teoría de la pseudocultura- adorno y horkheimer

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Theodor W. Adorno y Max Horkheimer TEORÍA DE LA SEUDOCULTURA Redacción: Se publicó originalmente en alemán como Theorie der Halbbildung en 1959. Fuente de la traducción al español: T. Adorno & M. Horkheimer, Sociológica, (Madrid: Taurus, 1966) pp.175-199; traducción de Víctor Sánchez de Zavala, revisada por Jesús Aguirre. Fuente digital de la versión en español: www.nodo50.org/dado/textosteoria/ad orno.rtf y Omegalfa.es HTML: Rodrigo Cisterna, 2014 TEORÍA DE LA SEUDOCULTURA [Normalmente traduciremos Halbbildung (literalmente, semiformación o semi cultura), que de ordinario significa seudoerudición, por seudoformación, pues este trabajo se apoya

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Teoría de La Pseudocultura

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  • Theodor W. Adorno y Max Horkheimer

    TEORA DE LA SEUDOCULTURA

    Redaccin: Se public originalmente en alemn

    como Theorie der Halbbildung en 1959.

    Fuente de la traduccin al espaol: T. Adorno &

    M. Horkheimer, Sociolgica, (Madrid: Taurus,

    1966) pp.175-199; traduccin de Vctor Snchez de

    Zavala, revisada por Jess Aguirre.

    Fuente digital de la versin

    en espaol: www.nodo50.org/dado/textosteoria/ad

    orno.rtf y Omegalfa.es

    HTML: Rodrigo Cisterna, 2014

    TEORA DE LA SEUDOCULTURA

    [Normalmente traduciremos Halbbildung (literalmente,

    semiformacin o semi cultura), que de ordinario significa

    seudoerudicin, por seudoformacin, pues este trabajo se apoya

  • principalmente en su sentido etimolgico; y en algunos lugares -

    como en ste- por seudocultura. Formacin y formacin cultural,

    segn los casos, vertern Bildung, que corrientemente significa,

    adems, enseanza, educacin, cultura, etc. (N, del T.)]

    Lo que hoy est patente como crisis de la formacin

    cultural ni es mero objeto de la disciplina pedaggica, que

    tendra que ocuparse directamente de ello, ni puede superarse

    con una sociologa de yuxtaposiciones -precisamente de la de

    la formacin misma. Los sntomas de colapso de la

    formacin cultural que se advierten por todas partes, aun en

    el estrato de las personas cultas, no se agotan con las

    insuficiencias del sistema educativo y de los mtodos de

    educacin criticadas desde hace generaciones; las reformas

    pedaggicas aisladas, por indispensables que sean, no nos

    valen, y al aflojar las reclamaciones espirituales dirigidas a

    los que han de ser educados, as como por una cndida

    despreocupacin frente al podero de la realidad

    extrapedaggica sobre stos, podran ms bien, en ocasiones,

    reforzar la crisis. Igualmente se quedan cortas ante el mpetu

    de lo que est ocurriendo las reflexiones e investigaciones

    aisladas sobre los factores sociales que influyen en la

    formacin cultural y la perjudican, sobre su funcin; actual y

    sobre los innumerables aspectos de sus relaciones con la

    sociedad: pues para ellas la categora misma de formacin

    est ya dada de antemano, lo mismo que los momentos

    parciales, inmanentes al sistema, actuantes en cada caso en el

    interior de la totalidad social: se mueven en el espacio de

    complejos que son los que primero habra que penetrar. Sera

    preciso derivar a su vez, a partir del movimiento social y

    hasta del concepto mismo de formacin cultural, lo que se

    sedimenta -ahora, y en modo alguno meramente en

    Alemania- como una especie de espritu objetivo negativo a

  • partir de sta, que se ha convertido en una seudoformacin

    socializada, en la ubicuidad del espritu enajenado, que,

    segn su gnesis y su sentido, no precede a la formacin

    cultural, sino que la sigue. De este modo, todo queda

    apresado en las mallas de la socializacin y nada es ya

    naturaleza a la que no se haya dado forma; pero su tosquedad

    -la vieja ficcin- consigue salvarse la vida tenazmente y se

    reproduce ampliada: cifra de una conciencia que ha

    renunciado a la autodeterminacin, se prende

    inalienablemente a elementos culturales aprobados, si bien

    stos gravitan bajo su maleficio, como algo descompuesto,

    hacia la barbarie. Todo ello no es explicable, ante todo, a

    partir de lo que ha acontecido ltimamente ni, por cierto, con

    la expresin tpica de sociedad de masas, que en ningn caso

    explica nada, sino que seala simplemente un punto ciego al

    que debera aplicarse el trabajo del conocimiento. Incluso el

    que la seudoformacin haya pasado a ser la forma dominante

    de la conciencia actual, pese a toda la ilustracin y a toda la

    informacin que se difunde -y con su ayuda, exige una teora

    que tome todo ms ampliamente.

    Para esta ltima, la idea de cultura no puede ser sacrosanta

    -a usanza de la misma seudoformacin?, pues la formacin

    no es otra cosa que la cultura por el lado de su apropiacin

    subjetiva. Pero la cultura tiene un doble carcter: remite a la

    sociedad y media entre sta y la seudoformacin. En el uso

    lingstico alemn se entiende nicamente por cultura, en una

    oposicin cada vez ms abrupta con respecto a praxis, la

    cultura del espritu: y aqu se refleja que no se ha conseguido

    la emancipacin completa de la burguesa o que slo se logr

    hasta cierto instante, pues ya no puede seguirse equiparando

    la sociedad burguesa a la humanidad. El naufragio de los

    movimientos revolucionarios que haban querido realizar en

  • los pases occidentales el concepto de cultura como libertad,

    ha hecho algo as como que se retrotraigan a s mismas las

    ideas de tales movimientos, y no solamente ha oscurecido la

    conexin entre ellas y su realizacin, sino que las ha

    guarnecido con un tab; por fin, en el lenguaje de la filosofa

    lixiviada la cultura se ha convertido, satisfecha de s misma,

    en un "valor". Es verdad que hemos de agradecer su

    autarqua a la gran metafsica especulativa y a la gran msica,

    que se uni a ella hasta lo ms ntimo en su crecimiento; pero

    en semejante espiritualizacin de la cultura est ya, al mismo

    tiempo, virtualmente confirmada su impotencia y entregada

    la vida real de los hombres a las relaciones ciegamente

    existentes y ciegamente cambiantes. Frente a ello la cultura

    no es indiferente. Si Max Frisch ha hecho notar que personas

    que haban participado algunas veces con pasin y

    comprensin en los llamados bienes culturales se han podido

    encargar tranquilamente de la praxis asesina del

    nacionalsocialismo, tal cosa no es solamente ndice de una

    conciencia progresiva disociada, sino que da un ments

    objetivo al contenido de aquellos bienes culturales -la

    humanidad y todo lo inherente a ella- en cuanto que no sean

    ms que tales bienes: su sentido propio no puede separarse de

    la implantacin de cosas humanas; y la formacin que se

    desentiende de esto, que descansa en s misma y se

    absolutiza, se ha convertido ya en seudoformacin. Lo cual

    podra documentarse con los escritos de Wilhelm Dilthey,

    que, ms que ningn otro, sazon al gusto de las extasiadas

    clases medias alemanas el concepto de cultura espiritual

    como fin en s mismo y lo puso en manos de los profesores:

    hay frases de su libro ms conocido -como la referente a

    Hlderlin: "Qu otra vida de poeta se ha tejido de un

    material tan delicado, cual si fuesen rayos de luna! E igual

    que su vida, as fue su poesa" [Wilhelm DTLTHEY, Das

  • Erlebnis und die Dichtung, Leipzig y Berln, 1919, pgina

    441 [versin castellana, Vida y poesa, Mxico, Fondo de

    Cultura Econmica, 1945, pgina 478 (T.)].] que, con todo el

    saber de su autor, no cabe distinguir ya de los productos de la

    industria cultural al estilo de Emil Ludwig.

    A la inversa, donde la cultura se ha entendido a s misma

    como conformacin de la vida real, ha destacado

    unilateralmente el momento de acomodacin, y ha retrado

    as a los hombres de pulirse mutuamente, pues ello era

    menester para reforzar la perennemente precaria unidad de la

    socializacin y para poner coto a aquellas explosiones hacia

    lo catico que, segn es obvio, se producen peridicamente

    justo all donde est ya establecida una tradicin de cultura

    espiritual autnoma. Y la idea filosfica de formacin que

    estaba a su altura quera formar protectoramente la existencia

    natural: se enderezaba a ambas cosas, doma del hombre

    animal mediante su adaptacin mutua y salvacin de lo

    natural oponindose a la presin del decrpito orden obra del

    hombre. La filosofa de Schiller, de los kantianos y de los

    crticos de Kant fue la expresin ms pregnante de la tensin

    entre estos dos momentos, mientras que en la teora hegeliana

    de la formacin, lo mismo que en el Goethe tardo, triunfaba,

    dentro del mismo humanismo, bajo el nombre de

    desprendimiento, el desideratum de la acomodacin. Mas si

    aquella tensin llega a fundirse, sta se convierte en

    omnipotente, cuya medida es lo que en cada caso haya:

    prohbe alzarse por una decisin individual por encima de

    esto, de lo positivo, y en virtud de la presin que sobre los

    hombres ejerce, perpeta en stos lo deforme que se imagina

    haber de nuevo conformado, la agresin. Tales, segn Freud

    lo ve, la razn del malestar que en s lleva la cultura; y la

    sociedad enteramente adaptada es lo que en la historia del

  • espritu recuerda su concepto: mera historia natural

    darwinista, que premia la survival of the fittest. Cuando el

    campo de fuerzas que llamamos formacin se congela en

    categoras fijadas, ya sean las de espritu o de naturaleza, las

    de soberana o de acomodacin, cada una de ellas, aislada, se

    pone en contradiccin con lo que ella misma mienta, se

    presta a una ideologa y fomenta una formacin regresiva o

    involucin.

    El doble carcter de la cultura, cuyo equilibrio podemos

    decir que slo en forma instantnea llega al logro, brota en

    antagonismo social inconciliado, que le cabra curar a la

    cultura, pero que no puede curar como mera cultura. En la

    hipstasis del espritu mediante la cultura, la reflexin

    glorifica la separacin socialmente dispuesta entre el trabajo

    corporal y el espiritual: se justifica la antigua injusticia como

    superioridad objetiva del principio dominante, mientras que,

    indudablemente, slo llega a madurar por el contrario, la

    posibilidad de poner fin a la testaruda reiteracin de las

    relaciones de dominacin separndose de los dominados.

    Pero la adaptacin es, de modo inmediato, el esquema de la

    dominacin progrediente: el sujeto slo se hace capaz de

    sujetar lo existente mediante algo que se acomode a la

    naturaleza, mediante una autolimitacin frente a lo existente;

    sujecin y mando que se continan socialmente en otros que

    se ejercen sobre el instinto humano y, finalmente, sobre el

    proceso vital de la sociedad en su conjunto. Mas, como

    recompensa, y precisamente en virtud de la doma, la

    naturaleza vuelve a triunfar siempre de nuevo sobre su

    domador, que no en vano se ha asemejado a ella,

    primeramente gracias a la magia y al cabo por medio de la

    objetividad cientfica rigurosa. En el proceso de tal

    asemejarse -la eliminacin del sujeto por mor de su

  • autoconservacin- se afirma lo contrario de aquello por lo

    que ello mismo se tiene, o sea la pura e inhumana relacin

    natural, y sus momentos, culpablemente enmaraados, se

    oponen entre s necesariamente. El espritu queda anticuado

    frente al dominio progresivo de la naturaleza y le sorprende

    la tacha de magia con la que l haba marcado en otro tiempo

    las creencias naturales -suplantara el poder de los hechos por

    una ilusin subjetiva-: su propia esencia, la objetividad de la

    verdad, pasara a falsedad. Pero en la sociedad existente sin

    ms y que persiste ciegamente, la acomodacin no va ms

    all: la configuracin de las relaciones choca con los linderos

    del poder; todava en la voluntad de disponer aqullas de una

    manera digna de los seres humanos sobrevive el poder en

    cuanto principio que impide la conciliacin, y de este modo

    se representa el ajuste, que, no menos que el espritu, se

    convierte en un fetiche -en la preeminencia del medio

    organizado universal sobre todo fin razonable y en el bruido

    de la seudorracionalidad sin contenido- y erige un edificio de

    cristal que se desconoce hasta tomarse por la libertad. Y esta

    conciencia falsa se amalgama por s misma a la igualmente

    falsa y finchada del espritu.

    Esta dinmica es una y la misma con la de la formacin

    cultural, pues sta no es ningn invariable: no solamente es

    distinta en distintas pocas por su contenido y sus

    instituciones, sino que ni siquiera como idea es transponible a

    voluntad. Su idea se emancip con la burguesa: caracteres o

    tipos sociales del feudalismo, tales como el gentilhomme y el

    gentleman, pero especialmente la antigua erudicin teolgica,

    se desprendieron de su ser tradicional y de sus

    determinaciones especficas y se independizaron frente a las

    unidades vitales en que hasta entonces haban estado

    embebidos; se hicieron objeto de reflexin y conscientes de s

  • mismos, y fueron cedidos a los hombres a secas: su

    realizacin habra de corresponder a una sociedad burguesa

    de seres libres e iguales. Pero sta, al mismo tiempo, se

    desentendi de los fines y de su funcin real -como ocurre

    radicalmente, por ejemplo, en la esttica kantiana, que

    reclama una finalidad sin fin-. La formacin tena que ser lo

    que tocase -puramente como su propio espritual individuo

    libre y radicado en su propia conciencia, aunque no hubiese

    dejado de actuar en la sociedad y que sublimase sus

    impulsos; e implcitamente se la tena por condicin de una

    sociedad autnoma: cuanto ms lcido fuese el singular, ms

    lcido sera el todo.

    Mas, contradictoriamente, su relacin con una praxis

    ulterior apareca como una degradacin a algo heternomo, a

    medio de descubrir ventajas en medio de la no solventada

    bellum omnius contra omnes. En la idea de formacin est

    necesariamente postulada, sin duda, la de una situacin de la

    humanidad sin status ni explotacin, y tan pronto como

    rebaja algo esta otra idea ante el regateo y se envuelve en la

    praxis de los fines particulares -a los que se honra como un

    trabajo socialmente til- peca contra s mismo; pero no se

    hace menos culpable con su pureza, que pasa a ideologa. En

    la medida en que la idea de formacin resuenan momentos de

    finalidad, stos deberan, de conformidad con ella, capacitar

    en cualquier caso a las personas singulares para mantenerse

    razonables en una sociedad razonable y libre en una sociedad

    libre; e incluso, de acuerdo con el modelo liberal, tal cosa

    habra de conseguirse del mejor modo posible cuando cada

    uno estuviera formado para s mismo. Y cuanto menos honor

    hagan a esta promesa las circunstancias sociales, en especial

    las diferencias econmicas, tanto ms enrgicamente

    prohibido estar pensar en las relaciones de finalidad de la

  • formacin cultural: no se osa tocar la llaga de que ella sola no

    garantiza una sociedad razonable, ni se quiere soltar la

    esperanza -desde un principio engaosa- de que podra sacar

    de s misma y dar a los hombres lo que la realidad les rehsa.

    El sueo de la formacin -la libertad del dictado de los

    medios y de la testaruda y mezquina utilidad- se falsea en una

    apologa del mundo, que est arreglado siguiendo aquel

    dictado: en el ideal de la formacin que la cultura erige

    absolutamente se filtra lo problemtico de la cultura.

    El progreso de la formacin cultural que la joven burguesa

    se atribuye frente al feudalismo no discurre en modo alguno

    tan rectilneo como sugera aquella esperanza. Cuando la

    burguesa se apoder polticamente del Poder en la Inglaterra

    del siglo XVII y en la Francia del XVIII, estaba

    econmicamente ms desarrollada que la feudalidad y, desde

    luego, tambin en cuanto a conciencia. Las cualidades que

    posteriormente recibieron el nombre de formacin hicieron

    capaz a la clase ascendente de desempear sus tareas en la

    economa y en la administracin; la formacin no fue slo

    signo de la emancipacin de la burguesa, no fue nicamente

    el privilegio por el que los burgueses aventajaban a la gente

    de poca monta y a los campesinos: sin ella difcilmente

    hubiera salido adelante el burgus como empresario, como

    comisionista o como funcionario. Pero cosa muy distinta ha

    ocurrido con la nueva clase que la sociedad burguesa

    engendr apenas se hubo acabado de consolidar: cuando las

    teoras socialistas trataban de despertar al proletariado a la

    conciencia de s mismo, ste no se encontraba en absoluto

    ms avanzado subjetivamente que la burguesa, y por algo los

    socialistas han alcanzado su posicin clave histrica

    basndose en su puesto econmico objetivo, y no en su

    contextura espiritual. Los poseedores han dispuesto del

  • monopolio de la formacin cultural incluso en una sociedad

    formalmente ecuante: la deshumanizacin debida al proceso

    capitalista de produccin ha denegado a los trabajadores

    todos los supuestos para la formacin y, ante todo, el ocio.

    Los intentos de poner pedaggicamente remedio se han

    malogrado en caricaturas; y toda la llamada vulgarizacin -

    mientras tanto se ha llegado a afinar el odo lo suficiente para

    sortear esta palabra -ha padecido la ilusin de que se podra

    revocar la exclusin del proletariado de la formacin -

    exclusin socialmente dictadamediante la mera formacin.

    Pero la contradiccin entre formacin cultural y sociedad

    no da como resultado simplemente una incultura al antiguo

    estilo, la campesina: hoy son ms bien las zonas rurales focos

    de seudocultura. El mundo de ideas preburgus,

    esencialmente asido a la religin tradicional, se ha quebrado

    all sbitamente -no en ltimo trmino gracias a los medios

    de masas, la radio y la televisin- y lo arrastra el espritu de

    la industria cultural. Sin embargo, el a priori del concepto de

    formacin propiamente burgus, la autonoma, no ha tenido

    tiempo alguno de constituirse, y la conciencia pasa

    directamente de una heteronoma a otra: en lugar de la

    autoridad de la Biblia, se coloca la del campo de deportes, la

    televisin y las "historias reales", que se apoya en la

    pretensin de literalidad y de facticidad de aquende la

    imaginacin productiva. [Cf. Karl-Guenther GRNEISEN,

    "Landbevlkerung in Kraftfeld der Stadt", en

    Gemeindestudie des Institut fr sozfalwissenschaftliche

    Forschung, Darmstadt, 1952.] Mas apenas se ha visto como

    es debido la amenaza consiguiente, que en el Reich hitleriano

    mostr ser mucho ms drstica que si se tratase de mera

    sociologa de la formacin, y para salir al encuentro de la

    cual sera tarea urgente una poltica cultural socialmente

  • reflexiva -si bien escasamente sera central en lo que respecta

    a la pseudoformacin cultural-. Por lo pronto, la signatura de

    esta ltima sigue siendo tan burguesa como la idea misma de

    formacin: tiene la fisonoma de la lower middle class; la

    formacin cultural no ha desaparecido simplemente de ella,

    sino que la lleva consigo en virtud de los intereses, incluso de

    los que no participan en el privilegio de aquella formacin;

    un reparador de radio o un mecnico de automviles que

    segn los criterios tradicionales sea inculto precisa, para ser

    capaz de ejercer su profesin, muchos conocimientos y

    destreza que no podran adquirirse faltando todo saber

    matemtico y de las ciencias de la naturaleza que, por lo

    dems, y como ya observ Thorstein Veblen, est mucho ms

    cerca de la llamada clase inferior de lo que la arrogancia

    acadmica se confiesa.

    La fenomenologa de la conciencia burguesa no basta por

    s sola para la nueva situacin. Contrariamente a la

    conciencia de ella misma que tena la sociedad burguesa, al

    comenzar el gran capitalismo el proletariado era socialmente

    extraterritorial, objeto de las relaciones de produccin y slo

    sujeto como productor; los primeros proletarios fueron

    pequeos burgueses, artesanos y campesinos desposedos, y,

    en cualquier caso, naturales de allende la formacin

    burguesa; y la presin de las condiciones de vida, la

    desmesurada longitud de la jornada de trabajo y el deplorable

    salario durante los decenios a que se refieren El Capital y la

    Situacin de las clases trabajadoras en Inglaterra los

    mantuvieron por lo pronto an ms en el exterior. Pero

    mientras que no ha cambiado nada decisivo en cuanto al

    fundamento econmico de las r elaciones, antagonismo entre

    el podero e impotencia econmica ni, por tanto, en cuanto a

    los lmites objetivamente fijados de la formacin cultural, la

  • ideologa se ha trans formado de un modo proporci

    onalmente ms radical: enmascara ampliamente la escisin,

    incluso ante quienes tienen que soportar su peso y han

    quedado envueltos en la red del sistema durante los ltimos

    cien aos -y el trmino sociolgico para ello se llama

    integracin-. Las barreras sociales son subjetivamente, para

    la conciencia, cada vez ms fluida, como ocurre desde hace

    tiempo en Amrica, y se provee a las masas, a travs de

    innumerables canales, de bienes de formacin cultural que,

    por neutralizados y petrificados, ayudan a mantenerse en su

    postura a aquellos para los que no hay nada demasiado

    elevado ni caro. Lo cual se consigue al ajustarse el contenido

    de la formacin, sobre la base de los mecanismos del

    mercado, a la conciencia de quienes han sido excluidos del

    privilegio de la formacin cultural -y a los que habra que

    modificar como primer paso de sta-; este proceso est

    determinado objetivamente, no comienza por organizarse

    mala fide, pues la estructura social y su dinmica impiden

    que los nefitos se apropien de un modo vivo, como pide su

    propio concepto, los bienes culturales. Con todo, lo menos

    daino es acaso que los millones que antes no saban nada de

    stos y ahora se encuentran anegados con ellos estn muy

    escasamente preparados para tal cosa, ni siquiera

    psicolgicamente; en cambio, las condiciones de la

    produccin material misma difcilmente toleran el tipo de

    experiencia con la que sintonizaban los contenidos

    formativos tradicionales que se comunicaban antes; y por

    ello, pese a todo lo que se la fomenta, la formacin cultural

    misma crispa los nervios vitales. En muchos sitios obstruye

    ya, como pedantera imprctica o fatua insubordinacin, el

    camino del porvenir -quien sepa lo que es una poesa

    difcilmente encontrar un puesto bien pagado como autor de

    textos publicitarios-. La diferencia entre el podero y la

  • impotencia sociales, que crece incesantemente, niega a los

    dbiles -y, tendencialmente, tambin ya a los poderosos- los

    supuestos reales de la autonoma que el concepto de

    formacin cultural conserva ideolgicamente; y justamente

    por ello se aproxima mutuamente las conciencias de las

    distintas clases, aun cuando, segn los resultados de las

    ltimas investigaciones, no tanto como pareca hace pocos

    aos. Por lo dems, puede hablarse de una sociedad nivelada

    de clases medias slo psicolgico-socialmente, y, en todo

    caso, teniendo en cuenta las fluctuaciones personales, mas no

    objetivo-estructuralmente; pero tambin subjetivamente

    aparecen ambas cosas: el velo de la integracin,

    principalmente en las categoras de consumo, y la persistente

    dicotoma donde quiera que los sujetos choquen con

    antagonismos de intereses fuertemente establecidos -luego la

    underlyn populaion es "realista", y otras se sienten

    portavoces de los ideales- [Cf. Zum politischen Bewusstsein

    ausgewhlter Gruppen der deutschen Bevlkerung,

    manuscrito indito del Institut fr Sozialforschung, Frankfurt

    del Main, 1957.]. Puesto que la integracin es una ideologa,

    es tambin, como ideologa, desmoronable.

    Todo esto, ciertamente, va ms all del blanco. Pero es

    propio de los bosquejos tericos que no coincidan sin tacha

    con lo encontrado por la investigacin, que se expongan

    frente a esto, que osen en exceso o que -segn el lenguaje de

    la investigacin social propendan a generalizaciones falsas; y

    tambin por ello ha sido menester, independientemente de las

    necesidades administrativas y comerciales, el desarrollo de

    los mtodos emprico-sociolgicos. Mas si aquel osar

    demasiado de la especulacin, sin el momento inevitable de

    ficcin en la teora, sta no seria en modo alguno posible: se

    reducira a mera abreviatura de los hechos, que dejara, de

  • este modo, intactos cientficamente -en sentido propio-. Sin

    duda, tanta la tesis de la necrosis de la formacin cultural

    como la de la socializacin de la pseudocultura o

    pseudoformacin -de su invasin de las masas- habran de

    confrontarse con hallazgos empricos pertinentes; el modelo

    de la pseudoformacin lo constituye todava hoy la capa de

    los empleados medios, siendo patente que tan imposible sera

    especificar unvocamente sus mecanismos en las capas

    propiamente bajas como la conciencia nivelada tomada

    globalmente; y, medida con la situacin aqu y ahora, la

    asercin de la universalidad de la pseudocultura es

    indiferenciada e hiperblica. Pero podra no subsumir, en

    absoluto, a todos los hombres y todas las, capas

    indiscriminadamente bajo aquel concepto, sirio disear una

    tendencia, esbozar la fisiognmica de un espritu que tambin

    determinara la firma de la poca en caso de que su campo de

    validez hubiera de restringirse tanto cuantitativa y

    cualitativamente. Es posible que innumerables trabajadores,

    pequeos empleados y otros grupos no queden todava

    comprendidos por las categoras de la pseudoformacin -y no

    en ltimo trmino gracias a su conciencia de clase, an viva,

    aunque debilitndose-; pero stas son tan poderossimas por

    el costado de la produccin, su establecimiento concuerda

    tanto con los intereses decisivos y acuan tan bien las

    manifestaciones culturales actuales, que su representatividad

    es obligada, aun cuando no quepa confirmarse

    estadsticamente.

    Pero si no sirve de anttesis a la pseudoformacin

    socializada ningn otro concepto que el tradicional de

    formacin, que se encuentra l mismo sometido a crtica, ello

    expresa la miseria de una situacin que no cuenta con criterio

    alguno mejor que aqul, tan problemtico, pues ha

  • descuidado sus posibilidades. Ni se desea la restitucin de lo

    pasado ni se dulcifica lo ms mnimo su crtica. Nada sucede

    hoy al espritu objetivo que no estuviese ya nsito en l en los

    tiempos mas liberales o que, por lo menos, no exija el pago

    de viejas culpas; pero lo que ahora se delata en el dominio de

    la formacin cultural no puede leerse en ningn otro sitio que

    en su antigua figura -que, como siempre, tambin

    ideolgicamente lo es-, pues potencialmente se han cortado

    los petrificados recursos con que el espritu podra escapar de

    la formacin cultural habitual y sobrepasarla. La medida de

    la nueva perversidad es nicamente la anterior; y sta se hace

    ver un momento -pues est condenada-, frente a la forma

    ltima de lo consternante, como un color que concilia lo que

    se desvanece, por mor del cual solamente, y no en honor de

    ninguna laudatio temporis acti, se recurre a la formacin

    tradicional.

    En el clima de la pseudoformacin, los contenidos

    objetivos, cosificados y con carcter de mercanca de la

    formacin cultural, sobreviven a costa de su contenido de

    verdad y de sus relaciones vivas con el sujeto vivo, lo cual

    responde en cierto modo a su definicin. El que su nombre

    haya adquirido hoy las mismas resonancias, anticuadas y

    arrogantes, [Como ya hemos indicado, seudoformacin vierte

    una palabra (Halbbildung) que hoy significa normalmente

    seudoerudicin o erudicin a la violeta, mientras que

    Volksbildung (traducida aqu por formacin popular) suele

    significar vulgarizacin cientfica. Ello puede hacer

    comprensible la alusin del texto. (N. del T.)] que "formacin

    popular" no denota que este fenmeno desaparezca, sino que

    su contraconcepto, precisamente el de formacin -nico en

    que era legible-, propiamente ya no es actual, y en este ltimo

    slo participan, aun para su dicha o desdicha, individuos

  • singulares que no han cado enteramente en el crisol y grupos

    profesionalmente cualificados, que se celebran a s mismos

    de muy buena gana como elites. Con todo, la industria

    cultural, en su dimensin ms amplia -todo lo que la jerga

    clasifica confirmatoriamente como medios de masas-,

    perpeta esta situacin, explotndola, y perpeta la cultura

    confesada como tal en aras de la integracin -repelida por la

    cultura-, lo que, sin embargo, est ms lejos de integrarse: su

    espritu es la pseudocultura, la identificacin. Los bestiales

    chistes sobre los nuevos ricos que intercambiaban palabras

    extranjeras tienen siete vidas, porque, con la expresin de

    aquel mecanismo, fortifican a todos los que se ren con ellos

    en la creencia de haber logrado la identificacin; pero su

    fracaso es tan inevitable como la tentativa de sta.

    Pues la ilustracin conseguida en otro tiempo, la idea

    consciente, los ha obligado, por lo menos, a comportarse

    como si lo fuesen realmente; y ello no les parece posible de

    otro modo que bajo el signo de lo que les sale al encuentro

    como espritu: la formacin cultural objetivamente arruinada.

    As, pues, la totalitaria figura de la pseudoformacin no

    puede explicarse simplemente a partir de lo dado social y

    psicolgicamente, sino asimismo a partir del mejor potencial:

    el que el estado de conciencia postulado en otro tiempo en la

    sociedad burguesa remita por anticipado a la posibilidad de

    una autonoma real de la vida propia de cada cual, posibilidad

    que la implantacin de aqul ha rechazado y que se lleva a

    empellones a ser mera ideologa. Pero aquella identificacin

    tiene que fracasar, porque el ser singular no recibe nada en

    cuanto a formas y estructuras de una sociedad virtualmente

    descualificada por la omnipotencia del principio de cambio -

    nada con lo cual, protegido en cierto modo, pudiera

    identificarse de alguna forma, nada sobre lo que pudiese

  • formarse en su razn ms literal-; mientras que, por otra

    parte, el podero de la totalidad sobre el individuo ha

    prosperado hasta tal desproporcin que ste tiene que

    reproducir en s lo privado de forma. Lo que antes estaba de

    tal manera configurado que los sujetos pudieran conseguir en

    ello su figura -problemtica, como siempre- sigue ah; pero

    ellos continan, sin embargo, hasta tal punto mantenidos en

    la falta de libertad que su vida conjunta no se articula como

    verdadera apoyndose ante todo en lo propio. Lo cual queda

    expresado en la fatal palabra "ideal", en la que est inscrita la

    imposibilidad de lo que significa: hace patente el pesar que

    nos grava en ausencia de un cosmos social y espiritual que

    fuese -por hablar como Hegel- "substancial",

    incuestionablemente obligado pero sin violencia- para el

    individuo, pesar por la ausencia de una totalidad justa y

    conciliada con el singular; aquella palabra delata al mismo

    tiempo la avidez por erigir tal sustancialidad arbitrariamente -

    del mismo modo que ya hacia Nietzsche con sus nuevas

    tablas-; y el sensorio lingstico es ahora demasiado romo

    para sentir que justamente el comps de violencia haca que

    tiende la exigencia de ideales desmiente la sustancialidad

    hacia la que se alargan las manos. Este impulso del fascismo

    le ha sobrevivido, pero se retrotrae hasta la idea misma de

    formacin, que tiene en s una esencia antinmica; sus

    condiciones son la autonoma y la libertad, no obstante lo

    cual remite, a la vez, a estructurar de un orden pretextado

    frente a cada persona singular, en cierto sentido heternomo

    y, por ello, nulo, a cuya imagen nicamente es capaz esta

    ltima de formarse. De ah que en el instante en que hay

    formacin, propiamente ya no la haya: en su origen est ya

    incluida teleolgicamente su ruina. Los ideales son un

    conglomerado de nociones ideolgicas que en los sujetos se

    meten entre ellos mismos y la realidad y filtran sta; estn de

  • tal modo ocupadas afectivamente, que la ratio no puede

    desalojarlas sin ms ni ms; y la pseudocultura las ana. La

    incultura, en cuanto mera ingenuidad y simple no saber,

    permita una relacin inmediata con los objetos, y poda

    elevarse, en virtud de su potencial de escepticismo, ingenio e

    irona -cualidades que se desarrollan en lo no enteramente

    domesticado-, a conciencia crtica; pero la pseudoformacin

    cultural no lo logra. Entre las condiciones sociales para la

    formacin se encontraba, entre otras, de un modo especial la

    tradicin - segn la doctrina de Sombart y Max Weber, una

    tradicin pre- burguesa, esencialmente inconciliable con la

    racionalidad burguesa-; pero la prdida de la tradicin como

    efecto de haberse desencantado el mundo ha terminado en un

    estado de carencia de imgenes y formas, en una devastacin

    del espritu -que se apresta a ser mero medio-, de antemano

    incompatible con la formacin: nada retiene ya al espritu

    para un contacto corporal con las ideas. La autoridad

    mediaba, ms mal que bien, entre la tradicin, y los sujetos; y

    lo mismo que, siguiendo a Freud, la autonoma, el principio

    del yo, brota de la identificacin con la figura paterna,

    mientras que luego las categoras a que se llega por sta se

    revuelven contra la irracionalidad de las relaciones

    familiares, igualmente se desarrollaba socialmente la

    formacin. Las reformas escolares, de cuya necesidad

    humana no hay duda alguna, descartaron la anticuada

    autoridad; pero tambin debilitaron ms an, con ello, la

    dedicacin y profundizacin ntima de lo espiritual, a la que

    estaba afecta la libertad; y sta, contrafigura de la violencia,

    se atrofia sin ella -mientras que, en cambio, no cabe

    recomendar ninguna violencia por amor de la libertad-.

    Quin que haya asistido a un Instituto docente no habr

    gemido alguna vez bajo las poesas de Schiller y las odas de

    Horacio que tena que aprender de memoria? Y a quin no

  • le habrn crispado los nervios viejos parientes que, sin que se

    lo pidieran e inconteniblemente, recitaban cosas parecidas

    que recordaban an? Ciertamente, apenas podra conseguirse

    hoy que nadie memorizara todava: slo el ms tonto est

    dispuesto a apoyarse en la tontera y maquinalidad que hay

    en ello; pero mediante este proceso se priva al intelecto y al

    espritu de una parte del alimento con el que se empieza a

    formar. Es posible que la creencia en el intelecto o espritu

    haya secularizado - pasndolo a algo inesencial- el espritu

    teolgico, y que si la llamada generacin joven la desprecia,

    lo que haga es devolverla lo que ella ha cometido; pero donde

    falta -ella, que, por su parte, es ideologa- amanece otra peor.

    El carcter o personaje social que en alemn se llama -con

    una expresin que a su vez est sumamente desacreditada-

    geistiger Mensch [persona espiritual] se extingue; pero el

    pretendido realismo que le hereda no est ms prximo a las

    cosas, sino, simplemente, dispuesto - desdeando toil and

    trouble- a instalar confortablemente la existencia espiritual y

    a sorber lo que se invierta en ella. Debido a que apenas hay

    ya ningn joven que suee alguna vez con ser un gran poeta

    o un gran compositor, probablemente por ello -dicho

    exageradamente no existe ya entre los adultos ningn gran

    terico de la economa ni, en definitiva, ninguna verdadera

    espontaneidad poltica. La formacin cultural requera

    proteccin ante los embates del mundo exterior, ciertos

    miramientos con el sujeto singular, y acaso hasta lagunas de

    la socializacin. "Entiendo el lenguaje del ter, jams el

    lenguaje de los hombres", escriba Hlderlin; ciento

    cincuenta aos ms tarde se reiran de un mozo que pensase

    de tal modo o se le entregara, a causa de su autismo, en

    manos de un benvolo cuidado psiquitrico; pero si se deja

    de sentir la diferencia entre el lenguaje del ter -o sea la idea

    de un verdadero lenguaje, el de las cosas mismas- y el

  • prctico de la comunicacin, lo mismo ha ocurrido con la

    formacin cultural. Es enteramente cierto que la formacin

    alemana, en su mejor poca, no ha incluido por regla general

    el conocimiento de la filosofa contempornea, que incluso

    en los aos entre 1790 y 1830 estaba reservada a unos pocos;

    sin embargo, dicha filosofa era inmanente a la formacin: no

    slo genticamente sugiri a figuras como Humboldt y

    Schleiermacher sus concepciones de la esencia de la

    formacin cultural, sino que el ncleo del idealismo

    especulativo, la doctrina del carcter objetivo del espritu -y

    trascendente a la persona singular meramente psicolgica-,

    era al mismo tiempo el principio de la formacin cultural en

    cuanto que lo que es slo espiritual, lo que no puede servir

    directamente a otra cosa no ha de medirse directamente por

    su finalidad. La irrevocable cada de la metafsica ha

    sepultado bajo s la formacin; pero no se trata de un estado

    de cosas aislado de la historia del espritu, sino que tambin

    es social; de lo que est afectado l espritu es de que no cabe

    esperar que nadie pruebe su identidad social ni con l ni, en

    general, con su objetivacin como formacin cultural; y el

    desideratum, tan querido por todos, de una formacin que

    garantice mediante exmenes dondequiera que algo pueda ser

    contrastado no es sino la sombra de aquella expectativa. La

    formacin cultural controlable, que ha transformado a s

    misma en norma y en calificaciones, ha dejado ya de serlo

    tanto como la cultura ,general degenerada en parla de

    vendedor. El momento de espontaneidad, tal como fue

    glorificado por ltima vez en las teoras de Bergson y la obra

    novelesca de Proust, y tal como caracteriza la formacin en

    cuanto algo distinto de los mecanismos de dominio social de

    la naturaleza, se descompone a la chillona luz de la

    examinabilidad. Frente al dicho prctico, en general la

    formacin no se puede adquirir: la adquisicin y la mala

  • posesin seran una sola cosa; mas, precisamente porque se

    niega a la voluntad, est envuelta en la culpable armona del

    privilegiado: slo no necesita adquirirla ni poseerla quien de

    todos modos la posea ya; y de esta suerte cae en la dialctica

    de la libertad y la falta de libertad: como herencia de la

    antigua falta de libertad tendra que hundirse, siendo corno es

    imposible con una libertad meramente subjetiva, mientras

    persistan objetivamente las condiciones de la falta de

    libertad.

    En Amrica, el pas ms adelantado al modo burgus -los

    dems andan renqueando tras de l-, cabe observar

    crasamente la carencia de imgenes y formas de la existencia

    como condicin de imgenes y formas de la existencia como

    condicin social de la pseudoformacin universal. El tesoro

    de imgenes religiosas, que insuflaba al ser existente los

    colores de algo ms que existente, se ha desteido, y las

    imgenes irracionales del feudalismo, que al crecer se haban

    concrecionado con las imgenes religiosas, faltan

    completamente. Contra ello nada puede lo que sobreviva -y

    no sea tambin sinttico- del folklore arcaico. Pero la

    existencia liberada misma no se ha llenado de sentido: como

    algo que perdido el encantamiento permanece asimismo

    prosaicamente en un entender negativo: la vida, modelada

    hasta en sus ltimas ramificaciones por el principio de la

    equivalencia, se agota en la reproduccin de s misma, en la

    reiteracin del sistema, y sus exigencias se descargan sobre

    los singulares tan dura y despticamente, que cada uno de

    stos ni puede mantenerse firme contra ellas como conductor

    por s mismo de su propia vida, ni experimentarlas como una

    sola cosa con su condicin humana. De aqu que la existencia

    desconsolada, el alma, a la que no ha llegado su derecho

    divino en la vida, tenga necesidad de un sustitutivo de

  • imgenes y formas mediante la pseudoformacin; y lo

    disparatado de sus elementos -que alcanzan lo catico y la

    renuncia a la plena racionalidad incluso de sus membra

    disiecta aislados favorecen la magizacin a travs de una

    conciencia indigente. [Cf., entre otros, Ernst

    LICHTENSTEIN en el Handbucb fr Sozialkunde, Berln y

    Munich, 1955, seccin A II, pp. 1 y ss.] Sacndola del salvaje

    Oeste, los medios de masas han adobado una mitologa

    sustitutiva que nadie confronta con los hechos de un pasado

    en modo alguno lejano; las estrellas de cine, las canciones de

    xito, las letras y los ttulos de stas dispensan un brillo

    parejamente calculado; palabras bajo las cuales apenas sera

    ya capaz de imaginarse nada el man of the street -a su vez ya

    mitolgico-, consiguen popularmente justamente por ello:

    una cancin famosa deca de una muchacha You are a

    rhapsody, sin que a nadie se le ocurriese qu poco lisonjera

    es la comparacin con una rapsodia, que es un tipo de

    composicin informe, a modo de pot-pourri. A veces las

    apariciones de mujeres -muy cuidadas y frecuentemente de

    una belleza desconcertante- se explican por s mismas como

    pictografa de la pseudoformacin: rostros como el de la

    Montespan o el de Lady Hamilton, que no pueden ya proferir

    ninguna frase propia, sino parlotear reflejadamente lo que

    cada situacin espera de ellos, para que se pueda interrumpir

    a la perfeccin -como Evelyn Waugh lo ha registrado-. La

    pseudoformacin no se confina ya meramente al espritu,

    sino que adultera la vida sensorial; y responde a la cuestin

    psicodinmica de cmo pueda resistir el sujeto bajo una

    racionalidad que, en definitiva, sea ella misma irracional. En

    tanto que se cancelan los momentos de diferenciacin -

    originariamente sociales- en que resida la formacin, pues

    formacin cultural y estar diferenciado son propiamente lo

    mismo, en lugar suyo prospera un sucedneo. La

  • perennizante sociedad del status absorbe los restos de la

    formacin y los transforma en emblemas de aqul; lo cual no

    haba sido nunca ajeno a la formacin burguesa, que desde

    siempre se haba rebajado hasta disociar del pueblo a sus

    llamados portadores y antes a los que saban el latn -como

    todava Schopenhauer declaraba con toda ingenuidad-; tras

    los muros de su privilegio slo podan empezar a bullir

    precisamente aquellas fuerzas humanas que, vueltas a la

    praxis, augurasen una situacin sin privilegios. Pero esta

    dialctica de la formacin queda inmovilizada merced a su

    integracin social, y, asimismo, a que se la regenta

    directamente: la seudoformacin es el espritu apresado por

    el carcter de fetiche de la mercanca. Del mismo modo que

    el carcter o personaje social del empleado de comercio y del

    comisionista de antiguo estilo prolifera entretanto como

    cultura de empleados -incluso Karl Kraus, que sigui el

    origen del proceso, hablaba de la dictadura esttica del

    comisionista-, los respetables motivos de lucro de la

    formacin han recubierto como un moho el conjunto de la

    cultura; y lo nuevo de la nueva situacin es que esta ltima

    apenas consiente ya lo que se aparta de aquellos -o sea que lo

    nuevo nicamente es lo totalitario-. Pero la seudoformacin

    cultural, con el progreso de la integracin, se ha deshecho de

    su candor, no de otro modo que la cultura de emplea dos

    liquid al viajante; abraza tambin al espritu que haba en

    otro tiempo, y lo poda como conviene a sus necesidades;

    mediante lo cual no solamente participa parasitariamente de

    su prestigio mnimamente disminuido, sino que le despoja de

    la distancia y del potencial crtico y, finalmente, del prestigio

    mismo-. Tenemos un modelo de tal cosa en el destino de los

    llamados clsicos, En Alemania lo que menos se buscaba en

    las ediciones de sus obras a lo largo de todo el siglo XIX -por

    muy guiadas que ya entonces estuviesen por los intereses

  • editoriales y sometidas a sospechosos mecanismos sociales

    de seleccin- era en qu resida el canon de formacin, que,

    sin duda, haba degenerado as ya a reservas; y Schiller era el

    dechado de la formacin cultural destilada a partir de

    sentencias. Pero aun esta tenue autoridad se ha concluido, y

    es de sospechar que las generaciones jvenes apenas

    conozcan ni siquiera los nombres de muchos ureos clsicos

    a los que en otro tiempo se haba certificado precisamente la

    inmortalidad.

    La energa ha huido de las ideas que la formacin

    comprenda y que le insuflaban la vida: ya ni atraen a los

    hombres como conocimiento -en cuanto tales se considera

    fue han quedado muy detrs de la ciencia- ni reinan sobre

    ellos como normas. De este modo la libertad y la humanidad

    han perdido la fuerza resplandeciente en el interior de la

    totalidad que se ha clausurado en un sistema coactivo, ya que

    ste impide totalmente que se sobrevivan; y tampoco perdura

    su obligatoriedad esttica, pues las formas espirituales que

    encarnan se miran adems como algo en el fondo rado, lleno

    de frases e ideolgico. No solamente estn desmenuzados los

    bienes de la formacin cultural para quienes ya no son cultos,

    sino en s mismos, de acuerdo con su contenido de verdad; el

    cual no es algo intemporal, invariante, como quera el

    idealismo, sino que tiene su vida en la dinmica histrico-

    social, como los hombres, y puede perecer.

    Incluso el progreso manifiesto -la elevacin general del

    nivel vida con el desarrollo de las fuerzas productivas

    materiales- no en las cosas espirituales con efecto

    beneficioso; y las desproporciones que resultan de que la

    superestructura se revolucione ms lentamente que la

    subestructura han aumentado el retroceso de la conciencia -la

  • seudoformacn cultural se asienta parasitariamente en el

    cultural lag-. Decir que la tcnica y el nivel de vida ms alto

    redundan sin ms en bien de la formacin cultural en virtud

    de que lo cultural alcance a todos es una seudodemocrtica

    ideologa de vendedor -Music goes finto mass production-,

    ["La msica penetra en la produccin en masa", frase

    popularizada con referencia a los aumentos de productividad

    medidos en ensayos de fondo musical para el trabajo en

    fbricas. (N. del T.)] que no lo es menos porque se tache de

    snob a quien dude de ello, y que es refutable mediante la

    investigacin social emprica. As, en Amrica, Edward

    Schumann ha demostrado, en un ingenioso estudio, que, de

    dos grupos comparables que escuchaban la llamada msica

    seria, de los que uno la conoca a travs de audiciones vivas y

    el otro slo en la radio, el grupo de la radio reaccionaba ms

    superficialmente y con menos entendimiento de lo que oa

    que el primero. Lo mismo que para aqul la msica seria se

    metamorfoseaba virtualmente en msica de entretenimiento,

    las formas espirituales, en general, que embisten a los

    hombres con la subitaneidad que Kierkegaard equiparaba a lo

    demonaco, se congelan en bienes culturales: su recepcin no

    obedece a criterios inmanentes, sino nicamente a lo que el

    cliente crea obtener de ellos. Mas simultneamente crecen,

    con el nivel de vida, las reivindicaciones de formacin como

    deseo de ser contado uno en una capa superior, de la que, por

    lo dems, se distingue subjetivamente cada vez menos; como

    respuesta a ello, se alienta a capas inmensas a pretender una

    formacin que no tienen: lo que antes estaba reservado al

    ricacho y al nouveau riche se ha convertido en espritu del

    pueblo; un gran sector de la produccin de la industria

    cultural vive de ello y, a su vez, crea esta necesidad

    pseudoculta -las biografas noveladas, que informan sobre

    hechos culturales y operan al mismo tiempo identificaciones

  • baratas y hueras, o el saldo de ciencias enteras, como la

    arqueologa o la bacteriologa, que las adultera en excitantes

    toscos y persuade al lector de estar al corriente-; todo eso

    reproduce y refuerza la necedad con que cuenta el mercado

    cultural. Y la alegre y despreocupada expansin de la

    formacin cultural en las condiciones vigentes es, de modo

    inmediato, una y la misma cosa que su aniquilacin.

    La duda sobre el valor absolutamente ilustrador de

    popularizar la formacin cultural en las condiciones presentes

    se hace sospechosa de reaccionaria; por ejemplo, no es

    posible oponerse a la publicacin en ediciones de bolsillo de

    textos filosficos importantes del pasado sealando que se

    perjudica a la cosa misma debido a la forma y funcin de

    aqullas, pues de otro modo se transforma uno en risible

    orador de una idea de formacin ya histricamente juzgada,

    para confirmar la grandeza y excelencia de algunos

    dinosaurios, sera insensato querer secretar tales textos

    cientficas reducidas y costosas en unos tiempos en que el

    estado de la tcnica y el inters econmico convergen en la

    produccin masiva; pero no ha de cegarse uno, por miedo

    frente a lo inevitable, ante lo que ello implica, ni, sobre todo,

    ante aquello por lo cual se pone nada menos que en

    contradiccin con las pretensiones inmanentes a democratizar

    la formacin cultural -pues la difusin de lo que se difunde

    altera mltiplemente incluso aquel sentido que uno hace gala

    de difundir-. Slo una idea lineal e inquebrantable del

    progreso espiritual planea sin cuidado alguno por encima del

    contenido cualitativo de la formacin socializada en

    seudoformacin; y frente a ella la concepcin dialctica no se

    engaa sobre la ambigedad del progreso en plena totalidad

    represiva. El que los antagonismos arraiguen quiere decir que

    todos los progresos particulares en cuanto a conciencia de la

  • libertad cooperarn asimismo para que persista la falta de

    libertad; esfera global sobre la que arroja luz la frase

    conmovedoramente ilusa, sacada del antiguo tesoro de ideas

    socialdemocrtico, que citaba Benjamin como lema de una de

    sus tesis histrico-filosficas: "Con lo nuestro da por da

    ms limpio y despejado, el pueblo da por da ms avisado".

    [Wilhelm DIETZCGEN, Die Religion der Sozialdemocratie,

    en Walter BENJAMIN, "Schriften I", Frankfurt del Main,

    1956, p. 502.] De igual manera que en el arte no existen

    valores aproximados y que una ejecucin medio buena de

    una obra musical no realiza ni a medias su contenido, sino

    que toda ejecucin carece de sentido fuera de la enteramente

    adecuada, anlogamente ocurre con la experiencia espiritual

    en conjunto: lo entendido y experimentado a medias -

    seudoentendido y seudoexperimentado- no constituye el

    grado elemental de la formacin, sino su enemigo mortal; los

    elementos de sta que penetren en la conciencia sin fundirse

    en su continuidad se vuelven perniciosas toxinas y,

    tendencialmente, supersticiones - incluso aunque en s

    mismos critiquen las supersticiones-, lo mismo que el

    maestro tonelero que, en su anhelo por algo ms elevado, se

    dio a la crtica de la razn pura y acab en la astrologa,

    evidentemente porque nicamente en sta caba unificar la

    ley moral que hay en nosotros con el cielo estrellado que est

    sobre nosotros. Los elementos inasimilados de la formacin

    cultural robustecen la cosificacin de la conciencia de que ha

    guardarse aqulla; de esta suerte, para la persona no

    preparada que acuda a la tica de Spinoza sin verla en

    conexin con la doctrina cartesiana de la sustancia y con las

    dificultades de la mediacin entre la res extensa y la res

    cogitans, las definiciones con que comienza esta obra asumen

    cierta opacidad dogmtica y un carcter de arbitrariedad

    abstrusa -que se deshacen solamente cuando se entienden la

  • concepcin y la dinmica del racionalismo juntamente con el

    papel que las definiciones desempean en l-: el ingenuo no

    sabr ni lo que buscan tales definiciones ni que ttulos legales

    son inherentes a ellas, y o bien las rechazar como un

    galimatas -tras de lo cual es fcil que, con un orgullo

    subalterno, se amuralle contra toda clase de filosofa-, o, bajo

    la autoridad del nombre famoso, se las tragar telles quelles,

    tal como ocurre, por ejemplo, en los manuscritos de

    diletantes sobre el sentido del mundo, por los que circulan

    fantasmagricamente citas de los llamados grandes

    pensadores en apoyo de sus incompetentes opiniones. Y las

    introducciones histricas y los comentarios que alejan tal

    cosa de antemano difcilmente adjudicarn solos a aquellas

    definiciones el valor y puesto debidos en la conciencia de

    quien se d a dicha "tica" sin estar familiarizado con la

    problemtica especfica a que responde Spinoza. Las

    consecuencias son la confusin y el oscurantismo, pero, ante

    todo, una relacin ciega con los productos culturales no

    apercibidos propiamente, la cual llega a tullir el espritu al

    que ellos mismos, vivos, proporcionaran expansin; lo cual,

    sin embargo, est en contradiccin flagrante con la voluntad

    de una filosofa que, con justicia o sin ella, solamente

    reconoca como fuente ltima del conocimiento lo

    inmediatamente intuible. Algo anlogo sucede, como con

    todos los filsofos, con el conjunto del arte: la idea de que lo

    genial y dotado de grandeza obre y sea comprensible por s

    mismo -escoria de una esttica basada en el culto del genio-

    engaa en cuanto que nada de lo que es justicia quepa llamar

    formacin puede aprehenderse sin supuestos.

    Un caso extremo podra aclarar esto. En Amrica existe un

    libro extraordinariamente divulgado, Great Symphonies, de

    Sigmund Spaeth, [ Sigmund SPAETH, Great Symphonies,

  • How to Recognize and Remember Them, Nueva York,

    1936.] que est cortado, sin consideraciones de ninguna

    clase, a la medida de una necesidad de la seudoformacin: la

    de que, para poseer las seales de la persona cultivada, se

    puedan reconocer en el acto las obras tpicas -por lo dems,

    inevitables en la aficin musical- de la literatura sinfnica. El

    mtodo consiste en poner letra a los principales temas

    sinfnicos, en ocasiones a motivos aislados de ellos, que de

    esta forma pueden cantarse y que graban las frases muscales

    correspondientes al modo de las canciones de xito. As, el

    tema principal de la Quinta sinfona beethoveniana se canta

    con las palabras I am your Fate, come, let me in!; ["Yo soy tu

    hado; vamos, djame entrar!" (N. del T.)] el de la Novena

    sinfona est cortado en dos -pues su comienzo no sera

    suficientemente cantable- y de su motivo final est dotado del

    texto Stand! The mighty ninth is now at hand!; ["Quieto! Al

    alcance est la poderosa Novena." (N. del T.)] en cambio,

    Spaeth dedica las lneas que siguen al tema de cuerdas de la

    Symphonie Pathtique, Tchaikovski, antes con frecuencia

    espontneamente parodiado:

    This music has a less pathetic strain,

    It sounds more sane and not so full of pain.

    Sorrow is ended, grief may be mended,

    It seems Tschaikovski will be calm again!

    [Esta msica tiene un acento menos pattico, / su sonido es

    ms cuerdo y lleno de dolor. / La turbacin ha acabado puede

    remediarse la tribulacin:/ Parece que Tschaikovski volver a

    la calma." (N. del T.)]

    Esta explosin de barbarie, que con seguridad ha daado la

    conciencia musical de millones de personas, nos permite

    aprender mucho tambin sobre la seudoformacin ms

  • discreta y media. Las frases idiotas que all se cantan no

    tienen nada que ver con el contenido de la obra, sino que se

    le agarran y chupan de su xito como sanguijuelas en sus

    relaciones con sus objetos: la objetividad de la obra de arte

    queda falseada por la personalizacin, segn la cual una frase

    tormentosa que se aquietase en un episodio lrico sera un

    retrato de Tchaikovski; y mientras que este mismo en

    realidad : se dedicaba ya a la industria cultural, su msica se

    extrae de acuerdo con el clich del eslavo melenudo, del

    concepto de un semidemente furioso, que, de todos modos,

    tiene tambin sus fases tranquilas. Adems, en la msica

    sinfnica los temas no son lo principal, sino mero material; y

    la popularizacin que disloca la atencin hacia ellos se desva

    de lo esencial -el curso estructural de la msica como algo

    total- sobre lo atmico, las fragmentarias melodas

    singulares: de este modo sabotea el expediente de la difusin

    lo difundido: Pero finalmente -y ste es un aspecto que

    apenas merece un nombre ms suave que el de satnico- ser

    dificil- simo que las personas que hayan aprendido de

    memoria una vez tales temas con aquella letra horripilante

    lleguen de nuevo a liberarse de semejantes palabras ni, en

    general, a escuchar la msica como lo que es. La informacin

    cultural enmascarada de aficin artstica se desemboca como

    destructiva. Mas incluso la edicin de bolsillo ms inocente

    lleva en s potencialmente algo de Spaeth, y ninguna

    Ilustracin que se apocase demasiado para acoger dentro de

    s reflexiones de este tipo merecera su nombre.

    El mecanismo que fomenta el prestigio de una formacin

    cultural que ya no se recibe y que; en general, apenas es ya

    actual, as como la malograda identificacin con ella, es

    subjetivo: es el de un narcisismo colectivo; ["Supersticin de

    segunda mano", en este mismo libro, pp. 149-173.] y la

  • seudoformacin ha puesto al alcance de todos, este reino

    escondido. El narcisismo colectivo termina en que las

    personas compensan la conciencia de su impotencia social -

    conciencia que penetra hasta en sus constelaciones instintivas

    individuales- y, al mismo tiempo, la sensacin de culpa

    debida a que no son ni hacen lo que en su propio concepto

    deberan ser y hacer, tenindose a s mismos - real o

    meramente en la imaginacin- por miembros de un ser ms

    elevado y amplio, al que adjudican los atributos de todo lo

    que a ellos les falta y del que reciben de vuelta,

    sigilosamente, algo as como una participacin de aquellas

    cualidades. La idea de formacin est predestinada a ello

    porque, anlogamente a la alucinacin racial, exige del

    individuo meramente un mnimo para que alcance la

    satisfaccin del narcisismo colectivo: basta simplemente la

    asistencia a un colegio o instituto y, en ocasiones, el simple

    formarse la ilusin de proceder de una buena familia; y la

    actitud en que se renen la seudoformacin y el narcisismo

    colectivo es la de disponer, intervenir, adoptar aire enterado,

    estar en el ajo, La fenomenologa del lenguaje en el mundo

    administrado, que Karl Korn ha esbozado recientemente, en

    especial del "lenguaje del presumido", es francamente la

    ontologa de la seudoformacin; y las monstruosidades

    lingsticas que ha interpretado son las seales de

    identificacin fracasada en aqul con el espritu objetivo.

    Mas para satisfacer en cualquier caso los requisitos que la

    sociedad dirige a los hombres, la formacin se reduce a las

    marcas distintivas de la inmanencia e integracin sociales, y

    se convierte sin re servas en algo intercambiable y

    aprovechable; la mentira -comparativamente inocente- de la

    unidad de formacin cultural y posesin acomodada, con la

    que se defenda en la Prusa guillermina el derecho colectivo

    por clases, ha pasado a desatinada verdad; pero as el espritu

  • de la seudoformacn cultural ha jurado el conformismo: no

    slo se han extrado los fermentos de la crtica y de oposicin

    contra los poderes establecidos que la formacin cultural

    llevaba en s en el siglo XVIII, sino que el asentimiento a lo

    que haya de todos modos y su duplicacin espiritual se hacen

    su contenido y documento jurdico propios; mientras que la

    crtica queda rebajada a un medio para medrar, a pura

    cuquera a la que no hay modo de pegrsela y que alcanza de

    todas todas al adversario.

    El seudoculto se dedica a la conservacin de s en s

    mismo; no puede permitirse ya aquello en lo que, segn toda

    teora burguesa, se consumaba la subje tividad -la experiencia

    y el concepto-; con lo que se socava subjetivamente la

    posibilidad de la formacin cultural tanto como

    objetivamente est todo contra ella. La experiencia, la

    continuidad de la conciencia en que perdura lo no presente y

    en que el ejercicio y la asociacin fundan una tradicin en el

    individuo singular del caso, queda sustituida por un estado

    informativo puntual, deslavazado, intercambiable y efmero,

    al que hay que anotar que quedar borrado en el prximo

    instante por otras informaciones; en lugar del temps-dure,

    conexin de un vivir en s relativamente unsono que

    desemboca en el juicio, se coloca un "Es esto" sin juicio, algo

    as como hablan esos viajeros que en el expreso nombran en

    todos los sitios que pasan como un rayo la fbrica de

    rodamientos o de cementos, o el nuevo cuartel, listos para

    contestar sin consecuencia ninguna cualquier pregunta no

    formulada. La seudoformacin es una debilidad en lo que

    respecta al tiempo, [Cf. "Sobre esttica y dinmica como

    categora sociolgica", en este mismo libro.] al recuerdo, a

    travs del cual nicamente tiene lugar en la conciencia

    aquella sntesis de lo experimentado que la formacin

  • pretenda en otro tiempo; no en vano alardea el seudoculto de

    su mala memoria, orgulloso de sus mltiples ocupaciones y

    de su sobrecarga. Y acaso slo se meta tanto ruido con el

    tiempo en la ideologa filosfica actual porque ste se

    extrava para los hombres y habra de ser conjurado. Pero el

    concretismo, tan observado, y el abstractismo, que por

    encima de todo slo toma al singular como representante de

    lo general -con cuyo nombre lo denomina-, se completan. El

    concepto queda remplazado por la subsuncin decretal bajo

    cualesquiera clichs ya hechos, sustrados a la correccin

    dialctica, que descubren su deletreo poder bajo los sistemas

    totalitarios -y tambin su forma es la aisladora, espectadora e

    inobjetada forma del "En esto"-. Sin embargo, puesto que la

    seudoformacin cultural se aferra, pese a todo, a las

    categoras tradicionales, que ella ya no satisface, la nueva

    figura de la conciencia sabe inconscientemente de su propia

    deformacin; lo cual irrita y encoleriza a la seudoformacin -

    quien sabe de qu se trata en todo quiere siempre, a la vez,

    ser un sabihondo-. Un slogan seudoculto que ha visto

    mejores tiempos es el del resentimiento; pero la seudocultura

    misma es la esfera del resentimiento a secas, del cual acusa

    ella a cualquier cosa que siga conservando una funcin de

    autognosis. Bajo la superficie del conformismo vigente, es

    inconfundible el potencial destructivo de la seudoformacin

    cultural: mientras que confisca fetichistamente los bienes

    culturales como posesin suya, est constantemente al borde

    de destrozarlos.

    Se asocia a la paranoia, al delirio de persecucin; pero la

    chocante afinidad de un estado de conciencia como el de la

    seudoformacin con los procesos psicticos, inconscientes,

    sera una enigmtica armona preestablecida si los sistemas

    delirantes no tuviesen tambin; aparte de su valor y puesto en

  • la economa psicolgica de la persona singular, una funcin

    social objetiva. Pues sustituyen a aquella intuicin esencial

    que queda obstruida por la seudoformacin: quien se pasa sin

    la continuidad del juicio y de la experiencia se ve, provisto,

    por tales sistemas, de esquemas para subyugar la realidad,

    que ciertamente no alcanzan a sta, pero que compensan el

    miedo ante lo incomprendido; y los consumidores de

    prefabricados psicticos se sienten cubiertos as por todos los

    igualmente aislados en su aislamiento bajo una alienacin

    social radical, esttica y dinmica estn vinculados por una

    insania comn. La satisfaccin narcisista de ser en secreto un

    elegido a una con otros elegidos exonera -en cuanto

    sobrepasa y trasciende los intereses ms prximos- de la

    contrastacin con la realidad, en la que el yo de antiguo estilo

    tena, segn Freud, su tarea ms noble: los delirantes sistemas

    de seudoformacin cultural son un cortocircuito en

    permanencia. Ha gustado explicar la propensin colectiva

    haca las formas de conciencia que Corel y Rosenberg

    bautizaron unnimemente como mitos a base de que la

    realidad social actual, en s mismo difcil, compleja e

    incomprensible, provocara semejantes cortocircuitos; pero

    justamente esta deduccin, en apariencia objetiva, apunta

    demasiado corto: en muchos respectos, la sociedad es -por

    supresin de mecanismos que remitan al mercado, por

    remocin del juego ciego de fuerzas en amplios sectores- ms

    transparente que lo ha sido nunca; si el conocimiento no

    dependiera de nada sino de la ndole funcional de la sociedad,

    probablemente podra la clebre mujer de limpieza entender a

    la perfeccin todos los engranajes; mas lo producido

    objetivamente es ms bien la ndole subjetiva que hace

    imposible la comprensin objetivamente posible; y la

    sensacin de no rayar con el poder de lo existente, de tener

    que capitular ante l, paraliza hasta los movimientos

  • impulsivos del conocimiento. Lo que se presenta al sujeto

    como inalterable se fetichiza, se vuelve impenetrable e

    incomprendido; se piensa bivalentemente, de acuerdo con el

    esquema de los predestinados a la salvacin y los

    predestinados a la condenacin; el seudoculto se cuenta todas

    las veces entre los salvados, mientras que se condena todo

    cuanto podra poner en tela de juicio su reino -y, con ello, lo

    existente de turno, hacia lo cual sirve de mediador este reino-

    ; y en el juicio contra el oponente -frecuentemente elegido

    por uno mismo o inventado de pies a cabeza- se filtra incluso

    el momento de rudeza que est impuesto objetivamente por el

    naufragio de la cultura en aquello que la reclama. La

    seudoformacin es defensiva: esquiva los contactos que

    pudieran sacar a luz algo de su carcter sospechoso. Y lo que

    origina las formas psicticas de reaccin a lo social no es la

    complejidad, sino el enajenamiento -la psicosis misma es el

    enajenamiento objetivo que el sujeto se ha apropiado hasta lo

    ms ntimo-. Los sistemas delirantes colectivos de la

    seudoformacin cultural componen lo incompatible:

    pronuncian el enajenamiento y le sancionan como s fuese un

    oscuro misterio y trae un sustitutivo de experiencia,

    mentiroso y aparentemente prximo, en lugar de la

    experiencia destruida. Para el seudoculto, todo lo mediato -

    hasta la lejana excesivamente poderosa- se transforma como

    por encantamiento en inmediato. De ah la tendencia a la

    personalizacin: las relaciones objetivas se cargan a la cuenta

    de personas singulares y de personas singulares se espera la

    salud, progresando su culto delirante con la

    despersonalizacin del mundo. Por otra parte, la

    seudoformacin, en cuanto conciencia enajenada, no sabe de

    relacin inmediata con nada, sino que se queja fijada siempre

    en las nociones que ella acerca a la cosa: su postura es la del

    taking something for granted, y su tono revela un incesante

  • "Cmo? No sabe usted eso?", especialmente en las

    conjeturas ms desenfrenadas, mientras que la conciencia

    crtica se ha contrahecho a una turbia tendencia a mirar entre

    bastidores -lo cual ha sido inscrito por Riesman en el tipo del

    inside dopester- . [Literalmente, drogador interno (N. del T.)]

    Sin embargo, las respuestas y los teoremas supremos de la

    pseudoformacin siguen siendo irracionales, y de ello

    proceden sus simpatas por los irracionalismos de cualquier

    color, sobre todo por el depravado de la apoteosis de la

    naturaleza y del alma: es, a una, espiritualmente pretencioso

    y brbaramente antiintelectual. Es palmaria la afinidad

    electiva entre la seudo-formacin y la pequea burguesa;

    pero al socializarse la seudoformacin, sus arranques pticos

    empiezan a contagiar toda la sociedad, como corresponde a la

    instauracin como carcter y tipo social dominante del

    pequeo burgus puesto en circulacin. La ciencia no ha

    visto la conexin social entre insania y seudocultura,

    mientras que cierta literatura que nunca ha gozado del

    prestigio debido lo ha hecho perfectamente: la descripcin de

    la suegra, devastadora universal de la comedia Der

    Strenfried ("El aguafiestas") de Benedix, traza una

    fisognmica completa de la pseudoformacin cultural; si

    bien, verosmilmente, la sociologa seria capaz de desarrollar

    la ontologa global de sta, una articulacin estructural de sus

    categoras fundamentales -surgidas, a la vez, de condiciones

    sociales-. El pseudoformado culturalmente, en cuanto

    excluido de la cultura y, sin embargo, asentidor a ella,

    dispone de una segunda cultura sui generis, no oficial, que,

    por supuesto, se huelga con un autntico encuentro aderezado

    por la industria cultural: el mundo de los libros que no se

    quedan en la estantera, sino que se leen, y que parecen ser

    tan ahistricos, tan insensibles frente a las catstrofes de la

    historia como lo inconsciente mismo. Y, de igual modo que

  • esto ltimo, la pseudoformacin es tendencialmente

    irresponsable, lo cual dificulta tanto su correlacin

    pedaggica: sin duda, slo una actuacin de psicologa

    profunda podra contrarrestarla, apoyndose en que ya en

    fases tempranas del desarrollo se aflojan sus induraciones y

    se robustece la reflexin crtica.

    Sin embargo, los requisitos de esta clase chocan bien

    pronto con un bloque. El conocimiento de los abusos sociales

    de la pseudoformacin confirma que no es posible cambiar

    aisladamente cuanto es producido y reproducido por estados

    de cosas objetivos que mantengan impotente la esfera de la

    conciencia; y, en totalidades contradictorias, el problema de

    la formacin cultural se ve envuelto tambin en una

    antinomia: la ininterrumpida parlera de la cultura es algo

    ajeno al mundo e ideolgico con respecto a la tendencia

    objetiva a la liquidacin de aqulla, que se manifiesta por

    encima y ms all de todas las fronteras de los sistemas

    polticos. Adems, no cabe ascender la cultura in abstracto a

    norma ni a un llamado valor, pues las protestaciones de tenor

    semejante, debido a su misma enorme arrogancia, cortan las

    relaciones de todo lo cultural con el procurar una vida digna

    de seres humanos y contribuyen a aquella neutralizacin del

    espritu que, por su parte, aniquila la formacin cultural. Mas,

    a la inversa, la teora de la sociedad -lo mismo que toda

    praxis que se oriente por ella- tampoco puede, con el nimo

    de la desesperacin, decidirse en favor de la tendencia ms

    fuerte, golpear lo que cae y hacer propia la liquidacin de la

    cultura: en este caso se hara cmplice directa de la regresin

    a la barbarie. (Entre las tentativas del espritu desconcertado

    consigo mismo, no es la ms inocua la que Anna Freud ha

    llamado en psicologa la identificacin con el agresor: [Cf.

    "Supersticin de segunda mano", en este mismo libro.] la de

  • suscribir complacientemente lo que se supone ser inevitable.)

    Actualmente, el intelectual crtico prospera menos que quien

    utiliza el medio del intelecto -o lo que torna por ste- para la

    ofuscacin; pero tambin sera fatua la presuncin de que

    haya nadie -y con ello se refiere siempre uno a s mismo-

    exceptuado de la tendencia a la seudoformacin socializada;

    y lo que con justicia osa llamarse progreso de la conciencia,

    la penetracin crtica y carente de ilusiones en lo que haya,

    converge, con la prdida de la formacin: la sobriedad y la

    formacin tradicional son incompatibles. De suerte, que no es

    casual que, ya cuando Marx y Engels concibieron la teora

    crtica de la sociedad, se tomase de modo grosero y primitivo

    la esfera a que apuntan primariamente el concepto de

    formacin cultural, la filosofa y el arte; esta simplificacin

    se ha hecho incompatible con la intencin social de salir

    finalmente fuera de la barbarie, pero, mientras tanto, apoya

    en el Este al terror mudo. La conciencia en progreso, que

    resiste a la cultura alistada y hecha una lstima --al hacerse

    una posesin-, no slo est por encima de la formacin

    cultural, sino, a la vez, tambin siempre por debajo de ella: la

    nueva cualidad que se adelanta es invariablemente ms y

    menos que la que se hunde, y en el mismo progreso, en la

    misma categora de lo nuevo, va mezclada, corno fermento,

    una adicin de barbarie -pues se barre-. Sera preciso apuntar

    hacia una situacin que ni jurase la cultura, conservando sus

    restos, ni acabase con ella, sino que estuviera incluso por

    encima de la contraposicin entre formacin cultural y su

    ausencia, entre cultura v naturaleza; pero tal cosa requiere

    que no solamente se quebrante la absolutizacin de la cultura,

    sino asimismo que no se hipostase, que no se coagule en una

    tesis adialctica su interpretacin como algo no

    independiente, como mera funcin de la praxis y mero

    remitir a ella. La inteligencia de que lo que se ha originado

  • no se reduce a su origen -no puede hacerse equivalente a

    aquello de donde ha procedido- se refiere tambin al espritu,

    que tan fcilmente se deja inducir a arrogarse la calidad del

    origen; sin duda dondequiera que anuncie semejantes

    reivindicaciones a la propia exaltacin se le ha de replicar

    sealando su dependencia de las condiciones vitales reales y

    su inextricabilidad de la configuracin de stas, as como,

    finalmente, su propia creencia natural; pero si el espritu se

    reduce nudamente a aquella dependencia y se conforma por

    s misma con el papel de mero medio, entonces hay que

    recordar lo contrario. Y en esta medida tiene su derecho en la

    hora histrica presente el cuidado por la formacin cultural:

    el que el espritu se separe de las condiciones de vida reales y

    se independice frente a ellas no constituye slo su falsedad,

    sino tambin su verdad, pues no cabe desvirtuar ningn

    conocimiento obligativo ni ninguna obra de arte conseguida

    mediante la alusin a su gnesis social. Si los hombres han

    desarrollado el espritu para conservarse vivos, las imgenes

    espirituales que de otro modo no existiran no son ya medio

    de vida alguno. La irrevocable independizacin del espritu

    frente a la sociedad -la promesa de libertad- es ella misma

    algo tan social como lo es la unidad de ambos; y si se reniega

    simplemente de tal independizacin, el espritu queda

    sofocado y convierte lo que existe en una ideologa no menos

    que cuando usurpaba ideolgicamente el carcter absoluto.

    Lo que sin afrenta, ms all del fetichismo de la cultura, osa

    llamarse cultural es nicamente lo que se realice en virtud de

    la integridad de la propia figura espiritual y repercuta en la

    sociedad mediatamente, pasando a travs de tal integridad, no

    a travs de un ajuste inmediato a sus preceptos; pero la fuerza

    para ello no le crece al espritu viniendo de parte alguna

    como de lo que en otro tiempo era formacin cultural. De

    todos modos, si el espritu no ejecuta lo socialmente justo

  • ms que en cuanto que no se fusione en una identidad sin

    diferencias con la sociedad, estarnos en la poca del

    anacronismo: aferrarse a la formacin cultural despus que la

    sociedad le ha privado de su base -pero la cultura carece de

    toda otra posibilidad de sobrevivir fuera de la autorreflexin

    crtica sobre la seudocultura, en la que se ha convertido

    necesariamente.