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www.arteliteral.com Número 3 Suplemento 2013 Diciembre Literatura, arte e ideas ÎP/2 ÎP/3 Entrevista Columnistas Pintura de María Eugenia Catoni Notas sin filtro Yuri Valecillo Ojo de Búho Teresa Coraspe Lucia Salerno Roger Herrera Rivas Otros temas La literatura invisible Morelva Oropeza Gragirena ÎP/5 El silencio del poema Alberto Hernández ÎP/7

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Page 1: Suplearteliteral3

www.arteliteral.com

Número3

Suplemento

2013 DiciembreLiteratura, arte e ideas

ÎP/2

ÎP/3

EntrevistaColumnistasPintura de María Eugenia Catoni

Notas sin filtroYuri Valecillo

Ojo de BúhoTeresa Coraspe

LuciaSalerno

Roger Herrera Rivas

Otros temas

La literatura invisibleMorelva Oropeza Gragirena

ÎP/5

El silencio del poema Alberto Hernández

ÎP/7

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w w w . a r t e l i t e r a l . c o m2

www. arteliteral.com

Columnistas:Morelva Oropeza GragirenaFrancisco ArévaloRoger VilaínJuan GuaerreroDaniela SaidmanMiguel Antonio guevaraFranklin FernándezJosé Carlos De Nóbrega

Coordinación: Carlos Yusti

Coordinación FotográficaYuri Valecillo Portada: Pintura María Eugenia Catoni.

Síntesis referente a la obra de Horacio Cabrera Sifontes

Notas sin Filtro

El mito del Profe-ta Enoch y una

leyenda histórica que es Horacio Cabrera Sifontes.

Horacio Cabrera Sifon-tes, no creía en mitos ni en cuentos de fantasmas y aparecidos (lo ratifico). El más bien se planteaba

la realidad, desde el pun-to de vista científico...En el caso del Profeta Enoch (personaje real), que pa-seó su mentira a lo largo

del río entre la neblina de la Humareda del año 26, como manto providencial a su profecía, para Hora-cio Cabrera, sólo fue un vagabundo engañador del pueblo. Para otros, en este caso los poetas, Enoch fue un contador de fábulas, que conocía muy bien la psicología de un pueblo, imbuido de una

realidad mágico reli-giosa, donde el mito es nido de creencias y supersticiones, tan necesarios en un tiempo donde la tal llamada rea-lidad acaba con lo maravilloso que es soñar. El hombre va retomando el camino de las interrogantes, abriéndose paso entre una humareda cada vez más espe-sa, donde un profeta moderno, no puede penetrar. Es el final de un siglo preci-pitado, golpeado y humillado, en el cual se teje y entreteje la historia siempre roja

de los siglos. Horacio Cabrera, en su

libro, y por contradicción, nos sumerge en el regre-so a la infancia a través

del recuerdo, que es magia, cuando la abuela todavía atemorizada nos hablaba del año de la humareda y del Profeta Enoch, época en la que se esperaba el fin del mun-do. Hoy el hombre tiene otra magia mucho más aterradora, sintetizada en “la bomba atómica” donde al interrogarse si al explotarlas, quedará algo de lo que fuimos,

y de tanto interrogarse, sigue creando la mágica palabra.

La guayana del oro y don antonio liccioni

Es un ensayo histórico del escritor Horacio Ca-brera Sifontes, quien con sus dotes de incansable investigador penetra por los orígenes de la Guayana y sus hombres y la época que les tocó vivir. Este nuevo libro de Don Horacio (como me gusta llamarlo), contiene una documen-tación increíble que será

fuente de consulta para otros investigadores que quieran ahondar en los acontecimientos que rodearon el problema del oro y las minas de El Callao; profundizar en la personalidad que fue el General Guzmán Blanco y dejar a un lado los mi-tos y aureolas que se han creado con relación a los hombres y su historia.

Por otra parte, la per-sonalidad recia del corso Don Antonio Liccioni, se destaca por conceptos de moralidad y honra-dez increíbles, dignos de ejemplo para nuestro tiempo tan carente de hombres que piensen en función de rectitud y honestidad.

Los capítulos del libro se recorren en forma mágica, trasponiendo los episodios que parecen dirigirse hacia el futuro, y donde los fantasmas se asoman hacia el río a través de las ventanas de una casa que es ruina y es historia, o es la ruina de la historia en el tiem-po: La Casa de las Doce Ventanas, por donde Don Antonio Liccioni tejía en la historia de Guayana, su propia historia. Y es en la palabra de tinta

oscura, con firmeza y cla-ridad de pensamiento por donde nos conduce la voz intensísima de Horacio Cabrera Sifontes, quien agazapado en el claros-curo de baúles raídos por tantos pasos de sol, nos lega para nosotros y la posteridad, la leyenda mágico-real de Guayana, que fue y es su querencia.

Yo creo que usted sabía, Don Hora-cio, que siempre

iba a estar pendiente de sus trabajos, que nunca iba a olvidar nuestras

largas conversaciones de todos los domingos, a las 11 en punto de la mañana; que siempre iba a estar listo el café para recibirlo con su

traje amarillo beige y su carro casi del mismo color; que siempre el cariño y la amistad iban a seguir después de su muerte, y que nunca,

nunca dejaría sus libros sin algún comentario, ni tampoco dejar de expre-sarle que su partida dejó honda huella en mi ser. Hoy con tanta nostalgia

y los recuerdos, dejo estas sencillas notas sobre sus libros que, por razones de espacio, son mínimas pero sinceras de afectos.

Palabras de Teresa

Don Horacio Cabrera Sifontes: A mi distinguida amiga… la que “volvió con sus huesos”, porque está convencida de que hasta la materia es fantasía. (cosas de él).

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w w w . a r t e l i t e r a l . c o m w w w . a r t e l i t e r a l . c o m 3Fotografia

Para mí esto de las nuevas le-yes, decretos y

fórmulas legales acerca de la prensa me siguen generando ruido y ciertas interrogantes. Que ahora se prohíba la posibilidad de aparecer en las pá-ginas de los periódicos hechos, ya de por si co-munes, como asesinatos (o muertos a causa del hampa o por cualquier otra cirscunstancia).

¿Como se podrían ha-ber desenvuelto los mi-litantes comunistas para exponer ante la opinión pública el alevoso, terri-ble y horrible asesinato cometido por parte de los cuerpos de seguridad del estado Digepol, SIFA entre otros, contra Al-berto Lovera? Las foto-grafías del rescate del cadáver del veterano militante revoluciona-rio y el libro Expediente Negro de José Vicente Rangel levantaron en la sociedad una gran indignación y la tri-buna del congreso se convirtió en un punto donde una minoría, muy reducida, toma-ba ese espacio para denunciar la suerte de una generación en manos de organismos del estado que estarían para defendernos, pero asesinaban lo más gra-nado de la juventud.

Y con esto no quiero recurrir a la idea de que los muertos en las cár-celes o en los calabozos de algún organismo de seguridad del estado, y hablo de cualquier nación, haya cambiado; basta ver el trato a bata-zos que se le da algunos detenidos en Aragua o el caos carcelario que nos toca conocer a diario.

La foto de sucesos, o la crónica roja y la fotografía del mismo color, se elevaron a do-cumento artístico desde hace años y basta con conocer el trabajo de Weegee, seudónimo usado por Arthur H. Fellig, hijo de un fotó-

grafo y reportero gráfico ucraniano, conocido por sus impactantes tomas fotográficas en blanco y negro en el hoy te-rritorio de Ucrania que emigró a los Estados Unidos en 1909 y murió en 1968. Este fotógrafo desarrolla y transforma la imagen hasta ese mo-mento visto como una fotografía de espanto y no como una pieza bri-llantemente construida y si bien el morbo se-guramente hacía de las suyas en la cabeza de miles de lectores al día siguiente, era imposible negar el magistral ma-nejo de luces y sombras en la obra de este pecu-liar fotógrafo.

Volviendo a lo dramá-tico de las reglas que prohíben, impiden o piden mesura frente a lo que acontece tendría que decir que la fotografía es solo un reflejo de la reali-dad y que son cientos los casos donde los hechos pueden ser enfrentados a partir de imágenes que denuncien y hagan cono-cer la magnitud de lo que ocurre en cualquier país o espacio geográfico que nos toque ver y vivir.

Es de sobra conocida la imagen de la niña vietna-mita que huye desnuda del bombardeo por parte de la aviación norteame-ricana a una aldea del país asiático. Kim Phuc solo tenía 9 años cuando una nave del Ejército survietnamita bombar-deó su pequeño pueblo de Trang Bang, próximo a la ciudad de Ho Chi Minh (entonces Saigón), en un ataque coordina-do con el alto mando de Estados Unidos que intentaba cortar el abas-tecimiento por carretera entre Camboya y Viet-nam, sin importarles el costo colateral en vidas humanas o la muerte de civiles hombres, mujeres y niños.

Phuc corrió a la carre-tera desnuda, consumida por el dolor -«¡muy caliente, muy caliente!», exclamaba-, con el rostro descompuesto, igual que todos los habitantes de esa aldea. Un instante que inmortalizó el fotó-grafo vietnamita Nick Ut, quien cubría la Guerra de Vietnam para la agencia Associated Press.

Esa fotografía realizada el 8 de junio de 1972 dio

al mundo una mirada que se requería para mostrar los horrores del conflicto a la sociedad internacional, los crímenes cometidos por la aviación de Esta-dos Unidos y fue decisiva para darle el punto final a los enfrentamientos y a las masacres cometidas con la anuencia del hoy corroido coloso del norte.

Lo cierto es que para los editores el problema no estuvo en la fotografía y si en enfrentar al go-bierno de Estados Unidos ya que era contra la ley publicar desnudos en las páginas de medios de comunicación que podían ser adquiridos por cual-quiera.

La censura a la foto-grafía de sucesos es un hecho que no tiene mis simpatías y que si bien no podemos imprimirla nuestro deber como fotó-grafos es exponer nuestro trabajo y exponerlo a la mirada del otro, decretos, reglamentos, fórmulas sobrarán que traten de impedir que se publique algo que no convenga a un estado, o a quien de-tente el poder puede ser de derecha o izquierda, de centro o de lo más ligero políticamente ha-blando, pero ser o pres-tarnos en nombre de lo políticamente correcto al juego de los que asumen la tijera y el corrector y al censor como estilo, sim-plemente es miedo.

Los hechos están ahí, el fotógrafo los registra y aunque no lo hagan, los hechos ocurrieron. Claro en cualquier régimen EL MINISTERIO DE LA VER-DAD navega en medio de las sombras.

Notas sin Filtro Una perdida mirada del censorYURI VALECILLO

El cádaver de Alberto Lovera emergiendo de las aguas

El cádaver de Alberto Lovera y los visos de la tortura policial

Una foto patrimonio de inhumanidad

Una foto característica de Weegee

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w w w . a r t e l i t e r a l . c o m4 Entrevista

Lucía Salerno Roger Herrera Rivas Las posibilidades del lenguaje

1. ¿Cómo surgió el proceso de la escritura en usted?

El proceso de la escritu-

ra en mi caso surgió como una consecuencia de un estado de ánimo que siempre me ubicaba en un pensamiento de inconfor-midad hacia los sistemas sociales, fue por medio de la palabra escrita que pude darle vida a ese sen-timiento que solía reflejar mi niñez y los entornos naturales y culturales. Mis comienzos literarios fueron a principios de los años 80.Fue una rebeldía que tenia reprimida y descubrí la manera de manifestarla a través de la palabra.

2. ¿Desde cuándo y

por qué empezó a es-cribir? ¿Quién o qué te inspiro para comenzar a escribir?

Mi aprendizaje fue

solitario, ya que en San Fernando De Apure no había oportunidades de compartir con grupos literarios y poetas di-dácticos. Mis comienzos fueron muy vivenciales y emotivos, yo sentía la poesía como una filoso-fía de vida, que era di-fícil convivir o alimentar desde mi cotidianidad común. Con el tiempo descubrí que el poema es una búsqueda estruc-turada que poco a poco se va a consolidando como una oportunidad de manifestar libre-mente un pensamiento a través del acto de la creación.

La poesía nos hace libre justamente porque nos podemos expresar sin barreras, ni limita-ciones, ni imposiciones. Es realmente un acto solitario que se hace

solidario y culmina como hecho poético en el espa-cio del lector.

3. ¿Cuáles son las lecturas que le impac-taron o conmovieron más como lector y es-critor?

Las lecturas que me

conmovieron:, menciono los escritos de RILKE, KAVAFIS. PESSOA, GER-BASI y otros poetas que en un principio leía con mucha admiración, hacia la razón que los llevaría a escribir. Siempre cuando leo un poema mi fantasía se familiariza con el emi-sor, imagino su vida, su grandeza, su eternidad y todas las ondas que me unen en ese acto del actor.

Poetas como Luís Alber-to Crespo, Igor Barreto, Enriqueta Arvelo Larriva me llevaron a relacionar la intimidad con el entor-no o la cultura de los pue-

blos. Siento una profunda gratitud hacia los poetas, me incentivan a cultivar una búsqueda.

4. ¿Cuál es su opi-nión sobre la literatura Venezolana y sus más altos exponentes? ¿Cuál cree usted que es su posición como escritor con su obra?

La literatura venezola-na ha tenido grandes ex-ponentes que han estado ligados a las luchas por las reivindicaciones, bien sea políticas y culturales. Con el tiempo, los escri-tores han alcanzado una tendencia de contenido psíquico que ha ido erra-dicando un poco el ele-mento costumbrista. Hoy, la literatura venezolana

tiene muchos aspectos que explorar aparte del academicismo concen-trado en las ciudades. Existe una literatura que aún despierta y necesita apoyo editorial para la divulgación, así como también procesos es-tructurales de composi-ción formal del lenguaje, que muchas veces, los poetas del interior no tenemos un fácil acceso a disfrutar para el arte final.

Me siento afortunada dentro de mi desarrollo poético, por la satis-facción que me produce como ser humano. Pienso que todos los poetas deben publicar, hecho que es ahora que viene desarrollándose con más amplitud. Hubo un estan-camiento muy profundo y de difícil acceso en un pasado.

Los más altos exponen-tes de la poesía venezo-lana ya tienen un sitio de

honor, para mi EUGENIO MONTEJO, RAFAEL CADE-NAS, GUSTAVO PEREIRA, son especiales en el senti-do de la poesía como ex-presión melancólica que la convierte en razones de peso para justificar su existencia. En otro ámbito los sitiales encumbrados siempre son los mismos crean un círculo hermé-tico donde “NO ESTÁN TODOS LOS QUE SON”. Mi posición como escritora es personal, es satisfacción, yo produzco el acto y ese proceso me ubica como ser especial en el mundo de la poesía.

5. ¿Cuál es la con-

tribución que hace su obra en la literatura?

Contribuyo con mis obras hasta ahora pu-blicadas en el hecho de sentir que mi lenguaje transfigurado por imá-genes, sensaciones, conflictos .asombros y

entornos llega a un lector ,el cual tiene otra perspectiva que lo enri-quece, porque esa es la grandeza de la poesía y del poema, que nunca termina, se recicla en el lector. Represento a la poesía de la provincia, hecho que me hace sentir colaboradora de la proyección de mi estado y enaltecedora de la literatura de Apure como fiel admiradora de mis coterráneos IGOR BARRETO, JOSÉ NA-TALIO ESTRADA, JOSÉ VICENTE ABREU, AL-BERTO JOSÉ PEREZ, y otros-Mención especial merece TORRES DEL VALLE quien al igual que ENRIQUETA ARVELO LARRIVA representan la más alta expresión de la poesía libre concebida desde el llano.

Ha publicado dos libros de poemas: Las cosas íntimas del cielo (Editorial Trazos, Caracas, 1990) y Herbívoro (Editorial Fedupel, Caracas, 1997). Tiene inédito El silencio de las piedras. Obtuvo el Premio Municipal de Poesía “Bicentenario de la Ciudad de San Fernando” en 1990 y en el 97 fue mención honorífica en la Bienal

de Poesía “Francisco Lazo Martí”; también es magíster en evaluación de los procesos educativos por la Universidad Santa María, Caracas.

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w w w . a r t e l i t e r a l . c o m w w w . a r t e l i t e r a l . c o m 5

Leí por ahí un artí-culo de la escritora venezolana radica-

da en Miami Naida Saave-dra, que me hizo recordar aquel cuento de Lourdes Sifontes, Edictos, Invictos y convictos (1982) en cuanto a que, iniciados los primeros párrafos no alcancé a comprender qué era lo que quería decir, por dónde iban los tiros, por cuál de las opciones, en caso de la articulista, por fin tomaba partido. Pero, claro, no es esa la razón de este escrito. La autora en cuestión comienza su artículo con-fesando su afinidad con la frase que en reiteradas oportunidades el recién ganador del premio “Ró-mulo Gallegos”, el puer-torriqueño Alberto Lalo, ha expresado: “Puerto Rico es invisible”. Aclara Saavedra que su identifi-cación con la frase no se debe a que “Venezuela y Puerto Rico compartan la

misma historia sino a que la literatura venezolana es en sí invisible” Me quedé absorta en estas últimas palabras, y en ese estado límbico mi imaginación me llevó a concebir una escena en rew, en la cual los textos de Mariano Picón Salas, Guillermo Meneses, Eduardo Liendo, Orlando Araujo, Orlando Chirinos y la propia Lour-des Sifontes, entre otros, desde la n de fin hasta el título, comenzaban a borrarse, hasta quedarse el libro totalmente en blanco.

Por suerte seguí leyendo para enterarme de que no era a esta desmaterializa-ción grafológica a la que se refería Naida Saavedra. Lo que ella quería decir era que nuestra literatura, sobre todo la contempo-ránea, es invisible fuera de nuestras fronteras. Así, tal cual. ¿A qué se debe esto? Para apoyar su po-sición, la notable escritora

echó mano de algunos trabajos de los cuales precisa en su artículo, los de la investigadora Marcela Valdés y los del intelectual Karl Kohut, con sus exposiciones sobre “El silencio de la litera-tura venezolana en otros idiomas” y “Sobre algunas paradojas de la literatura venezolana”, respectiva-mente. La primera con-fiere la responsabilidad de este silencio a las políticas culturales que implemen-tó el Estado venezolano a partir del boom petrolero, al crear las tres institu-ciones más importantes en cuanto a la edición de obras se refiere: Monte Ávila Editores, el Celarg y la Fundación Biblioteca Ayacucho. Estas Institu-ciones impidieron, por así decirlo, que los escritores acudieran a editoriales trasnacionales como Ana-grama o Alfaguara para vender sus libros y darse a conocer en el extran-

jero. Lo que no aclara la fuente es si esto obedecía al interés por parte del Estado por fomentar y va-lorar la actividad literaria, o más bien a la imperiosa necesidad de que no se conociera la plataforma desde la cual muchos escritores de la época expresaban su valoración de lo que acontecía en el país: recordemos que a finales del siglo XIX con el tema amoroso, tam-bién competía la novela de denuncia y que para bien entrado el siglo XX la temática de la violencia y el compromiso políti-co caracterizó nuestra producción literaria. Por esto último tiene sentido que sea precisamente Rómulo Gallegos, con su novela “Doña Bárbara”, claro tributo al triunfo de la civilización sobre la barbarie, quien haya sido considerado por la crítica especializada mundial el gran maestro de la litera-

tura venezolana. En segundo término, y

vista la literatura como mímesis o reflejo de la realidad, la autora cita las palabras de Kohut, como fuente de algunos aspectos de la historia ve-nezolana cuya incidencia pudo ser determinante en la colocación de nuestra literatura al margen de la atención foránea: “En el territorio de Venezuela no hubo una cultura indígena comparable con la de los aztecas, mayas o incas. En la época colonial, lo que hoy es Venezuela tuvo el estatus de Capi-tanía General y no contó, pues, con el esplendor de una corte virreinal. Si bien es cierto que tuvo un papel protagónico en los años de la emancipación gracias a la figura de Si-món Bolívar, esta prima-cía se desvaneció cuando, después de su muerte, el mundo hispanoamericano se quebró en repúblicas

independientes, y Vene-zuela pasó otra vez a una posición periférica. (…).” Coincido con la autora en que probablemente la conjugación de estos y otros factores haya determinado que, desde entonces uy así como el país, la literatura venezo-lana se haya mantenido al margen de la experiencia literaria global. Es cierto que nuestra literatura es de las menos traducidas y peor aún, de las menos leídas en el mundo. Pero lo más grave no es eso. Lo más grave, lo que verdaderamente cons-tituye una tragedia, es que ni siquiera dentro de nuestros límites nosotros sepamos quiénes, qué y porqué han estado escri-biendo los venezolanos. La respuesta a esas inte-rrogantes debería ser la máxima preocupación de quienes, en nuestro país la enseñan, la difunden, la financian. La respues-ta a esas interrogantes restaría ese cierto tono irónico que tiene el pre-mio internacional Rómulo Gallegos.

Columnistas

EntrelibrosFrancisco Arévalo

María Eugenia Mejías de Ca-toni es una de

las más aventajadas y persistentes integrantes del taller literario que coordino gracias a los auspicios de la Sala de Arte Sidor religiosamente los martes a las 5:00 de la tarde. Tan persis-tente es que ya vamos para tres años en esta actividad y todavía su presencia puntual es de admirar, porque siempre tiene algo que aprender-palabras de ella- y decir, al día de hoy es la única mujer en el grupo y para los que estamos involu-crados en tan codiciosa y lucrativa empresa es mo-tivo de estímulo y orgullo escuchar de su voz sus poemas y cuentos.

Mi primera experiencia sensorial con su obra plás-tica fue en la Sala de Arte Sidor donde ella mostró su Lectura Pictórica del Quijote (2005). En el piso estaban plasmadas sus im-presiones gráficas y escri-tas, en un papel bastante frágil, me di a la tarea de recoger una Dulcinea mal-tratada por las pisadas de los concurrentes, la mandé a tratar con su respectivo barniz y hoy día es parte

de las obras que vigilan mi sueño de alcoba. Sin duda logré interpretar la fuerza con que la autora sellaba su compromiso plástico con la palabra, no creo que a más integrante de la inauguración de la muestra se le ocurrió tal desafuero.

María Eugenia me hace reflexionar sobre la necesi-dad expresiva más allá del lienzo de algunos artistas,

pongo como e j e m p l o dos: Manuel Q u i n t a n a Castillo y Juan Cal-zadilla. El primero ha r e c u r r i d o al ensayo erudito y lu-minoso para exteriorizar lo que para bien lo ator-menta; Cal-zadilla en sus inicios es autor de libros de poesía que se han convertido en íconos, también el ensayo ha

sido uno de sus fuertes,

donde ha salido muy bien parado.

Esto es una de las carac-terísticas que me atraen de la pintura de Maega, está fijada a las obsesiones literarias de la autora, al punto de que no puedo de-cir que más me gusta de su duplicidad, porque en las dos hay unas definiciones desgarradoras de la condi-ción femenina que arroya,

y tiende a minimizar la pacatería sino se está claro que en nuestro principio de siglo XXI todavía ser mujer es una condición, no un de-recho de igualdad o quizás supremacía que en muchas ocasiones deja desconcier-to porque es inconcebible que todavía exista un para-peto en el almanaque para festejar el Día de la Mujer y es celebrado hasta por las que están conscientes de esa maniobra del poder.

Creo encontrar algunas claves en su trabajo, tiene que ver con su incorpora-ción temprana a la confor-mación de la familia lo que la pone en la disyuntiva de continuar con sus avanza-dos estudios de medicina y darse a la maternidad y la responsabilidad implícita. De una u otra manera esto la siembra de la in-certidumbre saludable que deviene en el arte, ningún arte se consagra si no hay inquietudes y dudas sobre el ser y lo que se va a ser en el presente como an-tesala de esa abstracción que suele ser el futuro. Lo otro es su formación de adolescente con monjas nada tolerantes por los años sesenta, esto lejos de diezmar la rebeldía la aviva y se convierte en

un mensaje claro de resistencia ante las convencio-n a l i d a d e s imperantes. De eso están plagados los lienzos e in-tervenciones de la artista. Hay una ut i l i zac ión de todos los recursos a la mano para t ransmi t i r los mensa-jes a veces cifrados, a veces en p r i m e r o s planos que tiene la artista como fina-lidad, prevaleciendo cierto desdibujamiento que veo como la arbitrariedad bien concebida que debe llevar toda manifestación artísti-ca como principio y fin.

Sólo la arbitrariedad del artista nos ha salvado del abuso y la maldad del po-der concebido para arrasar la libertad en todos los tiempos de la humanidad. Allí están perpetuas las grandes obras de arte he-chas por empeñosos, por obstinados.

15 Exposiciones indivi-duales y 33 colectivas en nuestro país y en el extran-jero, dan fe de su oficio en las artes plásticas, aparte de los premios otorgados que son un reconocimien-to a la constancia, como el reconocimiento que le hago por ser pertinaz con la palabra todos los martes en nuestra codiciosa y lu-crativa empresa que tiene como fin hacer poesía y uno que otro cuento que se salta las barreras de la cotidianidad.

Maega: Entre el color y la palabra escrita

Pintura de María Eugenia Catoni

La otra mirada La literatura invisibleMorelva Oropeza Gragirena

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w w w . a r t e l i t e r a l . c o m6 Poesia

MARIA EUGENIA CATONI

Nació en Caicara del Orinoco, es Artista plástico dedicada al arte desde hace más de 25 años, se mueve en diferentes espacios creativos. Su poesía ha sido publicada en diarios regionales y nacionales del País. Lo más importante para MaEga, es dis-frutar el camino en la búsqueda por una voz literaria que la de-fina, ampliando su expresion, enriqueciendo sus formatos en el intento creativo. Actualmen-te vive en Puerto Ordaz Edo. Bolívar. Para el mes de febrero se publicará su primer libro de cuentos a cargo de la editorial El pez soluble en Caracas.

Poemas de María Eugenia Catoni

CORAZÓN SEMBRADO I

Estás en la cima de tiHojas y raíces engastan en movimientoLlevan sabor de chocolate caliente a tu tallo largo y sedosoAdmites lo indecible

Subes escalones y llegas al último pisoTe introduces en las habitaciones que encuentrasA tu avance no hay puertas cerradas Mi mano sufre la ansiedad de seguir pliegues interminables Deseos de volcar trazos y enlazada ves pasar la modorra que desvía tu ruta

Las ocasiones se presentan sin permisoEl cuerpo reconoce ideogramasNo se engañaEs un cosquilleoUn sustoUn toque Te abres y la luz se filtra entre pasos Regresar al origen fogón del mañanaReviven travesías que alborotan La oscuridad y sus formas te persiguenhasta la licencia del alba Recuperas la cordura Eludes el riesgo y te carcajeas hasta que retorna la noche Afamados desde antes tus recuerdosNo hace falta mirarte en el espejo para emprender el diálogo Te reconoces y comienzas a verMuchas veces suplicas por esa solicitudTe instalas muy a dentro Y comienzan las preguntas Cuentas que ya lo sabías a pesar de estar deshabitadoYa los objetos no te hablan Ni siquiera se describenPierden su poder de convocatoria

Cesa el diálogo Los espacios se agrietanLa ironía del excesivo equilibrio se rompeY la estructura ordenada se desintegra en el sitioSólo queda la memoria Combinada ordinariamente con la tecnologíaDimensiones transparentesSugestivaEstéril Celebro mi existenciaMi casaMi peloMis nidosMi tierra Tan grande es mi festejo que termina muriendoSe desvanece Se convierte en brisaEl tiempo desaparece y termina la urgencia

Miro a través de los ojos de los ojos Y todo se detiene en los bollos de mi cazuela…¡Libres! Queremos ser todos Pero nuestro corazón está sembradoLa errancia nos determina, SufresSufres hasta que mueres y te conviertes en la sal del universo

Y soySoy el mueble verde que encuentras en la entrada

de mi casaSoy la mesa negra drippeada de blanco cual Jackson

PollockSoy ese maniquí intervenido con abrigo rojoSoy el ángel Rafael tocando música celestialSoy esa luz amarilla que cae sobre la mesaSoy huellas de lágrimas en la almohada Soy tu silencio y el míoSoy esa taza regalo de navidadSoy esas prótesis en tus ojosSoy ese pájaro negro situado al lado izquierdo de tu

cuerpoSoy la perversa del día Mi lado iluminado de la vida esta en reposoNo hay tristeza en decirloEs preciso concienciar ese sueño para despertar en

otros Y recorrer territorios olvidados Cruzar y reencontrarse en el mismo lugar de siem-

pre Ese refugio que te aquieta Y vuelves a permanecer en tus objetos perdidosAsí continuas muriendo y encontrandoCon asombroLas voces de tu corazón sembrado.

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w w w . a r t e l i t e r a l . c o m w w w . a r t e l i t e r a l . c o m 7

El rosado y el ahoraRoger Vilain

En este país somos los primeros en algunas cosas. En mujeres bellas, por ejemplo. ¿Quién se atreve a dudarlo?, en más pícaros por centímetro cua-

drado o en gente que se cree la más feliz del mundo. El otro día leía el periódico y hay que ver, somos

unos tigres en inflación por las nubes, unos linces en asfixiar la libertad económica o en inseguridad en las calles, somos los campeones en corrupción, en desca-labros de cualquier ralea y otras lindezas por el estilo. Complete usted la lista y cáigase para atrás.

Recuerdo con nostalgia aquellos primeros tiempos de estos últimos fenomenales quince años en que un súper pensador, una caja de machetes llamada Jorge Giordani pegaba gritos a propósito de la década plateada, que ya venía, y la dorada, que Venezuela tenía a tirito, todo en perfecta armonía con Chávez vociferando el cuento de la potencia. Sin que le temblara un pelo repetía mañana, tarde y noche que este país hoy hecho un moñongo iba a ser una potencia, económica, tecnológica, pesquera, zandunguera y cuanto disparate le atravesaba los sesos mientras alternaba arengas con bailes, cuentos, chistes e insultos a quienes le recomendaban menos litio y más estudio.

Resulta que ya somos un motor fundido. La Vene-zuela de este nuevo siglo camina para atrás a paso de

vencedores, lo cual es tan verdad que si te descuidas un segundo terminas aplastado, pateado, vuelto una mara-ña de escombros por cuarenta mil razones aunque fíjate tú, tenemos patria, comandantes supremos, espadas que caminan por América Latina y bandidos dispuestos a continuar llenándose los bolsillos a cuenta del erario público, que al fin al cabo también les pertenece, no vayas tú a ponerte necio. Tengo la impresión de que Giordani, Jorgito Rodríguez, un bebé de pecho como Pedro Carreño o ese estadista que es Nicolás Maduro agarraron al toro de los problemas por los cuernos y éste acabó seccionándoles la femoral, pobrecitos los bienintencionados. Hay que llamar a los bomberos.

Estoy en la consulta médica, respiro, respiro otra vez, me obligo a aguantar porque ya saben, esperar tu turno mientras llega el doctor Pérez o la doctora Ague-rrevere supone armarte de una paciencia que no tienes y que no te da la gana de tener. Entonces lo observas sobre la mesita: el periódico del día, el único que existe en esa sala de los mil demonios, el diario Vea, gobier-nero, embustero, nido de plumíferos que escriben todos masajeándose el ombligo. Bostezo y lo abro. Venezuela es tierra rosadita, es una fantasía que el comandante ha hecho realidad únicamente para ti. No tiene parangón. Es el paraíso que te niegas a aceptar por malagradecido, por imperialista, por esa carga de odio y desamor que te inyectó el capitalismo. Por algo la Central Intelligence Agency, alias CÍA, te corre por la venas y andas por la vida untado de pitiyanquismo, de oligarca hasta debajo de las uñas. El diario Vea es la luz, y la luz a veces encandila. Cuando te acostumbres notarás las maravi-

llas, verás qué país tan súper del carajo la revolución ha modelado a tu medida.

Mientras tanto llega Aguerrevere. Dejo el periódico en su sitio. Venezuela continúa tan gris como antes.

Ensayo

Crónicas del olvido

Alberto Hernández

1.- Un gusano liso y den-

tado asciende por las vértebras de la concien-cia. Quien anda con él adentro, se juega la vida con los fantasmas. Pero quien no lo hace, no sabe que lleva ese animal en su interior. Profana esta-tuas y se amiga con los menesterosos. Lubrica los sentimientos y ladra con los perros para protestar porque todo lo ve en blan-co y negro. Vestido a la usanza antigua, baila solo bajo un árbol lluvioso.

De su boca no sale una palabra. El silencio, el gusanito liso y den-tado, hace de las suyas en las vísceras del que balbucea su felicidad en el mundo. El silencio podría abotagarlo, pero en la creencia de que el suyo es el de los sabios, se echa a vivir bajo las luces artificiales de la fiesta. El silencio cóm-plice adormece hasta las hormonas. Dilatado en las pupilas del receptor de nimiedades, camina en uñas para decir que sabe desentrañar los secretos de la tierra. Cuando más o menos cree que piensa, siente que lo están vigilando, que pese a estar de acuerdo con todo le pesa algo en el alma. Es que el silencio pesa como un saco de papas.

2.-Un ensayito sobre el

silencio nos arrima a la poesía. Nos revisa. Entonces aparece la imagen de quien desan-da las calles: “El que se lamentaba/ de hacer su propia estatua con arcilla / que pruebe las materias que nosotros/ usamos/. Nosotros, es decir, los marginales: memoria, ensueños, humo, sueño,/ esperanza. Nada”, y así como lo escribe Rosario Castellanos, sentimos el peso del mundo en los hombros de Atlas. El silencio rompe los es- quemas del que sabe usarlo, manejarlo a poca velocidad. André Breton relata la orden de hacer silencio para que la pa-labra fluya: “Se cuenta que todos los días, en el momento de disponerse a dormir, Saint-Pol-Roux hacía colocar en la puerta de su mansión de Cama-ret, un cartel en el que se leía: EL POETA TRABAJA”.

De ese dormir, segura-mente destinado a cobrar-se lo que en la vigilia no hizo, es la parte fabril del poeta. En lo más espeso del sueño está el silencio, el poema o la locura. Quien diga que ha salido ileso de un sueño, miente. Por algo lo cuenta y hasta lo hace materia licenciosa, materia de pecado. Igual

ocurre con quienes se han aventurado a aproximarse a la poesía desde el más remoto de los augurios. La sabiduría de Charles Bukowski, los desnuda: “Como dijo Dios:/ cru-zándose de piernas:/ “veo que he creado muchos poetas,/ pero no tanta poesía”. Seguramente ese dios, tan elegante y ob-servador, no le ha tendido

la mano a los agricultores, para que cosechen buenas naranjas.

3.-Bajo este amparo de

la poesía, que le llega de cerca al silencio, muchos serán los iniciados en esto de parecérselo. Es decir, ser el silencio o intentar congraciarse con su car-ne, la poesía.

Más allá, en otras pá-ginas, nos topamos con Alberto Caeiro, proba-blemente impulsado por su pariente Pessoa: “Sí, escribo versos, y la piedra no/ escribe versos./ Sí, me hago ideas sobre el mundo, y la/ planta nin-guna./ Pero es que las pie-dras no son poetas,/ son piedras;/ y las plantas son plantas solamente, y/ no pensadores./ Igual puedo decir que soy superior a/ ellas por esto./ Como que soy inferior./ Pero no digo eso: digo de la piedra/ “es una piedra”./ Digo de la planta “es una planta”./ De mí digo “soy yo”./ Y no digo nada más./ ¿Qué más hay que decir?”. Aquí el silencio se aposenta. Quien piensa en silencio, piensa silencio, elabora imágenes, sensaciones. El silencio es una sen-sación, la más cercana a la inteligencia, dicen los árabes, que gritan en pleno desierto y hacen que Dios baje armado con un rayo. Quizás por esa razón, René Char, el gran poeta, escribió: “El único dios que puede ser pro-picio/ a los poetas es el Relámpago, que/ algunas veces nos ilumina y otras/ nos parte”. El silencio es tan necesario que muchas veces es necesario que ese relámpago nos parta, para bien de la humani-dad. La poesía sigue sien-

do la luz, pero también la sombra y el miedo, que es el silencio.

4.-La poesía es un animal

peligroso cuando quien la conoce se estremece delante del horror. La belleza es tan sencilla que dificulta el avance del silencio como men-saje de algún poder. El más indefenso sabe que puede entrar en el poe-ma y extraer el silencio necesario para derrotar a los incrédulos. A veces un milagro es necesario. Nos cuestiona. La delicadeza del silencio nos culpa de haberlo molestado. En el poema habita, escondido detrás de una pared o de un adjetivo bien colocado, como se pone el ojo en la mira para derribar la incertidumbre.

Quien espera algo del si-lencio siempre gana. Pasa inadvertido, deja el aroma de su cuerpo. Los que lo miran dicen en sus aden-tros: “Ese es un hombre que sabe comunicarse con Dios, que es el silencio de los que saben caminar por las calles y esperar algún mensaje del cielo”. Y casi siempre es así: los más deseosos terminan fulmi-nados por el rayo. Dios también es poeta. Sabe que la poesía puede ser una maldición. Un pesado fardo de silencio.

EL SILENCIO EN EL POEMA

Dibujo de María Eugenia Catoni, de la serie de tintas2

Para Yusti. Dibujo de Carla Daniela 6 años

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w w w . a r t e l i t e r a l . c o m8 Columnistas

Carlos Yusti

El barrio de mi adolescencia ha cambiado mucho

y no me refiero al aspecto físico, sino al espiritual. El barrio de mis días juveniles tenía el alfabeto de inge-nuidad escrito en el alma. Por supuesto que tenía sus monstruos de rigor, pero la gente enfrentaba todo eso con una dignidad de punta en blanco. Hoy todo los valores más elementales se han ido por el caño. Mi pro-fesora de geografía econó-mica insistía con una frase: “Lo único que no cambia es el cambio”, con semejante galimatías lo que pretendía era que recordáramos que el cambio posee una leyes inalterables/inapelables, que todo variaba menos esas leyes que regían al cambio. El Barrio cambió, pero sigue intacto en mi memoria y volver a sus ca-lles es transitarlo de nuevo en el recuerdo sin nostalgia y con esa mínimo empuje de lo efímero.

En el barrio Bello Monte 2 me inicié en la lectura. El momento exacto no lo ten-

go claro. Lo que si visualizó son las pequeña portadas dibujadas en colores de las noveletas de Marcial Lafuente Estefanía: algún vaquero desenfundando su pistola colt, una diligencia envuelta en volutas de polvo, dos pistoleros dis-parando desde un tren en marcha, etc. No recuerdo ni los títulos ni las tramas, pero en su momento captaban por completo mi atención y podía leer hasta 5 en un día. Así estuvo bastante tiempo. Luego llegué a un punto que las novelitas vaqueras me saturaron y arrojé a la basura casi un centenar de ejemplares.

En ese trance de lim-pieza mamá me regaló un ejemplar que compró en el quiosco de periódicos. El libro no era otro que “Rojo y negro” de Sthendal. Es-taba impreso en un papel marrón lavado horrible y la portada colorida era peor que las de Marcial Lafuente, sin embargo era una edición integra de la novela quizá su único punto a favor. El autor me era un ilustre desconocido.

La novela de Sthendal

me enganchó y era como una relojería bien pensada, escrita con la carpintería necesaria para despertar mi juvenil voracidad lectora, a pesar de la críticas de Proust que siempre tuvo a Sthendal como un escritor en pobre, pero del cual abrevó bastante para perfi-lar su propio estilo de autor. Esto me animó a buscar otras novelas de un escritor que siempre tuvo esperan-za en sus lectores a futuro. Descubrí luego que se inició como plagiario y que su vida era tan novelesca como la de sus personajes.

Otro libro crucial de esta nueva etapa fue El Decameron de Giovanni Boccacio. El libro llamó mi atención por prohibido y debido a que su autor fue un escritor reconocido en su tiempo. Un escritor que quiso ser recordado como agudo pensador y refinado poeta terminó al final como un crucial e inteligente cronista de su tiempo. La valoración de Alberto Men-guel es exacta: “Su obra más célebre, El Decamerón, es recordada menos como un gran fresco literario,

inmenso retrato de la apa-sionada y compleja Italia del siglo XIV, que como una recopilación de anécdotas más o menos escabrosas, juzgadas obscenas. Para la mayoría del público, sobre todo para aquellos que no lo han leído, El Decamerón consiste exclusivamente en bromas soeces, adulterios, infidelidades y orgías prota-gonizadas por campesinos priápicos, aldeanas ninfó-manas, nobles insaciables, curas lúbricos y monjas desvergonzadas”. Con ese prejuicio sexual leí el libro y no me decepcionó, como tampoco me defraudó un estilo literario ágil, ameno y de gran percepción estética y humana.

No sé si lo libros inciden en la realidad, de lo que si pue-do dar fe es que de alguna manera fue definitiva en mi realidad personal, subjetiva y de muchos matices.

Determinados libros de al-gún modo sacan a la realidad de sus goznes. Cervantes con su Quijote fue el primero en percibirlo, aunque la rea-lidad se resista. Pero sobre este aspecto hay un libro El giro. De cómo un manus-

crito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno, de Stephen Greenblatt. Se relata en dicho libro la aven-tura intelectual de un joven escribiente de documentos oficiales de la burocracia papal y de su viaje desde Roma a un perdido monas-terio en Alemania en busca de manuscritos olvidados, inundados por el moho, llenos de polvo y carcomido por microscópicos bichos. El joven escribiente, cuyo nombre Poggio Braciollini (o Poggio el Florentino), no sabe con exactitud cual será libro, ni que aspecto tendrá el manuscrito y mucho menos su autor. Confía en su instinto, en su sabiduría y en su amor por textos olvidados. Es el año 1417. Pasa algunos días metido en el monasterio benedictino de Fulda, fundado en el siglo ocho por un discípulo de San Benito. Hasta que por fin lo encuentra se trata de Tito Lucrecio Caro y su ma-nuscrito De rerum natura, Acerca de la naturaleza de las cosas. Texto escrito quizá alrededor del año 50 antes de Cristo. Poggio pide que le copien el manuscrito y

eso es apenas el comienzo. Greenblatt narra todo esto como si se tratara de una novela de aventuras. No hay diligencias, ni vaqueros, ni pistoleros, pero la travesía del escrito de Tito Lucrecio Caro ( sus ediciones pos-teriores, sus influencias en el pensamiento occidental, etc.) tienen todos los tintes de una hazaña novelesca sin precedentes.

Sin duda que como amante de los libros Poggio dio con un libro que no solo cambió su vida, sino que en-riqueció de alguna manera la percepción que se tenía del mundo. Uno como lector anda quizá a la búsqueda de ese libro decisivo que enri-quezca la vida y que permita valorar el mundo desde lo humano con sabiduría y humildad, con esa mínima poesía para que el barrio, la vida, el mundo duela siempre lo menos posible y la realidad deje sus frías bisagras y adquiera el ritmo inefable de la imaginación como prueba y exaltación del espíritu humano por encima de cualquier oscuro designio que se encuentre a la vuelta acechante.

Leer en el barrio

Lecturas de papelJuan Guerrero (*)

La voz de Georges Moustaki (1934-2013) la escuché

por primera vez a inicios de los 70s. entre besos, velas, vino y las delicadas manos de una amada, exquisita y de pausado andar, descen-diente de judíos húngaros y portugueses.

Desde entonces la voz del errante alejandrino nunca se apartó de mí. Junto con Georges Brassens y Jacques Brel, forman la generación de los trovadores, los ju-glares más auténticos de la tradición europea, desde el siglo XII.

Agregaría a ellos los es-pañoles Paco Ibáñez y Lluís Llach. Acaso también a Joan Manuel Serrat. En Moustaki se entremezclan todas las culturas que confluyen en Alejandría, como lo explicó en su autobiografía, Las hijas de la memoria (1999).

Con prólogo de Jorge Amado, uno de sus grandes amigos, Moustaki describe la Alejandría de su niñez y juventud. Los saberes de sus ancestros, sus amados

abuelos venidos de Grecia y de Italia. Y también los sabores de la comida árabe y griega, sazonada con los olores de su Alejandría, la ciudad de las grandes siestas y las noches intermi-nables.

Alejandría es su matria, su pequeño espacio exis-tencial. El lugar donde se venera a los ancianos, como en Marruecos, en Japón o la India. Esos seres holga-zanes, flojos y felices. Y es en Alejandría donde se les ve sentados en los cafés jugando ajedrez o damas, en largas conversaciones y con la felicidad entre los labios. Se les tiene por seres importantes, se les respeta y escucha, como patriarcas de extensas familias que protegen su linaje como un tesoro, porque saben que es su única heredad, su forta-leza cultural. Por eso el poe-ta escribe en sus memorias que su único deseo cuando sea grande, es ser anciano.

Es reveladora la vida pa-risina de Georges Moustaki, adonde llega cuando apenas

contaba 17 años. Sobrevive mientras vende, de puerta en puerta, libros de poesía. Mientras deambula por el barrio latino, durmiendo en buhardillas, enamorado de la ciudad luz y de las jóve-nes parisinas.

En los bares de mala muerte, entre poetas, pinto-res y pordioseros, Moustaki se encuentra con la vida bo-hemia y descubre a Georges Brassens, quien le introduce en el mundo de la canción. Al morir Brassens, Moustaki abandona su nombre, Giu-seppe, y asume el Georges en memoria de su amigo.

Cantautor comprometido con las causas más puras en defensa de la libertad, de los obreros, y de los derechos humanos, Moustaki enar-

boló las banderas de la dignidad del hombre y su derecho a transitar la vida sin prejuicios y sin condenar a nadie por su origen o credo religioso.

Evidencia de ello se aprecia en la canción que le dio a conocer y

que se convirtió en un him-no, Le Météque (El extran-jero http://www.youtube.com/watch?v=MV8fGf-N06A)grito de rebeldía ante la discriminación, la segre-gación y la intolerancia.

Como compositor escribió más de 300 canciones, muchas de las cuales fueron para nombres legendarios, como Edith Piaf (el pequeño gorrión) con quien mantuvo una intensa relación sen-timental. De esa relación surgió su tema, Milord. También escribió para Ives Montand, Serge Reggiani, entre otros grandes de la canción francesa.

Su voz suave y melodio-sa, acaso de timbre átono, lo acompañó con su gui-tarra, al piano o acordeón.

Después vendrá su des-cubrimiento de los ritmos brasileros y de su tercera matria, Brasil y su Bahía de todos los Santos, en la casa del escritor Jorge Amado o Vinicius de Moraes. Los cantantes Chico Buarque, Elis Regina y los anónimos grupos y personas de las favelas, le muestran los instrumentos que incorpora a sus nuevas canciones.

La instrospección de su primera etapa como trovador, con temas tan melancólicos, como Le Temps de Vivre o La Liberté http://www.youtube.com/watch?v=QvFLBs9S8FY se complementan con su parte más mundana y universal, con temas como Les eaux de mars o Le facteur http://www.youtube.com/watch?v=PxMjenL4k(hg&list=PLBBBEEDBC8CAADC77 http://www.youtube.com/watch?v=u27vcJONKz8&list=PLBBBEEDBC8CAADC77 )

Extraordinaria es su apa-sionada descripción del es-critor Henry Miller. El autor de Trópico de Capricornio

le influyó para desarrollar su otra pasión, el dibujo y la pintura. A través de la obra Pintar es volver a amar Moustaki se introduce en la pintura al punto de llegar a realizar varias exposiciones, tanto en bares como en pequeñas galerías.

Incansable para sus ex-tensas giras por extraños y exóticos países, pero siem-pre buscaba el tiempo para acercarse a sus amigos, muchos de los cuales cono-ció cuando de niño y joven, leí mientras se dedicaba a limpiar la librería que su padre tenía en Alejandría.

El trovador que vivió gran parte de su vida en la isla de Saint Louis, en París, es parte de una historia. La historia de una generación que se atrevió a soñar y que en Mayo de 1968 enarboló las banderas de la igual-dad sexual, la defensa del medioambiente y el rechazo a las armas.

(*) [email protected] / @camilodeasis

El trovador errante