utopia andina

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UTOPIA ANDINAPor definición, utopía es lo que no tiene lugar ni en el espacio ni en el tiempo.Pero en los Andes, la imaginacióncolectiva terminó ubicando a la sociedadideal –el paradigma de cualquiersociedad posible y la alternativapara el futuro– en la etapa históricaanterior a la llegada de loseuropeos. Este ha sido el argumentovertebral de estos ensayos. Una historiade milenios fue identificada con lade un imperio, y un mundo en el que existierondesigualdades e imposición se convirtióen una sociedad homogénea y justa. Los incasdejaron de ser una dinastía para transformarse enun singular: el símbolo de un orden donde el país pertenecíaa sus verdaderos y antiguos dueños. El regresodel inca apareció como una propuesta cargada deargumentos mesiánicos y milenaristas. Ideas comoéstas, en el pasado, sustentaron rebeliones como lasque tuvieron lugar en la sierra de Lima hacia 1666,en la selva central hacia 1742 con Juan Santos Atahualpay en el sur andino con la Gran Rebelión deTúpac Amaru. Es evidente la pertinencia de la utopíaandina para comprender a los movimientos sociales.Pero, ahora, en el siglo XX, ¿qué contemporaneidadtiene el horizonte utópico?Aunque se trata de concepciones compartidas pordiversos sectores sociales, la biografía de la utopía andinaha estado frecuentemente asociada a la historiacampesina en el Perú. Admitida esta consideración,su porvenir parecería precario en una sociedad en laque el campo y los campesinos son cada vez menos importantes.En efecto, en 1876, más del 70% de la poblaciónnacional vivía en áreas rurales. En 1961, el porcentajedisminuyó a 67% y, en la actualidad, puede sermenos del 50%. Es discutible que la distinción rural-urbano repose en la frontera dada por los pobladosde menos de 2.000 habitantes (en un país dondeprecisamente los campesinos viven agrupados enpueblos). También se puede argumentar el caráctertransitorio de la migración y las conexiones frecuentesentre la ciudad y campo a través, por ejemplo,de los clubes regionales. Pero, al margen de lasdimensiones, es innegable la tendencia a la disminuciónde la población rural, que expresa no sólo fenómenosdemográficos sino, además, el crecientedeterioro del campo, el incremento de tierras eria-Utopía andina

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Catedrático de la Universidad Católica.Fue uno de los historiadores más innovadoresde las últimas décadas. Es conocidopor el libro Buscando un inca.Buscando un Inca. Lima: Instituto deApoyo Agrario, 1987. Extracto seleccionado,págs. 361-368.Utopía andinaAlberto Flores Galindo(Lima 1949-1990)CARETAS 2002 ,170zas, el estancamiento y hasta repliegue de la fronteraagrícola: pocas tierras y deficientemente utilizadas.En el Perú, desarrollo del capitalismo,aunque no necesariamente significa proletarización,sí equivale, como ha ocurrido en tantos otrossitios, a desarraigo y desestructuración de las sociedadescampesinas. La modernidad y el progresoa costa del mundo tradicional. El mercado exigeuniformar hábitos y costumbres para que sepuedan entender obreros y patrones y para poderrealizar la producción fabril. El número de quechuahablantesdisminuye. Igualmente retrocedeel uso de la bayeta, las tejas, los alimentos tradicionales,sustituidos por las fibras sintéticas, elaluminio y los fideos. Llegan atibióticos, retrocedenlas epidemias y la medicina tradicional seconvierte en un rezago folklórico. Es evidente queno se trata de imaginar que lo pasado es siemprehermoso. Sólo quienes no han tenido el riesgo desoportar el tifus pueden lamentar la llegada deuna carretera y la implantación de una posta médicaen un pueblo. Sorteando cualquier simplismo,podemos preguntarnos qué nos pueden decirpara el presente y el futuro del país las concepcionesque se resumen en la tradición de la utopíaandina. ¿Esas ideas obedecen al mundo de la “arquelogía”de lo que ya está muerto, superado yconvertido en cosas?La utopía andina fue una respuesta al problemade la identidad planteado en los Andes después dela derrota de Cajamarca y el cataclismo de la invasióneuropea. Los mitos no funcionaron. Necesitaronentender la historia. Este problema fue vividopor los indios y los campesinos que protagonizaronlas rebeliones nativistas pero también, a su manera,lo vivieron esos sectores de la población que fueronrechazados por españoles e indios: los mestizos,los verdaderos hijos de la conquista, producto deesa orgía colectiva que fueron las marchas de las

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huestes peruleras. Hijos naturales, personas ilegítimas.A su condición étnica sumaron una difícil inserciónen el mercado de trabajo: vagos, desocupados,marginales. El estereotipo los identificó congente pendeciera, dispuesta a cualquier revuelta.En el siglo XVI eran una minoría. En el siglo XVIIIserán más del 20% de la población. En el siglo XX,en el último censo (1940) en el que se usaron categoríasraciales, los mestizos aparecen confundidoscon los blancos, siendo ambas categorías más del53% de la población nacional. Es de suponer que yaeran más numerosos que los indios y que conformaban,por lo tanto, la vertiente principal de la poblaciónperuana. Urbanización y migraciones han significadoen el Perú incremento del mestizaje. Procesode cholificación, como diría Varallanos.El predominio mestizo aparece asociado tambiéncon la mayoritaria población juvenil del país.Pero eso no significa que del siglo XVI a la fecha losproblemas de identidad colectiva hayan sido resueltos.Más bien, lo contrario. La crisis hará que losdesocupados y desempleados sean reclutados principalmenteentre los mestizos, igual que antes; casipodríamos decir igual que siempre. Mestizaje y juventudes casi la referencia redundante a la cuestiónde la identidad.Para las gentes sin esperanza, la utopía andinaes el cuestionamiento de esa historia que los hacondenado a la marginación. La utopía niega la modernidady el progreso, la ilusión del desarrollo entendidacomo la occidentalización del país. Hastaahora, el resultado ha sido la destrucción del mundotradicional sin llegar a producir una sociedad desarrollada.No funcionó el modelo de una economíaexportadora de materias primas. Parece demasiadotarde para ensayar el camino de Taiwán. Entonces,tal vez, sólo queda volver a mirar hacia el interior,en dirección al agro y los pueblos andinos. El desafíoconsiste en imaginar un modelo de desarrolloque no implique la postergación del campo y la ruinade los campesinos y que, por el contrario, permitaconservar la pluralidad cultural del país. Recogerlas técnicas tradicionales, los conocimientos astronómicos,el uso del agua.... ¿Populismo? ¿Romanticismo?No se trata de transponer las organizacionesdel pasado al presente. Sin negar las carreteras,los antibióticos y los tractores, se trata depensar un modelo de desarrollo diseñado desdenuestros requerimientos y en el que no se sacrifiqueinútilmente a las generaciones. El mito que reclamaba

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Mariátegui.Mito, como cualquier palabra, no tiene necesariamenteconnotación positiva; puede significartambién autoritarismo y violencia. Aunque la historiade la utopía está llena de sueños, no faltanpesadillas. En los movimientos mesiánicos, la salvaciónno depende tanto de los hombres y del ejercicioque hagan de su libertad, cuanto de la verdadrevelada: en nombre de ella se puede sobrellevarAlberto Flores Galindo,171CARETAS 2002cualquier sacrificio y se justifican todas las atrocidades.La conquista del milenio reclama un apocalipsis.Estas tradiciones se vinculan a un mundoque no ha producido el capitalismo, con su miseriay su obsesión por el progreso; pero un mundo en elque tampoco se ha generado la categoría de democracia.Reconocer un pasado no significa admitirlo.Buscar sus lecciones y tratar de interrogar desdeallí al futuro, no quiere decir prolongarlo. Un proyectosocialista utiliza cimientos, columnas y ladrillosde la antigua sociedad, junto con armazonesnuevos. El verdadero problema es saber combinarprecisamente a lo más viejo con lo que todavía nisiquiera existe. Solo así el socialismo será una palabrarealmente inédita. Entonces, hay que pensaren una utopía distinta donde el pasado no cierre elhorizonte y que nos permita entender nuestra historia,edificar una identidad colectiva pero, sobretodo, poder cambiar a esta sociedad.Queda claro, entonces, que no estamos proponiendola necesidad de prolongar la utopía andina. La historiadebe servir para liberarnos del pasado y nopara permanecer –como diría Aníbal Quijano– encerradosen esas cárceles de “larga duración” queson las ideas. Las creaciones del imaginario colectivoson instrumentos sobre los cuales los hombresnunca deberían perder su control. Dominados porfantasmas, es imposible enfrentar a cualquier futuro.El desafío consiste en crear nuevas ideas y nuevosmitos. Pero es evidente que tampoco se tratade tirar todo por la borda y prescindir del pasado.Si el tema de la utopía andina interesa hoy en díaes porque hay más de una similitud entre las circunstanciasactuales y aquellas otras que generaronesa idea. El Perú de fines de los años ochentavive en medio de un nuevo enfrentamiento entre elmundo andino y occidente que, en este caso, equivalea modernidad, capitalismo, progreso. Un encuentro

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similar se produjo en los años ’20. Antes,retrocediendo en tiempo, estas encrucijadas históricasse dieron, primero en el siglo XVI y despuésen el siglo XVIII, que precisamente junto con el sigloXX han sido coyunturas intensas en la producciónde utopías en el espacio andino. Pero, a finesdel presente siglo es, además de un encuentro reiterado,un momento en el que la cultura andina pareceubicada finalmente a la defensiva, en una situaciónprecaria, amenazada por la tendencia a la“uniformización” que el mercado interno y el capitalismobuscan siempre imponer. Lo andino, sinembargo, ha dejado de ser sinónimo exclusivo detérminos como indígena, sierra, medios rurales.Las migraciones han generado el fenómeno sin precedentesdel descenso masivo de los hombres andinosa la costa. Ha terminado ocurriendo el vaticiniode Luis Valcárcel pero sin sus rasgos apocalípticos.Estos hombres reclaman respuestas nuevas.Milenarismo y mesianismo gravitan en el Perúporque aquí la política no es sólo una actividad profana.Como tantas otras cosas en este país, estátambién condicionada por el factor religioso. De allíla importancia de lo irracional. Las utopías puedenconvocar pasiones capaces de arrastrar o conducir alas multitudes más allá de lo inmediato, hasta intentartomar el cielo por asalto o arrebatar el fuegoa los dioses. Pero esta mística se convierte fácilmenteen fanatismo y en rechazo dogmático dequienes no la comparten. Subyace una vertiente autoritariaque a su vez genera los desbordes violentos.En el pueblo de Coropaque, provincia de Espinar(Cusco), el año 1947, un campesino de 52 añosllamado Silverio Arovilca le explicaba a un maestrode escuela de qué manera podría convertirse en unarealidad la esperanza utópica: “... la única forma dereformar y reorganizar el imperio es exterminandoa todos los blancos, el odio para con el mestizo eratan grande que no podía ver ni siquiera a un perroblanco, porque decían que era el espíritu o el almade los españoles, para terminar con todos hay quematar a los dos”. La cita, aparte de ilustrar el rechazoal mestizo, entiende el cambio como la supresióndel estamento dominante. Es evidente que setrata de la imagen invertida de lo que hasta ahoraha sido el orden republicano. Pero el odio acumuladopermite sustentar a una sublevación; no necesariamentela construcción de una sociedad diferente.La eficacia de una clase dominante se expresa enúltima instancia en su capacidad para introducir

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sus valores y concepciones entre los dominados.Cuando lo consigue, puede abrigar la esperanza deuna victoria postrera: que el nuevo orden, con otrospersonajes, termine reproduciendo el viejo autoritarismo.El año 1965, José María Arguedas editó un relatoque él mismo había escuchado de boca de un campesinode Catca (localidad del Cusco). Se trataba deEl sueño del pongo. Allí se ofrece una imagen determinadade la sociedad presente, del cambio y deuna posible alternativa futura, que pareciera con-La Tradición AutoritariaCARETAS 2002 ,172firmar los temores indicados líneas atrás. En efecto,la relación entre el gamonal y el pongo, basadaen la explotación total y en la humillación cotidiana,puede cambiar, pero mediante la intervenciónde un factor externo a los mismos personajes, encarnadoen “nuestro gran Padre San Francisco”que, al final de ese relato, ordenará al patrón quelama al siervo cubierto de excrementos. La realidadinvertida. El explotador abajo y el dominadoarriba. Cambian los personajes pero no desaparecela humillación. Las estructuras siguen siendo lasmismas.El sueño del pongo resulta compatible con laconcepción andina del “pachacuti”. Pero el socialismono sólo busca el cambio. Persigue algo queno estaba presente en la cosmovisión prehispánica:la edificación de un nuevo orden. Es ésa la únicamanera de abolir no sólo a los explotadores, sinoa la explotación.Las pasiones –aunque necesarias– a veces nopermiten llegar tan lejos. En la historia de los movimientosmilenaristas y mesiánicos hay un episodiorecurrente: el fanatismo termina lanzándoloscontra fuerzas muy superiores al margen de cualquierconsideración táctica. El estado de tensiónpermanente al que están sujetos sus miembros losimpele a buscar el fin lo más rápido posible. Esamística que constituye su fuerza moral puede convertirseen su flanco más débil. “Y es que –señalaEric Hobsbawm– si no se le injertan las ideas adecuadasacerca de la organización política, de la estrategiay de la táctica, y el programa conveniente,el milenarismo naufraga inexorablemente”. Perootro desenlace podría avizorarse si a la mística milenaristase añade el socialismo moderno con su capacidadpara organizar, producir programas estratégicosy moverse en el corto plazo de la coyunturapolítica. En otras palabras, si la pasión se amalgama

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con el marxismo y su capacidad de razonamiento.Esta es una mezcla altamente explosiva en un país que tiene, además, como telón de fondo a la miseriay las imposiciones de unos pocos. Y si no esnecesariamente eficaz –la historia no garantiza anada ni a nadie– por lo menos puede generar unmovimiento más consistente y menos efímero queaquéllos abandonados a sus propias fuerzas