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TIEMPO DE PERRO Patrice Nganang El Aleph · ElCobre

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  • TIEMPO DE PERRO

    Patrice Nganang

    E l A l e p h E l C o b re

  • E d i c i o n e s E l C o b re

  • TIEMPO DE PERRO

  • C o l e c c i n C a s a f r i c aT t u l o o r i g i n a l : Te m p s d e c h i e n L e S e r p e n t P l u m e s , 2 0 0 1D i s e o g r f i c o : G . G a u g e r

    P r i m e r a e d i c i n : n o v i e m b r e d e 2 0 1 0 d e l a t r a d u c c i n : M a n u e l S e r r a t C r e s p o

    L a e d i c i n d e e s t e l i b r o h a s i d op a t r o c i n a d a p o r

    L a C o l e c c i n C a s a f r i c a r e s p o n d e a l o s o b j e t i v o s d e l P l a nN a c i o n a l p a r a l a A l i a n z a d e C i v i l i z a c i o n e s

    d e e s t a e d i c i n : G r u p E d i t o r i a l 6 2 , S . L . U . ,E l A l e p h E d i t o r e sP e u d e l a C r e u , 4 , 0 8 0 0 1 B a r c e l o n ac o r r e u @ g r u p 6 2 . c o mw w w. g r u p 6 2 . c o m

    F o t o c o m p u e s t o e n T G AI m p r e s o e n B o o k p r i n tD e p s i t o l e g a l : B - 4 1 6 1 2 - 2 0 1 0I S B N : 9 7 8 - 8 4 - 7 6 6 9 - 9 7 1 - 3

    Q u e d a n r i g u r o s a m e n t e p r o h i b i d a s , s i n l a a u t o r i z a c i ne s c r i t a d e l o s t i t u l a r e s d e l c o p y r i g h t , b a j o l a s s a n c i o n e se s t a b l e c i d a s e n l a s l e y e s , l a r e p r o d u c c i n t o t a l o p a r c i a ld e e s t a o b r a p o r c u a l q u i e r m e d i o o p r o c e d i m i e n t o , c o m p r e n d i d o s l a r e p r o g r a f a y e l t r a t a m i e n t o i n f o r m t i c o , y l a d i s t r i b u c i n d e e j e m p l a r e s d e e l l a m e d i a n t e a l q u i l e r op r s t a m o p b l i c o s .

  • TIEMPO DE PERRO

    Crnica animal

    Traducc in d e l f r anc s d e Manue l S e r r a t C r e spo

    E l A l e p h E d i t o r e s

    E l C o b r e

  • Este libro est dedicado a un hombre:Muepu Muamba

  • L I B R O P R I M E R O

    L a d r i d o s

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    C a p t u l o I

    1 .Soy un perro. Quin si no yo puede reconocerlo contanta humildad? Porque no me reprocho nada,perro se convierte slo en una palabra, un nombre:es el nombre que los hombres me han dado. Pero heaqu que he terminado por acostumbrarme. He acaba-do reconocindome en el destino que me otorga. Enadelante perro forma parte de mi universo, pues hehecho mas las palabras de los hombres. He digeridolas construcciones de sus frases y las entonaciones desus palabras. He aprendido su lenguaje y coqueteo consu modo de pensar. Me he acostumbrado incluso a laarrogancia de sus rdenes. Quin habra podidosiquiera imaginarlo antao? Obedezco sin rabia algu-na cuando mi dueo me llama, aunque lo haga siem-pre remoloneando un poco.

    Eso no siempre fue as. Al comienzo, senta unaherida hasta en las palabras ms anodinas de los hom-bres. Cualquier orden me ensangrentaba la mirada. Aveces incluso oa mi nombre como un insulto, confun-da una llamada con un escupitajo mocoso. Perroera entonces una de las innumerables cosas humanasque me estrangulaban, me decapitaban, me despanzu-rraban, me desdentaban, me enlodaban, me mataban,

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    me enterraban. Y es que me indicaba la arrogancia delos hombres cuando denominan el mundo, cuandodan un lugar a las cosas a su alrededor y les imponenla orden de callar. Me indicaba, cada vez que era pro-nunciado con respecto a m, que formaba parte deluniverso humano, que haba dejado de ser lo querealmente soy, que no tena en absoluto derecho a lapalabra.

    Con la edad, me acostumbr a ese nombre degra-dante con el que los hombres me designan. Para decir-lo todo, realmente me acostumbr a l el da en que midueo, Massa Yo, me llev a casa de un veterinariopara que me curase.

    Seor veterinario dijo l desolado, mi perroest enfermo. Cuando lo llamo, se arroja sobre m eintenta morderme.

    El veterinario no pregunt nada ms. Dijo una odos frases de las que slo entend la palabra rabia ysac una larga aguja negra. Aquel da, comprend queera preciso responder de mi nombre para sobrevivir.Agit la cola, agach las orejas, cerr los ojos y estir ellomo. Incluso me levant sobre las patas traseras y mepuse a bailar. El veterinario detuvo entonces su aguja,asombrado, y me acarici la cabeza y el lomo. Luegose ri, divertido por mi actuacin. Dijo que yo era unbuen perro y ronrone de placer. No me inyect nada.Haba establecido una larga lista de estofados aroma-tizados que, supuestamente, calmaran mis nervios.Haba recomendado ante todo conservas para perros,que mi dueo podra comprar por quinientos francosen Score. Massa Yo se haba rascado la cabeza, habareflexionado unos instantes, pero dijo que tena toda-

    Tiempo de perro

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    va medios para alimentarme: Siempre que mi salariollegue, haba subrayado.

    El nombre que mi dueo me dio es, de hecho,Mbudjak, que significa: mano que busca. No spor qu me halaga este nombre, ni por qu lo prefie-ro al de perro. En realidad, tendra que rebelarmedel mismo modo pues, como perro, no me liberade la larga correa humana. Acaso no supone quetambin yo tengo una mano? No supone que soy lamano de mi dueo? Sin embargo nosotros, los perros,tenemos tambin una faceta vanidosa. Pues, a fin decuentas, prefiero Mbudjak a perro, por pura va-nidad: ese nombre me da cierto ascendente sobre midueo. No slo me convierte en un gua ilustradosino tambin, y sobre todo, en su mano infalible, subrazo visionario del camino, omnisciente del peligropor venir, y eso me alegra. Me siento honrado por lasensacin que mi nombre me da de mostrar a loshombres el pdico escondrijo de la verdad, y de seryo tambin un timonel.

    Por mucho que sea slo un perro, no soy gilipollas.S que nunca he guiado a nadie. S que slo mi dueodecide el camino y la longitud del recorrido que vamosa seguir cada vez que, despus de su trabajo, sale con-migo a pasear hacia la Cantera. Nunca antes de nues-tros paseos, pero nunca, nunca, me dice adonde ire-mos. E incluso en el bosque, por mucho que brinqueyo por delante de sus pasos, por mucho que corra envanguardia ante l, le oigo ya gritar mi nombre cuan-do me aparto del camino que haya trazado slo en sucabeza:

    Mbudjak, aqu!.

    Ladridos

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    A veces Massa Yo se limita, incluso, a silbar: fiu!No s por qu el reflejo de mi carne me devuelve deinmediato a sus pasos. Muy a menudo, adems, mismovimientos estn limitados por una cadena que meata a su voluntad. Y es que soy su perro. Reconozco detodos modos que mis asiduos paseos hacen ladrarde envidia a los perros de nuestro barrio. No es cier-to que tu dueo tiene dinero?, ladran a nuestro paso.

    Qu has visto ya.Y yo les respondo, divertido:Acaso un grande es un pequeo.Una vez, durante nuestro paseo, un perro del barrio

    vino a olfatearme el trasero. Tena la piel roda desarna y una escolta de moscas endiablaba su presencia.Era como si le despellejaran vivo. Mi dueo le expulsde malos modos.

    Bo-o, lo haces con l? me pregunt el perrosarnoso cuando estuvo en lugar seguro. Por qu tequiere as, que?

    Ladr una risa llena de irona. Me di pisto, altivo.No dej de rer. Deca que, sin duda, yo era la mujerde mi dueo, que ningn hombre en Madagascar1 sepaseaba nunca con su perro, que ningn perro vaga-bundo recordaba haber visto algo as. Afirm que sloyo saba cul era el precio de aquel trato de favor.Aadi que poda callar si lo deseaba, que mi culocharlatn deca lo que mis fauces queran callar. Quemi trasero agua-agua era prueba de mi condicin.

    Tiempo de perro

    1. Barrio popular de Yaund que no debe confundirse, en el texto,con el pas del mismo nombre cantado por el poeta Jacques Rabe-mananjara. (Todas las notas son del autor.)

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    Haba que callar esas calumnias de raz. Brinqu conmis patas. Mi dueo me llevaba de la correa. Comencuna frase. Comenc mil frases a la vez. Mov la cabezay prefer callar. S, es preciso callar simplemente lo queno puede decirse. Me tap las orejas y segu mi camino,detrs de mi dueo.

    Yo, su perro.

    2 .En abril de 1989, Massa Yo fue comprimido.2 Comosi hubiera en ello alguna lgica, perdi tambin suscostumbres paseantes. Aovillado a partir de entoncesen el negro pozo de su crisis, mortificado por elrecuerdo de la holgura de la que se haba visto abrup-tamente destetado, emasculado por el bobolo3 secocon cacahuetes tostados que ahora deba comer por lamaana, a medioda y por la noche, mi dueo no ten-da ya su mano hacia m para acariciarme la cabeza.Quin dijo acariciar? Incluso llamarme por mi nom-bre haba muerto en su boca. Incluso prefiero no decirque las conservas de Score, aunque a veces las com-praba, lo haca para l mismo y para su familia, puesera carne de precio abordable an con respecto a laque habra comprado en un carnicero maguida4 delbarrio. Me adapt a mi devaluacin. No fing unanueva rabia para forzarle la mano, pues comprendasu problema.

    Ladridos

    2. Qued en paro.3. Bastoncillo de yuca.4. Originario del norte del Camern.

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    A pesar de mis silencios, Massa Yo adquiri muypronto la costumbre de insultarme: Parsito!, decacuando yo iba a frotarme con sus pies. Sal fuera!.

    Tomaba uno de sus zapatos y lo lanzaba contra m.Lrgate de aqu, nyu nyu Calaba!5 deca tam-

    bin, a veces.Olvid muy pronto la edad de oro de nuestra rela-

    cin. Comenc a evitarle, para escapar a intiles esca-ladas de violencia. En realidad, haba acabado hartn-dome de ser su sufrelotodo ideal: su chivo expiatorio.Cada vez ms, cuando se acercaba a m, simplementehua. Rozaba las paredes para que no viera mi sombra.Corra a ocultarme entre las malolientes casas de labarriada. Me encontraba all con los perros vagabun-dos de ojos reventados y aureola de moscas. Pasaba,cada vez ms, mis das con ellos. Su compaa, sinembargo, no era una ganga. Queran saber qu ameni-zaba mi vida en casa de mi dueo. Se engolosinabancon las peripecias de una vida de perro domstico. Erala primera vez que franquebamos nuestras respectivasclases para hablar como hermanos. Decan que yotena suerte. Y yo, dominado por la vergenza, no lesconfesaba que mi felicidad se estaba haciendo cada vezms incierta. No quera quemarme ante su envidiosamirada. A veces, no voy a decirlo, alababa incluso lascualidades de mi dueo.

    Massa Yo puede alimentar a todos los perros deeste barrio les deca.

    Tiempo de perro

    5. Mascarada del oeste del Camern y de Nigeria (Calabar). Porextrapolacin: espritu malfico.

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    Y me asombraba que me creyesen. Por fortuna,nunca vinieron a esparcir su charlatana gazuza ante lacasa de Massa Yo. Yo les haba dicho que mi feudo erasagrado, y me haban credo. Se limitaban a envidiarde lejos mi felicidad y, a veces, para chincharme, meacusaban de ser un perro pequeo burgus. En reali-dad no eran malos conmigo. Yo me aprovechaba desu amistad y callaba mis humillaciones en familia.Cuando regresaba a casa de Massa Yo, encontraba sumaligna mirada. Apenas si no deca: Has regresado,eh? Crea que te marcharas definitivamente.

    Sospechaba que quera entregarme a los Serviciosde Higiene pero que le faltaba valor para hacerlo.

    Una vez, dorm fuera durante varios das. Les dije alos perros del barrio, extraados de que no les aban-donara al caer la noche, que quera probar sencilla-mente el estilo nangaboko6 de vida para comprender-les mejor.

    Por solidaridad canina aad.Ests seguro de que slo es por solidaridad?

    me pregunt una perra cuyas mamas barran el suelo.Para que la verdad de mi miseria no saliera a la luz,

    evit durante el tiempo que dorm fuera la mirada demis congneres. Las calles tenan siempre algn restopara mi estmago y el barrio era muy grande. Encon-tr en un arroyo una gallina aplastada por un coche yarrojada all por un viandante humano. Encontr unarata cuya muerte perfumaba toda la atmsfera. Unperro con rostro de piedra consigui hacerme cantar.

    Ladridos

    6. Sin techo.

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    Haba sospechado la profundidad de mi dolor y merob la confianza ofrecindome su amistad. Cuando leconfes, en un momento de debilidad y sinceridad, quele haba dado a mi dueo con la puerta en las narices,me di cuenta de que era slo, de hecho, un pescadorde informaciones. l disemin mi desgracia entre losperros del barrio.

    Estaba yo cierto da sumido en el apetito que medespertaba un pedazo de cuero mojado cuando escu-ch un ladrido por encima de mi cabeza. Era el perrode pelaje sarnoso que antao haba sospechado que yohaca con mi dueo cosas censurables.

    Ejee! grit, Mbudjak, comes ya cadveresoh!

    Slo para probar su sabor comenc, altivo.Solt su idntica risa irnica.Aqu, fuera, incluso vas a comer la caca! me

    dijo. Cuando lo tenas todo-oh, te hablbamos y nisiquiera nos mirabas. Verdad que te ha llegado elturno de ser ahora el chivo expiatorio de tu dueo?

    A bo dz a dijo una perra tuerta que se habaunido al asombro y a la diversin del perro sarnoso.Vas a ser como nosotros.

    Apart su ojo ensombrecido y me mostr sus colmi-llos rotos. Met la cola entre mis patas. S, se tratabade eso pues: me haba unido al sufrimiento de mis con-gneres y topaba con su incomprensin. No me sopor-taban, pues, por cuanto yo encarnaba, para ellos, laOtra Parte. Pero por qu reprochrselo? Soport apartir de entonces sus ladridos de risa, sus susurros ysu guasa con estoicismo. Al mismo tiempo, descubr elrostro srdido de su mundo del hambre. Aprend en la

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    profundidad de su mierda que la miseria abre de paren par el reino de las alucinaciones. A veces les oacontarse durante todo el da historias de hospitalespara perros, de iglesias para perros, de programas tele-visivos para perros, de comida especialmente prepara-da para perros, de impuesto para el mantenimiento delos perros, de residencias para perros y de cementeriospara perros. Escuchaba sus locuras e imaginaba, algodivertido, la belleza de ese paraso animal que dibuja-ban para matar en su cabeza la roedura en exceso rui-dosa de su estmago. Yo trajinaba cada vez ms eter-namente en los miasmas de su infierno degenerado eiba convirtindome, tambin yo, en un perro vagabun-do. Comparta la penosa condicin de cualquier perrode barriada, pues tampoco yo tena ya perspectivas.

    Mentira si no dijese que sus fantasmas me recorda-ban, a veces, los contornos de aquella felicidad en casade mi dueo, aquella felicidad que su compaa no medevolvera de todos modos.

    Al principio me rea de sus fantasas y les decaincluso, lleno de una irona que obtena de mi pasado:Qu habis visto ya?.

    Slo comenc a defenderme cuando, agotados sussueos, empezaron a reprocharme que hubiese aban-donado el paraso humano. Sin embargo, a fuerza dediscutir con ellos, la imagen de la casa de Massa Yo semodific asimismo en mi cabeza. S, lo reconozco,cuanto ms me devoraba la calle en el laberinto oscuroy maloliente de sus mitos, ms la imagen de la casa deMassa Yo se impona en mi memoria como la de unislote de felicidad, al que no deba renunciar tan fcil-mente. Cuanto ms vea el sufrimiento de mis cong-

    Ladridos

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    neres, ms me reprochaba mi precipitacin. Agitabacon violencia mis orejas, para alejar de ellas las moscasburlonas que me perseguan, me revolva como unloco para morderme la espalda y me deca, molido,que yo, Mbudjak, no mereca dormir en el lodo. S ss, las alucinaciones de mis congneres me mostrabanconstantemente el rostro risueo de mi dueo. Vea aMassa Yo fuera ya de su miseria. Le vea sentado unavez ms en la opulencia funcionaria de la comedura.Le vea a veces con otro perro a su lado, un perro alque tambin haba llamado Mbudjak, por purapereza. S, muy pronto lo vera paseando con Mbudjakpor la carretera de Mbankolo,7 como conmigo antao.Le vea pasar ante m con su perro, sin mirarme. Yoladraba mi envidia en mil injurias.

    Acaso un grande es un pequeo? me respon-da Mbudjak altivo.

    Era as pues: tendido en el lecho de mis arroyos,pensaba con nostalgia en la edad de oro de mi relacincon mi dueo. Me contaba a m mismo chispeantesepopeyas para consolarme, inventaba el mito del perroque llevaba al cuello una anilla de plata. A la larga,olvidaba los momentos de sufrimiento que haba pade-cido en casa de Massa Yo. Un sopapo se esquiva pron-to si sabes hacerlo bien, me deca en mis momentos deprofunda cobarda. Una injuria se traga cuando sabesolvidar, me deca tambin. El escupitajo no huele msque el lodo. Llegaba a reprocharme incluso haber sidodemasiado ingenuo o demasiado idealista, tal vez, nohaber sabido la dureza de la vida. Cuando cierta vez,

    Tiempo de perro

    7. Barrio de Yaund.

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    en una endiablada discusin, o decir: Pero qu ideasa de pasear con una cadena al cuello!, experimentde pronto sentimientos divididos. Era un perro a quienla vida le haba dejado, slo, tres patas el que hablabaas. Prosigui: Aunque me dieran un milln, Al!,me negara a aceptar la esclavitud.

    Le mir, triste. Conoca su historia. Haba perdidouna de sus patas cuando cruzaba la calle y su dueo lehaba puesto de patitas en la calle pues la mujer de stele encontraba cmico y feo. El tullido slo senta yarencor contra los hombres y se deca comunista. Susuerte me asustaba. Sigui diciendo: Adems, slo losperros de los blancos pueden aceptar que los lleven dela correa, o en todo caso los perros de sus lacayosnegros....

    Yo vi chispear una dosis de celos en su mirada: ...porque son perros alienados de su canitud. Entre no-sotros, cada perro respeta celosamente su condicincanina, que es la libertad. Entonces, no me call:Qu libertad? grit. Qu libertad? S, qu li-bertad! Sabes siquiera lo que es la libertad? Es acasola libertad de morir y ser tirado a la basura como si notuviramos alma?.

    Los dems perros soltaron la carcajada. Call misargumentos comprendiendo, demasiado tarde, que sudiscusin slo era, de hecho, un medio para burlarsede m. Me arroj sobre uno de ellos e intent arrancar-le los ojos, destrozarle las fauces. Era preciso que todoslos perros vagabundos del barrio supieran que yo,Mbudjak, no iba a permitir que me humillaran consus insinuaciones sin ensearles los colmillos. Dehecho, le daba a mi cuerpo por nada. De insultos a

    Ladridos

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    exaltacin, de discusiones a peleas, de kongossa8 acalumnias, un buen da decid abandonar su infierno.Prefera a fin de cuentas las cadenas de Massa Yo alobsesivo hedor de las fauces de aquellos chuchos maleducados, me dije.

    Volv a casa de mi dueo sobre todo, y nicamente,para hacer callar en mis odos la chchara de aqullosque, en verdad, no eran mis hermanos. Regres a casade mi dueo, s, sin olvidar levantar mi cola y mis ore-jas, y decir a la degradada poblacin canina de Mada-gascar que su envidia proceda de su miseria. Agitadopor la risa, el perro de tres patas me respondi: Nohables demasiado, vas a volver.

    Le mir de arriba abajo y le ladr que eso ya lo ver-amos.

    3 .Y heme aqu de nuevo pues, una vez ms me aovillabaa la sombra de la casa de Massa Yo. Que yo hubiesesobrevivido a mil miserias no le conmova. Con miregreso, su clera aument. Y yo deba soportar sushumores ondeantes y diversos. Bia boya. Yo habainsultado a mis congneres y ya no poda unirme aellos sin humillarme ms an. Al abandonarles, mehaba condenado a inclinarme ante el cotidiano enojode mi dueo. Para acabar de convencerme, yo habadicho a mi enlutado honor que haba regresado a lacasa de aquel hombre brutal ante todo por la amistadde Sumi. Sumi era el hijo de mi dueo. A pesar de su

    Tiempo de perro

    8. Comadreos.