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II. DOS VERSOS DE RAFAEL LóPEZ
ÚLTlMO poeta de la Revista Jl,Joderna -revista que ha de tener, junto al viejo Diario de JJ-téxico, y por encima de él si se considera su mérito intrínseco, un puesto en la historia de nuestras letras-, es Rafael López, a la vez que el tránsito entre los poetas de ayer y los de los últimos barcos, el que por el espíritu y por el procedimiento, quizás por su actitud ante la vida, cierra el ciclo de lo que podremos llamar la poesía modernista mexicana. No soy amigo de estas designaciones vagas, pero carecemos, en el caso, de otra mejor.
Su reciente y primer libro, Con los ojos abiertos, reúne el trabajo de muchos años o, mejor dicho, lo selecciona. Tendremos los amigos que ir a saquear sus arcas para exhibir todo su caudal. Este libro es una castigada obra de selección. En él he encontrado más de un verso que ha sufrido retoques de última hora; algunos lamentables, por cierto. Fortuna es que lo haya publicado al fin. Sus versos, de otra suerte, hubieran seguido amenazados de perpetua ref undición; como sucede con la prosa de Alfonso Cravioto, este avaro que cualquier día va a pagar sus culpas volviéndose loco en la soledad de la obra, con las embriagueces del ritmo y del adjetivo.
Rafael López será muy pronto un poeta de ayer. No se tome a censura: yo no hago crítica dogmática; señalo, hasta donde puedo, un carácter poético y dejo al tiempo que decida. Rafael López, por su mismo vigor, por la abundancia del color y el regocijo de la forma, por la pulsación de sus versos, su "'parnasismo'\ su constante evocación de la viña y del mármol, su alusión a la fábula griega y al país de Ofir, se halla en un plano especial de la poesía que no es precisamente el contemporáneo. Hoy los poetas se ejercitan en un lirismo muy abstracto y algo metafísico, exprimen la emoción religiosa de todos sus estados de ánimo, y dislocan el metro en éxtasis o abandonos de musicalidad de que Rafael nunca ha gustado.
Técnico experto, dueño de palabras sonoras y elocuentes -todas características de la era literaria a que pertenece-, sigue a su maestro Darío hasta donde se lo consiente su tem-
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peramento propio de "visual", de "herediano", y conten1pla la vida con una elegante dignidad, algo sistemática a veces y siempre llena de preocupaciones artísticas. Se ha dicho de su poesía que es como una fiesta perpetua; y si de alguna cabe aventurar que pertenece a las artes plásticas es de la suya: en sus alejandrinos se advierten los procedimientos del escultor, los golpes del pulgar y la majestad de la materia que se levanta.
Mas ahora sólo quiero entregarme a las sugestiones de una estrofa, de media estrofa:
Como las cosas bellas para mí fueron mudas, este libro no tiene nada trascendental.
Así ha escrito Rafael en la primera página. A riesgo de traicionarlo, diré lo que leo entre uno y otro de estos dos renglones rimados.
Lo sé: la primera idea que viene al espíritu (la primera idea que viene al espíritu o entraña una vaciedad o una profunda inspiración) es que no se trata sino de un rasgo de modestia. Si fuere así, no quiero saberlo. Los poetas no tienen derecho a la modestia: la canción es siempre ostentación y hasta participa del desafío.
El mutismo a que se refiere Rafael López tampoco es el de la indiferencia. Es el mutismo de la estatua y del templo, el orgullo de las formas del mundo, aquellas que no hablan y se niegan a ser interpretadas como mero símbolo o pretexto. Y como lo trascendental es, en su sentido inmediato, lo que surge de una cosa y se trasmite fu era de ella misma -aroma o símbolo-, de este reconcentrado mutismo no brota nada trascendental. Es el mutismo con que se ofrece la solemnidad de la naturaleza a los ojos de un observador desinteresado, es decir: estético; sin ociosa ideología ( esta hipertrofia de la literatura actual) ; sin lamentación y aun sin regocijo, como una simple presencia, una silenciosa presencia.
Bello es lo que no nos interesa, ha dicho un "parabolista" inglés; lo bello es mudo para mí, dice ahora el poeta. Lo bello no despierta en mí ninguna emoción distinta de la de
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su sola presencia; no despierta "interés" --entendiéndolo como la solicitud de pretender algún fin-; no me despierta siquiera el deseo de poseerlo. Es como una estatua o un templo: existe y me basta que exista. Es mudo: hablar no es comunicarse. Todo lenguaje es trama del engaño, y la verdadera comunicación de las cosas -interior y misteriosa- se opera a través del silencio, nos diría Maeterlinck. Estudiando el grupo de las Meninas de Velázquez, una escritora española se ha dicho: -Pero las Meninas ¿ qué hacen? -Nada, se exhiben, son. Las Meninas son, y eso basta.
osé Vasconcelos tlamaría a esto atelismo estético, teoría del arte sin finalidad, desinteresado. Otros dirían: teoría del arte por el arte, o mejor aún (porque esta expresión es engañosa), teoría del arte por la belleza.
Como las cosas bellas para mí fueron mudas, este libro no tiene nada trascendental.
Así pues, para este poeta ¿la naturaleza no es, como para Baudelaire, un templo de vivientes pilares en que las formas, los aromas, los colores y los sonidos se responden? Quizás no ha querido llevar tan lejos el alcance de sus palabras. Y o no investigo ahora su sinceridad. Sin embargo, es notorio que Rafael López no quisiera ver la belleza complicada con la ideología, con el trascendentalismo. (Las palabras en ismo son otra señal inequívoca de nuestra hipertrofia ideológica: contra ella parece protestar Rafael.) Este poeta no es, pues, wagneriano. Gusta de la música de la flauta, de la vieja canción de Pan, clara y melodiosa.
Tal pureza estética supone una disciplina penosa y larga. Hay que sofrenar a Pegaso, hay que ponderar la fantasía para descubrir la sobria belleza de Niobe, en quien el dolor se petrifica, ante la impotencia del llanto. Contemplamos bajo este prisma la naturaleza con una satisfacción de demiurgos, de creadores de formas. El contorno de la montaña se nos ofrece en su belleza objetiva y así lo amamos, sin que nos sea menester prestarle significaciones simbólicas o expresar con palabras tomadas al vocabulario ético la emoción que agita nuestro ser. La línea tiene, de por sí, un valor para
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nuestra contemplación, ya en su derechura o ya en su sinuosidad, y el color nos afecta directamente sin que necesitemos buscarle comentarios para justificar su belleza.
¡ Cuán lejos estamos ya aquí de aquella ingenua teoría del arte como simple adorno! El Marqués de Santillana de. da del arte que es una / ermosa cobertura. Comparad este concepto con el de la belleza muda y mediréis su prof undidad. El arte ha pasado de ser adorno a ser sustancia. Las formas del mundo se explican solas. ¡ Cuán lejos estamos también de lo que Rafael López llamaría "el pecado romántico"! No: ya no se llora ante la montaña c.;omparándola vanidosamente con nuestra alma, con nuestra grandeza o nuestro desastre. ( Acordaos de René, acordaos de Obermann.) Y a no se busca la belleza de las cosas fuera de ellas mismas, no se busca que nos hablen: nos basta contemplarlas.
De las actitudes humanas ante la vida, la primera, la más elemental, es la acción. Su coronamiento es la heroicidad, y toda ella gravita en el mundo de la voluntad, dentro del bien y del mal. Mas en el mundo superior de la contemplación podrá ser que el espíritu no se contente con la presencia de las cosas, que busque su sentido y su trascendencia, su ser íntimo o sus relaciones externas, o bien que se mantenga en una perfecta virginidad interpretativa ante las cosas mudas. Y aunque el campo de la belleza abarca todas las actividades del espíritu, es claro que esta última actitud es la característica del fenómeno estético, es como la semilla de la impresión estética, de donde la resonancia se propaga hasta las inferiores regiones del mundo de la voluntad.
Diré, para terminar, que si yo descubro en las palabras de nuestro Rafael López una intención de protesta contra los excesos ideológicos del pensamiento contemporáneo, des· confío en cuanto a la fuerza de la protesta. Creo que el remedio habrá de buscarse, no por estos caminos de la poesía literaria, tampoco acaso con volver al Camo a Teresa y al romanticismo, sino en la Canción del Momento, en la poesía que no tiene miedo a las modestas realidades de cada hora y también -¿ a qué no decirlo?-- en la vida más eficaz y más potente. Habría que ir a combatir por Grecia o por Turquía, habría que reconciliarse con los grandes y sencillos
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ideales del pueblo. Me alarma que por ninguna parte aparezca el poeta de los Balkanes. Apenas Chesterton, uno de los modernos enfermos de ideología, ha lanzado al público siete u ocho estrofas mediocres, asegurando que solamente quedará en el alma de la humanidad el sangriento afán de las naciones, al paso que desaparecerá sin perdón la vida ~ivilizada y monótona.
Noviembre de 1912,
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