una ratita muy desobediente · abierta una ventana de la casita, alto por ella ricitos de oro y se...

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UNA RATITA MUY DESOBEDIENTE Había una vez una ratita muy pero que muy desobediente llamada Verónica. Ella tenía dos hermanas más, a las cuales trataba muy mal. La ratita Verónica no obedecía a sus padres y hacía siempre lo que quería. Se acostaba todas las noches muy tarde incluso después de que sus padres se acostaran, se burlaba de sus dos hermanas haciéndoles llorar, le quitaba sus juguetes, y sobre todo se reía de una de ellas porque tenía los dientes muy grandes y afilados. Los papas de Verónica le regañaban todas las noches para que se fuera a la cama tempranito porque al otro día tenía que ir al colegio junto con sus dos hermanas. Una mañana estando en la escuela, la ratita Verónica se quedó dormida, tanto, que no se enteraba de nada. Entonces, su maestra llamó a sus dos hermanas para que fueran a llamar a sus padres ya que la ratita Verónica no se despertaba. Pero antes…una de sus hermanas, la de los dientes gigantes se le ocurrió una idea, que era darle un escarmiento a su hermana Verónica para que ya no se metiera con ella. Entonces ideó pintarles los dientes de color negro para que pareciera que no tenía dientes y le hizo muchas fotos para pegarlas por todo el colegio y el barrio de las ratitas. Cuando la ratita Verónica se despertó vió que todo el mundo se estaba riendo de ella y se sintió muy mal, pero así se dio cuenta que no debe reírse de los defectos de los demás y sobre todo hacerles caso a sus papas, por ejemplo en irse pronto a la cama y así, nunca nunca se quedaría dormida más en clase. Colorín colorado este cuento se ha acabado.

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Page 1: UNA RATITA MUY DESOBEDIENTE · abierta una ventana de la casita, alto por ella Ricitos de Oro y se fue ... temblando de miedo, salió corriendo y entro en la casa de madera de su

UNA RATITA MUY DESOBEDIENTE

Había una vez una ratita muy pero que muy desobediente llamada Verónica.

Ella tenía dos hermanas más, a las cuales trataba muy mal. La ratita

Verónica no obedecía a sus padres y hacía siempre lo que quería. Se

acostaba todas las noches muy tarde incluso después de que sus padres se

acostaran, se burlaba de sus dos hermanas haciéndoles llorar, le quitaba sus

juguetes, y sobre todo se reía de una de ellas porque tenía los dientes muy

grandes y afilados.

Los papas de Verónica le regañaban todas las noches para que se fuera a la

cama tempranito porque al otro día tenía que ir al colegio junto con sus dos

hermanas. Una mañana estando en la escuela, la ratita Verónica se quedó

dormida, tanto, que no se enteraba de nada. Entonces, su maestra llamó a

sus dos hermanas para que fueran a llamar a sus padres ya que la ratita

Verónica no se despertaba.

Pero antes…una de sus hermanas, la de los dientes gigantes se le ocurrió una

idea, que era darle un escarmiento a su hermana Verónica para que ya no se

metiera con ella. Entonces ideó pintarles los dientes de color negro para que

pareciera que no tenía dientes y le hizo muchas fotos para pegarlas por

todo el colegio y el barrio de las ratitas.

Cuando la ratita Verónica se despertó vió que todo el mundo se estaba

riendo de ella y se sintió muy mal, pero así se dio cuenta que no debe reírse

de los defectos de los demás y sobre todo hacerles caso a sus papas, por

ejemplo en irse pronto a la cama y así, nunca nunca se quedaría dormida más

en clase.

Colorín colorado este cuento se ha acabado.

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RICITOS DE ORO

Había una vez una niña llamada Ricitos de Oro y se fue a dar un paseíto por

el bosque.

Cerca de allí, había una cabaña muy bonita, y como Ricitos de Oro era una

niña muy curiosa, se acercó hasta la puerta de la casita. Y empujó. La puerta

estaba abierta. Y vio una mesa.

Encima de la mesa había tres tazones con gachas y a Ricitos de Oro le

encantaban las gachas.

Uno, era grande; otro, mediano; y otro, pequeñito. Ricitos de Oro tenía

mucha hambre, y probó las gachas del tazón mayor. ¡Uf! ¡Está muy caliente!

Luego, probó del tazón mediano. ¡Uf! No está ni frió ni caliente y después,

probó del tazón pequeñito, y le gusto tanto que se la comió todas las gachas.

Había también tres sillas: una silla era grande y se fue a sentar pero estaba

muy dura, otra silla era mediana pero era demasiado blanda, y otra silla

era pequeñita con la mala suerte de que se rompió. Después de esto a

Ricitos de oro le entró sueño y subió por las escaleras hasta el cuarto. Entró

en un cuarto que tenía tres camas. Una, era grande; otra, era mediana; y

otra, pequeñita. La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy

dura. Luego, se acostó en la cama mediana, pero también le pareció dura.

Después, se acostó, en la cama pequeña y estaba tan agusto, que Ricitos de

Oro se quedó dormida. Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños

de la casita, que era una familia de Osos, y venían de dar su paseo por el

bosque mientras se enfriaban las gachas.

Cuando entraron en la casita…. el papá oso, dijo:-¡Alguien ha probado mis

gachas! La mamá osa dijo: -¡Alguien ha probado mis gachas también! El Osito

pequeñito dijo llorando con voz suave: ¡se han tomado todas mis gachas! Se

levantaron de la mesa, y fueron a sentarse cada uno en sus sillitas. Pero…

¿Que ocurrió entonces? Papá oso dijo: -¡Alguien ha tocado mi silla! Mamá

osa dijo: -¡Alguien ha tocado mi silla! El Osito pequeñito dijo llorando con

voz suave: ¡se han sentado en mi silla y la han roto!

Todos los ositos decidieron ir al dormitorio. Y papá oso dijo: -¡Alguien se ha

acostado en mi cama! Mamá osa dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama! Al

mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño

dijo:-¡Alguien está durmiendo en mi cama! Entonces se despertó Ricitos de

Oro, y al ver a los tres

Osos, se asusto tanto, que dio un salto y salió de la cama. Como estaba

abierta una ventana de la casita, alto por ella Ricitos de Oro y se fue

corriendo para su casita.

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LOS TRES CERDITOS

Al lado de sus padres, tres cerditos habían crecido alegres en una cabaña

del bosque. Y como ya eran mayores, sus papas decidieron que era hora de

que construyeran, cada uno, su propia casa. Los tres cerditos se despidieron

de sus papas, y fueron a ver como era el mundo. El primer cerdito, el

perezoso de la familia, decidió hacer una casa de paja. En un minuto la choza estaba ya hecha. Y entonces se fue a dormir.

El segundo cerdito, un glotón, prefirió hacer la cabaña de madera. No tardo mucho en construirla. Y luego se fue a comer manzanas.

El tercer cerdito, muy trabajador, opto por construirse una casa de ladrillos

y cemento.

Tardaría más en construirla pero estaría más protegido. Después de un día

de mucho trabajo, la casa quedo preciosa. Pero ya se empezaba a oír los aullidos del lobo en el bosque.

No tardo mucho para que el lobo se acercara a las casas de los tres

cerditos. Hambriento, el lobo se dirigió a la primera casa y dijo:

- ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare!

Como el cerdito no la abrió, el lobo soplo con fuerza, y derrumbo la casa de

paja. El cerdito, temblando de miedo, salió corriendo y entro en la casa de

madera de su hermano.

El lobo le siguió. Y delante de la segunda casa, llamo a la puerta, y dijo:

- ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare!

Pero el segundo cerdito no la abrió y el lobo soplo y soplo, y la cabaña se fue

por los aires. Asustados, los dos cerditos corrieron y entraron en la casa

de ladrillos de su otro hermano.

Pero, como el lobo estaba decidido a comérselos, llamo a la puerta y grito:

- ¡Ábreme la puerta! Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare!

Y el cerdito trabajador le dijo:

- ¡Soplas lo que quieras, pero no la abriré!

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Entonces el lobo soplo y soplo. Soplo con todas sus fuerzas, pero la casa ni

se movió. La casa era muy fuerte y resistente. El lobo se quedo casi sin aire.

Pero aunque el lobo estaba muy cansado, no desistía.

Trajo una escalera, subió al tejado de la casa y se deslizo por el pasaje de la

chimenea. Estaba empeñado en entrar en la casa y comer a los tres cerditos

como fuera. Pero lo que él no sabía es que los cerditos pusieron al final de la

chimenea, un caldero con agua hirviendo.

Y el lobo, al caerse por la chimenea acabo quemándose con el agua caliente.

Dio un enorme grito y salió corriendo y nunca más volvió.

Así los cerditos pudieron vivir tranquilamente. Y tanto el perezoso como el glotón aprendieron que solo con el trabajo se consigue las cosas.

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LA PRINCESA Y EL GUISANTE

Érase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero tenía

que ser con una princesa de verdad.

Recorrió el mundo entero, y aunque en todas partes encontró princesas,

siempre acababa descubriendo en ellas algo que no acababa de gustarle. De

ninguna se hubiera podido asegurar con certeza que fuera una verdadera

princesa; siempre aparecía algún detalle que no era como es debido. El

príncipe regresó, pues, a su país, desconsolado por no haber podido

encontrar una princesa verdadera.

Una noche se desencadenó una terrible tempestad: relámpagos, truenas y

una lluvia torrencial. ¡Era espantoso! Alguien llamó a la puerta de palacio y el

anciano rey fue a abrir.

Era una princesa quien aguardaba ante la puerta. Pero, ¡Dios mío! ¡Qué

aspecto ofrecía con la lluvia y el mal tiempo! El agua chorreaba por sus

cabellos y caía sobre sus ropas, le entraba por la punta de los zapatos y le

salía por los talones. Y sin embargo, ¡pretendía ser una princesa verdadera!

"Bien, ya lo veremos", pensó la vieja reina, y sin decir palabra se dirigió a la

alcoba, apartó toda la ropa de la cama y colocó un guisante en su fondo; puso

después veinte colchones sobre él y añadió todavía otros veinte edredones

de plumas de ánade.

Allí dormiría la princesa aquella noche.

A la mañana siguiente, le preguntaron qué tal había descansado.

- ¡Oh, terriblemente mal!- respondió la princesa-. Casi no he pegado ojo en

toda la noche. ¡Dios sabe qué habría en esa cama! He dormido sobre algo tan

duro que tengo el cuerpo lleno de cardenales. ¡Ha sido horrible!

Así se pudo comprobar que se trataba de una princesa de verdad, porque a

pesar de los veinte colchones y los veinte edredones de pluma, había sentido

la molestia de un guisante. Sólo una verdadera princesa podía tener la piel

tan delicada.

El príncipe, sabiendo ya que se trataba de una princesa de verdad, la tomó

por esposa el guisante fue trasladado al Museo del Palacio, donde todavía

puede contemplarse, a no ser que alguien se lo haya llevado.

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HANSEL Y GRETEL

Érase una vez un leñador muy pobre que tenía dos hijos: un niño llamado

Hansel, y una niña llamada Gretel, y que había contraído nuevas nupcias

después de que la madre de los niños falleciera. El leñador quería mucho a

sus hijos pero un año una terrible hambruna asoló la región." Deberemos

tomar mañana a los niños y llevarlos a la parte más profunda del bosque

cuando salgamos a trabajar." Le dijo la mujer. El leñador se negó

terminantemente porque amaba a sus hijos y sabía que si los dejaba en el

bosque morirían de hambre o devorados por las fieras, pero su esposa le

dijo: "Tonto, ¿no te das cuenta que si no dejas a los niños en el bosque,

entonces los cuatro moriremos de hambre?"- Y tanto insistió, tanto insistió,

que finalmente convenció a su marido. Pero afortunadamente los niños

estaban aún despiertos y oyeron todo. Hansel dijo a su hermana: "No te

preocupes Gretel, que tengo la solución". Los levantaron temprano, le dieron

un pedazo de pan a cada uno y emprendieron la marcha hacia el bosque. Lo

que el leñador y su mujer no sabían era que durante la noche, Hansel había

salido al jardín para llenar sus bolsillos de guijarros blancos, y ahora,

mientras caminaban, lenta y sigilosamente fue dejando caer guijarro tras

guijarro formando un camino que evitaría que se pierdan dentro del bosque.

Por largas horas, hasta que se hizo de noche, los niños permanecieron junto

al fuego tranquilos porque oían a lo lejos un clap-clap, que supusieron sería

el hacha de su padre trabajando todavía. Pero ignoraban que su madrastra

había atado una rama a un árbol para que hiciera ese ruido al ser movida por

el viento. Cuando la noche se hizo más cerrada Gretel decidió que era

tiempo de volver, pero su hermano le dijo que debían aguardar aún a que

saliera la luna. Así lo hicieron, y cuando esto ocurrió la luz lunar iluminó los

guijarros blancos dejados por Hansel como si fueran un camino de plata.

Cuando a la mañana siguiente los jóvenes golpearon en la puerta de su padre,

la madrastra estaba furiosa, pero el leñador se alegró inmensamente,

porque lamentaba mucho lo que acababa de hacer. El leñador no quería

separarse de sus hijos pero una vez más su esposa lo convenció de que era la

única solución. Los niños oyeron esto pero esta vez Hansel no pudo salir a

recoger los guijarros porque su madrastra había cerrado con llave la puerta.

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Nuevamente los dejaron junto al fuego, en lo profundo del bosque, pero

cuando quisieron volver comprobaron que todas las miguitas dejadas por

Hansel habían sido comidas por las aves del bosque. Solos, muertos de

hambre y de miedo, los dos niños se encontraron en un bosque espeso y

oscuro del que no podían hallar la salida. Los techos eran de chocolate, las

paredes de mazapán, las ventanas de caramelo, las puertas de turrón, el

camino de confites, ¡un verdadero manjar! Hansel corrió hacia la casita

diciendo a su hermana: "¡Ven Gretel, yo comeré del techo y tu podrás

comerte las ventanas!" Y así diciendo, los niños se abalanzaron sobre la casa

y comenzaron a devorarla sin notar que, sigilosa, salía a su encuentro una

malvada bruja que inmediatamente los tomó prisioneros. "Veo que querían

comer mi casa-dijo la bruja- Pues ahora yo los voy a comer a ustedes". Y sin

prestar atención a las lágrimas de los niños tomó a Hansel y lo metió en una

diminuta prisión. Día a día debía Gretel llevarle los alimentos que la bruja

preparaba para su hermano, esperando el día en que estuviese lo

suficientemente gordo para comérselo. Sin embargo, los niños habían urdido

un plan. Así fue como el niño se las ingenió para sacar por entre los barrotes

de su jaula, un huesito de pollo, de forma tal que la bruja sentía lo huesudo

de su presa y siempre decidía esperar un tiempo más: Hansel nunca

engordaba lo suficiente, o por lo menos tanto como para que la hechicera

decidiera comérselo. Sin embargo, y como era de esperarse, esa situación

no podía durar por siempre, y un mal día la bruja vociferó: "Ya estoy

cansada de esperar que este niño engorde. Come y come todo el día y sigue

flaco como el día que llegó". Entonces encendió y gigantesco horno y dijo a

Gretel, métete dentro para ver si ya está caliente, pero la niña, que sabía

que en realidad lo que la bruja quería era atraparla dentro para comérsela

también, le replicó: "No sé cómo hacer eso". La bruja, fastidiada le dijo: "Si

serás tonta. Gretel, sin esperar un momento, cerró la pesada puerta y dejó

allí atrapada a la malvada bruja que, dando grandes gritos murió quemada.

Gretel corrió junto a su hermano y lo liberó de su prisión. Entonces los niños

vieron que en la casa de la bruja había grandes bolsas con montones de

piedras preciosas y perlas. Caminaron un tiempo más y finalmente dieron con

la casa de su padre. Al verlos llegar el leñador se llenó de júbilo porque

desde que los había abandonado no había pasado un solo día sin que

lamentase su decisión. Los niños corrieron a abrazarlo y, una vez que se

hubieron reencontrado, vaciaron sus bolsillos ante los incrédulos ojos de su

padre que nunca más debió padecer necesidad alguna.

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EL MAGO DE OZ

Dorita era una niña que vivía en una granja de Kansas con sus tíos y su perro

Totó. Un día, mientras la niña jugaba con su perro por los alrededores de la

casa, nadie se dio cuenta de que se acercaba un tornado. Cuando Dorita lo

vio, intentó correr en dirección a la casa, pero su tentativa de huida fue en

vano. La niña tropezó, se cayó, y acabó siendo llevaba, junto con su perro,

por el tornado. Los tíos vieron desaparecer en cielo a Dorita y a Totó, sin

que pudiesen hacer nada para evitarlo. Dorita y su perro viajaron a través

del tornado y aterrizaron en un lugar totalmente desconocido para ellos.

Allí, encontraron unos extraños personajes y un hada que, respondiendo al

deseo de Dorita de encontrar el camino de vuelta a su casa, les aconsejaron

a que fueran visitar al mago de Oz. Les indicaron el camino de baldosas

amarillas, y Dorita y Totó lo siguieron.

En el camino, los dos se cruzaron con un espantapájaros que pedía,

incesantemente, un cerebro. Dorita le invitó a que la acompañara para ver lo

que el mago de Oz podría hacer por él. Y el espantapájaros aceptó. Más

tarde, se encontraron a un hombre de hojalata que, sentado debajo de un

árbol, deseaba tener un corazón. Dorita le llamó a que fuera con ellos a

consultar al mago de Oz. Y continuaron en el camino. Algún tiempo después,

Dorita, el espantapájaros y el hombre de hojalata se encontraron a un león

rugiendo débilmente, asustado con los ladridos de Totó. El león lloraba

porque quería ser valiente. Así que todos decidieron seguir el camino hacia

el mago de Oz, con la esperanza de hacer realidad sus deseos.

Cuando llegaron al país de Oz, un guardián les abrió el portón, y finalmente

pudieron explicar al mago lo que deseaban. El mago de Oz les puso una

condición: primero tendrían que acabar con la bruja más cruel de reino,

antes de ver solucionados sus problemas. Ellos los aceptaron. Al salir del

castillo de Oz, Dorita y sus amigos pasaron por un campo de amapolas y

aquél aroma intenso les hicieron caer en un profundo sueño, siendo

capturados por unos monos voladores que venían de parte de la mala bruja.

Cuando despertaron y vieron la bruja, lo único que se le ocurrió a Dorita fue

arrojar un cubo de agua a la cara de la bruja, sin saber que eso era lo que

haría desaparecer a la bruja. El cuerpo de la bruja se convirtió en un charco

de agua, en un pis-pas.

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Rompiendo así el hechizo de la bruja, todos pudieron ver como sus deseos

eran convertidos en realidad, excepto Dorita. Totó, como era muy curioso,

descubrió que el mago no era sino un anciano que se escondía tras su figura.

El hombre llevaba allí muchos años pero ya quería marcharse. Para ello había

creado un globo mágico. Dorita decidió irse con él. Durante la peligrosa

travesía en globo, su perro se cayó y Dorita saltó tras él para salvarle. En su

caída la niña soñó con todos sus amigos, y oyó cómo el hada le decía: - Si

quieres volver, piensa: que en ningún sitio se está como en casa. Y así lo hizo.

Cuando despertó, oyó gritar a sus tíos y salió corriendo. ¡Todo había sido un

sueño! Un sueño que ella nunca olvidaría... ni tampoco sus amigos.

FIN

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EL CUENTO DEL ESPEJO MÁGICO

Érase una vez una hermosa princesa llamada Momo, que vestía de seda y

terciopelo y vivía muy por encima del mundo, sobre la cima de una montaña, cubierta de nieve, en un castillo de cristal.

Tenía todo lo que se puede desear, no comía más que los manjares más finos

y no bebía más que el vino más dulce. Dormía sobre almohadas de seda y se sentaba en sillas de marfil. Lo tenía todo, pero estaba completamente sola.

Todo lo que la rodeaba, la servidumbre, las camareras, gatos, perros y pájaros e incluso las flores, todo, no eran más que reflejos de un espejo.

Porque resulta que la princesa Momo tenía un espejo mágico grande,

redondo y de la más pura plata. Lo enviaba cada día y cada noche por todo el

mundo. Y el gran espejo flotaba sobre países y mares, sobre ciudades y campos. La gente que lo veía no se sorprendía, sino que decía: "Es la luna"

Y cada vez que el espejo volvía, ponía delante de la princesa todos los

reflejos que había recogido durante su viaje. Los había bonitos y feos,

interesantes y aburridos, según como salía. La princesa escogía los que le

gustaban, mientras que los otros los tiraba simplemente a un arroyo. Y los

reflejos liberados volvían a sus dueños, a través del agua, mucho más de

prisa de lo que te imaginas. A eso se debe que veas tu propia imagen

reflejada cuando te inclinas sobre un pozo o un charco de agua.

La princesa Momo era inmortal. Porque nunca se había mirado a sí misma en

el espejo mágico. Porque quien veía en él su propia imagen, se volvía, por ello,

mortal. Eso lo sabía muy bien la princesa Momo, y por lo tanto no lo hacía.

De ese modo vivía con todas sus imágenes, jugaba con ellas y estaba bastante contenta.

Pero un día, el espejo mágico le trajo una imagen que le interesó más que

todas las otras. Era la imagen de un joven príncipe. Cuando lo hubo visto le

entró tal nostalgia, que quería llegar hasta él como fuera. Pero, ¿cómo? No

sabía dónde vivía, ni quién era, no sabía ni siquiera cómo se llamaba.

Como no encontraba otra solución, decidió mirarse por fin en el espejo.

Porque pensaba: a lo mejor el espejo llevará mi imagen hasta el príncipe.

Puede que mire casualmente hacia el cielo, cuando pase el espejo, y verá mi

imagen. Acaso siga el camino del espejo y me encuentre aquí.

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Así que se miró largamente en el espejo y lo envió por el mundo con su

reflejo. Pero así, claro está, se había vuelto mortal.

Este príncipe se llamaba Girolamo y vivía en un reino fabuloso. Todos los que

vivían en él amaban y admiraban al príncipe. Un buen día, los ministros

dijeron al príncipe: "Majestad, debéis casaros, porque así es como debe

ser."

El príncipe Girolamo no tenía nada que oponer, de modo que llegaron al

palacio las más bellas señoritas del país, para que pudiera elegir a una.

Todas se habían puesto lo más guapas posible, porque todas querían casarse con él.

Pero entre las muchachas también se había colado en el palacio un hada

mala, que no tenía en las venas sangre roja y cálida, sino sangre verde y fría. Claro que eso no se le notaba, porque se había maquillado con mucho cuidado.

Cuando el príncipe entró en el gran salón dorado del trono, para hacer su

elección, ella pronunció rápidamente un conjuro, de modo que Girolarno no

vio a nadie más que a ella. Y además le pareció tan hermosa, que al momento le preguntó si quería ser su esposa.

—Con mucho gusto —dijo el hada mala—, pero pongo una condición.

—La cumpliré —respondió Girolamo, irreflexivo.

—Está bien —contestó el hada mala, y sonrió con tanta dulzura, que el

desgraciado príncipe casi se marea—, durante un año no podrás mirar el

flotante espejo de plata. Si lo haces, olvidarás al instante todo lo que es

tuyo. Olvidarás lo que eres en realidad y tendrás que ir al país de Hoy,

donde nadie te conoce, y allí vivirás como un pobre diablo. ¿Estás de acuerdo?

—Si no es más que eso —exclamó el príncipe Girolamo—, la condición es

fácil.

¿Qué ha ocurrido mientras tanto con la princesa Momo?

Había esperado y esperado, pero el príncipe no había venido. Entonces

decidió salir a buscarle ella misma. Devolvió la libertad a todas las imágenes

que tenía a su alrededor. Entonces bajó, totalmente sola y en sus suaves

zapatillas, desde su palacio de cristal, a través de las montañas nevadas,

hacia el mundo. Recorrió todos los países, hasta que llegó al país de Hoy. A

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estas alturas sus zapatillas estaban gastadas y tenía que ir descalza. Pero el

espejo mágico con su imagen seguía flotando por el cielo.

Una noche, el príncipe Girolamo estaba sentado en el tejado de su palacio

dorado y jugaba a las damas con el hada de la sangre verde y fría. De repente cayó una gota diminuta sobre la mano del príncipe.

—Empieza a llover —dijo el hada de la sangre verde.

—No —contestó el príncipe—, no puede ser porque no hay ni una sola nube

en el cielo.

Y miró hacia lo alto, directamente al gran espejo mágico, plateado, que

flotaba allí arriba. Entonces vio la imagen de la princesa Momo y observó

que lloraba y que una de sus lágrimas le había caído sobre la mano. En el

mismo momento se dio cuenta de que el hada le había engañado, que no era

hermosa y que en sus venas sólo tenía sangre verde y fría. Era a la princesa Momo a la que amaba en verdad.

—Acabas de romper tu promesa —dijo el hada verde, y su cara se crispó hasta parecer la de una serpiente— y ahora has de pagarlo.

Introdujo sus largos dedos verdes en el pecho de Girolamo, que se quedó

sentado como paralizado, y le hizo un nudo en el corazón. En ese mismo

instante olvidó que era el príncipe Girolamo. Salió de su palacio y de su reino

como un ladrón furtivo. Caminó por todo el mundo, hasta que llegó al país de

Hoy, donde vivió en adelante como un pobre inútil desconocido y se llamaba

simplemente Gigi. Lo único que había llevado consigo era la imagen del espejo mágico que desde entonces quedó vacío.

Mientras tanto, los vestidos de seda y terciopelo de la princesa Momo se

habían gastado. Ahora llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado

grande, y una falda de remiendos de todos los colores. Y vivía en unas ruinas.

Aquí se encuentran un buen día. Pero la princesa Momo no reconoce al

príncipe Girolamo, porque ahora es un pobre diablo. Tampoco Gigi reconoció

a la princesa, porque ya no tenía ningún aspecto de princesa. Pero en la

desgracia común, los dos se hicieron amigos y se consolaban mutuamente.

Una noche, cuando volvía a flotar en el cielo el espejo mágico, que ahora

estaba vacío, Gigi sacó del bolsillo la imagen y se la enseñó a Momo. Estaba

ya muy arrugada y desvaída, pero aún así, la princesa se dio cuenta en

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seguida que se trataba de su propia imagen. Y entonces también reconoció,

bajo la máscara de pobre diablo, al príncipe Girolamo, al que siempre había buscado y por quien se había vuelto mortal. Y se lo contó todo.

Pero Gigi movió triste la cabeza y dijo:

—No puedo entender nada de lo que dices, porque tengo un nudo en el corazón y no puedo acordarme de nada.

Entonces, la princesa Momo metió la mano en su pecho y desató, con toda

facilidad, el nudo que tenía en el corazón. Y, de repente, el príncipe Girolamo

volvió a saber quién era. Tomó a la princesa de la mano y se fue con ella muy lejos, a su país.

El espejo mágico sólo hacía a alguien mortal, cuando se miraba en él a solas. Pero si se miran dos, vuelven a ser inmortales. Y eso hicieron estos dos.

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CUENTO: EL PEZ BIRRIA

En el fondo del mar viven peces de colores, como el pez luna, el pez

mariposa, el pez cebra, el pez flor y el pez birria.

Todos se ríen de él, bueno se reían. Porque un día pasó algo…

Un grupo de peces se acerco demasiado a la orilla, zona prohibida y muy

peligrosa, demasiado cerca de la playa… tanto que acabaron… ¡dentro del

cubo de una niña!

El pez Birria lo había visto todo, ¿pero que podía hacer? Decidió acercarse a

la orilla, a pesar del peligro. Tenía un maravilloso plan.

Nado hasta los pies de la niña y espero inmóvil, tratando de poner una cara

horrible. Al verlo, la niña se asusto tanto que se le cayó el cubo de las

manos. Así fue como los peces lograron a escapar y regresar al mar, y nunca,

nunca más volvieron a reírse de su nuevo amigo, el gran pez birria.

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CUENTO DE LA LECHERA

Érase una niña que se encargaba de transportar cántaros de leche desde su

casa al pueblo. A ésta niña la llamaban la lechera.

Un día esta niña iba muy alegre de camino al pueblo, pensando e imaginando

todo lo que compraría con el dinero que ganaría cuando entregase ése

cántaro de leche.

Primero dijo que iría al mercado, que encontraría enseguida un comprador

para ése cántaro de leche que ella llevaba y que le pagaría mucho dinero por

el.

Luego pensó que con ése dinero, comprará muchos huevos y que de esos

huevos saldrán muchos pollitos. Cuando esos pollos sean grandes los venderá

en el mercado y entonces comprará un cerdo.

Ese cerdo lo engordaría con bellotas y castañas, y cuando esté enorme y

hermoso le dará mucho dinero por él, por lo que comprará un ternerito.

Imaginándose todo lo que le esperaba y lo feliz que sería, la lechera se

tropezó con una piedra que había en el camino y el cántaro se calló de su

cabeza.

La pobre niña empezó a llorar desconsolada cuando vio todo la leche tirada

en el camino de tierra, y pensando que ya, ni podría ganar dinero, ni podría

comprar ni huevos, ni tendría pollos, ni cerdo, ni ternerito. Todas sus

ilusiones se habían perdido, junto a ése cántaro de leche roto en el camino.

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LOS SIETE CABRITILLOS

Erase una vez una madre que vivía con sus siete cabritillos. La madre todos

los días salía a recoger yerbita fresca para llevarles de comer. En los

alrededores siempre había merodeando un lobo, que siempre estaba

pendiente de cuando salía la madre para comerse a los cabritillos. Uno de

esos días que salió la madre a por comida para sus hijitos les dijo a ellos:

- No abrirle la puerta a desconocidos. Si llaman decirle que enseñe la

patita por debajo de la puerta. Si la tiene negra no abrirle, si la tiene

blanca soy yo.

- ¡Vale mami, no te preocupes, haremos lo que nos has dicho! Dijeron los

cabritillos

Se fue la madre y el lobo estaba espiándola dijo:

- ¡Esta es la mía! Ahora voy a llamar y me voy a comer a los siete

cabritillos de un solo bocado.

Y así fue. Llamó a la puerta y preguntó uno de los cabritillos:

- ¿Quién es?

- Soy yo, vuestra madre- Dijo el lobo-.

- No tú no eres mi mamá, mi mamá tiene la voz muy fina y tú la tienes

muy ronca.

- Maldición, esto lo arreglo yo enseguida. Me voy al gallinero y me trago

unos pocos de huevos y se me aclara la voz.

Así lo hizo y volvió a la casa.

- Pom, pom- llamó a la puerta el lobo.

- ¿Quién es?

- Soy yo vuestra madre- dijo con una voz muy fina.

- Enseña la patita por debajo de la puerta.

Enseñó la patita y la tenía negra.

- ¡Nooo! Tú no eres nuestra mamá. Tú tienes la pata negra y mi mamá la

tiene blanca.

- Maldición. Otra vez me han descubierto, pero ahora me voy a ir a la

fábrica de harina.

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Se fue y metió las patas en la harina y se le pusieron blancas. Después volvió

a la casa de nuevo.

- Pom pom- Llamó de nuevo a la puerta.

- ¿Quién es? – Contestó el cabritillo

- Soy yo, vuestra madre.

- Enseña la patita por debajo de la puerta.

La enseña y la tenía blanca. Entonces el cabritillo abrió la puerta y el lobo

empezó a comérselo uno a uno de un solo bocado. Menos al más pequeñito

que fue muy listo y se escondió detrás del reloj. Pero como el lobo se quedo

satisfecho no lo buscó y se fue. Iba con la barriga gorda, gorda, gorda, que

no podía casi ni andar, y se fue a la orilla del río a beber agua. Mientras

tanto, la mamá llegó a la casa.

- ¡Dios mío!, qué ha pasado, ¿Dónde están mis hijos?

Salió el chiquitín de detrás del reloj:

- ¡Mamá, mamá estoy aquí! Sácame estoy detrás del reloj.

Y le contó a la madre lo que había hecho el lobo con los hermanos.

- ¿Tú has visto ha donde se ha ido?- le dijo la mamá preocupada.

- Si mami iba camino del rio a beber agua.

Se fueron hacía el río y lo vieron acostado debajo de un árbol. ¡Cómo

roncaba! La mamá cogió una tijera, le rajó la barriga y fue sacándolos uno a

uno y para que no se diera cuenta le llenó la barriga de piedras grandes. Se

escondieron los cabritillos detrás del árbol y cuando el lobo se despertó

dijo:

- Oh, que sed tengo con estos cabritillos, ¡Voy a tener q ir otra vez a

beber al río!. Se acerca y como le pesaba mucho la barriga se cayó y

se ahogó.

Y con esto hemos de aprender que nunca debemos abrirle la puerta a

desconocidos.

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LA VENDEDORA DE FÓSFOROS

Era la noche de Fin de año. Hacía mucho frío. Violeta estaba sola en el

mundo y para sobrevivir vendía fósforos.

Aquella noche Violeta no vendió nada y además se perdió. Como el frío era

cada vez más intenso y estaba tan oscuro, se dijo: “tengo miedo y frío,

encenderé un fósforo para alumbrarme y calentarme un poco”.

En medio del resplandor del fósforo, se le apareció una agradable mansión,

con una mesa bien preparada.

-¡Qué bonito! –dijo Violeta.

Pero enseguida se consumió el fósforo, y tuvo que encender otro. En el

resplandor del segundo fósforo se vio en brazos de su madre, ya muerta.

-¡Oh mamita, cuanto me gustaría estar a tu lado!- y tuvo la sensación de

estar en sus brazos y se la llevaba.

Se quedó acurrucada en un portal pero…Violeta ya no sentía frío. Su

cuerpecito estaba allí, pero su alma estaba en el cielo junto a su mamita, que

ya se la había llevado con ella para que no sufriera más.

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EL FLAUTISTA DE HAMELÍN

Hace mucho, muchísimo tiempo, en la próspera ciudad de Hamelín, sucedió

algo muy extraño: una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes

salieron de sus casas, encontraron las calles invadidas por miles de ratones

que merodeaban por todas partes, devorando, insaciables, el grano de sus

repletos graneros y la comida de sus bien provistas despensas.

Nadie acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer para acabar con tan inquietante plaga.

Ante la gravedad de la situación, los prohombres de la ciudad, que veían

peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron: “Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones”.

Al poco se presentó ante ellos un flautista taciturno, alto y desgarbado, a

quien nadie había visto antes, y les dijo: “La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín”.

Dicho esto, comenzó a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con

su flauta una maravillosa melodía que encantaba a los ratones, quienes

saliendo de sus escondrijos seguían embelesados los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta.

Y así, caminando y tocando, los llevó a un lugar muy lejano, tanto que desde allí ni siquiera se veían las murallas de la ciudad.

Por aquel lugar pasaba un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir al flautista, todos los ratones perecieron ahogados.

Los hamelineses, al verse al fin libres de las voraces tropas de ratones,

respiraron aliviados. Ya tranquilos y satisfechos, volvieron a sus prósperos

negocios, y tan contentos estaban que organizaron una gran fiesta para

celebrar el feliz desenlace, comiendo excelentes viandas y bailando hasta

muy entrada la noche.

A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó a

los prohombres de la ciudad las cien monedas de oro prometidas como

recompensa. Pero éstos, liberados ya de su problema y cegados por su

avaricia, le contestaron: “¡Vete de nuestra ciudad!, ¿o acaso crees que te

pagaremos tanto oro por tan poca cosa como tocar la flauta?”.

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Y dicho esto, los orondos prohombres del Consejo de Hamelín le volvieron la

espalda profiriendo grandes carcajadas.

Furioso por la avaricia y la ingratitud de los hamelineses, el flautista, al

igual que hiciera el día anterior, tocó una dulcísima melodía una y otra vez, insistentemente.

Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la

ciudad quienes, arrebatados por aquel sonido maravilloso, iban tras los pasos del extraño músico.

Cogidos de la mano y sonrientes, formaban una gran hilera, sorda a los

ruegos y gritos de sus padres que en vano, entre sollozos de desesperación, intentaban impedir que siguieran al flautista.

Nada lograron y el flautista se los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie

supo adónde, y los niños, al igual que losratones, nunca jamás volvieron.

En la ciudad sólo quedaron sus opulentos habitantes y sus bien repletos

graneros y bien provistas despensas, protegidas por sus sólidas murallas y un inmenso manto de silencio y tristeza.

Y esto fue lo que sucedió hace muchos, muchos años, en esta desierta y

vacía ciudad de Hamelín, donde, por más que busquéis, nunca encontraréis ni un ratón ni un niño.

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CUENTO: EL MUÑECO DE PAPEL

Era una mañana como otras muchas, y una niña jugaba en su cuarto. Jugó con

un tren, con una pelota y con un rompecabezas. Pero se aburría de todo.

Entonces hizo un muñequito de papel de periódicos y estuvo toda la mañana

jugando con él.

Por la tarde, la niña bajó al parque para jugar con sus amigos.

Con ella iba el muñequito de papel, que estaba muy feliz y quería que los/as

niños/as estuvieran contentos.

El muñequito se sentó en el pasto y empezó a contarles historias que sabía.

Pero sus historias eran de guerras, catástrofes, de miserias... y los niños, al

oír aquellas historias, se quedaron muy tristes. Algunos se echaron a llorar,

entonces, el muñequito de papel de periódico pensó:

“Lo que yo sé no es bueno, porque hace llorar a los niños.” Y se echó a andar

solo por las calles.

De pronto vio una lavandería y el muñeco de papel dio un salto de alegría y,

con paso decidido, entró. Pensó: “Aquí podrán borrarme todas las cosas que

llevo escritas. Todo lo que hace llorar a los niños/as”.

Al salir… ¡Nadie le habría reconocido! Blanco como la nieve, planchado y

almidonado como un niño de primera comunión.

Dando grandes saltos, se fue hasta el parque, a juntarse nuevamente con los

niños/as.

Los niños le rodearon muy contentos y jugaron a correr a su alrededor. El

muñequito de papel sonreía satisfecho. Pero cuándo quiso hablar... ¡de su

boca no salía ni una palabra! Se sintió vacío por dentro y por fuera. Y muy

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triste, volvió a marcharse. Caminó por todas las calles de la ciudad y salió al

campo.

Entonces de pronto se sintió feliz. Comenzó a empaparse de todos los

colores y de las palabras nuevas y hermosas.

Cuando volvía hacia el pueblo se llenaba igualmente de las expresiones y

rostros de la gente, que ahora parecían otros.

Y volvió junto a los niños/as.

Les habló de todas las personas que trabajan por los demás: para que

nuestra vida sea mejor, más justa, más libre... la voz del muñequito de papel,

se hizo muy suave cuando les habló de las flores, y de los pájaros del aire; y

de los peces del río o del mar, y los rostros de los niños y del muñequito de

papel se llenaron de sonrisas y cantaron y bailaron tomados de las manos.

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“GARBANCITO”

Había una vez un niño que se llamaba Garbancito. Todos los días se

levantaba temprano para ir al colegio, y como su madre no podía

llevarlo, le explico cómo tenía que llegar para que no se perdiera.

Garbancito iba echando trocitos de pan por el camino para que al

regresar se acordase de cómo llegar a su casa, pero los pájaros se lo

comieron y Garbancito se perdió en el campo.

La madre salió de su casa preocupada gritando:

- Garbancitooooooooooooo, ¿Dónde estás?

Y Garbancito contestó:

- Aquí, en la barriga del buey que se mueve, donde ni truena ni

llueve.

Su madre lo saco de allí y se puso muy contenta de volverlo a ver.

Al día siguiente, Garbancito en vez de dejar trocitos de pan, dejo

piedras de colores y consiguió llegar a su casa sano y salvo. Desde

entonces aprendió el camino solo y se iba y venía todos los días sin

ningún problema.

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EL CONEJITO PERIQUÍN

Érase una vez un conejito blanco que todos los días se sentaba en el filo de

un pozo que había en el bosque. Un día un lobo vio a Periquín y pensó, “mmm,

que buen conejito me voy a comer”.

De repente pegó un salto muy grande y se puso al lado de Periquín, y le dijo.

-“Te voy a comer”

Y Periquín se puso a llorar y le dijo:

-“No me comas señor lobo que estoy muy triste”

Y el lobo le contestó:

-“Porqué se me ha caído un tesoro muy valioso en el fondo de este pozo y

como soy tan pequeño no puedo cogerlo”

-“No te preocupes conejito que yo te voy a ayudar a cogerlo”.

El lobo se metió en el pozo y se puso a buscar, y como no veía nada le

preguntó a Periquín

-“¿Se te ha caído por este lado?”

-“No, está más a la derecha”

-“¿Aquí?”

-“No, busca por debajo”

Y el lobo le contestó:

-“Yo no lo veo”

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Y Periquín de dijo;

“Entonces será porque no había ningún tesoro señor lobo”

Y Periquín salió corriendo y así el lobo ya no se lo pudo comer.

El lobo aprendió que no se podía fiar de los extraños. Y colorín, colorado

este cuento ha terminado.

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CAPERUCITA ROJA

Había una vez una niña que vivía en el bosque. Ella llevaba siempre una

capucha roja y por eso todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.

Un día, su madre le pidió que llevase una tarta a su abuela que vivía al otro

lado del bosque, pidiéndole que no se entretuviese mucho por el camino y que tuviese mucho cuidado porque por allí andaba un lobo.

La niña tenía que cruzar el bosque para llegar a casa de su abuelita

De pronto se encontró con el lobo:

- ¿a dónde vas, caperucita?- le dijo el lobo.

- A casa de mi abuela- contestó Caperucita.

- ¡¡¡¡ah!!! Pues te indicaré el camino más corto- le dijo el lobo.

Caperucita haciéndole caso al lobo siguió el camino q le había indicado, pero

el lobo que era muy listo la engañó y le indicó el camino más largo para así

poder llegar él antes a casa de la abuelita.

El lobo llego antes que caperucita a la casa de su abuelita y llamó a la puerta, y la pobre abuelita le abrió pensando que era su nietecita.

Un cazador que pasaba por allí había visto que el lobo estaba allí.

El lobo se comió a la abuelita y se puso el gorro y la bata de la pobre

ancianita, se metió en su cama y se hizo el dormido.

Entonces, caperucita llego-¡hola abuelita!- dijo caperucita acercándose a la

cama.

- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

- Son para verte mejor- dijo el lobo imitando la voz de la abuela.

- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!

- Son para oírte mejor- decía el lobo

- Abuelita, abuelita, ¡qué boca más grande tiene!

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- Son para… ¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo se abalanzó sobre

caperucita y se la comió de un bocado.

El cazador preocupado fue a dar un vistazo a casa de la abuelita y reconoció

al lobo, que se había disfrazado con la ropa de la pobre anciana. Entonces le

rajo la barriga y sacó a caperucita y a su abuela vivas. Desde entonces

caperucita aprendió la lección: no se debe hablar con desconocidos y hay que atender a los consejos de los papas y las mamas.

Y colorín colorado este hermoso cuento se ha terminado.