tres gracias
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"Tres gracias" es la síntesis poética entre la tesis idealista (la a priori divinización del encanto, la belleza y la alegría) y la antítesis realista (su a posteriori contrastación vital), buscando al mismo instante aunar la tríada lectura-escritura-pensamiento.TRANSCRIPT
El carro del heno
Hieronymus Bosch
1500–1502? 1516?
Derechos de Autor 2011
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PPPPRÓLOGORÓLOGORÓLOGORÓLOGO
Quizá, debiese comenzar estas líneas con los versos alígeros de algún poema;
situándonos en un firmamento que parece virgen en cada mirada...de angustia,
de amor o de indiferencia. Allí, se descubren figuras en las nubes metafóricas, se
silencia el ruido de lo prosaico y, lo que es más importante, se retorna a la
naturaleza lumínica, aquella que desnuda y despliega la esencialidad y el devenir
inevitable de las cosas. Mas, sin embargo, me cuestiono: ¿a cuál de esos cielos de
palabras alzaría la pluma identificadoramente, cuando mi corazón palpita como
el rayo o mi pecho es abatido por la minúscula lágrima? ¿Cómo decir “este
atardecer es de Li Po” cuando Bécquer, Borges u Ovidio reclaman con justicia
ese momento? La norma ordena seleccionar, y la selección se compara al canto del
ruiseñor enjaulado: alejado del eco de los árboles, del silbido del viento o del coro
sincronizado de las demás aves. Con el tiempo, la cárcel mata al pájaro y su
música, y cuando los ojos vislumbran a ese capullo marchito en el fondo metálico,
entonces la congoja golpea sin piedad al espíritu y la sensatez lo cubre con su
manto. Y comprendemos que no hay nada más triste que una soledad cenicienta,
acompañada por el innatural reposo de quien vive para volar. Así, mi alma
aprendió a contemplar los versos en bandadas, en los bosques, en los desiertos, en
los crepúsculos o en las noches, pero ya no más en jaulas. Por ello las evita,
porque considera a la poesía como un paisaje anónimo donde todo lo existente se
reconoce y unifica en él: la belleza poética es en su esencia panteísta, arriba libre
y multiformemente a nosotros en el preciso momento en que sentimiento y
pensamiento coinciden en el ser, igualándolo a sí mismo e integrándolo al cosmos,
y luego desaparece dejándonos una satisfacción, una moraleja o una incógnita
que perdura en la inefabilidad del recuerdo. Desconozco si autores tales como
Pablo Neruda o Mario Benedetti (mis principales y estimadísimos maestros en
el arte) concordarían con este ideal, pero poseo la absoluta certeza de que sus
versos escaparon de cualquier tipo de prisión, trascendiendo el horizonte de lo
definido y esfumándose plena y autónomamente en el éter literario. Tal vez esta
sea la causa de que al leer a uno se me presente a la mente el otro, o de no poder
distinguirlos cuando mi espíritu siente la elevación en su completitud. De todas
formas, esos estados se interseccionan en una gracia mayor: la gloria de haber
vencido a Cronos, de devolverle el manto a la sensatez y de sanar el pecho
dolorido. En consecuencia, no es una gloria que tolere la perpetuación del
asesinato, sino que nos redime de aquel convirtiéndonos, por un instante, en
niños y ubicándonos en el valle pletórico de la poesía resucitada. Así, cuando
regresemos a la infancia y seamos partícipes de ese juego espontáneo y vivo, no
existirán más las rejas, el límite entre el permiso y la prohibición, el baúl de
Pessoa, la disección erudita, las interpretaciones hegemónicas, la claridad
cegadora y la lobreguez absoluta, la sabiduría privada o el prejuicio latente; sólo
quedará nuestro desinterés inocente enlazado con la poesía...el ser igualado a sí
mismo e integrado al cosmos, ars gratia artis in nobis. Ese es el mensaje que,
desadvertidamente, se plasma a lo largo de mi obra escrita, como en
Filotecnodemocracia, sátira filosófica que denuncia la tiranía de la razón en el
hombre, escindiéndolo en post de una armonía ficticia, pero que debido a su
exposición (adrede) solemne, recibió una exégesis ad pédem lítterae que acabó
por ennegrecer y condenar la palidez de la delación (acepto el reproche por lapsus
cálami); o en Niall, tragedia que con retórica, música y mitología crea una
suerte de caleidoscopio cognoscente, incitándonos a moverlo para contemplar (y
producir) imágenes singulares: en conclusión, participamos en una orbe donde se
anula la dicotomía interior-exterior, donde el conocimiento –finalmente- es
autoconocimiento. Esa es, en definitiva, la crítica y el rechazo a lo establecido, el
pensamiento que, ab initio, radicaba con timidez en el numen, y que con los años
fue creciendo -nutriéndose del estudio y del legado, siendo regado por la lluvia de
la existencia (en ocasiones sosegada, en otras violenta)- hasta convertirse en el
árbol más fecundo y cuyos frutos de amor, odio o soledad alimentan y se
incorporan al espíritu mientras reproducen su descendencia. Presento así a un
nuevo hijo, que hereda los ojos de mi péndola y la llama del panteísmo poético, y
que por su naturaleza trina e indómita recibe tanto la bendición como el anatema
de las Gracias. Leedlo con el ánimo que el arte exige.
...Hay flores cuyo perfume las distingue;
he aquí mi jardín especial...
Tirol
Franz Marc
1914
Si pudiera
Si pudiera pausar el tiempo
para dar un beso insolente,
la mitad quedaría en tus labios
y la otra en la frente de mi madre.
Si pudiera darle al mundo
un prodigio sin lágrimas,
sería la confianza que necesita
para encender nuestra esperanza.
Si pudiera escuchar la voz
de los sauces y de los pinos,
aprendería que el silencio
es compañero de la paciencia.
Si pudiera tender mi mano
a todo aquel que se ha caído,
ya no sentiría ese frío
que se refugia en su palma.
Si pudiera cantarle a la Luna
mil y una serenatas,
todas hablarían de ti
así desconozcas mi nombre.
Y si pudiera fumar la pobreza
viajar a tu lado sin aviso
cabecearle a la vida sus retos
o guardar un amanecer en el bolsillo,
no necesitaría del dinero
de los sueños o de las cartas que desvelan.
Sólo mirar el cielo nocturno
y contar una a una las estrellas.
Porque el amor que nutre
a este horizonte de “pudiera”
hace que sienta a lo lejos
la cercanía de tu presencia.
Amar con el espíritu
Amar con el espíritu
no es arrancar una pasión
de las profundidades de tu cuerpo
para que la mente sonría.
Tampoco es ver en tus labios
la fantasía de un beso
o en el rubor de tus mejillas
el roce de mi mano.
Es esperarte en la vereda
bajo la lluvia incesante
con un ramo de rosas
y la chaqueta mojada.
Es mirar el amanecer
y sentir tu piel en el aire
aunque nunca sepa
cómo serán tus caricias.
Es ir hacia donde tú vas
reír cuando tu ríes
compartir un lugar en el banco
en el que te sientas por las tardes.
Porque en esta vida
los abrazos queman
y las palabras hieren
si no amamos con el espíritu.
Porque en esta vida
quiero estar a tu lado
así me muera de frío
aguardándote en la plaza.
Sólo te confieso, amor mío,
que amarte con el espíritu
es como encontrar tus ojos
en cada flor que respiro.
Y si algún día me faltas,
cantaré al mar y a la noche
que siempre sentiré en mi pecho
la presencia de tu latido.
Al que empieza de nuevo
Hay quienes esperan
a que la primavera se aleje
para luego buscar
aquel rayo dormido.
Otros saborean el perfume
del pino más añejo
mientras la luz penetra
por entre el bosque tupido.
También están los aventureros
que con espíritu linceo
sueltan las riendas de su bajel
y se lanzan sin aviso.
Así que te digo:
busca siempre lo bueno
y aférrate a su calor
aunque haya días grises.
Escucha los consejos
de quienes más te quieran
y aprende de tu experiencia
para iluminar tu mente.
Y sobre todo, mi buen amigo, atrévete a desatar el nudo
que ata tu barco al muelle
porque la vida es un mar
aguardándote a que la navegues.
La playa
Imagina una playa
donde el mar acaricie
dulcemente las corazonadas
y el céfiro se pasee
por entre los intersticios del alma.
Imagina que un velero
se pierda en el horizonte
y que las gaviotas vuelen
alrededor de nuestro amor.
Que las olas jueguen
con nuestros pies descalzos
y la sonrisa del cielo
se refleje en el agua pacífica.
El tiempo viviría
en cada latido insolente
porque el reloj ya no marcaría
las dos, las tres o las seis.
A tu lado caminaré
rodeando tu cintura
con el calor de mi brazo
y el regocijo de mi espíritu.
Te seguiré hasta el infinito,
acompañaré tu andar
levantándote cada vez que caigas
con un tropezón inoportuno.
Y si las fuerzas te abandonan
o la lejanía te deprime,
cargaré tu peso en mi espalda
y llegaremos juntos hasta el fin
para contemplar el amanecer
mientras nuestros labios se cruzan.
Poema celta
Deseo cabalgar hasta el alba
para perder en el horizonte
las lágrimas que dejaron
las estrellas de la noche.
Deseo dormir en el pecho
del roble más alto
para contemplar a lo lejos
el sueño de tu silueta.
Porque el bosque susurra tu nombre en su silencio;
porque las aguas reflejan
el azul de tus cabellos.
Cabalgaré hasta el fin
con el corcel de la promesa,
buscaré tu alma
entre las nubes pasajeras.
Me guiarán tus ojos
hacia la más oscura caverna
donde acechan duendes
donde tú me esperas.
Y si logro sujetar
esa mano tenue y helada,
saldremos juntos al bosque
y nos perderemos en el alba.
Por ti
Porque te quiero
no dejaré que saltes
hacia el abismo que creaste
con el dolor de tu pecho.
Seré el firme pilar
donde posarás los lamentos
y no temas si tu peso
me hunde bajo el mar.
Porque me has devuelto
la sonrisa florida
toma ahora la mía
para vencer el tormento.
Porque sin ti no soy nada,
porque sin ti desfallezco
de la tristeza que emana
el más hermoso recuerdo.
Y si aún rechazas
el corazón que te ofrezco,
persistirá mi alma
-¡oh, ángel!-
hasta verte en el Cielo.
Proverbio natural
La vida es un tesoro:
contempla el vuelo sosegado
de la mariposa traslúcida
y no pretendas capturarla.
Observa, sin prisa, sus alas y piensa si sus colores
reflejan su corta existencia
y su tamaño su hermosura.
Ella vuela junto al viento,
y a veces en su contra
pero siempre encuentra refugio
donde posar sus dudas.
Las flores la aguardan: recompensan el esfuerzo
de su búsqueda ardua
a través de campos y montañas.
Sé como la mariposa
y cultivarás en tu alma
la paz más excelsa
y el goce más sincero.
Vuela como ella
y no habrá peligro;
imita su actitud
y llegarás a tu destino.
Las tardes
Hay tardes nostálgicas
como también las hay grises o floridas
cuando siento tus luceros silvestres
iluminarme con ardor el pecho.
Penetran en mi interior
como el ave nívea en la tormenta
y yo no sé
no sé si sus alas hienden el aire.
Y aunque vea su reflejo en la fuente más límpida,
ella se pierde en las nubes
con sus plumas de mar y viento.
Pero cuando la lluvia arriba
y me encojo en el saco,
se posa tímida en el banco
para que mi alma sonría.
Luego se marcha,
sin aviso y sigilosa,
hacia el azul profundo
de un océano de esperanzas.
Por eso ruego siempre
que no me falten tus luceros
aunque esquiven me presencia
aunque sea el fin de la tardes.
A un amor lejano
Sabes que me viste
en la ausencia de mi alma
en el triste pensamiento
que consume las lágrimas.
Y sin molestia me esquivaste como si fuera un enemigo
o un nombre sin letras
o una silla vacía.
Pero aún te amo
aunque quede en sueños
la caricia de tu mano:
así lo dicta el corazón.
Pero aún te extraño cuando no veo tu luz
aproximarse hacia la mesa:
así lo anhela la esperanza.
Por eso confieso:
aunque hayas botado
la confianza que te tenía
todavía espero tu beso.
Porque en el azul profundo
del mar que navego
siempre me roba una sonrisa
la pureza de tu reflejo.
Osadía
Tengo hoy fuertes ganas
de jugarlo todo y raptarte
aunque sea por un instante
de la prisión en la que vives.
Quiero llevarte a mi lecho y saborear con la mirada
la sensualidad de tu cuerpo
y el regocijo en tu cara.
Verte sin ataduras
del reloj o del prejuicio;
con la jovialidad latiendo,
latiendo besos a tu capricho.
Y aproximar mi mano a tu pecho desnudo,
y acercar mi oído
a tu espíritu mudo.
Y abrir las ventanas
para contemplar el cielo
mientras acaricio suavemente
la rebeldía de tus cabellos.
No digas nada:
duerme, mi amor,
descansa a mi lado
que cuando vengan los gendarmes
no habrá nadie en este cuarto.
A ti, mujer
Nunca pienses que estás sola
aunque haya un espacio vacío
en tu cama por las noches
o entre dos estrellas en el cielo.
Que no se te escapen las palabras
por la triste pureza
de un caudal de lágrimas.
No, que no se te escapen.
Tampoco cuentes las horas
en que lo recuerdas cada día:
prométeme que comenzarás
a recordar tu propia vida.
Y si alguien te reprochara
algún que otro vicio,
cuida que provenga de quien te ama
y si no tíralo al olvido.
Porque no estás sola
porque vales más que mil amigos
por eso te digo a ti, mujer,
gracias por acompañarnos en el camino.
Viajar sin prisa
Cuando viajas sin prisa
no hay excusa para soñar
que las estrellas tintinean
cada vez que las miras.
Para escribir un poema
con un suspiro en la boca
y con la brisa que se posa
como lápiz en los dedos.
Y ver tus cabellos
como franjas en el cielo
y desear tenerlos
como hebras por el cuerpo.
Por eso no escuchas
las quejas del vecino
o el ruido del tiempo
cuando viajas sin prisa.
Porque todo se pierde
en la paz de la noche
y porque el alma se envuelve
con el pálpito noble.
Poema a un anhelo vespertino
Esta tarde deseo
más que nunca tu mirada,
abrir de una las persianas
y recibir mi cielo.
Estar contigo sin palabras
acariciándote las mejillas
mientras la lluvia sosegada
humedece las valijas.
Que tu piel busque la mía
sin reserva o cortesía
y en tu brazo apoyar
esas ganas de llorar.
Pero sé que en mi cama
no hay lugar para promesas
aunque vislumbre fantasmas
que me vuelen la cabeza.
¡Mas cómo deseo
esta tarde tus luceros!
Para callar las fieras
para doblar las rejas.
Ruego
Puedo entender que no me quieras
o que valga menos que tu anillo
pero te suplico no me robes
las ganas de estar contigo.
No desprendas arrogancia
o me esquives la mirada
porque ya sé que tus ojos
son tesoros de otra alma.
Sólo déjame contemplar
tu presencia en el cielo,
bien neta como la Luna
bien lejos de mi deseo.
Sólo déjame sentir
tu calor por un momento
que mi corazón desfallece,
desfallece de frío austero.
Y despreocúpate si sufro
por no estar a tu lado
que del llanto nace el goce
de amar sin ser amado.
Poema onírico
Soñé anoche tu desnudez
que viajaba por la esfera
y sonreí al contemplar
que eras feliz sin velo.
Eras como el céfiro
y me gustabas así
porque pasaste por mi oído
y refrescaste mi alma.
De astro en astro
escapabas de las luces
necesarias para transitar
las calles de aquí abajo.
Y quise acompañarte,
intenté cruzar el límite
que separaba mi tristeza
con las ansias de tenerte.
Y quise que bajaras
para abrazar tus plumas
que no reciben el llanto
y sanan el corazón.
Pero sólo me diste
una gracia inefable,
un recuerdo que sentí
con el más límpido latido.
Por eso te busco
en cada estrella del cielo
para que me lleves contigo
y me bendigas con un beso.
Visita de un ángel
En la gelidez del ocaso
cuando los pasos se pierden
en la lejanía del retorno,
la plaza enseña su cuerpo.
Un coro de sosiegos
canta al lado de mi oído
bajo la fontana poseída
por el abrazo de la enredadera.
Todo lo ínfimo se enaltece
con el oro de las flores:
las grietas del camino,
los dedos de los árboles.
Y es allí donde aparece
donde cae de la noche
el astro más fúlgido
en medio del sendero.
Belleza cegadora,
te aproximas lentamente
hacia mi presencia mundana
con ganas desconocidas.
No temo tu resplandor
que desprende al aire
mil y una centellas
que se elevan como palomas.
No temo tu mano
que es suavidad pura
ni tu rostro oculto
por la diáfana luz.
Sólo quiero que te quedes
un rato más si es preciso,
que no te marches ahora
cuando más te necesito.
Mas regresas,
besando en un descuido
mis labios sellados
por el júbilo que causas.
Sé que, tal vez,
jamás volveré a verte
pero el calor que me trajiste
durará por siempre.
...Porque el pasado es la sombra del
caminante: siempre está presente...
Le Parlement de Londres, soleil couchant
Claude Monet
1903
I
Hoy daré al cielo
el beso más celeste
para que viaje sin consuelo
hacia el ocaso del muelle.
Hoy daré a la flor
la caricia más honda
y una lágrima de amor
que humedezca sus hojas.
Porque hoy quiero pactar
un abrazo con el mundo
un “perdón” sin rencor
y un sueño con futuro.
Porque hoy quiero pensar
que tu corazón me espera
aún en el invierno
aún en la primavera.
Y aunque no escuches mi voz
por el ruido del enojo
siempre serás el sol
que ilumine mi rostro.
II
Algún día entenderás
que tomar el atajo
muchas veces
no acorta el camino.
Algún día recordarás
el llanto de un amigo
que tal vez
ya no esté para consolarlo.
Algún día sentirás
el dolor de tus faltas
y quizá sufras
por no poder remediarlas.
Algún día llorarás
por volver a oír
la dulce voz de tu madre
y golpearás tu pecho
por haberla ignorado en su presencia.
Tal vez, algún día,
comprenderás que los amores,
los sueños y las alegrías
difícilmente se compran
con muchos billetes y poco pelo.
Y quizá lamentes
no haberte pronunciado a tiempo
y tener que depositar
una rosa en una lápida.
Pero todo eso,
querido amigo,
lo entenderás
lo sentirás
y lo llorarás
precisamente
algún día…
III
Como flores del ocaso
que vil nostalgia descuelgan,
sombra y llama tiene el alma
cuando rueda por la mesa.
Penumbra que no enmascara
la cruda indiferencïa
no titubea en robarme
una lágrima sin fecha.
Con la botella a un costado
y la paz de compañera
poco a poco gira el humo
que penetra en la cabeza.
La luz que ya no sïente
el abrazo de la vela
se confunde con la noche
que ha perdido las estrellas.
Como flores del ocaso
mis recuerdos no despiertan,
se guardan en un racimo
que se ata a la püerta.
IV
Lloverá, sin duda que sí.
Sobre las calles perdidas
despertarán las memorias
y cantarán los caídos.
Donde nunca hubo rosas,
sus pétalos nacerán
y su perfume vendrá
hacia el eclipse del alma.
Los niños, que siempre callan
por la gris indiferencia,
verán un bando de gavias
volar al ponto lejano.
Donde el frío es el mismo
y la miseria müerde,
el diluvio nos regala
un lazo de manos juntas.
Lloverá, sin duda que sí. Sobre las casas de ayer
y las del mañana incierto,
sobre los rincones negros
y los muros de papel:
cada gota traerá
un süeño que amanece.
V
Paz que besas y no sacias
la cabeza enamorada,
haz del viento un suspiro
y del cielo una carta.
Que la escriba el corazón
sin prisas y sin razón
y con tinta de olvido
mezclada con amor.
Y que la lleven palomas
y las sigan mariposas
hacia el balcón florido
donde siempre te posas.
Que veas en cada letra
que mi alma aún te espera:
tú siembras su camino
aunque jamás te tenga.
VI
Aquí te espero:
entre las nubes que escapan
de las llamas del cielo
o los nidos que cuelgan
en los pinos muertos.
En el ocaso que apaga
la triste voz sin dueño
que se la lleva el mar
que resuena en lamento.
Aquí te siento:
en la arena de la playa
o en la sombra de la gavia
que descuelga tu recuerdo.
Y el sol ilumina
y seca y acaricia las lágrimas
que viajan en veleros
por el sosiego del alma.
Y el sueño que brilla
bien áureo en el agua
trayendo fiel a la costa
la lignaria desesperanza.
VII
Un ángel me mira
allá, en lo alto.
Sus alas sin nombre
refugian los sueños.
Sus ojos de niño
se sienten con llanto,
sus manos recogen
y siembran camino.
No viene a buscarme,
pues teme la noche.
No besa mi frente,
la piel lo lastima.
Un ángel me mira
allá, en lo oscuro
y cuando los pájaros
anuncian diluvio.
VIII
Quiero prenderte en el pecho
para sentir el latido
como murmullo de pinos
que se aman en silencio.
Quiero guardar tu mirada
en una nube celeste
y mojar la flor silvestre
con la pluvia limpia y clara.
Y soñar con tu silueta danzar frágil por el aire,
desnudándose en el baile
con total delicadeza.
Pero tu cuerpo se aleja
en el tren de los suspiros,
en el vagón de los dichos
donde viajan moralejas.
Solitario y sin aliento, te dibujo a mi costado
con el lápiz del cigarro
y los papeles del viento.
Y con sonrisa en tu boca
de felicidad presente:
aunque no esté en tu mente,
me alegra que no estés sola.
IX
Suave lienzo de quimeras,
en ti pinté la esperanza
de verla próxima a mis labios,
con su mano en mi espalda.
De un blanco sonriente
vestida su alma noble
y con el cabello suelto
y con olor a flores.
En la cenicienta lluvia
acompañando mi congoja,
sentada en el banco
donde mi espíritu llora.
Y secando las gotas
que cielo y tierra guardan
con la tierna caricia
ladrona de palabras.
Mas del alba vigilante
se dispara la saeta:
ella cruza a mi lado
y su silencio me apena.
Ver su rostro en el charco,
en el más triste espejo
y una lágrima que cae
quitándome su reflejo.
Y contemplarla sin voz
mientras se aleja altiva
apagando su luz,
ignorando las heridas...
X
Se siente la vacuidad celeste:
esta noche los párpados pesan
y el simple humo que exhalo
contiene al manantial bendito.
Las nubes pasan indiferentes
por el espacio que no ocupo:
lo mismo valen mis versos
que las blasfemias del hereje.
La estrella de tus ojos,
aquella que encandila en sueños,
se indigna de mi alma
que sólo la ve en silencio.
Y que sufre con cada paso
que retumba por la calle,
que llora como un niño
abandonado por su madre.
Ya no ruego al cielo
la luz de un comenta;
más vale el calor
y la llama fiel de la vereda.
Cotidiano
Aprender a quererse
y depositar las ofensas
en el tacho del olvido
que está al lado del perdón.
Aprender a sonreír y marchar sin miedo
por la vereda florida
cantándole al amor.
Aprender a vivir
y abrazar con ganas
en la serenidad de la plaza
a la persona indicada.
Pero para aprender
primero debes, mi buen amigo,
prestarle tu oído
a la voz que susurra.
También debes tirar
los nombres y las etiquetas
y quedarte con la desnudez
de un latido neto.
Y si me olvido de algo,
tú mismo me lo recordarás
cuando en el calor del ocaso
dos manos estén juntas.
El citadino
Cargo el peso de mi alma
agobiada por la rutina
de idas y venidas
siempre con las manos vacuas.
La canción que se repite
y mi camisa manchada
con la tinta del trabajo:
ya no quiero la billetera.
Solo, así me encuentro,
en un lugar extraño
donde los otros se putean
gracias al regalo de Prometeo.
Esta noche no hay Luna;
no es que así lo desee,
simplemente no está conmigo.
Mas, por lo menos,
conservo la cordura
de sentarme en la ventana
y buscarla sin prisa,
de prender un pucho
e intoxicarme la mente
con luces sin faroles.
Todavía disfruto, te confieso,
ver bajar los pasajeros.
¿Hacia dónde irán?
¿Cuál será el destino de sus bondis?
Algunos viajan cansados,
durmiéndose en el trayecto,
otros suben acompañados
por amores temporales y no tanto.
También hay madres y niños
que poseen el privilegio del asiento.
Pero hoy no estoy de humor
como para ir hacia el carrito
y comprarme el choripán:
soñaré con la panza vacía.
Al fin y al cabo,
gozaré de la fianza
que he pagado ya
por un poco de paz.
Canto a la vida
Hay que animarse:
a viajar sin boleto
a romper el silencio
a amar con fuerza.
A dejar las dudas
junto con los paraguas
y despreocuparse si la lluvia
arriba sin aviso.
A quemar el ego
con los leños de la estufa
y gozar del calor
compartido de un “nosotros”.
Porque la vida es única y su canto la embellece
como el vuelo del pájaro
como el árbol que florece.
Porque el viento no cesa
y el fuego no daña
si sientes que estoy contigo
cuando el Norte desaparece.
Por eso te digo mi amor, que hay que atreverse
a abrir las ventanas
y mirar el cielo sin reservas
tomados de la mano.
Iglesia de los Santos del Nuevo Milenio
Se talaron los fresnos
para elevar a los cielos,
bien enfrente de la nariz de Dios,
aquel santuario de lo superfluo.
Sus fieles aguardaron
ansiosamente ese momento,
ofrendándole a Santo Consumo
el crédito de sus tarjetas.
El sermón de los precios bajos
que da el cura “hasta agotar stock”
genera en los creyentes
esa experiencia religiosa.
La fraternidad se manifiesta
en un empujón con el carrito,
en un golpe accidental
y en un “perdón” por cortesía.
Todos se confiesan
al pasar por la registradora,
expiando sus pecados
con la misericordia de la boleta.
Allí, donde antes hubo un parque,
ahora es lugar de estacionamiento
y los conductores juegan
a insultar mejor a su vecino.
Nadie extraña la arboleada
salvo los niños y la vieja Mary
quienes disfrutaban las tardes
merendando en el suelo desnudo.
Y sí, no es de esperar
la tardanza redentora:
cuando el Mesías nos envíe
una nueva panacea al mercado.
Apartamento
Hastío de pobreza
y de bolsas puras
que se elevan hacia las cenizas
de nuestro firmamento triste.
Esas cúspides descoloridas
que miran de reojo al visitante
ahora guardan su arrogancia
en los pasadizos de lo invisible.
Allí, donde el hombre recorre
su caverna mecánica
su techo opaco y sollozo,
se encuentra la magnanimidad
con la sensibilidad expoliada.
Las voces de los niños
se pierden lejos, muy lejos
por los pasillos largos
o los rincones sin dueño.
Sólo se escucha el silbido
del sereno por las noches
como si todo lo demás
se apartase de su camino.
Así vivimos, así soñamos
quienes deseamos únicamente
que la luz del callejón
no distorsione la belleza
de una reflexión nocturna.
Hado
Hoy es una de esas noches
en las que me gustaría escuchar
la voz de alguien a mi lado.
Trabajé toda la semana,
dediqué la vigilia al Señor Billete,
y este sábado quería
destronar la agonía sobria.
¿Y cómo terminé?
Mascando un filete de carne fría,
fumando el mismo tabaco
que relampaguea en la soledad.
Todos se han ido
y me han dejado ese eco
de un “puedes contar conmigo”.
Pero la música, la música que calla
y que adormece la insania
pronto también se marchará
cuando la melancolía febril
golpee dos veces la puerta.
Y tú, con tus ojos azules
y la cara resplandeciente,
creaste el sublime prodigio
que arrebató el cetro
del mismo Dios en mi corazón;
y coronaste -¡coronaste, maldita sea!-
la tímida esperanza de tenerte
con tu límpida intención espinada.
Hoy es una de esas noches
en las que el frío no hiere
y la lobreguez no espanta
porque el espíritu ha perdido
el fuego de su alma.
A solas
Puedo sostener en mi espíritu
estos versos calcinados,
mordidos por la miseria
sin ser yo un miserable.
Resulta rara la luz
que se apaga al paso
que marchita al caminante
en la lobreguez
y la gelidez
y su calle.
No hubo invitación
para el festín de medianoche.
Así que me re-encuentro
ante el absurdo de siempre:
aquel inoportuno
que se jacta de la razón sensible
que le da al mendigo
una propina de paciencia.
Me encuentro en el borde
en el infausto peldaño, diría,
entre el ser pensado y el ser real
que examina hasta el infinito
la precariedad de nuestra compañía.
Resulta raro también
que cuando las manos se enfrían
el cuerpo pierda su calor.
Resultan raras las sirenas
y las sombras y los espejos.
No sé por qué.
Hablaré con ese extraño
que busca sobras en la basura
porque confío en que
tal vez
la mugre no la tenga en el pecho.
Día de M
Hace dos semanas y tres días
arribó el otoño sin aviso,
infiltrándose por el cerrojo
de la indiferencia metálica.
La caldera silba
y la brisa cenicienta,
abriendo la ventanilla,
juega con el vapor uniforme.
En el armario se pasean
insectos de toda especie:
no los culpo por habitar
la podredumbre que no es mía.
Extiendo el brazo
hacia el fondo nigérrimo
para sacar el azúcar
que está al lado del opio.
Con la misma expresión
que llevo al trabajo
o tal vez a un velorio
preparo ese café barato.
Me siento en el banco,
tambaleante por el uso,
y contemplo el panorama
de montañas inertes.
No hay mensajes
ni llamadas perdidas;
sólo la triste realidad
de un mundo sin humanos.
Me queda ir a la plazoleta,
conversar con algún extranjero
y matar así la mañana
de un sábado de rutina.
Vacuidad
Con el alma desnuda,
con el pantalón mojado
por la causalidad contingente
de un conductor apurado.
Quiero, sin rodeo alguno,
proferir el soliloquio
que acaricia la cabellera
del humo que exhalo.
Las sillas, ellas que soportan
la carga de mi cuerpo,
no se encuentran en la sala:
sufren penas más pesadas.
¿Por qué han huido?
¿Quién las ha raptado?
Silencio. No habrá clemencia,
esta vez no la habrá.
El frío del suelo
recibe ahora mi piel
gélida aún
sin heridas pero muerta.
Ni la rigente colchoneta
ni la almohada con olor
existen en el vacío
que consume mi espíritu.
Mas el canto pluvial,
santo padre de los infelices,
acoge en el oído
la penumbra del entendimiento;
que no es razón
o sentimiento servil
pero que arranca sutilmente
una grata sonrisa.
Pájaro celeste
El ave que vuela
no baja sus alas:
continuidad y energía
desprende en el aire
que de él se apoderan.
Extiende sus miembros,
relaja sus músculos
…y salta, salta hacia el vacío
mas no cae
porque la confianza la eleva.
Y se pierde en el azul,
en el abrazo de dos nubes.
El Sol impregna sus plumas
con el dorado de su cuerpo;
la ráfaga juega con ella
y no la frena como crees.
Allí arriba no hay ángeles
ni quimeras imposibles,
sólo el espacio cerúleo
esperándote
esperándonos
a que demos juntos el salto.
Soneto de amor
Irán los caballos por mares rojos
trayendo las cartas de amores fúlgidos
al mago que guarda en su añejo oráculo
la llave del tigre, del búho y del zorro.
Al canto del cisne con plumas áureas,
oirás las promesas que al viento dice
la voz que calló al contemplar tus ojos
cerrando los labios por miedo huérfano.
Si ves que el león descïende manso
o vuela más bajo el halcón de rosas,
agarra mi mano sin duda o espina
y salta hacia el lago que limpia nombres
y besa mi pecho sudado y tieso
y canta tu júbilo al mundo entero.
Despedida
Fuiste el rayo matutino
entre nubes pasajeras
que sin permiso alguno
alumbró mi esfera.
Como los dedos sutiles
del céfiro con las hojas,
tú alejaste la pluvia
y acariciaste mi rosa.
Y las campanas sonaban
cuando pasabas sonriente
y los grilletes lloraban
cuando te veían rigente.
Mas yo te necesité
para contemplar el mundo
porque fuiste mi rayo
porque mi amor fue profundo.
Pa’ la guitarra
De gurisa la recuerdo
con la piel bien dorada,
a su madre acompañando
con prisa hacia la cañada.
Ya de muchacha la quise como señora de mi casa
y veía sus ojos grises
en el reflejo de mi asada.
Fui a su rancho una noche y dejé la vida en una carta
mal escrita por el hombre
que no es dueño de palabras.
Su padre se la robó
y como fiera enceguecida
me dijo con fuerte voz
que estaba comprometida.
¡Qué tajo al corazón!
¡Cuánto te amé, gurisa linda!
Lloré en silencio mi amor
pa’ no espantar su alegría.
Y si alguien dijese
que llorar es cobardía,
sepa bien el jinete:
al amor, montarlo con valía.
FRAGMENTOS
El brillo de un astro:
insignificante
profundo
lejano
como mi amor.
***
Me duele pensar
que me miras a lo lejos
y sentir un “quizá”
tal pluvia de invierno.
Temo darte la mano
y recibir un corte
y el solitario llanto
nacer de tu golpe.
***
Vete, sabes que mi alma
no ató ninguna soga
y que no te seguirá
cuando el horizonte te reciba.
Vete, déjame en el vacío
y con el pucho en el banco
que intentaré recuperar
el calor que te he dado.
***
No sé qué decirle al cielo
que cada segundo pregunta por ti,
por tus luceros hermosos
que pasan y se prenden al pecho.
No sé qué decirle al mar
que cada ola que viene
me recuerda tus manos...
...Cuando los navíos arribaron a aguas
más hondas, el almirante empezó a
contar mitos...
The Fisherman and the Siren
Frederic Leighton
1856-1858
I
La tenue voz del viento que penetra en el ómnibus por la ventanilla semiabierta
apacigua las tormentas
de una intensa jornada.
Esa luz azulada
que tintinea en el techo,
que hiere intencionalmente la mirada
pronto desaparece
cuando rotamos la cabeza
y observamos la noche estrellada.
No hay sueño sino descanso, no hay cólera ni sosiego
sino una insípida indiferencia
que limpia el saco nuevo
con olor a fatiga.
Y en eso, al sacar la llave, das dos o tres vueltas
a un cerrojo opaco y áspero,
y entras célere a tu casa,
tiras el maletín al sillón,
prendes la radio y escuchas
la canción del momento
que, quizá, no te agrada
pero que, al final,
terminas cantándola en la ducha.
II
Bajo la mirada del reloj
ya nada es lo mismo:
sacar unas grapas del armario,
ordenar unos papeles en la mesa,
prender las máquinas silbadoras.
Todo gira alrededor de un sobre
que encierra la fría realidad
de vivir por unos pocos billetes.
Y en esa pausa espontánea
miras tus manos oscurecidas
por la tinta que ahora mancha el piso,
y simplemente te preguntas
“¿qué estoy haciendo aquí?”,
cuyo eco insondable
traspasa la penumbra
de una nostalgia impía.
Llegas a tu casa,
con la promesa de un día mejor,
y encuentras vacía la nevera
porque el cansancio y el olvido
se han alimentado de tu memoria.
Pero lo más triste, quizá,
sea cruzarte con un amor
que te da vuelta la cara
cuando ni alcanzas a saludarle.
Amigo mío:
quiero que sepas,
y de corazón te lo digo,
que aunque la realidad sea esto,
tan ajena a nuestros sueños,
lo que nunca podrá robarte
será la tenue sonrisa
de que aún estamos vivos.
III
Así nos encontramos:
nosotros, los imbéciles,
los ilusos de siempre;
quienes depositamos en el otro
la promesa de un porvenir
porque lo queremos
porque lo anhelamos
...porque soñamos despiertos.
Y a cambio de ello
¿qué resultado grato recibimos?
¿El bofetón de la caída?
¿El prejuicio anonadante?
Pérdidas: eso recibimos,
de la fe filántropa
del amor sin impurezas.
Dejamos un puñado
de nuestra corta vida
para luego comprender
que semejante obsequio
es de lo más indigno
para quien no lo merece.
IV
Por un instante insólito
detuve los engranajes
y apoyé la espalda
en el tronco de un fresno.
Con el firmamento estrellado
encendí un acompañante
y la nube que exhalaba
se la llevaba el viento.
No logré meditar,
concentrarme en ideas,
ni me importó mucho ello.
Sólo quería sentir
-como cualquier hombre-
que aún latía en mi interior
esas ganas de vivir.
V
Dejaré encendida la luz
y el retrato sobre la mesa.
Esta vez,
no sonará la alarma
porque no tiene sentido
buscar lo pequeño
cuando pierdes lo grande.
Rastrearé tus huellas
pero no tus pasos.
Sabrás que, sin ti,
la vida aún continúa;
mas también, sin ti,
no hubiese aprendido nada.
Y si por esas casualidades
te esquivo la mirada
cuando vas hacia el parque
o cruzas por mi casa,
sólo tú escucharás
la sonata de Chopin
que tocaré en el balcón
antes del alba.
VI
Maleta en mano
y rostro fruncido:
no hay espacio para un guiño
o tal vez para una sonrisa;
tampoco lo hay para un suspiro
pero sí para varias quejas.
La vida se le pasa
y hasta el último cabello
de su incipiente calva
está teñido con la amargura
de la rutina monótona
que lo despierta mientras camina.
Duerme en el hotel
que se encuentra continuo
al bar de la esquina
donde extingue penas
y, si tiene suerte,
goza de sexo pago.
Quizá, algún día,
se detenga en el mercado,
pierda conscientemente el ómnibus
y se siente en la vereda
con el único propósito
de ver sus pies descalzos.
VII
Ayer te vi
bajo el diluvio irruptor;
el pecho te golpeaba,
yo lo sentía,
el cabello te tiraba,
yo le di una caricia.
Al lado de la fontana,
me senté cerca de ti
junto a ese espíritu abatido,
no sé si ahora lo recuerdas.
Miraste sólo, perdido, a los peces áureos
que jugueteaban en el agua
y uno de ellos
se detuvo, por un instante,
a observar tus lágrimas
tan cristalinas,
tan perturbadas.
No sé si lo recuerdas
pero te tendí una mano
para que pudieras,
¡oh, amor mío!,
levantarte del piso
donde yacías desconsolado.
VIII
Simplemente, eso busco:
reclinar la silla,
extender las rígidas piernas
y perderme con un pucho.
Perderme en meditaciones que anonaden ese tic-tac;
en sentimientos anónimos
paridos por una quimera.
Soy rey sin reino
y músico sin instrumento.
¿Poseo tu límpido ser?
Con tristeza digo:
me lo robó el nombre.
¿Poseo acaso tu voz?
Sólo sus gritos.
Pero igual me reflejo,
te erijo un altar
en la siempre pía
fantasía humana.
Y con el humo gris
me complazco en dibujar
en el éter tu figura,
besándola,
excitándome
cada vez que toca
mi frente sudada.
IX
Sólo esto me faltaba:
recibir el escupitajo
del ser que deseo,
que deseo con grito débil
y lágrimas de silencio
justo delante de mi astro,
de los ojos que lo contemplaron
y de los labios que susurraron
tenuemente su nombre
tres veces por las noches.
Todo el sentimiento
depositado en sobres fulgentes
fueron, como tú bien dices,
quemados por el dolor
y el desgarro causado
por la risa burlona, macabra,
de tu insania emocional.
¿Y ahora pretendes,
cruel e imbécil proto-hombre,
que te salude amablemente,
que te enseñe una sonrisa
para tapar la culpa
que te acecha al verme?
Sostén la mirada
como sostuviste el puñal
y ya que cobardía te sobra,
mejor aléjate de mi lado
que no quiero respirar
la inmundicia que exhalas.
X
Esperas sentado,
acostado o parado.
Ya no te quedan posiciones;
tampoco expectativas:
sabes que no vendrá.
¿Por qué mantener entonces
la antorcha esperanzadora?
¿Por qué aguardar
la llegada de milagros?
¿Por qué sosegarnos
con falsas ilusiones
creadas por la panacea
de la imaginación humana?
No me confundas,
no te equivoques:
si aún crees en los prodigios,
empieza por bajarlos a tierra.
XI
Te escribo a ti,
que tendrás sobre la mesa
el periódico de ayer
junto al vaso vacío
que te olvidaste de limpiar.
A ti, que desconoces el calor
y no el de la fogata
o el de una volátil compañía
que enciende tu cama por las noches,
sino el de un abrazo,
el de un apretón de manos
e incluso el de un beso
que haya refugiado la creencia
en el regazo de la sinceridad.
Sé que resulta difícil
sacar la podredumbre de hoy
para tener la vereda pura
el día de mañana;
sé también que te cuesta
madrugar y soportar
ese monótono silbido
de la caldera oxidada.
¿Y para qué?
¿Para qué levantarte
si puedes continuar durmiendo?
Amigo:
al igual que tú,
me encantaría continuar durmiendo
pero en algún momento
se hace necesario el despertar...
XII
Por esas cosas cotidianas
me volví misántropo:
deseaba compañía
y vagaba en la tristeza
de una plaza cuasi florida
para terminar sentándome
en aquel banco oxidado
en donde los ilusos y crueles
estampan sus mensajes
con el color pacífico.
¿Qué mundo nos dejan los amigos utopistas?
¿Dónde estará su lugar,
nuestro lugar,
sino en la esperanza
de un apretón de manos
a un completo desconocido?
Se acabaron, sí, se acabaron.
Por más bellas que fuesen, siempre terminan por herirte el pecho
cuando intentas cumplirlas
y comprendes
que la idiotez humana
supera incluso
la infinitud del universo.
XIII
Si estás de acuerdo,
quisiera llevarte, ángel mío,
a la ínsula lejana
donde moran los suspiros.
En aquel sitio anónimo
habitan los enamorados
que temen susurrarles
caricias a sus amados.
Ellos sueñan y gimen
su sentimiento impío
pues saben que sus lamentos
son rutas sin destino.
A la noche descansan
fantaseando lo imposible
y al amanecer recogen
las semillas de lo invisible.
En aquel sitio, ángel mío,
espero nunca encontrarte
mas todavía espero,
espero donde me dejaste.
XIV
No te mueras, mi cielo,
no te vayas, te pido.
Daría –y lo sabes-
parte de mi vida
para compartir contigo
aquellos momentos
que aún no has sentido.
Los años serán vacíos
si tú no estás ya
para darles contenido;
los ojos no verán
la profundidad de la noche
porque las estrellas que movías
se habrán ido de la orbe.
No te mueras, mi cielo,
quédate conmigo
con el beso de la mirada
y tu cabeza apoyada
en mi brazo extendido.
XV
De los amigos,
unos van y otros vienen;
unos te prestan su compañía
en los momentos difíciles
aunque no tengan tiempo
ni para ellos mismos.
Otros te escuchan
con el entero propósito
de compartir una risa:
su presencia es
como una rosa eclosionada,
y cuando ésta se marchita
ya no habrá espectadores.
Mas existen otros
que permanecen fieles a la flor
aunque ya no brille
aunque ya no perfume,
porque aún ven en ella
el valor de su ser.
Y son ellos quienes,
con corazón jardinero,
cuidan y amparan el tallo
porque quieren, después,
contemplar sonrientes
el fruto de su trabajo:
he ahí la verdadera amistad.
XVI
Las gotas escurridizas
danzan en la pista negra
de mi indómito paraguas
al compás del viento.
Fueron ellas, las calles,
quienes sigilosamente
tiñeron con cenizas
la pupila de mi espíritu.
Mas la bendición,
la anhelada frescura pluvial
besóme la frente
al contemplar el firmamento.
Entonces comprendí la inútil vergüenza
que me impedía sentarme
en un mojón humedecido
y escuchar, sin prisa,
el sonido de lo ínfimo.
XVII
Te has marchado
como las volátiles semillas
de un diente de león
recién cortado.
Amé tu sencillez
más aún que tu belleza
y con nostalgia diré
que en mi alma quedó tu flecha.
¡Oh, hábil saetero,
retírate de mi mente!
Escucha este ruego
y golpéame la frente.
Y si sangra,
pega aún más fuerte
que anhelo terminar
con esta causa de muerte.
XVIII
Ya no me importa
el venidero apocalipsis.
Ya no resisto
la carga mortificante
de azotar la vida
a costas de un miserable
trozo de papel;
que refleja un número,
una estima
o la más imbécil distinción
que reverencian los ignorantes:
aquellas abreviaturas
anteriores al nombre
que imponen la valla separadora,
que subdividen al hombre
en varias especies.
¿Para qué todo esto? ¿Cuál será el fin
de esa fantasía misántropa?
“Ser alguien” en el Cosmos,
en un espacio que le importa
poco o nada
-al igual que el Tiempo-
lo que unos arrogantes
hagan con su ínfima existencia.
XIX
Que llegue el mañana
para así dejar el hoy;
que llegue, que llegue
como la lluvia beata
teñida por el Sol.
Ansío ver mi rostro
sobre un ínfimo charco,
pisar también el barro
y purificar mis ojos.
Pero también quisiera
tenerte a mi lado,
como una pareja
tomados de la mano.
Algún día, tal vez,
responderás a mi llamado
y ya sin miedo estaré
y la ráfaga habrá cesado.
XX
Aquí se encuentran
los borradores del espíritu:
en la rotura perfecta
del cristal de una ventana,
en los papeles botados
al cesto del escritorio
…en el recuerdo silencioso
de un suspiro exiliado.
¿Sientes la brisa, o quizá el frío
que acompaña a tu ser
cuando vagas por la necrópolis
visitando lápidas anónimas?
Sostén el bolígrafo, arranca una hoja
y escribe tu nombre
tres, cuatro, diez veces si es preciso;
no vaya a sucederte
que te olvides de quien no eres.
XXI
La mirada se le caía.
Con el opaco maletín
semiabierto y roto,
con su aspecto desaliñado
se dirigió a la iglesia.
Contempló la cruz
y después de un rato
marchó taciturno
hacia aquel santuario.
Abrió las puertas
y cayó rendido
a los pies de un banco.
Allí, lloró y gimió: la lóbrega madera
no aceptaba sus lágrimas
que caían sin consuelo
a la frialdad del piso.
Los fieles no lo veían,
el párroco no lo veía
…ni Dios tampoco lo hacía.
Sólo, así estaba,
sólo con una carga
que los santos ignorantes
se negaban a contemplar.
Al caer la noche
el monaguillo silencioso
tapó con su capa
aquel cuerpo inerte
que yacía en la alfombra
al lado del maletín
XXII
Si vas a reprocharme
la vista cansada
o el andar sonámbulo por las veredas frías,
mejor guarda tus quejas porque no estoy de humor
como para recibirlas.
Si pretendes golpearme por contemplar despierto
tus luceros silvestres,
por dar un beso onírico
a tus ruborizadas mejillas,
hazlo, si eso es lo que quieres,
hazlo con todas tus fuerzas
que en mi bella quimera
tus rudas manos
sólo me ofrecen caricias.
Y no preguntes
por qué fantaseo contigo
ni por qué me cautiva
tu mirada profunda;
digamos que, tal vez,
fuimos amigos, amantes
o simplemente conocidos
en otro tiempo
en otro lugar
…en otra vida.
XXIII
Hoy naufragué
en el mar de tu mirada,
en la claridad de tus ojos
que me alejaron de la costa
para adentrarme en la esperanza.
Hoy sentí
el pulso de rodillas
a tu voz suave y seductora,
sempiterna en el recuerdo
y fugaz en ese instante.
No sé -repito-, no sé
por qué me cautivaste
o si yo lo hice primero,
mas viejas heridas
golpean mi mente
con la infausta verdad
de quien despierta de amor
también causa sufrimiento.
Así que, amado mío,
si buscas utilidad
y te refugias en el corazón,
no te olvides que el destino
te devolverá el mismo mal.
XXIV
Quedan los recuerdos
de los días grises,
de las huellas en el suelo,
de las tardes tristes.
De los días grises
conservo la belleza
de aquellos niños felices
jugando en la plazoleta.
De los rastros en el piso
guardo la mancha en el zapato
de cuando fui atrevido
y crucé por el barro.
Y de las tardes tristes
me quedan los borradores
de miradas y esquives
…de promesas y amores.
XXV
Mis padres me enseñaron
a soñar sin riquezas,
a apagar la radio
cuando cantan las aves.
También me enseñaron
el gozo de la sencillez:
tirarte en el piso
y mirar las nubes
aunque el dinero castigue
o el tiempo se escape.
Porque en la vejez
no recordarás, así lo creo,
cuánto gastaste en una prenda
o qué hiciste a las dos de la tarde
en la oficina de trabajo;
sólo alojarás en la memoria
pequeños y escasos momentos
en los que reíste,
amaste y lloraste;
únicos y valiosos instantes
que valen la pena recordar.
Todo eso, mi amigo,
me lo enseñaron mis padres.
XXVI
Esperas ansioso, casi consternado,
esa noche sabática que,
de seguro, redimirá al cuerpo
de aquella fatiga tirana.
Esperas, esperas bostezando,
mordiéndote los dientes
o con sonrisas aparentes.
Nadie conoce tu pesar
mas todos son la panacea,
nadie quiere perderte
mas todos se esfuerzan en alejarse.
Y cuando son las doce
(tal vez las doce y cuarto),
te encuentras sentado en la ventana,
viendo pasar las sombras de los transeúntes,
y sólo te preguntas:
“¿quién es el déspota?”
como si toda nuestra existencia
se transformara en su soplo,
en una pluma
o simplemente en lluvia.
XXVII
Sembraste en mí la ilusión
y tú lo sabes.
Esperé pacientemente tu pecho
¿y qué recibí?
Insípidos mensajes
que lo único que contienen
son las cenizas devotas
de la ruina posmoderna.
Me resulta extraño,
lo confieso,
que escasas letras en negrita
separen y unan a la vez
como si viviésemos aquí y allá,
mitad libres y mitad esclavos.
Sólo espero el cambio
así esté consternado
a causa de tus ojos
que me miran y me esquivan;
sólo lo espero
para luego decirte
lo que tú has perdido.
XXVIII
Quemando paja,
así marchamos;
dejando atrás
la huella de lo posible
para después intoxicarnos
con las cenizas de la memoria.
La brisa las trae y las aleja,
esquivando astutamente
el roce verídico
con la mente que anhela.
¿Dónde te encuentras
sino es en mi sueño?
¿Qué rayos abrazo
si es y no es tu pecho?
¡Cuánto quisiera, ángel mío,
depositar el néctar divo
para que descendieras a mis brazos!
Mas ya es tarde, me temo,
para convertir en pradera
ese ceniciento residuo.
XXIX
Me encuentro aquí
sin prisa alguna
y con calma indeseada.
Todo mi ser
se re-encuentra consigo;
quizá sea por eso
que el noventa por ciento
de las personas
rehúyen, de hecho,
al espejo intimista.
Y hay quienes, incluso,
encienden la televisión,
la computadora
o esperan ansiosos
el ring del teléfono.
¿Y sabes por qué?
Porque temen,
al igual que tú y yo,
que el hastío presente
encienda su consciencia.
Mas tarde o temprano
la noche arribará
-aunque, lamento decirlo,
estemos demasiado ocupados
para recibirla-
y entonces comprenderemos
que todo ese ocio
fue el escape
a una batalla
donde la victoria
nunca se presentó.
XXX
Sin duda alguna
la más triste vergüenza
está en maquillar,
en el acto mismo,
ese egoísmo tirano
con las tintas caritativas.
Pasas al lado
de una ronda de amigos,
cabizbajo y meditabundo,
e imperativamente te preguntan:
“¿qué te sucede?” A lo que tú respondes,
esperando siempre ilusoria empatía, “nada, estoy medio cansado”.
¿Y qué recibes? ¿Qué recibes, pregunto,
de tales amigos
sino la evasión de tu pesar
para ellos continuar plácidos?
¿Quién dará el hombro
a quien se lo prestó a todos,
felices y desgraciados,
sociables y solitarios?
Sólo él mismo posa
su débil cabeza
en aquel regazo
que, como Dios,
abarca el sufrimiento ajeno.
XXXI
Entre la palidez del billete,
entre aquello que separa
lo tuyo de lo mío,
hiende la mirada del extraño
a un hombre que, en sí,
no sabe por qué está vestido.
Cuando la Luna enseña su desnudez vanidosa
-ladrona de ojos,
sempiterna tentadora-
la licantropía nace,
se eleva hacia el altar
que le hemos erigido:
ya no somos nosotros
sino ellos,
extraños a los demás,
fieras sin pastor.
¿Y qué podemos hacer
sino aullar a la Dama
y morder con furia
la carne tierna del cordero?
¿Y por qué rayos lamentamos
practicar el canibalismo
si hemos extinguido
la candidez que había?
Bestias, eso somos,
intentando limpiar
la sangre de nuestras garras,
de nuestra consciencia,
con la lana neta
de las víctimas olvidadas.
XXXII
Quiero colgar en el armario,
detrás de la chaqueta azul
pero delante de la camisa añeja,
aquel saco ceniciento
que estuvo frente a tu pecho
y que acariciaste con tus labios,
con tu perfume,
la noche del nacimiento.
Lloraste, recuerdo,
mas también reíste y dudaste.
¿De qué y por qué?
Vaya, eso ni tú
ni yo
lo sabremos
Nos imaginé desnudos
y, a veces, vestidos
pero no con trajes o joyas,
o con la piel al descubierto,
sino contemplando juntos
la desnudez del otro
en lo más profundo
de nuestras miradas.
Tal vez sueñe despierto:
mi cielo, no me culpes por ello;
antes bien hazlo
si sientes que lastimo
al corazón que tanto amo.
XXXIII
Quisiera saborear tus ojos
en la lejanía del presente
donde el reloj no marcara la diez
y no tuviera que esperarte
en la palidez de la mesa.
Quisiera besar tus labios
y apretarte el pecho
en la eternidad de un abrazo
que no fuese fantasía.
Tantas cosas quisiera,
tantos sueños cumpliría
si aunque sea me dieses una señal,
una palabra, un suspiro
que refugiara mi anhelo errante
de saber que te intereso.
Pero la confesión de tu mirada,
la penosa confesión de tu mirada,
ya pronunció sentencia
al negarme la entrada
al bosque en que moras.
Queda, como un residuo esperanzador,
aguardar paciente el día
en que el destino nos encuentre
cruzando de frente la calle
y saludarnos sin temor
mientras cambia la luz del semáforo.
XXXIV
Te deseo, aunque detestes
pronunciar mi nombre,
que seas feliz
así tengas para cenar
una porción fría de arroz.
Que tengas un amigo que no le moleste
si estás triste o ríes demasiado
sino que escrute en tu alma
para ver si, quizá,
deba reírse o llorar contigo.
Que no caigas en la desdicha de esperar una promesa rota
y en la inmensa estupidez
de perpetuar esa costumbre.
Que ames sin miedo,
que encuentres compañía,
que no cedas a la adversidad,
que la riqueza no te domine,
todo eso te deseo
aunque me odies
aunque me quieras
y que, sobre todo,
logres aguardar el alba
con una sonrisa en el rostro.
XXXV
¿Cómo haré para verte
sin ruborizar las mejillas
ni humedecer mis ojos?
¿Cómo haré para decirte
que daría mi alma
con tal de salvar la tuya?
Pero tú no entiendes,
sólo me amas si te sirvo
mientras yo, el iluso,
caigo en ese juego
con el único propósito
de robarte una sonrisa
cuando estás a mi lado,
…aunque siempre
termine perdiendo.
No quiero que sufras,
más llegará el día
-y tú lo sabes-
en que padecerás de amor
y comprenderás entonces
que en esos asuntos
conviene ser buen amo
para después no vivir
como el peor de los esclavos.
XXXVI
Antes de dejar abierta
la puerta de la esperanza,
revisa tu bolsillo
para confirmar la certeza
de que tienes la llave
para cuando haya que cerrarla.
Ahórrate los perdones
si te moviera la consciencia:
ya es tarde para sanar
al espíritu con ofrendas.
Ya es tarde también para zarpar juntos
al océano, al mar,
a donde sea que nuestros corazones
se dejasen llevar,
como potros sin riendas,
por la pasión airosa.
Alguna tarde,
cuando estés sentado en la cama
contemplando la vejez,
comprenderás sin rodeos
que ya es tarde
para tomar el tren
y empezar de nuevo…
XXXVII
Contaré esta historia
con penas en la mano;
lo que hizo una joven
dominada por el Tirano.
Él, ciego de origen,
cautivó a la doncella
con voz suave y apacible,
con frases floridas y bellas.
Necesitó de sus ojos
como ella de sus encantos,
mas detrás de esa dulzura
se escondía el engaño.
La infausta mujer,
humilde y andrajosa,
sólo confío a él
su más preciada rosa.
Todo era un cielo
cuando estaba a su lado.
Después de cierto tiempo,
…pasó a estar en un costado.
Recuperó su amado,
gracias al progreso,
la vista que no tenía
y la vileza de sentimiento.
Al verla contempló
un rostro débil y maullido
y con ello sentenció
el silencio de su latido.
Pasaron los días,
las tardes y las noches
y ella se hundía
en llantos y reproches.
Y en un ocaso,
ya sin fuerzas ni aliento,
suspiró su nombre
y acabó el sufrimiento.
Cuando llegó el doctor
yacía tiesa en el suelo,
esperando a un amor
indigno de ese cuerpo.
El buen médico conocía
la causa de su muerte:
buscó al canalla y le dijo
lo que le aguardaría la suerte.
“¿Acaso cree que importa
el infortunio de esa joven?
Olvídate del asunto
y ponte a aliviar dolores.”
Aquello le expresó,
y juro por mi vida,
aquel infame al doctor
mientras una copa se servía.
“Beba tranquilo, mi amigo,
que conozco muy bien mi oficio,
y si algo he de sanar
será ello vuestro vicio.”
La verdad corría
por las calles citadinas
y pronto la indignación
terminó por dejarle en ruinas.
No hubo cortejos, ni lágrimas ni flores
para aquel ser sin escrúpulos,
sin alma y sin valores.
He llegado así
al final de esta historia:
ahora sabes, compañero,
que no hay injusticia con victoria.
XXXVIII
Cuando miras al espejo
y ves tu rostro demacrado,
que ofende incluso al reflejo mismo,
recuerdas que es hora de una pausa.
¿Qué hacer en ella?
¿Qué hacer en un instante
en el que suspendes la mente
y dejas al cuerpo
postrado en una cama?
Nada. Esa palabra,
esa injuria a una vida
que le gusta agraviar
pero nunca ser agraviada,
neutraliza al espíritu
en su propio dinamismo,
y hasta le permite
darse el bello gusto
de pertenecer al silencio.
¿Y por qué querría
pertenecer al silencio?
Porque a través de él
vislumbra su reflejo.
XXXIX
Me has abierto el pecho
y la sangre que fluye
me enseña tu reflejo.
Gota a gota cae
el anhelo de tenerte
como un cofre sin llave.
Pero te encuentras perdida
y jamás cazaré
a un ave sin guarida.
Vete, déjame solitario
que si no veo tus ojos
no desearé tus labios
XL
No era lo que esperaba:
quedarme con la boca seca
y con un suspiro de amor
que se escapa por entre los dientes
como un silbido sordo a tus oídos.
No levantas la mirada
ni titubeas en despreciarme,
mas tu sola presencia
perfuma el aire que respiro.
¿Por qué te reprendería
cuando sé de antemano
que el deseo que provocas
jamás será saciado?
¿Por qué me ignoras
cuando sabes de antemano
que lo nuestro es tan sólo
una quimera del espíritu?
Tal vez, no era lo que esperaba
pero al llegar a la cama
el sosiego penetra en mi ser
al saber que, por lo menos,
el corazón envió su mensaje.
XLI
Tristeza de saber
que nunca me miraste
y que nunca lo harás
como yo lo anhelo.
Sentarse en el escritorio
iluminado por el atardecer
con un par de libros amarillos
que incitan a cerrarlos.
Y pienso en ti
mientras la parafina se escapa
por entre las formas
de un hornito de cerámica.
No, no es el cielo
pero tampoco el infierno
como para ir por la calle
tirando la poca dignidad que nos queda.
Pero lo que más me duele
es saber que de viejos
lamentaremos no habernos cruzado
y besarnos en la esquina.
Quizá, cuando te vea,
te guiñe un ojo o toque tu mano
sólo para recordarte
que me gustas demasiado.
Escritor uruguayo. Crítico, irónico, de sentimiento profundo e inconstante, anarcocomunista, espiritualmente místico, polifacético, comprometido con el progreso humano y amante de la vida; cualidades todas que –de una u otra manera- se manifiestan a lo largo de mi producción literaria. Influenciado desde temprana edad por Kropotkin, Proudhon y Marx en política, el agustinianismo y el taoísmo en el plano teológico, varios pensadores a nivel filosófico (entre los principales resalto a Heráclito, Anaxágoras, Empédocles, Epicuro, Séneca, Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger, Sartre y Foucault), la historia y la antropología de distintas culturas (reflejadas notoriamente en dos tragedias: Fesón y Niall), y por el Arte en su universalidad e interrelacionamiento de sus expresiones; heredo así una sabiduría cuya ubicuidad y cosmopolitismo se evidencian en cada verso o frase, fusionándose con la inspiración y fluyendo por las venas creativas. Confío en que este puente (el cual ayudo a construir) servirá para unirnos.
Tres gracias es la síntesis poética entre la tesis idealista (la a priori divinización del encanto, la belleza y la alegría) y la antítesis realista (su a posteriori contrastación vital), buscando al mismo instante aunar la tríada lectura-escritura-pensamiento.