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Reflexión del mes de eneroTRANSCRIPT
MES DE ENERO 2013 VALOR: JUSTICIA
Muchos no quieren la justicia por su casa, pero sí por la ajena. Es común que juzguemos o critiquemos a los demás sin tomar en cuenta nuestros propios defectos.
Actividad inicial
¿Te paraece que alguien pueda progresar si se aparta de la ley? Mira el sufrimiento que provocó el injusto alcalde de un pueblo.
LA MULATA DE CÓRDOBA
En la época colonial, en Córdova, Veracruz, existió una bella mujer llamada Soledad, que vivía aislada de los demás. Su
presencia provocaba escándalo y daba lugar a rumores. Se hizo famosa por su uso de la herbolaria tradicional para curar
enfermedades. Contaban que era capaz de predecir las tormentas, los terremotos y los eclipses. Podía hacerlo por su
conocimiento de la naturaleza, pero los chismosos del pueblo empezaron a difundir que practicaba la brujería.
Sus problemas aumentaron cuando empezó a cortejarla don Martín de Ocaña, el alcalde. Le escribía poemas, le enviaba regalos
y flores, pero Soledad no le hacía caso. Enojado, la acusó de haberle hecho un maleficio para volverlo loco. Una multitud de
curiosos y la policía fueron a detenerla. Ella abrió la puerta, se entregó a las autoridades quienes la condujeron a la cárcel de la
Santa Inquisición en la Ciudad de México. La sometieron a un juicio con testigos pagados, pruebas falsas y mentiras, y la
condenaron a morir quemada en leña verde.
Faltaban varios días para la ejecución y Soledad permanecía silenciosa en su celda. De vez en cuando platicaba con Alfredo, su
custodio, quien no estaba de acuerdo con la injusticia que se iba a cometer. Soledad le pedía pequeños favores, como comprar
nardos frescos para perfumar la celda. En una ocasión le pidió algo muy extraño: tres o cuatro piezas de gis. Alfredo comentó:
“¡Parece de verdad!”. “¿Y qué le falta?”, preguntó Soledad. “Pues navegar…”, respondió Alfredo. “Mira ahora cómo zarpa”,
exclamó ella. En un momento Soledad se subió a la embarcación pintada en el muro. Ésta se alejó, como si la pared fuera el
horizonte, hasta volverse invisible.
-Leyenda veracruzana
REFLEXIONA
+ ¿Cometía Soledad algún delito? + ¿Fue justa la acusación que le hizo don Martín? + ¿Actuó correctamente la multitud? + ¿Apruebas que se haya escapado?
ACTIVIDAD PROPUESTA Observa en la familia que todas las tareas del hogar se distribuyan de manera justa.
FRASES SOBRE JUSTICIA Bienaventurado el que, dejando a parte su gusto e inclinación, mira las cosas en razón y justicia para hacerlas » San Juan De La Cruz
No juzgues a tu prójimo antes de encontrarte en su lugar » Talmud
La libertad es la madre de todos los bienes cuando va acompañada de la justicia » Marlene Dietrich
Es mejor arriesgarse a salvar un culpable que condenar a un inocente » Voltaire
Antes de juzgar al prójimo, pongámosle a él en nuestro lugar y a nosotros en el suyo, y a buen seguro que será entonces nuestro juicio recto y caritativo » San Francisco De Sales
La perla de la justicia brilla mejor en la concha de la misericordia » Santa Catalina De Siena
Si a cada cual se le diese su merecido, ¿qué hombre podría escapar del látigo? » William Shakespeare
Donde no hay caridad, no puede haber justicia
» San Agustín
Sólo después de instituida la ley se puede hablar de justicia y de injusticia » Friedrich Nietzsche
Juzgar a los demás es un trabajo estéril » Tomás de Kempis
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados » Jesús De Nazaret
Ser justo con los que conmigo son justos es completamente natural, pero ser justo con los que son injustos conmigo es sin duda un signo de superioridad » Lin Yutang
Administrad la justicia con ecuanimidad y rectitud y, si es necesario, con rigor y ejemplaridad. Pero cuando la naturaleza de las gentes y las cosas lo permitan, sed también misericordiosos y benignos » Felipe II
Nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía » Séneca
Haz sólo lo que sea justo; lo demás vendrá por sí solo » Johann W. Goethe
De nada valdría un movimiento femenino en un mundo sin justicia social » Eva Perón
Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida ¿Puedes darles la vida? Entonces no te apresures a la hora de dispensar muerte o juicio » J. R. R. Tolkien
Juzga a un hombre cuando te hayas puesto en su lugar » Louis Sébastien Mercier
Si la justicia no es fuerte, es preciso que la fuerza sea justa » François Fénelon
El hombre justo no es el que no comete ninguna injusticia, sino el que, pudiendo ser injusto, no quiere serlo
» Menandro
Sólo se puede pronunciar el juicio final sobre un hombre cuando se ha clavado la tapa de su ataúd » Lin Yutang
Quien no es más que justo es duro » Voltaire
CUENTOS Las dos justicias
Caminaba un filósofo griego pensando en sus cosas, cuando vio a lo lejos dos mujeres altísimas, del
tamaño de varios hombres puestos uno encima del otro. El filósofo, tan sabio como miedoso, corrió a
esconderse tras unos matorrales, con la intención de escuchar su conversación. Las enormes mujeres se
sentaron allí cerca, pero antes de que empezaran a hablar, apareció el más joven de los hijos del rey.
Sangraba por una oreja y gritaba suplicante hacia las mujeres:
- ¡Justicia! ¡Quiero justicia! ¡Ese villano me ha cortado la oreja!
Y señaló a otro joven, su hermano menor, que llegó empuñando una espada ensangrentada.
- Estaremos encantadas de proporcionarte justicia, joven príncipe- respondieron las dos mujeres- Para eso
somos las diosas de la justicia. Sólo tienes que elegir quién de nosotras dos prefieres que te ayude.
- ¿Y qué diferencia hay? -preguntó el ofendido- ¿Qué haríais vosotras?
- Yo, -dijo una de las diosas, la que tenía un aspecto más débil y delicado- preguntaré a tu hermano cuál fue
la causa de su acción, y escucharé sus explicaciones. Luego le obligaré a guardar con su vida tu otra oreja,
a fabricarte el más bello de los cascos para cubrir tu cicatriz y a ser tus oídos cuando los necesites.
- Yo, por mi parte- dijo la otra diosa- no dejaré que salga indemne de su acción. Lo castigaré con cien
latigazos y un año de encierro, y deberá compensar tu dolor con mil monedas de oro. Y a ti te daré la
espada para que elijas si puede conservar la oreja, o si por el contrario deseas que ambas orejas se unan en
el suelo. Y bien, ¿Cuál es tu decisión? ¿Quién quieres que aplique justicia por tu ofensa?
El príncipe miró a ambas diosas. Luego se llevó la mano a la herida, y al tocarse apareció en su cara un
gesto de indudable dolor, que terminó con una mirada de rabia y cariño hacia su hermano. Y con voz firme
respondió, dirigiéndose a la segunda de las diosas.
- Prefiero que seas tú quien me ayude. Lo quiero mucho, pero sería injusto que mi hermano no recibiera su
castigo.
Y así, desde su escondite entre los matorrales, el filósofo pudo ver cómo el culpable cumplía toda su pena,
y cómo el hermano mayor se contentaba con hacer una pequeña herida en la oreja de su hermano, sin llegar
a dañarla seriamente.
Hacía un rato que los príncipes se habían marchado, uno sin oreja y el otro ajusticiado, y estaba el filósofo
aún escondido cuando sucedió lo que menos esperaba. Ante sus ojos, la segunda de las diosas cambió sus
vestidos para tomar su verdadera forma. No se trataba de ninguna diosa, sino del poderoso Ares, el dios de
la guerra. Este se despidió de su compañera con una sonrisa burlona:
- He vuelto a hacerlo, querida Temis. Tus amigos los hombres apenas saben diferenciar tu justicia de mi
venganza. Ja, ja, ja. Voy a preparar mis armas; se avecina una nueva guerra entre hermanos...ja,ja,ja, ja.
Cuando Ares se marchó de allí y el filósofo trataba de desaparecer sigilosamente, la diosa habló en voz
alta:
-Dime, buen filósofo ¿hubieras sabido elegir correctamente? ¿Supiste distinguir entre el pasado y el futuro?
Con aquel extraño saludo, comenzaron muchas largas y amistosas charlas. Y así fue cómo, de la mano de la
misma diosa de la justicia, el filósofo aprendió que la verdadera justicia trata de mejorar el futuro
alejándose del mal pasado, mientras que la falsa justicia y la venganza no pueden perdonar y olvidar el mal
pasado, pues se fijan en él para decidir sobre el futuro, que acaba resultando siempre igual de malo.
Autor. Pedro Pablo Sacristán
La justicia exacta
Idea y enseñanza principal Ambientación Personajes
El perdón es una parte fundamental de la
justicia Un planeta muy avanzado
Un niño, un hombrecillo y varios
robots
Pancho había conocido a su amigo Zero-Zero en un chat interplanetario, y en cuanto pudo, compró
un billete espacial para ir a visitarlo. Pero mientras Zero-Zero le mostraba las maravillas de su
planeta Pancho tropezó, y fue a dar un tremendo cabezazo contra una esfera que había junto al
camino. Con el golpe, la esfera se abrió, y de ella surgió un pequeño hombrecillo. Tenía un
enorme chichón el cabeza, y un enfado aún más grande.
Zero-Zero se puso muy nervioso, tanto que apenas podía hablar. Y antes de que Pancho pudiera
pedir disculpas, aparecieron dos enormes robots con uniforme. Sacaron unos pequeños aparatos y
rastrearon toda la zona. Al terminar, del aparato surgió una pequeña tarjeta metálica que uno de
los robots entregó al accidentado. Y sin decir nada más, agarraron a Pancho y al hombrecillo y se
los llevaron de allí a toda velocidad.
Cuando Pancho quiso darse cuenta, estaba encerrado en una gran esfera con el hombrecillo y otro
robot de aspecto muy serio vestido con una toga negra. Antes de saber lo que pasaba, escuchó al
robot decir: “adelante”. Y sin más, el hombre le dio un buen golpe en la cabeza. Tras el golpe, el
robot sacó uno de esos aparatos, revisó la dolorida cabeza de Pancho, y terminó entregándole una
tarjetita metálica.
- Demasiado fuerte. Es su turno. No se exceda de lo marcado en la tarjeta.
Pancho no entendía nada. Miró a su alrededor. A través de las paredes pudo ver numerosas
esferas, cada una con su robot y su toga, y gente dentro dándose golpes y empujones, todos con
sus tarjetitas metálicas. El hombrecillo, enfrente de él, le miraba con miedo, y el robot seguía
expectante a su lado.
- Puede golpear. Recuerde, no más de lo que marca la tarjeta- insistió el robot.
Pancho no se decidía. El robot de la toga le explicó impaciente:
- Este es un proceso de justicia exacta. No debe preocuparse de nada. Ambos recibirán
exactamente el mismo daño. Si uno se excede, se le entregará una tarjeta con el valor exacto para
que todo quede nivelado.
¿Justicia exacta? Aquello sonaba muy bien. Nadie podía salir más perjudicado que el otro y todos
recibían lo mismo que habían provocado. Pancho estaba sorprendido de lo avanzados que estaban
en aquel planeta. Tenía tantas ganas de comentarlo con Zero-Zero, que corrió hacia la puerta.
- No puede irse- dijo el robot impidiéndole el paso. - Debe completar el proceso, debe acabar los
puntos de su tarjeta.
Pancho quedó pensativo. No le apetecía golpear otra vez a aquel pobre hombre, aunque la verdad
es que él se la había devuelto bien fuerte...
- Está bien. Le perdono- dijo finalmente.
- No- volvió a decir el robot- debe terminar los puntos de la tarjeta. Esto es un proceso de justicia
exacta.
¡Qué pesado! ¿Cómo no iba a ser posible perdonar a alguien? Pancho empezó a sentirse molesto
con aquel robot tan estirado, así que tomó su tarjeta, la partió por la mitad, y dijo.
- ¡Mira! Ya no quedan puntos.
El robot pareció descomponerse. Empezó a emitir pitidos, se le encendieron mil luces y perdió el
control de sus movimientos. Y cuando parecía que iba a explotar, todo volvió a la normalidad y
dijo tranquilamente:
- Es correcto. Ahora pueden irse. Gracias por utilizar el sistema de justicia exacta.
La puerta se abrió, pero antes de poder saludar al asustado Zero-Zero, Pancho tuvo que quitarse de
encima al hombrecillo, que no hacía otra cosa que abrazarlo y darle las gracias como si le hubiera
salvado la vida.
Al salir de la esfera, Pancho empezó a comprender. Aquí y allá podían verse usuarios del sistema
de justicia exacta retirados en camillas, o extremadamente agotados y cansados. Zero-Zero le
explicó mientras volvían que el único problema de la justicia exacta era que resultaba casi
imposible devolver el daño exacto, y los juicios e intercambios de golpes llegaban a durar días y
días. Tal miedo tenían todos de tener algún juicio, que muchos vivían aislados en pequeñas esferas
de cristal, como el hombrecillo de su accidente.
Pancho se fue a los pocos días, pero su nombre no se olvidó nunca en aquel planeta. Nadie antes
había perdonado nada, y gracias a él habían descubierto que el perdón es una parte necesaria de la
justicia.
Autor.. Pedro Pablo Sacristán