una sociología orientada al actor

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1 Una sociología del desarrollo orientada al actor 1 Capítulo Uno de: Long, N. (en prensa) Antropología del Desarrollo: Perspectivas de los Actores . México, D.F. CIESAS y El Colegio de San Luis. Este capítulo sienta las bases de una perspectiva analítica centrada en el actor social sobre la intervención para el desarrollo y el cambio social. Comienza con una breve apreciación crítica del carácter paradigmático de los enfoques estructurales en contraste con los del actor, seguidos por una delineación de sus ventajas teóricas y epistemológicas. En la segunda parte del capítulo delineo el debate entre la teoría y la práctica durante mi trabajo en el Perú y México. Y en la conclusión vuelvo a los cambios de paradigma y las perspectivas futuras para una sociología de desarrollo revitalizada. 2 1 Este capítulo, revisado para este libro, fue escrito originalmente para la conferencia inaugural del congreso Pluraliteit in de Latijns Amerika Studies (Amsterdam, 21 de marzo de 1990), organizado por el Werkgemeenschap van Latijns Amerika en Het Caraibisch Gebied. Después fue publicado por CEDLA (Centre for Latin American Research and Documentation). Véase Long, 1990. David Slater (1990) hizo un comentario útil sobre el documento en el mismo número de esta revista. 2 Cuando a finales de los 80 escribí la primera versión de este texto, se debatía en varios medios la crisis de las teorías sociológicas de desarrollo. Lo vivencié en febrero de 1989, cuando di una conferencia sobre “La Continua Interrogación para una Sociología del Desarrollo 1

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Una sociología del desarrollo orientada al actor 1

Capítulo Uno de: Long, N. (en prensa) Antropología del Desarrollo: Perspectivas de los Actores. México, D.F. CIESAS y El Colegio de San Luis.

Este capítulo sienta las bases de una perspectiva analítica centrada en el actor social sobre

la intervención para el desarrollo y el cambio social. Comienza con una breve apreciación

crítica del carácter paradigmático de los enfoques estructurales en contraste con los del

actor, seguidos por una delineación de sus ventajas teóricas y epistemológicas. En la

segunda parte del capítulo delineo el debate entre la teoría y la práctica durante mi trabajo

en el Perú y México. Y en la conclusión vuelvo a los cambios de paradigma y las

perspectivas futuras para una sociología de desarrollo revitalizada.2

El mundo paradigmático de la investigación

Al considerar los procesos de ascenso y ocaso de paradigmas no hay mejor manera de

empezar que con el interesante planteamiento de los paradigmas antropológicos en el

México posrevolucionario realizado por Cynthia Hewitt de Alcántara (1982), quien

1 Este capítulo, revisado para este libro, fue escrito originalmente para la conferencia inaugural del congreso Pluraliteit in de Latijns Amerika Studies (Amsterdam, 21 de marzo de 1990), organizado por el Werkgemeenschap van Latijns Amerika en Het Caraibisch Gebied. Después fue publicado por CEDLA (Centre for Latin American Research and Documentation). Véase Long, 1990. David Slater (1990) hizo un comentario útil sobre el documento en el mismo número de esta revista.2 Cuando a finales de los 80 escribí la primera versión de este texto, se debatía en varios medios la crisis de las teorías sociológicas de desarrollo. Lo vivencié en febrero de 1989, cuando di una conferencia sobre “La Continua Interrogación para una Sociología del Desarrollo Rural”, en The Rural Studies Centre, University College, de la Universidad de Londres. Al final de la conferencia se suscitó un acalorado debate en el que varios participantes expresaron su preocupación por ir a la deriva de sus amarres teóricos, y sin posibilidad alguna de recibir ayuda. Uno de los asistentes llegó a sugerir que mi deseo de fundamentar el análisis en los conceptos del actor, en apariencia a costa de la economía política, podría con facilidad ser mal leído como un argumento en apoyo de los principios empresariales del libre mercado. Me fue difícil de comprender todo esto porque para mí los años 80 habían sido liberadores, en el mejor sentido del término: las ortodoxias teóricas de varios tipos fueron desafiadas, algunas incluso se desecharon, y se abrieron espacios para formas más innovadoras e híbridas de investigar y teorizar. Esto era excitante y no deprimente o amenazante.

1

proporciona historias detalladas de escuelas antropológicas de pensamiento y práctica de

la investigación en la vida rural mexicana y los problemas agrarios. Ella retoma el

concepto de paradigma del original trabajo de Kuhn (1962) sobre el carácter y sucesión

de paradigmas contrastantes o visiones del mundo en el desarrollo de la ciencia. Hewitt

modifica el escenario unilineal y simple del desarrollo de paradigmas elaborado por

Kuhn. Siguiendo a Masterman (1970:74; y a Mey, 1982:223), ella sugiere que la ciencia

social siempre ha estado compuesta de múltiples paradigmas, de los cuales ninguno ha

conquistado el estatus de teoría central o paradigma universal.3 Aunque durante ciertos

períodos algunas teorías particulares o imágenes de sociedad pueden ser juzgadas más

creíbles que otras, debido al apoyo que reciben de los estudiosos y de las instituciones

académicas, los vientos de cambio están siempre a la vuelta de la esquina. Esto surge

sobre todo porque las teorías sociológicas generales y las metáforas están enraizadas en

epistemologías contrastantes o incompatibles; es decir, conciben de modo muy diferente

la naturaleza y la explicación de los fenómenos sociales.

No obstante, como demuestra con belleza el estudio de Hewitt, es posible trazar

diacronicamemte el crecimiento y la mengua de los paradigmas particulares e identificar

períodos durante los cuales ciertas imágenes y tipos de análisis han predominado sobre

otros. Pocos estudiosos desafiarían, por ejemplo, la aseveración de que desde la Segunda

Guerra Mundial los debates e interpretaciones sobre el desarrollo han versado sobre las

3 Como Hewitt, uso el término paradigma de un modo amplio, y no implica fidelidad a modelos, como en el caso ejemplar de la física y de las ciencias naturales. Ritzer (1975) está de acuerdo con la idea de que la sociología nunca ha sido un campo unificado con un paradigma dominante o una teoría central. Él agrega que la sociología se conforma por paradigmas múltiples que “están comprometidos con esfuerzos políticos para ganar hegemonía dentro de la disciplina como un todo, así como, a la larga, en cada rama de la sociología” (1975:12). Distingue tres paradigmas principales: el de los “hechos sociales” que deriva de la teoría de Durkheim; el de la “definición social”, construido en el enfoque de la acción social de Weber, y el del “comportamiento social” que aplica a los principios de la sicología conductual y a los temas sociológicos.

2

perspectivas basadas en el concepto de modernización (en los aňos 50), el de dependencia

(en los 60), economía política (en los 70) y en alguna clase de un mal definido

posmodernismo (de los ‘80 en adelante). Esta fase posmodernista es definida por muchos

—aun por ciertos marxistas estructurales obstinados—como la deconstrucción de

ortodoxias previas,4 o incluso quizá como una forma de agnosticismo teórico que algunos

estudiosos considerarían que linda con el empirismo.5

Un vistazo a la extensa literatura de la posguerra sobre el desarrollo y el cambio

social deja ver de inmediato una nítida división entre trabajos que utilizan agregados o

estructuras y tendencias en gran escala (a menudo definidas como macro), y por otra

parte estudios que caracterizan la naturaleza de los cambios en unidades operantes o

actuantes (a menudo definidas como micro).6 Por lo general, los primeros encuadran sus

análisis en conceptos provenientes de la teoría de la modernización, o adoptan una

perspectiva estructural o institucional basada en alguna variedad de análisis político

económico. Los últimos, en tanto que también pueden resaltar dimensiones relevantes

para estas mismas teorías generales, es más probable que proporcionen recuentos

detallados de respuestas diferenciales a las condiciones estructurales y que exploren las

estrategias de sustento y las disposiciones culturales de los actores sociales involucrados.

4 Varios documentos han revelado grandes debilidades conceptuales en la corriente principal de la sociología del desarrollo. Véase, por ejemplo, Booth (1985), Foster-Carter (1987), Long (1984, 1986) y Mouzelis (1988). 5 Bernstein (1986:19), por ejemplo, considera que es materia de “investigación concreta” el entendimiento de las variaciones en los patrones de mercantilización, y por consiguiente no es intrínseco al desarrollo de una teoría más adecuada de mercantilización. Esto parece errado, ya que tal teoría también debe dirigirse a tratar la variación estructural.6 Esta distinción simple entre lo macro y lo micro a menudo nubla un número de dimensiones y temas importantes. Por ejemplo, la diferencia entre formas “agregadas” basadas en números, tiempos y espacios, y estructuras “emergentes” que en parte derivan de consecuencias imprevistas de la acción social. También es necesario reconocer que los procesos y elementos llamados macro están enclavados en las microsituaciones de la vida social cotidiana. Para entenderlo se necesita “desglosar” las metáforas macrosociológicas, tales como la noción de “centralización del estado” o “mercantilización” para revelar con precisión cómo moldean las vidas de individuos y grupos sociales particulares. Para profundizar en estos puntos, véase Collins (1981), Knorr-Cetina (1981), Giddens (1984:132-144) y Long (1989:226-231).

3

En cierto nivel, esta diferencia en el análisis coincide en términos generales con la

división entre la economía, las ciencias políticas y la macrosociología, frente a la

antropología y la historia, o con más precisión, entre estudiosos interestados en

comprobar modelos estructurales generales y quienes buscan describir las maneras en que

la gente maneja los dilemas de su vida cotidiana. Por supuesto, algunos estudios notables

han logrado combinar estos niveles con éxito razonable, pero han sido relativamente

pocos.7 La razón principal de la dificultad para integrar las perspectivas estructurales y las

del actor es que sus postulados teóricos y epistemológicos divergen, pero esto no

significa que es imposible combinarlas dentro de un solo marco de análisis.

La convergencia de modelos estructurales de desarrollo

A pesar de diferencias obvias en ideología y vestimentas teóricas, hasta hace poco, dos

modelos estructuralistas han ocupado la escena central en la sociología del desarrollo: la

teoría de la modernización y la economía política. Y las dos evidencian ciertas

similitudes paradigmáticas, al tiempo que comparten debilidades analíticas.

La teoría de la modernización plantea el desarrollo de la sociedad “moderna”

como un movimiento progresivo hacia formas más complejas e integradas desde el punto

de vista tecnológico e institucional. Este proceso es activado y mantenido mediante la

paulatina y creciente inserción en los mercados de mercancías y en una serie de

intervenciones que involucran la transferencia de tecnología, conocimiento, recursos y

formas de organización del mundo más “desarrollado” o sector de un país hacia las partes

7 Los siguientes estudios, por mencionar unos pocos de mis favoritos, destacan por ser particularmente buenos a este respecto: Pahl (1984), Moore (1986), Larson (1989) y Smith (1989). Mi propio trabajo con Bryan Roberts (1978 y 1984) intenta hacer lo mismo.

4

menos “desarrolladas”. De esta manera, la sociedad “tradicional” es impulsada hacia el

mundo moderno, y poco a poco sus patrones económicos y sociales adquieren los

instrumentos de “la modernidad”, aunque no sin sobresaltos institucionales (es decir, lo

que a menudo ha sido denominado “obstáculos sociales y culturales al cambio”).

Por otro lado, las teorías marxista y neomarxistas de la economía política

acentúan la naturaleza explotadora de estos procesos para aumentar el nivel de extracción

de plusvalía y la acumulación de capital, y los atribuyen a la tendencia expansionista

inherente al capitalismo mundial y a su necesidad constante de abrir nuevos mercados.

Aquí la imagen es la de intereses capitalistas, extranjeros y nacionales, que subordinan (y

probablemente a la larga minan) los modos y relaciones de producción no capitalistas, y

los integran en un tejido desigual de relaciones económicas y políticas. Aunque han

variado las coyunturas y el grado de integración de los países a la economía política

mundial, el resultado es estructuralmente similar. Son obligados a unirse a la “hermandad

de naciones” en condiciones no determinadas por ellos, sino por sus “socios” más

adinerados y poderosos en el terreno político. Pese a que este tipo de teoría involucra una

variedad de escuelas de pensamiento, en esencia el mensaje central permanece inalterado;

a saber, que los patrones de desarrollo y subdesarrollo son mejor explicados por un

modelo genérico de desarrollo capitalista de escala mundial.8

8 Aquí estoy recorriendo rápidamente las complejidades involucradas en las diferenciaciones entre las distintas posiciones estructuralistas, de la dependencia y neomarxistas. América Latina es un caso especialmente interesante, ya que a partir de los inicios de los cincuenta ha fertilizado una rica tradición “indígena” de teoría del desarrollo. Ésta incluye la escuela estructuralista de Prebisch y otros que desafiaron a los teóricos existentes de la economía neoclásica, varios escritores de la dependencia (reformistas y marxistas), así como a los marxistas más ortodoxos. De hecho, como dice Kay (1989:126), quien estudió y presentó la literatura de la dependencia —sin tocar el resto—, “es como confrontarse con una Torre de Babel. Cualquier esfuerzo por hacer un relato justo está cargado de dificultades, como si uno se viera obligado a ser selectivo respecto tanto a los temas como a los autores”. El libro de Kay, Latin American Theories of Development and Underdevelopment (1989), ofrece un relato completo de este trabajo “desde la periferia”, y muestra cómo se interrelacionan la teoría y la política.

5

Estas dos macro perspectivas representan posiciones ideológicas opuestas; la

primera se adhiere al punto de vista llamado “liberal”, creyendo en última instancia en

los beneficios del gradualismo y del efecto “goteo”. La segunda toma una posición

“radical”, partiendo de una visión del desarrollo como un proceso inherentemente

desigual que involucra la explotación continua de las sociedades de la “periferia” y de las

poblaciones “marginadas”. Sin embargo, en otro nivel, los dos modelos son similares

puesto que ambos ven el desarrollo y el cambio social como emanación de los centros de

poder externos mediante las intervenciones de los cuerpos estatales o internacionales. Se

considera que siguen un camino determinado de desarrollo, señalizado por etapas o por la

sucesión de regímenes diferentes del capitalismo. Las llamadas fuerzas externas

encapsulan las vidas de las personas; así reducen su autonomía y al final minan formas

locales o endógenas de cooperación y solidaridad, lo que da por resultado un incremento

de la diferenciación socioeconómica y un mayor control centralizado por poderosos

grupos económicos y políticos, instituciones y empresas. En este sentido no parece tener

mucha importancia si la hegemonía del Estado está basada en una ideología capitalista o

en una socialista, puesto que ambas implican tendencias hacia el incremento de la

incorporación y la centralización.

Por consiguiente, inscritos en ambos modelos encontramos posiciones

deterministas, lineales y externalistas del cambio social.9 Mis recapitulaciones de sus

9 Sin duda, esto será visto por algunos como una declaración imprudente y terminante, ya que pueden citarse algunos trabajos que evitan por lo menos algunas de estas limitaciones. Por ejemplo, los mejores estudios neomarxistas o de la dependencia acentúan la importancia de patrones internos de explotación y relaciones étnicas o de clase, prestan atención a procesos históricos reales (en lugar de idealizados), e intentan evitar formulaciones funcionalistas o deterministas. Sin embargo, hechas tales advertencias, creo que el cuadro general permanece como lo he descrito. Este punto de vista se apoya en la favorable valoración crítica del análisis de la teoría de la dependencia hecha por Kay (1989:194-6), quien enfatiza su “sobredeterminación de lo externo”, su “distorsionado cuadro histórico de las condiciones del periodo de predependencia” y su tratamiento insuficiente de “las causas internas del subdesarrollo”. Véase Long (1977a:9-104) para una documentación detallada de las diferencias y similitudes del modelo de modernización y del analisis neomarxista

6

puntos de vista quizás simplifican y caricaturizan sus argumentos, pero considero que una

lectura cuidadosa de la literatura apoyaría la conclusión de que de hecho comparten un

conjunto común de creencias paradigmáticas. Este argumento se sostiene también en la

existencia de supuestos similares que apuntalan los enfoques del desarrollo agrario sobre

la base de la comercialización (es decir, la modernización) y la mercantilización (véase

Van der Geest, 1988, y Long y Van der Ploeg, 1988).

Breve revisión de análisis estructurales recientes

En tanto que las limitaciones de estos modelos estructurales iniciales —sobre todo su

incapacidad de explicar adequadamente las causas y dinámicas de la heterogeneidad

social— son ahora reconocidas en extenso tanto por sociólogos como por economistas

políticos, gran parte de la teoría social actual permanece casada con el universalismo, la

linealidad y las oposiciones binarias (Alexander, 1995:6-64). Esto no sólo se observa en

el análisis de los procesos de desarrollo (véase en el capítulo 2 una crítica detallada de las

nociones de intervención planeada), sino también, de modo más general, en las

interpretaciones teóricas del cambio sociocultural contemporáneo (véase el capítulo 10).

Por ejemplo, muchos autores en el postmodernismo sucumben a la teoría de “las etapas

de la historia” cuando escriben sobre la transición de formas de producción “fordistas” a

“posfordistas” (es decir, de la producción en masa a la especialización flexible) como si

fuera un proceso unidireccional simple en sintonía con otros cambios socioculturales.

Aquí está implícita una visión característica ideal de lo que significa ser posmoderno. Un

ejemplo de esta visión es la manera en que Don Slater (1997:174-209) usa una lente del

7

posmodernismo para mirar los “tiempos nuevos” que estamos viviendo. La interpretación

de Slater gira en torno a la dudosa suposición de que el movimiento hacia los patrones

posfordistas de organización es congruente con otras dimensiones y representaciones del

cambio, como el cambio de modos organizados a desorganizados del capitalismo, del

valor de intercambio mercantil a la importancia creciente del “valor del signo”, y de

identidades sociales basadas en el criterio de trabajo y ciudadanía a las basadas en los

estilos de vida globales.10 Nos preguntamos si en este nivel de abstracción las

complejidades empíricas y las diversidades de la vida contemporánea pueden ser

abordadas de manera adecuada.

Lo que claramente se pierde aquí es el esfuerzo por analizar a fondo las maneras

intrincadas y variadas en que las viejas y nuevas formas de producción, consumo,

sustento e identidad se entrelazan y generan modelos heterogéneos de cambio económico

y cultural. Dos intentos diferentes, aunque a la vez desafiantes, de ofrecer tal marco

analítico es la reconceptuación de los cambios rurales en el Reino Unido (Constructing

the Countryside) de Marsden y colaboradores (1993), y el análisis de Smith (1999:131-

191) de los procesos de reestructuración socioeconómica en las regiones de España e

Italia, en su libro Confronting the Present.

Otros teóricos contemporáneos se han dedicado a reformular el análisis estructural

para incluir acontecimientos más explícitos de la globalización. Por ejemplo, Preston

(1996:273-293) distingue tres vías para teorizar el sistema global: 1) un posmodernismo

orientado al mercado, basado en el conocimiento y en el punto de vista de consumo

global/estilos de vida; 2) mediante la aplicación de la teoría marxista de la dependencia

10 Slater hace una sucinta revisión y presentación global de varios textos contemporáneos importantes (por ejemplo, Baudrillard 1981; Lash y Urry, 1987; Hall y Jacques, 1989).

8

para explicar los cambios en los modelos globales de capitalismo y los cambios en el

destino de bloques particulares de poder económico y político (como el hundimiento del

sistema soviético y el surgimiento de las vicisitudes posteriores en los países asiáticos

orientales), y 3) mediante un esfuerzo por hacer nuevas interpretaciones del cambio

estructural por medio de la identificación de lo que Preston designa “una lógica de

interdependencia global siempre mayor” entre grupos que ocupan nichos específicos en

la escena global y que intentan identificar problemas comunes (como los relacionados

con el medio ambiente global y asuntos comerciales mundiales), y que ejercen presión

para el establecimiento de acuerdos globales negociados y estructuras reguladoras

(Preston, 1996:292).

Por otro lado, otros estudiosos se han preocupado por la “declinación de la

coherencia de lo nacional […] de las economías nacionales y de los Estados reguladores

nacionales” (Buttel, 1994:14). Los defensores de esta postura analítica sostienen que los

nuevos “regímenes de acumulación” y “modos de regulación” son generados cuando las

contradicciones internas, los desarrollos tecnológicos y la economía política global

amenazan las estructuras institucionales locales y nacionales, así como la viabilidad del

orden económico y político que prevalece. En estas situaciones críticas —argumentan—

se desarrollan nuevos modos de organizar la acumulación de capital y la reproducción

social.11

Como afirman varios autores (por ejemplo, Jessop, 1988:151, y Gouveria, 1997),

estos procesos de reestructuración no deben observarse como desligados de la acción

social, ya que son producto de luchas sociales pasadas y presentes. Cabe mencionar que

11 Véase en Janvry (1981) un análisis temprano de cómo el Estado (apuntalado por “los intereses de la clase dominante”) establece reformas en sus políticas de desarrollo para resolver la crisis de acumulación de capital.

9

los protagonistas identificados en estas luchas son aquellos que representan Naciones-

Estado individuales y organismos transnacionales como el Fondo Monetario

Internacional (FMI), el Banco Mundial, o la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Estos últimos tipos de actores institucionales buscan ordenar la economía global y

manejar cualquier turbulencia que pueda presentarse. Al hacerlo intentan dirigir las

políticas gubernamentales nacionales fuera del “proyecto desarrollista” del pasado hacia

un régimen económico neoliberal más robusto (véase un recuento completo de este

proceso en McMichael, 1994).12 Por supuesto, tal perspectiva no presta suficiente

atención a la multiplicidad de actores sociales e intereses que participan en la

reestructuración de tales procesos. Ni aprecia hasta qué punto, en ciertas circunstancias,

los actores etiquetados como menos poderosos pueden hacer oír sus voces y cambiar de

manera drástica el curso de eventos, como se evidenció en el encuentro de la OMC en

1999, en Seattle, cuando cientos de personas tomaron las calles y con éxito

obstaculizaron la aceptación inequívoca de la asamblea del principio del libre comercio.

La apreciación de Preston del análisis estructural lo lleva a una conclusión similar:

lo que necesitamos es dejar atrás las explicaciones estructurales en favor de un análisis

enfocado en el agente o actor. Aquí es donde su argumento (Preston, 1996:301-303)

coincide con mi insistente defensa de tal perspectiva (Long, 1977, 1984, y 1992). La

próxima sección expone las implicaciones de tal cambio teórico.

12 Véase también en Mouzelis (1993) un recuento teórico de la noción de actores institucionales macro; en Lockie (1996), una valoración crítica del estructuralismo global; y en Goodman y Watts (1997) una reevaluación de los enfoques teóricos a las redes agroalimentarias globales.

10

Un enfoque orientado al actor

En la sociología del desarrollo siempre ha habido una especie de contrapunto al análisis

estructural, aunque no se hubiera explicitado claramente en la literatura sobre el tema

sino hasta relativamente tarde en el siglo XX. Esto es lo que he llamado el enfoque

orientado al actor. Este interés en los actores sociales se nutre (de modo explícito o

implícito) en la convicción de que es poco satisfactorio basar el análisis en el concepto de

determinación externa, aunque puede ser verdad que importantes cambios estructurales

son resultado del efecto de fuerzas externas (debido a la invasión del mercado, Estado o

cuerpos internacionales). Todas las formas de intervención externa se introducen

necesariamente en los mundos de vida de los individuos y grupos sociales afectados, y de

esta manera son mediadas y transformadas por estos mismos actores y sus estructuras.

Asimismo, sólo es posible que fuerzas sociales “remotas” y en gran escala alteren las

oportunidades de vida y la conducta de individuos porque toman forma, de un modo

directo o indirecto, en las experiencias de la vida cotidiana y las percepciones de los

individuos y grupos implicados. Así, como James Scott (1985:2) expresa,

“Sólo al capturar la experiencia en su plenitud podremos decir algo significativo acerca

de cómo un sistema económico dado influye en aquellos que lo constituyen y mantienen

o lo reemplazan. Y, claro, si esto es verdad para el campesinado o el proletariado, es

verdad para la burguesía, la pequeña burguesía , e incluso para el lumpenproletariado”.

Por lo tanto, para comprender el cambio social es necesaria una propuesta más

dinámica que enfatice la interacción y determinación mutua de los factores y relaciones

11

“internos” y “externos”,13 y que reconozca el papel central desempeñado por la acción

humana y la conciencia. Una manera de hacerlo es mediante la utilización de análisis

orientados al actor, los cuales tuvieron popularidad en la sociología y antropología

alrededor de finales de la década de los 60 y principios de los 70. Estas propuestas van

desde los modelos transaccionales y toma de decisiones hasta el interaccionismo

simbólico y análisis fenomenológico.

Una ventaja del enfoque centrado en el actor es que se empieza con el interés de

explicar las respuestas diferenciales a circunstancias estructurales similares, aun cuando

las condiciones parezcan más o menos homogéneas. Así se asume que los modelos

diferenciales que aparecen son en parte creación colectiva de los actores mismos. Sin

embargo, los actores sociales no deben figurar como simples categorías sociales

incorpóreas (basadas en la clase o algún otro criterio clasificatorio), o destinatarios

pasivos de la intervención, sino como participantes activos que reciben e interpretan

información y diseñan estrategias en sus relaciones con los diversos actores locales, así

como con las instituciones externas y su personal. Las sendas precisas del cambio y su

importancia para los implicados no pueden imponerse desde fuera, ni pueden explicarse

por los mecanismos de alguna lógica estructural inexorable, como está implícito en el

modelo de “periferia desarticulada”14 de De Janvry (1981). Los diferentes modelos de

organización social emergen como resultado de las interacciones, negociaciones y

forcejeos sociales que tienen lugar entre varios tipos de actor, no sólo de los actores

13 Aunque quizá se debería evitar la referencia a factores “externos” e “internos”, es difícil desechar por completo tal visión dicotómica de nuestra conceptuación cuando se discute la “intervención”, dado que la misma intervención descansa en este tipo de distinción. Para profundizar en este asunto, véase Long y Van der Ploeg (1989) y el capítulo 2 de este libro. 14 Para un conocimiento más amplio de la postura crítica de la “lógica del capital” en el enfoque de De Janvry y su argumento de que el Estado actúa como un instrumento para resolver las crisis de acumulación capitalista, véase Long (1988:108-114) y el capítulo 2 de este libro.

12

presentes en ciertos encuentros cara a cara, sino también de los ausentes que, no obstante,

influyen en la situación, y por ello afectan las acciones y los resultados.

Habiendo dicho esto, sin embargo, es necesario subrayar las limitaciones de

varios planteamientos orientados al actor promovidos en los 60 y 70, en especial por

antropólogos (véase Long, 1977:105-43). En un esfuerzo por combatir puntos de vista

culturalistas y estructuralistas simples sobre el cambio social, estos estudios se

concentraron en la conducta innovadora de empresarios e intermediarios económicos, en

los procesos de toma de decisiones individuales o en las maneras en que los individuos

movilizaban recursos mediante la construcción de redes sociales (véase el capítulo 7).

Pero muchos de estos estudios no llegaron lejos debido a la tendencia a adoptar un punto

de vista voluntarista de la toma de decisiones y a enfatizar la naturaleza transaccional de

las estrategias del actor, por lo que prestaban insuficiente atención al modo en que las

opciones individuales están influidas por marcos más amplios de significado y acción (es

decir, por las disposiciones culturales, o lo que Bourdieu (1981: 305) llama el habitus o

“historia encarnada”, y por la distribución del poder y recursos en la arena más amplia).

Y, algunos estudios tropezaron cuando adoptaron un extremado individualismo

metodológico que buscaba explicar, en primer lugar, la conducta social con base en

motivaciones, intenciones e intereses individuales.15

Otro tipo de investigación orientada al actor (la cual tiende a prevalecer entre

científicos políticos y economistas, pero que también fue adoptada por algunos

antropólogos económicos como Schneider (1974) es aquella que utiliza un modelo

generalizado de elección racional basado en un número limitado de axiomas, tales como

15 Esta posición ha sido criticada con mordacidad, sobre todo por los escritores marxistas (véase Alavi, 1973; y Foster-Carter, 1978:244).

13

la maximización de preferencias o de utilidad. En tanto que los tipos de análisis del actor

mencionados anteriormente tendían a tratar la vida social y en especial el cambio social

como reducible en esencia a las acciones constitutivas de los individuos, el enfoque de la

elección racional propone un modelo “universal” cuyos “rasgos centrales codifican las

propiedades fundamentales de la conducta humana” (Gudeman, 1986:31, quien critica

este enfoque)16. Por supuesto, la objeción principal a éste es que ofrece un modelo

occidental etnocéntrico de conducta social basado en el individualismo del “hombre

utilitario” que sin ningún tacto ignora las especificidades de la cultura y el contexto.

La importancia central de empezar desde la experiencia vivida

En contraste con estos tipos de perspectivas del actor, Unni Wikan (1990) hace una

interpretación fascinante de la práctica social cotidiana balinesa. Su etnografía es notable

por la manera en que desenmascara las convenciones y artilugios de despliegues

culturales públicos y actuaciones rituales balineses —tan a menudo objeto de interés

antropológico— para revelar un rico y versátil repertorio de maneras de enfrentar las

crisis, penalidades y los sinsabores de la vida diaria. Ella dice que si “esta naturaleza

compuesta y compleja del orden social no es también representada en nuestros relatos

antropológicos, nos arriesgamos a retratar a los balineses como absortos en espectáculos

públicos, como personas sin corazones y sin preocupaciones personales obligativas”

(Wikan, 1990:35).

16 Véase Coleman, 1990 y 1994; Elster, 1985, 1986 y 1989, para profundizar en dos de las aplicaciones más consistentes de la teoría de la elección racional en la sociología.

14

La misma observación crítica es pertinente para teoría del desarrollo, donde

también necesitamos ver detrás de los mitos, modelos y poses de la política del desarrollo

e instituciones, así como de las valoraciones de la cultura local y el conocimiento, para

develar “los detalles de ‘lo vivido en los mundos’ de la gente”. Es decir, necesitamos

documentar las maneras en que las personas dirigen o enredan sus caminos en sucesivos

escenarios difíciles, convirtiendo lo malo en circunstancias menos malas. Como Wright

Mills (1953) una vez comentó en un contexto ligeramente diferente, la explicación

sociológica requiere dirigirse tanto a “preocupaciones públicas” como a “dilemas

privados”.

La ventaja de un enfoque centrado en el actor es que pretende asir con precisión

estos temas mediante un entendimiento etnográfico sistemático de la “vida social” de los

proyectos de desarrollo —desde su concepción hasta su realización—, así como de las

respuestas y experiencias vividas de los actores sociales localizados y afectados [con

diversidad] (cf. la formulación similar de Olivier de Sardan, 1995:50-4). Los elementos

centrales de este esfuerzo etnográfico tienen el fin de dilucidar las estrategias generadas

en lo interior y los procesos de cambio, los eslabones entre los pequeños mundos de los

actores locales y los fenómenos globales y actores en gran escala, y el papel decisivo

desempeñado por formas diversas y a menudo contradictorias de acción humana y

conciencia social en la fabricación del desarrollo.

Preocupaciones personales apremiantes y el hombre de paja del individualismo

metodológico

15

Mientras que la mayoría de los escritores se esfuerzan por responder preguntas de

intervención en el desarrollo y los cambiantes modos de sustento, reconocen la

importancia de lo descrito por Wikan como “preocupaciones personales apremiantes”,

éstas se traducen a menudo en declaraciones estructurales simples sobre las

vulnerabilidades de las “clases bajas” y los pagos del “adinerado” o “favorecido”, o

alternativamente se arrojan al modelo conductual de elección racional basado en axiomas

universales, como la maximización de preferencias de utilidad y el principio de

intencionalidad estratégica. Ninguna formulación concuerda de modo satisfactorio con

las amplias implicaciones de los conceptos de la experiencia vivida, los modos de

sustento y las prácticas sociales cotidianas del análisis orientado al actor. Este asunto se

agrava cuando varios comentaristas acusan a los investigadores orientados al actor de

centrar demasiado sus explicaciones en la agencia y la racionalidad instrumental de los

individuos (por ejemplo, véase Alavi, 1973; Harriss, 1982; Vanclay, 1994; y Gould,

1997).

Como un rechazo a estas críticas, Lockie (1996:45-46), quien sintetiza

adecuadamente mi posición, defiende:

Aunque pienso que sería justo decir que los estudios nutridos por la perspectiva

del actor tienden a enfatizar la racionalidad discursiva de los actores a costa de la

conciencia práctica, teóricamente no pienso que esta aserción es una crítica

justificable. La racionalidad no es, de acuerdo con Long (1992), una propiedad de

individuos, sino que es seleccionada del almacén de discursos disponibles que

16

forman parte del entorno cultural de la práctica social. Refiriéndose de nuevo a la

construcción de agencia, se sigue que las concepciones de racionalidad, el poder y

conocimiento también son culturalmente variables, y no pueden ser separadas de

las prácticas sociales de los actores.

Como esta cita subraya, los conceptos orientados al actor aspiran a encontrar espacio para

una multiplicidad de racionalidades, deseos, capacidades y prácticas, incluyendo, claro,

los asociados con varios modos de instrumentalismo. La importancia relativa de estas

diversas ideas, sentimientos y maneras de actuar para dar forma a las componendas

sociales y para provocar el cambio sólo puede evaluarse en un contexto único, y

dependerá de una multitud de componentes interconectados de recursos sociales,

culturales y técnicos. La complejidad y el dinamismo implicados en ello reclaman

metodologías de la investigación (véase el capítulo 3) cuyo alcance vaya más allá del

interaccionismo simple o modos individualistas de pregunta y explicación.

Entonces, por estas razones está desorientada la acusación de “individualismo

metodológico”, que busca estudiar y explicar los fenómenos sociales mediante el

entendimiento de las motivaciones de individuos, intenciones e intereses. Es decir, su

función no es sino la de un hombre de paja para todos esos teóricos que desean culpar al

análisis del actor por prestar demasiada atención a los predicamentos cotidianos,

subjetividades y trayectorias sociales de los actores individuales que constituyen el tejido

de la vida social en cooperación o conflicto con otras personas actuantes.

17

Agencia, conocimiento y poder

En 1977 publiqué An Introduction to the Sociology of Rural Development. En ese

momento la sociología de desarrollo estaba en un cruce de caminos teórico, y no se podía

estar seguro de la dirección que tomaría el análisis y el debate. Un motivo importante

para escribir el libro fue incitar una discusión más abierta entre los estudiosos de

diferentes convicciones teóricas y argumentar a favor de la combinación de los enfoques

en el actor y los histórico-estructurales. Desde entonces han pasado muchas cosas que

han abierto el espacio a la consideración de los temas y perspectivas del actor, incluyendo

el auge repentino de escritos posmodernistas y la emergencia de formas

postestructuralistas de economía política menos doctrinarias (ahora etiquetada a veces

como “la nueva economía política”)17. No obstante, es probable que estos esfuerzos

fracasen, a menos que ciertos puntos conceptuales y metodológicos clave se aborden sin

reserva, entre los cuales la agencia es central.

En un esfuerzo por mejorar las formulaciones iniciales, muchos escritores han

retrocedido para reconsiderar la naturaleza esencial e importante de la “agencia humana”.

Esta noción metateórica yace en el corazón de cualquier paradigma revitalizado del actor

social, y forma el eje alrededor del cual giran los planteamientos que intentan reconciliar

las nociones de estructura y actor. Antes de relatar estos planteamientos, es importante

17 Una nueva revista llamada Nueva Economía Política empezó a circular en 1996. Su política editorial, publicada en el primer número, marca una línea clara entre lo que se podría llamar “el viejo estilo” de la economía política, cuyo interés central era el análisis de la relación entre las esferas de lo público (el Estado) y lo privado (el mercado), y el “el nuevo estilo” de la economía política que apunta a un análisis más integrado y global de las variaciones en la riqueza y pobreza de regiones, sectores, clases y estados. También subraya la importancia de examinar “las respuestas de los individuos y grupos a las constricciones y oportunidades creadas por las nuevas estructuras económicas globales, y por las identidades y roles que cambian con rapidez; las redes estratégicas de producción regional y las regulaciones políticas y económicas; así como las nuevas divisiones sociales que atraviesan los territorios y fronteras nacionales”. Esta declaración señala con claridad algunas conexiones significantes entre modos de análisis político-económico, institucional y orientado al actor.

18

enfatizar que el tema de la agencia no ha sido confinado en un círculo de teóricos

sociológicos y antropológicos y sus audiencias, sino que también ha penetrado el trabajo

empírico en las ciencias políticas (Scott, 1985), análisis de la política (Elwert y

Bierschenk, 1988), estudios de comunicación (Leeuwis, 1993; Engel, 1995 y 1997) e

historia (Stern, 1987).

En general, la noción de agencia atribuye al actor individual la capacidad de

procesar la experiencia social e diseñar maneras de lidiar con la vida, aun bajo las formas

más extremas de coerción. Dentro de los límites de información, incertidumbre y otras

restricciones (por ejemplo, físicas, normativas o político-económicas); los actores

sociales poseen “capacidad de saber” y “capacidad de actuar”. Intentan resolver

problemas, aprenden cómo intervenir en el flujo de eventos sociales alrededor de ellos, y

en cierta medida están al tanto de las acciones propias, observando cómo otros reaccionan

a su conducta y tomando nota de las varias circunstancias contingentes (Giddens, 1984:1-

16). 18

Sin embargo, mientras la quintaesencia de la agencia humana puede parecer

encarnada en la persona individual, los individuos no son las únicas entidades que toman

decisiones, actúan de común acuerdo y supervisan resultados. “Las empresas capitalistas,

agencias estatales, partidos políticos y organizaciones eclesiales son ejemplos de actores

sociales; todos ellos tienen medios para arribar a y formular decisiones y actuar por lo

18 El intento de Giddens por desarrollar una teoría de estructuración (1979 y 1984) ofrece varias ideas importantes y perspicaces de la noción de agencia, pero al final tiende hacia una visión funcionalista al estilo de Durkheim. De acuerdo con Cohen, Giddens “trata la sociedad (en lugar del self) como un ente, que de algún modo llega a ser independiente de sus propios miembros”, y asume que el self es requerido sin intermisión para ajustarse a ella. Y erra en la observación adecuada de la sociedad como informada, creada por egos, y por implicación; y erra, por lo tanto, en otorgar creatividad a los egos. La “agencia” que él permite a los individuos les da el poder de reflexión, pero no de motivación: ellos parecen condenados a ser los perpetradores, en lugar de arquitectos de la acción: “la agencia se refiere no a las intenciones que la gente tiene, sino a su capacidad de hacer esas cosas en primer lugar” (Giddens, 1984:9) (Cohen, 1994:21).

19

menos en alguna de ellas” (Hindess, 1986:115). Pero, como Hindess enfatiza, el concepto

de actor no debe usarse para referirse a colectividades, aglomeraciones o categorías

sociales que no tienen manera de discernir para formular o llevar a cabo las decisiones.

Sugerir, por ejemplo, que la sociedad, en el sentido global del término, o las clases y otras

categorías sociales basadas en etnicidad o género toman decisiones e intentan

implementarlas es asignarles equivocadamente la calidad de agencia.19 Esto también es

atribuible a la reificación de esquemas clasificatorios (basados en nociones generalizadas

de identidad social, papeles, estatus y jerarquías) que forman parte del aparato conceptual

de un individuo u organización para ordenar o procesar y sistematizar el mundo social

que los rodea y donde la acción tiene lugar. Así, debemos evitar los análisis que reducen

las cuestiones de acción social al desempeño de papeles sociales predeterminados o a las

exigencias simbólico-normativas o jerarquías sociales (Crespi, 1992:48).20 Mientras las

potencialidades para la acción social están sin duda formadas en parte por tales

dimensiones, un componente crítico consiste en todos esos pocesos por los cuales los

arreglos sociales o “estructuras” son construidos, reproducidos y cambiados. Esto implica

la noción de procesos y prácticas organizadoras, y debates continuos sobre los

significados y valores. También apunta a la variabilidad de la acción respecto a los

significados, las normas y la atribución de intencionalidad, ya que los actores sociales

19 Compárelo con la llamada “falacia ecológica”, según la cual las declaraciones basadas en datos agregados que involucran áreas geográficas se extienden para hacer inferencias de las características de los individuos que viven en ellas. Véase en Bulmer (1982:64-66) una exposición de las maneras en que esto puede descaminar las decisiones de política del desarrollo.20 Por estas razones, el análisis orientado al actor que se promueve aquí debe distanciarse de los análisis que equiparan la noción de actor con el sentido teatral de la representación de papeles en un escenario, tanto al frente, detrás o fuera del escenario (véase Goffman, 1961, 1983). Distanciarse del interaccionismo simbólico que se enfoca primariamente en cómo el sí mismo y el significado social se reproducen (Mead, 1934; Blumer, 1969) y distanciarse también de Touraine (1973, 1981), cuya “sociología de la acción” se fundamenta en la idea de “sujetos históricos” que están enmarcados por y emergen en circunstancias sociohistóricas específicas, enganchándose en “proyectos colectivos” que aspiran a cambiar el orden social (por ejemplo, los grandes movimientos de la clase obrera del siglo XIX y principios del XX).

20

pueden comprometerse, distanciarse, o adoptar una posición ambigua hacia ciertas reglas

codificadas e interpretaciones (cf. Crespi, 1992:60).

La agencia —que podemos reconocer cuando acciones particulares producen una

diferencia en un estado preexistente de asuntos o curso de eventos— está encarnada en

las relaciones sociales, y sólo puede ser efectiva a través de ellas. No sólo es el resultado

de poseer ciertos poderes persuasivos o formas de carisma; la habilidad de influir en otros

o dejar pasar una orden —por ejemplo, para conseguir que los otros acepten un mensaje

particular— descansa sobre todo en “las acciones de una cadena de agentes, cada uno de

los cuales ‘traduce’ [el mensaje] de acuerdo con sus proyectos”, y “el poder se forja aquí

y ahora enrolando a muchos actores en un esquema político y social dado” (Latour,

1986:264). En otras palabras, la agencia (y el poder) dependen de modo crucial del

surgimiento de una red de actores que llegan a ser parcialmente, aunque casi nunca

completamente, enrolados en el “proyecto” de alguna otra persona o personas. La

agencia, entonces, implica la generación y uso o manipulación de redes de relaciones

sociales y la canalización de elementos específicos (como demandas, órdenes, bienes,

instrumentos e información) a través de puntos nodales de interpretación e interacción.

Así, es esencial tomar en cuenta las maneras en que los actores sociales se comprometen

o son involucrados en debates acerca de la atribución de significados sociales a los

eventos particulares, acciones e ideas.

Desde este punto de vista, los modelos de desarrollo intervencionista (o las

medidas políticas y la retórica) se convierten en armas estratégicas en manos de quienes

están a cargo de promoverlos. Sin embargo, la batalla nunca acaba puesto que todos los

actores ejercen algún tipo de ‘poder’, contrapeso o espacio de maniobra, incluso quienes

21

están en posiciones muy subordinadas. Como escribe Giddens (1984:16), “todas las

formas de dependencia ofrecen algunos recursos por los cuales quienes están

subordinados pueden influir en las actividades de sus superiores”. Y de esta manera ellos

se comprometen activamente (aunque no siempre en el terreno de la conciencia

discursiva) en la construcción de sus mundos sociales y experiencias de vidas, aunque,

como advierte Marx (1852, 1962:252), las circunstancias que ellos encuentran no son de

su propia hechura.

Considerando la relación del actor y la estructura, Giddens argumenta que la

constitución de estructuras sociales, que tienen tanto un efecto constrictor como

habilitador en el comportamiento social, no puede ser comprendida sin apelar al concepto

de agencia humana:

Al seguir las rutinas de mi vida diaria ayudo a reproducir instituciones sociales

que no contribuí a crear. Ellas son más que sólo el ambiente de mi acción puesto

que […] intervienen constitutivamente en lo que hago como agente. De modo

similar, mis acciones constituyen y reconstituyen las condiciones institucionales

de acción de otros, tal como sus acciones hacen a las mías […] Mis actividades,

entonces, están incrustadas en, y son elementos constitutivos de, propiedades

estructuradas de instituciones que se extienden más allá de mí en tiempo y espacio

(Giddens 1987:11).

Mientras que acepto el punto general de Giddens, es claro que esta incrustación de la

acción en las estructuras y procesos institucionales no debe implicar que la elección de

22

comportamiento sea reemplazada por una rutina inmutable, o que un actor “siga un guión

ideológico preestablecido” (Dissanayake, 1996:8), o que sea “un portador de

disposiciones [habitus o “sistema de esquemas generativos” a la Bourdieu] que son por sí

mismos los conductos de intereses” (Turner, 1992:91). Ciertamente, como Turner y otros

(por ejemplo, Wikan, 1990) han defendido persuasivamente, una interpretación teórica de

la acción social debe ir más allá de una consideración de la habilidad de conocer, la

conciencia y las intenciones para también abarcar “los sentimientos, emociones,

percepciones, identidades y la continuidad de los agentes [personas] a través del espacio

y tiempo” (Turner,1992:91).21 Es más, “un rasgo necesario de la acción es que, en

cualquier punto del tiempo, los actores ‘podrían haber actuado de otra manera’: tanto

positivamente en términos de la intervención intentada en el proceso de ‘eventos en el

mundo’, o negativamente en términos de resignación” (Giddens, 1979:56). También

debemos suponer que los actores son capaces (incluso en un espacio social y personal en

extremo restringido) de procesar y sistematizar (de manera consciente o inconsciente) sus

experiencias vividas y actuar en ellas.

Hindess (1986:117-119) lleva el argumento un paso más allá al señalar que llegar

a decisiones, o el posicionamiento social frente a otros actores, implica el uso explícito o

implícito de “medios discursivos” en la formulación de metas, persecución de intereses y

cumplimiento de deseos, y en la presentación de argumentos o racionalizaciones para las

acciones emprendidas. Estos medios discursivos o tipos de discurso (es decir, las

construcciones culturales implicadas en la expresión de los puntos de vista o perspectivas

21 Turner hace una adición muy perceptiva a las teorías de acción social demostrando la necesidad de incorporar una sociología del cuerpo, la cual, él sostiene, sería “una corrección nada trivial a la corriente principal de la teoría sociológica” y de importancia crítica para la investigación actual en “la compenetración de los mundos tecnológicos, biológicos y sociales [que] han dado lugar a una nueva entidad (el cyborg) que es una intersecciónde lo orgánico y lo inorgánico” (Turner, 1992:95).

23

de valor, tanto verbal o a través de la práctica social)22 varían, y no son sólo rasgos

inherentes a los actores mismos: forman parte de bagajes diferenciados de conocimiento

y recursos disponibles de actores de diferentes tipos. Ya que la vida social nunca es tan

unitaria para ser construida en un solo tipo de discurso, se sigue que, aunque restringidos

en sus opciones, los actores siempre encuentran algunas maneras alternativas de

formulación de sus objetivos, desplegando modos específicos de acción y dando razones

de su comportamiento.

Aquí es importante señalar que el reconocimiento de discursos alternativos usados

o disponibles a los actores desafía, por una parte, la noción de que la racionalidad es una

propiedad intrínseca del actor individual y, por otra, que refleja sólo la situación

estructural del actor en la sociedad. Todas las sociedades tienen dentro de sí un repertorio

de estilos de vida diferentes, formas culturales y racionalidades que los miembros utilizan

en su búsqueda del orden y significado, y en los cuales ellos mismos contribuyen

(intencionalmente o no) a afirmar o reestructurar. Entonces, las estrategias y las

construcciones culturales empleadas por los individuos no son como caídas del cielo, sino

que son extraídas de un bagaje de discursos disponibles (verbales y no verbales) que

hasta cierto punto es compartido con otros individuos, contemporáneos y quizá

predecesores. A estas alturas, el individuo es, dicho por medio de una metáfora,

transmutado en actor social, lo cual apunta al hecho de que el término es una

construcción social en lugar de sólo un sinónimo para el individuo o miembro de la

especie Homo Sapiens. También es necesario distinguir dos tipos diferentes de

22 Estos términos se toman del trabajo de Foucault, véase en especial su Arqueología del Conocimiento (1972), donde escribe también de “formaciones discursivas” y “objetos discursivos”. Como apunta Hirst (1985:173), “Foucault está interesado en remover los conceptos de ‘declaración’ y ‘discurso’ del ghetto de las ideas, para demostrar que las formaciones discursivas pueden ser consideradas las estructuras complejas de discurso-práctica con que son definidos y construidos los objetos, las entidades y las actividades dentro del dominio de una formación discursiva”.

24

construcción social asociados con el concepto de actor social: primero, el tipo endógeno

de lo cultural basado en representaciones características de la cultura en que el individuo

o red de individuos están incrustados; y segundo, el derivado de las propias

predisposiciones y la orientación teórica del investigador o analista (también, claro, por

esencia cultural en tanto que ellos están probablemente asociados con una escuela

particular de pensamiento y comunidad de estudiosos).

Esta construcción social de los actores atañe de manera crucial al asunto de la

agencia. Aunque podríamos pensar que sabemos a la perfección lo que queremos decir

con “habilidad para conocer” y “habilidad para hacer” —los dos elementos principales de

la agencia identificados por Giddens—, estos conceptos deben traducirse culturalmente si

van a ser del todo significantes. Por consiguiente, no debe presuponerse una

interpretación constante, universal de agencia en todas las culturas (aun cuando se pueda

reunir evidencia de creciente occidentalización o globalización). Pues es seguro que ésta

varía en su presentación cultural y razón. Debido a ello necesitamos revelar lo que

Marilyn Strathern (1985:65) llama la “teoría indígena de la agencia”. Utilizando ejemplos

de África y Melanesia, Strathern muestra cómo las nociones de agencia se construyen de

modo diferente en culturas diferentes. Ella argumenta que atributos como el

conocimiento, poder y prestigio son adjudicados de modo diferente al concepto de

persona. En África la noción de personaje se vincula de modo predominante a la idea de

“oficio”, es decir, gente “ocupada”, con cierto estatus, que “desempeña” ciertos papeles,

pasa por ritos de iniciación e instalación para asumirlos, y se considera que influye en

otros en virtud de su posición relacional respecto a ellos. En contraste, el estatus y otros

atributos personales se ven en Melanesia como menos atados para siempre a individuos o

25

definidos en relación con una matriz dada de posiciones; en cambio, sin intermisión son

tratados, negociados o disputados. Se podría delinear contrastes similares entre las teorías

culturales de poder e influencia existentes en diferentes segmentos de las sociedades

latinoamericanas, por ejemplo, entre los campesinos y las poblaciones urbanas, o dentro

de la burocracia, la Iglesia y el Ejército.

Tales diferencias subrayan la importancia de examinar la manera en que las

nociones de persona y de agencia (“habilidad para conocer” y “habilidad para hacer”) son

constituidas de manera diferente de acuerdo con la cultura y cómo afectan el manejo de

relaciones interpersonales y los tipos de control que los actores pretenden frente al otro.23

En el campo del desarrollo, esto significa analizar cómo las concepciones diferenciales de

poder, influencia, conocimiento y eficacia pueden penetrar en las respuestas y estrategias

de los diferentes actores (por ejemplo, los campesinos, trabajadores del desarrollo,

propietarios y funcionarios del Gobierno local). También debemos tomar en cuenta la

pregunta de cómo podrían imponerse nociones de agencia ajenas a los grupos locales que

derivan de las políticas promovidas por las autoridades. Aquí tengo en mente, por

ejemplo, la aplicación de conceptos como “stakeholder” (quien tiene intereses invertidos

en un proyecto), “participación popular”, “concentrandose en el pobre” o “teniendo como

objetivo al pobre” o “el papel del agricultor progresista” en el desarrollo planeado.24

23 Sin embargo, el sitio de la agencia cambia con frecuencia durante los continuos encuentros y diálogos sociales. Asimismo en las actuaciones públicas a menudo no es obvio de quién es la agencia que está en la contienda, ya que quien habla puede no ser “el autor”, y el autor puede no ser “la autoridad legítima”. Véase un análisis etnográfico detallado de estos puntos en Keane (1997:138-175).24 Entonces, enfrentamos un problema epistemológico sumamente difícil, identificado por Fardon (1985:129-130, 184), de imponer nuestro modelo (“universal”) analítico de agencia en nuestros datos de investigación, aun cuando deseemos “abarcar la reflexividad despierta y la agencia de los sujetos mismos”. Así, en la explicación o traducción de la acción social podemos trocar la agencia o las intencionalidades de aquellos que estudiamos por nuestras nociones tradicionales o ancestrales o conceptos teóricos. De hecho es probable que el contraste plasmado por Strathern en los casos de África y Melanesia no refleje sólo una extremada distinción cultural entre estos dos tipos de sociedad, sino la diferencia teórica entre la aplicación inicial del funcionalismo estructural en África y el modelo posterior del intercambio aplicado a Melanesia.

26

Aun más si partimos de la premisa de que no sólo tratamos con una multiplicidad

de actores sociales, sino también con “realidades múltiples” que en potencia implican

intereses sociales y normativos conflictivos y configuraciones de conocimiento diversas y

discontinuas, entonces debemos examinar detalladamente, cuáles y de quiénes son las

interpretaciones o modelos que prevalecen sobre los de otros y en qué circunstancias lo

hacen (por ejemplo, de los científicos agrícolas, políticos, campesinos o extensionistas).

Además, los procesos de conocimiento están incrustados en procesos sociales que

implican aspectos de poder, autoridad y legitimación; y, así, es también probable que

éstos reflejen y contribuyan al conflicto entre los grupos sociales, ya que son dirigidos

hacia el establecimiento de percepciones, intereses e intencionalidades comunes.

Este tejido de procesos de conocimiento y poder constituye el enfoque central de

la tercera parte de este libro. Baste aquí resaltar ciertos procesos paralelos. Como el

poder, el conocimiento no es sólo algo que se posee y se aumenta (Foucault, en Gordon,

1980), ni puede medirse con precisión en términos de alguna noción de cantidad o

calidad. Surge de procesos de interacción social y es en esencia un producto conjunto del

encuentro y fusión de horizontes. Debe, por consiguiente, como el poder, ser visto en sus

relaciones y no ser tratado como si pudiera ser vaciado o usado. Si alguien tiene el poder

o el conocimiento, no implica —como el modelo de suma cero— que otros no lo tengan.

No obstante, poder y conocimiento pueden reificarse en la vida social: con frecuencia

pensamos en ellos como cosas materiales reales poseídas por actores, y tendemos a

considerarlas como realidades dadas, no cuestionadas. Por supuesto, este proceso de

reificación o de “encerrar en cajas negras” (Latour, 1993) es parte esencial de los

continuos forcejeos acerca de los significados e imágenes y el control de relaciones y

27

recursos estratégicos. Los encuentros de conocimiento involucran forcejeos entre actores

que quieren inscribir a otros en sus “proyectos”, y consiguen que acepten marcos

particulares de significados y lograr que adopten sus puntos de vista. Si son exitosos,

otras partes “delegan” poder en ellos. Estos forcejeos involucran el fijar puntos clave que

tienen una influencia controladora sobre los intercambios y atribuciones de significado

(incluyendo la aceptación de nociones reificadas tales como la de autoridad).

Espero que la exposición anterior haya clarificado por qué el concepto de agencia

es de importancia teórica central. Un enfoque orientado al actor empieza con la simple

idea de que en las mismas o similares circunstancias estructurales se desarrollan formas

sociales diferentes. Tales diferencias reflejan variaciones en las maneras en que los

actores intentan encarar o lidear con las situaciones, cognoscitiva, organizacional y

emocionalmente. Por consiguiente, una comprensión de modelos diferenciales de

comportamiento social debe fundarse en “sujetos activos que conocen y sienten” (cf.

Knorr-Cetina, 1981:4, quien enfatiza el “conociendo” o la dimensión cognoscitiva

social), y no ser visto sólo como consecuencia del efecto diferencial de amplias fuerzas

sociales (como el cambio ecológico, presión demográfica, o incorporación en el

capitalismo mundial). Entonces, una tarea principal en el análisis es identificar y

caracterizar las diferentes prácticas, estrategias y razonamientos del actor, las condiciones

en que surgen, la manera en que se entrelazan, su viabilidad o efectividad para resolver

problemas específicos y sus amplias ramificaciones sociales. Este último aspecto implica

dos problemas teóricos más, cuyo examen detallado, reservo para el capítulo 3: la

importancia de escenarios interactivos y prácticas organizadoras en pequeña escala para

entender los llamados fenómenos macro; y segundo, la necesidad de alguna noción de las

28

estructuras y contextos “emergentes” que surgen como resultado combinado de las

consecuencias intencionales y no intencionales de la acción social.

El desafío teórico de investigación en la sierra peruana

En un esfuerzo por hacer más concreta esta exposición teórica, permítaseme ahora ligarla

con mis batallas previas con la teoría y práctica en el contexto de América Latina. 25 Creo

que esto proporciona un telón de fondo reflexivo útil para ubicar mi argumento teórico.

El año de 1971 me encontró en el Valle del Mantaro, en Perú central, donde

trabajaba con Bryan Roberts temas de desarrollo regional, migración, empresa en

pequeña escala y cambio social rural/urbano (Long y Roberts, 1978 y 1984). Viniendo de

realizar trabajo de investigación en África, me sorprendieron las similitudes y las

diferencias en el proceso social. Como los lugareños zambianos, con quienes yo había

vivido y trabajado en los años 60, la fuerza de trabajo campesina en el Valle del Mantaro

se integraba por medio de migración temporal a un sector minero, y algunos de sus

ahorros se invertían en el pueblo, sobre todo en actividades empresariales en pequeña

escala. Las esposas o viudas de mineros tenían algunas de las tiendas pequeñas en el

pueblo en que nosotros vivimos. Sin embargo, la gran diferencia era que Perú central

había sido mercantilizado durante siglos, desde la llegada de los colonos españoles.

Manifestaba, por consiguiente, una economía compleja, diversificada y orientada al

mercado que abarcaba la agricultura, el comercio, el transporte, la pequeña industria y la

minería. La propiedad de la tierra estaba muy fragmentada y privatizada en alto grado. 25 El siguiente relato de mi trabajo en América Latina deriva de una conferencia hasta ahora inédita, dictada en la Universidad de Harvard, en diciembre de 1986, titulada “Reflections on a Latin American Journey: Actors, Structures and Intervention”. Se han publicado versiones en holandés y alemán con ligeras diferencias respecto a la conferencia original.

29

Esta era una población imbuida por el espíritu del capitalismo. Muchos de los

empresarios rurales que yo había conocido en Zambia eran “listos” (Long, 1968), pero la

gente del Valle de Mantaro tenían las oportunidades para ser más listos.

También me impacté por la alta movilidad geográfica de la gente. Todos parecían

estar en movimiento, cuidando de sus parcelas pequeñas aquí y allá, de sus ovejas en

alguna otra parte en los pastizales altos, y de sus inversiones pequeñas en alojamiento y

educación fuera del pueblo. Había un flujo increíble de productos a través de los

mercados locales, pero uno mayor se dirigía de manera más directa de las comunidades a

Lima y a los pueblos mineros. Estos diversos modelos económicos y sociales estaban

enlazados en una vida cultural rica que consistía en eventos familiares, fiestas del santo

patrón, clubes regionales, y redes informales de amigos y compadres.

Esta nueva situación de campo presentó un desafío de análisis. Mis antecedentes

como antropólogo social me dieron los medios para describir y analizar procesos micro,

pero no me otorgaban un armazón teórico adecuado para lidiar con las maneras en que

estos procesos se encadenaban con sistemas económicos y políticos más grandes. Así que

acudí a la literatura latinoamericana existente sobre el desarrollo. Este fue mi primer

encuentro con la teoría de la dependencia. En lo que recorrí las variaciones de este tema,

obtuve cierta iluminación, pero, al final, los modelos de dependencia no parecían explicar

algunos de los aspectos más interesantes de la situación en el Valle del Mantaro. El

asunto más sustantivo para roer era que, a pesar de estar en extremo influenciado por la

presencia de un enclave minero de propiedad extranjera, el interior de la región se

caracterizaba por tener campesinos dinámicos y un sector empresarial en pequeña escala,

dentro de los cuales estaba ocurriendo una acumulación significativa de capital. Esto

30

parecía oponerse a los supuestos de las teorías del enclave. Otra dificultad teórica era que

no había ninguna cadena obvia o jerarquía de dependencia que atara al pueblo al centro

provincial, la capital regional a la metrópoli. Esta fue otra duda en relación con las

formulaciones de la dependencia.

Los datos del Mantaro configuraron una montaña de complicaciones. Una de éstas

era cómo analizar una región teniendo en cuenta no sólo el criterio económico y

administrativo, sino también las dimensiones culturales y sociopolíticas. Otra fue cómo

hacer un análisis de las interrelaciones de procesos de trabajo y modelos de organización

económica capitalista y no capitalista. Teníamos que encontrar la manera de analizar el

efecto de la intervención gubernamental que confiriera el peso suficiente a los modos en

que la organización y actividades de los actores locales y provinciales conformaban los

resultados del desarrollo en el ámbito regional, e incluso nacional.

En el esfuerzo por resolver estos y otros problemas similares, acudí al trabajo de

los neomarxistas franceses que habían reformulado el problema del subdesarrollo en

términos de un análisis de la articulación de los modos de producción capitalistas y no

capitalistas (véase en Meillassoux, 1972; Terray, 1972; y Rey, 1975, casos de África

Occidental, y en Cotler 1967-1968, 1970; y Montoya, 1970, de la sierra peruana). Uno de

los atractivos de esta reformulación es que no asume que las instituciones y las relaciones

no capitalistas son eliminadas de modo automático por el capitalismo; más bien la

“supervivencia” de ciertas formas no capitalistas es considerada funcional para la misma

expansión capitalista.

De nueva cuenta, algunas de las pistas obtenidas eran útiles, pero la propuesta era

limitada en varios aspectos. En primer lugar, tendía a exagerar la autonomía y la

31

coherencia interna de diferentes formas o modos de producción, atribuyéndoles lógicas

económicas diferentes. Segundo, fallaba en la manera de abordar el asunto de las

respuestas diferenciales en circunstancias estructurales similares; por ejemplo, ¿por qué

algunos pueblos o grupos dentro de un pueblo se relacionaron estrechamente con el

sector minero y otros no lo hicieron?, y ¿por qué algunos llegaron a ser diferenciados o

diversificados en mayor medida que otros? También estaba el problema de la falta de

atención a las estrategias, motivos, conocimientos e intereses de los actores.

Estas limitaciones del análisis del modo de producción sirvieron para reforzar mi

convicción de que el principal desafío teórico al que nos enfrentábamos era explicar

cómo se generaba y contenía la heterogeneidad dentro de una estructura político-

económica única, y aun más dentro de la misma unidad económica, como la unidad de

sustento o granja familiar. Ante esta realidad, se consideró más prometedor un enfoque

que enfatizara la importancia del análisis de las interrelaciones y la compenetración de

diferentes procesos de trabajo, incluyendo los basados en principios de organización no

capitalista dentro de formaciones capitalistas. Así, intenté desarrollar tal enfoque por

medio de una serie de estudios de caso que abordaron diferentes tipos de empresa en

pequeña escala —ranchos comerciales, comercio y negocios de transporte, así como

empresas múltiples y confederaciones de unidades familiares de sustento que abarcaban

varias ramas económicas. Algunos de mis resultados se detallan en capítulo 7.26

La variación y heterogeneidad dentro de los sistemas económicos y su manejo

teórico ha permanecido como una preocupación central mía y está reflejada en dos

debates que abordaré después; a saber, la relación de formas de trabajo asalariado y no

26 Para una exposición mas amplia puede consultar la investigación completa en Long (1972, 1977, 1978, 1979); y Long y Roberts (1984: 176-197).

32

asalariado dentro del hogar y/o la empresa campesina (Long, 1984a), así como la

naturaleza y efecto diferencial de los procesos de mercantilización en las poblaciones

agrarias (Long et ál., 1986, y capítulos 5 y 6 del presente libro). En el primero enfaticé la

importancia de tomar en cuenta las definiciones culturales y circunstanciales de “trabajo”

en la estimación social (lo que los marxistas podrían llamar la “valoración”) de la mano

de obra (Long, 1984a:16-7). Para el segundo, propuse con vehemencia que se analizara la

mercantilización y la institucionalización desde la perspectiva del actor, ya que estos

procesos “solo llegan a ser reales en sus consecuencias cuando son introducidos y

traducidos por actores específicos (incluyendo aquí no sólo a los agricultores, sino

también a otros como los comerciantes, burócratas y políticos)” (Long y Van der Ploeg,

1989:238).

Para los 80, la burbuja de la teoría de la dependencia y del neomarxismo se había

desinflado. Los economistas políticos y otros interesados en los problemas del

subdesarrollo estaban esforzándose por retornar a un planteamiento de los problemas

concretado de manera empírica y genuinamente histórico. Como David Booth (1985)

apunta, la “nueva” sociología del desarrollo inspirada en el marxismo que surgió en los

primeros años de los 70, al final de la década estaba en un callejón sin salida. La razón

principal de ello era que se había casado con la demostración de la necesidad de modelos

particulares de cambio, en lugar de explicar cómo ocurrieron realmente. La fuente de tal

determinismo fue el compromiso a priori de mostrar cómo el modo capitalista de

producción estructuraba el desarrollo, cuando a todas luces las complejidades y las

variabilidades del cambio estructural sujetas al capitalismo simplemente no podían ser

reducidas al funcionamiento de los principios capitalistas de acumulación y explotación.

33

La noción de modos de producción articulados, o argumentos acerca de la subsunción

“formal” del trabajo versus la “real”, tampoco podían resolver este problema, ya que la

primacía teórica todavía descansaba en las “leyes” del desarrollo capitalista.

Para desarrollar la teoría desde abajo

Mi libro An Introduction to the Sociology of Rural Development (1977) nació de la

investigación en Perú y de los debates que ésta generó. En retrospectiva, las principales

contribuciones teóricas de nuestro trabajo en Perú central pueden resumirse como sigue.

Primero, desafió a las teorías del enclave del desarrollo que sugieren que la

integración en la economía internacional implica el estancamiento relativo de la

economía interna. Al contrario, el caso de Mantaro muestra que la expansión capitalista

puede generar crecimiento significativo y diversificación para el sector no enclave, lo que

guía hacia un modelo intrincado de adaptaciones socioeconómicas que posibilitan a

ciertos grupos locales alimentarse del enclave y poner sus ahorros al buen uso de la

empresa regional o aldeana, aunque esto sucedía en mayor medida en el comercio y el

transporte, no en la agricultura. Como escribió un revisor de nuestro trabajo, esto era

“menos un asunto de dar un paso abajo en la escalera de crecimiento que un invento

continuo de estrategias de ingreso que asegurara una cantidad económica modesta”

(Walton, 1985:471). Y en algunas partes del interior de la región, se desarrollaron

procesos significativos de acumulación de capital a pequeña escala.

Segundo, trazamos los efectos de estas estrategias “desde abajo” en la evolución

del sector del enclave mismo, y mostramos cómo se consolidó con el tiempo una red de

34

interrelaciones entre la producción minera, el comercio, el transporte, la agricultura

campesina y la economía urbana provinciana. Designamos a esto “el sistema regional de

producción” centrado en la mina, una manera breve de nombrar el complejo sistema de

capital, trabajo y uniones sociopolíticas que se desarrollaron históricamente entre varias

actividades y sectores económicos y entre las clases sociales y grupos que fueron

engendrados por ellos. Este sistema de eslabones era dinámico y no estaba simplemente

determinado por las acciones del sector del enclave; también se veía que es diferente en

las diferentes partes del paisaje social y en coyunturas históricas diferentes. Estaba siendo

continuamente remodelado por los forcejeos sostenidos entre individuos y grupos

sociales diferentes y, por supuesto, estaba afectado por las formas en que los intereses y

arenas foráneas actuaban en él.

Tercero, una dimensión importante de nuestro trabajo se refiere a las relaciones

regionales de poder. El estudio del Mantaro mostró que los sistemas regionales de

producción no produjeron un negocio rico consolidado o una clase agrícola que

monopolizara el control de los recursos regionales cruciales, o que reuniera el apoyo

político necesario para concretar sus intereses en el ámbito nacional, como se ha supuesto

a menudo de las regiones de este tipo. La ausencia de tal clase poderosa políticamente dio

a los empresarios pequeños y a los políticos aldeanos espacio pleno para maniobrar frente

a organizaciones interventoras del gobierno central. Por ejemplo, la Reforma Agraria de

1969-1975, como muchos programas previos de desarrollo rural, se encontró con

dificultades serias en algunas partes de la región cuando los campesinos y empresarios en

pequeña escala burlaron con éxito a las agencias gubernamentales y a los oficiales

responsables de su aplicación (Long y Roberts, 1984:248-255).

35

Cuarto, nuestros estudios de casos de pequeños comerciantes y transportistas

mostraron que los datos sobre la interacción de los tipos de redes sociales y los marcos

normativos utilizados por estos individuos, junto con estudios basados en la observación

de la cooperación y del conflicto dentro de las aldeas y pueblos agricultores de la región,

a menudo proporcionaban mejores pistas sobre las dinámicas y la complejidad de las

relaciones de poder y modos de subordinación que las que podría lograr cualquier otra

forma de análisis estructural “agregado”. Este último marco otorga poco espacio a los

puntos de vista de los actores locales sobre su situación o a la variación en términos de

organización y respuestas a las llamadas estructuras hegemónicas.

Estas observaciones sacan a relucir el señalamiento importante de que gran parte

de nuestra argumentación teórica se desarrolló a partir de la manera en que el estudio fue

formulado y llevado a cabo en el campo. En lugar de definir la región que sería estudiada

con criterios administrativos, ecológicos o culturales, empezamos por hacer un muestreo

de vidas cotidianas en diferentes segmentos de la población en la vecindad de las minas y

del río del Mantaro que fluye cerca. Tampoco empezamos, como lo habían hecho otros

investigadores, con las empresas mineras mismas o con los datos macroeconómicos de la

inversión extranjera y flujos de capital y labor; nuestro trabajo comenzó por la selección

de un número localidades contrastantes (por ejemplo, ciertas aldeas agrícolas y

ganaderas, la capital regional de Huancayo, y el pueblo de la fundición de La Oroya),

dentro de los cuales estudiamos a fondo los mundos de vida de los diferentes grupos

sociales (por ejemplo, campesinos, tenderos, comerciantes del mercado, artesanos,

mineros inexpertos, empleados de la mina, transportistas y profesionales). Esto implicó el

desarrollo de una serie de etnografías detalladas usando métodos de investigación

36

cualitativos, como el análisis situacional y de redes, historias de vida y estudios de

empresa. Estas observaciones y entrevistas nos proporcionaron una ventana a ciertos

procesos estructurales importantes, y nos permitieron identificar los modelos

significativos diferenciales de cambio, pero con frecuencia manejados de modo

inadecuado. Después, una vez que empezamos a comprender los diferentes campos de

actividades y experiencias de vida de los protagonistas y de otros participantes en este

dinámico escenario regional, buscamos recoger más datos cuantitativos y agregados

(históricos y contemporáneos) para dar cuerpo a nuestro análisis del sistema dinámico de

eslabones. De esta manera buscamos combinar el enfoque orientado al actor con un

planteamiento histórico-estructural, y así unimos la preocupación por los cambios

históricos de gran aliento que tienen lugar en las arenas regionales y nacionales con una

documentación cuidadosa de las historias micro, estrategias y predicamentos personales

de los jefes de familias campesinas, los mineros y empresarios (véase en el capítulo 3 un

recuento de las implicaciones metodológicas de un acercamiento al actor).

Este planteamiento se centra en la noción de agencia humana, ya que localiza a

los individuos en mundos de vida específicos donde manejan sus asuntos cotidianos.

También significa reconocer que los individuos y grupos sociales son “capaces para

conocer” y “hábiles para hacer”, dentro de los límites de información y recursos que

tienen y las incertidumbres que encaran; esto es, idean maneras de resolver o, si es

posible, evitar “situaciones problemáticas”, y así se comprometen activamente en la

construcción de sus mundos sociales propios, aun cuando esto pudiera significar ser

“cómplices activos” de su propia subordinación (Burawoy, 1985:23). Por lo tanto, para

ellos los mundos de vida de los individuos no están preordenados por la lógica del capital

37

o por la intervención del Estado, como a veces está implícito en las teorías de desarrollo.

Como explica Giddens, las estructuras sociales son “constituidas por la agencia humana,

y son al mismo tiempo, sin embargo, el mismísimo medio de esta constitución” (Giddens,

1976:121); en estas estructuras incluyo, por supuesto, los sistemas regionales. Cada acto

de producción es al mismo tiempo un acto de reproducción: “las estructuras que hacen

posible ejecutar una acción son reproducidas en la realización de esa acción. Incluso,

cuando la acción rompe el orden social […] se media por estructuras que se reconstituyen

por la acción, aunque en una forma modificada” (Thompson, 1984:150-151).

Nuestra investigación en Perú deja muy claro la necesidad de dar el peso

apropiado a la agencia humana y a las estructuras emergentes. Los datos muestran las

maneras complejas en que las estrategias seguidas por los diferentes grupos de interés —

campesinos, mineros, empresarios, gerentes de compañía y burócratas estatales— han

contribuido de manera importante a la evolución del sistema regional. De esta manera

cuestionamos los supuestos de muchos modelos de desarrollo que interpretan la

reestructuración de los sistemas económicos como resultantes del efecto —o de la

“lógica”— de fuerzas económicas y políticas externas y que continúan adhiriéndose a la

teoría de las etapas de la historia.

Juntando todos los hilos, podemos decir que mi experiencia de la investigación en

Perú reforzó mi creencia de que ningún estudio sociológico o histórico del cambio podría

estar completo sin: 1) un interés en las maneras en que actores sociales diferentes

manejan e interpretan nuevos elementos en sus mundos de vida; 2) un análisis de del

modo en que grupos particulares o individuos intentan crear espacio para ellos mismos

con el fin de realizar “proyectos” propios que pueden ser paralelos, o quizá desafiar, a los

38

programas gubernamentales o a los intereses de otras partes que intervienen, y 3) un

esfuerzo por mostrar cómo estos procesos organizativos, estratégicos e interpretativos

pueden influir —y ellos mismos ser influidos por— el contexto más amplio de poder y la

acción social.

Deconstruyendo la “intervención planeada”

Las preocupaciones teóricas anteriores —reforzadas por mi llegada a Wageningen, donde

la relación entre la teoría y la práctica siempre se ha debatido con vehemencia — me

llevaron, en los primeros años de los 80, a prolongar mi interés en los problemas de las

políticas y del desarrollo planeado. Al igual que los paradigmas teóricos dominantes en

los 60 y 70, gran parte del análisis de la política parecía aferrarse aún a modelos o

sistemas bastante mecánicos para dar cuenta de las relaciones entre las políticas, su

aplicación y resultados. La tendencia en muchos estudios era conceptuar éstas como de

naturaleza lineal, implicando un tipo de proceso escalonado, según el cual el punto de

partida es la formulación de la política, luego se implementa, y después de ello obtienen

ciertos resultados, tras lo cual se podría evaluar el proceso para establecer el grado de

logro de los objetivos originales. Sin embargo, como mi investigación de campo en el

programa de la Reforma Agraria Peruana había mostrado — cuestión que apreciarán con

prontitud proyectistas informados y trabajadores del desarrollo — esta separación de la

política, implementación y resultados es una simplificación burda de un juego mucho

39

más complicado de procesos que involucran la reinterpretación o transformación de la

política durante el proceso de aplicación, de tal manera que no hay ninguna línea recta de

la política a los resultados. Además, es frecuente que los “resultados” se produzcan por

factores que no pueden enlazarse de un modo directo con la aplicación de un programa de

desarrollo particular. Es más, los temas de aplicación de la política no deben restringirse

a analizar, desde arriba hacia abajo, las intervenciones planeadas por los Gobiernos,

agencias de desarrollo e instituciones privadas, ya que los grupos locales formulan y

persiguen activamente sus propios “proyectos de desarrollo”, los cuales pueden chocar

con los intereses de las autoridades centrales.

Había ya un reconocimiento creciente de estas deficiencias entre analistas de la

política que buscaron nuevas maneras de conceptuar la formulación y aplicación de

políticas. Por ejemplo, se sugirió que la implementación debía verse como un proceso

transaccional entre las partes con intereses conflictivos o divergentes, que involucra la

negociación sobre metas y medios (Warwick, 1982). De manera paralela, nuevas formas

de análisis organizacional se enfocaban a las dinámicas de acción administrativa en la

aplicación de la política (Batley, 1983). Había también algunos interesantes estudios

antropológicos que examinaron las interfaces sociales y culturales entre las agencias

burocráticas y sus clientes (Handleman y Leyton, 1978).

Estas nuevas direcciones coincidieron con mi interés creciente en los temas de

intervención. Mis experiencias en Zambia y Perú me habían enseñado que los

agricultores y sus unidades de sustento se organizan de manera individual y colectiva de

varias maneras cuando enfrentan la intervención planeada por el Gobierno y otros

cuerpos foráneos. Las estrategias discursivas y organizacionales que diseñan y los tipos

40

de interacciones que desarrollan con las partes que intervienen necesariamente dan forma

a la naturaleza y los resultados dinámicos de tal intervención. Por consiguiente, el

problema para el análisis es entender los procesos por los cuales las intervenciones

externas entran en los mundos de vida de los individuos y grupos afectados, y así llegan a

formar parte de los recursos y limitaciones de las estrategias sociales y los marcos

interpretativos que desarrollan. De esta manera los llamados “factores externos” llegan a

ser “interiorizados” y a menudo significan cosas muy diferentes para los grupos de

interés diferentes o para los actores individuales diferentes, sean éstos los trabajadores del

desarrollo, clientes, o espectadores. El concepto de intervención necesita, entonces, ser

deconstruido para que sea visto como lo que es: un proceso en movimiento, socialmente

construido, negociado, experiencial y creador de significados, no simplemente la

ejecución de un plan de acción ya especificado con resultados de comportamiento

esperados. Tampoco se debe asumir un proceso de arriba a abajo implícito, como se hace

de manera usual, ya que las iniciativas pueden venir tanto de “abajo” como de “arriba”.

Entonces, es importante enfocar las prácticas de intervención como moldeadas por la

interacción entre los diversos participantes, en lugar de enfocarse sólo en los modelos de

intervención, que entendemos como las representaciones ideales típicas que los

proyectistas o sus clientes tienen sobre el proceso. El uso de la noción de prácticas de

intervención nos permite enfocar en los contextos específicos las formas emergentes de

interacción, procedimientos, estrategias prácticas, y tipos de discurso, categorías

culturales y sentimientos presentes.

El análisis cuidadoso de estos temas me llevó a darme cuenta de que se requería

un análisis más sofisticado de los procesos de intervención; con la esperanza de que

41

también pudiera influir positivamente tanto a los profesionales a cargo de elaborar los

programas de desarrollo como a los que los llevan a cabo y con los grupos locales que se

guían por sus propios valores e intereses. De esta manera, repensar la intervención se

volvió una urgente necesidad tanto para los involucrados de manera directa en el proceso

como para el investigador.

Exploración de los procesos de intervención en el occidente de México

En 1986 inicié una nueva investigación de campo para explorar con más detalle estos

asuntos de la intervención. La investigación se enfocó en la organización de la irrigación,

las estrategias del actor y la intervención planeada en el occidente de México, en donde el

acceso al agua para la agricultura de riego y otros propósitos era central en los problemas

económicos y de sustento de la población rural, y donde tanto el Gobierno como las

compañías privadas intentaban controlar el agua y otros insumos para la producción de

azúcar destinada al mercado nacional y para hortalizas y frutas destinadas a Estados

Unidos. Al realizar esta investigación queríamos contribuir en varios campos de interés

práctico y teórico: el desarrollo de un enfoque de interfaz que analizara los encuentros

entre los diferentes grupos e individuos involucrados en los procesos de intervención

planeada; el estudio de iniciativas de desarrollo para los campesinos y las maneras en que

los actores locales (incluyendo al personal en la línea de fuego del gobierno) intentan

crear espacio para maniobrar en la persecución de sus proyectos; y el desarrollo de un

42

enfoque construccionista social orientado al actor para el estudio de la irrigación y los

problemas del manejo del agua.

El proyecto fue un esfuerzo coordinado de equipo, que requirió investigaciones de

campo detalladas en localidades y arenas de acción diferentes.27 Para investigar estos

temas de una manera integrada, adoptamos una metodología orientada al actor. Esto tuvo

ciertas implicaciones en la manera en que conceptuamos los temas analíticos centrales.

En primer lugar, empezamos con el interés en la organización de la irrigación, no en el

sistema de irrigación. Esto implicó un interés en cómo varios actores o partes se

organizan en torno a problemas de manejo y distribución del agua. Esto va más allá del

análisis de las propiedades físicas y técnicas de los diferentes sistemas de irrigación, para

considerar el modo en que diferentes intereses, a menudo en conflicto, intentan controlar

el abastecimiento de agua o asegurar el acceso a ella y a otros insumos necesarios para la

agricultura de riego. La organización de la irrigación surge, por consiguiente, como un

conjunto de arreglos sociales entre las partes involucradas más que ser simplemente

“dictados” por el diseño físico y el plan técnico, o incluso por las autoridades

“controladoras” que construyeron y ahora manejan el sistema. Entonces, la organización

de la irrigación no debe representarse como un mapa organizacional u organigrama, sino

27 Aparte de mí y de mi esposa, Ann, formaron parte del equipo de investigación: Alberto Arce, quien se especializó en el estudio de la burocracia agrícola; Dorien Brunt se enfocó en los hogares, género y organización del ejido en un área de producción de azúcar; Humberto González investigó el papel de los empresarios agrícolas mexicanos y las compañías en la agricultura de exportación; Elsa Guzmán estudió la organización en la producción de azúcar y las luchas que tuvieron lugar entre los productores de azúcar, el ingenio y el gobierno; Gabriel Torres estudió la organización social y cultura de los jornaleros agrícolas; Magdalena Villarreal estudió tres tipos de grupos de mujeres y el asunto del “contrapoder” en una comunidad del ejido, y Pieter van der Zaag se responsabilizó del análisis técnico y de organización del sistema de irrigación. Después de un periodo inicial de trabajo de campo, Lex Hoefsloot se nos unió para hacer estudios socioagronómicos detallados en un área central del principal sistema de irrigación. Además, varios estudiantes holandeses y mexicanos contribuyeron al proyecto. El trabajo fue financiado por WOTRO (Fundación de los Países Bajos para el Avance de la Investigación Tropical) y por la Fundación Ford, con quienes estamos muy agradecidos.

43

como un conjunto complejo de prácticas sociales y modelos normativos y conceptuales,

tanto formales como informales.

La segunda dimensión era la cuestión de las estrategias de los actores. Este

concepto era central en nuestra investigación porque el objetivo era interpretar el cambio

agrícola y social como un resultado de los forcejeos y negociaciones que tienen lugar

entre los individuos y grupos con intereses sociales y experiencias diferentes y a menudo

conflictivos. La noción de estrategia es importante para comprender cómo los

productores y otros habitantes rurales tratan resolver sus problemas de sustento y

organizar sus recursos. Ello implica que los productores y jefes o jefas de los hogares

construyen activamente, dentro de los límites o constreñimientos que enfrentan, sus

modelos de organización agrícola y del hogar y sus maneras de lidiar con las agencias

que intervienen. Lo mismo aplica para el caso de los burócratas gubernamentales o

representates de las compañías: ellos también procuran asir, organizacional y

cognitivamente, el mundo cambiante que los rodea, diseñando estrategias para alcanzar

sus diversas metas personales e institucionales al igual que los jornaleros, aun cuando sus

opciones son mucho más restringidas. Al enfocar de esta manera las estrategias podría

parecer que se enfatizan demasiado los procesos de cálculo racional y toma de decisiones,

pero a lo largo del trabajo de campo buscamos anclar nuestras preguntas de investigación,

observaciones y análisis a las experiencias vividas de los actores, a sus deseos,

entendimientos, y autodefiniciones de situaciones problemáticas, intentando no imponer

nuestras categorías de interpretación.

El tercer tema involucró la intervención planeada. Ésta abarcó tanto la

intervención formalmente organizada del Estado como la de las compañías

44

transnacionales y nacionales y la de las empresas familiares que trataban de organizar y

controlar la producción y comercialización de los productos clave. Como ya lo indiqué, el

proyecto enfatizó la importancia de observar este problema en las interacciones que

evolucionaban entre los grupos locales y los actores que intervenían. La intervención es

un proceso continuo de transformación en constante reformulación, tanto por propia

dinámica organizativa y política interna como las condiciones específicas con las que se

topa o que genera. Esto incluye las respuestas y estrategias de grupos locales y regionales

que tal vez luchen por definir y defender sus espacios sociales, sus fronteras culturales y

sus posiciones dentro de un más amplio campo de poder. Nuestra investigación se abocó

de manera especial a identificar los tipos de prácticas organizativas, las interfaces

sociopolíticas y las configuraciones de conocimiento y poder que se desarrollaban en

estos procesos complejos de negociación.

Este tipo de estudio de la intervención requería algún entendimiento de los

fenómenos estructurales más amplios, ya que muchas de las opciones percibidas y las

estrategias seguidas por individuos o grupos habrían sido influídas por procesos externos

a las arenas inmediatas de interacción. Sugerimos que una manera de lograr tal

entendimiento consistía en la adopción de una perspectiva de economía política

modificada que nos ayudara a analizar cómo los procesos de trabajo y la organización de

la producción y las actividades económicas relacionadas estaban estructuradas por arenas

más amplias de relaciones económicas y políticas de poder, incluyendo las maneras en

que el Estado trataba de controlar y manejar los resultados del desarrollo local (Bates,

1983:134-147). Tal propuesta también prestaría atención al análisis de los mecanismos

sociales, culturales e ideológicos por los cuales se reproducen sistemas económicos

45

particulares y tipos de “regímenes” de producción (Burawoy, 1985:7-8). Sostuvimos que

si se evitan las limitaciones de ciertos tipos de economía política (por ejemplo, la

tendencia a otorgar primacía teórica al modo capitalista de producción y a sus leyes de

desarrollo, y las categorías de clase y jerarquías de dominación), tal perspectiva podría

ofrecer un marco útil para examinar cómo se afectan factores como los mercados

cambiantes, las condiciones internacionales, los giros en la política de desarrollo

gubernamental o el poder ejercido por grupos particulares en los ámbitos nacional o

regional, la organización y estrategias del agricultor, incluso el compromiso a tipos

específicos de producción como la agrícola de riego de exportación.

Así, un enfoque orientado al actor, con su énfasis en el análisis detallado de los

mundos de vida, luchas e intercambios dentro y entre los grupos sociales específicos y

redes de individuos no es, como algunos escritores han sugerido (Alavi, 1973; y, Harriss,

1982:27), antitético a tales problemas estructurales, ya que es importante también dar

cuenta cabal de las condiciones que limitan las opciones y estrategias. Sin embargo, al

mismo tiempo debemos aceptar la implicación de que al combinar las perspectivas y

temas estructurales y del actor se hace necesario reflexionar con sentido crítico en ciertos

conceptos clave de la economía política, como el mercantilismo, la hegemonía estatal, “la

subsunción” del campesinado, la primacía de las leyes del desarrollo capitalista, y quizá

aun el mismo concepto de mercado. Varios capítulos del presente libro se orientan hacia

éstos y otros problemas teóricos relacionados. Por otro lado, el análisis orientado al actor

tiene que aprender cómo manejar de mejor manera los problemas de la estructura y las

constricciones estructurales, al tiempo que continúa otorgando suficiente espacio al papel

46

central desempeñado por formas diversas de acción humana y la conciencia social en el

forjamiento del desarrollo.

Aunque representaba un desafío mayor, parecía posible tejer estos diferentes hilos

en un solo marco de análisis. En gran parte, la investigación en México descrita arriba

logró hacerlo al enfocarse en los procesos de intervención y en la heterogeneidad dentro

de arenas sociales diferentes. Al cubrir los tipos de luchas complejas y sus resultados se

incluyó, por ejemplo, la negociación de contratos con las compañías privadas para el

alquiler de mano de obra campesina en la producción y comercialización de cultivos de

exportación; los esfuerzos de los técnicos agrícolas por aplicar, o en algunos casos

subvertir, la política gubernamental de irrigación; las batallas en las interfaces entre

diferentes grupos de productores de azúcar, sus líderes y el ingenio azucarero; la

preservación de espacio social y cultural por parte de jornaleros agrícolas ante regímenes

de producción altamente regulados y en momentos hasta coercitivos, y las vicisitudes de

grupos de mujeres que a veces invitan y otras veces resisten la intervención de

autoridades externas.

Reflexiones conclusivas sobre el cambio de paradigma

Ahora es tiempo de volver a los paradigmas teóricos expuestos al principio del capítulo,

en los que argumenté que las ciencias sociales siempre se han caracterizado por una

multiplicidad de paradigmas. Las razones de ello parecen relacionarse, primero, con la

variedad y complejidad de los fenómenos sociales que exigen perspectivas y modos de

análisis alternativos, y segundo, con la dificultad de establecer una epistemología común

47

para cimentar los métodos y resultados de la investigación. Según Giddens (1987:19), a

esto se agrega el hecho de que “no hay manera de resguardar el aparato conceptual del

observador […] de su apropiación por los actores legos”, lo que hace cada vez más

borrosa la distinción entre el “investigado” y el “investigador”.

Como demuestra el estudio de Hewitt en el caso de la antropología mexicana, la

existencia de paradigmas múltiples no excluye la posibilidad de que uno de ellos llegue a

sobresalir en coyunturas históricas particulares, y sea promovido por grupos de

estudiosos e instituciones particulares. Sería un error, sin embargo, suponer que el

ascenso y descenso de paradigmas se ajustará nítidamente a una teoría de “etapas”

históricas de desarrollo intelectual, según la cual las nuevas concepciones y resultados

conducirán a modos cada vez más refinados de comprensión teórica. Se podría incluso

invertir el argumento y decir que los cambios drásticos en la teoría y en el paradigma a

menudo indican la introducción de nuevas concepciones que simplifican, o ideas

artificiosas que cierran ciertas áreas existentes de investigación en favor de las nuevas.

Aunque esto a veces produce nuevas y estimulantes percepciones, también puede

fomentar investigaciones insulares, autocontemplativas y estériles, como es el caso de

algunos trabajos asociados con el estructuralismo althuseriano y con algunas formas

extremas de posmodernismo. Lo que es más, aunque podrían identificarse periodos

específicos en que ciertas ortodoxias o “escuelas de pensamiento” han ocupado el centro

del escenario, es casi seguro que un análisis más fino revelaría que hay otros estudiosos

(profesionales y legos) que se desenvuelven fuera de la “corriente principal”. Alguno de

estos últimos podría ser posteriormente acreditado por sus contribuciones seminales y

por su partida de seguidores o devotos. Además, como en todos los campos intelectuales

48

y profesionales, la sociología del desarrollo está llena de negociaciones políticas por el

control de los recursos institucionales y por la formación de redes para consolidar el

apoyo de un amplio grupo de colegas, así como la manipulación de fuentes de

legitimidad del conocimiento y reputación.28

Estos comentarios sobre los paradigmas múltiples y las comunidades de

estudiosos me llevan a considerar brevemente la situación contemporánea de la

sociología del desarrollo y, por implicación, de otras áreas de las ciencias sociales. Si,

como he argumentado, esta multiplicidad está basada en grandes diferencias

epistemológicas (entre, digamos, las visiones estructuralistas y las fenomenológicas), es

muy poco probable que desaparezcan. Más allá de esto, como el trabajo inicial de Kuhn

lo subraya con claridad, mientras ciertos periodos históricos pueden ser caracterizados

por el predominio de una visión particular del mundo o por el estruendo creciente de la

oposición de paradigmas teóricos, otros pueden manifestar un caleidoscopio de

posibilidades y combinaciones. Aunque para algunos esto último puede parecer

desconcertante debido a la ausencia de una guía clara de la investigación y una falta de

principios fijos para legitimar el trabajo de investigación y las conclusiones, creo que este

escenario es más conducente al desarrollo de nuevos tipos de investigación exploradores

e innovadores. Esta es la situación en que nos encontramos al principio del siglo XXI.

Estamos en un cruce de caminos crítico y estimulante, en donde las ortodoxias viejas han

cedido lugar a (o cuando menos permitido espacio para) nuevos modos de conceptuar las

complejidades y dinámicas de la vida social. La sociología del desarrollo está a punto de

hacer adelantos teóricos mayores, entre los cuales resalta el desarrollo de un análisis más

28 Véase el fascinante relato de Roderic Camp (1985), Intellectuals and the State in Twentieth-Century México, que rastrea sus orígenes, culturas, carreras, bases institucionales y relaciones con el estado; también véase el estudio de Bourdieu sobre el sistema de educación superior francés (1988).

49

integrado de cómo la agencia, las instituciones, el conocimiento y el poder se

interrelacionan en la nueva era global.

50