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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO VEINTIUNO
LAS RECETAS DE CRISTO
(Segunda parte)
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Introducción
Cuando no nos sentimos bien, generalmente alguien nos da
una “receta” que nos indica qué hacer para volver a estar
bien. Cuando estamos muy enfermos, el médico nos receta un
medicamento para tratar nuestra enfermedad. Jesús dijo: “Los
sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”
(Mateo 9:12).
La Palabra de Dios tiene recetas para todos nosotros,
pero debemos admitir que necesitamos su ayuda: debemos
admitir que estamos “enfermos”. En este segundo fascículo
sobre las recetas bíblicas para nuestros problemas,
estudiaremos algunas de las que Dios nos da para el
matrimonio, para los hombres que son padres, para la
depresión, para la salvación de nuestro pecado, para la
adversidad y para nuestro carácter. Mi oración es que este
fascículo le haga adentrarse en la Palabra de Dios, y que la
Palabra de Dios entre en usted, porque es en ella que podemos
encontrar las recetas de Dios que nos indican cómo resolver
nuestros muchos problemas.
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Capítulo 1
Una breve receta para el matrimonio
En el tercer capítulo de 1 Pedro, el apóstol escribe una
breve receta para el matrimonio, para aquellas mujeres cuyos
esposos no obedecen a la Palabra. La receta de Pedro para
estas mujeres comienza con la palabra “asimismo”. Esta
palabra hace referencia al último versículo del segundo
capítulo, que dice que hemos retornado a Cristo, el Pastor de
nuestras almas.
Según la receta de Pedro para las mujeres cuyos esposos
no obedecen a la Palabra, la relación más importante en su
hogar -después de la relación de la mujer con Cristo- es la
que tiene con su esposo. Pedro encara el problema de que los
muchos roles de tal mujer, que también puede ser madre, se
ven muchas veces frustrados por un esposo y padre que no
obedece a la Palabra de Dios. En su breve receta bíblica para
estas mujeres, Pedro basa su enseñanza en una metáfora que
presenta a Cristo y la Iglesia como modelo de la relación que
estas mujeres deberían tener con sus esposos.
En este pasaje, básicamente, Pedro escribe a las mujeres
cuyos esposos no obedecen a la Palabra: “¿Ven el modelo de
Cristo y la Iglesia? En ese modelo, ustedes son la Iglesia.
Dejen que sus esposos las pastoreen como Cristo pastorea a la
Iglesia. Así mismo, de la misma manera que la Iglesia se
relaciona con Cristo, ustedes deben relacionarse con sus
esposos”.
En el séptimo versículo de este mismo pasaje, Pedro
comparte una palabra con los esposos de estas mujeres, y
comienza su receta para ellos con una expresión similar:
“igualmente”. Esto significa que Pedro, básicamente, les
escribe a esos hombres: “¿Ven ustedes el modelo de Cristo y
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la Iglesia? En ese modelo, ustedes deben ser como Cristo. Así
como Cristo se relaciona con la Iglesia, igualmente, de la
misma manera, ustedes deben relacionarse con sus esposas”.
En el quinto capítulo de Efesios, el apóstol Pablo
indica esta misma receta a los esposos en cuanto a su
relación con sus esposas: “Maridos, amad a vuestras mujeres,
así como Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella” (v. 25). En otras palabras, Pablo, básicamente, les
indica a los esposos: “Amen como Él amó. Den como Él dio.
Sean para sus esposas como Él es para la Iglesia”. Esta
palabra “como”, en el idioma original, significa ‘exactamente
de la misma manera que’.
Cuando Pedro y Pablo prescriben este modelo, en el cual
dicen a los esposos: “Sean para sus esposas como Cristo es
para la Iglesia”, ¿quién cree usted que tiene la tarea más
difícil? Es ridículo que los apóstoles le encarguen esto a un
hombre... a menos que Cristo viva en él. Pero si Cristo vive
en ese hombre, entonces él tiene el potencial para amar como
Cristo amó, dar como Él dio y ser como Él es. En realidad, en
cierto sentido, es de esperar que los apóstoles prescriban
este comportamiento para los esposos en los que vive Cristo.
Esposos, tengo una tarea para darles. Estudien 1
Corintios 13, especialmente los versículos 4 al 7.
Encontrarán quince virtudes que les mostrarán cómo se
comporta el amor de Cristo. En todo lugar en que el apóstol
Pablo usa la palabra “amor” en este “capítulo del amor” de la
Biblia, reemplacen esa palabra por “Cristo”. Oren por cada
una de esas virtudes, de a una por vez, y pidan al Cristo que
vive en ustedes que les dé gracia para amar a sus esposas de
esa manera. Si lo hacen, verán que aman como Él ama, dan como
Él da, y son para sus esposas como Él es.
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En una palabra, el problema más grande en el matrimonio
es el egoísmo, y el antídoto más importante en el matrimonio,
sencillamente, es la falta de egoísmo: es decir, darse como
Él se dio. ¿Cuánto dio de sí mismo Cristo a la Iglesia? Dio
todo. Murió por la Iglesia. Esposos, entréguense ustedes a
sus esposas de la misma manera, y darán como Él dio, amarán
como Él amó, y serán para sus esposas como Él es. Todo esto
está implicado en esa palabra: “igualmente”.
Pero Pedro no les habla aquí a mujeres cuyos esposos las
aman como Pedro y Pablo enseñan. Esto podría implicar que los
esposos no son creyentes; o que son creyentes, pero no están
obedeciendo la enseñanza de estos apóstoles. El hecho de que
Pedro también tiene instrucción para estos esposos implicaría
que ellos son creyentes.
Observemos que Pedro no indica que estas mujeres deben
corregir a sus esposos sermoneándolos. En realidad, lo que el
apóstol dice es: “Gánenlos sin palabras, por medio de su
ejemplo de obediencia a Dios”. Y, básicamente, escribe a los
esposos: “Ustedes, maridos, no deben tratar de corregir a sus
esposas”. Aunque usted sea un experto en lo que ella necesita
saber y hacer, descubrirá algo: a ella no le interesa
escuchar sus “opiniones de experto”. De hecho, probablemente
sea cierto que cuanto más un hombre trate de convencer a su
esposa de que él conoce todas las respuestas, menos las
escuchará ella. Una mujer no quiere que un hombre siempre le
esté diciendo que él tiene razón y ella está equivocada. Lo
mismo se aplica al hombre. Hay algo en el ego masculino que
no quiere enterarse de todas sus fallas de labios de una
mujer.
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Un principio vital del aconsejamiento matrimonial
Hay un principio del aconsejamiento matrimonial que está
implícito en el inspirado consejo matrimonial de Pedro, y es
que cada uno debe “permanecer” en su lugar. Permítame
explicarlo de la siguiente forma: Cuando Gedeón derrotó a más
de doscientos cincuenta mil madianitas con solo trescientos
hombres comprometidos, la clave de su milagrosa victoria se
encuentra en la actitud de los trescientos comprometidos
guerreros de Gedeón que, según se nos dice: “...se estuvieron
firmes cada uno en su puesto” (Jueces 7:21). Hay un lugar en
el cual toda esposa y todo esposo deben permanecer en su
matrimonio. Cuando ambos están firmes en el lugar que Dios
les ha señalado en su matrimonio, los problemas de esta
relación pueden ser superados.
Pedro, después de concentrarse en el problema de que el
esposo de la mujer a la que le habla no está ocupando su
lugar, indica varias formas en que la mujer puede permanecer
en su lugar. Debe ser espiritual, dulce, sumisa y silenciosa.
Al decir “sumisa”, Pedro indica que la mujer debe permitir
que su esposo la pastoree como Cristo pastorea a la Iglesia.
Al decir “silenciosa” se refiere a que no debe empujar a su
esposo, tirar de él, reprenderlo o avergonzarlo para que
ocupe su lugar.
Pedro sabe que estos métodos no funcionan. También sabe
que, en realidad, la mujer no es responsable de que el esposo
ocupe su lugar en el matrimonio. La estrategia de este
inspirado consejo matrimonial es que, si algo puede motivar
al esposo a ocupar su lugar, será el ejemplo de una esposa
que se comporta como Cristo. El apóstol aconseja a la mujer
que acepte su responsabilidad por la única persona que puede
controlar: ella misma. Su sabio consejo es que no se
responsabilice en demasía por su esposo, dejando así de
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responsabilizarse por ella misma. Ella debe ser espiritual
para poder confiar en que el Señor la ayudará a ser todo lo
que puede ser en Cristo. Pedro desea redireccionar su
prioridad, de su esposo y sus fallas, a ella misma y cómo
ella puede ser todo lo que el Señor quiere que sea una esposa
y madre.
Quizá la primera causa de discusiones en el matrimonio
es que el esposo está demasiado ocupado diciéndole a la
esposa lo que ella hace mal, y la esposa está demasiado
ocupada diciéndole al esposo todo lo que él hace mal. La
esposa trata de arrastrar al hombre o de hacerlo ocupar su
lugar a fuerza de regaños, y él no quiere escuchar. Por
supuesto, lo mismo ocurre en sentido contrario.
Este sabio consejo de Pedro está basado en una enseñanza
de Jesús (Mateo 7:1-5). Jesús enseñó que primero debemos
quitar la viga de nuestro ojo, y entonces, tal vez, podamos
ayudar eficazmente a otra persona a quitar la paja de su ojo.
Jesús no enseñó que nunca debemos juzgar a los demás. La
esencia de su enseñanza fue que, primero, tenemos que
juzgarnos a nosotros mismos.
Es muy posible que si usted, como esposo, le pide a Dios
la gracia para amar a su esposa y su familia como Cristo amó
a la Iglesia; de darse a ellos como Él se dio a la Iglesia; y
de ser para ellos como Él es para la Iglesia, esto motive a
su esposa a ocupar el lugar que le corresponde.
Si usted, como esposa, permanece firme en su lugar, eso
posiblemente motive a su esposo a hacerse responsable por sí
mismo y ocupar el lugar que a él le corresponde. No siempre
funciona así, porque su cónyuge tiene libre albedrío, pero
funciona mejor que empujar y presionar a la otra persona para
que ocupe su lugar.
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Después de dedicar seis versículos a las esposas, el
apóstol Pedro escribe un versículo a los esposos: “Vosotros,
maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor
a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la
gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan
estorbo” (7). Aunque solo dedica un versículo a los esposos,
en ese único versículo les presenta un gran desafío.
Cuando Pedro dice a los esposos que “vivan con sus
esposas” uno pensaría, al principio, que no era necesario
señalar algo tan obvio, y que esta parte de su receta es
innecesaria. Pedro se refiere a algo más que al obvio hecho
de que el esposo debe habitar con su esposa. Algunos maridos
pasan cada vez menos tiempo de su matrimonio con sus esposas.
Creo que el viejo pastor Pedro demuestra ser muy sabio al
aconsejar: “Vive con tu esposa. ¡Para eso te casaste con
ella!”.
Y agrega a esta receta: “Vivid con ellas sabiamente”. Me
pregunto, esposo: ¿cuánto conoce usted a su esposa? ¿Y cuánto
la comprende? La receta de Pedro, en realidad, quiere decir:
“Vivid con ellas y comprendedlas”. ¿Comprende usted a su
esposa? ¿Conoce y comprende a la mujer con la que vive? Quizá
usted no siempre comprenda a su cónyuge. Quizá ella misma no
se comprenda. Pero podemos conocer a nuestro cónyuge, aun
cuando no siempre lo entendamos.
Después, Pedro indica: “Honren a sus esposas”. Creo que
esto es profundo. En algunas culturas, los hombres explotan
la debilidad física de la mujer y la usan como esclava en
lugar de tratarla con amor y respeto. Básicamente, Pedro está
diciendo: “No se aprovechen de su debilidad; honren su
debilidad”.
Sin embargo, hay muchos sentidos en que las mujeres son
más fuertes que los hombres, como cuando se trata de soportar
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el dolor. Mi madre, que tuvo once hijos, solía decir: “Si el
hombre tuviera que turnarse con la mujer para tener hijos, no
habría más de tres hijos en ninguna familia”. Pedro indica:
“Cuando vean esas debilidades, hónrenlas; no las exploten;
denles honra”. Afirme a su esposa y ayúdela a superar los
problemas, a trabajar en ellos, cuando vea que tiene algunas
debilidades. Es para eso que Dios le dio a ella un esposo:
para ser la cobertura que el corazón de una mujer siempre
anhela.
Después, Pedro indica que debemos ser “coherederos de la
gracia de la vida”. Esta es la más elocuente definición del
matrimonio en la Biblia. “La gracia de la vida” sugiere que
ninguno de nosotros merece la vida; la vida que recibimos, un
día a la vez, nos llega como resultado de la gracia de Dios.
No merecemos la vida, ni hacemos ningún mérito para
obtenerla, ni es un logro nuestro. La vida nos es dada por la
gracia de Dios. Esta metáfora define a la pareja casada como
dos personas que heredan por igual la gracia de la vida, día
a día, juntas, como matrimonio. Las mujeres son las más
beneficiadas en esta inspirada metáfora que Pedro prescribe
para el esposo. Lo que le indica al hombre, básicamente, es:
“Ama a tu esposa”. Después señala que, si esta metáfora se
hace realidad en su relación, las oraciones de este hombre no
tendrán obstáculo.
El apóstol Pablo escribe esta receta en el capítulo del
matrimonio: “No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún
tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente
en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os
tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia” (1 Corintios
7:5). La relación que hace que una pareja de creyentes sea
uno en Cristo debe ser una relación individual, vertical, de
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cada uno con Cristo, para después ser una relación que
experimenten juntos, en el contexto de su matrimonio.
En cierto sentido, la relación más íntima que tenemos en
esta vida no es nuestro matrimonio; es nuestra relación con
Dios. Nuestra unión espiritual como matrimonio será fuerte o
débil en la medida que sea fuerte o débil la relación de cada
uno de nosotros con Cristo.
La institución más importante sobre la tierra en la
actualidad no es la Iglesia, sino el hogar, que provee de
personas espirituales a la Iglesia. Actualmente, las iglesias
se dividen en pequeños grupos, porque no creen que una
congregación grande pueda experimentar adecuadamente la
calidad de koinonía, es decir, de comunión espiritual, que el
Cristo resucitado desea para una iglesia local. Mucho tiempo
antes de pensar en hacer esto, como parte de su creación del
mundo y de este planeta, cuando Dios pobló la tierra, dividió
todo en pequeños grupos llamados matrimonio y familia. El
salmista se refiere a este plan de Dios al escribir: “Dios
hace habitar en familia a los desamparados” (Salmos 68:6).
Trabajando junto con Dios, esposa, haga de su esposo la
relación más importante de su vida. Esposo, haga de su esposa
la relación más importante de su vida. Al trabajar en su
matrimonio, la idea no debe ser corregir al otro. Pida a Dios
que lo corrija a usted y lo coloque en el lugar que le
corresponde, y ore para que Dios use esto para motivar a su
cónyuge a ocupar su lugar. Después, vea cómo Dios obra, y la
bendición del Señor pasa a través de usted, su cónyuge y su
matrimonio a la Iglesia, la ciudad, la nación y el mundo (ver
Salmo 128).
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Capítulo 2
Receta para padres
En este estudio, tengo una receta para los padres. Los
padres son la clave de la bendición divina, en la medida que
la ley de Dios para el matrimonio y la familia hace su
impacto en el mundo. El mayor problema del matrimonio, en la
actualidad, no es que las esposas y madres no cumplan la
receta dada a las mujeres en nuestro estudio anterior. El
problema más grande de los matrimonios de creyentes, en la
actualidad, es el de los esposos y padres que no asumen la
responsabilidad de ser los líderes de sus familias.
La receta de Dios para los padres comienza a partir del
último versículo de Mateo capítulo cinco, en el medio del
Sermón del Monte. Yo creo que el Sermón del Monte fue dado a
los hombres, porque en esa montaña, Jesús enseñó a quienes lo
escuchaban acerca de sus esposas. No habló sobre los esposos.
Jesús estaba hablando a los hombres cuando dijo: “Sed, pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos
es perfecto”.
Encontramos la palabra “perfecto” dos veces en este
versículo. Algunos dicen: “Yo jamás podría ser perfecto”.
Otros dicen: “Yo soy perfecto, así que será mejor que tú
también lo seas”. El perfeccionista no solo se enferma a sí
mismo, sino destruye a aquellos a quienes les exige
perfección. Pero el verdadero énfasis del versículo se ve
cuando quitamos la palabra “perfecto” y queda así: “Sed,
pues, vosotros como vuestro Padre que está en los cielos es”.
Jesús dio este gran versículo a los hombres después de su
enseñanza ética más desafiante. Poco antes había enseñado que
debemos amar a nuestros enemigos. Básicamente, había
enseñado: “Si ustedes solo aman a quienes los aman, no
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necesitan nada de gracia. Eso es solamente amor humano. No se
necesita gracia para amar a quienes nos aman.
“Si realmente quieren amar con el amor de Dios, y ser la
sal de la tierra y la luz del mundo, entonces, amen a sus
enemigos. Si ellos los golpean en una mejilla, díganles:
‘Dios te bendiga’, denles la otra mejilla, y reciban el golpe
en la otra mejilla”. Estaba concluyendo esta enseñanza
cuando, esencialmente, dijo a esos hombres: “Por tanto,
ustedes deben ser como su Padre celestial es. Deben amar de
la manera que ama Dios; deben ser piadosos”.
Sospecho que muchos de estos hombres eran padres y
abuelos. Unos pocos versículos más adelante en el Sermón del
Monte, cuando Jesús les enseñó la Oración Modelo, les dijo
que debían dirigirse a Dios de esta forma: “Padre nuestro”.
Dado que soy pastor, algunas personas han venido a verme
y me han dicho: “Pastor, tengo un problema con la oración.
Cuando digo: ‘Padre nuestro’, comienzo a perder la paz y me
resulta difícil orar”. Siempre les hago la siguiente
pregunta: “Bien, ¿cómo era su padre terrenal?”. He escuchado
historias de desesperación como respuesta a esta pregunta.
Después que esas personas me hablan de su padre terrenal, a
ninguno de los dos nos quedan dudas de por qué no podían
conservar la paz cuando se dirigían a Dios como “Padre”.
Veamos las palabras “Padre nuestro que estás en los
cielos”. Padres, por eso debemos ser “como vuestro Padre que
está en los cielos”, y no como nuestro padre terrenal. Una
canción de alabanza contemporánea habla de un padre que se
arrodilla junto a su hijo dormido y dice: “Padre, quiero ser
como tú, porque él quiere ser como yo”.
Entre los miles de pasajes bíblicos dirigidos a madres y
padres, hay un pasaje dirigido a los hombres que son padres,
que los eruditos, tanto judíos como cristianos, consideran el
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más importante de esta clase en la Biblia. Es un pasaje que
rabinos y eruditos judíos consideran el más grande sermón de
Moisés. Este sermón es y ha sido una pieza central de la
adoración para los judíos devotos durante miles de años.
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y
amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu
alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te
mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus
hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por
el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás
como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus
ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus
puertas” (Deuteronomio 6:4-9).
Este sermón se llama “el Shemá”, porque comienza con la
palabra “oye”, que en hebreo es shemá. ¿Por qué este breve
sermón dirigido a los hombres que son padres es parte tan
central de la liturgia del pueblo judío desde hace casi
cuatro mil años?
Para responder a este “por qué” debemos preguntarnos
otro “por qué”. La pregunta es: “¿Por qué Moisés predicó este
sermón?”. Lo hizo porque, durante cuarenta años, los hijos de
Israel habían vagado por un desierto que deberían haber
atravesado en once días. Dios les había ordenado, a través de
Moisés, que atravesaran ese desierto y vencieran a las
naciones paganas guerreras que habitaban en las ciudades
fortificadas de Canaán. Pero a ellos les faltó fe para
invadir la tierra de Canaán. Así que, durante cuarenta años,
el pueblo de Israel anduvo en círculos de incredulidad en ese
desierto.
Moisés predicó este sermón porque estaba decidido a que
jamás se repitiera el horror que acababan de experimentar:
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durante ese andar errante, ¡toda una generación de israelitas
había muerto en ese desierto!
El gran sermón de Moisés encomienda a los padres un plan
inspirado para comunicar a sus hijos las convicciones y los
valores que debían aprender de la Palabra de Dios. Ese plan
está basado en cuatro sólidos fundamentos, que he dado en
llamar: responsabilidad, relación, realidad y revelación.
El punto central de este gran sermón de Moisés a los
padres es que Dios les ha dado la responsabilidad de criar y
educar espiritualmente a sus hijos. Isaías también estuvo de
acuerdo en que Dios desea que los hombres enseñen la Palabra
de Dios a sus hijos (Isaías 38:19). Si todo lo que un niño
aprende de Dios lo aprende de una mujer, ¿es de extrañarse
que, en opinión de muchos adultos en la actualidad, la
iglesia y las cosas espirituales sean cosas de mujeres y
niños? Dios tiene buenas razones para insistir en que los
hombres deben enseñar a sus hijos acerca de Dios y de la
Palabra de Dios.
No hay manera de que los padres puedan enseñar a sus
hijos como Moisés les ha indicado que lo hagan, si no tienen
una relación con ellos. Esta enseñanza no es una disertación
formal, sino la enseñanza que se produce en el contexto de
una relación. Muchas veces, en el Antiguo Testamento, se
instruye a los padres que deben enseñar a sus hijos en
respuesta a las preguntas que ellos formulen (Josué 4:6).
Dios ha puesto curiosidad en los corazones de los niños. Los
padres deben usar esa curiosidad para enseñar en respuesta a
las preguntas de sus hijos.
Moisés desafía a los padres para que estas palabras de
Dios habiten primero en sus propios corazones y sean realidad
en sus propias vidas, antes que las enseñen a sus hijos,
porque el ejemplo es el mensaje. Si usted quiere saber qué
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les está enseñando a sus hijos, párese frente a un espejo. La
mayoría de los valores que les transmitimos a nuestros hijos
son aprendidos no tanto por las cosas que decimos como por
las que hacemos.
Finalmente, toda la verdad que estos hombres enseñen a
sus hijos debe estar firmemente basada en la revelación que
Dios dio a Moisés, conocida como la Ley de Moisés, la Ley de
Dios, y la Palabra de Dios. Hace más de cinco mil años que
los padres enseñan a sus hijos la Palabra de Dios, aplicando
este gran sermón de Moisés. El mayor legado que podemos dejar
a nuestros hijos es que conozcan personalmente a Dios y a su
Palabra. Podemos ver, entonces, por qué Jesús dijo a los
hombres: “Por tanto, sed vosotros como vuestro Padre
celestial es”.
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Capítulo 3
Receta para la depresión
Al leer la Biblia, en el cuarto capítulo del primer
libro de la Biblia, leemos que a Caín, el primer hombre que
nació de forma natural, se le formula la pregunta: “¿Por qué
ha decaído tu semblante?” (Génesis 4:6). Cuando continuamos
leyendo, encontramos que Moisés está tan deprimido que ruega
que le llegue la muerte (Números 11:15). Más adelante, leemos
que el gran profeta Elías está sentado debajo de un árbol,
tan deprimido que también ruega poder morir (1 Reyes 19:4).
Avanzamos en la lectura y vemos que Job está deprimido como
consecuencia de su dolor y su sufrimiento. También lo
encontramos a él rogando a Dios que le quite la vida (Job
3:11-13). La misma oración fue pronunciada por el valeroso
profeta Jonás (Jonás 4:3).
Como creyente, si usted está experimentando depresión,
tiene buena compañía. Moisés, Elías, Job, y Jonás son héroes
de la fe del Antiguo Testamento que sufrieron depresión. No
tiene por qué avergonzarse o aislarse a sí mismo y a su
problema de los demás creyentes, creyendo que estar deprimido
significa que su fe es débil e insignificante, o que
directamente no tiene nada de fe. Aun nuestro Señor y
Salvador oró con estas palabras: “Mi alma está muy triste,
hasta la muerte” (Marcos 14:34). Jesús oró la misma oración
que pronunciaron los grandes hombres de Dios que he
mencionado anteriormente.
Cuando leemos los Salmos, escuchamos al salmista de la
antigüedad preguntando a su alma: “¿Por qué te abates, oh
alma mía, y te turbas dentro de mí?” (Salmos 42:5,11; 43:5).
En otras palabras: “Estoy deprimido, pero... ¿por qué estoy
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deprimido?”. La depresión es un problema tan antiguo como la
Biblia. No podemos solucionar este problema en unos pocos
minutos, pero sí podemos concentrarnos en las recetas de Dios
para la depresión. Al hacerlo, obviamente, lo primero en que
debemos concentrarnos es en las causas de la depresión.
El origen del problema puede ser físico, químico o
biológico, y puede existir una solución médica. Hay muchos
problemas físicos que pueden causar la depresión. Los
problemas de tiroides, por ejemplo, pueden causar depresión.
Si nuestro metabolismo no está equilibrado, puede provocarnos
depresión y graves problemas emocionales. Si usted tiene un
problema de alcoholismo, el alcohol es un agente supresor o,
mejor dicho, un agente depresivo, así que usted puede estar
deprimido porque bebe. Un efecto secundario de algunos
medicamentos puede ser causa de depresión.
Es cruel decirle a un creyente que está deprimido que
lea la Biblia y ore, cuando el origen de su depresión es una
glándula tiroides que no funciona bien. Si usted está
deprimido, antes de ir a ver a su pastor, debe consultar a su
médico. Siempre controle primero la dimensión física de la
vida. Si la causa de su depresión es un problema físico,
requiere una solución médica. No encontrará la solución a un
problema físico en la Biblia, ni en la oración, ni en el
ayuno.
La depresión también puede ser de origen psicológico. La
palabra “psicológico” significa ‘estudio de la psiquis’, o
estudio de la mente. Cuando digo que la depresión puede ser
de origen psicológico, quiero decir que el origen de la
depresión puede estar en nuestra mente.
¿Cree usted que las personas que hablan solas están
locas? Un amigo mío dice que habla consigo mismo, porque es
la única oportunidad que tiene de hablar con una persona
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inteligente, y acerca de una persona inteligente. En
realidad, todos hablamos con nosotros mismos todo el tiempo.
Y cuando hablamos con nosotros mismos, nuestro ser habla con
nosotros. Cuando hablamos solos, muchas veces repetimos
pensamientos o ideas que explican quiénes pensamos que somos.
Algunas veces pensamos mal de nosotros mismos.
Cuando nos decimos cosas que implican que somos “malas
personas”, estas afirmaciones afectan en forma negativa a
nuestra mente. Hace años que escucho a personas que hacen
esto. Cuando vienen a verme, cada vez que nos encontramos, me
dicen por lo menos una docena de veces: “Soy una mala
persona”. Hace años que se dicen eso a sí mismas. Ahora bien,
si usted se dice a sí mismo que es una mala persona, y se lo
dice cientos de veces por semana, ¿no cree que eso tendrá un
impacto negativo en lo que piensa de sí mismo? Si se ha
estado diciendo estas cosas malas sobre usted mismo durante
años, miles y miles de veces, ¿es de extrañarse que comience
a actuar como una mala persona?
Había un viejo agricultor que vino a verme porque estaba
deprimido. Decía, vez tras vez: “Valgo menos que un perro”.
Lo repetía al menos diez o doce veces cada vez que nos
encontrábamos. “Valgo menos que un perro”. Pues bien, si esto
es lo que usted se dice acerca de sí mismo, ¿es de extrañarse
que comience a sentir que vale menos que un perro?
¿Sabía usted que cada cosa que piensa queda grabada en
su banco de memoria y permanece allí para siempre, y que
todos tenemos memoria perfecta? Nuestra capacidad de recobrar
lo que guardamos en nuestro banco de memoria varía en gran
manera, pero, en realidad, nunca olvidamos nada. Bajo la
influencia de ciertas drogas, podemos recordar los
pensamientos que hemos depositado en nuestra mente. Si usted
ha plantado pensamientos negativos en su mente subconsciente,
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miles y miles de veces, esos pensamientos son como un
grabador que hace sonar afirmaciones sobre su falta de valor
en su mente inconsciente: “No valgo nada. No tengo ningún
valor”.
Y, finalmente, esa grabación negativa comienza a hacerse
oír en su mente consciente. Eso puede llevarnos a lo que
llamamos “depresión”. Las afirmaciones sobre la falta de
valor propio pronto nos llevan a afirmaciones de falta de
esperanza: “No sirvo para nada. Nada bueno me ha sucedido
jamás, ni me sucederá. Mi vida no tiene sentido”. Si su “ser
interior” hace afirmaciones como esas porque usted ha estado
afirmando esas cosas a su ser interior durante años, ¿es de
extrañarse que se sienta deprimido?
Pregúntese: “¿Cuál es el origen de mi depresión?”. Tiene
algo de cierto la vieja expresión: “Somos lo que comemos”. Si
tenemos malos hábitos de alimentación, estaremos excedidos de
peso o enfermos. Y si no tenemos buenos hábitos de
pensamiento, nos deprimiremos. Ese es, algunas veces, el
origen psicológico de la depresión. Algunas formas de
depresión simplemente son resultado de la acumulación de
hábitos de pensamiento indisciplinados.
Jesús dijo: “La lámpara del cuerpo es el ojo”. Al decir
“ojo”, se refería a la perspectiva, a la forma en que vemos
las cosas. Porque continuó diciendo: “Si tu ojo es bueno
[sano], todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es
maligno [defectuoso], si la forma en que ves las cosas es
defectuosa, o mala, o negativa, todo tu cuerpo estará en
tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas,
¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” (Mateo 6:22,23). Qué
descripción tan exacta de lo que denominamos depresión.
Consideremos la inspirada sabiduría del apóstol Pablo
cuando nos dio una receta para pensar en forma sana. Nos dice
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que pensemos en cosas verdaderas, honestas, justas, puras,
amables y de buen nombre. También nos indica que no pensemos
en lo que es falso, deshonesto, injusto, impuro, de mal
nombre (Filipenses 4:8). Piense en los miles de pensamientos
negativos que no tendríamos en nuestra memoria si siguiéramos
estas recetas de Jesús y Pablo para tener hábitos sanos de
pensamiento.
Sin embargo, repito que la causa de nuestra depresión
puede ser física, química, el efecto secundario de un
medicamento, un metabolismo desequilibrado, o muchas otras
causas físicas. Y es cruel decirle a un creyente que está
deprimido que su depresión se debe a causas psicológicas o
espirituales, cuando quizá tenga un problema que pueda ser
solucionado por un médico.
Pero, naturalmente, hay muchos casos en que el origen de
nuestra depresión es espiritual. Si usted no comprende el
evangelio, si nunca lo ha escuchado, yo no me asombraría de
que esté deprimido. Una de las principales causas de
depresión es la culpa. No hay, realmente, otra solución para
el problema de la culpa que no sea el evangelio de
Jesucristo. Solo el evangelio de Jesucristo puede resolver el
problema de nuestra culpa.
En el Salmo 51, David escribió una tremenda oración de
confesión y arrepentimiento. En esa oración, presentó esta
profunda petición: “Borra mis rebeliones”. Esas palabras
hebreas son difíciles de traducir. Lo más cercano que
podríamos llegar a una buena paráfrasis sería: “Despeca mi
pecado”, es decir: ”¡Quítalo por completo! Haz como si nunca
hubiera sucedido”.
Es increíble cómo David tuvo la comprensión y visión
profética para adelantarse a su época y ver que esto es
precisamente lo que Dios había planeado hacer. En el Libro de
21
los Romanos, el apóstol Pablo usó una palabra que David
también utilizó en su Salmo de arrepentimiento (Salmos 51:4).
Esa palabra es “justificado”. Podemos parafrasear esta
palabra de la siguiente forma: “como si nunca hubiese
pecado”. Dios puede hacer que nuestro pecado sea como si
nunca lo hubiéramos cometido. Puede borrarlo como si nunca se
hubiera producido. Puede “despecar” nuestro pecado. Puede
responder a la petición de David.
La buena noticia del evangelio es que Jesús no vino para
las buenas personas; vino a buscar a las malas. No murió por
las buenas personas; murió por las malas personas. “Los sanos
no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (Mateo
9:12). Así que, si usted es una mala persona, el evangelio
está dirigido a usted. Toda la vida y el ministerio de Jesús
fueron ideados teniéndolo en cuenta a usted.
Me sorprende la cantidad de personas que hace años que
creen en el evangelio, pero, como están deprimidas, acuden a
su pastor; y cuando él interviene, buscando la causa de su
depresión, encuentra en las vidas de estas personas un pecado
que ellas creen que Dios no les perdonará. Creen que Dios
nunca antes ha visto ese pecado en particular. No importa
cuál sea su pecado; Dios lo ha perdonado ya miles de veces.
El único pecado que Dios no perdona es el de la
incredulidad. Si el origen de su depresión es espiritual,
porque usted está abrumado por la culpa, y usted cree en el
evangelio, eso solucionará el problema de su depresión. Si el
Maligno lo ha convencido de que ha cometido “el pecado
imperdonable”, o un pecado tan terrible que ni siquiera Dios
puede perdonarlo, derrótelo aceptando el regalo de la fe y
crea el evangelio.
Hay recetas aún más potentes escritas en la Biblia
cuando el origen de la depresión está en el ámbito de la
22
guerra espiritual. Jesús enseñó que debemos orar cada día:
“Líbranos del mal” (Mateo 6:13). Algunas veces, este mal
puede ser llamado “opresión”, con lo cual me refiero a que el
origen de la depresión es la opresión del Enemigo, del diablo
y sus demonios. Cuando Jesús dijo: “Mi alma está muy triste,
hasta la muerte”, el origen de esa tristeza, sin duda, era la
opresión. El Maligno no quería que Él fuera a la cruz. Si el
origen de su depresión es la opresión, ¿cuál es la receta?
Sin duda, debe ser la liberación del Cristo vivo, por la cual
Jesús nos indicó que oráramos cada día como discípulos suyos.
Supongamos que hay personas en un hospital psiquiátrico
cuyo problema es una opresión espiritual. ¿Se sanarán
simplemente porque se aplique medicación a sus síntomas?
¿Cómo podrán lograr la cura de su depresión, si esta es
causada por una opresión espiritual, y quienes los tratan ni
siquiera reconocen la realidad de su problema y la única cura
para ese problema? Hay casos en que la solución debe ser
espiritual, porque el origen del problema es espiritual.
Observemos con cuánta frecuencia la Biblia habla del
gozo del Señor. ¿Por qué diría Nehemías, y muchos otros en el
Antiguo Testamento: “El gozo del Señor es la fuerza de su
pueblo”? El fruto del Espíritu Santo es amor y... ¿Qué viene
después? ¡Gozo!
Uno de mis autores preferidos escribió: “El dolor y el
sufrimiento son inevitables, pero, para un creyente, sentirse
miserable es opcional”. ¿Sabe por qué es esto? Porque el
creyente tiene al Espíritu Santo, y el fruto del Espíritu es
gozo. Este gozo ha sido llamado “una felicidad sin sentido”,
porque es una felicidad que no depende de lo que nos sucede.
¿Es posible que el Espíritu Santo nos dé gozo, un gozo que
pueda superar a la depresión?
23
El profeta Isaías predicó: “Que a los que lloran [...]
se les dé [...] manto de alabanza en lugar de espíritu
abatido” (Isaías 61:3, La Biblia de las Américas). ¡Qué
perspectiva tan clara! Si usted tiene un espíritu abatido, si
está deprimido, pruebe con esto: Alabe a Dios, de todas
formas. Comience a alabarlo, aunque no tenga ganas; aunque se
sienta como si hubiera dejado de respirar, pero no pudiera
morir. ¡Comience a alabar a Dios! ¡Lo desafío a intentarlo!
Las soluciones espirituales y bíblicas que he compartido
son un mensaje que los profetas y la Iglesia vienen
predicando desde hace miles de años. Le recuerdo una vez más
que es cruel recetar soluciones espirituales, psicológicas o
emocionales para una depresión que tiene un origen físico o
causas físicas y una solución médica. Pero si la depresión es
de origen espiritual, no tenga dudas de que las recetas
espirituales de Dios siempre serán efectivas.
24
Capítulo 4
Receta para la sanidad interior
Hace muchos años, un hombre llamado John Quincy Adams1
estaba cruzando la calle. Estaba tan mal de salud que le
llevó cinco minutos llegar al otro lado. Un amigo que pasaba
por allí le preguntó: “¿Cómo está John Quincy Adams esta
mañana?”. Él respondió: “John Quincy Adams está muy bien. La
casa en que vive está en un estado triste y lamentable. La
verdad es que está tan mal que John Quincy Adams quizá tenga
que dejarla muy pronto... pero John Quincy Adams está muy
bien, gracias”.
Este hombre tenía una teología muy acertada. Hacer una
distinción clara entre el hombre interior (nuestro hombre
espiritual, que es eterno) y el hombre exterior (el cuerpo,
que es temporal), y valorar claramente al hombre interior por
sobre el exterior es una parte vital de los valores eternos
que el apóstol Pablo nos comparte en sus inspirados escritos.
La salud de nuestro hombre interior, espiritual, es un valor
más importante que la salud del hombre exterior, físico.
Podemos experimentar sanidad interior como resultado directo
de nuestra salvación. Nuestra propia fe personal en el
evangelio puede darnos esa sanidad interior de la salvación.
La seguridad de haber sido perdonados, y la experiencia del
nuevo nacimiento, que nos convierte en nuevas criaturas de
adentro hacia fuera, por medio de, en, y para Cristo,
deberían producir una experiencia milagrosa de sanidad
interior (2 Corintios 5:17,18).
Las enfermedades psicosomáticas son enfermedades del
cuerpo (del griego soma) que tienen origen en la mente, o el
alma (del griego psique). Dos de las causas más importantes 1 El sexto Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.
25
de enfermedades psicosomáticas son la culpa y la ira
vengadora. Por tanto, dos de las principales dimensiones de
la sanidad espiritual, o sanidad de las enfermedades
psicosomáticas, son el perdón y la gracia para perdonar. Uno
de mis mentores llamaba a estas dos terapias espirituales “la
sanidad de los recuerdos”.
El canónigo James Glennon, de Sidney, Australia, acuñó
una nueva expresión. En su libro sobre la sanidad, en un
capítulo sobre la sanidad interior, utilizó la expresión
“falta de perdón”. Glennon escribe: “El mayor obstáculo para
la sanidad interior es la falta de perdón. Podemos
experimentar la falta de perdón porque nos falta la seguridad
del perdón de Dios o el perdón de las personas contra las
cuales hemos pecado. El origen de nuestra falta de perdón
puede ser, también, que no perdonemos a las personas que han
pecado contra nosotros”.
Consideremos la perfecta sabiduría de nuestro Señor, que
enseñó a sus discípulos a orar todos los días, diciendo: “Y
perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos
a nuestros deudores” (Mateo 6:12). Los eruditos en el idioma
griego dicen que la petición de perdón en el Padrenuestro
podría traducirse en forma más exacta como: “Perdónanos
nuestros pecados, así como nosotros ya hemos perdonado a los
que pecaron contra nosotros”.
Esta visión de la enseñanza de nuestro Señor sobre el
perdón presenta un gran desafío a las personas que han
sufrido abusos. He oído a víctimas de abusos extremos
confesar que su odio y su deseo de venganza solo sirvieron
para alimentar su trauma emocional, y que ese odio y esa ira
retrasaron su sanidad interior. Estas personas confesaron que
su sanidad interior solo pudo comenzar cuando fue quitado el
obstáculo de la falta de perdón. ¿Cree usted que Jesús sabía
26
eso cuando hizo de la reconciliación y el perdón una parte
vital de su receta para la oración y la sanidad interior?
Cuando pecamos, debemos mirar hacia arriba y creer el
primer hecho del evangelio, que es la buena noticia de que
Dios perdona nuestros pecados, porque Jesús murió por
nuestros pecados. Después, debemos mirar a nuestro alrededor,
perdonar a quienes han pecado contra nosotros y pedir perdón
a aquellos contra quienes hemos pecado. También necesitamos
mirar dentro de nuestro propio corazón y perdonarnos a
nosotros mismos. Perdonarnos a nosotros mismos cuando hemos
pecado terriblemente es la parte más difícil del perdón.
Cuando confesamos nuestros pecados y colocamos nuestra
confianza en la muerte de Jesucristo en la cruz para el
perdón de nuestros pecados, debemos olvidar lo que Dios
olvida y recordar lo que Dios recuerda. Dios perdona y olvida
nuestros pecados. Tenemos la Palabra de Dios en cuanto a
esto.
En el Nuevo Testamento se nos indica que confesemos
nuestros pecados y se nos promete que “Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). En el Antiguo
Testamento, Dios nos dice claramente: “Perdonaré la maldad de
ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:34).
Pero Dios recuerda que somos pecadores. Nosotros lo
olvidamos. Esta es, al menos, una de las razones por las que
volvemos a caer en pecado una y otra vez. Cuando confesamos
nuestros pecados, demostramos que nuestra fe tiene fallas
cuando recordamos nuestros pecados y llevamos la mochila de
la culpa sobre nuestros hombros mucho tiempo después de que
Dios ha perdonado y olvidado nuestro pecado.
Una vez escuché una historia sobre un prelado de París
al que le comentaron que en su comunidad espiritual había una
27
monja que decía que hablaba con Jesús todas las noches. La
monja fue llamada a comparecer ante la autoridad eclesiástica
y, cuando le confirmó el rumor, el prelado le dijo: “La
próxima vez que Jesús hable contigo, pregúntale: ‘¿Cuál fue
el pecado que Monseñor cometió en París antes de convertirse
en sacerdote?’”.
Varios días después, la monja solicitó otra audiencia
con el prelado, y este le preguntó: “¿Has hablado con Jesús
nuevamente, hija mía?”. La monja respondió: “Sí, santo
padre”. “¿Le hiciste a Jesús la pregunta que te indiqué?”. La
monja dijo que, efectivamente, se la había hecho. Entonces,
el prelado le preguntó: “¿Y qué te dijo Jesús?”. La monja
respondió: “Jesús me dijo que le dijera que no lo recordaba”.
Si creemos en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento,
esa es la respuesta que debemos esperar oír ante la pregunta
del prelado. ¿Es esa la respuesta que usted esperaba oír?
Cuando aplicamos el evangelio de salvación a nuestros
pecados, sencillamente debemos disciplinarnos para recordar
lo que Dios recuerda y olvidar lo que Dios olvida. Debemos
implementar esa disciplina espiritual y recibir la seguridad
del perdón en las tres direcciones que he mencionado.
Quisiera repetirlas: Debemos mirar hacia arriba, para recibir
el perdón de Dios. Debemos mirar a nuestro alrededor para
perdonar a los demás como Dios nos ha perdonado y también
recibir su perdón cuando hemos pecado contra ellos.
Finalmente, debemos mirar dentro de nosotros mismos y
perdonarnos.
La combinación de estas dos disciplinas espirituales
producirá sanidad interior, lo cual nos convencerá de que la
salvación nos lleva a una sanidad interior que es más
importante que la sanidad física.
28
Capítulo 5
Receta para la salvación
Toda cultura, toda religión en todo el mundo trata de
ofrecer recetas para la mayor necesidad del hombre: la
necesidad de salvación eterna y personal. La Palabra de Dios
nos dice que Dios amó de tal manera al mundo que envió a Su
Hijo para que fuera el Salvador del mundo; y, cuando estuvo
aquí, su Hijo nos dijo que había venido al mundo para
salvarlo (Juan 3:16-18). El Salvador que murió en una cruz
por nuestra salvación también nos dio una receta que nos
muestra cómo aplicar esa salvación en forma personal.
La historia, o una buena enciclopedia, nos cuentan sobre
las siete maravillas del mundo antiguo, las siete maravillas
del mundo moderno, y las siete maravillas naturales del
mundo. La Biblia nos dice que la dimensión más importante de
la vida es la espiritual, y que las verdaderas maravillas de
este mundo son las Siete Maravillas Espirituales del Mundo.
El diseño más grande del mundo
La primera maravilla espiritual es el diseño más grande
del mundo. Las personas que estudian este mundo a través de
un telescopio o un microscopio están intrigadas por el diseño
y el orden asombrosos que hay en él. El diseño y el orden que
vemos en las cosas grandes y en las cosas pequeñas de este
mundo son majestuosos, hermosos y complejos. Cuando
consideramos el diseño fenomenal del macrocosmos y el
microcosmos, se requiere más fe para creer que este mundo
simplemente “apareció por accidente” que para creer que hay
un Arquitecto y un Creador de todo lo que podemos ver. Las
personas de fe creen que el diseño espectacular que
29
observamos en todo el mundo que nos rodea es la firma de Dios
escrita sobre la tela de su creación.
Un diccionario define la palabra “yo” de esta forma: “la
singularidad, la individualidad de una persona dada que la
hace distinta de toda otra persona”. En la versión New
English Bible (inglesa), Jesús aparece haciendo estas
preguntas: “¿Qué consigue un hombre si gana todo el mundo a
costa de su verdadero yo? ¿Qué puede dar para volver a
comprar ese yo?”. El Dios Todopoderoso nos ha creado, a usted
y a mí, con una individualidad potencial que puede hacernos
diferentes de todo otro ser humano de la tierra. Jesús nos
está diciendo que no debemos cambiar nuestro verdadero yo, la
identidad que Dios nos ha dado, ni por todo el mundo.
Dios es el Arquitecto y el Creador de este mundo, y
también de usted y de mí. Es propio del carácter de Dios que
creamos que Él tiene un propósito deliberado para todo lo que
diseña y crea. El diseño único que Dios nos dice que tiene
para cada vida humana individual ¡es el diseño más grande del
mundo!
Un indicio de que nuestra individualidad ha sido
diseñada y planeada es el hecho de que cada uno de los más de
seis mil millones de seres humanos que vivimos hoy aquí en la
tierra tenemos huellas digitales, registros de voz y ADN
únicos. Hay sesenta mil millones de dedos en la tierra hoy, y
cada uno de esos dedos tiene una huella digital única. La
profunda afirmación bíblica de que Dios tiene un diseño único
para las seis mil millones de vidas que se están
desarrollando en la tierra hoy, que tuvo un plan similar para
todos los que vivieron antes de nosotros, y que tendrá un
plan similar para todos los que nos sigan, es una de las
maravillas espirituales del mundo. (Marcos 8:36,37, Salmos
139;16, Jeremías 1:5, Romanos 12:1,2).
30
El divorcio más grande del mundo
Tal vez usted se esté preguntando: “¿Cómo es posible que
exista un Dios, un orden y un diseño, detrás de un mundo como
el nuestro, lleno de alienación, divorcios, familias
fracturadas, crímenes, homicidios, armas nucleares y
biológicas de destrucción masiva, guerras, refugiados,
disturbios, enfermedades incurables y problemas
desconcertantes y agobiantes que nos confunden y nos abruman
completamente? Si Dios tiene un diseño para todo y para
todos, ¿por qué está nuestro mundo tan lleno de un
sufrimiento que parece significar que los sucesos de nuestras
vidas no están planeados, sino que han sido asignados por
alguna especie de caos aleatorio? ¿Por qué hay tantas
personas en este mundo que sufren y que están deprimidas,
confundidas, alienadas, solitarias e infelices?”.
La Biblia responde estas preguntas. No encontraremos un
punto de vista sobre la vida más realista ni mejores
respuestas a estas preguntas que en la Palabra de Dios. Ella
nos dice que Dios desea que vivamos según su diseño para la
vida del ser humano. Pero también nos ha dado la libertad de
aceptar o rechazar la posibilidad de tener una relación con
nuestro Creador y su diseño para nuestra vida. Podemos usar
esta libertad que Dios nos ha dado para seguir nuestros
propios caminos egoístas, para hacer nuestra voluntad y
declarar nuestra independencia de Él. Podemos divorciarnos de
Dios y de su diseño para nuestra vida.
La dura realidad de que Dios nos crea con la libertad de
tomar decisiones incorrectas y después nos permite
divorciarnos de nuestro Creador y de su plan para nuestras
vidas convierte a este divorcio epidémico entre nosotros y
nuestro Dios en el divorcio más grande del mundo, y una de
31
las maravillas espirituales del mundo. La reconciliación de
ese divorcio es el tema de la Biblia. (Génesis 3, Isaías
53:6, Juan 3:19, Romanos 1:24,26,28, 3:23).
El dilema más grande del mundo
El Dios revelado en la Biblia, que es la esencia del
amor perfecto, desea ardientemente tener una relación de amor
con sus hijos. Sin embargo, este Dios de la Biblia es también
un Dios santo, la esencia de la justicia perfecta. Las
descripciones bíblicas del carácter de Dios nos dan una norma
absoluta con la cual podemos medir lo que está bien y lo que
está mal en nuestro mundo. No hay forma de que un Dios
amoroso y santo pueda pasar por alto el divorcio más grande
del mundo.
Dado que Dios es el Padre celestial perfecto, en cierto
sentido se enfrenta a un dilema que es muy similar al que
enfrentan muchos padres. Cuando nosotros, como padres,
queremos tener una relación de amor con nuestros hijos
rebeldes, ¿cómo les demostramos un amor y una aceptación
piadosos e incondicionales sin violar lo que creemos y les
hemos enseñado que es lo correcto?
Del mismo modo, ¿cómo puede nuestro Dios, cuyo carácter
es la esencia del amor perfecto y la justicia perfecta,
responder de una forma que sea coherente con su carácter
esencial a nuestra actitud de solicitarle el divorcio? Ese es
el dilema más grande del mundo, y otra de las maravillas
espirituales del mundo. (Génesis 3:8-13, Lucas 15:11-24,
Hebreos 12:5-11, Apocalipsis 3:19,20).
La declaración más grande del mundo
La declaración más grande del mundo es la declaración
más importante de la Biblia, que proclama que Dios resolvió
32
el dilema más grande del mundo y el divorcio más grande del
mundo. En la Biblia encontrará la declaración más grande de
Jesús: que Él, el Hijo unigénito de Dios, al morir en la
cruz, ofreció la única solución de Dios para el problema del
pecado, y la única salvación de Dios para el pecado a este
mundo pecaminoso, alienado y doliente en general, y a cada
ser humano en particular.
El mensaje de la Biblia es la Buena Noticia de que,
cuando Jesús murió en la cruz, Dios hizo algo que era
coherente con su amor perfecto y su justicia perfecta. Cuando
Jesús murió en la cruz, Dios cargó sobre su único Hijo amado
todo el castigo que los seres humanos realmente merecíamos
por nuestros pecados. De esta forma, Dios ejerció y satisfizo
su justicia perfecta. Dios ciertamente expresó su amor
perfecto cuando Jesús murió en la cruz y, sobre todo, al
hacerlo, Jesús nos permitió acceder a la única forma de poder
resolver nuestro divorcio de Dios.
Esta es la forma en que Jesús comunicó la base y la idea
central de su gran declaración: “Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
La declaración más grande del mundo convierte a la cruz de
Jesucristo en la maravilla espiritual más importante del
mundo. (Juan 3:14-21, Mateo 20:28, Isaías 53:5, 1 Pedro 2:24,
2 Corintios 5:18-21).
La decisión más grande del mundo
Jesús puso en perspectiva la decisión más grande del
mundo para nosotros cuando nos dijo a cada uno que debíamos
creer personalmente en la declaración más grande del mundo.
Inmediatamente después de proclamar que Él era el único
Salvador dado por Dios, y hablando de sí mismo, Jesús dijo:
33
“El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya
ha sido condenado, porque no ha creído... Y esta es la
condenación...” (Juan 3:18,19).
La decisión de creer en la declaración más grande de
Jesús tiene que ser la decisión más grande del mundo, porque,
según Él, si creemos en su declaración, hemos resuelto el
problema de nuestro pecado que nos divorciaba de Dios. Sin
embargo, si no creemos en Él, somos condenados, precisamente,
porque no creemos en la Buena Noticia que fue proclamada por
Jesús. Si la decisión que tomamos de creer en la gran
declaración de Jesús es la diferencia entre nuestra
condenación eterna y nuestra salvación, entonces esa decisión
de creer o no creer es la decisión más grande del mundo, y
otra de las maravillas espirituales del mundo. (Juan 3:16-19,
1:12, Hechos 16:30-32, Romanos 10:9-10).
La dirección más grande del mundo
Si usted sigue la lógica de mi razonamiento, es muy
probable que se esté preguntando: “¿Cómo puedo saber cuándo
he tomado la decisión más grande del mundo?”. Jesús contestó
esa pregunta por usted cuando pronunció esta palabra:
“Sígueme”. El espíritu del pacto con el que Jesús desafió a
los que decían creer en Él era: “Sígueme y te haré...” En
esencia, Jesús estaba diciendo: “Sígueme. Esa es tu parte. Yo
te haré. Esta es mi parte. Tú sígueme. Esa es tu
responsabilidad. Yo te haré. Esta es mi responsabilidad”.
Esas breves frases son mi paráfrasis del contrato verbal con
el cual Jesús daba inicio al viaje espiritual de fe de
aquellos que lo seguían.
Cuando usted toma la decisión de creer y asume el
compromiso de seguir a Jesús, si alguien pudiera mostrarle lo
que estará haciendo dentro de veinte años, se llevaría una
34
gran sorpresa. Lo que puede parecerle imposible en el punto
de partida de su viaje de fe es posible, porque Jesús siempre
cumplirá su parte cuando usted cree en Él y asume el
compromiso de convertirse en un verdadero discípulo suyo y
seguirlo.
Cuando las personas que le decían a Jesús que creían en
Él oían esa palabra y sopesaban el pacto con el que los
desafiaba, pronto descubrían que seguir a Jesús significaba
que tenían que apartarse de sus pecados, entregarle sus vidas
incondicionalmente, y seguirlo. Muchas de las personas que
dijeron a Jesús que creían en Él no estaban dispuestas a
validar su fe entregándose incondicionalmente a Él ni estaban
dispuestas a seguirlo según sus condiciones.
Sin embargo, la minoría comprometida que sí asumió el
compromiso de creer en Jesús y seguirlo también descubrió
algo. Los auténticos discípulos de Jesucristo hicieron el
emocionante descubrimiento de que seguir a Jesús daba
significado, definición, dirección, propósito y valor a sus
vidas. Las personas que dicen creer en Jesús y que están
dispuestas a asumir el compromiso de seguirlo siempre
descubrirán que la dirección de seguirlo es la dirección más
grande del mundo.
Si usted observa cuidadosamente los cambios drásticos
que se producen en las vidas de los que profesan creer en
Jesús y verdaderamente lo siguen, y la falta de cambio en las
vidas de los que profesan creer pero no lo siguen
verdaderamente, le resultará obvio que la dirección de seguir
a Jesús es otra maravilla espiritual vital del mundo. Cuando
usted tome la decisión de creer en Jesús y seguirlo, y Él lo
convierta en todo aquello para lo que lo salvó, habrá probado
personalmente que la dirección más grande de la vida es la
35
dirección de seguir a Jesús. (Mateo 4:19, Apocalipsis 1.5,6,
Juan 8:30-36, Lucas 5:1-11).
La dinámica más grande del mundo
Si bien la muerte de Jesucristo es la maravilla
espiritual más importante del mundo, la verdad más
emocionante acerca de Él en el Nuevo Testamento es esta misma
Buena Noticia que, según el Libro de los Hechos, fue
predicada por todos los apóstoles: ¡Jesucristo resucitó de
los muertos!
El Cristo resucitado vive hoy en la tierra, en sus
discípulos. Él es el responsable de todos los cambios en sus
vidas. El Cristo viviente es también la Fuente de Poder, el
responsable del impacto y la influencia de sus discípulos en
todo el mundo y en cada generación. El Cristo resucitado, que
vive su vida en y a través de sus verdaderos discípulos, es
la Dinámica más grande del mundo. ¡El hecho de que el mismo
Cristo resucitado quiera vivir su vida en y a través de
personas como usted y yo, hoy, es una de las grandes
maravillas espirituales del mundo!
Según Jesús, aquellos que experimentan esta gran
dinámica han “nacido de nuevo”. Si usted no ha nacido de
nuevo, tome la decisión de creer en Jesucristo y asuma el
compromiso de dirigirse en la gran dirección de seguir a
Jesús, que es la parte que usted debe hacer. Cuando dé estos
dos importantes pasos, descubrirá que, entonces, el Cristo
resucitado y viviente dirigirá su vida y le dará poder, que
es la parte y la promesa que le corresponde a Él. Entregue su
vida al control y a la dirección de Cristo. En el tiempo y la
forma que Él desee, usted nacerá de nuevo. También recuperará
ese gran diseño que Dios siempre ha deseado para su vida, que
para usted es el diseño más grande del mundo.
36
Cuando usted asuma el compromiso de creer en Jesús y
seguirlo, y cuando viva su vida según el diseño que Dios
tiene para ella, no habrá nadie en la tierra como usted. La
vida que viva como seguidor de Jesucristo se destacará por
una hermosa diversidad. La belleza de la diversidad de su
nueva vida en Cristo sobrepasará en mucho la hermosa
diversidad de sus huellas digitales, su registro de voz o su
ADN.
¿Quiere nacer de nuevo? ¿Está dispuesto a tomar la
decisión más grande del mundo y creer en la gran declaración
de Jesucristo? ¿Está dispuesto a entregarle su vida
incondicionalmente? ¿Ha decidido que ahora quiere recibir la
dinámica más grande del mundo y asumir el compromiso de
comenzar a avanzar en la dirección de seguir a Jesús? Si
quiere comenzar su viaje espiritual de fe con Jesús, haga la
siguiente oración a Dios, sinceramente y desde su corazón:
“Amado Padre celestial, confieso que soy un pecador y
confío en tu Hijo, Jesucristo, para que sea mi Salvador.
Pongo toda mi confianza en su muerte en la cruz y en su
resurrección de los muertos para el perdón de cada uno de mis
pecados. Ahora renuncio a todos mis pecados y me aparto de
ellos. Quiero reconciliarme de mi divorcio de ti. Aquí y
ahora, declaro que Jesucristo es mi Señor y Salvador, y
entrego mi vida incondicionalmente a su control y dirección.
Pon mi vida en alineación perfecta con ese gran diseño que
siempre has deseado para mi vida. Ayúdame a seguir a tu Hijo,
Jesucristo, a confiar en su poder y autoridad, a vivir para
exaltarlo, y para tu gloria. Gracias por proveer una
salvación tan grande y eterna para mí. Amén”. (Juan 3:3-8,
1:12,13, Pedro 1:22-3:3, Filipenses 1:6, 2:13, Efesios 2:8-
10).
37
Si usted ha repetido esta oración, dígaselo a alguien y
luego póngase en contacto con nosotros. Tenemos más
literatura útil que lo ayudará al comenzar su viaje de fe
siguiendo a Jesucristo (Hechos 2:21, 16:30,31, Romanos 10:8-
13).
38
Capítulo 6
Receta para la adversidad
Escuche estas palabras del Señor Jesús en el final de su
más grande discurso, el Sermón del Monte: “Cualquiera, pues,
que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un
hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió
lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon
contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre
la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las
hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa
sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y
soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y
cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7:24-27).
Supongamos que usted es un gran artista, y yo le doy
tela, pinturas, pinceles y todo lo necesario para hacer un
hermoso cuadro. Entonces yo pronuncio la palabra “vida” y le
digo que pinte cualquier cosa que le venga a la mente cuando
escuche esa palabra. ¿Qué pintaría?
Cuando concluyó su Sermón del Monte, Jesús pintó este
retrato de la vida: Dos casas contiguas, que son atacadas por
sendas tormentas. Eso es la vida, según Jesús. En su retrato
de la vida, Jesús señala que estas casas parecen iguales...
hasta que llegan las tormentas. Entonces descubrimos que las
casas no son iguales. Una de ellas cae con gran estruendo,
pero la otra, no. La diferencia es que la casa que cayó había
sido construida sin fundamentos, mientras que la que no cayó
estaba construida sobre una base firme, de roca.
Si un joven pintara su propio retrato de la vida, quizá
el cuadro sería idealista, como, por ejemplo, una persona
surfeando en la cresta de una gran ola. El retrato pintado
por sus padres o abuelos podría ser más pesimista, como, por
39
ejemplo, una persona en un bote que se hunde a 80 kilómetros
de la costa, sin ayuda a la vista. El retrato de la vida que
pinta Jesús no es ni pesimista ni optimista. Es realista. La
vida es dura. La vida es tormentosa, según Jesús. Y según el
retrato de la vida que Él pinta, nadie está a salvo de las
tormentas de la vida... especialmente los seguidores de
Jesús.
Algunos devotos seguidores de Jesús, cuando experimentan
tormentas, creen que a ellos no debería sucederles, porque
son discípulos comprometidos de Jesucristo. Hay una teología
muy popular en la actualidad, llamada “teología de la
prosperidad”, que enseña que el pueblo de Dios jamás debería
sufrir ni enfermarse, y siempre debería prosperar, estar sano
y hasta llegar a ser rico. Muchos reciben la enseñanza de que
Jesús les prometió una vida libre de toda clase de
adversidad. Están convencidos de que la vida no debe ser
difícil para un creyente, y de que cuando ellos decidieron
creer en Jesús y seguirlo, recibieron inmunidad contra las
tormentas de la vida.
Jesús destruye este mito con su conclusión del Sermón
del Monte. En esta conclusión, también hace una profunda
declaración sobre las consecuencias de la adversidad. Jesús
enseñó que muchas personas creen que la vida que Él promete a
sus seguidores comienza con una ancha puerta, seguida de un
amplio y sencillo camino. Pero eso no es cierto. Jesús enseñó
que ese enfoque “amplio” y fácil de la vida lleva a la
destrucción (Mateo 7:13).
Mientras enseñaba esta misma metáfora, Jesús prometió
que sus discípulos descubrirían que la calidad de vida que Él
promete comienza con una puerta estrecha, seguida de un
camino difícil y disciplinado. Pero también prometió que la
vida difícil y disciplinada de un discípulo suyo llevaría a
40
la vida abundante que prometió a quienes lo siguen (Juan
10:10). Jesús era lo suficientemente realista como para
enseñar que solo unos pocos lo seguirían a Él y encontrarían
esta calidad de vida.
Una lectura cuidadosa del Nuevo Testamento y de la
historia de la Iglesia demuestra que los pocos que siguieron
a Jesús descubrieron, verdaderamente, esa calidad de vida
cuando tomaron el compromiso de seguir a Jesús por la puerta
estrecha y recorrer el camino disciplinado y difícil del
discipulado, cumpliendo las condiciones que marcó Jesús.
Una fórmula para la adversidad
Generalmente, las personas creen que la adversidad que
enfrentan es causa directa de las consecuencias que viven. Es
común escuchar afirmaciones como: “Perdí mi trabajo y estoy
deprimido. Tan deprimido que estoy pensando en suicidarme”.
Básicamente, están diciendo: “La adversidad que sufro es la
causa directa de la depresión emocional que experimento”.
La enseñanza de Jesús que hemos visto difiere de esta
perspectiva. La adversidad no lleva directamente a
consecuencias emocionales o de otro tipo, según Jesús. Él nos
presenta a dos hombres que enfrentan exactamente la misma
adversidad. Usa las mismas palabras para describir en qué
consiste esa adversidad: descendió lluvia, vinieron ríos y
soplaron vientos contra las dos casas que representan las
vidas de estos dos hombres. En ambos casos sucede exactamente
lo mismo, pero las consecuencias son opuestas.
¿Ha observado usted con cuánta frecuencia Jesús
contradecía el sistema de creencias de sus discípulos,
mientras les enseñaba acerca de la fe? Esta gran metáfora de
las tormentas, al final de Mateo capítulo siete, es seguida,
en el capítulo ocho, por otra historia de una tormenta:
41
“Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, mandó pasar al otro
lado. [...] Y entrando él en la barca, sus discípulos le
siguieron. Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad
tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y
vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor,
sálvanos, que perecemos! El les dijo: ¿Por qué teméis,
hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los
vientos y al mar; y se hizo grande bonanza” (Mateo 8:18, 23-
26).
Hace muchos años que esta historia me fascina. Comienza
con una gran tormenta, y termina con una gran calma. Entre la
gran tormenta y la gran calma, hay una gran pregunta. En el
relato del mismo incidente que hace Lucas, la pregunta es:
“¿Dónde está vuestra fe?” (8:25). Una traducción bíblica la
presenta de esta forma: “¿Cuándo comenzaréis a creer en mí?”.
La esencia de esta gran pregunta acerca de la fe es: “¿Cómo
se relaciona vuestra fe con esta tormenta?”. Jesús estaba
desafiando, sin duda, el sistema de creencias de sus
apóstoles.
Los antiguos padres de la Iglesia veían muchas alegorías
en la Biblia. Cuando consideraban que una historia bíblica
era una alegoría, esto no significaba que la consideraran un
mito. Ellos definían una alegoría como una historia en la que
las personas, los lugares y las cosas tienen un significado
más profundo, que nos instruye espiritualmente.
Ellos consideraban que esta historia era una alegoría de
la Iglesia, del pueblo redimido por Dios. Cuando dice que
Jesús “mandó pasar al otro lado” (v. 18), es una imagen del
Señor llevándonos al otro lado, es decir, a la eternidad. Es
una alegoría que muestra a Jesús en la barca con nosotros,
mientras todos viajamos al “otro lado”. Jesús también nos
enseña que la vida es difícil, y que podemos tener muchas
42
tormentas en el camino al otro lado. Algunos creen que Jesús
enseña que la vida misma es una tormenta que debemos
atravesar mientras viajamos de esta vida a nuestra vida
eterna en el cielo.
Hay otra historia acerca de una tormenta en el Evangelio
de Mateo. Leemos que, en esa ocasión, Jesús había dicho a los
discípulos que entraran al bote y pasaran antes que Él al
otro lado del Mar de Galilea. Después de despedir a las cinco
mil familias hambrientas que acababa de alimentar, se retiró
a la montaña, en soledad, para orar (Mateo 14:22-33).
Cuando llegó la noche, Él aún estaba allí solo, pero la
barca estaba ahora a una distancia considerable de la orilla,
azotada por las olas, porque una de esas repentinas tormentas
por las cuales ese mar ha cobrado tan mala fama se había
lanzado sobre ella. Durante la cuarta vigilia de la noche
(alrededor de las cuatro de la madrugada), Jesús se dirigió
hacia la barca caminando sobre el agua. Cuando los apóstoles
lo vieron andar sobre el mar, quedaron aterrados. El texto
griego original nos dice que estos veteranos pescadores
lanzaron alaridos de terror cuando vieron a Jesús caminando
sobre el agua en medio de esa terrible tormenta. Jesús les
dijo que no tuvieran miedo: “Yo soy”.
Pedro dijo: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti
sobre las aguas”. Jesús le hizo la invitación, y Pedro salió
de la barca y caminó sobre el agua en dirección a Él. Pero
cuando vio el viento, tuvo miedo y, al comenzar a hundirse,
gritó: “¡Señor, sálvame!”. Inmediatamente, Jesús extendió su
mano y lo atrapó. “Hombre de poca fe -le dijo- ¿por qué
dudaste?”. Cuando ambos estuvieron a salvo dentro de la
barca, el viento se calmó, y esta gran tormenta también se
convirtió en una gran calma.
43
Hay momentos, en nuestro ministerio y en nuestra misión
como enviados, en que Él nos llama a “caminar sobre el agua”.
Cuando reciba la indicación de caminar sobre las aguas, de
hacer lo imposible, asegúrese de que es el Señor quien se lo
indica, y asegúrese muy bien de que lo haya invitado a
caminar sobre esas aguas. Si no se cumplen estas dos
condiciones... usted tragará mucha agua.
Pero Pedro aprendió una cosa más con respecto a caminar
sobre el agua. Tenía que mantener sus ojos fijos en el Señor.
Leemos que “al ver el fuerte viento...” Pedro, en realidad,
no vio el viento, y lo mismo nos sucede a nosotros cuando
quitamos nuestros ojos de Jesús. Vemos cosas que no están
ahí. Comenzamos a concentrarnos en los “qué sucedería si...”
de la vida. Pedro sí vio las olas del mar en medio de la
tormenta. Cuando Pedro gritó al Señor que lo salvara,
inmediatamente, Jesús extendió su mano, lo atrapó y le puso
un sobrenombre. Ya le había puesto el sobrenombre de “Pedro”.
Cuando conoció a Jesús, su nombre era Simón, y Jesús lo llamó
“Pedro”. Pedro era inestable cuando conoció a Jesús, pero Él
lo llamó “Pedro” (piedra) durante tres años, hasta que llegó
a ser estable como una piedra. Aquí, Jesús le puso otro
sobrenombre: “Hombre de poca fe”. Creo que Jesús tenía un
gran sentido del humor y que sonreía al ponerle estos
sobrenombres a Pedro.
Cuando Jesús le pregunta a Pedro “¿Por qué dudaste?”, en
griego, literalmente, dice: “¿Por qué lo pensaste dos veces,
Pedro?”. La aplicación personal es que una vez que sabemos
que es el Señor y que Él nos está llamando a andar sobre el
agua -a hacer lo que otros creerían imposible-, no debemos
pensarlo dos veces. Cuando Jesús tomó a Pedro de la mano y le
dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”, creo que
44
estaba sonriendo y diciéndole, básicamente: “Casi lo
lograbas, Pedro. ¿Por qué lo pensaste dos veces?”.
¿Cómo cree usted que llegaron a la barca? ¿Le parece que
Jesús habrá llevado a Pedro en sus brazos, como a un bebé, o
cree que Pedro habrá caminado sobre el agua junto con Jesús
hasta llegar a la barca? Es interesante preguntárselo. Esto
es más que el relato de un gran milagro. Estoy de acuerdo con
los padres de la Iglesia cuando ellos lo consideran una
alegoría de los enviados. Para ellos, es una alegoría que
muestra los desafíos que enfrenta la fe de aquellos que
“caminan sobre las aguas” con Jesús, en obediencia a su Gran
Comisión.
Un gran misionero y estadista llamó al milagro de las
cinco mil familias hambrientas que Jesús había alimentado
“una alegoría de la visión misionera de Jesús para el mundo”.
Las familias hambrientas representan al mundo con todas sus
necesidades. Jesús tomó el almuerzo de un niñito, lo partió y
lo bendijo. Después lo entregó en manos de los apóstoles y, a
través de ellos, a la multitud hambrienta. Si incluimos a
mujeres y niños, Jesús alimentó, quizás, a unas veinte mil
personas con el almuerzo de ese niñito, que probablemente
fueran solo cinco pequeñas galletas y dos sardinas.
Después de alimentar a la multitud, Jesús fue a la
montaña y oró hasta las cuatro de la mañana, aproximadamente.
¿Por qué cosas oró? Una vez más, es solo una conjetura, pero
creo que oró por el mundo representado por esa multitud a la
que había alimentado milagrosamente. Y creo que también oró
por esos doce hombres que estaban luchando contra la feroz
tormenta. Tengo esa convicción, porque su visión y su
estrategia misionera era que todo lo que tenía para darle a
este mundo necesitado iba a pasar por las manos de esos doce
hombres.
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En resumen
En la gran metáfora de la tormenta al final de su Sermón
del Monte y en estos dos relatos de tormentas, Jesús,
obviamente, nos está enseñando: “Miren, la vida tiene sus
tormentas. No pueden evitar estas tormentas, porque si
tuvieran inmunidad contra ellas, ustedes y su fe jamás
crecerían”.
La forma en que Jesús enseña y demuestra su receta
contra la adversidad es algo así: Debemos procesar las
adversidades que enfrentamos a través de nuestro sistema de
creencias. Podríamos decir que debemos procesar nuestra
adversidad a través de nuestra fe, a través de la oración, o
a través de toda la Biblia. Todas estas expresiones de fe son
parte de nuestro sistema de creencias.
Cuando caminamos sobre el agua con Jesús, llevando su
evangelio al mundo, se nos indica que nos acerquemos
osadamente al trono de gracia para obtener misericordia para
nuestras fallas y gracia para ayudarnos en momentos de
necesidad (Hebreos 4:16). Recibir la gracia que necesitamos
obviamente contribuye dinámicamente a nuestro crecimiento
espiritual. ¿Cuándo recibimos la gracia que nos hace crecer
espiritualmente? Cuando experimentamos estas tormentas y las
evaluamos a través del prisma de nuestros sistemas de
creencias. Entonces recibimos la gracia de Dios que nos hace
crecer espiritualmente.
El Cristo que vive en nosotros está vitalmente
comprometido con que usted y yo crezcamos espiritualmente. Es
por eso que permite y, algunas veces, también envía tormentas
a nuestras vidas. Siempre podemos contar con que la receta de
Jesús para la adversidad nos señalará el camino a través de
las tormentas para el crecimiento espiritual que Él desea que
46
experimentemos. Esto ocurre cuando Él permite que atravesemos
esas tormentas o dirige nuestro recorrido de fe a través de
ellas.
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Capítulo 7
Receta para el carácter
“Pedí ser fuerte para lograr muchas cosas; pero fui
hecho débil para que aprendiera a obedecer humildemente. Pedí
salud para hacer grandes cosas; pero recibí debilidad para
hacer mejores cosas. Pedí riqueza para poder ser feliz; pero
recibí pobreza, para ser sabio. Pedí poder para recibir las
alabanzas de los hombres; pero fui hecho débil para sentir la
necesidad de Dios. No recibí nada de lo que pedí, pero tengo
todo lo que había esperado. Casi a pesar de mí mismo, mis
silenciosas oraciones fueron contestadas y, entre todos los
hombres, soy el más bendecido”. Este poema fue escrito por un
soldado en 1862.
Una de las razones por las cuales nuestra vida y
nuestras oraciones son como las describe este soldado es que
Dios está totalmente dedicado a esto: Él quiere ver el
perfecto carácter de su Hijo desarrollarse en usted y en mí,
a través del poder del Cristo vivo y del Espíritu Santo. Él
permitirá que venga a nuestras vidas cualquier cosa que ayude
a desarrollar ese carácter en nosotros.
Ahora, leamos las profundas palabras de Jesús acerca de
cómo se forma el carácter. Al leerlas, tenga en cuenta que
Jesús simplemente está formulando en forma diferente la
receta para la adversidad que estudiamos en el capítulo
anterior: “Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los
escribas, que habían venido de Jerusalén; los cuales, viendo
a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos
inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban. Porque los
fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de
los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no
comen.
48
“Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por
qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los
ancianos, sino que comen pan con manos inmundas? Respondiendo
él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías,
como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su
corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando
como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el
mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los
hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de
beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes.[...]
invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que
habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas”
(Marcos 7:1-3, 5-8, 13).
Más tarde, Jesús explicó al pueblo lo que les había
dicho a los líderes religiosos: “Y llamando a sí a toda la
multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: Nada hay fuera
del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo
que sale de él, eso es lo que contamina al hombre. Si alguno
tiene oídos para oír, oiga” (14-16).
“Cuando se alejó de la multitud y entró en casa, le
preguntaron sus discípulos sobre la parábola. El les dijo:
¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No entendéis
que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede
contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el
vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios
todos los alimentos. Pero decía, que lo que del hombre sale,
eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los
hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las
fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las
maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la
maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas
maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (17-23).
49
Cuando Jesús dijo estas palabras, que estaban dirigidas a los
líderes religiosos de los judíos, estaba comparando a la
inspirada Palabra de Dios con sus “tradiciones”. Y confrontó
a los líderes religiosos al decirles que ellos invalidaban la
Palabra de Dios con las tradiciones que habían transmitido.
Cuando nos adentramos en la esencia de esta enseñanza
acerca de la formación del carácter, Jesús presenta muy
claramente el desafío. Según Jesús, el carácter puede ser
determinado por los mandamientos de los hombres o por los
mandamientos de Dios. Y, naturalmente, la mayor definición de
carácter que el mundo haya visto jamás es Jesucristo. Es por
eso que Él no se limitó a aparecer y morir por nuestros
pecados en un día. Podría haber hecho eso en una sola tarde.
Pero vivió aquí durante treinta y tres años, porque deseaba
enseñarnos y mostrarnos con su ejemplo el carácter de Dios, o
la voluntad de Dios con respecto de la forma en que debe
vivir un ser humano.
¿Cómo se desarrolla el carácter? Jesús nos presenta el
modelo de dos dimensiones que determinan el carácter. Hay una
dimensión de formación del carácter que va de adentro hacia
fuera, y otra que va de afuera hacia dentro. Jesús hacía
énfasis en la primera dimensión, y los líderes religiosos, en
la segunda. Hoy llamamos a esta segunda dimensión “entorno”.
Hay muchos sociólogos y asistentes sociales que están
totalmente convencidos de que cambiar el entorno en que vive
una persona causará un cambio en su carácter.
¿Por qué sucede que podemos exponer a dos personas al
mismo entorno, exactamente, en cuanto a vida hogareña,
educación, pobreza o riqueza, y tendremos dos respuestas
completamente diferentes de adentro hacia fuera? Podemos
culpar a la pobreza de provocar ciertos comportamientos
delictivos, pero también se le atribuye a la pobreza la
50
formación de algunos de los caracteres más nobles que haya
visto jamás este mundo. ¿Qué hay en el interior de un ser
humano que marca la diferencia en la forma en que él responde
al mundo? Jesús dijo: “Esa es la dimensión vital de la
formación del carácter”. Los factores que influyen de afuera
hacia dentro no son los principales en la formación del
carácter. Son importantes, pero es la respuesta de adentro de
la vida de la persona hacia todo lo que viene de afuera la
que forma su carácter.
¿Qué es lo que hace posible que tengamos la respuesta
adecuada desde adentro a todas esas fuerzas que entran desde
afuera? Para que se produzca la respuesta adecuada, desde
adentro, a las fuerzas que hacen impacto en nuestras vidas
desde afuera, es necesario un milagro en nuestro corazón,
según dice Jesús... y también toda la Biblia.
La palabra “corazón” se encuentra más de mil veces en la
Biblia. Cuando las Escrituras mencionan el corazón, se
refieren a la mente, la voluntad, los motivos y las emociones
que impulsan tantas de nuestras ambiciones, decisiones y
elecciones. Veamos estas referencias al corazón en la Biblia:
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él
mana la vida”. “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón
saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca
malas cosas”. “Porque de la abundancia del corazón habla la
boca”. “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar
contra ti”. “Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en
tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que
predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el
Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los
muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para
justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”
51
(Proverbios 4:23; Mateo 12:34; Lucas 6:45; Salmos 119:11;
Romanos 10:8-10).
Cuando la Biblia habla del corazón, se refiere,
básicamente, a lo que Pablo denomina “el hombre interior”.
Según Jesús y Pablo, todos tenemos un hombre interior y un
hombre exterior. Es en nuestro hombre interior donde
decidimos cómo responderemos a todas las influencias que
vienen de afuera y hacen impacto en nuestras vidas. La
esencia pura de lo que Jesús dijo es: “No hay nada fuera de
un hombre que pueda corromperlo si entra en él. Es lo que
sale del hombre lo que lo corrompe”.
Fue Jesús quien dijo: “De la abundancia del corazón
habla la boca” (Mateo 12:34). En otras palabras, se puede
saber qué hay en el corazón de una persona por lo que ella
dice. Todas las acciones de las personas son determinadas por
lo que sucede en sus corazones.
En el Antiguo Testamento, escuchamos a los profetas,
como Jeremías, predicar que el corazón del hombre es perverso
y tan engañoso que solo Dios puede conocerlo. Escuchamos a
David pedir a Dios que le muestre la verdad acerca de su
interior. Cuando Dios lo hace, David exclama que él era un
pecador desde que se formó en el vientre de su madre, que ya
era pecador cuando fue concebido. Es por eso que vemos, en el
Antiguo Testamento, que Dios da un nuevo corazón a las
personas, y escuchamos que David pide a Dios un milagro
creativo en su corazón. (Jeremías 17:9,10; Salmos 51:5,6,10).
Cuando usted eduque a sus hijos de afuera hacia dentro,
se dará cuenta de que, si tiene tres hijos, necesitará tres
milagros. Si tiene dos hijos, necesitará dos milagros. El
milagro que necesita es que Dios dé a los corazones de ellos
el don de la fe. Que ellos crean el evangelio en sus
corazones y confiesen con su boca que Jesús murió y resucitó
52
para que ellos sean salvos. Ellos deben nacer de nuevo y
recibir ese milagro creativo por el cual oró David.
Si usted es guía de niños espirituales, necesita y debe
orar por un milagro de Dios que forme sus caracteres
espirituales dándoles la dinámica de adentro hacia fuera para
responder a todas las fuerzas externas que quieren influir
sobre su interior, y que enfrentan todos los días. Allí es
donde todos debemos encontrar los valores y la dinámica que
forman nuestro carácter.
En el comienzo de este capítulo, sugerí que esta
enseñanza de Jesús es una forma diferente de presentar su
receta para la adversidad. Quizá usted se pregunte ahora cómo
ese relacionan estas dos enseñanzas. Casi todo el mundo
supone que su felicidad, serenidad y bienestar dependen de
sus circunstancias. En esta receta para el carácter, Jesús
enseña, en realidad, la misma metáfora con la que concluyó su
Sermón del Monte. Cuando Él pintó su realista imagen de la
vida con aquellas dos casas que sufrían las mismas tormentas,
estaba enseñando que no eran las presiones externas las que
determinaban esos caracteres. Eran los fundamentos, o la
falta de ellos -que no podía ser vista- lo que daba forma a
sus caracteres y revelaba cómo eran.
Esta es, en realidad, la misma enseñanza, presentada de
forma diferente. Así como las dos casas representaban dos
vidas con idénticos problemas exteriores, no es lo que viene
contra nosotros en forma de circunstancias externas adversas
lo que forma nuestro carácter. Cuando encontramos en nuestro
corazón la dinámica para responder a esas circunstancias
exteriores, entonces se determina nuestro carácter. Según
Jesús, Jeremías y David, es en nuestro corazón donde se
encuentra nuestro mayor problema, y es en nuestro corazón
donde necesitamos una solución milagrosa. Por tanto, debemos
53
estar de acuerdo con David y Jeremías cuando nos muestran
nuestros problemas de corazón, y orar la misma oración que
hizo David, pidiendo un milagro creativo en nuestro corazón.
Jesús enseñó esta misma verdad sobre la naturaleza
humana y la única solución para ella, cuando le dijo a
Nicodemo: “Lo que es nacido de la carne, [solo] carne es;
[...]. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer
de nuevo” (Juan 3:6,7). Cuando la Biblia usa la palabra
“carne” en este sentido, significa ‘naturaleza humana sin
intervención de Dios’. Cuando Jesús confrontó a los líderes
religiosos, y cuando se encontró con Nicodemo, enseñó, una y
otra vez, que nuestro mayor problema es el corazón, y la
única solución: “Os es necesario nacer de nuevo”. El nuevo
nacimiento es la receta de Jesús para el carácter y para la
adversidad.
Lo desafío a reflexionar sobre estos tres últimos
capítulos de las recetas de Cristo que he compartido con
usted. ¿Ha aceptado la receta de Cristo para su salvación, y
la ha aplicado a sí mismo? Nunca podrá aceptar y aplicar sus
recetas para la adversidad y el carácter hasta que haya
aplicado su receta para la salvación. Le ruego, como ministro
de Cristo, que tome la decisión más importante del mundo,
avance en la mejor dirección del mundo, y reciba la dinámica
más grande del mundo. Solo entonces recuperará el diseño de
Dios para su vida y tendrá en su corazón el fundamento
necesario para soportar las tormentas de la vida. Cuando dé
ese paso de vital importancia, comuníquese con nosotros, y le
ayudaremos a crecer en su nueva vida en Cristo.