vampiro vegetariano

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OTROS LIBROS - DE ESTE AUTOR: El Mundo Flotante El Mundo Inferior ■ El Mundo Pretérito El Mundo Oscuro A CASA DE LUCÍA Y TOMÁS VA A VIVIR UN NUEVO VECINO: EL SEÑOR LUCARDA. ALTO, DELGADO, DE UNOS CUARENTA AÑOS, SIEMPRE VISTE DE NEGRO Y NUN- CA HABLA CON NADIE. SUS OJOS OSCU- ROS Y PENETRANTES PARECEN ESCRU- TAR LOS PENSAMIENTOS DE LA GENTE. HAY PERSONAS QUE VIVEN AISLADAS Y TIENEN COSTUMBRES EXTRAÑAS. LA SOCIEDAD LAS MARGINA POR ESO. ¿SON LOS VAMPIROS GENTE ASÍ? A PARTIR DE 9 AÑOS ■un n

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Page 1: Vampiro vegetariano

OTROS LIBROS -

DE ESTE AUTOR:

• El Mundo Flotante

■ El Mundo Inferior ■

El Mundo Pretérito

■ El Mundo Oscuro

A CASA DE LUCÍA Y TOMÁS VA A VIVIR

UN NUEVO VECINO: EL SEÑOR LUCARDA.

ALTO, DELGADO, DE UNOS CUARENTA

AÑOS, SIEMPRE VISTE DE NEGRO Y NUN-

CA HABLA CON NADIE. SUS OJOS OSCU-

ROS Y PENETRANTES PARECEN ESCRU-

TAR LOS PENSAMIENTOS DE LA GENTE.

HAY PERSONAS QUE VIVEN AISLADAS Y TIENEN

COSTUMBRES EXTRAÑAS. LA SOCIEDAD LAS

MARGINA POR ESO. ¿SON LOS VAMPIROS

GENTE ASÍ?

A PARTIR DE 9 AÑOS

■un

n

Page 2: Vampiro vegetariano

— ESTO es un insulto, un atropello! -gritó Tomás-.

¡No puedes cuidar de mí, tenemos la misma edad!

—Soy mayor que tú -replicó Lucía tran-

quilamente.

—¡Solo tienes tres meses más que yo! -protestó

el niño.

—Pero he aprendido mucho en esos tres meses

-dijo ella con una sonrisa de suficiencia-. Además,

las chicas maduramos antes.

Los padres de Tomás; habían decidido acudir a

una cena a última hora y no habían encontrado

ninguna canguro disponible, de modo que le

habían pedido a Lucía, su vecina y amiga, que se

quedara con él para que no hiciera ningún

desastre la última vez que lo habían dejado solo,

el angelito había estado a punto de prenderle

fuego a Ha casa con su juego de química).

Page 3: Vampiro vegetariano

Tomás acababa de cumplir los diez años y se

creía todo un hombre, y consideraba una

humillación insoportable que lo hubieran dejado

al cuidado de Lucía.

—¿Ah, sí? Pues yo soy más grande y más

fuerte que tú -dijo el niño con tono amenazador-,

así que no puedes impedirme que haga lo que me

dé la gana.

—No eres más grande, sino solo más gordo -

replicó Lucía-. Y no necesito la fuerza para

controlarte. Tengo el teléfono de la casa en la que

están cenando tus padres, y me han dicho que los

llame si te portas mal.

—Tú no harías eso, no te convertirías en una

vulgar chivata...

—No, si no me obligas.

Tomás estuvo a punto de tirarse al suelo y

empezar a gritar y a patalear; pero se daba cuenta

de que eso era propio de un niño pequeño y,

aunque estaba furioso, su miedo al ridículo era

mayor que sus ganas de desahogarse. De modo

que se contuvo y dijo:

—Está bien, puesto que tienes que cuidar de

mí, cuéntame un cuento. —¿No quieres ver la tele? -preguntó Lucía

asombrada, pues Tomás era un teleadicto fu-

ribundo-. Tienes permiso hasta las once.

—Todo lo que dan esta noche es una plasta.

Prefiero que mi canguro me cuente un cuento -

dijo él con tono burlón.

—Está bien, te contaré un cuento.

Lucía se sentó en el sofá de la sala de estar,

frente al televisor apagado, y Tomás se repantigó

en un sillón.

—Estoy listo. Empieza a contar, esclava.

—Érase una vez una princesa...

—¡Una princesa! -la interrumpió el niño-. ¡No

pretenderás contarme una cursilada de cuento

con princesas, hadas y esas tonterías!

—¿Cómo puedes decir que es una cursilada si

aún no sabes de qué va, botarate? -a Lucía le

gustaba usar insultos antiguos, de los que le oía a

su abuela, aunque no sabía muy bien lo que

significaban.

—Pues claro que sé de qué va —replicó Tomás-.

Va de princesas, y no voy a permitir que me

cuentes un cuento para niñas. Quiero uno de

terror.

- De acuerdo. Te contaré uno en el que tú

eres el protagonista.

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Page 4: Vampiro vegetariano

-¿Yo?

—Sí, tú... Imagínate que te has quedado solo en

el mundo: eres el único ser humano sobre el

planeta...

—Oye, eso me gusta. Podría hacer lo que

quisiera y todo sería mío...

—Sí. Eres el único ser humano del mundo y estás

en tu habitación a punto de irte a la cama. Y de

pronto llaman a la puerta.

—¿Y? -preguntó Tomás visiblemente nervioso.

—Ya está.

—¿Cómo que ya está?

—Ya se ha terminado. Es un cuento corto.

—¿Corto? ¡Querrás decir cortísimo, super-

cortísimo! No pasa nada, y no da ningún miedo -

protestó él.

—¿Estás seguro de que no da ningún miedo? -

replicó Lucía mirándolo fijamente-. Estás solo en

el mundo, no hay ninguna otra persona en todo

el planeta. Y de pronto alguien llama a la puerta. —Sí que da miedo -reconoció Tomás después de

pensar un rato en el asunto . Menos mal que es

una situación imposible.

Tal como te la he contado, sí -reconoció

Lucía-, Pero estar solo en casa es parecido a estar

solo en el mundo... Imagínate que no estuviera

yo, que ahora mismo estuvieras solo en casa...

Sabes que estás solo, has echado el cerrojo y ni

siquiera tus padres pueden entrar si no les

abres... Te vas a tu habitación tan tranquilo, y de

pronto llaman a la puerta...

—Qué tontería, son mis padres que han vuelto

antes de lo previsto.

—Llaman a la puerta de tu habitación -precisó ella

con voz insinuante.

—¡Aaaaah! -gritó Tomás-, ¿Por qué me asustas?

Se supone que eres mi canguro.

—¿No querías un cuento de terror?

—Sí -tuvo que admitir él-, pero no te he dicho

que fuera de esos en los que tú eres el

protagonista.

— Pues es una lástima que no te gusten, por-

(|iie te iba a contar otro.

¡Cuéntamelo!

¿No acabas de decir que no los quieres de

esos de -tú eres el protagonista »?

Da igual, cuéntamelo. -No, que luego te quejas de que te asusto.

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Page 5: Vampiro vegetariano

—No me quejaré -le aseguró Tomás.

—Está bien... Pero antes dime una cosa: ¿tú

crees en los fantasmas?

—Claro que no -contestó él-. Lo de los fan-

tasmas es una tontería para asustar a los niños

pequeños.

—Vale... Pues vas por un callejón oscuro y de

pronto te cruzas con un señor, y el señor te

pregunta: «¿Crees en los fantasmas?», y tú le

contestas: «No», y entonces el señor te dice: «Pues

yo sí», y desaparece.

—Qué chorrada -comentó Tomás-. Este sí que

no da miedo.

—¿No? Piénsalo bien: el señor desaparece, se

vuelve invisible de pronto, pero sigue a tu lado, solo que

ahora ya no puedes verlo, estás a su merced...

—¡Aaaaah! -volvió a gritar él mirando ner-

viosamente a derecha e izquierda; pero esta vez

no podía quejarse, puesto que se lo había buscado.

—¿Por qué te asustas, si es una chorrada? -dijo

Lucía con una maliciosa sonrisa.

—No estoy asustado -replicó Tomás-, para

nada. Grito por gritar, igual que cuando uno se ríe

después de un chiste: es lo que toca.

—¿En qué señor has pensado mientras te contaba

el cuento? -preguntó ella tras una pausa.

—En uno cualquiera, ¿por qué?

—¿No le has visto la cara?

—No tenía cara.

—¿Te has imaginado a un hombre sin cara? Eso

da aún más miedo.

—No es que me lo haya imaginado sin cara -

explicó él-. Cuando te imaginas a una persona

cualquiera, es como un bulto, sobre todo si te lo

imaginas de noche y en un callejón oscuro.

—Eso es porque tienes poca imaginación. La

tienes atrofiada de tanto ver la tele. Yo, cuando

me imagino a una persona, veo perfectamente su

cara -dijo Lucía.

—¿Ah, sí, listilla? ¿Y qué cara le veías tú al

hombre del cuento mientras me lo estabas,

contando?

—La del señor Lucarda -contestó Lucía sini

titubear.

—¡Aaaaah! -gritó Tomás por tercera vez-.. ¡Qué

mala idea tienes! ¡Ahora que había conseguido

olvidarme de él!

12 13»

Page 6: Vampiro vegetariano

El señor Lucarda era el nuevo vecino de la

planta baja. Alto, delgado, de unos cuarenta años,

vivía solo, siempre vestía de negro y nunca

hablaba con nadie. Sus ojos oscuros y penetrantes

parecían escrutar los pensamientos de la gente, y

Tomás estaba convencido de «pie era un asesino

de niños.

—¡Serás miedica! -se burló ella-. ¿Cómo puedes

tenerle miedo al pobre señor Lucarda?

—¿Pobre, has dicho? ¡Pobre del que caiga en

sus manos! Si te hubiera mirado a ti como me miró

a mí el otro día... Seguro que es uno de esos

sacamantecas que hacen ungüentos mágicos con la

grasa de los niños.

—Claro, por eso se ha fijado en ti. Con tu grasa

podría hacer al menos cien tarros de ungüento.

Sin llegar a ser un niño obeso, a Tomás le

sobraban unos cuantos kilos.

—Sí, tú ríete y verás lo que te pasa como no

tomes precauciones -le advirtió él-. Menos mal que

vive en la planta baja y no puedo coincidir en el

ascensor con ese chupóptero... No quiero pensar

más en eso; voy a ver si me distraigo comiendo

algo.

—Tu madre me ha dicho que no te deje

desvalijar la nevera -le recordó Lucía siguiéndolo

hacia la cocina.

-—Solo voy a comer algo, un pequeño ten-

tempié -replicó Tomás.

—Además, te conviene adelgazar, pues cuanto

más gordito estés, más se fijará en ti el señor

Lucarda.

—¡Aaaaah, maldita! -gritó él-. ¡Tenías que

fastidiarme el tentempié!

14 15

Page 7: Vampiro vegetariano

2

A la mañana siguiente, al ir a comprar el pan,

Lucía se encontró con Rosaura, la portera.

Rosaura era una mujer grandota y sonrosada,

extraordinariamente fuerte, de unos cincuenta

años. Sus principales aficiones eran la peluquería y

el cotilleo. Llevaba el pelo rizado y teñido de rubio

platino, y a Lucía le recordaba a una actriz del cine

mudo. Aunque de muda, precisamente, no tenía

nada.

—Hola, Lulú -la saludó alegremente. Lucía y

Tomás eran los únicos niños de la escalera, y

Rosaura, al contrario que la mayoría de las

porteras, era muy amable con ellos y nunca los

reñía. A Lucía la llamaba Lulú, y a Tomás, Tomi.

—Hola, Rosi -contestó la niña.

—¿A que no sabes en qué casa estuve ayer? -

preguntó la portera con aire de misterio.

—En la del señor Lucarda -contestó Lucía sin

vacilar.

—¿Cómo lo sabes, pequeña bruja? ¡Aún no se lo

he contado a nadie!

—Me lo ha dicho él.

—¡Eso no te lo crees ni tú! ¡Pero si no habla ni

con su sombra, ni para dar los buenos días!

—Pues claro que no me lo ha dicho él -rió la

niña-. Lo he deducido porque si hubieras estado

en cualquier otra casa, no sería ninguna novedad.

Elemental, querida Rosi.

—A ver, ya que eres tan lista, ¿y qué pasó? -le

preguntó la portera con los brazos en jarras.

—Inteñtó seducirte -contestó Lucía muy seria.

—¡Demonio de niña! -exclamó Rosaura soltando

una carcajada-. ¡Lo que me faltaba a mí, a mis

años!

—No disimules, que aún estás de muy buen ver.

—Ay, qué cosas tienes... Pues no, es todo un

caballero y no se propasó para nada. Todo un

caballero, sí, pero más rarito... Quiere que 1c

haga la limpieza una vez a la semana, y me

16 17

Page 8: Vampiro vegetariano

jSlIfe

estuvo enseñando todas las cosas que no tengo que

tocar para nada, ni para quitarles el polv o a

S u escritorio, su armario, un arcón muy pande...

—¿No será un ataúd?

- ¡Qué cosas tienes! Pero, ahora que lo dices,

desde luego que cabría un fiambre

dentro...

En ese momento bajaba Camila, la vecina del

primero izquierda. Lucía vivía en el primero

derecha, y el balcón de su habitación era contiguo

al del dormitorio de la bellísima Camila.

A veces, al anochecer, se asomaban al balcón las

do¿ a la vez, y la hermosa joven, aunque casi nunca

hablaba, siempre le dedicaba a la niña una sonrisa

encantadora. Camila tenía el cabello de un rubio

dorado y unos preciosos ojos verdes. Lucía, que

tenía el pelo y los ojos castaños, pensaba teñirse de

rubio y ponerse lentillas verdes cuando fuera

mayor, para parecerse a Camila.

—Buenos días -saludó la joven luciendo su

deslumbrante sonrisa.

—Buenos días, Camila -contestaron a coro

Rosaura y Lucía.

Page 9: Vampiro vegetariano

—Qué guapa estás -añadió la niña con ad-

miración.

Y, realmente, con el largo cabello suelto sobre

los hombros y un vaporoso vestido de algodón

blanco, Camila parecía un hada o una princesa de

cuento.

—Gracias, preciosa -dijo la joven acariciando

suavemente la cabeza de Lucía.

—Estábamos hablando del nuevo vecino, el

señor Lucarda -comentó la portera-. Es tan rarito...

—¿Tú crees? A mí me parece un hombre muy

agradable. Tan elegante, tan reservado... -dijo

Camila, y se fue grácilmente, saludando con un

leve gesto de la mano mientras salía a la calle.

—Lo de reservado será porque no habla, pero

hay que ver cómo mira -replicó Rosaura, aunque

la joven ya no podía oírla.

—Eso dice Tomás -dijo Lucía con una risita.

—Pues Tomi tiene razón. A veces mira de una

forma que da miedo, como si quisiera hipnotizarte

o leerte el pensamiento. Y el otro día lo pesqué

mirando así a Camila. Lo que pasa

20

es que ella es tan buena persona que se ere; que

toco el mundo es bueno.

—Ms gustaría ser como ella -suspiró Lucít.

—Pues alégrate, porque de mayor serás igual de

guapa, pero más espabilada -le dijo la portera

guiñándole un ojo.

—No querrás decir que Camila es tonta.

—Qué va, de tonta no tiene un pelo; pero es tan

ingenua y tan despistada que no se entera de la

mitad de la movida.

— Yo también seré ingenua y despistada de

mayor -dijo la niña-. Queda muy elegante.

—¿Despistada tú? -rió la portera-. Eso sí que no

me lo creo. A ti no se te escapa una.

De pronto se oyó un portazo seguido de un

sordo retumbar en la escalera, como si un pe-

queño hipopótamo la estuviera bajando a

trompicones.

—Ahí llega Tomás -anunció Lucía.

Y, en efecto, a los pocos segundos apareció >el

niño muy sonriente. Saltó los últimos cinco es-

calones con cara de Tarzán y aterrizó junto a los

pies de Rosaura. K ....... Vaya, estás animado esta mañana -co-

mento la portera.

Page 10: Vampiro vegetariano

—Siempre estoy animado los sábados por la

mañana -dijo el niño.

—¿Has dormido bien? -preguntó Lucía con

retintín-. ¿No has tenido pesadillas?

—Pues no, para que te fastidies -contestó él

dedicándole a Lucía una de sus muecas más

horribles-. He soñado con los angelitos.

—¿Con los angelitos o con las Camilitas? -dijo

la niña. A Tomás se le caía la baba cada vez que

veía a Camila, y Lucía no perdía ocasión de

tomarle el pelo por ello.

La portera soltó una de sus ruidosas carca-

jadas, y el niño las miró a las dos con expresión

feroz.

—Ya podéis reíros -dijo poniéndose rojo hasta

la punta de las orejas-. De mayor me casaré con

ella. Y no sé si os invitaré a la boda.

—Pues tu novia acaba de salir en este mo-

mento -comentó Lucía conteniendo la risa-. Y,

por cierto, estaba guapísima, ¿verdad, Rosi?

—Y que lo digas -convino la portera-. Parecía

la portada de una revista del corazón.

Tomás corrió hacia la puerta y miró a derecha

e izquierda; pero su adorada ya no estaba a la

vista. Lucía fue junto a él y le dijo:

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—Anda, acompáñame a comprar el pan.

—No debería, por meterte conmigo.

—No te quejes, que anoche te dejé desvalijar la

nevera, a pesar de las advertencias de tu madre.

—¿Desvalijar la nevera? ¡Qué morro! ¡Si solo me

dejaste hacerme un bocata!

—Sí, solo un bocata, con una barra de cuarto

entera y medio pollo con mayonesa.

—El pan se pone duro si no te lo comes el

mismo día. Está feo desperdiciar comida.

—Sí, sí, tú cébate bien cebado y verás qué

contento se pone el señor Lucarda -comentó

Lucía echando a andar.

—¡Te tengo dicho que no me lo menciones! -

exclamó Tomás yendo tras ella.

—Está bien; si no quieres que te lo mencione, no

te contaré lo que me ha dicho Rosi.

—¡Cuéntamelo!

—¿Me llevarás la bolsa del pan, como un

perfecto caballero?

—Eres una vil chantajista... Está bien, está bien,

te llevaré la bolsa.

— Pues resulta que ayer Rosi estuvo en su CMSil.

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Page 11: Vampiro vegetariano

—¿De verdad? ¿No te lo estás inventando? -

preguntó el niño con los ojos muy abiertos.

—Te lo prometo. El señor Lucarda quiere que

Rosi le haga la limpieza una vez a la semana, y le

estuvo enseñando la casa para decirle las cosas

que no tiene que tocar.

—Pero las señoras de la limpieza lo tocan todo.

—Normalmente, sí; pero por lo visto él tiene

algunas cosas que no quiere que nadie toque.

—¿Como qué?

—Como un ataúd.

—¡Anda ya! ¡Eso no me lo creo ni harto de

chocolate! -exclamó Tomás, aunque por la ex-

presión de su cara se veía que no las tenía todas

consigo.

—Bueno, no es un ataúd con una cruz encima y

todo eso; pero es un cajón grande y alargado en el

que cabe un cadáver. Si no te lo crees,

pregúntaselo a Rosi.

—¿Lo ves como yo tenía razón? No me negarás

que es todo muy sospechoso, sobre todo que le

diga a Rosi que no toque ese cajón. A lo mejor no

es un sacamantecas, sino un vampiro.

—O las dos cosas. Primero te chupa la sangre y

luego te saca las mantecas -dijo Lucía dándole un

pellizco a Tomás en el michelín.

—Sí, tú ríete, pero te advierto que los vampiros

prefieren a las chicas.

24 25

Page 12: Vampiro vegetariano

I^SPUÉS de comer, Tomás llamó a Lucía por el

balcón. El niño vivía en el segundo derecha, y su

habitación quedaba justo encima de la de su

amiga.

—¿Qué quieres? -preguntó ella asomándose. —

Velar por tu seguridad -contestó el niño-. Sube a

ver una película.

—Estoy leyendo -replicó la niña.

—Es una película antigua, de esas que a ti te

gustan tanto.

—¿Muda?

—Casi. Hablan muy poco, al menos en el trocito

que ya he visto.

—¿Qué película es?

•—Drácula. Y el que hace de vampiro es un tal

Bela Lugosi -contestó el niño leyendo el nombre

en la caja de la cinta.

—Vale, ahora subo.

26

Page 13: Vampiro vegetariano

Los padres de Tomás estaban durmiendo la

siesta, como solían hacer todos los sábados, así que

los niños disponían del salón y el televisor para

ellos solos.

A Lucía no le gustaban las películas de terror,

pero tuvo que reconocer que aquella era muy

buena. Las imágenes en blanco y negro eran

impresionantes, sin necesidad de sangre ni

violencia, y sugerían un ambiente misterioso en el

que todo era posible, como si de un sueño se

tratara.

«Es como la pesadilla de un poeta», estuvo a

punto de decir la niña, pero se cortó por miedo a

las burlas de Tomás, que siempre la estaba

llamando cursi, redicha, marisabidilla, repelente y

cosas por el estilo.

—No me negarás que se parece al señor Lu-

carda -dijo el niño parando la película en un

primer plano de Bela Lugosi. El famoso actor

húngaro, muy convincente en su papel de Drácula,

parecía querer taladrarlos con la mirada.

—Es verdad -admitió ella-. Sobre todo en los

ojos.

—Y que lo digas. Miran de la misma manera.

—El señor Lucarda tiene la cara más alargada y

es más guapo; pero, desde luego, se parece a

Lugosi.

—Igual es un descendiente suyo, y por eso

también es vampiro.

—Cómo te pisas -le reprochó Lucía-. En primer

lugar, el señor Lucarda no es ningún vampiro. Y

en segundo lugar, Bela Lugosi tampoco lo era:

simplemente hizo el papel de Drácula como podía

haber hecho el del capitán Garfio. También Brad

Pitt ha hecho de vampiro en una peli, y eso no

quiere decir que lo sea.

—Pero a ti no te importaría que te diera un

mordisquito, ¿eh? -bromeó Tomás. Sabía que Pitt

era uno de los ídolos cinematográficos de Lucía.

—Deja de decir tonterías y pon en marcha el

vídeo -dijo ella amagando un cachete que él

esquivó rodando hacia el otro extremo del ■ofá. El

niño le dio al play y Drácula volvió a moverse por la

pequeña pantalla, siniestro y majestuoso como un

auténtico príncipe de las tinieblas. —Para que te* enteres, no es lo mismo -in-

28 29

Page 14: Vampiro vegetariano

sistió el niño-. Bek Lugosi estaba tan compenetrado

con su papel de Drácula que dormía en un ataúd, y

cuando murió pidió que lo enterraran con su capa

de vampiro.

—¿Cómo lo sabes?

—Me lo ha dicho mi madre, que sabe mucho de

cine antiguo -Tomás llamaba «cine antiguo» a

todas las películas anteriores a La guerra de las galaxias.

—Aunque así fuera, no creo que el señor

Lucarda sea descendiente de Bela Lugosi.

—¿Por qué no? Se parece mucho a él, y su

apellido también empieza por «Lu», y además

suena a húngaro.

—A mí me suena más a italiano -replicó ella-, Y

déjame ver la peli, plasta.

—Sí, pero fíjate bien en todo lo que dicen qué

hay que hacer para librarse de los vampiros.

Podrías necesitarlo antes de lo que piensas...

Lo único nuevo que aprendieron viendo la

película fue que había una planta llamada «lu-

paria* que detenía a los vampiros tanto como el ajo

o el crucifijo, y que no podían entrar en una

habitación si la ventana estaba cerrada.

30

—Con 1o fácil que les resultaría romper los

cristales, siendo tan fuertes y tan invulnerables -

comentó Lucía con su habitual sentido común.

—A lo mejor también son alérgicos al cristal -

opinó Tomás-. Como no se reflejan en los espejos,

odian todo lo que es de cristal.

—Puede ser -admitió ella-, A lo mejor en la novela

le dice... —¿Hay una novela de Drácula? -preguntó el niño.

—Claro, todas las películas se basan en ella. Es

una novela muy antigua. Mi madre la tiene.

—¿Vamos a tu casa a leerla? -propuso Tomás. —Es muy larga; no podríamos leerla ni en Coda la tarde.

—Pero podemos leer algunos trozos, donde

cuente lo que hay que hacer si a uno lo ataca un

vampiro -insistió él.

—De acuerdo; pero te advierto que da mucho

miedo,» mucho más que la película. Yo empecé a

leer-la y la tuve que dejar porque tenía potad i lias.

—Siempre dará menos miedo que el señor

Lucarda -replicó Tomás.

■ 31

Page 15: Vampiro vegetariano

De modo que bajaron a casa de Lucía, que le

pidió la novela a su madre.

—No es una novela para niños -dijo ella-. No

creo que os guste.

—Ya no somos niños -replicó Tomás-, somos casi

preadolescentes.

—Pues tampoco creo que sea adecuada para

«casi preadolescentes» -insistió la madre de Lucía.

—Acabamos de ver la peli y queremos leer

algunos trozos para ver si coincide con la novela -

explicó la niña.

—Está bien, está bien; pero esta noche no quiero

insomnios ni pesadillas escandalosas -advirtió la

madre, dicho lo cual buscó la novela en una de las

estanterías del salón y se la dio.

Los niños se fueron a leer a la habitación de

Lucía, no sin antes pasar por la cocina para coger

una caja de galletas. Se tumbaron en la alfombra con

el libro entre ambos y las galletas al alcance de la

mano, y empezaron a leer.

Por el prólogo se enteraron de que Bram Stoker,

el autor de Drácula, se había inspirado para escribir

su novela en un personaje real:

un príncipe rumano del siglo XV famoso por su

crueldad, llamado Vlad Tepes, que luchó contra los

turcos y disfrutaba torturando a sus prisionero». Era

tan malvado que le pusieron el sobrenombre de

«Drákul», que significaba «hijo del diablo».

En la novela, de casi cuatrocientas páginas, habla

muchos trozos de «rollo», como llamaba Tomás a las

largas descripciones en las que no pasaba nada, y el

niño insistía en que se los •altaran en busca de acción.

De este modo, saltando de susto en susto, lograron

terminar la novela, y también la caja de galletas.

Se enteraron, así, de que no bastaba con clavarles a

los vampiros una estaca en el corazón, aino que luego

había que cortarles la cabeza. También descubrieron

que la película que acababan de ver era bastante

distinta de la novela. Por ejemplo, en la película

mataban al conde Drácula en Londres, mientras que en

la novela eI vampiro volvía a su castillo de Transilva-

lliu, y el profesor Van Helsing (experto vam- pirólogo)i

y sus amigos tenían que perseguirlo allí».

■ 33 32

Page 16: Vampiro vegetariano

Con la lectura (y las galletas) se les había pasado

la tarde volando, y no hacía ni cinco minutos que

habían terminado la novela cuando la madre de

Tomás lo llamó por el balcón para que subiera a

cenar.

Es un poco rollo, con tanta carta y tanto diario

-comentó el niño mientras iban hacia la puerta-,

pero tiene trozos chulísimos.

—Sí -convino Lucía-, está muy bien.

El rellano estaba oscuro, y el pulsador de la luz

quedaba en el centro, enfrente de la puerta del

ascensor.

Buenas noches, y felices pesadi... -empezó a

decir Tomas mientras iba hacia el interruptor, pero

no pudo terminar la frase: al ir a pulsar el botón,

sintió una mano grande y peluda bajo la suya. Se

llevó tal susto que no pudo ni gritar.

—¿Qué pasa? -preguntó Lucía desde la puerta de

su casa.

En ese momento se encendió la luz, pues la

mano peluda había pulsado el interruptor, y ante

los niños, negro y siniestro, apareció el mismísimo

señor Lucarda.

—Hola -dijo con una forzada sonrisa que puso al

descubierto sus dientes blancos y afi-

34

Page 17: Vampiro vegetariano

lados-. Estaba a punto de entrar en mi casa cuando

he oído un ruido extraño y he subido a mirar.

¿Vosotros no habéis oído nada?

Lucía y Tomás, incapaces de hablar, negaron

con la cabeza.

—Me habré confundido -dijo entonces Lu- carda

con un encogimiento de hombros-. Buenas noches,

niños. Y felices pesadillas -aña- dió con voz

cavernosa, terminando la frase de Tomás.

Cuando se hubo ido escaleras abajo, Lucía, que

fue la primera en recobrar el habla, comentó:

—Estaba espiando a Camila.

—O a nosotros -dijo Tomás con un hilo de voz.

—-No -replicó la niña-. Por su posición en el

momento de encender la luz, está claro que venía

de la puerta de enfrente.

—Sí, tienes razón -admitió él-. Es natural, los

vampiros prefieren a las chicas guapas.

—No te pases, no tiene por qué ser un vampiro.

Puede que, simplemente, le guste Camila. A lo

mejor quería llamar a su puerta y no se ha atrevido

porque es tímido.

36

-—Tú misma has dicho que la estaba espiando.

—Bueno, sí, pero eso no significa que tuviera

malas intenciones. Puede que estuviera es-

cuchando junto a su puerta para saber si está en

casa o no. Los admiradores de las chicas hacen ese

tipo de cosas.

—Y además tiene la mano peluda, como

Drácula -insistió el niño.

—Si todos los hombres peludos fueran vam-

piros... -replicó ella.

—Vale, todavía no podemos estar seguros de

que sea un vampiro -admitió él-. Pero yo, en tu

lugar, esta noche bajaría la persiana del balcón.

37

Page 18: Vampiro vegetariano

EL domingo por la mañana, y en contra de su

costumbre de quedarse remoloneando en la cama

hasta muy tarde, Tomás se levantó temprano. Se

había pasado la noche soñando con escaleras

oscuras y manos peludas, y tenía unas ganas locas

de salir al aire libre y ver el sol.

Tantas ganas tenía de salir que, para sorpresa de

sus padres, se ofreció a ir a comprar el periódico

sin ni siquiera pedir nada a cambio.

—¿Te encuentras bien, cariño? -le preguntó su

madre.

—Sí, ¿por qué? -dijo él tocándose nerviosamente

el cuello en busca de posibles orificios vampíricos-.

¿Estoy pálido?

—No, hijo, tienes muy buen color -lo tranquilizó

su padre-. Lo que pasa es que a mamá y a mí nos

sorprende un poco que te levantes tan temprano y

estés tan servicial.

—Solo quiero estirar las piernas... ¿De verdad

que no estoy pálido, ni siquiera un poquito?

—No estás nada pálido -le aseguró su ma- dre-.

Ya me gustaría a mí tener ese color tan sonrosado

nada más levantarme...

El que sí estaba pálido, y mucho, era el señor

Oliva, con quien Tomás coincidió en el rellano. El

señor Oliva vivía en el segundo izquierda, y era el

propietario del edificio, es decir, el casero de todos

los demás inquilinos. Era un hombretón grande y

gordo, calvo y coloradote, y muy antipático.

Aquella mañana seguía siendo grande, gordo,

calvo y antipático, pero no coloradote. Estaba

blanco como la cera.

Al ver que Tomás lo miraba con insistencia, le

preguntó de muy mal humor: —¿Y tú qué miras? ¿Tengo monos en la

cara?

—No -contestó Tomás sin dejar de mirarlo

fijamente-, pero está usted muy pálido.

—Estoy como me da la gana, ¿y a ti qué te

Importa?

—No me importa, pero yo, si fuera usted, I

dormiría con la ventana cerrada.

38 39

Page 19: Vampiro vegetariano

Al oír aquello, el señor Oliva se puso aún

más pálido. Había tenido una extraña pesadilla:

algo o alguien, una informe sombra negra,

entraba en su habitación por la ventana y se

acercaba lentamente a su cama, donde él yacía

boca arriba sin poder moverse, paralizado por el

terror. Y luego la sombra negra se inclinaba

sobre él...

—¿Por qué dices eso, niño? -preguntó con

voz temblorosa.

—¿Tiene alguna marca en el cuello? -pre-

guntó a su vez Tomás.

—No... no creo -contestó el señor Oliva pa-

sándose una manaza sudorosa por su cuello de

toro-. Antes, al afeitarme, no he visto nada. —¿Y

en los brazos?

El hombretón se remangó la camisa apre-

suradamente y dejó que el niño le examinara los

brazos con mirada de experto.

—¿Duerme con él puesto? -preguntó Tomás

señalando el aparatoso reloj de oro que el señor

Oliva llevaba en la muñeca izquierda.

—Sí, casi nunca me lo quito, ¿por qué?

—Quíteselo. El casero estaba tan asustado que obedeció

40

sin rechistar. Bajo la correa del reloj, en la parte

interior de la muñeca, apareció un punto rojo

justo encima de la vena, que estaba ligeramente

inflamada. —¿Cómo se ha hecho eso? -preguntó el

mño.

—¡No lo sé! -exclamó el hombretón-. Pa... parece

la picadura de un bicho.

—Un bicho capaz de quitarle el reloj, palpitadle

en la vena y luego volver a ponérselo. Yo, en su

lugar, dormiría con la ventana cerrada.

41

Page 20: Vampiro vegetariano

Sin decir palabra, el señor Oliva miró al niAo

©OH la cara desencajada por el terror y volvió t

meterse corriendo en su casa.

Tteás» por su parte, estaba tan asustado que

no jftjílf« reaccionar. Como un autómata, fue a

comprar «I periódico y volvió a casa,

—Akora sí que estás un poco pálido, cariño -le

«fijo stí madre-, ¿Te encuentras bien?

—De momento, sí -fue la enigmática res-

puesta.

Una vez en su habitación, arrancó una hoja de

m cuaderno escolar y escribió unas líneas. Luego

la dobló cuidadosamente, se la metió en el

bolsillo, salió al balcón y lamó a Lucía. La niña *e

asomó enseguida, muy sonriente.

—Hola -lo saludó-, ¿Has visto qué buen día

hace? Por fin ha salido el sol.

—Baja a la portería -dijo él muy serio, sin ni

siquiera devolver el saludo-. Es una cuestión de

vida o muerte.

Cuando ella bajó, cinco minutos después,

Tomás ya estaba esperándola junto a le» bu-

zones. Atropelladamente y en voz muy baja,

como si alguien pudiera oírles, el niño le contó •u

encuentro oon el casero.

—Bueno, no es para tanto. Una picadura en la

muñeca no significa nada -dijo Lucía-. Además,

los vampiros muerden en el cuello.

—¿No te acuerdas de Tom Cruise en Entrevista

con el vampiro? A veces chupan de la muñeca. Y te

digo que el señor Oliva estaba más pálido que el

propio señor Lucarda, y cuando le he dicho lo de

que debería dormir con la ventana cerrada, se ha

puesto como loco.

-¿Y qué?

—¿Cómo que y qué? La gente que es atacada

por un vampiro en la cama se cree que es un

sueño, y a la mañana siguiente se olvida. Pero al

decirle yo lo de la ventana se ha vuelto a acordar,

y por eso le ha entrado el canguelo.

—Bueno, aunque fuera verdad, deberías ale-

grarte -bromeó Lucía-, siempre has detestado al

señor Oliva.

—Pues si ya es un palo aguantarle tal como es

ahora, imagínate si encima se convierte en

vampiro -replicó Tomás.

—¿Y ese papel? -preguntó la niña señalando

la hoja doblada que él tenía en la mano.

—Es una carta para Camila. Hay que ad

Page 21: Vampiro vegetariano

vertirla del peligro. ¿Me la miras por si hay faltas

de ortografía?

—Trae -dijo ella cogiendo el papel-. Aunque,

más que las faltas de ortografía, me preocupan

los disparates que puedas haber escrito...

Lucía desdobló la hoja y leyó:

Querida Camila:

Aunque te cueste creerlo, tu vida corre peligro. Debes

dormir con las ventanas cerradas y con una ristra de ajos

alrededor del cuello, pero si no tienes ajos cuélgate una

cruz lo más grande que puedas.

Firmado: Alguien Que Te Quiere

—¿Está bien? -preguntó Tomás ansiosamente.

—Vas mejorando, no hay faltas de ortografía -lo

felicitó ella-. Se podría añadir alguna coma para

que la pobre Camila no se ahogue al leerla; pero

como de todas formas se va a ahogar con el

ataque de risa que le va a dar, no importa. —No la va a leer en voz alta, así que no

necesitará tomar aire -replicó él-. Y no se va a reír.

Es más lista que tú, y seguro que ya se ha dado

cuenta de que el señor Lucarda es peligroso.

Dicho esto, Tomás volvió a doblar la nota y la

metió en el buzón de Camila con el gesto solemne

de quien está haciendo algo de vital importancia.

—Aprovecharé para ver si hay algo en mi

buzón -dijo Lucía. Lo abrió y, viendo que no había

nada, volvió a cerrarlo, a la vez que la

sobresaltaba un apagado grito de Tomás.

—Aaaaah... ¡Mira! -exclamó el niño señalando

algo con mano temblorosa.

—¿Qué pasa? -preguntó Lucía, alarmada. Miró

hacia donde señalaba el dedo del niño y vio el

buzón del señor Lucarda, sobre el que había una

etiqueta negra con grandes letras mayúsculas

doradas en la que ponía, simplemente,

LUCARDA.

—¡Mira! -volvió a decir Tomás con la voz

entrecortada por el terror.

—¿Tanto miedo le tienes que te pones a temblar

con solo ver su nombre escrito? -preguntó la niña

con tono burlón.

44 45

Page 22: Vampiro vegetariano

—Vuelve a abrir tu buzón -pidió él.

—¿Para qué?

—Ábrelo y verás.

—Está bien...

La niña volvió a abrir su buzón, y entonces

comprendió por qué su amigo estaba tan asus-

tado. Los buzones eran de acero y estaban re-

lucientes como espejos, pues Rosaura les sacaba

brillo continuamente. El buzón de Lucía estaba

al lado del de Lucarda, y el nombre de este, al

reflejarse en la portezuela abierta, se leía del

revés: ADRACUL. Sin más que poner la A del

principio al final, el nombre se convertía en

DRÁCULA.

—¡Lucarda es un anagrama de Drácula! -ex-

clamó la niña sin poder evitar un estremeci-

miento.

—¿Qué es un anagrama? -preguntó Tomás.

—Una palabra que tiene las mismas letras que

otra, pero en distinto orden.

—¿Y ahora, qué? ¿Sigues sin creer que es un

vampiro? ¡A lo mejor es el mismísimo Drácula

de incógnito!

—Tengo que reconocer que son muchas

coincidencias -admitió ella-, pero no debemos

46

precipitarnos. Puede que solo sea un chiflado

que se divierte haciéndose el siniestro y asus-

tando a la gente. Como Bela Lugosi cuando le

dio por dormir en un ataúd...

—Yo, por si acaso, voy a tomar precauciones -

dijo Tomás bajando aún más la voz-. Y te aconsejo

que hagas lo mismo.

47

Page 23: Vampiro vegetariano

EL lunes por la tarde, al volver del colegio, Lucía

se encontró en el portal con Rosaura, que la llamó

muy excitada:

—Ven, Lulú, que tengo que contarte una cosa

que te vas a quedar patidifusa... Esta mañana he

hecho la limpieza en casa del señor Lucarda... El

otro día te dije que es rarito, ¿verdad?

—Sí.

—Pues me equivocaba. No es rarito: es rarísimo,

el más raro del mundo... Ha montado un

laboratorio en la cocina, todo lleno de tubos,

frascos y esas cosas que se ven en las películas...

—¿Y dónde guisa? -preguntó la niña.

—Eso es lo más gracioso: no guisa. Ni siquiera

tiene cacharros de cocina, y en la nevera solo había

unos tomates y unas manzanas.

Me ha dicho que es vegetariano y, además,

crudimano, o algo así. —¿Crudívoro, tal vez?

—Eso, crudívoro. Que se lo come todo crudo,

vaya.

—Bueno, eso no es tan raro -comentó la niña-. Yo

tengo un profesor de matemáticas que también es

vegetariano y que dice que cocinar es perder el

tiempo estropeando comida.

—Más a mi favor -dijo la portera-. ¿Hay algo más

raro que un profesor de matemáticas?

—Eso también es verdad -rió Lucía.

—Además -prosiguió Rosaura-, tocto lo que tiene

es negro: las toallas, las sábanas, el batm, las

zapatillas, las cortinas...

—¿Los calzoncillos también?

—No se los he visto. El armario es una de las

cosas que no quiere que toque. Y además está

cerrado con llave.

—¿Cómo sabes que está cerrado con llave si no

puedes tocarlo? -preguntó la niña con una picara

sonrisa.

•^■¡Mírala qué lista es ella! -exclamó la portera

soltando una carcajada-. Pues sí, he inten-

48 49

Page 24: Vampiro vegetariano

yugular, no te convencerás, y entonces será

demasiado tarde. Ya lo dice el profesor Van

Helsing en la peli: «La fuerza del vampiro es que

nadie cree en su existencia*. Menos mal que yo sí

que creo, y estoy preparado.

—¿Cómo te has preparado?

—Ven a mi habitación y lo verás.

Fueron al cuarto de Tomás, que, con gran

solemnidad, sacó de debajo de la cama todo su

arsenal antivampiros: una pequeña lámpara solar

con su soporte, una pistola de agua, dos

puntiagudas estacas de medio metro cada una

(hechas a partir de un viejo mango de escoba),

una ristra de ajos y un abrecartas de plata.

—¿Para qué sirve esa lámpara? -preguntó Luda.

—La usa mi madre en invierno para que se le

ponga morena la cara -contestó él colocándola

sobre la mesita de noche, enfocada hacia el

balcón-. Esta noche la pondré aquí, y si entra

quien tú ya sabes, zas, lo ilumino de sopetón y... ~¿Y qué?

—¿Cómo que y qué? Es una lámpara solar, y

los vampiros no soportan la luz del sol. En cuanto

lo ilumine, arderá como una tea.

—Ya. Y la pistola de agua es para apagarlo -

ironizó ella.

—Para que te enteres, está sargada con agua

bendita. Sí falla la lámpara, «sea lo parará. Bl , agua

bendita es como ácido sulfúrico para ellos. I —¿De

dónde k has sacado?

I, —De la pila de la Iglesia. Por cierto, d cura casi me

pilla. No pensaba q»e un hombre con sotana

pudiera correr tan deprisa.

—¿No tienes ningún crucifijo?

—Pues claro que lo tengo -contestó Tomás

desabrochándose la camisa y mostrando un rosario

que llevaba al cuello-. ¿Te crees que soy un vulgar

aficionado? Si a pesar de todo llega hasta mí, esto lo

parará.

| —¿Y el abrecartas?

M —Es de plata, y aunque no está, muy afila- I do, la

punta pincha bastante. Lo pondré debajo

■ de la almohada, por si acaso.

—Creía que la plata servía contra los hombres

lobo -comentó Lucía.

—Bueno, sí, pero ya viste que en la novela dice

que los vampiros también pueden convertirse en

lobos... Por cierto, ¿qué pasaría si un vampiro

mordiera a un hombre lobo?

—Se le llenaría la boca de pelos -rió ella. 52

53

Page 25: Vampiro vegetariano

—Muy graciosa... Sería vampiro y hombre lobo

a la vez. Las noches de luna llena, primero

chuparía la sangre, y luego se comería a sus

víctimas.

—Los hombres lobo no se comen a la gente -

replicó Lucía-, solo muerden.

—Menos mal. No me extrañaría que el señor

Lucarda fuera las dos cosas. Y no me gustaría

terminar en su tripa.

í

54

LUCÍA no era muy miedosa, pero aquella noche

cerró la puerta acristalada de su balcón antes de

acostarse. No creía que el señor Lucarda fuera un

vampiro (en realidad, ni siquiera creía en la

existencia de los vampiros); pero podía ser un loco

peligroso, y no era difícil trepar desde la planta

baja hasta el balcón.

Estaba a punto de dormirse cuando le pareció

oír un gemido ahogado procedente de la

habitación de Camila. Se levantó corriendo y pegó

la oreja a la pared que separaba su dormitorio del

de su vecina. Y entonces oyó un ruido sordo e

inquietante, como de lucha.

Sin pensárselo dos veces, salió al balcón, dis-

puesta a gritar, pero no pudo, como cuando en las

pesadillas quería llamar a su madre y no le salía la

voz.

Los balcones estaban casi pegados. Era fácil

55

Page 26: Vampiro vegetariano

pasar de uno a otro, y Lucía era muy ágil. En

cuestión de segundos saltó al balcón de Camila y

entró en svi habitación, pues la puerta acris-

talada estaba abierta de par en par.

Había luna llena, y además la lámpara de la

mesita de noche estaba encendida, por lo que k

niña vio la escena con toda claridad. Camila, con

un largo y vaporoso camisón blanco, hacía frente

al señor Lucarda, que parecía a punto de

abalanzarse sobre ella.

Entonces, por fin, Lucía logró lanzar un grito

ahogado, y los dos se volvieron a mirarla. Eí

hombre tenía los ojos enrojecidos y los labios

manchados de sangre.

—¿Qué haces aquí, niña? -preguntó Lucarda

con una mezcla de ira y asombro en la mirada-.

¿Por dónde...?

Pero no llegó a terminar la frase. Aprove-

chando que le estaba dando la espalda, Camila,

con una rapidez y una decisión admirables, dio

líh paso hacia él y le descargó un fuerte golpe en

la nuca con el canto de la mano. Lucarda se

desplomó como un fardo y quedó tumbado en el

suelo cuan largo era, sin sentido. •

56

Camila corrió a abrazar a la niña. Entonces

Lucía se dio cuenta de que la joven llevaba en la

mano una larga boquilla de plata. No parecía lo

más adecuado para defenderse, pero,

probablemente, atacada por sorpresa mientras

estaba en la cama, había cogido instintivamente lo

primero que había podido. O tal vez la plata

también mantuviera a raya a los vampiros, como

creía Tomás.

!• —Pobrecita, qué susto te habrás llevado -dijo la

joven acariciando la cabeza de Lucía. I —Más

susto te habrás llevado tú -dijo la niña-. Pero

¿cómo has podido dejarlo tieso de un golpe?

—Una chica sola tiene que aprender a de-

fenderse -contestó Camila con una de sus

encantadoras sonrisas-, y yo sé un poco de kárate.

—¿Y cuando vuelva en sí...?

—Yo me ocuparé de él. Ahora tienes que

regresar a tu casa.

—¿No deberíamos llamar a la policía?

—La policía no sabría qué hacer en un caso

como este -replicó la joven-. Yo sí. Anda, vuelve a

casa y no tengas miedo. Yo me ocuparé de todo.

57

Page 27: Vampiro vegetariano

Dicho esto, Camila cogió en brazos a Lucía y la

llevó a su balcón. Mientras la pasaba por encima de

la barandilla, le dio un beso en la frente y le dijo:

—Me has salvado la vida. Nunca lo olvidaré.

Buenas noches, y dulces sueños.

Pero la niña no logró dormir en toda la noche.

Estaba demasiado excitada con lo sucedido,

aunque, curiosamente, no tenía miedo. Ni siquiera

volvió a cerrar la puerta del balcón. Camila parecía

tan segura, tan dueña de la situación...

¿Qué haría con Lucarda?, se preguntó Lucía.

¿Clavarle una estaca en el corazón y cortarle la

cabeza? No podía imaginarse a la hermosa y dulce

Camila haciendo algo tan horrible; pero, por otra

parte, parecía saber que era un vampiro, pues

había dicho que la policía no podía hacer nada en

aquel caso. Y había añadido que ella sí sabía lo que

había que hacer...

Varias veces estuvo a punto de levantarse de

l.i cama para pegar la oreja a la pared y estuchar

los ruidos de la habitación de su vecina, pero no se

atrevió a hacerlo. Tenía miedo

Page 28: Vampiro vegetariano

de oír los golpes secos del martillo y el crujido de

la estaca al penetrar en el pecho del vampiro.

Al amanecer salió al balcón, y en el suelo

encontró un sobre con su nombre. Era una carta

de Camila:

Querida Lucía:

Gracias una vez más por tu ayuda. Eres muy valiente,

y siempre recordaré lo que has hecho por mí.

La nota que me dejó Tomás en el buzón también me ha

ayudado mucho, pues cuando Lucarda me ha atacado ya

estaba prevenida. Dale las gracias de mi parte.

Yo ahora tengo que irme por unos días. Volveré el

domingo por la tarde, y os prepararé una opípara

merienda; venid a mi casa hacia las seis: tengo muchas

cosas que contaros.

No tenéis nada que temer de Lucarda. Podéis dormir

tranquilos y con las ventanas abiertas. Un cariñoso abrazo de vuestra amiga

Camila

60

La persiana del balcón de su vecina estaba

bajada del todo. ¿Se habría ido para deshacerse del

cuerpo de Lucarda? Era lo más probable, pues no

podía clavarle una estaca en el corazón y luego

llamar a la funeraria y decirles que se lo llevaran.

Lucía se estremeció al pensar en la macabra

situación.

Volvió a entrar en su cuarto, se tumbó en la

cama y se quedó profundamente dormida.

Page 29: Vampiro vegetariano

7

ESPIERTA, dormilona, que vas a llegar

tarde al colé!

Lucía no llevaba ni un par de horas dormida

cuando sp madre, sacudiéndola suave- menté, la

despertó.

El Cansancio y las emociones de la noche

anterior la habían dejado agotada, y tuvo que

hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarse

de la cama. Se lavó y desayunó a toda prisa, pero

al llegar a la portería decidió esperar a Tomás. Lo

que había ocurrido era demasiado importante, y

tenía que contárselo enseguida.

Tomás no iba al mismo colegio que ella, y entraba

un poco más tarde, por lo que no solían coincidir

por las mañanas. Cuando el niño bajó, se sorprendió

al ver a su amiga esmerándolo.

—¡Lucía! ¿Qué haces tú aquí a estas horas?

— Tenemos que hablar -dijo ella escueta- [

mente-. Vamos al parque.

Había un pequeño parque cerca, que la niña

cruzaba iodos los días al ir y venir del colegio, y

hacia allí se dirigieron.

■ —Voy a llegar tarde -comentó Tomás, aunque

sin excesiva preocupación-. Y tú más.

—-Vamos a hacer novillos.

-—{No me lo puedo creer! -exclamó el niño-. ¡La

superempollona haciendo novillos! —Es una

emergencia -se justificó Lucía.

Al poco rato llegaron al parque. Se sentaron en

un banco, cerca de un estanque con patos, y

Tomás preguntó:

|¡' —¿Tiene que ver con... quien tú ya sabes?

—Sí -contestó la niña muy seria-. Tenías I razón:

el señor Lucarda es un vampiro.

—¿Cómo estás tan segura? ¿No te habrá

atacado? Ahora que me fijo, estás muy pálida...

Lucía le contó su extraordinaria aventura B:

nocturna, y luego le enseñó la carta de Camila.

Cuando terminó de leerla, Tomás estaba tem-

blando.

—¿Qué hacemos ahora? -preguntó con expres

ion de terror.

62 63

Page 30: Vampiro vegetariano

7

ESPIERTA, dormilona, que vas a llegar

tarde al colé!

Lucía no llevaba ni un par de horas dormida

cuando sp madre, sacudiéndola suavemente, la

despertó.

El cansancio y las emociones de la noche

anterior la habían dejado agotada, y tuvo que

hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarse de

la cama. Se lavó y desayunó a toda prisa, pero ál

llegar a la portería decidió esperar a Tomás. Lo

que había ocurrido era demasiado importante, y

tenía que contárselo enseguida.

Tomás no iba al mismo colegio que ella, y entraba un

poco más tarde, por lo que no solían coincidir por las

mañanas. Cuando el niño bajó, se sorprendió al ver a

su amiga esperándolo.

—¡Lucía! ¿Qué haces tú aquí a estas horas?

—Tenemos que hablar -dijo ella escuetamente-.

Vamos al parque.

Había un pequeño parque cerca, que la niña

cruzaba todos los días al ir y venir del colegio, y

hacia alla se dirigieron.

—Voy a llegar tarde -comentó Tomás, aunque sin

excesiva preocupación-. Y tú más.

—Vamos a hacer novillos.

— ¡No me lo puedo creer! -exclamó el niño-.

¡La superempollona haciendo novillos!

—Es una emergencia -se justificó Lucía.

Al poco rato llegaron al parque. Se sentaron en

un banco, cerca de un estanque con patos, y

Tomás preguntó:

—¿Tiene que ver con... quien tú ya sabes?

—Sí -contestó la niña muy seria-. Tenías razón: el

señor Lucarda es un vampiro.

—¿Cómo estás tan segura? ¿No te habrá atacado?

Ahora que me fijo, estás muy pálida...

Lucía le contó su extraordinaria aventura

nocturna, y luego le enseñó la carta de Camila.

Cuando terminó de leerla, Tomás estaba tem-

blando.

—¿Qué hacemos ahora? -preguntó con expresión

de terror.

62 63

Page 31: Vampiro vegetariano

—No creo que podamos hacer nada -contestó la

niña encogiéndose de hombros-. Camila dice que

no tenemos nada que temer, y yo confío en ella.

—Yo también. ¿Crees que habrá... ya sabes...

eliminado a Lucarda?

—Supongo que sí. Es muy valiente, y creo que

no es la primera vez que tiene que vérselas con un

vampiro. Parecía muy tranquila y muy segura de

sí misma.

—Vaya, y yo que soñaba con salvarla de los

piratas, los leones y esas cosas -comentó Tomás-, y

resulta que es como una de esas heroínas de los

cómics.

—Y que lo digas -convino Lucía-, Si hubieras

visto cómo lo dejó seco de un solo golpe...

—Cómo siento habérmelo perdido -se quejó el

niño-. Podías haberme llamado.

—Pero si no podía ni hablar... Ahora te lo

cuento como si tal cosa, pero anoche estaba

aterrorizada.

—Tú también fuiste bastante valiente saltando a

su balcón -reconoció Tomás-. No sé si yo habría

sido capaz.

—Claro que sí. Ten en cuenta que tu adorada

Camila estaba en peligro -bromeó Lucía.

64

—Es verdad. Por ayudarla, no me detendría

ante nada. Y estoy muy contento de que mi nota la

pusiera sobre aviso. ¿Lo ves, tanto que te reías de

mí?

—Cuando tienes razón, tienes razón -admitió

ella-. Y ahora será mejor que vayamos al colé.

—¡Qué birria de novillos! -se quejó Tomás-.

¡Solo voy a llegar una hora tarde!

65

Page 32: Vampiro vegetariano

El argumento era razonable. Además, Camila decía

en su carta que no tenían nada que temer de

Lucarda. ¿Le habría hecho algo a! vampiro que lo

dejaba impotente para atacarlos?

• —Está bien, le escucho -dijo Lucía-. Pero no se

acerque ni un centímetro más o gritaré. El parque

está lleno de gente, y además hay guardas. Y yo

puedo gritar tan fuerte como la sirena de los

bomberos.

—No te preocupes, solo quiero hacerte algunas

preguntas. En primer lugar, quisiera saber qué

piensas de mí.

«¡Vaya morro!*, pensó la niña sin atreverse a decirlo

en voz alta. «Lo pillo en la habitación de Camila, a

punto de abalanzarse sobre ella, y me pregunta qué

pienso de él...»

—¿Crees que soy un violador, o un ladrón,

0 algo por el estilo? -preguntó Lucarda.

—No. No creo que sea un violador o un ladrón.

—¿Entonces...?

—Es usted un vampiro -dijo ella al fin.

1 —Vaya, veo que sabes del asunto más de lo que

yo creía. ¿Te lo ha dicho Camila?

Al rememorar lo ocurrido, cayó en la cuen-

LUCÍA se pasó toda la mañana enfrascada eh sus

pensamientos. Entre la excitación y el cart- sancio,

no podía concentrarse ni en los libros ni en las

explicaciones de los profesores#

Al volver hacia casa, se sentó a descantar urt

momento en el mismo banco en que había estado

hablando con Tomás, y a punto estuvo de

quedarse dormida. Pero una voz grave y pro-

funda la sacó de su sopor:

—Hola, Lucía.

La niña abrió los ojos sobresaltada y vio que en

el otro extremo del banco se había sentado un

hombre. Un hombre pálido y vestido de negro

que la miraba fijamente.

—¡Señor Lucarda! -exclamó ella con horror. —

Tranquilízate -dijo él sin moverse-. Si quisiera

hacerte daño, lo habría hecho mientras estabas

adormilada. Solo quiero hablar contigo.

Page 33: Vampiro vegetariano

ta de que Camila nunca había usado la palabra

«vampiro» ni había dado a entender claramente

que Lucarda lo fuera. De modo que respondió:

—No, no me lo ha dicho ella. Pero hay mu-

chos datos que lo delatan.

—¿Ah, sí? ¿Cuáles?

—Al señor Oliva le han estado chupando la

sangre. Usted es muy pálido, no come y tiene en

su casa un baúl que parece un ataúd. Y se coló

por el balcón en el cuarto de Camila.

Y su nombre es un anagrama de Drácula.

—Eres muy lista -admitió él con una mueca

parecida a una sonrisa.

Lucía estuvo a punto de decirle que lo del

anagrama lo había descubierto Tomás, para no

atribuirse méritos ajenos, pero prefirió no im-

plicarlo, por si acaso.

—-No es que yo sea muy lista -replicó-. Es

que usted va dando el cante.

—Efectivamente, soy un Drácula -reconoció

Lucarda-, descendiente por línea directa del

mismísimo Vlad Tepes el Empalador. Pero no

soy un vampiro.

—Anoche tenía los labios manchados de

sangre -dijo Lucía con tono acusador.

68

—¡Claro que los tenía manchados de sangre! -

exclamó él-. ¡De mi propia sangre! Tu amiga

Camila me dio un puñetazo que casi me salta los

dientes. Mira.

Lucarda se levantó el labio superior. Efec-

tivamente, lo tenía cortado y tumefacto.

—Puede haberse hecho eso luego para disi-

mular -objetó la niña.

—¿Ah, sí? Pues mira esto.

Lucarda sacó un crucifijo del bolsillo de su

chaqueta, se lo mostró a Lucía y luego lo besó. L

—A lo mejor es un vampiro judío, o musulmán, y

la cruz no significa nada para usted -conjeturó

ella.

—Vaya, no hay manera de convencerte... Bien,

y si soy un vampiro, ¿por qué me dejó ir Camila?

Podría haberme destruido mientras estaba

inconsciente en el suelo, i, —Puede que se

escápara. Los vampiros son muy fuertes y tienen

muchos recursos.

—Si me hubiera escapado, ella te habría ad-

vertido.

Lucía reflexionó unos instantes y se dio cuenta

de que había algo que no encajaba. Desconfiaba

de Lucarda, pero tampoco sabía muy

69

Page 34: Vampiro vegetariano

bien a qué atenerse. Bien mirado, Camila no había

dicho en ningún momento que fuese un

vampiro...

Bueno, pues, en vez de jugar a las adivi-

nanzas, ¿por qué no me cuenta usted su versión? -

propuso al fin la niña-. A lo mejor me la creo y

todo -añadió intentando parecer tranquila y

segura.

Me parece una buena idea -convino Lu-

carda-. Creo que, tal como están las cosas, es

mejor que sepas toda la verdad. No te has equi-

vocado al pensar que esta es una historia de

vampiros. Solo que el vampiro no soy yo.

—¿Y quién es entonces?

—¿No lo adivinas?

—No tengo ni idea -admitió Lucía.

—No te va a gustar lo que voy a decirte, mi

querida niña. El vampiro, mejor dicho, la vam-

pira, es Camila.

¡Eso es mentira! -exclamó Lucía, entre in-

dignada y horrorizada.

—Vamos a ver, ¿cuánto tiempo hace que la

conoces? -preguntó Lucarda sin inmutarse.

Hace más de dos años que es vecina mía.

Y, dime, en todo ese tiempo, ¿la has visto

70

alguna vez a pleno sol, como estamos ahora tú y

yo? Solo sale de noche o cuando está muy nublado,

como el sábado por la mañana.

—Se asoma mucho al balcón... -empezó a decir

la niña, pero mientras lo decía cayó en la cuenta de

que siempre la había visco asomarse al anochecer.

—¿La has visto comer alguna vez, aunque solo

fuera un caramelo o una galleta?

—No -tuvo que admitir Lucía. No solo no la

había visto comer nunca, sino que en más de una

ocasión había rechazado las invitaciones de su

madre a merendar o a cenar, pretextando que

seguía una dieta muy rigurosa.

—Y tan rigurosa -comentó Lucarda-. Una

rigurosísima dieta a base de sangre humana.

—¡Me ha leído el pensamiento! -exclamó la niña,

aterrorizada.

—Soy un Drácula y tengo algunas habilidades -

dijo él con una aviesa sonrisa-, Pero no te

preocupes, no puedo leer el pensamiento. A veces

movemos los labios al pensar, como si habláramos

para nosotros mismos, y yo sé interpretar el

movimiento de los labios, como los sordos. Ya ves

que juego limpio contigo... ¿Sa-

71

Page 35: Vampiro vegetariano

bes lo que es esto? -añadió sacando del bolsillo

un objeto largo y brillante.

—Es la boquilla que Camila tenía en la mano

anoche.

—Exacto, es la boquilla de Camila. Solo que

no sirve para fumar, precisamente... Mira.

Lucarda retiró la trompetilla donde debían

encajarse los cigarrillos y dejó al descubierto una

aguja del grosor de un fideo.

—¿Qué es eso? -preguntó Lucía con un es-

tremecimiento.

—La aguja está hueca, como la de una je-

ringuilla -explicó él acercándole la boquilla para

que la viera mejor-; se clava en una vena del

brazo o de la muñeca, o en la yugular, y por el

otro extremo se chupa la sangre como quien se

toma una horchata con una pajita. Camila es

muy fina y no le gusta ir por ahí mordiendo

cuellos.

—Esa... boquilla podría ser de usted.

—La tenía ella, tú misma acabas de decirlo. —

Pudo arrebatársela mientras usted intentaba

clavársela.

—Sí, es verdad -admitió él tras una pausa-,

podría haber sido así. Y me temo que si te

hago notar que es una boquilla muy femenina,

dirás que yo podría ser un vampiro afeminado.

—No, no diría eso -replicó ella-. Diría que a lo

mejor es un recuerdo de su madre, o de su abuela.

Parece muy antigua.

—Lo es -dijo Lucarda con una risita-, pero ni

mi madre ni mis abuelas eran vampiras. Mi

abuelo paterno sí, pero no usaba boquilla, y,

desde luego, no era nada afeminado. Parecía un

ogro, más que un vampiro. A mí me daba pavor,

aunque debo reconocer que nunca me mordió...

Pero me estoy yendo por las ramas...

Y es que ya no sé qué decirte para que me creas.

—Bueno -dijo Lucía tras una pausa-, su-

pongamos por un momento que dice usted la

verdad, que la vampira es Camila... En ese caso,

¿cómo es que estaba usted en su dormitorio?

—Muy sencillo. Yo llevaba tiempo vigilándola,

y anoche, desde mi ventana, la sorprendí en el

balcón del señor Oliva, el casero, intentando

colarse en su casa. En cuanto me vio, volvió

volando a su habitación...

—¿Volando?

73

Page 36: Vampiro vegetariano

-A toda prisa, quiero decir... No, los vam

piros no vuelan, ni pueden convertirse en

animales, eso es pura leyenda... Bajó por el tubo

de desagüe de la lluvia, y yo fui tras ella por la

misma vía; ambos somos buenos trepa dores. La

alcancé cuar.do estaba a punto de cerrar la

puerta de su balcón, luchamos y... ya sabes el

resto. —¿Y usted por qué estaba vigilándola?

—Porque soy un cazador de vampiros -con-

testó Lucarda con orgullo.

—Tero ¿no es usted un Drácula?

—Precisamente por eso. Mi familia ha sido,

durante siglos, un azore de la humanidad, y yo

quiero reparar algo del daño que han hecho mis

parientes.

—¿Y ha cazado a muchos vampiros?

—Cazado, lo que se dice cazado, a ninguno -

reconoció él con pesar-, Pero he desenmas-

carado a varios, y he salvado a bastantes vic-

timas de un destino peor que la muerte. Y es

pero salvarte a ti también.

—¿A mí? -exclamó Lucía.

—Sí. Ahora Camila te considera su amiga, y el

afecto de un vampiro» es peor que su odio, pues

querrá convertirte en una de los suyos.

74

—Lo dice para asustarme.

—Desde luego. Para asustarte y que tomes las

precauciones necesarias.

—¿Qué pasó después de que yo volviera a mi

casa? -preguntó la niña, deseosa de cambiar de

tema. No podía soportar la idea de que su

admirada Camila, la bellísima y dulce Camila,

fuera una vampira sedienta de sangre, dispuesta

a vampirizarla a ella también.

—Cuando recobré el conocimiento, Camila

estaba escribiendo una carta, que metió en un

sobre y dejó en tu balcón. Vi su boquilla en el

suelo y me la metí en el bolsillo sin que se diera

cuenta... Luego me ató las manos a la espalda, me

amenazó con matarme si no me iba de la ciudad,

me encerró en el ascensor y se fue.

—¿Y usted no se resistió?

—Estaba aturdido por el golpe que me dio en

la nuca, y ella sacó una de esas dagas japonesas

que cortan como navajas de afeitar. Además, a

pesar de su aspecto frágil y delicado, es casi tan

fuerte como yo, y mucho más ágil.

—¿Por qué no le mató, ni le chupó la sangre, si

es una vampira?

75

Page 37: Vampiro vegetariano

cía obligó a

do del bolsillo y,

dio un pellizco en ia pierna.

El agudo dolor la hizo reaccionar. Logró

apartar sus ojos de los de Lucarda, se levantó

bruscamente y echó a correr a toda velocidad, sin

volverse a mirar hacia atrás.

N la portería se encontró con Rosaura, que

estaba excitadísima.

—Lulú, no te vas a creer lo que ha pasado esta

madrugada... -empezó a decir la portera.

' —Te has encontrado al señor Lucarda ma-

niatado en el ascensor -la interrumpió la niña.

I —¿Cómo lo sabes, bruja, más que bruja, si

aún no se lo he contado a nadie?

—Me lo ha dicho un pajarito -contestó Lucía

corriendo escaleras arriba-. Perdona, Rosi, tengo

prisa. Luego hablamos.

La comida ya estaba en la mesa desde hacía

rato, y su madre empezaba a preocuparse.

—Llegas media hora tarde, ¿qué te ha pasado? -

le preguntó.

—Me he entretenido charlando con el señor

Lucarda.

—¿Con el señor Lucarda? ¡Pero si nunca habla

con nadie!

78 79

Page 38: Vampiro vegetariano

—Debe de ser un poco tímido -dijo Lucía

sentándose a la mesa. —¿De qué habéis hablado?

—Me ha contado un percance que tuvo anoche.

Lo maniataron y lo encerraron en el ascensor.

Tuvo que sacarlo Rosaura. Supongo que luego te

lo contará ella con todo lujo de detalles.

—Vaya, pobre señor Lucarda, con lo distinguido

y lo estirado que es. Espero que no le hicieran

daño.

—No, está perfectamente. Sólo tiene una he-

ridita en el labio.

—Hay cada salvaje por ahí suelto...

Esa tarde Lucía no fue al colegio. Le dijo a su

madre que había dormido muy poco y le dolía la

cabeza, lo cual era totalmente cierto, y se echó

una larga siesta. La despertó Tomás llamándola

desde su balcón.

—¿Hay alguna novedad? -le preguntó su amigo

cuando ella se asomó.

—Poca cosa -contestó la niña con afectada

indiferencia-. He estado charlando con el señor

Lucarda. —¿Qué? -exclamó él-. ¿Te estás quedando conmigo?

80

—Baja y te lo cuento.

Tomás bajó en un santiamén, y estaba tan

excitado que ni siquiera pidió nada para me-

rendar. Se sentaron en el suelo del balcón, para

disfrutar del sol de la tarde, y, en pocas palabras,

Lucía le refirió su conversación en el parque con el

presunto vampiro.

—Te has librado por los pelos -dijo el niño con

un estremecimiento-. Si te llega a hipnotizar,

habría hecho contigo lo que hubiera querido. Lo

del pellizco ha sido buena idea. Lo tendré en

cuenta por si me pasa a mí...

—¿Y qué opinas de todo este lío? -preguntó

ella.

—Creo que se trata de un montaje de Lucarda

para echarle el guante a Camila. Mejor dicho, para

hincarle el diente. ¿Qué otra cosa puede ser?

—Eso mismo pienso yo -convino Lucía-. Pero

hay cosas que no acabo de ver claras... ¿Por qué no

lo ha matado Camila?

—No se puede matar a un vampiro -le recordó

Tomás-. Ya está muerto.

—Quiero decir que por qué no lo destruyó.

Seguro que sabe lo que hay que hacer en estos

casos.

81

Page 39: Vampiro vegetariano

-No es fácil clavarle a alguien una estaca en

el corazón y luego cortarle la cabeza, por muy

vampiro que sea y Camila parece incapaz de

matar a una mosca. Es tan dulce...

Sí, pero en la carta dice que no tenemos

nada que temer de Lucarda.

—A lo mejor lo tiene dominado con algún tipo

de pacto o de encantamiento. No me extrañaría

que Camila fuera un hada o algo por el estilo -

dijo Tomás. -Puede ser -admitió ella-. Realmente, parece un hada...

10

A pesar de la siesta, Lucía estaba muy cansada

y esa noche se fue a la cama temprano.

Antes de acostarse bajó la persiana del balcón.

Camila le decía en la carta que no tenía nada que

temer, y la niña se fiaba de ella; pero tal vez

Lucarda tuviera recursos insospechados, y era

mejor no correr riesgos innecesarios.

Se durmió enseguida y tuvo un sueño muy

agradable. Estaba en un jardín precioso, lleno de

flores y blancas estatuas, que brillaban a la luz de

la luna. Como en los sueños las cosas nunca se

están quietas del todo, las estatuas fluctuaban, se

mecían sobre sus pedestales, parecían hacerle

señas...

De pronto, una de las estatuas, que brillaba

más que las otras y representaba a una mujer

bellísima, empezó a llamarla dulcemente: «Lu-

cía... Lucía...*.

Page 40: Vampiro vegetariano

—Lucía... Lucía...

No estaba soñando. La voz era real, y procedía

del balcón. —Lucía...

Aun medio dormida, la niña se levantó, se acercó

a la persiana y, por entre las rendijas que quedaban

en la mitad superior, vio a Camila. Llevaba un

vaporoso vestido blanco que, a la luz de la luna,

resplandecía como las estatuas de su sueño.

Lucía subió la persiana y Camila entró en la

habitación. Estaba muy pálida y parecía cansada.

—Perdona que te despierte a estas horas -se

disculpó la joven acariciándole la cabeza-, pero e*

que ha habido un cambio de planes. No podré venir

el domingo, tal como te decía en la carta. Estaré

bastante tiempo fuera, y no quería irme sin

despedirme de ti.

—¿Por qué te vas? -preguntó la niña, apenada.

—Es un poco difícil de explicar, Lucía. Yo no soy

una persona del todo normal, ¿sabes?

—¿Eres un hada, o algo así?

—No exactamente. Algunos dirían incluso que

soy todo lo contrario.

—¿Una bruja?

—Algo parecido -contestó Camila con una triste

sonrisa.

—He hablado con el señor Lucarda. Me ha dado

un susto terrible.

—Ya te he dicho que no tienes nada que temer de

él. Tiene un aspecto bastante siniestro, pero es

inofensivo. Incluso podría ayudarle, llegado el

caso.

—Pero él dice que tú... -Lucía no se atrevió a

seguir.

—¿Qué es lo que dice?

—Que eres...

-¿Sí? —Una vampira -logró decir por fin la niña.

Camila la miró a los ojos durante un largo

instante, con una turbadora mezcla de tristeza y

ternura.

—Es cierto -dijo al fin.

Lucía no podía dar crédito a sus oídos. No era

posible que aquella encantadora joven, la más

dulce y hermosa que jamás había visto, fuera un

monstruo bebedor de sangre.

Page 41: Vampiro vegetariano

—No.., no puede ser... -balbuceó la niña.

—Hay cosas en la vida... y en la muerte... que

no se eligen, querida Lucía -dijo Camila

cogiéndole una mano y arrodillándose junto a ella

para quedar a su altura-. Yo no elegí ser lo que

soy, y no puedo hacer nada para evitarlo.

—Lucarda dice que querrás convertirme en vampira a

mí también. ■

—En eso se equivoca. Nunca he matado a

nadie, y tú eres la última persona del mundo a la

que haría daño.

—¿Nunca has matado a nadie?

—No.

—Pero los vampiros...

—Hay vampiros y vampiros -la interrumpió

Camila-. Es cierto, por desgracia, que algunos son

tan crueles y sanguinarios como los que aparecen

en las películas. Pero otros nos limitamos a

sobrevivir, o sobremorir, procurando hacer el

menor daño posible.

—¿Le has chupado la sangre al señor Oliva?

—Sí. Escojo a mis víctimas entre las personas más

malvadas y egoístas, y te aseguro que el señor

Oliva es un mal bicho.

—Eso dice también mi madre.

—Se merecería que lo dejara tan seco como su

corazón -dijo Camila, y su expresión se endureció

por un instante.

—No lo hagas, por favor -rogó Lucía.

—No, claro que no lo haré -la tranquilizó la

vampira revolviéndole el pelo con un gesto

cariñoso-. Solo le he sacado medio litro de sangre,

lo mismo que se les saca a los donantes. Eso no

hace ningún daño; hasta es saludable. Se puede

decir que le he hecho un favor -añadió riendo.

—Pues dice Tomás que está aterrorizado.

—Me alegro. Se merecía un buen susto. A ver si

aprende a tratar mejor a los demás.

—Y entonces, si no matas ni conviertes a nadie

en vampiro, ¿por qué te persigue Lucarda? -

preguntó la niña tras una pausa.

-Él no sabe eso. Solo sabe que soy una vampira y

que me dedico a chuparle la sangre a la gente.

— ¿Y por qué no se lo dices? Explícale que solo

atacas a los malvados y que solo les chupas un

poquito.

Page 42: Vampiro vegetariano

— No me creería. Odia a los vampiros en

general, y está convencido de que todos somos

monstruos sanguinarios. Y hay que reconocer

que con los de su propia familia no se equivoca.

—¿Es cierto que desciende del conde

Drácula? —Sí.

—¿Y sucedió de verdad lo que cuenta la no-

vela?

—No, pero está inspirada en un personaje

real. Se dice incluso que el autor de la novela

llegó a conocer al auténtico Drácula, y por eso lo

describió tan bien.

Tras una pausa, Lucía preguntó:

—¿Y adonde vas a ir?

—De vez en cuando, los vampiros nos tomamos

un descanso, una especie de vacaciones, y

dormimos durante varios meses seguidos, como

los osos cuando entran en letargo. Por razones

que ahora mismo no te puedo explicar, tengo

que tomarme una de esas vacaciones.

—¿Estarás fuera mucho tiempo?

-En realidad, no estaré fuera, sino dentro

-bromeó Camila-. Y no sé cuánto tiempo dormiré,

pues no tengo a nadie que me pueda despertar.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando un vampiro entra en letargo, suele

encargar a alguien, generalmente a otro vampiro,

que le despierte al cabo de un tiempo. De lo

contrario, se puede pasar años durmiendo, o

incluso siglos.

I' -—Yo te puedo despertar -dijo la niña.

—No, no puedes. Tengo que dormir en una

cripta del cementerio y...

|!: —No tengo miedo -la interrumpió Lucía-. Los

cementerios son lugares tristes, pero no pe-

ligrosos.

—Eres muy valiente, y muy lista, pero sólo

eres una niña. No puedo pedirte que vayas de

noche al cementerio y entres en una cripta. Pocos

adultos se atreverían a hacerlo.

—Pero yo no tengo miedo -insistió Lucía-, y no

quiero estar años sin volver a verte. Si eres mi

amiga, tienes que dejarme que te ayude.

Camila la miró durante un largo instante antes

de decir:

Page 43: Vampiro vegetariano

tapa yacía la estatua de una mujer con los brazos

cruzados sobre el pecho. Camila encendió una

antorcha que cogió de un soporte fijado a la

pared, y a la oscilante luz de las llamas la nina

pudo ver con claridad el rostro de la estatua

yacente.

—¡Eres tú! -exclamó.

—Sí -dijo Camila-. Es mi tumba. A ver si eres

capaz de levantar la tapa. Cuando vengas a

despertarme, tendrás que hacerlo sola.

—¡Es imposible! -protestó Lucía-. ¡Con esa

estatua a tamaño natural, debe de pesar más de

cien kilos!

—Tiene truco -explicó la vampira con una

sonrisa-. Anda, inténtalo.

La niña apoyó ambas manos bajo el borde de la

tapa de mármol y empujó hacia arriba con todas

sus fuerzas. Para su sorpresa, la tapa cedió y se

abrió del todo como movida por un oculto

mecanismo, dejando a la vista una empinada

escalera que se hundía en la oscuridad.

—Muy bien -la felicitó Camila. Luego le dio la

antorcha a la niña, la cogió en brazos y la depositó

en el interior del falso sepulcro, sobre el primer

escalón, y acto seguido entró ella también de un

ágil salto.

La escalera llevaba a una cámara subterránea

bastante más amplia que el mausoleo, en la que

había tres ataúdes, uno de ellos muy pequeño.

—Como ves, no estaré sola -comentó Camila

mientras abría uno de los ataúdes, que estaba

vacío. El interior, forrado de raso blanco, parecía

muy confortable-. Los otros dos están ocupados

por mi primo Ludolfo y mi sobrina Leticia. No

puedo presentártelos ahora porque están en pleno

letargo.

—¿Vas a... meterte ya? -preguntó Lucía se-

ñalando el ataúd abierto.

—No. Primero voy a acompañarte de nuevo a

tu casa... Ahora ya sabes cómo llegar hasta aquí.

Cuando vengas a despertarme, dentro de un año,

tienes que abrir este ataúd y ponerme un diente

de ajo junto a la nariz.

—Pero yo creía que los vampiros no sopor-

tabais el ajo.

—Así es, y por eso precisamente sirve para

despertarnos. Nos provoca un ataque de tos que

nos saca del letargo -explicó Camila.

En ese momento, un leve ruido las hizo vol-

verse hacia la escalera, y un instante después

92 93

Page 44: Vampiro vegetariano

apareció ante ellas un hombre alto y pálido, vestido

de negro.

—¡Señor Lucarda! -exclamó Lucía.

—¡Sabía que irías a buscar a la niña! -exclamó él

señalando a Camila con un dedo acusador.

—De modo que has estado vigilando su balcón

y nos has seguido hasta aquí -dijo la vampira sin

perder la calma-. Más te valdría no haberlo hecho.

—No te tengo miedo, monstruo -replicó

Lucarda sacándose del bolsillo un pulverizador de

perfume-. Este frasco está lleno de esencia de ajo...

—¡No se te ocurra usarlo aquí dentro! -exclamó

Camila levantando las manos en un gesto

desesperado, pero ya era tarde. Lucarda apretó un

par de veces la pera de goma del perfumador y un

intenso olor a ajo se difundió por el enrarecido aire

de la cripta.

Mientras Camila tosía violentamente, como

presa de un ataque de asma, Lucía corrió hacia

Lucarda, le agarró la mano en la que tenía el

perfumador y se la mordió. Con un grito de dolor,

él dejó caer el frasco; la niña lo recogió

prontamente del suelo y corrió junto a la vam pira,

cuya tos reverberaba en la cripta de tal forma que

parecía que había varias personas tosiendo a la

vez.

Y no solo lo parecía. Con un estremecí miento,

Lucía se dio cuenta de que del interior de los dos

ataúdes cerrados procedían sendas toses, una grave

y profunda y la otra aguda como la de un niño.

—¡Estúpido! -gritó Camila mirando a Lu carda

con ojos de fuego-. ¡El ajo ha sacado a mis parientes

de su letargo! Márchate antes de que se levanten.

No sé si podría salvarte de sus iras.

—No dejaré a una niña indefensa a merced de

tres inmundos vampiros -replicó él sujetándose la

mano herida. Los agudos caninos de la «niña

indefensa» le habían abierto dos sangrantes

orificios cerca de la muñeca.

Casi al unísono, las tapas de los dos ataúdes se

abrieron bruscamente, como impulsadas por un

resorte, dejando a la vista a sus ocupantes.

En el ataúd grande yacía un hombre de edad

indefinida, pálido como la cera, completamente

calvo y de orejas puntiagudas. En el

Page 45: Vampiro vegetariano

pequeño, una preciosa niña de unos ocho años,

cuyos bucles dorados enmarcaban un rostro tan

blanco y terso que parecía de marfil. Sobre el pecho

de la niña y bajo sus manitas cruzadas, había una

muñeca de porcelana que era como una réplica en

miniatura de su dueña, pues incluso iba vestida

igual que ella.

La niña fue la primera en reaccionar. Salió del

ataúd, se alisó su elegante y antiguo vestido de

seda, y dijo:

—Hola, tía Camila. ¿Ya es hora de despertar? —

No, cariño. Ha sido un pequeño accidente. —¿Un

accidente? -repitió con voz ronca el ocupante del

ataúd grande, incorporándose de forma tan brusca

que Lucía tuvo que hacer un esfuerzo para no

gritar del susto. Se parecía muchísimo al vampiro

de Nosferatu, una vieja película muda que la niña

había visto por televisión.

—Sí, Ludolfo -dijo Camila-. En realidad, estoy

aquí para unirme a vosotros en el sueño.

—Y has tenido el delicado detalle de traernos un

tentempié -dijó Ludolfo frotándose las manos y

mirando a Lucarda y a Lucía con una expresión

que helaba la sangre en las venas.

—Nada de tentempiés -replicó la vampira con

determinación-. La niña es mi amiga, y él es un

Drácula.

—¿Un Drácula? ¿Y a qué se debe el honor de

que un miembro de la más distinguida familia

vampírica visite nuestra humilde cripta? -preguntó

Ludolfo con un tono ligeramente burlón.

Lucarda abrió la boca para contestar, pero

Camila lo interrumpió con un gesto.

—Ya te lo explicaré en otra ocasión, primo -dijo-

. Ahora, volved a vuestros ataúdes y dormid. El

momento aún no es propicio para el despertar.

—Tía, necesito al menos una gotita de sangre,

para dormirme con el sabor en la boca -se quejó la

pequeña vampira.

—No es posible, cariño, lo siento... -empezó a

decir Camila, pero se interrumpió al ver que Lucía

se sacaba un imperdible del bolsillo, lo abría y se

pinchaba la yema del pulgar. Luego se acercó a la

vampirita y le dijo con una sonrisa:

—Toma, Leticia.

Muy lentamente, casi con devoción, la niña

96 97

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Page 47: Vampiro vegetariano

vampira cogió el pu.gar de Lucía, se lo llevó a la

boca y lo chupó durante unos segundos.

—Gracias -dijo luego-, ahora ya me puedo

volver a dormir tranquila, con el dulce sabor de tu

sangre en mis labios... ¿Quieres jugar con mi

muñeca mientras duermo? -añadió dándosela a

Lucía. Luego se metió en el ataúd y cerró la tapa.

—Qué niña tan encantadora -dijo Ludolfo con

una sonrisa que puso al descubierto sus largos

colmillos-. Y ya que te has pinchado el dedo, ¿no

me darías a mí también una go- tita...?

—¡Ludolfo! -lo cortó bruscamente Camila; pero

Lucía se acercó a él, le ofreció el pulgar y dijo:

—No me importa, si no chupa mucho...

El vampiro se llevó a la boca el dedo de la niña

corno si fuera a besar la mano de una gran dama,

lamió delicadamente la gota de sangre que brillaba

en la yema y dijo:

—Con eso basta. No se trata de alimentarse,

sino de tener el sabor en la boca mientras llega el

sueño... Gracias, pequeña, eres muy valiente y

muy generosa. De ahora en adelante, cual

quiera que intente hacerte daño, sea mortal o

vampiro, tendrá que vérselas con el tío Ludolfo.

Dicho esto, entró solemnemente en su ataúd y

cerró la tapa.

Lucarda, aún sujetándose la mano herida, había

presenciado toda la escena sin moverse ni decir

palabra. Camila se volvió hacia él y le dijo:

—Ya ves que no todos los vampiros somos

monstruos, y para que acabes de convencerte, voy

a dejarte ir, siempre que jures por la sangre de los

Drácula que no nos molestarás ni revelarás a nadie

nuestro escondite.

—Lo juro -dijo Lucarda-. Por la sangre de los

Drácula. Me había equivocado con respecto a ti.

Lo siento.

—Bueno, después de todo me has hecho un

favor siguiéndonos hasta aquí -dijo Camila con su

encantadora sonrisa-, pues así puedes acompañar

tú a Lucía a su casa. Yo estoy tan cansada...

Puedes ir tranquila con él -bromeó dirigiéndose a

la niña-, es el terror de los vampiros.

Dicho esto, la besó en la frente y se metió en su

ataúd.

100 101

Page 48: Vampiro vegetariano

—¡Espera! -exclamó Lucía. Se pinchó el otro

pulgar con el imperdible y se lo ofreció a la

vampira.

—Eso no es necesario, cariño -dijo Camila

apartando suavemente su mano.

—Nunca debemos negar nuestra ayuda a un

amigo, y tampoco debemos rechazar la suya

cuando nos la ofrece. Lo has dicho tú.

Camila asintió con un leve gesto de la cabeza,

y mientras se llevaba a los labios el dedo de la

niña, una lágrima resbaló por su mejilla.

—No sabía que los vampiros lloraran -co-

mentó Lucarda con voz turbada.

—Hay muchas cosas que aún no sabes de los

vampiros, pequeño Drácula -dijo la joven, y tras

guiñarle un ojo a Lucía cerró sobre sí la tapa del

ataúd.

102

12

(CUANDO llegaron a casa eran casi las cuatro de

la madrugada.

—¿Tienes llave de tu casa? -preguntó Lucarda.

—No -contestó Lucía-. Camila me bajó en brazos

por la tubería.

—Pues tendré que subirte de la misma manera -

dijo él-. No podemos despertar a tu madre a estas

horas, y menos aún decirle de dónde venimos.

—Sí, creo que será mejor que me suba usted -

convino la niña-. Se le da muy bien trepar,

¿verdad?

—No tan bien como a Camila, pero, sí, soy

bastante buen trepador, y solo es un piso.

Hizo ademán de coger a Lucía en brazos, pero

súbitamente le fallaron las fuerzas.

—¿Se encuentra mal? -preguntó la niña,

103

Page 49: Vampiro vegetariano

dándose cuenta de que estaba aún más pálido de

lo que era habitual en él.

— No, solo es debilidad. Llevo muchas horas

sin... comer, y a mí eso me afecta mucho.

—No importa, puedo trepar yo sola. Es muy

poca altura.

—Nada de eso -replicó él-, podrías caerte. —Soy

muy ágil.

—No lo dudo, pero no creo que tengas mucha

práctica en trepar por las fachadas de los

edificios..., Anda, acompáñame un momento a

mi casa. En cuanto tome algo me sentiré bien.

Nada más entrar en casa, Lucarda se dejó caer

en una silla.

—Lucía -dijo con voz débil-, en la nevera

encontrarás una botella de zumo de tomate.

Tráemela, por favor. La cocina está al fondo del

pasillo, a la derecha...

La niña hizo lo que le pedía, y Lucarda se bebió

más de media botella de un solo trago.

— ¿Seguro que es zumo de tomate? -pregun-

tó Lucía con aprensión.

Como respuesta, él le tendió la botella, aún

abierta. La niña se la acercó a la nariz. —Sí, es zumo de tomate -dijo con alivio

—Pues no, no lo es -replicó Lucarda . Sí, lleva

zumo de tomate, desde luego, pero también otros

muchos ingredientes: minerales, enzimas,

hormonas, proteína de soja... Yo lo tomo «sangre

vegetal».

— Después de todo, sí que es usted un vam-

piro, ¿verdad?

—Según se mire -contestó él con un enco-

gimiento de hombros-. Soy un vampiro que lleva

más de diez años sin probar una gota de sangre,

y por lo tanto creo que puedo decir, •in faltar a

la verdad, que ya no soy un vampiro.

—¿Y puede vivir solo con esa... «sangre ve-

getal»?

—Aún no sé lo que pasará a largo plazo, pero

de momento parece funcionar. He sobrevivido

diez años, me encuentro bien y casi nunca siento

la necesidad de sangre auténtica.

—¿Y cuando la siente...?

—Me aguanto -contestó Lucarda con deter

minación . No puedo elegir lo que soy, pero sí lo

que hago... Es muy importante que tenga éxito el

experimento que estoy llevando a cabo conmigo

mismo, porque si mi sangre vegetal

Page 50: Vampiro vegetariano

funciona, todos los vampiros de buena voluntad

podrán abandonar la odiosa práctica de chuparle

la sangre a la gente.

—Seguro que Camila se pasará a la sangre

vegetal en cuanto lo sepa -dijo Lucía.

—Espero que sí. Parece una buena chica...

Aunque no sé si se puede llamar «chica» a una

mujer que tiene más de doscientos años...

Al cabo de unos minutos, Lucarda estaba en

plena forma. Salieron de nuevo a la calle, la niña

se le subió a los hombros, y él trepó por el tubo de

desagüe con la agilidad de un mono.

A la mañana siguiente, cuando la madre de

Lucía entró en su habitación para despertarla, se

quedó muy sorprendida al ver que su hija

estrechaba entre sus brazos una preciosa muñeca

de porcelana, blanca como el marfil y con los

diminutos labios rojos como la sangre.