tendencias de la paz en colombia. capítulo v

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1 Título: TENDENCIAS DE LA PAZ EN COLOMBIA Subtítulo: retos, discursos y territorios Autores: Mauricio García Durán Fernando Sarmiento Santander Vladimir Caraballo Acuña. Capítulo 5 Ética y aprendizajes para la paz Procesos de paz, fuerza pública y dilemas éticos (comentarios a la ponencia del Dr. Vicenc Fisas), Congreso Internacional riesgos, seguridad y defensa en el siglo XXI, Bogotá. García Durán, Mauricio (2009) Responsabilidad política de la sociedad civil en la construcción de la paz y en la reconciliación. García Durán, Mauricio (2006?) La academia Colombiana y los estudios de paz, Seminario “la academia frente al conflicto y la paz”. García Durán, Mauricio (2008) Aprendiendo de Irlanda del Norte en la Construcción de Paz. García Durán, Mauricio (2008) La Paz como tarea y la Paz como pasión: Compromiso del creyente, en Apuntes ignacianos No 18, pp 51-65. García-Durán, Mauricio (1996)

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Tendencias de la paz en Colombia. Retos discursos y territorios

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Título: TENDENCIAS DE LA PAZ EN COLOMBIA Subtítulo: retos, discursos y territorios Autores: Mauricio García Durán

Fernando Sarmiento Santander Vladimir Caraballo Acuña.

Capítulo 5

Ética y aprendizajes para la paz Procesos de paz, fuerza pública y dilemas éticos (comentarios a la ponencia del Dr. Vicenc Fisas), Congreso Internacional riesgos, seguridad y defensa en el siglo XXI, Bogotá. García Durán, Mauricio (2009)

Responsabilidad política de la sociedad civil en la construcción de la paz y en la reconciliación. García Durán, Mauricio (2006?)

La academia Colombiana y los estudios de paz, Seminario “la academia frente al conflicto y la paz”. García Durán, Mauricio (2008)

Aprendiendo de Irlanda del Norte en la Construcción de Paz. García Durán, Mauricio (2008)

La Paz como tarea y la Paz como pasión: Compromiso del creyente, en Apuntes ignacianos No 18, pp 51-65. García-Durán, Mauricio (1996)

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Procesos de paz, fuerza pública y dilemas éticos 1 Mauricio García Durán, S.J.

1. Antes de hacer mis comentarios, quiero mencionar algunos presupuestos generales desde los cuales hago mi intervención:

� Los hago desde el caso colombiano , teniendo como trasfondo un conflicto prolongado y degradado como el que hemos vivido y seguimos viviendo. Pero también teniendo presentes los largos esfuerzos a favor de la paz que se han desarrollado en el país: 25 años de procesos de paz y la movilización por la paz más grande en el mundo en un país con conflicto armado (Cf. García Durán, 2006).

� No es posible hablar de paz sin afirmar la necesidad de contar con un

estado social y democrático de derecho , en el que exista un equilibrio entre las distintas ramas del poder público. Ello supone la existencia (o el avance continuo hacia) un monopolio legítimo de la fuerza en cabeza de las fuerzas militares y de policía.

� Como ya se ha planteado en este Congreso, hay que tener en cuenta uno

de los principios guía del ejercicio de las Responsabilidades Humanas (2007): “No se puede pensar en una paz sostenible sin libertad, justicia y un proceso de reconciliación que respeten en todos los casos la dignidad y los derechos humanos”. 2. Quiero concentrar mi atención sobre algunos de los dilemas éticos que se presentan en los procesos de paz, resaltando a la vez los retos que la fuerza pública tiene frente a dichos dilemas. Por limitaciones de tiempo, no puedo referirme a los retos que tienen otros actores sociales frente a estos mismos dilemas, pero en un desarrollo más sistemático del tema habría que considerarlos con cuidado (grupos armados ilegales, partidos políticos, grupos de la sociedad civil, comunidad internacional). Voy a considerar estos dilemas de acuerdo a los momentos cronológicos que se dan en los procesos de paz: antes de negociar, al negociar y luego de la negociación.

� Antes de negociar : es decir, en el momento de la confrontación, donde nos enfrentamos a los efectos de una guerra tanto en los ejércitos enfrentados como en la población civil. El dilema que se presenta aquí es entre garantizar que la guerra en que se está comprometido se libra de manera justa o en garantizar la

1 Comentarios a la ponencia del Dr. Vicenç Fisas. Congreso Internacional Riesgos, Seguridad y Defensa en el

Siglo XXI. Bogotá, 20 al 24 de abril de 2009.

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eficacia de la lucha contra el enemigo . La teoría de la guerra justa ha sido ampliamente utilizada en la reflexión ética sobre las operaciones militares, tanto desde una perspectiva que justifica el accionar de la fuerza pública institucional pero también desde una perspectiva que busca legitimar la lucha guerrillera. Como ustedes conocen mejor que yo, la teoría de la guerra justa implica dos dimensiones: el ‘jus ad bellum’ (la justicia del ir a la guerra ó justicia de los fines) y el ‘jus in bello’ (la justicia en el tiempo de guerra ó justicia de los medios).

Según esta perspectiva, una guerra puede ser moralmente permisible provisto que sus fines y medios sean justos. Ahora bien, las operaciones militares no convencionales en conflictos internos implican un mayor reto para garantizar que los medios de violencia que se están utilizando sean moralmente aceptables, como nos lo ponen de presente las numerosas infracciones al Derecho Internacional Humanitario. En el caso colombiano tenemos ejemplos de lado y lado de esta dificultad: los secuestros, las minas antipersonales y los cilindros bombas son claras expresiones en el caso de la insurgencia; las desapariciones y masacres en el caso de los paramilitares; y los ‘falsos positivos’ en el caso de la fuerza pública. Como bien ha sido planteado en el debate internacional: “Insurgencias y contrainsurgencias son moralmente problemáticas porque al involucrar civiles como base de apoyo y como participantes activos en la guerra, invalidan la norma de la discriminación en la teoría de la guerra justa que diferencia entre combatientes y no combatientes”2 (Amstutz, 1999: 110). Y el gran problema de un conflicto degradado estriba en que se asuma el uso de prácticas de guerra que implican una creciente victimización de la población civil. No en vano en el caso colombiano en los últimos 30 años (1978-2008) el 69% de los muertos por causa del conflicto armado han sido civiles frente al 31% de combatientes muertos3. Ante un contexto de degradación del conflicto, la fuerza pública no se puede dejar involucrar en esa falsa opción de resultados a cualquier costo, ya que eso deteriora la legitimidad institucional y plantea serios retos en el momento de negociar el tema de seguridad en un proceso de paz. Es indiscutible que las fuerzas armadas siempre tienen el reto de avanzar en la consolidación del monopolio de la fuerza, pero esto sólo puede hacerse en una dinámica que implique creciente legitimidad de las fuerzas militares y de policía.

� Al negociar : es decir, durante el proceso de forjar un acuerdo entre las partes. Y el dilema al que se enfrentan los negociadores de lado y lado es pensar que sólo se gana lo que el otro pierde, y que el campo fundamental en el que se

2 Originalmente en inglés; traducción del autor de este comentario.

3 Estas cifras según la base de datos que CINEP ha construido sobre dinámica del conflicto armado y los

actores armados. En los civiles muertos se incluyen aquellos que han sido víctimas de masacres, asesinatos

políticos y desapariciones forzadas. La cifra de combatientes corresponde a los muertos en combate y

acciones bélicas que eran miembros de la fuerza pública, los grupos paramilitares o los grupos guerrilleros.

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juega esta confrontación es en el nivel militar y no en el nivel político. Nunca se puede olvidar el principio de Clautsewitz de ver la guerra como la continuación de la política por otros medios. No de otra manera se entiende que en el caso colombiano, por ejemplo, las FARC hayan desaprovechado la mejor oportunidad que tuvieron para haber llegado a una negociación comprensiva con el Estado colombiano entre 1998 y 2002, ya que apostaron a tener una mayor fortaleza militar para poder imponer mayores condiciones en la mesa de negociación. Personalmente consideraría, luego de estudiar diversos procesos de paz, que es importante tener claras las respuestas a tres preguntas con relación a la dinámica de negociación: ¿quién negocia? ¿qué negocia? ¿cómo negocia?

1) El quién negocia nos remite a la necesidad de negociar una paz que sea legítima para la sociedad, es decir, una paz que sea representativa de los intereses de la sociedad en su conjunto y no sólo de unos pocos sectores. La representatividad no significa participación directa en la mesa de negociación, pero sí una negociación que introduzca en el proceso esa diversidad de intereses y que cuente con un mecanismos de participación social que legitime lo acordado por parte de la sociedad. Los gobiernos enfrentan el reto de negociar en un contexto cada vez más globalizado, lo cual limita los márgenes de negociación, como es el caso de la Corte Penal Internacional y los límites para avanzar en una amnistía a combatientes responsables de delitos de lesa humanidad. El reto es mayor, si se tiene presente que “el mandatario tiene que ser consciente de que la paz de elites, no consensuada y no legitimada por las sensibilidades de la sociedad, por la vocación democrática de sus instituciones y por los imperativos mínimos de justicia, no prevalecerá” (Ben-Ami, 2009: 14).

2) El qué se negocia nos remite a la importancia de negociar una paz justa

(paz positiva) y una paz segura (paz negativa), es decir, una paz que pueda resolver las mayores exclusiones e injusticias que subyacen a la dinámica del conflicto armado que vive el país, pero al mismo tiempo consolide el estado social y democrático de derecho, que como decía al comienzo implica un monopolio legítimo de la fuerza que brinde efectiva seguridad a todos los colombianos. El gran reto que se enfrenta aquí es poder ponderar adecuadamente cuál es el mínimo de justicia requerido (en otras palabras, el nivel de impunidad que es tolerable) para hacer posible la paz. Como bien lo planteaba uno de los ponentes esta mañana: “Todo intento de resolver el conflicto a través de la aplicación total y absoluta de la justicia puede resultar en que los rebeldes prefieran seguir viviendo al margen de la ley en una mentalidad de guerra permanente. Pero, de la misma manera es inconcebible e inadmisible construir la paz sobre el olvido total, la impunidad y la mentira. Allí está el dilema que nos obliga a buscar un equilibrio legítimo entre justicia y paz” (Ben-Ami, 2009: 12).

3) El cómo se negocia nos remite a la necesidad de negociar de manera transparente la paz, es decir, que sea un proceso transparente con la sociedad, claro en los mecanismos de control y monitoreo de los compromisos asumidos por

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las partes, incluidos los mecanismos de seguimiento al cese al fuego, la desmovilización y el desarme. En nuestra propia historia, la falta de claridad en los mecanismos de seguimiento y monitoreo ha sido crítico en los procesos de paz, como lo padecimos en el caso de las negociaciones con las FARC en el Caguán. La gestión del gobierno en el proceso de paz debe ser monitoreable (‘accountable’) por la sociedad y por la comunidad internacional. También debe ser el procedimiento de los grupos armados con los que se negocia. En síntesis, se requiere negociar una paz legítima, justa y transparente como condición de avanzar en una paz duradera y sostenible. En este horizonte, el papel de la fuerza pública es aportar para que dicha paz sea posible por medio del respeto y compromiso con las dinámicas de la negociación (por ejemplo, del cese al fuego) y en su contribución, por mecanismos adecuados, para el esclarecimiento de los temas de seguridad. En el caso colombiano es necesario consolidar el monopolio legítimo de la fuerza, que históricamente nos ha sido esquivo, en cabeza de unas fuerzas armadas altamente profesionales, equipadas técnicamente, subordinadas al poder civil y con una interacción positiva con la sociedad.

� Luego de la negociación : es decir, en la etapa del post-conflicto en la que se deben implementar los acuerdos y avanzar en la desarme, desmovilización y reinserción de los armados, incluidos aquellos desvinculados de la fuerza pública al reestructurarse en su número y forma de operar para ajustarse a un contexto sin conflicto armado. En esta etapa posiblemente el mayor dilema que se enfrenta es entre reconciliación de la sociedad o justicia para las víctimas, es decir, cómo avanzar hacia la reconciliación de la sociedad sin que ello se haga a costa de la impunidad y el desconocimiento del sufrimiento de las víctimas. Ello plantea el reto de que “las cicatrices socio-culturales dejadas por la guerra sean elaboradas de tal manera que el dolor del pasado deje de dominar el presente y abra la posibilidad de una futura convivencia entre los antiguos enemigos”4 (Rigby, 2005: 177). Esto requiere de nuevas narrativas y prácticas colectivas que sin negar la realidad de las víctimas, pueda ofrecer nuevos horizontes para reconstruir el tejido social y permitir el re-encuentro de los responsables de la violencia y de aquellos que la sufrieron. Para que esto sea posible se requiere que unos y otros puedan experimentar un grado de seguridad personal y colectiva que garantice que no se volverán a repetir las dinámicas de victimización que afectaron la sociedad. El reto para la fuerza pública es poder garantizar dicha seguridad, sin que el fantasma de la responsabilidad de algunos de sus miembros en la violencia contra la sociedad en el pasado, sea un obstáculo para comprometerse activamente en la implementación de las reformas necesarias para poner en marcha nuevas políticas de seguridad para tiempos de paz, con la reducción de personal y redefinición de tareas que ello implica. 4 Originalmente en inglés; traducción del autor de este comentario.

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3. Para concluir sólo quiero decir que en este país no habrá paz sin la participación activa de las fuerzas armadas en su construcción. Pero dicha participación pasa porque los miembros de la fuerza pública puedan resolver positivamente, tanto a nivel personal como institucional, los dilemas éticos y políticos que plantea un proceso de paz. El reto, pues, es disponerse para que ello sea posible, asumiendo proactivamente las reformas institucionales que se requieran para avanzar en esta dirección. BIBLIOGRAFÍA AMSTUTZ, Mark R. (1999) International Ethics – Concepts, theories, and

cases in Global Politics. Lanham / Oxford: Rowman & Littlefield Publishers. BEN-AMI, Shlomo (2009) ‘Dilemas entre Principios e Intereses’, Ponencia

presentada en el Eje Temático 3 (Desafío ético de la confrontación armada en las sociedades contemporáneas) en el Congreso Internacional Riesgos, Seguridad y Defensa en el Siglo XXI, Bogotá, Abril 23 de 2009.

Carta de las Responsabilidades Humanas (versión 13.11.2007). Material

entregado como insumo para el Congreso Internacional Riesgos, Seguridad y Defensa en el Siglo XXI, Bogotá, Abril 20 a 24 de 2009.

GARCIA DURAN, Mauricio (2006) Movimientos por la Paz en Colombia 1978-

2003. Bogotá: CINEP / UNDP-Colombia / Colciencias. RIGBY, Andrew (2005) “Forgiveness and reconciliation in Jus post Bellum”, in

Mark Evans (Ed.), Just War Theory – A Reappraisal . Edinburgh: Edinburgh University Press, pp. 177-200.

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Responsabilidad política de la sociedad civil en la construcción de la paz y en la reconciliación FALTA PONER FECHA O EVENTO

Mauricio García Durán, s.j.

Quiero compartir con ustedes en este panel algunas reflexiones sobre la responsabilidad política de la sociedad civil en la construcción de la paz y la reconciliación, tal y como me han pedido los organizadores de este foro. Voy a hacerlo desde dos horizontes: por una parte, retomando algunos elementos conceptuales que se encuentran en la discusión internacional sobre el tema y, por otra parte, mostrando algunos resultados que arroja el trabajo de investigación que adelantamos en la Unidad de Investigación por la Paz en el CINEP con los bancos de datos de acciones colectivas por la paz y de experiencias de paz (Datapaz). A partir de esta investigación y sistematización de la movilización por la paz, se pueden vislumbrar cinco tendencias con relación al tema de este foro. La sociedad civil ejerce su responsabilidad política en la construcción de la paz y la reconciliación al menos por cinco vías: movilizándose para presionar por la paz y la democracia, poniendo la democracia en el centro de sus demandas, tejiendo redes sociales que favorecen la paz y la reconciliación, construyendo democracia y paz “desde abajo” y trabajando en las distintas fases y niveles que plantea la dinámica del conflicto. 1. Punto de partida: una significativa movilización por la paz Considero que el punto de partida de esta reflexión tiene que ser el reconocimiento de que la sociedad colombiana se ha movilizado contra la violencia y a favor de la paz. La sociedad civil es responsable de la paz y la reconciliación cuando contribuye a ella. Y una de las maneras claras como lo hace es ejerciendo presión social y política para que se avance en esa dirección, para que las políticas públicas respondan a los retos que plantea el conflicto, para que todos los actores armados cambien su comportamiento favorable a la guerra por uno que aporte en la construcción de una paz sostenible. Los colombianos nos hemos movilizado masivamente por la paz (ver Gráfico 1). Entre 1978 y el 2006, se han realizado 2.265 acciones colectivas por la paz que han movilizado acumulativamente más de 50 millones de colombianos/as5 (Cf. García Durán, 2006).

5 No obstante el alto subregistro del número de participantes que hay en las noticias de prensa que

subyacen a la base de datos de Acciones Colectivas por la Paz (Datapaz) ya que solo el 29,14% de las noticias

tiene esta información.

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Más aún, este accionar colectivo ha sido significativo tanto a nivel interno, cuando se lo compara con la protesta social, como a nivel externo, cuando se compara la movilización colombiana con la ocurrida en otros países del mundo. Esto nos muestra, como punto de partida, una apuesta social significativa por la búsqueda y la construcción de la paz, ya sea que se lea esta movilización como reacción a la violencia o como apuesta positiva a favor de la paz. De hecho, esta movilización expresa una experiencia de poder tal y como la entiende Hanna Arendt, la autora objeto del análisis de la doctora Cristina Sánchez, ponente principal de esta mañana. Para Arendt, el poder “corresponde a la capacidad humana, no simplemente para actuar, sino para actuar concertadamente. El poder nunca es propiedad de un individuo; pertenece a un grupo y sigue existiendo mientras el grupo se mantenga unido... En el momento en que el grupo, del que el poder se ha originado (potestas in populo, sin un pueblo o un grupo no hay poder), desaparece, ‘su poder’ también desaparece” (Arendt, 1973: 146) Gráfico 1: Acciones Colectivas por la Paz en Colombia, 1978-2006

2. La democracia como centro de las demandas por la pa z

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Cuando se analizan las razones para movilizarse se descubre que hay distintas visiones de paz detrás de estos esfuerzos colectivos, que oscilan desde la paz como la derrota del “enemigo” hasta la paz como realización plena de todas las aspiraciones humanas. Es lo que en los estudiosos del tema (Cf. Fisas, 1987: 70-76) se ha catalogado como paz negativa (= ausencia de violencia física) y paz positiva (= realización de las potencialidades humanas tanto individuales como sociales). En conexión con una concepción de paz negativa, se encuentran las siguientes definiciones de paz en el caso colombiano (García Durán, 2006: 253-263): - Paz como victoria militar. - Paz como defensa de la vida. - Paz como desmovilización de los alzados en armas. - Paz como verdad, justicia y reparación.

Por su parte, en conexión con la concepción de paz positiva se encuentran las siguientes definiciones de paz: - Paz como reconciliación. - Paz como profundización de la democracia . - Paz como justicia social, o paz como vigencia plena de los derechos

humanos. - Paz como reconocimiento de la diversidad de género. - Paz como reconocimiento de las diversidades étnicas. - Paz como reconocimiento de las distintas orientaciones sexuales.

Podemos decir que en el centro de estas aspiraciones está la demanda por una democracia real y operante, que con un legítimo monopolio de la fuerza, debe garantizar no sólo la vida y honra de los ciudadanos (= ausencia de violencia física), sino que debe permitir el florecimiento de una sociedad plural en la que sea posible avanzar hacia una mayor justicia social, es decir, hacia una plena vigencia de los distintos niveles de derechos humanos (= realización de las potencialidades individuales y sociales). Como bien se ha dicho: “La democracia no se fundamenta solamente en valores sino, además, en instituciones que garantizan el respeto de la libertad y de la dignidad de cada ciudadano. El objetivo de la democracia es la construcción de una sociedad liberada del dominio de la violencia” (Muller, 2006: 166). Ahora bien, “la democracia no es solamente el ejercicio del poder por los dirigentes; ella es, en primer lugar, el ejercicio del poder por los ciudadanos. Lo que construye una democracia sólida no es tanto un Estado fuerte como una sociedad civil fuerte” (Ibid., 167). Podemos decir, por tanto, que la sociedad civil es responsable de la paz y la reconciliación en la medida que trabaje por su empoderamiento, de forma tal que pueda ser agente con “poder” (en términos de Arendt) para hacer real la democracia y, así, pueda incidir para que las demandas sociales de los distintos sectores sociales puedan hacerse efectivas.

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Este planteamiento suscita un interrogante: ¿cuáles son las fuerzas sociales y políticas que en una determinada sociedad favorecen un fortalecimiento de la democracia como la que se vislumbra en las demandas planteadas por las organizaciones y grupos sociales que se han movilizado a favor de la paz? 3. Tejiendo las redes de la democracia y la paz Una lección adicional que podemos aprender de la movilización por la paz tiene que ver con la manera como esta movilización ha implicado tejer relaciones y vínculos entre los actores sociales y los actores institucionales, en muchos casos para reconstruir el tejido social que ha sido destruido por la violencia, en otros casos para empoderar a los actores sociales de forma tal que puedan hacer frente a los señores de la guerra y de la politiquería, y puedan incidir en los procesos sociales que los afectan. En el proceso de movilización social hay actores que toman la iniciativa y convocan a otros a dicha movilización. Cuando consideramos todas las relaciones que se establecen entre convocantes y participantes de la movilización por la paz, descubrimos que se genera una verdadera “telaraña” de relaciones, como puede verse en el Gráfico 2. Gráfico 2: Relaciones de convocantes y participantes en la movilización por la paz

en Colombia (1978-2006)

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Ahora bien, en la red que se teje en la dinámica de movilización social no todas las relaciones tienen el mismo peso e importancia. Hay actores que tienen un mayor nivel de relaciones, que se interconectan de una manera más fuerte que otros. Hay actores que juegan el papel de puente en la relación entre unos actores y otros. Dicho en otras palabras, hay actores que tienen un papel más estratégico que otros en la construcción de la paz, en cuanto tienen la capacidad de convocar a una gama más amplia de actores sociales. Cuando ponderamos el papel protagónico que juegan algunos actores, la “telaraña” inicial toma un perfil más preciso, en el que se define un triángulo de conexiones entre los actores que tienen un mayor protagonismo (ver Gráfico 3). En el caso colombiano podemos decir que en las acciones colectivas por la paz han sido claves: las organizaciones por la paz, las iglesias (particularmente la Iglesia Católica), las administraciones municipales, los pobladores urbanos y las administraciones departamentales. Gráfico 3: Relaciones de convocantes y participantes en la movilización por la paz

en Colombia, 1978-2006 (ponderando la intensidad y nivel de las relaciones)

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De esto se deriva una consecuencia: si como sociedad civil queremos favorecer efectivamente la dinámica social hacia una paz duradera y una democracia más real, es necesario canalizar esfuerzos a través de los nodos de la red que tienen mayor impacto en el tejido social. Y es necesario reconocer la importancia que tiene lo local y lo regional, en una interacción positiva entre sociedad civil y Estado. Dicho en otras palabras, la paz y la reconciliación se construyen y se tejen desde lo local. La sociedad civil ha ejercido, por tanto, su responsabilidad política con la paz y la reconciliación, cuando ha construido y reconstruido el tejido social en el ámbito local. 4. Construcción de democracia y paz “desde abajo” Consideremos en este punto un ejemplo significativo de las experiencias de paz existentes en el país: las asambleas constituyentes locales y regionales como

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espacios para el ejercicio de la responsabilidad política. En un trabajo que CINEP adelanta en asocio con el Programa Redes del PNUD, hemos venido realizando desde finales del año pasado una sistematización de las experiencias de asambleas constituyentes que han surgido en el país a partir de 1997, cuando la Asamblea Constituyente de Mogotes irrumpió en el panorama político nacional. Luego de esta experiencia han surgido otras 85 asambleas constituyentes municipales, regionales y departamentales, distribuidas en 13 departamentos del país. Estas experiencias expresan un esfuerzo de los sectores de la sociedad civil en distintos lugares del país por hacer real la democracia participativa ante todo en el nivel municipal (82% de las asambleas tienen este carácter). No todo ha sido éxito en dichas asambleas, pero ciertamente si indican una manera significativa como en algunas regiones del país sectores de la sociedad civil han promovido responsablemente la construcción de un Estado que responda mejor a las aspiraciones y necesidades de dichas comunidades. Han sido experiencias de construcción de lo público de “abajo hacia arriba”, de las cuales podríamos aprender mucho para avanzar en la construcción de una paz duradera y sostenible. En conexión con ello, sólo quiero llamar la atención sobre las estrategias que estas asambleas constituyentes locales han desplegado como una forma de fortalecer la democracia y aportar en la construcción de la paz (ver Gráfico 4). Gráfico 4: Estrategias de acción de las asambleas constituyentes locales y regionales

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El peso que tienen estas estrategias es el siguiente:

• Fortalecer la organización y la acción en red: 18% • Ejercer control social de la gestión pública: 19% • Educar para la democracia y la ciudadanía: 23% • Crear espacios para la discusión y la participación política: 27% • Rechazar y protestar contra la violencia: 10% • Resistir al conflicto armado: 3%

Este tipo de estrategias muestran claramente la manera como la sociedad civil local en algunas regiones del país ha sido responsable políticamente en la construcción de Estado pero también en el fortalecimiento de ella misma como sociedad civil. Estas estrategias habría que promoverlas de manera sostenida en todas las regiones del país, articulando procesos de concertación social y político, que permitan avanzar en la construcción sostenida tanto de Estado como de sociedad civil. En otras palabras, sin una sociedad civil fuerte, capaz de concertar con el Estado y ejercer control de su gestión, no es factible que se avance hacia una democracia más sólida, con capacidad de aclimatar una paz sostenible.

Estrategias de acción de las Asambleas constituyent es

Crear espacios de discusión y participación política

27%

Educar para la democracia y la ciudadanía

23%

Ejercer control social de la gestión pública

19%

Fortalecer la organización y la acción en red

18%

Rechazar y protestar en contra de la violencia

10%

Resistir al conflicto armado3%

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5. Trabajar en las distintas fases y niveles de ret os que nos plantea el conflicto armado

El último elemento en el que podemos percibir como se ejerce la responsabilidad política de la sociedad civil en la construcción de la paz y la reconciliación lo encontramos en la diversidad de dimensiones en los que las organizaciones de la sociedad civil se han comprometido, como podemos verlo en el Gráfico 5. Gráfico 5: Dinámica del conflicto y dimensiones del trabajo por la paz

Dada la complejidad del conflicto, en el caso colombiano coexisten los distintos momentos y fases que implican la construcción de la paz, que en inglés se han conocido con las expresiones de “peacekeeping”, “peacemaking” y “peacebuilding” (Cf. López Martínez, 2004). Para que las organizaciones de la sociedad civil seamos responsables en la promoción de la paz y de la democracia, se requiere que desarrollemos una estrategia compleja que de manera simultánea pueda “contener” los efectos negativos del conflicto mientras este sigue, pueda “hacer” la paz contribuyendo a los procesos de negociación que se requieren para que esta sea posible, y pueda “construir” la paz una vez alcanzado un acuerdo de paz, de forma tal que se mantengan los logros alcanzados y se prevenga la recurrencia de la violencia.

DIMENSIONES PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ

EN LOS DISTINTOS MOMENTOS DEL CONFLICTO

Latencia

Confrontación

Escalamiento

Acercamientos

Desescalamiento

Posconflicto

Acuerdos

CONTENCIÓN NEGOCIACIÓN MANTENIMIENTO

DE LA PAZ Y

PREVENCIÓN DE LA

RECURRENCIA A

LA VIOLENCIA

Peacekeeping Peacemaking Peacebuilding

PREVENCIÓN

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De hecho, esta complejidad de acción se ha dado y se puede constatar con claridad en los planes de acción de muchas organizaciones sociales, fundaciones y ONG. A nivel de contención (peacekeeping), algunas de las acciones y experiencias que se han desarrollado son las siguientes:

• Alerta temprana • Protección y acompañamiento • Territorios y comunidades de paz • Resistencia civil • Educación para empoderar y resistir frente al conflicto • Seguimiento y análisis de la dinámica del conflicto y la crisis humanitaria

A nivel de “hacer” de la paz (peacemaking) o negociación se han desarrollado las siguientes acciones:

• Desarrollo de una agenda de paz • Facilitación y mediación de la negociación del conflicto armado • Promoción de acuerdos locales y regionales de paz • Seguimiento y análisis de procesos de paz y negociación

A nivel de la construcción a la paz (peacebuilding), donde se busca mantener la paz que se ha alcanzado con un acuerdo y, por tanto, evitar la recurrencia de la violencia, se encuentran los siguientes tipos de experiencias:

• Procesos de desmovilización y reintegración de combatientes • Reconciliación • Programas de reconstrucción y desarrollo • Programas de justicia transicional: verdad, justicia, reparación y no-

repetición • Ampliación de la democracia • Educación para una cultura de paz y resolución de conflictos • Organización y articulación para la construcción de la paz

En síntesis, podemos decir que las organizaciones de la sociedad civil somos responsables con la construcción de la paz y la democracia en la medida que trabajemos por el empoderamiento de la misma sociedad civil como condición del fortalecimiento democrático y de una paz duradera y sostenible. Ahora bien, dada la persistencia del conflicto armado en el país, esto no se puede hacer sin contar con una estrategia diversificada y compleja que permita intervenir en las distintas fases del conflicto, haciendo posible que las distintas organizaciones sociales puedan tener un papel protagónico en la manera como se tejan y retejan los vínculos sociales y políticos que hagan posible una paz con justicia social.

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A manera de conclusión Hemos mostrado que la sociedad civil ha ejercido su responsabilidad política en la construcción de la paz y en la promoción de la reconciliación. Lo he hecho basándome en el trabajo de investigación que hemos realizado en CINEP sobre la movilización por la paz. A partir de ello, se puede decir que la sociedad civil ejerce su responsabilidad política en la construcción de la paz y la reconciliación al menos de cinco maneras: en primer lugar, movilizándose para presionar por la paz y la democracia; en segundo lugar, poniendo la democracia en el centro de sus demandas, de forma tal que los avances en democracia se traduzcan en avances en las otras demandas; en tercer lugar, tejiendo redes sociales que favorecen la paz y la reconciliación, particularmente en el ámbito local; en cuarto lugar, construyendo democracia y paz “desde abajo”, como podemos constatarlo en la experiencia de las asambleas constituyentes municipales, regionales y departamentales; y finalmente, la responsabilidad política se ejerce trabajando en las distintas fases y niveles de retos que plantea la dinámica del conflicto, formulando por tanto una estrategia integral y múltiples hacia la paz y la reconciliación. Referencias: Arendt, Hanna (1973) “Sobre la violencia”, en Crisis de la República. Madrid:

Taurus. García Durán, Mauricio (2006) Movimiento por la paz en Colombia 1978-2003.

Bogotá: Cinep / PNUD / Conciencias. López Martínez, Mario (2004) (director) Enciclopedia de Paz y Conflictos.

Granada: Instituto de la Paz y los Conflictos – Universidad de Granada. Muller, Jean-Marie (2006) “La noviolencia y la resistencia civil como instrumentos

de reconciliación”, en Freddy Cante y Luisa Ortiz (Compiladores), Umbrales de reconciliación, perspectivas de acción política noviolenta. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario.

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La academia colombiana y los estudios de paz 6 Mauricio García Durán, S.J. Mis aportes en este panel tendrán como foco lo que ha sido la evolución del trabajo académico con relación a los estudios de paz, dado que mi proceso de especialización en este tema en los últimos veinte años ha corrido parejo con su desarrollo en el medio colombiano. Y conscientemente quiero centrarme en los estudios de paz en la medida en que en nuestro medio se ha dado más importancia a los estudios sobre la violencia que a los estudios sobre las condiciones para la construcción de una paz duradera. No pretendo hacer una presentación sistemática de la evolución de los estudios de paz en Colombia, lo cual desbordaría las posibilidades de tiempo disponibles hoy; voy a hacer memoria de lo que he ido encontrando en estos veinte años en el esfuerzo por producir conocimiento sobre la paz, resaltando algunas dificultades y retos que se me han ido planteando en mi mismo trabajo como investigador. Por otra parte, lo que voy a presentar no lo hago desde la perspectiva de la academia universitaria, a la que sólo he estado vinculado muy tangencialmente, sino que lo hago desde el horizonte del trabajo de investigación en una ONG interesada en los temas de paz y que combina la investigación con el acompañamiento a procesos comunitarios y organizativos. Por tanto, voy a desarrollar en mi presentación tocando únicamente dos aspectos, buscando ajustarme a los límites de tiempo. En primer lugar, quiero hacer algunas anotaciones sobre la forma como los estudios de paz se fueron desarrollando en el contexto de la realidad académica nacional; en segundo lugar, quiero llamar la atención sobre algunas dificultades que hemos tenido que enfrentar al investigar y escribir en este campo, planteando de manera simultánea los retos que encuentro tienen los estudios de paz no sólo para consolidarse como un área de producción académica e investigativa, sino ante todo para que sean un aporte real y eficaz a lo verdaderamente importante: la construcción de la paz en el país. Un poco de historia sobre los estudios de paz en Co lombia Hace veinte años eran prácticamente inexistentes los estudios sobre la paz en el contexto colombiano. Recuerdo muy bien cuando comencé en 1990 el trabajo de sistematización de los procesos de paz de principios de los noventa, al hacer una revisión de la literatura existente sobre el tema me encontré con sólo dos o tres referencias, pero en su mayoría de textos extranjeros. Posiblemente el punto de viraje hacia una producción criolla sobre el tema se produjo con motivo de la convocatoria por el gobierno Barco de la Comisión de Estudios sobre la Violencia,

6 Ponencia presentada en el Seminario “La Academia frente al conflicto y la paz”. Universidad

Nacional de Colombia. Bogotá, 27 de marzo de 2008

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que en 1987 produjo el conocido texto “Colombia: Violencia y Democracia”, que inauguró públicamente el trabajo de los llamados “violentólogos”. Ahora bien, el énfasis era el tema de la violencia, más que la construcción positiva de la paz. Dicho en otras palabras, era una aproximación negativa al tema. La aproximación positiva al tema ha estado marcada por una serie de dinámicas sociales conectadas con la construcción de la paz, las cuales han marcado en gran medida el interés y necesidad de la sociedad colombiana de acercarse al tema y de desarrollar un bagaje académico sobre el mismo. Quiero hoy llamar la atención sobre tres de estas dinámicas y, particularmente, sobre la producción académica que han motivado, teniendo presente que muchos de estos esfuerzos, particularmente a nivel investigativo, no se dieron en universidades sino en ONG y fundaciones.

1. Un primer momento , estuvo marcado por los procesos de paz de finales de los ochenta y principios de los noventa: ciertamente estos procesos generan una primera ola de interés en el tema y de desarrollos académicos sobre el mismo. Se comienzan los análisis de las negociaciones, de los acuerdos y, posteriormente, de los procesos de reinserción que se dieron en este momento. Vinculado a estos esfuerzos por entender la dinámica colombiana, se comienzan a realizar distintos eventos de carácter nacional e internacional en los que se busca entender los procesos mismos, las condiciones para su éxito, y comparar los procesos colombianos con procesos en otros países, particularmente en Centroamérica (El Salvador, Guatemala y Nicaragua). Igualmente se comienzan a abrir las primeras maestrías o especializaciones en resolución de conflictos, algunas de las cuales han puesto su énfasis en procesos de negociación. Durante los gobiernos de Samper y Pastrana, al ritmo de los fallidos esfuerzos de paz de estos dos periodos, se sigue avanzando en las reflexiones y análisis sobre las condiciones para una negociación exitosa, aunque llama la atención que no se ha realizado un trabajo de investigación sistemático que dé cuenta de las lecciones que arrojan veinte años de procesos de paz.

2. Un segundo momento lo marca la creciente movilización de la sociedad

civil a favor de la paz durante los años noventa, que conllevó en muchos casos el desarrollo de proyectos de construcción de paz, diversidad de iniciativas de formación y capacitación para la paz, y el impulso a muy distinta gama de experiencias de construcción de paz.

a. En primer lugar, las distintas propuestas de capacitación y formación en

resolución de conflictos y habilidades para la paz parten del supuesto que es necesario crear una nueva cultura favorable a la inclusión social, la democracia y la paz; en algunos casos se aboga con más claridad que en otros que dicha cultura debe ser de carácter no violento, y debe además ser una cultura abierta a la diferencia, particularmente a las diferencias étnicas, de género y de orientación sexual. Hay desarrollos investigativos y propuestas académicas interesantes en este campo de una cultura de paz, como también con relación al impulso y promoción de la No-violencia.

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b. En segundo lugar, hay un florecimiento de muy distintas experiencias de

construcción de paz que conllevan un trabajo académico de reflexión e investigación. Uno de los ejemplos más significativos de los mismos son los programas de desarrollo y paz que comienzan a impulsarse en el país a partir de 1996, con el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, y que hoy suman alrededor de 20 PDP en todo el país. La existencia de los PDP ha suscitado una gama de trabajos de investigación y análisis orientados a consolidar una propuesta de construcción de paz en medio del conflicto.

c. En tercer lugar, la creciente y significativa movilización por la paz que

vive el país a partir de 1995 invitó a otra ola de trabajos de investigación y análisis sobre el tema. Muchos, entre los cuales me incluyo, tratamos de analizar dicha movilización y sus distintas expresiones y repertorios de acciones para respondernos la pregunta de si estábamos frente a un movimiento por la paz y, al mismo tiempo, empoderar aquellos actores que estaban abogando por una salida negociada del conflicto armado. Se realizaron múltiples trabajos sobre las formas de resistencia, las comunidades y zonas de paz, las asambleas constituyentes por la paz, etc.

3. Un tercer momento ha estado marcado por el complejo y cuestionado

proceso de desmovilización de los grupos paramilitares, las dificultades para un acuerdo humanitario y las demandas para responder a los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. Ciertamente en este caso el interés no ha estado orientado a los procesos de negociación mismos (de hecho, en esta “negociación” nunca se conoció el acuerdo final de “paz” al que llegaron, aunque se cae de su peso que algo se acordó para que los paramilitares se hayan desmovilizado). Lo que este proceso ha motivado en términos de investigación y análisis ha estado vinculado con las dinámicas sociales y políticas que ha implicado: los procesos de desarme, desmovilización y reintegración (DDR), los procesos de justicia transicional (verdad, justicia, reparación, y no repetición) y la demanda de atención a las víctimas, cuya gigantesca dimensión se ha hecho más evidente a medida que se avanza en la aplicación de los Ley de Justicia y Paz, incluida la puesta en marcha de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. Este es el momento que estamos viviendo en la actualidad.

Dificultades y retos para el desarrollo de los estu dios de paz en Colombia Obviamente la situación de los estudios de paz hoy es bien distinta a la existente hace veinte años. Hoy difícilmente se puede seguir toda la producción y publicaciones que se producen sobre el tema, que por demás se ha ido diversificando para ir cubriendo los distintos aspectos implicados en el trabajo por la paz. Ahora bien, no obstante la riqueza de la producción académica existente hoy en día, considero que los estudios de paz están lejos de haberse consolidado

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en el país, por el contrario, las condiciones de un persistente conflicto armado demandan un esfuerzo aún mayor de investigación y análisis de las condiciones necesarias para una paz durable y sostenible. Teniendo esto como trasfondo, en esta segunda parte quisiera llamar la atención sobre algunas de las dificultades y retos que enfrenta el desarrollo de los estudios de paz en nuestro medio. En otras palabras, es importante tomar conciencia de algunas inercias y situaciones que limitan el desarrollo de dichos estudios y, por consiguiente, de los retos que deben enfrentar los estudios sobre la paz en Colombia si quieren consolidarse como tales y ser un aporte eficaz a la construcción de la paz en el país.

1. Una primera dificultad está en el hecho en que la Academia le ha prestado más atención a los estudios sobre la violencia que a los estudios sobre las condiciones y requerimientos para la construcción de la paz. Sin desconocer la importancia del análisis de las violencias como uno de los elementos para definir las estrategias hacia la paz, es necesario una trabajo investigativo y académico que ayude a clarificar las características que deben tener estas estrategias (de prevención, contención del conflicto, mediación y negociación, y de construcción de la paz) y la manera como se pueden hacer operantes de una manera más eficaz en las actuales circunstancias. Por tanto, un primer reto que tiene los estudios de paz es lograr producir un conocimiento más comprensivo e integral de nuestra realidad de conflicto y de sus alternativas de solución. Es decir, falta más diálogo e interacción entre los análisis sobre la violencia y los trabajos sobre construcción de la paz. En los últimos años se han hecho algunos esfuerzos por tener miradas más comprensivas de la dinámica del conflicto y de sus eventuales alternativas, entre los que vale la pena destacar “La Paz: Desafío para el Desarrollo”, promovido por el Departamento de Planeación Nacional al final de los noventa, y “El Conflicto, callejón con salida” impulsado por PNUD como el informe nacional de desarrollo humano en el 2003. Considero que es necesario seguir profundizando en ese sentido.

2. Una segunda dificultad viene de la amplitud y ambigüedad del

concepto de paz. En los trabajos de paz y resolución de conflictos hay distintas visiones de paz que oscilan desde la paz como la derrota del “enemigo” hasta la paz como realización plena de todas las aspiraciones humanas. Es lo que los estudiosos del tema (Cf. Fisas, 1987: 70-76) han catalogado como paz negativa (= ausencia de violencia física) y como paz positiva (= realización de las potencialidades humanas tanto individuales como sociales). En el caso colombiano, encontré las siguientes definiciones de paz operando en las organizaciones que se movilizaban por la paz (García Durán, 2006: 253-263): por una parte, en conexión con una concepción de paz negativa, la paz como victoria

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militar, como defensa de la vida, como desmovilización de los alzados en armas, y la paz como verdad, justicia y reparación; por otra parte, en conexión con la concepción de paz positiva la paz como reconciliación, como profundización de la democracia, como justicia social o como vigencia plena de los derechos humanos, y la paz como reconocimiento de las diversidades étnicas, de género y de orientaciones sexuales. Por tanto, un segundo reto que se deriva de aquí para los estudios de paz es poder priorizar en el análisis, investigación e intervención en aquellos aspectos estratégicos que realmente inciden en un cambio hacia una paz integral, y al mismo tiempo poder mantener la necesaria tensión entre las dimensiones de paz negativa (como por ejemplo, pensar y proponer alternativas para una seguridad que garantice el monopolio de la fuerza y la consolidación del Estado social y democrático de derecho) y paz positiva (como por ejemplo, pensar y proponer alternativas para un desarrollo humano integral y sostenible).

3. Una tercera dificultad está marcada por el debate sobre las formas

posibles de transformación y cambio de la sociedad colombiana. Esto nos remite, por una parte, a la crisis de paradigmas para cambio social, sobre todo en la matriz marxista, vinculada a la crisis de los socialismos realmente existentes (¿cómo transformar una sociedad para que sea más incluyente y justa?); y, por otra parte, nos remite igualmente al interrogante sobre la legitimidad de la violencia como forma de transformar la sociedad, es decir, a la legitimidad de la lucha armada, de la lucha guerrillera como un medio para el cambio. Por tanto, un tercer reto que tienen los estudios de paz en Colombia es dar cuenta crítica de los principios y fundamentos normativos que subyacen a las categorías y conceptos que estamos utilizando en nuestras investigaciones para analizar las situaciones de conflicto y los esfuerzos en la construcción de la paz. De hecho, la crisis de paradigmas dejó en la sombra la relación entre nuestras categorías de análisis y las condiciones de cambio social, y es necesario rescatar ese debate. Necesitamos dar cuenta de las “teorías” de cambio social que estamos utilizando en la práctica, no siempre suficientemente explícitas y sometidas al debate público, de forma tal que podemos mantener de manera positiva la tensión entre el optimismo de la voluntad, más propio del activista, y el pesimismo de la inteligencia, más propio del investigador (Cf. Pearce, 2008: 224ss).

4. Una cuarta dificultad está en los problemas y retos que plantea la

construcción de la paz en medio del conflicto. En Colombia, de hecho, coexisten los distintos momentos del conflicto social y armado con las distintas fases de intervención a favor de la paz, como podemos verlo en el Gráfico 1. De ahí la

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extrañeza que causa cuando se oyen voces que sostienen que en Colombia no hay conflicto armado o que Colombia ya entró en la fase del post-conflicto.

Gráfico 1: Dinámica del conflicto y dimensiones del trabajo por la paz Dada la complejidad del conflicto, en el caso colombiano coexisten los distintos momentos y fases que implican la construcción de la paz, que en inglés se han conocido con las expresiones de “peacekeeping”, “peacemaking” y “peacebuilding” (Cf. López Martínez, 2004). Por tanto, un cuarto reto en los estudios de paz es la capacidad para desarrollar una estrategia compleja que de manera simultánea pueda “contener” los efectos negativos del conflicto mientras este sigue, pueda “hacer” la paz contribuyendo a los procesos de negociación que se requieren para que esta sea posible, y pueda “construir” la paz una vez alcanzado un acuerdo de paz, de forma tal que se mantengan los logros alcanzados y se prevenga la recurrencia de la violencia. En otras palabras, es necesario dar cuenta de las distintas temporalidades del conflicto y la paz, estableciendo al mismo tiempo las conexiones y relaciones entre una y otra. No sólo es necesario distinguir entre las dinámicas estructurales y de larga duración y los procesos coyunturales, sino que también hay que prestar atención a las distintas fases del conflicto, que coexisten de diversa manera dependiendo de las regiones y los contextos: es decir, situaciones donde el conflicto está latente; situaciones donde se ha escalado y alcanzado niveles serios de violencia; situaciones donde se buscan formas de des-escalar el conflicto, o de avanzar en acuerdos humanitarios, o inicio de negociaciones de paz; y situaciones de post-conflicto, reconstrucción, construcción

DIMENSIONES PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ EN LOS

DISTINTOS MOMENTOS DEL CONFLICTO

Latencia

Confrontación

Escalamiento

Acercamientos

Desescalamiento

Posconflicto

Acuerdos

CONTENCIÓN NEGOCIACIÓN MANTENIMIENTO

DE LA PAZ Y

PREVENCIÓN DE LA

RECURRENCIA A LA

VIOLENCIA

Peacekeeping Peacemaking Peacebuilding

PREVENCIÓN

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sostenida de la paz, reconciliación de la sociedad. De una situación diversificada de temporalidades del conflicto se deriva también la existencia de acciones diversificadas en la construcción de la paz: prevención, contención del conflicto, negociación, y acciones de post-conflicto y reconciliación.

5. Una quinta dificultad está en las limitaciones para traducir los numerosos análisis y estudios sobre la violencia y sobre la construcción de la paz en políticas públicas que puedan ir abriendo el paso para una paz sostenible y duradera. Por tanto, un quinto reto que enfrentan los estudios de paz es la necesidad de traducir el conocimiento alcanzado sobre la realidad (sobre el conflicto, la violencia y la paz en todas sus fases y dimensiones), es decir, conocimientos sociales que se traduzcan en soluciones políticas posibles y pertinentes para la paz, que se traduzcan en cambios institucionales que permitan afianzar un Estado social y democrático de derecho. Ahora bien, este reto tiene una segunda dimensión. No sólo se requiere traducir este conocimiento en políticas públicas, sino igualmente hacer de él una herramienta de formación socio-política para el empoderamiento de los actores sociales y las organizaciones de la sociedad civil, de forma tal que puedan jugar el necesario papel en el proceso de construcción de Estado y de consolidación de una ciudadanía más real, menos hipotética, condiciones indispensables para una paz sostenible. Así como necesitamos más Estado también necesitamos más sociedad civil, es decir, más actores sociales capaces de demandar la paz, democracia y justicia que se requieren para avanzar en la construcción de nación. Por tanto, se requiere que el conocimiento social aporte positivamente para que las dinámicas de movilización social puedan tener real incidencia política en la consolidación de un Estado social y democrático de derecho.

6. Una sexta y última dificultad viene del “espíritu parroquialista” que a

veces nos define a los colombianos, que nos impide abrirnos suficientemente a los aportes que los estudios de paz y resolución de conflictos han alcanzado en otras partes del planeta. Parte de esta dificultad viene de las limitaciones para acceder a la literatura en inglés, indiscutiblemente la más amplia y rica en el desarrollo de los estudios de paz. Por tanto, el sexto reto que tenemos en los estudios de paz en Colombia es ganar en capacidad de comparativa del caso colombiano con situaciones de conflicto y construcción de paz en otros países. Se han hecho algunos esfuerzos a este nivel, particularmente en el tema de los procesos de paz, pero se requiere enriquecer y “confrontar” la experiencia colombiana con lo que acontece en otras latitudes a través de más estudios comparados. Por una parte, este ejercicio comparativo nos puede ayudar a entender mejor las especificidades de nuestro conflicto y, por otra parte, nos puede ayudar a explorar y ajustar a la

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realidad colombiana alternativas que se han mostrado útiles en otros contextos para resolver conflictos profundamente arraigados.

Por ejemplo, el caso de Irlanda del Norte nos interpela entre otros en tres puntos: a) Nos habla de la necesidad de encontrar un esquema de solución negociada que permita que TODAS las partes enfrentadas se sienten a la mesa; b) nos reta a promover políticas públicas que hagan frente a problemas sociales que alimentan el conflicto, como era el caso de las discriminaciones en vivienda y empleo para los católicos y republicanos; c) nos impulsa a multiplicar los esfuerzos de construcción de paz y reconciliación que desde la base, desde los grupos y organizaciones sociales van tejiendo alternativas en lo local y lo regional. Bogotá, Marzo 27 de 2008 Referencias Comisión de Estudios sobre la Violencia (1987) Colombia: Violencia y Democracia.

Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Fisas, Vicenç (1987) Introducción al Estudio de la Paz y los Conflictos. Barcelona:

Lerna. García Durán, Mauricio (2006) Movimiento por la paz en Colombia 1978-2003.

Bogotá: Cinep / PNUD / Conciencias. López Martínez, Mario (2004) (Director) Enciclopedia de Paz y Conflictos.

Granada: Instituto de la Paz y los Conflictos – Universidad de Granada. Muller, Jean-Marie (2006) “La noviolencia y la resistencia civil como instrumentos

de reconciliación”, en Freddy Cante y Luisa Ortiz (Compiladores), Umbrales de reconciliación, perspectivas de acción política noviolenta. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario.

Pearce, Jenny (2008) “Retos para la construcción de la ciudadanía en situaciones

de conflicto”, en Fernán E. González (Editor), Hacia la Reconstrucción del País: Desarrollo, Política y Territorio en regiones afectadas por el conflicto. Bogotá: Odecofi / CINEP / Colciencias.

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Aprendiendo de Irlanda del norte en la construcción de la paz Mauricio García Durán, S.J. Bogotá, Septiembre 9 de 2008 Para motivar el diálogo con las presentaciones que han hecho Quintín Oliver y Bronagh Hinds, quisiera presentar un corto comentario con 4 o 5 lecciones que un colombiano que ha visitado Irlanda del Norte puede sacar de dicha experiencia para iluminar los retos que nos plantea la construcción de la paz en nuestro país. No pretendo hacer una presentación comprensiva de dichas lecciones, simplemente quiero compartir con ustedes una serie de “insights” que el contacto con la realidad de Irlanda generaron en mí, mostrándome caminos que eventualmente pueden ser útiles para nosotros. Un debate en esta dirección lo encuentro particularmente útil en nuestro contexto dada la dificultad que hemos mostrado en medio nuestro para aprender de nuestra propia historia de procesos de paz; no obstante más de 25 años de búsqueda de salidas negociadas, nos ha faltado esfuerzos investigativos y analíticos que nos permitan aprender de nuestros logros pero también de nuestro errores, que no han sido pocos. 1. Un primer hecho que me impactó fue constatar que en Irlanda del Norte el avance hacia una paz durable y sostenible se dio cuando el modelo de negociación utilizado hizo posible que todos los sectores políticos, tanto los que utilizaban las armas como los que no, se sentaron en la misma mesa de negociación. En el acuerdo del Viernes Santo, no sólo participaron las partes enfrentadas por las armas (el IRA, los paramilitares unionistas y el Gobierno Británico), sino también los sectores de ambos lados del espectro político que no hacían recurso a la violencia. En ese sentido, el pacto político resultante involucró a todos y reconoció representatividad, si bien diferenciada, a la amplia gama de sectores políticos presentes en la sociedad norirlandesa. En el caso colombiano los procesos de paz han sido parciales: o con las guerrillas, como fueron los procesos de los años noventa, o con los paramilitares, como ha sido el proceso impulsado por el actual gobierno. Pero más grave aún, cuando se ha negociado con uno de los polos, se ha ignorado a la otra parte, haciendo difícil que se avance hacia una paz realmente durable y sostenible. En los noventa, no se tuvo en cuenta a unos paramilitares que venían creciendo desde principios de los años ochenta, y menos aún a los sectores económicos y políticos que les brindaban apoyo o se beneficiaban de su accionar armado. En estos años de la administración Uribe la perspectiva ha sido a la inversa: se promovió la desmovilización de los paramilitares, proceso que difícilmente se puede catalogar de un real acuerdo de paz, y se impulsó una estrategia de derrota militar de la insurgencia. Por tanto, una primera lección que yo encuentro para nosotros en el caso de Irlanda del Norte es la necesidad que tenemos de desarrollar, obviamente con creatividad y ajustándonos a las condiciones propias, un modelo de

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negociación que involucre a todas las partes que directa e indirectamente están involucradas en nuestro largo conflicto armado. 2. Un segundo aspecto que me llamó poderosamente la atención del caso de Irlanda del Norte fue la forma muchas veces discreta como se avanzó en el proceso de negociación. Dicho en otras palabras, se hizo un uso positivo de la diplomacia secreta (secret diplomacy) para ir madurando las condiciones de un eventual acuerdo. Y en ese sentido, fue interesante el papel que figuras de Iglesia, como el P. Alec Reid, jugaron en el proceso de ir tejiendo puentes entre las distintas partes involucradas en el conflicto, de ir permitiendo las comunicaciones tentativas y secretas que fueron poniendo las condiciones para una negociación más oficial (Cf. Moloney, 2002). Una negociación permanentemente expuesta a los medios de comunicación difícilmente logra consolidar el mínimo acercamiento y confianza necesaria entre las partes para poder avanzar hacia un proceso más formal. En el caso colombiano necesitaríamos aprender más de ello, particularmente en las actuales circunstancias. Los acercamientos a los grupos armados se han hecho tema de incidencia en la opinión pública, llegándolos a anunciar aún antes de haber comenzado el proceso de acercamiento. Con esto lo que se consigue es ‘quemar’ el canal de mediación aún antes de que éste pueda comenzar a funcionar. No otro fue el caso cuando el presidente Uribe anuncia a los medios de comunicación la mediación de la Iglesia con las FARC, sin que existiera la aceptación previa del grupo guerrillero en ese sentido. Obviamente el resultado fue que las FARC rechazaron dicha mediación. Faltaron reales gestiones de diplomacia secreta que hubieran podido sentar las bases de un proceso más sólido de acercamiento, abierto realmente a un proceso de negociación. 3. Un tercer aspecto que me impactó en el caso de Irlanda del Norte tiene que ver con la forma como a partir del Acuerdo Anglo-Irlandés en noviembre de 1985, el gobierno británico, con apoyo del gobierno irlandés, comienza la implementación de una serie de políticas públicas orientadas a resolver situaciones de desigualdad entre las comunidades republicanas y unionistas, asuntos sensibles y que producían tensión y reforzaban la polarización existente entre las dos comunidades. Se impulsaron reformas en vivienda, a nivel electoral, en la política de empleo y en el sistema de enseñanza. Luego de veinte años de implementación de estas reformas, se fueron resolviendo algunas de las situaciones más serias de desigualdad existentes, y en ese sentido se fueron quitando puntos a la agenda de negociación. Algo semejante se requeriría en Colombia con algunos temas colaterales al conflicto armado, que en la medida que no se resuelven terminan colaborando para la continuidad de la confrontación violenta. Un ejemplo claro es el problema campesino no resuelto en el país, el cual ha estado vinculado estrechamente tanto a los procesos de expansión guerrillera como a la consolidación de los cultivos de

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coca en el país. En la confrontación entre guerrillas y paramilitares subyace la tensión entre dos modelos de colonización y control de la tierra en el país. Sin una política estatal clara y de largo plazo en el tema de tierras difícilmente se resolverá el problema campesino, sector de donde proviene en alto porcentaje el reclutamiento de nuevas fuerzas guerrilleras. 4. Un cuarto aspecto que me llamó la atención de la experiencia de Irlanda del Norte tiene que ver con la participación de amplios sectores de la sociedad en el proceso de establecer puentes entre las dos comunidades enfrentadas y posibilitar dinámicas reales de reconciliación entre las mismas. En muy distintos niveles y lugares, diversos grupos y centros impulsaron experiencias específicas para buscar tejer acercamientos y lazos entre las dos comunidades divididas y polarizadas por el conflicto. Ejemplos de ellos son diversos centros de reconciliación, como el Centro Glencree para la Reconciliación, el Centro Comunitario de Corrymeela y el Centro de Paz “La Casa Blanca” (An Teach Ban – The White House), y experiencias comunitarias como “Community Dialogue” donde se ofrecieron espacios seguros para el encuentro de sectores opuestos. En muchos casos, lo que permitieron estas experiencias fue ofrecer un espacio en el que era posible encontrar y escuchar al ‘otro’ con respeto y fuera de la lógica polarizante del día a día, y de esta manera poder pensar la alternativa de una convivencia que no excluye al otro. Aunque en Colombia existe una gran riqueza de iniciativas de paz, requerimos de nuevas experiencias y espacios que nos permitan construir puentes no sólo entre los armados enfrentados sino también entre las comunidades que apoyaron a estos de una u otra manera. Requerimos de propuestas que permitan retejer el tejido social y avanzar a la reconciliación social, obviamente sin desconocer la situación de las víctimas y el derecho de las mismas a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición de los abusos. Sin un esfuerzo de construcción de paz y reconciliación en las comunidades locales, los acuerdos logrados en el ámbito nacional no tienen suficiente arraigo para hacer sostenible la fase de postconflicto. Referencias Elliott, Marianne (Ed.) (2002) The Long Road to Peace in Northern Ireland .

Liverpool: Liverpool University Press. Fitzduff, Mary (1998) Más allá de la violencia – Procesos de resolución d e

conflicto en Irlanda del Norte . Bilbao: Bakaez / Gernika Gogoratuz. McCartney, Clem (Ed.) (1999) Striking a balance: The Northern Ireland peace

process – Accord 8 . London: Conciliation Resources.

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_________ (2003) The Northern Ireland peace process – A supplement t o Striking a balance . London: Conciliation Resources.

Moloney, Ed (2002) A Secret History of the IRA . London: Allen Lane The

Penguin Press.

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La paz como tarea y la paz como pasión FALTA PONER FECHA O PUBLICACIÓN Mauricio García Durán, s.j. Ante una solicitud como la que se nos ha hecho para el artículo en esta revista no es fácil saber a ciencia cierta qué escribir. No se pide un artículo propiamente académico, sino más bien algo que exprese un acumulado existencial con relación a un tema tan complejo como el de la paz. Luego de darle vueltas al asunto, y no sin algunos interrogantes sobre la pertinencia de lo que voy a hacer, me decidí por compartir con ustedes la forma personal como me enfrento a un tema que es al mismo tiempo trabajo, compromiso, espacio de encuentro, fuente de sentido, en fin... Y en ese sentido, en mí la construcción de la paz se hace realidad a través de dos dinámicas o dimensiones, que no pretendo únicas y excluyentes, pero que en mi caso si articulan las operaciones humanas que se ponen en juego cuando pretendo que mi quehacer sea un aporte en esa dirección. La paz es, por una parte, tarea y compromiso social y político, con todo lo que ello implica en términos de acciones a los más diversos niveles que van de lo individual a lo interpersonal y de allí a lo social en todos sus ámbitos. Pero, por otro lado, la paz también es pasión, es decir, deseo que se torna compromiso apasionado por hacer realidad una apuesta colectiva. Y cómo estas dos dinámicas se hacen realidad en mí es lo que quiero compartir con ustedes. Una aclaración antes de desarrollar estos dos puntos. En razón del público al que está dirigido este artículo es obvio que esté escrito desde una perspectiva asequible a todos. Por eso, aunque soy sacerdote católico no pretendo escribir un texto confesional; sin embargo, tampoco puedo ocultar que la razón última por la cual me siento impelido a trabajar a favor de la paz la encuentro en el Dios cristiano en el que creo, lo cual no me impide reconocer y tener un gran respeto y valoración por aquellos/as que lo hacen desde otro horizonte de sentido distinto al mío.

1. La paz como tarea En una situación de violencia como la que se vive en nuestro país, aquellos que queremos trabajar por la paz necesariamente tenemos que comprometernos en una tarea reconciliadora de gran envergadura, es decir, en una tarea de construcción de la paz que debe ir más allá de los estrechos límites de una eventual negociación con los grupos guerrilleros. El esfuerzo que hacemos por construir la paz implica muy diversas dimensiones. Ahora bien, no siempre atinamos distinguir todo lo que está en juego. A veces,

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dejamos de lado dimensiones que son importantes por sobrevalorar otras. O contraponemos unas dimensiones con otras. Tristemente, lo más común es que perdamos la perspectiva de integralidad que debe tener la paz. Por ello, considero que es importante, desde las Ciencias Sociales, hacer un esfuerzo por distinguir conceptualmente estas diversas dimensiones, de forma tal que podamos precisar los posibles horizontes de compromiso que podemos encontrar en el campo de la paz. Sólo cuando una sociedad, como un todo, trabaja en las diversas dimensiones, puede tener la certeza de que va avanzando de forma segura hacia la paz. No basta una buena voluntad “ingenua”, ya que puede terminar favoreciendo, aún sin querer, un dinamismo nefasto de guerra. Es necesario un compromiso crítico en favor de la paz, es decir, un compromiso consciente de las consecuencias e implicaciones del mismo y dueño de la dirección que buscamos que tome. a) Un presupuesto: necesidad de una visión positiva del conflicto Descubro en muchas personas un temor generalizado frente al conflicto. Parecería que la misma existencia de los conflictos fuera en sí misma negativa. La palabra conflicto remite a muchos a una visión cercana a la lucha de clases y el comunismo (no importa que ya se haya caído el muro de Berlín). Se identifica conflicto con violencia y éste queda cargado con un sentido meramente destructivo. Tenemos necesidad de un cambio profundo en esta forma de ver las cosas: requerimos una visión positiva del conflicto, es decir, una visión que reconozca el lugar y potencialidades del mismo en la vida humana, en la convivencia social. Ciertamente no podemos pensar al ser humano sin conflictos; éstos se dan tanto a nivel personal (interior), como a nivel de las relaciones interpersonales como también de la vida en sociedad7. Los múltiples conflictos son parte del dinamismo profundo que mueve al ser humano y a las sociedades. Es la condición de posibilidad de crecer y progresar en la historia humana. El problema no son los conflictos; siempre existirán. El problema es la manera como elaboramos y resolvemos estos conflictos, en especial cuando se lo hace de manera violenta. Los seres humanos estamos ante la disyuntiva de optar por caminos destructivos de resolver los conflictos, es decir, aquellos que acentúan las múltiples exclusiones posibles en la vida en sociedad llegando a la mayor de ellas que es la destrucción de la vida de los otros8. Pero también tenemos la posibilidad de una elaboración positiva y constructiva de los conflictos que potencien los dinamismos inclusivos en la vida social y favorezcan una vida con dignidad, es

7 Cf. Mauricio García Durán, “Una mirada filosófica del conflicto y la violencia”, Tesis de Maestría, Facultad de Filosofía, Universidad Javeriana, 1.993. 8 Martín Hopenhayn, “Conflicto y Violencia”, en Jesús A. Bejarano, Construir la Paz, Bogotá: Presidencia de la República/PNUD, 1.990, pp. 35-54.

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decir, sociedades con una creciente vigencia de los derechos humanos y con una mayor democracia. Decía el maestro Estanislao Zuleta9: “Una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz”. Ahora bien, esto pide que exista un espacio público sólido en el cual estos conflictos se puedan expresar, de forma que la interacción social no devenga en violencia sino en múltiples y diversificadas formas de poder, entendido éste como capacidad de acción colectiva. Como lúcidamente lo plantea Hanna Arendt, violencia y poder se contraponen. La tarea de la paz es, por tanto, una tarea de fortalecimiento de los dinamismos de poder10 presentes en la sociedad, de forma que no imperen las relaciones violentas. “La violencia entre los sujetos aparece cuando éstos no se reconocen como personas, sino que cada uno convierte al otro en un simple medio, un objeto más, para conseguir sus fines particulares. Lo decisivo en la relación de violencia entre los hombres es el control de los instrumentos que permiten adquirir la supremacía sobre los otros”11. Supuesto lo anterior, conviene adentrarnos en dos tipos de precisiones en torno al trabajo por la paz. Una nos viene dada por los distintos niveles funcionales de reflexión sobre el tema y la otra nos llega desde las múltiples posibilidades que puede tener la acción por la paz. b) Distintos niveles de reflexión sobre el tema La práctica y la sistematización sobre el tema de la paz y la resolución de conflictos se ha dado a muy distintos niveles reflexivos que aportan a la aventura humana distinto tipo de saberes o instrumentos para la acción, los cuales pueden convertirse efectivamente en un poder que construye la paz o en una potencia que desata la violencia. Es claro que la sistematización va de un saber práctico, que podemos constatar funcionando en nuestra praxis de paz, hasta una intuición existencial, pasando por las técnicas, las diversas elaboraciones teóricas y los presupuestos epistemológicos y antropológicos que se ponen en juego. Todos ellos se conjugan

9 Estanislao Zuleta, “Sobre la Guerra”, en Elogio de la Dificultad y otros ensayos, s.c.: Fundación Estanislao Zuleta, 1.994, p. 74. 10 Es importante tener presente que la concepción de poder que maneja H. Arendt, y que asumimos en este escrito, se contrapone a la que nosotros normalmente utilizamos, ya que usualmente asociamos poder y violencia. Aunque poder y violencia aparecen históricamente casi siempre juntos, corresponden a dos fenómenos sociales bien distintos: mientras la violencia depende de los instrumentos y de la forma como se utilizan éstos para dominar a otros, el poder depende de la relación positiva y concertada entre los individuos en un función de un fin común. Cf. Hanna Arendt, “Sobre la violencia”, en Crisis de la República, Madrid: Taurus, 1.973. 11 Enrique Serrano Gómez, Consenso y Conflicto - Schmitt y Arendt, la Definición de lo Político, México: Editorial Interlínea, 1.996, pp. 95/96.

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para armar una propuesta integral en favor de la paz, propuesta en la que se dan múltiples relaciones e implicaciones. Tener presente esta diferencia es importante para nuestro compromiso, ya que nos previene contra posiciones simplistas en el trabajo por la paz y nos permite distinguir distintos niveles de tareas como una ayuda para poder discernir qué deberíamos hacer nosotros según nuestras propias condiciones y cualidades. Sin embargo, además se nos exige tener presente una vigilancia ideopolítica de nuestro compromiso por la paz. Cualquier nivel de reflexión debe conectar de alguna manera con los dos extremos que le dan agarre a nuestros esfuerzos por la paz: con la práctica concreta, donde se juegan las opciones específicas en favor de la paz, y con la experiencia espiritual, que marca el dinamismo interior sin el cual la paz deviene en búsqueda egoísta de los propios intereses. Por tanto, es necesario preguntarnos, por una parte, si nuestra acción no termina conciliando con las fuerzas que mantienen y consolidan la violencia y, por otra parte, si la motivación profunda que nos mueve en el trabajo por la paz no termina siendo una búsqueda egoísta de nosotros mismos, de nuestros intereses más mezquinos. c) Cinco niveles de acción por la paz : Cuando entramos a considerar las acciones en favor de la paz que se realizan hoy en diversos ámbitos sociales, podemos distinguir cinco niveles de lo que se está haciendo por la paz, los cuales, a su vez, tienen relación con los diversos niveles de interacción social. (1) Trabajo por la paz interior: la paz pide personas en paz, personas reconciliadas consigo mismas. No puedo pretender ser constructor de paz si personalmente no la he alcanzado o no estoy en camino hacia ella. Todos tenemos necesidad de ahondar en nuestro propio interior para tomar conciencia de lo que somos y de los mundos que nos habitan; todos tenemos necesidad de ajustar cuentas con nuestro pasado, con los fantasmas que nos persiguen. Todos tenemos necesidad de dar cuenta de los sueños que nos proyectan y de los miedos que nos paralizan, de aquello que nos hace felices y de lo que nos desgarra el alma de tristeza. Todos tenemos necesidad de tomar conciencia de nuestras potencialidades, pero también de nuestras limitaciones. Cuando esto no ocurre, nos encontramos con “militantes” de la paz que lo que hacen es traer conflicto y dificultades al mismo trabajo por la paz. Se constata que no pueden aportar lo que ellos mismos no viven. La ausencia de un trabajo interior serio hace que muchas veces en los ires y venires del trabajo por la paz lo que aparezca sea: ansias de poder, necesidades de protagonismo, la paz como “una forma de vida” (los que viven del tema de la paz), la paz como un pretexto para manejar intereses ocultos, en fin... Y el resultado en últimas son proyectos y

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trabajos por la paz estrechos y raquíticos, que manifiestan diverso tipo de ‘patologías’ propias de los trabajos políticos y organizativos12. En el proceso de construcción de la paz, todos tenemos necesidad de un trabajo interior, que se puede hacer desde muy diversas tradiciones ‘espirituales’; lo importante es que nos permita conectar con la fuente de sentido que nos afirma en la existencia y nos proyecta como seres capaces de amor y ternura para con los otros, como seres capaces de participar en una aventura colectiva junto a otros. Aunque este nivel no está propiamente desarrollado por las Ciencias Sociales, son cada vez mayores los científicos sociales que lo presuponen o lo colocan como punto de partida imprescindible si realmente se quieren impulsar transformaciones sociales que hagan viable la paz como una realidad social13. (2) Trabajo por la paz en las relaciones interpersonales: son muchos los conflictos, tensiones y diferencias que se presentan en las relaciones interpersonales, ya sea en las relaciones de pareja o en las relaciones laborales, ya sea en los grupos de pertenencia o en el ámbito de los negocios, ya sea en la vida familiar o en el ámbito de los estudios. Lo típico aquí es que el conflicto tiene ante todo un carácter interpersonal que no trasciende normalmente a la convivencia social más amplia. Son intereses particulares que entran en conflicto limitando o impidiendo la realización de los propósitos de una de las partes. Desde muy diversas ciencias y escuelas se ha buscado solución a ello, especialmente en el campo de la psicología. Hoy contamos con un volumen grande de conocimientos y técnicas acumuladas en este sentido; existen una diversidad de publicaciones que ilustran diversos métodos de resolver conflictos14. Aunque muchas de estas técnicas han surgido y se han desarrollado en el ámbito de las empresas y en un contexto laboral, se han ido ampliando su aplicación y cobertura a otros ámbitos de la vida en sociedad. Sin embargo, es necesario tener presente que muestran limitaciones cuando se pretenden aplicar a contextos más amplios (dinámicas de la sociedad mayor, tendencias estructurales, conflictos sociales, políticos y etnico-religiosos). No obstante esto último, es necesario reconocer su aporte en el ámbito específico de las relaciones interpersonales y la vigencia que siguen teniendo a ese nivel. Las relaciones entre las personas se pueden favorecer y evitar así conflictos que pueden ser destructivos en la medida que se fortalezcan dinamismos que permitan

12 Cf. Voces de Paz - Propuestas de Hombres y Mujeres Colombia 1.994-1996, Santafé de Bogotá: CINEP/Fundación Social, 1.996, p.44. 13 Un ejemplo de esto lo podemos encontrar en el texto de Virginia Coover, Charles Esser, Ellen Deacon y Chistopher Moore, Resource Manual for a Living Revolution, Philadelphia: New Society Publishers, 1.985, los cuales dedican dos partes del libro a la concientización y crecimiento personal. 14 Algunos ejemplos en este sentido son los libros: Roger Fisher y William Ury, Sí... ¡de acuerdo! - Cómo negociar sin ceder, Bogotá: Norma, 1.991; Willian Ury, ¡Supere el no! - Cómo negociar con personas que adoptan posiciones obstinadas, Santafé de Bogotá: Norma, 1.994; Daniel Dana, Cómo pasar del conflicto al acuerdo (Un método en 4 etapas para poner fin a las relaciones conflictivas en la vida privada y profesional), Santafé de Bogotá: Norma, 1.992.

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ampliar la capacidad de escucha de los otros, se fortalezcan los mecanismos interacción comunitaria, se potencialicen los procesos identificatorios de los sujetos, pero al mismo tiempo las capacidades de diferenciación, etc. (3) Trabajo por una paz [social] negativa: por paz negativa se entiende la ausencia de violencia y de guerra, de cualquier forma de violencia directa15. Ciertamente el trabajo por la paz requiere un esfuerzo serio a este nivel por parte de toda la sociedad y más en un contexto como el nuestro. No es pensable una convivencia en paz en presencia de tantos y tan diversos actores armados. Planteadas así las cosas, la paz negativa nos remite a la vigencia del Estado de Derecho y en especial a la vigencia del derecho humano fundamental: el derecho a la vida. Para que ello sea posible, se plantea la necesidad de alcanzar un monopolio legítimo de la fuerza por parte del Estado, lo cual prácticamente ha sido inexistente en toda la historia de Colombia. Antes por el contrario, hemos ido presenciando en los últimos años un crecimiento de muy diverso tipo de grupos armados (guerrillas, paramilitares, autodefensas, cooperativas de seguridad, vigilancia privada, narcotráfico, delincuencia común, etc.) que hacen de la violencia el instrumento por excelencia para imponer a los demás sus intereses. Lo más grave de ello, es constatar que para gran parte de la población la legitimidad del recurso a la violencia se ha ido haciendo algo normal, de forma tal que se ha ido configurando una serie de matrices culturales que favorecen la solución violenta de los conflictos. De ahí, que el trabajo por la paz pase hoy en Colombia por un esfuerzo serio por deslegitimar cualquier forma de uso de la violencia (no podemos caer en el sofisma de que hay violencias ‘buenas’ y violencias ‘malas’) y por construir/ consolidar matrices culturales que favorezcan los caminos no-violentos de solución de los conflictos. Por ello la importancia de favorecer las soluciones negociadas a los conflictos violentos. (4) Trabajo por una paz [social] positiva: Sin embargo, la paz no se agota en la ausencia de violencia directa. La paz también tiene el reto de eliminar lo que se ha dado por conocer como ‘violencias estructurales’, es decir, aquellas que generan exclusión de muy diversos sectores de la población a nivel económico, político y cultural. No se puede hablar de paz en medio de la pobreza, la explotación indiscriminada, la manipulación política, la discriminación social y cultural. Por eso, el trabajo por la paz se juega también en los esfuerzos por generar dinámicas de inclusión16 que articulen al proceso de la sociedad mayor a los que están excluidos. En otras palabras, la paz significa necesariamente mayor justicia y mayor democracia, una mayor vigencia de los derechos humanos en sentido

15 Cf. Vicenç Visas Armengol, Introducción al Estudio de la Paz y de los Conflictos, Barcelona: Editorial Lerna, 1.987, pp. 70-80. 16 Cf. Martín Hopenhayn, op.cit., en especial toda la segunda parte del artículo.

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amplio (lo cual incluye trabajo, salud, educación, medio ambiente, recreación, servicios públicos, etc.). Los esfuerzos por la paz tienen que entrar en relación con los esfuerzos por lograr un mayor desarrollo y una mayor autonomía, una mayor participación de todos los actores presentes en la sociedad. Ahora bien, la paz positiva implica un proyecto de sociedad, con estrategias y alternativas concretas, proyecto que se construye en un espacio público, aunando esfuerzos de los distintos actores sociales, tejiendo consensualmente un horizonte común y articulando una voluntad colectiva que tenga poder para hacer realidad los sueños de justicia y democracia que jalonan el actuar de los distintos hombres y mujeres que forman un país. La sociedad que soñamos tiene siempre algo de utopía, en el sentido positivo que tiene el término. (5) Trabajo por una paz mundial: los dos niveles anteriores se realizan ciertamente en el ámbito de los países. Queda, pues, por considerar los esfuerzos que se hacen a nivel transnacional, a nivel planetario. A ese nivel habría que considerar igualmente una paz negativa y una paz positiva. La primera en la medida que se extienden los esfuerzos por terminar las guerras entre países y por controlar el armamentismo en el mundo; en este punto entran todas las acciones que se adelantan para frenar la amenaza nuclear, el tráfico de armas. Por su parte, lo que tiene que ver con la paz positiva se desarrolla en los esfuerzos que se hacen por construir un orden mundial más justo: la lucha por condiciones equitativas de intercambio comercial, la autonomía de las naciones, el favorecer el desarrollo de los países más pobres, la lucha por la vigencia de derechos humanos especialmente vulnerados, el interés por la ecología, en fin...

2. La paz como pasión Los seres humanos sólo le apostamos realmente a lo que nos apasiona, es decir, lo que nos mueve desde dentro, lo que sentimos como una necesidad honda que se arraiga en lo más profundo de nuestros deseos. Esto sí que es importante en lo que se refiere a la paz. No basta una lejana preocupación por las situaciones de violencia que en últimas sentimos que no nos tocan o de las que compulsivamente nos defendemos con vigilancia, rejas, etc. Tampoco basta un etéreo interés por aquellas acciones que se realizan en favor de la paz. Necesitamos verdaderamente “militantes” de la paz, ardorosos constructores de un futuro sin violencia, con justicia y democracia, y esto a pesar de todas las dificultades, miedos y sufrimientos que tengamos que afrontar. Pero ello pide mujeres y hombres dispuestos a jugarse la vida, haciendo de la paz una apuesta de sentido profundo de nuestro caminar en la historia. Hombres y mujeres convencidos en lo más profundo de sus afectos que la paz no es un tema o un asunto más entre muchos otros; que la paz es hoy en Colombia una apuesta en la que se nos juega la vida, como personas y como país, y que es una apuesta que toca todas las dimensiones de nuestra existencia.

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a) Militantes de la paz desde la solidaridad: El compromiso por la paz se debe arraigar en nuestro deseo si no queremos que se nos convierta en un tema más entre otros muchos en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, tenemos el reto que ese deseo que nos lleva a un compromiso apasionado por la paz sea según una dinámica humana capaz de articular una solidaridad humana que nace de la justicia el Deseo que Dios tiene para nosotros como sociedad humana, o sea, una convivencia articulada por el amor y el servicio. Todos sabemos que no es así. Veamos por qué. (1) La ambigüedad de nuestro deseo: como seres humanos estamos abiertos a la violencia y a la paz. Y este dinamismo de vida o de muerte se encarna en nuestros deseos. Detrás de las grandes realizaciones de servicio y solidaridad hay grandes deseos que impulsan y mueven a los que las adelantan; pero igualmente, detrás de los grandes horrores de la humanidad están las pasiones mezquinas y bajas que nos habitan y nos pueden llegar a dominar. Nuestro deseo es ambiguo y no siempre nos conduce a articular relaciones fraternas y solidarias; por el contrario, muchas veces nos descubrimos buscándonos a nosotros mismos y excluyendo al otro, muchas veces nos descubrimos jalonados por los dinamismos de codicia en todas sus manifestaciones: las ansias de poder y dominio, la acumulación desenfrenada de bienes materiales, el cuidado patológico de la autoimagen y el prestigio. Y cuando esto ocurre, es claro que nuestro deseo no nos lleva a la paz, por el contrario nos hace generadores de exclusión y violencia. (2) Purificar nuestro deseo: porque nuestro deseo es ambiguo y puede hacer de nosotros generadores de exclusión y violencia, es que necesitamos purificar y ordenar nuestro deseo. Nuestro trabajo por la paz no debe tener como su fundamento una ‘pasión ciega’ que no toma conciencia de las ambigüedades que pueden caracterizarla. La paz requiere que los cristianos tengamos como motor de nuestro compromiso una ‘pasión discernida’, es decir, un amor discernido que se ajusta al Deseo que Dios tiene con los seres humanos, con la historia humana. Esto nos plantea la necesidad de vivir en un dinamismo continuo de conversión que nos permita abrir nuestro corazón al gran Deseo de Dios, que venga su Reino, y poner en sintonía nuestros deseos con el suyo. Sólo así logramos “pasar de la tendencia idolátrica de nuestros deseos a su otra posibilidad no menos natural: la orientación icónica”17. (3) Aprender a desear según Dios: Ahora bien, no basta con purificar nuestro deseo; tenemos necesidad de aprender a desear según Dios. “Dios

17 José A. García, “‘Cor inquietum’ - Dios y las voces del deseo”, en Sal Terrae, N°993, Tomo 84/8, Septiembre de 1.996, p. 634. Para el autor, los deseos que adquieren la forma icónica con aquellos deseos que el abrirse hacia afuera se encuentran con los demás como ‘otros’ distintos de sí, como alteridad y llamada que solicita nuestro amor, como promesa también.

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desea. La Escritura nos habla reiteradamente de los deseos de Jesús y del Padre. Y uno de los deseos básicos de ese Dios ‘deseador’ es darme sus deseos como forma de darse a sí mismo. Dios pone en mi corazón sus propios deseos, y todo el proceso espiritual consiste en ir identificando los propios deseos con el Deseo de Dios”18. Para ello, necesitamos escuchar, en primer lugar, nuestros propios deseos, “escucha atenta de los deseos hondos, saber levantar hojarasca del deseo inducido para descubrir el suelo de nuestro deseo más íntimo, más divino”19. Necesitamos discernir nuestros deseos de forma tal que podamos ensanchar el campo de nuestro deseo en la medida que escuchamos también la voz del Deseo de Dios en la historia, en la revelación, en su Iglesia y, especialmente, en la medida que escuchamos la voz de Dios que nos llama en y desde los pobres y las víctimas de la violencia para invitarnos a construir una sociedad igualitaria no-violenta. “Si Dios, según lo que hemos sabido de él por Jesús, sueña el mundo como familia, es que lo sueña en clave de inclusión; y si lo sueña así, es que su deseo se dirige de un modo preferente a los que están expulsados de esa familia, fuera de ella. A una madre de muchos hijos le preguntaron una vez: ‘¿A cuál de todos ellos quieres más?’ Y ella respondió: ‘Al pequeño hasta que crezca, al enfermo hasta que sane, al que está de viaje hasta que vuelva a casa’. Así es Dios. Así debiéramos ser también nosotros. Ésa debiera ser la dinámica de nuestro deseo”20. Pero ‘aprender a desear según Dios’21 es algo que se recibe como un don, como una gracia. Sólo Dios puede hacer de nuestro corazón un corazón como el suyo, un corazón incapacitado para hacer mal otro y puesto a su servicio incondicional. Un corazón abierto a la ternura y a la gratuidad, un corazón contemplativo de la vida para poder servirla, estimularla y celebrarla. Cuando esto acontece estamos frente a un corazón cuyos deseos han podido peregrinar del ‘eros’ al ‘ágape’ y nos capacita para ser verdaderos instrumentos de paz, ya que en últimas ésta sólo puede nacer del amor. Ahora bien, la realización del deseo, y más el deseo cristiano, pide cauces concretos. Para nosotros, desde la fe, este cauce es indiscutiblemente el seguimiento de Jesús. Seguimos al Crucificado porque él nos ha encontrado por el camino de la vida y nos ha convocado en el hoy de nuestra historia a ser constructores de la paz. Seguimos al Resucitado porque sentimos que la fuerza de su Espíritu es la que hace posible que la paz sea una realidad en medio del espiral de violencia que vivimos. Pero es bueno que veamos, en un segundo momento, cómo se hace concreto este cause, o en otras palabras, cuál es el cómo de este seguimiento. 18 Darío Mollá, “Pedagogía del deseo cristiano”, en Sal Terrae, N°993, Tomo 84/8, Septiembre de 1.996, pp. 650/51. 19 Ibid., p. 651. 20 José A. García, “‘Cor inquietum...”, pp. 642/43. 21 Cf. Xavier Quinzá Lleó, La Cultura del deseo y la seducción de Dios, Bilbao: Sal Terrae/Fe y Secularidad, 1.993, pp. 27-31.

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b) Pasos en este caminar cristiano por la paz A continuación sólo deseo insinuar cuatro pasos o momentos que en mi experiencia y la de otros cercanos al trabajo por la paz han sido importantes. (1) En primer lugar, necesitamos ‘bajar al encuentro con Dios’, y hoy en Colombia, ello pasa por bajar el encuentro con la violencia, con todo el dolor y destrucción de la vida que las múltiples violencias producen, y poder así escuchar el llanto y clamor que se levanta hacia el cielo. No siempre estamos dispuestos a ello. En razón de los niveles de violencia que ha alcanzado el país, nos vamos tornando ‘indiferentes’ a los hechos puntuales de violencia, y sólo las grandes masacres logran tocarnos un poco. Pero para ello, necesitamos ampliar nuestro corazón para que nuestras entrañas se lleguen a conmover, como Jesús, ante el dolor del otro. (2) Un corazón así, es una gracia. Por eso, necesitamos pedir con insistencia al Padre que nos conceda entrañas de misericordia para sentir desde lo profundo de nosotros mismos este dolor y sufrimiento de tantos y tantas hermanos y hermanas, para que nos conmovamos y nos veamos impelidos a actuar en favor de las personas que se ven afectadas por dicha violencia. Sólo un corazón conmovido puede entregarse gratuitamente a servir a otro, “buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás” (Flp 2,4), movido por una fuerza que lo habita y lo trasciende: no es uno el que actúa, es el amor de Dios que, a pesar de nuestras resistencias, hace de nosotros sus instrumentos. En últimas, necesitamos “convertirnos a la radicalidad del amor de Dios”22. (3) Discernir las mediaciones sociales e institucionales necesarias para hacer la paz una realidad efectiva y operante. Nuestro amor y servicio debe traducirse en resultados que tengan efectos políticos. No podemos ser ingenuos en ello. Nuestro discernimiento necesita de la ayuda de las ciencias sociales para poder ubicar lo que es necesario, los niveles de trabajo que se deben adelantar, los obstáculos que hay que superar, las fuerzas sociales que hay que convocar, las fuerzas políticas con las que se pueden y deben concertar acciones, etc. Sin embargo, no podemos olvidar que el amor de Dios no se agota en lo políticamente significativo. La violencia y la guerra producen dolores y secuelas que piden una respuesta de nosotros, una respuesta de misericordia, así ello no tenga ‘dividendos’ o consecuencias a nivel político. (4) Traducir a la acción nuestro discernimiento, lo cual debe llevar al cristiano a un compromiso efectivo en el trabajo por la paz. Y en esto, los parámetros nos los ofrece San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, en las notas previas a la Contemplación para Alcanzar Amor:

22 Cf. Jean e Hildegarde Goss-Mayr, Evangelio y lucha por la paz, Salamanca: Ediciones Sígueme, 1.990, p. 15.

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* “El amor se debe poner más en las obras que en las palabras” [EE, N°230], lo cual pide de nosotros acciones concretas y persistentes en favor de la paz. Como bien lo ha dicho la teología latinoamericana estamos más ante un problema de ortopraxis que se ortodoxia. Un amor que debe traducirse en relaciones sociales diferentes en la medida que transparentan la misericordia de Dios mismo. * “El amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene y puede, y así, por el contrario, el amado al amante” [EE, N°2 31], lo cual pide de nosotros una acción según el carisma que hemos recibido para la construcción del cuerpo del Señor. No se nos pide lo mismo a todos; si nos pide que todos trabajemos por la paz. Es importante que este amor que se traduce en acción por la paz sea verdaderamente efectivo, y para ello se requiere que sea un trabajo planeado y evaluado, que sea un trabajo organizado y coordinado con otros, que sea un trabajo confrontado con las necesidades de la realidad. A manera de conclusión Al terminar estas reflexiones en torno a la paz como tarea social y como pasión para el cristiano, es bueno recordar las palabras de Martin Luther King, uno de los profetas de la paz de este siglo XX, para alimentar nuestra esperanza y nuestro entusiasmo:

“Sueño que llegará el día en que esta nación se levantará y vivirá con plenitud el verdadero sentido de su fe. Tenemos por evidentes estas verdades, a saber, que todos los hombres han sido creados iguales. Sueño que llegará el día en que mis cuatro hijos pequeños vivirán en una nación en que ya no serán juzgados por el color de su piel, sino por su carácter. Sueño en que llegará el día en que todos los valles serán alzados y todas las montañas allanadas y en que se manifestará la gloria del Señor y todos juntos la veremos...”23.

23 Citado por Jürgen Moltmann, “La catástrofe nuclear y Dios”, en Teología Política y Responsabilidad por la Paz, p. 29.