te enteraste quien murió

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 ¿Te enteraste quien murió? Paladeó un trago de mate cocido con deleite mientras raspaba dos rodajas de pan cereal que se habían tostado de más. Juancito y Sandra acababan de marcharse a la escuela y su mujer, que tenía cita con el médico, se llevó el auto y no volvería hasta pasado el mediodía. Inclinó su obesa humanidad sobre la mesada de granito negro y agarró la jalea de membrillo. Después de depositar todo sobre la mesa, chequeo si el diario Los Andes ya estaba en el frente. Salió al jardín en boxers y una remerita desteñida que no le pasaba del ombligo. Sintió más frío de lo imaginado, pero siguió adelante, no podría desayunar tranquilo si no encontraba la noticia. Con angustia y arrebato, al medio de la vereda, buscó la sección de policiales, no llegó a ella, en la segunda página halló lo esperado: GENERAL ALVEAR ¡ULTIMO MOMENTO! Murió un hombre electrocutado en la bañera de una casa situada en Patricias Mendocinas. Se trataría del reconocido gerente de una empresa pública, estaríamos en presencia de un infortunado accidente. Ampliaremos mañana.

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  ¿Te enteraste quien murió?

Paladeó un trago de mate cocido con deleite mientras raspaba dos rodajas depan cereal que se habían tostado de más. Juancito y Sandra acababan de marcharse ala escuela y su mujer, que tenía cita con el médico, se llevó el auto y no volvería hastapasado el mediodía.

Inclinó su obesa humanidad sobre la mesada de granito negro y agarró la jaleade membrillo. Después de depositar todo sobre la mesa, chequeo si el diario Los Andesya estaba en el frente. Salió al jardín en boxers y una remerita desteñida que no lepasaba del ombligo. Sintió más frío de lo imaginado, pero siguió adelante, no podríadesayunar tranquilo si no encontraba la noticia.

Con angustia y arrebato, al medio de la vereda, buscó la sección de policiales,

no llegó a ella, en la segunda página halló lo esperado:

GENERAL ALVEAR ¡ULTIMO MOMENTO!

Murió un hombre electrocutado en la bañera de una casa situada en PatriciasMendocinas. Se trataría del reconocido gerente de una empresa pública, estaríamos enpresencia de un infortunado accidente. Ampliaremos mañana.

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Era todo lo que necesitaba saber, cerró el periódico y lo arrojó al tacho debasura. Aspiró profundamente y se apoyó contra el buzón rojo de lata, un leve mareo lohabía desestabilizado. Miró al cielo con los ojos empapados, una sensación dulce loembargaba. Sintió como que allí, parado frente a un nuevo amanecer, volvía a respirar aire fresco.

Doña Chicha, escoba en mano, lo miraba extrañada desde la vereda de enfrente.—¿Se encuentra bien Hipólito? —inquirió la curiosa vecina.—Como nunca en mi condenada vida señora—dijo el gordo pelado y regresó a

su casa dando pequeños brincos, acompañados por estridentes risotadas.

Tras acabar el desayuno, se dedicó a buscar el aparato de radio que no habíapodido localizar al despertarse.

—Quien sabe donde lo guardó Juan —pensó aburrido el empleado municipal.Tendría que aguardar el mediodía para observar el primer informativo por la TV. local.

 Alrededor de las ocho y media se sentó en uno de los sofás del living, apoyó el

termo y el mate recién preparados sobre la mesa del velador y colocó un cd de RichardClayderman en el portátil, buscando Balada para Adeline. Era el tipo de música que loayudaba a relajarse. Estiró las piernas y descansó su cabeza sobre el mullido respaldo.

—Resultó más fácil de lo pensado —se dijo Hipólito Barraquero espantándoseuna fastidiosa mosca de su oído derecho.

En la calle, el sistema hidráulico de un camión basurero sonaba apenasperceptible. La bolsa de residuos ya estaba afuera desde ayer. No necesitaban sacarlaa último momento. El perro del vecino, gracias a Dios, permanecía ahora siempreatado.

Durante los pasados once años elucubró, con morboso interés, el plan criminal. A la noche, estructuraba con precisión los pasos a dar y al día siguiente se arrepentía,a veces en el momento culmine.

Como cuando se fueron todos los empleados del departamento a pasar semanasanta al Valle Grande. A sabiendas de su afición por las aves, lo invitó (solo a él) asubir a una alta montaña para observar un nido de cóndores, instalado en unescarpado precipicio.

O en aquella cena de trabajo, cuando siguió al mozo que iba por los cafés,llevando un sobrecito con un potente veneno en el bolsillo.

O la tarde en que salieron a cazar ñandúes, liebres y vizcachas al CerroColorado. No había nadie en mil metros a la redonda y la escopeta de dos cañostemblando en sus traspiradas manos.

Siempre el miedo paralizador, junto a la puta y cobarde conciencia, dándole larazón al despreciable cuando proclamaba: —Te faltan huevos para todo Barraquero,nunca pasaras de ser un simple segundón.

Esa actitud de creerse perfecto, superior, lo desquició desde el segundo inicialde una enfermiza relación. Veintidós insoportables años aguantándolo como jefe yverdugo. Veintidós temporadas esperando lo trasladasen, se jubilara o se muriese paraocupar su puesto, para dejar de sentirse una inmunda cucaracha pisoteada y escupida.Y siempre las bromas, la humillación, el picante menosprecio.

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Sus compañeros de laburo lo bautizaron con los sobrenombres más diversos:trapo de piso, el chirolita del jefe, el felpudo, el punchinball, etc, etc.

—Me voy a jubilar un día después que vos, no soportaría que un inepto totalocupe mi estratégico puesto—le dijo seriamente dos días antes.

 Allí fue cuando se decidió a matarlo. Esa mañana le comentaron también que el

bastardo se estaba acostando con su esposa, parece ser que era el único aun noenterado.—Tu mejor cualidad es esa mujercita deliciosa que tenés —le expresó baboso

una tardecita en que tomaba el té en su casa. No podía sacar de su mente la miradalibidinosa del cretino sobre las nalgas de Susana.

El empujón final se lo dio la propia víctima ayer al mediodía. Pasado elalmuerzo, el jefe lo encontró sentado en la plaza central, enfrente de la reparticiónpública. Hipólito estaba sumido en aguda tristeza. El abominable lo miró y sonriendo ledijo:

—Yo que vos me pego un tiro, peor no podía ser tu vida querido, para que gastar aire, ¿no?

Respiro hondo, abarrotando sus pulmones de aire. Recordarlo le provocaba taquicardiay acidez.—Todo va a cambiar desde hoy—se estimuló apretando con fuerza los puños.Su autoestima se elevaría, mejoraría su relación con Susana. Sería promovido a

 jefe, ganaría más y todos, incluyendo sus hijos, comenzarían a respetarlo. Ya no habríarisitas hirientes a sus espaldas y lo que era fundamental, no tendría que verle la cara alsoberbio hijo de puta ese.

Sintió pena por el padre del malnacido, un venerable anciano por el que sentíacariño y respeto. El viejo (varias veces) había llamado la atención a su hijo por la formamiserable en que trataba al empleado más fiel. Cuando él estaba presente, el malditosimulaba ser comprensivo y afectuoso.

El respetable señor solía venir a Alvear muy de vez en cuando. Se notaba queno se encontraba cómodo conviviendo con el déspota de su hijo. Siempre lerecomendaba a Hipólito que cambiase de trabajo y que recuperase su dignidad.

Existía un elemento incomprensible para el humillado hombre. ¿Por qué él era elúnico depositario de las burlas de su superior? Le dolía la forma cordial y reservadacon la que, el ahora difunto, trataba al resto de sus subordinados.

Extrajo una cajita de chicles Adams de mentol del cajón de la repisa, bajo eltelevisor y se llevó tres a la boca. Era casi el mediodía y había comenzado a lloviznar,cerró las ventanas y entornó las cortinas. Tendría que empezar a cocinar, hacía ratoque su mujer no lo hacía. Ella era de deprimirse muy fácil y se la pasaba acostadallorando y maldiciendo el momento en que conoció a Hipólito.

—Todo cambiará mi amor —musitó esperanzado.Tuvo deseos de besarla y pedirle perdón por todo lo que no le había podido dar.

Se sintió feliz, con ganas de vivir, de intentar cosas nuevas. Era otro Hipólito el queiban a conocer desde ahora. Sin el yugo del tirano, estaba liberado. Ya no sufría laopresión y el inmovilismo que le provocaba el solo verlo.

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— Fue tan fácil. Únicamente empujar con un palo de escoba, desde la ventanadel baño, la radio eléctrica, para que cayera adentro de la bañera donde el condenadoestaba—pensó Hipólito complacido.

 Antes de echarse a correr, escuchó un gemido ahogado y vio unas chispasreflejarse en los azulejos. Lo tenía bien estudiado. Vivía solo, siempre se bañaba a la

misma hora, cerca de la medianoche y escuchaba un programa de música clásica.Su esposa lo saludó apática desde la puerta de la cocina. No lucia tan triste

como era de esperarse por la muerte del amante.—¿Te enteraste quien murió?—le preguntó mientras hacía señas a los niños

para que dejaran las maletas en sus cuartos.—Sí, increíble, que muerte más terrible. No se la deseo a nadie, pero creo que

fue un castigo divino por toda la maldad que hizo en este mundo —dijo el hombreexultante, disfrutando de este momento, soñado por tanto tiempo.—Creí que te caía bien el pobre viejito. —dijo asombrada Susana— Mirá que venir avisitar al hijo solo un par de días al año y terminar así.