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INTRODUCCIÓN «Aún es pronto, solo han pasado dos siglos» Zhou Enlai, preguntado en 1971 por la importancia y significación de la Revolución Francesa. La transición del G-8 al G-20, reunido en cum- bre por primera vez en Noviembre de 2008 en Was- hington, señala el fin del multilateralismo restrin- gido y la apertura en la práctica de la coordinación económica internacional a formatos mas amplios, capaces de albergar ámbitos críticos y de relevancia creciente fuera de la esfera de control de las poten- cias tradicionales. A la convocatoria acuden por pri- mera vez unos Estados Unidos no como líderes comprometidos con su posición de garantes de últi- mo recurso de la estabilidad financiera internacio- nal, sino como una nación necesitada de auxilio, abrumada por los efectos de la onda expansiva del terremoto de sus mercados y arrojando sobre la mesa los restos de un sistema bancario fundido, unos mercados financieros colapsados y un balance macroeconómico imposible de cuadrar, tan solo unas semanas después de haber llevado a la econo- mía global al borde del colapso con la primera cri- sis financiera exportada por ellos en ochenta años. La escena ilustra la realidad de dos mundos hasta entonces separados convergiendo acelerada- mente por una senda marcada por tres surcos: cri- sis financiera, desequilibrios macroeconómicos globales y desplazamiento hegemónico. Así descri- to, el cuadro bien puede avalar la tesis de aquellos que interpretan la crisis financiera actual como ampliamente originada por la prolongación durante décadas de fuertes desequilibrios macroe- conómicos surgidos entre ambas zonas del mundo: las economías desarrolladas, Europa y Estados Unidos, por una parte, y por otra la formada por un grupo diverso de economías emergentes que incluye a los BRICs junto a otros países como Tur- quía, Vietnam, Indonesia y a países exportadores de petróleo y materias primas, entre otros. La mejora constante de las condiciones de productivi- dad de estos últimos, el advenimiento de sus clases medias y la interpretación inteligente de las políti- cas económicas y cambiaras en su beneficio, junto con altas dosis de complacencia occidental, les han permitido avanzar con éxito hacia la paridad con los países desarrollados. Con ello se inicia la era de «la Gran Convergencia», un fenómeno sin prece- dentes que de sostenerse tendrá un alcance histó- rico por lo que representa en la homologación de sus condiciones productivas, tecnológicas y su nivel de vida con las economías avanzadas y por los cam- bios fundamentales que impondrá en la gobernan- za de la economía global. Un fenómeno soportado además, y de ahí su relación con la crisis financiera actual, en un pro- ceso sostenido de transferencias y acumulaciones desiguales de capital que desemboca en última instancia en el colapso del sistema financiero 69 UNA ECONOMÍA POLÍTICA DE LA CONVERGENCIA: DEL CONSENSO DE WASHINGTON AL CONSENSO DE BEIJING Ignacio Muñoz-Alonso Consejero Delegado, Addax Capital, LLP y Profesor de Finanzas Avanzadas, IE Business School

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INTRODUCCIÓN

«Aún es pronto, solo han pasado dos siglos»

Zhou Enlai, preguntado en 1971 por la importancia ysignificación de la Revolución Francesa.

La transición del G-8 al G-20, reunido en cum-bre por primera vez en Noviembre de 2008 en Was-hington, señala el fin del multilateralismo restrin-gido y la apertura en la práctica de la coordinacióneconómica internacional a formatos mas amplios,capaces de albergar ámbitos críticos y de relevanciacreciente fuera de la esfera de control de las poten-cias tradicionales. A la convocatoria acuden por pri-mera vez unos Estados Unidos no como líderescomprometidos con su posición de garantes de últi-mo recurso de la estabilidad financiera internacio-nal, sino como una nación necesitada de auxilio,abrumada por los efectos de la onda expansiva delterremoto de sus mercados y arrojando sobre lamesa los restos de un sistema bancario fundido,unos mercados financieros colapsados y un balancemacroeconómico imposible de cuadrar, tan solounas semanas después de haber llevado a la econo-mía global al borde del colapso con la primera cri-sis financiera exportada por ellos en ochenta años.

La escena ilustra la realidad de dos mundoshasta entonces separados convergiendo acelerada-mente por una senda marcada por tres surcos: cri-sis financiera, desequilibrios macroeconómicos

globales y desplazamiento hegemónico. Así descri-to, el cuadro bien puede avalar la tesis de aquellosque interpretan la crisis financiera actual comoampliamente originada por la prolongacióndurante décadas de fuertes desequilibrios macroe-conómicos surgidos entre ambas zonas del mundo:las economías desarrolladas, Europa y EstadosUnidos, por una parte, y por otra la formada porun grupo diverso de economías emergentes queincluye a los BRICs junto a otros países como Tur-quía, Vietnam, Indonesia y a países exportadoresde petróleo y materias primas, entre otros. Lamejora constante de las condiciones de productivi-dad de estos últimos, el advenimiento de sus clasesmedias y la interpretación inteligente de las políti-cas económicas y cambiaras en su beneficio, juntocon altas dosis de complacencia occidental, les hanpermitido avanzar con éxito hacia la paridad conlos países desarrollados. Con ello se inicia la era de«la Gran Convergencia», un fenómeno sin prece-dentes que de sostenerse tendrá un alcance histó-rico por lo que representa en la homologación desus condiciones productivas, tecnológicas y su nivelde vida con las economías avanzadas y por los cam-bios fundamentales que impondrá en la gobernan-za de la economía global.

Un fenómeno soportado además, y de ahí surelación con la crisis financiera actual, en un pro-ceso sostenido de transferencias y acumulacionesdesiguales de capital que desemboca en últimainstancia en el colapso del sistema financiero

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UNA ECONOMÍA POLÍTICA DE LA CONVERGENCIA:DEL CONSENSO DE WASHINGTON

AL CONSENSO DE BEIJING

Ignacio Muñoz-AlonsoConsejero Delegado, Addax Capital, LLP

y Profesor de Finanzas Avanzadas, IE Business School

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occidental, dando lugar por primera vez una asi-metría de nuevo cuño: unas economías emergen-tes pujantes y en crecimiento franco en múltiplesfrentes, desacopladas de un mundo desarrolladoque lucha por mantener a flote sus finanzaspúblicas y su sistema bancario a costa de penosasreformas fiscales, sacrificios sociales y, en defini-tiva, disminución del bienestar de sus ciudada-nos.

Cuatro años después del comienzo de la crisisya conocemos cual era el límite de los déficitscomerciales de Estados Unidos entre otros –sinolvidar a España– su insostenibilidad y su rela-ción con el desorden monetario global que resul-ta del desplazamiento masivo de capitales azonas emergentes del mundo, frecuentementeilustrado en la acumulación de los mas de 300billones de dólares en reservas internacionales enlas arcas del Banco Central de China; una cifraque, para ponerla en perspectiva, equivale al tri-ple del PIB de un país como España. La magni-

tud evidencia la importancia que han resultadotener casi veinte años de capitales fluyendo«aguas arriba», en contra de lo que predice la teo-ría económica tradicional, que supone que loscapitales fluyen «aguas abajo», de los países des-arrollados ricos en capital, hacia los emergentesnecesitados. Si bien es cierto que por supuestohan existido flujos aguas abajo durante esteperiodo, sus volúmenes fueron más que com-pensados con la acumulación de reservas enbancos centrales y fondos soberanos de los paísesemergentes. En 1990 las reservas globales de losbancos centrales sumaban aproximadamente$200 mil millones de dólares y en 2009 la cifraalcazaba los 12 billones, a los que se sumabanotros 4 billones en fondos soberanos, con lamayor parte de los crecimientos consignados enpaíses emergentes. Brasil, Chile, China, Rusia ySingapur, por ejemplo, incrementaron sus reser-vas desde el cuatro por ciento de sus PIB al 27por ciento en 2007.

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Fuente: IMF, Country Reports, 2011.

La realidad ahora patente es que las economíassuperavitarias comercialmente estuvieron finan-ciando durante años, décadas, a unas economíasoccidentales cada vez más endeudadas y apalan-cadas pero, al mismo tiempo, tolerantes con eldeterioro de su competitividad, en la medida enla que la facilidad para encontrar capitales dis-puestos a financiar sus déficits se interpretabacomo una prueba de su fortaleza y supremacíaeconómica y política. Hasta poco antes de la cri-sis existía una corriente de pensamiento firme-mente asentada que avalaba esta tesis y que se

manifestaba abiertamente en las declaracionesde influyentes analistas vinculados en muchoscasos a la administración americana:

«El déficit por cuenta corriente de los Estados Uni-dos y su deuda externa no representan problemas parasu posición global, como advierten los voceros de Casan-dra. El poder de los Estados Unidos está firmementeasentado en una superioridad económica y estabilidadfinanciera cuyo fin no se vislumbra. (…) El papel deldólar como patrón monetario no esta amenazado y elriesgo para la estabilidad financiera de los EstadosUnidos representado por la acumulación de deuda

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externa ha sido ampliamente exagerado. (...) Si algohay que reseñar, es que el apetito (extranjero) por losactivos americanos magnifica su dominio más que ame-nazarlo». (Levey, Brown, 2005).

La insostenibilidad del proceso se manifiestacon la interrupción del mecanismo de recircula-ción crediticia desde el Este hacia el Oeste, quecortocircuita con el colapso de las hipotecas subprime, un mercado relativamente pequeño de250.000 millones de Dólares, que resultó ser eleslabón mas débil de una cadena de mercadosinterrelacionados y cuya onda expansiva deberíade haber quedado confinada a un ámbito muchomás restringido de no ser porque las vulnerabili-dades latentes en los mercados financieros occi-dentales permitieron su rápida propagación y elcontagio sistémico. Pronto se pone en evidenciaque los fallos de los mercados no eran mas que elreflejo de profundos desequilibrios macroeconó-micos y monetarios que comprometían de raíz laestabilidad del sistema financiero y bancario occi-dental, y que las pérdidas de competitividad rela-tivas de cualquier economía, por muy grande quesea, no pueden ser financiadas indefinidamentepor el resto del mundo. Las consecuencias políti-cas inmediatas son el desplazamiento de las áreasde hegemonía económica con la definición denuevas cartografías comerciales, penetracióneconómica y circuitos de influencia comercial, yel replanteamiento de los principios directoresque sostuvieron el estatus quo de las políticasdominantes hasta el momento, de acuerdo conuna interpretación más favorable a los interesesde los actores emergentes.

EL ORDEN QUE SE DESVANECE

La arquitectura financiera internacional vigentesurge como modelo evolutivo tras siglos de itera-ciones de internacionalismo liberal, una cons-trucción de las potencias atlánticas, Reino Unidoen los S. XVIII y XIX y Estados Unidos en el XX,impulsores decididos de un marco internacionalpredecible de relaciones políticas y económicas

entre naciones que propiciase el libre comercio,el libre mercado y la movilidad de capitales. Losfundamentos del modelo son la soberanía nacio-nal como principio identitario del estado moder-no, inspirado en los acuerdos de Westfalia; y el«orden liberal» como sistema relacional basadoen la apertura comercial, el multilateralismo, laadherencia a reglas de decisión –acuerdos, trata-dos– y el institucionalismo, con la creación masreciente del Banco Mundial, la OrganizaciónMundial del Comercio o el FMI, por ejemplo. Elmodelo así entendido encuentra un valedor conla suficiente autoridad para actualizarlo eimplantarlo políticamente en el presidente Fran-klin Roosevelt, quien tras la Segunda GuerraMundial, consigue la plasmación de muchos delos contenidos del orden liberal en los acuerdosde Bretton Woods, que nos han servido para arti-cular las relaciones comerciales y financieras delmundo durante décadas. Si bien la visión era ori-ginalmente global en espíritu, las presiones ytensiones de la era de la Guerra Fría condiciona-ron su curso hacia un orden liberal–hegemónico,centrado en la supremacía euro-americana.

Una de las versiones contemporáneas de esteorden liberal dominante se sintetiza en el pro-grama de prescripciones político económicasdenominado «Consenso de Washington»(Williamson, 1989), y que se articula en torno adiez principios programáticos de acción políticoeconómica que son defendidos por los tres guar-dianes de dicho consenso: la administraciónamericana, el Fondo Monetario Internacional yEl Banco Mundial:

Al margen de si existe o no consenso plenodentro de dicho consenso, y de que coexistaninterpretaciones diversas sobre la forma en quehan de aplicarse dichos principios, si hay en cam-bio unanimidad en cuanto a la relevancia que hatenido en el diseño de políticas de crecimiento yestabilidad de los países emergentes, imponién-dose su cumplimiento en muchos casos de formacondicional en las agendas de ayuda a estas eco-nomías durante las últimas décadas.

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Las experiencias recientes hacen sin embar-go que algunos de estos países empezasen amirar con recelo las hojas de ruta impuestas porWashington a través del FMI y el Banco Mundial.En el caso asiático en particular, la desastrosaexperiencia de las crisis cambiarias de finales delos 90 llevó a sus dirigentes a diseñar políticasque impidiesen la repetición de errores y a igno-rar con frecuencia las prescripciones de la orto-doxia a través de un marco alternativo de políti-cas más simples, y frecuentemente centrado en lagestión del tipo de cambio como catalizador deun proceso acumulador de capitales que permi-tiese la correcta administración de las finanzaspúblicas, el desarrollo de su mercado de capitalesy la inversión en programas de educación, salude infraestructuras. Y sobre todo, sirviese de segu-ro contra futuras crisis derivadas de contagios,experimentadas por los países emergentes deforma muy severa como dobles o triples crisis,con toda su serie de impagos soberanos, banca-rios y corporativos y terminando en última ins-tancia en devaluaciones masivas, incrementos delas primas de riesgo y colapsos crediticios. Lasalida de las crisis y la reparación de las econo-mías solía hacerse por la vía de rescates condicio-

nales impuestos por el FMI a cambio del cumpli-miento escrupuloso de muchos de los términosdel Consenso de Washington, una terapia de cho-que que frecuentemente hería el sentimientonacionalista de estos países y obtenía logros soloa costa de durísimas y penosas reformas que sesaldaban con elevados costes sociales y políticos.Como alguien dijo, el sentimiento de muchos deestos países era que la imposición del Consensode Washington a los países emergentes no eramás que «la culminación de la arrogancia quetrajo el fin de la historia».

En los últimos años sin embrago muchos deestos países, alejándose de la ortodoxia occiden-tal, adoptan catálogos de prescripciones alterna-tivas y heterogéneas, que sin embargo mostrabancomo denominador común la acumulación dereservas a través de las ganancias de competitivi-dad y de cuota internacional de comercio comoeje central de sus políticas. En este contexto, elmantenimiento de unos niveles competitivos detipo de cambio se vuelve esencial, aceptándose acambio una cierta laxitud con la inflación, lasconsecuencias de una política monetaria fuerte-mente expansiva y una gestión heterodoxa de lostipos de interés que relega a un segundo plano la

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LAS RECOMENDACIONES DEL CONSENSO DE WASHINGTON

Fuente: Autor, elaboración propia, 2011.

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formalidad monetaria dictada por los organis-mos internacionales.

Algunos de los autores que han contribuido alasentamiento de dicha doctrina la justifican argu-mentando que el único elemento común a cual-quier política de crecimiento de éxito contrasta-do, es la entrada de capitales por la vía delimpulso exportador, a su vez determinada por laorientación de las políticas cambiarias. En undetallado análisis de ponderación cuantitativa decoeficientes de los distintos factores de influenciaaceptados por las diversas teorías del crecimien-to, Bhalla (2007, 2011) concluye que el resultadomas significativo es que una divisa depreciada1

aparece como variable presente y significativacomo factor explicativo del crecimiento en todoslos casos, sin importar que otras variables adicio-nales se introduzcan en la regresión. De estamanera concluye que las políticas fiscales, de ren-tas, educativas, industriales, la calidad institucio-nal, o incluso la religión o la orientación socioló-gica de los países, solo están presentes como fac-tores explicativos del crecimiento si han coexisti-do con una gestión del tipo de cambio acordecon una orientación exportadora y acumuladorade capitales.

A la vista de lo ocurrido en el mundo en losúltimos años, resulta difícil no prestar atención alargumento. Los resultados de la estrategia deahorro y acumulación de los emergentes y eléxito y la rapidez del proceso de convergenciahan excedido las expectativas de sus creadores.Tras la Gran Recesión de 2008 se han dado pasosde gigante en el avance hacia la paridad con laseconomías desarrolladas, quizá imposibles de nohaber podido disponer del seguro que represen-taban sus enormes reservas de capitales paraestabilizar sus divisas, evitar la fuga de capitales,defender sus sistemas financieros, mantener elacceso a los mercados y acometer programas deestimulo fiscal anticíclicos. La novedad está ade-más en que muchos, si no todos ellos, han inicia-

do el camino de la independencia en el diseño yejecución de sus políticas, han creado un catálo-go heterogéneo de soluciones a la medida decada uno y, por primera vez, se encuentran endisposición de contestar y separase de la ortodo-xia no solo en lo concerniente a los tipos de cam-bio, sino en muchas de las otras rúbricas de lasprescripciones de Washington, adoptando solu-ciones heterogéneas en materia fiscal, de privati-zaciones o inversión directa extranjera. Si la pro-piedad estatal produce crecimiento, ¿Por quéprivatizar? Si los controles estatales financieros ycomerciales son tan efectivos ¿Por qué liberali-zar? Si el control del tipo de cambio es la llave ala entrada de capitales ¿Por qué flotar la divisa?Si un único partido opera maravillas generandoPIB, ¿Por qué democratizar? (Yasheng Huang,2011). Estos son los desafíos lanzados al Consen-so de Washington.

PERO, ¿EXISTE UN CONSENSOALTERNATIVO?

Pero al margen de los argumentos teóricos que sepuedan encontrar para explicar el éxito de estasnuevas políticas, las preguntas que nos surgen eneste momento orbitan en torno a la posibilidadde entender y gestionar un mundo gobernadopor un orden, un consenso alternativo del que enrealidad sabemos poco mas allá de la heteroge-neidad de su praxis y la voluntad de alejamientoy cuestionamiento de la ortodoxia de quienes lopractican. Lo más parecido a una definición pro-gramática de este nuevo orden lo encontramosen lo que se ha venido a denominar el Consensode Beijing, según el término acuñado por Coo-per Ramo, ya en 2004 (Cooper, 2004). La visiónen aquel momento del nuevo orden que se abríapaso, alumbraba una práctica económica y políti-ca alejada de los principios dominantes y másorientada hacia el cambio social que al económi-co, asentada en el pragmatismo característico delos dirigentes chinos y produciendo un conjuntode acciones tan diversas y flexibles que difícil-mente podrían clasificarse de doctrina. Aunqueclaramente inspirada en la era post-Deng Xiao-

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1 La apreciación o depreciación relativa de una divisa sedetermina mediante el cálculo de la desviación de su cotiza-ción con respecto a una medida teórica representativa delTipo de Cambio de Equilibrio de Largo Plazo.

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ping, el Consenso de Beijing continuaría adheri-do a la visión pragmática del viejo dirigente plas-mada en su afirmación de que el mejor caminohacia la modernización sería el de «ir removien-do el suelo hasta encontrar piedras con las quecruzar el río». A partir de aquí se enuncia uncatálogo director articulado en torno a tres ele-mentos comunes al conjunto de la acción políticoeconómica china, los tres teoremas del Consensode Beijing, según el propio Cooper Ramo. El pri-mero de ellos sería el replanteamiento del con-cepto de innovación, argumentando que los paí-ses en desarrollo deben adoptar tecnologías deúltima generación –fibra óptica– en lugar deseguir el camino trazado anteriormente por otros–líneas de cobre– permitiéndose así evitar etapasdel desarrollo cuyo coste superaría a sus benefi-cios. El segundo teorema enuncia la importanciade la calidad de vida como objetivo de políticaeconómica frente al crecimiento del PIB, comoúnica manera de gestionar el crecimiento enmedio de las contradicciones sociales existentesen China. Y en tercer lugar, el Consenso de Bei-jing contendría una inspiración poderosa deautodeterminación, independencia económica, yquizá de nacionalismo, enfatizando la importan-cia del tamaño y de la rapidez del cambio parasoslayar la interferencia de las potencias hege-mónicas en su desarrollo. Este es quizá el rasgoque más se aproximaría a la inspiración políticade dicho nuevo orden y el que podría tener unmayor alcance en la configuración de cualquieresquema alternativo de relaciones económicas ycomerciales.

Pero siete años mas de historia, y una crisiseconómica y financiera sin precedentes pormedio, nos pueden ayudar a comprender conmas claridad la verdadera sustancia del nuevoorden anunciado así como las líneas del cambiode un mundo gravitando hacia el Este y el Sur.Reconociendo el alcance del proceso de conver-gencia, no existe sin embargo evidencia algunade que nada parecido a un Consenso de Beijinghaya sobrevivido a la crisis. No se ha planteadoun cuerpo normativo compacto que soporte laacción político económica de las autoridades chi-nas o de cualquier otro país emergente, mas allá

de que resulta de la búsqueda legitima de su pro-pio interés en el marco de una acción que entien-de y asume todavía, en ausencia de cualquier otraalternativa, mucho de lo contenido en la ortodo-xia de Washington. Los intentos realizados porsistematizar y dotar de carácter normativo a cual-quier alternativa a la praxis de Washington, nopasan de ser catálogos de declaraciones muchasveces sin un contenido económico tangible y portanto difícilmente contrastables o contestablespor la vaguedad de su formulación (Xin et. Al,2009). Se muestran por otra parte contradiccio-nes importantes entre la teoría predicada por elmodelo y la práctica, como lo demuestra porejemplo la divergencia entre crecimiento del PIBde China, 8,1% de media entre 1989 y 2004, y elcrecimiento de la renta personal per cápita 5,4%en el mismo periodo. Por último, y quizá la razónmas importante que hace único al modelo deBeijing, es su imbricación en algunos casos, comoel chino, en modelos políticos de estado capita-lista autoritario, mas preocupados por atendersus propias necesidades de forma muy pragmáti-ca, que de la adherencia a cualquier forma deortodoxia compartida, obviando cualquier formade proselitismo de una práctica que difícilmentese puede sistematizar y exportar. Al día de hoy notiene por tanto mucho sentido hablar del Con-senso de Beijing ni de ninguna otra doctrinaalternativa al Consenso de Washington, por muypoco consenso y aceptación que este último sus-cite. Sí podemos en cambio trazar algunos rasgosdistintivos de la acción político económica de lasautoridades Chinas y de algunos de los otros paí-ses que, dentro de la heterogeneidad de estaspolíticas alternativas, han prosperado apartándo-se del recetario tradicional.

Podemos empezar constatando que la eviden-cia muestra que ni hay países completamenteheterodoxos ni la heterodoxia es practicada deigual manera por todos ellos. Si algo puede decir-se de los modelos de apartamiento de la doctrinaortodoxa es que son diversos y heterogéneos y quecada país se ha diseñado su propia mezcla de polí-ticas a la medida de sus ventajas y restricciones.

Si es elemento común en cambio el unilatera-lismo, entendido como la desvinculación de cual-

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quier compromiso que trascienda al propio bene-ficio directo o que implique la asunción de costesde liderazgo o coordinación internacional, enfo-cando los esfuerzos por el contario hacia la crea-ción de empleo doméstico y en el cumplimientoescrupuloso de los propios objetivos. Se da asípaso a un mundo de relaciones multipolares enel cual la solución global bien puede ser la sumade las decisiones y acuerdos tomados bilateral-mente entre los polos de hegemonía, sin preten-sión alguna de coordinación ni de diseños aprio-rísticos. Esta suerte de nacionalismo económicoda lugar a un espacio mas amplio para las solu-ciones políticas únicas, heterogéneas, no siempreconsistentes y a la medida de cada situación espe-cífica, en detrimento de la coordinación interna-cional y la predictibilidad. Y quizá también enalgunos casos a una nueva forma de imperialis-mo económico, que realimenta otro rasgo defini-torio de la nueva doctrina: la defensa a ultranzade la autodeterminación política y económica,que parece asentarse en el principio de que lamejor manera de garantizar la independencia esla expansión de la influencia a otras áreas. Laslimitaciones impuestas por muchos de estos paí-ses a la inversión directa extranjera, las incursio-nes de China y Rusia, por ejemplo, en Asia Cen-tral, África o Latino America en búsqueda de suseguridad energética y de abastecimiento derecursos naturales, ilustran este aspecto amplia-mente. Se elabora además en línea con esto unadoctrina de seguridad económica fuertementeasentada, con implicaciones estratégicas y milita-res y que subraya la importancia de mantener laindependencia económica si se pretende ejercercon autoridad alguna forma de influencia políti-ca. Occidente mira con recelo esta derivación portratarse en algunos casos de potencias autorita-rias, que habiendo aceptado mas o menos el dis-curso capitalista, no aceptan los valores democrá-ticos del estado de derecho.

Otro elemento común, relacionado con estoúltimo, sería la desafección ideológica. El Con-senso de Washington contiene una carga ideoló-gica profunda al propagar, al menos nominal-mente, principios tales como la democracia o ladefensa de los derechos humanos en su versión

extendida. La historia reciente de sanciones yembargos por razones políticas o humanitarias–Sud África, Cuba, países árabes– promovidosdesde Washington ilustran bien el caso. No exis-te nada parecido, ni en este sentido ni en el con-trario, a ningún tipo de proselitismo ideológicoen la práctica del modelo de Beijing. Por el con-trario, coexisten naciones plenamente democrá-ticas, como Brasil o India, junto con nacionesautoritarias –China– o con regimenes difícil-mente interpretables desde una perspectivaoccidental –Rusia– y en casi todos los casos sedeclaran abiertamente los acuerdos con regime-nes autoritarios –Brasil, India, Rusia con China,Irán, Venezuela, etc.– ignorando o incluso sinsufrir la presión de la comunidad internacional,a diferencia de lo que sucede en Occidente,introduciendo con esta práctica grados adicio-nales de libertad, y por tanto de incertidumbre,en las relaciones políticas y comerciales interna-cionales.

Un último rasgo compartido sería la volun-tad expresa de mantener una postura alternati-va a los dictados de la ortodoxia, a pesar de nocontar con una normativa enteramente com-partida. Fue el presidente Lula quien afirmó,durante un viaje a India y China en 2004, queante la frustración que le producían las pro-puestas de los Estados Unidos y la UE sobre laordenación mundial del comercio, a lo quedebían de comprometerse todos (los emergen-tes) era a «cambiar la geografía comercial delmundo». Efectivamente, se manifiesta unavoluntad común de contestación dentro de estaacción político económica diversa, pero sin uncuerpo teórico alternativo comúnmente acepta-do, ni tan siquiera un conjunto de directricesrobustas de aplicación política propiamentecoordinadas. La diversidad llega hasta la pro-clamación de consensos alternativos dentro dela heterodoxia, como el propuesto por el exsecretario del tesoro americano, Larry Summers,quién en una reunión empresarial indo-americanaen 2010, declaró la posibilidad de un Consensode Mumbai, alternativo al de Beijing, pero ins-pirado en los mismos principios de indepen-dencia económica.

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¿QUÉ NUEVO MUNDO?

La ruptura del consenso, el desacoplamientoeconómico y de políticas y la rapidez del procesode convergencia entre bloques, plantean cuestio-nes de dominancia y de gestión del desplaza-miento de los centros de gravedad. Nos preocu-pa saber si la dialéctica económica y política seencaminan hacia la cooperación o la confronta-ción y cuales pueden ser los costes de transiciónhacia este nuevo sistema de hegemonías en tér-minos de reformulación de acuerdos y de despla-zamientos de enfoque. Ya no existen respuestascreíbles a los retos económicos globales sin laparticipación de Brasil, India o China, pero,¿cómo se resolverán en última instancia los con-flictos y el proceso de convergencia en este nuevocontexto? ¿Nos encaminamos hacia un mundode confrontación o de mayor cooperación?¿Cómo operará este mundo multi polar? ¿Cómose articularán las relaciones económicas interna-cionales y como se tomarán las decisiones, unavez aceptado el peso de los emergentes? Pode-mos especular, de entrada, en torno a tres esce-narios posibles.

El primero de ellos es un escenario de conflic-to y dibuja un mundo de liderazgo difuminado yconfrontación escalada en materias centrales,tales como la coordinación macroeconómicainternacional, la regulación financiera, los acuer-dos comerciales o el cambio climático. Unmundo de «Gravedad-Cero», (Bremmer et al.2011) sin centros reconocibles de decisión, enel que la crisis económica acentúa el declive deWashington y la ausencia de un liderazgo cuandomás se necesita. Durante los próximos añosveríamos un deslizamiento desde la cooperaciónal conflicto en la definición de políticas de libe-ralización del comercio, que resultaría en unresurgir del proteccionismo, la muerte definitivade la Ronda de Doha y la profundización de lasrivalidades ya planteados entre los Estados Uni-dos y la Unión Europea con Brasil, China e Indiay otras economías emergentes, preocupados tansolo de proteger a sus propios trabajadores. Seprofundizarían los conflictos financieros sin posi-bilidad de llegar a un acuerdo global sobre regu-

lación, sin compromisos que limiten la aplicaciónunilateral de medidas monetarias de alcance glo-bal, como las «relajaciones cuantitativas» adopta-das por el gobierno americano, u otras accionesde corte proteccionista similares. Los votantesamericanos y europeos exigirían a sus gobiernosun grado mayor de proteccionismo comercialque les asegure el empleo, mientras que losgobiernos de países como Brasil o India haríanlos mismos favores a sus agricultores, en respues-ta a la falta de acuerdo sobre los subsidios euro-peos y americanos a la agricultura. Las guerrasde divisas estarían garantizadas como corolario aeste escenario de conflictos comerciales, al igualque sucedió durante la década posterior a laGran Depresión del siglo XX, y se extenderíanno solo a los frentes Este-Oeste, sino entre lospropios componentes de los mismos grupos, comoya se vislumbró justo antes de la reunión delNoviembre del G-20, cuando Brasil e India se suma-ron a los Estados Unidos y la UE para denunciar lamanipulación del Yuan, o como ha denunciadonuevamente la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff,en la última cumbre del FMI en Washington.

El proteccionismo se extendería también alámbito financiero con el establecimiento de lími-tes al control de la titularidad de activos, con laimposición de restricciones estrictas a la inver-sión directa extranjera y a la actuación de los fon-dos soberanos, en especial en aquellos casos enlos que el control corporativo de empresas ensectores estratégicos se viese alterado. Ya existenprecedentes en este sentido. La prohibición porparte de las autoridades americanas de la com-pra de los activos americanos de P&O, unaempresa portuaria inglesa titular de las concesio-nes de seis puertos americanos, por parte deDubai Ports, un inversor de los EAU, ante las ale-gaciones de la amenaza que para su seguridadrepresentaba la entrega de la gestión de variospuertos americanos a manos árabes, es prueba deello. De la misma manera y por las mismas razo-nes se prohíbe la venta de Unocal, una empresaenergética americana, a una empresa publicachina en 2005.

El conflicto sobre el control de activos se acen-tuaría en la medida en la que los países emer-

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gentes solo estarían dispuestos a repatriar unaparte de los capitales acumulados por la víacomercial, a través de la balanza de capital, estoes, invirtiendo en compañías europeas y america-nas sobre cuyo control pudiesen ejercer influen-cia. Sería entonces altamente probable que viése-mos la creación de legislaciones específicas queacoten las formas de penetración de los fondossoberanos y que limitasen tanto los sectores comoel grado de control y la participación que pudie-sen tomar en compañías occidentales.

Y por supuesto, asistiríamos a una crecientetensión sobre la cotización y el papel del Dólarcomo moneda internacional de reserva. Mientrasque las autoridades americanas no tienen la másmínima intención de discutir ninguna propuestaque cuestione la utilización del Dólar para tal fin,China ya ha propuesto dar una mayor importan-cia a los Derechos Especiales de Giro como acti-vo de reserva internacional. Pero los Estados Uni-dos se encuentran en un dilema difícil de resol-ver. Por una parte, sus déficits acumulados pre-sionan su moneda a la baja, ante la protesta delos emergentes, y la contención de sus déficitsprobablemente no sea posible hasta que veamosun dólar mucho más bajo, lo que llevaría a losprimeros a alejarse y demandar más activamentela introducción de una alternativa. Por otraparte, en la medida en la que los Estados Unidoshan de proveer liquidez al resto del mundo, aña-den un factor de presión a la baja adicional sobresu moneda. En este contexto, no sería de extra-ñar que durante los próximos años viésemos elsurgimiento de una presión coordinada orienta-da hacia la sustitución del Dólar por alguna otraalternativa cambiaría que incorporase la realidady la relevancia de las monedas emergentes, comoel Yuan por ejemplo. Pero en la medida en la quela asunción de un mayor protagonismo en estefrente implicaría necesariamente la flotabilidad yla libre convertibilidad del Yuan, no parece queesta alternativa sea viable de momento, a la vistade la actitud de las autoridades chinas, exten-diéndose así también la ausencia de liderazgoglobal al frente cambiario.

La pérdida de influencia americana y delDólar, el surgimiento del proteccionismo y la bila-

teralidad nos llevarían durante los próximos 20 ó 30años a un mundo sin consensos, ni Washington niBeijing, mucho más parecido al de la década delos años 30 que a la de los 40 del siglo pasado,que alumbró los acuerdos de Bretton Woods, enel que el conflicto, la ausencia de reglas y la com-petición económica y comercial no depararíanun horizonte de estabilidad ni prosperidad ase-gurada para nadie.

Podemos plantear sin embargo un segundoescenario mas amistoso, que surge de la incorpo-ración de nuevos actores y relaciones a un marcogenérico de continuidad del orden liberal, quesobrevive a la era de la convergencia. Sería el«Orden Liberal Post-Americano» (Ikenberry,2011). Casi nadie argumentaría hoy que elmundo futuro será como el que dejamos antes dela crisis, habrá nuevos polos de influencia, nue-vos actores, autoridad compartida; pero sí esplausible concebir la subsistencia de muchos delos principios del liberalismo internacional quehan servido para cimentar con éxito las relacio-nes económicas de los últimos doscientos años,dando paso así a ese nuevo mundo de «interna-cionalismo post-americano». Reconociendo eldeclive y la contestación al poder americano,existiría una arquitectura de inspiración liberal -internacional adoptada por los nuevos paísesemergentes que permanecería invariable, por serel resultado natural de la evolución durantesiglos de las formas de relación de las potencias,la que garantiza el estado de máximo beneficiopara todas ellas. Los principios de cooperación,apertura, liberalización, imperio de la ley y lacultura de aceptación del compromiso, devuel-ven a la larga más prosperidad a las naciones queel conflicto, la ausencia de liderazgo y la frag-mentación de los equilibrios. Y por eso se hanimpuesto como modelo de éxito tras eras de con-flicto y confrontación. Hay varias razones queavalarían esta posibilidad.

China, India, Brasil o Rusia se encuentraninmersos de lleno en el tejido del comercio mun-dial y han llegado a alcanzar esa posición tan solonegociando y respetando los tratados internacio-nales. El 40% de contribución de las exportacio-nes al PIB chino, posible gracias a la apertura, los

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tratados y la evitación de conflictos, solo es soste-nible en el marco de la Organización Mundial delComercio, y no parece razonable por tanto quese desee su cuestionamiento como marco denegociación, al margen de reclamaciones pun-tuales de mejora. Por otra parte, y a medida quelas inversiones chinas y de los demás paísesemergentes se diseminan, crecerá su dependen-cia económica con el resto del mundo, haciéndo-se necesaria la profundización en los mecanismosde estabilidad y de seguridad internacional. Ade-más, el asentamiento de las clases medias y laselites económicas y empresariales en estos países,deberían propiciar un clima de apertura social eintelectual, cooperación y confianza comercial,además de una inclinación favorable a aceptar elsometimiento a tratados y acuerdos negociados, yaceptados voluntariamente como consagracióndel principio estabilizador del imperio de la ley.

Y por último, es cierto que la posibilidad deobtener ventajas derivadas del alejamiento delsistema es tan solo posible si existe un sistema delque poder beneficiarse oportunisticamente. En lamedida en la que el sistema se fragmenta y sereemplaza por una suma de decisiones proteccio-nistas, bilaterales e impredecibles, deja de ser unsistema y se convierte en un ámbito en el que laconfrontación hace que todo el mundo sufra yque a la larga no interese a nadie.

En este escenario sí podría resultar factibleque el Yuan, o cualquier otra cesta que contuvie-se ponderaciones distintas de monedas de paísesemergentes, reemplazase al Dólar como patrónmonetario de referencia si bien es cierto que, unavez más, la exigencia en ese caso de dejar flotarla moneda no está hoy día presente en la mentede los dirigentes Chinos. De la misma maneraque la adopción del internacionalismo liberalcomo doctrina impone una serie de condicionan-tes políticos a los gobiernos, como, los son laintroducción de un sistema democrático y parti-cipativo así como el abandono paulatino delmodelo capitalista autoritario, decisiones quetampoco están todavía hoy visibles en las agendaspolíticas chinas. Quizá es verdad que en el largoplazo sigamos asistiendo a la misma representa-ción, las mismas escenas y el mismo guión que ha

dictado las reglas de gobernanza de la economíaglobal durante décadas, solo que interpretadospor distintos actores. La cuestión al día de hoy esque no sabemos cuan largo es el largo plazo, nipor que caminos habremos de transitar hasta quelleguemos a ese momento.

Podemos especular con un último escenario,al que denomínanos de «retorno a la media». Sejustifica desde una lógica de equilibrio de merca-do, una perspectiva eminentemente económica,y contempla la necesidad de restauración naturalde una parte de los equilibrios macroeconómicosperdidos en la medida en la que configuran unescenario muy inestable de asimetrías en la dis-tribución de capitales y de flujos comerciales, queserían en última instancia insostenibles e inefi-cientes desde una óptica estricta de asignaciónóptima de recursos.

La evidencia empírica constata que el«empacho ahorrador» al que se refería Greens-pan debería de estar próximo a su fin, inte-rrumpiendo el flujo de capitales «aguas arriba»y propiciando en última instancia la redirecciónde los capitales «aguas abajo» en un futuro. Unavez finalizada la fase de acumulación de capital,la prioridad de las políticas económicas de lospaíses emergentes ha de concentrarse en la con-vergencia efectiva con las economías desarrolla-das, y para ello han de diseñarse políticas espe-cíficas que contemplen una expansión de lainversión y la estabilidad de precios, permitien-do una subida de sus tipos de interés y unaapreciación paulatina de sus divisas. En estalínea se pronuncio en Abril de este año el gober-nador del Banco Popular de China al afirmarque «las reservas Chinas exceden los requeri-mientos razonables (del país)». Los equilibriosnecesarios entre coste y rentabilidad marginaldel capital llevarían a los países emergentes ainiciar un ciclo inversor después del ahorrador,llevando con ello a la economía mundial anueva fase reajuste a medida que los patronesde equilibrio de inversiones, ahorro y flujos decapital comenzasen a normalizarse. Las econo-mías emergentes, ante la presión social y demo-gráfica de sus ciudadanos, comenzarían a hacerun uso mas extensivo de sus ahorros para inver-

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tir y ello estimularía su demanda interior y conello el comercio mundial.

Además, las divisas de estos países tenderían aapreciarse en relación a las de los países desarro-llados, como ya parece que ha empezado a suce-der desde 2005, reforzando el proceso de reajus-te global y poniendo fin al principio sobre el quepivotó la acumulación de capital, la contenciónde los tipos de cambio. Las ganancias en produc-tividad, los precios al alza de las materias primasy las presiones políticas deberían de contribuir areforzar el ciclo de apreciación de estas monedas,conduciendo con ello inevitablemente hacia unescenario en el que se invierte el sentido de losflujos de capital al tiempo que se inicia un cicloinversor de vasto alcance.

Esto bien podría señalar el cierre de la prime-ra fase de la «Gran Convergencia», la marcadapor la acumulación de capital, un proceso que hasido solo posible a costa de unos profundísimosdesequilibrios macroeconómicos que, una vezcorregidos, estarían dando paso a una fase inver-sora que situaría al bloque de países emergentesen condiciones de mayor paridad con los paísesavanzados. De hecho, en pocos años los nivelesde educación y escolarización de muchos paísesemergentes se han situado ya a los niveles quetenia las economías desarrolladas en 1975. Losdesequilibrios globales son la respuesta de laseconomías emergentes a su reciente historia defragilidad y vulnerabilidad, pero una vez que losobjetivos de seguridad y estabilidad se han alcan-zado y se avanza en la convergencia, estará en elinterés común el mantenimiento de un sistemade estabilidad en el que la prosperidad pueda sercompartida por todos. En este contexto de equi-librios propiciados por fuerzas y antagonismosde mercado en busca de equilibrios, el reequili-brio macroeconómico deberá de estar acompa-ñado de un reequilibrio político en el que lasnaciones emergentes puedan alcanzar cuotas másaltas de autoridad e influencia.

Quizá la enigmática afirmación del premierZhou Enlai que encabeza este artículo, no surgie-se de la prudencia atribuida a la milenaria sabi-duría china de la paciencia, sino que expresase

un gesto de desconfianza hacia un orden, el delos valores ilustrados sobre los que se levantagran parte del edificio simbólico político occi-dental, que preveía próximo a su fin, a sabiendasde su carácter efímero ante la realidad inminen-te de su país. Sea como fuere, la realidad es queel mundo se encuentra en un momento en el quela posibilidad de una combinación afortunada deaceptación de marcos de estabilidad en el ejerci-cio de las relaciones políticas, comerciales y eco-nómicas globales, junto con la apertura de ungran ciclo inversor por parte de los países emer-gentes, pueden llevar a la economía mundial auna era de expansión y prosperidad sin prece-dentes, después de haber sufrido una de las crisismas devastadoras de su historia reciente.

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