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Al cumplirse cien años del naCImiento de lcaza, I'OS encontramos' ante el centenario de un desconocido, La tradición no suele preocupar a los escritores mexicanos de hoy que refugian en el cómodo desdén de toda o casi toda la literatura que los precede - en particular la del siglo XIX o la que se escribió en las dos primeras décadas del xx. Las causas de esta situación, que nada tiene que ver con la más estéril de las pugnas lite- rarias: la del nacionalismo y universalidad', requieren por su denso carácter uh examen que algún día debe intentarse. Mientras tanto, "la moda inocente y con frecuencia útil de los centenarios", engendra ciertos lapsos adecuados para que una parte de esta tradición aparezca como por conjuro duran- te algunos días y se borre después o pase al limbo de los archivos o de las historias. Por éstas y otras razones el escritor en nuestro país sólo puede aspirar al conocimiento de la "gloria" al día siguiente de su muerte o cien años después, cuando, suele ocurrir, su obra ya ha perdido vigencia. En 1963 don Francisco A. de lcaza no es un peligro para la diminuta fama de na- die; entonces ha llegado el momento de al· zar la voz y declarar sus merecimientos. No es necesaria la lectura atenta de sus libros: hay en el lenguaje hecho de nuestra crítica una serie de frases y tropos de dicción que sirven indistintamente, que toman la forma del vaso que las contiene y nos permiten sentar plaza de generosos y conocedores .. , Acaso sean injustas estas palabras y los ceno tenarios tengan la firme utilidad de enseiíar- nos lo que no debiéramos ignorar. Tal vez al celebrar estos cien años comencemos a redescubrir esa tradición (aprendida y olvi- dada en las escuelas por culpa de los métodos que, casi siempre, compiten en hacer detes- table la literatura mexicana), esa tradición de la que forma parte un escritor, un críti- co, un poeta que, más allá de toda discrepan. cia, merece el homenaje, la lectura. El conocimiento de leaza no ,es difícil ahora. Hay en la Biblioteca del Estudiante Universitario unas Páginas escogidas"que en el 58 prologó y seleccionó Luis Garrido. El año pasado, dentro de la colección de Es- critores Mexicanos (Editorial Porrúa), Ermilo Abreu Gómez juntó en un volumen Lope de Vega, sus amores y odios, aparecido original- mente en Madrid en un año que no precisa el libro (305 pp., distribuido por la librería "Renacimiento" y que según Garrido es 1919, y según Abreu Gómez, 1925), Sucesos ,'eales que parecen imaginUl'ios. La crítica en la litemtum contemporánea, y su prólogo al Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores de la Nueva EspUlia. Por otra parte, Antonio Acevedo Escobedo organizó en el Departamento de Literatura del INBA tres conferencias relativas a lcaza. En la pri. mera Antonio Castro Leal se refirió a "Fran- cisco A. de lcaza y su tiempo"; después Sal- vador Novo habló de la poesía de lcaza y leyó algunos de sus poemas; finalmente, Arturo Arnáiz y Freg estudió las relaciones entre "lcaza y los historiadores mexicanos", Tales antecedentes pueden llevarnos a es- bozar una reseña de la obra de lcaza. Ya Castro Leal y Abreu Gómez han dado en sus ensayos los datos esenciales para la bio. grafía del autor del Cancionero de la vida honda y de la emoción fugitiva, yeso nos dispensa de muchos pormenores. Vale la pena recordar, con todo, la imagen de leaza que fijó Reyes en Pasado inmediato: "La es que quien me hizo 'perder el mie- do' a la figura de Lope de Vega y atreverme a imaginarlo en sus intimidades de hombre fue el gran mexicano Francisco A. de 'lcaza, heredero de la deslumbrante tradición del general Vicente Riva Palacio, figura de rena- centista en quien revivían y bullían juntas las mejores maneras del Madrid literario , a través de todas las épocas. Cáustico y ame- no, sabio sin pedantería, experto y fino, se adueñaba de las tert!Jlias y, donde aparecia, daba el tono a las conversaciones. En el Ate· neo de Madrid, los jóvenes escritores anidían a la 'Cacharrería' para ver cómo el maestro lcaza barría a los necios con su ametralla· dora de ingenio y buen decir. En eso de 'sentar las costuras' a los eruditos a la violeta, no tenía precio. Dotado de cierto molde clá- sico, de aquella rotundez -entre titubeos y vicisitudes- quisiera ser la nota domi,nante en la literatura mexicana, sabía organizar sus libros con mano ágil, y tenía, para aqui- latar los libros ajenos, una intuición, un pri- mer vistazo que hacían precioso su consejo. No era la suya esa cultura que parece pe- gada en hojas de papel: la traía en la masa de la sagre. Era amigo solícito, capaz de imponerse verdaderas tareas para auxiliar las investigaciones de quienes le pedían ayu- da. Su natural altivez se templaba, pudoro- samente, con ternuras nunca confesadas. Una que otra vez, en las polémicas, se le desbor· daba el sarcasmo, porque también era irrita- ble; pero no'se equivocaba en conjunto para distinguir los verdaderos de los falsos valores, a pesar de ciertas manías contra éste o ,aquel escritor a quienes no podía sufrir. Su juicio era insobornable: llamaba al pan pan y al vino vino, y éste es el secreto de ciertos resen· timientos que por ahí ha dejado. "A la aparición de sus primeros trabajos cervantinos, FouIché-Delbosc, desde París, había reparado en aquella penetración psico- lógica de lcaza, matiz nacional característico dentro del conjunto de la erudición hispá- nica, matiz que lo emparienta, a lo largo de los siglos, con el criollo Juan Ruiz de Alarcón, quien llevó también a la Corte una temperatura distinta. En su reciente obra so- bre Lope de Vega y su tiempo, Karl Vossler ha sentido la seducción de este modo .,..hu- mano, y de contacto directo con que leaza aborda al Fénix español. Creo sinceramente que no son justos los reparos que hace a este respecto nuestro amigo José F. Montesi- nos en su reseña sobre el libro de Vosslcr (Revista de Filología Española, Madrid, 1933, xx, NQ 3). Montesinos se deja llevar juvenil- mente por la seducción de cierta técnica -la que aprendíamos en el Centro de Estudios Históricos- y tacha lo que está fuera de ella, como los procedimientos interpretativos de lcaza. No todo ha de ser descubrimiento de datos, preocupación por la, 'materia prima' propia de la era industrial que vivimos. No sea el historiador como el alfarero que se vuelve esclavo de su arcilla. Hay otra nove- dad, o cualidad mejor dicho, más profunda, y ella está en la inteligencia, en el entendi- miento de los asuntos. Claros ejemplos nos ha dado Montesinos en su obra. En este sentido, algunas páginas de lcaza sobre las figuras de la literatura peninsular poseen un valor innegable. Sin ignorar la técnica del cazador de noticias, lcaza era más bien un crítico de saldos humanos. Mucha buena obra nos deja, y más nos hubiera dejado toda- vía sin los sacrificios de una vida consagrada en su mayoría al servicio exterior de México, y luego, en vejez, contrastada con las in- gratitudes del tiempo. Las cicatrices, los resa· bios del dolor -había sufrido mucho-, lo hacían pasar por hombre poco bondadoso a los ojos de los ligeros. En verdad, leaza nunca 'comulga con ruedas de molino', no-lo apl'obaba todo; y cuando 6e le disparaba la vena satírica ya no había manera de conte- nerlo." Desdibujada por el tiempo, la poesía del pro- sista excelente que fue lcaza todavía se nos muestra, en sus mejores momentos, comOl un arte menor que puede darnos sobrios regís- tros de belleza y no pocos aciertos expresivos. Pero no es allí donde se encontrará al mejor lcaza: su prosa, en cambio, sigue siendo un ejemplo del lenguaje que conviene al ensayo. Y hay que insistir sobre todo en la actitud crítica de lcaza, quien antes de emprender su obra en firme publicó (1894) un Examen de críticos donde comparecen las corrientes y contracorrientes europeas de esa época, en una admirable síntesis de las teorías opuestas o complementarias. Allí declaró lcaza cuál era el camino que iba a seguir en adelante, y no rehusó enfrentarse -a la porción de la crítica española que le parecía mayormente digna de censura, así se tratara de Emilia Pardo Bazán o aun Menéndez y Pelayo. Su posición fue, durante años, ejercer el derecho a la crítica con los críticos mismos y no con los creadores. "Por lo cual -escribió- nunca me vi en el trance de amargar el triunfo de nadie -escritor o artista- o de hacer más doloroso su fracaso." " , Al Examen sucedieron en la producci61l de lcaza -alternada con el ejercicio diplo· mático que lo mantuvo durante varias dé· cadas en España y 'en ocasiones lo llevó a otros países de Europa- una ,serie de estudios e investigaciones acerca de Cervantes: Las novelas ejemplaTes (1901), De cómo y por qué la Tía Fingida no es de CeTvantes (1916), SupercheTÍaS' y erT01'es cervantinos (1917), El Quijote dumnte tres siglos (1918), que, a juzgar por el fragmento que reproduce Ga- rrido, es uno de los libros de lcaza qu deben ser reeditados. Por lo que hace a La Tía Fin.- gida, no obstante la sólida argumentación de lcaza, posteriormente se ha demostrado que no era erróneo atribuirla a Cervantés. Junto con la ingrata y necesaria labor de investigación, lcaza parcamente prosiguió su trabajo poético. Sus libros: Efímeras (1892), Lejanías (1899) y La canción del camino. (1905) desembocan en el CancioneTa que depuró y epilogó su tarea lírica. En los años 1918 y 1919 editó varios tomitos de una An- tología crítica de poetas extranjeros. De ellos no he leído sino Hebbel pTosista (autobio- gmfía, ideaTio y filosofía) y Nietzsche poeta con versiones y ensayos del propio lcaza. La colección alcanzó a incluir los VeTSOS de Hebbel y una antología comentada de Lí· liencron y Dehmel. En sus años postreros (aparte de las obras clásicas que prologó y anotó, aparte de La universidad alemana, una traducción de Turguenef y discursos y artículos), lcaza dio a la imprenta sus dos libros más importantes: Sucesos "eales que parecen imaginarios, de Gutien'e de Ce tina, Juan de la Cueva y Mateo Alemán; Lope de Vega, sus amores y sus odios. Según sus pala- bras, el crítico mexicano escribió' siempre "con amor y conocimiento", y el carácter polémico de estos libros entrañaba el afán de poner las cosas en su autentico sitio y destruir errores y arbitrariedad'es académicas, No es extraño que, a la luz de l!ls contem' poráneos métodos de investigación, tales obras puedan aparecer inconsistentes; pero la única manera honesta de será, como es obvio, verlas dentro del ámbito y las intenciones con que fueron escritas. No es desdeñable la cualidad de lcaza para hacer atractivos y hasta amenos temas de suyo per- tenecientes a la más árida erudi.ción; de modo que los indoctos podamos leer con gus· 1.0 páginas que so suponen escritas sólo para el especialista, - -:J.E.P. ,

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Al cumplirse cien años del naCImiento delcaza, I'OS encontramos' ante el centenariode un desconocido, La tradición no suelepreocupar a los escritores mexicanos de hoyque ~ refugian en el cómodo desdén detoda o casi toda la literatura que los precede- en particular la del siglo XIX o la que seescribió en las dos primeras décadas del xx.Las causas de esta situación, que nada tieneque ver con la más estéril de las pugnas lite­rarias: la del nacionalismo y universalidad',requieren por su denso carácter uh examenque algún día debe intentarse. Mientrastanto, "la moda inocente y con frecuenciaútil de los centenarios", engendra ciertoslapsos adecuados para que una parte de estatradición aparezca como por conjuro duran­te algunos días y se borre después o pase allimbo de los archivos o de las historias. Poréstas y otras razones el escritor en nuestropaís sólo puede aspirar al conocimiento dela "gloria" al día siguiente de su muerte ocien años después, cuando, suele ocurrir, suobra ya ha perdido vigencia.

En 1963 don Francisco A. de lcaza no esun peligro para la diminuta fama de na­die; entonces ha llegado el momento de al·zar la voz y declarar sus merecimientos. Noes necesaria la lectura atenta de sus libros:hay en el lenguaje hecho de nuestra críticauna serie de frases y tropos de dicción quesirven indistintamente, que toman la formadel vaso que las contiene y nos permitensentar plaza de generosos y conocedores .. ,Acaso sean injustas estas palabras y los cenotenarios tengan la firme utilidad de enseiíar­nos lo que no debiéramos ignorar. Tal vezal celebrar estos cien años comencemos aredescubrir esa tradición (aprendida y olvi­dada en las escuelas por culpa de los métodosque, casi siempre, compiten en hacer detes­table la literatura mexicana), esa tradiciónde la que forma parte un escritor, un críti­co, un poeta que, más allá de toda discrepan.cia, merece el homenaje, la lectura.

El conocimiento de leaza no ,es difícilahora. Hay en la Biblioteca del EstudianteUniversitario unas Páginas escogidas"que enel 58 prologó y seleccionó Luis Garrido. Elaño pasado, dentro de la colección de Es­critores Mexicanos (Editorial Porrúa), ErmiloAbreu Gómez juntó en un volumen Lope deVega, sus amores y odios, aparecido original­mente en Madrid en un año que no precisael libro (305 pp., distribuido por la librería"Renacimiento" y que según Garrido es 1919,y según Abreu Gómez, 1925), Sucesos ,'ealesque parecen imaginUl'ios. La crítica en lalitemtum contemporánea, y su prólogo alDiccionario autobiográfico de conquistadoresy pobladores de la Nueva EspUlia. Por otraparte, Antonio Acevedo Escobedo organizóen el Departamento de Literatura del INBAtres conferencias relativas a lcaza. En la pri.mera Antonio Castro Leal se refirió a "Fran­cisco A. de lcaza y su tiempo"; después Sal­vador Novo habló de la poesía de lcaza yleyó algunos de sus poemas; finalmente,Arturo Arnáiz y Freg estudió las relacionesentre "lcaza y los historiadores mexicanos",

Tales antecedentes pueden llevarnos a es­bozar una reseña de la obra de lcaza. YaCastro Leal y Abreu Gómez han dado ensus ensayos los datos esenciales para la bio.grafía del autor del Cancionero de la vidahonda y de la emoción fugitiva, yeso nosdispensa de muchos pormenores. Vale lapena recordar, con todo, la imagen de leazaque fijó Reyes en Pasado inmediato: "Lav~rdad es que quien me hizo 'perder el mie­do' a la figura de Lope de Vega y atrevermea imaginarlo en sus intimidades de hombre

fue el gran mexicano Francisco A. de 'lcaza,heredero de la deslumbrante tradición delgeneral Vicente Riva Palacio, figura de rena­centista en quien revivían y bullían juntaslas mejores maneras del Madrid literario

, a través de todas las épocas. Cáustico y ame­no, sabio sin pedantería, experto y fino, seadueñaba de las tert!Jlias y, donde aparecia,daba el tono a las conversaciones. En el Ate·neo de Madrid, los jóvenes escritores anidíana la 'Cacharrería' para ver cómo el maestrolcaza barría a los necios con su ametralla·dora de ingenio y buen decir. En eso de'sentar las costuras' a los eruditos a la violeta,no tenía precio. Dotado de cierto molde clá­sico, de aquella rotundez -entre titubeos yvicisitudes- quisiera ser la nota domi,nanteen la literatura mexicana, sabía organizarsus libros con mano ágil, y tenía, para aqui­latar los libros ajenos, una intuición, un pri­mer vistazo que hacían precioso su consejo.No era la suya esa cultura que parece pe­gada en hojas de papel: la traía en la masade la sagre. Era amigo solícito, capaz deimponerse verdaderas tareas para auxiliarlas investigaciones de quienes le pedían ayu­da. Su natural altivez se templaba, pudoro­samente, con ternuras nunca confesadas. Unaque otra vez, en las polémicas, se le desbor·daba el sarcasmo, porque también era irrita­ble; pero no'se equivocaba en conjunto paradistinguir los verdaderos de los falsos valores,a pesar de ciertas manías contra éste o ,aquelescritor a quienes no podía sufrir. Su juicioera insobornable: llamaba al pan pan y alvino vino, y éste es el secreto de ciertos resen·timientos que por ahí ha dejado.

"A la aparición de sus primeros trabajoscervantinos, FouIché-Delbosc, desde París,había reparado en aquella penetración psico­lógica de lcaza, matiz nacional característicodentro del conjunto de la erudición hispá­nica, matiz que lo emparienta, a lo largode los siglos, con el criollo Juan Ruiz deAlarcón, quien llevó también a la Corte unatemperatura distinta. En su reciente obra so­bre Lope de Vega y su tiempo, Karl Vosslerha sentido la seducción de este modo .,..hu­mano, y de contacto directo con que leazaaborda al Fénix español. Creo sinceramenteque no son justos los reparos que hace aeste respecto nuestro amigo José F. Montesi­nos en su reseña sobre el libro de Vosslcr(Revista de Filología Española, Madrid, 1933,xx, NQ 3). Montesinos se deja llevar juvenil­mente por la seducción de cierta técnica -laque aprendíamos en el Centro de EstudiosHistóricos- y tacha lo que está fuera de ella,como los procedimientos interpretativos delcaza. No todo ha de ser descubrimiento dedatos, preocupación por la, 'materia prima'propia de la era industrial que vivimos. Nosea el historiador como el alfarero que sevuelve esclavo de su arcilla. Hay otra nove­dad, o cualidad mejor dicho, más profunda,y ella está en la inteligencia, en el entendi­miento de los asuntos. Claros ejemplos nosha dado Montesinos en su obra. En estesentido, algunas páginas de lcaza sobre lasfiguras de la literatura peninsular poseenun valor innegable. Sin ignorar la técnicadel cazador de noticias, lcaza era más bien uncrítico de saldos humanos. Mucha buenaobra nos deja, y más nos hubiera dejado toda­vía sin los sacrificios de una vida consagradaen su mayoría al servicio exterior de México,y luego, en lá vejez, contrastada con las in­gratitudes del tiempo. Las cicatrices, los resa·bios del dolor -había sufrido mucho-, lohacían pasar por hombre poco bondadosoa los ojos de los ligeros. En verdad, leazanunca 'comulga con ruedas de molino', no-lo

apl'obaba todo; y cuando 6e le disparaba lavena satírica ya no había manera de conte­nerlo."

Desdibujada por el tiempo, la poesía del pro­sista excelente que fue lcaza todavía se nosmuestra, en sus mejores momentos, comOl unarte menor que puede darnos sobrios regís­tros de belleza y no pocos aciertos expresivos.Pero no es allí donde se encontrará al mejorlcaza: su prosa, en cambio, sigue siendo unejemplo del lenguaje que conviene al ensayo.Y hay que insistir sobre todo en la actitudcrítica de lcaza, quien antes de emprendersu obra en firme publicó (1894) un Examende críticos donde comparecen las corrientesy contracorrientes europeas de esa época, enuna admirable síntesis de las teorías opuestaso complementarias. Allí declaró lcaza cuálera el camino que iba a seguir en adelante,y no rehusó enfrentarse -a la porción de lacrítica española que le parecía mayormentedigna de censura, así se tratara de EmiliaPardo Bazán o aun Menéndez y Pelayo. Suposición fue, durante años, ejercer el derechoa la crítica con los críticos mismos y no conlos creadores. "Por lo cual -escribió- nuncame vi en el trance de amargar el triunfode nadie -escritor o artista- o de hacer másdoloroso su fracaso." " ,

Al Examen sucedieron en la producci61lde lcaza -alternada con el ejercicio diplo·mático que lo mantuvo durante varias dé·cadas en España y 'en ocasiones lo llevó aotros países de Europa- una ,serie de estudiose investigaciones acerca de Cervantes: Lasnovelas ejemplaTes (1901), De cómo y por quéla Tía Fingida no es de CeTvantes (1916),SupercheTÍaS' y erT01'es cervantinos (1917), ElQuijote dumnte tres siglos (1918), que, ajuzgar por el fragmento que reproduce Ga­rrido, es uno de los libros de lcaza qu debenser reeditados. Por lo que hace a La Tía Fin.­gida, no obstante la sólida argumentaciónde lcaza, posteriormente se ha demostradoque no era erróneo atribuirla a Cervantés.

Junto con la ingrata y necesaria labor deinvestigación, lcaza parcamente prosiguió sutrabajo poético. Sus libros: Efímeras (1892),Lejanías (1899) y La canción del camino.(1905) desembocan en el CancioneTa quedepuró y epilogó su tarea lírica. En los años1918 y 1919 editó varios tomitos de una An­tología crítica de poetas extranjeros. De ellosno he leído sino Hebbel pTosista (autobio­gmfía, ideaTio y filosofía) y Nietzsche poetacon versiones y ensayos del propio lcaza. Lacolección alcanzó a incluir los VeTSOS deHebbel y una antología comentada de Lí·liencron y Dehmel. En sus años postreros(aparte de las obras clásicas que prologó yanotó, aparte de La universidad alemana,una traducción de Turguenef y discursos yartículos), lcaza dio a la imprenta sus doslibros más importantes: Sucesos "eales queparecen imaginarios, de Gutien'e de Cetina,Juan de la Cueva y Mateo Alemán; Lope deVega, sus amores y sus odios. Según sus pala­bras, el crítico mexicano escribió' siempre"con amor y conocimiento", y el carácterpolémico de estos libros entrañaba el afánde poner las cosas en su autentico sitio ydestruir errores y arbitrariedad'es académicas,No es extraño que, a la luz de l!ls contem'poráneos métodos de investigación, talesobras puedan aparecer inconsistentes; perola única manera honesta de apreci~rlas será,como es obvio, verlas dentro del ámbito y lasintenciones con que fueron escritas. No esdesdeñable la cualidad de lcaza para haceratractivos y hasta amenos temas de suyo per­tenecientes a la más árida erudi.ción; demodo que los indoctos podamos leer con gus·1.0 páginas que so suponen escritas sólo parael especialista, -

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