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PÓLLUX HERNÚÑEZ UNAMUNO

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PÓLLUX HERNÚÑEZ

UNAMUNO

Unamuno

Unamunotragedia en veinte cuadros

prólogo de

Emilio de Miguel

PollUx HErnúñEz

Diputación de Salamanca2011

1ª Edición: Marzo, 2011© Diputación de Salamanca y el autor

Diseño y maquetación: Difusión y Publicaciones

Ilustración de cubierta: Archivo Museo-Casa Unamuno Universidad de Salamanca

I.S.B.N.: 978-84-7797-343-0

Depósito Legal: S. 294-2010

EdicionEs diputación dE salamanca

sEriE autorEs salmantinos, nº 43

Para información e intercambio dirigirse a:

DIPUtACIóN DE SALAMANCADepartamento de Cultura (Publicaciones)C/. Felipe Espino, 1, 2ª Planta37002 Salamanca (España)teléfono 923 29 31 00. Ext. 617Fax 923 29 32 56

E-mail: [email protected]: //WWW.lasalina.es

pollux HErnúñEz

20 Avenue de la Renaissance1000 Bruselas003227367284

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida total o parcialmente, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea mecánico, eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso del editor.

Imprime: Imprenta Provincial

Para Emilio,que cree

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Prólogo a Unamuno, de Pollux Hernúñez

Emilio de Miguel

Universidad de Salamanca

Descrita en juiciosas preceptivas o establecida por la praxis, seguro que existe normativa –siempre y para todo hay una normativa– que fija los cánones a que debe ajustarse la confección de un prólogo. Permíta-seme que no haya indagado nada en esa dirección por entender que sujetarme mansamente a lo establecido no armonizaría con las formas de comportamiento –¿quizá mejor ‘descomportamiento’ en este caso?– del heterodoxo Unamuno, tan amigo de subvertir convenciones, incluidas, por supuesto, las de los gé-neros literarios.

Ajeno, pues, a normas y preceptos, optando por lo intuitivo, empiezo por anotar la obviedad de que ser autor de un prólogo significa que he tenido el privi-legio de conocer antes que el resto de destinatarios la

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Prólogo a Unamuno, de Pollux Hernúñez

obra que se edita. Puedo por ello, si la obra me ha mo-tivado, estimular a su lectura y quizá, si tengo luces, transmitir algunas iluminaciones que permitan su me-jor comprensión y su valoración más apropiada. Al ser dudoso que se dé la segunda condición, renunciaré al intento de un estudio sistemático. Cumpliéndose, en cambio, y con creces, la primera, apresúrese el lector a solventar a la mayor rapidez el trámite de leer estas lí-neas o, si su coherencia es total, sálteselas incluso para no demorar el encuentro con el texto dramático que se le ofrece.

Su título, Unamuno, constituye uno de esos casos en que el autor renuncia a exhibiciones de ingenio al bautizar a su criatura literaria para enseñar a cambio sus cartas temáticas sin el menor celaje. Me parece, de otra parte, un completo acierto. Cuando Unamuno entra en escena, lo sensato es concederle desde el pri-mer momento todo el protagonismo: se evita así que él lo reclame, y con la contundencia con que suele mi-rar por sus cosas.

Acabo de verter y casi involuntariamente una valo-ración personal de Unamuno y es fácil que esto haya ocurrido y vuelva a ocurrir, contaminado como estoy por la lectura de una obra que es pródigo mostrador de las variadas, originales, sorprendentes y provoca-tivas formas de ser y de estar en que consistió la nada tediosa existencia de Unamuno. Y lo importante para los amantes del teatro es que en este Unamuno de Po-llux Hernúñez no llegamos a conocer valoraciones y

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Emilio de Miguel Martínez

momentos de la biografía de Unamuno como punto de vista externo, propuesto por un estudioso, sino como realidades de un modo de ser, el del escritor vasco, que van objetivándose, haciéndose evidencia teatral sobre el escenario. Nuestro autor no ha estudiado a Unamuno para darnos después, en teatralización subsidiaria, el resultado de sus pesquisas. Leemos y gozamos de auténtico teatro, de manera que, si no se ofendiera el orgulloso protagonista de esta pieza, di-ríamos que lo sustantivo aquí es la apuesta teatral en que se nos sumerge y lo adjetivo el Unamuno que la protagoniza. Que la protagoniza y se enseñorea de ella de principio a fin, dado que estamos ante una de esas obras que consagran y, al tiempo, exprimirían al actor elegido para encarnar el papel principal.

Por lo poco ya dicho es fácil inferir que se trata de una obra de intención retratística, clasificable como de género histórico, en la variante, no infrecuente en nuestro actual panorama teatral, de teatro histórico de asunto literario. Por cierto que, siendo de dominio común el concepto de teatro histórico, propongo, al menos como definición provisional, que entendamos por teatro de tema literario aquel que o bien es pro-tagonizado por la figura de un escritor consagrado, o bien desarrolla argumentos sustentados por persona-jes extraídos de obras literarias precedentes, o bien, y sin pretender agotar la casuística, dramatiza asuntos preexistentes en otras formas literarias.

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Prólogo a Unamuno, de Pollux Hernúñez

Teatro histórico y de tema literario, pues, este Una-muno, matizando inmediatamente que pertenece a aquella estirpe de teatro histórico que no busca la re-construcción más o menos deslumbrante de los gran-des decorados de la historia –porque no pretende la mera recreación de exterioridades–. No consiste este tipo de teatro histórico en la ilustración de momentos más o menos fulgurantes de la vida de un individuo célebre, con voluntad de componer una biografía im-pactante, conseguida a base del ensartado de estam-pas, cuando no estampitas, de tono placentero y finali-dad meramente efectista. Busca, más bien, retratar lo íntimo de las personalidades y por eso ahondar en los procesos internos, generalmente desconocidos, que subyacen a los hechos externos que sí conocemos del personaje histórico.

La obra de Pollux pretende el rescate de los mo-mentos más conflictivos y cruciales de la vida de Una-muno, con la dificultad que entraña seleccionar episo-dios de esa estirpe en el permanente conflicto vital en que consistió una trayectoria como la de don Miguel; momentos que la pluma del dramaturgo busca recrear con la intensidad con que debió vivirlos el intenso don Miguel. Y momentos, episodios de su vida, que fun-damentalmente pertenecen a la madurez pero, como comprobará y no sin sorpresa el lector, sin desdén de otros rastreados en su juventud e infancia: que nues-tro don Miguel, aunque cueste creerlo, no nació con

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el don puesto, sino que antes de adquirirlo fue oposi-tor y estudiante y hasta niño juguetón y curioso en las calles de Bilbao.

Esa selección de los momentos esenciales de la vida de Unamuno es la que Pollux Hernúñez nos ofrece a lo largo de veinte cuadros, hilados unos con otros mediante diecinueve oscuros que en absoluto son rato muerto, tiempo perdido ni mera necesidad para facilitar transiciones y montaje: nuestro diligente autor no desperdicia ninguno de ellos y los carga, por el contrario, de informaciones imprescindibles para ubicar adecuadamente el desarrollo de la trayectoria personal de Unamuno en el marco de la historia de España. Los sucesivos oscuros, pues, forman e infor-man y, desde otro punto de vista, nos distancian del fragor y de las emociones del proceso argumental, do-tando así a la obra de una estructura épica, de fuerte, y no disimulada raigambre brechtiana.

No se vea en esta referencia al gran autor alemán un intento de establecer conexiones o dependencias más allá de lo dicho, que es exactamente cuanto a ese propósito quería decir. Como no se vea más que voluntad de elogio si comento que mi lectura de este Unamuno de Pollux en muchos momentos me hizo re-cordar al gran Buero Vallejo, el que pudo encerrarse en el escenario, y con qué éxito, con figuras como La-rra (La detonación), Goya (El sueño de la razón) y, sobre todo, con el portentoso y enigmático Velázquez que

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Prólogo a Unamuno, de Pollux Hernúñez

en Las Meninas exhibe grandezas y también, como el Unamuno de Pollux, complejidades, miedos, peque-ñeces y dudas.

No ahondaré en esa veta, pero diálogos, enfrenta-mientos de la caudalosa honestidad de Velázquez con los centimillos morales que constituían todo el capital de aquel innoble Felipe IV, pueden haber apadrinado lejana y quizá inconscientemente los que el escritor vasco mantiene aquí con Alfonso XIII. Personaje his-tórico este que no es el único de tan alto copete que en esta obra sube al escenario convocado por Pollux. José Antonio, fundador de la Falange, visita en su casa al rector salmantino y a su vez el rector salmantino vi-sita en su palacio al Francisco Franco que estableció la sede de su primer gobierno en la Salamanca que tanto y tan negativamente marcó con esa oprobiosa presencia. Y asistimos, en primera fila y con invitación de lujo, a la vibrante y conocida escena del Paraninfo, aquella en que Millán Astray regurgita paradójicos vivas a la muerte, poniendo con ello las semillas de la muerte del mismo Unamuno, el cual, con sólo ese acto de valentía y de rebeldía moral e intelectual pro-tagonizado en el Paraninfo, enfrentándose con palabra iluminada y valiente a las ametralladoras de la barba-rie, justificaría cualquiera de los errores o desviaciones políticas que la historia le vio cometer.

¿Cree el lector que con estas referencias se agotan las sorpresas temáticas y teatrales que va a encontrar

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Emilio de Miguel Martínez

en la obra? Pues sepa que no son sólo ciertos persona-jes históricos, de esos que ocupan el frontispicio de la historia de España e incluso usurpan medallones del ágora salmantina, los que aquí comparecen sobre el escenario. La capacidad de convertir en imagen y en escena los procesos interiores de un individuo en permanente conflicto interior –y en el caso de Una-muno ese conflicto muchas veces fue de contenido religioso– permitirá que asistamos a una inesperada confrontación violenta, con violencia mental y hasta física, del angustiado Unamuno con el mismo Cristo de Velázquez, ese a quien el escritor vasco dedicó cé-lebre y provocador poema; Cristo que, tras cobrar mo-vimiento y vida, resultará derrotado y algo más –corre a leerlo, es el cuadro VII– por el atormentado y ator-mentador Unamuno cuyo pleito con Cristo convierte Pollux en materia teatral de primerísima calidad. Que ese es uno de los méritos que, si hubiera decidido ha-cer guía y valoración de lectura, con más convicción ponderaría en esta obra. En ella las cosas no se cuen-tan, no son material narrado; ocurren en el escenario. Aquí no se habla, se hace. No es esta una obra de li-teratura sobre o para Unamuno; es Unamuno hecho teatro.

¿Que ese Unamuno teatralizado quizá hubiera ga-nado en densidad si el autor hubiera apostado por la concentración y no por el ambicioso intento de acom-pañarle a lo largo de toda su biografía? ¿Que hubiera

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Prólogo a Unamuno, de Pollux Hernúñez

dado mejores rendimientos la opción de encararle con solo unos cuantos interlocutores antes que el ambi-cioso desfile de personajes con que aquí se practica la reconstrucción de su figura? No debe el crítico en-mendar la escritura ajena sino juzgar lo que encuentra –algo de ello dirá, seguro, la preceptiva no consul-tada–. Y en ese juzgar lo que encuentro cumple anotar que la opción por lo extenso en absoluto resta tensión ni intensidad al producto que nos llega. Con fuerza, por cierto, que alcanza límites inesperados. No debo desvelar datos cruciales de la obra –también supongo que dirá algo de eso la normativa sobre los prólogos que vengo ignorando–, pero qué hallazgo tan formida-ble, qué culminación tan atrevida si Pollux osara ce-rrar su obra con el mismísimo entierro de Unamuno. ¿Se imaginan que, sobre y entre los aplausos del pú-blico que ya daba por concluida la representación, nos impactara el autor con una escena final, protagonizada por el féretro del anciano rebelde transportado a tra-vés del patio de butacas por cuatro falangistas y acom-pañado por algunos catedráticos mudos? (Dije mudos, no es obligatorio leer cobardes).

¿Qué a alguien le parece que hay mayor osadía te-mática, mayor ruptura de la imagen que tenemos del ideologizado rector salmantino en la escena en que Unamuno, en el fragmento V de la pieza, es espo-leado a fecundar a su esposa? Va a ser cierto que no estamos ante obra escrita con mojigatería de ninguna

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especie ni con remilgos que aquietarían a los timora-tos; va a ser verdad que el autor se la juega pisando terrenos muy comprometidos (en lo religioso, en lo político y en lo humano) y va a demostrarse más que justificada la invitación que hice en los comienzos de este escrito, cuando aconsejé que, prescindiendo del prólogo, corrieran a leer el texto.

Si persisten en acabar de consumir esta introduc-ción, queden advertidos de que encontrarán buena, excelente literatura dramática, resultado de mezclar, en proporción bien dosificada, palabra que Pollux construye más palabra del propio Unamuno, sabia-mente extraída de alguno de sus poemas, discursos o artículos. Y como mérito importante subrayo que la palabra creada por el autor de Unamuno no desmerece de la estrictamente unamuniana. Ni en calidad lite-raria ni en la fuerza y la dureza de las argumentacio-nes que escuchamos. Sirva de muestra la soflama que Concha dirige a su esposo en el fragmento VI:

Tú nunca has sido socialista ni habrías podido serlo porque naciste y eres burgués. Lo que te atrae es la glo-ria mesiánica de redimir a las masas trabajadoras, como tú dices, con las que no tienes nada en común y que en el fondo desprecias porque son incultas […]. Tú no crees más que en ti mismo. Y los otros no son para ti más que un pretexto para que tú pases a la historia como su liberador.

Y queden también advertidos los lectores, en otro orden de cosas, de que van a vérselas con no menos de

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Prólogo a Unamuno, de Pollux Hernúñez

cincuenta personajes, algunos de tanto relieve social como los arriba nombrados, aunque de mejor calaña, sin incluir en ese cifra, claro está, a cuantos sin voz propia intervienen como figurantes, para formar un corro de niñas, grupos de soldados o torvos legionarios en el Paraninfo.

Conocido el dato de ese número de personajes, al cual, recordemos, debe sumarse no sólo que haya veinte momentos teatrales distintos sino, correspon-diéndose con cada uno de ellos, veinte localizaciones diferentes y dispares, algunas tan sencillas como una sala del Palacio Real, el Paraninfo salmantino, un café parisino o una playa de Fuerteventura… Sabido todo ello, el lector podrá preguntarse: ¿y cómo se repre-senta eso? Quizá incluso, con planteamiento previo: ¿y puede representarse eso?

Ignoro qué contestaría el autor. Uno de mis princi-pios como crítico –quizá porque nunca quise confun-dir el papel de estudioso con el del periodista– es no molestar al autor con preguntas cuyas respuestas de-ben buscarse únicamente en su obra. Ignoro por eso si el autor tiene escondida alguna varita mágica o si nos remitiría, por poner algún caso, al Lorca que, estirando hasta el máximo las posibilidades del sistema teatral, fijó en doscientas el número de mujeres que debían comparecer en casa de Bernarda Alba tras el funeral del enterrado Benavides, o al Shakespeare que dis-puso avances de bosques o movimientos de ejércitos,

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o si me enfrentaría con Valle Inclán y algunas de sus célebres acotaciones de imposible cumplimiento.

Tengo para mí que los oficios en el mundo del teatro están muy bien pensados y sus funciones acer-tadamente distribuidas. Y no tiene el autor por qué allanar los caminos por los que habrá de conducir y guiar el director escénico. Aquel escribe textos con vocación de espectáculo y este construye espectácu-los derivados de un texto (en los casos, claro está, de teatro de base literaria). Aun así, quede claro que no estamos ante el caso de quien, aislado en su gabinete, despreocupándose de las aptitudes espectaculares de su texto, idea situaciones reñidas con la viabilidad es-cénica. Por eso, si al inicio hace precisas indicaciones para dar un sentido teatral muy concreto a los cuantio-sos oscuros, muy preocupado por el ritmo de la obra, a continuación, en cada uno de los fragmentos ofrece pautas muy claras para su representación.

Cosa distinta es que cada uno de los destinatarios, en esa lectura privada del teatro que, para ser válida, ha de tener mucho de representación virtual en el propio cerebro, juegue a resolver con soluciones pro-pias su particular montaje. Y cosa distinta es que quie-nes frecuentamos las representaciones profesionales tengamos la posibilidad de pensar en propuestas que, vistas y alabadas en otros montajes, aplicaríamos a este de forma inequívoca. Por no acumular casuística y para no echar la vista muy atrás, se me ocurre como

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Prólogo a Unamuno, de Pollux Hernúñez

solución muy pertinente para el montaje de este Una-muno, la practicada, justo en los mismos momentos en que escribo estas líneas, por Flotats y Ezio Frigerio en su reciente montaje del Beaumarchais de Sacha Guitry. Para hacer viable, y muy creíble, una llamativa suma de escenarios distintos y dispares: el Palacio real de Luis XV, una cárcel, los jardines de Versailles, la casa particular del protagonista, y así hasta alcanzar un número superior a las localizaciones de nuestro Una-muno, han recurrido al uso de magníficas fotografías, resueltas además con sensación convincente de pro-fundidad y relieve. Son imágenes que, como auténti-cos decorados, ocupan, digamos que a modo de croma, todo el fondo del escenario. Consisten en magníficas reproducciones de los distintos lugares en que va desarrollándose la acción. Esa fórmula, hoy técnica-mente asequible a compañías de recursos económicos no extraordinarios, permite obviar la dificultad de te-ner que contar con un elevado número de decorados materiales y consigue ambientar a plena satisfacción el desarrollo argumental. Lo hace en Beaumarchais; lo haría en este Unamuno.

La costumbre de leer los textos teatrales imagi-nando siempre su proyección escénica, me lleva quizá a meterme en estas camisas de once varas, pero sír-vame de disculpa el comprobar que esos afanes míos no hacen sino subrayar la certeza, varias veces ya pro-clamada, de que estamos ante un texto concebido en

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clave plenamente teatral, dando pie con ello a una pa-radoja que resulta homenaje apropiado a quien tanto gustó de esa figura del pensamiento. En efecto, el Unamuno que tuvo pasión por la escritura teatral pero que en absoluto dominó la técnica que le permitiera convertir en buen teatro sus buenas intenciones, el Unamuno que no consiguió triunfar en los escenarios es homenajeado aquí por pieza de teatro cabalmente construida.

Y si esa es hermosa paradoja, no inferior en mérito sería el logro de que este libro fuera ocasión de reen-cuentros entre las Salamancas de Unamuno: la que le siguió con entusiasmo y la que le retiró el saludo, la que le lee y la que encarga buscar citas de sus escritos o discursos para usarlas a veces en contextos donde ci-tarle es ofender su trayectoria e insultar la inteligencia de sus lectores.

Ojalá que constituya también esta edición una forma de resolver en positivo la obsesión unamuniana por la perduración del individuo más allá de su desaparición física. Desde luego, las páginas escritas por Pollux Hernúñez contribuyen a fijar aun más en el recuerdo y en la admiración de las generaciones posteriores el perfil y la hondura de quien con la calidad y el mérito de su obra se esforzó por asegurarse la perennidad. Y Pollux consigue su objetivo, al margen de los méritos literarios y teatrales aquí tan superficialmente aludi-dos, apostando por el tratamiento no beato, no equi-

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Prólogo a Unamuno, de Pollux Hernúñez

vocadamente exaltativo, sino inquietante y turbador, de una de las más turbadoras e inquietantes figuras de nuestro pensamiento contemporáneo. Apostando, en definitiva, por el retrato provocador que hace justicia, poética e intelectual, al provocador Unamuno.

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Nota

La estructura épica de esta obra requiere un di-namismo en la acción que no debe ser paralizado o aminorado por razones técnicas en los oscuros que separan unos cuadros de otros. Estos oscuros, que no intermedios, son parte casi dramática del espectáculo y deben durar lo menos posible. Lo ideal sería un es-cenario giratorio o de deslizamiento transversal que permitiera el cambio escenográfico rápido. En cual-quier caso los decorados descritos no tienen que eje-cutarse al pie de la letra, pero son un personaje más en esta obra y deberán guardar siempre esa dimensión, aunque sea de manera esquemática. La importancia de la brevedad de los oscuros viene dada por su fun-ción distanciadora. En cada uno de ellos se proyectan sobre una pantalla o sobre el telón y se escuchan en off uno o varios documentos históricos que enmarcan la acción dramática y mantienen al espectador entre el juego de la ficción y la realidad histórica. Estos do-cumentos producirán en el espectador efectos contra-

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UNAMUNO

rios (desinterés, aburrimiento) a los buscados, si se le obliga a percibirlos durante largo tiempo.

Teniendo en cuenta la envergadura del papel de Unamuno y la rapidez con que el actor debe cam-biarse y maquillarse entre algunos cuadros, podría pensarse en repartir aquel entre dos intérpretes, pero esto no es necesario ni recomendable. El cuadro X, en el que Unamuno no aparece, puede aprovecharse para realizar un cambio de maquillaje profundo, el que se-para al Unamuno maduro del Unamuno anciano. Esto también podría hacerse naturalmente durante un in-termedio —en el caso de que se desee hacer uno—, entre los cuadros XI y XII. De todos modos, el maqui-llaje debe reflejar en cada cuadro el envejecimiento progresivo del personaje. Moreno entre los cuadros II y V, aparecerá ya en el VI con el pelo y la barba grises, que serán completamente blancos a partir del XII. Otros detalles para la caracterización externa del pro-tagonista: traje azul marino, chaleco alto, sombrerillo flexible y gafas redondas en todos los cuadros a partir del VI y exceptuando el VII, XI y XIII. En los ante-riores llevará cualquier tipo de traje oscuro. Al caminar en el cuadro IX llevará las manos cogidas atrás.

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Dramatis personae

UnamUno Catedrático y escritormigUel Unamuno niñomadre joven De un niño muertoviejo Jugador de ajedrezSargenta Patrona de pensión de estu-

diantesmadre De UnamunoConCha Esposa de UnamunovagabUndo Manco borrachínganivet OpositorCriSto El de VelázquezCámara ObispoPablo igleSiaS Dirigente socialistaSánChez rojaS Escritor bohemiomartín veloz Cacique salmantinoamigoS i y ii De Martín Velozmilitar De graduacióndioniSio Corrector de periódicojoven eSCritor Con gafaslUCifer Rey del infiernoaleCto, tiSífone, megera Furias

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UNAMUNO

alfonSo Xiii ReygUardiaS CivileS i y ii Guardas de UnamunodUmay Editor de periódico parisinomadame ménard-dorian Filántropa francesaeSPlà, armengot, Contertulios de UnamunoedUardo ortega y gaSSet, en ParísSantiago alba, maCià,marCelino domingo,blaSCo ibáñez, andréS nin,CéSar vallejo, maUrín,CorPUS barga

fabián de CaStro Pintor gitano en ParíshijoS i y ii, hija De UnamunojoSé antonio Primo de rivera Joven revolucionariobravo FalangistafranCo General rebeldeCarmen Polo Esposa de FrancoPemán Orador propagandistamillán aStray Coronel legionario tuerto y

mancobartolomé aragón Catedrático falangista

Corro de niñas, monaguillos, cura, gachí con su tía, niño paralí-

tico, clérigo esquelético, limpiabotas, jugadores de dominó, ca-

marero, criado de librea, dos socialistas, fotógrafo, transeúntes,

soldados, falangistas, legionarios, frailes, catedráticos, pueblo.

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I

Bombardeo

1874. Calle del viejo Bilbao. En el foro izquierda, por-tal de casa de vecinos. Encima, mirador con cristales rotos. En el centro, puerta y pequeño escaparate de confitería. En-cima, balcón. A la derecha, puerta y ventana de carnicería visiblemente cerradas desde hace tiempo. A las dos puertas de la izquierda, pertenecientes al mismo edificio y elevadas sobre el nivel del escenario, se accede por dos escalones. En-tre estas dos puertas, tragaluz enrejado del sótano. Otro igual bajo el escaparate. Entre la confitería y la carnicería, cartel: “Bando. En caso de bombardeo”. Sigue una serie de disposiciones ilegibles. Al subir el telón, en el tercio iz-quierda, un corro de niñas salta y canta:

Viva Carlos sin cabeza,viva Andéchaga sin pies,vivan todos los carlistascon el pellejo al revés.

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UNAMUNO

Jamás en Bilbao invictoha de entrar Carlos Borbón;podrá pisar sus escombros,pero sus bellezas no.

El veinticinco de marzonos pusieron a ración;poco importa que el pan faltesi nos sobra corazón.

Cuando alguna bomba estallay esparce consternación,dicen llorosas las madres:“¡Maldito seas, Borbón!”

Antes de terminar la última estrofa, entra por la parte posterior de la sala un cortejo fúnebre que, atravesando por entre el público, sube al escenario. Este cortejo se compone de: monaguillo tocando la campanilla, dos con ciriales, otro con cruz, cura muy viejo con casulla y estola, cuatro ado-lescentes llevando a brazo caído un pequeño ataúd blanco, dos niños, uno de ellos Miguel, sosteniendo la punta de dos cintas blancas que cuelgan del ataúd por detrás, madre del niño muerto llorando, coro de mujeres y algunos viejos respondiendo “Libera nos, Domine” a cada una de las invocaciones que salmodia el

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CUra — Ab omni malo,ab omni peccato,ab ira tua,a subitanea et improvisa morte,ab insidiis diaboli,ab ira et odio et omni mala voluntate,a spiritu fornicationis,a fulgure et tempestate,a flagello terraemotus,a peste, fame e bello,a morte perpetua,in die iudicii.

Si fuera necesario, el cura comenzará de nuevo esta serie de invocaciones. Las niñas seguirán jugando y cantando las mismas estrofas hasta que, al acercarse el cortejo, oigan la campanilla y las voces y se arrodillen a su paso. Llegado al escenario, el cortejo dobla a la derecha y, cuando el primer monaguillo desaparece por el lateral, se oyen súbitamente disparos de artillería y campanas tocando a rebato. Hay un instante de sorpresa en todos, luego cunde la confusión. Los hombres gritan “¡Los carlistas! ¡A esconderse! ¡Por aquí!” Las mujeres lanzan un último “Libera nos, Do-mine” histérico y luego gritan “¡Al almacén! ¡A los sóta-nos!” Las niñas corren riendo. El cura no sabe qué hacer. Pendientes de él, los monaguillos esperan inmóviles. Los del ataúd lo dejan en el suelo. Explosiones. Disparos de fusil. Tras una explosión cercana, caen algunos cascotes. Gritos

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de pánico. Uno de los hombres, que se ha refugiado en el portal, y una vieja que ha aparecido a la puerta de la con-fitería llaman a los demás: “¡Aquí! “¡Aquí! ¡De prisa! ¡Corred!” Todo el mundo corre a refugiarse. En la confite-ría se precipita el cura y algún monaguillo, otros entran en el portal. Alguien escapa por el lateral izquierdo. En el es-cenario no quedan más que la madre, postrada, abrazando el ataúd y sollozando, y, tras ella, de pie, como atontado, con la punta de la cinta blanca en la mano, Miguel. Otra explosión, más cercana. Cascotes.

madre — (Irguiéndose y gritando hacia el lateral derecho) ¡Hijos de perraaaa! ¡Carlistoneees! ¡Criminaleees! (Levanta la tapa del ataúd y cae sollozando sobre él) ¡Hijo mío! ¡Hijo mío!

A través de uno de los tragaluces se ven las manos de una mujer que grita: “¡Miguel! ¡Miguel!” Miguel sale de su ensimismamiento, vuelve la cabeza. “¡Miguel!” Miguel echa a correr sin soltar la cinta, que se arranca del ataúd y revolotea tras él al correr y desaparecer por la puerta de la izquierda. Siguen las explosiones. Cascotes. Humo.

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OSCURO

ProyeCCión:

El sitio de Bilbao duró hasta el 2 de mayo de 1874, cuando el ejército carlista que lo asediaba fue derrotado por las tropas liberales. Dos años después terminó la última guerra carlista. Alfonso XII era rey indiscutible de España.

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II

Estudiante

1884. Habitación de Unamuno en una pensión de es-tudiantes en Madrid. Mitad izquierda del escenario a obscuras y vacía. Acción en la mitad derecha, delimitada por una pared que arranca en el centro del foro y se pierde oblicuamente en la penumbra. Contra esta pared y el foro, cama pequeña con un montón de libros encima. En el foro, sobre la cabecera de la cama, crucifijo dado la vuelta. Más a la derecha, mesita de noche con algún libro. En el centro, ventana pequeña con botijo y luz grisácea de patio interior. Baúl grande en el rincón derecho. En el lateral, puerta alta y estrecha. En el centro, frente a la ventana, pequeña cami-lla sin faldillas con un tablero de ajedrez en primer término y, detrás, una lámpara de aceite. A la izquierda de la mesa, sentado en una maleta de madera, Unamuno. Frente a él, Viejo sentado en una silla.

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UNAMUNO

viejo —(Moviendo una pieza) ¡Y mate! Ni te has ente-rado, ¿eh? ¿Qué te pasa hoy? No das una.

UnamUno —(Mirando la jugada) Nada. Que no estoy en ello.

viejo —¿Te ha escrito? (Sonriendo) ¿Te ha dicho que se casa con otro?

UnamUno —Ahí está, que no me dice nada porque no me ha escrito. Hace dos semanas que no sé nada de ella ni de mi madre.

viejo —Cosas del correo.UnamUno —Estoy harto de Madrid. Esto es un ce-

menterio. Cadáveres, cadáveres con careta (Em-pieza a recoger las fichas).

viejo —Bueno, bueno... Eso no irá por mí, ¿eh? Ya te queda poco...

UnamUno —¿Poco, cuatro meses?viejo —Después de tantos... ¿cuántos años llevas

aquí?UnamUno —Desde el ochenta.viejo —Pero te llevas buena cosecha, según dice

nuestra querida sargenta.UnamUno —¿Qué sabrá ella?viejo —Hombre, toda la vida tratando con estudian-

tes... Algo se le habrá pegado.UnamUno —No puedo quejarme.viejo —Aquí hay buenos catedráticos, según dicen.UnamUno —Algunos. Pero, si le digo la verdad, a mí

me han enseñado poco. Uno aprende estudiando,

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pensando. Lo más que un profesor puede hacer es corregir lo que uno aprende por sí mismo (Se le-vanta, guarda el tablero y las fichas en la maleta, que empuja bajo la cama. Empieza luego a colocar en la mesa los libros que había sobre la cama. Todo esto muy despacio).

viejo —Eso es lo que le decía yo a mi pobrecito Elías. ¿Sabes? La semana que viene es el cabo de año. ¿Dónde estará?

UnamUno —¿Pero qué me dice usted ahora? ¿No que-damos la última vez que el alma no existe?

viejo —Claro que no. Pero la de Elías yo la siento, la siento aquí. (Tocándose el pecho) O aquí. (La cabeza) Todas las noches. Vivirá mientras yo viva.

UnamUno —¿Y cuando muera?viejo —Moriremos los dos juntos.UnamUno —Pero vivirán en mí cuando yo me acuerde

de usted.viejo —Sí, es una forma de inmortalizarse. Por eso

hay que tener hijos. Y que no mueran antes que los padres.

UnamUno —Yo quiero tener muchos hijos... Les ha-blaré de usted, de estas partidas de ajedrez... Así vivirá usted en ellos.

viejo —Entonces, ¿cuándo te casas?UnamUno —En primer lugar tendré que ponerme a

trabajar y ganar algo. En Bilbao hay muchas fábri-cas, industrias y cosas de esas, y en el peor de los casos siempre podré meterme de escribiente.

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UNAMUNO

viejo —¿Tú de escribiente?UnamUno —Hombre, a mí lo que me gustaría es ser

escritor, escribir para convencer a la gente, para despertarla, como usted dice. Pero primero hay que escribir mucho para poder vivir de la pluma. Supongo que daré lecciones hasta que gane alguna oposición. ¿Quiere un trago?

viejo —Sí, sí. ¿Oposiciones de qué?UnamUno —(Yendo por el botijo) De lo que salga, ¿yo

qué sé? De latín, de griego, de psicología...viejo —Psicología...UnamUno —La ciencia de la mente, de la imagina-

ción, de la voluntad... Seguramente me verá usted otra vez por Madrid.

viejo —(Bebe y chasca la lengua) Muy buena, sí señor... Pero esta es del Berro, ¿eh?

UnamUno —Ya le he dicho que llevo dos días sin salir de casa (Vuelve el botijo a la ventana).

viejo —Pero no me has dicho por qué.UnamUno —Pues por eso, porque empiezo a perder la

paciencia (Se sienta en la cama).viejo —¿Pero no me decías que desde chico apren-

diste a esquivar esas debilidades desl espíritu escu-dándote en la fe?

UnamUno —Sí, pero es que también he perdido la fe (Le indica el crucifijo).

viejo —¿Qué te dije? Muy bien, muchacho, ¡muy bien! Por ahí se empieza, sí señor. ¡Abajo los ídolos! Habrás llegado ahí por propio convencimiento...

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Pollux Hernúñez

UnamUno —Por supuesto. A decir verdad, desde que en el bombardeo de Bilbao vi a un amigo muerto, un inocente que yo me imaginaba después abra-sándose en el infierno porque decía palabrotas, desde entonces siempre he tenido dudas de que el dios que nos enseñan pueda existir. Pero es ahora cuando me he convencido, leyendo y meditando, de que la religión, los ídolos y ese dios de los teólo-gos no tienen que ver nada con el verdadero Dios, si es que existe.

viejo —Claro que no tienen nada que ver. Palabra de viejo liberal.

UnamUno —El otro día, de pronto, me di cuenta de que los católicos son unos farsantes, que han in-ventado la confesión para seguir pecando sin car-gos de conciencia. Por eso no he vuelto a pisar en una iglesia.

viejo —Muy bien, Miguel, muy bien. Ese es el ca-mino. Si la sargenta me oyera, me echaría de aquí, je, je. Pero es que es verdad, coño. Que es que, entre incienso y cristos moribundos, los curas nos tienen sorbida la sesera a los españoles. Y sois los jóvenes quienes tenéis que despabilarnos.

UnamUno —El socialismo. El socialismo es la salva-ción de España.

Sargenta —(Llamando tras la puerta) ¡Miguel! ¡Mi-guel!

UnamUno —(Yendo hacia la puerta) Pase, pase...

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UNAMUNO

Sargenta —(Entrando) Muy buenas. Mira: ¡Carta de Bilbao! (Se la da. Ve al Viejo) Pero, hombre, ¿está us-ted ahí? ¿Qué no le estará metiendo al chico en la cabeza? (A Unamuno, que abre ansiosamente la carta) Oye, hijo, no hagas caso de las historias que te cuente este gandul, que siempre anda sembrando cizaña.

viejo —¿Pero qué sabrás tú, mujer, que sabrás tú de... de psicología?

OSCURO

off —(Cantar) —¿Dónde vas, Alfonso XII?—¿Dónde vas, triste de ti?—Voy en busca de Mercedes,que ayer tarde no la vi.—Merceditas ya se ha muerto,que ayer tarde yo la vi:cuatro duques la llevabanpor las calles de Madrid.

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Pollux Hernúñez

ProyeCCión:

1885. Muere tuberculoso Alfonso XII. Regencia de su mujer, María Cristina, todavía encinta del heredero Al-fonso XIII.1887. Se aprueba la ley de asociaciones que permitirá la creación de partidos políticos.1890. Sufragio universal.

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III

Madre

Enero 1891. Sala de la casa de la familia Unamuno en Bilbao. En el ángulo izquierdo, chinero con adornos y espejo de bola. En el foro, mirador con alguna planta y luz de atardecer. Más a la derecha, consola con quinqué. En el tercio derecho, sofá alto con cojines y dos butacas. En el lateral derecho, puerta. En la pared, retratos de familia y última cena. En el centro, mesa camilla con faldillas y tapete de punto. Alrededor, Unamuno, su madre y Concha terminando de rezar el rosario.

madre —Regina sanctorum omnium.UnamUno y ConCha —Ora pro nobis.madre —Regina sine labe originali concepta.UnamUno y ConCha —Ora pro nobis.madre —Regina sacratissimi rosarii.UnamUno y ConCha —Ora pro nobis.madre —Regina pacis.

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UNAMUNO

UnamUno y ConCha —Ora pro nobis.madre —Agnus Dei qui tollis peccata mundi.UnamUno y ConCha —Parce nobis, Domine.madre —Agnus Dei qui tollis peccata mundi.UnamUno y ConCha —Exaudi nos, Domine.madre —Agnus Dei qui tollis peccata mundi.UnamUno y ConCha —Miserere nobis.madre —Ruega por nosotros, santa madre de Dios.UnamUno y ConCha —Para que seamos dignos de las

promesas de Cristo.todoS —Amén.madre —(Se santigua besando el rosario y se levanta)

Bueno, voy a prepararte esas rosquillas para tu ma-dre.

ConCha —Pero déjelo...madre —¿Qué he de dejar? Dentro de dos semanas,

cuando ya seáis marido y mujer, te permitiré ha-cerlo todo en esta casa que será la vuestra. Mien-tras tanto te seguiré tratando como a una señorita que viene de visita (Sale).

ConCha —¿En qué pensabas?UnamUno —En todo este lío de la boda. Me parece

una comedia.ConCha —Lo que debieras hacer es concentrarte en

el rezo. Así no tendrías malos pensamientos.UnamUno —¿Pero cómo voy a concentrarme en esas

fórmulas mágicas en las que no creo?

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Pollux Hernúñez

ConCha —Cállate. Ya te he dicho que para creer no hay más que cerrar los ojos. Como yo. (Sonriendo) Y, si no, irás al infierno.

UnamUno —El infierno... Por ese maldito infierno fue por lo que empecé a rebelarme contra la fe.

ConCha —Cállate te digo.UnamUno —Mucho tengo que quererte para pasar

por eso de la fiesta, los invitados, la ceremonia de la boda, toda esa escoria de paganismo que ha venido a parar en fórmulas hueras.

ConCha —¿Y cómo habría que hacer para casarnos a gusto del caballero?

UnamUno —Pues muy sencillo: una bendición pú-blica, un juramento público ante el altar del dios del pueblo, dos firmas en el registro civil y se acabó.

ConCha —Pues eso sería muy soso. Y los invitados se aburrirían.

UnamUno —Mejor.ConCha—¡Cuánto te gusta llevar la contraria!UnamUno —¡Cuánto os gusta a los demás llevarme la

contraria!ConCha —¿A que te doy un beso?UnamUno ¿A que no?ConCha —¿A que sí?UnamUno —¿A que no?ConCha —(Haciendo ademán de levantarse) Ya verás.

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UNAMUNO

UnamUno —No, no, quieta, que viene... (Cambiando de tono al ver entrar a su madre) Y por eso te digo que lo importante es que los obreros se organicen.

madre —(Trayendo una cestita) ¿Qué te está contando este atolondrado? (A Unamuno) Que te he dicho que te dejes de políticas, que eso no trae más que guerras. Mira, hija, a ver si de casado le quitas esas ganas que tiene de cambiar el mundo, y que se ocupe de ti y de los nietos que me deis.

ConCha —No se preocupe, que eso de cambiar el mundo no es más que gana de discutir.

UnamUno —De eso nada. Os repito a las dos que hay que hacer algo por cambiar el país, y que hay que empezar por la propia casa. El País Vasco será libre un día.

madre —¿Libre de qué? ¿De gobernantes? ¿De guar-dias civiles? ¿De usureros? ¡Ay, hijo mío, pero qué bobo eres! ¿No dices que hay que empezar por la propia casa? Pues empieza por la tuya. Déjate de andar dando lecciones particulares por cuatro pe-rras y de perder el tiempo en reuniones de obreros, y búscate un buen empleo para que viva bien tu mujer y la familia que tendrás.

UnamUno —Ya te he dicho que las próximas oposicio-nes las voy a ganar.

madre —Que Dios nuestro señor te oiga, pero eso ya lo dijiste la última vez.

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Pollux Hernúñez

UnamUno —Ya verás como esta vez las gano. Y eso no me quitará de pensar en la justicia social, en orga-nizar a la gente para que cada cual gane lo que se merece, para dar a los...

madre —Bueno, bueno, coge el paraguas y vete a llevar a Conchita a casa de su tía (Unamuno se le-vanta), que se está haciendo tarde. (Dando la cestita a Concha, que se levanta) Y mañana cuando llegues a Guernica, dile a tu madre que el jueves iremos a verla, a ver si nos ponemos de acuerdo sobre los úl-timos detalles. (La besa) Adiós, hija, adiós. Abrígate bien.

ConCha —Adiós.UnamUno —Hasta luego (Salen).madre —Id con Dios (Va al mirador y se asoma a la

calle).

OSCURO

ProyeCCión:

Miguel de Unamuno y Concha Lizárraga se casan en Guernica el 31 de enero de 1891. Cánovas del Castillo es jefe de un gobierno conservador. Periodo difícil para la economía española.

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IV

Ganivet

Mayo 1891. Parque del Retiro. Al fondo, árboles. De-lante, un seto que, en el tercio derecha, se abre a una avenida que tuerce en redondo hacia la derecha. Delante del seto, a la izquierda, banco. En primer término, a la derecha, fuen-tecilla. Sobre el banco, vagabundo manco tumbado, algo bebido. Apoya la cabeza en un hatillo.

vagabUndo —(Canturreando)Cada vez que consideroque me tengo que morir,echo la manta en el sueloy no me harto de dormir.

Entran por la avenida del fondo derecha UnamUno y Ganivet, los dos con libros bajo el brazo.

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UNAMUNO

UnamUno —... Pero de eso ya hace mucho tiempo. (Al ver el banco ocupado) Vaya, hombre. Hoy nos han quitado el sitio.

ganivet —(Acento granaíno) Vamos más allá. Detrás del pabellón hay más bancos.

vagabUndo —(Levantándose) No, señor, no. De eso nada. Siéntense aquí; está libre. Son ustedes cate-dráticos, ¿eh? Gente inteligente, sí señor. Siéntense aquí. (Sacude el banco con el sombrero, toma el hatillo) Esto está limpio, siéntense, siéntense.

ganivet —Muchas gracias.vagabUndo —(Subrayando cada palabra) Las gracias a

ustedes, señores catedráticos.ganivet —Estudiantes, estudiantes...vagabUndo —Eso no me lo creo yo, je, je, je. Le gusta

la broma, ¿eh?ganivet —(Sacando una moneda) Bueno, bueno, tome

y vaya a darse un paseo.vagabUndo —(Haciendo reverencias) Muchas gracias,

muchas gracias, señores catedráticos. Que ustedes lo pasen bien. Adiós.

ganivet —Adiós, hombre, adiós.vagabUndo —Adiós (Sale por la derecha sin hacer el

chiste de tropezar con la fuentecilla y decir “¡Horror, agua!”).

UnamUno —¿Te has dado cuenta? ¡Qué habilidad! Nos ha llamado inteligentes, nos ha hecho catedrá-ticos y se ha ganado una perra. No hay cosa más

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Pollux Hernúñez

rentable que la vanidad. (Como señalándolo en un rótulo) “Don Ángel Ganivet, catedrático”.

ganivet —O “Don Miguel de Unamuno”.UnamUno —La vanidad nos hace vivir.ganivet —A él no. A él lo que le hace vivir es el vino.

Qué raza esta... (Lía un cigarrillo).UnamUno —Es lo que te estaba diciendo. Hay que re-

generarla, sacudirla, despertarla, sacarla del sueño de las grandezas del imperio.

ganivet —La cuestión es cómo. Llevan mil años arrastrándose como ese y no hay quien los levante. Han perdido la voluntad de acción.

UnamUno —La revolución.ganivet —La educación.UnamUno —La revolución, te digo. Abajo la monar-

quía y los privilegios. La educación nunca ha cam-biado a la sociedad. Es la sociedad quien cambia a la educación cuando le hace falta. Solo la revolu-ción traerá la riqueza económica que mate nuestra anemia mental.

ganivet —No es que yo esté en contra de la revolu-ción, pero la revolución divide y lo que hace falta en España es unión. Además que la riqueza sin ideales no sirve de nada. Digamos, quizá, una revo-lución educativa: meter a la gente en la cabeza los principios de su redención; que se revolucione a sí misma, que todos trabajemos por el mismo ideal, por el genio español.

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UNAMUNO

UnamUno —¿El genio español? El genio español se reduce a decir “si yo quisiera...” para tapar el “no puedo”. Eso es lo que hay que erradicar. Hay que acabar con la historia de España y empezar la del pueblo español. Y para eso hay que copiar de los demás. No me eches el humo... No podemos ais-larnos de Europa, del mundo...

ganivet —Claro que podemos. Es la identidad de España lo que hay que encontrar. Dar la indepen-dencia a Cuba y Puerto Rico y concentrarnos en nuestros propios problemas.

UnamUno —No sé, no sé... La verdad es que revolu-ción o no, lo que...

ganivet —(Lo interrumpe dándole con el codo e indicán-dole la presencia de una señorita con sombrilla y acom-pañada de su tía, que ha entrado por el lateral izquierdo y desaparece por el derecho) Vaya gachí, ¿eh?

UnamUno —Yo ya estoy casado.ganivet —¿Y qué? (Muy andaluz en los gestos) El arte

es el arte. ¡Vaya un revolucionario!UnamUno —Madrid me harta. Estoy deseando que

pasen estas oposiciones para marcharme.ganivet —Pues como ganes la cátedra de Salamanca,

en menudo agujero te vas a meter.UnamUno —Eso me han dicho.

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Pollux Hernúñez

OSCURO

ProyeCCión:

1891. Unamuno obtiene la cátedra de griego de la uni-versidad de Salamanca.1892. Gobierno liberal presidido por Sagasta.

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V

Amor

Noviembre 1891. Alcoba de la casa de huéspedes donde se ha instalado el matrimonio Unamuno al llegar a Sa-lamanca. Mitad derecha del escenario vacía y a obscuras. La acción tiene lugar en la mitad izquierda. Cama alta y grande con colcha de flecos ocupando el centro de la dia-gonal que va del ángulo izquierdo del proscenio hasta el centro del foro. Sobre la cabecera, crucifijo. A la derecha, mesita de noche con quinqué y vaso de agua. Un poco más a la derecha, silla. Hacia el centro del escenario, palanganero con jofaina, jarro y toalla. Tras la cama, en el ángulo del fondo, ropero oscuro. En el lateral izquierdo, gran estampa de la virgen y el niño. En la cama, Concha, sentada, aca-ricia la espalda de Unamuno, sentado en el borde, termi-nando de quitarse los calcetines.

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UNAMUNO

UnamUno —(Se vuelve y mira a Concha. Le toma la ca-beza entre las manos y le da un beso en los ojos) ¿Tienes frío?

ConCha —Un poco.UnamUno —(Admirándola) ¡Qué bonita eres! (Le pone

la mano sobre la nuca y la desliza sobre el pelo, la meji-lla, el cuello, el hombro, el brazo, la mano, que se lleva a la boca y besa. Ella le acaricia los labios, la barbilla, el pecho. Él le pone las manos alrededor del cuello, las desliza bajo la camisa de noche y le descubre los hombros y el pecho) ¡Qué blanca eres! Como una niña. (Pone la cabeza contra la de ella, la besuquea, luego, echándose de lado, le acaricia el pecho con la mejilla) Y como una madre... Eres mi madre... mi mamá...

ConCha —¿Crees que no podremos tener hijos?UnamUno —Esta vez es la buena, mamá. (Acaricián-

dole el vientre) He salido de aquí vivo y aquí voy a entrar vivo, a llenarte de vida para crear vida, para que no muramos nunca, para ser eternos... Bésame. (Ella inclina la cabeza y se besan. Caricias. Irguiéndose) Déjame, rubita. (Se quita la camisa y la tira sobre la silla).

ConCha —Apaga.UnamUno —(Apaga el quinqué. Obscuridad total y abso-

luta en el escenario) ¿Dónde estás, mamá?ConCha —Aquí. Ven, muérdeme (Se oyen besuqueos y

suspiros).

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Pollux Hernúñez

UnamUno —Esta vez vamos a hacer como dice Lu-crecio. Tú te das la vuelta... Así... No, no... leván-tate... de rodillas... ahora dóblate... así, eso es, como una perrita... Abre las piernas... así... así... Hunde la cabeza en la almohada... Así te llegará la simiente hasta el fondo de las entrañas... (Suspiros) ¿Te hago daño, mamá?

ConCha —(Quejidos) No... no...UnamUno —(Voz entrecortada) ¿Te... gusta?ConCha —Sí... sí...UnamUno —Rézale... a tu virgen... mamá... rézale...

un hijo... un hijo...ConCha —¡Ah! ¡Ah!UnamUno (Jadeando cada vez más fuerte) Así... mamá...

así... así... ya... ya... ¡ya! ¡Aaah! ¡Aaah!ConCha —¡Ah! Niño... Mi niño... ven...UnamUno —Mamá... mamá...

TELÓN

ProyeCCión:

1998. España pierde sus últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) tras breve guerra con los Esta-dos Unidos.1900. Por real decreto, Unamuno es nombrado rector de la universidad de Salamanca. Tiene 36 años.

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VI

Rectorado

1900. Despacho de Unamuno en la casa rectoral. En el foro izquierda, gran balcón con visillos finos entreabierto. Barandilla entretejida con ramas de parra, cielo azul. En el centro, gran librería bien surtida. Más a la dere-cha, aparador con retratos y algún adorno. Encima, orla académica. En el lateral derecho, puerta de castaño. En el izquierdo, Cristo de Velázquez. En el centro del escenario, gran escritorio con lámpara de aceite, libros, papeles, tin-tero, plumas de caña, etc. Detrás, en un sillón, Unamuno escribiendo. A la izquierda del escritorio, al sol que entra por el balcón, especie de silloncito con niño paralítico y de-forme lloriqueando.

UnamUno —¡Concha! ¡Concha! (Entra Concha) Qui-támelo de ahí. Llévatelo. No puedo trabajar. No

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UNAMUNO

puedo soportarlo. No puedo escuchar esos queji-dos, ver esa cara deformada, esos ojos sin color que dentro de poco se pudrirán.

ConCha —¿Qué dices, loco? Es tu hijo, nuestro hijo. (Arrodillándose al lado del niño y acariciándole la ca-beza) Dios lo ha hecho así y hay que resignarse. (Al niño) ¡Hijo mío! Cucú, cucú...

UnamUno —Dios no puede querer el mal. Dios no puede equivocarse sin dejar de ser Dios.

ConCha —Siempre estás con las mismas monsergas. Dios nos ha dado dos hijos sanos y guapos. Si nos ha dado luego este, pobrecito, es para que no nos ensoberbezcamos, para que nos demos cuenta de que es su santa voluntad la que ordena el mundo.

UnamUno —Yo eso no lo entiendo. No puedo enten-derlo. Si es un castigo por nuestra soberbia, por la mía, valga. Pero él, él es inocente. ¿Cómo puede Dios condenar a esa criatura a sufrir constante-mente? ¿Por qué lo ha creado?

ConCha —¿Qué sabes tú de los designios de Dios? ¿Quién eres tú para juzgar si lo que hace está bien o mal? Gracias es lo que tendrías que estar dándole por todo lo que nos ha dado. Yo no me canso de hacerlo todos los días. Acaban de nombrarte rector, nos han dado esta casa, tenemos todo lo que tene-mos... ¿De qué te quejas? Dale gracias, da gracias...

UnamUno —¿Pero cómo voy a agradecerle a nadie una maldición como esa?

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Pollux Hernúñez

ConCha —¡Cállate! ¡Cállate, por Dios! Tanto leer, tanto estudiar y no has aprendido lo más simple, lo más fácil, qué es la vida. Este niño está vivo, siente, nos siente. Míralo, mira cómo se ríe, mira cómo mueve la manita. ¿Qué importa que no sea como los demás? El Señor nos lo ha mandado para que, al tener que ocuparnos de él, pensemos en su santa providencia. Es una prueba a nuestra pacien-cia, a nuestro amor.

UnamUno —A nuestro amor... Creo que el único valor de todo lo que estás diciendo es el del consuelo.

ConCha —¿Y te parece poco? ¿Quiénes somos noso-tros para querer cambiar lo que es como es, lo que no puede cambiar?

UnamUno —Yo lo que te digo es que no merezco este tormento. Vaya una mano que tuvo su madrina la monja...

ConCha —¿Y yo? ¿Crees que yo lo merezco? Esto no tiene nada que ver con lo que nosotros creamos o no merecer. Aunque algunas veces pienso que sí, que este pobre Raimundín no es más que una señal que Dios te envía para hacerte ver que te has apar-tado de él, una imagen de tu deformación interior.

UnamUno —¿Qué dices, mujer, qué dices? ¿Cómo puedo haberme yo apartado de Dios más de lo que él me permita, si mi corazón, mi razón los ha creado él? ¿O no? Si es él quien obra en mí, él es quien me hace dudar de él. ¿O no?

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ConCha —No sé, no sé... Yo lo que te digo es que sin fe no se puede vivir. Y tú no tienes fe.

UnamUno —Yo tengo fe. O, mejor dicho, creo tenerla. Pero eso no importa. Lo que importa es lo que uno hace, no lo que cree. En este momento estoy con-vencido de que lo que hay que hacer es cambiar al hombre por dentro, no por fuera. Y ahora que soy conocido, que tengo un cierto prestigio en España, me siento un instrumento en las manos de Dios para la renovación espiritual de este país.

ConCha —¿De qué dios estás hablando?UnamUno —Del único que conozco. Del que siento

dentro. No el de los curas.ConCha —No sé cómo saldrás con eso de meterte a

redentor sin que nadie te llame. Hasta hace poco te sentías apóstol del socialismo y escribías por todas partes que había que emancipar a los trabajadores, repartir la tierra a los campesinos, educarlos...

UnamUno —Y eso lo sigo manteniendo.ConCha —Sí, escribiendo artículos en los que no crees

para que te sigan aplaudiendo los pobres obreros que solo viven de la esperanza.

UnamUno —Tú sabes bien que nunca he engañado a nadie. Puedo equivocarme, como se equivoca todo el mundo, pero me equivoco muy sinceramente.

ConCha —¿Y crees que eso te disculpa? No conozco a nadie que se equivoque adrede. A Valentín lo metie-ron en la cárcel a cuenta tuya, y tú, que eras el autor del artículo que él publicó, no saliste a dar la cara.

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Pollux Hernúñez

UnamUno —¿Y qué quieres? ¿Que me metiera en la cárcel yo mismo? ¿Que nos quedáramos en la calle? A él lo habrían encarcelado de todos modos. Con uno que condenaran, la justicia quedaba satisfecha.

ConCha —Mira, tú nunca has sido socialista ni habrías podido serlo porque naciste y eres burgués. Lo que te atrae es la gloria mesiánica de redimir a las masas trabajadoras, como tú dices, con las que no tienes nada en común y que en el fondo desprecias por-que son incultas...

UnamUno —¡Eso no es verdad!ConCha —¡Es verdad! Tú no crees más que en ti

mismo. Y los otros no son para ti más que un pre-texto para que tú pases a la historia como su libera-dor. En vez de erigirte en salvador de los demás, lo que tienes que hacer es concentrarte en salvarte a ti mismo, en ocuparte de ti y de los tuyos. De este hijo, que Dios nos ha dado para abrirte los ojos.

OSCURO

ProyeCCión:

1902. Fin de la regencia de María Cristina. Alfonso Xiii llega a la mayoría de edad: “Juro por Dios so-bre los santos evangelios guardar la constitución y las leyes. Si así lo hiciere, Dios me lo premie, y si no, me lo demande”.Gobierno conservador de Silvela-Maura.

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VII

Comunión

Cámara negra. Escenario vacío. En el centro, flotando a una altura como de un metro, marco riquísimamente decorado conteniendo una reproducción natural y precisa del Cristo de Velázquez. De rodillas frente a él, en primer término, en pijama, Unamuno en un círculo de luz azulada que deja casi en la penumbra al Cristo.

UnamUno —(Gritando)¡Oye mi ruego, tú, Dios que no existes!Dime tu nombre y grítame tu esencia,dime quién te inventó, dime quién eres,mírame con tus ojos, que te sienta.Mira, oh sombra, que va a rayar el albay muriéndome estoy ya de esta lucha;mírame, que a la nada me resistodespués de aquella nada de ultracuna.

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UNAMUNO

Dios orgulloso, Dios de la locura,que te hiciste matar únicamentepor condenar, judío, a tus verdugosal oprobio del mundo para siempre.Pégame esa locura y ese orgullo,dame la ciencia de la eterna vida,dame el secreto del divino odio,que en el mundo perdure mi reliquia.Quiero creer en ti fuera de mí,quiero sentirte vivo y verdadero,quiero clavar mi mano en tu costado,morder quiero la hostia de tu cuerpo.Mas esa cabellera no tremola,ciegos están tus ojos y tus llagas,muerto estás desde siempre y para siempre,pues eres solo lienzo y pinceladas.Pero, si de mi anhelo ficción eres,pero, si eres tan solo una quimera,¿por qué en el corazón latir te siento?¿por qué quiero crearte en la cabeza?Y, si al querer creer en ti, te creo,y, si al crearte en mí, creerme quiero,¿por qué, por mí creado, no te quiero?¿por qué, si en ti creer quiero, no creo?¡Ladrón de mi corazón!¡Parásito de mi fe!¡Responde si es que eres dios!:¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

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Pollux Hernúñez

Cae sollozando. De pronto el Cristo comienza a levantar la cabeza muy lentamente. La luz va aumen-tando sobre él. Al terminar de erguir la cabeza, abre los ojos.

CriSto —¡Miguel! ¡Miguel! ¿Quién como Dios?UnamUno —(Ha levantado la cabeza aterrado) ¡No!

¡No! ¡No!CriSto —No basta con hacer el bien. Hay que ser

bueno.UnamUno —(Recuperándose) Yo soy bueno...CriSto —Egoísta, soberbio...UnamUno —¿Y tú?CriSto —Yo soy Dios.UnamUno —Y yo tu imagen.CriSto —Envidioso, hijo de Caín...UnamUno —¿Y tú? Eternamente corroído por la envi-

dia de vernos pecar, ¡cosa que tú no puedes hacer sin dejar de ser!, nos emponzoñas la vida, nos tor-turas, nos...

CriSto —¿Insultas a tu Dios?UnamUno —¡Yo soy mi Dios!CriSto —¡Adórame! ¡Arrodíllate!UnamUno —(Poniéndose de pie, que estaba sentado sobre

las pantorrillas) ¡Nunca! ¡Nunca! Condéname si quieres, pero haré todo lo que pueda para que sea una injusticia.

CriSto —¡Arrodíllate!

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UNAMUNO

UnamUno —¡Baja tú a obligarme!CriSto —¡Mira!

Haciendo un esfuerzo, desclava de la cruz la mano de-recha, luego arranca con ella el clavo de la izquierda, final-mente los de los pies. Se yergue, echa un pie sobre el marco, se quita la corona y la deja caer. Desciende sobre las tablas y camina con los brazos extendidos. Unamuno cree que es un abrazo, pero las manos del Cristo le agarran el cuello para estrangularlo. Se defiende, consigue desasirse, force-jean, caen, siguen luchando. Finalmente es Unamuno quien estrangula al Cristo. Queda tendido junto a él.

UnamUno —(Jadeando) Ahora ya has muerto por mí... Ahora ya no existes... Dame ahora tu divinidad... (Se inclina sobre el Cristo) ¿Por qué no puedo yo ser el primer hombre que no muera? Déjame saciarme de inmortalidad... (Empieza a besar al Cristo en el hombro izquierdo, luego, excitándose poco a poco, pasea la boca por el brazo y el costado izquierdos, la cadera, el vientre, el pecho, y se vuelca locamente sobre la llaga del costado).

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OSCURO

ProyeCCión:

1903. En una algarada en la universidad de Sala-manca la guardia civil mata a dos estudiantes. El rec-tor estaba presente. El partido republicano obtiene significativas victorias en las elecciones generales.

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VIII

Obispo

1903. Despacho del obispo Cámara. Sobrio, conven-tual, oscuro, sobre todo en la mitad izquierda. En el foro izquierda, puerta; más a la derecha, talla de virgen sobre una mesita adosada a la pared; en el centro, alto, retrato de Pío X; en el fondo derecha, estantería con muchos car-tapacios y algunos libros. En el lateral derecho, ventana con luz mortecina. Delante de la ventana, silla y mesa de secretario con papeles, tintero, etc. En el centro del escena-rio, sobre una tarima baja, escritorio negro con crucifijo y campanilla y, tras él, gran sillón frailero ocupado por Cá-mara anciano, obeso, enfermo. A la izquierda del escritorio, casi de espaldas al público, Unamuno en una silla. En la penumbra del ángulo izquierdo del proscenio, facistol con biblia enorme cerrada.

Cámara —¿Es entonces verdad, hijo mío, que en aquel discurso proclamó usted que había perdido la fe?

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UNAMUNO

UnamUno —Dije y no me desdigo que llevo en el co-razón los cadáveres de los dioses que adoré en otro tiempo, y que los llevo perfectamente embalsama-dos por los recuerdos que evocan.

Cámara —Locura, locura... ¿Por qué no pedir al Se-ñor aquella fe bendita que recibió en el regazo de su buena madre? ¿Por qué no volver a las prácticas de piedad cristiana tan colmadas de encantos? ¿Por qué abandonar el seno maternal de la santa iglesia católica?

UnamUno —Porque el catolicismo nos está descris-tianizando. En vez de darle al pueblo una luz para que vea su camino y lo siga por sí mismo, se le ha metido en un carro y se le lleva a obscuras.

Cámara —A obscuras, ¿eh? Usted es el que está a obs-curas. Dejándose llevar por el falso brillo de la po-pularidad insana que le dan sus talentos de orador y de escritor, sembrando escándalo a su alrededor con esa provocadora indumentaria de pastor pro-testante, usted ha perdido la verdadera luz y piensa que los sentimientos religiosos del pueblo no valen nada. Pero se equivoca. Los sentimientos religio-sos son el paño de lágrimas de los días tristes del infortunio, el preciado manjar que templa y mitiga las hieles de la vida, el único resorte social que en-camina a los hombres hacia la felicidad y la paz.

UnamUno —No me predique la paz, que la paz es su-misión y mentira. Antes quiero verdad en guerra

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Pollux Hernúñez

que no mentira en paz. Y la más grande de nuestras mentiras son esas venerandas tradiciones de nues-tros mayores. Lo que nos mata es la mentira, no el error. ¿Por qué se ha de negar el saludo o se cierran las puertas al que no va a misa?

Cámara —¿Por qué anda usted diciendo por ahí que hay que matar la fe del pueblo?

UnamUno —Yo no he dicho nunca que haya que matar la fe cristiana. Lo que digo es que hay que dejar de quemar incienso ante las aras de unos dioses que no son sino ídolos o mitología muerta. No confunda usted la fe cristiana con el catolicismo.

Cámara —¿Qué dice usted? ¡La fe católica es la única a quien cuadra realmente el nombre de fe cris-tiana!

UnamUno —Eso es lo que cree usted. Desde la liber-tad de conciencia que profeso, yo no lo creo. Y no lo creo porque quiero cristianizarme.

Cámara —(Exasperándose) ¿Y cree usted que sus creencias van a empañar siquiera la verdad de nuestra fe, contrastada durante diecinueve siglos por toda suerte de adversarios, sin que jamás haya tenido que rectificar en un ápice sus aseveraciones? ¿Y espera usted que sus peligrosas doctrinas vayan a encontrar tolerancia? Los hombres de fe, los de creencias arraigadas, no nos quedaremos de brazos cruzados cuando se combaten y se insultan las di-vinas enseñanzas de la Iglesia. Como rector de la

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UNAMUNO

universidad, usted es responsable con su ejemplo de la educación espiritual de la juventud, de esa generación nueva...

UnamUno —(Interrumpiendo) ¡Los jóvenes deben combatir a la Iglesia y al catolicismo!

Cámara —(Enfurecido) ¡Haga usted el favor de salir de aquí!

UnamUno —(Levantándose) Buenas tardes (Sale sin dar un portazo).

Cámara —(Afectado, se pasa la mano por la cara. Toca la campanilla. Un segundo después entra un clérigo es-quelético) Toma nota. (El clérigo se sienta a la mesa junto a la ventana, toma la pluma y va escribiendo) “Excelentísimo señor don Antonio Maura, pre-sidente del consejo de ministros. Mi distinguido amigo”. Ahí pones un párrafo de cumplidos. Punto y aparte. “Esto va de mal en peor. El rector sigue esparciendo perniciosas y heréticas doctrinas. Se proclama protestante y anarquista y no acude a las funciones religiosas de la capilla de la univer-sidad. Y dice que quiere cristianizarse. La cabeza de este hombre está enferma. La universidad de Salamanca, hija de la Iglesia, se encuentra en un tristísimo estado. Solo usted nos puede favorecer en esta angustiosa vergüenza”. Afectísimo y ben-dición.

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Pollux Hernúñez

OSCURO

ProyeCCión:

1905. Unamuno publica Vida de Don Quijote y Sancho.1909. Huelga general y semana trágica de Barcelona como consecuencia del envío de tropas a Marruecos.

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IX

Pablo Iglesias

1910. Carretera de Zamora a las afueras de Salamanca. En el foro, decorado de lienzo intencionadamente pintado a la antigua. Representa el borde derecho de una carretera con árboles de trecho en trecho. Los más lejanos, a la iz-quierda, se mezclan con las primeras casas de Salamanca. Sobre ellas, la silueta de la catedral. Los bastidores de la izquierda representan el borde izquierdo de la carretera. Junto a los de la derecha, Fuente del Cántaro (cántaro in-clinado con un caño en la boca) y banco de piedra. Sentado en él, escribiendo en una libreta, Sánchez Rojas, escritor bohemio, antiguo alumno de Unamuno. Este y Pablo Igle-sias entran hablando por la izquierda. En el transcurso de la acción algún otro paseante atraviesa el escenario y dice “Buenas tardes”, a lo que ellos contestarán.

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UNAMUNO

Pablo igleSiaS —¡Literatura, literatura! Los escla-vizadores saben bien que mientras esté el esclavo cantando a la libertad, se consuela de su esclavitud y no piensa en romper sus cadenas.

UnamUno —De acuerdo. Plenamente de acuerdo. Esas mismas palabras las he dicho yo, pero...

SánChez rojaS —(Levanta la cabeza, ve a Unamuno y va a él) ¡Don Miguel! Oh, perdonen que les inte-rrumpa...

UnamUno —¿Qué tal, Sánchez? ¿Cómo le va?SánChez rojaS —Muy bien... Inspirándome un poco

en la naturaleza... A decir verdad, estaba esperán-dole a usted... Como suele venir por aquí a me-nudo... Pero ya veo que hoy está ocupado...

UnamUno —¿Sabe usted quién es este señor? Don Pablo Iglesias, que va a hablar esta tarde en la Casa del Pueblo.

SánChez rojaS —¿Usted es Pablo Iglesias? (Dándole la mano) Mucho gusto, mucho gusto. Sánchez Ro-jas, para servirle.

Pablo igleSiaS —El gusto es mío.SánChez rojaS —¿Y a qué hora es eso?Pablo igleSiaS —(A Unamuno) ¿A qué hora es?UnamUno —A las ocho, a las ocho.SánChez rojaS —Allí estaré... Y perdonen que les in-

terrumpiera... Ya le veré a usted otro día, don Mi-guel.

UnamUno —Pase a verme mañana.

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Pollux Hernúñez

SánChez rojaS —Adiós, adiós.Pablo igleSiaS —Adiós.UnamUno —(Mirándole marchar) Buen muchacho.

(Volviéndose a Pablo Iglesias) Bueno, pues lo que le decía, que estoy de acuerdo con usted en lo de la libertad, pero la libertad es algo más que la emanci-pación de la clase trabajadora.

Pablo igleSiaS —Pero es por ahí por donde hay que empezar. Esa es la única manera de llegar a conse-guir el poder político.

UnamUno —¿Y la libertad?Pablo igleSiaS —La libertad también. La libertad ga-

rantizada por un estado fuerte.UnamUno —¿El estado origen de la libertad? El es-

tado, dejándonos de camelos jurídicos, es el origen y la justificación de toda servidumbre, una legión de parásitos.

Pablo igleSiaS —No el estado socialista.UnamUno —Permítame que le diga que no lo creo. Lo

he creído durante años, he trabajado para su par-tido, he soñado con la victoria del proletariado, he escrito montones de artículos tratando de explicar las virtudes del socialismo científico y lo desastroso del capitalismo burgués, y sigo pensando que la regeneración de España necesita un partido socia-lista fuerte, sincero, que organice y rinda justicia a la clase trabajadora, pero, si eso funciona para los obreros, para mí no. Mi fondo es anarquista.

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UNAMUNO

Pablo igleSiaS —¡Anarquista!UnamUno —No la anarquía sectaria y dinamitera. La

que no acepta dogmas.Pablo igleSiaS —Un partido no puede existir sin que

todos sus miembros profesen fielmente sus princi-pios.

UnamUno —¿Es que un hombre consciente de su in-teligencia va a rendirse a eso que ustedes llaman disciplina de partido?

Pablo igleSiaS —¡Siempre! Es la única manera de triunfar.

UnamUno —De triunfar sobre el individuo. De socia-lizarlo. De uniformizarlo. De igualizarlo. Pero yo no quiero ser igual a nadie. Yo soy único. No hay otro yo en el mundo. Mi libertad, la mía, está por encima de todas las disciplinas. Yo soy mi partido. Cada individuo quiere su propia libertad (Se sienta en el banco).

Pablo igleSiaS —Eso ya lo sabemos. Es precisamente esa libertad de ser uno dentro de una comunidad organizada sobre la justicia lo que el estado socia-lista pretende conseguir y asegurar. La disciplina ideológica no será más que un compromiso a cam-bio del cual el individuo recibirá con toda suerte de garantías los medios para realizarse como quiera dentro de la sociedad.

UnamUno —Pero, teniendo en cuenta la diversidad humana, si usted hace socialistas a todos los ciuda-danos, ¿cómo podrá usted decir que cada cual se

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Pollux Hernúñez

realizará libremente? Si el principio rector es uno, solo habrá una manera de ver las cosas.

Pablo igleSiaS —No, no, no. En nuestro estado no habrá principio rector, pues la administración no será privilegio ideológico o político de un grupo de ciudadanos, sino la expresión autorizada de la opinión participadora de toda la sociedad. No ha-brá partidos, puesto que el conflicto social se habrá zanjado.

UnamUno —Yo creo que siempre habrá dos partidos, el de los ricos y el de los pobres, que son irrecon-ciliables y, desgraciadamente, necesarios. Los ricos necesitan explotar a los pobres, y los pobres envi-diar a los ricos.

Pablo igleSiaS —¡A eso no me resigno yo! Eso es un mito zarzuelero y vulgar que nos hemos acostum-brado a aceptar y repetir como si fuera verdadero, pero que el socialismo se encargará de destruir (Se sienta).

UnamUno —Sigo creyendo que hay algo de más valor en la vida que la simple conquista de la justicia so-cial.

Pablo igleSiaS —¿Pues no ha dicho usted en alguna parte que el mayor delito del hombre es haber na-cido pobre?

UnamUno —Yo he dicho muchas cosas. Lo que le es-toy diciendo ahora es que sobre la conquista de la justicia social está la de la justicia individual.

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UNAMUNO

Pablo igleSiaS —Para los señoritos que tienen tiempo de sobra, tal vez. Para un trabajador, lo primero es que le paguen justamente su trabajo.

UnamUno —¿Ha oído usted hablar de Eróstrato?Pablo igleSiaS —No.UnamUno —Este señor, hace ya más de dos mil años,

el día que nació Alejandro Magno, incendió el tem-plo de Diana en Éfeso con el único propósito de que su nombre pasara a la posteridad. Las autorida-des prohibieron terminantemente que su nombre se pronunciara, pero toda la historia ha venido repi-tiéndolo y se puede decir que Eróstrato se salió con la suya. Su nombre es eterno.

Pablo igleSiaS —Y a usted le atrae ese anarquista, claro.

UnamUno —Mucho. En realidad fue mucho menos pernicioso para la sociedad de su tiempo que Ale-jandro Magno, que, queriendo cambiarla, quitó la vida a todo el que se le puso por delante, como Cé-sar o como Napoleón.

Pablo igleSiaS —¿Y usted cree que trascender, per-durar, vivir en la memoria de las generaciones futu-ras vale más que recibir la comprensión y el agrade-cimiento de sus contemporáneos?

UnamUno —No. Lo que yo quiero es perdurar por ha-ber hecho algo, algo constructivo.

Pablo igleSiaS —Como todo el mundo.UnamUno —No. La mayor parte de la gente no se

preocupa más que del presente.

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Pollux Hernúñez

Pablo igleSiaS —Y hace bien. A mí me parece una aberración querer inmortalizarse. Una vez que se muera, ¿qué más le dará que se hable bien o mal de usted, si no podrá sentirlo? ¿Por qué preocuparse de la posteridad y no del presente, de la vida a nuestro alrededor, de la gente que tiene los mismos proble-mas cotidianos que nosotros?

UnamUno —Porque la muerte es una injusticia.Pablo igleSiaS —No, cuando se sabe que es inevita-

ble.UnamUno —Pero se evita cuando se vive en el re-

cuerdo de los que vienen detrás.Pablo igleSiaS —No. Eso es pura imaginación. Y de

todos modos, ¿cree usted que su memoria, haga us-ted lo que haga en este mundo, llegará a muchos? A ese Eróstrato no creo yo que lo conozca mucha gente.

UnamUno —Tal vez no sea cuestión de número.

OSCURO

ProyeCCión:

1912. España y Francia se reparten Marruecos. Ase-sinato del presidente del gobierno, el liberal Canalejas.1914. Primera guerra mundial. España se declara neutral.

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X

Plaza Mayor

1914. Soportales de la Plaza Mayor de Salamanca. Delante de los arcos de la mitad derecha, terraza de café: veladores, sillas de mimbre, toldo. Al fondo, tras los ar-cos, ventanal y puerta vidriera del café, por donde entra y sale el camarero de vez en cuando. Sobre la cara interior de la columna del primer arco de la izquierda, pizarrón del periódico El Adelanto con estos avances de últimas no-ticias en tiza: “El ejército alemán sigue avanzando en la Lorena”. “El Japón declara la guerra a Alemania”. Entre este arco y la terraza, limpiabotas con cliente. En el velador de la izquierda, el cacique local Martín Veloz y dos amigos; en otro, un militar leyendo el periódico; en un tercero, cua-tro viejos jugando al dominó; en el de la derecha, un joven con gafas escribiendo en unas cuartillas. Transeúntes.

martín veloz —Que no, hombre, que no. Que al fi-nal entramos en la guerra.

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UNAMUNO

amigo i —¿Usted cree?martín veloz —Se lo digo yo. Dato dirá lo que

quiera, pero entramos, vaya que si entramos. ¿Cómo vamos a ser neutrales cuando se está ju-gando el futuro de Europa? ¿Qué digo de Europa? ¡Del mundo entero!

amigo i —Bueno, bueno, no exagere usted, don Diego...

martín veloz —¿Que exagero? Pero vamos a ver, se-ñor mío: ¿Dónde está esto? (Golpeándose la sien con el junquillo, que no suelta de la mano) ¡En Alemania! En el centro de Europa. ¿Cuándo ha sido España grande? Cuando hemos tenido un emperador ale-mán. La inteligencia alemana y los cojones españo-les, amigo mío, ahí está el futuro.

amigo ii —Sí, pero los aliados...martín veloz —¿Pero qué dice usted, hombre, qué

dice usted? Para eso es mejor que se calle. Los aliados, los aliados... Los franchutes ya están en el bote. Los rusos, unos muertos de hambre que cae-rán como moscas...

amigo i —Pero los ingleses...martín veloz —¿Los ingleses? A esos no hay quien

los salve esta vez. En cuanto les cojamos Gibraltar, los ahogamos. Las van a pagar todas juntas.

amigo i —¿Y si los Estados Unidos intervienen?

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Pollux Hernúñez

martín veloz —¡Que intervengan! Así les sacudire-mos la badana por lo de Cuba. Usted no sabe lo que son los alemanes. (Al militar) ¿A que sí, mi capitán?

militar —(Levantando los ojos del periódico y volvién-dose) ¿Diga?

martín veloz —Dígales usted a estos señores cómo les vamos a poner a los yanquis si se les ocurre meter las narices en Europa. (Interrumpiéndose) ¡Hombre! Ahí está Dionisio con las últimas noti-cias. (Entrando por la derecha ha llegado hasta el pi-zarrón el cojo Dionisio, corrector de El Adelanto, que borra lo que hay escrito y se pone a copiar algo que trae en un papel) ¿Qué hay de nuevo, Dionisio? (Dioni-sio escribe: “Victoria de los alemanes sobre los rusos en Tannenberg”) ¿Qué? ¿Qué les decía? Victoria de los alemanes sobre los rusos en Tannenberg. No hay quien nos pare. ¡Tralla, tralla!

amigo ii —¿Dónde está Tannenberg?martín veloz —(Lee lo que Dionisio sigue escri-

biendo) “Don Miguel de Unamuno... des-ti-tu-i-do... co-mo... rec-tor” (Alegremente sorprendido) ¡Unamuno destituido! ¿Qué es eso? (Se levanta y va al pizarrón seguido de todos los demás personajes) ¿Qué es eso, Dionisio?

dioniSio —Pues que el ministro lo ha destituido.martín veloz —¿Por qué?dioniSio —El telegrama no lo dice.

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UNAMUNO

martín veloz —¡Ja, ja, ja! ¿Qué habrá hecho ahora ese charlatán? (A Dionisio) ¿No será una broma?

dioniSio —Léalo en el papel cuando lo saquemos (Sale).

martín veloz —Ya era hora de que le cortaran los vuelos al señor (Con retintín) inteligente.

joven —¿A usted no le parece un hombre inteligente? (Se vuelve a su velador).

martín veloz —Yo tengo un burro en la dehesa y le he bautizado “Unamuno”. ¡Ja, ja, ja, ja!

amigo i —¿Por qué habrá sido?martín veloz —Es un aliadófilo, un afrancesado, un

masón. A ver si nos lo sacan de una vez de Sala-manca... El gobierno se ha dado cuenta de que hay que limpiar la casa antes de lanzarnos a Europa. Esto es buena señal. ¿A que sí, mi capitán?

OSCURO

ProyeCCión:

1915. La economía en auge gracias a la guerra euro-pea.1918. Gobierno nacional de Maura.1919. Jornada laboral de ocho horas.

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XI

Lucifer

Ciclorama blanco iluminado de naranja claro que, des-tiñéndose, llega al azul hacia la parte superior del foro. Luz cenital plateada y uniforme, pero no muy intensa. Escena-rio vacío. De izquierda a derecha, Unamuno, descalzo, en pijama, retrocede ante la figura imponente de Lucifer. Este Lucifer no es el consabido demonio de teatro, feo, rabudo y tridentino, sino un joven hermoso vestido de héroe barroco, con colosales, majestuosas y aterciopeladas alas de murcié-lago. El figurinista se inspirará en el Satanás de Doré para el Paraíso perdido de Milton, libro IV 73/74.

UnamUno —¡Vade retro, Satanás! ¡Vade retro!lUCifer —¡Ja, ja, ja, ja! ¿Tampoco crees en mí?UnamUno —(Cubriéndose los ojos) ¡No! ¡No! ¡No!lUCifer —Pues yo sí existo. Reconócete de los míos

o te atormentaré cada noche con la culpa de tu cri-men.

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UNAMUNO

UnamUno —¡No! ¡No! ¡Fantasma! ¡Fantasma!lUCifer —¡Lucifer! ¡Lucifer! ¡Mírame!UnamUno —(Saca un crucifijo y para a Lucifer, que vuelve

la cabeza). ¡Vade retro! ¡Vade retro!lUCifer —¿Crees todavía en eso?UnamUno —¡Ni Cristo ni Anticristo! ¡Cabezas del

mismo monstruo!lUCifer —Suéltalo, entonces.UnamUno —¡No! ¡No!lUCifer —¿Y crees que eso te librará de mí? Todos

los demonios somos hermanos, que las entrañas del mundo son nuestra común morada. Ese signo igno-minioso que tienes en la mano a mí me paraliza, pero yo no soy más que un brazo del mal, y el mal es incontenible, invencible y eterno. Demonios de la Grecia pagana que bien conoces te atormenta-rán: mis hermanas del infierno, hijas de la sangre de Saturno, torturadoras de Orestes y Alcmeón. (Acercándose al escotillón) ¡Subid, furias, hijas de la noche! ¡Alecto, Tisífone, Megera! Abrasad con vuestro fuego la conciencia de este parricida sacrí-lego y soberbio.

Se abre el escotillón entre humo y llamaradas y suben gritando del foso las tres furias de máscaras horribles y ca-belleras de culebras, vestidas de sedas sucias y desgarradas, agitando sus alas negras y llevando en las manos ensan-

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Pollux Hernúñez

grentadas un látigo (derecha) y una antorcha (izquierda). Corren alrededor de Unamuno profiriendo gritos horríso-nos, agitando las antorchas delante de sus ojos y haciendo restallar los látigos. Él trata de resistir, pero en vano blande el crucifijo. Se cubre los ojos. Gira alocado.

UnamUno —¡Que paren! ¡Que se callen! ¡Lucifer! ¡Lucifer!

lUCifer —¡Písalo!UnamUno —¡No! ¡No! ¡Parad! ¡Parad! ¡Misericordia!lUCifer —¡Písalo!UnamUno —(Tira el crucifijo hacia el lateral derecho) Ya

está. ¡Que paren! ¡Que paren!lUCifer —(Vuelve a mirar a Unamuno) ¡Arrodíllate!

(Unamuno obedece) ¡Alto, hermanas! Volved a las imperiales regiones de la tiniebla. (Desaparecen las furias por el escotillón) Ven.

UnamUno —(Yendo a gatas hacia Lucifer) Piedad...lUCifer —Mataste al hijo de su padre.UnamUno —Y estoy lleno de él. Soy inmortal.lUCifer —No. Lo comiste muerto. Comiste carroña.

Para ser inmortal tienes que pactar conmigo.UnamUno —¡Nunca!lUCifer —Reconozco esa soberbia. Tú eres de los

míos. También yo preferí reinar en el infierno que servir en el cielo.

UnamUno —¿Qué quieres?

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UNAMUNO

lUCifer —Elige: la paz de conciencia y la gloria per-durable en este mundo a cambio de tu alma, o la constante certidumbre de que, siendo sombra de la nada sobre la tierra, te disolverás cual sombra en la nada.

UnamUno —¿Y el cielo?lUCifer —Tú sabes bien que para ti ya no hay más

cielo que el de tu vida. Tú mismo has quemado el otro.

UnamUno —¿Pero de qué me servirá ganar el mundo si pierdo mi alma?

lUCifer —¿Y de qué te servirá ganar tu alma si pier-des el mundo?

UnamUno —¡Yo no soy Fausto! ¡Soy Unamuno! ¡Es-toy vivo! ¡Esto no es una comedia!

lUCifer —Elige: la paz de conciencia y la gloria terre-nal o la nada eterna.

UnamUno —Entonces, ¡al infierno! Lo peor es no ser.lUCifer —Levántate. (Unamuno obedece) La sed de

inmortalidad ha levantado las pirámides y la Es-finge, que son eternas. Que tu memoria sobre la tierra y entre los hombres dure hasta que el último rayo de sol acaricie los ojos de la Esfinge (Va a salir por la izquierda).

UnamUno —(Hacia el público) Pero, si me hago eterno sin el otro, ¿por qué he de necesitarte a ti?

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Pollux Hernúñez

lUCifer —(Volviéndose) Tú has creído en él porque, negándolo, te condenabas. Conmigo no te enga-ñes. A mí no puedes matarme. ¡Ja, ja, ja, ja!

UnamUno —¡Te negaré!lUCifer—Las furias te despellejarán la conciencia.

¡Ja, ja, ja, ja!

Sale. Sus carcajadas, cada vez a más volumen, multi-plicándose, continúan oyéndose a través de altavoces. Una-muno se tapa los oídos. De pronto, silencio y disminuye la luz. Solo se ve a Unamuno, que llora. Comienza a andar lenta, torpemente. La luz le sigue. Cae, continúa a gatas. Llega a Concha, que ha entrado en la sombra y se ha tum-bado cerca del lateral como si durmiera. Ahora se yergue, toma contra el pecho la cabeza de Unamuno, que solloza, y le dice: “¿Qué tienes, hijo mío?”

OSCURO

ProyeCCión

1921. Eduardo Dato, presidente del gobierno, es ase-sinado.Diez mil soldados españoles mueren en Annual, Ma-rruecos.

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XII

Palacio Real

1922. Palacio Real de Madrid. Salón versallescamente decorado. En el lateral izquierdo, gran ventana con corti-najes de raso; en el derecho, gran puerta doble guardada por un criado con cabeza de caballo. En el foro izquierda, chi-menea; en el centro, gran cuadro o tapiz con escena hípica. A la derecha, cómoda con candelabro y jarrón. Molduras, dorados, espejos, araña de cristal. En el ángulo izquierdo del proscenio, gran caballito de cartón que se balancea pláci-damente durante todo el cuadro. En el centro del escenario, sofá y sillones chippendale, mesita larga con cigarrera. En el extremo izquierdo del sofá, Alfonso Xiii en uniforme de general de campaña fumando delicadamente en larguísima boquilla. Habla de una manera ligeramente cursi. Sentado frente a él, de perfil al público, Unamuno con el sombrero en las manos.

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UNAMUNO

UnamUno —No, no. Para mí lo que importa es la li-bertad del individuo y, como usted comprenderá... (Corrigiéndose) quiero decir, como vuestra majestad comprenderá... Disculpe vuestra majestad: ¿le mo-lesta a vuestra majestad que le diga “usted” en vez de “majestad”?

alfonSo Xiii —Por supuesto que no. Yo también me siento más cómodo.

UnamUno —Gracias. Antes de entrar, el conde me ha reprochado que esta indumentaria cotidiana mía no es la apropiada para presentarme ante usted y creo que estoy un poco fuera de lugar. Pero, como le he dicho al conde, no soy yo quien ha solicitado esta entrevista ni creo que el atuendo tenga por qué entorpecerla.

alfonSo Xiii—Desde luego que no. Romanones es un tradicionalista. A mí me gusta que me hable us-ted así, a la llana. Usted no imagina quizá lo que es vivir todo el día, toda la vida, en el artificio del pro-tocolo y las palabras en almíbar. Yo también quiero creer en la libertad del individuo, que usted decía. Pero si yo, siendo rey, no soy libre, me pregunto si la libertad es posible.

UnamUno —Claro que lo es. Usted no es libre porque usted no ha elegido ser rey; se lo ha impuesto la tradición. Se es libre cuando se hace lo que se ha elegido hacer.

alfonSo Xiii —¿Debe uno entonces combatir la tra-dición para ser libre?

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Pollux Hernúñez

UnamUno —Con toda el alma. Hasta encontrarse.alfonSo Xiii —(Sonriendo) Está usted diciéndome

que abdique si quiero ser libre, o que siga esclavo de la corona. ¿No ve usted que eso sería comba-tirme a mí mismo? Yo soy la tradición.

UnamUno —No. Usted será la tradición de los espa-ñoles, de algunos españoles, pero usted no es la tradición de sí mismo. No tiene por qué morir rey. Como individuo puede ser otras cosas.

alfonSo Xiii —Se equivoca. Un rey lo es incluso sin trono. Créame si le digo que tengo el presenti-miento de que moriré sin corona, pero créame tam-bién si añado que me veré arrastrado a resistirlo, a hacer todo lo que pueda por evitarlo aun sabién-dolo inevitable. Trágico... cornélien... ¿no le parece?

UnamUno —Calderoniano, calderoniano.alfonSo Xiii —(Se levanta. Unamuno hace ademán de

levantarse) No, no; no se mueva, siga sentado. (Se pasea lentamente hasta la ventana) ¿Cree usted que yo soy un buen rey?

UnamUno — Según los apologistas de la monarquía, el rey es el modelo de la conducta de sus súbdi-tos. Si el rey no es libre, ¿cómo lo serán ellos? Si los súbditos no son libres, no estarán contentos y, si no están contentos, tratarán de estarlo: combatirán la tradición.

alfonSo Xiii —(Volviéndose a Unamuno) Me comba-tirán. Me arrebatarán la soberanía. ¡Viva la repú-blica!

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UnamUno —(Tras una pausa) A decir verdad, yo creo que el pueblo no es realmente soberano más que en los motines y revueltas. Pero eso no importa. Lo importante no es que sea libre, sino que lo crea. Creer es ser.

alfonSo Xiii —(Sonriendo como quien va a decir una mentira) Yo también he leído a Maquiavelo... Que lo crea, que lo crea... ¿Y usted? ¿Lo cree?

UnamUno —Sinceramente, yo solo creo en el poder que arranca del pueblo. Si yo fuese rey, por instinto de propia libertad, me sometería a la soberanía po-pular y sería un servidor del pueblo.

alfonSo Xiii —Pero un monarca constitucional es un rey del pueblo.

UnamUno —No. Eso es la teoría. Un rey constitucio-nal se impone siempre al pueblo. Por eso se le cons-titucionaliza. El pueblo no lo ha elegido a usted.

alfonSo Xiii —¿Pero si el pueblo lo cree?UnamUno —Ya no. Ha perdido la fe.alfonSo Xiii —Incrédulos... ¿Qué quieren? ¿Mila-

gros?UnamUno —La administración del estado, y sobre

todo la de la justicia, deja mucho que desear. Las Cortes no tienen ningún poder, la guerra de Ma-rruecos está agotando la paciencia del pueblo que allí muere, todavía no se ha liquidado lo injusto e ilegal de la represión del diecisiete, cada día la co-rrupción...

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Pollux Hernúñez

alfonSo Xiii —(Interrumpiéndole) Tal vez estoy ro-deado de consejeros inútiles.

UnamUno —Creo que son demasiado... útiles. Yo llevo esperando seis años a que se me explique por qué se me destituyó del rectorado.

alfonSo Xiii —(Empieza a perder la calma) ¿Se que-jará usted, que ha sido indultado después de haber llenado los periódicos con injurias a mi persona?

UnamUno —No me quejo de nada. Usted sabe muy bien que si se me condenó a dieciséis años de cárcel fue precisamente para aplicarme un renco-roso y vengativo y humillante indulto. Eso no fue magnanimidad real, sino una zurda maniobra de propaganda, como muchas otras que emanan de la corona.

alfonSo Xiii —(Afectando lástima de sí mismo) Cuando mis iniciativas salen mal, me lo reprochan; cuando salen bien, se las atribuyen a mis consejeros.

UnamUno —Lo mejor es no tener iniciativas... cuando se es rey constitucional.

alfonSo Xiii —¡Un rey debe reinar!UnamUno —¡Y un pueblo liberarse!alfonSo Xiii —¡Muy bien! Sigan usted y el pueblo

con sus sueños de liberación, pero le aseguro que se acabaron los ultrajes a la corona. ¡Podré ser rey destronado, pero no tronado!

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ProyeCCión:

1923. Golpe de estado de Primo de Rivera, que ins-taura una dictadura militar con el asenso del rey.1924. “Acordado por el Directorio militar el destierro de don Miguel de Unamuno, Su Majestad el Rey, que Dios guarde, se ha servido disponer: Primero: Que el re-ferido señor cese en los cargos de vicerrector y catedrático de la universidad de Salamanca. Segundo: Que queda suspenso de empleo y sueldo en dicha universidad”.

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XIII

Fuerteventura

1924. Playa de Fuerteventura. Cámara blanca ilumi-nada de azul sobre todo el foro. Olas agitándose en la parte inferior. Mucha luz blanca sobre el escenario. A la derecha, unos peñascos. Junto a ellos, recostado, Unamuno en cal-zón largo blanco y un guardia civil sentado.

gUardia —(Acento canario) Escuche esta, escuche esta... (Canta sobre un aire de isa)

¿Cuándo querrá Dios del cieloque la tortilla se vuelva:que los pobres coman pany los ricos coman mierda?

¿Qué? ¿Qué le parece?UnamUno —Muy buena, muy buena... La música

también... Pero lo bueno sería que todo el mundo comiera pan y que nadie se viera obligado a co-mer...

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UNAMUNO

gUardia —Nada, nada, usted no entiende. Escuche, que le voy a echar otra más clara todavía. (Extiende la mano y levanta la cabeza para empezar a cantar, pero se interrumpe sorprendido por algo que ve hacia el lateral izquierdo) ¿Qué es aquello?

Unamuno se vuelve y mira hacia la izquierda. Unos segundos depués entra fatigosamente Dumay con un gran bolso de señora en una mano y sosteniendo en la otra una enorme sombrilla multicolor con la que protege del sol a la decrépita Madame Ménard-Dorian arropada en un mode-lito parisino y abanicándose, seguidos los dos de otro guar-dia civil que trae una silla en la mano. Tiene que haber algo de surrealista en esta escena.

dUmay —(Con un pronunciadísimo y ridículo acento fran-cés y agitando la sombrilla) ¡Buen día, monsieur Una-muno! (Se acerca a Unamuno, que se ha erguido hasta quedar de rodillas, deja el bolso en la arena, le estrecha la mano) ¿Cómo va usted, monsieur Unamuno?

UnamUno —Muy bien, ¿Y usted?dUmay —(Sacando un pañuelo blanco y enjugándose el

sudor) ¡Que hace calor aquí, monsieur Unamuno! (Se da cuenta de que Unamuno y Madame no se conocen) ¡Oh, excúseme! Lo presento a Madame Ménard-Dorian (Reverencia), monsieur Unamuno. Monsieur

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Pollux Hernúñez

Unamuno, esta es Madame Ménard-Dorian (Reve-rencia).

UnamUno —(Se pone de pie y saluda a Madame) Mis respetos, señora.

madame —An-can-ta-da.dUmay —Y yo soy monsieur Dumay, monsieur Una-

muno (Vuelve a estrecharle la mano).UnamUno —Mucho gusto.dUmay —(Al segundo guardia civil, que esperaba inmó-

vil) La silla, monsieur, por favor, la silla. (El guardia acerca la silla y Madame se sienta) Muchas gracias, monsieur, muchas gracias. (El guardia va hacia su compañero y se sienta a su lado, espectadores curiosos los dos de lo que pasa) Monsieur Unamuno: no tenemos tiempo a perder. Le explico por qué estamos aquí. Seré breve. (Se aclara la voz) Sin duda usted ha oído hablar de Madame Ménard-Dorian. (Reverencia), la renombrada filántropa francesa cuyo salón parisién frecuentan las más prestigiosas personalidades de la sociedad progresista y liberal de nuestro país y del mundo entero, monsieur Unamuno. Gracias a la magnanimidad y generosidad de Madame Ménard-Dorian (Reverencia), yo, con perdón, soy el editor de Le Quotidien de París, el diario más avanzado, esclarecido y popular de toda la Francia, monsieur Unamuno. Madame Ménard-Dorian (Reverencia) no puede tolerar que un hombre como usted, libe-ral, honrado, inteligente, vasco y vegetariano sufra

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UNAMUNO

la humillante esclavitud del exilio, y está dispuesta a devolverle a usted la libertad que la dictadura cruel y crapulosa le ha arrebatado, monsieur Una-muno. Y yo estoy dispuesto a publicar en mi perió-dico una serie de artículos narrando todas las peri-pecias de su liberación, que podrá redactar usted mismo, monsieur Unamuno. Toda la Francia, todo el mundo conocerá la aventura de su salvación, el gesto heroico de la Francia republicana tendiendo la mano al más insigne de sus camaradas españoles, monsieur Unamuno.

UnamUno —(Atónito hasta aquí, mira a los guardias para cerciorarse de que está despierto) ¿Quiere usted decir que vienen a rescatarme?

dUmay —Sí, monsieur Unamuno. Imagine usted la cara que pondrá el dictador, ji, ji. (Saca una libretita) Ya está todo planeado, monsieur Unamuno. Escu-che: Madame Ménard-Dorian (Reverencia) ha com-prado un barco en Marsella, el Aiglon, que fondeará ahí enfrente una de las noches de la semana que viene y hará señales con una lucecita, dos largas y una corta, dos largas y una corta, dos largas y una corta, monsieur Unamuno. Usted tiene que estar preparado y remar hasta el barco en un bote, mon-sieur Unamuno. Recuerde: dos largas y una corta, dos largas y una corta. Le llevaremos a Madeira y luego a Francia. ¡A París, monsieur Unamuno!

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Pollux Hernúñez

UnamUno —(A los guardias) ¿Ustedes, qué dicen?gUardia i —Que le vamos a echar a usted de menos.

OSCURO

ProyeCCión:

El 9 de julio de 1924 Unamuno se fuga a Las Palmas, donde se entera de que el directorio militar acaba de am-nistiarlo. Pero él decide prolongar su destierro y sigue el plan de Dumay.

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XIV

París

1925. Café La Rotonde. Rincón de los exiliados espa-ñoles. El vértice del rincón coincide con el centro del foro y las paredes llegan, la de la derecha hasta casi el ángulo del proscenio, la de la izquierda hasta la mitad del tercio izquierda del escenario, desde donde se prolonga hasta el lateral. En la de la derecha, marina y gran luna con este cartel: “École des Beaux-Arts. Grande exposition de pein-ture. Du 6 au 20 janvier. Trois groupes”. Sigue una serie de nombres ilegibles. En la pared de la izquierda, ventanales con visillos sobre barras de latón a media altura. Banco corrido a lo largo de las dos paredes. Delante de los ban-cos, tres mesas largas con tazas de café, algunos papeles y un periódico, dos de ellas paralelas al banco derecho, una al izquierdo. Delante de las mesas, cuatro sillas. En el ex-tremo izquierdo del proscenio, perchero. En el banco, de iz-quierda a derecha, Armengot, Eduardo Ortega, Unamuno, Santiago Alba, Macià, Marcelino Domingo, Blasco Ibáñez

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UNAMUNO

y Andrés Nin. En las sillas, más o menos de espaldas al pú-blico, Esplà, César Vallejo, Maurín y Corpus Barga. Casi todos fuman excepto Unamuno y Blasco Ibáñez. El traje de este es evidentemente caro; el de César Vallejo, pobre.

todoS —(Aplausos) ¡Muy bien! ¡Otro! ¡Otro!UnamUno —(Revolviendo unas cuartillas que tiene en la

mano) A ver... a ver... Aquí, aquí tengo otro contra esos socialistas que se han vendido a los militares y al rey. “Porque era forzoso atemperarse a la reali-dad”, según me decía uno en una carta: Liberales de España, pordioseros:“La realidad —decís— se nos impone”;pero esa realidad, Dios os perdone,es la majada de que sois carneros.Como estáis solos, ¡oh legión de ceros!no valéis nada, ni hay quien eslabonevuestra cadena ni el cantar entoneque hace mover el remo a los remeros.Liberales de España, cortesanosno de la espada, de la teresiana,comprendo al fin que no sois mis hermanos...Echáis la siesta con heroica gana,guardáis la lengua en las temblonas manosy dais al esquileo vuestra lana.

nin —(Aplaudiendo con algún otro) ¡Muy bueno, don Miguel, muy bueno!

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ortega —Pero no hay que exagerar, don Miguel. Si no vamos a poder contar ni con los socialistas, no sé cómo vamos a volver nosotros a España.

UnamUno —Yo fui socialista y gran amigo de Pablo Iglesias, de manera que sé bien lo que el socialismo quiere y debería ser. Pero, sea porque lo impidan los militares como ahora, o por nuestra propia falta de nobleza espiritual, lo que sí sé es que el socia-lismo no triunfará nunca en España sin que se des-virtúe, que es lo mismo que no triunfar.

domingo —Bueno, de lo que se trata ahora es de hundir a la dictadura y a la monarquía. Luego ya veremos.

blaSCo ibáñez —Veremos la República.maCià —(Acento catalán) Veremos la federación de re-

públicas españolas.UnamUno —Yo no sé qué veremos, pero me parece

que nada se hará si se olvidan los valores del espí-ritu.

blaSCo ibáñez —Y los de la carne.vallejo —(A Unamuno) ¿Cree usted en Dios?UnamUno —Tendrá que decirme primero qué en-

tiende usted por “creer” y por “Dios”.vallejo —Para mí creer es...eSPlà —¡Hombre! Ahí llega Fabián.fabián —(Entrando por la izquierda con gran carpeta de

artista bajo el brazo. Acento caló) ¡A las buenas tar-des, señores!

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UNAMUNO

eSPlà —Buenas tardes, Fabián.fabián, —Buenas tardes, chiquiyo. Buenas tardes.otroS —Buenas tardes.eSPlà —¿Qué tal te va, hombre? Que ya hace mucho

que no te dejas ver el pelo...fabián —Ya ves, con la pintura a cuestas.eSPlà —(Hacia los del banco de la derecha) Este es Fa-

bián. El gitano más simpático de España. ¿No lo conocen? (Se levanta para ir señalando a los contertu-lios, que van haciendo ademanes, sonriendo o diciendo “¿Qué tal?”) Mira, Fabián: este es Armengot. A Or-tega y Unamuno ya los conoces. Alba, Macià, Mar-celino Domingo, Blasco Ibáñez, a estos también, y este es César Vallejo.

fabián —Vaya, que estamos en buena compañía. Mis respetos a todos (Abre la carpeta para sacar un car-tel).

eSPlà —Aquí el amigo Fabián es un artista de los nuestros. Lo encarceló la guardia civil por pintar a Jesucristo.

fabián —¿Queréis verlo? Me lo quitaron en España, pero lo he vuelto a pintar. (Saca de la carpeta un pliego enorme doblado en cuatro donde se ve a Cristo con cara de gitano atado a la columna y flagelado por dos guardias civiles) ¿Qué os parece? Los dos civilones dándole al nazareno...

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Pollux Hernúñez

nin —(Aplaudiendo) Muy bueno, Fabián, muy bueno (Otras muestras de aprobación según se lo van pa-sando).

fabián —No domino bien la luz, pero aquí estoy aprendiendo mucho.

eSPlà —¿Y qué es de tu vida?fabián —Pues ya ves, poniendo carteles. (Mostrando

el cartel que ha sacado, donde se lee: “Galerie La Re-naissance. Peintures de M. P. Picasso” seguido de unas líneas ilegibles) Ahora voy a ver a Picasso, que ex-pone esto en San Yermán. Ese sí que sabe, el tío. (Pega el cartel al lado del otro, en la luna) Oye, ¿y por qué no os venís a verlo?

ortega —¿Cuándo?fabián —Ahora mismo. El vernisaje es dentro de un

rato. Hay copas (Recoge el pliego).blaSCo ibáñez —¿Está lejos?fabián —Nada. Cosa de diez minutos. Venga, ani-

marse.blaSCo ibáñez —Yo voy. Este humo me está ma-

tando.maCià —Yo también (A Domingo) ¿Te quedas?domingo —Vamos allá.ortega —(Levantándose) Vamos todos.vallejo —Vamos, vamos.UnamUno —Yo me quedo.fabián —Como quiera. Ya le contaremos. Adiós.

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Levantándose, cada cual coge sus papeles, abrigo o sombrero y van saliendo y diciendo “Adiós” o “Hasta mañana”. Unamuno toma una cuartilla y se pone a hacer una pajarita. La luz disminuye hasta reducirse a un círculo azul que lo envuelve. Se oye una musette lejana. Luego la voz en off de Unamuno susurrante, monótona, cansada, jadeante casi.

off —Majaderos... majadero... el aplauso... el orgu-llo... la revolución... la mía... la envidia... me ahogo... París... ¿qué farsa! Comediante, comediante... la careta... no poder arrancarla... me confesé siempre en público... sinceridad... retórica... redentor... co-barde... yo... yo... ¿quién soy yo? ¿el que soy? ¿el que creo ser? ¿el que los otros me creen? ¿el que quiero ser? Soy cuatro... llevo dentro cuatro Unamunos... cuatro monstruos... en lucha... a muerte... me devo-ran... me devoran... me devoro a mí mismo... a mi ayer... Saturno... Goya... ¡Nobleza espiritual! Para morir... ¿volver a casa? Para ahogarme... estrangu-larme entre ellos... y ese Dios que no sufre... que no tiene doble... fórmula mágica que repito... para conjurarlo... sabiendo que no... que no existe... existir... Don Quijote... existir... ser... ser... ya soy... ya no puedo ser... no ser... no ser... no poder ser... y no saber... no saber... nada... nada... el Sena... el Sena... un segundo... acabar... acabar... mamá... Sa-lamanca... mamá... mamá...

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Pollux Hernúñez

La luz ha ido disminuyendo hasta el

OSCURO

ProyeCCión:

1925. Participación civil en el gobierno del directorio.Unamuno escribe La agonía del cristrianismo.Para estar más cerca de España se establece en Hen-daya.

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XV

Hendaya

1928. Sala en el piso superior de la casa que habita Unamuno en Hendaya. A la izquierda, en primer término, mesita de trabajo con libros y papeles. Detrás, barandilla de madera de la escalera que conduce al piso bajo. En el foro derecha, ventana con cortinas a cuadros recogidas en la parte inferior de manera que se vea un paisaje vasco de montañas verdes y cielo grisáceo. Entre la ventana y la es-calera, adosado a la pared, perchero con abrigos, sombre-ros, bufanda, paraguas. Debajo, maleta, maletín, bolsos de viaje. En el lateral derecho, arcón con un tapiz encima. En el centro, gran mesa de pino con mantel a cuadros y restos de la comida que terminó hace rato. Sentados alrededor de ella, Unamuno —a la izquierda—, Concha —a la dere-cha— y tres de sus hijos, una hembra y un varón en frente, otro varón de espaldas. Estos tres permanecen práctica-mente inmóviles durante la mayor parte del cuadro.

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UnamUno —(Alegre, tratando de olvidar la inminente despedida) Y escuchad lo que he dedicado a ese botarate de Primo de Rivera (Va a la mesita de la izquierda, saca unas cuartillas del cajón y vuelve a la mesa. De pie).

Doctor Primo de Rivera...Doctor desde que aquellos babosos de Salamanca le hicieron honoris causa...

Doctor Primo de Riveray Orbaneja, general,¿no se te cae de vergüenzacon la cara el antifaz?Con orugas campesinascriadas en muladary cucarachas urbanashijas de la oscuridad,de un retrete absolutistate has hecho partido real.Que al ser tu majaderíaabsoluta en general,le añade la amena graciade ser constitucional.Cuando llamas a la patriamadre, ¿qué quieres llamar?Porque hay la madre del vinoque es tu madre natural.

Y esto para el rey:

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Pollux Hernúñez

Rey Alfonso, rey Alfonso,engendrado en agonía,agónica a nuestra Españamantienes con tu injusticia.Rey Alfonso, rey Alfonso,rebojo de dinastía,desecho de los Habsburgos,los de quijada fatídica.A tus fieles consejerosdifamaste con mentiras,palacio de la injusticiahiciste de tu guarida.Te rechinaban los dientespor dentro de la sonrisade esa tu boca entornadaque aire de tumba respira.Rey Alfonso, rey Alfonso,hay un dios que nada olvida,que te conoce el linaje...

ConCha —(Interrumpiendo) Y luego te quejarás de que te quitaran la cátedra, de que te metieran en la cárcel la última vez que vine a verte, de que te mueras fuera de España. Todas esas rabietas tuyas puede que te consuelen, pero lo único que hacen es agravar la situación. Nunca podrás volver a Es-paña. (Ademán hacia la ventana) Te quedarás a este lado de la frontera. Entre franceses.

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UnamUno —¿Qué dices, mujer? Van a caer. Los dos. El rey ya se lo tiene tragado desde hace tiempo. Pero se aferra al general por lo que pueda durar.

ConCha —¿Y si no caen? Llevas cinco años contándo-nos la misma historia. Ya no eres un muchacho para perder el tiempo esperando.

UnamUno —¿Que no caerán? ¿Cómo podrá man-tenerse en el poder un gobierno de ineptos y de majaderos? ¿Un gobierno de militares que acaba de disolver el cuerpo de artillería? ¿Un gobierno que proscribe la inteligencia? Todos los intelectuales estamos contra esta dictadura. Yo tengo que pade-cer este destierro hasta el final.

ConCha —¿Qué destierro? Tú estás aquí porque te da la gana, haciéndote la víctima para que se ha-ble de ti, para ver si te dan el premio Nobel ese, y para hacernos sufrir a toda la familia. El destierro te lo levantaron hace años, pero tú te empeñas en prolongarlo. En vez de escribir esas tonterías, lo que tendrías que hacer es mandar una carta al rey desdiciéndote de todo y volverte para casa con no-sotros.

UnamUno —Calla, mujer, calla. Estamos a punto de destronar a ese fantoche, de crear una república, y tú me vienes con sentimentalismos. No voy a capi-tular ahora, después de todo lo que ha pasado.

ConCha —¿Y lo que nosotros hemos pasado? ¿Lo que estamos pasando? ¿Es que tú te crees que se

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Pollux Hernúñez

puede abandonar a la familia, cargar a los hijos y a los amigos con la responsabilidad de la casa, así por las buenas, por un capricho?

UnamUno —¿Capricho? ¿Capricho? ¡Yo no tengo sed de poder, sino de justicia! (Arroja las cuartillas sobre la mesa y se sienta).

ConCha —¡Yo ya no puedo más! (Sollozos).hija —(Haciendo un gesto hacia Concha) Mamá.

Silencio. Se oyen unas campanillas. Nadie reacciona.

hijo i —(Tras una pausa se levanta y va al lado de Una-muno). Tenemos que despedirnos, papá. Ya está ahí el del coche.

UnamUno se levanta y abraza a su hijo. Vuelven a oírse las campanillas. La hija, el segundo hijo y ConCha, uno tras otro, van levantándose, abrazándose en silencio con Unamuno, tomando las prendas de la percha y el equipaje, y desapareciendo por la escalera. Solo ConCha, sola ya con Unamuno, dice unas palabras.

ConCha —Que sea lo que Dios quiera... Adiós, mi niño (Lo besa y sale).

UnamUno —(Se deja caer en la silla abatido. Pausa. Le-vanta la cabeza y posa los ojos sobre las cuartillas. Las toma y lee)

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UNAMUNO

Pobre España, pobre España,quién te ha visto y quién te ve.¡Ay, viuda de Dios! Te muerescon la muerte de la fe.

Se levanta y va hacia la ventana. Tiene las cuartillas en la mano, pero no lee. Poco a poco sus lamentos se transfor-man en gritos.

Mala leche te mamaroncuando herida de un revésdel chulo de tu queridolamentabas la viudez.Toda la podre del páramoha brotado de una vez,la mala sangre de sigloses sangraza en el poder.Heces que te hacen guerrillasin cuartel y con cuartel.¡Pobre España, pobre España!¡Quién te ha visto y quién te ve!

Extiende los brazos y se agarra a las cortinas.

OSCURO

off — ¿Dónde vas, Alfonso XIII,dónde vas, triste de ti?

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—No es que voy, es que me arrastranpor las calles de Madrid.Por las calles de Madridno es que voy es que me arrastransobre el fango cuatro chulossin conciencia y con fajín.Quise ser amo absoluto,el poder mi único fin,ya no puedo, ya no puedo,que esto no es lo que creí.

Empieza a oírse el himno de Riego.

ProyeCCión:

1930. Cae Primo de Rivera. Lo sustituye el general Berenguer.1931. Unamuno pasa la frontera y es aclamado en Bilbao y Salamanca.

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XVI

La república

1931. Gran balcón corrido del ayuntamiento de Sala-manca con sus tres puertas abiertas ocupando todo el pros-cenio. Resto del escenario invisible. Balcón y puertas llenos de hombres, entre ellos un fotógrafo y algún militar. Al subir el telón, unos segundos después de terminado el himno de Riego, se escucha a través de altavoces en la sala un gri-terío de fiesta multitudinaria mezclado con estrofas de la Marsellesa, tambores, trompetazos, silbidos, etc. Los de los balcones gritan y cantan lo mismo, gesticulan y agitan pañuelos (sobre todo rojos y morados) y alguna bandera tricolor, en una borrachera de alegría. Tras unos momentos, los que ocupan la puerta de la izquierda se apartan para dejar sitio a tres personajes que aparecen y se colocan en primer término: Unamuno y dos elegidos socialistas. Arre-cia el griterío. Aplausos.

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UNAMUNO

UnamUno —(Extiende las manos pidiendo silencio) ¡Sal-mantinos! (Van cesando los gritos. Pausa) ¡Salmanti-nos! (Se quita las gafas) Tras las elecciones de an-teayer dije que la República estaba virtualmente proclamada, que entraríamos los representantes del pueblo en esta casa, en este ayuntamiento que pertenece al pueblo. (Vítores y aplausos) ¡Aquí es-tamos! (Aplausos) Ya no preside esta casa el retrato de aquel desecho borbónico que una vez dijo que si queríamos la República la ganásemos en la ca-lle. (Silbidos) En las urnas la hemos ganado y en la calle lo celebramos. (Vítores y aplausos) Y aquí esta-mos. Aquí estamos como representantes de la res pública, de la cosa comunal. Porque no nos asusta el comunismo, ya que los comuneros de Castilla, de esta Castilla vuestra y mía, no fueron otra cosa que comunistas. (Aplausos) Por todos los pueblos de España se festeja hoy la muerte de la podrida monarquía y el nacimiento de la República, el na-cimiento de una nueva España, libre, justiciera, adulta. (Vivas y aplausos) Permitid la arrogancia de que sea yo quien, tras haber hecho méritos durante cuarenta años para ganarme el título de salman-tino... (Aplausos) proclame en el nombre de todos este nuevo estado de España. (Silencio) En el nom-bre del pueblo, que ha querido dársela, proclamo oficialmente en Salamanca la instauración de la República Española. (Vivas y gritos de entusiasmo.

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Pollux Hernúñez

Hace una seña hacia arriba y una enorme bandera re-publicana es descolgada y agitada por encima del centro del balcón) ¡Viva la República!

todoS —¡¡Viva!! (Comienza a caer el telón).UnamUno —¡Viva la República Española!todoS —¡¡Viva!!

Continúa el griterío durante unos segundos.

OSCURO

off —(Cantar) La reina va en una mula,los hijos en el costal,y el burro de Alfonso XIIIva tirando del ramal.Con restos de la coronauna cadena hay que hacerpara arrastrar por las callesal general Berenguer.

ProyeCCión:

1931. 14 de abril. “Las elecciones celebradas el do-mingo me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Un rey puede equivocarse y sin duda erré yo al-guna vez. Soy el rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, pero quiero apartarme de cuanto

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UNAMUNO

sea lanzar a un patriota contra otro, y suspendo delibe-radamente el ejercicio del poder real”.

Alfonso XIII

1 de octubre. La República nombra a Unamuno rector vitalicio de la universidad de Salamanca.

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XVII

José Antonio

1935. Despacho de la casa de Unamuno. Puerta en el lateral izquierdo. Balcón en el foro derecha. Frente al bal-cón, escritorio y sillón. En el foro izquierda, aparador so-brio con algunos adornos. Más a la derecha, librería. En el centro del escenario, camilla con algunos libros y cuadernos. Sillas, retratos de familia, algunos adornos, bombilla sobre la camilla. A la derecha de la camilla, arropadas las pier-nas con las faldillas, Unamuno en un sillón. Frente a él, José Antonio. Entre los dos, Bravo, falangista local.

joSé antonio —Pero dígame la verdad: ¿por qué ha accedido usted a recibirme?

UnamUno —Porque aquí su amigo y correligionario me lo pidió.

joSé antonio —Ya, pero...UnamUno —Yo soy muy curioso y muy... español.joSé antonio —¿No será que se equivocó con mi pa-

dre?

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UNAMUNO

UnamUno —Es cierto que a veces me he ensañado con mis enemigos, pero yo soy demasiado orgulloso para arrepentirme de mis equivocaciones, si es que me equivoco. (Pausa) Usted no es únicamente “el chico del dictador”, como dicen por ahí. Usted ha publicado algunas cosas un tanto... ¿cómo diría? se-ductoras, y me interesa conocer más de cerca a su autor. Pura curiosidad, créame.

joSé antonio —¿Seductoras?UnamUno —Yo soy un viejo liberal y suelo oler de le-

jos lo que esconden las voces dulzonas de las sire-nas.

bravo —Es la primera vez que a los falangistas nos llaman sirenas.

joSé antonio —Me sorprende que nos crea usted si-bilinos. Jamás se ha hablado en España tan claro como lo hacemos nosotros.

UnamUno —Ciertamente. Y en eso tienen razón. Hay que hablar claro. Pero, ¿con qué fines?

joSé antonio—Usted sabe muy bien que España se está hundiendo, la entidad histórica de España, que es diferente y superior a la de cada uno de no-sotros, está desapareciendo. Estos cuatro años de república han destruido la conciencia histórica de España. Separatismo, corrupción, incendios, asesi-natos... Usted mismo ha hablado del peligro sepa-ratista y del desgobierno que vive el país. Hay que gritarlo a los cuatro vientos.

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UnamUno —En eso estamos de acuerdo. España va mal. Muy mal. Pero escúcheme: la república es el único sistema justo de gobierno entre hombres civilizados. Desgraciadamente España es tierra de salvajes. De envidiosos y de revanchistas. Primero hay que ci-vi-li-zar la raza, humanizarla, luego darle un sistema de gobierno civilizado, una verdadera república. No al revés, como hemos hecho.

joSé antonio —Hay que movilizar a España, ponerla en pie de guerra.

UnamUno —Ahí es donde usted se equivoca. Lo que hay que cambiar no es el sistema republicano, sino su funcionamiento. Hay que cambiar el estado desde dentro. Usted que es diputado...

joSé antonio —Yo no creo en la democracia. El sis-tema de partidos es una llaga en el cuerpo de la nación, un ruinoso derroche de energías. Y un en-gaño. Todos los partidos, se llamen de izquierdas o de derechas, son capitalistas, porque el sistema democrático mismo se rige por leyes capitalistas. Y el capitalismo es el más injusto y nocivo sistema jamás imaginado para explotar al hombre. Lo que se necesita es un principio fuerte, permanente e invulnerable que dé a cada cual lo que necesita y le exija solo lo que pueda dar.

UnamUno —La dictadura. He ahí lo que esconden las voces de las sirenas. Porque, ¿quién determinaría lo que yo necesitara o pudiera dar?

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joSé antonio —No, la dictadura no. La perfecta justi-cia social por el sindicalismo totalitario, un sindica-lismo basado en el orden, la jerarquía, la autoridad, el sacrificio...

UnamUno —Ese es un sindicalismo utópico. La pro-ducción se vende y se compra con dinero, y el co-mercio, el dinero, es libre. Querámoslo o no, vivi-mos en un mundo capitalista. Su sistema vale para dirigir una comunidad religiosa, hay en él algo de ascético, pero no para un país.

joSé antonio —Haremos de España una gran comu-nidad religiosa. Hay que imponer a los que tienen grandes tierras el sacrificio de entregar a los campe-sinos la parte que les haga falta. Nada de zánganos.

UnamUno —Eso le llevará a usted a ejercer la violen-cia... y a recibirla. La “dialéctica de los puños y de las pistolas” que creo dijo usted en un discurso.

joSé antonio —No hay que arredrarse ante la violen-cia. No aceptaremos veredictos de urnas, pues la unanimidad de la mayoría no significa que tengan razón. La violencia puede ser lícita cuando se em-plea por un ideal que la justifique.

UnamUno —(Sonriendo) Por ese principio se puede justificar cualquier ideal. El que va a imponer una fe a otro por la espada, lo que busca es convencerse a sí mismo. Reconozco que hay que arrancar la tie-rra a los señoritos que no la cultiven, y admiro ese

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Pollux Hernúñez

entusiasmo suyo, joven y combativo, para recupe-rar los valores perdidos del espíritu español. Pero la violencia me da miedo.

bravo —¿Qué, don Miguel, cuándo le apuntamos a la Falange?

UnamUno —Yo nunca me he apuntado a nada, ni me he presentado candidato a nada. Quizá por respeto a la dignidad del hombre.

joSé antonio —Nosotros respetamos la dignidad del individuo. Pero no puede consentírsele que per-turbe la vida común.

UnamUno —No sé... La juventud siempre tiene ra-zón, aunque le falte; los viejos nunca, aunque nos sobre.

bravo —(Mirando el reloj) ¡Las ocho! ¡Tenemos que irnos!

joSé antonio —(Levantándose) Discúlpenos. Es la hora del mitin que me ha traído a Salamanca.

bravo —(Levantándose) ¿Viene usted con nosotros?UnamUno —¿De qué va a hablar usted?joSé antonio —De la necesidad de nacionalizar el

estado.UnamUno —(Levantándose) ¿Por qué no? Permita que

me cambie las zapatillas. En Salamanca a las ocho, si uno no da una conferencia, se la dan.

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ProyeCCión:

1936. 20 de julio. “Bando: Andrés Saliquets Meta, general de división y jefe de las Fuerzas Armadas de la Séptima División, ordeno y mando: Queda declarado el estado de guerra en todo el territorio de esta División”.29 de septiembre. El general Franco es nombrado jefe del estado español. Instala su cuartel general en Sala-manca.

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XVIII

Franco

Octubre 1936. Palacio episcopal de Salamanca, resi-dencia del general Franco. Salón-despacho. Dos balcones con cortinones en el lateral y foro izquierda. Chimenea en el centro. Puerta doble al fondo derecha. En el tercio iz-quierda, gran escritorio con papeles, planos, teléfono, cruci-fijo, funda con pistola, gorra de general. Detrás, rinconera con receptor de radio. Bargueño, vitrina, espejo, lámpara, bandera de España. Tras el escritorio, en un sillón enorme, Franco. Frente a él, en una silla bastante apartada del es-critorio, casi en el centro del escenario, Unamuno. Tiene el sombrero sobre las rodillas.

franCo —(Levantando los ojos de la hoja que tiene en la mano) No, don Miguel, no. Esta guerra no es un juego de niños, y estos señores (Agitando la hoja) no pueden esperar que se les devuelva lo que han apostado y perdido.

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UnamUno —Pero, vamos a ver: ¿por qué se lucha en España? Para salvar a los españoles, ¿no? Pues esos son españoles, tan españoles como usted y yo.

franCo —¡No, señor! Malos españoles. Masones, marxistas, anarquistas...

UnamUno —¿Quiere usted decir que hay que exter-minar a todos los que no estén de acuerdo con no-sotros?

franCo —Quiero decir que usted no sabe lo que es una guerra. Una guerra se gana o se pierde. Con razón o sin ella. Nosotros estamos en ella para ga-narla y seguimos las leyes de la guerra.

UnamUno —De acuerdo. Cumpla usted con las leyes de la guerra entre gentes de guerra. Arrase con sus tanques los frentes republicanos, bombardee sus defensas, destruya sus cuarteles, acabe con sus ejércitos, pero yo le estoy hablando de civiles, de gente que no tiene nada que ver con la guerra, de maestros, de médicos, de funcionarios honrados y fieles a la república cuando todos éramos republi-canos, que han sido encarcelados y no pueden pen-sar sino en el pelotón de fusilamiento. El pastor protestante, por ejemplo, que encabeza la lista...

franCo —¡Un protestante! ¡Un masón!UnamUno —¿Pero puede saberse qué le han hecho a

usted los masones?franCo —El peor enemigo es el enemigo interior,

oculto. Un traidor de paisano es peor que un sol-

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Pollux Hernúñez

dado armado; a nosotros se nos ve el uniforme. No pueden correrse riesgos. Hay que hacer una lim-pieza general, eliminar a todo sospechoso.

UnamUno —Pero eso va más allá de la guerra. Cual-quiera puede ser sospechoso.

franCo —¿Qué cree usted que hacen ellos?UnamUno —Si hacemos lo que ellos, somos como

ellos. ¿Dónde está nuestra razón?franCo —En la fuerza. (Poniendo una mano sobre la

pistola y otra sobre el crucifijo) Aquí... y aquí.UnamUno —El terror... ¿Es que no se puede hacer

algo? ¿Intentar un armisticio? ¿Una solución pací-fica?

franCo —(Poniéndose de pie) ¿Qué dice usted? Esto no es solo la destrucción de una España, sino la cons-trucción de otra nueva. Yo no quiero rendiciones. Han traicionado a España, se han condenado. La nueva España no podrá hacerse sino sin ellos.

franCo —Eso quiere decir que usted desea una gue-rra larga y exterminadora, pues el temor a las repre-salias si son vencidos infundirá fuerzas en los re-publicanos, contraatacarán enfurecidos, resistirán hasta el límite de sus recursos, buscarán y hallarán ayuda, y quién sabe si no llegarán hasta aquí.

franCo —¿Tiene usted miedo?UnamUno —A mí me da igual, pues yo sé que me

enfrentaré siempre a los vencedores, sean quienes sean. ¿Y usted?

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UNAMUNO

franCo —Yo soy un soldado.UnamUno —Yo no. Y no puedo concebir que se per-

petúe una guerra más de lo que es necesario para restablecer el orden y el gobierno, con el propósito criminal de ganarla.

franCo —(Severamente) Me está usted ofendiendo. (Pausa) Esta guerra durará hasta que se quemen en ella todos los malos españoles.

UnamUno —Entonces, ¿no va a hacer nada por esos... sospechosos?

franCo —¡Nada!UnamUno —(Se pone en pie) Solo me queda esto que

decirle: continúe, prolongue la guerra, aniquile a media España, fusile a todo sospechoso, cree un imperio inmortal sobre pirámides de cadáveres. Pero tenga en cuenta que siempre habrá alguien a quien no podrá matar aunque quiera. Con permiso (Se dirige a la puerta).

franCo —(Gritando) ¿A quién? ¿A usted?UnamUno —(Volviéndose al llegar a la puerta) A su su-

cesor (Sale).franCo —Viejo cazurro... Vasco al fin y al cabo. (Se

cala la gorra, se la ajusta delante del espejo. Hace un saludo militar con taconazo a su propia imagen) ¡A sus órdenes, mi general! (Deja la gorra sobre la mesa. Dos golpes en la puerta, que abre el soldado que la guarda, del que no se ve más que el brazo).

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Soldado —¡La señora de Su Excelencia, mi general! (Cierra la puerta).

Carmen Polo —(Quitándose el sombrero) Me he trope-zado en la escalera con el rector. Se me ha acercado y me ha dicho al oído que lo has asustado.

franCo —Ese hombre pertenece al siglo XIX.Carmen Polo —Es increíble cómo huele a ajo.franCo —No sé qué hacer con él. Me exaspera con

sus visitas.Carmen Polo —(Acariciándole las mejillas) No te aca-

lores, chiquitín.franCo —Déjame en paz.Carmen Polo —(Rodeándole el cuello con los brazos) El

lunes, cuando vayas a la universidad, te sientas a su lado y le sonríes (Le da un beso).

franCo —(Poniéndole fríamente la mano en la cadera) El lunes estaré en el frente. (Sube la mano poco a poco) Pero volveré el miércoles. (Le aprieta el pecho) Varela se encargará de las ceremonias (Sigue apre-tando fríamente).

Carmen Polo —Ay, ay, me haces daño (Se retuerce).

OSCURO

off: Himno nacional a todo volumen.

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UNAMUNO

ProyeCCión:

Octubre 1936: “Salmantinos: La ciudad de Salamanca se prepara a celebrar el más grande acontecimiento de la España nacional: el glorioso día de la Raza. Habrá dos actos multitudinarios, uno religioso en la catedral y otro literario-patriótico en la universidad. El nuevo Jefe del Estado no podrá estar presente por encontrarse en el frente. ¡Acudid todos!”

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XIX

Paraninfo

12 de octubre de 1936. Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Celebración de la fiesta de la Raza. Gran estrado orientado al bies hacia el público. Luces, oropeles, colgaduras con las enseñas académicas y nacionales, re-trato de Franco. La mesa presidencial ocupa dos tercios de la diagonal del escenario a partir del ángulo derecho del proscenio. Tras la mesa, diez sillones de gala ocupados de izquierda a derecha por el alcalde, el presidente de la di-putación, un teniente coronel, el gobernador civil, Carmen Polo, Unamuno, el obispo, el presidente de la Audiencia, el delegado de Hacienda y el coronel legionario Millán Astray, sentado este último junto al lateral de la mesa, de manera que todo su cuerpo sea visible. En el tercio izquierda del proscenio, tribuna de oradores, con micrófono, ocupada por Pemán. Tras ella, asientos ocupados por otros oradores y personalidades (frailes, militares y catedráticos). A am-bos extremos del proscenio, comparsa de maceros, guardas,

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UNAMUNO

soldados, legionarios, fotógrafo. Algunos de estos entre el público. El himno nacional termina al levantarse el telón y escucharse los primeros gritos del orador.

Pemán —(Con vehemencia andaluza) ... Así pues la sal-vación de España está en volvernos a encontrar no-sotros mismos. Y nos encontraremos los que vamos por caminos diferentes, pero en el mismo sentido. Este es el nuevo imperio. Esta es la nueva direc-ción por la que España está dispuesta a sangrarse otra vez, como un día se sangró frente a los turcos y frente a los moros. (Aplausos) Ahora vamos a li-brar a España de aquellos trasnochados cocineros del marxismo, de ese individualismo vergonzoso que va a desaparecer no solo en España sino en el mundo entero, porque lo haremos fracasar noso-tros. Así pues, cuando salgamos a consolidar esta victoria, frente a todas las lamentaciones, hagamos lo que Dios ha hecho a España con el alcázar de Toledo, que estuvo rodeado por los enemigos, los demonios de España, alcázar que se supo defen-der y mantener a salvo con sus piedras imperiales. Muchachos de España, escuchadme en este día de la Raza: Hagamos cada uno en cada pecho un alcá-zar de Toledo y vivamos siempre con aquella única consigna: ¡España, siempre España y nada más que España!

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Grandes aplausos.

UnamUno —(Se levanta cuando cesan los aplausos y Pe-mán toma asiento. Silencio. Solemnemente) Al abrir este acto, que presido en nombre del jefe del Es-tado, (Ligero ademán hacia el retrato de Franco) dije que no iba a hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y he de hacerlo, porque el que calla otorga. Se ha hablado aquí de guerra in-ternacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces, pensando en la independencia de España. Pero no; no nos enga-ñemos. La nuestra es solo guerra incivil. Guerra de odio.

millán aStray —¿Puedo hablar?UnamUno —Acabo de escuchar insultos contra los

catalanes y los vascos, a quienes se tacha de an-tiespañoles. ¿Qué español puede ser antiespañol? ¿Cuándo entenderemos la esencia de lo cóncavo y lo convexo? Aquí está el señor obispo, que es cata-lán, aquí está para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis aprender. Y yo, que soy vasco, llevo toda la vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Ese sí es el imperio, el de la lengua. La Antiespaña...

millán aStray —¡Viva España!ComParSa —¡Viva!millán aStray —¡Viva la muerte!

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ComParSa —¡Viva!UnamUno —(Tras unos segundos de silencio. Lentamente)

Viva la muerte... Viva la muerte... Yo, que he pasado toda la vida devanando paradojas, debo deciros que este grito legionario me repugna. El coronel Millán Astray, fundador de la Legión, es, dicho sea sin ánimo alguno de ofensa, un mutilado. Un mutilado de guerra. Como Cervantes. Desgraciadamente hay demasiados mutilados en nuestra España. Y pronto habrá muchos más, si Dios no lo remedia. Pues un mutilado que carece de la grandeza espiritual de un Cervantes no podrá encontrar consuelo sino en causar mutilación a su alrededor. Viva la muerte... Miedo me da pensar que sea él quien dicte la con-ducta que ha de seguirse en estos...

millán aStray —(Dando un puñetazo en la mesa y po-niéndose de pie) ¡Mueran los intelectuales!

loS legionarioS —(Reaccionando automáticamente. El que está detrás de Millán Astray monta su subfusil) ¡Mueran!

Los catedráticos se miran consternados.

UnamUno —(Impasible) Este es el templo del inte-lecto y yo su sumo sacerdote. Sois vosotros quienes profanáis este sagrado recinto. Venceréis porque poseéis la fuerza bruta, pero no convenceréis, por-que para convencer hay que persuadir, y no puede

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persuadir el odio, que no deja lugar para la compa-sión, el odio a la inteligencia que es crítica y dife-renciadora, que es inquisitiva, pero nunca inquisi-dora. Me parece inútil exhortaros a que penséis en España. He dicho (Se sienta).

millán aStray —¡Mueran los falsos intelectuales! (Los legionarios contestan con un “¡Mueran!” y poco a poco van agrupándose detrás de su jefe) Señores: España no puede tolerar insultos de sus enemigos, de estos falsos intelectuales creadores de la An-tiespaña, envenenadores de nuestra juventud y de nuestra clase trabajadora. En la ruta gloriosa de la España que estamos construyendo, el verdadero intelectual recibirá los laureles que merezca. Pero, ay de los traidores, de los que marchan por las sen-das tenebrosas, de los que emplean los disfraces, los juegos de palabras desde donde se lanza la fle-cha ponzoñosa, ¡esos serán fulminados! España no podrá vivir sin lavarse esas vergüenzas. Su glorioso ejército está aquí para defenderla. ¡España!

ComParSa —¡Una!millán aStray — ¡España!ComParSa —¡Grande!millán aStray — ¡España!ComParSa —¡Libre!millán aStray — ¡Viva España!ComParSa —¡Viva!

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millán aStray — ¡Viva la muerte!ComParSa —¡Viva!

Con variadas muestras de nerviosismo los miembros de la presidencia y demás personalidades han ido levantándose y saludando, brazo en alto, el retrato de Franco, siguiendo el gesto de Millán Astray y los suyos, mientras la Comparsa, agitada, se ha dispersado por el escenario. Carmen Polo ha ayudado a levantarse a Unamuno. Dos legionarios se han ido acercando a él por detrás.

Uno de la ComParSa —¡Fuera, rojo!

Carmen Polo hace una seña a su guardia personal, que rodea a Unamuno.

millán aStray —¡Dele el brazo a la señora!ComParSa —(Con el brazo en alto) ¡Traidor! ¡Rojo!

¡Fuera! ¡Ateo! ¡Muera la inteligencia! ¡Viva Es-paña!

Unamuno ha dado el brazo a Carmen Polo. Escoltados por la guardia salen por la izquierda mientras arrecian los insultos de la Comparsa y de algunos otros personajes.

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OSCURO

ProyeCCión:

Decreto número 36: Vengo a disponer cese en el cargo de rector de la universidad de Salamanca Don Miguel de Unamuno y Jugo. Dado en Salamanca, a 22 de octubre de 1936.

Francisco Franco

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XX

Muerte

Despacho de la casa de Unamuno como en el cuadro XVII. Unamuno en su sillón está terminando de hacer una pajarita de papel. Frente a él, Martín Veloz, envejecido, en una silla.

martín veloz —(Riendo) Con que canguingos, ¿eh?UnamUno —Sí, señor, canguingos, can-guin-gos.martín veloz —Pues esa sí que no viene en el dic-

cionario.UnamUno —Ya la pondrán.martín veloz —Tan tozudo como siempre. Genio y

figura...UnamUno —Hasta la sepultura. Dígalo, dígalo, que yo

no creo en las brujas.martín veloz —Ni en brujas ni en nada.UnamUno —No empecemos otra vez.martín veloz—Nos hacemos viejos, don Miguel.

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UnamUno —Nos hacen, nos hacen. Mire esta pajarita. Acaba de nacer. La acabo de crear, como he creado a miles de ellas desde que aprendí de niño. Toda una bandada inmensa de pajaritas que he creado y que, luego, se ha gastado, ha muerto entre mis manos o en las de otros, ha vuelto a la nada. Como nosotros. Lo bueno de las pajaritas es que no lo sa-ben. La conciencia es una enfermedad.

martín veloz —(Sacando el reloj) Bueno, don Mi-guel, van a dar las cuatro y media. Ahora sí que me voy, que ya está bien. (Se levanta) No se levante, no se levante. (Yendo a él le da una palmadita en el hom-bro. Se acerca al balcón) Menudo biruji. Esta noche se van a helar las uvas.

UnamUno —(Mientras Martín Veloz va a la silla al lado de la puerta, en la que están su capa y su junquillo) Eso de biruji también tendrán que ponerlo en el diccionario.

martín veloz —(Poniéndose la capa) ¿Entonces qué? ¿Se anima usted a dar un paseíto un día de estos? Paso por aquí y subimos hasta la Fuente del Cán-taro.

UnamUno —No. No hasta que pase la tormenta. Y va para largo.

martín veloz—¿Qué no dirá usted por llevar la con-traria? El mes que viene entramos en Madrid y es-campa. Ya lo verá. Bueno, lo dicho. Que pase buena noche. Y feliz año nuevo (Sale).

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UnamUno —A usted. (Pausa. Contemplando la pajarita meditabundo) Feliz año nuevo... Feliz año nuevo... Eso dijeron el año pasado... (Deja la pajarita, toma un cuadernillo, lo hojea, luego lee).

Horas de espera, vacías:se van pasando los díassin valor,y va cuajando en mi pecho,frío, cerrado, deshecho,el terror.

(Pausa. Pasa unas páginas. Lee)

Y en esta soledad de soledades,da lo mismo que afirmes o que dudes.

hija —(Tras llamar a la puerta) ¡Don Bartolomé! (Abre y deja paso a Bartolomé Aragón) Don Bartolomé (Cie-rra la puerta).

aragón —(Yendo hacia Unamuno) No se levante, no se mueva usted. (Le da la mano) ¿Qué? ¿Cómo está?

UnamUno —Me encuentro mejor que nunca.aragón —(Quitándose el abrigo) Hace un frío que

pela.UnamUno —Arrímese al brasero, arrímese. (Se agacha

hacia el brasero) ¿Dónde habré puesto la badila?

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aragón —(Agachándose y levantando un poco las faldi-llas) Deje, deje, yo la busco... Aquí, aquí está... A ver... Así, así... qué rescoldito... Da gusto... (Se yer-gue y se sienta en la silla, tapándose con las faldillas) ¿Qué? ¿Entretenido con sus versos?

UnamUno —Matando el tiempo... Matándome. Nací en guerra y creo que me moriré en ella. Todavía conservo por ahí la cinta del ataúd que llevé en el entierro de un niño, de un amigo mío, hace más de sesenta años. Muerte, siempre muerte, muerte por todas partes, al principio y al fin...

aragón —Viva, don Miguel, viva, piense en mañana. Este año se acaba. Mañana, vida nueva.

UnamUno —Muerte nueva, Aragón. (Mirándole la in-signia en la chaqueta) Le agradezco que haya venido sin la camisa azul, no como la última vez. Aunque ya veo que se ha traído el yuguito y las flechas...

aragón —Yo creo en esto, don Miguel.UnamUno —Yugo para uncir al pueblo, flechas para

acribillarlo si se desmanda.aragón —Usted sabe que eso no es verdad. Este es

el emblema de la unión y la gloria de España desde siempre. Nosotros no lo hemos inventado.

UnamUno —¿Vino viejo en odres nuevos o viceversa? ¿Qué más da? Mussolini utiliza nada menos que el emblema del cónsul de la república romana, el fascio. Pero no quiero discutir con usted, porque

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acabaré insultándolo e insultándome. Estoy triste, amargado, cansado. Cuando proclamé la república, ahí en la plaza, hace unos años, creí que de verdad se abría la era de España, la res pública española. Qué desastre. Cuando se alzaron los militares en julio, creí que nos sacarían del atolladero, pues te-nían los medios. Incluso di, yo que soy un tacaño, cinco mil pesetas para el ejército de Mola. El pro-nunciamiento se ha convertido en guerra y la guerra en ajuste de cuentas. Cualquier majadero vestido de azul puede pasearse con su pistolita jugando a Dios...

aragón —Ahí se equivoca. No voy a negarle que haya habido algunos desmanes, pero la base de la Falange es la abnegación. Es una milicia respon-sable y dispuesta al sacrificio. Mire. (Se levanta y va hacia su abrigo, del que saca un periódico) Aquí tiene usted lo que...

UnamUno —No quiero verlo. No quiero ver esos pe-riódicos de ustedes, porque no puedo entender que se vaya contra la inteligencia.

aragón —La Falange no está en contra de la inteli-gencia. Al contrario, acaba de hacer un llamamiento a los intelectuales, y puede usted estar seguro de que se pondrán de su lado.

UnamUno —¿Por qué? ¿Para justificarla?aragón —(Sigue de pie) Usted no quiere entender.

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UnamUno —Hay en esta lucha, en estos asesinatos, un temor a haberse equivocado, ramalazos de mala conciencia. ¿Por qué, si no, esa necesidad furibunda de subrayar la maldad del enemigo? ¿Por qué esos sañudos insultos con los que se le abomina, que estoy seguro se repetirán largos años sobre las tum-bas de los vencidos para acallar nuestra conciencia cainita, para perpetuar nuestra consigna y nuestro credo: “Tenemos razón”? El vencedor siempre tiene razón.

aragón —La sangre de nuestros soldados no se vierte por odio. ¡Esta sangre está salvando a España! ¡Los militares están salvando a España!

UnamUno —(Irguiéndose) Aragón: El más grande ser-vicio, la más gloriosa hazaña, el más patriótico sa-crificio que un soldado puede ofrecer a su país ¡es el de suicidarse! (Vuelve a hundirse en su sillón).

aragón —¿Y la patria? ¿Y España? Estos soldados, y aquellos, y todos, pasarán. Pero esta tierra que nos arropará a todos, esta España, madre nuestra, per-manece, está aquí, eterna, inseparable del espíritu que la ha hecho durante siglos. (Ha llegado hasta el balcón. De espaldas) La verdad es que a veces pienso si no habrá vuelto Dios la espalda a España dispo-niendo de sus mejores hijos.

UnamUno —(Se yergue, dando una palmada sobre la mesa) ¡No! Eso no puede ser, Aragón. Dios no puede volverle la espalda a España. España se

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salvará porque tiene que salvarse. ¡España no puede perderse! (Vuelve a hundirse en su sillón. Per-manece inmóvil).

aragón —(Volviéndose) Claro que no puede perderse. Pero hay que pagar un precio para salvarla, un res-cate de sangre, elevadísimo, sí, pero necesario, sa-lutífero, vivificador. Cuando la gangrena nos llega al cuello, no podemos pararnos en contemplacio-nes, hay que sajar por lo sano. Caiga quien caiga. Ya sé que usted me va a decir que, desde el otro lado, la gangrena somos nosotros. Pero yo no estoy en el otro lado. Yo estoy aquí porque creo en España, en la de siempre. Y, de todos modos, este estado no es más que una etapa pasajera. Ya verá usted cómo dentro de unas semanas, cuando se calle el último fusil y todos los españoles... (Ha ido paseándose len-tamente hasta encontrarse ahora entre la puerta y la camilla. Se interrumpe). ¿No le huele a quemado? (Mirando a su alrededor) ¿Como a goma? (Clava los ojos en Unamuno, inerte. Sobresaltado, se precipita a levantar las faldillas) ¡Don Miguel! (Retira violen-tamente la camilla) ¡Don Miguel! (Despavorido, al público) ¡Yo no lo he matado! ¡Yo no lo he matado! (Yendo hacia la puerta) ¡Don Miguel! ¡Yo no he he-cho nada! (Sale. Tableau unos segundos).

TELÓN

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Luz sala. Cuando el público está aplaudiendo (algo aplaudirá), el telón se levanta de pronto y aparece de frente un cortejo fúnebre que desciende del escenario y atraviesa la sala por el centro mientras suena fuerte el Cara al sol y, por encima de él, explosiones de bombas y las horrísonas carca-jadas de Lucifer. El cortejo se compone de monaguillo con crucifijo, cura con capa pluvial negra, dos catedráticos de birrete con cirios, cuatro falangistas llevando a hombros un ataúd sobre el que se ve un birrete académico, dos catedráti-cos sosteniendo cintas negras del ataúd, otros dos con cirios, finalmente el resto de los miembros de la compañía.

FIN

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Índice

Prólogo .......................................................................................................... 9Nota .............................................................................................................. 23Dramatis personae ....................................................................................... 25 I Bombardeo de Bilbao por el ejércitro carlista, 1874 ................... 27 II Unamuno estudiante en la universidad de Madrid,1884 ........... 33 III Unamuno con su madre y su novia días entes de casarse, 1891 41 IV Unamuno y Ganivet opositores en Madrid, 1891 ....................... 47 V Unamuno y su mujer en la cama, 1891 ........................................ 53 VI Unamuno, rector de la universidad de Salamanca,

con su mujer y su hijo enfermo, 1900 .......................................... 57 VII Unamuno y el Cristo de Velázquez .............................................. 64 VIII Unamuno y el obispo Cámara, 1903 ............................................. 69 IX Unamuno de paseo con Pablo Iglesias, 1910 ............................... 75 X Plaza Mayor de Salamanca en 1914: Unamuno

destituido del rectorado ................................................................ 83 XI Unamuno y Lucifer ....................................................................... 87 XII Discusión de Unamuno y Alfonso XIII en el Palacio Real, 1922 93 XIII Unamuno desterrado en Fuerteventura. Plan de fuga, 1924 ..... 99 XIV Unamuno y otros exiliados españoles en un café de París, 1925 105 XV La familia de Unamuno lo visita en Hendaya, 1928 ................... 113 XVI Unamuno proclama la república en Salamanca, 1931 ................. 121 XVII José Antonio Primo de Rivera visita a Unamuno, 1935 .............. 125 XVIII Unamuno en el cuartel general de Franco en Salamanca, 1936 131 XIX Altercado entre Unamuno y Millán Astray en el paraninfo

de la universidad de Salamanca, 1936 .......................................... 137 XX Muerte de Unamuno en su casa, 1936 ......................................... 145

PÓLLUX HERNÚÑEZ

UNAMUNO

ISBN 978-84-7797-343-X

9 7 8 8 4 7 7 9 7 3 4 3 0