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Mpro-Campanella-Bacon UTOPIAS DEL RENACIMIENTO

El prestigioso modelo del Plat611 de la Republics y de las Leyes, aunado mas de una vez al estirnulo del descubrimiento de America. produce en 10s

siglos XVI y XVlll una serie de obras entre las que hay tres -las contenidas en este volumen- cuya

inmortalidad esta asegurada. "La ancha respiraci6n del Renacimiento corre por estas obras -escribi6

Alfonso Reyes-: libertad y cultura. alegrla de pensar, y de pensar bien."

Luego del agudo estudio preliminar de Eugenio h a z , Topia y Utopia. en el que sit4a las obras en

el context0 del humanism0 y aun esboza su destino en posteriores filosofias. figura en primer tCrmino. como indiscutido modelo de su gCnero. la Utopia

de Tombs Moro, canciller de lnglaterra y humanista cristiano. La ciudad del Sol, singular

concepci6n de Tommaso Campanella, precede a la Nueva Atlhntida, en la que Francis Bacon. figura

tan importante en la fundaci6n de la ciencia moderna, combina sus suefios cientificos con no

pocas nociones filos6ficas. w %-

No puede subestimarse la trascendencia de esta = compilaci6n: en efecto, aparte de que su 2

conocimiento es imprescindible para cualquier 3 estudio del Renacimiento, ha sido muy considerable; su influencia en tiempos mas pr6ximos a nosotros. 2

Por 4ltimo. la pulcritud de las versiones al ;d castellano conserva la altura literaria de 10s f

originales: no hay que olvidar que Bacon esta entre $ 10s mkimos estilistas de lengua inglesa. 9

En la portada: Fragment0 de Milagro de la cruz raida en el canal de San Lor~nzo. Gentile Bellini.

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OOLECCI~N POPULAR

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UTOPfAS DEL RENACIMIENTO

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Traduccidn de la Utopia: AGUST~N MILLARES CARLO de La Ciudad del Sol: ACUST~N MATEOS de la Nueva Atlintida: MARCARITA V. DE ROBLES UTOPIAS

del Renacimiento Tomis Moro: Utopia

Tomaso Campanella: La Ciudad del Sol Francis Bacon: Nueva Atlhntida

Estudio preliminm de EVGENIO IMM

-

POPULAR

FOND0 DE CULTURA ECONOMICA M ~ C O

Page 5: Moro Utopia FCE

Primera edici6n en latin de Utopia, de Tomis Moro, 15 16 Primera edici6n en latin de La Ciuaizd del Sol, de

Tomaso Campanella, 1623 Primera edici6n en ingles de Nueva Atlbntida, de

Francis Bacon, 1627 Primera edici6n en espaiiol, 1941

Decimoquinta reimpresi6n. 200 1

Se prohibe la reproducci6n total o parcial de esta obra -incluido el diseiio tipogdfico y de portada-, sea cual fuere el medio, electrdnico o mecinico, sin el consentimiento por escrito del editor.

Comentarios y sugerencias: [email protected] Conozca nuestro catAlogo: www.fce.com.mx

D. R. 0 1941, FOND0 DE CULTURA ECON~MICA D. R. 0 1987, FOND0 DE CULTURA ECON~MICA, S. A. DE C. V. D. R. 0 1995, FOND0 DE CULTURA ECON~M~CA Carretera Picacho-Ajusco 227; 14200 MCxico, D. F.

ISBN 968-16-0536-5

Impreso en Mexico

TOPIA Y UTOPIA

Entonces d buf6n empez6 a bromear en serio, y ahf estaba en su elemento.

UTOP~A: no hay tal lugar, traduce Quevedo en el pr6logo a la versi6n, expurgada, que en 1627 hizo don Ger6nimo Antonio de Medinilla y Porres de la obra de Tombs Moro. News from Nowhere pone como titulo a su obra moruna William M e rris, en el siglo wr, escogiendo de esta manera entre Moro y M a n y ponitndonos ut6picamente de bruces ante la actua- lidad de Moro.

Por lo del lugar imaginario la palabra y concept0 utopia, utbpico, se han contagiado de quimera y la infecci6n ha sido constatada por 10s doctores a1 diagnosticar la diferencia entre socialismo ut6pico y socialisrno cientlfico. Y, asi, resulta ut& pic0 lo que, para la ciencia del dia, no es cientifico, descui- dando que fue la ciencia de su tiempo la que dio origen a la UtMfd.

A1 hablar de utopia todos pensamos, rernontando fuentes, en la Repliblicd de Plat6n. Como pensaron 10s mismos Moro y Campanella. Y, sin embargo, la utopia de Plat6n no esti en la Repliblica, sin0 en las Leyes. A1 final del Libro V de la Re- ptiblica, Plat6n, como tantas veces, pone 10s puntos sobre las ies. Los interlocutores de S6crates le han ido escuchando su plan de rephblica perfecta y se muestran encantados. Pero. . . ies posible semejante repriblica? "Si yo me abandon0 un ins- tante, responde S6crates, viene sobre mi vuestro ataque, y un ataque implacable. A duras penas me he librado del primer0 y del segundo asalto, y me parece que no os dais perfecta cuenta de que este tercero es el mbs fuerte y peligroso. Rece nocerkis luego que era natural cierto temor y vacilaci6n ante una proposici6n tan extraordinaria como Csta que ahora tengo que explicar e investigar." En el sobresalto que siente Plat6n siempre que se le invita a trasponer el puente entre el mundo

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de las ideas y el mundo sensible, el mismo sobresalto que le harP exclamar desputs de relatar el mito de la caverna: "iS610 Dios sabe si mi vislumbre es cierta!" Sobresalto que desvela su angustia metafisica. " ~ E S que un pintor, desputs de haber delineado con arte consumado el ideal de un hombre per- fectamente bello, seri el peor porque es incapaz de mostrar que un hombre semejante pudo haber existido nunca? Cier- to que no seria el peor. Pues bien, jno estamos trazando en palabras el modelo de una republica perfecta? jY sera nues-

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tra teoria una teoria inferior porque seamos incapaces de pro- 3 bar la posibilidad de una ciudad ordenada en la mancra des- crita? -2Es que es posible ejecutar una cosa tal como ha I

sido descrita? ~ E s que la palabra no expresa mis que el hecho, I

y lo real, piensen lo que quieran 10s hombres, no queda siem- pre, en la naturaleza de las cosas, por debajo de la verdad? No tentis, pues, que insistir en que os pruebe que la rep& blica real coincidirh en todos sm aspectos con la idea: si somos capaces de dmubrir c6mo una ciudad puede ser go- bernada de manera aproximada a la que nosotros proponemos, tendrkis que admitir que hemos descubierto la posibilidad que me ~edis."

Y la manera como una ciudad puede ser gobernada acer- dndose, "siendo casi" -inmensidad de un casi: el chorismos o abismo que separa a 10s dos mundos- la rephblica perfecta es "que 10s fil6sofos Sean reyes o 10s reyes y principes de este mundo tengan el espiritu y poder de la filosofia". Lo inismo que repetirh en su conocida sdptim egfstola, de su senectud, cuando confiesa su desencanto juvenil con la carrera politica, por la que habia smtido tan profunda vocaci6n. Si no se atiende a este consejo politico "jamis las ciudades podrLn despojarse de sus males -no, ni tampoco el gtnero humano, s e g h creo- y s610 con 61 esta nuestra republica tendrh una posibilidad de vida y verh la luz del dia".

Si Plat6n en la Re@iblica habla como fil6sof0, en las Leyes como fildsofo-ley. Aqui est5 su utopia: su Rephblica de "no hay tal lugar" pero "puede haberlo", por ejemplo, cuando se trata de fundar una colonia; su programa de acci6n: "seria dernasiado pedir a hombres nacidos, alimentados y educados como lo son hoy dia, que nuestros ciudadanos repartan

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entre si la tierra y las habitaciones" (Leyes, Libro V). Utopia y no quimera, realidad y no idea: pensamiento terrenable, como la Utopia de Moro.

La confusi6n se alimenta de dos fuentes: Arist6teles, en su Politics, hace la critica de la comunidad de bienes y de mujeres, es decir, de la republica ideal de Plat6n, bashdose en su irrealizabilidad o ultraterrenidad. Ahora bien: Pla- t6n no proyecta esa comunidad en la utopia de sus Leyes. Aristbteles, merced a su querencia empirica, ectoplasmiza las ideas y arremete contra fantasmas. La otra fuente de confu- si6n esti en el mismo Moro. En las liltimas piginas del primer libro de la Utogia encontramos el pendant perfecto del pa- saje referido del Libro V de la Repliblica. Su anilisis nos daria la intencibn esencial del libro y dc lo ut6pico y, a1 mismo tiempo, la comunidad gentrica y la diferencia especifica con lo que hemos designado como utopia plat6nica. El portu- guts del cuento -Rafael Hitlode- que relata y presenta como ejemplo lo visto por 61 en Utopia, exclama en el curso de la conversaci6n: "Eso pensaba yo a1 decir que no hay lugar ante 10s principes para la filosofia." Y el mismo Moro replica: "Si que lo hay, per0 no para esa filosofia especulativa que hace que todo sirva para todos 10s tiempos." Existe otra filosofia del "ma1 menor" que pcrmite gobernar la nave del Estado en las borrascas constantes de la vida. Pero el utopista modemo, Hitlodeo-Moro, no fia de la receta que Plat6n conserva, como ilusi6n de juventud, a pesar del desengafio con Dionisio, ni admite, cristianamente, el malmenorismo: la aborrascada vida de su tiempo, el maquiavelismo mant In leftre de 10s principes y del Papa, la voracidad de tierras de 10s se- fiores ingleses -"los corderos se comen a 10s hombres"- le han ensefiado a no esperar nada de la conjunci6n plat6nica rey-fil6sof0, porque la ralz de todos 10s males, seglin ha visto este cristiano, abozado de 10s ricos mercaderes de Lon- dres, esti en la propiedad privada. Y aqui viene la confusi6n otra vez: "cuando peso todas estas cosas [los abusos que vie- nen de la propiedad privadal en mis pensamientos, me hago cada vez mris partidario de Plat6n y no me asombra que no quisiera hacer leyes para aquellos que no quisieran someterse a una comunidad de todas las cosas". Pero ya sabemos que

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Plat6n hizo leyes, precisamente, para 10s que no podian so- meterse a la comunidad de todas las cosas: para los griegos de su tiempo. La utopia, con Moro, aumenta sus preten- siones y la filosofia las rebaja. El Mundus Novus de Amt- rico Vespucio habla de pueblos que viven en comunidad y desprecian el oro,' cosas que a un cristiano exasperado le ha- cen pensar en la comunidad apost6lica. El filbofo, seghn Platbn, lucha pattticamente con la ciudad. El que no haya habido ciudades organizadas por la idea de comunidad ha traido efectos catastr6ficos para la filosofia y para 10s fi16- sofos. Las naturalezas m6s nobles, destinadas a1 oficio he- roico de la filosofia, o se corrompieron en contact0 con la politica convirtitndose en las mayores criminales, o se hicie- ron inlitiles por el destierro o la abstenci6n. Asi se vio la filosofia invadida de intmsos, que buscaban el brillo de su renombre. Pero cuando la ciudad estk organizada el fi16- sofo le seri deudor y entonces se le pod& exigir que, lue- go de haber contemplado la cegadora luz del Bien, baje a la oscuridad de la caverna a guiar a 10s hombres encadena- dos, enseiiindoles a descifrar el lenguaje de las sombras. El escepticismo de Moro por la filosofia especulativa y por el fil6sof0, tiene una supercompensaci6n en su fe en la phi- losophia Christi, y asi, la imitaci6n secular de Cristo exige mis que la imitaci6n er6tica de la idea, y su utopia se atreve con lo que no se atrevi6 la de Plat6n: con la comunidad de bienes.

Los corderos se comian a 10s hombres y el filbofo cris- tiano no quiere que 10s hombres sean comidos por otros hom- bre disfrazados de corderos. Esto, desputs de Cristo, tiene que ser posible: por eso Hitlodeo le dice a Moro, es decir, Moro se dice a si mismo: si usted hubiera estado en Utopia. El fil6sofo cristiano, el humanista cristiano ha estado en Uto- @a, ha estado en el otro mundo, en el Nuevo Mundo vespu- ciano. Su philosaphid Christi no le ha llevado a la regi6n de las ideas casi -inmemidad de un casi- realizables ni a la in- visible y celestial ciudad de Dios sino a la corp6rea y terrenal

1 "Los pueblos viven con arreglo 2 la naturaleza y nejor 10s llamadamos epichreos que estoicos.. . N o tiene,, propiedad alpna sino qoe todas son wmunes." (Citado por J. H. Lupton en su introducci6n a la Utopfd.)

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de 10s hombres, a Utopia, donde 10s hombres viven real y verdaderamente, terrenal y ut6picamente en cr is t ian~.~

De Erasmo viene aquello de que no hay diferencia entre consejos y mandatos. Y Alfonso de Valdb, gran erasmiano, dird: "iQut ceguera es tsta? Llamimosnos cristianos y vivi- mos peor que turcos y que bnltos animales. Si nos parece que esta doctrina cristiana es alguna burleria ipor qut no la dejamos del todo?" E Hitlodeo-Moro, en estas piginas que comentamos: "Si hay que silenciar mmo ins6lito y absurd0 cuanto las perversas costumbres de 10s hombres han hecho parecer extrafio, habria que disimular entre 10s cristianos mu- chas cosas enseiiadas por Cristo, cuando G1, por el contrario, prohibi6 que se ocultasen y mand6 incluso predicar las que susurr6 a1 oido de sus discipulos." Eran tiempos terribles, como todos en 10s que el mundo del hombre, la historia, rom- pe las duras cortezas del pasado y por las grietas rezuma acre- mente la lava que formari las futuras tierras de cultivo. Las ideas m6s hondas, tenidas por tales, descubren sus secas rakes y s610 10s ut6picos se preocupan de preservar la simiente.

Homanista cristiano. Erasmista. "La palabra 'humanitas' naci6 en aquella tertulia culta de Augusto donde la filosofia griega encontr6 cobijo y la literatura romana protecci6n. Todo fue bien mientras el concept0 cristaliz6 en la palabra griega 'philantropia' per0 a1 querer traducir tsta a1 latin, sur- gieron las discusioncs. Cicer6n fue el inventor de la palabra humanitas' y en sus obras, puesta de moda, rueda con ver-

dadera fmici6n de inventor. No es cierto, sin embargo, como Varr6n afirma, que para el orador romano 'humanitas' fuese simplemente 'sentimiento que nos inclina a favor de la Huma- nidad'. Cualquiera que haya leido 10s escritos ciceronianos habr6 podido obsewar que aquel ttrmino significa tambitn lo que nosotros llamamos hoy 'formaci6n humanistica'. Por lo dernhs, la palabra y su contraria 'inhumanitas', con 10s adje- tivos correspondientes, fueron abritndose camino y desern- bocaron con todo su doble sentido en Stneca, maestro inme- diato de todos 10s que despuCs han recibido el calificativo de

2 Moro, apenas contrariada su vocaci6n franciscana, dio unas lecturas sobre la Ciudad de Dios de San Agustin; m8s avanzado en edad y ya perfecto homanista cristiano, escniirh la Utopia.

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'humanistas'. En este sentido se encuentra en E;rasmo y en su amigo Vives."

Sabemos, asi, que las humanidades tienen que ver con la humanidad y Csta con el amor a 10s hombres y tambiCn que, si decimos humanism0 cristiano, l q hemos bautizado, pero no con un nombre sino con un adjetivo. En rigor: humanitas = filantropia. Humanidades: aquellos estudios que fomentan y depuran la filantropia o amor a 10s hombres. Humanista, el que florece en estos estudios de amor. Humanista cristiano: humanista bautizado pero adjetivamente: quiere decirse que, iluminado por la caridad, podrh transfigurar, divinizar su fi- lantropia per0 nunca ensombrecerla equivocamente con el fulgor de la gloria de Dios.

Moro ha estado en Utopia. iHan estado tambiCn Eras- mo, 10s ValdCs, Vives? Si y no. El pensamiento hurnanista cristiano es, fundamentalmente, ut6pico: su utopia, su pro- grams de acci6n es la philosophid Christi. El irenismo eras- miano traza el camino imperial de la minima unidad cristiana de doctrina y hace todo lo posible y lo imposible, en su visi6n "dantesca" de la situaci6n, para que el emperador obligue a1 Papa a convoar un concilio. La dieta de Augsburgo da la ra- z6n a 10s fandticos. La suerte esth echada y preparado el camino real para el Concilio de Trento: contra-reforma, pala- bra no reconocida todavia por el diccionario de la Academia. Como sefiala muy bien Bataillon, hubo en el grupo erasmita un actuante mesianismo imperial, secular y pacifista. Adernds de la Que~elkt Pacis de Erasmo tenemos dos grandes monu- mentos: el Concordia y discordid de Vives y 10s Didlogos de Alfonso de ValdCs; el De compfis Artibus y el De tradendis Discifiliniis son la utopia pedag6gica de Vives; en el Didbgo de doctrina eristiana de Juan de ValdCs tenemos la utopia es- trictamente religiosa. Pero cifihmonos a las utopias politicas. E n 151 5, Erasmo, nombrado consejero del archiduque Carlos, gobernador de 10s Paises Bajos, escribe para el joven soberano la Iizstitutio Principis Christiani. Hacia el afio 1529 debemos colocar la redaccicin definitiva del Didlogo de Mercurio y Car6n de Alfonso de ValdCs, que contiene la asombrosa his-

3 Laureano SB~~chez Gallego en su Introducci6n a la nni6n del Con- cordio y dkmrdia de Luis Vives. (Ed. Seneca, Mhico.)

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toria del rey Polydoro. En vez del politico-fil6sof0, del rey- fil6sofo plat6nic0, tenemos a1 rey-fil6sofo cristiano. Polydoro se ha convertido de un cristiano de tantos en un verdadero cristiano, en un cristiano ut6pico y es, asi, un rey-filbofo cris- tiano. En vez de la organizaci6n detallada de las Leyes tene- mos un espiritu de paz y justicia, radical, secularmente cris- tiano. Como nos dice el mismo ValdCs, 61 quisiera que todas las cosas fueran buenas en este mundo (Didlogo acerca de las cosds que ocurrieron en Roma). Pero siendo ut6picos ValdCs y Erasmo no han estado en Utopia, ese 'lugar que no hay" pero adonde podria irse. Porque es un lugar, pues no se halla, como la Repziblica, en el mundo inteligible, ni, como el reino de Polydoro, en el de la conciencia, sin0 en este mundo te- neno y lugareiio. "Si usted hubiera estado en Utopia con- migo y hubiera visto sus leyes y gobiernos, como yo, durante cinco aiios que vivi con ellos, en cuyo tiempo estuve tan con- tento que nunca 10s hubiera abandonado si no hubiese sido para hacer el descubrimiento de tal nuevo mundo a 10s euro- peos, usted confesaria que nunca vio un pueblo tan bien constituido como aquCl."' La utopia de Moro es institucio- nu1 y, por ello, menos ut6pica, en el sentido banal del vocablo, que la de sus colegas Erasmo y Valdb: que no haya propiedad privada para que la ambici6n7 que hace del Estado una cons- piracidn de 10s ricos, quede cercenada y asi restablecida la comunidad, y que haya una libertad religiosa que, cristalizan- do en una religidn natural universal, haga ociosas las facciones y asegure de este mod0 la unidad de la comunidad.

Por entonces Amhim Vespucio descubria el Nuevo Mun- do a 10s europeos. La presencia de AmCrica ha hecho surgir la utopia, ha hecho posible el viaje de Hitlodeo, compaiiero imaginario de AmCrico Vespucio. Rafael Hitlodeo -"hdbil narrador7'- habfa viajado, nos dice Moro, mejor que a lo Ulises, a lo Plat6n. Pero Plat6n puso entre el mar y su uto- pia la distancia de quinientos estadios. Rafael, con Vespucio,

4 Cuenta tambih Vespucio: "Viven sin 1 9 y sin ninguna clase de sobera- nia y cada uno es su propio duefio." Lo que nos muestra que la mente de Moro, como la de la +om, estaba 'predispuesta" para ciertas suptiones y no para o m . Ni siquiera para Rousseau sed un ideal este tipo de "salvaje". El Controto social no es precisamcnte la consagradbn de la anarqula sino todo lo mhario.

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busc6 por el mar. Bus& la Atlintida que Plat6n nos da por perdida para siempre. En el Timeo evoca la Atlintida, pero no lo hace a1 desarrollar el mito cosmog6nico del demiurgo sino a1 comienzo del diilogo, a1 resumir el anterior, que fue un diilogo politico. Siempre que el filbofo se pone a excavar 10s verdaderos cimientos de la ciudad tiene que ir tan hondo que horada 10s mismos cimientos del mundo: el principio y el fin del mundo, la edad dorada y la de hierro, Cronos "pasto- reando a 10s hombres" y el mundo abandonado a si mismo, acabindose y renaciendo ciclicamente. TambiCn Campanella, a1 edificar su Ciudad del Sol, nos hab!a del principio y del fin del mundo. Y Kant, con su hip6tesis cosmog6nica, veri- ticada por Laplace, coloca la marcha de la humanidad hacia la ciudad ideal dentro de la historia deleznable del mundo. Y Engels deja temblar su visi6n quiliistica de la sociedad futura con la aprensi6n cientifica de un fin del mundo originado por la entropia. (Pr6logo a su Diale'ctica de la naturaleza.)

i Q ~ C "acto fallido" explica que Kant atribuya a Plat6n una utopia de nombre "Atlintida"? La Atlirntida redescu- bierta le sugiere a Bacon el titulo de Nueva Atldntida para su figuraci6n cientifica: "seria muy desdichado que, habiendose descubierto y revelado en nuestro tiempo ambas regiones de nuestro globo material, el globo espiritual permaneciera ce- rrado en 10s estrechos limites de 10s antignos descubrimien- tos". Y, en el Novum Organum, intcrpreta en este sentido la profecia de Daniel. El mundo, "espejo de 10s enigmas de Dios", segiln el apbtol, fue en la Edad Media el escenario donde todas las criaturas representaban simb6licamente la his- toria sagrada: la nuez era una prefiguraci6n de la Crucifixi6n y la mariposa emblema realista de la Resurrecci6n. iEn quC momento ese espejo empez6 a reflejar 10s enimas del hom- bre? i C 6 m ~ se le fue revelando el mundo como escenario de su historia? Laboriosa obra de sielos desde la culmina- ci6n del xm. Nos basta aqui y ahora seiialar que. despuCs del 0toj70 de la Edad Media, a1 europeo le hubiera consumid0 la erupci6n de la primavera renaciente de no haher inventado -encontrado-- a tiempo la Atlhntida del Nuevo Mundo. S6l0 el descubrimiento del Nuevo Mundo --el descubrimiento de la utopia- hace posible a Europa conllevar aquella Cpoca

terrible en la que. como nos dice Vives, "a causa de las con- t inua~ guerras que, con increible fecundidad, han ido nacien- do unas de otras, ha sufrido Europa tantas caMstrofes que casi en todos 10s aspectos necesita una grande y casi total res- tauraci6n". "Asi Espafia, dice Campanella, descubri6 el Nuevo Mundo para que todas las naciones estuvieran sometidas a una sola ley."

El joven investigador mexicano Silvio Zavala, en su es- tudio La Utopia de Tom& Moro en la Nueva Espafia (1937), ha llamado por vez primera la atenci6n sobre un hecho que, a mi entender, reviste extraordinaria importancia: la influen- cia de la Utopia de Moro en 10s "hospitales" fundados por don Vasco de Quiroga. Ha llamado la atenci6n y ha puesto en evidencia documental el alcance de estas influencias. Para cualquiera que conozca las diversas interpretaciones, sin que falten las banales, que ha recibido el "utopismo" de Moro, este estudio de Zavala aporta un dato significative: que la Utopia de Tomis Moro ha sido, ademis de la primera, la pri- mera tambidn que, con anticipaci6n de siglos, es ensayada en la prhctica y en suelo de AmCrica. Y que quien la ensaya, gran amigo del erasmista francisco padre Zumhrraga, primer obispo de la Nueva Espafia, lo hace con plena conciencia de la intenci6n "prfictica" de Moro y con intuici6n fresca de que 6ste escribi6 la Utopia por haber conocido las condiciones de America.

Constantemente se le derriten 10s puntos de la pluma a Vasco de Quiroga a1 escribir en su Informaci6n en derecho (1531) que 10s indios son "blandos como la cera". Materia acuiiable, como el infantilism0 que nos recomienda el Evan- gelio. No quiere decir esto que Quiroga se haga ilusiones sobre la bondad de 10s indios. Pero tampoco se las hace sobre la edad de "hierro y acero" en que vive Europa. En Utopia no hay hierro ni tampoco, por entonces, en AmCrica, donde 10s hombres viven todavia en la edad d ~ r a d a . ~ Utopia es una isla. Su capital Amauroto, esti, como Londres, a orillas de

6 "Porque no en van0 sino con mucha causa y raz6n b te de ac6 se llama Nuevo Mundo, y eslo Nuevo Mundo, no porque se ha116 de nuevo sino porque es en gentes y cuasi en todo como fue aquel de la edad primera y de oro, que ya por nuestra malicia y gran codicia de nuestra naci6n ha venido a ser de h i m y peor." (Vasco de Quiroga, atado por Silvio Zavala.)

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un rio que la pleamar hace salobre. Se diria que ese "lugdr que no hay" es un pais superpuesto, en el suefio, con el doble perfil prometedor del cuarto c~eciente, diagrama de la inter- secci6n de dos mundos. Un lugar que no hay, porque est6 en dos lugares, en Inglaterra y en AmQica, en dos mundos, el Viejo y el Nuevo, es decir, en todas partes, como el universal deseo lit6pico. El primer libro de la Utopia, actualista y cri- t i c ~ , insiste en el Viejo Mundo y el segundo, powenirista y normative, en el Nuevo.

La edad dorada, de Heli6polis que nos revela Diodoro, tan reeditada en esta dpoca por la incitaci6n de Amtrica, la adimica de 10s cristianos, para 10s humanistas cristianos estl prefigurada, mAs bien, pot la vida de la primera comunidad cristiana. Si a 10s utopianos les complace la religi6n de Cristo es, sobre todo, porque encuentran Ia vida de esa comunidad muy parecida a la suya. Este es el punto en que el pensa- miento humanista cristiano va m6s a116 de si mismo y llega a secularizar, terrenar o utopizar el dogma de la redenci6n y a materializar la invisible ciudad de Dios. La naturaleza hu- mana ha sido restaurada por Cristo; el cristiano time o debe tenet, si responde a su titulo, su naturaleza humana rescatada. El cristiano, pot primera vez, puede set plenamente hombre. Puede, con la caridad, prolongar el amor a 10s dernls hombres que la naturaleza ha puesto en su seno hacihdole sociable. Es menester, pues, que lo sea plenamente: como el rey Poly- doro, como 10s habitantes de Utopia. "Si nos parece que esta doctrina cristiana es alguna burleria lpor qut no la dejamos del todo?"

En el pasaje de Moro a que nos hemos referido, captamos en vivo la diferencia entre el sofos pht6nico y la cordura hu- manist~. Entre la Repziblica y la Utopia. Entre las Leyes y la Utopia. Entre la bdZeia estoica y la erasmiana. Entre la ciu- &d de Dios y la ciudad del hombre o UtMia. Entre el mal- menorismo jesuita y el bienmayorismo erasmiano. Entre dos "humanismos", el que trata de regir el mundo, a la mayor gloria del hombre, en nombre de la philosophia Christi y el que, a la mayor gloria de Dios, hace, entre sus "concesiones a1 siglo", la del humanismo.

En Amtrica y Espaiia estos dos humanismos se combaten

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acerbamente hasta que, con el triunfo del protestantismo en el norte de Europa, se precipita el del antierasmismo en el sur.0 Estuvo en un tris -inmensidad de un tris- que no fue- ra asi. Los primeros afios de la conquista conocieron en Nueva EspaAa el verdadero humanismo, el de raices humanas y humanistas. Zumhrraga y Quiroga manejaron un ejernplar de la Utopia (Basilea, 1518) que lleva anotaciones platoni- zantes a1 margen y que no ha sido manipulada como la edici6n de Lovaina de 1565 que posee ahora la Biblioteca Naciona1.l En 1550 fue la dlebre controversia de Valladolid sobre 10s derechos de conquista. Controversia teol6gica que, aun en sus lineas apost6licas mls puras -Las Casas- no pudo salvar el perfil de su Sombra: concept0 de guerras justas e injustas, atribuci6n de soberania a1 Papa. Pero Vives, en su Concordid, anuncia un libro: "quizh dc aqui proceda que nuestros con- quistadores pensaron que 10s indios del Nuevo Mundo no eran hombres, de cuya injusticia pienso tratar en otro traba- jo". No lo escribi6 o se ha perdido, el caso es que la ausencia de este libro, del autor que dijo que la distinci6n entre gue- rras justas e injustas era una "trampa" por donde se colaban todos 10s principes guerreros, sefiala un vacio en la historia de America que hay que llenar con el pensamiento. En nom- bre de la caridad, y en el de Arist6teles, el "humanista" Se- piilveda justifica el derecho de 10s espaiioles sobre 10s indios por ser aqudllos de "ingenio m6s elegante". Vitoria duda en este punto, per0 no en el de la religi6n: en nombre, tambih, de la arid ad.^ En nombre de la caridad -+hilosophia Chris- ti- proponia Erasmo que a1 bautizado se le preguntara, ya mayor, si queria continua1 en la religi6n de sus mayores. E n ese mismo nombre implanta Moro en Utopia la tolerancia con 10s ateos. Tenia raz6n aquel buen Padre que, en la re- uni6n famosa de Valladolid -1527- en que se discuti6 la ortodoxia de Erasmo, se deshizo de las sutilezas cultas de 10s

0 Alfonso Reyes, que me ha sugerido lo de la inwneidn de Arn&ca, bace tambih una indicaci6n certerlsima a1 hablar, en un ensayo sobn ErPrmo, de 10s "padres izquietdistas de Am6rica".

7 Debo la noticia a mi amigo Silvio Zavala. 8 Conocido es el antierasmismo de Sep6lveda y en cuanto a1 pmmb

erasmismo de Vitoria vbse Bataillon: Erasmo y Espuf&, Z* ed. (Fondo de Cultura Econ6mica, M&co, 1966).

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erasmistas con el argument0 ad hominem de que 61 ataba se- guro que el Cristo en que creia no eta el mismo en que creia Erasmo. En efecto, dos philosophia Christi y, pot consiguien- te, dos imitatio C h M .

Philosophia Christi o evangelium aetemum, como se habia dicho dos siglos antes durante el movimiento franciscano. El movimiento erasmista fue un movimiento fideista. No es me- nester desfigurar 10s hechos hist6ricos para sacarles todas las consecuencias. Basta con set consecuente. La controversia de las dos verdades atraviesa todo el pensamiento medieval como la disputa de las dos potestades toda su vida politica. Cuando ese pensamiento se estabiliza momentbneamente con la escolitstica la racionalizacibn ha llegado a su limite y la fides qumens intellecturn descansa con la obra logtada. Los misterios son impenetrables a la deficiente raz6n humana pero no irracionales. La invisible ciudad de 10s elegidos se esta- mentaliza o estatiza con el Rkgimen de prfncipes. La linea contraria, que se habia dalizado subtedneamente, aflora pu- juante con un Scoto y un Ockham y, despub de consagtar el arbitrio divino, enttega el mundo y el Estado a la taciona- lidad del hombre. La bisectriz la ttazan 10s erasmistas con su empeiio racionalista y desmisteriador, con su fihilosophia Christi, filosofh en la que la pmdencia, como dice Vives, se ha hecho cordura. En el segundo libro de la Utopia nos cuenta Tomls Moro por boca de Hitlodeo que, a1 tratar de averiguar en quC consiste la verdadera dicha y, pot consi- guiente, la verdadera moral, 10s utopianos maclan con la filo- sofia, que se sitve de razones, 10s ptincipios de su severa reli- gi6n, porque la raz6n humana es "insuficiente y dkbil para averiguar la vetdadeta dicha". Pero esta raz6n humana, tan deficiente, reclama, para su adhesibn a 10s principios que le presta la religih, el poder fundarlos en raz6n. La terminal de esta trayectoria, la de la religi6n natural, la encontrare- mos en Kant que, a1 someterse a la religi6n a 10s limites de la pura raz6n, la fundamentad en la razbn pura prdctica. Los dogmas de la religibn ctistiana sitven a1 propdsito prdctico y se mantienen en la medida en que este setvicio 10s reclama: Dios y la inmortalidad como realidades pra'cticas y la vida de Jes6s como paradigma m o d . A la philosophia ChTisti corres-

ponde una imitaci6n de Cristo que, como puede verse en la Utopia, tiene muy poco del sombrio ascetismo kempista. La naturaleza, nos dice Rafael, empuja a 10s hombres a ayudarse mutuamente y, por la misma raz6n, a que cada uno busque tambikn su propio contento como busca el de 10s dernhs. El ascetismo es respetado por Rafael, porque siempre hay que procedet con sumo cuidado en cuestiones de religi6n -Lam- so no quiso Dios set adorado en diferentes religionest- pero 10s utopianos se reirian de quien pretendiera demostrarles que la vida que llevan 10s "religiosos" que han hecho votos de castidad y de trabajos perpetuos es mhs tazonable que la de aquellos otros "religiosos" que se casan y disfrutan ho- nestamente de la vida.

El humanism0 represents uno de 10s momentos culmi- nantes en la historia del pensamiento humano. Podriamos anunciarlo como el albor de la filosofia modema y ponerlo en patang6n con el de la filosofia gtiega, y a Moro, con su muerte, a la altura de Sbcrates. Los dos mhrtires autknticos de la filosofia, testigos de la raz6n ante la raz6n de Estado, de la utopia ante la topia: fe en la raz6n o raz6n en la fe, super- posici6n exacta, en ambos casos, aunque de movimiento con- trario; descubrimiento y redescubrimiento. Moro, que es un politico, persigue a 10s herejes, a 10s fanhticos, que en su es- tolidez llenan de supersticiones la religibn, como si no tuviera ya bastantes, y S6aates7 filbofo ambulante y de plazuela, per- sigue como un tlbano a 10s politicos hacikndoles hablar para poner en evidencia su arrogante ignorancia. Por set amigo de 10s amigos de 10s tteinta tiranos la demoaacia ateniense persigue hasta la muerte a S6crates7 y la malquerencia de Ana Bolena mata a Tomas Moro. Esta puede set la explicaci6n psicol6gica, que no va a ninguna parte. La verdad que inte resa es que 10s dos mueren defendiendo la raz6n de rep& blica contra la raz6n de Estado. Y en a t e punto tocamos uno de 10s enigmas del destino humano. ~QuiCn tenia razbn? "Para lo Mgico autkntico es menester que las dos potencias en lucha estkn justificadas cada una pot su parte, que sean &as; tal ha sido el destino de S6crates7' (Hegel). Tal fue tambibn el destino de Moro: las dos potencias en pugna te- nian raz6n.

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$ d l era la raz6n que defend'ia y por la que muri6 Moro? En el rompimiento con Roma veia el fracas0 de la civiliza- ci6n europea, cuya araltaci6n es la Utopia; en la reforma de Enrique VIII y del alto clero y nobleza que le secundan, ve\la consagraci6n oficial y el exacerbamiento de las depreda- ciones que nos describe en el libro primero y que fueron la pesadilla de sus cristianas vigilias forenses, que alivi6 con el sueiio humanisimo de la Utopid. A a o tambiCn sabe c6mo se esth frustrando la gran ocasibn de ArnCrica, como lo veia ut6picamente Quiroga. En fin, 8, que no hizo otra cosa en toda su vida -y en toda su Ut+- que tratar de humanizar el fanatismo cat6lico, se encuentra con el espe&culo de Ale- mania, avispero de todos 10s fanatismos.

Sin embargo, la historia iba por ahi. TambiCn, por con- siguiente, la raz6n de Estado. Emancipaci6n de Roma, a t e soramiento de riquezas, nacionalismo; reforma, capitalismo y grandes potencias. Todo esto pedia la raz6n de Estado y para todo esto proclamaba El Prfncipe su raz6n de Estado. LSe ha reparado en que, cuando Moro nos describe a Utopia, Maquiavelo traza, con su buido estilo, el breviario de la ra- z6n de Estado, poniCndola a1 servicio de su nacionalista raz6n de Estado?

Los dos tienen la antit&ca conciencia de su obra. "Mu- chas rephblicas y principados -nos dice Maquiavelb han sido imaginados que nunca se ha visto o conocido que exis- tieran en realidad. Y la manera en que vivirnos y aquella en que debiCramos vivir son cosas tan diversas que aquel que abandona la una para entregarse a la otra esth m6s cerca de destruirse que de salvarse: porque aquel que obra con un perfecto pat1611 de bondad en todas las cosas time que per- derse entre tantos que no son buenos. Por consiguiente, es necesario que un principe que quiera mantener su posici6n, aprenda a ser otra cosa que bueno y a usar o no su bondad seghn la necesidad lo requiem." La politica europea de la @ca, sin excluir, claro esth, la de 10s antimaquiavClicos, nos dice a gritos que era Maquiavelo quien estaba en lo cierto, que tenia, por entonces, la raz6n de su parte: que era la parte del Estado y de la Cpoca. Pero ~ q u i h de 10s dos tenfa la r2- z6n del todo?

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Ego tanqumn Prometheus in Crmcclso d e t i m .

Campanella, en su apologia de la Ciu&d del Sol, comienza apoyhndose en la autoridad del mirtir Moro. La diferencia entre las dos obras salta a la vista. Si Moro instruye delei- tando con el estilo mhs sabroso, sin despegar 10s pies de su humana Utopia, conduciCndonos a ella despub de un largo recorrido doliente por 10s 6mbitos de su patria, Campanella nos coloca de rond6n a las puertas de la ciudad, nos planta en medio de su visi6n methlica y luminosa. ~ P o r quC se le ocurre, a1 hablar de la salud de 10s vigorosos heliopolitanos, decimos que padecen mucho de epilepsia, enfmedad buena para el ingenio y de la que padecieron, entre ot~os, HCrcules, S6crates y Mahoma? Las comparaciones son siempre odiosas y, en el caso de Campanella, la comparaci6n tan corriente de 10s valores literarios de la Urbs Heliuca con la Ut@, o d i ~ sisima, porque ambas son incomparable.

En esa defensa tenemos las phginas correspondientes a las comentadas de Plat611 y Moro, y asi, una perfecta trilogia donde nos marcan el sentido de sus respetivas proyecciones politicas. Tambih aqui, como en el caso de Moro, vemos muy claro el prop6sito pdctico y la idea de que no hay r e phblica que merezca ese nombre si no esta basada en la co- munidad. "Que todas las cosas Sean cornunes, como enbe amigos" decia Plat6n recogiendo el proverbio griego, senten- cia que repite tambiCn Moro. Pero 10s amigos verdaderos de Plat6n 4 i o s e s o hijos de dioses- en el twos ouranos no en su utopia de tierra adentro. Para estos cristianos recalcitrantes la tierra debe ser la patria de 10s amigos?

0 Esh idea de la comunidad es tan absoluta en Campadla, y tan absor- bente, que hasta las "cuestiones de la genuaci6n pertenecen a la religi6n pot set cuestiones del bien com~in y no del privado". Pot eso, aquella tfmida desnudez de 10s esposos en la Utopia -que a nosotros nos parece ricUcula", en Campanella se convierte en una otganizad6n meticulosa de la procreacib humana, de una paganla m h que plat6nica, pero que nada tiene de reboh frailuno (aunque se mboricen 10s puritanos censores de alguna edici6n inglesa a1 extremo de suprimir todo el maraviho pasaje subrepticiamente). Si no hay armonfa en los cuerpos'mal puede habex virtudes. Por eso tambih, la

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La comunidad paternal cristiana de Moro, que es mds bien una comunidad de oficio humano, en Campanella se convier- te en una comunidad ideal de ser, como en Platbn. Una comunidad tan una, que el mismo instinto de conservacibn nos debe llevar a ella, donde todas las funciones, como en d rg i ca comparacibn subraya Campanella, tienen la misma nobleza fundamental. Es la segunda utopia per0 la primera que establece la organizacibn deliberadamente cientifica de la comunidad. Ch'or PEterna Ragione #rid tutti i regni umani com@gna in uno che renda il caos tutte cose all'uno. El sis- tema metafisico, totocientifico, es completo; nada se le escapa a Campanella, ni siquiera la significacibn de 10s mfis extrafios parecidos, como esos peces con figura de obispo. La astrolo- gia misma la quC necesidad responde sino a la prediccibn?

Si 10s cuerpos celestes son las causas primeras de 10s f e nbmenos, es natural buscar en sus conjunciones el anuncio de lo venidero. La astrologia, en Campanella, como la alqui- mia en Bacon, at4 en 10s urnbrales de la ciencia moderna. En la parte exterior de la primera muralla circular aparece dibu- jada y descrita toda la tierra, en la parte interior las figuras matemdticas, "en mucho mayor n h e r o que las conocidas por Euclides y Arquhedes".

La Bilancetta -balanza hidrostAtica para determinar la densidad de 10s cuwpos- es el primer fruto arquimedico de Galileo, antes que el telescopio (1609) le aporte la corro- boracibn empirica de la hipbtesis copemicana y el estudio del movimiento parab6lico de 10s cuerpos arrojadizos ilustre triunfalmente la colaboracibn entre la ticnica realista y la ciencia idealists predicada por Leonardo. La astronomia de Campanella es bastante confusa; como se deja decir por el Almirante, astrologizaba demasiado pero en su sistema me- tafisico cenado time lugar preponderante el conocirniento direct0 de la naturaleza y la explicacibn matemitica, lo mis- mo que '10s maravillosos ingenios" son parte importante en la vida de 10s heliopolitanos. hombres a l a nacidos los impone el Metaffsico, Hoh, el sol en persona, jefe sqnuno de la ciudad: porque 10s nombres son las definiciones de las personas. Y cuando Campanella dispone la pintura de caballos de buena estampa para que 10s miren las yeguas, a d m L de refrnos tenemos que pensar en el "natura- lism~" de Fm. Tomaso, impregnado de matemlticas.

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La boca de Campanella esti bajo el signo de la revolu- cibn copemicana como la de Moro lo estuvo bajo el de Amtrica y las dos atravesadas por la razbn de Estado. "Asl Espaiia descubrib el Nuevo Mundo para que todas las nacio- nes estuvieran bajo una sola ley. No sabernos nosotros lo que hacemos, per0 Dios si, cuyo instrumento somos. Los es- paiioles buscaron nuevos paises por el deseo de oro y de riquezas, per0 Dios trabaja para mfis altos fines." Esto dice Campanella de la Cpoca de Moro, y de la suya: "Si usted su- piera lo que nuestros astrblogos dicen de la venidera y de nuestra tpoca, que en cien aiios de su historia lleva mfis den- tro que ha llevado el mundo entero en cuatro mil afios, de las maravillosas invenciones. . ." Pero el hombre no es sblo hijo de las estrellas sino, tambiCn, criatura de Dios, no d gober- nado sblo por la necesidad sino, tambih, guiado por la m e tafisica:

"Si no hubiera ninguna causa sobre nosotros, podias darnos algo t4, Maquiavelo. Pero como todos nuestros pla- nes se derrumban si no tomamos en consideraci6n todas las causas, asi te equivocas y asi cam tambih todos tus discipulos." Platbn contra la m n k e y Campanella contra la fortuna.

Campanella empieza su vida con una conspiracibn que le costard veintitantos aiios de prisibn y en edad avanzada es- cribird una defensa de Galileo. Todo con la misma unidad de propbsito, pues si la conspiracibn fue una anticipaci6n pdctica de su replfblica solar la defensa de Galileo arrebata su astrologia a todas las adherencias medievales. Tarnpoco su monarquia espafiola -o francesa- y su teocracia universal pueden tergiversar el sentido claro de su ciudad, que es la suma de su pensamiento. lNo se sentfa con fuenas bastantes para convertir a1 Papa su cabeza settimontm? 2No habian soiiado tambiCn 10s erasmistas con el emperador? De Moro han dicho algunos intCrpretes alemanes que su Utopia es la expresibn del imperialism0 naciente. Se fijan para ella en ex- tremos como la licitud de la ocupacibn de tierras no labradas, el mercenarismo del ejkrcito, la reserva del comercio marfti- mo, las colocaciones de dinero en paises amigos, la politica protectora de 10s utopianos, etc. Pero el prop6sito de uni-

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versalidad de la Utopia:O prop6sito que ya se entrevk en Plat61-1, es innegable y para quien quiera literalidad no falta en el texto. Pero Moro no podia imaginar: por lo mismo que hablaba en serio, que su rep6blica ut6pica se hiciera universal de momento ni tenia 10s mismos motivos de 10s Vald6 o Eras- mo para esperar mesihnicamente en el ernperador. Moro, sin embargo, establece un rkgimen de transicibn, mientras todo el mundo se hace ut6pic0, y en el que 10s pueblos ut6picos, que bien pueden ser todos 10s cristianos, ejercen una hege- monfa civilizadora sobre el resto del mundo a sus alcances. No deja de ser interesante, en este punto, recordar que Vasco de Quiroga escribi6 a1 Real Consejo de Indias un parecer, que no obtuvo respuesta, en el que proponia el rkgimen de Utopia como modelo para reorganizar todas las Amkricas, que ya estaban siendo incorporadas a1 cristianismo." Asi po- demos figurarnos tambikn que el universalism0 monhrquico y papal de Campanella no time el medimlismo que se le atribuye ni la sirnulacibn que se le imputa sino que repre- senta el programa posconspiratorio una v a que se le evidenci6 el caricter prematuro de su quiliasmo repentista. Los conspi- radores, fascinados por la personalidad de Campanella, le d e cepcionan, sin embargo: guastarono ogni suo Fnsier grande.*

Como en Moro, encontramos tambikn la religi6n natural y el pensamiento de que la religi6n cristiana, cuando sea lim- piada de sus abusos, dominarh el mundo. Como en Kant. Si de Moro podemos decir que creia, de Campanella podemos mhs que dudar su fe en la divinidad de Cristo. Su Papa-Sol gobernando a1 mundo hubiera sido un Papa muy particular.

10 Moro, que en su pasib antirnilitarista --contra la nobleza feudal- kga a expresiones tan virulentas como Vives, emplea el ejhcito de merce. narios para ayudar a o m pueblos a sacudir el yugo de la tiranfa. Tambih el ejkito heliopolitano es "abogado de la libertad".

11 Debo tambih esta referencia a Silvio Zavala. 12 De las confesiones de Campallella en el proceso, se destaca aquel bozo

en que relafa su convenaci6n un aao antes -1598- con uno de 10s conju- ndos: fra. Giovanni Battista: "Trat6. . . de statu optimae Reipublicae y dicihdole yo de laa leyes de la misma, repuso: Quisiera Dios hubiera tal [Rephbliblica] pero es aquella de Plat6n que no existi6 jamhs; a lo que yo res- pondi que se enconharfi antes del fin del mundo para cumplir con 10s desem humanos de la edad de oro y que ad estaba profetizado.. ." (Citado por Benedetto Croce: MateriaZMno s torb ed economia mdrxistica.)

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Su teocracia no quiere decir rnis que lo que nos diri Rousseau con su religibn oficial, sin duda inspirada en Moro: nada de dualidad de poderes, que la ciudad de Dios es ahora la del sol, la de Hoh, el Metafisico, con todo lo que ese astro sig- nifica en el mito de la caverna.

No sabemos si Plat6n ha salvado en algGn momento el chorismos entre 10s dos mundos. Hay interpretaciones fun- dadas que dicen que si. Pero me parece rnis seguro invertir 10s tkrminos de la cuesti6n en la siguiente forma: no es Plat6n quien influye en Keplero o Galileo, por ejemplo, con aquel pasaje deI Meno en que la idea parece concebida como hipd- tesis subyacente, sino mis bien Keplero y Galileo, precedidos por Leonardo, entre otros, quienes influyen en el pensamiento de Plat6n, quienes, para responder a las necesidades menta- 1 s de su tiempo, para apresurar el dominio de la naturaleza, amoldan y aprestan ese pensamiento fundiendo hipotktica- mente sus dos mundos como Moro y Campanella fundieron la Refiliblica y las Leyes, sin darse cuenta de su titanica obra.

La RepGblica de Plat6n se convirti6 con San Agustfn en la ciudad de Dios en marcha. Cuando 10s cristianos aflojan su peregrinaci6n por el sendero invisible, prefigurado pot la es- cala de Jacob, y vuelvan a platonizar, el fen6meno c o m b seri esa fusi6n de 10s dos mundos plat6nicos: el sensible y el inteligible. Cristo, la idea del Bien en persona, habfa bajado a la tierra y les habia dicho: sed perfectos como mi Padre que esti en 10s cielos. A1 hacer de la tierra el scenario de su historia ya no pueden transigir con la dicotomia platbnica. Tampoco el dominio de la naturaleza, inaplazable, lo penni- tia, y cuando se trate de dominar la historia llegaremos a la misma fusi6n.

"Esta es la suma de la raz6n politica, por nuestro siglo anticristiano llamada ratio status, en que se estima la parte rnis que el todo y a si misma rnls que a1 gCnero humano y mirs que a1 mundo y mls que a Dios." Y en un poema, escrito en la prisibn: "T6 que amas la parte mls que el todo y que Crees que es mls que la humanidad misma, tli, sagaz loco." A1 mis- mo tiempo arrancan la Utopia y el Principe, que se van a dividir 10s pensamientos y 10s hechos de la historia moderna

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de Europa. Como apunta Meinecke, la obra de Campanella y su vida entera esMn inspiradas revulsivamene por la raz6n de Estado. Pero en Maquiavelo tenernos, como dijimos, no s610 raz6n de Estado, sino tambiCn de estado, en oposici6n a nz6n de rephblica, de comunidad. Raz6n que prefiere la parte a1 todo y que, como es natural, tiene la raz6n de su par- te. Los dos tiranos del pensamiento humano, Plat6n y Aris- t6teles, se habian colocado, para siempre, uno en la raz6n de repliblica y otro en la razbn de estado, uno en la utopia y otro en la topia.ls Plat6n polemiza contra la razbn de Es- tad0 de 10s sofistas y con la idea de comunidad levanta su Rephblica.

Le hacia falta, para oponerlo a la ununke de 10s de la raz6n de Estado, un mundo gobernado por ideas, en Gltima instancia por el Bien, pero el chorisrnos abismbtico que la idea imponia habia que zanjarlo en la acci6n haciendo de aquCllas su fin atradivo, superando la pdcipaci6n natural con la mi- mesis hurnana. Sbcrates personifica la Repliblicd como &ta ideifica a S6crates. El justo, el politico, la comunidad misma copian, imitan, lo mejor que pueden, la idea de la comunidad perfecta, aquella donde "la ciudad es perfectamente una". "En una tal ciudad, ya sean sus habitantes dioses o hijos de dioses, con tal que sean rnbs de uno, la vida es perfectamente dichosa. Por eso no hay que buscar en otra parte el modelo de un gobierno sino que hay que adherirse a Cste y acerdr- sele lo rnbs que se pueda." (Leyes, Libro V.)

La comunidad, la unidad en que piensa Plat6n es tan a b soluta que "hasta las mismas cosas que la naturaleza ha dado a 10s h~mbres en propiedad se hacen de alguna manera co- munes a todos en la medida de lo posible, por ejemplo, 10s ojos, las orejas, las manos, y todos 10s ciudadanos se imaginan que ven, que entienden y que obran en comhn". En sus Politikds, del libro primero de la Etica a Nidmaco, es donde Arist6teles nos dice aquello de que 61 es rnbs amigo de la ver- dad que de Plat6n. Es decir, rnbs amigo de la idea que se ha

1s "Recordernos que no hay que despredar la expenencia cle las edades; en la multitud de 10s aiios, estas cosas (la comunidad de Plat6n) si fueran buenas, no hubiesen sido desconocidas, porque usi todas las cosas han sido ya enambadas, aunque algunas veces no son juntadas y, otras, 10s hombres no hacen w de sn mnodmiento." (Arist. Lib. 11, up. v, de la Polities.)

hecho de la virtud que de la idea que de la comunidad se hizo Plat6n. Lo que para Plat6n es rephblica, comunidad, serh para Arist6teles politics, estado. No puede haber ricos y po- b r a en la ciudad, nos dice Plat6n, porque entonces serian varias ciudades y no una. Para Aristbteles la raz6n de que haya varias formas de gobierno radica en que hay diversas partes en la ciudad, es decir, que hay ricos, pobres y medianos. Y despuCs de descartar casi, por poco prhcticas o viable, las mejores formas de gobiemo -aristocracia y monarquia- r e comienda como la generalmente mejor, como mls adecuada a las posibilidades de 10s hombres, aunque, desgraciadamente, poco practicada en Grecia, el gobiemo de 10s medianos en riqueza y en virtud. El estado de Arist6teles trata de ha- cer felices a cada uno de los ciudadanos en la medida de lo posible.

La rephblica de Plat6n trata de hacer una y feliz, en la misma medida, a la comunidad. "Nuestro propbsito a1 fun- dar la ciudad no fue hacer a ninguna clase exclusivamente feliz, sino hacer a la ciudad, como a un todo, tan feliz como sea posible." (Rep., IV.) La idea de justicia, pasa, en la inves- tigaci6n plat6nica, de la ciudad a1 hombre y todas las virtudes se especifican primero en la ciudad. "Podemos decir, Glau- con, que un hombre es just0 en la manera en que, se&n hemos visto, lo es la ciudad." (Rep., IV.)

Para Aristbteles la colhcidencia es s610 entre hombre vir- tuoso y buen ciudadano en la forma rnbs perfecta de gobierno, casi impracticable. (Pol., 111, cap. xwr.) Insensiblemente pasa Arist6teles de la raz6n de Estado a la razbn de Estado (libros IV, V, VI) como inversamente Maquiavelo del Pn'ncipe -ra- z6n de Estado- a sus Discursos -razbn de Estado. Porque en eso coinciden la r a z h de Estado y la de Estado, seghn ha cala- do Campanella, en que se prefiere la parte a1 todo. Ya sea esta parte una clase en el Estado ya sea un Estado entre 10s muchos. Mientras que la idea de comunidad pone siempre el todo por encima de las partes, la comunidad sobre la sociedad y, por fin, la humanidad sobre todo. "SabrCis que, en esta ciudad, todos sois hermanos" (Plat6n) .14

14 Existe un estudio del aflo 1883 (E. Gottheim: Der christlich& Stud der jesuiten in Pmaguay. Leipzig. Apancido en el Staata und eoxiol-

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Tenemos ciertas forrnas de oraciones implorando la ayuda y bendiciones del Sefior para que nos ilu- mine en nuestras labores y para que las empleemos en buenos y santos usos.

Seria dificil, con~e~tualmente, colocar la Nueva Atkinti& bajo el rubro de Utopia, aunque, haciendo un alarde, podria- mos encontrar en la Re@iblica un antecedente: en el libro skp tirno, a1 discutir la preparaci6n cientifica de 10s guardianes, se lamenta Plat6n de la postrada situaci6n en que se encuentran 10s estudios estereomttricos y espera que 10s estados se aven- gan a protegerlos. Pero no podia estar ausente en una edici6n de utopias del Renacimiento porque, como tal, ha sido con- siderada siernpre y su mismo caricter fanthtico ha influido no poco en el concept0 corriente. No es, en ella, la comu- nidad la que esth en juego, pues es la Nueva Atllntida un reino tudoriano, exornado de la suntuosa aristocracia renacen- tista y asistido de la tecnocracia rnis singular y poderosa. LO que esth en juego, son las esperanzas extraordinarias que al hombre le despierta el dominio ya iniciado de la natural- y que Bacon, que asume para si el titulo de Alejandro el Grande del nuevo imperio, suefia como un cuento de hadas, libre de la marcha perezosa de rompe-hielos que tuvo que imponerse en su Novurn Organum. Nada le seri imposible a1 hombre, una vez que Bacon ha presentado las tablas de sus experiments lucifera, desde un vino tan delgado que atraviesa la palma de la mano hasta el movimiento perpetuo, la gene- raci6n espontinea y la trasmutaci6n de 10s metales. Es, por decirlo asi, un vlstago de la utopia -la tkcnica-, que se ha emancipado autfsticamente y que apenas si anuncia el retomo de su prodigalidad con aquella imploraci6n a1 Seiior para que sus obras no den frutos de maldici6n. wissenschaftliche Forschungen, de Schmoller. Vol. N fasc. IV) que p m tende que las misiones del Paraguay se inspiraton en la Ciudad del Sol. Aunque 10s proyectistas de las misiones, a principios del XVII, fueron dos padres jesuitas italianos y se dan algunas curiosas coincidencias como la salida a1 campo a banderas desplegadas, existe una imposibilidad cronol6- gica, como apunta Croce. Pero hay que tener una idea bastante ut6pica de lo que es utopia para pretender encontrarla en una organizaci6n econ6- mico-politica dirigida por jesuitas

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El titulo Nueva AtMtztidu es muy ilustrativo. Tenemos, nada menos, la rkplica a la versi6n de la pQdida de la Atlin- tida del Timeo, rtplica americana a la versi6n europea. La Atlintida se perdi6 por la inundaci6n de sus grandes rios y no, como refiere Plat6n, por una conflagraci6n geol6gica. Y el pueblo que se avanz6 hasta el Mediterrhneo y, seglin la versi6n plathica, fue vencido por 10s atenienses, es nada me- nos que el pueblo mexicano. Pero, en uno y otro caso, la versibn es a costa de 10s atlhnticos, pues 10s atenienses se reve- laron como el pueblo m8s grande de la tierra al acabar con aquella peligrosa invasi6n, y, seglin Bacon, las inundaciones acabaron con la cultura arnericana, no quedando m k que unos cuantos indios montaraces de donde descienden 10s pueblos de ArnCrica, lo que explica que Sean 10s rnis j6venes de la tierra y, por consiguiente, 10s menos ingeniosos. Por eso su sueiio, deliberadamente, se escapa de Ambrica -pafs de la uto- pia- y busca la Nueva Atkintida, pues que la vieja redescu- bierta no le satisface, mls all5 de 10s limites americanos, en una isla del Pacifico. Esta interpretaci6n se corrobora en la secci6n ww del Novum Organum, donde Bacon recuerda 10s honores divinos que se han solido dedicar a 10s inventores mientras que a 10s fundadores de ciudades nada mis que ho- nores de hkroes y donde tarnbih, aludiendo a Amkrica y a sus habitantes, recuerda insolentemente la sentencia de que "el hombre es un Dios para el hombre".^

Como politico Bacon nos ha dado su idea en el ensayo Of the truth greatness of Kingdoms and States: "Por encima de todo, para el imperio y la grandeza, lo que mhs importa es que una naci6n profese las armas como su principal honor, estudio y ocupaci6n. En la Europa cristiana 9610 10s espaflo- les hacen esto." Recomienda que se imite a 10s espafioles cuando por la misma kpoca Campanella trata de utilizar- 10s para la edificaci6n de su ciudad. En cuanto a utopfas pien- sa lo siguiente: "Mirarnos a Maquiavelo y a escritores de este

I gknero que, abiertamente y sin disimulo, declaran lo que el hombre hace de hecho, y no lo que debe hacer; porque es im-

16 Recukdese el fin del Iibm I de la UtqL donde se habla del inge- 1 nio de lo. utopianor La alui6n de Bacon me pare= tan dire* que xu Nuew Atldntida pudo haberse titulado, muy bien, y pox la misma razh,

I Contrautoph

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posible reunir la prudencia de la sepiente Y la inocencia de la paloma sin el previo conocimiento de la naturaleza del mal." (Adv. of L. W I , 2.) (NO es b t a una alusidn acaso a la alege ria de Holbein que acompafiaba como colof6n a la primera edici6n lovaniense de la Utopia de Moro? En otro lugar: "10s italianos tienen un proverbio poco agradable: tanto buono que val niente" (ensayo of Goodness).

"No seria equivocado distinguir tres clases, como si f u e ran ires grados, de ambici6n en el hombre. Ls primera, la de aquellos que desean extender el poder en su pais nativo, que es una ambici6n vulgar y corrompida. La segunda, la de aquellos que trabajan por extender el pode!io .de su pais y su dominio entre 10s hombres: tiene m6s dlgnldad per0 no menor codicia. Pero si un hombre trata de establecer y ex- tender el poder y dominio del gCnero humano sobre el uni- verso, su ambicibn (si ambici6n puede llamarse) a, sin duda, m6s sana y noble que las otras dos." Esta confesi6n parece elevarle, en acala de grados, por encima de si mismo y a nos- otros obligarnos a darle la bienvenida d e 10s utopianos. Pero, insistimos, utopia es rephblica y no tecnocracia, raz6n, mis que de rephblica, de atado. Y no imports que Bacon haya profetizado el avi6n y el submarino para que su figuracidn bellisima sea la menos ut6pica y futurible. Porque ha crei- do que de las ciencias, de la ambici6n de dominio del hom- bre, mas que del afin de liberacibn, vendria felicidad hu- rnana, y ya lo vemos ahora: "hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad" y nunca 10s hombres clamtron con mls fuerza por la comunidad humana, por la utopla. Su sueiio, el de un coleccionador de experimentos COS~OSOS, que reduce la universalidad a la colaboracibn de 10s sabios, a t 6 mis cer- ca de su realizaci6n en la Royal Society de Londres que en la sociedad real de 10s hombres.

Hay quienes piensan en el poder y quienes piensan en la comunidad. Los dos necesarios si piensan hasta el fondo. Y que Bacon pens6 hasta el fondo nos lo muestra hu muerte, que fue un verdadero accidente profesional y muerte por la cien- cia. La utopia, como su nombre lo iodlca, no esti en el es- pacio. Pero, mirando por encima, son 10s utbpicos 10s que sacan del atasco a 10s t6picos, a 10s topes enredados en su

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construcci6n. En primer lugar, la edad moderna se ha hecho contra Arist6teles. La hipdtesis incorpora la idea a la natu- raleza como la utopia incorpora la idea a la sociedad. Y la primera v a que el pensamiento modern0 construye nacie nalmente la soberania, raz6n de estado, acude tambikn a la hip6tesis, que no otra cosa es el pacto de soberania en que descansa el Leviatdn. Con el ernpirista Locke esta hip6tesis servirfi para matar a su madre, es decir, no tanto a1 LeviatPn como a la Utopia: "La grande y principal finalidad de 10s hombres que se unen en RepGblica y se someten a1 gobierno es el mantenimiento de su propied?d." Definici6n perfecta de la contrautopia. Como lo fue para su C p m la de Arist6- teles: "Comunidad de bienestar en familias y agregados de familias con el fin de una vida perfecta y suficiente."

Vio bien Campanella: la raz6n de estado prefiere la parte a1 todo, el individuo a1 gCnero humano, la sociedad a la co- munidad. Pero la Cpoca estaba con la raz6n de estado: habia que conquistar a la naturalma, habia que conquistar riquezas, habia que conquistar el poder. Estado fuerte e individuo li- bre. Pero para conquistar definitivamente hubo que cons- truir, y se construy6 a costa de 10s ut6picos: racionalizaci6n, por hip6tesis, de la tCcnica, de la politica y de la economia. Construcci6n a costa de 10s ut6picos, porque la hip6tesis par- tia siempre de la parte. Pero asi como por la hip6tesis ut6pica se lleg6 a1 estado contraut6pic0, inversamente,- por las par- tes se lleg6 a1 todo de la voluntad general, que ya no es la voluntad de todos. Se Ileg6, de la desigualdad de poder de las partes, a la igualdad de las mismas en la comuindad de la vo- luntad general. Las partes viven como tales partes en la des- igualdad de la sociedad que, para Rousseau, es una estructura de dominaci6n. Contra la raz6n de estado, que consagra y esta- tuye la estructura social, Rousseau levanta la voluntad general, que es raz6n de rephblica, de comunidad. Pour le pokte, c'est I'or et Pmgent, mais pour le philosophe, ce sont le fm et le bld qu'ont civilisd les hommes et perdu le genre humain. Esta es la sociedad, por todas partes estatificada, en la que el hombre, si goza, goza de una libertad fisica, mientras que la voluntad general de la rephblica harl que esa libertad fisica se convierta en moral. Rousseau platoniza sin saberlo a1 esta-

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blecer la comunidad como una tarea incesante de salvaci6n de la libertad moral del hombre contra las asechanzas de la sociedad. Al establecer, por vez primera, la distinci6n entre civilizaci6n y cultura, nueva versi6n del antagonism0 entre las dos razones. Los trabajos, menospreciados por Platbn per0 incorporados a su repGblica, humanizados por Moro y dig- nificados entrgicamente por Campanella, se convierten ya en Rousseau en el problema bhsico.

Pero la utopia, que en Rousseau se concentra din6mica- mente en la voluntad getzerali pretende ser profeta en el es- pacio. Ma1 profeta, como nos lo dice la cabeza cercenada de Robespierre. Su profecia, como todas, estaba en el tiempo. Las utopias posrevolucionarias, Owen, Saint-Simon, Fou- rier, etc., son esplkndidos cantos de cisne. Despub del fracas0 de la revoluci6n, insisten en aquello que habia anticipado Rousseau y que la revoluci6n no podia resolver. La revolu- ci6n, con 10s derechos del hombre, no habia hecho sino esta- tuir la estructura econ6mica que, con la revoluci6n industrial, se haria cada vez rnls oprimente.

Kant habia visto mds hondo. Volviendo decididamente a Plat6n, a la utopia, coloca a Csta por primera vez en su te- rreno, en el tiempo. "La idea de una constituci6n en la que 10s que obedecen a la ley, a1 mismo tiempo, reunidos, deben dictar leyes, se halla en la base de todas las formas de Estado y el ser comhn que, pensado con arreglo a ella por meros conceptos de raz6n, se llama un ideal plat6nico (respublia nournenon) no es una vana quimera sino la norma eterna de toda constituci6n politica en general. . ." "Es un dulce sue- no imaginarse constituciones politicas que correspondan a las exigencias de la raz6n (especialmente en lo que se refiere a la justicia) . . . es un dulce sueiio esperar que un product0 Es- tado, como estos ut6picos, se darl algGn dia, por muy lejano que estC, en toda su perfecci6n, per0 el irse aproximando a 61, no s610 es pensable sino deber." Kant anuncia con estas palabras la muerte de la utopia per0 es con un ,viva la uto- pia! formidable, porque la coloca por primera vez en el terreno autkntico de la profecia: en el tiempo. Ahora si que la utopia es utopia: "no hay tal lugar", pues tiene todo el tiempo por delante.

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Mas, en realidad, la rephblica noGmeno de Kant sigue a- tando fuera del tiempo. Por lo mismo que es nohmeno, no podremos dar nunca con ella, situada rnls allh del tiempo, como la cosa en si estd siempre rnls a116 de la experiencia. La dualidad infranqueable de 10s dos mundos --el sensible y el inteligible- ha sido trasladada del mundo fisico a1 his- tbrico. La idea de Plat611 fue el arma contra la ananke per0 ahora la ananke estl representada por la ciencia fisico-mate- mdtica que de alguna manera, la matemltica, lleva dentro la idea plat6nica. "Plat6n, tan buen matemltico como filbofo, se admiraba de Ias propiedades de ciertas figuras geomktricas, por ejemplo, del circulo, como si llevaran dentro una espe cie de adecuacidn, esto es, capacidad de resoluci6n de una variedad de problemas o de variedad de soluciones de un mismo y Gnico problerna partiendo de un solo principio, como si estuvieran colocadas intencionalrnente en ellas las exigen- cias para la construccidn de ciertos conceptos de magnitud, aunque en verdad pueden ser consideradas y dernostradas como necesarias a pTiori. Pero la adecuaci6n no es pensable mAs que por relaci6n del objeto a un entendimiento, como causa." (Von einern neuerdings erhobenen vomehmen Ton in der Philosophie.) Dualidad planteada frente a1 mundo de la ciencia para escapar de su drcel, acompafiarb a la liberada libertad cuando, en alas de la humanidad, de la comunidad humana, del cardcter inteligible de la especie, remonte 10s 6mbitos temporales de la historia. La alusi6n a la asintota denuncia el origen espacial del progreso indefinido. El es- tad0 ideal de Kant, a1 estar rnls alll del tiempo, sigue estando, en realidad, en el espacio.

Pero dos cosas nos deja para la elaboraci6n futura. La libertad, el hombre norimeno, esM en la humanidad, en la co- munidad de 10s hombres. Su deber es acercarse a la utopia (respublica nournenon). Elaboraci6n que no le hubiere sido posible a1 ciclope Hegel sin la previa evidencia de la revo- lucibn francesa. e l mismo lo confiesa, y repetidas veces. Esa revo!uci0n fue para 61 el hecho m6s extraordinario de la his- toria humana, porque fue la primera vez que 10s hombres trataron de hacer racionalmente, con la cabeza, la historia. De aqui aquella expresidn suya de que entonces todas las

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cosas andaban de cabeza. Se vio, por vez primera tambikn, la inadecuaci6n total del instrumento. No era como para r e negar de la razbn sino para ir a buscarla m6s a fondo. Aquella raz6n razonante, de conceptos claros y distintos, era el ins- t rument~ con el que el hombre habia construido, para domi- narlo, el mundo de la fisica, el mundo del espasio. El mundo de la historia, que acababa de experimentar una sacudida geol6gica, el mundo del tiempo, del devenir, no podia ser acometido con aquel instrumento. El pensamiento, su m6s re- c6ndita entraiia, es tambikn devenir, y la 16gica, dialkctica, una 16gica en la que no se yuxtaponen 10s coilceptos sino que germinan unos en otros contradictoriamente como la espiga en la podredumbre del grano y la historia humana en el erial de 10s escombros. De este mod0 la utopia, "lugar que no hay", porque no hay lugar en el tiempo, puede tener su realizaci6n en un ahora concrete.

Parece que, por fin, asistimos en Hegel a una reconcilia- cibn de la raz6n de repliblica con la razbn de estado, de la utopia con la topia, de lo divino con lo humano, segrin sus palabras. Del espacio y el tiernpo: en la Cpoca, espacio de tiempo?" Rescata la muerte de !%crates, que ahora puede set hospedado en el Pritaneo. Pero, nos dice melanc6licamen- te Hegel, el buho de Minerva emprende su vuelo en el cre- plisculo. Ya remciliada la divina raz6n ut6pica con la hu- mana raz6n de estado, se acab6 la historia. Se acab6 el tiempo. Se acab6 la utopia. Lo que viene es una procesi6n triunfal del espiritu, triunfante del tiempo y del espacio. Pero su des- cubrimiento es m6s fuerte que 61, su mttodo m6s fuerte que su doctrina. Si ha descubierto como marcha el mundo de la historia, c6mo marcha el tiempo, le ha libertado a1 hombre de la escisi6n liltima: la de la raz6n y el estado, la de la jus- ticia y la politics, la del deber ser y el ser. Asi se pod16 reconciliar, siernpre en adelante, lo humano con lo humano. Efectivamente, a pesar del vuelo vespertino del buho, desde entonces la humanidad est6 siendo rernovida como nunca por

16 Hegel recuerda el mito de Krona, "pastoreando a 10s hombres" en la edad dorada. Krona devora a sm propios -hijos. Zeus, que le dutrona, vence a1 tiempo con la radn, y con la raz6n funda la ciudad. Pero ya sabe- mos cull s la "raz6n" aonizada Le Hegel. Mayo, 1941.

el peilsamientno ut6pic0, convencida, por Hegel, de tener en sus manos el instrumento adecuado. Germinando el deber ser en el ser y el ser en el deber ser. Y asi se establece para nos- otros la utopia, que habia estado peregrinando desalada por 10s espacios, en el terreno mas firme del tiempo, en la actuali- dad, porque ya no es un ideal a1 que habra de acomodarse la realidad, sino un movimiento real que suprime las condiciones actuales a1 moverse tenikndolas en cuenta.

"Plat6n en su Estado presenta la eticidad sustancial en su belleza v verdad pero no pudo hacer frente a1 ~ r i n c i ~ i o de la particularidad independiente, que irrumpe en su tpoca en la eticidad griega, m6s que oponikndole su Estado linicamen- te sustancial" (Hegel: Filosofia del derecho, S 185). Rec* giendo todo el desarrollo modern0 jalona Hegel la direcci6n del movimiento con un hito que 61 crec, m6s bien, moj6n terminal. "Solamente si subsisten ambos momentos en su vi- gor, [subrayado nuestro] podr6 ser considerado el Estado como algo articulada y verdaderamente org6nico" (5 259). Esos dos momentos subsisten con vigor en Moro. Termina- mos asi nuestra incursi6n ut6pica por donde habiamos em- pezado: proclamando la actualidad de Moro y rescatAndolo del verdug~.'~ Su cabeza, reinstalada sobre sus hombros, nos mira paternalmente e ilumina nuestra agonia.

17 S6crates se rescat6 a si mismo ir6nicamente pidiendo un puesto de honor en el Pritaneo; Moro, burlescamente, tambikn, a1 rescatar sus barbas: pidi6 a1 verdugo que se las retirara del tajo, pues ellas no eran traidords.

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Tomis Moro

U t o p i a

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T O M A S M O R O A P E D R O E G I D I O

AVERG~~ENZOME, queridisimo Pedro Egidio, de enviarte, casi a1 cabo de un aiio, este librito acerca de la Repliblica Utbpica, que no dudo esperabas hace mes y medio, pues sabias que, a1 escribirlo, no tenia que realizar ninglin esfuerzo de invencibn, ni discurrir nada tocante a su estructura, sino limitarme a narrar lo que, juntamente contigo, oi contar a Rafael; tampoco habia nada que hacer en cuanto a1 estilo, puesto que las pala- bras de su discurso improvisado, espontaneo y propio ademhs de un hombre que, como sabes, es igualmente conocedor del latin que del griego, no pudieron ser rebuscadas, y porque cuanto mas se aproximase mi relato a su descuidada sencillez, tanto mas cerca habia de estar de la verdad, 6nica preocupa- ci6n que en esta materia debo tener y tengo.

Confieso, amigo Pedro, que, con tantas facilidades, veiame de tal modo aligerado de trabajo, que apenas me ha quedado nada por hacer. De no haber sido asi, la invencion y dispo- sicibn del asunto habria podido exigir de una inteligencia, ni

3 , pequeiid, ni indocta, no poco tiempo y esfuerzo. Pues si hubiese sido necesario tratar la materia, no s610 con exactitud, sin0 tambikn con elocuencia, no habria podido yo logarlo,

f por mucho tiempo y trabajo que a ello hubiera dedicado.

: Mas, libre ya de una preocilpacibn que me hubiese costado no pocos sudores, todo se reducia a relatar sentillamente lo escuchado, cuestibn, en realidad, de poca monta. Pero mis restantes ocupaciones apenas si me dejaban tiempo para dedi- carme a tan reducido trabajo. Mientras asiduamente defiendo unas causas forenses, oigo otras, defiao Cstas como Brbitro y dirimo aqukllas como juez; mientras visito a Cste en cumpli- miento de mi deber y a aqukl por razones de amistad; mientras consagro a 10s otros en el foro casi todo el dia y el resto a 10s mios, s610 me reservo para mi, es decir, para las letras, lo demhs, que es nada. A1 volver a casa, en efccto, he de hablar con mi mujer, charlar con 10s hijos, dialogar con 10s criados, cosas todas que incluyo entre las obligaciones, ya que es nece- sario hacerlas si no se quiere ser un extrafio en la propia casa.

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40 TOMAS MORO

Hay que procurar ademis mostrarse lo m6s agradable posible con aqutllos a quienes la naturaleza, el azar o la propia elec- ci6n hicieron nuestros compaiieros, siempre y cuando la fami- liaridad no les corrompa, ni se transformen, con la indulgencia, 10s criados en seiiores. En todo lo que he dicho se pasan 10s dias, 10s meses, 10s aiios. ~Cuindo, entonces, escribir? Pues alin no te he hablado del sueiio ni de la comida, que a mu- chos les quita no menos tiempo que el sueiio mismo, consu- midor casi de la mitad de la vida.

Por lo que a mi respecta, s610 dispongo del tiernpo que robo a1 sueiio y a la comida, que, aunque exiguo, me ha per- mitido terminar lentamente y enviarte, amigo Pedro, esta Utopia para que la leas y me adviertas si algo me se ha pasado por alto. Pues aunque en esto no desconfio de mi totalmente (y ojalfi que asi como pocas veces me falla la memoria, me distinguiese yo por mi talent0 y mi ciencia), no va mi con- fianza hasta el extremo de creer que no haya podido salt6r- serne alguna cosa.

Digo esto porque mi paje Juan Clemente que, como sabes, estaba con nosotros (pues no le permito ausentarse de aque llas conversaciones de las que pueda resultarle alguna utilidad, ya que de esta planta que comienza a florecer en las letras griegas y latinas espero algun dia excelentes frutos), me ha sumido en una gran duda. Tratlndose de que, a lo que recuerdo, Hitlodeo nos cont6 que el famoso puente amaur6- tico, tendido sobre el rio Anidro, tiene quinientos pasos de longitud, y mi Juan, en cambio, afirma que hay que sustraer doscientos a esta cantidad, pues la anchura del rio no es, en esa parte, superior a trescientos. T e ruego que hagas memoria del asunto, ya que si tu opini6n coincide con la suya, yo la suscribirk y creed que me he equivocado. Si tG no lo recuer- das, dejart las cosas, segiln lo he hecho, tal como yo mismo creo recordarlas, pues asi como procurarC que no haya en mi libro ninguna falsedad, prefiero nanar una mentira, a men- tir, y set tenido pot hombre de bien, que pot sabio.

Por otra parte, no creo dificil poner remedio a esa duda si la consultares con el propio Rafael, en persona o por es- crito, lo cual es necesario que hagas ademis por otro escri~pulo que me asalta, no s t si por culpa mia, tuya o de Rafael mismo.

Se trata de que ni a nosotros se nos ocurri6 preguntarle, ni a 61 decirnos en qut parte de aquel mundo nuevo estlr situada Utopia. Dinero daria yo por que no se hubiese omitido este detalle, ya porque me avergiienza ignorar en quC mar se halla la isla acerca de la cual he de contar tantas cosas, ya porque hay entre nosotros dos personas, especialmente una de ellas, var6n piadoso y te6logo de profesi611, que arde en deseos de trasladarse a Utopia, no por el placer inane y curioso de cono- cer cosas nuevas, sin0 con el designio de fomentar y aumentar nuestra religih, alli felizmente iniciada. Y para hacerlo de- bidamente decidi6 procurar de antemano que el Papa le en- viase all& nombr6ndole obispo de Utopia, sin que le cohibiese

I el escrlipulo (tratindose de un deseo nacido, no de vanidad ni motivos de lucro, sin0 de consideraciones de piedad), de que esta dignidad hubiera de set solicitada por 61.

Rutgote pues, Pedro amigo, que, en persona si puedes ha- cerlo ficilmente, o por escrito, te dirijas a Hitlodeo y consigas asi que nada haya en mi obra de £also ni se eche de menos de verdadero. No sC si seria mejor que le mostrases el libro mismo, pues nadie mhs capacitado para corregir sus inexacti- tudes, lo cual no podr6 hacer sin0 leyendo lo que he escrito. Obrando asi pod& darte cuenta de si recibe con agrado o lleva a ma1 el que yo haya escrito esta obra, pues caso de haber resuelto confiar a1 papel sus trabajos, no querrl que

4 yo lo haga, ni yo quisiera, en verdad, que esta Repliblica de 10s Ut6picos, al ser divulgada pot mi, viniese a arrebatarle a la historia de nuestro amigo la flor y la gracia de la novedad.

A decir verdad, a6n no estoy completamente decidido a ( publicarla, tan diversos son 10s paladares de 10s hombres, ca- 1 prichosas las inteligencias de algunos, ingratos 10s espiritus y

desagadables 10s juicios, que parecen avenirse mejor con quie- nes, alegres y reidores, se abandonan a su propio instinto, que con 10s que sienten la preocupaci6n de producir algo que pue- da set Gtil y agradable a esos mismos seres, desdeiiosos o des- 1 agadecidos. Muchos ignoran la literatura, ohos muchos la desprecian; el birbaro rechaza como duro todo lo que no sea absolutamente b5rbaro; 10s "shbelotodo" desprecian por tri- via! cuanto no aparezca sembrado de vocablos ins6litos. Alqu-

I nos sblo gustan de lo antjguo, muchos linicainente de lo

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suyo. AquCl es tan adusto que no admite broma alguna; kste tan romo que no tolera las agudezas. Tan necios son algunos que huyen de cualquier chanza como del agua el mordido por un perro rabioso. Otros tan versatiles, que sentados aplau- den una cosa y otra estando en pie. Otros, mientras beben c6modamente en las tabemas, juzgan del talento de 10s escri- tores, y con gran autoridad condenan lo que les parece, tir6n- doles de sus escritos como de 10s pelos y quedlndose por su parte muy tranquilos y fuera de tiro, como suele decirse, pues estin calvos y absolutamente rapados que no tienen siquiera un pelo de hombre bueno por donde se les pueda agarrar. Hay por fin otros tan desagradecidos que, aunque se deleitan sin tasa con una obra, no por ello aprecian a su autor, como esos hukspedes ingratos que, agasajados magnificamente con opiparo banquete, se marchan, hartos, sin dar las gracias a1 que 10s ha invitado. iVe ahora y preplrales a tu costa man- jares a hombres de tan delicado paladar, de gustos tan varia- dos, tan recordadores y agradecidos!

No obstante, amigo Pedro, haz lo que te he dicho acerca de Hitlodeo; m6s tarde habri ocasi6n para tratar de nuevo e integramente este asunto. Por m6s que si hubikramos de atenemos a su voluntad, ya seria tarde, puesto que mi obra estl terminada. Por lo que respecta a la publicaci61-1, seguirk el consejo de 10s amigos y, en primer lugar, el tuyo.

Que goces de salud, dulcisimo Pedro Egidio, con tu exce- lente esposa, y hmame como sueles, ya que yo te amo tambitn m6s de lo que acostumbro.

LIBRO PRIMER0

DISCURSO PRONUNCIADO POR RAFAEL HITLODEO, ILUSTRE VARON, ACERCA DEL

MEJOR ESTADO DE LA REPUBLICA

EXISTIENDO entre el invictisimo Enrique, rey de Inglaterra, octavo de este nombre, adomado con todas las virtudes de un principe egregio, y el serenisimo Carlos, principe de Cas- tilla, desavenencias de gran importancia, fui enviado por el primero como embajador a Flandes, para allanarlas y resol- verlas, como compaiiero y colega del incomparable Cudberto Tunstall, a quien el rey, con g-ran beneplicito de todos, aca- baba de poner a1 frente de 10s sag-rados archivos. Nada dirt aqui en elogio suyo, no por temor a que nuestra amistad se estime como testigo poco sincero, sino porque su virtud y su ciencia son superiores a cuanto yo podria proclamar, ya que es tan ilustre y conocido por doquier que el hacerlo seria tanto como pretender, segun dicen, alumbrar a1 sol con una linterna. Encontrindose con nosotros en Brujas, segun lo convenido, 10s comisionados del Principe, todos hombres ilus- tres, entre 10s cuales estaba el prefect0 de Brujas, var6n mag- nifico, jefe y cabeza de la embajada, aunque su voz y alma era Jorge Tensicio, gobernador de Cassel, cuya elocuencia era tanto fruto del arte como de la naturaleza, gran jurisconsulto y eximio maestro por su talento y gran experiencia en tales lides.

Celebradas dos entrevistas sin llegar a un acuerdo en al- gunos puntos, despidikronse de nosotros y se marcharon a Bruselas a fin de conocer la opini6n del Principe. Entretan- to yo, aprovechando la ocasi6n, me dirigi a Amberes. Estando alli, visitironme con frecuencia algunas personas, mis nin- guna tan agradable como Pedro Egidio, natural de Amberes, var6n integro, tenido entre 10s suyos en lugar honroso, y digno de uno m6s honroso todavia, pues dud0 que exista otro joven mas sabio y ordenado: inmejorable, muy letrado, de ingenuo caricter para con todos y de un coraz6n tan incli- nado hacia 10s amigos, con amor, fidelidad y afecto tan sin-

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LIBRO PRIMER0

DISCURSO PRONUNCIADO POR RAFAEL HITLODEO, ILUSTRE VARON, ACERCA DEL

MEJOR ESTADO DE LA REPOBLICA

EXISTIENDO entre el invictisimo Enrique, rey de Inglaterra, octavo de este nombre, adomado con todas las virtudes de un principe egregio, y el serenisimo Carlos, principe de Cas- tilla, desavenencias de gran importancia, fui enviado por el primer0 como embajador a Flandes, para allanarlas y resol- verlas, como compaiiero y colega del incomparable Cudberto Tunstall, a quien el rey, con gran beneplicito de todos, aca- baba de poner a1 frente de 10s sagrados archivos. Nada dirt aqui en elogio suyo, no por temor a que nuestra amistad se estime como testigo poco sincero, sino porque su virtud y su ciencia son superiores a cuanto yo podria proclamar, ya que es tan ilustre y conocido por doquier que el hacerlo seria tanto como pretender, seglin dicen, alumbrar a1 sol con una linterna. Encontrindose con nosotros en Brujas, seglin lo convenido, 10s comisionados del Principe, todos hombres ilus- tres, entre 10s cuales estaba el prefect0 de Brujas, var6n mag- nifico, j& y cabeza de la embajada, aunque su voz y alma era Jorge Tensicio, gobernador de Cassel, cuya elocuencia era tanto fruto del arte como de la naturaleza, gran jurisconsulto y eximio maestro por su talent0 y gran experiencia en tales lides.

Celebradas dos entrevistas sin llegar a un acuerdo en al- gunos puntos, despidikronse de nosotros y se marcharon a Bruselas a fin de conocer la opini6n del Principe. Entretan- to yo, aprovechando la ocasi6n, me dirigi a Amberes. Estando alli, visitironme con frecuencia algunas personas, mis nin- guna tan agradable como Pedro Egidio, natural de Amberes, var6n integro, tenido entre 10s suyos en lugar honroso, y digno de uno mAs honroso todavia, pues dud0 que exista otro joven m6s sabio y ordenado: inmejorable, muy letrado, de ingeiluo carider para con todos y de un coraz6n tan incli- nado hacia 10s amigos, con amor, fidelidad y afedo tan sin-

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ceros, que seria dificil encontrar en parte alguna quien pudiera compararsele en amistad, bajo ninglin aspecto. Rara es su modestia; nadie mhs desprovisto de afectacicin, ni adornado de una sencillez mas inteligente. Tan ingenioso de palabra, adernis, y tan iilofensivamente agudo, que con su agradabili- simo trato y embelesadora conversacicin, lleg6 a hacerme lle- vadera la ausencia de la patria, del hogar, de la esposa y de 10s hijos, por m b que me devoraba la ansiedad de volverlos a ver despues de cuatro meses que faltaba de casa.

Cierto dia, despuCs de oir misa en el templo de la Virgen Maria, bellisimo por su arquitectura y muy visitado por el pueblo, disponiame a volver a mi posada, cuando lo vi, ca- sualmente, hablando con un hombre ya cercano a la ancia- nidad, de semblante severo, larga barba y capa echada con negligencia sobre 10s hombros, el cual, por el rostro y el as- p e c t ~ , me pareci6 un marino. Asi que Pedro me vio, vino a saludarme y, cuando me disponia a corresponderle, me apart6 un poco y me dijo, sefiaMndome a aquCl con quien le habia visto hablar:

- iVa a Cse? Pues ya me disponia a llevarlo directa- mente a tu casa.

-Con mucho gusto -contest& lo habria acogido como cosa tuya.

-Si le conocieras, replicome, dirias que por kl mismo, pues no hay nadie entre 10s mortales que pueda contarte tan- tas historias de hombres y tierras desconocidas, cuestiones que, me consta, escuchas siempre con gran interks.

-Entonces, dije, no me he equivocado, pues a primera vista comprendi que se trataba de un marino.

-Muy a1 contrario, respondi6; te equivocaste de medio a medio; ese hombre ha navegado, en efecto, pero no como Palinuro, sino como Ulises, o, mejor alin, como Plat6n. Ra- fael, que asi se llama, y cuyo apellido es Hitlodeo, conoce la lengua latina y es doctisirno en la griega, por haberse con- sagr3do con preferencia a esta liltima, dada su inclinaci6n a la Filosofia, disciplina en la cual comprendi6 que 10s Roma- nos no produjeron obras de importancia, fuera de alqunas de SCneca y de Cicer6n; dej6 a SIIS hermanos el patrimonio que tcnia en su patria, Portugal, y en su dcseo de conocer nuevas

tierras, junt6se a AmCrico Vespucio, del que fue compafiero inseparable en 10s tres liltimos de 10s cuatro viajes que andan en manos de todos; mas no regres6 con 61 en el postrero, sin0 que solicit6 y obtuvo de Arnerico, casi por la fuerza, ser uno de 10s veinticuatro que se quedaron en una ciudadela situada en 10s confines alcanzados en dicho viaje. Hizolo asi, obede- ciendo a su temperamento, mhs preocupado de 10s viajes que de la 6ltima morada, pues como 61 suele decir "a1 que no tiene sepultura lo cubre el cielo y por todas partes hay caminos que conducen hasta 10s dioses",' palabras que hubiesen po- dido costarle caras, de no haberle protegido una deidad pro- picia. Habiendo recorrido, d a p u b de la marcha de Vespucio, muchas regiones, con cinco compaiieros de fortin, vino a parar, con admirable suerte, a Taprobana y desde aqui, a Ca- licut, donde encontr6, muy a punto, unos barcos portugueses que lo condujeron a su patria, cuando ya no lo esperaba.

Di las gracias a Pedro por su amabilidad para conmigo en contarme todo esto y suponer que me seria grato conver- sar con aquel hombre. Volvime hacia Rafael y despub de saludamos mutuamente con las f6rmulas que suelen emplear las personas que se encuentran por primera vez, nos enca- minamos a mi casa, y nos pusimos a charlar en el jardin, sen- tados en un banco cubierto de verde cbped.

Cont6nos Rafael c6m0, despuks de la marcha de Vespu- cio, Cl y 10s compafieros que habian permanecido en el fortin comenzaron a insinuarse poco a poco, por medio de con- versaciones y halagos, con 10s habitantes de aquella tierra, a sentirse entre ellos, no s610 sin peligro, sino como entre ami- gos y a hacerse agradables y queridos de cierto principe cuya patria y nombre no recuerdo. Nos refiri6 de qut modo, gracias a la generosidad de b te , lograron kl y sus cinco com- paiieros viveres y medios para continuar el viaje (en canoas por agua y por tierra en un carro) y, ademis, un segurisimo guia que 10s condujese, amistosamente recomendados, junto a otros principes. Dijonos tambiCn que, despuks de una expe- dicibn de muchos dias, encontraron fortalezas, ciudades y re- pliblicas admirablemente gobernadas y con gran nlimero de habitantes; que por debajo de la linea del Ecuador y a amba

Lucano, PharsuIiu, lib. XI; vet. 819.

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46 TOMAS MORO

de sus lados, casi en cuanto espacio abarca la bb i ta solar, existen enormes desiertos abrasados por un calor perpetuo. S610 hay alli aridez; triste es la faz de las cosas; horrible e inculto todo y habitado por fieras, reptiles y hombres no menos fieros y peligrosos que las bestias. Pero que, a1 seguir avanzando, todo se amansa poco a poco; el clima es menos Bspero, el suelo se muestra ablandado por la vegetaci611, es rnis suave la condici6n de 10s seres, y se encuentran finalmen- te pueblos, ciudades y fortalezas que mantienen un constante trifico por tierra y por mar, no solamente entre ellos mismos y sus limitrofes, sino con paises lejanos.

Presentbseles, en consecuencia, oportunidad de visitar mu- chas tierras de una y otra partc, ya que no habia barco dis- puesto a cualquier viaje que no 10s admitiera gustosamente a su bordo. Los navios que vieron en las primeras regiones te- nian, segun contaba, la quilla plana y velas tejidas de papiros y de mimbres y, en otros lugares, de cuero; encontraron lue- go quillas puntiagudas y velas de d i iamo y, por hltimo, naves sernejantes a las nuestras. Los marinos conocian el mar y el cielo. Refiri6nos tambikn c6mo l0gr6 gran predicament0 entre ellos por haberles enseiiado el uso de la brhjula, de la que no tenian antes la menor noticia, raz6n por la cual s610 timidan~ente se habian acostumbrado a1 mar, sin atreverse a navegar a la ventura mBs que en el verano, mientras que aho- ra, confiados en el imBn, desprecian las tempestades, m i s des- preocupados que seguros, resultando de aqui el peligro de que un conocimiento que podria considerarse para ellos como un gran bien, venga a convertirse, por su imprudencia, en origen de grandes desgracias.

Seria largo de contar tndo lo que Rafael nos refiri6 como visto en cada uno de aquellos lugares. N o es Cse tampoco el objeto de mi obra. Tal vez en otra ocasi6n relatari: especial- mente lo que seria 6til no ignorar, con10 son, en primer tkrmino, las cosas justa y sabiarnente dispuestas que advirtib en pueblos que vivian ciudadanamente en algunos sitios. In- terrogibamosle nosotros ividamente sobre aquellos extremos y 61 nos 10s exponia muy gustoso, pasando por alto la des- cripci6n de 10s monstruos, que no ofrece novedad alguna, ya que 10s Escilas, 10s rapaces Celenos, 10s Lestigrones devora-

I

i UTOPIA 47

dores de pueblos y otros terribles y semejantes portentos, casi en ningun sitio dejan de encontrarse, mientras que no es tan ficil hallar ciudadanos gobernados recta y sabiamente. Por

I otra parte, asi como vio entre esos nuevos pueblos muchas instituciones err6neas, not6, en cambio, no pocas que podrian proporcionar ejemplos adecuados para corregir 10s errores de ciudades, naciones, pueblos y reinos de 10s que, como he di-

i cho, tratari: en otra ocasi6n. Allora es mi intento solamente

I referir lo que nos cont6 acerca de las costumbres e institu- ciones de 10s Ut6picos, reproduciendo antes la conversaci6n con la cual, como por un rodeo, llegamos a mencionar la Re-

1 ~ h b l i c a U t 6 ~ i c a . A -

Estaba Rafael reseiiando muy doctamente 10s numerosos errores existentes a d y a116 y 10s que, asi entre nosotros, como entre aquCllos, son sabiamente evitados, y hablaba de las ins- tituciones y costumbres de cada pueblo, como si hubiese vi- v i d ~ en ellos toda la vida, cuando Pedro, lleno de admiraci6n hacia aquel hombre, exclam6:

-Much0 m e sorprende, amigo Rafael, que no hayas en- trado a1 servicio de alghn rey, pues estoy seguro de que, a cualquiera de ellos hubieses sido sumamente grato como per- sona que, con tu ciencia y tu conocimiento de lugares y hom- bres, habrias padido, n o solamente deleitarle, sin0 aleccionarle con ejemplos, ayudarle con tu consejo, mirar a1 mismo tiern- po por sus propios asuntos y contribuir con dicaz ayuda a la prosperidad de todos 10s tuyos.

-En lo que se refiere a 10s mios, dijo kl, no me preocupo mucho. Creo haber cumplido suficientemente mis deberes para con ellos, ya que en plena juventud, sano y vigoroso, reparti entre mis parientes y amigos las cosas a que 10s demBs n o suelen renunciar sin0 cuando, ya ancianos y enfennos, n o pueden disfrutarlas a pesar suyo. Considero, pues, que deben aquCllos estar contentos de mi y que no tienen derecho a pe- dirme que, para su beneficio, m e convierta en siervo de nin- gun rey.

-Hennosas palabras, replich Pedro, per0 no he querido decir siervo, sino servidor.

-S610 hay, dijo 61, una silaba de diferencia entre ambas palabras.

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-Mi opini6r1, repuso Pedro, es que, sea cual fuere el nom- bre que le apliques a la cosa, ella en si es el camino, no s610 para ser litil privada y pliblicamente a 10s demh, sino para hacer mhs pr6spera tu propia situaci6n.

-lHacerla mis pr6spera, dijo Rafael, por un procedi- miento que repugna a mi conciencia? Vivo ahora como quie- ro, lo cual sospecho, en verdad, que acontece a rnuy pocos de 10s que visten plirpura. Tantos son, por otra parte, 10s que anhelan la amistad de 10s poderosos que no debe consi- derarse como gran ptrdida mi ausencia ni la de otros como yo.

-Es evidente, dije entonces, que tli, amigo Rafael, no eres codicioso de riquezas ni de poderio, y no menos venero y res- pet0 a un hombre de tus intenciones que a1 mejor entre 10s poderosos. Por lo demb, harias una cosa digna en todo de ti y de ese tu espiritu generoso y verdaderamente filos6fic0, si te decidieres, aun a costa de alglin sacrificio personal, a consagrar tu talent0 y actividad a 10s negocios pliblicos, lo que de n i n d n mod0 podrias hacer con mPs fruto que siendo consejero de algGn gran principe e inspirindole, como no dud0 que lo harias, lo justo y honesto, pues bien sabes que del principe brotan todos 10s bienes y desgracias de un pue- blo, corno, por asi decirlo, de un perenne manantial. Eviden- temente podrias haber sido para cualquier rey un excelente consejero, aunque tu ciencia, tan completa, careciese de ex- periencia y tu gran conocimiento de las cosas estuviera exento de toda ciencia.

-Doblemente yerras, amigo Moro, respondi6: primer0 en cuanto a mi y desputs respecto a la cosa en si; ni poseo el ta- lento que me atribuyes, ni aun cuando lo poseyera en su m6s alto grado y me decidiese a dar ocupaci6n a mi ociosidad, de nada s e ~ r i a para un Estado. En primer ttnnino, 10s prin- cipes mismos se ocupan con rn6s gusto de 10s asuntos militares (en 10s cuales ni tengo experiencia, ni la quiero) que de las artes de la buena paz; y mds se preocupan de discurrir pro- cedimientos para conquist;?~, licita o ilicitamente, nuevos rei- nos, que de administrar bien 10s que poseen. Ademhs, entre ]a &sejeros regios, unos saben t a n t ~ - ~ u e no necesitan acep- ta d critaio ajeno y otros tanto cnen saber que no les gash Pdmitir rioo d & aqnellos qrre Ppuebon todos sus tiis

UTOPIA 49

I parates o les halagan buscando con la adulaci6n granjearse a 10s mds influyentes cerca del principe. La naturaleza es de tal suerte que cada cual se complace en sus propias obras; asi a1 cuervo le sonrie su polluelo y a la mona le embelesa su cria. Pero si alguno, en una reuni6n de gentes que desprecian las opiniones ajenas, o prefieren las propias, adujese algo que ha leido como realizado en otros tiempos, o que vio ejecutar en otros lugares, 10s que le oyen obran como si peligrase toda su reputaci6n de sabios, y se les fuese a considerar en adelante como tontos de remate, a menos que logren descubrir algo censurable en las ideas extraiias. Si no encuentran otros ar- gurnentos se refugian en el siguiente: "Esto agrad6 a nuestros antepasados, cuya sabiduria ojal6 1legPsemos a igualar." Y con esto, se quedan tan satisfechos como si hubiesen dicho una gran cosa. Miran por lo visto como un gran peligro el que alguien parezca, alguna vez, mis sabio que nuestros ante- pasados, sin embargo de que, con raz6n, aceptamos que pre- valaca todo lo mejor que nos legaron; pero si sobre alguna cuesti6n se puede decidir con criterio mis acertado, debernos, aprovechando la ocasi6n, aferramos a he, aunque sea con 10s dientes. He tropezado a menudo con tales juicios soberbios, absurclos y caprichosos, en muchas partes, e incluso alguna vez en Inelaterra. -

-Dime, por favor, le preguntt, lhas estado alguna vez en nuestro pais?

-He estado, efectivamente; vivi en 61 algunos meses, no mucho despuCs del desastre en que la guerra civil de 10s in- gleses occidentales contra su rey termin6 con la deplorable ruina de 10s sublevados. Mucho debi entonces a1 reverendi- simo padre Juan Morton, cardenal arzobispo de Canterbury, a la saz6n tambiCn Canciller de Inglaterra, var6n, amigo Pedro (pues a Moro nada nuevo voy a contarle), venerable tanto por su autoridad cuanto por su ciencia y su virtud. Era de mediana estatura y erguido a pesar de su edad avanzada; su rostro inspiraba respeto, no temor; su trato era agradable, pero serio y grave. Gustibale a veces poner a prueba a 10s solicitantes, trathndolos con aspereza pero sin ofenderlos, para juzgar de su inteligencia y presencia de 6nim0, la cual le de- leitaba siempre que no fuese descarada, y cuando encontraba

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50 TOMAS MORO UTOPIA 5 1 I

en ellos cualidades semejantes a las suyas, utilizibalos en 10s jemos a un lado a 10s que regresan mutilados a1 hogar, de las negocios pliblicos. Su palabra era pulida y persuasiva, grande guerras extranjeras o civiles (como ha ocurrido hace poco su conocimiento del derecho, su inteligencia incomparable en vuestro pais despues de la de Cornualles, y no hace mu- y su rnemoria sobresaliente hasta el prodigio. Estas cuali- cho a raiz de la de Francia), gentes que dieron sus miembros dades, excelentes por natural=, las habia desarrollado con por el Estado o por el rey y a quienes la mutilaci6n no les per- el estudio y la expenencia. Fiaba mucho el rey de sus con- mite practicar sus antiguos oficios ni la edad aprender otros sejos y el Estado parecia, cuando yo estaba alli, apoyarse en nuevos. Prescindamos de esto, repito, ya que las guerras s6lo ellos sobremanera, puesto que, trasladado casi desde su pri- se presentan a intervalos, y examinemos otras circunstancias mera juventud de la escuela a la corte, mezclado durante toda que de continuo acontecen. Grande es el numero de 10s no- su vida a 10s asuntos mas trascendentales y expuesto constan- bles que, ociosos como zhnganos, no s610 viven del trabajo temente a las diversas vicisitudes de la fortuna, habia adqui- de 10s demis, sino que 10s esquilman como a 10s colonos de sus rido una profunda expenencia (que asi aprendida, no se olvida fincas y 10s desuellan hasta la carne viva para aumentar sus ten- fhcilmente) a costa de muchas y grandes pruebas. tas. B t a es la linica economia que conocen esos hombres que,

Por casualidad, estando a su mesa un dia, hallhbase pre- derrochadores, por otra parte, hasta la ruina, viven rodeados sente cierto laico versado en vuestras leyes, el cual, con no ~6 de una inmensa caterva de haraganes que jamis aprendieron quC pretext0 comenz6 a alabar con entusiasmo la rigida justi- medio alguno de ganarse el sustento y que asi que se les mue- cia que entonces se aplicaba a 10s ladrones, afirmando que con re el amo o se enferman, vCnse corridos, pues 10s senores frecuencia habia visto veinte de ellos colgar de una sola cruz, prefieren alimentar a 10s vagos que a 10s enfermos. Otras y pregunthndose muy admirado, a quC fatalidad se debia el muchas veces, el heredero del que muere no tiene bastante que, siendo tan pocos 10s que escapaban a1 su~licio, hubiese, para sostener a la servidumbre paterna; toda esa gente pade- sin embargo, tantos que obraban de igual modo. Entonces ceria hambre, sin duda, si no se dedicase.de inmediato a1 robo. me atrevi a hablar con libertad delante del Cardenal: Y iquC otra cosa podria hacer? En su errar vagabundo fue-

-No te extraiies, le dije; esa pena, excesivamente severa y ron arruinando poco a poco sus ropas y su salud, y luego, ajena a las costumbres publicas, es demasiado cruel para cas- escuhlidos por la enfermedad y cubiertos de harapos, ni 10s tigar 10s robos, pero no suficiente para reprimirlos, pues ni nobles se dignan recibirlos ni se atreven a hacerlo 10s cam- un simple hurto es tan gran crimen que deba pagarse con la pesinos, pues no ignoran que 10s que han sido educados mue- vida ni existe castigo bastante eficaz para apartar del latro- llemente en el ocio y 10s placeres y acostumbrados a ceiiir la

I cinio a 10s que no tienen otro medio de procurarse el sus- espada y empuiiar la adarga, desprecian a todo el mundo con tento. En esto, no s610 vosotros, sino buena parte de 10s gesto altanero y carecen en absoluto de aptitud para manejar

<'humanos, parecCis imitar a esos malos maestros que, mejor el azadon y el pic0 y servir fielmente a un pobre por m6- que enseiiarlos, prefieren azotar a sus discipulos. DecrCtanse dico salario y escaso alimento. contra el que roba graves y horrendos suplicios7 cuando seria -Antes que a ninguna otra, contest6 61, deberemos pro- mucho mejor proporcionar a cada cual medios de vida y que teger a esa clase de hombres, pues en ellos, como en seres de nadie se viese en la cruel necesidad, primero, de robar, y espiritu mhs elevado y animoso que el de 10s artesanos o agri- luego, en consecuencia, de perecer. cultores, residen la fuerza y el vigor del ejercito, si llegase a

-Bastante, dijo Cl entonces, se ha proveido a esto; ahi es- estallar alguna guerra. t i n las artes mecinicas y la agricultura con las que podrian --Evidentemente, repuse, eso valdria tanto con10 decir que ganarse la vida, si por naturaleza no se inclinasen .11 mal. a causa de la guerra habria que proteger a 10s ladrones, 10s

-Con ese argument0 no evadirhs la cuesti6n, Tepuse. De- cua!es nunca faltarln indudablemente nlientras existan esas

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gentes. Los ladrones, en efecto, no son malos soldados ni 10s soldados 10s peores ladrones: tan bien se compaginan uno y otro oficio. Este mal, empero, frecuente entre vosotros, no bs es exclusivo, sin0 antes bien comlin a casi todas las nacio- nes. Francia padece una plaga todavia peor: todo el pais se encuentra, aun en tiempos de paz, si a eso puede llamarse paz, repleto y asediado de soldados mercenarios, sostenidos por la misma conviccibn que os ha determinado a mantener aqui a servidores ociosos. Porque esos "pedantbofos" creen que la salvaci6n del Estado depende de tener siempre dispuesto un

,ejtrcito poderoso y fuerte, compuesto especialmente de vete- tanos, ya que en nada se fian de 10s bisofios. Parecen incluso provocar las guerras para que 10s soldados se adiestren tenien- do hombres que degollar y, como dice ingeniosamente Salus- tio, "no se entumezcan con la inacci6n las manos y el espiritu". Pero cuan pemicioso resulta alimentar bestias de esta indole, lo ha aprendido Francia con su propia desgracia y lo pro- clama el ejernplo de romanos, cartagineses, sirios y otras mu- chas naciones, cuyo poderio, asi como sus campos y ciudades, arruinaron en mas de una ocasi6n esos mismos ejkrcitos per- manentes. Prueba clarisima de que para nada son necesarios la tenemos en que esos soldados franceses, tan adiestrados en las armas desde j6venes, no siempre pueden envanecerse de haber vencido a vuestros veteranos a1 enfrentarse con ellos, y no dirk mAs sobre esto, no parezca a 10s presentes que 10s adulo. Es dificil creer que 10s obreros de la ciudad o 10s ru- dos y agrestes campesinos, a no ser 10s de cuerpo dtbil e inca- paces de toda audacia o aqukllos cuya firmeza de espiritu ha sido quebrantada por la miseria, teman a 10s ociosos compa- fieros de 10s nobles, cuyos cuerpos fuertes y robustos (ya que 10s sefiores no se dignan corromper sin0 a 10s escogidos) se debilitan con el ocio o se ablandan en ocupaciones casi mu- jeriles, e incluso 10s preparados para la vida con oficios Gtiles y expertos en trabajos viriles se afeminan. En verdad, de cualquier manera que se considere la cuesti6n, no me parece que favorezca en absoluto a1 Estado mantener, para una po- sibilidad de guerra, que nunca se presentarl si no se la desea, esa inmensa turbamulfa perturbadora de la paz y motivo de preocupaci6n mucho mayor que la misma guerra. No es tsta

sill embargo, la linica causa de 10s robos. Existe otra, en mi opinih, mas peculiarmente vuestra.

-iCuhl? Pregunt6 el Cardenal. -Vuestras ovejas, contest& que tan mansas eran y que

solian alimentarse con tan poco, han comenzado a mostrarse ahora, seglin se cuenta, de tal mod0 voraces e ind6mitas que se comen a 10s propios hombres y devastan y anasan las casas,' 10s campos y las aldeas. En aquellas regiones del reino don- de se produce una lana mas fina y, por consiguiente, de m6s precio, 10s nobles y sefiores y hasta algunos abades, santos varones, no contentos con 10s frutos y rentas anuales que sus antepasados acostumbraban sacar de sus predios, ni basthn- doles el vivir ociosa y espltndidamente sin favorecer en abso- luto a1 Estado, antes bien perjudicindolo, no dejan nada para el cultivo, y todo lo acotan para pastos; demban las casas, destruyen 10s pueblos y, si dejan el templo, es para estabu-, lar sus ovejas; parecitndoles poco el suelo desperdiciado en viveros y dehesas para caza, esos excelentes varones convier- ten en desierto cuanto hay habitado y cultivado por donds quiera.

Y para que uno solo de estos ogros, azote insaciable y cruel de su patria, pueda circundar de una empalizada algu- nos miles de yugadas, arrojan a sus colonos de las suyas, 10s despojan por el engafio o por la fuerza o les obligan a vender- las, hartos ya de vejaciones. Y asi ernigran de cualquier ma- nera esos infelices, hombres, mujeres, maridos, esposas, huh- fanos, viudas, padres con hijos pequefios; en fin, una familia mas numerosa que rica, pues la labranza necesita de muchos brazos.

Emigran, digo, de sus lares familiares y acostumbra- dos, sin encontrar d6nde refugiarse; venden a infimo precio su pobre ajuar cuando encuentran quien se lo compre, pues necesitan desembarazarse de 61; y luego que lo han consumido en su peregrinar iquC otro recurso les queda que el de robar y, por consiguiente, el de que se les allorque en justicia, o el de vagar mendigando a riesgo de ir a la carcel por deambu- lar ociosos, porque nadie les dio trabajo, aunque cllos se ofre cieran con la mejor voluntad? En las facnas agricolas a que estaban acostulnbrados nada tienen que llacer puesto que nada

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se siembra, y, por otra parte, un solo pastor y un boyero solo bastan para apacentar 10s rebaiios en una tierra que, de sem- brarse, exigiria el concurso de muchos brazos.

Bsta es la causa de que en muchos lugares hayan encare- cido 10s viveres y aumentado el precio de la lana a tal punto que no se puede comprar ni siquiera esa m6s tosca con la que suelen fabricarse 10s paiios en vuestro pais. Por esta razbn muchas gentes, privadas de trabajo, caen en la ociosidad. Aii6dese a esto el que, despuks del aumento de 10s pastos, vino una epizootia a destmir infinita cantidad de ovejas, como si Dios hubiese querido castigar la codicia de alguiios envian- do esa peste a 10s rebaiios. NO hubiera sido rnhs justo que la hubiese arrojado sobre las propias cabezas de aqdllos? Re- sulta, por lo demhs, que aunque el n6mero de las ovejas au- mentare considerablemente, no por eso disminuiria su precio, pues si bien no existe lo que pudiera llamarse propiamente un monopolio, porque no es uno solo el que vende, si hay en cambio un oligopolio, pues han venido a parar totalmente en manos de unos pocos, 10s rnhs ricos por cierto, a quienes no urge la necesidad de vender antes de que les plazca, y no les

fiplace hasta que pueden hacerlo a precio ventajoso. La misma raz6n hay, y aun mayor, para el encarecimiento

de las restantes especies de ganado, porque, destruidas las granjas y restringida la agricultura, nadie se cuida de su re- producci6n. Estos ricos hacen tanto caso de las crias bovinas corlio de las ovejas, limithndose a comprar reses flacas y ba- ratas en otros lugares y a revenderlas a precio alto despuks que las han engordado con sus pastos. Creo que a6n no se han apreciado todos 10s inconvenientes de esta conducta por- que hasta ahora s610 han encarecido la vida en 10s lugares donde venden, pero el dia en que pretendan sacar mhs reses de las que puedan producirse, es evidente que a1 disminuir poco a poco la abundancia en aquellos sitios donde hacen sus compras, no podrP evitarse quetambitn en Cstos se sufra gran miseria. De suerte que la malvada codicia de unos pocos arras- trari a la ruina vuestra isla que, precisamente por esta riqueza, parecia ser tan feliz.

Tal encarecimiento de la vida da lugar, en efecto, a que cada cual despida a1 mayor numero posible de sus servidores;

UTOPIA 5 5

y yo te pregunto: iAd6nde 10s envian sino a mendigar o a robar, cosa que aceptarin rnhs fhcilmente esos generosos es- piritus? Aiihdase a esa miserable pobreza e inopia un insolente lvjo; 10s criados de 10s nobles, 10s obreros y aun 10s mismos campesinos, todos sin distinci6n de clases, muestran un boato excesivo en el vestir y no menor en el comer. El figbn, 10s burdeles, el lupanar, esos otros lupanares que son la taberna o la cerveceria y, por 6ltim0, todos esos entretenimientos perniciosos, como 10s juegos de azar, la baraja, 10s dados, la pelota, 10s bolos, el disco lacaso no agotan rhpidamente el di- nero y llevan directamente al robo a sus adeptos?

Desterrad esas funestas plagas, decretad que reedifiquen las granjas y aldeas 10s que las destruyeron, o que las cedan para su reconstruccibn a 10s que quieran hacerlo; ~ o n e d fre- no a las compras de 10s ricos y a la libertad de ejercer mono- polios; que Sean cada vez menos 10s que vivan en la ociosidad, que se vuelva a la agricultura, que se organice la manufactura de la lana, ocupaci6n honesta para las gentes ociosas a quie- nes hasta hoy la pobraa arrastrb a1 robo, o para 10s que, siendo ahora vagabundos o criados haraganes, estin a punto de parar en ladrones.

Si no remediiis decididamente estos males, es inutil que elogikis la justicia destinada a reprimir 10s robos, pues ella serh rnhs aparente que real; porque consentir que 10s ciudadanos se eduquen pksimamente y que sus costumbres vayan corrom- pikndose poco a poco desde sus mhs tiernos afios para casti- garlos cuando, ya hombres, cometan delitos que desde su infancia se hacian esperar, lquk otra cosa es sino crear ladro- nes para luego castigarlos?

Mientras yo hablaba, el jurisconsulto preparibase en si- lencio para contestar con ese tono solernne de los dialkcticos que rnhs fhcilmente repiten que replican, hasta tal punto po- nen buena parte de su fama en la memoria.

-Con gran acierto has hablado, para ser un extranjero que m b bien conocerhs de oidas que a fondo este asunto, como voy a probhrtelo en pocas palabras. Resumirk primero, ordenadamente, cuanto has dicho: luego sefialark en quk pan- to te has dejado llevar por el desconocimiento de nuestras cosas y, por ultimo, destruirk y anulark todos tus argumentos.

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56 TOMAS hlORO 1

Asi, pues, para comenzar por lo primer0 que he anunciado, I

me parece que hay cuatro partes. -Calla, le interrumpib el Cardenal, si asi principias no

I

creo que vayas a responder con pocas palabras. Te dispen- ! saremos por lo tanto del trabajo de argumentar en este mo- mento, pero conservando integra la obrigaci6n de hacerlo en nuestra pr6xima entrevista, la cual (a menos que t6 o Rafael tengiis alg6n impedimento) quisiera fijar para mafiana. Pero, entretanto, Rafael amigo, escucharia gustosisimo por quC ra- f z6n Crees que el robo no debe castigarse con la 6ltima pena , ,

y cu61 otra consideras que seria de mayor utilidad pliblica, pues no pensaris, a buen seguro, que un delito asi deba que- dar impune. Porque si ahora, incluso con la amenaza de muer-

1 te, hay quien se lanza a robar, cuando estCn seguros de que

r' su vida no come peligro i q ~ C fuerza, quC temor seria capaz de detener a 10s malhechores? El hecho de suavizar la pena Lno se podria interpretar como un aliciente que les invitase a1 delito?

' -ParCceme, contest& ioh bondadosisimo padre!, absolu- ,,, tamente inicuo arrebatarle la vida a un hombre por que haya

robado dinero; creo que la vida humana esta por encima de -. todas las riquezas del mundo. Y si se adujera que con esa pena se repara, no el dinero, sino la justicia escarnecida y las lqes violadas, Lno podri con raz6n tildarse a1 supremo dere- cho de suprema injusticia? Ni las leyes manlianas son tan r

merecedoras de aprobaci6n que porque se las desobedaca en algo haya que sacar a1 punto la espada, ni tan exactos 10s principios estoicos que gradhen como iguales todas las faltas y no establezcan ninguna diferencia entre matar a un hombre o robarle su dinero, cosas que, si en algo se estima la equi- dad, no tienen nada de semejante ni de afin. Si Dios prohibi6 el matar jvamos nosotros a suprimir tan ficilmente a un hom- bre porque ha robado unas monedas? No obstante, si se interpretare que ese mandamiento divino niega a1 hombre la facultad de matar, except0 cuando la ley humana ordene ha- cerlo, iqut impediria a los hombres declarar igualmente acep- tables el estupro, el adulterio y el perjurio? Pues, habiindonos negado Dios todo derecho, no s610 sobre la vida ajena, sino sobre la propia, si el consenso de 10s hombres a1 acordar bajo

ciertas normas la mutua destrucci61-1, debiera prevalecer hasta el punto de eximirnos de la obediencia a1 precept0 mencio- nado, permitikndonos dar muerte a 10s que la ley humana condena, jno vendria el derecho divino a obligar solamente en cuanto lo permitiese el humano? Y, en consecuencia, ocu- rriria que, a1 igual que en otras cosas, podrian 10s hombres decidir hasta quC punto seria conveniente o no observar 10s divinos preceptos. Finalmente, si la ley mosaica, aunque inj clemente y Aspera, como desrinada a esclavos y gente testaru- da, castig6 el robo con penas pecuniarias y no con la muerte, jcreeremos que Dios, en su nueva ley de clemencia, como de un padre que gobierna a sus hijos, nos concedib mayor libertad para ser crueles? Por todas estas razones consider0 injusta la pena de muerte. Nadie ignora cuhn absurd0 y per- nicioso para un Estado es castigar por igual a1 ladrbn que a1 homicida, pues viendo el primero que come igual peligro si se le condena s610 por rob0 que si, ademAs, se le acusa de homicidio, bastar6 este pensamiento para impulsarle a matar a1 que, de otro modo, se hubiese limitado a despojar. Ade- mAs, en caso de ser aprehendido, el homicidio no le agrava la pena, mientras que matando, su seguridad es mayor y ma- yor la esperanza de ocultar su crimen, suprimiendo a1 testigo. Resulta pues que, mientras buscamos 1% medios de aterrar a 10s ladrones, les incitamos a la perdicibn de las gentes de bien.

En cuanto a saber cuil podria ser el mejor castigo, creo que no seria m6s dificil de encontrar que el peor. LPor quC dudamos que seria litil para castigar 10s delitos el procedi- miento que antiguamente seguian 10s romanbs, hombres pe- ritisimos en la administracibn del Estado? Condenaban, como es sabido, a 10s convictos de grandes crimenes, a trabajar en las canteras y en las minas cargados de perpetuas cadenas. A este respecto, no obstante, ninguna ley me parece mejor que la que pude observar en Persia, durante mis viajes, entre 10s vulgamlente llamados Polileritas, pueblo qande, bien go- bernado, regido por leyes propias y que seria independiente del todo si no pagase un tributo a1 rey de Persia. Hallindose lejos del mar y casi rodeado de ~nontafias, se satisface con 10s fn~tos de su fecunda tierra y ni visita asiduamente a otros pueblos, ni es visitado por ellos. Siguiendo las tradiciones an-

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tiguas de su pais, no ansia ensanchar sus confines y defiende ficilmente de todo ataque 10s que posee, gracias a sus mon- tes y a1 tributo que paga a1 rey; enteramente libres sus ciu- dadanos del servicio militar, viven, si no esplkndida, como- damente y rnis felices que famosos o ilustres, pues me parece que ni siquiera su nombre es conocido sino de sus vecinos rnis cercanos. Pues bien, 10s que en dicho pueblo son convictos

'rude robo, devuelven lo hurtado a su dueno y no a1 principe, como ocurre en otros sitios, por pensar que el monarca no tiene rnis derechos que el propio ladr6n sobre la cosa sus- traida. Si Csta desapareciere, se reline y paga su valor con

1 0 s bienes del culpable, entregindose integramente el sobran- te a su mujer e hijos, mientras que a 61 se le condena a tra- bajos forzados. Si no hub0 crueldad en la comisi6n del delito, no se le encarcela ni aherroja, sin0 que se le ocupa, libre y suelto, en 10s trabajos pliblicos; a1 que se niega o se muestra remiso, mhs que castigarlo con la drcel, lo estimulan con el litigo. En cambio a 10s que realizan diligentemente su labor, se limitan a encerrarlos en celdas por la noche desputs de pasarles listti. Excepto el trabajo constante, su vida no tiene otras penalidades. A 10s que sirven a1 Estado se les alimenta bastante bien. El procedimiento, siempre a costa del pueblo,

- es distinto seglin 10s lugares: en unos, se saca de limosnas lo que se gasta en ellos, recurso que, aunque inseguro, resulta el mhs fecundo, dada su gran generosidad; en otros se destina a este fin el producto de ciertas rentas pliblicas y hay, final- mente, otros sitios donde se recauda por persona, con este

, objeto, un tributo determinado. En otras regiones no reali- -zan 10s condenados ninghn trabajo pliblico sino que, cada vez

que un particular necesita un jornalero, contrata en el foro, para aquel dia, 10s servicios de cualquiera de ellos por un salario algo inferior a1 que hubiera pagado por un obrero libre, teniendo, ademhs, derecho a estimular su diligencia con el litigo. De este mod0 nunca les falta trabajo y, una vez pagado su sustento, revierte diariamente a1 erario pliblico una parte de lo que cada uno gana. Todos, ya estCn reunidos o

Iaislados, visten de un solo color y llevan el pel0 no rapado, sin0 un poco recortado por encima de las orejas, de una de / las cuales les cortan un trocito. Pueden recibir de sus amigos

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alimentos, bebidas y vestidos del color prescrito, pero el dar- les dinero constituye, tanto para el donante como para el que lo recibe, delito capital. No es menos peligroso, incluso para un hombre libre, recibir, por cualquier concepto, dinero de u11 condenado, y es igualmente grave para 10s siervos ,

(nombre que dan a 10s condenados) tocar un arma. Cada regihn marca a 10s suyos con una seiial particular, que es de- lit0 quitarse, asi como el ser visto rnis a116 de sus confines o conversando con un siervo de otra regi6n. El intento de fuga no es menos peligroso que la fuga misma, significando para el c6mplice de ella la muerte si es siervo y la servidumbre si es libre. Conceden, en cambio, a1 delator, si es libre, pre- mios en dinero y la libertad si es esclavo, asegurando a uno y otro el perdon y la seguridad del secreto, no fuese a re- sultar rnis seguro perseverar en una mala intenci6n que arre- pentirse de ella. Tales son la ley y el criterio que regulan esta i materia; ficilmente se echa de ver cuhnto encierran de hu- ( mano y ventajoso, ya que el rigor de la ley tiende a destruir 10s vicios, conservando a unos hombres que, tratados asi, se ven obligados a ser buenos y a redimir con el resto de su vida el dano que antes causaron. Y hasta tal punto no es de temer su vuelta a las antiguas costumbres que 10s viajeros no en- cuentran guias rnis fieles y seguros que esos esclavos, 10s cuales sustituyen por otrbs asi que llegan a distinta regi6n. En realidad, todo se opone a que puedan perpetrar un robo: las manos inermes, el dinero delator del crimen, el castigo si se les apresa y ninguna esperanza de refugiarse en cualquier otro sitio. Porque j ~ 6 m ~ podrh ocultar o encubrir su fuga un hombre vestido de manera absolutamente distinta a 10s demis, a no ser que huyese desnudo? Y aun asi la oreja de- nunciaria al fugitivo. De igual nlodo seria imposible que conspirasen contra el Estado (lo que sin duda representaria un peligro), porque para llegar a tal resultado necesitarian antes tantear y solicitar a 10s esclavos de otras regiones, 10s cuales estin bien lejos de la posibilidad de conspirar, ya que ni siquiera se les permite reunirse, conversar o saludarse; y por otra parte, no confiarian temerariamente sus proyectos a unos hombres que, de callarse, se expondrian a un gran peligro, mientras que con la delaci6n alcanzarian las mayores venta-

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jas. Por el contrario, ninguno deja de acariciar la esperanza de que obedeciendo, sufriendo y probando que se ha enmen- dado para su vida futura, logarA alg6n dia recobrar la liber- tad. Y efectivamente, no pasa afio sin que algunos, en recom- pensa de su docilidad, se vean rehabilitados.

Dije esto y aiiadi que no veia motivo alguno que impi- diese aplicar igual procedimiento, incluso en Inglaterra, con resultados muy superiores a 10s de esa justicia que con tanto entusiasmo alabara el jurisc~nsult~.

-Nunca, me interrumpi6, podria implantarse semejante cosa en Inglaterra, sin arrastrar a1 Estado a 10s mayores pe- ligos.

Y a1 tiempo que hablaba, movi6 la cabeza, torci6 el gesto y call6se desputs.

Todos 10s presentes se adhirieron a su opini6n. Enton- ces dijo el Cardenal:

-No es facil asegurar, sin hacer antes algunas experien- cias, si las cosas marcharian asi bien o mal. Si despub de pronunciada una sentencia de muerte, mandase el principe suspenderla para poner a prueba ese sistema, limitando el de- recho de asilo, y se obtuviesen resultados satisfactorios, seria conveniente establecerlo; en caso contrario, ejecutar m6s tar- de a 10s que fueron condenados anteriormente, ni seria mas perjuidicial a1 Estado, ni mhs injusto que si se hubiese hecho inmediatamente. Entretanto, ning6n riesgo se correria con esta experiencia. No veo tampoco inconveniente en tratar de igual mod0 a 10s vagabundos, contra 10s cuales tantas leyes se han dictado hasta ahora sin que en realidad se haya adelanta- do nada.

Asi que termin6 de hablar el Cardenal, todos a porfia elo- giaron con entusiasmo las ideas que menospreciaron cuando yo las expuse, y en especial lo concerniente a 10s vagabundos, s610 por el hecho de habedo aiiadido 61.

E-lallabase presente cierto parisito que tratando de imitar a un bufbn, lo simulaba tan bien que lo era de verdad. Tan insipidas eran las palabras con que intentaba provocar la risa

, que m6s se reian de su persona que de sus dichos. De vez en cuando, sin embargo, escaphbansele a aquel hombre expre- siones tan lejos de ser absurdas, que justificaban el proverbio

'10s reiterados dardos acaban por alcanzar a Venus". Este individuo, a1 decir uno de 10s convidados que con mi discur- so habia resuelto yo el problema de 10s ladrones y que, por su parte, el Cardenal habia solucionado el de 10s vagabundos, quedando s610 preocuparse oficialmente de aquellos a quienes la enfermedad o la vejez habian empujado a la pobraa y con- vertido en sera incapaces de trabajar para sustentarse, dijo a su vez: -Dejadme, yo vert la manera de que esto se re- suelva satisfactoriamente. Deseo, en efecto, alejar de mi vista a unas gentes que tanto y tan de continuo me han molestado piditndome dinero con quejumbrosos gemidos, 10s cuales nunca aturdieron mis oidos a1 punto de arrancarme un solo ctntimo, porque siempre me ocurre una de estas dos cosas: o no quiero dhrselo o no puedo, porque no lo tengo. Ahora empiezan ya a conocerme y para no perder el tiempo, cuan- do se tropiezan conmigo, pasan de largo en silencio, pues saben que de mi no pueden esperar mhs que de un cura. En consecuencia: "ordeno y mando por esta mi ley que todos 10s mendigos se distribuyan y repartan entre 10s conventos de benedictinos y se hagan, como dicen, monjes legos; mando igualmente que las muieres sean monias". , Sonriose el Cardenal, aprobando en broma sus palabras, mientras 10s demhs lo hacian en serio.

Con esta broma contra 10s clQigos y 10s frailes un her- mano, te6log0, se puso tan contento que 61 mismo, de ordi- nario hombre muy serio, se puso a bromear. "Ni aun asi, dijo, conseguirhs librarte de 10s mendigos, si no procuras a1 mismo tiernpo un sustento para nosotros, 10s frailes."

"Tambikn esto est6 previsto --dijo el buf6n-, porque el I

Cardenal tiene muy bien dispuesto que sean incluidos 10s va- gos y se les d t trabajo, y vosotros sbis 10s mayores vagos."

Como el Cardenal no most16 desaprobaci611, toda la ter- tulia asinti6, con excepci6n del fraile. Pues tste, como no es extraiio, salpicado de aquel vinagre, se enfad6 tanto y tanto

I se enfureci6 que no pudo contener 10s insultos y comenz6 a llamarle granuja, deslenguado, calumniador, hijo de perdi- ci6n, mientras lanzaba terribles amenazas sacadas de las Es- crituras.

I El buf6n comenz6 a bromear en serio y aqui estaba en

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su elemento. "No te enfurezcas, buen hennano, porque esti escrito: En la paciencia se halla la salud de vuestras almas."

A esto el fraile, y reproduzco sus propias palabras, repu- so: "No enfurezco, t6 soga de horca, o por lo menos no peco. Porque dice el psalmista: Encolerizaos y no peqdis."

El Cardenal advirti6 dulcemente a1 hermano que refre- nara su impetu. "No, magnifico sefior, contest6 8, hablo, como debo, con celo justisimo: tambikn 10s santos mostraron un celo justisimo y por eso est6 dicho: Me consume el celo de tu casa. Y en las iglesias se canta: Cuando Eliseo entr6 en la casa del Sefior, oyendo t r h si las risas de la burla, la c6- lera del calvo alcanz6 a 10s burladores, como alcanzari quizi a a t e burlador idiota."

"Acaso t6 obras con loable celo, dijo el Cardenal, per0 me parece que obrarias, si no rnis piadosamente, de seguro con mayor prudencia, si no te mezclaras con un loco en una disputa risible."

"iOh no, magnifico sefior!, eso no seria mis prudente, pues hasta el sapientisimo Salomon dice: Contesta a un loco seghn su locura, como ahora hago yo y le seiialo la zanja en que va a caer si no pone cuidado. Porque asi como 10s mu- chos burladores de Eliseo, que no era mis que un calvo, sin- tieron su c6lera jcon cuiinta mhs raz6n no sentiri un bur- lador la c6lera de muchos frailes, entre 10s cuales se cuentan tantos calvos? Ademis, hay una bula del Papa por la cual quedan excomulgados 10s que se rian de nosotros."

Como el Cardenal se dio cuenta de que aquello no iba a terminar, hizo una sefia a1 bufbn para que se alejara, desvi6 la conversaci6n hacia otro tema y a poco se levant6 de la mesa para ir a dar audiencia a 10s solicitantes y de esta suerte nos abandon6.

Ya ves, amigo Moro, con cuin largo discurso te he mo- lestado; vergiienza me hubiese dado hacerlo de no habkrmelo t6 pedido con tanto ahinco y escuchado con10 si no quisicras perder palabra de una conversaci6n que, aunque pudo ha- ber sido algo mis concisa, tuve que referirte integramente en vista del proceder de quienes, desdeiiando mis palabras, se npreruraron a aplaudirlas a1 rer que e! Cardenal no las des- aurobaba, llegando en su adulaci6n a1 extremo de halagar y

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admitir casi en serio las invenciones de un parisito, que su amo, por broma, no despreciara. De ahi podris deducir cuhn- to aprecio harian de mi y de rnis consejos 10s cortesanos.

Mucho me deleitaste, dije, Rafael amigo; hasta tal punto es a la vez inteligente e ingenioso cuanto has dicho. Ade- mas, ha habido momentos en que, con el grato recuerdo del Cardenal, en cuya corte me eduquk de nifio, pareciame re- tornar no s610 a la patria, sino a la infancia. No podriis ima- ginarte, amigo Rafael, cuanto rnis querido te has hecho para mi, aunque ya eras queridisimo, a1 evocar tan encarecida- mente como lo has hecho el recuerdo de ese hombre. Con todo, no me decido en mod0 alguno a cambiar de opini6n:

I pienso, antes bien, firmemente, que si te decidieras a no apar- tarte de las cortes reales podrias con tus consejos aportar grandes bienes a1 pueblo. Nada mas propio de tu deber, que es el de un buen ciudadano, pues, como piensa tu amado Plathn, 10s Estados serian felices si reinasen 10s filbofos o filo- sofasen 10s reyes. jCuhn lejos no estarh la felicidad si 10s fil6sofos no se dignan siqdiera comunicar sus consejos con 10s reyes?

-No son, repuso 8, tan esquivos que no lo hiciesen gus- ' tosamente -muchos incluso ya lo han efectuado publicando libros- si 10s que tienen el gobierno de 10s Estados se hallasen dispuestos a aceptar sus consejos. Sin duda previ6 Plat611 con acierto que si 10s reyes -imbuidos y emponzofiados desde ni- iios con perversas opiniones-, no filosofaban, jamhs aproba- rian 10s consejos de 10s filbofos, como t l mismo pudo com- probar junto a Dionisio. NO Crees que si yo propusiese a cualquier monarca sensatas medidas o intentase arrancar las perniciosas semillas de muchos males seria inmediatamente despedido o considerado como objeto de burla? Ea, imagi- name en la corte del rey de Francia y formando parte de su Consejo cuando, en el rnis secreto retiro y presidiendo 61

I mismo a 10s varones mis sabios, se estin tratando cuestiones

I tan qraves como kstas: 10s medios e intrigas para conservar a Milsn, atraer de nuevo la escurridiza Nipoles, destruir luego a 10s venecianos, someter a Italia entera, domeiiar mis tar- de a Fl:~ndes, Brabante, toda Borgofia y a otros muchos pue- blos. ya invadidos de antemano con el pensamiento. Uno

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aconsejarh hacer con 10s venecianos un pacto duradero ~610 en la medida de las propias conveniencias y consistente en depositar en su poder parte del botin, recuperable asi que el negocio se termine con arreglo a lo previsto; otro se incli- naria a reclutar alemanes; otro a halagar con dinero a 10s suizos; otro a granjearse a peso de oro, como un talismhn, el numen adverso de la majestad imperial; otros defenderian la necesidad de llegar a un arreglo con el rey de Aragbn, ce- diCndole en prenda de paz el ajeno reino de Navarra; otros, en fin, pensarian en la conveniencia de captarse a1 rey de Cas- tilla con el sefiuelo de una alianza familiar y de atraerse con el aliciente de determinada cantidad a algunos de sus. corte- sanos. Surge entonces la mayor dificultad de todas, o sea la conducta a seguir con Inglaterra; habrh de tratarse de la paz y de asegurar por medio de estrechisimos lazos una unibn siernpre dtbil; se les llamari amigos, aunque se les tenga por enemigos; se tendrh preparados, como un cuerpo de guar- dia, a 10s escoceses, atentos a cualquier ocasibn, para lanzarlos inmediatamente a1 menor movimiento de 10s ingleses. Con- vendrh ademis favorecer ocultamente, pues 10s tratados pro- hiben que se haga a las claras, a alglin noble desterrado que se crea con derecho a1 trono, para tener como en el pufio, por este medio, a1 principe del que desconfian. - Si en este punto, digo, de maquinaciones tan importantes

$ y ante tantos varones ilustres, que concentran a porfia sus consejos en la guerra, se presentase un hombrecillo como yo i y 10s mandase cambiar de rumbo dicitndoles: "hay que pres-

cindir de Italia, hay que permanecer en el propio suelo, y si el reino de Francia es ya demasiado grande para ser bien go- bemado por un solo hombre, dtjese el rey de pensar en agre- garle otros". Si ademis les pusiera como ejemplo la conducta de 10s Acorioros, situados frente a la isla de 10s Utbpicos, a orillas del Euronotos, quienes, despub de guerrear en otro tiempo para granjearle a su monaca un nuevo reino, que pre- tendia debtrsele por herencia en virtud de un antiguo paren- tesco, vieron, una vez logrado, que las dificultades para con- servarlo no eran inferiores a las que tuvieron que afrontar en su conquista; que por doquier amagaban ora rebeliones in- ternas, ora incursiones externas contra 10s sometidos; que

continuamente tenian que combatir en su defensa o contra ellos; que nunca llegaba la posibilidad de licenciar a1 ejkrcito; que entretanto, se les saqueaba y se llevaba afuera su dine- ro; que su propia sangre derramibase para satisfacci6n de la vanidad ajena; que la paz estaba en constante peligro y en la patria, corrompidas las costumbres con la guerra, pene- trado el pueblo del placer de robar, acrecentada la audacia para el asesinato, despreciadas las leyes porque a1 rey, ocupa- do en el gobierno de dos pueblos, no le era posible consa- grarse por entero a cada uno de ellos; convencidos, por otra parte, de que nunca llegarian a1 ttrmino de tantos males, hi- cieron saber a1 monarca, con todo respeto que, no pudiendo ejercer su autoridad sobre ambos reinos por ser sus slibditos demasiado nurnerosos para que 10s gobernase un rey a medias, se oponian a su pretensi6n de conservar aquCllos, tanto m6s cuanto que a nadie le gusta compartir con otro ni su palafre- nero. Y asi aquel buen principe se vio obligado, despub de dejar el nuevo reino a uno de sus amigos --que fue depues- to a poco-, a conformarse con el antiguo.

Si, por liltimo, pretendiese demostrarles que todos esos proyectos guerreros que a tantas naciones perturban, agotan- do sus recursos y aniquilando a1 pueblo, no reportan en defi- nitiva mis que desgracias y que, por lo tanto, debe el monarca cuidar el reino de sus mayores, favorecerlo en todo lo po- sible, convertirlo en el mhs floreciente, amar a sus slibditos y hacerse amar de ellos, vivir su misma vida, gobemados dul- cemente y dejar en paz a 10s demis reinos, porque el que le ha tocado en suerte es para 61 suficientemente grande y aun excesivo, jc6m0 Crees, amigo Moro, que escucharian mis palabras?

-Evidentemate, repuse, con oidos no muy propicios. -Prosigamos, pues, dijo. Los consejeros tratan y maqui-

nan con cualquiera de 10s reyes por quC procedimientos po- drian acumular tesoros; aconskjale uno aumentar el valor de la moneda, cuando se tenga que hacer alglin pago, y reba- jarlo a menos de lo justo cuando se trate de cobrar, a fin de satisfacer con poco mucho gasto y de recibir mucho a cam- bio de poco; propugna otro simular una guerra y desputs de haber acumulado dinero can este pretexto, hacer la paz,

L I \

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cuando pareciere oportuno, con sagradas ceremonias, ganan- do asi el rey a 10s ojos del bajo pueblo el prestigio de un principe misericordioso que se ha compadecido del derrama- miento de sangre humana; recukrdale otro ciertas leyes anti- guas y ya roidas por la polilla, anticuadas por el largo desuso y que como nadie recuerda que han sido promulgadas, todos han transgredido, para que mande exigir las multas corres- pondientes, de donde resultaria un ingreso rnhs lucrativo que ningrin otro y rnhs honorable, puesto que se cubre con la

.mhscara de la justicia; otro le persuade a prohibir, bajo pena de grandes multas, cosas perjudiciales a1 pueblo y dispensar

;luego dc esa prohibici6n7 mediante el pago de una cantidad, a 10s pejudicados por ella en sus intereses, captandose asi la buena voluntad del pueblo y obteniendo un doble beneficio del importe de las multas impuestas a 10s que el afhn de ga- nancia hizo caer en la trampa, y del de la venta de las dis- pensas, quedando el principe en tanta mejor opinibn cuanto mayores fuesen btas, pues pareceria que no perdonaba a nin- g h particular nada contrario a1 bien del pueblo, como no ' fuese a costa de una gran cantidad; otro preconiza ganarse a 10s jueces para que siempre resuelvan a favor del derecho real, atraykndolos a palacio e invithndoles a discutir ante el propio monarca sus problemas, pues ninguna causa real habr6 de ser tan abiertamente inicua que alguno de ellos no pueda, ya por el placer de contradecir, ya por temor a repetir las pa- labras de otro, ya para granjearse el regio favor, encontrar un resquicio por donde logre deslizarse alguna capciosa d e fensa. De este modo, con las opiniones contradictorias de 10s jueces, el asunto, clarisimo en si, se embrolla, quedando la verdad dudosa y dando a1 rey la oportuna ocasi6n de inter- pretar el derecho a su conveniencia, a lo cual se sumarian 10s demhs llwados de la timidez o del miedo, y 10s tribu- nales dictarian luego audazmente su sentencia. Nunca faltan

, motivos a1 que se pronuncia en favor del principe; bistale o que la justicia est6 de parte del mismo o las fbmulas legales

" o la retorcida interpretaci6n de un texto o la indiscutible pre- rrogativa real que priva rnhs que ninguna otra ley en el hni-

t i /mo de 10s escrupulosos jueces. Todos esthn de acuerdo en el coriocido criterio de Craso: "Ninguna suma de dinero es su-

UTOPIA 67

ficiente para un rey que deba mantener un ejkrcito; un rey, aunque quiera, no puede obrar con injusticia." En efecto, ~ertenecikndole 10s bienes de todos e incluso 10s hombres mismos y no poseyendo cada uno sin0 lo que la benevolencia regia le consiente, importa mucho a1 rey, y en ello estriba su seguridad, que 10s particulares posean lo menos posible, para que no se ensoberbczca el pueblo con riquezas y libertad, co- sas tstas que soportan menos pacientemente 10s gobiernos du-4 ros e injustos, a1 paso que la pobreza y la miseria, debilitando 10s animos, 10s hace resignados y quita a 10s oprimidos todo generoso impulso de rebeli6n.

A1 llegar a este punto habria de levantarme a decir que tales consejos son indignos y perniciosos para el rey, cuyo honor y hasta cuya seguridad residen en 10s recursos del pue- blo m6s que en 10s suyos propios; y mostrarles que 10s reyes se eligen para bien del pueblo y no del soberano, es decir, para que con su esfuerzo y celo pongan el bienestar de aqukls a1 abrigo de toda injusticia, cuidado que corresponde a1 prin- cipe, mis para lograr el bien de sus slibditos que el suyo pro- pio, a semejanza del pastor que, por serlo, cuida antes de sus rebaiios que de si mismo. La realldad enseiia cu6n equivoca- dos esthn 10s que piensan que la pobreza del pueblo es garan- tia de par. Porque id6nde hay mas altercados que entrc 10s- mendigos? iQuiCn desea con rnhs empeiio trastomar el or- , den de las cosas sin0 aquel a quien desagrada absolutamented la situaci6n presente de su vida? ~QuiCn, en fin, se lanza con impetu mis audaz a subvertirlo todo, con la esperanza de lu- crarse en algo, sin0 el que ya no tiene nada que perder? Si un rey fuese de tal modo odiado o despreciado por sus shbditos que no pudiese retenerlos en la obediencia sin0 por el ultraje, el despojo y la confiscaci6n reduci6ndolos a la mendicidad, rnhs le valdria renunciar inmediatamente a1 reino que retener-4 lo con tales procedimientos que, aunque le conserven suq titulo, le hacen perder la majestad, pues no es propio de la dignidad real gobernar a mendigos, sin0 a gentes felices. este era tambiin el criterio de Fabricio, hombre de espiritu recto y elwado, a1 declarar que preferia gobernar a ricos, que enri- quecerse t l mismo; pues, evidentemente, el que uno solo viva entre placeres y delicias, mientras 10s dem6s gimen y se lo-

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mentan por doquier, no es ser custodio de un reino, sin0 de una carcel. Finalmente, asi como es propio de un mtdico

gignorante el no saber curar una enfermedad sin causar otra, asi el que no puede corregir la conducta de 10s ciudadanos sin0 suprimikndoles las comodidades de la vida debe confesar que no sabe gobemar a hombres libres, y dedicarse a corregir su ineptitud y soberbia, porque esos defectos serin motivo de que el pueblo le desprecie o le odie. Viva honestamente de lo suyo, atempere 10s gastos a los ingresos, refrene sus malas

to acciones y prevenga con leyes justas las de sus subditos, me- jor que dejar que las cometan para castigarlas luego; revoque meditadamente las leyes abolidas ya por la costumbre, sobre todo las que, largo tiempo abandonadas, no se echan de me- nos, y nunca, con pretext0 de una transgresi6n de esta clase, exija nada que un juez no consentiria en conceder a un par-

* ticular cualquiera por considerarlo inicuo y doloso. ' Les expondria, en este punto, la ley de 10s Macarienses, que viven no muy lejos de Utopia; su rey, el dia que sube a1 trono, luego de celebrar solemnes ceremonias, se obliga bajo juramento a no tener nunca a1 mismo tiempo en el tesoro m b de mil libras de oro o su equivalente en plata. Cuentan que esta norma fue establecida por uno de sus mejores mo- narcas, quien tuvo mas presente el bienestar de su patria que su propia riqueza y quiso poner freno a una acumulacibn tan grande de dinero que llegase a ocasionar la pobreza de su pueblo. Dicho tesoro le parecia suficiente para las guenas del rey contra 10s rebeldes y para rechazar incursiones enemi- gas, y no de tanta importancia, en cambio, como para desper-

:&tar la codicia ajena. Esta fue la causa principal de que se dictase esa ley; la inmediata fue el considerar que de a t e mod0 no faltaria el dinero necesario para las cotidianas tran- sacciones de 10s ciudadanos, pues como el rey debia por fuer- za dar salida a cuanto se crecentase en el tesoro por encima del limite establecido, no habria asi lugar a injusticias. Tal rey seria temido por 10s malos y amado por 10s buenos. 08

Exponer razonamientos tales y otros por el estilo ante hombres vehementemente inclinados a1 criterio opuesto jno seria como conthrselo a 10s sordos?

-A sordisimos, repuse, sin duda alguna. Y por cierto que

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no me admiro ni me parece, a decir verdad, que haya que ale- gar semejantes razonamientos o dar consejos tales cuando se esta seguro de que jamas han de ser aceptados. Pues ide quC habia de seivir o como influiria un lenguaje tan desacostum- brado en la mente de quienes tienen ya el espiritu dominado por un convencimiento absolutamente distinto? Entre amigos intimos y en conversaci6n familiar es agsadable esa filosofia escol6stica, per0 no cabe en 10s Consejos reales donde se tra- tan graves asuntos con sesuda autoridad.

-En eso pensaba yo, replic6, a1 decir que no hay lugar ante 10s pnncipes para la filosofia.

-Eso, sin duda, contestk, es verdad respecto a esa filoso- fia escolastica que piensa que cualquier principio suyo puede aplicarse a todo; per0 hay otra filosofia mas politica que co- note su escenario y se acomoda a 61, desempefiando con arte y decoro su papel en la obra que se representa. Esa es la que debes poner en juego. De otro modo, si en la representaci6n de cualquier comedia de Plauto, mientras se chancean los es- clavos, te presentases en escena con aire filosbfico y recitases aquCl pasaje de la Octavia en que Skneca discute con Ne- ron, in0 te valdria mas desempeiiar un papel mudo que con- vertir la obra en tragicomedia trayendo a colacibn palabras ajenas? Trastrocarias y estropearias la representaci6n mez- clPndole phrrafos extrafios por mas que fuesen excelentes. Representa la obra que se te ha encomendado lo mejor que puedas y no trastomes su conjunto s610 porque te acordaste de un fragment0 mas ingenioso de otra. Igual ocurre en el, Estado; igual en 10s Consejos reales. Si no es posible des-( arraigar las malas opiniones, ni poner remedio a defectos in- veterados, segGn tu mod0 de pensar, no por eso se debe abandonar a1 Estado, ni dejar la nave en medio de la tem- pestad, por no poder dominar 10s vientos. Y no es im- ponikndoles un lenguaje desacostumbrado e insblito, a sa- biendas de que no ha de tener ningrin peso ante personas convencidas de lo contrario, sino por medio de un rodeo, como se ha de intentar y procurar, en la medida de lo posi- ble, arreglar las cosas sztisfactoriamente v conse~uir, a1 me. nos, que lo que no pueda trnnsformarse en bueno sea lo menos malo posiblc, pues no es hacedero que todo sea bueno, a me

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nos que la humanidad lo sea, cosa que no espero hasta dentro de algunos aiios.

-Con tal procedimiento, respondi6 61, s610 lograria, a1 procurar remedio a la locura de 10s demhs, enloquecer junto con ellos; pues si quisiera hablar con verdad, necesitaria de- cirles esas cosas. Por lo demPs, si el mentir es propio de un fil6sof0, desde luego no lo es de mi. Y aunque mis palabras

l e s resulten desagradables y molestas, no veo por quk deban paracerles ins6litas hasta la necedad. Si les hablase de aque- llas cosas inventadas por Plat6n en su Rephblica, o de las que hacen 10s Ut6picos en la suya, aunque fuesen, como en

idrealidad son, mejores, podrian, no obstante, parecerles ex- C- traiias por existir aqui la propiedad privada, a1 paso que alli

todo es comlin. Mi discurso, salvo que no puede ser agra- ' dable a 10s que han decidido en su fuero interno lanzarse por

otros derroteros, ya que les obliga a volver atrhs y les muestra 10s peligros, iqut tuvo que no convenga o no pueda decirse en cualquier lugar? Si hay que silenciar como ins6lito y absurd0 cuanto las perversas costumbres de 10s hombres han hecho parecer extraiio, habria que disimular entre 10s cris- tianos muchas cosas enseiiadas por Cristo, cuando G1, por el contrario, prohibi6 que se ocultasen y mand6 incluso predi- car las que susurr6 a1 oido de sus discipulos, pues la mayor parte de esas palabras son tan ajenas a las actuales costum- bres como lo fue mi discurso. Creo que muchos sagaces pre- dicadores han seguido tu criteria; porque como las costum- bres humanas se acomodan dificilmente a las normas de Cristo, adaptaron ellos su doctrina, como regla de plomo, a las costumbres, para poder conciliarlas de alguna manera. No creo que con ello hayan adelantado otra cosa que el permitir a 10s hombres ser malos impunemente. Ya ves que yo no seria 6til en 10s Consejos reales, pues, u opinaria de manera distinta a 10s demls, lo cual equivaldria a no opinar nada, o

, lo haria de idtntico modo, caso en el cual me haria c6mplice ; de su locura, como dice el Mici6n de Terencio. ! No s t de qut serviria ese procedimiento indirecto de que ' hablabas y con el cual se habia de intentar que si las cosas

no pueden convertirse en buenas, lleguen a ser, sin embargo, manejhndolas convenienternente, lo menos malas posible. No

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es el Consejo real lugar a prop6sito para el disimulo, ni es dado alli cerrar 10s ojos; por el contrario, hay que aprobar abiertamente las peores decisiones y suscribir ]as leyes m6s perniciosas. Seria visto como un espia, y casi como un trai- dor, el que elogiase tibiamente las medidas m k execrables.

No hay, pues, posibilidad de hacer nada litil, junto a unos colegas que m6s bien serian capaces de corromper a1 mejor de 10s hombres que de corregirse ellos mismos, y en cuyo perverso trato uno se depravaria, y hasta el m6s integro y probo acabaria por encubrir la maldad o la estupidez ajena. iTan lejos estamos de poder convertir algo en mejor por ese tu procedimiento indirecto! Por eso Plat6n explica con un bellisimo simil por quC 10s sabios se apartan de 10s negocios pliblicos: ven a las gentes, caladas por la incesante lluvia, desparramarse en las plazas, sin poder convencerlas de que se sustraigan a1 agua y se guarezcan en sus casas, y, seguros de que nada adelantardn con salir, como no sea el mojarse con ellas, permanecen bajo techado, contenthndose, en vista de que no pueden remediar la necedad ajena, con quedarse, uor lo menos. a cubierto.

Por otra parte, amigo Moro (pues voy a decirte con sin- ceridad lo que pienso), estimo que dondequiera que exista la propiedad privada y se mida todo por el dinero, ser6 dificil lograr que el Estado obre justa y acertadamente, a no ser que pienses que es obrar con justicia el permitir que lo mejor vaya a parar a manos de 10s peores, y que se vive felizrnente alli donde todo se halla repartido entre unos pocos que, mien- tras 10s demhs perecen de miseria disfrutan de la mayor pros- peridad.

Por lo cual, cuando reconsider0 en mi mente las sapienti- simas e irreprochables instituciones de Utopia, pab en que todo se administra con tan pocas leyes y tan eficaces, que aun-

1 que se premie la virtud, por estar niveladas las riquezas, todo existe en abundancia para todos; cuando, de otro lado, com- paro con las costumbres de tsta las de tantas naciones que estin dictando de continuo leyes distintas y ninguna bastante eficaz, naciones en que cada cual llama su bien privado a lo que alcanza a poseer y donde las muchas leyes dictadas c a d dia no bastan, ya sea para adquirir algo en propiedad, yo

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para conservarlo, ya para diferenciar de io ajeno lo que cada uno considera propio, como claramente lo demuestran 10s infinitos pleitos que de continuo se origir~an y que no pa- rece hayan de acabar nunca; cuando, repito, consider0 en mi interior estas cosas, doy la raz6n a Platon y no me extra- Aa que no quisiera dar ley ninguna a 10s que se negaban a re-

' partir con equidad en comlin todos 10s bienes. Hombre sapien- tisimo, previ6 acertadamente que el solo y 6nico camino para la salud pliblica era la igualdad de bienes, lo que no creo se

,pueda conseguir alli donde exista la propiedad privada. Pues mientras con titulos seguros cada cual atrae a su dominio cuanto puede, por muy grande que sea la abundancia, unos pocos se la repartidn por completo entre si dejando a 10s de-

cmis la pobreza. Y casi siempre ocurre que estos ultimos ) -hombres modestos y sencillos que, con su trabajo cotidiano,

benefician mls a1 pueblo que a si mismos- son mas dignos 5de suerte que aquellos otros rapaces, malvados e inlitiles.

Por eso estoy absolutamente persuadido de que, si no se lo 5. suprime la propiedad, no es posible distribuir las cosas con un criterio equitativo y justo, ni proceder acertadamente en las cosas humanas. Pues, mientras exista, ha de perdurar en- tre la mayor y mejor parte de 10s hombres la angustia y la inevitable carga de la pobreza y de las calamidades, la cual, asi como admito que es susceptible de aligerarse un tanto, afirmo que no puede suprimirse totalmente. Mas si se estatu- yere que nadie posea mas de cierta extensi6n de tierra y se declarare como legal para cada ciudadano un cierto limite de fortuna; si se previniere con leyes adecuadas que ninglin prin- cipe fuera demasiado poderoso y ninglin pueblo orgulloso en demasia, y que 10s cargos pliblicos no se soliciten, ni se ven- dan, ni hayan de desempefiarse con boato, para no obligar a sus titulares a procurarse dinero con fraudes y rapiiias y evi- tar la necesidad de proveer en hombres ricos cargos que deberian ser desempefiados por personas competentes, con tales lcyes, repito, a la manera que 10s cuerpos enfermos y d6- biles suelen fortalecerse con asiduos remedios, esos males po- drian aliviarse y mitigarse, no habiendo, en cambio, esperanza ninouna de que sancn y vuelvan a su estado normal si cnda cual posee a!go como propio. Por el contrzrio, a1 intentar

UTOPIA 7 3

la curaci6n de una parte, se exasperari la herida de otras, asi como de la curacion de una enfermedad se origina otra nue- va, porque nada puede aiiadirsele a una persona como no sea quitandoselo a otra.

-0pin0, por el contrario, repuse, que no se puede vivir a gusto donde todo es comlin. ,jPues c6mo se alcanzaria la prosperidad si todos se sustrajesen a1 trabajo? No urgikndole a nadie el deseo de ganancia, la confianza en el esfuerzo ajeno les ha16 perezosos, y a1 sentirse acuciados por la pobreza y sin ninglin medio legal para proteger con10 suyo lo adqui- rid0 jno se seguiria un inevitable vivir en perpetua matanza y sedicibn? Suprimida, ademls, la autoridad de 10s magis- trados y el temor que inspiran, no me es posible siquiera ima- ginar quC papel iban a desempeiiar Cstos entre hombres que no admiten entre si ninguna diferencia.

-No me extrafia, replic6, que opines asi, pues no tienes la menor idea de la cuesti6n o tienes una falsa. Si hubieses estado conmigo en Utopia y conocido personalmente sus cos- tumbres e instituciones --corn0 lo hice yo, que vivi al!i mds de cinco aAos y nunca me hubiese marchado, a no ser por mi deseo de dar a conocer aquel nuevo mundo- confesarias abiertamente que jamis y en ninguna parte habias visto pue- blo mejor ordenado que aquC1.

-Mas, exclam6 Pedro Egidio, dificilmente me convence- r6s de que exista un pueblo mejor regido en ese nuevo mundo que en 6ste que conocemos, donde hay, en mi opini6n, inge- nios en nada inferiores y Estados no menos antiguos, que por larga experiencia lograron muchas cosas convenientes para la vida, sin contar otras tantas debidas a1 azar y que ninguna inte!igencia hubiese sido capaz de concebir.

-En lo que mira a la antiguedad de 10s Estados, replic6 Rafael, s610 podrias pronunciarte con exactitud si hubieses leido las historias de aquel muudo, seglin las cuales hubo en 61 ciudades antes que aqui hombres. En cuanto a 10s inventos del ingenio o descubrimientos del acaso, igualmente pudie-

I ron prcducirse en cualquier parte. Creo, por lo demris, que auno:!c !cs nventajemos en intclizencia, nos d c j ~ n e!los muy

I atras cn celo y laboriosidad. ante^ cle n;ies?ra llcoadn cnsi nacln cr~nocbn dc nuestms cosas (a Ins quc Ils~;l;!n ultmcqui-

I

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nocciales), pues solamente, y hace de esto unos mil doscientos afios, lleg6 hasta alli, arrastrada por la tempestad, una nave que naufrag6 junto a la isla de Utopia, arrojando a la costa a

fiunos cuantos Romanos y Egipcios que nunca mas se alejaron de aquella tierra. Y mira el partido que de tal circunstancia fortuita sup0 sacar la diligencia de 10s Ut6picos: no hub0 en el Imperio Romano arte susceptible de algun provecho que ellos no aprendiesen de sus hutspedes nhufragos 0 n o descu- briesen par si mismos luego que pudieron asimilarse 10s ele- mentos fundamentales para su ejercicio, itanta ventaja obtu- vieron de que unos pocos hombres llegasen a la suya desde estas tierras! Si un azar semejante empuj6 a algunos antes de ahora de a116 basta ach, ha sido tan profundamente olvidado coma se olvidara en lo porvenir que yo estuve alli en un tiempo. ~ l l o s , tan pronto como nos relacionamos, hicieron suyo cuanto de bueno habiamos nosotros descubierto, y creo, en cambia, que ha de pasar mucho tiempo antes de que nos llegue alga de lo que en aquel pais est6 mejor estatuido que en el nuestro. Csta es la causa principal de que, no sitndoles nos- otros inferiores en inteligencia ni en recursos, su Estado se llalle meior adminishado y m6s floreciente que el nuestro.

-En consecuencia, amigo Rafael, dije, te Nego encareci- damente que nos describas esa isla y que, leios de ser concise, nos vayas presentando hombres, costumbres, instituciones, ciudades, campos, nos, cuanto, en una palabra, te Parezca queremos conocer, teniendo en cuenta que nuestro afan es enterarnos de todo lo que aun ignoramos.

-Nada m6s ficil y agradable para mi, respondi6, per0 ello requiere tranquilidad.

-Entremos, pues, a comer, repuse, y dispondremos luego del tiempo a nuestro arbitrio.

-Sea, contest6. Despub de comer volvimos a1 mismo lugar, nos senta-

mos en el mismo banco y tras de ordenar a 10s criados que nadie nos interrumpiese, Pedro Egidio y yo rogamos a Rafael

LIBRO SEGUNDO

DISCURSO PRONUNCIADO POR RAFAEL HITLODE0 ACERCA DE LA MEJOR ORGANIZACION

DE UN ESTADO

LA ISLA de 10s Ut6picos mide doscientas millas en su parte central, que es la m6s ancha; durante un gran trecho no dis- minuye su latitud, pero luego se estrecha paulatinamente y por nmbos lados hacia 10s extremos. Cstos, como trazados a com- pis en un perimetro de quinientas millas, dan a la totalidad de la isla el aspect0 de una luna en creciente. Un brazo de once millas poco m6s o menos separa ambos extremes y va a perderse luego en el inmenso vacio. Las montaiias que par todos lados rodean la isla la protegen de 10s vientos, y el mar, lejos de encresparse, se es tana conlo un gran lago, convierte en un puerto toda aquella conavidad de la tierra y permite que las naves circulen en todas direcciones, con gran prove- tho para 10s habitantes. Las entradas son muy peligrosas, d e una p a r k por 10s bajios y por 10s escollos de oka. Casi en mitad del brazo se yergue una roca inofensiva, donde tienen edificada una torre, a mod0 de atalaya. Las demas ocul- tas y son peligrosas. S610 10s naturales conocen 10s pasos y por esto, y no sin motivo, ninglin extranjero se atreve a pe- netrar en el golfo, a no ser con guias ut6picos. Su entrada, en cfecto, seria muy poco segura, incluso para tstos, si desde la orilla no les mostrasen el camino ciertas sefiales que, con ~610 cambiarse de lugar, atraerian fhcilmeate a la ruina a cual- quier escuadra enemiga, por numerosa que fuese.

Los puertos son abundantes a un extremo de la isla y sus desembarcaderos estin protegidos por doquier con tantos me- dios ya naturales ya artificiales, que unos cuantos &fensores bastarian para rechazar a un ejkrcito poderoso. Cutntase, y

que cumpliese lo prometido. la configuraci6n misma del lugar lo comprueba, que aquella Asi que tste nos vio atentos y avidos de escucharle, per- tierra no estuvo antiguamente rodeada por el mar; que utopo

rnaneci6 un momento callado y meditabundo y comenz6 de (de quien, triunfante, recibi6 nombre la isla, antes llamada esta manera. Abraxa, y que logr6 elevar a una multitud ignorante y ages-

7s

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te a un grado tal de civilizacibn y cultura que sobrepasa actualmente a la de casi todos 10s mortales), apenas alcanz6 la victoria en su primer desembarco, mand6 cortar el istmo de quince millas que la unia a1 continente, dejando que el mar la circundase. Ocup6 en este trabajo a 10s habitantes to- dos de la isla, para que nadie lo considerase afrenta, asi como a la totalidad de sus soldados, con lo cual, distribuida en- tre tanta gente, la obra llev6se a cab0 con increible rapi- dez y la admiraci6n y el terror por el kxito obtenido sobre- cogi6 a 10s pueblos colindantes, que a1 principio se mofaban del intento.

Tiene la isla 54 ciudades, grandes, magnificas y absoluta- mente idknticas en lengua, costumbres, instituciones y leyes; la situaci6n es la misma para todas e igual tambikn, en cuan- to lo permite la naturaleza del lugar, su aspect0 exterior. Las mls pr6ximas distan entre si 24 millas, per0 ninguna esti tan aislada que no pueda irse de una a otra en el espacio de un dia.

Para tratar de 10s asuntos comunes a la isla, tres delegados de edad y experiencia por cada ciudad, se rerinen anualmente en Amauroto que, por estar situada casi en el centro de la isla, resulta la mls c6moda para 10s representantes de las de- mis y se la tiene por primera y principal. La distribuci6n del terreno entre las ciudades se hizo de manera tan acertada que cada una tiene no menos de veinte millas a la redonda y a6n m b , naturalmente, cuando es mayor la distancia entre las mismas. Ninguna de ellas siente el deseo de ensanchar sus confines, pues 10s habitantes se consideran m6s bien cultiva- dores que duefios de las tierras. Tienen distribuidas conve- nientemente por todo el campo casas dotadas de instrumentos ~ s t i c o s , que 10s ciudadanos habitan por turno. Cada familia campesina cuenta con no menos de cuarenta miembros entre hombres y mujeres, ademls de dos siewos de la gleba, y esti dirigida por un padre y una madre experimentados y madu- ros; a cada trescientas familias se les sefiala un Filarca.

DespuCs de permanecer en el campo dos aiios, veinte niiembros de cada familia recresan anualmente a la ciudld y son s~~stituidos p3r otros tantos procedentes de bta, con el fin de qcc se les adicstre en 13s faenas agricolas por quienes, ha-

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bikndolas ejercido durante un afio, las conocen mejor. Los asi instruidos tienen que preparar a su vez a otros durante el afio siguiente, pues si todos fuesen igualmente novatos e ig- norantes de la agricultura su inexperiencia redundaria en per- juicio de las cosechas. Si bien esta prictica de renovar a 10s agricultores se lleva a cabo todos 10s afios para no obligar a nadie a permanecer por rnls tiempo y contra su voluntad en trabajo tan duro, son muchos 10s que, apasionados por las fae- nas agricolas, solicitan prolongar su estancia.

Los agricultores cultivan la tierra, alimentan a 10s anima- les, aprestan la leiia y la transportan a la ciudad por tierra o por mar, segrin mejor les conviene. Es admirable el procedi- miento de que se valen para obtener polluelos en abundancia: 10s huevos no son empollados por las gallinas sino que se les incuba y da vida por medio de un calor adecuado y asi qus salen del cascar6n conocen y siguen a1 hombre como a su madre. Crian muy pocos caballos, except0 10s fogosos, y sin otra finalidad que ejercitar a la juventud en las przicticas ecuestres; las labores de cultivo y transporte las ejecutan con bueyes que, si bien ceden en impetu a1 caballo, son en cam- bio mis sufridos, menos sujetos a enfermedades, de alimen- taci6n y cuidados mls baratos y susceptibles ademis de ser- vir de aliment0 cuando se inutilizan definitivamente para el trabajo. Siembran solamente trigo, beben vino, sidra o pera- da y algunas veces agua pura cocida, por lo comhn, con miel o regaliz del que tienen gran abundancia.

Aunque saben de sobra y con gran exactitud 10s viveres que consumen la ciudad y sus aledafios, siembran mis de la cuenta y crian ganado en cantidad mayor de la necesaria para repartir el sobrante entre las ciudades lin~itrofes. Cuando necesitan algo que la tierra no les proporciona, piden a la ciudad las herramientas y las obtienen flcilmente de 10s ma- gistados urbanos sin dar nada en cambio.

Rehnense mensualmente en gran n6mero para celebrar un dia de fiesta; a1 acercarse la cosecha, 10s Filarcas comunican a 10s magistrados urbanos la cantidad de ciudadanos que ne- cesitan para ella y esta multitud de segadores, concurriendo oportunamente en el plazo fijado, remata la tarea, si el tiempo es bueno, casi en una jomada.

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De sus ciudades y especialmente de Amauroto

Conocer una de sus ciudades es conocerlas todas; hasta tal punto son semejantes entre si, en cuanto a la naturaleza del lu- gar lo permite. Describirk, pues, una cualquiera. Y jcull mejor que Amauroto misma? Ninguna mis a propbito, asi porque las demls le concedieron el privilegio de albergar a1 Senado, como por serme mejor conocida, ya que vivi en ella cinco aiios seguidos.

Amauroto esti situada en la falda de un monte y su for- ma es casi cuadrada. Se extiende cosa de dos millas desde un poco m6s abajo de la cumbre de una colina hasta el rio Ani- dro, ensanchindose algo rnis a lo largo de la ribera.

Nace el Anidro unas ochenta millas por encima de Amau- roto, de una exigua fuente, per0 engrossndose con la afluen- cia de otros rios y especialmente de dos poco caudalosos, se ensancha hasta alcanzar quinientos pasos delante de la ciudad misma; cuando, recorridas sesenta millas, se precipita en el OcCano, su anchura es abn mayor. En todo el trecho com- prendido entre la ciudad y el mar y alin mis a116, penetra el flujo algunas millas durante seis horas seguidas, suceditndole el reflujo con r6pida corriente. A1 subir la marea, cubren las olas el llveo del Anidro en un espacio de treinta millas, ha- ciendo retroceder a1 rio y salobrando sus aguas en alguna ex- tensi6n. Endulz6ndose luego poco a poco, pasa por la ciudad ya limpio de sal y en la bajamar llega a la desembocadura puro y sin mezcla.

La ciudad esti unida a la orilla opuesta no con pilares ni con pilotes de madera, sino con un admirable puente cons- truido sobre arcos de silleria y asentado en la parte m b dis- tante del mar para que las naves puedan pasar sin peligro a lo largo de esa zona de la ciudad. Hay, ademb, otro rio, no muy grande, per0 rnis apacible y manso, que nace en el mis- mo monte donde se halla la ciudad y la atraviesa por su parte baja, desembocando en el Anidro. Los amaurotenses han uni- do a la ciudadela la fuente de este rio, situada algo fuera de la ciudad, y la han rodeado de fortificaciones con el fin de que ninglin ejCrcito enemigo pueda, en caso de ataque, intercep tar, desviar o envenenar su caudal. Desde ese lugar y en todas

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direcciones conducen el agua hacia las zonas bajas de la ciu- dad por medio de arcaduces de barro cocido y cuando las condiciones del terreno impiden este procedimiento, usan del agua de lluvia recogida en grandes cisternas.

Cifie la ciudad una muralla alta y maciza con muchas to- nes y parapetos. Un foso seco, profundo, ancho y defendido por abrojos y espinos rodea el muro por tres de sus lados; por el cuarto el rio mismo desempefia esta funci6n.

En el trazado de las calles se tuvo en cuenta no s610 la comodidad del trlfico, sino la protecci6n contra 10s vientos. Las casas, en mod0 alguno drdidas, estin construidas frente a frente en larga y continuada serie. Separa sus fachadas una calle de veinte pies de ancho y a sus espaldas, a todo lo largo de la ciudad, se extiende un amplio huerto limitado en todos sentidos por 10s muros posteriores. Las casas tienen, ademis de una puerta a la calle, un postigo sobre el huerto; ambos son de dos hojas que se abren fhcilmente a una simple presi6n de la mano y se cizrran solas dejando entrar a todo el mundo, pues no existe alli nada privado y las casas mismas se cam- bian por sorteo cada diez aiios. Tienen estos huertos en gran estima y cultivan en ellos vifias, frutales, hortalizas y flores tan hermosas y cuidadas, que nunca he visto nada tan exube rante ni de tan buen gusto. No es s610 el placer que propor- cionan lo que fomenta esta afici6n, sino 10s certhmenes que celebran entre 10s barrios para premiar 10s jardines mejor cul- tivados. Dificilmente se encontraria otra cosa mls indicada para provecho y deleite de 10s ciudadanos; parece, en efecto, que el fundador de Amauroto se preocup6, m6s que de nada, de estos huertos. Cutntase que el trazado total de la ciudad fue, desde un principio, obra del propio Utopo, quien dej6 en cambio a la posteridad el ornato y demis ciudados, a1 darse cuenta de que para esto no bastaba la vida de un hom bre.

Consta en sus Anales, que abarcan su historia en un espacio de 1 760 aiios desde la toma de la isla, y que ellos con- servan piadosa y diligentemente, que las casas, en un princi- pio, eran bajas y como chozas o cabafias, hechas de cualquier madera, con paredes trulladas de barro y techos en punta cubiertos de paja. Ahora, en carnbio, es de ver el aspect0 de

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todas ellas con sus tres pisos, sus paredes de piedra viva, ce- mento o ladrillo por fuera y de apretada argamasa por den- tro. Los techos son planos y recubiertos con una especie de mortero de muy poco costo, per0 de tal naturaleza que es in- combustible y m6s resistente que el plomo a las inclemencias del tiempo. Impiden con vidrios, cuyo uso es entre ellos frecuentisimo, que el viento entre por las ventanas y a veces se sirven tambiCn de unos lienzos finos impregnados en Qm- bar o en aceite muy trarlsparente, con la doble ventaja de recibir mds luz y dejar pasar menos viento.

Cada treinta familias eligen anualmente un magistrado, a quien en su antigua lengua llamaban Sifogrante y en la mo- dema Filarca. A1 frente de dim Sifograntes con sus familias colocan otro funcionario llamado antiguamente Traniboro y ahora Protofilarca. Finalmente, todos 10s Sifograntes, previo juramento de que han de designar a1 m6s apto, nombran por votaci6n secreta un Jefe entre cuatro candidatos seiialados por el pueblo, pues cada cuarta parte de la ciudad elige uno y lo propone a1 Senado. La magistratura principal es vitalicia, a menos que su titular sea depuesto por sospechoso de intento de tirania. Los Traniboros son designados anualmente y no se les remueve sin motivo. Las restantes magistraturas son tambiin anuales.

Cada tres dias y, si es necesario, m b a menudo, celebran 10s Traniboros consejo con el Jefe para tratar acerca de 10s asuntos del Estado y dirimir oportunamente las diferencias entre 10s particulares que, si las hay, son muy raras. Dos Sifograntes, distintos cada dia, asisten siernpre a1 Senado, pro- curando que nada se decrete concerniente a1 Estado sin que se haya discutido en aquel con tres dias de antelacibn. Con- sidCrase delito capital el deliberar, fuera del Senado o de 10s comicios phblicos, sobre asuntos de inter& comlin. Estas dis- posiciones se tomaron, segun es fama, para impedir que, con- jurPndose el principe y 10s Traniboros, pudiesen tiranizar a1 pueblo o cambiar el regimen del Estado. De este mod0 cual- quier negocio de importancia grande se lleva a 10s comicios

de 10s Sifograntes, 10s cuales exponen el asunto a sus familias, lo discuten luego entre sf y presentan al Senado su resoluci6n. A veces la isla entera entiende en las deliberaciones.

Es asimismo norma del Senado no discutir n inbn asunto el mismo dia de su presentaci6n, sino dernorar su examen has- ta la reuni6n inmediata, a fin de que nadie se lance irnpre- meditadamente a decir lo primero que se le venga en boca y ter'ga que discurrir luego otros argumentos encaminados, d s a la defensa de su opini6n, que a1 provecho del Estado, pues dejindose llevar del funesto e inoportuno pudor de haber pa- recido poco perspicaz a1 principio, juzgard prefwible perju- dicar a1 bien pdblico que no a su opini6n particular. ~ C d n t o mejor no seria meditar bien las cosas primero, y hablar luego m8s reflexiva que precipitadamentel

De 10s oficios

Hay una o~t~paci6n, la agricultura, cornlin a hambra y mu- jeres y que nadie ignora. Endfiasela a todos desde la infan- cii, en parte por medio de reglas aprendidas en la escuela y en parte llev6ndolos, como por entretenimiento, a 10s cam- pos pr6ximos a la ciudad, no para que se limiten a mirar, sino para que la practiquen como ejercicio corporal. Aparte de la agricultura que, como he dicho, es comdn a todos, se instru- ye a cada cual en una profesi6n propia, tal como el beneficio d e la lana, el arte de trabajar el lino o 10s oficios de cantero, herrero o carpintero. No existen entre ellos otras ocupacie nes dignas de menci6n.

Los trajes son uniformes en toda la isla desde tiempo in- memorial y s610 se diferencian segfin el sex0 del que 10s lleva o su condici6n de casado o soltero. Estos trajes son agrada- bles a la vista, acomodados a los movimientos del cuerpo y apropiados para el frio o el calor. Cada familia se fabrica 10s suyos. Tanto hombres como mujeres aprenden alguno de 10s demds oficios. Las mujeres, como m8s dCbiles, se ocu- pan en 10s menos penosos, como es el trabajo de la lana y el lino, y 10s hombres se encargan de 10s restantes y mds pesa- dos menesteres.

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Por lo comrin, cada uno aprende la profesibn patema, pues casi siempre se inclina naturalmente a ella. Pero si su afi- cibn le lleva por otros caminos pasa, por adopcibn, a familia distinta en la que se practique el oficio que le gusta; 10s pa- dres y 10s magistrados cuidan de que se le confie a un jefe de familia serio y honrado. Si alguno, empero, despub de haber aprendido una profesibn, deseare instruirse en otra, puede sin dificultad hacerlo y, preparado para ambas, ejercer la que mis le plaza, a menos que la ciudad necesite con pre- ferencia de una o de otra.

La principal y casi rinica misibn de 10s Sifograntes es pro- curar y prever que nadie estC ocioso y que cada cual se con- sage con puntualidad a su oficio, sin llegar a fatigane con un trabajo incesante y mis bien propio de bestias, desde el alba hasta entrada la noche. Una vida asi es la que arrastran, ex- cepto en Utopia, casi todos 10s artesanos y vendria a consti- tuir una infelicidad peor que la misma esclavitud.

Dividen el dia, con la noche, en veinticuatro horas igua- les, dedicando seis solamente a1 trabajo, tres antes del medio- dia, terminadas las cuales van a comer; desputs de la comida y de un reposo de dos horas, dedican tres mis a1 trabajo y las rematan con la cena. Cuentan las horas a partir del mediodia, se acuestan hacia las ocho y reparan sus fuerzas durmiendo ocho horas. Pueden disponer a su albedrio del tiempo com- prendido entre las horas de trabajo y las del sueiio y comida; per0 no de suerte que lo malgasten en excesos u holgazanerias, sino que, libres de su obligacibn, cada uno, segrin sus aficio- nes, se dedique gustoso a otra distinta; muchos consagran estos intervalos a1 cultivo de las letras.

Acostumbran tener diariamente y antes del amanacer lec- turas priblicas a las que s610 estdn obligados a asistir 10s que han sido especialmente seleccionados para las letras. Concu- rren ademis a ellas otros hombres y mujeres de cualquier ofi- cio, a oir unas u otras segdn sus gustos. Si alguno prefiere dedicar este tiernpo a su propio oficio, cosa que acontece a muchos, cuyo espiritu no se siente inclinado a1 estudio de ninguna disciplina, nadie se lo impide, sin0 a1 contrario, se ala- ba su proceder como 6til a la Repriblica.

Desputs de la cena tienen una hora de solaz, en 10s huer-

tos durante el verano, y en invierno en 10s comedores comu- nes, ejercithndose en la mrisica o recreindose en la conver- sacibn. Desconocen 10s dados y otros juegos igualmente inutiles y perniciosos y practican en cambio dos semejantes a1 ajedrez. El primer0 es un combate de numeros, en el cual un nrimero roba a otro. Este juego pone de manifiesto muy hibilmente las disensiones internas de 10s vicios frente a la armonia de las virtudes; quC vicios se oponen a quC virtudes, con qut fuerzas se combaten abiertamente, con quC estrata- gemas se atacan por el flanco, con quC refuenos quebrantan las virtudes la fuerza de 10s vicios, pot quC medios esqui- van 10s ataques de Cstos, y, finalmente, quC procedimientos permiten a uno u otro bando aduefiarse de la victoria.

A1 llegar aqut hay algo que debemos examinar mas dete nidamente, a fin de evitar cualquier error. Podriase pensar, en efecto, que, como 10s Utbpicos sblo trabajan seis horas, llegarian a escasear entre ellos algunas cosas indispensables. Pero lejos de ocumr asi, no sblo les basta dicho tiempo, sino que aun les sobra para conseguir con creces cuanto requieren sus necesidades o su bienestar. Esto se harh fdcilmente com- prensible si se considera cuin gran parte del pueblo vive in- activa en otras naciones: en primer lugar casi todas las mu- jeres, o sea la mitad de la poblacibn, pues si en alguna parte trabajan es porque 10s hombres descansan en su lugar la ma- yoria de las veces. Aiiidase esa multitud, tan grande como ociosa, de sacerdotes y de 10s llamados religiosos. Onanse a bstos 10s ricos propietarios de tierras, denominados vulgar- ~ncnte nobles y caballeros. Srimenseles sus servidores, famosa ~ilezcolanza de truhanes armados. Agrtguense finalmente 10s ~liendigos sanos y robustos que, para justificar su holgazane- ria, fingen alguna enferrnedad, y resultari que el nrimero de los que producen con su esfuerzo lo necesario para la vida I~umana es mucho menor del que se Cree. ConsidCrese ade- 1115s el exiguo contingente de hombres ocupados en trabajos ([tiles, porque, donde todo se mide por el dinero, es inevitable 1s existencia de profesiones en absoluto vanas y superfluas, tlcstinadas sblo a fomentar el lujo y el placer. Y si esa misma 1111lltitud que ahora trabaja se dedicase por entero a ejercer oficios necesarios, la abundancia de productos a que ello da-

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ria lugar envileceria 10s precios de tal manera que no bastarian a cubrir las necaidada de 10s obreros.

En carnbio, si toda esa chusma que ahora se consume en el ocio y la holganza, se aplicase a trabajos litiles y de inter& comlin, echariase de ver a1 punto que poco tiempo basta y so- bra para la consecaci6n de cuanto exigen la necesidad, el bienestar e, incluso, 10s placeres licitos y naturales.

Esto se hace rnis palpable en Utopia, pues en cada cindad y pueblos vecinos asi como entre 10s hombres y mujeres que pol. su edad y vigor esMn en condiciones para el trabajo a p e nas habrh quinientos a quienes se consienta estar exentos de a. Inclliyense en a t e n h e r o a 10s Sifograntes quienes, aun- pue las leyes les m'men del trabajo, se consideran obligados a 8 para, con su ejemplo, incitar con mayor eficacia a 10s demls. De igual inmunidad gozan aquellos a quienes el p u e blo, mediante recomendaci6n de 10s sacerdotes y previo voto secret0 de 10s Sifograntes, concede licencia indefinida para consagrarse a1 estudio, entendikndose que si alguno defrauda las esperanzas puestas en 8 se le hace volver a 10s trabajos manuales. Suele, por el contrario, ocumr que, si alglin obre ro dedica sus ratos de descanso a1 estudio con provecho y aplicaci6n grandes, lo hagan pasar, aparthndolo de su trabajo, a la categoria de 10s letrados. De entre &os se eligen los em- bajadores, los sacadotes, 10s Tranlboros y, finalmente, el pro- pio Jefe, llarnado en su antigua lengua Banano y en la mo- derna Aderno. Como el resto de la gente ni a t 4 ociosa ni ocupada en trabajos inlitiles, no es dificil calcular cdn to y cuin excelente trabajo realizan en pocas horas.

Ademls de las mencionadas tienen la ventajosa circuns- tancia de que en la mayoria de 10s oficios indispensables con- sumen menos esfueno que otros pueblos. En primer tkrmino, la construcci6n o reparaci6n de 10s edificios requiere fuera de Utopia el asiduo concurso de muchos, porque lo que un pa- dre edific6, su pr6digo heredero dej6 que se arruinase poco a poco, de manera que lo que hubiese podido conservar a poca costa, su sumor se ve obligado a reconstruirlo fntegramente con grandes gastos. Y ocurre alin con mis frecuencia que la casa que uno levant6 con enormes dispendios, otro la desprecia displic~nte y, descuidada y aminada en breve

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plazo, construye una nueva en sitio distinto, con gastos no menores.

En carnbio, entre 10s Ut6picos, perfectamente organiza- dos desde todos 10s puntos de vista y con un Estado regla- mentado, ocurre rara v a que se elijan terrenos nuevos para construir casas y no ~610 se pone dpido remedio a 10s des- pefectos existentes, sino que se previenen a tiempo 10s que amenazan con presentarse. De aqui resulta que con muy poco trabajo duran 10s edificios largo tiempo y 10s obreros de este ramo apenas tienen nada que hacer entre tanto, como no sea labrar en sus hogares la madera y tallar y acondicionar las piedras para poder acudir dpidamente a las reparaciones cuan- do sea necesario.

Ya hemos visto qut5 poco gasto exigen 10s vestidos. En pri- mer lugar, mientras trabajan, se cubren negligentemente con cuero y pieles que les duran siete aiios. Para presentarse en pliblico se revisten de una capa que cubre aquellas mdas ves- fiduras y cuyo color natural es el mismo para toda la isla. De este modo, no s610 emplean menos cantidad de pafios de lana que en ninguna otra parte, sino que les resultan mucho rnis baratos. El lino, en carnbio, requiere menos trabajo y es por eso de uso mls frecuente. En b t e aprecian linicamente la blancura y en la lana s6l0 la limpieza, sin que se con& ninghn valor a la finura del tejido. De donde resulta que, mientras en otros paises no le bastan a un hombre cuatro o cinco trajes de lana de diversos colores y otro? tantos de seda (y a 10s rnis refinados ni siquiera d i a ) , en Utopia cada cual se contenta con uno solo, y este le dura por lo general dos aiios; n ingh motivo tienen para desear mis, ya que, caso de conseguirlo, ni se encontraria mejor defendido del frio ni su elegancia se veria aumentada por el vestido en lo rnis minirno.

Como todos se ocupaa en oficios litiles y btos exigen poco tiernpo, no es extraiio que existiendo abundancia de todo, ha- gan trabajar a mucha gente en la reparaci6n de las calles cuan- do esthn deterioradas. Si esta ocupaci6n es innecesaria, anun- cian pliblicamente una reducci6n en las horas de trabajo. Los magistrados jamls obligan a 10s ciudadanos contra su voluntad a1 ejercicio de tareas inlitiles, pues las instituciones del Es- tad0 persiguen mfis que otro ninguno el siguiente fin: que

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10s ciudadanos esttn exentos de trabaio corporal el mayor tiempo posible, en cuanto las necesidades p6blicas lo permi- tan, y puedan dedicarse a1 libre cultivo de la inteligencia, por considerar que en esto estriba la felicidad de la vida.

Parece llegado el momento de exponer el trato mutuo de los ciudadanos, las relaciones del pueblo entre si y la manera de distribuir las cosas. La ciudad se compone de familias y btas se forman por parentesco. Las mujeres, a1 llegar a la edad oportuna, se casan e instalan en el domicilio del marido. pero 10s hijos varones y luego 10s nietos permanecen en la fa- milia prestando obediencia a1 mds anciano de 10s parientes, siempre que la inteligencia de kste no se hubiese debilitado por 10s afios, pues en este caso se le sustituye por el inmediato en edad. Para que la poblaci6n no disminuya ni aumente con exceso se procura que ninguna familia (de las cuales cada ciudad, sin 10s alrededores, tiene seis mil), no cuente con me- nos de diez, ni con rnds de diez y seis mancebos. Para 10s niiios no se sefiala n6mero. Este m6dulo se mantiene fdcilmente transfiriendo a las familias de pocos hijos el sobrante de las mls numerosas, y a veces, si una ciudad time en total mds ha- bitantes del nGmero prefijado, remedian con este exceso la escasez de las otras. Y si aconteciere a la isla toda encontrarse demasiado poblada fundan con 10s habitantes de cualquiera de sus ciudades una colonia en alghn sitio del continente donde 10s naturales tengan tierras sobrantes y sin cultivar. Esta co- lonia se rige por sus mismas leyes y acoge a 10s indigenas que quieren convivir en ella. Y unidos asi en comunidad de ins- tituciones y costumbres, se funden fdcilmente para bien de unos y otros, y con su experien~ia fertilizan una tierra consi- derada antes como pobre y estkril. A 10s que se niegan a vivir con arreglo a las leyes ut6picas les expulsan de sus tetri- torios y se 10s apropian. Si se resisten, les declaran la guerra, pues consideran suficiente motivo para hacerlo el que un pue- blo que no utiliza la tierra, dejlndola infecunda y despoblada, impida su posesi6n y disfrute a otros que por ley natural d e ben nutrirse de ella.

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Si por cualquier circunstancia decreciera la poblaci6n de una ciudad hasta el punto de que, sin alterar el equilibria de la isla, no pudiese acudirse a1 remedio con el exceso de las otras, prefieren repatriar a 10s ciudadanos de las colonias y que I%- tas desaparezcan, a ver disminuida una sola de las ciudades insulares. Esto, segrin la tradici6n, s6lo ha ocurrido dos veces, por causa de la peste, en el curso de toda la historia.

Mas volvamos a su mod0 de convivir. El mls anciano, como he dicho, preside a la familia. Las mujeres sirven a sus maridos, 10s hijos a sus padres y en una palabra, 10s m6s j6ve- nes a 10s mayores.

Cada ciudad se divide en cuatro zonas en cuyo centro existe un mercado provisto de todo. Las familias llevan a cier- tos edificios situados en el mercado mismo 10s productos de su trabajo, 10s cuales, s&n su clase, se distribuyen en dis- tintos almacenes. Los cabeza de familia piden en ellos lo que necesitan y se lo llevan sin entregar dinero ni otra compen- saci6n. i C 6 m ~ habia de nedrseles cosa alguna si todo abunda y no se recela que nadie solicite mls de lo necesario? LA quC pensar que alguno pida cosas superfluas estando seguro de que nada ha de faltarle? La codicia y la rapacidad son fruto, en 10s demds seres vivientes, del temor a las privaciones y en el hombre exclusivamente de la soberbia, que 11eva a gloria superar a 10s demhs con la ostentacibn de lo superfluo. Pero este vicio no tiene cabida entre 10s ut6picos dado el caritcter de sus Ieyes.

Junto a dichos mercados hay otros de comestibles donde se concentran no s610 legumbres y frutas sino pescados y toda clase de animales y aves. Existen en las afueras de la ciudad lugares apropiados para lavar con agua comente la sangre corrompida y 10s desperdicios; desde alli se tram a la ciudad las reses ya muertas y lirnpias por manos de esclavos, pues no consienten que 10s ciudadanos despedacen a 10s animales, por estimar que con ello se van perdiendo la clemencia y hu- manidad naturales, hi toleran que se lleve a la ciudad nada que por s6rdido o inmundo pueda acarrear alguna enfermedad.

Cada banio tiene ademds grandes edificios designados con su nombre especial y situados a intervalos iguales. Viven en ellos 10s Sifograntes, a cada uno de 10s cuales esthn adscritas

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30 familias, es decir, 15 por cada lado, que comen alli. Los despenseros de cada edificio se relinen a determinada hora en el mercado y, previa relaci6n del nlimero de sus comensales, solicitan 10s alirnentos. En primer lugar se atiende a 10s enfer- mos acogidos a 10s hispitales pliblicos, de 10s que hay cuatro en el circuit0 de la ciudad, algo extramuros. Tanta es su amplitud que podria equipadrselos a pequefias ciudades. Asi 10s enfennos, por numerosos que sean, no se encuentran ins- talados con estrechez ni incomodidad y es ficil tener a b solutamente separados de 10s demis a 10s atacados de en- fermedades contagiosas. Estos hospitales estin de tal mod0 organizados, tan provistos de todo lo necesario para el resta- blecimiento de la salud, semidos con un cuidado tan tiemo y diligente y con tan asidua presencia de mtdicos peritisimos que, aunque a nadie se le lleva alli contra su voluntad, es di- ficil encontrar en toda la ciudad una persona que, aquejada de alghn mal, no prefiera ser atendida en ellos que en su propia casa.

Luego que el despensero de 10s enfermos ha recibido 10s viveres, con arreglo a las prescripciones mtdias, las porcio- nes mejores se reparten equitativamente y, seghn el numero, entre las distintas casas, teniendo consideraci6n especial para el jefe, el pontifice, 10s Traniboros, los ernbajadores y 10s ex- tranjeros si 10s hay, pues se encuentran raramente y en escaso nhmero. Tarnbih a &os se les destina un domicilio deter- minado y provisto de todo.

A las horas fijadas para la comida y la cena acude a 10s citados edificios toda la Sifograncia, a toque de trompeta, ex- cepto 10s que esthn enfermos en 10s hospitales o en sus casas. Aunque las leyes no prohiben llevar viveres del mercado a las casas, una vez provistos 10s comedores, no lo ejecutan sin necesidad; pues si bien no estd vedado comer en 10s domici- lios particulares, nadie lo hace por su gusto, ya que no se considera decoroso y seria necio ademis tomarse el trabajo de preparar una comida inferior, teniendo otra magnifica y opipara dispuesta en un comedor tan cercano.

Los esclavos se encargan en estos comedores de 10s menes- teres mbs bajos y trabajosos. Las mujeres, altemindose por familias, se ocupan solamente de cocinar, aderezar 10s alimen-

tos y disponer todo lo necesario para la comida. Las mesas son tres o mhs seglin el numero de comensales. Los hombres se sientan junto a la pared y las mujeres en el lado frontero, para que si les sobreviene alghn subito malestar, como suele ocurrir a las embarazadas, puedan levantarse sin descomponer las hileras y dirigirse junto a las lactantes. estas, con 10s nifios de pecho, se encuentran aparte en un comedorcito des- tinado a1 efecto, donde siempre hay lumbre, agua limpia y cunas en que acostar a 10s chiquillos, o, si lo prefieren, dejar- 10s retozar libremente, desfajados y junto a1 fuego.

Cada madre cria a su hijo, a menos que la muerte o la en- fennedad se lo irnpidan. Cuando esto ocurre, las esposas de 10s Sifograntes buscan inmediatamente una nodriza. Hallarla no es dificil; las que esthn en condiciones se ofrecen con mhs gusto a este trabajo que a cualquier otro, pues todo el mundo prodiga alabanzas a su generosidad y el niiio considera como su propia madre a la que lo ha criado. En la sala de las lao tantes se juntan todos 10s nifios menores de cinco afios. Los restantes irnp~iberes, cuyo n h e r o comprende a 10s de uno y otro sexo que a h no han llegado a la edad de casarse, sir- ven a la mesa, y si por su d a d a6n no son capam de hacerlo, asisten en pie y con el mayor silencio. Unos y otros tornan lo que les ofrecen 10s comensales y no tienen sefialado otro momento para comer.

La primera mesa, a la que mira toda la concurrencia, por estar colocada transversalmente en la parte superior del refec- torio, es el lugar de honor. Sikntase en su centro el Sifo- grante y su esposa, con dos de 10s mAs ancianos; 10s dembs, en grupos de cuatro, se distribuyen por las restantes. Si en aque- lla Sifograncia hay un templo, el sacerdote del mismo y su esposa se acomodan junto a1 Sifogrante y presiden con 61. A uno y otro lado se coloca un grupo de cuatro j6venes y lue- go otro de ancianos. De esta manera se juntan por toda la sala dos de igual edad mezcbndose~al mismo tiempo con 10s de edad distinta. Disprisose esto asi, segun cuentan, para que Ia gravedad de 10s ancianos y el respeto que inspiran impi- diesen a 10s j6venes cualquier excesiva licencia en el lenguaje o en el gesto, pues en la mesa nada puede decirse o hacerse sin que lo nbten 10s vecinos.

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Las viandas no se distribuyen partiendo del primer lugar, sin0 que se ofrecen las mejores a 10s ancianos, sentados en 10s lugares preferentes, y luego se sirve a 10s restantes por igual. Los ancianos, empero, comparten gustosos con sus vecinos esos delicados manjares que, por ser escasos, no bastan para todos. De este mod0 se honra debidamente a 10s de m L edad y alcanza a todos algo de lo mejor. Inician comida y cena con alguna lectura de caricter moral, per0 breve, para que no resulte fastidiosa; luego 10s mhs ancianos entablan conver- saciones honestas y, a la vez, arnenas e ingeniosas, y lejos de pasarse todo el tiempo en largos discursos, escuchan con pla- cer a 10s j6venes y les incitan de propbito para poner a prue- ba su carlcter e inteligencia, que tanto se revelan en las ex- pansiones de un yantar.

Las comidas son muy cortas y las cenas rnls largas, porque aqukllas van seguidas del trabajo y btas del sueiio y reposo noctumo, que consideran lo mhs eficaz para una saludable digesti6n. No hay cena sin mhsica y tampoco faltan en nin- guna el dulce como postre. Quernan olores, esparcen perfu- mes y no omiten nada de cuanto pueda agradar a 10s comen- sales, pues, a este respecto, estdn muy lejos de considerar prohibido cualquier placer del que no se derive a l d n mal.

Asi viven en la ciudad. En el campo, todos comen en sus casas por estar mucho rnls separados unos de otros; a ningu- na familia le falta que comer, puesto que de ellas proviene cuanto se consume en las ciudades.

Los viajes de los Utdpicos

Si alguien desea ver a 10s amigos que residen en otra ciu- dad o visitar la propia, consigue sin dificultad, de 10s Sifo- grantes y Traniboros, el permiso para hacerlo, si no hay costumbre que lo impida. Sale a un mismo tiempo un n6me- ro de personas determinado, llevando una carta del principe en la que consta la concesi6n del permiso y la fecha de re- greso. Proporci6naseles un vehiculo con un siervo phblico, encargado de guiar y cuidar 10s bueyes. Pero si no hay mu- jeres en la expedici6n, renuncian generalmente a1 carmaje por considerarlo como carga e impedimento. No llevan para el viaje cosa alguna, per0 nada les falta, pues en todas partes es-

t ln como en su casa. Si se detienen mls de un dia en un lugar, cada cual practica en 61 su oficio y 10s de su gremio les colman de atenciones. Si alguno, en cambio, se aventura por su propia cuenta m6s alll de sus tkrminos y es sorpren- dido sin el permiso del Jefe, es tratado afrentosamente, recon- ducido como fugitive, castigado con dureza y reducido a esclavitud en caso de reincidencia.

Si alg6n Ut6pico tiene el capricho de recorrer 10s campos pr6ximos a su ciudad, puede hacerlo con permiso del padre y consentimiento del c6nyuge. Pero en cualquier aldea adon- de llegare no le proporcionan ning6n aliment0 si previamente no realiza la tarea de la mafiana o la que suele hacerse antes de la cena. De este mod0 cada cual puede dirigirse a donde le plaza, dentro del temtorio correspondiente a su ciudad. Asi le serh no menos 6til que si hubiese permanecido en ella.

Ya veis c6mo no existe en parte alguna ocasi6n para la ociosidad, ni pretext0 para la holganza, ni tabemas, ni cerve- cerfas, ni lupanares, ni focos de corrupci6n, ni escondites, ni reuniones secretas, pues el hecho de estar cada uno bajo la mi- rada de 10s demhs obligales sin excusa a un diario trabajo o a un honesto reposo. Estas costumbres traen consigo necesa- riamente la abundancia de todos 10s bienes y como Cstos al- canzan por igual a todos, resulta que no puede haber entre ellos pobres ni mendigos.

Tan pronto como el Senado amaur6tico (integrado anual- mente, como he dicho, por tres representantes de cada ciu- dad), tiene noticia de 10s sitios en que hay abundancia de determinados productos y de aquellos otros en que su reco- lecci6n ha sido escasa, acude rhpidamente a rernediar la esca- s a de una localidad con el sobrante de otra. Hacen esto de manera gratuita y sin recibir nada de 10s favorecidos; antes bien, cuando una ciudad necesita de algo, no lo pide a las que ya ayudara, sino a otras que nada recibieron de ella. De este mod0 es la isla entera como una familia.

Asi que tienen suficientes provisiones (lo cual no consi- deran realizado sino cuando las han reunido para un bienio, previendo asi 10s acontecimientos del aiio siguiente), aportan a otros paises el sobrante: trig0 en grandes cantidades, miel, lana, lino, madera, cochinilla, phrpura, pieles, cera, sebo, cue

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ro y tambikn ganado. De todo esto ceden la &tima parte a 10s pobres del pais y venden el resto a bajo precio. Mediante este trhfico importan no s610 las materias de que care~en (casi exclusivamente hiem) sin0 gran cantidad de plata y oro. Ccm la continua pdctica de tal comercio poseen estos m e tales en abundancia superior a la que pudiera creme; por lo cud no les importa vender a1 contado o a plazos ni tener gran parte de su dinero en titulbs, para cuya aceptaci6n no se con- forman con una garantia particular, sino que, de acuerdo con la costumbre, exigen la de una ciudad. Esta, llegado el dia del pago, se cuida de exigirlo a los deudores y de depositarlo en su Tesoro, pudiendo utilizarlo, mediante pago de intere- ses, hasta su reclamaci6n por 10s Ut6picos.

la mayoria de las veces no exigen btos su devoluci6n por e x b a r injusto privar de una cosa que ellos no utiliin a quie nes obtienen de ella algh beneficio. Pero si la reclaman cuando las c i r m s t a n h les obligan a prestar parte de ese dinero a otro pueblo, o cuando lo necesitan para una gum. Onicamente guardan todo ese tesoro en la propia isla, ya para sexvirse de 4 en las ocasiones de peligro grave o inesperado, ya, sobre todo, para contratar mediante grandes sueldos sol- dados mercenaries a 10s cuala exponen a1 peligro con prefe- rencia a los propios, pues no ignoran que a fuerza de dinero muchas veca se puede comprar hasta el enemigo mismo y haca que se combata entre si a tnici6n o abiertamente.

Conservan estas inestimabla r i quas sin considerarlas como tales y las guardan de un mod0 tan peculiar qne, a1 de~- cribirlo, me siento cohibido por el pudor y temeroso de que no se dC crkdito a mis palabras; y ello no me extrailaria pues yo mismo no lo hubiera creido de habkxmelo contado otra persona y sin haberlo visto por mis propios ojos Es sabido que 10s que escuchan el relato de cosas muy extrafias a sus propias costumbres se resisten a aceptarlas como verdaderas; per0 el discreto, a1 conocer las restantes leyes utbpicas, tan distintas de las nuestras, se admirad menos de que el uso del oro y de la plata se acomode a sus costumbres mejor que a las nuestras. Efectivamente, como desconocen la moneda, re- servan aquellos metales s610 en previsi6n de acontecimiento~ que pueden o no sobrevenir; el oro y la plata (de donde la

mor~eda se fabrics), no tienen entre ellos m6s d o r que el M- turd y nadie negara que 6 t e es muy inferior a1 del h i m , sustancia tan necesaria a la vida humana como el fuego y el agua. El oro y la plata, en cambio, no poseen en si cualidad alguna sin la que no podarnos pasarnos fhcilrnente, ni tienen m6s valor del que, por su rareza, les concedi6 la necedad de 10s hombres. Vbse c6mo la naturaleza, madre diligente, puso

l a nuestro alcance lo mejor, el air% el agua y la tierra misma, mientxas escondi6 profundamente lo van0 e indtil.

Los Ut6picos no encierran en toms esos metales precie sos, pues, tan necia es la suspicacia del vulgo, que el principe y el Senado se harian sospechosos de querer aprovecharse de sus ventajas y engafiar a1 pueblo con a lgh ardid. Si 10s des- tinasen a copas u otros objetos semejantes, adsticameate la- brados, ocumrfa que a1 necesitar fundirlos de nuevo pera pagar su sueldo a 10s soldados, l a seria dificil deqrmderse de lo que ya habian comenzado a considmr carno objeto de deleite.

Para salir a1 paso de estos inconvenientes recunieron a nn procedimiento que, si bien se acnerda con sus restantes ins- titnciones, dista muchfsimo de las nuestt.ds, que estiman tanto el oro y con tanta diligencia lo recatan. Por esta raz6n s61o me creerhn quienes lo hayan visto. Mientras m e n y beben en vajillas de barro y vidrio, eleganthimas en verdad, pero de ninghn valor, construyen de oro y plata las bacinillas y otros recipientes de infirno uso, lo mismo con destino a 10s edifi- cios phblicos que a 10s particulares. Con los mismos metales fabrican cadenas y gruaos grilletes para aprisionar a 10s es- clavos. Finalmente, a cuantos han sido infamados por la ca-

I misi6n de a ldn crimen les cuelgan de las orejas zarcillos de oro, les adornan 10s dedos con anillos de oro, rodhnles la gar- ganta con collares de oro y les ciiien coronas de oro a la fren- te. Buscan, pues, por todos 10s medios envilecer el oro y la plata, de donde resulta que estos metales, de que o t r~s pueblos se separan con tanto dolor como si les amncasen las entrafias, no tienen entre 10s Ut6picos ninghn valor y si, obligados por las circunstancias, tuviesen que entregarlo tndo de una va , no darian a1 hecho mas importancia que si se h t a s e de gas- tar un maravd.

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Recogen perlas en sus riberas, y diarnantes y granates en ciertas rocas, per0 no lo hacen de intento, sino s610 cuando el azar se 10s brinda; entonces 10s pulimentan y adornan con ellos a 10s niiios, 10s cuales, si bien se regocijan y ufanan con tales galas en 10s primeros afios de la infancia, cuando crecen y se dan cuenta de que s610 10s pequeiiuelos llevan s e mejantes bagatelas, las abandonan por propio pudor y sin nin- guna amonestaci6n paterna, no de otro mod0 que nuestros hi- jos, cuando son mayores, dan de lado a nueces, dijes, muiiecas y otros juguetes infantiles.

Nunca como con ocasi6n de cierta embajada de 10s Ane- molios pude d a m e cuenta de hasta quC punto producen re- acciones diferentes costumbres como las de 10s Utbpicos, tan distintas de las de otros pueblos. Estaba yo alli cuando Ile- garon a Arnauroto 10s embajadores y, como venian a tratar asuntos de la mayor importancia, les esperaban tres represen- tantes por cada ciudad. Los enviados de las naciones vecinas (que, por haber estado antes en Amauroto, corfocian las cos- tumbres de 10s Ut6picos y sabian que &to1 despreciaban la seda. tenian el oro por cosa vil y no concedian la menor im- portancia a 10s vestidos suntuosos), acostumbraban a presen- tarse con el traje rnis modesto posible; per0 10s Anemolios que, por vivir rnis lejos, habian tenido con 10s de Utopia menos trato, a1 enterarse de que todos vestian de la misma tos- ca manera, creyeron que carecian de lo que no usaban y decidieron, procediendo con rnis soberbia que discreci6n, presentarse con aparatosa elegancia de dioses y deslumbrar con el esplendor de sus adornos 10s ojos de 10s miseros Ut6picos.

Aparecieron asi 10s tres embajadores con cien acompa- iiantes, todos con vestidos multicolores, de seda 10s m h de ellos. Los primeros, gente noble en su pais, iban cubiertos de oro, con grandes collares, pendientes y anillos iureos, som- breros con penachos enjoyados que rebrillaban de perlas y pedreria y adornddos, en una palabra, con lo que 10s Ut6pi- cos tenian por seiial de castigo en 10s esclavos, deshonra de 10s criminales o bagatelas infantiles. Habia que verlos agitar sus penachos y comparar sus galas con el traje de 10s nativos que llenaban las calles; pero no era menos divcrtido consi-

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derar cuinto !es habia engaiiado su esperanza de llamar la atencion, y cuin lejos estaban de la admiraci6n que habian creido despertar. Porque a 10s ojos de 10s Utbpicos, con ex- cepci6n de unos pocos, que por motivos justifimdos habian visitado otras naciones, todo aquel esplendoroso aparato re- sultaba vergonzoso y, saludando respetuosamente como sefio- res a 10s m6s humildes, dejaban pasar sin ning6n homenaje a 10s embajadores que por sus cadenas de oro confundian con esclavos. Era de ver c6mo 10s niiios, que ya habian renun- ciado a gemas y perlas, a1 divisarlas en 10s sombreros de 10s embajadores, decian a sus madres diindoles con el codo:

-Mira, madre; ese gran picaro va adomado con perlas y piedrecillas como si fuera un nifio.

Y la m a k e muy seria: --Calla, hijo; debe ser algrin buf6n de la ernbajada. Criticaban otros las cadenas de oro coma inlitiles por ser

tan delgadas y laxas que un esclavo las podria romper sin es- fuerzo y escapar a su antojo, librindose de ellas.

Cuando 10s embajadores, despuks de permanecer alli un par de dias, vieron menospreciado todo su oro y que 10s Ut6- picos lo consideraban tan vil como ellos codiciable; que en las cadenas y griIletes de un solo siervo pr6fugo se juntaba rnis oro y plata que en todo el adomo de sus personas, depo- niendo su arrogante actitud, se quitaroe avergonzados 10s penachos que habian Iucido tan ufanos; y m4s despuh de haber conversado familiarmente con 10s Ut6picos y conocido sus costumbres y opiniones.

Extriiianse Cstos, en efecto, de que alguien, pudiendo contemplar una estrella o el propio sol, se complazca con el van0 fulgor de una gema o piedrecilla; maravillanse de que haya gentes tan insensatas que se crean ennoblecidas por Ile- var un fino tejido de lana, olvidando que Cste, por delicado que sea, cubri6 en otro tiempo a una oveja que no por eso dei6 de ser oveja. Se admiran de que el oro, tan inritil en si, se estime por doquier hasta tal punto que el hombre mismo, que para su provecho le ha atribuido su valor, se tenga en menos que 61; de que un irnbkcil cualquiera, sin mQs inteli- gencia que un tronco y m6s necio que malvado, esclavice a muchos hombres discretos y de bien s610 porque posee gran

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antidad de monedas de oro, sin pensar que si el azar o alguna beta leguleya, que no menos que el azar mismo trueca 10 alto en bajo, lo hiciere pasar de su condici6n de sexior a la del mis humilde y aby&o de todos sus exlavos, vendria a parar en servidor de cualquiera de sus criados como una aiiadidura y aditamento de su dinero.

Mucho mhs asolnbrosa y detestable les parece la necedad de quienes tributan a los rims, sblo por serlo, honores casi divinos, aunque nada les deben ni les estAn obligados por nin- gdn concepto, conociendo adernhs su sordidez y avaricia y sabiendo de sobra que mientras ellos vivan no han de dis- frutar de sus riquezas ni un solo maravedi.

Estas y otras opiniones semejantes las deben en parte a su educaci6n y a1 haber crecido en una rephblica cuyas costurn- bres esGn lejos de tales necedades, y en parte a su conoci- miento de las ciencias y las letras, pues --aunque no son mu- chos 10s que en cada ciudad, h i de otros trabajos, se consagran exclusivamente a1 estudio (me refiero a 10s que r e velan desde la infancia un espiritu destacado, un ingenio so- bresaliente y un temperamento inclinado a1 cultivo de las buenas artes)-, todos desde niiios reciben una educacibn lite- raria y, buena parte del pueblo, asl hombres como mujeres, consagran al estudio, durante toda su vida, las horas de des- canso de que ya hernos hablado.

Estudian todas las disciplinas en su propio idioma, nco, agradable a1 oido, intkqrete mhs fie1 que cualquier otro del pensamiento, y hablado, salvo alteraciones que varian seghn 10s lugares, en la mayor parte del pais.

Antes de nuestra llegada no tenian la menor noticia de los fil6sofos dlebres entre nosotros; sin embargo, en mGsica, en dialkctica, en aritmktica y geometria habian descubierto poco mas o menos lo mismo que nuestros antepasados; pero si en todas las cosas son casi iguales a nuestros antiguos sa- bios, nuestros modernos 16gicos 10s han superado en invm- ciones sutiles. Pues no supieron idear 10s Ut6picos ninguna de esas reglas de restricciones, amplificaciona y suposiciones, con tanta agudeza inventadas en 10s elernentos de 16gica y que nuestros muchachos tienen que aprender por aqui. Tampoco fueron capaces jamhs de dar con las "intenciones segundas?',

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ya que ninguno de ellos pudo ver a ese que dicen '%hombre comGn", m6s grande, como sabdis, que cualquier gigante y al cual hasta podemos seiialar con el dedo.

Son sumamente expertos en el conocimiento del curso de 10s astros y movimientos de 10s mundos celestes. Con gran ingenio han inventado instrumentos diversos para determinar con toda exactitud 10s movimientos y situaci6n del sol, la luna y demb astros que se divisan en su horizonte. En cambio, ni siquiera han vislumbrado las simpatias y antipatias de las es- trellas errantes ni todas esas imposturas de la adivinaci6n por medio de 10s astros. Predicen las Iluvias, 10s vientos y de- mhs mudanzas del tiempo valikndose de ciertas seiiales com- probadas pot una larga pdctica y observaci6n; acerca de sus causas, de las mareas, de la salobridad del mar y, en una pala- bra, deI origen y naturaleza del cielo y del mundo opinan en parte como nuestros antiguos fi16sofos7 mas asi como htos discrepan entre sf, tambih 10s Ut6picos7 a1 aducir para cier- tos fen6menos explicaciones nuevas, disienten de todos aqu6 Ilos, sin llegar siempre a ponerse de acuerdo.

En la parte de la Filosofia que trata de la moral discuten nuestros mismos problemas o sea 10s tocantes a 10s bienes del alma y del cuerpo, asi como a 10s externos, e igualmente si el nombre de bien conviene a todo esto o hnicamente a las dotes del alma. Disputan acerca de la virtud y el placer; pero su primera y principal controversia versa sobre si la felicidad de 10s hombres radica en una o en mhltiples causas.

En este punto precen inclinarse m6s de lo justo a1 crite- ria defensor del placer, viendo en 6 t e ya toda, ya una parte esencialisima de la felicidad humana; lo que mas adrnira es que pretendan apoyar opini6n tan refinada en su propia reli- gi6n, que es grave, severa y, en cierto modo, austera y rfgida. Es que nunca discuten sobre la felicidad sin combinar con la filosofia, que se siwe de razones, algunos principios tornados de la religih, porque consideran que, sin estos principios, la

I raz6n es insuficiente y dkbil para averiguar la verdadera dicha.

Tales principios son 10s siguientes: que el alma es inmar- tal y nacida pot bondad divina para ser feliz; que despuQ de esta vida hay premios destinados a nuesbs buenas ohms y

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castigos para nuestros pecados. Aunque estos principios per- tenecen a la religih, estiman, sin embargo, que somos l l e vados por la raz6n a creerlos y darlos por vfilidos, y que si se suprimiesen, nadie seda tan necio que no se procurase licita o ilicitamente el placer, evitando s610 esos goces menores que impiden la consecuci6n de otros mb grandes o 10s que mbs tarde toman su desquite con un dolor.

Consideran locura grande practicar virtudes hsperas y di- ficiles, renunciar a las dulzuras de la vida y sufrir voluntaria- mente dolores que no han de producir fruto alguno. Porque Lcubl podria ser kite si, tras de una vida penosa y miserable, nada se consigue mfis all4 de la muerte? La felicidad, en su opinibn, no consiste en un placer cualquiera, sino en el just0 y honesto; nuestra naturaleza, dicen, es encaminada a la dicha como a supremo bien por la virtud misma, en la cual reside aquklla s&n la doctrina opuesta. Definen en consecuencia la virtud como un vivir conforme a la naturaleza, para el cual hemos sido creados por Dios. El que obedece a la ra- z6n en apetecer unas cosas o mitar otras, sigue 10s dictados naturales.

Opinan que la raz6n es la que inspira en primer ttrmino a 10s mortales el amor y reverencia hacia la Divina Majestad, a la cual debemos la existencia y la posibilidad de ser felices; la que, en segundo lugar, nos alienta y anima a llevar una vida lo mbs alegre y rnenos penosa posible y a ayudar a 10s dembs a la consecucibn de idtntico fin para bien de la socie- dad natural. No ha habido nunca defensor tan severo y rigid0 de la virtud que, a1 tiempo de mostramos trabajos, desvelos y pobrezas, no nos incite a aliviar las necesidades y desgra- cias del pr6jimo en la medida de nuestras propias fiterzas. Consideran que el hombre que consuela y alivia a 10s dembs debe ser enaltecido en nombre de la Humanidad. Si nada hay tan hurnano, ni existe virtud mbs propia del hombre que el mitigar 10s males de nuestros semejantes y, suprimiendo las tristezas de la vida, devolverles a la alegria o sea a1 placer, lpor quC la naturaleza no habrb de instigar a cada uno a hacer lo propio consigo mismo? Porque, o la vida alegre, es decir, placentera, es mala, en cuyo caso no s61o no se debe ayudar a nadie a conseguirla, sino que es obligado apartar de ella

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a cuantos sea posible, o es buena, y no s610 podemos sino que debemos procarArsela a 10s demis. Y ~ p o r quC no en primer lugar a nosotros mismos? No hemos de ser menos indulgentes con nosotros que con el prbjimo, ni la naturaleza nos mand6, a1 ordenamos ser buenos con 10s demis, que fuhemos m e - les e inhumanos con nuestras propias personas.

Afirman 10s Ut6picos que la naturaleza misma nos pres- cribe una vida agradable, es decir, el placer como meta de todas nuestras acciones, y definen la virtud como la vida or- denada de acuerdo a 10s dictados de la naturaleza. Y como Csta invita a 10s hombres a que se ayuden mutuamente para el logro de una vida de contento (cosa que, sin duda, no hace sin su buena raz6n, pues n indn hombre esth tan por encima del estado y condici6n de 10s demiis que la naturaleza tenga que ocuparse tan s610 de 61, ya que ella favorece por igual a todos 10s que se encuentran comprendidos bajo la comuni6n de una misma forma y manera) ordenan, con eso, seguir como norma el no buscar la propia comodidad a costa de la comodi- dad de 10s demiis.

POI esto estiman que deben respetarse asi 10s pactos con- certados enbe particulares como las leyes phblicas referen- tes a la distribuci6n de 10s bienes de la vida, es decir, a lo que es materia de placer, promulgadas justamente por un principe bueno o sancionadas de comlin acuerdo por un pue- blo libre de tiranias y de engaiios.

Prudente es buscar el bien personal sin violar esas leyes; procurar ademis el pliblico es piadoso amor a 10s hombres, per0 destruir el bienestar ajeno para conseguir el propio es, sin duda, injusto. Privarse, por el contraio, de alguna ventaja para favorecer a otro es un deber de humanidad y liberalidad, y esa renuncia, por grande que sea, resulta recompensada con el retorno de beneficios y la conciencia misma del bien obrar y el recuerdo del afecto y agradecimiento de 10s favorecidos infunden en el espiritu un placer superior a1 que el cuerpo hubiese obtenido de las ventajas renunciadas. Por liltimo, y asi lo comprenderd fhcilmente un espiritu religiose, Dios r e compensa con una grande e imperecedera alegria el sacrificio de un breve y exiguo placer. Por todo esto, examinando a fondo y valorando cuidadosamente la cuestitin, opinan 10s

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Utbpicos que todas nuestras acciones, incluyendo las virtudes mismas tienden a1 placer y a la felicidad como fin.

Llaman placer a todo movimiento corporal o animico con el cual, obedeciendo a la naturaleza, se experirnente un d e leite; en ese concept0 incluyen, y no sin motivo, 10s apetitos naturales. Los sentidos y la raz6n aspiran, en efedo, a lo na- turalmente agradable y a lo que se consigue sin detriment0 ajeno ni ocasionar la p6rdida de otro placer mejor ni acarrear molestia alguna. En cambio, lo que los hombres, en virtud de una vana convenci6n y como si pudieran cambiar con las palabras el ser de las cosas, juzgan placentero, nada tiene para 10s Ut6picos de c o m b con la felicidad, si a contrario a la na- turalaa, antes bien creen que la pg'udica, pues no deja lugar para 10s verdaderos y authticos deleites y ocupa el espiritu entero con engafiosas apariencias de placer. Hay, en efecto, muchisimas cosas que aunque no posean en si atractivo al- guno, sino por el contrario mucho de amargura y perversi- dad, el poder de las malas pasiones no s610 las reputa por deleites supremos sino que las incluye entre las causas esen- ciales de la vida.

Entre a o s bastardos placeres cuentan los que yo recor- daba antes, o sea, el que un hombre, por ir mejor vestido, se considere superior a 10s demgs. El que asi piense incurre en un doble error, pues no es menos equivocado creerse mejor por el traje que por la propia persona. Si consideramos el vestido desde el punto de vista de su utilidad ipor quk mirar como preferible una lana hecha de finas hebras que la fa- bricada con otras mhs gruesas? Pues bien, esas gentes, como si se destacasen por su m h t o personal y no en virtud de un error, ykrguense soberbias, exigen como por derecho pro- pio honores que, a estar pmr vestidas, no hubieran osado esperar y se indignan si no se les concede importancia.

Mas, el hecho mismo de ser sensibles a ciertos halagos va- nos e inhtiles, Lno es indicio de idbntica necedad? ~ Q u k de- leite natural y verdadero proporciona la vista de una cabaa descubierta o de una rodilla doblada? LAcaso se remediad con eso el dolor de nuestras propias rodillas o se calmarh el ardor de nuestras cabezas? Es cosa de ver, en relaci6n con estas engafiosas apariencias de placer, cuin fhcilmente desva-

rian 10s que gustan de que se les aplauda, halague y consi- dere como nobles s610 porque el azar les hizo descender de una larga sene de rims propietarios de tierras (que no otxa cosa es ahora la nobleza), sin considerarse menos nobles aun- que sus mayores no les hayan dejado nada o ellos, por su parte, hayan dilapidado lo que heredaron.

Incluyen en la misma categoria a 10s que, como dije, se dejan seducir por gemas y piedras preciosas y se creen ver- daderos dioses cuando logran adquirir alghn ejemplar extra- ordinario y de 10s mhs en boga en su tiempo y entre 10s suyos, ya que no siempre son unas mismas las piedras favoritas en todas partes y en todo tiempo. Adquikrenlas linicamente sin el oro del engaste y aun asi obligan a1 vendedor a declarar, bajo juramento, que la piedra o gema en cuestibn es legitima, temerosos de tomar lo artificial por verdadero. Pero a1 que ha de contemplarla luego ipor quC ha de causarle menos pla- cer una piedra falsa si sus ojos no son capam de distinguirla de otra autkntica? Por Hkrcules, que una y otra debieran valer lo mismo ante sus ojos que ante 10s de un ciego.

~Acaso 10s que acumulan riquezas superfluas no para re- crearse con su uso, sino s610 con su contemplaci6n, disfrutan de un placer autkntico? 1No se dejan mbs bien engafiar por uno falso? Y esos que llevados de vicio distinto entierran para no perderlo el oro que nunca han de utilizar y que acaso no volverhn siquiera a ver, Ino lo pierden en realidad? Pues Lquk otra cosa es el sustraerlo a 10s usos propios y a1 de 10s demis mortales, devolvikndolo a la tierra? Escondido su t e soro ya esi4 su dueiio tranquil0 y lleno de alegria; pero si alguno se lo robare y su propietario, ignorante del robo, vi- niere a morir al cab0 de diez afios, lquk mbs le daria que su dinero hubiese sido sustraido o dejado intact0 durante todo el decenio que sobrevivi6 a su pkrdida? La misma utilidad evidentemente le hubiera reportado de una que de otra manera.

A estas tan necias satisfacciones equiparan en Utopia las de 10s jugadores (cuya locura conocen de oidas y no por ex- periencia), cazadores y halconeros. LQuk placer encuentran -dicen- en echar 10s dados sobre una mesa? La misma reite- raci6n con que lo hacen Ino deberia producir hastio, aunque

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tuviese algo de agradable? ~ Q u t placer (mhs bien lo llama- h o s fastidio) obtienen oyendo ladrar y aullar a 10s perros? ~ P o r qut ha de parecer mds divertido el espectdculo de un perro persiguiendo a una liebre que a otro perro? Si se trata s610 de la diversibn, tsta es la misma en uno y otro caso; pero si lo que interesa es la perspediva de una muerte o la contem- placi6n de una carniceria, mhs bien debiera mover a miseri- cordia el ver una liebrecilla despedazada por un perro, un animal dtbil, miedoso, huidizo, inofensivo, en una ~alabra, dilacerado por otro mis fuerte, mis feroz y mis cruel.

Por eso 10s Ut6picos relegan a 10s matarifes, oficio que, como dijimos, desempefian 10s esclavos, el ejercicio de la cam, como cosa indigna de hombres libres, considerhndole incluso lo rnis despreciable de dicho menester, el cual no deja de ser 6til y honesto en lo demis, pues proporciona buenos rendimientos y si sacrifica a 10s animales lo hace 5610 por ne- cesidad; el cazador, en carnbio, no busca en la muerte y des- pedazamiento de una misera bestezuela m h que la sa- tisfacci6n de un capricho. Creen nuestros,insulares que el complacerse en una muerte, aunque sea la de un animal, revela perversos instintos y que 10s espiritus con el reite- rado ejercicio de tan feroz deleite acaban por parar en la crueldad.

Asi, pues, aunque el vulgo considera agradables estas y otras cosas semejantes, inumerables por cierto, opinan los Ut6picos resueltamente que ninguna relaci6n guardan con el placer, pues nada bueno poseen en si. Cierto es que halagan 10s sentidos, per0 esta preocupaci6n vulgar en nada modifica su creencia, ya que lo que parece obra del placer, no lo es sino porque la perversa costumbre de 10s hombres hdceles ape- tecer lo amargo como dulce, de igual mod0 que para el co- aompido gusto de las embarazadas la pez y el sebo son rnds sabrosos que la misma miel. Mas asi como el juicio alterado por la enfermedad o la costumbre no puede cambiar la na- turaleza de las demhs cosas, tampoco puede hacerlo con la del placer.

Los que de &os reputan por verdaderos son de diversas clases, unos espirituales y corporales otros. A 10s primeros pertenecen la inteligencia, esa dulzura que produce el cono-

cimiento de la verdad, el agradable recuerdo de haber vivido bien y la esperanza cierta de una futura recompensa.

El placer corporal lo dividen, a su vez, en dos clases: in- cluyen en la primera todo lo que impresiona gratamente 10s sentidos, como la comida y la bebida, restauradoras de nuestro organism0 agotado por el calor interno, y la expulsi6n de ma- terias que ocupan el cuerpo con su exceso. Asi ocurre cuan- do se limpia el intestino o se practica el ado de la generaci6n o se calrna alguna picaz6n fricciondndola o rasdndola.

En ocasiones, el placer radica no en proporcionar a nus- tros miembros lo que necesitan ni en liberarlos de lo que les molesta, sino en algo que cautiva, atrae e impresiona 10s sen- tidos con oculta fuerza pero efedos evidentes. Tal es el que nace de la m6sica.

Otra clase de placer corporal consiste para ellos en un tranquil0 y equilibrado estado del cuerpo, es decir, en que la salud no se vea alterada por ninguna enfermedad. Aqudla, en efecto, cuando ningh dolor la perturbs, produce de suyo un bienestar, por mds que no se reciba desde fuera nin- guna impresi6n agradable. Y aunque ese bienestar es eviden- temente menos sensible que 10s embmtecedores placeres de la mesa y la bebida, son muchos quiena lo consideran como el supremo placer y 10s Ut6picos, por su parte, lo tienen por fundamento y base de la felicidad, porque hace grata y d e seable la vida y su supresi6n equivaldrfa a la del placer mismo. A la carencia de dolor, si falta la salud, la llaman insensibilidad y no placer.

Tiempo ha que han desechado, y no sin preceder prolijas discusiones, la opini6n de quienes por considerar que 10s efec- tos de la salud, por serena y duradera que &ta sea, no eran perceptibles sin ayuda de alguna excitaci6n externa, se rehu- saban a admitirla como placer. Ahora, por el contrario, casi todos esthn de acuerdo en que la salud es uno de 10s primeros, si no el primero, de 10s placeres. Razonan de este modo: Si la enfermedad va acompafiada del dolor, enemigo tan implaca- ble del placer como aqutlla lo es de la salud, lpor qu6 no ha de haber a la inversa deleite en el equilibrio resultante de la salud? Ninguna importancia tiene a su juicio el que la enfer- medad sea un dolor o que el dolor exista en la enfermedad,

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ya que el resultado es uno mismo. Que la salud sea el verda- dero placer o lo produzca necesariamente, como el fuego el calor, lo cierto es que el bienestar es inseparable compaiiero de quienes disfrutan de una salud perfecta.

El comer, afirrnan, no es sino una lucha, con ayuda de los alimentos, entre la salud, que empezaba a debilitarse, y el hambre, lucha en la que el cuerpo encuentra el placer de irse sintiendo fortificado y de retornar a1 acostumbrado vigor. Y si la salud se complace en esa lucha jc6mo no habd de rego- cijarse una vez lograda la victoria? Recuperada felizmente su primitiva robusta, jquedadse el hombre insensible, sin co- nocer ni apreciar 10s beneficios de lo linico que se buscaba en todo ese combate?

Mucho se equivocan, en opinibn de 10s Ut6picos, 10s que dicen que la salud no se siente. Porque jquitn estando des- pierto no se da cuenta de que esth sano, sino el que no lo esta? jQuikn, como no sea vidima de algrin estupor lekir- gico, dejad de reconocer que la salud es cosa agradable y deleitosa? Y este deleite jqut es sino el placer, con otro nombre?

Para ellos sin embargo, nada hay superior a 10s placeres del espiritu, considerados como 10s primeros y principales en- tre todos. La mayor parte de ellos emanan, a su entender, de la virtud y de la conciencia de una vida honrada.

De entre 10s placeres que proporciona el cuerpo conce- den la palma a la salud, pues si bien consideran apetecibles el comer, el beber y otras satisfacciones semejantes, es s610 en atenci6n a la salud y no por estimarlas agradables en si, sino en la medida que nos salvaguardan de las enfermedades que subrepticiamente se insinban; y asi como el hombre prudente prefiere evitarlas y acudir a su remedio y alejar el dolor que tener que aliviarlo, preferible es igualmente privarse d e tales placeres a tener que calmar el malestar que su privaci6n produce. Si en ellos consistiese la felicidad, el hombre mls dichoso seria evidentemente aquCl cuya vida transcurriese co- miendo para aplacar el hambre, bebiendo para calmar la sed y rasdndose y friccionlndose para mitigar la comez6n. 2Y quiCn no ve que semejante vida seria innoble a la par que miserable? Los placeres que acabo de mencionar son 10s mds

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intimos y menos puros porque siempre van unidos a inolestias contrarias: a1 de comer, acompaiia el hambre en forma des- proporcionada, pues cuanto m h violenta, mayor es tambiCn la desaz6n que, nacida antes que el placer, no se extingue sino con 61. No creen 10s Ut6picos que haya que preocuparse de 10s referidos deleites sino en la medida que lo exija la nece sidad, pero disfmtan de ellos y reconocen agradecidos la in- dulgencia de la madre naturaleza que nos atrae con tanta dul- zura a la realizaci6n asidua de las funciones necesarias para la vida. ~ C u l n tediosa no seria Csta si para ahuyentar las mo- lestias cotidianas del hambre y la sed tuvitsemos que recurrir a esos brebajes y amargas p6cimas con que combatimos las que a intervalos mayora nos asaltan?

En cambio fomentan la belleza, la fuerza y la agilidad como dones autknticos y preciosos otorgados por la natura- leza. Procliranse, asimismo, como condimentos agradables de la vida, 10s deleites que penetran por 10s ojos, oidos y nariz, que son exclusivamente propios del hombre, pues ning6n otro ser anirnado es capaz de apreciar la configuraci6n y belleza del mundo ni 10s olores, como no sea para distinguir 10s ali- mentos, ni la gracia de las cosas, ni las distancias acordadas o discordes de 10s sonidos.

Se atemperan en todos 10s placeres a la norma de que uno menor no impida otro mayor y de que ninguno produzca do- lor, cosa inevitable, en su concepto, cuando se trata de pla- ceres deshonestos.

TambiCn reputan por insigne necedad, no s610 el despre ciar la belleza, desgastar las fuerzas, convertir la agilidad en pereza, agotar el cuerpo con ayunos, perjudicar la salud y menospreciar 10s demls atractivos naturales (a no ser que, prescindiendo del bienestar propio, se quiera procurar el aje- no o el pliblico o esperar de Dios una recompensa mayor por tantos afanes) sino el atormentarse a si mismo sin provecho de nadie, ya por una vana sombra de virtud, ya para habi- tuarse a sobrellevar unos males que acaso no han de presen- tarse nunca.

Tales son sus teorias acerca de la virtud y det placer; la raz6n humana no podria hallar otras mhs verdaderas, a menos que una rcligi6n revelada desde el cielo inspirase a1 hombre

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algo mhs puro. Pero ni el tiempo nos pemite decidir si en esto tienen o no raz6n, ni nos parece necesario averiguarlo, ya que nuestro propbito no es defender sus instituciones sino darlas a conocer. Por lo demis estoy persuadido de que, sea como fuere, en parte alguna existe pueblo mis floreciente ni republics mhs feliz.

Son 10s Ut6picos de cuerpo igil, vigoroso y de una fuerza superior a lo que haria presumir su estatura, no pequeiia por cierto.

Aunque la tierra no es igualmente fkrtd en toda la isla, ni el clima absolutamente favorable, ellos se defienden contra estos inconvenientes w n su templanza en el comer y reme- dian con tanto ingenio las desventajas de la tierra, que en ninguna parte se encuentra producci6n superior de frutos y ganados, ni hombres de cuerpo tan resistente, vivaz y menos sujeto a enfemedades.

Realizanse alli con toda diligencia, no s6lo las faenas or- dinarias de la agricultura, dirigidas a modificar con inteligente esfuerzo una tierra de suyo infecunda, sino que se ven bos- ques enteros arrancados de cuajo por mano del pueblo y tras- plantados a otro sitio, no atendiendo a la abundancia, sino a que, conducida la madera a lugares pr6ximos a1 mar, a 10s rios y a las ciudades mismas, se facilita su transporte, pues si bien 10s frutos pueden traerse por tierra desde lugares lejanos, con menos trabajo, no ocurre otro tanto con 10s Arboles.

Son 10s Ut6picos amables, ingeniosos y activos; gustan del reposo pero, cuando es preciso, soportan bien cualquier es- f u e m fisico. Nada les apetece tanto, sin embargo, como las ocupaciones propias del espiritu. No me pareci6 que estiman gran cosa las producciones latinas, except0 las de historia y poesia, pero, oykndonos hablar de las obras literarias y cien- dficas de 10s griegos, fue grande el empefio que pusieron en conocerlas, ayudindose de nuestras arplicaciones. Empeza- mos, pues, a ledrselas, m6s bien para que no creyesen que rehuiamos el trabajo, que porque esperhsemos algrin resultado; per0 a1 avanzar en el intento, pronto comprendimos, en vista de su entusiasmo, que nuestro esfuerzo no seria estkril.

Comenzaron a &tar tan ficilmente la forma de las letras, a pronunciar con tal desembarazo las palabras, a confiarlas

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con tal presteza a su mernoria y a repetirlas de coro con tanb fidelidad, que hubiera parecido cosa de milagro de no saba nosotros que en su mayoria acudian a1 aprendizaje de est;ls disciplinas, no ya voluntariamente, sino por orden del Sena- do y previa selecci6n de 10s mis inteligentes y de edad ma- dura. Y asi, en menos de tres afios, nada ignoraban ya de la lengua griega y leian de comdo 10s buenos autores siempre que no hubiera erratas en 10s libros.

La facilidad con que aprendieron ese idioma debi6se, en mi opini6n, a su parentesco con el propio. Sospecho, en efec- to, que son de origen griego porque su lenguaje, casi persa en lo demis, conserva algunos vestigios helknicos en 10s nom- bres de ciudades y magistraturas. En mi cuarto viaje y p r e viendo, no un inmediato regreso sino una larga permanencia entre ellos, habia cargado en la nave un mediano fardo de libros. Pude asi proporcionarles la mayor parte de las obras de Plat6n, muchas de Arist6teles y el Trdaah de las $h- tas, de Teofrasto, aunque mutilado en muchos lugares, porque habikndolo descuidado durante la travesia, cay6 sobre 61 un mono que con sus juegos y piruetas arranc6 de a d y all5 al- gunas de sus phginas y las desgarr6. De Gramitica, poseen hnicamente la obra de Lascaris, pues no llevk nada de Teo- doro, ni otro diccionario que 10s de Exiquio y de Diosc6rides. Estiman mucho 10s libros d e Plutarco y les deleita el donaire e ironia de Luciano. De 10s poetas conocen a Arist6fanes, Homero, Euripides y S6focles, en las pequefias ediciones de Aldo, y de 10s histonadores, a Tuddides, Herodoto y Hero- diano. De Medicina, llev6 consigo mi compafiero Tricio Api- nato algunos oplisculos de Hip6crates y la Microternid de Galeno, obras que aprecian en sumo grado, pues aunque no hay pueblo en el mundo que menos necesite del arte mkdica, tihenla en gran predicamento, como que la cuentan entre las m6s dtiles y herrnosas partes de la filosofia y escrutan con su ayuda 10s secretos de la naturaleza, parecikndoles que con ello no s610 se procuran extraordinario deleite, sino que se hacen m6s agradables a1 Autor y Creador del mundo. Creen que Este, como 10s dem6s artifices, puso ante 10s ojos del

1 hombre, dnico ser al que cre6 capaz de cosa tan grande, la miquina del universo para que la contemplase y admirase;

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y que por esto ama rnls a1 que la estudia curioso y solicit0 que a quier., esthpido e indiferente como un animal sin inte- ligencia, desprecia especkiculo tan admirable.

Aplican 10s Ut6picos, de mod0 sorprendente, su ingenio, cultivado con el estudio, a la invencibn de las artes Gtiles para el Lienestar humano. DCbennos, empero, dos, a cuyo des- arrollo no dejaron de contribuir en buena parte: la imprenta y la fabricacibn del papel. En efecto, asi que les mostramos, pues explidrselo era dificil no habiendo entre nosotros quien conociese dichos oficios, las obras impresas por Aldo y les hablamos de la materia con que se fabrica el papel, compren- dieron la cosa con aguda rapida, y aunque hasta entonces siempre hab'ian escrito en pergamino, cortezas o papiro, in- tentaron a1 punto elaborar papel e imprimir letras. En un principio no progresaron gran cosa, per0 a fuerza de repe tidos experimentos lograron, en breve plazo, ambos propbi- tos, y tanto progresaron, que si hubieran tenido mhs originales, su producci6n de libros habrfa sido no escasa; pero no po- seian otros que 10s citados, de 10s que han impreso y repartido muchos miles de vollimenes.

Acogen con benevolencia a1 que 10s visita, siempre que 6 t e sepa hacerse apreciar por sus dotes de ingenio, su expe riencia en 10s viejos o su conocimiento de otros paise. Como gustan de oir lo que por el mundo acontece, nuestra llegada fue muy bien recibida.

Rara v a arriban mercaderes a sus playas, porque ~quC otra cosa podrfan traerles sin0 hierro o plata y oro, que mbs bien querrian llevarse consigo? Prefieren ocuparse por si mis- mos de las exportaciones a que lo hagan otros, ya que asi tienen ocasi6n de conocer tierras extrafias y de no echar en olvido la prhctica y pericia de la navegaci6n.

De b s esckvos, de 10s enfermos, de 10s mdrimonios y de otros asuntos diversos

Los prisioneros de guerra, except0 10s agresores, no son con- siderados como esclavos; tampoco 10s hijos de esclavos, ni 10s que pueden comprar como tales en otras naciones; en cam- bio, reducen a servidumbre a todo el que por alghn delito

mereci6 este castigo o fue condenado a muerte en una ciudad extranjera. Esto es lo que ocurre mhs frecuentemente. Tras- ladan a Utopia, adquiriCndolos a muy bajo precio o gratuita- mente, a muchos de aqudlos y no s610 10s hacen trabajar de continuo, sino que 10s retienen presos. Tratan aGn con mayor rigor a sus propios conciudadanos por considerarlos m6s cul- pables y merecedores de penas mls graves, ya que preparados por una excelente educaci6n a1 ejercicio de la virtud, no han sabido apartarse del mal.

Otra clase de esclavos la constituyen 10s trabajadores po- bres de otros pueblos que se ofrecen a servir en Utopia espon- dneamente. A btos 10s tratan con bondad y, fuera de que les sefialan mayor cantidad de trabajo, como a gente habi- tuada a 61, no 10s tienen en menos que a sus propios concui- dadanos; a1 que de ellos quiera marcharse (lo que pocas veces ocurre) no le detienen contra su voluntad ni le dejan irse sin galardtn.

Tratan, como ya dije, a 10s enfermos con grandes cuida- dos, sin omitir meclicinas ni alimentos capaces de devolverles la salud. Acompaiian a 10s incurables, les dan conversaci6n y les proporcionan, en una palabra, cuanto sea susceptible de aliviar su mal. Si se trata de una enfermedad sin remedio y de continuo dolor, 10s sacerdotes y magistrados hacen ver a1 paciente que, pues ya es inlitil para 10s trabajos de la vida, molesto para 10s demhs y una carga para si mismo, no quiera aIimentar por mds tiernpo su propia peste y cormpci6n; que siendo su vida un tormento no vacile en morir, antes tenga esperanza de librarse de una vida semejante, como de un po- tro o tormento, dhndose la muerte o consintiendo que otro se la dC; persuhdenle a que asi obrard sabiarnente, a que la muerte serh no un mal, sino el t h i n 0 de sus suplicios, y a que siendo Cste el consejo de 10s sacerdota, intkrpretes de la voluntad divina, obrarh de manera santa y piadosa.

Los que son convencidos se dejan morir de hambre o re- ciben la muerte mientras duermen y sin darse cuenta. A nin- guno, empero, eliminan contra su voluntad, ni dejan de pro- digarle sus cuidados, persuadidos a que de este mod0 obran honradamente. Mas si alguno llegare a suicidarse sin consen- timiento de 10s sacerdotes y del Senado lo consideran indigno

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de la tierra y del fuego y lo arrojan, afrentosamente insepulto, a cualquier pantano.

Las mujeres no se casan antes de 10s dieciocho afios ni 10s hombres hasta que han cumplido cuatro miis. Si con ante- rioridad a1 matrimonio se les convenciera de haber tenido secreto trato carnal son severamente amonestados y se les pro- hibe en absoluto el casamiento, a menos que el principe, mo- vido a piedad, no les perdone su falta. Pero el padre y la madre en cuya casa se cometi6 el delito quedan infamados por no haberlos vigilado con la necesaria diligencia. Este de- lit0 lo castigan con tanta severidad porque ven que si no se les aparta enkrgicamente del concubinato, pocos se casarian ante la perspectiva de vivir siempre con la misma persona y de tener que afrontar 10s demh inconvenientes del matri- monio.

En la elecci6n de c6nyuge siguen con toda seriedad una prhctica que a nosotros nos parece muy extraiia y ridicula. La prometida, ya sea virgen o viuda, es expuesta desnuda a 10s ojos del pretendiente por alguna matrona grave y hones- ta; a su vez el novio es presentado ante la muchacha, igual- mente desnudo, por un hombre respetable. Y como nosotros censurhsemos riendo tan absurda costumbre, admirhbanse ellos, por su parte, de la necedad de otros pueblos que, mos- trhndose muy cautos a1 adquirir an caballo que, a1 fin y a1 cabo, cuesta poco dinero, rehushdose a comprarlo, aunque lo vean en cueros, sino se le quita la silla y despoja de todos sus arreos, no sea que bajo kstos se encubra alguna matadura, procedan con tanta ligereza en la elecci6n de c6nyuge, que puede llenar de solaz o pesar el resto de la vida, y aprecien la totalidad de su cuerpo, cubierto con 10s vestidos, por s610 un palmo de rostro que es lo que se ve, exponikndose a1 riesgo de una dificil convivencia si luego llegase a descubrirse a l d n defecto. No todos 10s hombres son de tanta sabiduria que se satisfagan con 10s atractivos puramente espirituales e incluso 10s sabios mismos se pagan no poco, a1 casarse, de 10s encan- tos fisicos. Bajo el extemo atavio puede sin duda esconderse alguna deformidad tan repugnante que fuera capaz de enaje narle a la mujer el carifio de su marido cuando ya la separa- ci6n corporal sea imposible. Si dicha deformidad se pone de

manifiesto despuks del matrimonio ambos c6nyuges tenddn que resignarse con su suerte. Por eso debe haber leyes que eviten que nadie pueda ser engaiiado de antemano. Asi lo han entendido 10s Ut6picos, con tanto mayor motivo cuanto que son 10s linicos de su regi6n que se conforman con un solo c6nyuge y cuyos matrimonios no se desatan sino con la muerte, except0 cuando hay adulterio o insufrible incom- patibilidad de costumbres: en uno y otro caso el Senado con- cede permiso a1 inocente para volverse a casar y el culpable queda infame y se le condena a perpetuo celibato.

No toleran en mod0 alguno el que se repudie a una mu- jer contra su voluntad porque le haya sobrevenido alguna desgracia corporal, teniendo por crueldad abandonar a una persona cuando mhs necesita de consuelo y privarla de un se- guro y firme apoyo en la veja que tanto cortejo de enferrne- dades trae consigo y es en si misma una enfermedad.

Sucede a las veces que, no existiendo compatibilidad de caracteres entre 10s c6nyuges y hallando entrambos nuevas personas con las que conffan vivir felizmente, se separan de grado y contraigan otro matrimonio. Pero ello ha de ser con permiso del Senado, cuyos miernbros no admiten el divorcio sino desputs de examinar detenidamente las causas por si mis- mos y por sus mujeres, pues bien se les alcanza qiie la posibi- lidad de contraer fhcilmente nuevas nupcias es lo menos indi- cad0 para unir a 10s esposos con dlidos vinculos.

Castigan con la mhs dura esclavitud a 10s profanadores del matrimonio; si ambos culpables son casados, 10s que han sufri- do la ofensa pueden, si lo desean, casarse entre sf o con per- sona distinta, repudiando a1 adilltero. Si uno u otro de 10s ofendidos persiste en su amor para con el que tan ma1 se ha comportado, la ley no le prohibe seguir, si quiere, en su cas- tigo a1 condenado; y a veces sucede que, conmovido el prin- cipe por el arrepentimiento del uno y la firme constancia del otro, otorgue a1 primer0 la libertad. Pero el reincidente es

I castigado con la muete. Ninguna ley fija para 10s demhs delitos determinada pena,

sino que el Senado la establece, m6s o menos grave, segGn la naturaleza de aqukllos. Los maridos castigan a sus muje-

[ res y 10s padres a sus hijos, a menos que la falta sea tan grande

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que convenga al mantenimiento de las buenas costumbres un escarmiento público. Casi todos los crímenes graves se penan con la esclavitud, castigo que consideran más temble para el delincuente y ventajoso para el Estado que el apresurarse a dar muerte al reo, privándose de los beneficios de su tra- bajo y de un ejemplo que, por duradero, impedirá a otros la comisión de delitos análogos.

Mas a los condenados que se muestran rebeldes o recalci- trantes los matan como a bestias indómitas e incapaces de ser cohibidas por cárceles ni cadenas. A 13s delincuentes no se les quita la esperanza de ver mitigados sus sufrimientos por sufragio del pueblo o de obtener el perdón por benevolencia del príncipe si, amansados por el largo castigo, dan pruebas de que la falta les parece más odiosa que el arrepentimiento.

Incitar al estupro es no menos peligroso que practicarlo. En todo crimen igualan al hecho la definida intención de eje- cutarlo, estimando que no debe aprovechar al criminal el fracaso de lo que meditaba, ya que no dependió de su volun- tad el no verlo realizado.

Gustan mucho de los bufones, y así como tienen por des- honroso el maltratarlos, a nadie prohiben divertirse con sus donaires. Creen que esto es de gran utilidad para su locura y no se los dejan tener a esas gentes severas, tristes e incapa- ces de apreciar sus gestos y dichos, temiendo que no los traten con la gentileza e indulgencia debidas, y que, lejos de serles provechosos, ni se diviertan siquiera, que es para lo único que sirve su habilidad. Consideran infame y vergonzoso, no para el burlado sino para el burlador, reírse de las personas con- trahechas o mutiladas, pues eso equivale a echar en rostro a otro, estúpidamente, lo que no estaba en sus manos evitar.

Así como tienen por negligencia y pereza el no cuidar de la belleza natural, reputan por deshonrosa insolencia re- cumr a los afeites. Saben por experiencia que los encantos de una mujer influyen menos en el marido que su honradez y respeto. Cierto es que a muchos cautiva únicamente la be- lleza, pero no lo es menos que sólo la virtud y condescen- dencia tienen fuerza suficiente a retenerlos.

No sólo se apartan de las maldades por temor al castigo, sino que incitan a la virtud con promesas de honores. Levan-

tan estatuas en las plazas públicas a los hombres ilustres y beneméritos del Estado como testimonio de sus hechos loa- bles y para que la gloria de los antepasados sirva a la poste- ridad de acicate e invitación para emularlos.

El que solicita algún cargo público pierde toda esperanza de conseguirlo. Conviven amigablemente y ningún magis- trado se muestra tenible ni orgulloso. Los llaman padres y ellos se comportan como tales. Voluntariamente se les rinden los honores debidos, pero nadie está obligado a tributarselos. El príncipe no se distingue de los demás ciudadanos por sus vestidos o su corona, sino por llevar un manojo de espigas. El distintivo del pontífice es un cirio que le precede.

Tienen muy pocas leyes, pero suficientes para su gobier- no. Censuran en los demás pueblos, más que nada, el que no les basten tantos volúmenes de glosas e interpretaciones. Igual- mente opinan que es injusticia grande obligar a los ciuda- danos con leyes, o demasiado numerosas para ser leidas en su integridad, o tan oscuras que sólo son entendidas de unos pocos. Han suprimido en absoluto a los abogados, hábiles defensores de las causas y sagaces intérprete de las leyes, pues la experiencia les ha ensefiado que es preferible que cada cual defienda sus propios pleitos y exponga ante el juez lo que ha- bría confiado a su abogado. De esta manera se evitan rodeos y se va derecho a la verdad, pues como el interesado se pro- duce sin retórica alguna, pesa solícito el juez sus argumentos y protege a los ingenios sencillos contra las argucias de los intrigantes. En otras naciones es dificil observar nomas se- mejantes, atendida la enorme abundancia de sus complicadi- simas leyes.

En Utopía, por el contrario, todos conocen las leyes, pues éstas, como he dicho, son muy pocas y su interpretación más simple pasa por ser la más equitativa. La ley, dicen, se pro- mulga para que todos sepan cuál es su deber; si se la inter- pretarse demasiado sutilmente sólo serviría, en realidad, para unGs pocos capaces de entendarla, mientras que siendo cla- ra y sencilla, estará al alcance de cualquiera. Y si se tiene consideración al vulgo, que constituye la mayoría y es el más necesitado de tutela, jno daría lo mismo no dictarle ley alguna que hacerlo por modo tan complicado que s610

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seda comprensible a fuerza de inteligencia y de prolijas con- troversias? iQuC significarian tales disposiciones a 10s ojos del vulgo y de 10s que viven preocupados por el diario sus- tento?

Los pueblos libres de las inmediaciones, que ya hace tiem- po fueron eximidos de toda tirania por 10s Utbpicos, admi- rados de sus virtudes, les piden espontineamente magistrados por uno o por cinco aiios; cuando Cstos han terminado su mandato, 10s acompaiian a su tierra con honores y alabanzas, lledndose consigo otros nuevos. A1 proceder asi salvaguar- dan esos pueblos sus intereses del mod0 mejor y m6s ventajoso, pues que, dependiendo su salud o su mina de la conducta de sus gobernantes, no pueden hacer elecci6n m6s acertada que la de unos funcionarios que a ninghn precio se apartanan de lo justo (ya que ello no les reportaria ninghn provecho por tener que regresar en breve a su patria), ni serian sen- sibles a afedos y amistades por no conocer a sus gobernados. La parcialidad y la avaricia son males que cuando se apode- ran de 10s jueces destruyen la justicia, nervio el m9s fuerte de una repliblica.

Llaman 10s Ut6picos aliados a 10s pueblos a quienes pro- porcionan magistrados y amigos a 10s dern6s que han distin- guido con sus favores.

Nunca pactan con otra naci6n esos tratados que otros pue- blos tan a menudo concluyen, rompen y renuevan. para quC alianzas, piensan, cuando la naturaleza ha unido especha- mente a1 hombre con el hombre? El que no la respeta, Iha- bria acaso de preocuparse por mantener su palabra? La razbn principal de este mod0 de opinar es que en las regiones de aquella parte del mundo 10s pactos entre 10s soberanos se ob- servan con poquisima fidelidad. En Europa y demb tierras en donde reinan la fe y la religibn de Cristo, la majestad de 10s tratados es por doquier sagrada e inviolable, en parte por la justicia y bondad de 10s plincipes y en parte por el respeto y ternor que inspiran 10s sunlos pontifices, que asi como, sin necesidad de promesas, cumplen escrupulosamente, ordenan a 10s soberanos el cumplimiento, sea como sea, de sus compromises, y obligan a 10s que se resisten por medio de se- veras censuras pastorales. Tienen, con razbn, por vergonzoso

ver inobservadas las alianzas por quienes mPs presumen de su condici6n de fieles.

Pero en aquella parte del mundo, reciCn descubierta, me- nos separada que la nuestra por el circulo ecuatorial que por la diferencia de vida y costumbres, no existe confianza algu- na en 10s tratados, 10s cuales se violan con tanta m6s rapidn cuanto mayores y m6s solemnes fueron las ceremonias con que se concertaron. No es dificil, en efecto, deslizar en su texto de intento y astutamente, alguna ambigiiedad que per-

I mita quebrantar 10s vinculos m6s firmes y eludir, a un tiempo, el pacto y la palabra empefiada. Ahora bien, si esos mismos que no tienen empacho en aconsejar a un principe tal pro- ceder, descubrieran en un contrato privado una aiiagaza o, rnejor dicho, on fraude semejante, gritarian de seguro frun- ciendo el ceiio: "iSacrilegio! iA la horca con sus autores!" Por lo visto, la justicia es o una virtud humilde y plebeya, muy por bajo del solio real o hay por lo menos dos justicias: una pedestre y a ras de tierra que, exclusiva del pueblo y cargada de cadenas, no puede nunca saltar la valla que la ro- dea, y otra, la de 10s principes, que no s610 es m6s noble que la de 10s plebeyos, sin0 mucho m6s libre, pues sblo le esM vedado lo que no les agrada.

Las costumbres de esos soberanos, tan malos observantes de 10s pactos, son, a mi parecer, la causa de que 10s Utbpicos no concluyan tratado alguno. Si viviesen entre nosotros tal vez cambiarian de mod0 de pensar, aunque es evidente que 10s mencionados pactos, por m6s que se observen fielmente, tienen el inconveniente, caso de generalizarse su uso, de ha- cer que pueblos separados s610 por el exiguo espacio de una colina o de un riachuelo, lleguen a considerarse desprovistos de todo lazo natural y como enemigos dispuestos a destruirse mutuamente, de no impedirselo 10s convenios concertados. E s t h persuadidos a que la conclusi6n de un pacto no estre- cha la amistad de 10s pueblos, pues deja en pie la posibilidad del pillaje si, por un descuido en su redaccih, no se tomaron para evitarlo las precauciones necesarias. Creen, por el con- trario, que no debe considerarse enemigo a1 que ning6n aqra- vio les ha hecho, que el vinculo creado por la naturaleza sustituye a cualquier alianza y que 10s hombres estdn meior

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unidos por la mutua benevolencia que por 10s tratados y m6s por el espiritu que por las palabras.

Abominan de la guerra como de cosa totalrnente bestial, aunque ning6n animal la ejercita tanto como el hombre y, contra la costumbre de casi todas las naciones, estiman que nada hay menos glorioso que la fama que en ella se obtiene. Y si bien hombres y mujeres se ejercitan con asiduidad y en determinados dias en las disciplinas militares, lo hacen para no encontrarse torpes en la lucha en caso necesario. Nunca declaran una guerra sin necesidad, sino para proteger sus fron- teras, expulsar de 10s territorios amigos a1 invasor o libertar con sus fuenas y llevados de un sentimiento de humanidad a 10s pueblos tiranizados del yugo y servidumbre de su opre- sor. A veces suelen ayudar a 10s amigos traMndose de gue- mas destinadas a la satisfaccibn y venganza de una injuria y no de cadcter defensivo. HQcenlo asi cuando, consultados antes de estallar el conflicto, reconocen 10s motivos de 6 t e como legitirnos y declaran agresor a l adversario, pues que no quiso dar las satisfacciones exigidas ni devolver lo usur- pado.

Tal es su conducta siernpre que, agredidos por el enernigo, se ven victimas de alguna depredacibn, y reaccionan con mucha mayor energia cuando 10s comerciantes de una na- ci6n amiga reciben en otra, so color de justicia, un trato injusto, ya en virtud de leyes inicuas, ya a consecuencia de una malintencionada interpretaci6n de las buenas.

No fue otro el origen de la guerra que a favor de 10s Nefelogetas y contra 10s Alaopolistas emprendieron 10s Ut6- picos poco antes de nuestra kpoca. Los Alaopolistas, alegando un pretext0 just0 en su opini6n7 agraviaron a unos comer- ciantes Nefelogetas. Mas con derecho o no, lo cierto es que esa injuria fue vengada con una guerra tan sangrienta que, junthndose a las fuerzas y odios de uno y otro partido el po- derio y 10s recursos de 10s pueblos vecinos, muchas ciudades florecientes vinieron a quedar quebrantadas y otras destroza- das por complete; y como unos desastres traen consigo otros,

el resultado fue, ya que 10s Ut6picos no luchaban por inter& propio, la aclavitud de 10s Alapolistas y su sumisibn a 10s Nefelogetas, pueblo que, en 10s tiempos de grandaa de sus nuevos slibditos, no hubiera podido, bajo ninghn aspecto, compararse con ellos. lTan esforzadamente castigan 10s Ut& picos las injurias inferidas a sus amigos, aunque sea en materia de diner01

Respecto de 10s slibditos propios, no proceden de igual manera; si en algtin pais se les despoja de sus bienes, limitanse, siempre que no haya habido violencia, a abstenerse de todo trato con el causante de la ofensa, hasta no recibir de t l la debida satisfacci6n. Y no es porque se preocupen menos de sus conciudadanos que de sus amigos, sino porque btos, a1 ser despojados de a l d n bien, reciben con ello gran daiio, aten- dido que lo que se les arrebata es suyo propio, mientras que trathndose de un Ut6pico, la pirdida es para el acervo co- mlin, ya que s610 se exporta lo que abunda y, por asi decirlo, sobra en el pais. De donde resulta que la ptrdida es tan pequefia que ni siquera la sienten. Por esto consideran ace- siva crueldad vengar un perjuicio que nadie nota en su vida y sustento propios con la muerte de muchas personas. No obstante, si alguno de 10s suyos es injustamente herido o muer- to, asi sea responsable del hecho una autoridad pliblica como un particular, se dan prisa a averiguar lo ocurrido por medio de sus embajadores y declaran la guerra a1 punto si no se les da curnplida satisfaccibn mediante la entrega de 10s culpa- bles. Caso de obtenerla, 10s castigan con la muerte o la es- clavitud.

No s610 se duelen de una victoria sangrienta sino que les produce vergiienza, parecitndoles locura comprar a tan gran costo una mercanda por valiosa que sea. Quedan, en cam- bio, muy satisfechos cuando sin ptrdida alguna y s610 en fuerza de astucia y engafios, vencen a1 enernigo. Celebran entonces el triunfo con demostraciones pliblicas y erigen tro- feos como si hubiesen realizado una gran hazafia. S610 cuando han obtenido la victoria merced a 10s recursos de su inteli- gencia, cosa que ninglin otro ser animal puede realizar, se jactan de haber procedido viril y valerosamentc, pues, como dicen, ni osos, leones, jabalies, lobos, perros y restantes hes-

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tias tienen m6s fuerza que las corporales, y aunqbe la mayoria nos vence con su vigor y ferocidad, todas ellas son superadas por la inteligencia y la raz6n. Lo linico que les mueve a de- clarar la guerra es conseguir algo cuya previa concesibn ha- bria evitado las hostilidades. Cuando no lo obtienen toman de 10s culpables tan tremenda venganza que el terror les im- pide en lo sucesivo atreverse a cosa semejante. Una vez deter- minado el objeto qne persiguen, van ripidamente a su con- secuci6n, de manera que antepongan a la fama y la gloria la evitaci6n del peligro.

De esta suerte, luego que se declara una guerra, hacen fijar secretamente y en un mismo dia en 10s lugares princi- pales del territorio enemigo unos carteles, autorizados con su sello pliblico, en 10s que ofrecen grandes premios a1 que diere muerte a1 principe enemigo, y otros menores, aunque tam- bitn importantes, por las cabezas de las demls personas con- signadas nominalmente en dichos carteles, o sea de las que despuks del principe consideran responsables de la guerra que se les hace. A1 que entrega vivo alguno de 10s proscritos le dan el dob!e de lo prometido a1 matador. Incitan con el halago de iguales premios, y de la impunidad ademh, a 10s proscritos mismos contra 10s de su propio partido, y asi con- siguen que 10s enemigos no tarden en tener por sospechoso a todo el mundo, sin fiarse de nadie viviendo en perpetuo te- mor y recelo. Slbese que en mls cle una ocasi6n buena parte de ellos, e incluso el principe mismo, ha sido entregado por quienes disfrutaban de su mayor confianza, pues no es dificil empujar a la traici6n a cualquiera por medio de dldivas. LOS Ut6picos las prodigan sin tasa, pues comprendiendo el riesgo a que el traidor se expone, quieren compensar con la esplen- didez de la recompensa la magnitud del peligro. Por esta causa les ofrecen grandes cantidades de oro y, ademis, la po- sesi6n plena y perpetua de tierras feracisimas situadas en lu- gares muy seguros y entre amigos, y climplenles fielmente lo prometido.

Esta costumbre de comprar y poner precio a1 enemigo, que en otras partes se considera reprobab!e y como un cri- men cruel, propio de espiritus degenerados, tihenla ellos como digna de la mayor loa, por considerar muy prudente

poner tCrmino a las guerras m5s terribles sin combate alguno, y humano y misericordioso en alto grado evitar con la muerte de unos pocos la de muchos inocentes, en parte suyos y en parte enemigos, cuya turbamulta les inspira casi tanta con- miseraci6n como la de 10s propios conciudadanos, por estar convencidos de que, si van a la guerra, no lo hacen de grado, sino arrastrados por la locura de sus principa.

Si este procedimiento no les da el h i t o ambicionado, siem- bran y alimentan entre el adversario la semilla de la discordia, despertando en el hennano del principe o en a l g h noble la esperanza de apoderarse del reino. Cuando faltan las disen- siones internas, soliviantan a las naciones vecinas de sus ene- migos, desenterrando alguna antigua pretensi6n de que 10s reyes nunca carecen y, a1 ofrecerles su ayuda para la guerra, les suministran dinero en abundancia, pero poqulsimos ciu- dadanos, pues tanto 10s aprecian, que no trocarian uno solo de ellos por un principe contrario. Gastan, en cambio, pr& digamente el oro y la plata que atesoraron con este fin, con- vencido~ de que su vida no seria peor aunque 10s gastasen totalmente.

Y es que, ademhs de las riquezas dombticas, poseen en el extranjero enormes tesoros que muchas naciones, como antes he dicho, les adeudan. Con ellos asueldan por doquier soldados mercenaries, sobre todo Zapoletas. Este pue- blo, inculto, agreste y feroz, dista de Utopia quinientas m a a s hacia el Oriente y vive preferentemente en las selvas y hspe ros montes donde se ha criado. Es gente dura, resistente a1 calor, a1 frio y a1 trabajo; desconocen 10s refinamientos y el arte de la agricultura, e ignorantes de casas y vestidos, de- dicanse exclusivamente al pastoreo y viven, por lo c o m b , de la caza y la rapiiia. Nacidos s610 para la guerra, acechan con afhn cualquier ocasi6n de emplearse en ella y, cuando la encuentran, salen en p n nrirnero llenos de ardor y se ofre- cen como soldados, por bajo precio, a1 primer0 que 10s soli- cita. No conocen otro oficio que el de arriesgar la propia vida. Pelean con gran valor e incorruptible fidelidad a1 ser- vicio del que 10s paga. No se alistan por largo tiempo y, a1 hacerlo, ponen por condici6n que si a1 dia siguiente se les ofrece una paga mis ventajosa, aunque sea por el mismo ene-

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migo, podrin pasarse a sus filas sin perjuicio de volver si les aurnentan la soldada.

Rara vez estalla una guerra sin que en ambos bandos haya muchos Zapoletas. Tambikn ocurre a diario que parientes muy pr6ximos, hombres que se profesaban gran estima mientras s e ~ a n la misma causa, se acometan fiera y encarnizadamente a1 hallarse en ejdrcitos contrarios y, olvidados del parentesco y la amistad, se hieran mutuamente sin que les empuje a su destrucci6n otro motivo que el haber sido alquilados, a muy poca costa, por jefes distintos. Tanta cuenta hacen del di- nero que el aumento de un solo maravedi en su diario esti- pendio seria suficiente para hacerlos cambiar de partido. Pero su avaricia de nada les siwe, pues lo que han ganado a costa de su sangre, lo dilapidan inrnediatamente en la satisfacci6n de 10s mis bajos apetitos.

Este pueblo acude a1 ejkrcito de 10s Ut6picos contra cua- lesquiera otras naciones porque le dan pagas mhs ventajosas que en parte alguna. Nuestros insulares, ppr su parte, si bien solicitan y se sirven de 10s buenos, no dejan de buscar y abu- sar tambikn de 10s peores, exponikndolos, cuando las circuns- tancias lo requieren, con seductoras promesas, a trernendos peligros, de 10s cuales la mayoria nunca vuelve para reclamar lo prometido; pagan, eso si, a 10s supervivientes, con toda pun- tualidad, como incentivo para que ejecuten analogas hazafias y no conceden importancia alguna a1 hecho de que muchos de ellos sucumban, por estirnar que llegarian a merecer la gra- titud del gCnero humano si lograsen limpiar el mundo com- pletamente de la h a de un pueblo tan odioso y nefasto.

Ademhs de 10s Zapoletas, emplean 10s ejdrcitos de aquellos pueblos en cuyo favor tomaron las armas, asi como las tropas auxiliares de 10s restantes aliados; en hltimo lugar echan mano de sus propios soldados, eligiendo entre ellos a un hombre de probado valor, a quien someten la direccibn de todo el ejCr- cito. Agregan a dste como sustitutos otros dos, que mientras aquCl vive no tienen mando; per0 si el jefe cae prisionero o sucumbe, le sucede el primero, como por herencia, y en caso de necesidad, el segundo, pues siendo tan variables las alterna- tivas de la guerra, quieren evitar que la falta de caudillo siem- bre el desconcierto en todo el ejkrcito.

Hacen leva en cada ciudad de 10s que voluntariamente se ofrecen. A nadie se obliga a alistarse para llevar la guerra a1 extranjero, por estar persuadidos a que el que es cobarde por naturaleza, lejos de mostrarse valeroso, no had rnis que contagiar de su miedo a 10s otros. Mas, si alguna guerra so- breviene a la patria, embarcan en navios a los pusil8nimes, siempre que sean de complexi6n robusta, junto con otros ciu- dadanos aguerridos, o 10s diseminan por las murallas en lugares de donde no puedan huir. De esta suerte, viendo su honor en manos del enemigo e imposibilitados de escapar, ahogan su miedo y con frecuencia la extrema necesidad se convierte en valor.

Si bien a ninguno obligan a ir a una guma en el exterior contra su voluntad, no prohiben a las mujeres que lo deseen acompaiiar a sus maridos, para que 10s alienten e inflamen con sus alabanzas, seiialando a cada una su lugar en el combate junto a su respective consorte y rodeando a b t e de sus pa- rientes mis prbximos que, en caso necesario, le presten la ayuda a que por ley natural esthn obligados. Tienen por muy grande afrenta el que un c6nyuge regrese sin el otro o un hijo sin su padre, por lo cual, una vez trabado el combate y mientras el enemigo oponga resistencia, luchan hasta la muerte en feroz y lamentable pelea.

Asi como se excusan por todos 10s medios de hacer la guerra personalmente mientras puedan senirse.de tropas, mer- cenarias, cuando no pueden rehuir esta obligaci6n combaten con tanta intrepidez cuanta fue la prudencia con que la evi- taron. Su acometividad no se deja ver a1 primer fmpetu, mas con 10s obsthculos y la duraci6n de la lucha va creciendo poco a poco y, a tanto llega su denuedo, que antes perecerian que retirarse.

La seguridad misma de que en su pais existe todo cuanto se precisa para vivir, les libra de la angustiosa preocupacibn, capaz de quebrantar 10s 6nimos m6s esforzados, de pensar en 10s suyos, sublima su valor y les lleva a considerar como des- honrosa la derrota.

Su pericia en las disciplinas militares les da mucha con- fianza y las sabias opiniones que junto con la educaci6n y excelentes ordenanzas del Estado les inculcaron de ninos, tau-

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mentan sus brios y les hacen pensar que la vida no es tan despreciable como para prodigarla a ciegas, ni tan neciamente digna de estima que deba conservhrsela, avara y torpemente, cuando la honra aconseja perderla.

En lo mhs recio del combate, un grupo escogido de j6ve- nes juramentados y abnegados busca a1 jefe enemigo, lo acosa descubiertamente o mediante emboscadas, lo combate de le- jos o de cerca y lo ataca formando larga e ininterrumpida cuiia en la que 10s ya fatigados son sustituidos por otros de refresco. Por lo comGn acontece que el general enemigo, a menos de recurrir a la fuga, sucumbe o cae vivo en sus manos.

Si alcanzan el triunfo no se ensaiian con 10s caidos, apre- shndolos mejor que extermin6ndolos. Pero nunca se arrojan en su persecuci6n sin dejar un cuerpo de reserva perfecta- mente preparado, pues si, aniquilado el resto del ejCrcito ad- versario, la retaguardia de Cste sigue invicta, prefieren dejarlo escapar en su totalidad a perseguirlo sin orden ni concierto. Recuerdan muy bien que m6s de una vez les ha ocumdo que, vencido y desbaratado el grueso de su propio ejkrcito, y cuando el enemigo, creykndose ya dueiio de la victoria, aco- saba por doquier a 10s derrotados, unos cuantos Ut6picos dejados como reserva y atentos a la ocasi6n, atacaron de re- pente al adversario disperso y confiado en su misrna excesiva seguridad, y cambiaron por completo el resultado de la con- tienda arrebathndoles de las manos una victoria que ya tenian por cierta e indudable y viniendo a resultar que 10s vencidos vencieron a su vez a 10s vencedores.

Es dificil decidir si 10s Ut6picos son m6s astutos en pre- parar asechanzas que cautos en evitarlas. Cuando cualquiera creeria que preparan su fuga, resulta que ni siquiera han pen- sado en ella; por el contrario, una vez tomada semejante deci- si6n, nadie pensaria que lo han hecho. Si por su nlimero o posici6n se creen en peligro, levantan de noche el campa- mento con el mayor silencio o eluden el riesgo mediante al- guna estratagema o se retiran en pleno dia, tan despacio y con tal orden, que no es menos arriesgado acometerlos entonces que cuando atacan.

Rodean cuidadosamente sus campamentos con fosos muy profundos y anchos, arrojando en el interior de la fortifica-

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ci6n la tierra que de 10s mismos se saca. Para este trabajo no emplean esclavos sino 10s propios soldados, ocupando a1 ejkr- cito entero, con excepci6n de 10s que delante de la empalizada vigilan, arma a1 brazo, para frustrar cualquier imprevisto ata- que; en esta forma y con el esfuerzo de tantos trabajadores, rematan con mayor rapidez de la que pudiera creerse fortifi- caciones grandes y de mucho espacio.

Sus armas defensivas son s6lidas, per0 no les estorban nin- gun movimiento o ademhn ni les impiden nadar. El hacerlo armados es uno de 10s rudimentos de su educaci6n militar. Las armas que usan para herfr de lejos consisten en flechas que arrojan denodada y certeramente asi infantes como jine- tes; cuando luchan cuerpo a cuerpo no usan espadas sino hachas que por su filo y peso son mortiferas, ya hieran con ellas de corte o de punta.

Han inventado con gran ingenio mhquinas de guerra, pero las ocultan cuidadosamente sin permitir que nadie las vea, a fin de que no Sean objeto de burla m6s que de utilidad; en la fabricaci6n de las mismas atienden mhs que nada a su fhcil transporte y a la posibilidad de hacerlas girar en todos sen- tidos.

Observan tan escrupulosamente las treguas pactadas con el adversario, que ni aun provocados las quebrantan. No de- vastan 10s campos del enemigo ni queman sus cosechas; por el contrario, procuran en lo posible que no las pisoteen 10s hombres ni 10s caballos imaginando que crecen para su pro- pio provecho.

Nunca maltratan a un ser inerme, como no sea un espia. Protegen las ciudades que se les entregan; abstitnense de sa- quear las conquistadas, per0 dan muerte a 10s que estorbaron su rendici6n y esclavizan a 10s restantes defensores; en cam- bio, no molestan en lo m6s minimo a la pacifica muche- dumbre. Si se enteran de que alguno aconsej6 la capitulaci6n le dan una parte de 10s bienes de 10s condenados, repartien- do el sobrante entre las tropas auxiliares. Ellos, por su parte, r o toman nada del botin.

Terminada una guerra hacen pagar sus gastos, no a 10s amigos en cuyo favor lucharon, sino a 10s vencidos, a 10s cua- les exigen su importe, parte en dinero, que reservan para el

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caso de otra guerra semejante, y parte en heredades de mu- cho rendimiento que llevan para si a perpetuidad. ~ c t u a l - mente tienen en distintas naciones rentas procedentes de muy diverso origen y que ascienden a mbs de setecientos mil du- cados anuales. Envian a esas partes algunos de sus conciuda- danos, con titulo de cuestores, para que vivan allh con toda magnificencia y representen el papel de magnates. El sobran- te, que no es poco, lo colocan en el tesoro phblico, salvo cuando prefieren presMrselo a la misma naci6n, lo cual hacen por todo el tiempo que lo necesiten. Pocas veces exigen su total reernbolso. Una parte de 10s terrenos mencionados la ceden a 10s que, a instigaci6n suya, comeron 10s riesgos de que antes hablk.

Si alghn pdncipe, empuiiando las annas, viniere sobre ellos con hnimo de invadir sus dominios, le salen inmediata- mente a1 encuentro mbs allb de las propias fronteras, pues s610 por motivos muy graves pelean en su mismo territorio y no hay causa, por grande que sea, que les fuerce a admitir en su isla auxilios ajenos.

Diversas son sus religiones asi en la isla como en cada ciudad. Unos adoran a1 Sol, otros a la Luna y otros a alguna estrella errante. Hay quienes consideran, no s610 como a un dios sino como a1 supremo dios, a alghn hombre que se haya destacado en otro tiempo por su gloria o sus virtudes. Pero la mayor y mhs discreta parte de Utopia no admite ninguna de estas creencias y reconoce una especie de numen hnico, desconocido, etemo, inmenso e inexplicable, que excede a la capacidad de la mente humana, y se difunde por el mundo entero llenhndolo, no con su grandma, sino con su virtud. Lo llaman el "padre" y le atibuyen el origen, desarrollo, pro- greso, vicisitudes y tCrmino de todo lo existente y s6lo a d &butan honores divinos.

Los den& Ut6picos, a pesar de sus distintas creencias re- lieiosas. coinciden con btos en admitir la existencia de un u ,

solo ser supremo que todo lo ha creado y protege con su pro- videncia y a1 que comhnmente llaman en su lengua Mitra;

discrepan, empero, s d n 10s lugares, en la manera de conce- birlo; mas sea cual fuere su opini6n a este respedo, recono- cen que ese ser, tenido como supremo, a de la misma natura- l a a que aqukl a cuyo numen ymajestad atribuye el gobierno del mundo el unhnirne consenso de las gentes.

Por otra parte, 10s Ut6picos se van apartando poco a poco de tan diversas supersticiones para coincidir en una religidn hnica que, a la luz de la raz6n, les parece sobrepujar a las res- tantes; y es indudable que kstas hubiesen desaparecido ya hace tiempo, a no ser porque cualquier desgracia que les sobre- viene a1 intentar un cambio de religi6n la consideran como castigo del cielo y no efecto del azar, como si la divinidad cuyo culto pensaban abandonar, quisiera tomar venganza de tan impio prop6sito.

Pero desputs de que les hubimos enseiiado el nombre, la vida, 10s milagros de Cristo y la constancia no menos admi- rable de tantos mhrtires que con su sangre atrajeron de todas partes a nuestra doctrina innhmeras naciones, fue de ver el entusiasmo con que, a su v a asistieron a ella, ya por secreta inspiraci6n divina o por parecerles muy semejante a las creen- cias predominantes en su pais. Creo tambikn que influyb no poco en su decisi6n el saber que Cristo se complacia en cm mer con sus discipulos, costumbre que alin se conserva en las reuniones de 10s cristianos mhs legitimos. Pero de cualquier suerte que ello haya dido, lo cierto es que muchos abrazaron nuestra fe y recibieron las aguas del bautismo. Por desgracia ninguno de 10s cuatro que habiamos quedado (pues 10s otros dos habian muerto) tenfa la dignidad sacerdotal, circunstancia por la cual, si bien 10s iniciamos en 10s demh misterios de nuestra religi6n, no les pudimos conferir 10s sacramentos que son de la exclusiva cornpetencia de 10s sacerdotes, por m6s que ellos, comprendikndolo muy bien, 10s desean con mayor anhelo que cualquier otra cosa y discuten acerca de si alguno podria, sin permiso del pontifice de 10s cristianos, llegar a revestir la dignidad del sacerdocio. Su opini6n se inclinaba a la afirmativa, pero cuando yo sali, ahn no hab'mn elegido a ninghn sacerdote. Los que no han abrazado la religi6n cris- tiana no intentan disuadir de ella a1 que la profesa ni perse guirle. Tan s610 uno de nuestro credo fue detenido en mi

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presencia. Acababan de bautizarle y sin hacer caso de mis consejos, se puso a predicar phblicamente con m6s ardimiento que prudencia, acerca del culto cristiano y, tanto se exal- to, que no contento con anteponer nuestra religibn a las demis, se alargo a condenarlas todas sin distincih, graduhn- dolas a grandes gritos de profanas y calificando a sus secua- ces de gente impia, sacrilega y merecedora del fuego eterno. Cuando estaba pronunciando su largo discurso lo aprehendie- ron y condenaron a1 destierro, acudndole no de ultraje a la religi6n, sin0 de alboroto phblico; en efecto, una de las m6s antiguas leyes ut6picas dispone que nadie sea molestado a causa de sus creencias.

Habiendo sabido Utopo desde un principio que 10s indi- genas, antes de su llegada, se peleaban de continuo por moti- vos religiosos y advertido de que combatiendo cada secta en defensa de su patria aisladamente y sin ponerse de acuerdo para una accibn comlin, se le ofrecia ocasi6n de vencerlas a todas, asi que hubo alcanzado la victoria decret6 que cada ciu- dadano pudiera seguir la religibn que le plugiese e incluso hacer prostlitos, pero procediendo en esto con moderation, dulzura y razones, sin destruir brutalmente las demas creen- cias, ni recurrir a la fuerza ni a las injurias; en tal virtud, casti- gan con el destierro o la servidumbre a1 que con obstinacibn se empefia en tal intento.

Tom6 Utopo estas disposiciones no s610 con miras a la paz, arruinada totalmente por incesantes luchas y odios im- placable~, sino porque crey6 que obrar asi era hacerlo en interts de la religi6n misma, acerca de la cual nada se atrevib a definir de ligero por ignorar si Dios, deseando un culto vario y mliltiple, inspi16 a unos hombres una religi6n y a otros otra.

Juzg6 tirhnico y absurd0 exigir a la fuerza y con amena- zas que todos aceptasen una religibn tenida por verdadera, aun cuando una lo sea en efecto y falsas las restantes. F6cil- mente previ6 que a poco que se proceda razonable y mode- radamente, la fuerza de la verdad tiene que brotar e imponerse a1 fin por si misma. Si, por el contrario, se recurre a las ar- mas y a1 tumulto, resultaria que, como 10s peores son 10s mas obstinados, la religibn, por santa y mejor que fuese, pereceria

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ahogada por la vana supersticibn, como se agosta el fruto en- tre espinas y abrojos. Por tales razones dej6 la cuesti6n inde- cisa, permitiendo que cada cual pensase a su manma. Tan sblo prohibib estricta y severamente que nadie, abdicando Ge la dignidad humana, llegase en su degeneraci6n a creer que el alma perece con el cuerpo o que el mundo puede marchar a ciegas y sin ayuda de la Providencia. Creen 10s Ut6picos que despuks de esta vida existen castigos para el mai y pre- mios para la virtud; a 10s que piensan lo contrario no 10s cuentan siquiera en el n6mero de 10s hombres, como que re- bajan a la vileza de un cuerpo animal la sublime naturaleza de su alma. Tampoco 10s consideran como ciudadanos, pues, a no impedirselo el miedo, se les diera un ardite de las insti- tuciones y costumbres.

iC6m0 dudar de que un hombre asi seria capaz de elu- dir las leyes patrias o de infringirlas por la violencia, con tal de satisfacer sus propios apetitos, si no temiese algo superior a las leyes ni nada esperase m6s a116 de la vida corporal? Por eso a 10s que piensan del mod0 dicho no se les otorga nin- glin honor, ni se les confian magistraturas, ni se les admite a1 desempefio de cargos pliblicos, antes se les desprecia como gentes ineptas y de espiritu vulgar. Castigarlos no 10s cas- tigan, por estar convencidos de que no es cosa suya hacerlos pensar como ellos quisieran, ni 10s obligan tampoco con ame- nazas a disimular su parecer, pues no toleran la hipocresia y odian sobre toda ponderacibn la- mentira, tan cercana a1 engaiio.

Tienen prohibido sostener estas opiniones delante del vul- go. En cambio, no s610 les consienten hacerlo recatadamente en presencia de sacerdotes y hombres doctos, sino que 10s estimulan a ello, confiando en que tales desvarios tendrhn por fuerza que desvanecerse ante el poder de la razbn.

Hay otros, y no en pequeiio nhmero, a 10s que no se les impide exponer su opini6n basada en razones, pues no son malos en su vida. Su herejia es opuesta a la anterior. Creen que 10s animales tienen tambikn un alma inmortal pero no comparable a la nuestra en dignidad, ni nacida para felicidad sernejante.

Casi todos tienen por tan segura y averiguada la dicha

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futura del alma humana que lloran a 10s enfermos, pero no a 10s que mueren, como no sea a 10s que dejan la vida posei- dos de angustia y ma1 de su grado. Tienen esto por pbimo agiiero, como si el alma sin esperanza, consciente de sus faltas y asaltada por el presagio de un castigo inminente, temiese la hora de la muerte. Juzgan, ademh, que la llegada ante Dios de 10s que a su llamada no acudieran gustosos, sino protes- tando y contra su voluntad, no ha de serle grata en mod0 alguno. Cuando ven morir asi a una persona se llenan de ho- rror y conducen triste y en silencio su cadbver, sin darle sepultura hasta pedir a1 SCr Supremo que, mostrhndose pro- picio para con 10s manes del muerto, le perdone aquella fla- quaa . Por el contrario, ninguno llora a1 que muere alegre- mente y en la plenitud de sus esperanzas, antes acompaiian sus exequias con cantos, encomiendan con gran celo su alma a Dios, quernan su cuerpo con rnbs reverencia que dolor y eri- gen sobre su tumba una columna donde esculpen sus alaban- zas. De vuelta a sus moradas remernoran 10s hechos y costum- bres del difunto, per0 ninghn momento de su vida con mayor reiteraci6n que el de su alegre trbnsito.

El recordar la probidad de 10s que mueren lo tienen por gratisimo culto para btos y acicate de virtudes para 10s vivos. Creen que aquCllos oyen cuanto de ellos se dice aunque por l a imperfecci6n de nuestros ojos no alcancemos a verlos. No seria adrnisible que esas almas felices caracan de libertad para ir adonde les plazca; renunciar a1 deseo de ver a los amigos con quienes en vida se hallaban unidos por reciproco amor, seria propio de espiritus desgraciados. Por el contrario, las alegrias de 10s buenos, lejos de disminuir, se acrecientan, en su opiriibn, despuCs de la muerte.

Juzgan que 10s muertos andan entre 10s vivos y son espec- tadores de cuanto btos dicen y hacen. Fiados, por asi decirlo, en su ayuda, acometen sus empresas y la creencia de que son vistos por sus mayores les impide realizar, aun en secreto, ningGn act0 reprobable.

Tienen por absolutamente ridiculos y despreciables 10s agiieros y dembs supersticiosas arks adivinatorias de que otros pueblos hacen tan gran estima. Veneran, en cambio, 10s mi- lagros que se producen sin ayuda de la naturaleza por conside-

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rarlos pmeba de la presencia divina y tatirnonio de su poder. En Utopia son frecuentes, segGn la tradici611, y en ocasiones de peligro 10s solicitan con pGblicas rogativas hechas con gran fe y asi 10s obtienen.

Consideran como un culto grato a Dios la contemplacibn y alabanza de la naturaleza. Hay no pocos que, movidos de la religi6n7 menosprecian las letras y renuncian a adquirir co- nocimientos y a disfrutar de cualquier distracci6n; conven- cidos de que s610 con una vida activa y la prhctica de las buenas obras alcanzadn despub de muertos la felicidad, se

i consagran a cuidar a 10s enfermos, restaurar las calles, limpiar 10s fosos, reparar 10s puentes, extraer &sped, arena y piedras y conducir a las ciudades en carretas de dos bueyes made ras, frutos y otras cosas, cornporthdose en servicio del Estado y de 10s particulares, rnbs como esclavos que como criados; en

I efedo, muchas tareas que asustadan a cualquiera por duras, dificiles, miserables, fastidiosas y ocasionadas a la desespera- ci6n, ellos las desempeiian alegres y risueiios y por que 10s ' otros reposen, se echan a cuestas todo el trabajo, sin que con esto pretendan censurar la vida de 10s dembs ni ensalzar la propia. Y tanto mayor es el aprecio en que se les tiene cuanto mhs se conducen como esclavos.

Existen en Utopia dos sectas: una es la de 10s d i b e s que se abstienen, no ya de todo trato con mujeres, sino de las car- n a de animales (algunos totalmente), y renunciando en abso- luto como daiiinos a 10s placeres de la vida presente, s610 aspi- ran con fatigas y sudores a 10s de la futura, viviendo satisfechos y alegres con la esperanza de alcanzarla en breve. La otra, no menos aficionada a1 trabajo, prefiere el matrimonio y no des- deiia sus atractivos, juzgando que pot ley natural, tanto 10s que la siguen como sus hijos, se deben a la patria. Sus secua- ces no huyen del placer, con tal de que Cste no estorbe su trabajo, y comen cames de animales, por creer que este ali- mento aumenta su resistencia para cualquier trabajo. Los Ut6picos consideran rnbs sagaces a btos y m6s santos a aqub 110s. Si 10s que prefieren el celibato a1 matrimonio y una vida penosa a otra agradable pretendiesen defender este punto de vista con argumentos, 10s harian objeto de sus burlas; pero, como ellos confiesan que stlo les mueven motivos religiosoe,

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10s respetan y reverencian, fieles a su norma de no proceder nunca de ligero en lo tocante a la religi6n. Llimanles en su lengua con el nombre especial de Butrascos, que podria tra- ducirse en latin por religiosos.

Sus sacerdotes son de gran santidad y por lo mismo en poco numero. Solo hay t r e e y otros tantos templos en cada ciudad. Cuando marchan a la guerra se llevan siete con el ejtrcito y eligen otros tantos en su lugar en las ciudades. Los supervivientes recobran sus puestos a1 regresar; 10s sustitu- tos les van sucediendo a medida que aqukllos fallecen y mien- tras tanto acompaiian a1 Pontifice.

Uno de ellos preside a 10s demis. Eligelos el pueblo por sufragio secreto, como a 10s magistrados, para evitar intrigas; a cada uno de 10s nombrados se le consagra en su respectivo colegio. Presiden las ceremonias, cuidan de la religibn y son como censores de las costumbres. Grande afrenta es para cualquiera verse llamado y apostrofado por un sacerdote como culpable de llevar una vida poco decorosa.

Su misi6n es exhortar y aconsejar a 10s delincuentes, per0 s610 a1 principe y a 10s magistrados incumbe el castigarlos y encarcelarlos. Pueden, no obstante, excluir de las ceremonias religiosas a 10s obstinados en el ma1 y no hay pena que mis les aterrorice, porque quedan infamados y torturados por el ocul- to ternor a la religibn; en cuanto a1 cuerpo tampoco quedan seguros, pues si no hacen a1 punto penitencia ante 10s sacer- dotes reciben del Senado el castigo correspondiente a su de- lit0 de impiedad.

Tienen 10s sacerdotes a su cargo la educaci6n de 10s nifios y j6venes, ocupindose m h en formar sus costumbres que en instruirlos. Ponen el mayor cuidado en inculcar en 10s tiernos y dbciles espiritus infantiles ideas sanas y Gtiles a la conserva- ci6n del Estado, las cuales, a1 penetrar profundamente en sus corazones, 10s acompafian durante toda la vida y contribuyen en buena parte a salvaguardar la Repliblica, de cuya ruina son causa 10s vicios nacidos de perversas opiniones.

Reservan para 10s sacerdotes varones (pues 10s hay tam- bitn mujeres, aunque en nlimero escaso, y s610 viudas o ancia- nas) las esposas m6s escogidas. No hay magistratura que sea tenida en honor mhs grande; si alguno de ellos a ella pertene-

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cientes llegase a cometer algun delito, nadie tiene autoridad para castigarlo, sino que lo dejan a1 juicio de Dios y de su propia conciencia, por estimar ilicito que quienes han sido consagrados a Dios como una ofrenda, sean tocados, por cri- minales que sean, por manos humanas. Esta costumbre es ficil de observar porque 10s sacerdotes, pocos, bien seleccio- nados y exaltados a tan gran dignidad precisamente en con- sideraci6n a sus virtudes, es raro que caigan en el vicio y en la cormpci6n7 y si esto por vktura -me, segun & de mudable la naturaleza humana, el hecho no tendria conse- cuencias graves para el Estado, por ser pocos y no ejercer autoridad. El tenerlos en corto n h e r o es para evitar que, extendiendo este honor a muchos, se envilaca la dignidad de una instituci6n tan venerable, tanto mis cuanto que repu- tan dificil encontrar individuos dignos de un ministerio para el cual es insuficiente la posesi6n de virtudes mediocres.

No es menor el aprecio en que les tienen asi 10s extran- jeros como 10s nacionales; la causa de esto se alcanza fhcil- mente: mientras combaten 10s ejtrcitos, ellos se estin un poco aparte, hincados de rodillas, revestidos de sus trajes sacerdo-

, taIes y alzando a1 cielo las manos, ruegan primer0 por la paz y luego por la victoria de su pueblo, per0 obtenida sin de- rramamiento de sangre por parte de ninguno de 10s conten- dientes; y en venciendo 10s suyos, corren a1 campo de la lucha para impedir que se remate a 10s caidos; btos con sblo verlos y llamarlos salvan su vida y el contact0 de sus flotantes vestiduras preserva sus bienes de todos 10s perjuicios de la guerra. Asi se comprende la veneraci6n y verdadero respeto con que en-todas partes se les considera; y no les ha aconte- cido menos veces salvar a 10s enemigos de las manos de sus ciudadanos, que a Cstos de las de sus contrarios. Consta, en efecto, que en cierta ocasibn, derrotado y sin esperanzas de salvaci6n el ejkrcito Ut6pic0, ya se disponia a huir, mientras

I el enemigo se precipitaba a la matanza y a1 saqueo, cuando la intervenci6n de 10s sacerdotes interrumpi6 el desastre y, sepa- rando 10s ejkrcitos, log6 arreglar una paz en condiciones

I equitativas. Y asi no ha habido nunca pueblo tan fe~oz, cruel y birbaro que no haya considerado sus personas como sagra-

1 das e inviolables.

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Celkbranse en Utopia como festivos 10s dias primero y liltimo de cada mes y afio. fiste se divide en meses lunares y se regula por el movimiento del Sol. Llaman en su lengua "cinemernos" a 10s primeros dias del mes y "trapemernos" a 10s liltimos, que es corno si dijkramos "primeras fiestas" y "hltimas fiestas".

Vense en aquel pais magnificos templos, asi por su fabri- caci6n como por su capacidad para contener un pueblo tan grande, cosa necesaria dado su escaso nlimero. Reina en todos ellos una penumbra debida, no a ignorancia del arte de edifi- car, sino a designios de 10s sacerdotes, 10s males estiman que una luz excesiva distrae el pensamiento, mientras la escasa e indecisa contribuye a1 recogimiento del alma y a la piadosa meditaci6n.

Aunque sus religiones son distintas y varias y mliltiples sus formas, todas tienden, por caminos diferentes, a un solo fin, que es la adoraci6n de la naturaleza divina. Por eso nada se ve ni oye en 10s templos que no paraca convenir a todas ellas en lo que tienen de comlin. Las ceremonias exclusivas de una secta s610 se celebran particularmente. Las pliblicas se ha- llan reguladas de tal modo que en nada perjudican a las pri- vadas. De suerte que en 10s templos no se ven imdgenes de Dios para que cada cual pueda concebirlo libremente con- forme a su religi6n. No dan a1 Ser Supremo mis nombre que el de Mitra, palabra que les sirve para designar la naturaleza de la majestad divina, cualquiera que tsta sea. Sus oraciones son tales que cualquiera puede recitarlas sin ofender sus pro- pias creencias.

En 10s dias finales de fiesta se relinen en el templo por la tarde y en ayunas para agradecer a Dios el feliz transcurso del mes o aiio que termina. A1 dia siguiente, que es el pri- mero de fiesta, afluyen de maiiana a la iglesia para pedir que sea igualmente dichoso el que comienza.

Antes de acudir a1 templo en 10s dias finales de fiesta las mujeres se echan en las casas a 10s pies de sus maridos y 10s hijos a 10s de sus padres, confesando sus pecados, si acaso ejecutaron alguna cosa indebida o dejaron de realizar con diligencia lo que estaban obligados a hacer, y piden su per- d6n. De esta suerte, cualquier nubecilla de rencor dombtico

se desvanece y todos pueden intervenir en 10s sacrificios con hnimo puro y sereno, porque hacerlo bajo el infllljo de al- guna pasibn se time por maldad. Por eso cuando en sus corazones hay odio o ira contra alguien no osan asistir a 10s sacrificios, temerosos de un severo castigo, si no es reconci- lihndose primero y purificando sus sentimientos.

Ya en el templo, 10s hombres se colocan a la derecha y las mujeres, separadamente, a la izquierda, hacikndolo de manera que todos 10s varones de una familia queden delante del padre y de que la madre cierre el grupo de las mujeres. De este modo, aqutllos que tienen a su cargo la autoridad y disci- plina dombticas, pueden vigilar cualquier movimiento. Cui- dan asimismo de que 10s j6venes estkn junto a 10s mayores para evitar que, mezclados muchachos con muchachas, gasten en travesuras el tiernpo que debe emplearse en concebir el te- mor de Dios, acicate el mhs eficaz y casi linico de las virtudes.

En sus ceremonias no sacrifican n i n g h animal, por creer que la divina clemencia no se complace con la sangre y la matanza de unos seres a quienes concedi6 la vida para que la disfrutasen. Quernan incienso y otros perfumes semejan- tes. Los fieles llevan numerosos cirios, no por creer que tales ofrendas ni las oraciones de 10s hombres contribuyan a real- zar la naturaleza divina, sino porque les agrada tan inocente culto y con esos olores, luces y demhs ceremonias se siente el espiritu humano, no s t de qut manera, como alentado y empujado mhs gozosamente a1 culto de Dios.

Todo el pueblo concurre a1 templo con blancas vestidu- ras; las de 10s sacerdotes son multicolores y no menos admira- bles por su labor que por su hechura; las telas no son valiosas, ni tejidas con oro, ni sembradas de pedreria, sino labradas con plumas de diversas aves dispuestas con tal arte y habilidad que ninguna materia, por preciosa que fuese, podria compararse con ellas. AdemPs, en esas alas y plumas, en su disposici6n, ar- tificio y manera de estar colocadas en el traje sacerdotal, dicen que se'encierran misteriosos secretos, cuya significacibn, cui- dadosamente declarada por 10s que hacen el sacrificio, recuerda a 10s fieles 10s beneficios divinos, el agradecimiento que por su parte han de tributar a Dios y las reciprocas obligaciones que deben guardarse.

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Una v a que el sacerdote asi revestido sale del sagrario, todos se prosternan en actitud reverente y con tan profundo silencio, que el lnimo se sobrecoge temerosamente, a1 con- templar aquel espectlculo, como con la presencia de alguna divinidad. DcspuCs de permanecer algun tiempo postrados en tierra, se levantan a una seiial del sacerdote y cantan luego las alabanzas de Dim, acompafihndose de instrumentos musicos distintos, en su mayoria, de 10s que se usan aqui, per0 tan superiores por su armonia, que hacen imposible toda compa- raci6n con lm nuestros. TambiCn nos aventajan con mucho en la mlisim, asi instrumental como vocal, pues ambas, aco- modando 10s sonidos a1 asunto, reflejan admirablemente 10s sentimientos naturales. Y ya se trate de dar una sensacibn de ruego, alegria, serenidad, turbaci6n o tristeza, sabe expresarla la melodia en forma tal que emociona, penetra y enciende el espiritu de 10s oyentes.

Por hltimo, el sacerdote y el pueblo hacen unas solemnes preca con palabras formularias y ordenadas de mod0 que, rezhildolas todos juntos, cada uno puede aplichrselas a si mis- mo. En ellas reconocen a Dios como autor de lo creado, de su direcci6n y de toda clase de bienandanzas, dlndole gracias por tantos beneficios recibidos y, especialmente, porque mer- ced a su benevolencia viven en una repGblica felicisima y pro- fesan una religi6n que es la linica verdadera a su entender. "Si en esto erramos -1e dicen- o si hay otra mejor o rnls aceptable a tus ojos, dlnosla a conocer con tu bondad, pues estamos prestos a seguir el camino por donde nos conduzcas. Pero si el gobierno de nuestro Estado es el mejor y nuestra religi6n la mPs veraz, permitenos perseverar en uno y otra y atraer a 10s demls hombres a idCnticas fe e instituciones, como no sea que agrade a tu inescrutable voluntad la variedad de creencias." Suplicanle, en fin, que les conceda una. dulce muerte, peko sin atreverse a pedir que Csta sea inmediata o para rnls tarde. Dicenle, si, que prefieren llegar a su presen- cia bas de penosa muerte, a privarse de aquClla disfrutando de una larga y feliz existencia.

Terminada esta oraci6n se arrodillan de nuevo y se levan- tan a poco para ir a comer; el resto del dia lo dedican a 10s juegos y ejercicios militares.

0 s he descrito con las mayor veracidad posible el mod0 de ser de un Estado a1 que consider0 no s6lo el mejor, sino el unico digno, a justo titulo, de tal nombre. En otros sitios se habla del bien priblico, per0 se atiende rnls a1 particular. En Utopia, en cambio, como no existe nada privado, se mira unicamente a la comun utilidad. Y es 16gico que asi ocurra en an~bas,partes. A116, en efecto, son pocos 10s que ignoran que si cada uno no se preocupa de si mismo, habrl de morirse de hambre por floreciente que sea el Estado, raz6n por la cual tienen mas cuidado de sus propias personas que del pue- blo, es decir, de 10s otros ciudadanos. Entre 10s Ut6picos, por el contrario, siendo todo comGn, nadie teme carecer de nada, con tal de que estCn repletos 10s graneros pdblicos, de donde se distribuye lo necesario con equidad. Por eso no conocen pobres ni mendigos y sus habitantes son rims aunque nada Dosean.

(Hay mayor riqueza que vivir con hnimo alegre, tran- qu i l~ , desposeido de cuidados, sin tener que preocuparse del sustento, ni aguantar las quejumbrosas peticiones de la es- posa, ni temer la pobreza para el hijo, ni buscar ansioso la dote de la hija, sintiCndose seguro del porvenir de 10s suyos, mujer, hijos, nietos, biznietos, tataranietos y de toda una des- cendencia aGn rnls dilatada? Ventajas que alcanzan por cier- to a 10s que ya no pueden trabajar, como a 10s que aGn estln en condiciones de hacerlo.

Me gustaria que alguien se atreviese a comparar con esta equidad la justicia de otros pueblos. Que me muera si he 1 e qrado encontrar en ninguno de ellos el menor vestigio de ambas virtudes. iQuC justicia es Csa que pennite que un noble cualquiera, un orfebre, un usurero u otro de la misma ralea, que no se ocupan en nada o lo hacen en cosas de ninghn provecho para el Estado, lleven una vida esplkndida y rega- lada en la ociosidad u ocupaciones inhtiles, mientras el esclavo, el auriga, el obrero, el agricultor con un trabajo tan constante y penoso que no lo soportaria una bestia de carga y tan nece- sario que un Estado no podria durar sin C1 ni siquiera un afio, apenas alcancen a alimentarse malamente y a arrastrar una vida miserable y, desde luego, de peor condicibn que la de un animal, cuyo trabajo no es tan continuo ni le dm

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agrada ninguna comida, por inferior que sea, ni tiene nin- guna preocupaci6n por el porvenir? A todos aquCllos, en cambio, 10s aguijonea de momento el trabajo estkril e infruc- tuoso y les quita la vida la perspectiva de una vejez pobre, pues sitndoles insuficiente el diario jomal para su sustento, iquC pueden ahorrar para cuando llegue la senectud con sus cotidianas necesidades? iNo es injusto e ingrato un Estado que se muestra tan pr6digo con 10s que llaman nobles, con 10s odebres, con 10s fabricantes de cosas inhtiles o inventores de inanes' placeres, con 10s holgazanes, 10s parisitos y otros parecidos y que, en carnbio, para nada se preocupa de 10s la- bradores, carboneros, obreros, aurigas, herreros y carpinteros, sin 10s cuales su propia existencia fuera imposible? NO es iniquidad grande abusar de su trabajo en la flor de la edad y recompensarlos, cuando ya les agobia el peso de 10s aiios, privaciones y enfermedades, con la mis miserable de las muer- tes, sin recordar para nada sus muchos desvelos y trabajos? iQuC diremos de esos ricos que cada dia se quedan con algo del salario del pobre, defraudindolo, no ya con combinacio- nes que privadamente discurren, sin0 amparindose con las leyes? De suerte que si antes parecia injusticia rehusar la debida recompensa a 10s que han merecido bien del Estado, esos tales, a1 sancionar con leyes semejante ingratitud, la han hecho m k odiosa.

Por todo esto, cuando traigo a mi memoria la imagen de tantas naciones hoy florecientes, no puedo considerarIas -y que Dios me perdone- sino como un conglomerado de gen- tes rims que a la sombra y en nombre de la Repiiblica, s610 se ocupan de su propio bienestar, discurriendo toda clase de procedimientos y argucias, tanto para seguir, sin temor a per- derlo, en posesi6n de lo que adquirieron por malas artes, como para bcneficiarse, a1 menor costo posible, del trabaj0.y es- fuerzo de 10s pobres y abusar de ellos. Y asi que consiguen que sus maquinaciones se manden observar en nombre de todos y, por tanto, en el de 10s pobres tambiCn, ya las ven convertidas en leyes.

Mas asi y todo esos hombres perversos que arrastrados por insaciable codicia se han repartido entre si lo que hubiera bastado para la comunidad, p i n lejos no se hallan de la

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felicidad que reina en la Repiiblica Utdpica, donde por no existir ni el uso del dinero ni la ambici6n de poseerlo, se han evitado inumerables pesadumbres y arrancado de cuajo la simiente de tantos crimenes? ~ P u ~ s quiCn ignora que el en- gafio, 10s robos, las rapifias, las disputas, 10s motines, 10s insul- tos, las sediciones, 10s asesinatos, las traiciones, 10s envenena- rnientos, cosas todas que pueden castigarse con suplicios, per0 no evitarse, se extinguirian evidentemente con la desaparici6n del dinero, y que de igual mod0 se desvanecerian el miedo, las inquietudes, 10s trabajos y 10s desvelos? La pobreza mis- ma, que para muchos radica en la falta de dinero, decreceria, si Cste no existiese.

Si se quiere comprender mejor lo que digo, imaginese un afio estCril e infecundo, durante el cual hayan perecido de hambre muchos miles de personas. Pues bien, yo afirmo sin ambages que si a1 tCrmino de tanta penuria se hubiesen abier- to 10s h6rreos de 10s ricos, habriase encontrado tanta cantidad de grano que, repartida entre las victimas del hambre y de la peste, ninguno hubiese tenido que sentir 10s rigores del cielo y de la tierra. iTan ficil me parece alimentar a todo el mun- do si el dichoso dinero, inventado para mostrarnos el camino del bienestar, no nos lo cerrase en realidad!

No dudo que 10s ricos se dan crienta de esto y que no ignoran cuhnto mejor fuera no carecer de lo necesario que abundar en lo superfluo y verse libres de numerosos males que vivir rodeados de tantas riquezas. Tambitn tengo por cierto que, bien por interCs propio o por obediencia a la auto- ridad de Jesucrito, nuestro salvador, quien, en su gran sabi- duria, no pudo ignorar quC fuese lo mejor ni aconsejar sin0 lo mhs excelente, el orbe entero se habria acogido a las leyes ut6picas, de no impedirlo la bestial soberbia, soberana y madre de todas las desgracias, que mide la prosperidad por 10s males ajenos, y no por su propio bienestar. El orgullo renunciaria incluso a convertirse en deidad si no existiesen desdichados a quienes dominar e insultar y con cuyas desgracias poder realzar su felicidad comprada, exasperando y atormentando aquella pobreza con la ostentaci6n de su opulencia. Esta ser- piente del Averno, arrastrindose por 10s pechos humanos, les impide seguir el buen camino, 10s retrae y detiene como una

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rtmora y esth tan profundamente hincada en 10s espiritus que no se la puede arrancar de ellos con facilidad.

Mucho celebro que una forma de Estado que yo desearia para la humanidad entera, les haya a1 menos cabido en suerte a los Ut6picos, quienes, regulando su vida por las institucio- nes que he dicho, echaron 10s sdidos cimientos de una rep& blica a la par felicisima y por siempre duradera, en cuanto humanamente es posible conjeturarlo. Porque extirpadas en ellas ]as raices de la ambici6n y de 10s partidos, ya esthn sin temor de discordias intestinas que por si solas se bastan para arruinar las ciudades mejor organizadas. Mas en este caso la armonia en que viven y sus saludables instituciones impiden que la envidia de 10s principes colindantes se atreva a pertur- bar o agitar su tranquilidad, como ya se intent6 varias veces en otros tiempos, siempre sin resultado.

A1 terminar Rafael su relato, asaltlronme no pocas r e flexiones acerca de lo absurdo que me habian parecido muchas costumbres y leyes de aquel pueblo, tales como su mod0 de Perrear, de considerar las cosas divinas, la religion y otras instituciones, y, sobre todo, 10 que es fundamento de Csta, la vida y el sustento en comrin, sin ninguna intewenci6n del dinero, cuya falta destruye de raiz la noblaa, la magnificen- cia, el esplendor y la majestad que, s e g h la verdadera y pri- blica opini6n, son decoro y adorno de un Estado.

Per0 como me di cuenta de que la narraci6n lo habia fatigado y no estaba yo muy seguro de si le gustaria ser contradicho, ya que el propio Rafael habia, en el curso de su relato, censurado a esos que temen no parecer lo bastante discreto3 si no encuentran algo que criticar en las invencio- nes ajenas, le tom6 de la mano y, alabando su discurso y las leyes ut6picas, le conduje a1 interior a cenar, no sin advertirle que en otra ocasi6n y desputs de meditar discutiria con 4 rn& por extenso. iOja16 se presente ocasi6n de hacerlo! Entre tanto, debo confesar que asi como no me es posible asentir a todo lo dicho por un hombre ilustrado sobre toda ci6n y conocedor profundo del alma humana, tampom ne- gart la existencia en la repriblica Ut6pica de muchas cosas que m6s deseo que espero ver implantadas en nuestras ciudades.

1 T O M A S M O R O A P E D R O EGIDIO*

Me ha encantado, oh nobilisimo Pedro, el juicio, Gue tli co- notes, de aquel hombre que presenta contra mi Utopia el siguiente dilema. 0 bien la cosa se ofrece como algo verda- dero y realmente existente y, en ese caso, encuentro en el li-

I bro algunos pormenores un tanto ridiculos o, si es pura invencibn, echo de menos, en algunos puntos, el ingenio fa- moso y brillante de Moro. A este hombre, sea quien fuere (y yo le consider0 sabio y amigo), estoy muy agradecido, pues no me es fhcil neer que su juicio franco sobre mi libro le haya complacido tanto como a mi.

I

Parece que atraido por mi estudio, o estimulado por su propio esfuerzo, no le ha abunido la tarea de leerlo por com-

I pleto, y no de manera ligera y precipitada, como acostum- bran 10s cltrigos el rezo de las horas can6nicas. Ha caminado paso a paso y sopeslndolo todo. Por hltimo, con las mismas palabras con que me amaga un golpe me proporciona mayor loa que aquellos que me alabaron de intento.

1 Pero (correspondikndole con la misma franqueza) no veo por qut se imagina estar dotado de tan buena vista m i r a d a penetrante, como dicen 10s griegos- a1 creer que ha descu- bierto algunas cosas desagradables en las Instituciones de 10s ut6picos o que, a1 organizar un Estado, no he perfilaQ diversos extremos de manera lo bastante prhctica, como si en las dem6s naciones no hubiera nada absurdo, como si un fildsofo hubiera dispuesto en tal forma el Estado, la casa del principe o la economia domtstica, que ya en nada se pudieran mejorar. En esta ocasi6n (si no fuera por la devo- cibn, por 10s siglos convertida en veneraci6n, que inspira la memoria de 10s hombres m6s eminentes) podria yo entresa- car de las obras de 10s grandes muchas cosas que rechazaria

I de plano. En el momento que se pone a dudar si la cosa es de ver-

dad o pura fantasia, echo de menos la firmeza de su juicio. No tengo por qut ocultar que, de haberme propuesto escribir

* Carta que acompafia a la edici6n de Pads, 1517, por Lupsetus. 139

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acerca del Estado e intentado pergefiar una fhbula, no hu- biese retrocediao en la invenci6n de algo que, envolviendo 10s Pnimos como con una dulce miel, les destilara la verdad sin que la notaran. Y de seguro les hubiera podido ablandar tan- to que, a la v a de jugar con la ignorancia del vulgo, podria haber afiadido, para 10s cultos, ciertas sefiales por las cuales fhcilmente se hubiesen percatado del tenor de la Utopia.

No cabe duda que, por lo que respecta a 10s nombres de 10s principes, del no y de la capital de la isla, pudiera haber- me valido de indicaciones tales que 10s m L instruidos sos- pecharan con facilidad que no habia tal isla, que la ciudad era una quimera, el d o sin agua y el principe sin pueblo, in- dicaciones que hubieran parecido mhs sagaces y agradables que las ofrecidas por mi a1 servirme, por respeto a la fidelidad hist6rica, de nombres tan Mrbaros e insignificantes como Utopia, Anidro, Arnauroto y Ademo.

Ademhs, queridisimo Egidio, me alegra ver d m o , a pesar de haber algunos tan cautamente desconfiados que apenas les podemos hacer creer lo que nosotros, hombres sencillos y crkdulos, hemos recogido del relato de Hitlodeo, mi crk- dito no come el hist6rico peligro, y me complace poder repe- tir aquello que el Misis de Terencio dice a 10s hijos de Glice- no: "Doy gracias a 10s dioses que en el nacimiento' hayan estado presentes algunas mujeres libres." Porque no s610 a mi y a ti sino tambiCn a muchos hombres dignos y graves cont6 Rafael aquellas cosas; no sC si les cont6 mhs, pero si que no les cont6 menos. Si hay todavia incrddulos, que se pongan a1 habla con Hitlodeo, que vive todavia. Un via- jero reciCn llegado de Portugal me comunica el l de matzo, que el hombre sigue m6s vivo y lozano que nunca. Asi pueden averiguar personalmente lo que hay de cierto en el relato o dirigirse a 61 por escrito. Entonces comprenderhn lo conveniente que es prestarme crCdito por mi mismo y no fiados en autoridad extrafia.

Vive bien, nobilisimo Pedro, t6 y tu querida esposa con vuestras graciosas hijitas, a las que mi esposa desea prolon- gada salud.

Tomaso Campanella

Ld imagindrid Ciadud del Sol (IDEA DE UNA REPGBLICA FILOS~FICA)