, un propósito y no simplemente la ausencia de enfermedad. Es componente y termómetro básico del bienestar individual y colectivo, es un asunto personal y social.

La situación de salud de una comunidad o grupo so­cial, da cuenta de las condiciones de vida de dicho grupo, de la calidad del desarrollo alcanzado por el mismo, y de alguna manera, revela el carácter de las relaciones sociales que en su interior se establecen en términos de equidad, justicia, distribución social de los beneficios del desarrollo, participación, derechos humanos, acceso al conocimien­to, la ciencia y la tecnología, derechos políticos, seguridad y afectividad.

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ARGELIA LONDOÑO VÉLEZ

La salud y el desarrollo humano se confunden en un mismo proceso. La salud está nutrida de sociedad, y la condición de vida y la salud de los seres humanos es fuen­te de bienestar y riqueza o de malestar y pobreza.

Entonces, la salud es un problema universal que, sin embargo, asume características particulares según el sexo, la etnia, el grupo de edad, la inserción de los distintos suje­tos en los procesos económicos, políticos y sociales, esto es, según sus particulares condiciones de vida.

Salud y género

Aproximarse a las relaciones mujer-salud es explorar cómo el hecho cultural de ser mujer le imprime particula­ridades a los procesos de vida y muerte, de salud y enfer­medad. Es descubrir las implicaciones que para el desa­rrollo como ser humano tiene la pertenencia a un género.

El género es un hecho social, una red productiva que ordena las relaciones sociales y sexuales entre lo femenino y lo masculino, entre hombres y mujeres. Es una relación social que separa y unifica, establece competencias y soli­daridades, encuentros y desencuentros, estimula o inhibe conductas, genera vida, enfermedad, violencia, afecto, muerte. El sistema sexo-género le da color, sabor, amor, dolor, a la realidad social, a las condiciones de vida de hombres y mujeres, a su relación con los procesos de sa­lud-enfermedad.

La relación mujer-salud trasciende la diferencia anato-mofisiológica, sobrepasa a la biología, al instinto, a la re­producción y perpetuación de la especie. Incorporar la categoría género a la reflexión mujer-salud, es proponerse inundar de historicidad el cuerpo, la vida y la sexualidad femeninas, es acercarse a las meditaciones de la cultura sobre la biología e interrogar los límites que le impone la biología a la cultura.

La perspectiva de género nombra al sexo y a la edad como realidades bio-psicosociales más complejas que el dato biológico. Habla de la sexualidad como relación so-

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Las mujeres y la salud

cial humana que no se agota en el sistema reproductor o en el apareamiento; dice del cuerpo humano que es espa­cio social, del lenguaje, de la conquista, de la seducción, de la violación, del embarazo no deseado, del aborto, espa­cio también de la prostitución, la maternidad y la soledad.

La edad es pensada no sólo como la cronología sucesi­va de etapas del ciclo vital humano, sino además, como el conjunto de adscripciones culturales, roles, expectativas, esperanzas, miedos, prohibiciones, retos, sensaciones, que le dan un tono especial a las demandas y necesidades en salud; y que contribuyen a trazar el curso de los procesos de salud y enfermedad y determinan los riesgos y ventajas comparativas de unos grupos de edad con respecto a otros. Cada edad tiene una propuesta para mirar el cuerpo femenino y los procesos que lo afectan.

Niñas, adolescentes, mujeres de edad adulta y avan­zada, afrontan urgencias y requerimientos en salud de carácter diferencial, asociadas a las condiciones de desa­rrollo biológico y a las demandas de orden cultural, en cuya base hay una concepción y una práctica de lo feme­nino que inhibe o potencia la vida y la creatividad de las mujeres.

La categoría género invita a pensar las relaciones entre hombres y mujeres como un sistema de poder, donde las diferencias se traducen en un orden social de ventajas y desventajas que influyen afirmativa y/o negativamente so­bre los procesos vitales y existenciales de los seres huma­nos.

Hombres y mujeres se relacionan de manera diferente con el sufrimiento, las pérdidas, la enfermedad y la muer­te, los sistemas de salud, los medicamentos, los débiles, los pacientes, la vejez, los servicios de seguridad social, el ambiente.

El ordenamiento social de los géneros se traduce en un particular sistema de asignación cultural de cargas, fun­ciones, roles, espacios que influyen, en buena medida, en los perfiles epidemiológicos de hombres y mujeres.

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La feminización de la pobreza

La categoría pobreza es un indicador de las condicio­nes de vida de la población relacionado con la satisfacción de sus necesidades básicas. La insatisfacción de las necesi­dades se expresa en carencia de empleo, educación, condi­ciones de la vivienda, etc. La pobreza, en términos de desarrollo humano, significa privación económica, social y psicoafectiva, bajos niveles de participación social en la vida familiar y comunitaria, precariedad en el ejercicio de derechos y en el acceso a los servicios sociales. En nuestro país el 45,6%' de la población vive en condiciones de po­breza. Hombres y mujeres pobres son afectados de ma­nera gravosa por las dificultades económicas, políticas y sociales.

La crisis económica que afecta a los países de América Latina y los programas de ajuste de las economías, se tra­ducen en la reducción del gasto social, en detrimento de los servicios de apoyo a las familias de menores recursos; provoca alzas de precios de los víveres e influye, por lo tan­to, en el consumo alimentario, en especial de los grupos más pobres.

Las políticas de liberación de la economía suelen bene­ficiar más a los sectores productores y exportadores que a los pobres de las zonas marginales urbanas y rurales.

La crisis se expresa en la desmejora de la situación de los pobres, la caída de los ingresos de los sectores medios y el deterioro general de los espacios urbanos. El 30% del total de la población carece de agua, especialmente en zo­nas marginales urbanas, el 53% no cuenta con disposición sanitaria de excretas, el 83% de los hogares almacenan ba­suras en forma inadecuada, situación particularmente grave en grupos con bajos niveles de salud2.

Los recursos necesarios para garantizar una adecuada

1. DAÑE, La pobreza en Colombia, tomo 1, Bogotá, 1990. 2. Organización Panamericana de la Salud, (oPs)-Organizacíón

Mundial de la salud (OMS), Las condiciones de salud en las Américas, vol. n, Publicación Científica N° 524, edición 1990.

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Las mujeres y la salud

salud ambiental, abastecimiento de agua potable, dispo­sición de desechos sólidos, energía, saneamiento de los hogares, higiene personal, uso del agua, afectan espe­cialmente la vida de las mujeres. Ellas son las principales beneficiarías de los sistemas eficientes de salud ambiental, puesto que son las proveedoras fundamentales de los ser­vicios de alimentación, aseo, limpieza y salubridad del grupo familiar.

Los bajos niveles de saneamiento básico se expresan en los perfiles de morbi-mortalidad del grupo familiar, en particular de sus miembros más débiles.

Los factores ambientales desfavorables, ligados a la in­gestión precaria de alimentos, interfieren en su óptima utilización biológica, estableciéndose un círculo cerrado de pobreza que desencadena la prevalencia de enfermeda­des infecciosas en la niñez, diarreas, infección respiratoria aguda y enfei uiedades prevenibles con vacunación.

La morbi-mortalidad infantil de carácter reducible refleja la calidad de vida de las mujeres. Los estados de desnutrición infantil, como el bajo peso al nacer, son indi­cadores de la salud materna. En Colombia, la desnutrición en preescolares (peso para la edad) se calculó en 11,9%3 y el bajo peso al nacer fue establecido en 8,7% en 19904. Las madres desnutridas presentan mayor riesgo de tener hijos de bajo peso al nacer; así mismo, la mayor mortalidad in­fantil neonatal se presenta en hijos de mujeres con bajos niveles de escolaridad que no accedieron al cuidado pre­natal o materno.

En la distribución de la mortalidad infantil por estra­tos, se encuentra una asociación positiva entre mayor mortalidad infantil y pobreza. En los grupos en miseria, la mortalidad infantil alcanza una tasa de 61,5 defunciones

3. OPS-OMS, Las condiciones de salud en las Américas. Situación alimentaria y nutricionál, vol. i, Publicación Científica N° 524, edi­ción 1990.

4. Ministerio de Salud, Subdirección de Control de Factores de Riesgos Biológicos y del Comportamiento, Plan de acción de salud reproductiva, 1992.

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por mil nacidos vivos y en los grupos pobres es de 56,3 de­funciones por mil nacidos vivos; igualmente, la tasa de mortalidad infantil es mayor para hijos de mujeres sin educación (60 de 1 000) que para las que tienen educación superior (11 de 1 000)5. La cuota de sacrificio de sí mismas que aportan las madres pobres a la supervivencia de la es­pecie es, quizá, más alta que la de cualquier otro grupo social.

En Colombia la desnutrición infantil y la avitaminosis figuran entre las diez primeras causas de mortalidad in­fantil, encontrándose, en algunos estudios, que la relación peso para edad y peso para talla, siendo preocupante en ambos sexos, desfavorece más a las niñas que a los niños. Necesitamos documentar las posibles razones de dicha disparidad, tal vez, atribuible al estrecho enlace pobreza-patriarcado que se expresa en la inequidad en la distribu­ción de la porción alimenticia y los cuidados nutricionales en el interior del grupo familiar6.

Ser mujer pobre en nuestro país es inscribirse en el continente de los olvidados. Sólo cerca de la mitad de la población tiene acceso a los servicios básicos de salud7. Las mujeres pobres constituyen el grupo más duramente golpeado: discriminación sexual, condiciones de vida infrahumanas; soportan, además, el peso de la crisis eco­nómica y social sin tener acceso a los servicios sociales del Estado. La supervivencia de la especie es realmente crítica si consideramos que en sus vientres reposa el futuro de la humanidad.

El sujeto mujer no se agota en el género. La historia de las mujeres está cruzada por múltiples caminos: posición

5. Encuesta de Prevalencia, Demografía y Salud, 1990, Profa-miha-Demographic and Health Surveys, págs. 109 y sigs.

6. OPS, Perfil epidemiológico de la salud de la mujer en las Améri-cas, 1990.

7. Luis Fernando Duque, "Programa de Salud Básica para todos en plan de lucha contra la pobreza", memorias del seminario inter­nacional Salud Básica para Todos, Presidencia de la República, 1990.

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Las mujeres y la salud

social, étnica, ocupación, marginalidad, abundancia. Po­breza o etnia subordinada, se traducen en desventajas para la vida y la salud de las mujeres.

La feminización de la pobreza está ligada a la inequi-dad en las reparticiones sociales de los beneficios del desa­rrollo entre hombres y mujeres. La división sexual del trabajo y la distribución de los roles de género, determi­nan la inserción en el mundo de la producción. Pese a los retos de la modernización económica, la articulación femenina a procesos de producción tradicionales, su pre­determinación a la domesticidad, le imprimen carácter a su vinculación a la vida pública. Las urgencias económi­cas las han obligado a ingeniarse múltiples estrategias de sobrevivencia que suelen estar asociadas a largas e inten­sas jornadas, bajos salarios y escasa productividad. Liga­das a la informalidad, las mujeres comparten con los trabajadores del sector sus carencias en materia de seguri­dad social, estabilidad laboral, salud ocupacional e higie­ne del trabajo.

La contribución femenina a la población económica­mente activa, ha significado para ellas un reordenamiento de la vida cotidiana que suma a sus tradicionales funcio­nes la de asalariada o trabajadora fuera del hogar. El perfil epidemiológico para el grupo de mujeres de doble jornada está por construirse, pero sabemos que la intensidad de sus labores se asocia a la sobrecarga funcional derivada de la multiplicidad de roles que desempeñan con escaso o ningún acompañamiento en el mundo doméstico.

Las mujeres trabajadoras fuera del hogar deben en­frentar los rigores del hostigamiento sexual en la calle y en el trabajo, bajo la forma de demandas no consentidas de carácter sexual, así como la discriminación en el empleo por matrimonio, gestación, lactancia y crianza. Quizá esta situación, aunada a la presencia de riesgos reproductivos en los microambientes de trabajo, explique las razones de

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la relación de abortos encontrada entre trabajadoras re­muneradas y esposas de trabajadores de 2,6:l8.

La jefatura femenina es creciente en nuestro país en razón del desempleo, el abandono, la violencia social, polí­tica y delictiva contra los varones y la invalidez, lo cual coloca a cientos de mujeres frente a la carga total de la marcha del hogar. El 33% de nuestros hogares tiene jefa mujer9; ella asume la responsabilidad económica, moral, social y afectiva del grupo. La maternidad y la jefatura sin acompañamiento suelen estar asociadas a extremas tensiones y gastos psicoafectivos, y a la presión de la de­manda social de una crianza calificada, pese a la gran precariedad de servicios sociales de apoyo. En 1990 se cal­culó que el 29% de los niños y niñas no vivía con su padre biológico10, esto hace suponer una sobredemanda de aten­ción femenina a la criatura, con un alto costo socioemo-cional. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, pese a la profundización de sus acciones, atiende sólo 236 447 menores de siete años en la modalidad tradicional de hogares infantiles y 700 095 menores de siete años en los hogares comunitarios de bienestar familiar. Lo que consti­tuye sólo el 43% de su población objetivo: los niños y las niñas pertenecientes a los sectores más pobres de la pobla­ción11, sin contar con madres trabajadoras de otros secto­res, que desembolsan cerca de un salario mínimo mensual para la atención de los preescolares en el sector privado.

Los hogares presididos por jefa mujer son más pobres que aquellos presididos por jefe varón. Más del 50% de las mujeres jefas de hogar no perciben ingresos del trabajo, y las condiciones de su vivienda y el hacinamiento son aún más lamentables que las de aquellos lugares donde preside un varón. Las malas condiciones de la vivienda se asocian a problemas sociales y psicológicos de diverso tipo, entre

8. Instituto de Seguros Sociales, Seccional Antioquia, Eduardo Cano, Perfil epidemiológico del aborto, 1985.

9. Encuesta de Prevalencia, Demografía y Salud, págs. 15 y sigs. 10. Ibid., págs. 16 y sigs. 11. ICBF, Minsalud, Boletín Estadístico, 1990-1991, Bogotá.

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los cuales se pueden mencionar: alienación, toxicomanía, violencia, desintegración familiar y soledad12.

Resulta, por lo tanto, difícil disociar vida, cuerpo y sa­lud femeninas. Entre estas realidades existe una relación sustancial tal, que se confunden en una sola dinámica. Hablar de la salud de las mujeres, es acercarse a las limita­ciones y riqueza de sus historias, es intentar descubrir cómo se imbrican género, etnicidad, pobreza, edad y tra­bajo en sus existencias, para darle color y curso a sus vi­das, sus sexualidades y su salud.

En este contexto, un diagnóstico de las condiciones de salud requiere de la construcción de indicadores de cali­dad de vida que den cuenta de la articulación de la plurali­dad de factores que intervienen en la determinación del estado de salud de los diferentes grupos de mujeres.

La construcción de dichos indicadores y sus índices, constituye un desafío, máxime cuando los perfiles epi­demiológicos tradicionales se ofrecen en término de morbi-mortalidad. Éstos tienen la limitación de la homo-geneización en la medida en que sólo dan cuenta de la en­fermedad y de las causas de muerte de quienes acuden a los servicios de salud, quedando por fuera el resto de la po­blación. Están por construirse los perfiles de grupos de mujeres como amas de casa, jefas de hogar, trabajadoras de doble jornada, etc., y los indicadores positivos de salud que digan de la calidad de vida de las mismas.

Los cambios socioeconómicos de las últimas décadas han desencadenado una revolución silenciosa, protagoni­zada por las mujeres, provocando, sin duda, cambios en los perfiles de morbi-mortalidad. No obstante algunos pro­blemas de salud femenina continúan planteando deman­das a los servicios de salud y numerosos interrogantes sociales.

12. OMS, Informe de la Comisión de Salud y Medio Ambiente de las OMS, 1992.

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La salud reproductiva, la sexualidad

La reducción de los índices de fecundidad, que ha pa­sado de 6 hijos por mujer entre 1967-68 a 2,9 hijos en 199013, provoca, entre otras, modificaciones en la estructu­ra de la pirámide poblacional y revela cambios en el com­portamiento reproductivo de la población. Entre los cuales se destacan:

1. La reducción del peso de la población infantil en la pirámide poblacional.

2. El incremento de la población en edad de trabajar y de la presión femenina sobre la estructura del empleo.

3. El crecimiento del grupo mayor de 60 años, en don­de el peso relativo de las mujeres es superior, dada su ma­yor longevidad frente al varón y, en consecuencia, el incremento de la demanda a los sistemas de seguridad so­cial del grupo de mujeres de edad avanzada.

4. La difusión del uso de los métodos anticonceptivos e iniciación temprana de la vida sexual.

La prevalencia en el uso de métodos anticonceptivos por parte de las mujeres se ha incrementado. Se calcula que el 40% del total de las mujeres y el 66% de todas las mujeres en unión, está usando métodos anticonceptivos14. La reducción de las tasas de natalidad ha sido una de las más agresivas y polémicas del continente.

En general, se asocia la reducción de la fecundidad al mejoramiento de la calidad de vida de las mujeres, a los mayores índices de trabajo remunerado y de escolaridad. La anticoncepción da paso, además, a cambios significati­vos en los hábitos sexuales de la población, en la valora­ción de los hijos y en la estructura de la vida familiar. El acceso masivo por parte de las mujeres a los métodos con­traceptivos, ha colocado en sus manos un instrumento para ganar autonomía sobre su reproducción, en la medi­da en que controlan su fertilidad. Simultáneamente, ha posibilitado el tránsito de una maternidad valorada por lo

13. Encuesta de Prevalencia, Demografía y Salud, págs. 29 y sigs.

14. Ibid., págs. 93 y sigs.

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Las mujeres y la salud

cuantitativo, que atribuyó mayor prestigio a la mujer en tanto mayor fuera su fertilidad, a una maternidad valo­rada como cuantitativa-cualitativa; hoy se destaca como acierto el menor número de hijos y la calidad de la crian­za. La verdad es que la reducción de la fecundidad se aso­cia no sólo a la creciente autonomía femenina sino, además, a la limitación de los medios de existencia que presionan la reducción del número de hijos por pareja o por mujer.

En salud, el uso de métodos contraceptivos, por otra parte, se traduce en la reducción de riesgos asociados a la maternidad como la multiparidad, el menor espaciamien-to entre los hijos (período intergenésico), la maternidad precoz o tardía, entre otros.

No obstante, el aumento del uso de métodos contra­ceptivos llama la atención sobre la escasa prevalencia del uso de anticonceptivos por parte de los varones, lo cual indica que las campañas de difusión de los métodos están dirigidas fundamentalmente a las mujeres, excluyendo a los varones de la responsabilidad reproductiva.

Son preocupaciones de la salud reproductiva, además del embarazo no deseado, el aborto y la maternidad y la paternidad precoces. Estos fenómenos ligados al ejercicio de la sexualidad, revelan su vivencia librada al azar, las di­ficultades de acceso a los métodos de control natal y la fra­gilidad de la anatomía femenina sobre su sexualidad y su cuerpo. La encuesta de prevalencia, demografía y salud de 1990, encontró que el 60% de los hijos fueron deseados, especialmente el promogénito, que el 15% de las madres hubiera deseado el embarazo más tarde y que el 19% de los embarazos fueron no deseados15.

Aunque la proporción de jóvenes que son madres dis­minuyó del 14% en 1985 al 10% en 1990, las adolescentes pobres continúan constituyendo el grupo de riesgo más alto, en particular, aquellas sin educación o en los prime­ros niveles de la primaria16.

15. Ibidem. 16. Minsalud, Mary Luz Mejía Gómez, Plan de acción. Para la

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El país está lejos de alcanzar metas óptimas en el con­trol de los nacimientos no deseados y en la generalización de actitudes que encuentren en la sexualidad un evento deseable, agradable, manifestación del ejercicio de la li­bertad y la creatividad humanas.

Uno de los eventos más lesivos de la salud de la mujer es la mortalidad materna. En los últimos 15 años la tasa de muerte materna sólo se redujo de 19 por 10 000 nacidos vivos en 1975 a 10 por 10 000 nacidos vivos en 1990. La si­tuación es preocupante por cuanto la estructura de la mor­talidad no se ha modificado: toxemias, complicaciones obstétricas, abortos, hemorragias e infecciones17.

La tasa de mortalidad materna del país es alta e inex­plicable, si se considera que ésta es reducible con planes y programas dirigidos a la prevención, manejo y control de los riesgos. El aumento de la cobertura para la prevención del embarazo no deseado y el aborto, el control prenatal, la atención del parto, el puerperio y el mejoramiento de la calidad en la atención en los servicios de salud, contribui­rían de manera definitiva a la reducción de la mortalidad materna.

Otros factores de orden social como los bajos niveles económicos, sociales y de escolaridad de las gestantes, in­ciden negativamente sobre la calidad de vida de las ma­dres.

El aporte del aborto a la mortalidad materna es cer­cano al 25%, cifra dramática dada la profundidad de los procesos sociales que revela su ocurrencia: limitaciones económicas para asumir la crianza, dificultades laborales, inaccesibilidad a los métodos de planificación, ambivalen­cia frente a la maternidad, abandono paterno, sexualidad al azar, etc.

La desnutrición femenina, la mortalidad infantil y ma­terna, el aborto y la incertidumbre frente a la crianza, re-

reducción de la mortalidad materna en Colombia 1992, Documento preliminar, Proyecto UNFPA, 1992.

17. íbidem.

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Las mujeres y la salud

velan una contradicción fundamental en el centro de nues­tra cultura: la sobrevaloración de la madre en el discurso ideológico no se corresponde con la carencia en la dota­ción de los recursos de soporte psicosocial y cultural sobre la función social de la maternidad. Las dificultades de sa­lud de la mujer, descubren una sociedad que simultánea­mente alaba la figura materna y genera condiciones óptimas para el deterioro de su vida, su salud, y con ello, de la especie; da cuenta de un sistema profundo de desven­tajas sociales de las mujeres en el logro de sus derechos fundamentales.

La violencia contra las mujeres

Constituye uno de los más severos problemas de salud pública. Su impacto sobre la calidad de vida de las muje­res es múltiple: el grupo de viudas y huérfanas(os) de la violencia es creciente. Lanzadas al desamparo de compa­ñía, padecen no sólo la impunidad, sino la ausencia de se­guridad y apoyo para enfrentar la vida.

El homicidio contra las mujeres, aunque no compara­ble con el cometido contra los varones, es preocupante por cuanto es creciente y particularmente en el grupo de edad de los 15-25 años, la violencia es la primera causa de muerte en el grupo de mujeres de 15-44 años y la sexta causa de defunción para todas las edades.

La mortalidad por causa violenta, que ampliamente desfavorece al varón, revela que éstos asumen y están más expuestos a conductas de riesgo que resultan mortales.

La violencia intrafamiliar, con sus diversas expresio­nes, incesto, abuso sexual, violación conyugal, maltrato fí­sico, mental y moral, es más frecuente de lo que se supone y atraviesa el tejido social sin distingo de clase, etnia o reli­gión. La violencia parece ser una forma común de relación entre géneros, y un instrumento fácil de solución de con­flictos en el interior del grupo familiar. Prácticamente cualquier motivo puede provocar la violencia, en especial contra la mujer: las divergencias en el manejo de la econo-

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ARGELIA LONDOÑO VÉLEZ

mía, criterios disímiles frente a la educación de los hijos, incongruencia entre las funciones asignadas a los miem­bros de la pareja y las tareas efectuadas, intolerancia fren­te a los embarazos de la compañera, negativa a los requerimientos, presunción de infidelidad, etc.

La violencia tiene su centro en el cuerpo femenino y su fin es perpetuar o establecer relaciones de dominación, en tanto se prolonga la negativa a asumir al otro en la dife­rencia y en la libertad. En este sentido, la violencia contra la mujer es un acto de violación de derechos y atenta con­tra la integridad femenina.

La violencia contra las mujeres empieza a abordarse como un problema prioritario de salud pública en nuestro país. La presencia de organizaciones de mujeres de la so­ciedad civil, con programas de respuesta alternativa a esta problemática, y las recomendaciones de los organismos internacionales de salud, constituyen una voz de alarma ante las dimensiones del problema. Las múltiples formas de violencia contra la mujer y la invisibilidad de la vio­lencia doméstica, su carácter irrelevante socialmente, que dificulta su registro, no obstante, expresan cómo la des­igualdad social entre los géneros se ubica en el centro del mal-estar femenino en la cultura.

Otras causas de mortalidad femenina

Además de las causa de morbi-mortalidad femenina ya señaladas, en las mujeres adultas de edad avanzada los episodios de enfermedad y muerte se asocian a la preva-lencia de tumores malignos, en particular de los genitales o de una mama, detectables y prevenibles en sus primeras fases. Se dan, también, enfermedades cerebrovasculares y cardiovasculares.

A la mayor vulnerabilidad de este grupo de mujeres contribuyen no sólo factores de orden biológico ambien­tal, sino la combinación de historias de privaciones, eco­nómicas, sociales y afectivas, la ausencia de una ética del cuidado de sí mismas durante todo el ciclo vital, la imposi-

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Las mujeres y la salud

bilidad de enfrentar el cuerpo como la realidad más inme­diata de la vida, y la inexistencia de una auténtica cultura amorosa que se traduzca en actividades de autoconserva-ción de la vida individual y colectiva. Quizá la mayor morbilidad femenina sea sólo un discurso que espera ser leído, una biografía inscrita en el cuerpo femenino en bus­ca de autora.

La mujer receptora y dadora de salud

La relación de las mujeres con la salud y los servicios de salud, es múltiple: las mujeres son responsables del cui­dado de la salud del grupo familiar, la prestación de servi­cios de salud institucionales descansa sobre las mujeres y, además, ellas son las principales intermediarias de los ser­vicios de salud y sus usuarias fundamentales.

La mujer prestadora de servicios en la familia La construcción de la feminidad en nuestra cultura se

realiza a través de la socialización de funciones, tareas y roles de carácter instrumental, esto es, de servicios a otros.

La maternidad, la domesticidad, la condición de espo­sas, se articulan alrededor de un complejo sistema de valo­res y de prácticas orientadas a satisfacer las demandas de servicios de los miembros del grupo familiar. Se espera que las mujeres, en cumplimiento de los roles culturales adscritos, desplieguen su feminidad a través de la oferta permanente de atenciones: cuidados nutricionales y ali­menticios, protección frente a los diferentes riesgos, ense­ñanza y estímulo de hábitos de aseo o higiene personal y de la vivienda; introducción en las normas de convivencia social, atención a los enfermos y ancianos del grupo, aten­ción afectiva, soporte de las redes psicosociales del grupo familiar en eventos asociados a duelos, partos, accidentes y tragedias que involucren a algún miembro del grupo fa­miliar.

En la vida cotidiana las mujeres aprenden y transmiten elementos de una cultura de prevención de la enfermedad

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ARGELIA LONDOÑO VÉLEZ

y conservación de la vida no suficientemente reconocida por la sociedad y el sistema de salud.

La mujer y la salud comunitaria La feminidad se realiza y expresa, además, a través del

impulso de la vocación cultural de servicio a los débiles y desprotegidos en la vida social. Obras de bienestar comu­nitario tales como orfelinatos, casa de madres solteras, distribución de alimentos a los necesitados, centros de protección al anciano, hospitales, botiquines comunita­rios y hospitales, se levantan gracias al trabajo voluntario de cientos de mujeres en las diferentes localidades del país.

Las gestoras comunitarias de salud, en su mayoría, son mujeres; ellas se desempeñan como voluntarias hospitala­rias, miembros activos de las diferentes ligas de preven­ción de enfermedades, y de los comités de participación comunitaria en salud.

La atención de eventos en salud, en el nivel primario, cuenta con una inmensa red de mujeres que, desde los ser­vicios informales de salud, atienden emergencias y reali­zan labores de enfermería y primeros auxilios. Su papel en las labores de saneamiento básico ambiental, en tareas de abastecimiento de agua potable, la disposición de dese­chos sólidos, el uso del agua, dependen en buena medida de la actitud y prácticas cotidianas de las mujeres del grupo.

La contribución económica por la vía del trabajo vo­luntario en la familia y la comunidad es invaluable. Las mujeres son el eje alrededor del cual se levantan los pro­gramas gubernamentales y no gubernamentales de aten­ción a la infancia; los hogares comunitarios de bienestar familiar, que hasta 1990 incorporaban una población de 50 000 madres comunitarias, son un buen ejemplo de ello; así mismo, las jornadas de vacunación se respaldan en la participación activa de cientos de mujeres movilizadas en la promoción de la salud infantil.

La salud materna cuenta con el apoyo de la labor reali-

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Las mujeres y la salud

zada por las parteras y comadronas, portadoras de prácti­cas de la medicina tradicional, que gozan de gran prestigio y respeto popular por estar cerca de los usos culturales de la población, de sus recursos y sus necesidades.

Las trabajadoras de la salud en el sistema formal Las mujeres son entre el 75 y el 80% del total de perso­

nas vinculadas al sector formal de los servicios de salud. Pese al volumen de mujeres ocupadas en el sector, éstas no se distribuyen de manera equitativa en las diferentes op­ciones de ejercicio profesional. Quizás el predominio de concepciones estereotipadas sobre la feminidad privilegia para su desempeño en el sector formal las áreas paramédi-cas, que ocupan lugares subalternos en el orden de los saberes de la salud.

Las posiciones ocupacionales de las mujeres en el sector, se vinculan a cargos operativos y de carácter instru­mental más que a los niveles de decisión, diseño y planeación de políticas y estrategias de salud.

La construcción social del género femenino acerca a las mujeres al sufrimiento y al dolor de sus seres más próximos; este hecho se traduce en su más aguda percep­ción de las demandas y necesidades en salud. Simultánea­mente, la construcción de la feminidad supone tanto una actitud de servicio a los demás y una actitud de renuncia­ción al cuidado de sí mismas, de postergación del autocui-dado y de la satisfacción de las necesidades femeninas.

El modelo de prestación de servicios de salud se ha di­rigido a la atención de la mujer en tanto reproductora y ha concebido a la mujer básicamente como paciente, cliente o usuaria, objeto de los programas maternoinfantiles.

La intervención crítica en la prestación de los servicios de salud adolece, sin embargo, de un verdadero protago­nismo femenino; las mujeres se presentan disminuidas en presencia de grupos amplios, tienen dificultades en su relación con el Estado y sus instituciones, por estar exclui­das de los mecanismos administrativos que las incapaci­tan para gestionar como ciudadanas.

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ARGELIA LONDOÑO VÉLEZ

Una intervención de las mujeres como sujetos activos en los asuntos que competen a su vida, su cuerpo, su se­xualidad y su salud, está por construirse: ese es el sueño.

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Condición jurídica de las mujeres

GLORIA DE LOS RÍOS

Para abordar el tema de la condición jurídica de la mujer, no es suficiente con examinar el conjunto de leyes forma­les expedidas a su favor. Es necesario identificar los valo­res, las costumbres y tradiciones jurídicopolíticas que caracterizan nuestra sociedad, los cuales constituyen un régimen supranormativo que determina sustancial-mente el uso, interpretación y efectos de la ley formal.

Es necesario reconocer, también, las condiciones del acceso de la mujer a la administración de justicia, su des­conocimiento de la ley, la imagen desvalorizada del ser mujer que puedan tener los funcionarios encargados de aplicarla, la inexistencia de leyes y de doctrinas construi­das a partir de las necesidades de las mujeres.

Antecedentes

Si bien es cierto que la condición jurídica de la mujer en nuestro país ha venido mejorando sustancialmente con la expedición progresiva de leyes que apuntaron, en un principio, expresamente a eliminar las tradicionales res­tricciones que consagraba nuestra legislación, su uso e interpretación continuaron afectados por la tradición mi­lenaria de todas las legislaciones del mundo, que otorga­ban la ciudadanía exclusivamente a los varones y excluían a la mujer de participar en la elaboración de las leyes que regulaban su vida en sociedad.

Desde los inicios de nuestra vida institucional, la ley colombiana heredó del código napoleónico la figura de la

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GLORIA DE LOS RÍOS

potestad marital que calificaba como incapaz e inhábil a la mujer casada, declarándola interdicta, como los locos, e incapaz, como el menor de edad. No tenía el derecho a de­finir su propio domicilio y a contraer obligaciones civiles sin permiso del marido. Esta figura que le otorgó al varón la propiedad y el poder de decidir sobre la vida de la mujer, continúa aún en la memoria cultural de un gran número de colombianos(as).

A comienzos de este siglo, en 1922, se inicia tardía­mente en Colombia una etapa en la que la mujer fue ad­quiriendo progresivamente los derechos civiles y políticos que le habían sido negados por el hecho de ser mujer. Como antecedentes tenemos: la Ley 8 de 1922, que le otor­gó a la mujer casada la facultad de administrar sus bienes de uso personal; la Ley 128 de 1928, que la autorizó para disponer de los dineros depositados en las cajas de ahorro; la Ley 83 de 1931 le permitió a la mujer trabajadora reci­bir directamente su salario; la Ley 28 de 1932 eliminó la figura de la potestad marital en cuanto a la administración de sus bienes y la facultó para representarse a sí misma; el Decreto 1972 de 1933 permitió el ingreso de la mujer a la universidad; la Reforma Constitucional de 1936 le otorgó el derecho a ocupar cargos públicos. Esta etapa culmina en 1954, con el reconocimiento del derecho a elegir y ser elegida.

Hoy, casi 40 años después de esta revolucionaria trans­formación legal de las condiciones de la mujer, subsisten tradiciones culturales atadas a concepciones que conside­ran todavía a la mujer una menor de edad y, por lo tanto, sometida al padre, hermano o marido.

Estas tradiciones subyacen aún en nuestro sistema jurídico perpetuando condiciones desfavorables para la mujer. No puede explicarse de otra manera por qué, ha­biéndose adoptado el principio de la igualdad legal, sin hacer diferencia por motivos de raza, sexo o religión, per­manecieran en Colombia leyes expresamente discrimina­torias contra la mujer. Postulados que fueron defendidos con ahínco por representantes del poder político de nues-

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Condición jurídica de las mujeres

tro país, a nombre de la sagrada distinción del "ser mujer". Recordemos la gala de honores que el Congreso rindió a la función única y natural de la maternidad, para oponerse a que la mujer accediera a ser ciudadana plena en 1954.

Hace sólo doce años, aún nuestro código penal consa­graba como causal de disminución hasta de las tres cuar­tas partes de la pena, para quien asesinara a una mujer por sorprenderla en acto carnal o en actos preparatorios de él, cuando fuera su marido, padre, madre, hermano o hermana. Con esta disposición, el legislador matizó la im­punidad que a nombre de la "legítima defensa del honor" consagraba nuestro código penal hasta 1936 en contra de la mujer.

Estos dos ejemplos pueden ilustrarnos sobre las for­mas en que se expresa la opresión y subordinación de la mujer en un sistema jurídicopolítico que se sustenta en la división sexual del trabajo y en una apropiación de las ca­pacidades generativas y sexuales de las mujeres, limitando su autonomía y libertad1.

Igualdad jurídica entre el hombre y la mujer

A partir de 1970, se marca otra etapa legislativa a favor de la mujer, la cual se caracteriza por poner fin a todas las desigualdades que estatuían las leyes que regularon las re­laciones de pareja y familia dentro del matrimonio.

El Decreto 1260 de 1970, estatuto del estado civil de las personas, suprimió la obligación para la mujer casada de usar el apellido del marido seguido de la partícula "de".

El Decreto 2820 de 1974, denominado estatuto de la igualdad jurídica entre los sexos, eliminó la diferencia que existía para conceder la separación de cuerpos en el matri­monio (adulterio para la mujer, amancebamiento para el hombre), suprimió la figura de la potestad marital, esta­bleciendo que el marido y la mujer tienen conjuntamente

1. Kate Young, "Reflexiones sobre cómo enfrentar las necesida­des de las mujeres", Entre mujeres, Lima, 1991.

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GLORIA DE LOS RÍOS

la dirección del hogar y de los hijos, así, el sometimiento y obediencia de la mujer casada desaparecen y se consagra la obligación conjunta de los cónyuges de socorrerse y ayudarse mutuamente añadiendo que la residencia de la pareja es una decisión conjunta.

En materia laboral, con la expedición de la Ley 50 de 1990, se amplió para la mujer trabajadora la licencia de maternidad de ocho a doce semanas y se creó la posibili­dad de ceder una de estas semanas a su esposo o compañe­ro, para obtener de éste la compañía y atención en el momento del parto y en la fase inicial del puerperio.

Las trabajadoras domésticas obtuvieron en 1988, me­diante la Ley 11, el derecho a la seguridad social, tomando como salario base la remuneración que reciban en dinero.

En materia de derecho agrario, con ocasión de la polí­tica que para la mujer campesina adoptó el gobierno co­lombiano en 1984, y como consecuencia de una decidida gestión de las mujeres campesinas a través de su organiza­ción, se logró modificar el régimen de adjudicación de tie­rras, mediante la Ley 30 de 1988, otorgándole el derecho a la mujer soltera jefe de familia de ser adjudicatoria de tie­rras baldías, de unidades agrícolas familiares o de ser ad­mitida como socia de empresas comunitarias.

Así mismo, estableció que los títulos de adjudicación efectuados a nombre del varón, podrían extenderse a la cónyuge o compañera permanente con quien comparta las responsabilidades sobre sus hijos menores y se permitió la adjudicación de la unidad agrícola familiar a la heredera cónyuge.

Permitió la participación de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas e Indígenas -ANMUCIC- en los comités consultivos del Incora, encargados de recomendar sobre la mejor manera de adelantar la reforma agraria.

En materia penal, mediante la Ley 75 de 1968, se elevó a la categoría de delito el incumplimiento de las obligacio­nes alimentarias debidas a las personas que por ley tienen ese derecho.

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Condición jurídica de las mujeres

En 1980 se expide el nuevo Código Penal. Desaparece la categoría de delito que se otorgaba al abandono del ho­gar por parte de la mujer, se elimina la disminución de la pena para el padre, madre, esposo, hermano o hermana que asesinara a la mujer en defensa del honor, y se supri­me, también, la exoneración de la pena para el violador que se case con la víctima. No obstante, se notan conteni­dos en este Código que reflejan una clara discriminación contra la mujer, así, la honradez en el hombre tiene como referente contrario el hurto, mientras que en la mujer es la infidelidad2.

Es importante resaltar el tratamiento que la legislación penal da a los delitos contra la libertad y el pudor sexual, por tratarse de delitos que, no siendo específicos, general­mente se cometen contra la mujer, en razón de la posición social de "objeto sexual del hombre" que aún soportamos.

El Artículo 298 del Código sanciona con pena de dos a ocho años de prisión a quien realice acceso carnal con otra persona mediante la violencia. El 299 sanciona a su vez con pena de uno a tres años a quien realice acto sexual diverso del acceso carnal, usando la violencia.

La violencia sexual es uno de los campos delictivos en donde la mujer se encuentra en condiciones de mayor fra­gilidad y es justamente en el que está más desprotegida por el sistema jurídico. Como lo expresaba al comienzo, la condición jurídica de la mujer no sólo depende del espíri­tu de la ley, es determinante contar, en el terreno de la ad­ministración de justicia, con instrumentos adecuados para superar las otras normas que están en la cabeza de las personas encargadas de aplicar la ley y en la de las pro­pias víctimas. Es demasiado corriente encontrar en la víc­tima mujer sentimiento de culpa por haber sido objeto de violación, y en el administrador de justicia una actitud más juzgadora hacia la mujer que hacia el victimario.

La condición jurídica de la mujer casada es más preca­ria en el caso de la violencia sexual por parte de sus mari-

2. Melba Arias, Mujer, sexualidad y ley, Bogotá, Presencia, 1988.

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GLORIA DE LOS RÍOS

dos, pues si bien la ley no excluye al marido del delito ni de la pena, la cultura dominante sí lo excluye completamen­te, imperando en este caso más la fuerza de la cultura que la de la misma ley.

Otro de los aspectos regulados por el Código Penal, en el que la condición jurídica de la mujer es demasiado pre­caria, lo constituye la prostitución y la trata de mujeres y niños. El Artículo 308 del Código tipifica como delito la inducción a la prostitución de persona honesta, señala una pena de uno a tres años y si hay constreñimiento se aumenta de dos a siete. El Artículo 311 establece que el que promueva o facilite la entrada o salida del país de mu­jer o menor de edad para que ejerza la prostitución, incu­rrirá en prisión de dos a seis años y multa de $10 000 a $100 000 pesos.

Basta observar el estado de indefensión en el que se encuentra la mujer cuando es joven y pobre, frente a los intereses del "mercado sexual", cuyo soporte actual se fun­da en su condición de mujer, agravada por las circunstan­cias materiales que la rodean, basta esto para dimensionar la gravedad de la indiferencia social ante este tipo de de­lincuentes y la precariedad del sistema jurídico colombia­no para enfrentarlo.

Este panorama nos permite ver con mayor claridad que, siendo la ley un prerrequisito esencial para la igual­dad entre hombres y mujeres, si el Estado dentro de su proyecto político y social no asume un compromiso expre­so de crear un marco legal e institucional para el desarro­llo de la mujer, su condición jurídica, aunque tenga mejoras, continuará siendo de segunda clase.

Es necesario por lo tanto que el Estado desarrolle otras medidas que promuevan la conciencia y el ejercicio de los derechos de la mujer, como: facilitar su participación en la identificación de sus necesidades para el diseño de las le­yes y de las políticas estatales, promover programas de educación diseñados especialmente para elevar la posi­ción de la mujer, impulsar campañas que la dignifiquen y valoren el trabajo doméstico.

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Condición jurídica de las mujeres

En este sentido, contamos en nuestro país con un ins­trumento jurídico -la Ley 51 de 1981- que apunta precisa­mente a crear este marco institucional del que carecíamos hasta entonces.

Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer

Como consecuencia de la puesta en vigor de la Conven­ción de las Naciones Unidas sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, el legislador colombiano expide la Ley 51 de 1981, cuyo principal apor­te consiste en superar el tradicional enfoque de la igualdad formal consagrando la igualdad real de derechos y posibi­lidades.

La Convención define lo que se debe entender por dis­criminación contra la mujer:

Toda distinción, exclusión o restricción basada en el sexo que tenga por objeto o por resultado menosca­bar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil sobre la base de la igualdad del hombre y la mujer, de los dere­chos humanos y las libertades fundamentales en las es­feras política, económica, social, cultural y civil o en cualquier otra esfera.

Según esta definición, una ley tiene el carácter de dis­criminatoria si tiene por resultado la discriminación de la mujer, aunque no se haya promulgado con el objeto de discriminarla, y se establece claramente que se considera­rá discriminatoria toda restricción basada en el sexo que menoscabe o anule el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer de los derechos humanos en la esfera de lo públi­co y lo privado. Definición que aborda el deber ser de la igualdad de los sexos en el goce de los derechos humanos que cada cual necesite, pero no presupone que las necesi-

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GLORIA DE LOS RÍOS

dades masculinas deban ser identificadas como las necesi­dades de las mujeres3.

La Ley 51 de 1981 concibe además las siguientes accio­nes concretas para promover la igualdad de la mujer:

• Políticas y disposiciones legales para eliminar la dis­criminación y garantizar el pleno desarrollo y progreso de la mujer.

• Medidas temporales para acelerar la igualdad entre el hombre y la mujer. (Acciones afirmativas).

• Revisión de los patrones sociales y culturales que con­ducen a la discriminación, y de los roles estereotipados para el hombre y la mujer, haciendo énfasis en la respon­sabilidad de ambos en la crianza de los hijos.

• Medidas para suprimir todas las formas de trata de mujeres y explotación de la prostitución de la mujer.

• Medidas tendientes a la participación de la mujer en la vida política.

• Medidas para eliminar la discriminación contra la mujer en la educación, el empleo y el acceso a los servicios de salud.

• Eliminar la discriminación contra la mujer dentro del matrimonio y la familia.

Esta ley hace un reconocimiento de los problemas que afronta la mujer rural y el papel que desempeña en la su­pervivencia económica de su familia y su comunidad.

No obstante la importancia de este instrumento jurídi­co, no se cuenta con una voluntad política que impulse eficazmente su reglamentación y que permita concretar y responsabilizar a los diferentes entes del gobierno en la adopción de las medidas necesarias para su efectividad. El gobierno nacional, en uso de su facultad reglamentaria, expidió el Decreto 1398 de 1990, el cual repitió irracional­mente las mismas formulaciones de la ley, denotando una intención meramente demagógica y cuyo alcance fue la

3. Alda Fació, Cuando el género suena cambios trae, San José de Costa Rica, Llanud, 1992.

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Condición jurídica de las mujeres

creación de un comité de coordinación y control que hasta la fecha no se ha reunido.

Avances y potencialidades de la Constitución de 1991

La nueva Constitución recoge algunos de los princi­pios consagrados en la Ley 51 de 1981. El Artículo 13 con­sagra el principio de igualdad de todas las personas ante la ley, estableciendo además, en el inciso segundo, que "el Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará medidas en favor de grupos discriminados o marginados".

Este principio de igualdad se refuerza específicamente para la mujer en el Artículo 43, que establece:

La mujer y el hombre tienen iguales derechos y oportunidades. La mujer no podrá ser sometida a nin­guna discriminación. Durante el embarazo y después del parto gozará de especial asistencia y protección del Estado, recibirá de éste subsidio alimentario si enton­ces estuviere desempleada y desamparada. El Estado apoyará a la mujer cabeza de familia.

Para desarrollar este principio, por iniciativa de María Isabel Mejía Marulanda, cursa en el Congreso un proyecto de ley: "Por el cual se dictan normas de apoyo a la mujer cabeza de familia", prevé planes y programas dirigidos a fomentar la creación de microempresas, de economía soli­daria y familiares, crea líneas de crédito blando, subsidio alimentario y soluciones de vivienda.

El Artículo 40 establece el derecho de todo ciudadano a participar en la conformación, ejercicio y control del po­der político y consagra expresamente la obligación de las autoridades de garantizar la adecuada y efectiva participa­ción de la mujer en los niveles decisorios de la administra­ción pública.

Al respecto cursan en el Congreso, por iniciativa de Regina Betancourt y Samuel Rojas, proyectos de ley que

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GLORIA DE LOS RÍOS

apuntan a garantizar la participación igualitaria de la mu­jer en los cargos de decisión de la administración pública. Estos proyectos fueron adjudicados para ponencia a Ber­nardo Zuluaga, quien presentó pliego modificatorio, intro­duciéndole a las propuestas herramientas que garanticen el cumplimiento de la ley.

El Artículo 42 consagra que la familia se constituye por vínculos naturales o jurídicos, por la decisión de un hom­bre y una mujer de contraer matrimonio, o por la voluntad responsable de conformarla. Este principio tiene vital im­portancia pues legitima a nivel constitucional la unión de hecho, como una de las formas de familia.

Se consagra también en este artículo, la igualdad de deberes y derechos de la pareja, se ordena sancionar cual­quier forma de violencia en la familia y concede a la pareja el derecho a decidir libre y responsablemente el número de sus hijos.

Por iniciativa de Aída Abella, cursa en el Congreso un proyecto de ley sobre violencia intrafamiliar que plantea medidas de emergencia y medidas de prevención, crea­ción de centros comunales de educación donde se oriente a la mujer sobre sus derechos, sexualidad humana, auto-valoración, cuidado y crianza de los hijos de manera com­partida, educación no sexista, capacitación técnica en un arte y oficio para evitar su dependencia.

Vera Grave, presenta un proyecto "por el cual se dictan normas sobre asistencia integral a la familia y se crea un subsidio de maternidad".

Es de resaltar que la mayoría de estos proyectos de ley han sido presentados por mujeres, hecho que demuestra la importancia de nuestra participación en las instancias decisorias de la vida pública, para garantizar unas condi­ciones jurídicas que permitan a largo plazo superar las barreras de la discriminación contra la mujer. Éste es un ejercicio indispensable en la construcción entre iguales de la democracia.

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El Estado y las mujeres

ELVIA CARO

El tema de Mujer y Desarrollo ha estado presente en el quehacer del Estado colombiano en las últimas décadas, bajo diferentes enfoques. La orientación de ambos proce­sos, el de desarrollo y el de la vinculación mujer-desarrollo ha sido fundamentalmente impulsada por los organismos internacionales a través de lo que se conoce como "la ma­quinaria del desarrollo". Ambos conceptos han venido transformándose paulatinamente en la búsqueda del me­joramiento de las condiciones de vida de la población y de una sociedad equitativa, tanto desde la perspectiva social como de género.

Cada modelo o enfoque de desarrollo supone un deter­minado papel del Estado. Dentro del esquema de modelos internacionales para el desarrollo, cada Estado nacional define las políticas públicas y las instituciones para ejecu­tarlas. En cada país, los gobiernos1 sucesivos definen sus propias estrategias y acciones buscando atender a sus ven­tajas comparativas, a las situaciones coyunturales y a fac­tores políticos y culturales. Sin embargo, la historia más reciente muestra la aplicación de modelos económicos acogidos en forma casi universal por los gobiernos, a par­tir del condicionamiento de la ayuda económica interna­cional para su implementación. Estos modelos "neutros" en cuanto a género, suponen un beneficio tanto para hom-

1. Por ente gobierno se entienden, en este trabajo, los diferentes órganos de poder y no la acepción tradicional de órgano ejecutivo, asimilándose así al concepto de Estado.

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ELVIA CARO

bres como para mujeres mirando a la familia como un todo. Cuando la aplicación de los modelos produce resul­tados sociales adversos, los gobiernos centran su atención en las poblaciones vulnerables a través de programas espe­ciales coyunturales. Ésta ha sido en rasgos generales, la situación de los países latinoamericanos ante la persisten­cia e incluso ante el crecimiento de la pobreza. La más reciente búsqueda de equidad entre los sexos ha sido abor­dada en forma tímida y poco eficaz con programas margi­nales, frecuentemente sustentados en el respeto a patrones culturales discriminatorios considerados de difícil des­arraigo y por lo tanto de difícil abordaje.

El contenido de este artículo está organizado en tres partes. La primera presenta los modelos de desarrollo so­cioeconómico que ha seguido el país en las últimas déca­das, los supuestos sobre el papel del Estado para su apli­cación y los supuestos sobre el papel de las mujeres en ellos. La segunda parte expone las estrategias y enfoques definidos por "la maquinaria del desarrollo" para incluir a las mujeres en las políticas públicas y las consecuencias de cada enfoque en la búsqueda de equidad de género. La ter­cera parte presenta la acción del gobierno colombiano di­rigida a las mujeres y sus resultados en términos de equidad.

Modelos de desarrollo económico y el papel del Estado

El modelo impulsado por las Naciones Unidas y otros organismos internacionales durante las décadas de los años 50 y 60, se basó en la experiencia de los países indus­trializados con objetivos de crecimiento económico dentro de un proceso de modernización que se pensaba progresi­vo y lineal. Medido en términos del Producto Nacional Bruto, se concebía el proceso como un juego de las fuerzas de mercado cuyos resultados llevarían a una distribución de los beneficios económicos desde arriba. El papel del

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Estado, entonces, sería el de establecer las condiciones para un crecimiento económico sostenido.

Aunque se dio un desarrollo industrial y crecimiento económico en esas décadas y las siguientes, empezó a evi­denciarse que la estrategia de distribución de beneficios por las fuerzas del mercado era ineficaz en lo tocante a las grandes masas de población. Los procesos migratorios de­bidos a la descomposición del agro, concentraron grandes masas de población en zonas marginales urbanas en muy precarias condiciones de vida.

La revisión de esta estrategia por parte del Estado puso en la mira dos elementos que debían ser incorporados a una nueva estrategia de desarrollo. Por una parte, compe­tía al Estado asumir un papel más activo en la economía para dar atención a los grupos más pobres.

Por otra parte, se requería una revisión del papel del crecimiento demográfico en el deterioro de las condicio­nes económicas y sociales. Aunque no se dio ningún cues-tionamiento del modelo de desarrollo, se avanzó en la consideración de la necesidad de un cambio planificado para atender los aspectos sociales del desarrollo. La aten­ción del Estado a las mujeres surgió en este período en dos frentes: como parte de la población pobre y en su función reproductiva.

La cooperación internacional se dirigió a las priorida­des del Gobierno de apoyar la industria de capital intensi­vo y la producción agrícola para acelerar el crecimiento, haciendo énfasis en el incremento de la productividad de la mano de obra masculina.

Las estrategias para atención del sector social se defi­nieron dentro de un marco asistencialista hacia la familia, en el cual las mujeres eran la población vulnerable y, a la vez, responsable del bienestar de la familia. Se definieron entonces con renovada fuerza, programas de alimentación y nutrición, de salud materno-infantil, de producción de alimentos y de planificación familiar.

Sin entrar a cuestionar la conveniencia de estos pro­gramas en la sobrevivencia de los más pobres, lo que se

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quiere destacar es el carácter coyuntural y remedial de los mismos y el mantenimiento de la noción del papel "natu­ral" de las mujeres en la responsabilidad del control de la fertilidad y del bienestar de la familia. El enfoque asisten-cialista, que predomina hasta hoy en muchos programas gubernamentales y privados, se centró en la familia, consi­derando al hombre en su papel productivo, a la mujer en el reproductivo y al binomio madre-hijo como la unidad de atención. Los supuestos de este enfoque consideran que las mujeres son recipientes pasivos del desarrollo y que la maternidad y crianza de los hijos son los papeles más importantes de la mujer en la sociedad. El enfoque/ estrategia asistencialista, al aceptar el papel tradicional de la mujer sin cuestionar la división del trabajo por sexo ni las relaciones de poder entre los géneros, afecta las posibi­lidades de las mujeres para participar en procesos econó­micos, sociales y políticos en condiciones de equidad.

Durante la década de los años 70, el reconocimiento por parte de los organismos internacionales y particular­mente de las Naciones Unidas, del deterioro de las condi­ciones de vida de amplias capas de la población mundial, reiteró la necesidad de definir objetivos redistributivos que acompañaran los objetivos de crecimiento económi­co. Surgieron así, como práctica del desarrollo, los enfo­ques antipobreza más caracterizados como "Crecimiento con Equidad" y "Necesidades Humanas Básicas". Si bien estos enfoques no cuestionaban el modelo de desarrollo vigente, se planteaba un papel diferente para el Estado en un proceso de cambio planificado. Le competía establecer mecanismos fiscales y de crédito, impulsar cambios para ampliar el acceso a recursos, impulsar reformas institu­cionales y definir los grupos vulnerables en quienes debía concentrarse la atención del Estado. En este espacio apa­recieron de nuevo las mujeres como población más pobre y de nuevo como responsables del bienestar de la familia, con una connotación insidiosa: que ello significaba tam­bién el logro de su propio bienestar. Aparecieron las mu­jeres por primera vez como actores económicos pero al

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interior de la familia como unidad económica. Se perfiló con fuerza una concepción que haría carrera hasta nues­tros días: la integración de la mujer al desarrollo. De todos modos, bajo esta perspectiva, las mujeres continuaron siendo consideradas como dependientes a pesar de su ingreso significativo al mercado laboral. Este ingreso, al darse como estrategia económica familiar, ha ocultado el aporte económico de las mujeres, aporte considerado como ingreso suplementario. En el enfoque de integración de la mujer al desarrollo siguió ausente el cuestionamiento de la división del trabajo y las relaciones de poder al interior de la familia.

A finales de la década del 70, se marcó un viraje en las políticas económicas dentro de enfoques de eficiencia y productividad. Los problemas de recesión mundial, de caída de los precios de los productos de exportación y de crecimiento de la deuda externa, llevaron a los sucesivos gobiernos a adoptar las políticas promovidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para estabili­zación económica y ajuste estructural, con el objetivo fun­damental de lograr incrementos en la tasa de crecimiento económico. La implantación de medidas para la moderni­zación del Estado y para la superación de la crisis econó­mica, ha conllevado una disminución del sector productivo, reducción de salarios e ingresos por trabajo y crecimiento del sector informal. Es un papel paradójico para el Estado en cuanto le corresponde corregir los desequilibrios socia­les producidos por el ajuste estructural y a la vez determi­nar recortes en el gasto público social y en el tamaño del aparato estatal. Esto apunta al carácter marginal de los aspectos sociales en las políticas públicas.

En relación con las mujeres, las políticas de ajuste estructural gozan de popularidad dentro de las agencias internacionales y los gobiernos. Este enfoque realmente significa pasar costos de la economía formal a la informal, considerando la participación de la mujer pero en térmi­nos de tiempo no pagado para la reproducción biológica y social. La mayor eficiencia a través de recortes de la inver-

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sión social predicada por las políticas de ajuste estructu­ral, afecta especialmente la situación de las mujeres. Ade­más de las consecuencias en la reducción de los niveles de ingreso y en el deterioro de las condiciones de vida, empie­za a documentarse su impacto en el aumento de la violen­cia general e intrafamiliar y en el número de hogares con jefatura femenina.

Las nuevas propuestas de políticas de "desarrollo con rostro humano" y de "capitalismo social", abogan más por programas compensatorios del ajuste (o del desajuste). La limitación estructural de estos programas está en la falta de vocación política para reducir la pobreza; la limitación estructural con referencia a las mujeres está en la resisten­cia a incluirlas en las estrategias macroeconómicas y en los procesos de planeación nacional, atendiendo a sus ne­cesidades e intereses.

Estrategias y enfoques en relación con mujer, género y desarrollo

La escasa función social del Estado en los países en de­sarrollo para dar respuesta a las necesidades de las mujeres, ha sido puesta de presente por diferentes movimientos de la sociedad civil y traducida en actividades de diverso or­den para la búsqueda de equidad. Dentro de esta diversi­dad, movimientos y colectivos de mujeres del Tercer Mundo y "centros de pensamiento" de universidades y centros de investigación del mundo desarrollado y subdesarrollado, han señalado las consecuencias específicas del manteni­miento de la discriminación contra la mujer y de las impli­caciones de las políticas de desarrollo. La evidencia del deterioro de la situación y condición de las mujeres ha sido recogida por los organismos internacionales, espe­cialmente por las Naciones Unidas y traducida en reco­mendaciones a los Estados miembros para remediar la inequidad. Con marcada frecuencia los países han adopta­do las recomendaciones y programas que conllevan menor conflicto. Para los organismos de cooperación, el proceso

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no está exento de contradicciones y dificultades, pues sus departamentos de política económica trazan rumbos que sus "departamentos de mujer" tienen que retomar para paliar las consecuencias.

Durante las últimas décadas y con la orientación de las Naciones Unidas, se han perfilado estrategias sucesivas en la óptica específica de mujer y desarrollo. Han surgido las estrategias de "Integración de la Mujer al Desarrollo"-iMD (más conocida por su sigla en inglés WID), la de "Mujer en el Desarrollo"-MED, y mas recientemente la de "Género y Desarrollo"-GED. Dentro de cada estrategia se han definido diferentes enfoques: asistencialista, de equidad, de eficien­cia y de generación de poder (empowerment). Aunque han sido definidos sucesivamente en concordancia con las políticas económicas y sociales y el diagnóstico de la situa­ción de las mujeres, en la práctica del desarrollo estos en­foques coexisten, se superponen y en ocasiones entran en conflicto.

La revisión de estas estrategias y enfoques reviste gran importancia por el papel que al Estado se le asigna en ellos y porque de una u otra manera, las estrategias y progra­mas en el contexto colombiano se inscriben en ellos.

Del movimiento internacional de las mujeres y de los movimientos nacionales, surgió una numerosa documen­tación sobre el aporte económico pero invisible de las mu­jeres y de las condiciones de inequidad en la sociedad, a partir de la cual comenzó a tomar sentido el término sexis-mo. Se inició también el proceso de definición del conteni­do de la agenda de los grupos de mujeres para plantear sus demandas y pedir al Estado su intervención en atención específica a sus necesidades e intereses.

Durante la década del 70, la concepción de la mujer en el desarrollo empezó a ser trabajada teórica y empírica­mente. Los organismos de cooperación internacional ini­ciaron un proceso de cambios internos y de asignación de recursos instando a los gobiernos a definir estrategias y programas para la integración de la mujer al desarrollo. En 1973 el Congreso de los Estados Unidos aprobó la En-

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mienda Percy a la Ley de Asistencia Extranjera, exigiendo a los gobiernos que recibían ayuda para el desarrollo, inte­grar a las mujeres en los procesos y programas, y destinar una parte de los recursos totales asignados a programas dirigidos a las mujeres. En ese mismo año la Agencia In­ternacional para el Desarrollo-AiD, estableció una Oficina para la Mujer; otras agencias de cooperación y fundacio­nes internacionales hicieron lo propio. En 1977 el Banco Mundial creó el cargo de Consejero para Mujer en el Desa­rrollo y su presidente recomendó hacer un esfuerzo para monitorear el impacto de las actividades del Banco en la situación de las mujeres. Al finalizar la década, la Funda­ción Ford, la Rockefeller y prácticamente todas las funda­ciones para el desarrollo, habían establecido oficinas con funciones similares. Igualmente a partir de los años 70, el sistema de Naciones Unidas creó departamentos para Mu­jer en el Desarrollo en sus diferentes agencias, y en 1975 creó el Instituto de Entrenamiento e Investigación para el Adelanto de la Mujer-iNSTRAW y el Fondo para la Mujer en el Desarrollo-UNiFEM. Igualmente significativa fue la biblio­grafía producida por las agencias internacionales en rela­ción con los pasos a seguir y los mecanismos a desarrollar para integrar a la mujer a los sectores modernos de la eco­nomía, para difundir nuevos valores en relación con la igualdad, para modificar actitudes y para lograr condicio­nes de igualdad legal entre mujeres y hombres. A este cli­ma de sensibilización, contribuyeron varios encuentros internacionales entre ellos, la Conferencia Mundial sobre Alimentación en Roma, 1973 y la Conferencia Mundial de Población en Bucarest, 1974.

El apoyo internacional fue dirigido también a la inves­tigación sobre la situación jurídica, económica y social de las mujeres y a evaluaciones de programas de desarrollo desde una perspectiva de integración de la mujer. Se dio una tendencia de investigación centrada en la teoría de los roles, de indudable importancia para describir las brechas entre los géneros, la contribución de las mujeres y el valor diferenciado de los roles en términos sociales, y para des-

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cribir situaciones específicas que incidían en las posi­bilidades de las mujeres para desempeñar un papel más activo en la economía y en la sociedad. Dentro de la pers­pectiva de la modernización, estos estudios han servido de base para que las políticas gubernamentales centren su discurso en la participación de las mujeres en los benefi­cios del desarrollo, aunque sin indagar mucho sobre su viabilidad. Pero ha sido éste un enfoque de alcance res­tringido para explicar las razones de la desigualdad y los mecanismos por los cuales las mujeres mismas y los hom­bres aceptan el papel subordinado de las mujeres.

La designación por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas del año 1975 como el Año Internacional de la Mujer, y la celebración de la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer en México en ese mismo año, mar­caron un hito para el movimiento internacional de las mujeres logrando un público reconocimiento por parte de los gobiernos sobre la importancia del tema. La conferen­cia se propuso examinar el cumplimiento de las recomen­daciones de las Naciones Unidas para la eliminación de la discriminación contra la mujer y definir un Plan Mundial de Acción para integrar la mujer al desarrollo en condicio­nes de equidad con el hombre.

A partir de la Conferencia Mundial de México, las Na­ciones Unidas declararon el Primer Decenio Internacional de la Mujer (1976-1985), con base en un lema que hacía difícil negar la situación de las mujeres: "Las mujeres constituyen la mitad de la población mundial, trabajan dos tercios de las horas del día, reciben una décima parte del ingreso de la población del mundo y poseen una centécima parte de la propiedad" (Newland, 1991)

El decenio presenció un enorme esfuerzo de recolec­ción de estadísticas, investigación, realización de eventos nacionales e internacionales y publicidad, que contribuye­ron sin duda alguna al conocimiento de los problemas y a la toma de conciencia sobre la necesidad de atenderlos. En esta etapa se consolidó la estrategia IMD/WID, mostran­do los costos humanos y económicos de la discriminación:

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las mujeres representaban un recurso humano desaprove­chado que requería una articulación a los procesos de de­sarrollo en condiciones de equidad.

El decenio finalizó con la Conferencia Mundial de la Mujer en Nairobi, 1985, a partir de la cual se generó un proceso de reflexión sobre el impacto que el Plan de Ac­ción había tenido en la situación de las mujeres. Se pro­dujo una cantidad apreciable de información sobre la situación y condición de las mujeres, se propiciaron pro­cesos legislativos en favor de la equidad entre hombres y mujeres, se destinaron recursos para programas y se creó una corriente favorable de opinión en los gobiernos y en la sociedad civil. La bibliografía existente mostraba para Colombia y otros países en desarrollo, un evidente mejo­ramiento de algunos índices como esperanza de vida al nacer, menores tasas de fecundidad y mayores niveles edu­cativos. Pero estos logros se vieron neutralizados por las crisis económicas que afectaron con más fuerza a las mujeres y a los jóvenes. En general, se mostró que las con­diciones de vida de amplias masas de población se dete­rioraron y las mujeres se hicieron visibles como las más pobres entre los pobres.

A partir de la Conferencia de Nairobi se formuló una reconceptualización del tema mujer-desarrollo y se produ­jo un viraje en los planes de acción de algunas agencias de las Naciones Unidas, con énfasis en los derechos y necesi­dades de las mujeres. Sus recomendaciones se enmarca­ron dentro de una nueva estrategia no para integrar las mujeres a los procesos económicos a los cuales siempre habían estado integradas en las condiciones más preca­rias, sino a los beneficios del desarrollo de los cuales esta­ban excluidas. Esta estrategia ha sido conocida como "Mujer en el Desarrollo"-MED. La bibliografía en este perío­do empezó a evidenciar las diferencias entre necesidades prácticas y necesidades estratégicas de las mujeres y su triple rol en la reproducción, producción y trabajo comu­nitario.

En la aplicación de las estrategias IMD y MED han prima-

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do tres enfoques sobre la acción dirigida a las mujeres. El enfoque antipobreza considera que la inequidad económi­ca entre hombres y mujeres está más ligada a la pobreza que a la subordinación y el énfasis de política, por lo tanto, debería hacerse en la reducción de la diferencia en los in­gresos de las mujeres. Este enfoque asume que el origen de la pobreza de las mujeres y las condiciones de desigual­dad con el hombre, provienen de su falta de acceso a re­cursos productivos y a la discriminación sexual en el mercado de trabajo. El papel que se le asigna al Estado es el de crear mayores oportunidades de empleo y de genera­ción de ingresos para las mujeres. Este enfoque tiene dos obstáculos principales: la asignación de recursos para pro­gramas de educación y empleo compiten con los recursos para empleo de los hombres bajo el supuesto de que ellos son los jefes de hogar. Por otra parte, estos programas, aunque ignoran con frecuencia el rol reproductivo de las mujeres, tienen un potencial para modificar la división sexual del trabajo y las relaciones de poder entre los sexos en el hogar, por lo cual representan una amenaza para el statu quo. Para evitar los problemas inherentes a estas dos situaciones, la tendencia ha sido diseñar políticas especia­les para mujeres jefes de hogar y programas de empleo y generación de ingresos en ocupaciones segregadas y con menor remuneración. Desde un punto de vista más gene­ral, estos programas pueden satisfacer necesidades prácti­cas de las mujeres, pero si ellos no conducen a una mayor autonomía de las mujeres, se están ignorando sus intere­ses estratégicos.

El enfoque de equidad reconoce que las mujeres son participantes activas del proceso de desarrollo a través de sus roles productivos y reproductivos y que la agenda del Estado debería contribuir a brindar igualdad de oportu­nidades de educación y empleo y propender por una socie­dad igualitaria desde el punto de vista jurídico. La equidad aparece como sinónimo de independencia económica apo­yada en procesos legislativos para un cambio de los roles tradicionales de mujeres y hombres, en lo cual hay un 11a-

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mado implícito a la redistribución de poder. El impulso de este enfoque encuentra en los gobiernos nacionales una soterrada resistencia, no sólo por las dificultades para po­ner en marcha programas de empleo y generación de in­gresos fuera del marco tradicional de empleo femenino, sino también por la perspectiva feminista que sería con­traria a las normas culturales.

El enfoque de eficiencia, predominante en la agenda ac­tual de los organismos internacionales y los gobiernos na­cionales, parte de la premisa de que el 50% del recurso humano está siendo desperdiciado o subutilizado para los propósitos del desarrollo y que las mujeres son necesarias para dicho proceso. El supuesto de este enfoque es que la participación económica de las mujeres incrementa su status en la sociedad y la equidad entre los sexos. Asume que los procesos de modernización de la economía y del Estado revertirán en el rendimiento global de los recursos y en la distribución de los beneficios, compitiendo al Es­tado sentar las bases institucionales y jurídicas para el trabajo fundamental de las fuerzas del mercado. Los pro­gramas de alivio para los grupos vulnerables dentro de las políticas de ajuste estructural, aparecen como compen­satorios mientras el mercado cumple el papel final que se le asigna en las políticas macroeconómicas. Las políticas dentro de este enfoque, no sólo consideran una mayor par­ticipación económica de las mujeres sino que además de sus tareas en la reproducción, le asignan un papel prepon­derante en el trabajo comunitario para subsanar la menor inversión del Estado en programas sociales.

Un planteamiento común a todas las estrategias y en­foques ha sido la importancia de generar ingresos, no sólo para que las mujeres satisfagan sus necesidades y las del grupo familiar, sino también como factor potencial de au­tonomía. En este sentido, el apoyo a proyectos producti­vos dirigidos a las mujeres, inició una carrera en México/ 75 que perdura hasta nuestros días. En general, su con­cepción como proyectos de menor escala, en actividades tradicionales de las mujeres, con donaciones antes que

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con préstamos, desligados de los principales programas de desarrollo y sin atención concomitante al papel de las mu­jeres en las tareas de la reproducción, no siempre han cumplido su objetivo. Al no ser concebidos como empre­sas, la rentabilidad no se toma como objetivo central. La capacitación dentro de estos proyectos considera con fre­cuencia, un componente de desarrollo personal que se vuelve el objeto mismo del proyecto cuando la parte eco­nómica falla. Estos proyectos, en el mejor de los casos, contribuyen a cerrar brechas, pero no son condición sufi­ciente para cambiar la condición de la mujer en el hogar y en la sociedad.

Las estrategias IMD y MED han adelantado definiciones y propuestas que definitivamente han contribuido a crear una corriente de opinión hacia la necesidad de atender la situación específica de las mujeres, pero ellas han estado más comprometidas con la desigualdad formal entre hom­bres y mujeres en cuanto a cambios legislativos que prohiban la discriminación. Hay dos importantes ausen­cias en estas estrategias: el cuestionamiento de los mode­los de desarrollo y el cuestionamiento del papel de los hombres. Ellas buscan introducir a la mujer en un proceso de desarrollo ya en camino y centran el análisis en el "pro­blema" de las mujeres.

Recientemente se ha introducido en la bibliografía y en las propuestas de acción, el concepto de "Género y De-sarrollo"-GED, como base de una nueva estrategia para su­perar la visión restringida de las estrategias anteriores. Propone la construcción de un sistema social en el cual el concepto de desarrollo tenga un significado democrático e igualitario y el concepto de género signifique equidad en las relaciones entre mujeres y hombres. Cuestiona dos su­puestos desde la perspectiva económica: que el desarrollo favorece a hombres y mujeres por igual y que las mujeres necesitan integrarse a un proceso de desarrollo en el cual ellas no tienen alternativas para definir la clase de socie­dad que quieren. Desde el punto de vista de género cues­tiona una construcción social que no tiene en cuenta la

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relación mujer-hombre para identificar las causas, la diná­mica y la estructura de las relaciones desiguales.

Dentro de la GED ha hecho su aparición el concepto de generación de poder de las mujeres (empowerment). Este enfoque identifica el poder no en términos de dominación sobre otros, que implicaría que lo que ganan las mujeres lo pierden los hombres, sino en términos de la capacidad de las mujeres para tomar sus propias decisiones y para influir en la dirección de los cambios a través del control sobre recursos cruciales, materiales y no materiales. El objetivo es avanzar en la satisfacción de las necesidades básicas de las mujeres y de sus necesidades estratégicas para una sociedad equitativa. Hace énfasis en la organiza­ción de las mujeres para que, reconociendo su triple papel en la reproducción, producción y trabajo comunitario, se eleve su conciencia y su capacidad de interlocución con el Estado y la sociedad civil.

En la GED, compete al Estado adelantar políticas y acciones para cambiar las condiciones económicas, las desigualdades formales entre hombres y mujeres y la dis­criminación en el ámbito de lo privado, asumiendo que el género es una dimensión ideológica y que como tal puede ser transformada. Le compete considerar la variable géne­ro en los procesos de planificación global, en las estrate­gias de nivel macroeconómico de carácter integral y de largo plazo, e introducir el análisis de las relaciones de subordinación teniendo en cuenta la diversidad social, étnica y cultural de las mujeres.

Es posible vaticinar un largo camino a este nuevo enfo­que, pues no aparece con mucha fuerza en la mira de los organismos internacionales ni en la de los gobiernos na­cionales. El movimiento social de mujeres que tiene una responsabilidad ineludible en impulsarlo, difícilmente en­cuentra un terreno común de trabajo entre sus diferentes organizaciones y grupos para plantear sus exigencias al Estado. Existe de todos modos la esperanza de que el plan de acción para una nueva década, a definirse en Beijing en 1995, tenga la fuerza para comprometer a gobiernos y or-

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ganizaciones de mujeres en una agenda concertada para una verdadera transformación.

El Estado colombiano y las mujeres

El Estado, a través de sus tres ramas del poder público, ha hecho una contribución para avanzar hacia cambios en la situación y condición de las mujeres. Las acciones han obedecido en gran parte a la presión del movimiento so­cial de mujeres y a la asistencia técnica y financiera de las Naciones Unidas y de otros organismos de cooperación. Desde fechas muy recientes, cuenta el país con políticas nacionales, que aun con limitaciones conceptuales y pro­gramáticas, han pasado por el filtro de altas instancias gu­bernamentales, como el Consejo de Política Económica y Social-coNPES.

La igualdad jurídica ha recorrido un largo camino. Las leyes se han orientado a regular la participación social de las mujeres en los aspectos fundamentales para el desarro­llo de la sociedad como un todo: como ciudadana desde el derecho político, como esposa y madre desde el derecho civil y como trabajadora en el derecho laboral; desde la perspectiva del derecho penal se ha buscado proteger su integridad física.

Las primeras medidas de orden jurídico-político enca­minadas a crear condiciones de equidad para las mujeres, se establecieron en la década de 1930, cuando se recono­cieron los derechos patrimoniales de la mujer casada, se concedió a la mujer capacidad civil y se le habilitó como testigo en todos los actos jurídicos, se le reconoció el dere­cho a la educación superior y al trabajo remunerado, se le concedió el ejercicio de la patria potestad sobre sus hijos naturales, se le otorgó el derecho a solicitud de alimentos y se estableció el sistema de investigación de paternidad.

Se le reconoció una ciudadanía restringida (1945) sin derecho a elegir, ni a ser elegida en cargos de responsabili­dad política pero se le autorizaba para desempeñar em­pleos públicos que implicaran ejercicio de autoridad y

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jurisdicción. En 1954, se le reconoció la plena ciudadanía que no pudo ejercitar ya que se trataba de un gobierno militar. Por plebiscito nacional (1957) ejerció el derecho al voto y se ratificó su igualdad de derechos políticos. La normatividad laboral amparó el principio de igual remu­neración por igual trabajo (1962), norma que fue regla­mentada en 1981, consagrando medidas para eliminar la discriminación en el empleo, igualdad de oportunidades de capacitación, igualdad en la remuneración, libre elec­ción de profesión y empleo, protección de la salud, seguri­dad social y protección a la maternidad. Las normas de protección a la maternidad establecieron la licencia de maternidad remunerada por ocho semanas (1950), am­pliada luego a doce semanas (1990) y el derecho a tiempo de lactancia durante los seis primeros meses de vida del niño (1967).

Leyes sucesivas establecieron la igualdad de derechos para hombres y mujeres en cuanto a bienes y ejercicio de la patria potestad (1974), divorcio para matrimonios civi­les con las mismas causales para hombres y mujeres e igualdad en la distribución de bienes y custodia de los hi­jos en los procesos de separación y divorcio, derechos que quedaron consagrados en la Constitución de 1991 para to­dos los matrimonios, incluyendo los católicos.

Por la Ley 51 de 1981, Colombia ratificó la Convención de las Naciones Unidas para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer. En 1982 se le­gisló sobre seguridad social en favor de las mujeres, segu­ridad que en 1988 se extendió a las empleadas del servicio doméstico y que fue ampliada en 1993 con la creación del Sistema de Seguridad Social Integral del país.

El Código Penal (1980) contempló los delitos sexuales de acceso carnal violento y acto sexual violento, sin distin­ción entre hombres y mujeres y por lo tanto, sin ninguna consideración especial sobre la situación de la mujer como objeto más frecuente de violencia sexual.

La consagración definitiva de la igualdad jurídica de la mujer se logró con la promulgación de la Constitución de

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1991, en la cual se prohibe explícitamente la discrimina­ción por razones de sexo y se avanza la acción afirmativa en favor de las mujeres. Es preciso anotar, sin embargo, que muchos de los artículos constitucionales no están de­sarrollados en leyes, con lo cual se da una situación de igualdad formal que no puede ser traducida en acciones concretas. Tal es el caso del Artículo 40 sobre participa­ción de la mujer en la administración pública.

A partir de las leyes existentes y de la Constitución de 1991, puede decirse que Colombia tiene una de las norma-tividades más avanzadas de América Latina, que enfrenta, sin embargo, dos problemas fundamentales para el logro de igualdad y participación de las mujeres. Por una parte, muchas de las leyes promulgadas por el Congreso no han sido reglamentadas, como es el caso de la Ley 51 de 1981 sobre Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer y de la Ley 82 de 1993 sobre Apoyo a las Mujeres Cabeza de Familia. En el caso de convenciones internacionales a las cuales ha adherido el Ejecutivo, no se han promulgado las respectivas leyes nacionales, como sucede con la Convención Interamericana para Prevenir y Erradicar la Violencia contra la Mujer, aprobada por el Ejecutivo en junio de 1994 pero que no es aún ley aproba­da por el Congreso.

Por otra parte, la normatividad enfrenta problemas de aplicabilidad y cobertura. Sus desarrollos están sujetos a un sistema jurídico ineficiente y para las mujeres especí­ficamente, su cumplimiento está sujeto a condiciones variables de aplicabilidad según su posición socioeconó­mica, los niveles de riesgo (como en los casos de prueba de embarazo y declaración del estado civil para obtener em­pleo), el entorno cultural y su propio conocimiento de la legislación.

La actividad política y de investigación que en forma individual y colectiva han desarrollado las mujeres colom­bianas, ha puesto en evidencia las desventajas económi­cas, sociales, culturales y políticas que se enfrentan, las diferentes formas que adopta la discriminación y las con-

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secuencias personales y sociales que conllevan. La partici­pación de las mujeres en el desarrollo de la normatividad existente y en la definición de una nueva Constitución con objetivos de igualdad, ha sido significativa.

La Corte Constitucional ha hecho precisiones sobre el contenido y alcances de algunas normas y ha fallado en favor de las demandantes en casos de embarazo de adoles­centes escolares para continuar en el sistema educativo, sobre la educación sexual obligatoria en el curriculum de educación primaria y sobre violencia doméstica. De gran trascendencia es el fallo por el cual se reconoce el trabajo doméstico de la mujer como aporte a la sociedad patrimo­nial de hecho entre compañeros permanentes. La acción de tutela se ha constituido en herramienta para dirimir casos de discriminación contra las mujeres; los casos men­cionados han sido tutelas interpuestas por ellas.

En la esfera del poder ejecutivo, el compromiso del Gobierno para crear condiciones de equidad entre los géneros, ha recorrido un camino más sinuoso y menos efi­caz. Los programas de atención a las mujeres han recogi­do algunas de las recomendaciones de los organismos internacionales, particularmente aquellas que no entran en conflicto con el esquema cultural del país. Una fase ini­cial de definición de programas consultó la óptica de la mujer en su papel reproductivo y como responsable de la familia. Surgieron entonces los programas de bienestar fa­miliar, para cuya ejecución se creó en 1968, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar-iCBF. En esta misma óp­tica, el Ministerio de Salud configuró los programas de sa­lud materno-infantil y el Ministerio de Agricultura los de producción de alimentos en huerta casera y mejoramiento de la nutrición. La concepción de la mujer como responsa­ble de los programas de bienestar de la familia no ha cam­biado mucho desde entonces.

A pesar de los procesos iniciados en el país por parte del movimiento social de mujeres tendientes a promover la igualdad entre los sexos, acciones más allá de lo jurídico no han sido prioridad para el Estado colombiano. La co-

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operación internacional tuvo logros parciales en la pro­moción y financiamiento de "componentes mujer" dentro de proyectos de desarrollo, particularmente dentro del Plan de Desarrollo Rural Integrado-DRí y del Plan Nacional de Alimentación y Nutrición-PAN. Haciendo honor a los nombres de estos planes, el "componente mujer" dirigió su actividad a la producción de alimentos de subsistencia y a campañas educativas sobre lactancia materna y mejo­ramiento de los niveles de salud y nutrición. Dichos "com­ponentes mujer" en estos planes y en otros programas sectoriales, correspondía -y aún corresponde- a la desig­nación de un grupo de mujeres en posiciones con escaso nivel de decisión, con presupuestos ínfimos para un mar de necesidades prácticas y actividades sin mayor articula­ción con las políticas nacionales de desarrollo. Se ha he­cho evidente que cuando las funcionarías encargadas de estos "componentes mujer" están en niveles decisorios pueden influir en la orientación política del proceso, como en el caso de la aprobación por el CONPES de la Política Nacional para la Mujer Campesina en 1984 y en la orienta­ción de los programas. Pero en el país esto no ha garanti­zado la sostenibilidad de ningún programa a mediano plazo.

El Gobierno de Colombia presentó a la Conferencia Mundial de la Mujer, en 1975, el avance en materia de le­gislación para la igualdad y expresó su compromiso con el Plan de Acción para la Década de la Mujer, para promover cambios socioeconómicos, jurídicos, institucionales y programáticos para una mayor integración de las mujeres al desarrollo. Compartió con los demás gobiernos, parti­cularmente con los del Tercer Mundo, la visión del subde-sarrollo como la causa fundamental de la relegación de la mujer, planteando la necesidad de un cambio económico y social como estadio previo para la emancipación de la mujer.

Aunque Colombia ratificó en 1979 los compromisos del Plan Mundial de Acción para la Mujer y particular­mente la Convención Internacional para la Eliminación de

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Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (rati­ficada por ley en 1981), los gobiernos no mostraron interés particular para definir políticas para la integración de la mujer ni para establecer espacios institucionales de aten­ción al tema. En 1980, el Gobierno creó el Consejo Nacio­nal para la Integración de la Mujer al Desarrollo que consistió en el nombramiento de una profesional de tra­yectoria en el trabajo con la mujer, con el cargo de asesora del presidente; pero no le definió al Consejo una estructu­ra administrativa ni le asignó personal ni presupuesto. Esta experiencia fue repetida en 1990 con la creación del Comité de Coordinación y Control contra la Discrimina­ción, con similares deficiencias y consecuencias.

Los programas específicamente dirigidos a la mujer y básicamente financiados por la cooperación internacio­nal, continuaron dispersos en los diferentes sectores. El Ministerio de Agricultura se perfiló como la institución más pronta a avanzar políticas y programas para las muje­res campesinas. Como ya se mencionó, un grupo reducido de mujeres en posiciones de dirección en el Ministerio, lo­gró establecer una corriente de opinión favorable para que el CONPES aprobara una política nacional para la mujer campesina. Aunque el Programa de Mujer Campesina se ha sostenido dentro del Ministerio desde comienzos de los años 80, sólo hasta diciembre de 1993 se institucionalizó como parte orgánica de la estructura administrativa. En enero de 1994, el CONPES aprobó una nueva Política Nacio­nal para la Mujer Rural consultando los desarrollos del país en materia de reordenamiento institucional (entre otros, un espacio para la Oficina de la Mujer en la estruc­tura del Ministerio) y de descentralización administrativa. Estos lapsos de décadas para la institucionalización de una política, reflejan las dificultades que aún tiene el Go­bierno para asumir la atención a las mujeres como parte integrante de las estrategias sectoriales, planes y progra­mas.

El Ministerio de Salud por Resolución 1531 de 1992, definió la política "Salud para las Mujeres, Mujeres para la

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Salud" para responder en forma integral a su problemáti­ca de salud. Un año después, la política fue abandonada cuando se produjo el cambio del ministro de Salud intere­sado.

El Estado ha respondido a las necesidades de la mujer trabajadora con una legislación que le otorga derechos igualitarios con el hombre. Pero la poca aplicación de la legislación y su baja cobertura, no garantizan la igualdad ni la posibilidad de que las mujeres más pobres se benefi­cien de ella. Un ejemplo es la Ley 100 de 1993 por la cual se reforma el sistema de seguridad social en los aspectos de salud, pensión y servicios sociales complementarios. Si bien la ley favorece a un grupo de mujeres de la economía formal y de algunos sectores microempresariales, no está articulada en proyectos de generación de ingresos y forta­lecimiento del ahorro de los sectores populares de tal modo que puedan aportar a los diferentes fondos que esta­blece la ley.

Los programas definidos por los sucesivos gobiernos en el área de generación de ingresos, han estado enmarca­dos en la óptica de proyectos productivos y microempre-sas. Han sido programas por lo general coyunturales y de poco alcance para elevar niveles de ingreso. En 1989, el Departamento Nacional de Planeación realizó un inventa­rio nacional de proyectos dirigidos a mujeres, en el cual se identificaron 437 proyectos. El 54% de ellos era de carác­ter económico, pero eran a su vez, los de menor cobertura. Cerca de la mitad de los proyectos estaban apoyados por organizaciones no gubernamentales. Los programas mi­croempresariales han sido en los años recientes, fuente de generación de ingresos; pero no están diseñados para atender necesidades específicas de las mujeres y enfren­tan, por lo tanto, problemas de requisitos de garantías para acceder al crédito, desajustes en los programas de capacitación y en los tiempos de dedicación por la doble/ triple jornada. Sin embargo, las mujeres microempresa-rias representaban el 35% de un listado de 2 883 microem-presas del país (1992).

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A las condiciones de desempleo estructural se han agregado las derivadas de la apertura económica y de mo­dernización del Estado, que por definición significan una reducción del tamaño del mercado laboral y perfiles de empleo muy diferentes. La respuesta del Gobierno a las mujeres se ha enfocado en programas de capacitación en las áreas de confecciones, artesanías, panadería, cría de especies menores y transformación de alimentos. Una es­trategia alternativa ha sido el apoyo a iniciativas comuni­tarias o con participación de la comunidad que cumplan con objetivos simultáneos de generación de ingresos y de bienestar social. Estas estrategias siguen teniendo como base al ICBF y continúan apoyándose en las funciones de "vehículo de bienestar" que se atribuye a la mujer. Ejem­plos de estos programas son el Plan Nacional de Super­vivencia Infantil-SUPERVIVIR, el Programa de Educación Familiar para el Desarrollo Infantil-PEFADi y el Programa Social de Hogares de Bienestar.

El Programa de Hogares de Bienestar u Hogares Co­munitarios cuenta actualmente con 70 000 madres comu­nitarias que atienden cerca de un millón de niños menores de cinco años. Desde el punto de vista de atención y cuida­do de los niños, las Madres Comunitarias están solucio­nándole un grave problema al Estado y a las familias de su comunidad. Como Madres Comunitarias, las mujeres han prolongado su labor doméstica y su responsabilidad fami­liar y social, por un tercio del salario mínimo legal vigente y ninguna seguridad social. El aspecto positivo del progra­ma para las mujeres ha sido su crecimiento personal y el logro de autoestima e identidad, que las ha llevado a con­formar una organización nacional para presionar por sus reivindicaciones.

Una institución ad hoc que ha desempeñado en el país funciones de coordinación de actividades para la mujer ha sido el Despacho de la Primera Dama de la Nación. El títu­lo, acuñado por Eva Perón, y el tipo de funciones asisten-ciales que ella le imprimió al cargo, se conservan hasta nuestros días, con leves variaciones en el estilo y compro-

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misos de cada primera dama. La atención de esta instan­cia al tema de la mujer se ha hecho fundamentalmente en la óptica de ella como miembro de la familia y respon­sable de su bienestar. Un intento reciente por convertir esta institución en parte del aparato administrativo de la Presidencia de la República fue abortado por la Corte Constitucional (marzo de 1994) bajo el argumento de in-constitucionalidad del artículo que creaba el Despacho como ente gubernamental.

En 1990, el país presenció el primer intento del Go­bierno para definir un espacio institucional de atención a poblaciones, mediante la creación de la Consejería Presi­dencial para la Juventud, la Mujer y la Familia-CPJMF. Su creación correspondía al espíritu de los movimientos ge­nerados en torno a la necesidad de promulgar una nueva Carta Constitucional que consagrara como deber del Esta­do la garantía de los derechos de los grupos poblacionales, entre ellos las mujeres. Para ello, el Gobierno la dotó de estructura propia y recursos del presupuesto nacional y le delegó las funciones de definición de políticas y progra­mas, la orientación y coordinación de la actividad secto­rial en beneficio de las mujeres y la coordinación con las organizaciones no gubernamentales. Dado el relegamien-to de las recomendaciones de las Naciones Unidas en esta materia por parte de los sucesivos gobiernos desde 1979, la creación de la CPJMF significó un paso importante en el proceso de institucionalización de la temática de mujer y género. Cabe anotar sin embargo, que a pesar del alto ni­vel conferido, el espacio institucional es transitorio en la medida en que el nuevo gobierno del período 1994 - 1998 podrá avalarlo o definir otra estructura y ubicación. A par­tir del posicionamiento que ha tenido el tema en los últi­mos años, parece poco probable que el nuevo gobierno decida no considerar un espacio de alto nivel para la orientación de los asuntos de mujer y género

En desarrollo de sus funciones, la CPJMF definió la "Po­lítica Integral para las Mujeres Colombianas", aprobada por el CONPES en 1992. Esta política significa dos logros:

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por primera vez el CONPES considera y aprueba una política de carácter nacional para la mujer; por otra parte, la polí­tica es innovadora en cuanto al enfoque del quehacer del Estado en esta materia. En su enunciado teórico hace la distinción entre necesidades prácticas y necesidades estra­tégicas de las mujeres y establece la responsabilidad del Estado para transformar las dos. Reconoce la existencia de estructuras de poder que impiden el logro de equidad, define estrategias de largo plazo para avanzar el enfoque de planeación nacional y sectorial con perspectiva de gé­nero y explícita la necesidad de ampliar la base de poder de las mujeres.

Para la ejecución de la política, la COJMF definió dos es­trategias centrales de implantación de política:

a) En las instituciones del Estado a nivel nacional y te­rritorial, a través de sensibilización y capacitación en gé­nero, y planeación con perspectiva de género; de apoyo a la definición de planes programáticos sectoriales y el desa­rrollo de programas demostrativos en salud, educación y generación de ingresos cuyas metodologías fueran luego asumidas por los respectivos Ministerios. El desarrollo de esta estrategia ha enfrentado múltiples problemas, princi­palmente debido al escaso interés de las entidades para acoger la introducción de la dimensión de género en las políticas y programas sectoriales, que a su vez se debe al escaso apoyo político de los sectores altos del Gobierno.

b) Implementación de la política en la sociedad civil a través del apoyo a las organizaciones de mujeres y de pro­gramas de divulgación para cambios de los patrones cul­turales. El apoyo a las organizaciones de mujeres se ha dirigido prioritariamente a organizaciones locales en los departamentos y ciudades en donde la CPJMF ha priorizado su acción. El trabajo con las organizaciones nacionales de mujeres y las organizaciones no gubernamentales ha plan­teado relaciones diversas. Se crearon algunos espacios de intercambio que no llegaron a consolidarse en espacios permanentes de concertación, debido no sólo a la falta de mecanismos de participación por parte de la CPJMF sino

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también a la situación particular de las organizaciones y de sus mecanismos propios de participación, precarios y reconocidos parcialmente según sectores de mujeres.

Si bien el país ha recorrido un largo camino en la bús­queda de la igualdad de género y la participación de las mujeres, queda un extenso territorio por conquistar que sólo se puede llamar conquista en la medida en que el Es­tado y la sociedad civil confronten las estructuras básicas de la subordinación de las mujeres y por lo tanto, las rela­ciones de género que la sostienen.

El Estado responderá con políticas de género en la me­dida en que la sociedad favorezca las transformaciones en la condición y posición de las mujeres. En estas transfor­maciones cabe al Movimiento Social de Mujeres un papel fundamental.

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