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Un instante Un instante en 1929 en 1929

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Un instante Un instante

en 1929en 1929

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Clase de 1929Clase de 1929

Segundo grado, Escuela José Carlos Umaña, Atenas. El maestro Fernando Cabezas González tomó la foto.

De izquierda a derecha, de abajo hacia arriba: Custodio Arias, Enrique González, Rafael Pacheco Rosales, Luis Ángel Pérez, Juan Rafael Víquez Castillo, José Fabio Ovares Jenkins, Alejo Dobles Rodríguez, Claudio Soto Ovares, Salvador Corella Rojas, Fadrique Salas Villalobos, Rafael Venegas, Alexis Cubero, Ernesto Artavia, Elmo Arias Quesada, Wilson Castillo, Manuel Ricardo Roldán Matamoros, Tobías Quesada, José Sánchez Solano, Raúl Arias, Eliécer Herrera, José Gutiérrez, Carlos Luis Arredondo Umaña, Fernando Ramírez Ruiz, Adán Vargas y Dagoberto Sibaja.

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La historia

El suplemento Proa de La Nación publicó el 21 de mayo de 2006 una fotografía

del segundo grado de la escuela de Atenas en 1929. La iniciativa fue de Juan Rafael Víquez, uno de los fotografiados, y de su hijo Luis. José Fabio Ovares, otro de esos niños, quien también había conservado la fotografía como uno de sus más preciados recuerdos de infancia, localizó a los Víquez. Poco después los tres se reunieron en la casa de José Fabio, en El Rodeo de Ciudad Colón.

La historia

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Pero José Fabio no se conformó con esto: quería localizar a todos los que estuvieran vivos y hacer una gran fiesta en la que pudieran volver a verse, departir con otros amigos de aquellos tiempos y recordar los años pasados.

En la búsqueda de aquellos niños participaron muchas personas: gente de Atenas que sabía de algunos, parientes, amigos de amigos y hasta el genealogista Ramón Villegas que localizó varios datos sobre ellos. El empeño de José Fabio se vio recompensado porque gracias a su esfuerzo y al cariño que todos sus compañeros sienten por él desde aquel entonces, logró localizar a siete más. Al final, nueve chiquillos de aquella clase. Finalmente, el 15 de julio se encontraron de nuevo aquellos amigos de la Escuela de Atenas. Fue un día inolvidable en que recordaron el pasado, se preguntaron por sus vidas, rindieron un homenaje sentido a la memoria de don Fernando Cabezas, el maestro, y recibieron, en cada detalle, el afecto de los parientes y amigos que los acompañaban.

José Sánchez no pudo asistir ni tampoco Alexis Cubero, a quien José Fabio visitó poco después en su casa de Miramar. Pero llegaron dos invitados más, compañeros de la infancia de la misma escuela: Gustavo Sequeira y Álvaro Rojas.

Y para que no se olvide este encuentro, José Fabio quiso también que recogiéramos todos estos recuerdos para que nos acompañen por mucho tiempo más.

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José Sánchez en AtenasJosé Sánchez en Atenas

Alexis Cubero y José Fabio en Miramar

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El maestro don Fernando Cabezas González se sonreía por dentro al mirar los ojos

abiertos de ese montón de chiquillos risueños, todos muy limpios en sus camisitas de manta y sus pantalones cortos. Este era su primer año como maestro y se había encariñado con aquellos muchachos, nietos y bisnietos de los pioneros que habían poblado Sabana Larga desde inicios del siglo XIX.

Mientras posaban delante de él, pensaba que tal vez alguno lo recordaría cuando, años después, viese con sus hijos y sus nietos la fotografía que pensaba regalarles.

Estaban ahí Custodio Arias Quesada; Enrique González, quien se fue a Naranjo; Rafael Pacheco Rosales; Luis Ángel Pérez, el muchacho de Bernardo Pérez; Juan Rafael Víquez Castillo, Carraquita, excelente alumno y que sonreía siempre; ese rubiecillo, tímido y bueno, que escribe ya con una hermosa letra, redonda y clara, el menor después de su primo Claudio, es José Fabio, el hijo de Chalo

Atenas, un díaAtenas, un día cualquiera de 1929

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Ovares y Nelly Jenkins. Sigue Alejo Dobles Rodríguez, hijo del médico del pueblo y uno de los únicos dos que llevaban zapatos; a su lado, precisamente Claudio Soto Ovares, el menor del grupo.

Vienen después Salvador Corella Rojas, Fadrique Salas Villalobos, Rafael Venegas -que con los años sería carnicero en Atenas-Alexis Cubero, hijo de Matías Cubero, Ernesto Artavia, a quien llamaban Cachimba, Elmo Arias Quesada, Wilson Castillo, Manuel Ricardo Roldán Matamoros, apodado Sancuíncaro. También Tobías Quesada, Veintiuno; José Sánchez Solano, el de Clodomiro y Bertilia. A continuación, Raúl Arias Rodríguez y Eliécer Herrera, Nene, el más grande y probablemente el mayor de todos; éste es José Gutiérrez, que quería curarle a José Fabio una herida con un algodón encontrado en un basurero. Y Carlos Luis Arredondo Umaña, el famoso Nene Arredondo, quien sería el galán del pueblo, el mismo que le dio una serenata a Enrique Ovares por creer que en ese lugar dormía Nísida Jenkins. Nene murió en un accidente de trabajo. Y por último, Fernando Ramírez Ruiz, Adán Vargas Pérez, al que decían Patachinga, y Dagoberto Sibaja.

Don Fernando toma la foto y ellos, impacientes por volver al juego, se dispersan corriendo por el patio de la escuela y mucho más allá, por los caminos y el tiempo de la vida infinita.

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Fadrique, Claudio, José Fabio y Álvaro

Raúl, Álvaro, José Fabio, Elmo, Custodio. Al fondo Claudio y Fadrique.

Raúl, Fadrique, José Fabio, Álvaro, escondido Custodio, y Elmo

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Fadrique Salas y José Fabio

Raúl Arias y José Fabio

Raúl, Álvaro, José Fabio, Elmo, Custodio. Al fondo Claudio y Fadrique.

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¡Quien hubiera creído que iba a volver a verlos setenta y siete años después! ¡Y me

recuerdan! Bueno, por lo menos recuerdan con cariño la foto que les hice. Algunos la han tenido por años en una gaveta de la mesa de noche, en un cajoncito con las notas de la escuela y cosas así: recuerdos sencillos de esos que los otros no ven o que no suscitan ninguna nostalgia en los demás. Yo mismo la conservé toda la vida: era mi primer grupo, mi primera experiencia como maestro, sólo tenía 20 años y quería guardar esas miradas infantiles en mi memoria.

Están ahora reunidos y, me emociona pensarlo, gracias a mí, a mi célebre fotografía. El hijo de Carraquita la envió al periódico, Ovares la vio y se puso a averiguar quiénes vivían y dónde y los reunió en su casa. Invitó también a Tavo Sequeira, que no pertenecía a ese curso pero que era en realidad casi otro hermano de José Fabio, y a Álvaro Rojas, el primo genealogista. Los veo a todos: Juan Rafael, Claudio, Fadrique, Elmo, José Sánchez, Raúl, Custodio, Alexis, José Fabio y todos los otros están ahí. Algunos, como yo, miramos desde esta orilla del río y nuestras voces sólo llegan como susurros apagados.

El RodeoEl RodeoSábado 15 de julio de 2006

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Conversan de antaño, del mundo como era entonces, de los sueños y los caminos de cada uno. Los que hablan en voz alta no nos ven, ni a mí ni a los otros que hemos venido a reír un rato con los recuerdos.

Pero estamos juntos como aquella mañana cuando, un poco encandilados por el sol, miraron con curiosidad e ilusión la pequeña máquina de retratar y quedaron así, inmóviles, sonrientes unos y serios la mayoría, como si vislumbraran un futuro que entonces no podíamos ni siquiera imaginar.

No lo saben, o tal vez sí lo sepan. Tal vez sientan mi mano sobre el hombro de cada uno de ellos o mi mirada que, de alguna manera, los ha acompañado siempre, porque eran mis ojos los que estaban tras la camarita que los retrató ese día.

Flora Ovares Ramírez

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Son las diez de la noche. Quise dormir, pero había algo que no me lo permitía, tenía

una inquietud colmada de alegría y de algo de difícil descripción, un sentimiento que antes no había experimentado.

Hoy supe que la trascendencia en esta vida no es simplemente la existencia de por sí. Hoy aprendí que debajo de cada osamenta y piel, se cobija un mundo bello, que es mostrable para otras generaciones, que por rutina a veces olvidamos y peligrosamente podemos dejar pasar sin resguardo.

Hoy, quería que el tiempo se detuviera, que no se escapara ningún detalle. Mis oídos se movían sin descansar de un sitio a otro, todos los comentarios tenían una marca indeleble.

Traté de unir lo que veía y oía pero me faltaba un elemento indispensable para esa fusión: la historia personal de setenta y siete años, la que pertenece a cada uno y hoy no se abrió, ni se abrirá , pues es el patrimonio de cada ser humano y con el morimos.

Dice Jean Piaget que nunca dejamos de ser niños y que en muchos momentos afloran detalles que nos delatan. Hoy se evidenció sin

El gran díaEl gran día

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duda esta premisa: sobrevinieron los apodos, las travesuras, las mejengas, el agradecimiento hacia los maestros, y se escondió la tristeza y la pobreza que mediaba en aquella Costa Rica de inicios de siglo.

Hoy no había espacio para llorar, sólo para llenar los ojos de lágrimas melancólicamente y que nuestra voz temblara.

Este día quedará marcado en cada uno de nosotros, se nos ha entregado la responsabilidad de pregonarle a las futuras generaciones que nuestros padres se reunieron después de tres cuartos de siglo, años en que en el mundo ha ocurrido de todo y ellos son testigos irrefutables de un cambio que, paradójicamente, no los absorbió.

Hoy esos hombres siguen siendo los mismos, pertenecientes a una Costa Rica donde el hijo del médico y del carnicero compartían un espacio y el lema era trabajar duro y honradamente.

Gracias por enseñarnos ese ser humano que la sociedad moderna tanto extraña. Gracias, José Fabio, por su insistencia y tenacidad, sin esos ingredientes el Gran Día no hubiese estado en la historia.

Luis Víquez

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El Rodeo, 15 de julio de 2006

77 años después77 años después

De izquierda a derecha, de abajo hacia arriba: Juan Rafael Víquez Castillo, Raúl Arias Rodríguez, Elmo Arias Quesada, Fadrique Salas Villalobos, Álvaro Rojas Espinoza, Custodio Arias Quesada, Claudio Soto Ovares, Gustavo Sequeira Alpízar, Jose Fabio Ovares Jenkins.

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