traduccion de poemas

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Marco Antonio Campos POESÍA Y TRADUCCIÓN MARCO ANTONIO CAMPOS* .. y toda la discordia de Babel... Jorge Luis Borges 1. INTROITO Quiero decir de principio (pido disculpas por hablar en este trabajo de mi experiencia personal) que llegué a la traducción, luego de empezar una obra de creador, y que mi tarea de traductor ha tenido como sol y centro a la poesía. Al empezar a traducir (sería 1969) pensaba en grandes creadores que eran también traductores de excepción: Borges, Paz, Pound. No, por supuesto, que quiera compararme ni remotamente con ellos, ni como autor ni como traductor, pero uno busca siempre la emulación. Como toda tarea, fas- cinante y compleja, la traducción es un aprendizaje que no termina nunca. Cada obra maestra, cada gran libro, es infinito en su traducción, aun para nosotros mismos. Des- pués de 27 años de traducir poesía me siento ahora un poco menos inseguro, pero de con- tinuo, y lo digo sin una pizca de falsa modes- tia, observo mis limitaciones, y debo tomar las cosas con paciencia y humildad. Nadie ignora que lo ideal es traducir sólo lo que nos deleita o interesa; en general, salvo contadísimas excepciones ha sido mi caso. Al no presionarme por cuestiones de dinero he podido tomarme todo el tiempo que he consi- * Marco Antonio Campos (México DF, 1949) es poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publi- cado, entre otros, varios libros de poesía, novelas y cuentos. Ha traducido y publicado a A. Rim- baud, Ch. Baudelaire, Marin Soresc, Emile Nelli- gan, Giuseppe Ungaretti, Vincenzo Cardarelli y Umberto Saba. Poemas suyos están incluidos en diversas antologías editadas en México, Francia, Canadá o Estados Unidos. Ha impartido cursos, seminarios y conferencias en distintas universida- des e instituciones de EE UU, Canadá, Europa y Sudamérica. El texto del presente artículo corresponde a la conferencia inaugural del curso 1995-96 pronun- ciada en el IULMyT. derado pertinente, y sólo cuando he estado del todo satisfecho, cuando me he convenci- do que en ese momento no podía añadirse nada a la traducción, he renunciado a conti- nuaría, y la he dado a publicación. En suma, cuando he entregado mis traducciones era porque pensaba que en ese momento no podía hacerse más, aunque debo decir since- ramente que esas versiones habían sido elaboradas y revisadas decenas de veces. Desde luego uno corrige mucho más al prin- cipio, ya que conoce menos o mucho menos la lengua fuente y su propia lengua, amén de que tiene menos recursos y habilidades. Las inseguridades son continuas. Se interroga, se consulta el diccionario, se revisa, se compara el texto con traducciones de la obra (si las hay) en otros idiomas o en el suyo propio, se reposa el texto, se vuelve a corregir, y al final se da a una o dos personas que tengan como lengua materna el poema o el libro traducidos para llenar los huecos y borrar las manchas. Desde luego estas personas deben tener asimismo una sensibilidad poética. Yo creo que el texto, al no ser un original nuestro, debe cuidársele con el máximo es- crúpulo. Debemos estar conscientes todo el tiempo de que podemos destruir o maltratar un buen, un excelente o un gran poema. Po- demos equivocamos en nuestros poemas, narraciones, crónicas o ensayos y el daño es sólo de nosotros y para nosotros; no es justo ni ético, como observa el escritor y traductor austríaco Erich Hackl, hacer el daño a otros con nuestra tarea. No tenemos ningún dere- cho de estropear las buenas obras. Por des- dicha estos actos criminales sobran en la historia de la traducción. Si, como refiere la infinitamente citada máxima italiana, todo traductor es un traidor, hay un buen número que abusan, y cada uno de nosotros tendría una lista de ejemplos negativos, de antiejem- plos, que por lo menos nos sirven para no ambicionar hacer una tarea como la de ellos. îeronymus 51

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Marco Antonio Campos

POESÍA Y TRADUCCIÓNMARCO ANTONIO CAMPOS*

.. y toda la discordia de Babel...Jorge Luis Borges

1. INTROITO

Quiero decir de principio (pido disculpaspor hablar en este trabajo de mi experienciapersonal) que llegué a la traducción, luego deempezar una obra de creador, y que mi tareade traductor ha tenido como sol y centro a lapoesía. Al empezar a traducir (sería 1969)pensaba en grandes creadores que erantambién traductores de excepción: Borges,Paz, Pound. No, por supuesto, que quieracompararme ni remotamente con ellos, nicomo autor ni como traductor, pero uno buscasiempre la emulación. Como toda tarea, fas-cinante y compleja, la traducción es unaprendizaje que no termina nunca. Cada obramaestra, cada gran libro, es infinito en sutraducción, aun para nosotros mismos. Des-pués de 27 años de traducir poesía me sientoahora un poco menos inseguro, pero de con-tinuo, y lo digo sin una pizca de falsa modes-tia, observo mis limitaciones, y debo tomarlas cosas con paciencia y humildad.

Nadie ignora que lo ideal es traducir sólo loque nos deleita o interesa; en general, salvocontadísimas excepciones ha sido mi caso. Alno presionarme por cuestiones de dinero hepodido tomarme todo el tiempo que he consi-

* Marco Antonio Campos (México DF, 1949) espoeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publi-cado, entre otros, varios libros de poesía, novelasy cuentos. Ha traducido y publicado a A. Rim-baud, Ch. Baudelaire, Marin Soresc, Emile Nelli-gan, Giuseppe Ungaretti, Vincenzo Cardarelli yUmberto Saba. Poemas suyos están incluidos endiversas antologías editadas en México, Francia,Canadá o Estados Unidos. Ha impartido cursos,seminarios y conferencias en distintas universida-des e instituciones de EE UU, Canadá, Europa ySudamérica.

El texto del presente artículo corresponde a laconferencia inaugural del curso 1995-96 pronun-ciada en el IULMyT.

derado pertinente, y sólo cuando he estadodel todo satisfecho, cuando me he convenci-do que en ese momento no podía añadirsenada a la traducción, he renunciado a conti-nuaría, y la he dado a publicación. En suma,cuando he entregado mis traducciones eraporque pensaba que en ese momento nopodía hacerse más, aunque debo decir since-ramente que esas versiones habían sidoelaboradas y revisadas decenas de veces.Desde luego uno corrige mucho más al prin-cipio, ya que conoce menos o mucho menosla lengua fuente y su propia lengua, amén deque tiene menos recursos y habilidades. Lasinseguridades son continuas. Se interroga, seconsulta el diccionario, se revisa, se comparael texto con traducciones de la obra (si lashay) en otros idiomas o en el suyo propio, sereposa el texto, se vuelve a corregir, y al finalse da a una o dos personas que tengan comolengua materna el poema o el libro traducidospara llenar los huecos y borrar las manchas.Desde luego estas personas deben tenerasimismo una sensibilidad poética.

Yo creo que el texto, al no ser un originalnuestro, debe cuidársele con el máximo es-crúpulo. Debemos estar conscientes todo eltiempo de que podemos destruir o maltratarun buen, un excelente o un gran poema. Po-demos equivocamos en nuestros poemas,narraciones, crónicas o ensayos y el daño essólo de nosotros y para nosotros; no es justoni ético, como observa el escritor y traductoraustríaco Erich Hackl, hacer el daño a otroscon nuestra tarea. No tenemos ningún dere-cho de estropear las buenas obras. Por des-dicha estos actos criminales sobran en lahistoria de la traducción. Si, como refiere lainfinitamente citada máxima italiana, todotraductor es un traidor, hay un buen númeroque abusan, y cada uno de nosotros tendríauna lista de ejemplos negativos, de antiejem-plos, que por lo menos nos sirven para noambicionar hacer una tarea como la de ellos.

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2. ¿POR QUÉ TRADUCIR?

Creo que hay, en un principio, dos líneasmuy generales sobre los motivos que llevan auno a traducir: como medio de subsistencia opor deleite. A partir de esto pueden hacersecombinaciones y decir, por caso, que hayquienes ven en ello un trabajo pero tambiéneligen a sus autores y hay quienes traducenpor deleite pero en ocasiones se han vistocompelidos a hacerlo por la paga. Pertene-ciendo a los segundos, puedo decir que hetraducido ya por la alegría de un descubri-miento, ya por afinidad de sensibilidad, ya porgratitud a un autor de quien aprendí o meemocionó. Así ha sido el caso de autorescuyos libros recobré en nuestra lengua: losfranceses Baudelaire, Rimbaud, Claudel yArtaud, el canadiense Nelligan, los italianosSaba, Cardarelli, Ungaretti y Quasimodo, elaustríaco Trakl, el alemán Kunze y el brasile-ño Drummond de Andrade.

3. ¿PARA QUÉ TRADUCIR?

¿Para qué se traduce? Primero, me pare-ce, para dar a lectores de nuestra lengua, laalegría del descubrimiento de un poeta queno ha sido leído en ella, o bien, para volver acircular poemas o libros cuyas versionesanteriores, o han envejecido, o tienen seriasinexactitudes léxicas, o deficiencias rítmicas,o pecan de rígidas o de excesiva literalidad...Cuando uno vuelve a traducir a un autor esporque está seguro, o al menos cree, quepuede mejorarlo; de lo contrario, claro, seríaun desatino, una tontería o una soberbia ab-surda hacer el intento, como, por desgracia,ocurre con cierta frecuencia. Y aquí sí meatrevería a hacer una recomendación: Noensayar una nueva traducción si no se puedemejorarse la anterior o al menos dar unanueva versión apreciable y distinta. La excusasólo existe cuando el traductor lo realiza comomero ejercicio, es decir, como un taller; nojustifica eso su publicación.

En una línea más amplia se traduce tam-bién para que nuestro idioma se enriquezca

con una nueva versión poética en el procesode la infinita transformación verbal que seopera entre las lenguas que hacen vivir aBabel. Es un objeto bello que se añade almundo, como cuando se escribe un poema ose pinta un cuadro o se realiza un filme.

4. LA TRADUCCIÓNCOMO TRANSFORMACIÓN

Y a esto quería llegar. Para mí, el resultadoo la consecuencia verbal que deriva de latraducción me atrevería a resumirlo en unapalabra: Transformación. Los varios o múlti-ples sentidos y los varios o múltiples ritmosque conforman el poema toman en la traduc-ción otra forma y el poema se convierte en unnuevo objeto verbal.

Pero en esta transformación ¿cómo hacersentir la misma carga afectiva? ¿Cómo reco-brar apegadamente los juegos de palabras,los matices coloridos, las ramas de ecos, losvientos de resonancias? Podríamos citarcasos clásicos de Dante, Petrarca o Leopardi.Ocupémonos de dos grandes líricos del sigloitaliano. Pensemos, por ejemplo, en esta líneade Ungaretti, que da en el idioma original lasensación de taconeo y golpeteo:

Picchi di tacchi picchi di maní

este inicio de poema de Eugenio Móntale consu vaguedad de lejanía:

Fu dove il ponte di legnomete a Porto Corsini sul mare alto...

No sólo eso: a menudo hay palabras de lalengua fuente que no tienen un preciso co-rrespondiente en nuestra lengua. Por ejem-plo, cuando traduje al austríaco Georg Traklme enfrenté al problema de vocablos comoDorf, Wald, Weiler, o el verbo verfallen, o losjuegos entre Schweigen y Stille, cuyos as-pectos connotativos variaban en español.

¿Cómo solucionar, p. ej., este admirablealejandrino del soneto Sueño de artista delcanadiense Nelligan?

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Soeur qui m'enseignera doucement le secretDe prier comme il faut, d'espérer et d'attendre.^

¿Cómo devolver el efecto de esperar, en elsentido de tener esperanza, y de esperar, enel sentido de alguien que debe llegar o dealgo que va a suceder?

¿O cuando aparece qué dolor de cabezaa veces para hallar el sentido más aproxima-tivo- el verbo tenir, que tiene más de unadecena de aspectos connotativos en espa-ñol? ¿Cómo traducir en todos sus maticesafectivos la palabra portuguesa saudade?Apenas cabe, por demás, comentar el abani-co amplio de palabras en portugués e italianoque son idénticas o muy parecidas en espa-ñol pero que tienen otro significado y suscitana menudo engaños.

5. TEORÍA Y PRÁCTICA

La regla general es que uno empieza atraducir sin conocer la teoría, y hay muchos,quizá, que nunca llegan a saberla. A la ver-dad es que han existido muy buenos teóricoscuyas traducciones dejan que desear y genteque no estudió la teoría pero cuyas traduccio-nes son magníficas, o magníficos teóricosque son a la vez magníficos traductores y haysimples aventureros de la práctica de la tra-ducción. Mi experiencia, luego de leer librosteóricos sobre la traducción es que los con-sejos o ejemplos son muy útiles pero modifi-can escasamente nuestra práctica. ¿Cuántoslibros o ensayos no son verdaderos ejemplosde confusión o son tan farragosos que llegana pesar más que una piedra o un ladrillo,sigan o no la línea estructuralista? «La tra-ducción -dice magníficamente Jacques Thié-riot- es ante todo una práctica que dependedel horizonte cultural del traductor, de sucompetencia en la lengua fuente, y más aún,en las modalidades estilísticas que haya ensu propia lengua, de la cual debe conocerperfectamente todos los recursos, y aun,claro, resolver problema de léxico técnico,

1 Hermana que me enseñará con dulzura el secreto / derezar como es justo, de esperar y esperar

jurídico, religioso...».2 Como en la obra crea-dora, sólo la práctica dedicada y constanteayuda a resolver enredos y problemas hastadonde, claro, es posible resolverlos. A vecesel estudio de la teoría nos da puntos lumino-sos que nos aclaran aspectos de la práctica,pero es el ejercicio detallado de ésta, es eldesarrollo de nuestras aptitudes y nuestrosrecursos, lo que nos va haciendo adentramosmejor en los textos y al hacerlo, descubrimosy entendemos también un poco nosotros.Como en la obra creadora, cada uno va ha-ciendo su poética de la traducción, es decir,hay ciertos aspectos de la traducción que sólosabemos resolver a nuestra manera, coinci-dan o no con los principios de la traducción.La traducción se hace con la teoría o pese ala teoría. Nadie ignora que en la Roma anti-gua y sus colonias no existían tratados detraducción y, sin embargo, los textos griegoscirculaban, se leían, se traducían, se parafra-seaban, se adaptaban, eran citados. Losgriegos conquistaron culturalmente a Roma,me atrevo a decirio, en buena medida por lastraducciones. A las armas bélicas que loscolonizaron ellos opusieron e impusieron elarma de su cultura en la misma Roma y ensus colonias donde se divulgaron sus librosde poesía, de historia, de filosofía, de ética.Los romanos hablaban latín pero acabaronpensando y sintiendo ampliamente en griego.¿Qué hubiera sido, por otra parte, de admi-rables textos en verso y en prosa del Méxicoantiguo, si no hubieran sido transcritos añosdespués de la conquista y traducidos variossiglos después? Se hubiera perdido, con todosu drama, una parte definitiva y significativade la sensibilidad y la imaginación, de lascreencias y las costumbres, del pasado, denosotros, los mexicanos.

Por eso apenas cabe insistir en el extremocuidado que debemos tener con el texto aje-no. En ocasiones a un traductor le lleva mástiempo su tarea que la que llevó al poeta ahacer la suya. A veces un gran arranque lírico

2 J. Thiériot: «La traducción en todos sus esta-dos», Los Universitarios, 1996. Este artículo fuepublicado también en el segundo número deHieronymus Complutensis.

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del poeta, que mereció escasas correcciones,le cuesta un enorme trabajo al traductor ha-llarle sus correspondientes en música, senti-do, léxico, arquitectura, espacio de la página.¿Cómo recobrar esa cosa alada y sagradaque es la poesía, como decía Platón? ¿Cómorecobrar esas palabras e imágenes como desueño, esas palabras e imágenes que se vena través de las ventanas del alma?

6. EXACTITUD O APROXIMACIÓN

Una de las máximas sobre la traducciónque me han sido más útiles es la de PaulValéry: «Reconstruir con la mayor aproxima-ción el efecto de ciertas causas» {Varíete, I), odicho en otras palabras, por medios distintosbuscar efectos semejantes.

Cuando uno traduce, claro, tiene comoideal llegar a una exactitud rítmica, léxica,sensual, colorida. Pronto nos damos cuentaque la faena es mucho mas compleja y que alo más, la mayoría de las veces, debemosconformarnos y confortarnos con aproxima-ciones cercanas o lejanas. Un traductor hábil,bien dotado y formado, encontrará vías parahallar en algunos instantes difíciles una preci-sa correspondencia. No sólo eso: en otrosmomentos incluso podrá mejorar los versosoriginales. Sin embargo, creo que serán losmenos y esto irá disminuyendo tristemente enlos casos de poemas medidos y más enaquéllos con metro y rima. Faltará o sobrará amenudo una sílaba o una palabra, o será máscorto o más largo el verso, o la palabra o laexpresión no tienen un significado exacto enla lengua que se vierte, o ese verde de lahierba o del mar se desvae, o ese murmullo ogrito no suenan de un modo semejante, o esesabor de manzana o uva no recobra su de-leite, o ese roce de pétalo sobre la piel no sesiente de igual forma en la piel... Uno debebuscar otras vías para encontrar efectos se-mejantes y a veces nuestras aproximacionesserán ya cercanas o ya lejanas. No recurra-mos a los clásicos; vamonos a un pasadomás reciente. Hay poetas, por modelo, que labase de su fascinación está en la gran caja

rítmica de asombro que son sus poemas.Pienso (pongamos dos casos) en el francésPaul Verlaine y en el italiano Diño Campana.Como se sabe, Verlaine tenía incluso unamáxima poética: De la musique avant toutechose (De la música sobre todas las cosas),que tanto le gustaba repetir a Borges. De lapoesía verleniana, como de Las flores delmal, debo confesarlo, nunca he encontradouna sola traducción que recobre esos por-tentos de relojería musical; todas han sidoaproximaciones lejanas, y en algunos casos,ni siquiera aproximaciones. En el caso deCampana, que a mí me parecía intraducibiepor esa combinación de musicalidad extraor-dinaria con un léxico extraño y sencillo, unmexicano, Guillermo Fernández, quien, juntoal español Antonio Colinas y el argentinoHoracio Armani, forma una tríada espléndidade traductores de poesía italiana, hizo unaantología donde recobra a menudo las eleva-ciones del canto y las misteriosas ambigüe-dades de los cantos del gran lírico florentino.Yo creo que la labor de Fernández en suantología es uno de los momentos destellan-tes de la traducción de poesía entre nosotros.Los hilos del telar rítmico suenan y resuenancon frecuencia como en el original.

Podemos poner otros dos ejemplos: unode aproximación cercana y otro, de lejana.Son los casos de poetas con un gran sentidomusical y con una complejidad de sentidos.Desde luego hablo de Mallarmé y de Valéry.Si Alfonso Reyes fue un poeta de bajo tonocon algunos poemas conmovedores, comotraductor de poesía es conspicuo. Su extraor-dinario dominio de la poesía y de la lenguaespañolas, amén de sus laudables habilida-des estilísticas, representaron elementosesenciales para su labor. Traducir a Mallarméera de esas tareas que se antojaban de Sísi-fo: Reyes lo hizo y sus traducciones no sonsólo fieles sino deleitosas. Reyes tenía esarara facilidad, que en él se hacía una felicidad,de encontrar, como prestidigitador, la palabraque hechizaba en la traducción el verso. Amenudo, al leer su prosa o sus traducciones,advertimos esa palabra, que parecía moraren un oscuro rincón del diccionario, y que él

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recobró para darnos un texto vivo, un texto envivo. Reyes hizo con Mallarmé una hermosaaproximación cercana.

Una traducción que se cita a menudo es lade Jorge Guillen de El cementerio marino.Aún más: No pocas veces he oído a poetas,que no conocen el francés, decir que han sidoinfluidos por el texto. Para mí, la traducción deeste poema es tarea casi imposible. Guillentrató de recobrarlo a través de endecasílabosblancos. He revisado esta traducción conmucho detenimiento y no hay una sola estan-cia en donde no haya limitaciones o deforma-ciones: o porque faltan palabras, o no hay lacorrespondencia rítmica o se tomó algunalibertad dudosa. O yéndome hacia otra direc-ción: a partir de El cementerio marino, JorgeGuillen hizo otro admirable poema. Sin tantaspretensiones, pero siendo fiel a los versos, lapoeta argentina Ana Lía Schifis vertió bella-mente este poema (Nusud, Buenos Aires,1995).

7. TIPOS DE TRADUCCIÓN

Voy a comentar a continuación siete dis-tintas formas de asumir la traducción.

7.1. La traducción como creación

Es cuando el autor traduce fielmente a unpoeta de otra lengua dándole al mismo suestilo personal. Pongamos, por ejemplo, loscasos de Borges y Paz. Cuando uno lee loslibros en prosa que tradujo Borges(recordemos Un bárbaro en Asia, de HenriMichaux, o el Oriando, de Virginia Woolf, oLas palmeras salvajes, de William Faulkner),o la antología de poemas que hizo de WaltWhitman, uno siente la doble delicia: el estilode los autores y el estilo del gran bibliotecarioargentino. En ellos están los adjetivos, epíte-tos o fórmulas borgeanos habituales, que unose ha acostumbrado a leer en una obra queparece un castillo de líneas geométricas ymuros y techos, transparentes. Recuerdo queBorges decía que había leído el Quijote eninglés cuando era niño y que, al leerlo más

tarde en español le pareció una traducción delinglés; no llegaré a ese extremo, pero diréque a mí el Whitman que recuerdo más, elque siento más próximo, al que me he habi-tuado, es el que tradujo Borges. Cuando loleo en inglés me parece que es otro poeta yno Whitman el que leo. Por demás, se sabemuy bien, uno no llega a apreciar tanto unpoeta en otra lengua como en la suya propia.

Otro poeta de vuelo que es un gran tra-ductor es Octavio Paz. Por desgracia su laborde traductor no ha sido tan extensa como suobra en poesía o en ensayo y crítica. En losaños setenta publicó un hermoso libro, Ver-siones y diversiones, que recopilaba, si no meequivoco, su dispersa faena de traductor, queincluía lo mismo textos líricos de John Donneque de William Carlos Williams, de FernandoPessoa que de Georges Shehadé, de suecosy húngaros que de japoneses. En Paz, tengola impresión, no ha habido, como en Bonifazcon los griegos y latinos o Guillermo Fernán-dez y Horacio Armani con los italianos, unavasta labor calculada; la selección de lastraducciones las ha ido dictando un poco elazar: las lecturas en un tiempo determinadode los poetas de países en los que residió odescubrimientos y revelaciones aquí y allá.

Pero no podemos olvidar aquí a grandespoetas que fueron también traductores deesplendor: ¿Quién no recuerda la labor deBaudelaire y Mallarmé traduciendo a Poe o aRilke traduciendo a Elisabeth Barret Browningy a Paul Valéry, o a Eliot a Perse, o entrenosotros, a Cemuda trayendo al español loscantos hölderiinianos, o a Neruda, dándonosuna deleitosa versión del Romeo y Julietashakesperiano, o al mexicano Xavier Villau-rrutia, vertiendo con gran belleza el Matrimo-nio del cielo y del infierno, de William Blake, oEl regreso del hijo pródigo, de André Gide, olos argentinos Girando y Molina, entregandola más viva y brillante versión de Una tempo-rada en el infierno, la cual, de haber conocidoantes, no habría iniciado siquiera la mía. Ypermítaseme aquí esta aproximación: DesdeEspaña a México, pasando por el Caribe,Centroamérica y Sudamérica, se hace, consus lógicas variantes y adaptaciones, un solo

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y múltiple poema en español traducido detodas las lenguas posibles. Es nuestra grancontribución a Babel. Es una suerte poderleer en la misma lengua traducciones de uncubano o un argentino o un chileno o un me-xicano o un español. Hay un esplendor fasci-nante en esta imagen.

7.2. Traducción literal

Creo que el anhelo de todo traductor esque el objeto verbal de la lengua fuente serelacione y sea lo más posible a la lengua quese vierte. Que los ritmos, sonidos, ecos, reso-nancias, huecos, murmullos, susurros, silen-cios, colores, los dobles o triples significados,los matices, tengan una máxima aproxima-ción. La traducción perfecta en poesía esimposible; al menos que se desdibuje o des-musicalice lo menos que se pueda. Comolector y traductor confieso mi aprecio e incli-nación por este tipo de trabajo. No hablo, porsupuesto, de la traducción a la letra, donde nose oye nada o muy poco, y que suelen hacera veces académicos o universitarios con oídode piedra. Respetan palabra por palabra eltexto pero no respetan la poesía. En retóricaesto se llamaría metáfrasis, y Eisa T. de Puc-ciarelli3 la define como «la traducción literalque se propone reproducir el sentido sinpreocuparse del aspecto estético o poéticodel original». Me vienen rápido a la memoriados casos: la traducción de los Cantos deEzra Pound, hecha por el profesor mexicano-estadounidense José Vázquez Amaral(Editorial Joaquín Mortiz, 1975), literalmenteirreprochable, pero donde el canto se vuelveuna música apagada, y la traducción al italia-no de Livio Bacchi Wilcock de los Poemas(Poesie, 1923-1976) de Jorge Luis Borges,donde quedaron las palabras borgeanas perono el estilo y la música personalísimos delgran bibliotecario.

Aun en la traducción literal existen dostipos. Voy a poner para el caso un ejemplomuy especial. En la Universidad NacionalAutónoma de México, en el Instituto de Inves-

' ¿Qué es la traducción?, 1,13.

tigaciones Filológicas, hay una amplísimacolección de poetas, escritores, filósofos,moralistas e historiadores griegos y romanosque se ha venido formando dése hace lus-tros. Es ya una auténtica Biblioteca de autoresde la Antigüedad. Los libros de poesía, uni-versitariamente rigurosos, contienen un deta-llado prólogo y unas notas finales con co-mentarios verso por verso de la versión origi-nal y de la versión traducida.El criterio central es que la traducción sealiteral y en verso, pero en la literalidad existendos vertientes: quienes lo hacen siguiendo elesquema de construcción griego o latino yquienes lo hacen siguiendo una estructuramás apegada al español moderno. En elprimer caso, en un español helenizado olatinizado, el ejemplo por antonomasia es unode nuestros poetas mayores, Rubén BonifazÑuño, quien fue el fundador del Instituto y dela colección (que es ya una verdadera biblio-teca), y quien ha traducido la ¡liada, las odaspindáricas, una selección de líricos griegos, ylas obras completas de Lucrecio, Virgilio,Propercio, Catulo y Horacio. Abundan loscasos asimismo, dentro de la colección, quesiguen la otra vertiente, es decir, más haciaun español moderno.

Como dije, yo aprecio en especial este tipode trabajo y cuando leo traducciones de poe-sía estimo altamente que se respete conescrúpulo lo que el poeta puso en su texto yno lo que el traductor cree que quiso ponerPienso, para esto, en versiones como la deUna temporada en el infierno, de OliverioGirando y Enrique Molina; en la antología delos himnos tardíos hölderiinianos, traducidapor Norberto Paz Silvetti; en los Cantos Óríi-cos de Diño Campana, en la versión de Gui-llermo Fernández; en las Elegías de Rilke,vertidas por Juan Carvajal y Lorenza Fernán-dez del Valle, o en El cementerio marino,según la traducción de Ana Lía Schifis. Lamejor definición sobre este tipo de traducciónla dio Heidegger: «Cuando la traducción esliteral no por eso es fiel a la palabra. Lo escuando los términos se adaptan al lenguajede las cosas».

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7.3. Traducción libre

Me parece que es una variedad de la tra-ducción como creación y de la traduccióncomo obra personal. Se llama también«librismo» y es quizá el caso más represen-tativo de las «bellas infieles». En esta traduc-ción se parte del texto original, pero despuésel traductor se da amplias libertades hastahacer un poema más suyo. Podemos recor-dar en el siglo XX los ilustres casos de EzraPound y sus versiones de Guido Cavalcanti,de Francois Villon o Li Po, de Ungarettiadaptando a Góngora, a Shakespeare y a lospoetas brasileños, o a Quasimodo vertiendo alos líricos griegos. Más hacia atrás en eltiempo hay ejemplos altamente representati-vos. Uno, es el del poeta inglés EdwardFitzGerald, quien en 1859 publicó en formaanónima los Rubaiyat del poeta y astrónomopersa Ornar Kháyyaam, los cuales consisten(precisa Borges) «en un centenar de coplassueltas, rimadas aaba. FitzGerald hizo conellos un poema, traduciéndolo libremente yponiendo el principio de las estrofas que serefieren a la mañana, a la primavera y el vino,y al fin, los que hablan de la noche, la deses-peración y la muerte».4 Otro gran modelo, eneste caso en castellano, es el Cantar de losCantares, de Salomón, en la bellísima entre-ga de Fray Luis de León, la cual, pese a todaslas grandes libertades que se tomó el traduc-tor, es la que ha quedado en la memoria delidioma y de la poesía. Traducida en 1561,para que pudiese leerla una religiosa delconvento de Sancti Spiritus de Salamanca, lapeligrosa tarea le costó a Fray Luis una con-dena de cinco años de cárcel ordenada por laInquisición. Pasado ese cruel pormenor, elpoema lo seguimos leyendo, pues se hizocon materias de para siempre. En una notapreliminar de 1970 para la publicación deltexto por Rodolfo Alonso Editor, Jorge Guillendice sobre Fray Luis y el poema: «Pero es ellírico quien, dominando el conjunto, va a tra-ducir y comentar por consiguiente, en suidioma vivo. Este Cantar de los Cantares,

4 Introducción a la literatura inglesa, Buenos Ai-res, 1965, p. 47.

iniciación de una gran carrera, pese a tantasprohibiciones, no puede hablar sino castella-no».

7.4. La traducción como obra personal

Es aquélla en las que el poeta consideralos poemas traducidos como parte de supropia obra, y hay casos aun que los incorpo-ra entre o al final de sus libros. Esto lo hicie-ron, si mal no recuerdo, poetas románticosingleses. Es decir, es tanta la afinidad quesiente el autor con los poemas traducidos,que ya acaban siendo parte de su sensibili-dad, de su imaginación, de su recuerdo, de sumisma sangre. Fue como un proceso lento yasombroso de revelación. Al irlos traduciendoverso por verso, al ir viendo el conjunto,sienten que eso va siendo suyo, se vuelvesuyo, pese a que otro, a quien seguramentenunca han visto en su vida, lo haya escrito. Escomo si se tuvieran dobles que escriben pornosotros en otro idioma. Sería interesantesaber cuál es el poema que siente más elpoeta que es traductor: el de la lengua originalo el que él puso en su lengua, o acaso, losdos. Alguna vez al preguntarle al poeta ale-mán Reiner Kunze, detallado traductor depoetas checos, sobre esta cuestión, me repu-so que no hallaba distinción entre los poemasque traducía y su obra creativa. Dos poetasmexicanos, Rosario Castellanos y José Emi-lio Pacheco, han incorporado también poe-mas traducidos a sus libros de poemas.Baste recordar de Rosario la segunda GranOda de Paul Claudel, que tiene al agua comomotivo, y poemas de Emily Dickinson, encuyo extraño y solitario mundo quizá encon-traría algunas semejanzas.

7.5. Traduccióndesde una estructura plurilingüe o

traducción de la traducción

Hay un amplio número de casos en queun traductor, desconociendo la lengua fuente,vierte a su lengua, adaptando versiones deidiomas que conoce, el poema o los poemasque admira. Es una práctica más o menos

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común. Para el caso voy a citar el que espara mí ejemplo por antonomasia. Se hadicho, con buena o mala fe, que Alfonso Re-yes conocía casi todo sobre Grecia pero muypoco del griego antiguo, y quizá sea cierto; sinembargo, su versión, o como el lo llamó, sutraslado, de las diez primeras rapsodias de la¡liada, recreados en alejandrinos rimadoscomo aire, es de una fuerza exaltada y de unabelleza arrebatadora. Los versos fluyen contal naturalidad que se leen como si hubieransido escritos en español. Es la primera vezque un mexicano nacía, aun si incompleta,una traducción o traslado en verso de eselibro que es la piedra de fundación de la poe-sía occidental. Reyes conocía extraordinaria-mente el inglés y el francés y probablementeleería algo o mucho (lo ignoro) el italiano y elalemán. Es probable que de traducciones dela Ilíada en estos idiomas y de versiones enprosa que existían en español haya hecho sutraslado. Hace unos lustros, para mis clasesen la universidad, realicé un cotejo de sutraslado con traducciones en inglés, francés eitaliano y noté que Reyes fue respetuosísimodel sentido de la letra y le dio asimismo labella forma. Reyes, según el parecer de Bor-ges y Bioy Casares, tenía la mejor prosa,pero como poeta, ya lo hemos dicho, fue detono bajo. Las rapsodias que vertió de laIlíada, como en el caso de FitzGerald con lascoplas de Kháyyaam, representan el granpoema que no escribió.

Octavio Paz y José Emilio Pacheco hanhecho versiones de poemas a partir de otrosidiomas para acercarse al poema que gustanen lengua original: Pacheco, por ejemplo, delpolaco o del griego moderno, y Paz del japo-nés, el chino, el sueco o el húngaro.

7.6. Traducción como adaptaciónmoderna de un texto antiguo

en la propia lengua

¿Puede ser esto? ¿Puede darse una tra-ducción al mismo idioma? ¿Hacer una ver-sión moderna de un poema antiguo, puedeconsiderarse un tipo de traducción? Recor-demos para esto dos ilustres casos: lo que

hizo Alfonso Reyes con el Myo Cyd, vertién-dolo en prosa, o lo realizado por Henry W.Longfellow, versificando pasajes de la Histo-ria de los reyes de Noruega, de Snorri Sturlu-son.

7.7. Adaptación

Es el caso de esas traducciones que confines didácticos resumen o abrevian los tex-tos, tomándose amplias libertades en la for-ma y los contenidos para hacerlo. ¿Cuántasveces no hemos encontrado abreviados enlibros más pequeños y regularmente en prosala Ilíada, la Odisea, la Eneida, La divina co-media, El paraíso perdido o el Fausto? Sufunción, antes que estética, es familiarizar aniños, adolescentes o lectores no avezados,con las anécdotas e imágenes de las piezasde fundamento de la tradición poética.

8. LA TRADUCCIÓN Y SUS PERÍODOS

Al leer la cita, y teniendo en cuenta la auto-ridad intelectual del autor, resulta casi mag-nética, la recomendación de T. S. Eliot de quecada generación traduzca a los clásicos o alos autores importantes. Pero como se sabe,ocurre a menudo que pasan una o variasgeneraciones sin que se traduzca a un granautor y en algún período pueden surgir dos omás traducciones de excelencia. Por ejemplo,a fines de los años sesenta, cuando empeza-ba a escribir poesía, circulaban muy bien enMéxico traducciones de libros o poemas deEliot, de Pound, de Rilke, de Pessoa, de Rim-baud, algo de Éluard, algo de Michaux... Enesos años circulaban unas bellas edicionesde la Editorial Fabril. Allí leí por primera vezlibros de poemas (tome alguna familiaridad)de Ungaretti, Pessoa, Pound, Michaux yotros. Tenían de principio una limitación: noeran bilingües. En esos años, que yo recuer-de, circulaban al menos dos antologías depoemas de Femando Pessoa: la del argenti-no Rodolfo Alonso (en esta colección) y la deOctavio Paz, en la colección Poemas y Ensa-yos de la Universidad Nacional de México.

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Marco Antonio Campos

Por azar leí primero la de Alonso y no sécuantas veces la releí como fascinado. Esospoemas parecían escritos para mí en esemomento. Más: puedo decir que selló en algomi primera poesía y me dejo alguna huella enmi pesimismo vital. Desde luego no vamos acomparar ni como poetas ni como traductoresa Paz y a Alonso, pero por ese accidente enel tiempo el Pessoa que ahondó en mí fue elde la traducción de Alonso. Pasados los años,al ir aprendiendo un poco de portugués, alreleer y cotejar las versiones de Alonso, me dicuenta que tenía errores de traducción y quelos ritmos eran más bien apagados. Es decir,por una parte, había sido influido por un tra-ducción que podría calificarse de regular, ypor otra, me convencí que un gran poetaresiste incluso las deficiencias de sus traduc-tores.

En esa misma colección descubrí un pocofuera de tiempo la admirable traducción deOliverio Girando y Enrique Molina de Unatemporada en el infierno, la cual, como dije,de haberla conocido antes no habría iniciadola mía, y casi al mismo tiempo se editaría enArgentina la de Raúl Gustavo Aguirre (CentroEditor de América latina, 1969), y en Madrid,en 1970, en la Biblioteca Edaf, la de EnriqueAzcoaga, y poco después, en Visor, la delpoeta Gabriel Celaya, y así, y desde enton-ces, con escasa diferencia de tiempo, no handejado de publicarse traducciones de esterabioso y radiante poema. A la verdad, lo quequiero decir, es que las traducciones, másallá del consejo eliotiano, dependen muchodel azar y de ¡a sensibilidad de la época, amenos que haya un instituto que, como en elcaso de Investigaciones Filológicas de laUNAM con los griegos y latinos antiguos,programe sistemáticamente su tarea.

9. LA POESÍA Y EL LIBRO

9.1. Poesía y editoriales

Contra los corifeos y los exaltadores delmarketing, contra el desprecio de los grandeseditores que se han engranado al capitalismo

salvaje, creo que en los últimos años algunosentusiastas o fervorosos de la poesía hanfundado y sostenido pequeñas editorialesdonde publican libros y revistas modestospero hermosos. Pasa esto en varios paíseseuropeos. España es un buen ejemplo deesto, aunque también tienen y sostienen edi-toriales medianas con buena capacidad deexportación como Visor, Hiperión y Río Nue-vo, donde han publicado una amplia gama depoetas de varias lenguas y de la nuestra. Delas tres la más apreciable que encuentro esHiperión. Sin embargo, reservo mi juicio so-bre buen número de traducciones de la Edito-rial Visor, la cual parece haber contratado aveces, en lugar de traductores, a peluqueros,ebanistas o empleados de oficina. Las edicio-nes bilingües que confrontan las versiones,son en este caso acusadoras.

En México, en los últimos años, las mejo-res editoriales de poesía han sido las peque-ñas; las editoriales grandes, sobre todo elFondo de Cultura Económica (para qué ha-blar de las abiertamente comerciales), hanentrado al curioso juego del marketing en untiempo en que a los lectores, por demás,debe buscárseles con lupa. La editorial quemás destaca, la que ha sostenido una mayorcalidad en sus traducciones a lo largo de losúltimos años, es El Tucán de Virginia. Otras,donde se hacían bellas ediciones de poetasmexicanos y latinoamericanos, como El Equi-librista y Toledo, debieron vender o cerrar.Completan esta tarea sobre todo las universi-dades públicas, siendo las principales laUNAM, la UAM y varias universidades deprovincia. Publicar en las universidades tienedos desventajas: mala distribución y cambiosde autoridades cada cierto período. En esesentido lo bueno de las pequeñas editorialeses la defensa de sus libros y autores. Loslibros, aunque poco rentables, son, de cual-quier modo, su pequeño capital. La labor deestas pequeñas editoriales, en un momentoespecialmente penoso para la poesía, es deun altruismo conmovedor. Son quienes máspreservan ese sueño o esa cosa alada que esla poesía. Tarde o temprano, estoy seguro, lapoesía recobrara su antigua importancia en el

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mundo, como la tuvo entre los judíos, en laantigüedad grecorromana, en los siglos de lostrovadores o en el México prehispánico. Fueentonces una vía de instrucción histórica oreligiosa, o de teatralizar los dramas y come-dias humanos, o una forma de expresar ínti-mamente nuestra existencia en la tierra y laexperiencia existencial de los otros, o de jue-go y ornato... La poesía, en la palabra escritay oral, es la forma más elevada. Aun lasgrandes novelas (pensemos en el Quijote, enRojo y Negro, en Los prometidos, en La gue-rra y la paz, en Pedro Páramo, en Cien añosde soledad) son vastos poemas en prosa.

9.2. Las ediciones bilingües

Yo creo que una de las buenas cosas en latraducción moderna es la edición bilingüe depoesía. Desde muy joven me fui habituando aesta suerte de ediciones, y ahora me resultadifícil y aun enfadoso leer los libros que sólocontienen el poema traducido. Claro que estono distrae la lectura pero a menudo, al leer,nos preguntamos si no estamos siendo en-gañados. «Esto no suena», decimos, o «creoque esto está mal sintácticamente», o «estapalabra parece no encajar aquí», y puede sercierto o no. Sólo sabemos si nuestra intuiciónfue acertada al cotejar la traducción con losversos originales. Hablo, claro, de idiomasque uno lee, porque si me ponen en ediciónbilingüe poemas en idiomas eslavos, africa-nos o asiáticos estoy dispuesto a creerlestodo.

Pero las ediciones bilingües tienen la ven-taja que, si se conoce la lengua fuente, po-demos hacer al menos tres lecturas: la de laversión original, la versión traducida y la lectu-ra comparativa. A partir de allí podemos leero estudiar un poema o varios, en orden suce-sivo o irregular, o algún fragmento o estancia,en fin, las rotaciones que se quiera. Las edi-ciones bilingües habrían encantado a Valéry:podría ver, en alguna medida, los medios porlos que el traductor se encaminó a versos, apasajes, al poema mismo. Las edicionesbilingües incitan todo el tiempo a este prácti-ca.

10. CONCLUSION

Por último, yo quisiera sólo decir que há-gase como se haga la tarea, el fin de un tra-ductor es hacer bien las cosas. Que las len-guas se hablen y todos podamos comunicar-nos y entendernos, por la palabra oral o es-crita, en los pasillos, salas, escaleras y cuar-tos de Babel. Y para eso se necesitan innu-merables traductores. Como es imposiblesaber todos los idiomas, siempre habrá al-guien que traduciendo memorice o preservelo que dijo otro, mientras llega el momento deque la obra vuelva a circular y tener impor-tancia, no importa si esto ocurre en esta ge-neración o en la siguiente o dentro de variossiglos. Todos los que conocemos al menosuna lengua o dialecto ajenos a la lengua ver-nácula, tenemos, si somos traductores, laoportunidad de que el innumerable tejido delenguas siga vivo y en vivo. Cuidemos de quelas obras que vertamos guarden su precisióny su belleza para salvarlas de la confusión.

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