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REGRESO A LA ARCADIA

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REGRESO A LA ARCADIA Se escuchan, a lo lejos, las lentas campanadas del reloj de la plaza, polvorienta, que a la vida devuelven su lento palpitar. Arde la cañavera. Volutas de humo ascienden al manzano dejando entre las hojas, engarzados, mil sueños. EL DESPERTAR DEL HUMO BAJO EL OLMO GIGANTE,

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REGRESO A LA ARCADIA

EL DESPERTAR DEL HUMO

BAJO EL OLMO GIGANTE, dos mujeres haciendo la colada. Hablan como en susurros de la inquietud del agua, del dolor de las sábanas sin sueño, del olvido imposible, del que llega del campo como sombra sosteniendo en sus ojos un cansancio de años y del millón de muertos en la guerra. Hay vacas abrevando un poco más arriba, cerca del puente que daba acceso al campo. Arde la cañavera. Volutas de humo ascienden al manzano dejando entre las hojas, engarzados, mil sueños.

Se escuchan, a lo lejos, las lentas campanadas del reloj de la plaza, polvorienta, que a la vida devuelven su lento palpitar.

ANTES DEL ALBA

EL TIEMPO NOS MORDÍA LOS TALONES. Tú llevabas el cántaro de barro amanecido dormido todavía en la cadera, yo seguía tus pasos sumido en el sopor dulce y azul de la mañana, llenos los párpados de oscuras mariposas. En la fuente de los caños pintados el agua parecía hecha de brisa, la brisa hecha de azules golondrinas, de trinos de nostalgia. Sobre la luz mojada del crepúsculo, el canto de la alondra despertaba el vuelo matinal de los cerezos.

El pueblo, en su distancia justa, aguardaba dormido, temblando entre maizales y bancales de alfalfa, el agua de tu cántaro que aún rezumaba estrellas.

EL HOMBRE SIN VOZ

EL HOMBRE LLEVA EL ALBA

en sus ojos. Pasa, la azada al hombro, sin detener el paso, cabizbajo, hablándose a sí mismo con un lenguaje mudo, sin que nadie adivine su soledad. A veces, los muchachos lo insultan. Él observa los juncos del arroyo, escucha el crotoreo alto de las cigüeñas y se aleja, sin prisa, con un dolor reciente en el costado.

EL VENDEDOR DE PERIÓDICOS

VA VENDIENDO PERIÓDICOS, regalando sonrisas. En las noches de estío, llena la calle de aromas de guitarra, de canciones nostálgicas. Sube del campo un fresco olor a alfalfa recién segada. Hace algunas fechas que, en silencio, los niños vigilan los ribazos de la noche donde surgen millares de luciérnagas haciendo guiños a su fantasía.

El viejo vendedor de periódicos sigue cantando hasta que se le llena, de nuevo, de azahar el corazón.

REGRESO A LA ARCADIA

COMO CUANDO ERA NIÑO

ha vuelto, ilusionado, a ver el río, a recorrer la senda de las viñas, a colgar de los álamos sus sueños, a recoger delgadas ramas de fresno joven, a tender en la sirga de la barca su soledad. Después de tanto tiempo, el agua sigue, herida, arrastrando almadías de nostalgia río abajo. En la Mejana hay árboles con pájaros de luz que deslíen el aire con su canto. Hoy no es día de riego. Sueña el agua dormida en las acequias y la vida gira por los caminos de la huerta alentando cansancios, suspendiendo del alma retazos de esperanza.

13 DE DICIEMBRE

DÍA DE ROMERÍA. Sopla un viento astillado. En el pueblo, este viento tiene su nombre propio. Viene de Las Bardenas y casi no hay dolor que no lo haya sufrido. Arriba, en el cabezo, brilla la ermita de Santa Lucía. Hay un viejo camino entre olivos y almendros y mariposas muertas que conduce a la cima. Allí el alma se llena de silencio, los ojos de barrancos, de buitres que, al hedor de la carroña, acuden en bandadas para saciar el hambre. Luego, con vuelo lento, se elevan a los ámbitos donde reside el aire. Limpia el cierzo de nubes el cielo azul de invierno y provoca en los labios una plegaria que arde sobre el tiempo.

LOS DÍAS AMARGOS

REGRESA DEL MOLINO

con la camisa blanca y el pantalón azul que le hiciera su abuela. Es la tarde gloriosa paleta de pintor en la que triunfa sobre un fondo cereza y nazareno un resplandor naranja. El agua va llenándose de soledad, el aire de abandono cuando cruza, en silencio, el puente del canal. Nadie sabe en qué piensa, por qué regresa solo, sin la ración de harina con que amasar, de noche, el pan de la tristeza.

LA TORMENTA

QUEDAN GOTAS DE SOL

en los charcos dormidos. La piedra ha sacudido violentamente las cosechas: está tumbado el trigo, asolada la huerta, lugar, hace un instante, de sueños y oropéndolas. En el lejano cielo flotan negros, errantes nubarrones. La tormenta se aleja lentamente hacia el sur. Culebrea el relámpago de la tristeza: a estas gentes humildes “se les llenó de barro el corazón.”

AQUELLOS DÍAS LEJANOS

DETRÁS DE LA VENTANA

me he visto desgranando, uno a uno, los días de mi infancia. He vuelto de la escuela como si regresara de la vida. Don Eduardo, el maestro, me ha prestado un libro muy hermoso, porque sabe que es muy alto el dolor que aún llevo enredado como tela de araña. Él, con paciencia, escucha mi amoratada voz. Y me contempla humilde mientras dicta: Escuchad el silencio que se respira cuando vais al campo y os ponéis a la sombra de las higueras del guardacanal.

Mientras escribo, pienso en aquella muchacha que, en su día, me sorprendió cortándoles la cola a un par de lagartijas. Y escucho la ternura de su celeste voz que aletea en mi sangre.

EL ABUELO EL ABUELO NO ACABA

de llegar de la huerta. Finalmente, lo anuncia su peculiar manera de toser. Viene cansado. Trae tres dorados racimos de moscatel y, presa en las alforjas, la mañana cuajada de granadas. Son sus ojos secretos manantiales de claridad azul que se posan sobre los negros ojos de la abuela. El abuelo se sienta junto a la claridad de la ventana. Habla de la tierra del Soto, de cómo la oropéndola ha construido el nido en la paz perfumada del ciruelo. Dice que hay que cruzar el Ebro para ir al Quebrado a roturar, que tiene el sueño herido, picoteado por las golondrinas que han vuelto a hacer el nido en el alero. Luego, se calla y descabeza un sueño mientras la abuela pone con dulzura la mesa, pues se acerca la hora de comer.

RINCÓN BUCÓLICO

TIENE LA CUADRA CERCA DE LAS ERAS. Todas las tardes baja las vacas a abrevar. Van sucias. Por la cuesta cabecean, cansadas; él también cabecea como si fuera el único lenguaje que conoce. No sé si Pachichito ha sorprendido el vuelo oscuro de los pájaros alguna vez. Quizás ignora que hay estrellas del color sonrosado de las ubres, pero ¡qué maravilla verle muir! Parece que de sus manos brotan chorros de luz que bordan un encaje de estrellas en la espumosa nieve del caldero. De vez en cuando, silba o ríe Pachichito, yo no sé, porque en sus ojos hay residuos siempre de lágrimas y olvido.

ESTAMPA DE INVIERNO

LA LUZ DE LA MAÑANA

tiene un color lechoso. Hace ya muchos días que amanece con promesas de sol. Mi madre ha madrugado. Una vez más ha ido con migajas de escarcha entre los labios a limpiar remolacha. Es todavía joven, pero la soledad y la tristeza la están envejeciendo. Es noviembre. Detrás del humo añil de los sueños quemados, no es fácil la esperanza. Han dejado los astros de temblar sobre la hierba. Cientos de enlutadas figuras mueven las manos, ágiles, tan ajenas al frío como a la voz que llega, algo lejana, del arriero gritando a las acémilas. Cristalizan las sombras sin menoscabo de la dura tarea.

Yo me quedo esperando, presa de un gran dolor, junto a la lumbre,

por mecer, cuando vuelva con hebras de ceniza entre las uñas, en mis brazos de niño su cansancio.

TARDE DE COMETAS

SUEÑA CON LAS COMETAS. Sopla el cierzo. Es el día de izarlas hasta rozar las nubes como si fueran pájaros multicolores. Vamos todos tras él. El miedo juega con la ilusión igual que el viento con la llama. Habla desde su altura y tensa las palabras y nosotros, los niños, tensamos la esperanza. Rueda muy lentamente el sol sobre las eras. Florecen las acacias a orillas del canal y se espesa la sangre con la espera.

Nadie sabe por qué no han dado todavía la orden de soltarlas. Alguien piensa que la luz nos engaña, pero se culpa al viento, al bastidor de caña, demasiado pesado, a los chopos, que tiemblan de soledad muy cerca del agua adormecida.

Muere la tarde. Una vez más nuestros sueños de niño se desangran entre las amapolas.

LA SENDA DE LA FUENTE

FULGE EL TIEMPO.

Es la tarde un bullicio vital. Zurean las palomas torcaces, zumban las abejas, un enjambre de avispas deja, al beber, el agua enfebrecida. Las cañas hacen grata la sombra luminosa que proyectan sobre la estrecha senda de la fuente. Alguien ha visto un nido colgado del azul, pero sus brazos se alargan por encima de los delgados juncos persiguiendo imposibles mariposas que le dejan ardiendo la mirada.

Trae el aire un temblor de cerezos. “Alfareras del tiempo”, las muchachas pasan cargadas con sus viejos cántaros, y sus voces de arcilla perfumada, nos miran, se sonríen y se alejan.

Ensayan los vencejos su vuelo más frenético.

Tiembla el canto del ruiseñor en la enramada.

Vuelven las golondrinas, antes de que el agua atardezca, a buscar barro tierno muy cerca de la fuente donde están retratados aquellos ojos garzos que no puedo olvidar.

EL GRANERO

EN INVIERNO

subíamos al sol de la solana, al lado del granero del abuelo, a jugar a las chapas. Sobre el desnudo suelo con restos de hojarasca, revueltos nuestros sueños y algunos viejos naipes como trofeo único. Era el humo el abrigo del corral, donde ardían restos de paja húmeda, preludio de la niebla que, luego, adelgazándose, se tendería, lenta, sobre el pueblo, las huertas, la memoria, la vida.

Un pájaro infeliz cruzando el cielo era la viva imagen de mi espíritu aleteando hacia la colina de la nostalgia. Del techo del granero, como absortos murciélagos, colgaban los racimos de uvas pasas atesorando azúcar.

Dentro de pocas fechas sería Navidad.

La abuela, en la cocina, preparaba, en silencio, el guirlache. Pero, de vez en cuando, se asomaba y volvía sus ojos hacia el humo, hacia la soledad tostada de la miel y los piñones que ahora reposaba en el alféizar de la ventana. Luego les tocaría el turno a los roscos de vino, al pan de leche, a aquellos mantecados que hurgan todavía en mi memoria con su sabor a escarcha. La sombra enmudecía en el granero. El silencio rodaba escaleras arriba a fundirse en un abrazo íntimo con el humo y la niebla aletargada sobre las chimeneas.

LA HOGUERA

SE VUELVE A LA MEMORIA

igual que a los remansos del otoño: por caminos que huelen a brezo y hierbabuena bajo las altas bóvedas de luz roja y dorada o por trochas de ortigas y una luz casi enferma que enloquece a los pájaros. Aquello que convoca nos lleva, peregrinos del tiempo, a lo que amamos. Hoy recuerdo la hoguera donde, presas del humo, asábamos mazorcas de maíz. La plazoleta del herrero era humo, rescoldo, instantes deslumbrados y un constante clamor. Por la empinada cuesta ascendían los asnos rezongando con su pesada carga de tristeza y un fuerte aroma a hinojo. Alguien arrojó al fuego un manojo de zarzas con gesto silencioso.

Dicen que tiene aún ortigas en los labios, que su nombre sigue ensartado al humo y al silencio. En la distancia, todo parece un sueño dulce.

La memoria sigue estando habitada por las últimas llamas, el crepitar constante del maíz y aquella luz de infancia que empieza a sentir frío.

SOLILOQUIO

A VECES, LA TRISTEZA se enquista en lo profundo del corazón o inverna entre los ojos “como una sombra herida”. Rueda noviembre por caminos blancos flanqueados de chopos ateridos donde las avefrías se columpian. Hace frío. El aire es limpio. El cielo, una mezcla de malva y de cinabrio. Vamos hacia la noche solos.

Nadie conoce nuestro nombre, nadie nos lo susurra, acaso el viento ciego que irrumpe de improviso en nuestro sueño y desvela el dolor. Pero la vida sigue oliendo a olvido.

DIVAGACIÓN

HUELE LA TIERRA A LLUVIA,

huele la vida a lluvia. Se ha puesto tierno el campo, el linazal donde las aves tienen, recién hechos, sus nidos. A esta distancia se oye la vibración delgada de los álamos, el silbo azul del mirlo, el chorro de la fuente, cómo suena la lluvia. Conserva su temblor la paz de la vereda donde las mariposas se confunden con la flor de los urces.

Cerca del río, el humo hace señales a mi cansado sueño, pero me quedo quieto mirando, entre los árboles, cómo la luz llamea sobre el agua, cómo cantan los pájaros, felices, y trazan suaves círculos de amor sobre los nidos. Están ya fuera las primeras rosas de la reciente primavera.

Vuelve, a intervalos, la lluvia

a acariciar sus pétalos, a anegar mis palabras, a despertar "las formas repentinas de la dicha", a humedecer, solícita, las almendras turbadas de tus ojos, que regresan del frío definitivamente.

DELIBERADAMENTE

VOLVERÉ

a escuchar el gemido del trillo, bajo un cielo intensamente azul, sobre la parva. Llevaré lleno el pecho de ardientes mariposas, de paz densa las manos, los ojos de una oscura tristeza. Hablaré con los viejos amigos de las cosas de siempre como si el tiempo sólo se hubiera detenido por nosotros.

Luego, cuando comience el cierzo a temblar en los viejos olivos de las eras y, compasivo, nos aviente el trigo, regresaré al silencio para escuchar las voces de los muertos que rinden su distancia a la memoria. Erguidos sobre el polvo, viven y fosforescen en la noche como quietas luciérnagas.

Pero eso es suficiente para arpar nuestro sueño y dejarnos despiertos frente a nosotros mismos.

TIEMPO DE PREGUNTAS

EL HUMO AZUL FLOTANDO ENTRE LAS VIÑAS.

Han vuelto los vencejos a rasgar la ternura azul del aire como asombrosas flechas. Todo en la vida está nutrido de memoria. Hay en la yerba restos de un agua gris: toda la noche ha estado la lluvia "tecleando mensajes imposibles". Una brisa madura aletea entre rosas, arrulla el alto sueño de los pájaros, avienta la tristeza que todo lo calcina como una escarcha pertinaz.

La vida gira rotunda, a veces se detiene instantes sobre el humo azul de los viñedos. Me pregunto cómo salir del humo, del tiempo, cómo regresar al molino, al huerto, a la cañada del largo olvido.

Cuando es tan frío el aire y ya no nos despierta a más ventura, desnuda los almendros y nos deja abrazados a un oscuro silencio. Hoy algo desarbola la inocencia: se vive a flor de agua, se transita por un paraje herido en busca de una luz inalcanzable. Sin asombro, los ojos miran pero no ven.

TARDES DE VERANO

DORMIR LA SIESTA ERA SALIR DEL TIEMPO,

alejarse, unas horas, de los caminos que nos conducían al riego de Balbino donde aprendimos a nadar o a la sombra indiscreta de la higuera. Todavía mi voz se enreda entre las zarzas y se tiñe del color de las moras bajo la luz de estío que caía implacable sobre el campo. Hoy no he salido al aire de la tarde a recoger alfalfa, ni a llevar a la mula del ramal para que no tarace las recientes espigas del maíz: me he quedado esperando, ya en la sombra, para ayudar a Carmen o a Santiago a sentar su dolor frente a la calle que ahora lleva mi nombre y a luchar, junto a ellos, por mantener "el ritmo de la respiración". Agustín, el barbero, me ha cortado el pelo al cero. Dice

que lo exige la higiene. Y yo pienso que es inútil ir contra la costumbre. Ahora, en vacaciones, ya no importan el pelo, ni la regla de tres, ni recordar aquella interminable lista de reyes godos: sólo importa vivir Resbala el sol de julio sobre el manzano joven y los viejos ciruelos mientras las golondrinas atraviesan, chillando, el cielo de la tarde. Cada puerta es un susurro oscuro, una conversación a media voz endulzada por la miel del crepúsculo Como entonces, vuelvo a hundir mi memoria en la paz de los campos, a quedarme en silencio para seguir soñándome aquel niño que fui.

EPÍLOGO

PARA SALIR DEL HUMO

PARA SALIR DEL HUMO,

de aquella niebla ingenua que envolvió nuestra infancia, basta cualquier certeza, maquillar la desgana, abrir los ojos a la luz, sentarse a orillas del camino que luego se desanda, escuchar cómo gime el viento en las barrancas, convencerse de que de nada sirve la alegría si somos incapaces de soñarla. Yo era amador de estrellas cuyo cielo era un agua recién anochecida. Embebido, escuchaba la hilada voz del ruiseñor sonámbulo, el rumor perfumado de las hojas en la quietud despierta del cerezo, el croar de las ranas enceladas, el agorero canto de los grillos. Sentado en la memoria, recobro aquellos nidos con pájaros de fuego que incendiaban con su canto el crepúsculo, aquellos lentos días

con nieve hasta el aliento, el temblor de la puerta del granero al abrirse, el primer cigarrillo que nos dejó en cuclillas sobre el humo. La vida, como el agua remansada, era sentir la dicha de la orilla, ver despuntar la aurora sin demasiada prisa, acudir al diario ejercicio, ir dejando una pequeña estela de asombro en el camino. Detrás de todo esto, el centelleo jubiloso, lúdico de la lejana claridad abría sendas hacia otro mundo casi palpable, único. Con los años, se vuelve a "pisar la hojarasca del otoño". Y por eso es posible la tristeza, Alicante, mayo de 2001

DÍA DE FIESTA

ES DOMINGO.

Tendrás que madrugar, lavar tus ojos en el agua fría de la noche. Luego, -tras riguroso ayuno-, con tus zapatos limpios y la ropa de fiesta, acercarte a la iglesia. El pórtico está lleno de sueño, de murmullos, de entrecortadas frases, de risas incipientes y de severos gestos. Tiembla el humo en las altas chimeneas. Lenta, la luz se va adueñando de las calles, abre puertas, se instala en cada casa y se llena de júbilo y de Dios la mañana.

PINTOR DE ATARDECERES

La memoria nos abre luminosos corredores de sombra. JOSÉ ÁNGEL VALENTE

SOLÍA

pintar atardeceres. Vivía solo. Era compañero de la lluvia, pero tenía dentro de sus ojos paisajes de luz donde aletean aún las mariposas.

EL PRIMER BESO

ERA DE NIEVE. NIEVES SE LLAMABA

aquella muchachita de las manos de nieve que acarició mis sueños. Siendo niños,

nos asomamos juntos a la bodega íntima del corazón. Allí aprendimos a sellar alianzas, a encumbrarnos hasta el primer peldaño de la vida. Vestimos la alegría de blancos lirios, dimos al viento la tristeza y, en el rincón en sombra del granero, aprendimos

a desmigar con avidez el pan que amasaban los labios. A solas, bebo el vino que resbala, desde entonces, muy lento por mis mejillas.

Siento que, a veces, me acarician "sus obstinadas manos amorosas", que me llama con una voz azul, distante y cálida, como si en mi memoria no hubiera espacios para la blancura y la niebla empañara

la dimensión precisa de lo que entonces fuimos.

Y no logro salir de sus palabras.

SALVARSE EN LA CLARIDAD

MUERDE EL TIEMPO LAS TAPIAS

del huerto donde asoman sus pámpanos las parras. Todavía el otoño no trepa decidido por las enredaderas ni por las ramas altas de los manzanos. Detrás de los zarzales, sobre el agua dormida, nos sorprende el vuelo azul de las libélulas.

Hay veces en que la luz nos ciega sin mirarla de frente; otras, la niebla del canal es como una muralla que nos impide el paso. Y pasamos para que aquel instante de la vida con más sabor a olvido recobre su memoria. - Pasa,

detente, escucha el corazón. Salva tu claridad, vence a la Muerte que de continuo habita espesuras sonámbulas -.

Detrás de todo esto, los ojos ya no olvidan la luz medio borracha de los racimos, ni los labios olvidan el aroma dulzón y arrebatado de la higuera, ni el tacto la lujuria redonda y femenina de la roja manzana, la humedad vegetal de los helechos. Hay algo, sin embargo, más profundo que evocar cuando empiezan a caer las primeras hojas muertas, antes de que "la noche se haga ortiga en nuestra voz": recordar hacia dónde nos llevan hoy los pies.

PRÓLOGO

CUANDO NADIE TE ESPERA

I CUANDO REGRESO AL PUEBLO,

sé que nadie me espera. No me espera mi madre, que en los años cincuenta se llevó, silenciosa, su media ancianidad hasta Galicia donde acabó, rompiendo su silencio, ofreciendo a la tierra el derecho a una herencia. No me espera mi hermano Jesús, que arrojó al mar sus esperanzas de volver un día y se le quedó el alma siempre achacosa de melancolía.

No me espera mi hermana Amelia. Ella prefirió mariscar las rías altas, comulgar con la lluvia y con la niebla del poniente hasta que, joven todavía, alta de nieves, se nos fue sin dejar de mirarnos. No me espera mi otro hermano, Ángel, que sigue atravesando el río de la vida por el vado de la jubilación en tierras de Navarra.

No me espera mi hermana Carmen, la más pequeña. Acaba de cumplir sesenta y cuatro años y anda, a veces, algo arrugada por la soledad en un pequeño pueblo con su plaza y su iglesia y con su río cuyas aguas se aprietan contra los caseríos y los bosques de pinos y de robles. No me espera la casa de mis abuelos, llena de meandros, por los que discurrió el agua de mi infancia y la de mis hermanos y mis primos. No me espera mi padre. Salió una hermosa noche de verano a contemplar el cielo, las estrellas, la luna… Y regresó con dos chorros de sangre entre las cejas y con un cigarrillo medio encendido aún entre los labios, para irse definitivamente a hablar con los abetos y cipreses, a esconder su clamor bajo la tierra.

II ¿Qué haré si ya nadie me espera, ni tengo casa donde descansar de la fatiga de vivir y el río ya no se me hace infancia como entonces? Todo se lo ha llevado la corriente. Quedan apenas ya algunos viejos árboles que mis ojos nunca vieron crecer, no aquéllos que brindaban su fruto a nuestras manos, su protectora sombra a nuestros sueños y donde, tras el baño clandestino, se nos quedaban muy frecuentemente dormidas las palabras. Sé que nadie me espera: sólo la inconfundible música del cierzo, su rasgueo en las ramas de los fresnos, su beso acuchillado en la mejilla, y "una puerta de memoria entornada" por la que entro al pueblo, y recorro sus calles y sus plazas con pasos vacilantes porque no sé los nombres de quienes se me cruzan y me miran como a un extraño. A veces, sin desviar la vista, miro hacia el horizonte,

allí donde parece que el río se detiene, y el cielo se detiene: y sólo veo aquel camino estrecho que me llevó a la fuente tantas veces para apagar mi sed, o aquel ancho que iba hasta El Ebro, entre campos sembrados de maíz y de patatas, entre huertos plantados de frutales que sostenían su preciosa carga y la savia sonora de los pájaros.

III Hace años que hay una calle larga, junto al canal, que lleva mi nombre y apellidos: es la calle donde nací muy antes de la guerra española, donde crecí muy lentamente, donde, al recorrerla hoy, veo a aquel niño huérfano que sabe el precio que pagó a la vida por unos días de felicidad.

Í N D I C E

PRÓLOGO Cuando nadie te espera I II III

I. ACUARELAS El despertar del humo Antes del alba Regreso a La Arcadia 13 de diciembre Los días amargos Estampa de invierno Aquellos días lejanos La senda de la fuente El granero La tormenta La hoguera Tardes de verano Día de fiesta El primer beso II. RETRATOS EN SEPIA

El hombre sin voz El vendedor de periódicos Rincón bucólico El abuelo Pintor de atardeceres Tarde de cometas

III. ÓLEOS Soliloquio Divagación Deliberadamente Tiempo de preguntas Salvarse en la claridad

EPÍLOGO Para salir del humo

A mi amigo Francisco Garcerán, agradeciéndole la primorosa

edición que ha hecho de mis libros "Memorial de la espuma" y "Al aire de tu vuelo". Y a mi pueblo, Fustiñana, donde están mis raíces.

I

ACUARELAS

II RATRATOS EN SEPIA

III ÓLEOS