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“YO NO SOY PAISAJISTA”: Cuatro aproximaciones al proyecto de paisaje urbano

Asunción Rguez. Montejano, arquitecto

Abstract:

Este artículo aborda una reflexión conceptual y metodológica acerca del paisaje urbano como materia de proyecto y estrategia de ordenación e intervención en la ciudad . El recorrido se realiza a través de cuatro encargos profesionales muy diversos en sus objetivos, escala y contenidos, que han permitido modelar algunos argumentos y otras pocas certidumbres en relación a la práctica del paisaje. Ejemplifican este trabajo el Plan Director de Paisaje Urbano de Madrid, el proyecto (proceso) de integración paisajística de las nuevas Plantas Desalinizadoras de la Cuenca Mediterránea, el proyecto de remodelación de la Plaza Mayor de Cáceres y la redacción de un Manual de Paisaje Urbano para pequeños municipios hispano-portugueses. El objetivo de todos ellos es crear paisajes de calidad o tender a ello, proponiendo métodos de lectura, conocimiento y percepción del paisaje que permitan descifrar sus significados esenciales, para intervenir con consciencia, creatividad y responsabilidad. La calidad de los paisajes refuerza la autoestima de los ciudadanos, el sentido de pertenencia al lugar, su conciencia paisajística y su implicación.

Palabras clave:

Paisaje urbano, integración, espacio público, estrategia, cultura.

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“Yo no soy paisajista”. Perdón por el título. Por la labor del paisajista solo siento reconocimiento, admiración y respeto, pero debemos admitir que en castellano no existe una palabra que designe a los profesionales, arquitectos principalmente, que proyectamos ciudades y territorios desde la conciencia plena de lo que son: paisajes.

Creo que no puede haber arquitectura paisajística o del paisaje, porque implicaría que hay otras que no lo son; lo mismo ocurre con el urbanismo. La Arquitectura en sentido amplio y el Urbanismo (que son la misma cosa) con el apellido de paisajísticos o sin él, son paisaje porque nacen de él y lo devuelven transformado. Son solo una fase del paisaje, ni la primera ni la última.

También considero que la integración paisajística, automatismo que últimamente aparece por doquier, no puede ni debe colorear el resultado del proyecto, ni, en el mejor de los casos, corregir el impacto dejando las cosas como eran antes de intervenir; no es así, si la actitud paisajística forma parte del proceso, nada habrá que corregir, ya que la transformación será consciente y el resultado, como mínimo, más interesante y complejo que la situación previa.

El desarrollo de ambas reflexiones será probablemente objeto de otro artículo, sin embargo me sentía en la obligación de comenzar éste con esos dos breves apuntes del manifiesto tácito con que venimos trabajando en los últimos años, que defiende la consideración del paisaje como actitud a la hora de intervenir en ciudades y territorios, pero también como el resultado, efecto o expresión cultural sensible de dicha intervención. Según esto, toda acción transformadora de nuestro entorno, patrimonial por definición, debería acometerse desde y para el paisaje.

La palabra resultado quiere apuntar directamente a la responsabilidad individual y colectiva en la generación de paisajes; el adjetivo cultural pretende recordar la complejidad intrínseca al paisaje como síntesis de procesos de naturaleza múltiple a lo largo del tiempo.

Al hilo de esta afirmación, ¿qué implica y qué implicaciones tiene proyectar/actuar desde la perspectiva del paisaje?

Para desarrollar esta cuestión, conscientemente compleja y difícilmente sistematizable, me apoyaré, como anticipaba, en cuatro trabajos profesionales que han protagonizado esa búsqueda a lo largo de los últimos diez años y que, confío puedan insinuar posibles espacios de interés teórico y metodológico.

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Se trata de proyectos de escalas diversas y objetivos también distintos que hablan de la práctica del paisaje como una especialidad creativa, interactiva, dinámica y necesariamente adaptable a realidades diversas desde una orientación intrínsecamente cultural.

El primero de ellos corresponde a un trabajo “de paisaje” con orientación estratégica y definición multiescalar: el Plan Director del Paisaje Urbano de Madrid (en adelante PDPU), promovido y aprobado en 2009 por el Ayuntamiento de la ciudad. El PDPU es un proyecto pionero en Europa que pretende garantizar la coherencia paisajística del conjunto municipal, abarcando por tanto desde la escala territorial, más narrativa y abstracta, a la escena urbana próxima, erigiéndose en un documento-marco para tutelar, coordinar y condicionar las intervenciones en la ciudad, pero también en una hoja de ruta para el establecimiento de prioridades estratégicas.

El primer reto era conocer la ciudad, ser capaces de descubrirla para describirla y narrarla a través de los elementos que constituyen su estructura paisajística y, por tanto, su esencia como paisaje cultural que toda realidad urbana es. Efectivamente, cada ciudad cuenta con un relato que la hace única, relato que a veces no consigue expresar con claridad a causa de la superposición desquiciada y desatendida de capas en el tiempo; ese hacer y deshacer, adiciones y sustracciones, ciudad-palimpsesto reescrita a base de borrones, oculta muchas veces los datos que forjan su razón de ser.

Pues bien, el PDPU se emplea a fondo en hacer aflorar la estructura que dota de consistencia paisajística a la ciudad, estructura formada por un conjunto de elementos entrelazados que atesoran su entidad geográfica, histórica, evolutiva, cultural, simbólica, etc. sintetizando su carácter y contribuyendo a clarificar la narración.

Para llevar a cabo esta intención, el PDPU diseña un conjunto de PROGRAMAS dirigidos a visibilizar y recualificar estos elementos, así como tutelar las transformaciones que necesariamente sufrirán garantizando la coherencia proyectual.

Los programas más relevantes abarcan los ejes urbanos especiales (programa EJES.ES), que componen del esqueleto histórico que construye la evolución de la ciudad, las puertas (programa IN.MADRID), como significación de los umbrales funcionales y simbólicos que registran el acceso a la ciudad; el programa AURA (acrónimo creado ad hoc) defiende la pervivencia, o creación cuando no existan, de nodos urbanos eferenciales –no utilizo deliberadamente la palabra identitarios-, con diferentes proyecciones y área de influencia: “ningún barrio sin aura”. Los miradores (programa MIRARMADRID), se reivindican como puntos geográficos y

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Canalillo del Este

El conjunto de programas que integran Plan Director del Paisaje Urbano, componen una utilísima hoja de ruta que permite a las administraciones enmarcar, justificar y priorizar las acciones y referenciar las actuaciones urbanas al papel paisajístico que juegan en la construcción del relato de Madrid.

A la escala de la escena urbana, como entorno de percepción inmediata del ciudadano, se optó metodológicamente por la disociación de los elementos o campos que la componen, con el fin de valorar sus condiciones actuales para mejorarlas y lograr lecturas más inteligibles de la ciudad y entornos más atractivos. Así, campos como la pavimentación, las fachadas y nueva edificación, el zócalo comercial, la iluminación, el mobiliario, el arbolado urbano, el arte, la publicidad, el color… en general, todos aquellos elementos implicados en la configuración del espacio urbano, componen el corpus de directrices de diseño del Plan, enmarcada en su definición a cada una de las unidades de paisaje que componen el mosaico madrileño.

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Me referiré ahora a un proyecto de escala urbana, la Plaza Mayor de Cáceres, abordando siempre aquellos aspectos de enfoque paisajístico que justifican el artículo.

La remodelación de la Plaza Mayor no nace como un hecho aislado, a pesar de su evidente necesidad, sino como un proyecto detonante y resonante consecuencia de un plan integrado para el conjunto de la ciudad histórica. Este Plan de Intervención pretendía abordar de forma coordinada el tejido edificado, la calidad del espacio público y funciones como la movilidad, el comercio, el turismo, etc. para mejorar una situación actual dominada por un empobrecimiento progresivo de las condiciones de la ciudad histórica, su paisaje construido y su paisaje social.

La remodelación de la Plaza se propone como acción demostrativa incardinada en un Plan que la arropa y justifica.

La participación del tejido social fue decisiva a la hora de plantear un esquema funcional; los empresarios con intereses en la plaza se implicaron en la caracterización de una propuesta que respondiera a las demandas de ciudadanos y visitantes. El equipo redactor, como mediador experto, se ocupo de la formalización de un conjunto de necesidades que a día de hoy se han mostrado satisfactoriamente cubiertas. El empuje y determinación de los clusters locales fue determinante para la elección de los materiales de construcción, concretamente la pavimentación.

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Imágenes de la Plaza Mayor de Cáceres tras la rehabilitación

La gestión del proceso fue estratégicamente eficaz; el entonces Consorcio Cáceres 2016 lideró acertada y ágilmente la progresión del proyecto, constituyendo una comisión técnico-política donde se citaban periódicamente representantes diversos del ámbito social, económico, político, técnico, histórico, de seguridad y policía, arqueológico, ambiental, periodístico, publicitario... La consecuencia fue un proyecto que nació del conocimiento profundo de la realidad y del consenso y que, a día de hoy, representa un logro del conjunto de los ciudadanos. La Plaza ha mejorado la proyección interna y externa de la ciudad de Cáceres y arrastra consigo un contagio de calidad urbana y económica que amplia cada vez más su radio de influencia desde este núcleo privilegiado.

El resultado formal es lo que se puede ver y por tanto juzgar, aunque lo realmente interesante es lo que no se ve, es decir, un proceso en cierto modo sosegado y reflexivo de proyecto que debe atribuir una buena parte de su éxito a la responsabilidad colectiva, la participación, la coordinación y la gestión.

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Por último una breve referencia a otro trabajo de orden paisajístico, relevante por su naturaleza, escala y función. Se trata de la redacción de un Manual de Paisaje Urbano destinado a los gestores municipales de pequeñas localidades que, hasta el momento, han quedado al margen de presiones inmobiliarias, pero que empiezan a mostrar actitudes estilísticas dudosas copiando a núcleos vecinos turísticamente más exitosos. En este trabajo se trata, una vez más, de mostrar el grado de responsabilidad del quehacer cotidiano de ciudadanos y administraciones en la calidad de la escena. El paisaje no es algo ajeno o externo, sino la consecuencia directa de acciones y omisiones propias, además de un derecho.

El Manual se desarrolló como un documento principalmente gráfico, basado en la selección intencionada de escenas rutinarias que reflejan prácticas dudosas. La disección y análisis crítico de lo observado permite comprenderlo en profundidad e identificar las causas que originan resultados poco satisfactorios.

Se proporciona una imagen del “antes” realista, seguida de fotomontajes de posibles “después” alternativos, que no proponen recetas, sino que promueven a la reflexión. La evidencia de que un resultado atractivo es fácilmente alcanzable, genera confianza en el gestor y orgullo de pertenencia en el ciudadano cuando se logra.

La formulación del Manual ha permitido crear un marco pactado donde los agentes públicos y privados transformadores del paisaje convienen un escenario colectivamente deseado.

Imágenes extraídas del Manual de Paisaje para municipios de la desembocadura del Guadiana

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Los cuatro trabajos seleccionados apuntan una triple necesidad: promover la mejora formativa de profesionales y administraciones en materia de paisaje, promover la introducción de la componente cultural del paisaje en todos aquellos proyectos, planes e instrumentos que incidan sobre nuestro patrimonio paisajístico y, al hilo de lo anterior, promover el diseño de nuevas herramientas alternativas o complementarias a las regladas que incorporen la variable paisajística. Muchas ya lo hacen desde el consenso y la gobernanza, asumiendo la responsabilidad colectiva como motor.

Es esencial que la formación en materia de paisaje impregne el conjunto de la sociedad, para que no solo los que producen paisajes, sino también aquellos que reciben paisajes, desarrollen una conciencia cultural y juicio críticos que les capacite para valorar en su justa medida las transformaciones de su entorno.

Alcanzar una actitud paisajística, implica educar la mirada para comprender significados al percibir, elaborando una síntesis crítica de la imagen percibida y superando el juicio estético inicial que registrará nuestra aproximación primera al objeto.