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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
LOS VALORES DE CRISTO
(Parte 2)
FASCÍCULO DE ESTUDIO No. 17
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Capítulo 1
Amar a los enemigos
El día 11 de septiembre de 2001 quedará para siempre en la
historia como un día infame. Lo sucedido en aquel día sacudió a
los Estados Unidos y a todo el mundo, no solo por la trágica
pérdida de vidas. Los valores de millones de personas sufrieron
un terrible impacto ese día. Jesús, en sus enseñanzas, tenía
mucho para decir acerca de los valores. Él nos enseñó que
nuestros valores nos demuestran dónde está nuestro corazón, e
hizo énfasis en la verdad de que nuestro corazón no debe estar
dedicado a los “tesoros en la tierra”, sino a los “tesoros en el
cielo”. Nos dio dos muy buenas razones para ello: los tesoros
terrenales pierden valor y pueden ser robados. Debemos tener
tesoros en los cielos, que no pierden su valor y que nadie nos
puede quitar, dijo Jesús (Mateo 6:19-34).
Según el diccionario, un valor es “aquella cualidad de
cierta cosa mediante la cual consideramos que es más o menos
útil, provechosa y, por lo tanto, deseable”. Como aprendimos en
la primera parte de esta serie sobre los valores de Cristo,
Jesús tenía un sistema de valores, y nosotros debemos confesar
los valores de Jesucristo.
En el idioma griego, en que fue escrito el Nuevo
Testamento, la palabra “confesar” es compuesta, y la forman dos
palabras que significan “hablar” e “igual”. Por lo tanto,
“confesar” significa literalmente “hablar lo mismo, decir la
misma cosa”, o “concordar”. Confesar a Jesucristo significa
decir lo mismo que Él dice cuando identifica un valor.
Jesús amó a muchísimas personas mientras estuvo en este
mundo. En este estudio, quisiera referirme al amor de Jesús por
nuestros enemigos. Jesús es único entre todas las figuras
mundiales, porque amaba a sus enemigos. Desde la cruz pronunció
aquella extraordinaria oración por aquellos que lo habían
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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crucificado: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
¡Qué tremendo fue ese momento en el que, mientras moría por los
pecadores de este mundo, mientras moría por aquellos mismos que
lo estaban matando, pudo pronunciar esta tremenda oración:
“Padre, perdónalos” (Lucas 23:34)!
El apóstol Pablo escribe que cuando Jesús amó a sus
enemigos, estaba amándonos a todos nosotros:
"Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo
murió por los impíos. Dios muestra su amor para con nosotros, en
que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Porque si
siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de
su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su
vida" (Romanos 5:6,8,10).
En este pasaje, Pablo nos dice que el amor de Cristo es
único, porque es incondicional. No nos ama solo cuando somos
buenos. Nos ama también cuando pecamos, aunque esto lo
entristece. Él demostró ese amor, porque murió por nosotros
cuando aún éramos impíos pecadores; cuando éramos sus enemigos.
No habría salvación para ninguno de nosotros si Jesús no hubiera
amado a sus enemigos.
Jesús tenía la clase de amor que se presenta en el gran
“capítulo del amor” escrito por Pablo, que es indestructible
porque es incondicional, y no está basado en nuestro
comportamiento (1 Corintios 13:4-7).
Ahora bien, Jesús no solo amó a sus enemigos para darnos
un ejemplo, sino también nos enseñó que debíamos hacer lo mismo.
Jesús enseñó la ética más elevada que el mundo haya conocido
jamás cuando dio su Sermón del Monte:
"Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás
a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid
a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad
por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de
vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol
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sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No
hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros
hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así
los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre
que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:43-48).
Al dar esta gran enseñanza, básicamente, Jesús estaba
diciendo: “Ustedes deben confesar el valor que yo le otorgo al
amor, no solo amándose entre ustedes, sino también amando a sus
enemigos, que no son dignos de tal amor”. Y concluye esta
enseñanza tan desafiante con una pregunta: "Si amáis a los que
os aman, ¿qué recompensa tendréis?" La expresión literal en
griego es: “Si ustedes solo aman a quienes los aman, ¿qué gracia
están poniendo en práctica? No se necesita nada de gracia para
amar a quienes los aman”. La estrategia de Jesús fue, y es,
hacer impacto en este mundo demostrándole algo que no se ve
todos los días: personas que aman a sus enemigos, que no son
dignos de ese amor.
Durante las Cruzadas, Francisco de Asís estaba cuidando a
un soldado enemigo que estaba herido. Un cruzado que pasaba en
su caballo le gritó a Francisco: “¡Si ese infiel mejora, te
matará!” Y Francisco respondió: “¡Pero habrá conocido el amor
divino antes de hacerlo!”
Jesús desafió a los apóstoles con esta propuesta: “Si
ustedes confiesan el valor que yo les otorgo a los que no son
dignos de ser amados, ¡harán un tremendo impacto en este mundo!”
Si amamos solamente a quienes nos aman, no somos diferentes de
las personas de este mundo. Todos aman a quienes los aman. Ese
es un amor humano, condicional.
¡Qué desafío es amar a los que no son dignos de amor, y
amarlos en forma incondicional, como lo hizo Cristo Jesús!
Cuando Jesús señaló que no se necesita gracia para amar a
quienes nos aman, estaba enseñando que sí se necesita gracia
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para amar incondicionalmente, como Él amaba a sus enemigos. La
enseñanza más dinámica del Nuevo Testamento es que el Cristo
vivo y resucitado vive en usted y en mí. ¡Esto significa que Él
puede amar a nuestros enemigos, que no son dignos de ser amados,
a través de usted y de mí! (Ver 1 Juan 4:7-21; Colosenses 1:27).
La última parte de esta enseñanza dice: "Sed, pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto". Ahora bien, esta palabra, “perfectos” inquieta a la
gente. En realidad, significa “completos” o “maduros”. Si la
palabra “perfectos” le inquieta, lea Mateo 5:48 sin incluirla:
“Sed, pues, vosotros, como vuestro Padre que está en los cielos
es”. El apóstol Pablo ordena que los esposos amen a sus esposas
como Cristo amó a la iglesia. Deben también entregarse por
ellas, como Cristo se entregó por la iglesia (Efesios 5:25).
Deben amar y entregarse como Cristo amó y se entregó por la
iglesia. ¿Es posible esto? ¡Sí! Si Cristo vive en nosotros, no
solo es posible; es natural.
Debemos ser el amor de Cristo en este mundo. Debemos
amar, y amar incondicionalmente, porque Cristo vive en y a
través de nosotros. Todo discípulo de Jesucristo debería decir
lo mismo que Francisco de Asís al pecador de este mundo, aun al
enemigo de Jesucristo y de Dios el Padre. ¡Qué desafío!
¿Confiesa usted el valor que Jesucristo le otorgaba a amar a sus
enemigos?
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Capítulo 2
Los perdidos
Estamos estudiando los valores que Jesús identificó
mientras vivía su vida entre nosotros. A medida que Jesús
identifica su conjunto de valores, vamos viendo un perfil de los
valores absolutos de Dios. En este estudio, veremos el valor que
Él otorgó al peor pecador del lugar.
Si busca Lucas 19:1-10, verá una gran ilustración del valor
que Jesús les otorgaba a las personas que Él llamaba “los
perdidos”.
"Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la
ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de
los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no
podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y
corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque
había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar,
mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa,
desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.
Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto,
todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un
hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor:
He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en
algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús
le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él
también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a
buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Como sucede con muchos otros relatos acerca de Jesús, este
pasaje podría presentarse como una obra en tres actos. Acto 1:
Jesús se encuentra con este hombre, Zaqueo, jefe de los
publicanos (también conocidos como recaudadores de impuestos).
Los publicanos eran una especie aparte de pecadores, porque
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recaudaban los impuestos de sus compatriotas judíos para
entregarlos a los romanos, y eran especialmente odiados por los
judíos. Generalmente cobraban un porcentaje adicional para sí
mismos, y los pobres judíos no podían hacer nada al respecto.
En el primer acto, Zaqueo está tan ansioso por ver al
Señor, que corre delante de Él y sube a un árbol. Jesús lo llama
por su nombre y le dice: “Apresúrate a bajar del árbol, porque
hoy debo posar en tu casa”. El pueblo se molesta mucho;
especialmente los líderes religiosos. Probablemente, los más
importantes personajes religiosos de esa ciudad esperaban que
Jesús pasara el día con ellos. Pero Jesús decide pasarlo con el
peor pecador de todos: ¡un publicano! Y no cualquier publicano:
¡el jefe de los publicanos!
El segundo acto tiene lugar en la casa de Zaqueo. Jesús
pasa todo el día allí. No sabemos nada de lo que sucedió en la
casa de Zaqueo. Solo podemos especular acerca de lo que sucedió
en el segundo acto por la forma en que comienza el tercero.
Cuando comienza el tercer acto, están saliendo de la casa
y Zaqueo dice: “Señor, daré la mitad de mi dinero a los pobres,
y si he defraudado a alguien, se lo devolveré por
cuadruplicado”. Y Jesús dice: “Hoy ha llegado la salvación a
esta casa; porque él también es un hijo de Abraham. Porque el
Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba
perdido”.
En otras palabras, Jesús está diciendo, básicamente: “He
venido para las personas que son como Zaqueo, el jefe de los
publicanos. Si se han sorprendido porque pasé mi único día en
Jericó con Zaqueo, quiero que comprendan algo: para mí, las
personas como él tienen mucho valor. En realidad, no solo vine a
salvar a las personas como él. Vine a buscarlas y a salvarlas”.
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Aplicación personal
¿Está usted perdido? ¿Es un pecador? Entonces, anímese.
Jesucristo vino por los que son como usted. Él les otorgó gran
valor a los que son como usted. Ustedes siempre han estado, y
están, en primeros lugares de su lista de relaciones. Si Jesús
hiciera una fiesta, ¡usted estaría invitado!
Por otra parte, si usted forma parte del “sistema
religioso” de la iglesia, ¿es tan sofisticado su cristianismo
que no valora a las personas como Zaqueo? Si no tenemos amor por
las personas como Zaqueo en nuestro corazón, debemos
preocuparnos. Debemos tener en nuestro corazón -no en nuestra
mente- el amor que Jesucristo tiene por los pecadores, un amor
que confiese el valor que Jesús les otorgaba a las personas como
Zaqueo.
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Capítulo 3
Nuestro enfoque de sus enseñanzas
Estamos estudiando el sistema de valores de Jesús, y
preguntándonos si confesamos, o decimos lo mismo que Él, sobre
los valores que Él identificó y declaró. ¿Hemos convertido los
valores de Jesús en nuestros valores? En este capítulo, estudie
conmigo la forma en que Jesús valora sus propias enseñanzas.
Jesús deja en claro que sus enseñanzas deben ser
obedecidas. Cuando afirmó que su enseñanza era la enseñanza de
Dios, nos dijo cómo comprobar que esto es así, ya que enseñó:
“El que quiera hacer… conocerá” (Juan 7:17). Nuestra forma de
encarar intelectualmente las cosas es, básicamente: “Cuando
sepa, haré”. Jesús nos dijo que no es esa la manera en que
debemos encarar sus enseñanzas. Nosotros decimos que el saber
nos llevará al hacer. Jesús enseñó que el hacer nos lleva al
saber.
Para demostrar el mismo punto de otra manera, Jesús dijo
que sus enseñanzas son como el vino nuevo (no fermentado). En
esos días, nunca se colocaba vino sin fermentar en un odre viejo
y quebradizo, ya que si se hacía esto, el vino en fermentación
se expandiría y haría explotar el odre. Jesús dijo que sus
enseñanzas pondrían presión en las mentes de quienes las
escucharan, y que si ellos no cedían a esa presión, literalmente
les harían “explotar la cabeza” (Lucas 5:36-39).
Jesús dijo que si su enseñanza es puesta en práctica, se
convierte en un sistema de creencias que será como un fundamento
para nuestras vidas. Cuando lleguen los tiempos difíciles, no
nos derrumbaremos. No seremos vencidos por las tormentas de la
vida, si nuestro sistema de creencias está basado en las
enseñanzas de Jesús:
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"Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace,
le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la
roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y
golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada
sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las
hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa
sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron
vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue
grande su ruina” (Mateo 7:24-27).
Jesús también enseñó que el propósito de su enseñanza es
revolucionar la cultura. Los líderes religiosos dijeron a Jesús
que si realmente fuera el Mesías, debería ser más disciplinado y
legalista. Pero Él les respondió con una metáfora algo
humorística: “¿Quiénes son ustedes para sugerirme que debería
tener un estilo de vida diferente del que tengo? Parecen niños
pequeños”. En el mercado, los niños jugaban a imitar las dos
cosas que habían visto: bodas y funerales. Les decían a los
mercaderes, que siempre estaban tan ocupados: “Ven y juega con
nosotros a que estamos en un funeral, y ponte triste”. O les
decían: “Ven a jugar con nosotros a que estamos en una boda, y
ponte feliz”. (Lucas 7:31-35). Pero los mercaderes eran gente
muy ocupada, y no tenían tiempo para jugar con los niños. Jesús
les está diciendo a los líderes religiosos reconocidos: “Yo no
he venido a jugar a jueguitos religiosos con ustedes”.
Hay otro lugar en la Biblia en que Jesús otorga un valor
muy intrigante a sus enseñanzas. Dijo: “Por eso todo escriba
docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de
familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas”
(Mateo 13:52). Yo parafraseo esta metáfora de la siguiente
manera: “Si ustedes comprenden mi enseñanza, entonces realmente
podrán comprender y enseñar el Antiguo Testamento en una forma
totalmente nueva. Podrán llegar al espíritu de la ley; a ese
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meollo de verdad, el corazón de la verdad que se enseña en todos
esos bellos e inspirados libros del Antiguo Testamento”.
También podría estar diciendo que, como maestro del reino
de los cielos, presentará una nueva visión de la antigua verdad
que siempre ha sido aceptada.
No hay mayor bendición que escuchar a alguien enseñar un
pasaje conocido, como el Salmo 23, desde una nueva perspectiva.
Recuerdo que una vez escuché a un hombre enseñar acerca del
Salmo 23 y al comenzar pensé: “¡Qué aburrido! El Salmo 23 es tan
conocido…” ¿Qué podría decir él que yo no hubiera oído antes?
Sin embargo, después de escucharlo durante 40 minutos, me di
cuenta de que todo lo que ese hombre estaba enseñando sobre el
Salmo 23 era nuevo para mí.
Quizá, eso es lo que Jesús quiso decir cuando le otorgó
este gran valor a su enseñanza. Estaba diciéndonos que cuando
realmente comprendamos sus enseñanzas, seremos como un maestro
que puede enseñar cosas nuevas y cosas antiguas, o que podemos
enseñar lo antiguo con una forma fresca y nueva de enfocar esas
viejas verdades.
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Capítulo 4
La Palabra de Dios escrita
Estamos estudiando los valores de Jesucristo. Durante sus
tres años de ministerio público, Jesús otorgó un elevado valor a
la Palabra de Dios escrita. Los líderes religiosos lo desafiaban
constantemente, diciendo que estaba enseñando algo nuevo, algo
diferente. En su Sermón del Monte, Jesús demostró el valor que
les otorgaba a las Escrituras del Antiguo Testamento:
"No penséis que he venido para abrogar la ley o los
profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de
cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una
jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya
cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos
mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy
pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera
que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino
de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere
mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el
reino de los cielos” (Mateo 5:17-20).
Observemos que Jesús enseñó: “Quien practique y enseñe
estas leyes del Antiguo Testamento será llamado grande en el
reino de los cielos”. Quien no solo las comprenda, sino que las
haga y las enseñe, será llamado grande en el reino. Y concluye
su enseñanza diciendo: “Si alguien realmente comprende y aplica
este enfoque de las Escrituras del Antiguo Testamento, su
justicia excederá en mucho la de los escribas y fariseos”.
Según el Libro de Deuteronomio, el propósito de las
Escrituras del Antiguo Testamento es mostrar al hombre cómo
vivir (Deuteronomio 8:1-3). En más de cinco décadas de estudiar
y enseñar la Biblia, he descubierto que cuanto más uno la
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conoce, más comprende la vida; y cuanto más experimenta la vida,
más comprende y aprecia la Biblia.
Reflexionemos sobre esa oración de Jesús con relación a la
Palabra de Dios en las vidas de los apóstoles: “Yo les he dado
tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo,
como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14). Parece como si el
hecho de que el mundo odiara a los apóstoles fuera una evidencia
de que ellos realmente comprendían y vivían en la práctica la
Palabra que Él les había dado. Como discípulos de Jesucristo,
esto nos plantea una pregunta realmente interesante: “¿Me odia
alguien porque mi Señor Jesucristo me ha dado la Palabra del
Padre, y yo estoy viviéndola en forma práctica?”
Al orar por los apóstoles, su oración es: “Santifícalos en
tu verdad”. Y a continuación declara sobre la Palabra de Dios:
“Tu palabra es verdad” (v. 17). La palabra “santificar”
significa “apartar”. Su oración es: “Apártalos para ti. Dales
una relación contigo que los mantenga a salvo en este mundo”. Él
los había enviado como ovejas (Lucas dice “corderos”) en medio
de una manada de lobos, a un lugar de gran peligro (Lucas 10:3;
Mateo 10:16). Así que ora al Padre: “No los saques del mundo,
porque no podrán terminar la tarea si salen de él. Pero mientras
estén en el mundo, en este lugar de tan gran peligro, apártalos
para ti, por medio de tu verdad (tu Palabra)”.
Entonces hace esta gran declaración acerca de la Palabra
de Dios: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17). He aquí un gran
concepto con respecto de las Escrituras. La Biblia es verdad.
Por lo tanto, acuda a la Biblia para descubrir esa verdad. Esa
verdad puede apartarlo para Dios. Puede darle una relación con
Él mientras usted vive en un mundo que odia a Dios, a su
Palabra, y al sistema de valores revelado en su Palabra. Siempre
acuda a la Biblia buscando esa verdad, recordando que cuando lo
haga, conocerá (Juan 7:17). Conocerá la Verdad que lo hará
libre, y conocerá la Verdad que lo apartará para Dios y para
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Cristo mientras vive los valores de Cristo en un mundo que es
hostil a esos valores (Juan 8:30-35; 17:14).
¿Confesaremos el valor que Jesús le otorgó a la Palabra de
Dios? Ese es el desafío que debemos enfrentar al reflexionar
sobre el valor que Jesucristo otorgaba a la verdad que se
encuentra en las Escrituras: la Palabra de Dios escrita.
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Capítulo 5
Su obra
Estamos siguiendo a Jesús a través de los evangelios,
observando cómo Él identifica un conjunto de valores. En este
estudio, quisiera que reflexionemos sobre el valor que Jesús
otorgaba a la obra que su Padre lo envió a realizar en el mundo.
¿Ha notado usted la obsesión que Jesús sentía por completar la
obra de su Padre?
Por ejemplo, lo escuchamos pronunciar la declaración de su
visión cuando es solo un niño: “En los negocios de mi Padre me
es necesario estar" (Lucas 2:49). Jesús ciertamente estaba
concentrado en su obra cuando dijo: “Me es necesario hacer las
obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche
viene, cuando nadie puede trabajar" (Juan 9:4). Jesucristo tenía
una misión, y sabía cuál era su misión.
En otra oportunidad, los apóstoles regresaron a Él con una
comida que Él no deseaba comer. Cuando se la ofrecieron, la
rechazó diciendo, básicamente: “Mi comida es que haga la
voluntad del que me envió, y que acabe su obra" (Juan 4:34).
Jesús nos dio el ejemplo de que su alimento, su comida, su
satisfacción, provenía de realizar la obra que el Padre lo había
enviado a hacer.
Cuando llegó al final de su vida, habiendo estado
obsesionado con “hacer las obras del que me envió, entre tanto
que el día dura”, sabiendo que llegaba la noche, cuando nadie
podía trabajar, frente a la cruz, sabiendo que su vida en la
tierra y su misión en la tierra estaban llegando a su fin, oró
con estas bellas palabras: “Yo te he glorificado en la tierra;
he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4). ¿Cuál es el propósito de una vida humana? Los credos dicen
que es glorificar y disfrutar a Dios. Así que glorificar y
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disfrutar a Dios es el propósito de la vida humana, según los
credos. Ahora bien, ¿cómo glorificamos a Dios? Buena pregunta.
Jesús nos demuestra en la práctica su respuesta. “Yo te he
glorificado en la tierra”. ¿Y cómo glorificamos a Dios? “He
acabado la obra que me diste que hiciese”. (Así glorificamos a
Dios).
Cuando Jesús fue a la cruz, y llegó al final de todo su
sufrimiento allí, ¿cuáles fueron sus últimas palabras?
“Consumado es (…) Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
(Juan 19:30; Lucas 23:46 ).
En el diario de un misionero que fue brutalmente asesinado
a causa de su fe se encontraron estas palabras: “Cuando, en el
plan de Dios, te llega el momento de morir, ocúpate de que lo
único que tengas que hacer sea morir”. Dado que Jesús vivió una
vida perfecta, al llegar al final de esa vida perfecta, pudo
decir: “Consumado es. Padre, lo único que tengo que hacer es
morir. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. He terminado
la obra que me diste para hacer”.
Jesús tenía una misión, y declaró en diversas ocasiones
cuál era su misión. ¿Tiene usted una declaración de misión?
¿Conoce usted la satisfacción que produce terminar las obras que
cree que el Padre le ha asignado? ¿Tiene la sensación de haber
acabado su tarea? Cuando llegue al final de su vida, ¿podrá
decir: “Consumado es”? ¿Podrá decir junto con Jesús: “Padre, te
he glorificado en la tierra. He acabado las obras que me diste
para hacer. Padre, lo único que me queda por hacer es morir”?
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Capítulo 6
Cómo escuchamos la Palabra de Dios
Una de las grandes enseñanzas de Jesús es la parábola del
sembrador. Si la estudiamos con atención, comprendemos que en
realidad se trata de la parábola de los suelos, ya que lo que
trata la parábola es la forma en que escuchamos la Palabra de
Dios. Cuatro clases de suelos reciben la Palabra de Dios,
demostrando así cuatro formas en que podemos responder a ella
cuando la escuchamos. Por tanto, deberíamos llamar a esta
parábola “la parábola de los suelos”. Una vez que comprendemos
realmente de qué se trata esta parábola, deberíamos ponerle por
título: “Hay cuatro hombres sentados en un banco de la iglesia.
¿Cuál de ellos es usted?”
En esta parábola, Jesús nos dice que un sembrador salió a
sembrar en su campo. Algunas semillas cayeron en un suelo muy
compacto. Así que los pájaros vinieron y las comieron. Esas
semillas nunca penetraron en el suelo ni produjeron nada. Cuando
Jesús explicó el significado de esta parte, dijo que
es una figura de aquellos que oyen la Palabra de Dios y no
permiten que penetre en su entendimiento. Antes que tengan
oportunidad de internalizarla, viene el maligno y se lleva la
semilla de la Palabra de Dios.
La segunda clase de suelo que recibió las semillas del
sembrador fue un suelo rocoso. Las piedras impiden que la
semilla eche raíces en el suelo. Así que, tan pronto sale el
sol, estas semillas son destruidas y no llevan fruto.
Cuando interpretó esta parábola, Jesús explicó que estas
son las personas en las cuales la Palabra de Dios penetra en sus
mentes, pero no en su voluntad. Jesús habló muchas veces sobre
los “corazones endurecidos”. Cuando usaba esa metáfora, estaba
enseñando que nuestro centro volitivo, donde reside nuestra
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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voluntad y tomamos nuestras decisiones, está dentro de un molde
de concreto. Este segundo tipo de suelo explica a qué se refería
Jesús cuando hablaba de corazones endurecidos.
La tercera clase de suelo produjo una planta cuando recibió
las semillas que sembraba el sembrador. Pero cuando la planta
creció, las malas hierbas ahogaron su vida, y no pudo producir
fruto. Estas malas hierbas son llamadas “espinos” en la mayoría
de las traducciones. Cuando interpretó esta parábola, Jesús
explicó que los espinos eran las preocupaciones del mundo, como
el dinero, las posesiones, o la falta de estas cosas, y la
preocupación y la tensión que muchas veces las acompañan. La
idea es que las posesiones y el dinero distraen a las personas,
y estas nunca llevan fruto cuando escuchan la Palabra de Dios.
Después dijo que parte de las semillas cayeron en buena
tierra. Nada encima ni debajo del suelo podía evitar que esta
buena tierra produjera fruto. La cosecha produce treinta,
sesenta y hasta cien veces la semilla que fue plantada. Jesús
explicó que esta cuarta categoría es una imagen de la persona
que escucha la Palabra de Dios, la cumple, y lleva fruto;
algunos treinta, otros sesenta, y otros cien veces más. La
Palabra penetra en su entendimiento. Penetra en su voluntad; y
nada puede distraerlos de hacer lo que la Palabra de Dios los
instruye, desafía e inspira a hacer. Se convierten en
fructíferos discípulos de Jesucristo.
En esta hermosa parábola, Jesús vuelve a otorgar un gran
valor a la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es la que nos
hace fructíferos cuando respondemos a ella adecuadamente. En un
análisis final, demostramos cuánto valor otorgamos a la Palabra
de Dios, no firmando un credo, sino permitiendo que la Palabra
de Dios penetre en nuestro entendimiento y nuestra voluntad.
Cuando escuchamos la Palabra de Dios, todos debemos llegar al
punto en que no permitiremos que nada nos distraiga de aplicarla
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y vivirla cada día como nuestra autoridad final para la fe y la
práctica.
En esta parábola vemos nuevamente el énfasis que Jesús
ponía en aplicar la Palabra de Dios cuando la escuchamos. En
diversos lugares y de muchas maneras diferentes, Jesús parece
decir: “Lo que realmente creemos es lo que hacemos. Todo lo
demás es mera palabrería religiosa; ¡y ya no queremos más de
eso!”
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Capítulo 7
Amar a los pecadores
Estamos estudiando el sistema de valores de Jesús. En este
estudio, reflexionemos juntos sobre el valor que Jesús otorgaba
a amar a los pecadores. En el Nuevo Testamento encontramos estas
bellas palabras:
"Cuando salía del pueblo se encontró con un cobrador de
impuestos sentado cerca de la mesa de las cobranzas. Se llamaba
Leví y, al igual que los demás publicanos o cobradores de
impuestos, tenía fama de estafador. Jesús le dijo:
-Sígueme. Quiero que seas mi discípulo.
Sin pensarlo dos veces, Leví lo abandonó todo y siguió tras
El.
No mucho después Leví organizó en su casa un banquete en
honor de Jesús. Muchos de los colegas de Leví y varios otros
individuos estaban presentes.
Inmediatamente los fariseos y los maestros de la ley se
quejaron a los discípulos de Jesús de que estuvieran comiendo
con tan notorios pecadores. Jesús les respondió:
-Los enfermos son los que necesitan médico, no los sanos.
Mi propósito es invitar a los pecadores a arrepentirse, y no
perder el tiempo con los que se creen buenos” (Lucas 5:27-32, La
Biblia al Día).
Como ya hemos aprendido en este estudio, Jesús expresaba un
amor dinámico en toda su interacción con las personas. Aquellos
que se encontraban con Jesús podían ver el amor en sus ojos y
sus gestos, y esto los cautivaba.
Mientras completaba mis estudios universitarios, yo
trabajaba en tareas de limpieza. Una noche fui a limpiar un
salón donde un destacado líder espiritual acababa de dar un
mensaje. Yo tenía mi lampazo y mis baldes listos y estaba
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ansioso por comenzar a limpiar. Este famoso hombre se volvió
hacia mí, me dio la mano y me preguntó: “Joven, ¿cómo te
llamas?” Me miró directamente al rostro, y por unos segundos,
aunque yo era solo el estudiante que iba a limpiar el salón, me
sentí la persona más importante de todo el mundo.
Imagine lo que habrá sido que Jesús le dedique toda su
atención, lo mire fijamente, y lo ame. ¡Cómo habrá impactado
esto a las personas que Él amaba! ¿Por qué los pecadores y los
publicanos sentían tal atracción por Jesús? Yo creo que era
porque Él irradiaba un amor y una aceptación incondicionales; y,
en su expresión facial y sus gestos, ellos podían ver que Él los
amaba.
Lucas describe a Jesús comiendo y bebiendo con publicanos y
pecadores. He asistido a cenas seculares donde el orador hacía
comentarios procaces y había chistes subidos de tono. En ese
contexto tan incómodo, me he preguntado: “¿Cómo pudo Jesús
asistir a reuniones como esas y no sentirse fuera de lugar?”
Creo que la respuesta es que Jesús amaba a los publicanos y los
pecadores… y ellos sabían que los amaba.
Si Jesús amó a los publicanos y los pecadores cuando estuvo
aquí, ¿querrá amarlos a través de mí hoy? Jesús era amigo de los
pecadores. ¿Tiene usted amigos pecadores? ¿Tiene alguna
interacción con personas que son obviamente pecadoras?
Reflexione sobre su relación con Jesucristo y observe si Él está
en total libertad para ser quien desea ser, y lo que desea ser,
para los pecadores que usted encuentra en su vida.
¿Confiesa usted el valor que Jesucristo le otorgaba al amor
por los pecadores, buscándolos deliberadamente para demostrarles
el amor que Jesucristo tiene por ellos?
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
21
Capítulo 8
Conocer a Dios
Estamos estudiando los valores de Jesucristo. En este
estudio, reflexione conmigo sobre el valor que Jesús otorgaba a
conocer a Dios. Jesús enseñó que cuando respondemos
adecuadamente a sus enseñanzas, algo espiritual y relacional
sucede dentro de nosotros.
Jesús pasó sus tres años de ministerio público en este
mundo junto con doce hombres. Esos doce hombres estaban siempre
con Él. Él les enseñó, les mostró cosas, los envió y los
entrenó. Pasó con esos doce hombres sus últimas horas, cuando
supo que su momento había llegado, y que sería arrestado para
luego morir en la cruz por los pecados del mundo (Juan 13-16).
Durante el tiempo que compartió con ellos, mientras
pronunciaba su discurso más prolongado del que tengamos
registro, los sorprendió al decirles, básicamente: “¡Voy a
dejarlos! Pero no los abandonaré como huérfanos. Cuando yo me
vaya, sucederá un milagro. Como resultado de ese milagro,
podremos tener una relación aún más íntima que la que hemos
tenido en estos tres años”.
Entonces les explicó que estaba hablando del Espíritu
Santo. La palabra que utilizó para referirse al Espíritu Santo
es la palabra griega “paracleto”. En muchas versiones de la
Biblia se la traduce como “Consolador”. “Paracleto” significa
“alguien que nos acompaña y se acopla a nosotros con el fin de
asistirnos”.
En el contexto de ese tiempo de intimidad que tuvo con sus
apóstoles, Jesús les enseñó: “Si me aman, obedézcanme; y
[entonces] yo le pediré al Padre que les mande un Consolador...
y él les enviará al Espíritu Santo” (Juan 14:15-17, La Biblia al
Día). El apóstol Judas le preguntó, básicamente: “¿Cómo vas a
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
22
revelarte a mí, y no a las personas que me rodean?”
Esencialmente, la respuesta de Jesús fue: “El que me ama, mi
palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras”
(Juan 14:22,23).
Está diciendo que obedecer sus enseñanzas nos llevará a
esta clase de relación consigo mismo, con el Padre y con el
Espíritu Santo, el Consolador. Jesús explica que esta nueva
relación, que será hecha posible por el Espíritu Santo y nuestra
obediencia a su enseñanza, será aun más íntima que la relación
que Él tuvo con sus apóstoles durante los tres años de su
ministerio público en la tierra. Este fue una intrigante alusión
al valor que Él otorgaba a nuestra relación vertical con Dios a
través del Espíritu Santo y la obediencia a sus enseñanzas.
Jesús fue un paso más allá y dijo, básicamente: “En
realidad, cuando este nuevo sistema esté en funcionamiento,
ustedes harán obras aún mayores que las que yo he hecho” (Juan
14:12). ¡Qué desafío implica esto! Siempre he creído que Él
seguramente se refería a mayores obras en cantidad, más que en
calidad, ya que habría más discípulos y estarían esparcidos por
todo el mundo. Con el Espíritu Santo, Jesús mismo y el Padre
viviendo en ellos, en cualquier lugar que hubiera un creyente
lleno del Espíritu Santo y controlado por Él, Dios podría hacer
obras grandiosas y sobrenaturales.
En resumen
La obediencia a las enseñanzas de Cristo es la clave para
tener y mantener una relación con el Espíritu Santo, el Cristo
resucitado, y Dios el Padre. Nuestra obediencia también da
libertad al Espíritu Santo para trabajar dinámicamente en
nuestras vidas. Pedro afirmó este valor cuando dijo: “Él da su
Espíritu Santo a los que le obedecen”. También explicó, en medio
de todos los milagros de Pentecostés, que el Cristo resucitado
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
23
era responsable por todas las señales y maravillas que se
producían en ese milagroso día (Hechos 5:32; 2:33). ¿No otorga
esto un tremendo valor al hecho de que comprendamos y
obedezcamos las enseñanzas de Jesús, y de que realmente
conozcamos a Dios?
Aplicación
Si nos falta realidad espiritual en nuestras vidas, pero la
deseamos sinceramente, debemos sentirnos desafiados a confesar
el valor que Jesucristo otorgaba a obedecer sus enseñanzas y
conocer a Dios. ¿Quiere que la vida de relación espiritual sea
una realidad para usted? Entonces acérquese a las enseñanzas de
Jesús y pida al Espíritu Santo que le muestre qué dicen, qué
significan, y qué pueden significar para usted cuando las viva
en la práctica.
Confiese el valor que Jesús otorgaba a obedecer sus
enseñanzas. Con esto no me refiero solamente a comprender,
memorizar o, incluso, enseñar sus valores. Quiero decir
obedecer, aplicar, poner en práctica y hacer de los valores de
Jesús sus propios valores. Según Jesús, esto lo llevará a una
relación con el Espíritu Santo, con el Cristo resucitado y vivo,
y con Dios el Padre. Entonces el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo se relacionarán con usted, y harán su obra a través de
usted.
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
24
Capítulo 9
Un hombre llamado Pedro
Bienvenido a un nuevo estudio de los valores de Jesucristo.
En él reflexionaremos juntos sobre el valor que Jesús le otorgó
a un hombre llamado Pedro.
Cuando Jesús conoció a Pedro, el nombre de este era Simón.
Si había algo que caracterizaba a Pedro cuando conoció a Jesús,
era la inestabilidad. La Biblia al Día dice: “Luego uno de
aquellos hombres, Andrés, hermano de Simón Pedro, se fue hasta
donde estaba éste y le dijo: -¡Hemos hallado al Mesías! Y llevó
a Pedro ante Jesús. Jesús lo miró fijamente un instante. –Tú
eres Simón– le dijo al fin, el hijo de Jonás; mas de ahora en
adelante te llamarás Pedro (Piedra)”.
Jesús nos da un gran ejemplo al mirar a Pedro fijamente, y
luego llamarlo “piedra”. Ahora bien, ¿era Pedro estable, como
una piedra? No; en ese momento, no. Pero Jesús no solo vio lo
que Pedro era; vio lo que él iba a ser. Pruebe esta forma de
establecer una relación con sus hijos. Pruébelo con su cónyuge.
Pruébelo con las personas que trabajan para usted o con usted;
cualquier persona con la cual usted está desarrollando una
relación. Trate de hacerles saber que usted cree en su potencial
para ser lo que Dios desea que sean. Darle el valor de la
afirmación positiva a una persona es una expresión de amor hacia
ella. Esa clase de amor es inspirador e irresistible para esa
persona. Es a lo que Pablo se refiere cuando dice que el amor
“todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” y
nunca deja de ser (1 Corintios 13:7,8).
Vemos otro capítulo en la relación de Jesús con Pedro,
cuando el Señor preguntó a sus apóstoles: “¿Quién dicen ustedes
que soy yo?” y Pedro dio la respuesta correcta: “Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Básicamente, Jesús le
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
25
respondió: “Tú no eres tan inteligente, Pedro. Mi Padre que está
en los cielos te reveló esto”. (Ver Mateo 16:16,17).
Jesús continuó diciendo que Pedro era la piedra sobre la
cual su iglesia iba a ser edificada. Creo que Jesús,
básicamente, estaba diciendo que su iglesia sería edificada
sobre el milagro de que un hombre como Pedro pudiera recibir una
revelación como la que acababa de recibir. En otras palabras,
Jesús iba a edificar su iglesia sobre el milagro de que Dios
puede hacer cosas extraordinarias a través de personas muy
comunes, porque ellas están a su disposición. En todos los
relatos de los evangelios que se refieren a la relación entre
Jesús y Pedro, vemos, una y otra vez, el amor de Jesús,
afirmando constantemente a Pedro y diciéndole todo el tiempo:
“Tú puedes hacerlo, Pedro. Con mi ayuda, puedes hacerlo”.
Hacia el final de su tiempo juntos, Jesús sabe que los
apóstoles lo abandonarán y huirán antes que termine la noche, y
sabe que Pedro está a punto de negarlo. Y aquí encontramos
escritas estas bellas palabras del Señor. Estoy seguro de que
Pedro veía el amor en los ojos del Señor cuando Él le dijo:
"Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos
como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú,
una vez vuelto [cuando hayas vuelto a mí], confirma a tus
hermanos" (Lucas 22:31).
Si hacemos una armonía de los cuatro evangelios, vemos que
es justamente aquí que Pedro acababa de decirle al Señor: “Estoy
dispuesto a ir contigo a la muerte”. El Señor le respondió (y
creo que lo hizo con amor por él en su mirada) “Te digo, Pedro,
que antes que el gallo cante tres veces, tú negarás tres veces
que me conoces (siquiera)”. Usted quizá sepa que estas palabras
de Jesús eran una profecía, y que Pedro la cumplió al pie de la
letra. Inmediatamente después que Pedro negara conocer a Jesús
por tercera vez, el gallo cantó. Entonces Jesús apareció rodeado
de soldados romanos que lo maltrataban, y Lucas nos dice que los
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
26
ojos de Jesús y de Pedro se encontraron. No es de extrañarse que
Pedro saliera a la oscuridad y llorara amargamente (Lucas
22:33,34,61,62).
Hacer un “alguien” de un “don nadie”
Después de esta horrible experiencia de negación, Juan
escribe otro capítulo en el relato de su evangelio sobre la
relación entre Jesús y Pedro (Juan 21). Jesús había sido
crucificado, sepultado, y había resucitado. Aparentemente, Pedro
había regresado a su trabajo de pescador. Podemos imaginar la
desilusión y el desaliento que sentirían los apóstoles en ese
momento. También podemos imaginar la terrible culpa que Pedro
estaba sintiendo por haber negado a su Señor tres veces.
Entonces el Señor se les aparece a Pedro y a los que
estaban pescando con él. En presencia de siete de los hombres
que estaban en el aposento alto, cuando Pedro se jactó de que
nunca negaría a su Señor, Jesús le hace tres preguntas muy
difíciles a Pedro. En presencia de estos otros hombres, se
produce un diálogo muy intrigante entre Jesús y Pedro. Podemos
parafrasear y resumir este diálogo de la siguiente forma:
Después del desayuno, Jesús, básicamente, le dijo a Pedro:
“Pedro, ¿realmente me amas más que ellos? Cuando Jesús hizo la
pregunta, utilizó la palabra agape, que significa el amor total,
completo, que Pablo describe en 1 Corintios 13: amor de verdad.
Pedro responde utilizando una palabra diferente al decir amor:
phileo. Esta palabra hace referencia a un amor de amistad. Pedro
estaba respondiendo, básicamente: “Tú sabes la respuesta a esta
pregunta, Señor. Sabes que solo soy tu amigo. Conoces mi
corazón. Sabes que solo te amo (con amor phileo)”. Pedro usa esa
palabra, que no se refiere al amor total, real, que viene de
Dios y provoca un compromiso total.
Pedro responde sinceramente. Ahora no está jactándose, sino
confesando. No dice: “Te amo más que ellos”. Es casi como si el
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
27
Señor le estuviera preguntando: “Pedro, ¿me amas con todo tu
corazón, toda tu mente, toda tu alma y todas tus fuerzas?”, y
Pedro le respondiera: “Tú sabes la respuesta, Señor. Tú sabes
que mi amor por ti es solamente el de un amigo”.
Pedro ya no se jacta ni demuestra soberbia. Está
quebrantado. Es pobre de espíritu. Pero he aquí lo
extraordinario de este profundo diálogo entre Jesús y Pedro.
Cuando Pedro confiesa al Señor que su amor no es más que un amor
de amigo, el Señor le dice: “Apacienta mis corderos, Pedro.
Quiero alguien como tú, que sabe lo que es fracasar, para
apacentar mis corderos. No quiero un perfeccionista que haga
demandas poco realistas a mi pueblo. Quiero una persona
quebrantada. Quiero una persona humilde. Quiero una persona
compasiva y amorosa, que pueda sentirse identificada con los
fracasos de otros. Quiero alguien como tú para alimentar a mis
ovejas, Pedro”.
Por segunda vez el Señor le hace la pregunta: “Pedro,
¿realmente me amas?” Y una vez más usa la palabra agape. Pedro
responde nuevamente con la palabra phileo. Básicamente, su
respuesta es: “Tú sabes la respuesta a esa pregunta. Sabes que
solo soy tu amigo”. Y esta vez el Señor le dice: “Pastorea mis
ovejas”. Jesús está respondiendo: "Entonces cuida a mis ovejas,
Pedro. Quiero alguien como tú para cuidar a mis ovejas, Pedro”.
Entonces, por tercera vez, el Señor pregunta: “Pedro, ¿me
amas?” Esta vez es Jesús quien usa la palabra phileo. Es como si
le estuviera preguntando: “Simón, hijo de Jonás, ¿eres aunque
sea mi amigo?” Le está preguntando: “¿Es tu amor suficiente como
para ser mi amigo, aunque más no sea? ¿Tienes al menos ese
mínimo amor por mí?”
Por eso es que Pedro se entristece por la forma en que el
Señor le hace la pregunta la tercera vez. Creo que la voz de
Pedro se quebró por la emoción cuando respondió: “Señor, tú
conoces mi corazón. Sabes que tengo, al menos, ese poco de amor
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
28
por ti”. Por tercera vez, cuando Pedro confiesa la
superficialidad de su amor, el Señor dice a este hombre
quebrantado y humilde: “Apacienta mis ovejas”. El Pedro que
conocemos en este diálogo es un Pedro quebrantado, humilde.
Resumen y aplicación
Este es uno de los pasajes más hermosos del Nuevo
Testamento. El Señor le dice a este quebrantado y humilde líder
de la iglesia del Nuevo Testamento: “Pedro, quiero que alguien
como tú alimente a mis corderos”. ¿Alguna vez se preguntó usted
por qué el Espíritu Santo se manifestó a través de Pedro en el
día de Pentecostés? ¿Por qué no el apóstol Juan, es decir, el
apóstol del amor? ¿Por qué no Natanael, el único apóstol llamado
“santo” cuando Jesús lo encuentra por primera vez? ¿Por qué no
Jacobo, llamado por Jesús “hijo del trueno”?
Creo que Dios usó a Pedro para predicar los sermones que
llevaron a miles de personas a la iglesia del Cristo resucitado
en el nacimiento de la iglesia, porque Pedro era un apóstol
quebrantado. Jesús lo llamó “piedra” durante tres años, y
después de Pentecostés, Pedro fue un líder de piedra para la
iglesia.
Me resulta intrigante que el Gran Pastor de la iglesia
usara el fracaso para cumplir la profecía que dio acerca de que
Pedro sería una roca sobre la cual Él edificaría su iglesia.
Pedro nos dice que Cristo es la Roca sobre la que se edifica su
iglesia (1 Pedro 2:4-6). Como expliqué antes, la roca que Jesús
mencionó cuando hizo esa profecía acerca de Pedro era el milagro
de que Cristo pudiera usar personas comunes, como Pedro, para
ser canales de milagros extraordinarios, sobrenaturales.
El Señor no quiere perfeccionistas, ni personas que deseen
perpetuar el mito de su perfeccionismo, personas que no saben lo
que es el fracaso, para guiar a sus ovejas. Quiere personas
humildes, quebrantadas, compasivas, que alimenten a sus ovejas
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
29
sin cargar sobre ellas demandas poco realistas. Por eso, todo lo
que nos sucede mientras seguimos a Jesús (aun nuestros fracasos)
puede ser parte de un “seminario” por medio del cual Él nos
prepara para amar, alimentar y pastorear a sus ovejas.
¿Alguna vez ha fracasado usted? ¿Alguna vez alguien lo
valoró y lo afirmó en medio de su fracaso? Entonces sabe lo que
es ser amado y valorado por alguien que cree y espera lo mejor
de usted, aun cuando ni siquiera usted tenía esperanzas ni creía
en sí mismo. Y, finalmente, ¿confiesa usted el valor que Jesús
otorgaba a amar y reafirmar positivamente a aquellos que
fracasan, o a los jóvenes que nunca han tenido éxito en nada?
¿Está llamando “piedra” a alguien que es conocido por ser
inestable?
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
30
Capítulo 10
El espíritu de la Ley
Leemos en los evangelios que un día le plantearon a Jesús
una difícil pregunta:
"Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por
tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la
ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y
grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda
la ley y los profetas" (Mateo 22:35-40).
Jesús resumió todo el Antiguo Testamento en estos dos
mandamientos: Ama a Dios, y ama a tu prójimo como a ti mismo.
Ambos mandamientos nos ordenan amar, porque el amor es el
espíritu de los mandamientos, y porque fue el amor del corazón
de Dios el que hizo nacer toda la ley de Dios.
La diferencia fundamental entre Jesús y la religión
Había una diferencia fundamental entre las enseñanzas de
Jesús y las de los escribas y fariseos. La diferencia se
demuestra en un incidente que es relatado en el Evangelio de
Marcos:
"Aconteció que al pasar él por los sembrados un día de
reposo, sus discípulos, andando, comenzaron a arrancar espigas.
Entonces los fariseos le dijeron: Mira, ¿por qué hacen en el día
de reposo lo que no es lícito? Pero él les dijo: ¿Nunca leísteis
lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y sintió hambre, él y
los que con él estaban; cómo entró en la casa de Dios, siendo
Abiatar sumo sacerdote, y comió los panes de la proposición, de
los cuales no es lícito comer sino a los sacerdotes, y aun dio a
los que con él estaban? También les dijo: El día de reposo fue
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
31
hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de
reposo. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de
reposo" (Marcos 2:23-28).
Jesús continuamente enfatizaba el principio de que la ley
de Dios es expresión el corazón amoroso de Dios. Dios estableció
esas leyes porque ama a las personas que ha creado. Él sabía que
si el hombre obedecía estas leyes, todo le iría bien. El
bienestar del hombre es el propósito y el espíritu de todas las
leyes del Antiguo Testamento.
Pero los fariseos y los escribas habían perdido de vista
ese principio. Eran la clase de personas que permitirían que
David muriera de hambre, porque la ley decía que solo los
sacerdotes podían comer de ese pan. Los escribas y los fariseos
seguían la ley al pie de la letra, sin amor. Habían perdido de
vista el hecho de que todas las leyes habían sido creadas para
el hombre, porque Dios ama al hombre. Pero Jesús les decía: “El
amor cumple la ley. Así que, simplemente, ama a Dios con todo tu
ser y a tu prójimo como a ti mismo, y cumplirás la ley”.
El prisma del amor
Podemos resumir la diferencia entre Jesús y las
instituciones religiosas, de esta manera: antes de aplicar la
ley de Dios a las vidas de las personas, Jesús la hacía pasar
por el “prisma” del amor de Dios. Los fariseos y escribas
pasaban por alto el amor y aplicaban la ley de Dios al pueblo de
Dios en forma legalista y despiadada. Tiempo después, en el
Nuevo Testamento, el apóstol Pablo llamaría a lo que Jesús hizo:
“el espíritu de la ley”; y lo que los fariseos hacían, “la letra
de la ley”. (Ver 2 Corintios 3:6).
Jesús otorga un valor elevado al amor, demostrando que el
amor es el corazón, el principio, la clave, y el espíritu que
cumple la ley. Jesús dijo a quienes lo seguían que si
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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comprendían la forma en que Él entendía la ley, su justicia
sería mayor que la de los escribas y fariseos.
Resumen y aplicación
Es hora de que yo le formule a usted la pregunta que he
estado formulando a lo largo de todo este estudio: ¿Confiesa
usted el valor que Jesús le otorgaba al espíritu de la ley?
Cuando usted aplica la ley de Dios a la vida de una persona,
¿pasa por alto el amor, y aplica la ley en forma legalista?
¿Está usted, como los fariseos, usando la ley que tenía como fin
llenar el estómago de una persona, para permitir que esa misma
persona continúe con hambre? ¿O pasa la ley de Dios a través del
“prisma” del amor de Dios antes de aplicarla a las vidas de las
personas? Así es como se confiesa el valor que Jesucristo
otorgaba al espíritu de la ley.
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Capítulo 11
La oración de un pecador
Estamos estudiando los valores de Jesucristo. En este
capítulo, reflexionaremos sobre el valor que Él otorga a la
oración de un pecador. Jesús nos demuestra cuánto valora la
oración de un pecador en una de sus hermosas parábolas.
“Parábola” es una palabra compuesta por los términos “para” y
“ballo”. La primera significa “junto a” y la segunda, “arrojar”.
Una parábola es una historia que un maestro arroja junto a una
verdad que desea enseñar. Jesús era el Maestro absoluto de las
parábolas. En este caso, Jesús arroja una historia junto al
valor que Él le otorga a la oración de un pecador. Se nos dice
que Jesús enseñó esta parábola a personas que confiaban en su
propia justicia para la salvación, y menospreciaban a los demás:
"A unos que confiaban en sí mismos como justos, y
menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos
hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro
publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta
manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros
hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este
publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo
que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar
los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su
casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se
enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido"
(Lucas 18:9-14).
He aquí una clara ilustración de los valores de Jesús. Nos
presenta a dos hombres, dos oraciones, y lo que podríamos llamar
dos posturas. Jesús le da un gran valor a la oración y la
postura de uno de estos dos hombres, y muy poco valor a la
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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oración y la postura del otro. Sin lugar a dudas, Jesús valora a
un hombre mucho más que al otro. Y cuenta las historias de estos
dos hombres, porque desea declarar el valor que le otorga a la
oración de un pecador.
Uno de estos hombres es un fariseo, miembro de una orden
religiosa formada para preservar la ortodoxia del judaísmo. Los
fariseos eran muy rectos. Ayunaban dos veces por semana y daban
el diezmo. Jesús los elogió por esto. Pero su rectitud era
autosuficiencia. Creían que podían ser lo que Dios deseaba que
fueran por medio de una autodisciplina religiosa muy rígida.
Pensaban que podían ser justos sin necesidad de la ayuda de
Dios.
El otro hombre en esta hermosa parábola es un publicano, un
recaudador de impuestos que cobraba los impuestos de sus
compatriotas judíos para los romanos. Los publicanos eran
especialmente odiados por los judíos. Por eso los escritores de
los evangelios siempre hacen referencia a “publicanos y
pecadores”. No quiere decir que estos publicanos no fueran
pecadores, sino que eran pecadores tan notorios que merecían ser
calificados por separado.
La oración del fariseo está muy centrada en sí mismo, ya
que en dos frases, usa el verbo en primera persona singular
cuatro veces. Una oración está compuesta por diversas partes,
pero “orar” significa, literalmente, “pedir”. Este fariseo no
pide nada. Solo le dice a Dios (o quizá a las personas que están
escuchando) lo bueno que es él. Jesús dice, muy satíricamente:
“oraba consigo mismo”. Su oración comenzó consigo mismo, se
refería a sí mismo, y nunca pasó de él mismo.
Ahora bien, el publicano ni siquiera se atreve a levantar
los ojos al cielo. Se siente contrito, muy arrepentido por sus
pecados. Cuando expresamos una oración de contrición, Dios le da
mucho valor. Jesús señala al publicano y dice: “Este hombre
descendió a su casa justificado”. “Justificado” significa “justo
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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como si nunca hubiera pecado”. Cuando regresó a su casa, no solo
había sido perdonado, absuelto, sino que era como si nunca
hubiera pecado en lo más mínimo.
Resumen y aplicación
Si nunca hemos orado como ese publicano, la primera
aplicación de este valor declarado por Jesús es que debemos
hacer esa oración. Si la hicimos hace muchos años, Dios valora
esa oración cada vez que pecamos. El lenguaje corporal, o la
postura, del publicano expresaba contrición, que significa
‘lamentar en manera extrema el pecado cometido’. Este hombre
pidió la misericordia de Dios. Pero no sucedió lo mismo con el
fariseo. Él no expresó contrición, y no pidió nada. Cuando David
pecó, al confesar su pecado, declaró el valor de que lo que Dios
desea de nosotros cuando pecamos es “el espíritu quebrantado, el
corazón contrito y humillado”. (Ver Salmo 51:17).
Esta parábola demuestra claramente el valor que Jesucristo
le otorga a la oración de contrición de un pecador. Él valora a
las personas que están dispuestas a confesar su pecado y pedir a
Dios misericordia en el nombre de Jesús. Una vez que confesamos
nuestro pecado en una oración de contrición, no solo descubrimos
el valor que Él nos otorga como pecadores perdidos y personas
que sufren, sino que descubrimos la salvación que Él vino a
darnos a todos.
¿Es usted pecador, y lo sabe? Cualquier persona que está
dispuesta a confesar su pecado puede ser perdonada. Si confesó
su pecado hace mucho tiempo, ¿valora usted a los pecadores que
no lo han hecho? ¿Cómo se siente cuando su vida se cruza con un
verdadero pecador? Si Cristo vive en usted, no se sorprenda si
su corazón rebosa de amor cuando su vida se cruza con una
persona que está dispuesta a confesar el hecho de que es
pecadora.
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Capítulo 12
Personas perdidas y sufrientes
Bienvenido a una serie de estudios sobre los valores de
Jesucristo. Con esto me refiero al sistema de valores de
Jesucristo. Estamos estudiando en esta serie el valor que Jesús
otorgó a temas como Él mismo, la Palabra de Dios y el valor que
Él otorgó a personas como usted y como yo.
Mientras continuamos reflexionando sobre el valor que Jesús
les daba a las personas perdidas y sufrientes, regresemos
nuevamente al cuarto capítulo del Evangelio de Juan y al
maravilloso encuentro que Jesús tuvo con la mujer samaritana
allí, en el pozo de Sicar. Hay cincuenta y cuatro versículos en
Juan, capítulo cuatro, y cuarenta y dos de ellos hablan de este
encuentro. Así que no habrá tiempo para leerlos todos. Pero
quisiera simplemente hacer algunas observaciones sobre los
cuarenta y dos versículos en los que se nos relata este
encuentro.
Primero, al estudiar este encuentro entre Jesús y la mujer
samaritana, para nuestros fines, estudiemos simplemente el valor
que Jesús le otorgó a ella como una persona perdida que estaba
sufriendo. Se nos dice que, mientras se preparaba para el
encuentro, Él tenía que atravesar Samaria en su viaje hacia
Judea desde Galilea. Si usted ha estado en Israel, o si conoce
el mapa de la zona, sabe que Judea está en el sur de Israel,
Galilea en el norte, y justo entre las dos, tenemos a Samaria.
Los judíos tenían tal prejuicio contra los samaritanos que
cuando hacían ese viaje, se desviaban por millas para no tener
que atravesar Samaria. Sentían tal desprecio por los
samaritanos, y el prejuicio era tan fuerte, que ni siquiera
pasaban por Samaria. Pues bien: cuando Jesús hace ese viaje, se
asegura de pasar justo por en medio de Samaria. Cuando está en
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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pleno corazón de Samaria, se detiene, a mediodía, junto a un
pozo. Leemos que está cansado del viaje y por ello se sienta
junto al pozo.
Cuando estudiamos la persona de Jesucristo en su carácter
humano, vemos que Él conoció todo lo que nosotros conocemos.
Conoció el cansancio, y conoció la sed. Hasta conoció el
agotamiento causado por el calor del mediodía en esa parte del
mundo. Aparentemente envió a los apóstoles a conseguir comida, y
cuando ellos regresaron, ni siquiera quiso probarla. Creo que es
obvio que Él simplemente deseaba tener un tiempo en privado para
encontrarse con esta mujer a solas.
Si usted tiene alguna experiencia en aconsejamiento o en la
conducción de entrevistas, sabe que es muy importante atender a
la persona en forma privada. Hay algunas cosas que una persona
nunca compartirá si hay un tercero presente. Hay un cierto grado
de apertura que nunca se experimentará si hay, aunque sea, una
sola persona más. Sin duda, Jesús lo sabe.
Pero observemos, antes que nada, su dedicación a esta mujer
y cuánto valora Jesús su tiempo con ella. Ignora el prejuicio
entre judíos y samaritanos, especialmente con una mujer
samaritana, y una mujer de reputación dudosa. Ignora su propio
cansancio y su sed, y se asegura de que no haya nadie allí
cuando conversa con ella. Podemos ver cuánto valora Jesús a esta
mujer, y su entrevista con ella.
Me pregunto cómo habrá sido tener un encuentro cara a cara
con Jesucristo. Imagine lo que habrá sido que Él lo mire
directamente a los ojos, como hizo con el joven rico, cuando
leemos: “Entonces Jesús, mirándole, le amó” (Marcos 10:21). Me
pregunto cómo habrá sido sentirse amado por Jesús. Toda persona
que tenía un encuentro con Jesús sabía que Jesús la amaba.
También creo que tenían plena conciencia de su amor. Obviamente
Él les transmitía la maravillosa realidad de que los amaba
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
38
incondicionalmente. Estoy seguro de que así sucedió en este
caso, en el encuentro de Jesús con esta mujer samaritana.
La técnica de Jesús
Jesús comienza la entrevista con esta mujer poniéndose a sí
mismo en obligación con ella. Le pide un sorbo de agua. Ponerse
en obligación con una persona es una de las maneras más hermosas
de comenzar un encuentro. Cuando Jesús comenzó de esta manera,
estaba haciendo algo absolutamente extraordinario en su cultura.
Para un judío, el solo hecho de hablar con un samaritano era
extraordinario, especialmente si se trataba de una mujer. Era
totalmente contrario a su cultura que Él hablara con una mujer
samaritana con una vida doméstica como la que esa mujer tenía.
Eso surge en la conversación, pero naturalmente, antes de
comenzar, Él ya lo sabía.
Jesús comienza la entrevista concentrándose en la sed de
esta mujer. Ahora bien, hablamos sobre esta entrevista cuando
estudiamos el valor que Jesús declaraba con respecto a sí mismo.
Durante el encuentro, Jesús afirma muy claramente que Él es el
Mesías. Hemos estudiado esta entrevista antes, para demostrar
cuál era el valor que Jesús se asignaba a sí mismo. Pero ahora
estamos buscando algo diferente: queremos considerar el valor
que Él le otorgó a la samaritana. En el caso de esta mujer, todo
esto se expresa en una sola palabra, y esa palabra es “sed”.
Todos sabemos lo que es la sed. En el Evangelio de Juan, Jesús
se concentra en las necesidades básicas de los seres humanos.
Esta mujer tiene sed. Y por esto, Jesús se concentra en su
sed, y dice: “Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere
de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua
que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le
daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna"
(vv. 13,14). En estos versículos, Jesús describe la solución que
una persona sedienta puede hallar en Él.
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Al comienzo del encuentro, la mujer se maravilla de que
Jesús no tenga cántaro, porque el pozo es hondo. El cántaro es
un símbolo de su sed. El hecho de que esta mujer haya tenido
cinco maridos, y que ahora esté viviendo con un hombre que no es
su marido, sugiere que lo que siente es más profundo que una
mera sed de agua. Como resultado de este encuentro y del gran
valor que Jesús le otorgó a esta mujer, en el versículo 28
leemos: “Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y
dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo
cuanto he hecho”. Este es uno de los más hermosos versículos de
los evangelios, porque es la descripción de una persona que ha
hallado a Cristo, ha bebido un sorbo del Agua de Vida, y su sed
ha sido saciada. ¡Qué hermosa historia!
Fuentes y ríos
Jesús le dice a esta mujer sedienta que una vez que ella
haya bebido del Agua Viva, esa agua se transformará dentro de
ella en una fuente de la que otros vendrán a beber. Esto sucede,
literalmente, cuando ella deja su cántaro y va hacia los hombres
de Samaria para llevarlos al encuentro de Jesús y del agua viva.
En Juan 7, Jesús se refiere nuevamente al concepto de la
sed. Básicamente, lo que dice en Juan 7 es: “Si alguien tiene
sed, venga a mí y beba. Cuando beba del agua viva que soy yo, de
su ser más interno brotarán ríos de agua viva. Al beber de mí,
no solo descubrirá que yo soy agua viva que sacia su sed para
siempre, sino que después de saciar su sed, esta agua viva se
convertirá en su interior en ríos de agua viva que saciarán la
sed de aquellos cuyas vidas se crucen con la suya”.
En todos estos encuentros de Jesús, Él confronta a las
personas con el concepto del arrepentimiento, que significa
“repensar” nuestro sistema de valores. Si una persona “repiensa”
su sistema de valores sin volverse para caminar en la dirección
opuesta, no podrá tener esta agua viva. Una vez que esto está
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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claro, la mujer se arrepiente, y creo que es maravilloso leerlo
en esta historia.
Pero lo que queremos ver aquí es el valor que Jesús otorgó
a esta mujer sedienta; a esta sencilla y pecadora mujer
samaritana. Cuando vemos el valor que Jesús le otorgó a esta
mujer, vemos una descripción del valor que les otorgaba a las
personas como ella. En nuestro estudio, hemos estado
reflexionando sobre el valor que Jesús les otorgaba a las
personas que están perdidas, a las personas que sufren. ¿No es,
acaso, este encuentro un maravilloso ejemplo de ello? Jesús, de
paso por Samaria, le da tanto valor a esta mujer que pasa todo
este tiempo hablando en privado con ella porque se interesa por
ella. Está expresando el hecho de que “Dios amó tanto al mundo,
que Él ha venido para expresar el amor del Padre”.
Una vez más, debemos enfrentar el desafío. Cuando usted se
cruza con una persona como esta pecadora samaritana, ¿tiene la
misma clase de devoción y dedicación a esa clase de pecador, que
tenía Jesús? ¿Confiesa usted el valor que Jesús les daba a las
personas perdidas?
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Capítulo 13
La enseñanza de Dios
En la actualidad, se considera “espiritualmente culto” a
aquel que cree que la Palabra de Dios no es la autoridad final
para la fe y la práctica. Jesús enseñó que la autoridad final
para la fe y la práctica podía ser el hombre, o podía ser Dios;
y dijo que debía ser Dios. En este estudio de los valores de
Cristo, quisiera que examinemos el valor que Jesucristo otorgó a
su propia enseñanza cuando afirmó que era la enseñanza de Dios:
“Y se maravillaban los judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste
letras, sin haber estudiado? Jesús les respondió y dijo: Mi
doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera
hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o
si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:15-17).
Lo que Jesús dice aquí es: “Yo no soy simplemente un rabí
más. Mi enseñanza es la enseñanza de Dios”. ¿Cómo sabemos que la
enseñanza de Jesucristo es la Palabra de Dios? El hecho de que
las Escrituras sean la Palabra de Dios, y no solo las palabras
de quienes las escribieron, está siendo severamente cuestionado
en la actualidad. Hay muchos que profesan ser seguidores de
Cristo, y que no creen que la Biblia es la Palabra de Dios.
Aquí, en Juan 7, tenemos un desafío directo de parte de Jesús.
Él dice que su enseñanza es la Palabra de Dios, que su enseñanza
es de Dios.
¿Cómo puede usted confesar este valor de Cristo? ¿Cómo
puede probar que la enseñanza de Jesús es la enseñanza de Dios?
Él nos desafió a probar que su enseñanza es la Palabra inspirada
de Dios, acudiendo a ella con la voluntad de hacer lo que esa
enseñanza nos dice. Aplicarla a nuestra vida. Según Jesús,
cuando hagamos esto, sabremos que su enseñanza es la enseñanza
de Dios. Es lo opuesto del enfoque intelectual. El punto de
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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vista intelectual generalmente dice: “Cuando sepa, haré”. Jesús
dice aquí: “Oh, no, no. No funciona así. No; primero debes
comprometer tu voluntad. Después vendrá la confirmación
intelectual. Cuando lo hagas, lo sabrás”.
Tomemos solo una de las enseñanzas de Jesús como una
ilustración de este punto: “Más bienaventurado es dar que
recibir” (Hechos 20:35). Tome esta verdad y aplíquela a su
matrimonio, a su cónyuge y a sus hijos. Supongamos que decide
aplicar esa enseñanza a su matrimonio. Entonces comenzará a
vivir en ese matrimonio, no por lo que pueda obtener de él, sino
por lo que puede dar. Cuando lo haga, cuando realmente aplique
esta “novena bienaventuranza”, descubrirá que la aplicación de
esta enseñanza puede revolucionar su matrimonio. También puede
revolucionar su relación con sus hijos, con sus padres, o con
sus compañeros de trabajo. Esa sola verdad puede revolucionar
todas sus relaciones.
Lo que Jesús está diciendo aquí es: “Si quieren comprobar
si mi enseñanza es la enseñanza de Dios, pónganla en práctica.
Aplíquenla. Y cuando la pongan en práctica, observen en qué
forma mi enseñanza influye en sus vidas. Eso los convencerá de
que no es una enseñanza más de un rabí más, sino la enseñanza de
Dios”.
¿Está usted dispuesto a confesar el valor que Jesús otorgó
a su enseñanza? ¿Está dispuesto a confesar el valor que Jesús
otorgaba a su enseñanza, aplicándola usted mismo, en forma
práctica, a su vida? ¿Aplicará la enseñanza de Jesucristo a
situaciones reales de su vida? ¿Aplicará la enseñanza de
Jesucristo a sus relaciones, para comprobar que es
verdaderamente la enseñanza de Dios?
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Capítulo 14
Las personas como prioridad
Estamos estudiando el sistema de valores de Jesucristo.
Estamos siguiéndolo a Él a través de los evangelios, observando
cómo va identificando sus valores. Algunas veces, Jesús
demostraba sus valores por medio de sus prioridades. Hay una
historia muy intrigante en el Evangelio de Lucas que demuestra
que las personas eran una prioridad para Jesús:
"Entonces vino un varón llamado Jairo, que era principal de la
sinagoga, y postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que
entrase en su casa; porque tenía una hija única, como de doce
años, que se estaba muriendo.
“Y mientras iba, la multitud le oprimía. Pero una mujer que
padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había
gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido
ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto;
y al instante se detuvo el flujo de su sangre. Entonces Jesús
dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro
y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y
oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo:
Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder
de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta,
vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de
todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante
había sido sanada. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en
paz” (Lucas 8:41-48).
En esta hermosa historia, vemos nuevamente que Jesús da un
gran valor a las personas perdidas y sufrientes. Pero aquí se
presenta un conflicto. Jesús se ve confrontado con dos personas
que sufren: un padre cuya única hija está muriendo, y una mujer
que ha soportado pérdidas de sangre durante doce años. Ni
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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siquiera Jesús, teniendo un solo cuerpo, podía estar en dos
lugares a un mismo tiempo. Todo pastor o profesional de la salud
conoce la presión de tener que darle prioridad a una persona u
otra. Cuando el tiempo es limitado y hay tantas personas
necesitadas que están sufriendo, ¿cómo se decide qué persona
tiene prioridad sobre otra?
En esta ocasión, Jesús sabía bien cuál era la prioridad,
y ministró primero a la mujer y después al padre. Si nos
viéramos confrontados con estas dos personas, muchos de nosotros
pondríamos primero al padre y después a la mujer. Él era el
principal (dirigente) de la sinagoga, y esa mujer era… nadie. En
realidad, era una paria. Según la ley de Moisés, esta mujer
tenía prohibido tocar a cualquier persona, y debía mantenerse en
cuarentena y no tener interacción social con los demás (Levítico
15:19-30). Esta mujer era, literalmente, una “intocable”. No es
de extrañarse que Jesús decidiera ayudarla a ella primero, y
después al padre.
¿Por qué Jesús la ayudó a ella primero, y dejó para después
al padre, sabiendo que la hija de este hombre estaría muerta
para cuando Él hubiera terminado de ayudar a esta mujer? Una
respuesta podría ser que este padre había vivido doce años de
felicidad con su pequeña hija, mientras que la mujer había
sufrido doce años de infelicidad como paria, enferma, y bajo la
prohibición de relacionarse con los demás.
Esta mujer tenía mucha fe. Aunque le estaba prohibido, tuvo
la fe de saber que con solo tocar el borde del manto de Jesús,
sería sanada. Expresó mucha fe al extender su mano para tocar el
borde del manto de Jesús. Pero Jesús le demandó aún más fe. La
expuso y la obligó a confesar públicamente su acción, al
preguntar: “¿Quién me tocó?” En la Biblia se nos dice, de muchas
maneras diferentes, que no existen los creyentes secretos.
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Resumen y aplicación
La hermosa aplicación personal de este valor declarado por
Jesús es que el Cristo vivo y resucitado le da valor a usted,
hoy, si usted tiene la fe de extender su mano para tocarlo. Si
usted está sufriendo, o aun si es un paria para su sociedad, Él
le da más valor que a las personas que poseen todos los símbolos
de estatus cultural y religioso. Quizá usted esté en prisión, o
esté muriendo de SIDA. Esta hermosa historia nos dice que Jesús
lo valora. Él vino para los que están sufriendo, y creen que Él
los puede sanar. ¿Tiene usted la fe necesaria como para confesar ese valor? ¿Tiene la fe necesaria para extender su mano y
tocarlo, y por fe pedirle que sane su dolencia, sea cual fuere?
Confiese hoy el valor que Jesús le otorgó a esta mujer, y a las
personas como ella: extienda su mano, y tóquelo.
Usted que es creyente, ¿confiesa el valor que Jesús otorgó
a las personas que sufren y son despreciadas por la sociedad? Si
Él lo ha sanado, ¿permitirá que pueda ministrar a través de
usted a los que sufren y son despreciados en este mundo? ¿Está
dispuesto a ser un vehículo a través del cual se exprese hoy el
valor que Cristo otorgó a los que están enfermos y a los que son
aislados por los demás?
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Capítulo 15
Palabras de vida
Estamos estudiando los valores de Jesucristo. A medida que
lo vemos identificar lo que es importante para Él, se nos
plantea el desafío: “¿Tenemos los valores de Cristo en nuestra
vida diaria?” En este estudio, quisiera que veamos algunos
versículos en que Jesús hace ciertas afirmaciones muy
intrigantes sobre el valor de su enseñanza.
Primero estudiemos esta profunda afirmación de Jesús con
respecto a su enseñanza: “El espíritu es el que da vida; la
carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63). En la Biblia, la palabra
“carne” significa ‘naturaleza humana sin la intervención de
Dios’, o lo que algunas veces llamamos ‘nuestra condición de
seres humanos’. ¿Qué quiere decir al decirnos que la carne no
aprovecha para nada? Lo mismo que cuando dijo a sus apóstoles:
“Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Sin el
Espíritu, nuestra naturaleza humana no cuenta con la ayuda de
Dios, y no sirve para nada. Sus palabras son Espíritu y nos dan
una vida que supera a nuestra improductiva carne.
Jesús afirma muchas cosas más con respecto a su enseñanza:
“Las palabras que les digo no son solo mías, sino que más bien
es el Padre que vive en mí el que hace su obra (cuando yo
hablo)”. Jesús otorga un tremendo valor a su propia enseñanza al
decir: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia
cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las
obras”(Juan 14:10). Creo que lo que está diciendo es: “Cuando ustedes escuchan
mi Palabra y responden a ella en la forma correcta, algo les
sucede; algo espiritual. Y esto que les sucede espiritualmente
produce en ustedes una vida espiritual que crece”. Quizá sea
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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esto a lo que el apóstol Pablo se refiere cuando enseña que la
fe viene por el oír y responder adecuadamente a la Palabra de
Dios (Romanos 10:l7). Esta afirmación de Jesús le otorga un
tremendo valor a la enseñanza del Señor.
Veamos una afirmación más de Jesús que otorga gran valor a
su enseñanza: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen
en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan
15:7,10). Aunque esto suena como una puerta abierta para obtener
cualquier cosa que queramos, si examinamos más en detalle esta
promesa, comprenderemos esta afirmación de Jesús que otorga gran
valor a su enseñanza. Está diciendo, en realidad, que su
enseñanza alineará nuestra voluntad y nuestros pensamientos con
la voluntad y los pensamientos de Dios. Cuando esto suceda, en
nuestras vidas podrán producirse maravillosos milagros.
El profeta Isaías comparte su filosofía de la predicación
con nosotros. Dice, sin rodeos: “Predico la Palabra de Dios
porque los pensamientos y los caminos de Dios no son los
pensamientos y los caminos del hombre. Hay una diferencia tan
grande entre la forma en que Dios piensa y actúa, y la forma en
que piensa y actúa el hombre, como la distancia entre los cielos
y la tierra. Por lo tanto, predico la Palabra de Dios, y la
Palabra de Dios hace que se alineen los pensamientos y los actos
del hombre con los pensamientos y los actos de Dios. Cuando los
pensamientos, la voluntad y los caminos del hombre están
alineados con los de Dios, suceden cosas maravillosas y
milagrosas. Esa es mi filosofía de la predicación" (Isaías 55:8-
11, paráfrasis mía).
En efecto, Jesús enseña la misma verdad. Básicamente, lo
que enseña es: “Si mis palabras viven en sus corazones, sus
voluntades se alinearán con la voluntad de Dios. Los
pensamientos de Dios se convertirán en sus pensamientos, los
caminos de Dios se convertirán en sus caminos. Entonces, cuando
oren, podrán pedir cualquier cosa que deseen, y se hará
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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realidad, porque estarán pidiendo de acuerdo con la voluntad de
Dios”.
¿Desea usted confesar el valor que Jesús otorgaba a su
propia enseñanza, acercándose a sus palabras, permitiendo que
las palabras de Jesús realmente, verdaderamente vivan en usted
de tal manera que sus pensamientos se conviertan en los
pensamientos de Dios, y que su voluntad esté alineada con la
voluntad de Dios? Si confiesa este valor de Cristo, descubrirá
la verdad de que sus palabras son Espíritu y son Vida.
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
49
Capítulo 16
Los pobres
Lo invito a participar de un nuevo estudio sobre los
valores de Cristo. En este estudio, quisiera analizar el valor
que Jesús otorgaba a los pobres, personas como usted y yo: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para
dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los
quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y
vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a
predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18,19).
Este pasaje es, en realidad, una cita de Isaías que Jesús
leyó en una sinagoga de Nazaret como manifiesto de su
ministerio. Jesús fue a la sinagoga de su ciudad natal, y pidió
el rollo de Isaías. Lo desenrolló casi hasta el final, hasta el
capítulo 61, y leyó los primeros versículos de ese capítulo.
Entonces, básicamente, dijo: “Este es mi manifiesto. Esto es
quien soy, y esto es lo que he sido enviado a hacer en el
mundo”.
Lo fundamental de lo que Jesús hizo no es tanto el valor
que se asigna a sí mismo, como el valor que otorga a las
personas por las cuales vino a este mundo: personas como usted y
yo. Él los llama “los pobres”, y su declaración de misión fue
que había sido enviado a este mundo a predicar el evangelio a
ellos. ¿Quiénes eran estos pobres?
Los ciegos, los cautivos, los quebrantados
Si estudiamos este pasaje en Lucas o en Isaías, veremos que
explica en forma precisa a quiénes se refiere al hablar de “los
pobres”. Se refiere a personas ciegas, como ovejas sin pastor.
¿Alguna vez se siente usted confundido? ¿Siente como si no
pudiera distinguir su mano derecha de la izquierda, como si no
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
50
supiera qué hacer, porque no está realmente seguro de qué es lo
que cree? Pues bien, esto debería serle de gran consuelo. Jesús
valoraba en gran manera a las personas como usted. Él dice que
vino a este mundo por las personas como usted. Cada vez que
usted lee que Él abría su boca y les enseñaba, Él estaba dando
vista a los ciegos.
Jesús dice que vino a predicar las Buenas Nuevas a los
pobres que estaban golpeados y quebrantados. La vida es difícil.
La vida es dura. Jesús era realista con respecto a esto. Las
tormentas de la vida dejan a las personas quebrantadas y
golpeadas. Bajo las presiones de la vida, algunas personas
tropiezan y tambalean, pero otras directamente se derrumban.
Jesús les daba mucho valor a las personas que Él llamó
“golpeadas” o “quebrantadas”. Vino a dar vista a los ciegos y
sanidad a los que están golpeados y quebrantados.
¿Es usted libre? ¿Hace lo que quiere hacer, o lo que
necesita hacer? ¿Está controlado por compulsiones y obsesiones?
¿Es un cautivo? Entonces, esta gran enseñanza de Jesús le otorga
a usted un tremendo valor. Usted es exactamente la clase de
persona por la que Jesús vino a este mundo. Él lo llamaría
espiritualmente “pobre”. Pero Él vino a predicar las Buenas
Nuevas a personas pobres como usted y yo, que no somos libres.
¿Es usted espiritualmente ciego? ¿Está cautivo
espiritualmente? ¿Está golpeado y quebrantado por las
dificultades de la vida? Entonces Jesús le asigna un gran valor,
y dice que usted es la razón por la que Él vino. Aquí dice que
usted es la razón por la que Él está en el mundo hoy. ¿Está
dispuesto a confesar el valor que Jesús otorgó a las personas
como usted, acudiendo a Él para recibir vista para su ceguera,
liberación para su cautividad, y sanidad para su
quebrantamiento?
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Capítulo 17
Su prójimo
Bienvenido a otro estudio sobre el sistema de valores de
Jesucristo. En este estudio, nos referiremos al valor que Jesús
otorgó a nuestro prójimo. Comencemos con la respuesta de Jesús a
la pregunta de un intérprete de la ley:
"Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para
probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él
le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél,
respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu
mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has
respondido; haz esto, y vivirás.
“Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús:
¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre
descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones,
los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole
medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel
camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando
cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un
samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue
movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas,
echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo
llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos
denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo
que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues,
de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos
de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él.
Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo”.
Hay tres filosofías de vida, o con respecto al prójimo, en
esta historia. La primera es la que demuestran los ladrones. Su
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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filosofía de vida era: “Lo que es mío es mío, y lo que es tuyo
será mío tan pronto como pueda quitártelo”. Muchas personas en
nuestro mundo tienen esta filosofía.
La segunda filosofía de vida es la representada por el
sacerdote y el levita, símbolos de las instituciones religiosas,
que pasaron de largo, sin ayudar. Su filosofía de vida era: “Lo
que es mío es mío, y lo que es tuyo, es tuyo. Yo tengo mis
problemas, y tú tienes los tuyos. Sí, estás en problemas,
desangrándote en esa zanja, pero estoy llegando tarde a la
iglesia, y no quiero comprometerme”.
La tercera filosofía de vida y con respecto al prójimo es
la que Jesús está enseñando. Esta filosofía es ilustrada por el
samaritano. Su filosofía de vida, su filosofía con respecto al
prójimo, era: “Lo que es tuyo es tuyo, y lo que es mío es tuyo
cuando lo necesites”.
Este valor de Jesús seguramente no lo hará rico.
Posiblemente usted no llegue a ganar el concurso de ventas en su
trabajo. Si sigue esta filosofía de vida, quizá no llegue a la
cima del éxito en los negocios. Pero es la filosofía de vida que
enseñaba Jesús. Jesús desea discípulos que confiesen el valor
que Él les otorga a las personas que sufren, como el hombre
herido de esta historia, y que sean parte de su respuesta para
estas personas.
En esta historia, el intérprete de la ley quería
justificarse a sí mismo, por lo que le hizo una pregunta muy
aguda: “¿Quién es mi prójimo?” Es que para los judíos, solo los
demás judíos eran prójimos. Todos los demás eran sus enemigos.
“Ama a tu prójimo, pero odia a tu enemigo”, era el principio que
los guiaba. En realidad, ellos no habían tomado este principio
de Moisés. Era una de los cientos de leyes que habían agregado a
la ley de Moisés. Esta historia de Jesús cambia su sistema de
creencias, y declara que nuestro prójimo es cualquier persona
que sufre, cuyo dolor se cruza con nuestra vida. Así respondió
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Jesús a la pregunta: “¿Quién es mi prójimo?” Y ese es el valor
que Jesús otorgó a nuestro prójimo.
Y naturalmente, lo que Él estaba haciendo en esta gran
parábola era simplemente enseñar que debemos confesar el valor
que Él les otorgó a las personas que sufren. Si lo seguimos a lo
largo de los evangelios, veremos que Él nunca rechazó a las
personas que estaban sufriendo. Cuando Jesús ve a una persona
que sufre, siente compasión por ella y extiende su mano para
ayudarla.
Aquí, en esta gran enseñanza que llamamos “la parábola del
buen samaritano”, Jesús nos desafía a confesar el valor que Él
les otorgó a las personas que sufren, y a tratar a todas las
personas sufrientes que encontremos como nuestro prójimo.
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
54
Capítulo 18
Amémonos unos a otros
En estos estudios hemos visto el gran valor que Jesús
otorgaba al amor en sus relaciones con las personas. Jesús
exhortó a sus discípulos, y especialmente a sus apóstoles, a
confesar el valor que Él otorgaba al amor. Cuando estaba a punto
de morir en la cruz, Jesús pasó sus últimas horas con los
apóstoles. Recluido con ellos en un aposento alto, les dio un
nuevo mandamiento. Ese mandamiento neotestamentario produjo una
comunidad nueva. Esa comunidad nueva se convirtió en la iglesia.
Vista dentro de este contexto, cada iglesia debería ser una
colonia de amor.
Cada uno de los apóstoles estaba con Jesús en ese aposento
alto porque Él lo había amado, y estaba respondiendo a ese amor.
Los primeros versículos del capítulo que relata las últimas
horas que Jesús pasó con sus apóstoles comienzan diciendo: “Como
había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta
el fin” (Juan 13:1).
Creo que fue algo revolucionario cuando Él les ordenó que
miraran al otro lado de la mesa y aplicaran este nuevo
mandamiento: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a
otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor
los unos con los otros” (Juan 13:34,35). En este estudio,
reflexionaremos sobre el valor que Jesús le otorgaba a que nos
amemos unos a otros.
"Amados, amémonos unos a otros"
"Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios.
Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no
ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7,8).
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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Estos versículos fueron escritos por uno de los apóstoles que
escuchó a Jesús dar ese nuevo mandamiento. El apóstol Juan
realmente confesaba el valor que Jesús otorgaba al amor. Se lo
conoce como “el apóstol del amor”, porque en sus escritos usa la
palabra “amor” más que todos los demás apóstoles juntos. Además,
parece cautivado por la realidad del amor de Jesús por él, ya
que a lo largo de todo su evangelio se describe a sí mismo como
el discípulo que Jesús amaba. Cuando dedica el Apocalipsis a
Jesús, recuerda que Jesús es el “que nos amó”.
Diez razones por las que debemos amarnos unos a otros
Muchos piensan en el apóstol Pablo como el apóstol del
amor, ya que él escribió el llamado “capítulo del amor” de la
Biblia, el capítulo número 13 de 1 Corintios. El tema principal
de ese capítulo, en realidad, son los dones espirituales. El
verdadero capítulo del amor de la Biblia es el capítulo 4 de la
Primera Epístola de Juan (1 Juan 4:7-21). En ese capítulo del
amor, Juan nos da al menos diez razones por las que debemos
amarnos unos a otros. Veamos algunas de ellas.
En el versículo 7, nos dice: “Amémonos unos a otros; porque
el amor es de Dios”. Con esto quiere decir que debemos amarnos
unos a otros porque solo las personas que están relacionadas con
Dios son capaces de tener tal amor. En el versículo 8, nos da
una segunda razón: que el amor es la carta de presentación del
discípulo de Jesucristo.
En los versículos 9 y 10, Juan da más razones por las que
debemos confesar el valor que Jesús otorgaba a que nos amáramos
unos a otros: “En esto se mostró el amor de Dios para con
nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para
que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió
a su Hijo en propiciación por nuestros pecados". Y continúa con
el siguiente comentario: “Amados, si Dios nos ha amado así,
Fascículo 17: Los valores de Cristo (Parte 2)
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debemos también nosotros amarnos unos a otros". Así que está
diciendo que debemos confesar el valor que Jesús ordenó con
respecto al amor, a causa del gran ejemplo que Él nos dio al
morir por nuestros pecados en la cruz.
Si continuamos estudiando estos versículos de 1 Juan 4,
encontraremos más razones por las que debemos amarnos unos a
otros. Por ejemplo, en el versículo 16, Juan continúa diciendo:
"Dios es amor, y el que vive en amor vive en Dios y Dios en él”
(La Biblia al Día). Aquí dice que si confesamos el valor que
Jesús le otorgó al amor, tenemos acceso a la misma esencia y
naturaleza de Dios. Al convertirnos en canales del amor de Dios,
permanecemos en su amor, y su amor permanece en nosotros. Cuando
permanecemos en el amor de Dios, permanecemos en Él. La prueba
de que tenemos esta relación con Dios es que su amor se
perfecciona en nosotros. Las personas pueden mirarnos y ver el
amor de Dios.
Concluyo nuestro estudio del valor que Jesús otorgaba al
amarnos unos a otros, pidiéndole que lea con atención y en
oración esta parte del capítulo del apóstol del amor. Mientras
medita en esta exhortación del apóstol Juan de que confesemos el
valor que Jesús le otorgaba al amarnos unos a otros, trate de
encontrar las diez razones por las que debemos amarnos unos a
otros, y escríbalas. Coloque la lista de razones en un lugar
donde pueda verlas todos los días. Y después, cada día, confiese
el valor que Jesús le otorgaba al amarnos unos a otros.
Una porción del capítulo del amor, de Juan
"Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios.
Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no
ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se
mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su
Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
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en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación
por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos
también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a
Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y
su amor se ha perfeccionado en nosotros.
“En esto conocemos que permanecemos en él, y él en
nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos
visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el
Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo
de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos
conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios
es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios
en él. (...) Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que
ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Juan 4:7-16, 21).