un superheroe

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Tenía seis años y empezaban los noventa. Eran tiempos difíciles y en casa no pasaron desapercibidos. Hay cosas que no me acuerdo muy bien, pero sí estoy segura de que hubo algo que fue mi refugio en esa época. Compartíamos la casa con una familia hermosa que nos abrió las puertas y nos dio lo poco que tenían. Había que convivir y compartir todo, porque la casa era chica. Fue poco tiempo, un año en los casi treinta que tengo hoy, no es nada. Pero, sí. Ese año significó muchísimo en mi vida y en lo que hice de ella hoy. Así fue que conocí al Diego. El hijo más grande de la Nilda, el hermano mayor de la Ale. La Nilda era maestra, esa de las de antes, que me mostró que hay que amar a la docencia y que enseñar vale la pena. Maestra rural, que tuvo que dejar la escuela por problemas de salud, pero que nunca dejo de ser docente, daba clases en casa en esa época, y hoy es una docente militante de la vida. De esas docente que una mira y dice, yo quiero ser de esas y dejar el guardapolvo en el barro, así como ella. La Ale, cumplía catorce, era una nena, pero ya me doblaba en edad y yo la veía como una chica grande, en esa época ya era artista, artesana y creativa, y me encantaba colarme cuando se juntaba con sus amigos del barrio. Y el Diego, tenía 16, plena adolescencia. Un día pude entrar por primera vez a la pieza del Diego, que era todo un misterio para mí. Me dejó conocer su súper biblioteca, era gigante para mí que no debía llegar al metro de estatura. Y creo que ahí encontré mi refugio. Me zambullía en las pilas y pilas de revistas de historietas. No sé cuántos números de Batman leí arrodillada en el piso al lado de la biblioteca. Tenía solamente seis años, pero disfrutaba cada viñeta como si fuera la última. Será porque así concocí al superhéroe que brillaba por su locura y su inteligencia, un superhéroe sin superpoderes mágicos. Y será por eso que el Diego se convirtió en mi superhéroe. Yo sabía que el además de leer mucho, escribía, me encantaba su máquina de escribir, y de vez en cuando me dejaba usarla, y me hacía la poeta. Era como un universo paralelo ese rincón de la casa, los libros, las revistas, la máquina de escribir al lado de la ventana. Hasta ahora conservo los primero libros de poesía que

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Page 1: Un Superheroe

Tenía seis años y empezaban los noventa. Eran tiempos difíciles y en casa no pasaron desapercibidos. Hay cosas que no me acuerdo muy bien, pero sí estoy segura de que hubo algo que fue mi refugio en esa época. Compartíamos la casa con una familia hermosa que nos abrió las puertas y nos dio lo poco que tenían. Había que convivir y compartir todo, porque la casa era chica. Fue poco tiempo, un año en los casi treinta que tengo hoy, no es nada. Pero, sí. Ese año significó muchísimo en mi vida y en lo que hice de ella hoy.

Así fue que conocí al Diego. El hijo más grande de la Nilda, el hermano mayor de la Ale. La Nilda era maestra, esa de las de antes, que me mostró que hay que amar a la docencia y que enseñar vale la pena. Maestra rural, que tuvo que dejar la escuela por problemas de salud, pero que nunca dejo de ser docente, daba clases en casa en esa época, y hoy es una docente militante de la vida. De esas docente que una mira y dice, yo quiero ser de esas y dejar el guardapolvo en el barro, así como ella. La Ale, cumplía catorce, era una nena, pero ya me doblaba en edad y yo la veía como una chica grande, en esa época ya era artista, artesana y creativa, y me encantaba colarme cuando se juntaba con sus amigos del barrio. Y el Diego, tenía 16, plena adolescencia.

Un día pude entrar por primera vez a la pieza del Diego, que era todo un misterio para mí. Me dejó conocer su súper biblioteca, era gigante para mí que no debía llegar al metro de estatura. Y creo que ahí encontré mi refugio. Me zambullía en las pilas y pilas de revistas de historietas. No sé cuántos números de Batman leí arrodillada en el piso al lado de la biblioteca. Tenía solamente seis años, pero disfrutaba cada viñeta como si fuera la última. Será porque así concocí al superhéroe que brillaba por su locura y su inteligencia, un superhéroe sin superpoderes mágicos. Y será por eso que el Diego se convirtió en mi superhéroe.

Yo sabía que el además de leer mucho, escribía, me encantaba su máquina de escribir, y de vez en cuando me dejaba usarla, y me hacía la poeta. Era como un universo paralelo ese rincón de la casa, los libros, las revistas, la máquina de escribir al lado de la ventana. Hasta ahora conservo los primero libros de poesía que escribió él. Y además conservo el gustito por escribir de vez en cuando, aunque casi nunca se lo muestro a nadie.

Fue un tiempo que me fue definiendo en muchas de las cosas que hoy me hacen. Parar la oreja en las charlas donde la Nilda le ponía humor a historias tremendas de compañeros de la militancia escapándose por el fondo de su casa para evitar que los milicos lo chuparan. El humor ácido y la ironía del Diego. Sus carcajadas contagiosas e interminables. Escuchar de fondo la música que le gustaba, y que cuando crecí volví escuchar por elección propia. También guardo un caseette que me regaló el Diego, con un disco de Fito Páez grabado, y el rótulo escrito a mano. Y guardo en mi cabeza canciones de Sumo, Divididos y Baglieto, que hasta ahora me hacen acordar al Diego, a la morera del patio y a la parva de historietas.

Ayer a los treinta y nueve años, el Diego se fue a otro lugar.

Me alegra saber que hizo toda la vida lo que le gustó hacer, escribir, leer y diseñar sus libros y los de un montón de gente. Y que ese montón de gente hoy lo homenajee Me alegra tener todos estos recuerdos y tanta poesía para volver a leerlo. Y saber que en cada personaje de sus historietas hay un poco de él que va a seguir dando vueltas por el mundo.

Page 2: Un Superheroe

Pero a mí no se me fue un poeta nada más.

Se me fue un superhéroe.