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Trayectorias de dolor y resistencia III Despertar la conciencia y construir la

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Trayectorias de dolor y resistencia

III

Despertar la conciencia y construir la

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Trayectoria de vida

“yo hago de cuenta que él está viajando, porque yo no lo he visto

muerto”

La desaparición y el drama de no saber nada

[...] con la desaparición de mi hijo la vida mía

cambió mucho… ya no es lo mismo, ya uno no

siente nada, ya como que a uno no lo ilusiona

nada así le pongan mochiladas de plata al lado.

Entrevistada No. 7

La Reina de la Cordialidad: cuando la vida era feliz

Ella nace en 1946 en una finca, al igual que el resto de sus hermanos. Es la

menor en una familia inicialmente conformada por el padre, la madre y cuatro

hijos: dos hombres y dos mujeres. Actualmente solo viven ella, una hermana y otro

hermano. Su padre fallece hace como cinco años. Hace unos años más atrás una

de sus hermanas muere a causa de una trombosis. A la edad de trece o catorce

años, su madre no logra sobrevivir a una cirugía de úlcera en el estómago. La

madre deja muy pequeño a uno de sus hermanos varones, mientras ella, su hija,

está perpleja pues no se acuerda exactamente cómo y por qué sucede esto.

A esta serie de sucesos, enmarcados por lo general dentro del orden natural

o por lo menos dentro de las formas recurrentes con que las gentes ven visitar la

muerte en los cuerpos de sus seres queridos, ella, la otrora Reina de la

Cordialidad, la niña de ocho o nueve años que se gana el cariño de las personas

en la escuelita que queda más abajo de la iglesia, tiene que adaptarse no solo a

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estas formas cotidianas, sino también a las formas más inverosímiles e inhumanas

de la muerte. El drama empieza en el año 1985, con la desaparición de su esposo,

a la que le sigue la desaparición de su hijo menor, en 1997, y por último, la

desaparición de su yerno, en 1999. En los interregnos de estos años, como si aún

no fuera demasiado, tiene que soportar que un bus se lleve la vida de una de sus

nueras y, luego, otro la de una de sus hijas. Poco tiempo después, otra de sus

hijas, la mayor, sucumbe ante un derrame cerebral. Esta mezcla de infortunios y

de las secuelas del conflicto le dejan dos nietos huérfanos para criar y un

diagnóstico de depresión que rivaliza constantemente con una fuerza de vida que

saca de Dios sabe dónde.

Razón tiene cuando expresa que su vida más feliz fue la infancia. Hija de

campesinos, vive hasta los catorce años en fincas que su papá se dedica a cuidar.

Algunos nombres de las fincas le rememoran aquel pasado dichoso. La felicidad

es tan grande que cuando se le pregunta por lo que quiere ser cuando “fuera

grande” responde: “pues, nosotros vivíamos tan felices allá en esa finca con mis

papás que eso no me acuerdo”. Sin duda, es muy difícil acordarse cuando el

horizonte de bienestar es tan incierto y cuando la vida parece no dar chance para

retomar los sueños.

“era un gran fotógrafo”: primera desaparición

Tras la muerte de su madre y con el ánimo de continuar el bachillerato, ella

se traslada a la ciudad, a casa de una tía materna. No obstante, por dificultades

que no menciona, su tía no puede costear sus estudios y se ve forzada a trabajar.

A los trece años hace unos cursos de fotografía y a los quince ingresa a trabajar

como retocadora en una casa de fotografía. Es allí donde conoce a su esposo. Él

viene desde otra gran ciudad, donde también trabaja en una casa de fotografía, en

medio del relato ella afirma que “era un gran fotógrafo”. Nunca indaga por qué él

arriba a Santander, pero dice que es de esos que “anda tanto”.

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Cuando tiene diecisiete años casa con el fotógrafo. Pasan a vivir a una pieza

y de forma casi inmediata crean su propio negocio de fotografía. Al año tienen su

primera hija y se mudan a una casa en un barrio del centro. De año en año tienen

otros cinco hijos y se mudan dos veces más: “[es que] mi esposo era muy bueno y

cumplidor de su deber, y era muy trabajador, ese hombre era mucho trabajar. Él

iba y buscaba la plata, él era un rebuscador de la plata y bien trabajador y

juicioso”.

A finales de octubre de 1985 su esposo parte para una ciudad de la costa

caribe. Es uno de esos viajes de trabajo que hacen parte de la rutina laboral. Con

el ímpetu “rebuscador” que lo caracteriza recorre medio país buscando mejorar los

ingresos salariales. Trabaja en varias ciudades grandes del país, así como en

pueblos de Santander, en todo tipo de ferias, reinados, juegos deportivos, etc.,

esta vez, su última vez, realiza los mosaicos de un liceo de un municipio del

Magdalena.

Bueno, le cuento, mi esposo era muy rebuscón, donde quiera que él sabía que

habían ferias él se iba y trabajaba, sí, él se iba con la cámara y trabajaba y él

explotaba. El cargaba las maquinarias y buscaba un hotel y allá mismo hacia

cuarto, y allá hacía las fotos y salía y las vendía. Entonces él se iba por ejemplo,

no se iba solo, el convidaba a un amigo y se iban los dos o tres a todas las ferias;

donde quiera que hubiera trabajo. Entonces, para [nombre de la ciudad] se fue

solo a tomar mosaicos del [nombre del liceo].

En los planes, el viaje él tendría que durar quince días. Ella sabe que vivo no

está, pero tampoco tiene la certeza de que esté muerto. Dice que él no estaba

aburrido en la casa, que ama muchísimo a sus hijos y que siempre que viaja,

regresa. También dice que él la telefonea esté donde esté. Incluso antes de que él

desapareciera ella recuerda hablar por tres veces con él. En esa ocasión, nunca le

dice que está amenazado, ni tampoco hace comentarios referidos a que algo

extraño ocurre, por el contrario, se muestra normal y manifiesta que volvería a

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llamarla. Hoy no sabe qué pasó. Con dos desapariciones más de sus familiares,

que lleva a cuestas, ella se cansa de indagar. Siempre que acude a la Fiscalía de

la ciudad de residencia, le dicen que no pueden hacer mayor cosa porque ese es

un caso de otra jurisdicción y por ello le dicen que se traslade hasta allá a poner la

denuncia y a esperar. Seis bocas que alimentar no le permiten tal intrepidez. Lo

que hoy sabe son solo supuestos: que “su esposo estaba desayunando al frente

del hotel y de ahí se lo llevaron”, que de pronto fue el Bloque Central Bolívar, que

de pronto fue el Bloque Tairona, que toca esperar que un postulado confiese,

incluso, un conocido le dice que lo ha visto por otra ciudad de la costa, dizque se

ha ganado la lotería y cuando va a reclamarla lo matan por quitarle la plata. Ella

pregunta si las autoridades investigan, es obvio que el desconcierto no nos deja

responderle, debe ser así, pero asegurarlo ante estas circunstancias es muy

irresponsable. En últimas, ella a veces piensa que él sigue trabajando.

Mientras están juntos, él no la deja trabajar. Le dice que se quede en la casa

y que él se encarga de conseguir el sustento. No obstante, después de aquel

octubre de 1985 la realidad cambia. Alejada de la fotografía por seis años, tiene

que recurrir a sus antiguos patrones, que para aquel entonces son sus compadres.

Vuelve a retocar fotografías. Poco a poco empieza a llevarse el trabajo para la

casa: “recogía para llevar a la casa, yo tenía la tabla en la casa y retocaba en la

casa, y al otro día entregaba; así pa’ ganarme la vida”.

Pronto se da cuenta que en la ciudad es muy difícil sacar seis hijos adelante:

“yo tenía que dejarlos encerrados para poder irme a trabajar”. Decide entonces

mudarse a un pueblo cercano. Allí las cosas mejoran. Toma en arriendo una casa

grande donde vive y monta la fotografía. El registrador del pueblo le ayuda

mandándole cuántas cédulas hay para que ella en media hora tenga lista la foto.

Sus hijos logran estudiar y graduarse de bachilleres. A la par desarrolla el trabajo

de reportería: “lo que sale uno a tomar, matrimonios, bautizos, entonces yo salía,

me salían muchísimos contratos, venga que un matrimonio, que unos quince años,

entonces yo era con la cámara, trabajando y así”. Después consigue un local al

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pie de la iglesia, en el costado izquierdo, de propiedad de la misma iglesia, pero la

armonía se pierde cuando llega un nuevo párroco que la saca de esta vivienda. En

el trascurso de más de veinte años sus hijas aprenden el arte de la fotografía que

a los hombres no les gusta, pero a las mujeres sí.

“como no habían querido trabajar con ellos, que los llevaran y los mataran”:

segunda desaparición

El martes de Semana Santo del año de 1997, su hijo menor vuelve de un

viaje. Él se traslada por unos días a la Costa Atlántica a raíz del pleito con la

empresa transportadora a la cual pertenece el bus que ciega la vida de su esposa,

en diciembre de 1995. Menos de un año ha pasado en que él, y parte de su familia

incluida su mamá, regresan del Caribe después de una estadía corta pero trágica.

En febrero de 1996, a dos meses de la muerte de su nuera, la protagonista de

este relato junto con su familia afrontan otro amargo hecho. Residiendo en la

misma ciudad, otro bus acaba con la vida de una de sus hijas. Pero la gota que

rebosa el vaso, son las amenazas que reciben, según los vecinos, de paramilitares

que vestidos de civil les ordenan irse del lugar. Tras sendas vicisitudes retornan

nuevamente a Santander. Estando ahí es cuando su hijo menor viaja a la Costa.

De regreso, ese Martes Santo del 97, junto con el grupo de personas con quienes

viaja es retenido a la altura de Pailitas (Cesar). Alfredo Ballena, alias “Rancho”1, y

Jesús Velasco Galvis, alias “Chucho”2, efectivos paramilitares de la zona,

1 Alfredo Ballena, alias “Rancho”, nació en 1975 en Pelaya – César. Se unió a los paramilitares del

César en agosto de 1995, decisión que toma tras el asesinato de dos de sus familiares a manos de la guerrilla. Entonces pide a su compañera sentimental que lo presente ante su jefe, Roberto Prada Gamarra, agricultor que junto al ex diputado Rodolfo Rivera Stapper y al finquero Luis Obrego Ovalle crearon, en 1993, las Autodefensas que operaron en Aguachica, San Martín, salida de San Alberto y Ocaña. El 17 de junio del 2000, fue arrestado y condenado, por el asesinato de Pablo Gutiérrez Cárdenas, a 33 años de prisión. La justicia ordinaria también lo condenó a los mismos años por el asesinato del aconsejar José Mario Saldaña Flórez. Pese a estas dos condenas, el ex paramilitar fue postulado a la Ley de Justicia y Paz. VerdadAbierta.com, “El pistolero de los paramilitares en Aguachica”, 14 de junio de 2011, URL: http://www.verdadabierta.com/bloques-de-la-auc/3327-el-pistolero-de-los-paramilitares-en-aguachica. Consultado: 07/07/2016. 2 Jesús Velasco Galvis, alias “Chucho”, admitió que la fuerza del Bloque Central Bolívar que

lideraba cometió más de 120 asesinatos en cuatros departamentos del norte y noreste de

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reconocieron en versión libre haber detenido al grupo de viajeros, todos jóvenes, y

llevarlos a disposición de Carlos Castaño quien, según cuenta la entrevistada, dio

la orden de matarlos ante la negativa de ellos de trabajar para las autodefensas.

Entonces... dijo que sí, que los habían cogido y se los habían llevado, que los

habían tenido cinco días en una finca y que los habían presentado a Carlos

Castaño y que les hicieron una entrevista con Carlos Castaño y después Carlos

Castaño dijo que los llevaran otra vez para Pailitas y entonces allá en una finca él

dijo que los habían torturado y que por la noche habían matado a los hombres y

al otro día a las mujeres y que los niños los habían entregado al Bienestar.

El Martes de Pascua de 1997, al ver que su hijo no regresa, la entrevistada

decide emprender la búsqueda carretera arriba junto con uno de sus hijos. Realiza

cuatro viajes en total para conocer el paradero de su hijo. La información que

recogen es muy poca, “la gente de la carretera no dice nada, nadie dice nada”,

afirma. En uno de esos viajes logran entrevistarse con el comandante Jimmy, jefe

de cuarenta grupos paramilitares que custodiaban esa parte de la carretera:

“tranquila doña... que si alguno de mis grupos los tiene a ellos no les va a pasar

nada”, les dice, “yo la llamo”, pero nunca la llama. Al poco tiempo se entera de que

Jimmy está muerto, uno de sus propios mandos lo manda a matar. Hacía el tercer

viaje un comentario temerario indica que es mejor abandonar la búsqueda. Hace

un cuarto viaje y no vuelve a insistir más:

[...] me encontré con unos señores, estábamos ahí en el restaurante, y yo me

acerqué a ellos y les dije que si había habido accidentes por ahí -yo pensaba que

era que ellos se habían accidentado- y dijo que no, “que por aquí no ha habido

accidentes señora”, y le dije: “es que venimos buscando a unos familiares que

venían de... pero no llegaron a la casa, estamos buscándolos, a ver si alguien

Colombia. También declaró el apoyo de los generales del ejército y policía de Bucaramanga en la formación dela organización paramilitar. El Espectador, “Ex paramilitar confiesa que recibió apoyo de generales del Ejército y la Policía”, 12 de abril de 2008, URL: http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-ex-paramilitar-confiesa-recibio-apoyo-de-generales-del-ejercito-y-policia. Consultado: 07/07/2016.

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nos ayuda a dar razón”, entonces contestó que “por aquí”, o sea, me dijo: “de

aquí para allá, empieza lo más feo y a los que vienen buscando también los

desaparecen”, recogí y volví.

“cuando él se fue el niño tenía tres días de nacido”: tercera desaparición

En 1999, después de dos años de la desaparición de su hijo menor,

desparece su yerno, un joven comerciante del pueblo con quien una de sus hijas

acaba de tener un bebé. Por cuestiones familiares este joven viaja al Socorro y

dura allí ocho días al cabo de los cuales se devuelve, pero es desaparecido por el

camino. La entrevistada no da mayor luz sobre el suceso. Sabe que él se va de allí

en bus pero no conoce qué ha dicho la transportadora al respecto. Él tiene en el

Socorro una hermana y alguno que otro amigo, pero, por lo que ella cuenta, ni

unos ni otros han hecho los trámites judiciales o se han preocupado a fondo por el

asunto. Ha sido ella, por el contrario, quien ha colocado la demanda en la Fiscalía

y ha estado al tanto de una manera u otra. A punta de algunas cartas escritas, de

las idas y venidas a la Fiscalía, logra saber que el caso de su yerno lo lleva el

Gaula del Ejército. No obstante, la última vez que va a la Quinta Brigada, las

noticias son desalentadoras:

La semana pasada que yo estuve allá en la Quinta Brigada con el asunto de la

libreta militar de mi nieto, yo pasé allá al Gaula y pregunté pero entonces ella

[funcionaria] me salió con ese cuento, con él que le dije ya, que había mucha

gente que se hacían como los desaparecidos y que aparecían por allá en otras

ciudades y que eso era imposible saber mientras que un postulado no confesara.

Aparte de mandarle unas boletas a la mamá y a la hermana del

desaparecido, para que vayan a dar sus respectivas declaraciones, la

investigación adelantada por el Gaula parece no avanzar mucho.

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Al poco tiempo de desaparecido su yerno, el drama se recrudece: su hija, la

esposa de este joven minorista de licores y madre del nieto recién nacido, fenece

por un derrame cerebral. Es la segunda vez que la narradora de esta historia tiene

que enfrentar la orfandad de un nieto. La primera ocurre hace dos años, en 1997,

con la desaparición de su hijo menor en las carreteras de Pailitas, que entre otros

tantos desenlaces deja un hijo huérfano. A estos dos nietos huérfanos ella los

acoge y saca adelante. Funge como madre, padre y abuela a la vez, la gran

mayoría de tiempo sola, porque la demás familia de los muchachos, incluidos sus

hijos, “ni siquiera dándoles un consejo o hablándoles”, que es, según ella, lo

mínimo que deberían hacer.

Sin duda, una de las situaciones más difíciles que la narradora tiene que

encarar a causa de la desaparición forzada, es volver a ser mamá de

adolescentes, esta vez siendo ella sexagenaria, con el agravante además de

sentirse sola en esa labor a falta del apoyo de sus seres queridos que ya no están.

[...] todavía estoy trabajando, todavía con la edad que tengo y todavía para sacar

los nietos adelante, mis nietos huérfanos, tanto que yo me dedico hasta que mi

Dios me dé vida... Yo a veces hablo con ellos, bueno [nombre de nieto omitido]

me comprende, pero el otro niño que es tan rebelde, lo que dice es: “hay chévere

que tuviera a mi mamá y mi papá, me tocó sólo”, como que él a mí nunca me

tomó en cuenta, ¿yo quién soy para él?

Brujos y psicólogos: entre la necesidad de saber y la necesidad de olvidar

La impotencia se apodera de ella cuando desaparece su hijo menor. Con

cuatro viajes con muy poco éxito, ninguna explicación al respecto, acciones

tardías o inexistentes por parte de las autoridades y una total desconexión con los

familiares de los demás desaparecidos de ese Martes Santo del 97, todo parece

indicarle el limbo tan tormentoso del desconocimiento, estado casi inhumano y

bastante transitado por los familiares que sobreviven el hecho victimizante de la

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desaparición forzada. Agotadas las posibilidades terrenas, con los medios y

recursos que están a su alcance, y ante la desesperanza de lo tangible, lo tocable

o lo visible, ella decide buscar las explicaciones en los médium del más allá.

Acude entonces donde los brujos. Esta vez hace otro tipo de viaje, no

necesariamente corporal o físico. Se trata de viajes de un talante emocional que

buscan, más que a su hijo desparecido, una noticia sobre su vida, un indicio que le

quite la zozobra de su muerte, algún detalle que, aunque no sea necesariamente

cierto, le mantenga viva la esperanza de que volverá a verlo, o como dice ella

misma: “pensaba en algo para descansar”. Va una vez, dos, tres, cuatro, o quizá

cinco veces, quizá más, ella no lo expresa con precisión, lo cierto es que anda por

fincas y casas de distintas localidades de Santander en busca de adivinos que le

den la respuesta que las autoridades no han logrado darle. Le leen las cartas, el

tabaco, le adivinan, le dicen que no se preocupe, que él está bien, que lo tiene la

guerrilla trabajando, que regresará pronto el día menos pensado, a lo mejor en

diciembre, pero “¡qué! Nunca llegaron”, dice entre la risa y la rabia. A la pregunta

de cuánto le cobran responde: “Cuando eso no cobraban, era lo que uno les

quisiera dar”. Lo máximo que paga son “cinco mil pesos o algo así” y se los paga a

una sibilina llamada Cecilia, “ella fue la que me dijo que ellos estaban muertos”, es

la última vez que visita a nigromantes.

A raíz de la institucionalización de Justicia y Paz y de la Ley de Víctimas, ella

empieza a encontrar algunos alicientes pues en su marco se dan las

declaraciones de alias “Rancho” y alias “Chucho”, que alguna pista dan sobre la

desaparición de su hijo y que arrojaron su cadáver al río. La ausencia del cuerpo

hace que el duelo sea todavía un asunto pendiente. Ella recibe una indemnización

económica, algunos cursos de capacitación y varias sesiones de asistencia

psicológica. Frente a éstas últimas, considera que es algo bueno y que le han

servido.

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La psicóloga nos daba… todo era sobre el sufrimiento, porque yo sufro de

depresión, yo en los diciembres me pongo mal, para mí los diciembres me siento

mal, como que no son nada porque en los diciembres es donde más me acuerdo

de mis hijos muertos, de mi hija que la mató el autobús, de mi hijo desaparecido

que nunca lo volví a ver, más pienso en él y yo quisiera verlo pero entonces para

mí los diciembres no son nada. Y en esas fechas de diciembre es cuando yo más

me acuerdo de ellos, entonces yo sufro de depresión. Entonces ¿quién fue la que

me dijo? ah la señorita... de la Alcaldía, me dijo que iban a ver unos talleres de

psicología que si me anotaba y yo le dije que sí. Seis talleres. Yo asistí a los seis

y me sirvieron de mucho, me alivié mucho con esos talleres, este año hicieron la

clausura que estuvo muy bonita

Cuando se le pregunta qué le dicen en estos talleres, esto es lo que

responde: ¨que teníamos que superar eso, que teníamos que dejar el odio, dejar la

rabia y olvidar todo, pero usted cree, uno perdona pero no olvida. Que teníamos

que dejar el odio contra esa gente”.

El último día, el de clausura, estas sesiones de Audiencia se cierran con un

acto simbólico que no augura buenos horizontes para la memoria histórica del

conflicto armado interno:

[...] el día de la clausura nos lo hizo en un club, en el [nombre del club], y allá

teníamos que escribir unos papeles de que uno tenía que olvidar todo eso y dejar

atrás todo y echar el papel allá a una hoguera que ella hizo, y a todos nos tocaba

echar los papeles allá y hablar unos con otros y darnos consuelo unos con otros,

porque íbamos como cuarenta, cuarenta estábamos en el taller. La doctora me

hacía llorar cada vez que yo iba

Ciertamente, con casi setenta años vividos, llenos de tantos pesares y

sinsentidos, de tantas ausencias y rencores, pedirle que recuerde no es una

petición fácil. Sin duda alguna olvidar no solo es la acción menos riesgosa sino

que además es entendible. ¿Quién, como ella lo dice, soportaría tan “mala

suerte”? No obstante, ante esa necesidad de olvidar de la cual ella no puede

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escapar, se desbanda este testimonio, como invitando a las generaciones

siguientes a relevar la lucha contra esas hogueras del olvido.

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