sociedad y cultura en la obra de manuel del socorro

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DEPARTAMENTO DE LITERATURA Iván Vicente Padilla Chasing Editor Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria Nueva Granada 1789-1819

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DEPARTAMENTO DE LITERATURA

∙ Iván Vicente Padilla Chasing ∙Editor

Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro

Rodríguez de la Victoria

Nueva Granada 1789-1819

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Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro

Rodríguez de la Victoria

Nueva Granada 1789-1819

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Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro

Rodríguez de la Victoria

Nueva Granada 1789-1819

Iván Vicente Padilla ChasingEditor

DEPARTAMENTO DE LITERATURA

2012

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Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria. Nueva Granada 1789-1819

© 2012, Universidad Nacional de Colombia

© 2012, Iván Vicente Padilla Chasing (editor)

© 2012, Varios Autores

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas

Departamento de Literatura

Carrera de Estudios Literarios

Grupo de Investigación Literatura, Sociedad e Ilustración

Moisés Wassermann LernerRector de la Universidad Nacional de Colombia

Alfonso Correa MottaVicerrector Académico

Julio Esteban ColmenaresVicerrector de Sede

Sergio Bolaños CuéllarDecano de la Facultad de Ciencias Humanas

Jorge Rojas OtáloraVicedecano Académico

Aura Nidia HerreraVicedecana de Investigación

Ángela Inés Robledo PalomequeDirectora del Departamento de Literatura

Preparación editorial

Centro EditorialFacultad de Ciencias [email protected]

Esteban GiraldoDirector

Jorge Enrique Beltrán VargasCoordinador editorial

Diana Murcia MolinaCoordinadora gráfica

Marta Álvarez MansillaCorrección de estilo

Endir Nazry RoaDiagramación y cubierta

Agradecimientos

Biblioteca Nacional de Colombia

Fundación Universitaria del Área Andina

Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio sin el permiso previo por

escrito de los titulares de los derechos correspondientes.

Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria: Nueva Granada -/ Grupo de Investigación Literatura, Sociedad e Ilustración Carrera de Estudios Literarios; ed. Iván Padilla Chasing. – Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Departamento de Literatura, . pp. Incluye referencias bibliográficasisbn : ----. Rodríguez, Manuel del Socorro, 1758-1819 - Crítica e interpretación . Crítica literaria . Canon (Literatura) . Historiografía (Literatura) . Ilustración . Literatura colombiana - Historia y crítica - siglo xviii i. Padilla Chasing, Iván Vicente, - ii. Universidad Nacional de Colombia (Bogotá). Grupo de Investigación Literatura, Sociedad e Ilustración cdd- . /

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Contenido

Iván Vicente Padilla ChasingPreámbulo: aproximación a las circunstancias socio-históricas . . . 9

Iván Vicente Padilla ChasingDespotismo ilustrado y contrarrevolución

en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá. . . . . . . . . . . . 45

Pablo Andrés Castro HenaoConfiguración del “Reyno Cristiano”

en Nueva Granada (1791-1810). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93

Andrés Felipe Serrato GómezUn ilustrado ante la Revolución francesa:

Manuel del Socorro Rodríguez como sujeto histórico . . . . . . . . . . 127

Liz Karine Moreno ChuquénManuel del Socorro Rodríguez:

entre la Colonialidad y la Modernidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163

Fabián Díaz ConsuegraLa búsqueda de lo americano: matices del discurso

apologético de Manuel del Socorro Rodríguez. . . . . . . . . . . . . . . . . . 195

Robinson Francisco Alvarado VargasReflexiones ilustradas en torno a la chicha:

el problema del vino amarillo en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231

Mariselle MeléndezEl fenómeno geográfico de la Ilustración en los periódicos

hispanoamericanos del siglo xviii: redes cosmopolitas

y debates transnacionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261

Kevin Sedeño Guillén“[P]erseguido, principalmente de los literatos” o la infamia

de poseer las tres nobles artes: raza, clase y canon

en la Nueva Granada. Siglos xviii y xix. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285

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Iván Vicente Padilla ChasingElementos de crítica e historiografía literaria

en la obra de Manuel del Socorro Rodríguez (1791-1810) . . . . . . . . 315

Carlos Orlando Fino GómezPerspectiva crítica de Manuel del Socorro Rodríguez

en la poesía epigramática. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 357

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Preámbulo: aproximación a las circunstanciassocio-históricas

Iván Vicente Padilla Chasing*1

Profesor Asociado

Universidad Nacional de Colombia

De la mano del virrey José de Ezpeleta (1742-1823), hacia finales de 1790, llega al Nuevo Reino de Granada, proceden-te de Cuba, el bayamés Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria (1758-1819): encargado inicialmente de administrar la Biblioteca Nacional, el 9 de febrero de 1791 funda el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, semanario cuya pu-blicación se prolongará hasta el 6 de marzo de 1797. El 10 de febrero de 1792 el editor abrevia el nombre a Papel Periódico de Santafé de Bogotá y, a pesar de una pausa en el Nº 85 (5 de octu-bre de 1792), continúa con el proyecto el 19 de abril de 1793 en la Imprenta Patriótica del Regidor Antonio Nariño. En total, alcanza 265 ejemplares (Camargo, 1991: 39-40). Aunque tomó especial relevancia en el debate y la crítica de los programas educativos, especialmente en las nuevas propuestas forma-tivas que propendían a introducir los Colegios Mayores de Santafé en el panorama ideográfico de la Ilustración, pronto se hizo evidente que se trataba de un medio de expresión de la política borbónica.

Para entonces, el espíritu de la Ilustración había llegado a Hispanoamérica y se manifestaba en tres vertientes principa-les: primero, en su tendencia técnico-científica; segundo, por iniciativa de la metrópolis, para igualar el progreso científico y comercial de las potencias de la época, en una tendencia que

* Correo electrónico: [email protected]

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trataba de adaptarlo al sistema monárquico y colonial español —para entonces en crisis—; y tercero, de manera más evidente a partir de la independencia de los Estados Unidos de Améri-ca (1776), en su tendencia moderna transformadora de los es-tamentos gubernamentales y sociales. El saber de Manuel del Socorro Rodríguez, sin desconocer la importancia del progre-so científico, se inscribió abiertamente en la segunda de estas tendencias y promovió en su obra los intereses de la Corona es-pañola. Esta característica propia de la Ilustración española iba, en general, en contra del espíritu polémico y crítico de la Ilus-tración inglesa y francesa, en cuyos sistemas el problema políti-co constituía el punto de referencia esencial para comprender el carácter revolucionario de la filosofía de las Luces.

Este aspecto ha llevado a algunos historiadores de las ideas, de la literatura y de los hechos sociales a reconocer el ca-rácter moderado de la Ilustración ibérica; aunque se reconoce el apogeo de las ideas ilustradas de la mano de los llamados Novadores, y se prueban las denuncias hechas a la forma esta-mental tradicional desde por lo menos finales del siglo XVII, todos advierten que en España las ideas y las costumbres no evolucionaron al mismo ritmo y que, por lo tanto, la reforma social se vio moldeada por principios éticos y esquemas cul-turales forjados por la religión católica, así como por un sis-tema político monárquico que había hecho de la península la potencia económica del Renacimiento2. De acuerdo con An-tonio Domínguez Ortiz, en Carlos III y la España de la Ilus-tración, “el pensamiento social de los ilustrados españoles fue

2 Véase, al respecto, Antonio Mestre: Despotismo e Ilustración en España. Edi-torial Ariel. Barcelona, 1976 (capítulo I. “Los ‘novatores’ pre-ilustrados como etapa histórica”). José Luis Abellán, Historia crítica del pensamiento español. III. Del Barroco a la Ilustración (siglo XVII-XVIII). Espasa-Calpe. Madrid, 1981. Antonio Domínguez Ortiz, Sociedad y Estado en el siglo XVIII español. Ariel. Barcelona 1984.

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poco radical” y “no reclamó la supresión total de las barreras estamentales, porque éstas se estaban desmoronando por sí mismas” (Domínguez, 1988: 120), y, al igual que otros histo-riadores, sugiere que los pensadores españoles se preocuparon más por las cuestiones económicas y científicas.

Con respecto a la Ilustración en Nueva Granada, Renán Silva observa que emprender nuevas pesquisas en este cam-po resulta problemático porque “la interpretación dominan-te, fijada desde mediados del siglo XIX, es aquella que analiza la Ilustración en función de la Independencia” y la entiende “como un proceso de formación de la ‘conciencia política crio-lla’”, proceso que tendría como resultado “la separación de España y la organización republicana” (Silva, 2002: 15). De igual manera, en lo que respecta a Rodríguez, por lo menos desde José María Vergara y Vergara, en la Historia de la lite-ratura en Nueva Granada, aunque se explica que se integra al panorama de la vida intelectual y a la historia de la literatura neogranadina en el periodo del auge del pensamiento cientí-fico y libertario, se tiende a ver en él solamente un personaje laborioso, especie de instrumento, que llega al país de la mano de representantes del gobierno cuya misión era fomentar “ex-traordinariamente la instrucción”3. A partir de Vergara, se le conoce también como el “prócer de nuestro periodismo” (Vergara, 1974: I, 195-199). Esta tendencia se ha mantenido en los mejores de los casos; Juan Manuel Pacheco, por ejem-plo, en La ilustración en el Nuevo Reino, amplía la información en nombres, datos y demás, se limita a decir que se trataba de un promotor de las ideas de la Ilustración, pero lo encasilla en

3 Cuando Vergara realiza esta afirmación se refiere a los llamados virreyes ilustrados, particularmente a Messía de la Cerda (1776), Caballero y Góngo-ra (1776) y José de Ezpeleta (1789-1796), personajes que, según él, introduje-ron en el reino “la nueva filosofía” y lo pusieron a la “orden del día respecto de la civilización” (Vergara, 1974: 193-195).

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la categoría establecida por la tradición (Pacheco, 1975: 141). De igual manera, gracias a la información contenida en su correspondencia, se le considera también como una especie de informante-servidor incondicional del rey (Silva, 119-125).

Los estudios realizados sobre la obra de Rodríguez, por lo general, giran alrededor del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá y tienden, primero, a ver en él una especie de instrumento que participa del proyecto ilustrado revoluciona-rio en Nueva Granada, y segundo, en una perspectiva históri-co-temática, una fuente de información que permite entender la reforma educativa, el problema urbano o el de la salud, entre otros. A excepción del estudio de Flor María Rodríguez Are-nas, “Colombia: el ensayo literario colonial y la historia de la literatura neogranadina. Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria”, la mayoría tiende a obviar el carácter literario de la obra, la personalidad y el carácter intelectual del autor. Por lo general, se tiende a estudiar el periódico en sí, en sus temas, prescindiendo de la figura del autor. En este proceso se silencia su labor, su pensamiento y su calidad de hombre del siglo, es decir, de ilustrado. Los estudios realizados sobre la Ilustración en Colombia se centran en los personajes que, como Francisco Moreno y Escandón y el virrey Josef de Ezpeleta, promueven la reforma de la educación, de la industria y del comercio en la colonia; en José Celestino Mutis y Francisco José de Cal-das por haber hecho parte de las llamadas misiones científicas (la Expedición Botánica); en educadores como Eloy de Valen-zuela, José Félix Restrepo, Manuel Santiago Valecilla, entre otros educadores de la generación del veinte de julio; y, de ma-nera obvia, en los próceres de la independencia que salen de las manos de estos últimos. Manuel del Socorro Rodríguez no en-tra en este repertorio, ya sea porque no se le considera un ilus-trado o porque, en su condición de funcionario de la Corona, no participa en el proceso revolucionario e independentista.

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Por considerar que Manuel del Socorro Rodríguez y el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá entran en la historia colombiana en el convulso periodo del movimiento emancipador que conduce a la independencia, que además su obra periodística y poética se desarrolla básicamente en Nue-va Granada entre 1789 y 1819, que también participa del movi-miento ilustrado neogranadino, y, atendiendo a la naturaleza enciclopédica del periódico, nos hemos hecho las siguientes preguntas: ¿Qué funciones desempeñó este periódico en el proceso de independencia? ¿Qué actitud, posición ideológica u otra asumió su autor? ¿Cómo se inscribió en el proyecto ilus-trado? ¿De qué manera este periódico se inscribió en los pro-pósitos del Estado? ¿Qué relaciones estableció con el discurso independentista? ¿Cómo se vincula el autor con lo americano? ¿Qué idea de lo neogranadino y de lo hispanoamericano confi-gura el autor en su periódico? ¿Qué intenciones enmascaran las dinámicas de su edición y circulación? ¿Qué tan importante es la injerencia de sus ideas en los imaginarios de la época? ¿Cómo se inscribe en la historia de la literatura y de las ideas colombia-nas? ¿Dialoga el Papel Periódico con otros de la misma época en Latinoamérica? Sin que estas preguntas aparezcan como temas en los títulos de los artículos aquí presentados, y sobre todo sin pretender responder a todas ellas y agotar temas y problemas de por sí amplios, ellas han guiado nuestras reflexiones y han permitido plantear las problemáticas tratadas en estos artícu-los. Por ser un fenómeno social y cultural, así como discursivo en particular, hemos estimado pertinente explicar la manera en que este semanario bogotano significa propiamente su época y permite leer aún hoy los debates ideológicos y socioculturales del momento de su aparición y circulación. De igual manera, observando que se trata de un periódico institucional sometido a la censura del gobierno, nos ha parecido apropiado explicar las tensas relaciones que se establecieron entre el pensamiento

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colonial y las ideas modernas, en particular aquellas que tenían que ver con la revolución social.

En esta perspectiva, no hemos considerado el Papel Pe-riódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá como el iniciador o principal promotor de las ideas de la Ilustración en el Nuevo Reino de Granada. Al tratar de ubicarlo en el lugar que le co-rresponde en dicho proceso, hemos evitado este gesto de inge-nuidad y lo hemos entendido como otra forma o práctica de Ilustración dentro las tradicionalmente contempladas, como la enseñanza de la filosofía moderna, la científica o la política. Este periódico aparece en la historia colombiana de las ideas como un eslabón más de la cadena que, de manera particular, participa en la difusión de ciertas nociones modernas en Nue-va Granada. De hecho, las formas discursivas del mismo pe-riódico revelan que si bien su intención es difundir cierto tipo de saber, el objetivo principal era elaborar una crítica sistemá-tica al moderno ideario político promovido por la Revolución francesa: la presencia de la información relacionada con este evento histórico revela que se trataba de debatir, cuestionar y aligerar algunas de las ideas ilustradas integradas al discurso de los criollos, que inevitablemente se encaminaron en la co-rriente que conducía a la independencia.

En esta medida, nuestro propósito no ha sido profun-dizar sobre cómo llega la Ilustración a la América colonial y, por ende, a Nueva Granada; no hemos pretendido aportar nuevas tesis sobre cómo los criollos asimilan los principios fundamentales del Iluminismo, y tampoco hemos buscado ex-plicar la circulación y recepción del ideario político que deriva de esta forma de pensamiento. Estudiosos como Diana Soto Arango, Miguel Ángel Puig-Samper, Martina Bander y Ma-ría Dolores González-Ripoll —entre otros—, han abordado estos temas y han esclarecido ampliamente el problema de la circulación de las ideas ilustradas. Estudios dedicados exclusi-

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vamente a la Ilustración, como los publicados por este equipo en los últimos quince años —La Ilustración en América (1995), Científicos criollos e Ilustración (1999), Recepción y difusión de textos ilustrados. Intercambio científico entre Europa y América en la Ilustración (2003)—, sumados a los de Juan Manuel Pa-checo —La Ilustración en el Nuevo Reino (1975)— y Renán Silva —Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808: genealo-gía de una comunidad de interpretación (2002)—, han servido aquí de apoyo y han permitido emprender el estudio de la obra de Manuel del Socorro Rodríguez, sin detenernos en asuntos ampliamente esclarecidos. Confiando en los aportes de estos estudios, y sin preocuparnos por establecer un tradicional “contexto” a partir de estas investigaciones o de otras historias elaboradas por estudiosos contemporáneos, hemos preferi-do atenernos a los elementos textuales (referentes históricos y socioculturales) de la obra de Rodríguez que permiten leer la época. Así, para explicar el tipo de diálogo que establece el editor del Papel Periódico con su época y con las ideas para en-tonces en circulación, lo hemos estudiado inicialmente en las circunstancias sociales, históricas e ideológicas significadas en los documentos de su autoría. Por lo tanto, hemos consi-derado pertinente tener en cuenta dos aspectos importantes: primero, la idea de “Ilustración” derivada del mismo periódico, y segundo, los aspectos socio-culturales aludidos en el corpus base de este estudio.

En esta perspectiva, hemos confinado la idea de enten-der el texto como reflejo de la época y, considerando que —a excepción de la poesía epigramática— se trata de textos en los cuales predomina la intención documental, hemos pre-ferido leerlos como testimonio cultural, como valoración, interpretación y significación de algunas crisis y transforma-ciones registradas básicamente a nivel ideológico. Hemos pro-cedido convencidos de que en el Papel Periódico de la Ciudad

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de Santafé de Bogotá, El Redactor Americano, El Alternativo del Redactor Americano, La Constitución Feliz, así como en su correspondencia y poesía, Manuel del Socorro Rodríguez señala profundos conflictos cuya expresión y formulación ideológica les concede contenidos y características políticas. Al registrar el tipo de relaciones sociales derivadas tanto de una división social vertical como de la presencia de una mo-narquía centralizadora en el campo fiscal, y, sobre todo, al insistir de manera tan enfática en las relaciones establecidas entre lo económico y lo social, se revela el fin de una hegemo-nía ideológica: la crisis del pensamiento colonial español y la apertura a otras formas de pensamiento.

Así pues, hemos tenido en cuenta el modo como el mis-mo editor concibe, filosóficamente, sus periódicos. En esta dirección, es necesario observar que el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (primero en orden de publica-ción) trata los asuntos relacionados con la Ilustración con cierta familiaridad, que induce a pensar que cuando se inicia la publicación del semanario, dichas ideas eran ampliamente difundidas y conocidas, no sólo en América, sino también en el mundo entero. Esta actitud hacia el Iluminismo revela que Rodríguez tenía claro que se inscribía en un camino labrado en parte, y que sus funciones no consistían en introducir la novedad de sus presupuestos. Al presentar, desde el primer número, la razón como un principio universal, al afirmar que todas las acciones de los hombres debían “ser ilustradas por ese rayo celestial con que ha sido ennoblecida su naturaleza” (9 de febrero de 1791), al sostener que en la nueva filosofía es-taba “depositado el buen gusto de las Ciencias y de las Artes, la gloria y la felicidad de las naciones”, y siendo consciente de que los neogranadinos habían entrado en la corriente del pen-samiento moderno e iniciado un proceso de emancipación intelectual y mental, que necesariamente debía conducir a la

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independencia política, Rodríguez orienta su participación en el proceso ilustrado hacia el desarrollo de un “patriotismo” hispanizante, basado en el reformismo borbónico y el agra-rismo utilitarista de la filosofía de las Sociedades Económicas españolas (Nº 9, 8 de abril de 1791). Esta iniciativa es, a través de una serie de exhortaciones, aplaudida por el mismo editor y por un corresponsal anónimo, “buen patriota”, que envía una nota, publicada entre los números 10 y 11, y se autodenomina “el observador amigo del País” (Nº 11, 22 de abril de 1791):

Muy Sr. mio y amigo: El excelente pensamiento y generosa execucion del Papel Periódico me ha dado a conocer que ya em-pieza á rayar la dulce luz del Patriótismo en un Reyno que ha tan-tos centenares de años que vive sumergida en una total inacción y abatimiento. Si amigo mio, este para nosotros nuevo género de erudiccion y policía con que Ud. nos enriquece, la iluminacion de las calles mandada executar cada noche, un buen kalendario que ya poseemos y en fin el arreglo de los Reloxes publicos que se habian atrevido á judayzar en medio de un pueblo sensato y Chrisriano, son pruebas, nada equivocas de mi acercion, que me hacen confiar con mucho fundamento que dentro de muy poco llegarà este Reyno al grado de prosperidad que le desean aquellos espiritus sublimes que solo apetecen la felicidad de sus Conciuda-danos. (Nº 10, 15 de abril de 17914)

Sin pretensión científica alguna, Rodríguez reivindica la naturaleza informativa de los periódicos y las funciones di-dácticas que desempeñaban en el proyecto civilizatorio de los países americanos. Para él, “esta especie de escritos [venía] a ser como una historia suelta de quanto [sucedía] cada día”, y

4 Hemos decidido no incluir el número de página en las citas del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá ya que, debido a la presencia de suplementos, los volúmenes utilizados presentan erratas en la numeración. No está de más aclarar que los originales presentan los mismos errores.

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tenían como principal asunto “comunicar al público aquellas cosas que [podían] servirle de alguna instrucción, exemplo, ú otros objetos de utilidad” (Nº 17, 3 de junio de 1791). Sin em-bargo, más allá de la función vulgarizadora de cualquier tipo de conocimiento, al integrarse al proceso de ilustración y ci-vilización de los pueblos del mundo, en un comentario hecho con relación al Mercurio Peruano se observa que, en el pensa-miento de Rodríguez, los “papeles periódicos” desempeñaban funciones ético-morales, de urbanidad, puesto que delibera-damente se trataba de incidir en el comportamiento y trato so-cial de los neogranadinos:

¿Y quien podrá negar que táles escritos tienen el mayor in-flúxo sobre la publica educación? Ningun otro medio podia ha-berse inventado mas facil y oportuno para ilustrar al comun de los hombres, que el de darles periodicamente unas suaves lecciones acerca de lo que debe obrar cada uno en el estado y representa-cion que obtiene en la Republica. Sin el recurso de dichos papeles perdia mucho la sociedad, porque por ellos se há entablado un comercio racional, que produce considerables conveniencias á la vida humana. Ultimamente, ellos han abierto el camino de la pu-blica ilustración en todos los Pueblos. De este bien carecian los de America, y yá era muy reparable su falta, principalmente en algunos que ó por su situacion local, ó por razones politicas, han logrado hacer una figura sobresaliente éntre los demás de esta parte del Globo. (Nº 24, 22 de julio de 1791)

Este tipo de argumentos, sumados, por ejemplo, a los planteados en las disertaciones sobre la reforma educativa (Nº 8 y Nº 22, 1 de abril y 8 de julio de 1791 respectivamente, entre otros), señalan que el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá se introduce en debates vigentes en Nueva Granada desde la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, es decir, en el ambiente cultural producido por la propuesta de reforma

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de la educación superior por parte del fiscal Francisco More-no y Escandón. Si de acuerdo con Diana Soto y Tomás Uribe, se observa que “la introducción y defensa de un nuevo sistema filosófico” entra a reemplazar a la escolástica y propone “una filosofía útil” y liberal, que suscita “enorme desconfianza en-tre los círculos eclesiásticos de Santafé” porque, de una u otra manera, afectaba a la enseñanza de la teología (2003, 65-68), y que, además, dicho plan de liberalización e Ilustración fue continuado por el virrey Antonio Caballero y Góngora, quien, entre otras cosas, dio vía libre a la Expedición Botánica de Mutis sin la autorización real, entonces es preciso advertir también que, después de este periodo de apertura, el proceder de Rodríguez, en tanto emisario del gobierno, revela una acti-tud conservadora frente a ciertos aspectos: los religiosos, los policivos, y los políticos en particular.

Sin dar cuenta de intereses individuales, o de un conflic-to de estratos sociales, a través de todos los artículos de este semanario se percibe que la coyuntura devela una serie de con-flictos y problemas, mediados por el progreso y la felicidad, que eventualmente implicarían la integración de la Nueva Grana-da no sólo a los nuevos modos de producción, sino también a los nuevos sistemas socio-políticos. La serie de artículos dedi-cados a los problemas relacionados con la libertad, la educa-ción, el comercio, la agricultura, la monarquía, las sociedades económicas, la Revolución francesa y algunos de sus persona-jes (Luis XVI, María Antonieta, Robespierre y Marat, bási-camente), así como a las relaciones entre la razón y la religión, revelan que los vínculos de algunos individuos y, por qué no, de un grupo social con la ideología dominante, estaban cam-biando: si bien la estructura social permanecía inmutable, las alusiones a la independencia dejan observar que la coyuntura perturba las vidas individuales y de algunos grupos socia-les. Es evidente que el ideario político y social expresado en

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la Constitución de Filadelfia y en los Derechos del hombre y el buen ciudadano, y encarnado en la independencia norteame-ricana y la Revolución gala, afectó al conjunto de la vida social de los neogranadinos. El testimonio ofrecido por Manuel del Socorro Rodríguez y sus pocos colaboradores permite captar, además de las diferencias frente a aquellos que se manifesta-ban abiertamente contra la hegemonía ideológica, el movi-miento de las estructuras mentales, sociales y económicas provocado por estos eventos.

Con la intención de dar una idea general de las circuns-tancias socio-históricas del momento y entender dicho movi-miento, teniendo en cuenta que, con el propósito de silenciar cualquier amago de insurrección, Rodríguez recurre a estrate-gias retóricas que enmascaran todo gesto subversivo —y, por razones obvias, en el Papel Periódico no refiere nombres preci-sos sino que se limita a evocarlos de soslayo a través de epíte-tos como “dogmatizantes políticos que forman el panegírico de la independencia” (Nº 26, 5 de agosto de 1791) o “filosofastros” (Nº 27, 12 de agosto de 1791), entre otros—, decidimos apoyar-nos en documentos de carácter privado, como la correspon-dencia sostenida por él básicamente con el Duque de Alcudia, más conocido como el Príncipe de la paz. Estas cartas, la ma-yoría de las veces acompañadas de informes, “representaciones”, “discursos” y “memorias”, revelan las reacciones ante eventos de la vida nacional y, en particular, aquello que Rodríguez no podía hacer público en su periódico. Para tal fin, aquí hemos retenido las cartas del 19 de abril de 1793, del 19 de septiembre de 1794 y la del 19 de septiembre de 1796. Además de indicar la cronología de algunos eventos esenciales para entender las cir-cunstancias socio-históricas, estos documentos revelan no sólo el pensamiento político y reformista del bayamés, sino también las tareas de aleccionamiento emprendidas por él a través de su periódico para opacar las intenciones independentistas y, sobre

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todo, un sentido histórico-sociológico que le permite percibir los hechos y las injusticias sociales que determinan el estado mental de los americanos y, por ende, la independencia.

En la carta del 19 de septiembre de 1793, definiéndose como el hombre “más amante de su soberano de cuantos han nacido en América”, Rodríguez se presenta también como “el más sensible a las desgracias que estos mismos pueblos quizá están próximos a padecer, si los talentos y vigilancia de vuestra excelencia no anticipan el remedio de tan miserable catástrofe” (Rodríguez, 1928: 86)5. Dicha catástrofe no es otra que la inde-pendencia. Anticipándose a los hechos, y aunque la carta sea redactada en dicha fecha, en ella el editor ubica el problema casi en los inicios de la aparición del semanario; la referencia al número 21, del 1 de julio de 1791, fecha para la cual Rodríguez llegó “a temer tanto sobre este punto” (87), funciona como un referente temporal que indica que en aquel momento los paí-ses americanos eran “unos países donde el respeto a la legisla-ción [iba] insensiblemente siendo un problema acerca del cual se [hablaba] con la misma libertad que se [discurría]” (86). La forma como Manuel del Socorro trata el problema en la “re-presentación adjunta”, impide entenderlo solamente como resultado de las ideas ilustradas: en ella se expone la revolu-ción mental considerando la influencia ideológica extranjera (inglesa y francesa), la corrupción de la administración y de la burocracia española del momento, la política monárquica re-lacionada con la economía de las colonias, la educación, el auge

5 Hemos utilizado la reproducción de estos documentos publicados en el Boletín de historia y antigüedades, bajo el título “Documentos relativos al publicista bayamés Manuel del Socorro Rodríguez”. La publicación está precedida de una introducción del investigador argentino José Torre Re-vello quien, de acuerdo con los manuscritos de los Archivos de Indias, los transcribió para la revista cubana Revista bimestre cubana (1927). Véase re-ferencia al final.

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de las nuevas ideas, las academias literarias y los personajes promotores de la subversión.

Rodríguez no duda en afirmar que la génesis de los cam-bios en la mentalidad de los americanos se debía, primero, a la independencia norteamericana, y segundo, a la Revolución francesa. En su informe observa que “desde la erección en re-pública libre de las provincias angloamericanas, [habían] tomado los pueblos de América un aspecto enteramente distinto del que tenían. Todos cuantos se [apreciaban] de ilustrados [eran] unos panegiristas entusiastas del modo de pensar de aquellos hombres” y que los sucesos “de la Francia [habían] dado un nuevo vigor a estos raciocinios”. Según él, “la materia común de las tertulias eruditas [era] discurrir y aun formar proyectos acerca de la facilidad que [había] de gozar de la misma independencia que aquellos [gozaban]”. Aunque Rodríguez no revela haber tenido conocimiento de lo que para entonces estaba sucediendo en provincias del Imperio, como Nueva España o el Río de la Plata, por ejemplo, la generali-zación a “los pueblos de América” deriva de su conocimiento personal del “trato clandestino” de los ingleses con algunos puertos de Cuba, y de la lectura de ideas “contrarias a la pu-reza de la religión” en un periódico como el Mercurio Perua-no. Escépticamente Rodríguez declara que de “muy poco” podían servir la precauciones tomadas por él frente al caso en Nueva Granada, si “en otro escrito público, y de un reino más digno de temerse, [estaban] saliendo a la luz un sinnúmero de proposiciones demasiado favorables al patriotismo de los entusiastas, y contrarias a la moderación con que se [debía] hablar sobre tales puntos” (87)6. Sin embargo, es preciso ob-servar que Rodríguez atribuye también al fenómeno causas de tipo antropológico: la propensión a la independencia reside

6 Rodríguez cita los números 209 y 210 de este periódico.

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no sólo en la influencia de “extravagantes ideas” extranjeras, transmitidas a través de “libros demasiado perniciosos que derraman por todas partes el mortal veneno de la impiedad y relajación” (89), sino también en el carácter de los americanos:

Todo esto, señor excelentísimo, parece nada para los que no han estudiado como yo el genio americano, cuyo carácter por lo general es más inconstante que el hebreo, más amigo de la sin-gularidad que el griego, y más idólatra de su libertad que el anti-guo romano. Esto me lo ha hecho conocer una larga experiencia adquirida por la combinación de varias circunstancias que han formado un ramo considerable de mi estudio. […] como por va-rios accidentes casuales me he ido instruyendo insensiblemente con las conexiones y enlaces que tienen las principales familias de unos pueblos con los otros, y de los comunes intereses que cir-culan entre sí, de aquí he adquirido un conocimiento intuitivo y radical de cuanto puede contribuir a formar un exacto juicio, no solo de la actual constitución sino en mucha parte de las vicisitu-des y acontecimientos futuros. (87-88)

A esta primera causa se suma la corrupción administra-tiva. Además de denunciar el estado mental y la actitud de los americanos, sutilmente Rodríguez censura también los órga-nos creados por los Borbones para el control político y econó-mico: sin entrar a inculpar directamente la legislación, el autor hace observar al Duque de Alcudia que la burocracia jerarqui-zada era motivo de la degeneración de los principios institu-cionales que regían la vida social de las colonias. Aunque se suponía que la soberanía radicaba en el rey y en sus agentes, Rodríguez denuncia que tal uniformidad no existía y que, por el contrario, el aparato administrativo había derivado en una feria de intereses personales que promovía el “comercio clan-destino” y todo tipo de abusos:

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Nada puedo decir acerca de los principales jefes, y mu-cho menos del celosísimo a quien está encargado el gobierno de este reino, cuya virtud e integridad son notorias. Por el contrario son los subalternos los que maniobran validos de unos resortes fraudulentos y dilusivos, que insensiblemente van contaminado la masa común de la república. Esto casi no pueden percibirlo los magistrados superiores, ya por la multitud de sus atenciones, ya porque es necesario un genio explorativo y combinador, o bien porque aquellos de quienes se deben tomar informes están co-rrompidos por el cohecho, la seducción, interés personal, o espíri-tu personal, o espíritu de partido, que suele ser lo más común en estos pueblos. (89)

De acuerdo con Rodríguez, esta situación exigía “cada día unas providencias más eficaces; pero menos perceptibles a la comprensión de los pueblos, porque de lo contrario podían temerse algunas consecuencias funestas”:

Para esta precaución contribuiría mucho que los secreta-rios de los virreinatos, capitanes generales y principales gobier-nos fuesen los hombres más sencillos, integérrimos e instruidos que se pudiesen encontrar y que los oficiales de dichas secretarias (que regularmente son los del país) no se instruyesen de ciertas órdenes reservadas de las cuales no conviene que tengan noticias los del pueblo, y es un dolor ver cómo estos se las comunican con tanta facilidad, de que resultan mil glosas y pareceres poco favo-rables a la buena administración de justicia. (89)

Como se puede observar, esta cadena de “subalternos” corresponde a la de los funcionarios políticos y fiscales (capi-tanes generales, gobernadores, corregidores, alcaldes escriba-nos y alguaciles) que, en el orden jerárquico después del rey, el Consejo de Indias, las Audiencias de América, los virreyes, cabildos y tribunales reales, desempeñaban funciones más o

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menos especializadas controladas, en principio, por la direc-ción central del Imperio7. Rodríguez hace ver a su correspon-sal que, en la práctica, las decisiones jurídicas y económicas no emanaban de los órganos centrales de la monarquía. Este aspecto es tratado de manera amplia en la carta y “memoria” del 19 de septiembre de 17968. En ésta, el autor insiste en que los abusos de la burocracia desvirtuaban las decisiones estata-les afectando sensiblemente la legislación, la justicia y los va-lores religiosos, puesto que los prelados de la Iglesia, al igual que los gobernadores y magistrados, incurrían en el mismo error. En relación con este último aspecto, Rodríguez no duda en afirmar la falta de vocación pastoral y apostólica, y, además de notificar los lujos y excesos producidos por las exageradas rentas, informa del “grandísimo desorden, no solamente por lo respectivo a la relajación de la moral cristiana, al amance-bamiento público de varios curas así clérigos como religiosos, sino también en orden a los excesivos y voluntarios derechos que se les exige a los pobres feligreses, hasta dejarlos en un es-tado de no tener de qué subsistir, y sólo con disposiciones muy fáciles, o de abandonar el patrio suelo, acosados de la miseria, o de intentar una sublevación” (220).

Al hacer sus “observaciones relativas al buen gobier-no de estas provincias”, como en una especie de continuación de la anterior “representación”, Manuel del Socorro reitera

7 Para los detalles de la administración colonial véase, en particular, los estu-dios de Jhon Lynch, Administración colonial española (1967); de José María Ots Capdequí, Instituciones del gobierno del Nuevo Reino de Granada en el siglo XVIII (1956); o el artículo de Jaime Jaramillo Uribe, “La administración colonial”, en Nueva Historia de Colombia, vol 1, pp. 175-192 (1984).

8 La carta incluye una detallada lista de seglares y religiosos de la región, de “notoria virtud y desinterés”, que según él podían ser “muy útiles al público si obtuviesen un regular acomodo que les proporcionase generalizar su benefi-cencia” (Rodríguez, 1928: 212). Véanse detalles de la carta y la lista completa de personajes entre las páginas 212-214.

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dos aspectos importantes de la crisis del gobierno colonial, y descubre otros problemas que a su modo de ver afectaban “la seguridad de estos dominios”. Así, el autor sostiene, primero, que “Estos dominios, señor Excelentísimo, presentan un as-pecto bastante crítico, principalmente en las actuales circuns-tancias, en que el espíritu de independencia y libertinaje va echando cada día más profundas raíces, no sólo en las capitales y pueblos numerosos, sino aun en las aldeas, donde parece que debía haber más sinceridad y sencillez” (214); y segundo, in-siste en la influencia angloamericana, revela un problema de emigración y declara abiertamente sus sospechas. La nueva re-pública del norte aparece en el panorama político-sociológico de Rodríguez como una amenaza:

Parece cosa de nada el establecimiento de la ciudad de Washington en la provincia de Filadelfia, y que mirándolo por todos sus aspectos no presenta motivo alguno de precaución po-lítica. Pero en realidad, aquel emporio de los Estados Unidos de América se ha proyectado bajo de unas ideas bastante artificiosas, y sobre un plan de mucho ingenio y sagacidad (1). Debe temerse que allí se esté formando el punto de reunión de donde se han de fortificar todos los designios destructivos del buen gobierno en nuestros dominios españoles adyacentes, por más que se oculte esta intención bajo bellas apariencias de armonía y buena fe. Son muchos los americanos que van concurriendo a establecerse en aquel país con motivo de la gran libertad que se les brinda, y de los objetos lucrativos con que se procura interesarlos a la concu-rrencia. (215)

Aunque en la nota al pie de página, indicada en el texto con el número en paréntesis, Rodríguez reconoce que “ningu-no de los imperios famosos del universo tuvo unos principios tan robustos y brillantes”, por seductores que parezcan, no se permite inculparlos y, por el contrario, señala que la responsa-

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bilidad de dicha situación recae también en los “gobernadores hispanoamericanos”, en las debilidades de la política borbónica:

Cada día será mayor este número, si los gobernadores his-panoamericanos no procuran hacer amable el gobierno y admi-nistración que se les ha conferido, y si no están dotados de una solercia gubernativa y demás virtudes dignas de un magistrado que tiene el honor de representar en sí mismo a la persona del más católico y más humano de los reyes. (215)

De estas primeras observaciones derivan una serie de denuncias, acompañadas de recomendaciones que implica-ban “la vigilancia y buen celo de las audiencias y obispos de la América”. Estas descubren que, si bien el autor no estuvo de acuerdo con las tendencias independentistas, su sentido de la justicia no le impedía discernir los abusos e injusticias come-tidas por los burócratas. Rodríguez denuncia la ineficacia del sistema prebendario y de privilegios de la administración co-lonial, insistiendo en la ignorancia de unos y en la corruptibili-dad de otros funcionarios prestos

a prostituirse a las mayores vilezas, ya por codicia de los grandes cohechos, que son aquí muy comunes, o ya porque para desempeñar con algún crédito su empleo sin dar a conocer su ignorancia, se valen frecuentemente de los juristas más avaros e intrigantes que han salido de las escuelas, y que mira al público con horror y execración. Sobre esto me consta por experiencia positiva que hay un lastimoso abuso casi en todas las audiencias de América […]. Es una gran lástima ver cómo estos mismos ju-ristas que son consultados por los ministros ignorantes, valiéndo-se de esta confianza y la impunidad con que proceden, estafan al público con una tiranía orgullosa, haciendo gemir a las familias más respetables e inocentes. Estos malignos abogados […] andan después en sus tertulias y corrillos ridiculizando, no solamente a los ministros públicos que los consultan, sino a los que es aún más

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doloroso, criticando la elección que ha hecho de ellos el sobera-no, y dando a entender que el supremo consejo se gobierna por intereses particulares, por empeños, por cohechos y por intrigas; de lo cual resultan varias murmuraciones y un general descon-tento en los ánimos de estos habitantes, los cuales juzgan que se les mira con el mayor desprecio, pues se les hace obedecer a unos magistrados tan idiotas e inciviles. (218)

Si los “gobernadores de provincias” eran los hombres me-nos aptos para desempeñar sus cargos “con urbanidad, discre-ción y vitalidad pública” y, por lo general, estaban “poseídos del espíritu de ambición” y sólo aspiraban a “enriquecerse por me-dio de los arbitrios más injustos, más fraudulentos y tiranos que podía inventar el enemigo más declarado de la religión y de la humanidad” (218), resultaba obvio que la “exasperación” se notara “en los espíritus americanos en orden a la dureza con que se les [trataba]” (216):

Es como imposible que experimentando tanta opresión los pueblos gobernados de este modo dejen de reunirse movidos de un mismo dolor, y de hacer los mayores esfuerzos por sacudir el yugo de hierro que los abruma, y esta es la causa de que se han originado los varios motines sucedidos en algunas provincias de la América. (218)

Estas reflexiones hacen que aflore el reformismo de Ro-dríguez y que su filantropismo ilustrado se ponga al servicio de la Corona. Entre las recomendaciones dadas al Príncipe de la paz, vale la pena retener las siguientes: primero, seleccio-nar mejor los obispos y los magistrados superiores para que “procurasen por medio de su ejemplo, afabilidad, desinterés y amor a los naturales del país, dar mejor idea de la legislación nacional y de las puras intenciones del rey”; segundo, sospe-char de los informes de “varios magistrados europeos” que

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pedían no incluir “en los destinos ministeriales y científicos” a naturales americanos (216). Por el contrario, para mantener la dependencia de las colonias a la metrópoli, para evitar la emi-gración de naturales talentosos y, sobre todo, para evitar una conspiración política de grandes magnitudes, el autor propo-ne estimular con cargos administrativos a “algunos sujetos de instrucción y mérito sobresaliente, capaces de desempeñar los empleos y comisiones más considerables, con utilidad del pú-blico y honor de la legislación nacional”:

Si estos dominios ven que la bondad del soberano se sirve premiar a los naturales que se distinguen por su virtud y mérito, entonces yo aseguro que ningún americano dejará de aspirar al mismo honor por medio de una conducta constantemente leal e irreprensible; sin pensar jamás en ir a mejorar de fortuna en los países angloamericanos, donde la ingeniosa política del gobierno es, como dije antes, ir reuniendo los principales sujetos de estos dominios para formar dentro de breve tiempo un imperio inex-pugnable y sobresaliente a todos los reinos de Europa. Tal es el proyecto que allí se premedita, según todas las apariencias, si es que las examinamos con el mismo espíritu de sagacidad y pre-caución que da el resorte de todas las partes de aquella máquina política. (217)

Tercero, para que “los vasallos” se formen “una sublime idea del paternal amor con que los mira su soberano”, aun-que las “personas instruidas” no lo necesiten, “conviene mu-cho que la gente popular tenga un conocimiento mucho más claro y evidente de que las miserias y extorsiones que sufren, lejos de ser prevenidas por las disposiciones soberanas, tie-nen todo su origen en la malicia y ambición de los ministros inferiores” (222). El punto de vista de Rodríguez, con respec-to al conocimiento que debía tener el pueblo sobre los asuntos del gobierno, cambia sustancialmente entre el momento de

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redacción de la carta del 19 de abril de 1793 y el de la del 19 de septiembre de 1796. Como veíamos más arriba, en la primera de éstas, el autor recomendaba que los oficiales de las secreta-rías, por lo general naturales americanos, “no se instruyesen de ciertas órdenes reservadas de las cuales no conviene que ten-gan noticias los del pueblo” (89). El contraste con la segunda es evidente. ¿Qué provoca dicho cambio? ¿Un conocimiento más profundo de la situación y la burocracia? ¿Una toma de conciencia de los abusos e injusticias? ¿Un afianzamiento de la crisis gubernativa? ¿La constitución de un movimiento inde-pendentista? ¿Una identificación más radical con el reformis-mo borbónico? Lejos de pretender aventurar una respuesta y caer en especulaciones, lo más importante, por ahora, es regis-trar las modulaciones del pensamiento de Rodríguez.

En la “representación adjunta” del 19 de abril de 1793, Rodríguez se permite hacer propuestas que implican refor-mas en los planes educativos. Dichas propuestas están media-das por la política económica de corte mercantilista, puesta en práctica en el Imperio por Carlos III y sus ministros (Re-glamento de libre comercio, de 1778). En una perspectiva utili-tarista, el editor del Papel Periódico propone una reforma de la enseñanza superior, orientada según los principios de las llamadas ciencias útiles, y destinada a desarrollar el comercio intercolonial y de los territorios ultramarinos con la Penín-sula; pero, sobre todo, a impulsar en las colonias americanas la producción de nuevas materias primas —algodón, quinas, cueros, tabaco, maderas, cacao, azúcar— (Colmenares, 1984: 137-142). En su informe, Rodríguez hace énfasis en el gran número de estudiantes americanos que, en vez de abrazar “o la agricultura o las artes en cuyo destino siempre harían una figura humilde”, elegían “la carrera literaria, prometiéndose por este medio no solamente una fortuna acomodada, sino una representación ilustre en la república”. Al referir “el mise-

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rable desorden que se [experimentaba] acerca de este asunto” (Rodríguez, 90), Rodríguez no deja de preguntarse por qué

los sabios magistrados que han gobernado estos pueblos no hayan conocido que tánta pobreza, tánta relajación, tánto liber-tinaje y el ningún progreso de la población del reino provienen precisamente de que los colegios estén llenos de un sinnúmero de estudiantes cuya cuarta parte sobraba para proveer a todas las provincias del reino de los precisos abogados, y de los sacerdotes así seculares como regulares. (90-91)

Según Rodríguez, el exceso de abogados y sacerdotes traía como consecuencia desórdenes sociales, morales, eco-nómicos y políticos: al no encontrar el “brillante destino a que necesariamente aspiraban”, estos estudiantes se dedicaban a la “limosna”, no volvían “a sus pueblos”, no “se [empleaban] en la agricultura y demás artes”, no eran “útiles a su familia”, “por su pobreza [no podían] tomar el estado de matrimonio, y solo quedaban aumentando el número de los holgazanes, llenan-do de vicios la república y formando las torpes asambleas del libertinaje, de la independencia y demás desórdenes que no se pueden describir”. Esta falta de planificación y control en la instrucción sólo podía producir una clase de seres resentidos:

Los hombres más a propósito para proyectar y conducir las empresas más detestables, así por la ilustración que han adqui-rido, como por el egoísmo de que se han llenado, el sentimiento de que no los hayan preferido en los empleos y el deseo de hacer fortuna aunque sea valiéndose de los medios más inicuos. (91)

De manera obvia, la propuesta de Rodríguez desem-boca en una reducción de “dichos estudiantes”, pero este procedimiento debía hacerse sin violencia, “sin que [llega-se] a percibirse el motivo por que se [hacía]”: “remediándose este lastimoso abuso se aumentaría dentro de breve tiempo

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la población y nada menos que de unos vasallos mucho más útiles al estado que los presentes, más felices para sí mismos y más dignos de llamarse cristianos”. Esta especie de limitación del conocimiento abstracto y especulativo, y de orientación tendenciosa de los saberes prácticos, afecta también a “las so-ciedades o academias literarias”; estas debían ser observadas “aún con mayor recelo” porque en esas “asambleas científicas”, los hombres americanos “se [dejaban] transportar demasiado del entusiasmo patriótico y [llegaba] a tánto la extravagancia de ponderar los derechos de la naturaleza y de la humanidad, que se [olvidaban] de que [había] soberanos, leyes y religión” (91). Para “contener los fatales progresos que [iba] haciendo por todas partes el espíritu de seducción y de independencia”, era necesario, según Rodríguez, que

se les asignase cada año el premio de una medalla con la real efigie para el que en concurrencia de discursos lo hiciese mejor; pero las materias para tales escritos convenía que fuesen siem-pre relativas a la dignidad soberana, a la fidelidad con que deben portarse los vasallos, el respeto que se le debe a la legislación, la utilidad que produce en las repúblicas la buena educación pú-blica y privada, las ventajas que han resultado de la conquista de América a la humanidad, a la religión, las ciencias y las artes, y así otros semejantes argumentos que insensiblemente los fuesen em-peñando en discurrir contra sus propios designios y sentimientos sediciosos, en caso de estar poseídos de ellos. (91-92)

Aunque no hemos hallado noticias de que el estado haya puesto en marcha este plan y, con tal fin, involucrara al editor y su semanario, es evidente que, inicialmente, en el Papel Perió-dico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, Rodríguez se propuso desarrollar todos estos temas con la intención de contrarres-tar el movimiento emancipador, como él mismo lo reconoce, de “ridiculizar tan extravagantes ideas” (87). La observación

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del autor revela el creciente desarrollo del patriotismo de los criollos: cuando Rodríguez alude a las “asambleas científicas” y a los progresos del “entusiasmo patriótico” en una dirección que no le convenía a la Corona, se refiere, en primera instancia, a la tertulia de Antonio Nariño. Sin embargo, en la represen-tación de 1793, aunque se insinúen los derechos naturales y los Derechos del hombre, el prócer no es nombrado. Tal vez porque la publicación del periódico, de una u otra manera, los unía, el autor tampoco lo nombra en la carta del 19 de septiembre de 1794 cuando, con motivo de la publicación clandestina de estos últimos y de los célebres pasquines, compone la memo-ria El Reino Feliz fundado sobre los principios de la verdadera Fi-losofía. Discurso formado y dado a luz por un amante del Bien público, con motivo del suceso que se expresa en el Prólogo. Pietas erga Deumcerta basis Regni est, ac fudamentum. Syresius, Lib. 1, Año MDCCXCIV9, y comenta al duque el cierre de la imprenta “por haber resultado el Inspector, y el Dueño de la Imprenta comprendidos en el Crimen de insurrección” (92).

Si bien Nariño no es mentado directamente, por el con-trario, en la representación de 1793, Rodríguez se detiene di-rectamente en la persona y figura de Pedro Fermín de Vargas, quien aparece en sus reflexiones como un hombre talentoso “superior a todos los de su patria”:

Este sujeto, cuya ilustración y filosofía están fundadas so-bre los depravados principios de libertinaje, la independencia y

9 No hemos tenido acceso a este documento conservado, según Torre Reve-llo, en los Archivos de Indias en Sevilla. De acuerdo con este investigador, Rodríguez aquí “combatía denodadamente a la revolución francesa, y las máximas difundidas por sus principales teorizadores, trayendo a colación las definiciones expuestas por algunos autores clásicos, con respecto a la fi-losofía” (Torre Revello, 1947: 23) Véase el “Ensayo de una biografía del bi-bliotecario y periodista Don Manuel del Socorro Rodríguez”. Este breve comentario nos permite ver que se trata de los mismos temas y problemas tratados de manera reiterativa en el Papel Periódico.

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un gran deseo de hacer figura sobresaliente, quizá algún día pue-de ser adalid de alguna subversión tanto más digna de temerse cuanto es capaz de conducirla con la mayor habilidad […]. (89)

Según Rodríguez, las ideas de Vargas eran “dignas de re-celo” porque, primero, sabía mejor que nadie “el número de los habitantes, las calidades del terreno, los caminos más a propó-sito, y cuanto se necesite para conducir sólidamente semejan-tes proyectos, a que se agrega un genio intrépido y sagaz unido a una insinuación muy artificiosa y persuasiva”, y segundo, porque se había instruido “a fondo de todo lo más reservado de la secretaría de este virreinato en el largo tiempo que [había estado] en ella sirviendo una plaza oficial” (89-90)10. Tal como se observa en este documento, el editor del periódico conocía no sólo el recorrido intelectual y el temple del personaje, sino también su obra: cuando hace referencia a los “sueños políti-cos”, muy probablemente alude a la obra conocida hoy como Pensamientos políticos sobre agricultura, comercio y minas del Virreinato de Santafé de Bogotá, y a la Memoria sobre la pobla-ción del Nuevo Reino de Granada11. La forma en que Rodríguez

10 Pedro Fermín de Vargas se educó en el Colegio del Rosario, fue Oficial Pri-mero de la Secretaría del Virreinato, hizo pare de la Expedición Botánica y recorrió el reino junto a José Celestino Mutis, fue corregidor de Zipaquirá y juez de Residencia de Zipaquirá y Ubaté.

11 No se ha establecido con exactitud la fecha de composición de estos docu-mentos, pero se calcula que, por los problemas tratados, pudo haberse hecho entre 1788 y 1792, momentos en los cuales Vargas se retira de la Expedición Botánica y asume los cargos administrativos evocados en la cita anterior. El hecho de que Rodríguez se refiera en abril de 1793 a estos textos confir-ma esta hipótesis. Estos textos fueron publicados por primera vez en 1944, por la Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura. El editor anuncia en la pre-sentación que el documento circuló en versiones manuscritas “durante los años finales de la época colonial, y en 1810 Francisco José de Caldas pensaba editarlos junto con dos manuscritos que se han perdido” (Vargas, 1986:10). Muy probablemente se trate de dos textos de corte económico, citados por Vargas en sus reflexiones sobre la agricultura, titulados Reflexiones acerca de

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comenta estos “sueños” revela que, aunque toda la propues-ta político-económica de Vargas se hizo en nombre del rey y siguiendo el modelo de las Sociedades Económicas de Ami-gos del País, “a imitación de las muchas que hay en España” (Vargas, 1986:30)12, Rodríguez no confió en el tono, la orien-tación y los términos utilizados en el discurso. Para él, aunque coinciden en las denuncias contra la ineficacia y corrupción de la burocracia y del sistema político-económico de monopo-lios, implementado por las reformas borbónicas13, esta obra era “suficiente para acabar de corromper a los que no [estaban] en punto de independencia y de entusiasmo acerca de los ver-daderos derechos del hombre” (Rodríguez, 90).

De hecho, en esta obra, considerada hoy como el inicio de la historia del pensamiento económico colombiano, Vargas no se mide en exhortaciones al patriotismo que hace evidente el despertar de un largo proceso de enajenación, y de la toma

los principales frutos del reino (24) y Discurso sobre el estado actual del río de la Magdalena (31).

12 Aunque aquí nuestro propósito no es hacer un análisis de la obra de Vargas, no está de más decir que si bien se inspira en los presupuesto y en el mode-lo español, para Vargas se trataba de formar un “cuerpo patriótico”, fundado “bajo las mismas reglas que los de Madrid y Vizcaya” (Vargas, 31), pero que, a diferencia de los de la Península, se llamaría “Sociedad Patriótica de Ami-gos del País” (35).

13 Además de la ineficacia y corrupción de los Visitadores (58), administra-dores (77 y 88),Vargas observa, por ejemplo, que por más afianzada que estuviera la agricultura “con el establecimiento de la Sociedad Patriótica de Amigos del País”, no se podía “esperar adelantamiento” mientras el comer-cio no favoreciera “la extracción de frutos” (35); de la misma manera, el au-tor denuncia el control económico ejercido por los monopolios instalados por la Corona: “no hay razón para que todo el Reino esté sujeto a surtirse precisamente de lo que necesite de España por el puerto de Cartagena […]. Esto es sujetar todo el Reino a un monopolio y tiranía de los comerciantes de Cartagena, los cuales se hallan hoy respecto de nosotros como lo estaban antes los de Cádiz respectivamente a toda la América” (50). Véanse más en detalle los pensamientos 86, 115 y el extenso 130; la ignorancia de los admi-nistradores es también cuestionada con respecto a los “metales” y las “piedras preciosas”, entre otros.

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de conciencia de los recursos humanos y naturales de los ame-ricanos. Al respecto, ya sea por falta de luces sobre los proble-mas económicos o, simplemente, por fidelidad e instinto de vasallaje, sin duda alguna Rodríguez no apreció que Vargas reclamara la “libertad” de los vasallos “de comerciar y surtirse de lo que necesiten en todos los puertos y todas las vías, como no sea de manos de extranjeros” y, sobre todo, parece no ha-ber apreciado que lo hiciera, exclamando que “ya [era] tiempo de que [pensáramos] en quitar las trabas que nos han impe-dido nuestra prosperidad” (Vargas, 50). Tanta liberalidad no cabía en el pensamiento de Rodríguez. Al explicar “cuán libe-ral [había] sido la naturaleza con estos dominios del Rey”, y al proponerse “promover los ramos de la agricultura, comercio y minas”, Don Pedro Fermín de Vargas reivindica primero su “amor” al país, su experiencia administrativa y el conocimiento derivado de sus viajes:

La desgracia es que hasta ahora casi generalmente se ha-llan abandonados estos tres ramos de riqueza nacional. No quie-ro averiguar si la falta de la población o la falta de energía en el gobierno, o más bien las trabas generales de la nación en punto de comercio e industria, sean la causa de un letargo como el que se ha experimentado en esta preciosa porción de la Monarquía. Lo cierto es que a un paso igualmente torpe han caminado hasta hoy desde la agricultura, que es la primera de las artes, hasta la de mayor complicación, sin que ningún patriota haya promovido la aplicación de sus compaisanos. (Vargas, 18)

Si bien este letrado cubano es conocido en la historia de la literatura colombiana como el padre del periodismo nacio-nal, como el fundador de una de las primeras tertulias litera-rias de la sociedad neogranadina y, sobre todo, como servidor incondicional de la Corona y del virrey Josef de Ezpeleta, en esta investigación se ha buscado revaluar estas etiquetas para

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entender la labor desempeñada por él durante el complejo periodo que antecede y prepara la independencia, puesto que dichas etiquetas tienden no sólo a opacar el papel y funciones sociales desempeñadas por él a través del periódico, sino tam-bién su obra. Por lo general, éstas impiden asir la importan-cia de la labor periodística realizada por Rodríguez, incluo el momento de los eventos del 20 de julio de 1810; de la misma manera, hacen ignorar el valor histórico y documental de los contenidos de sus periódicos, ocultan una rica producción poética y, en particular, la personalidad del periodista. Sin pre-tender hacer un estudio de corte biográfico, pero, sin embargo, considerando las paradojas y contradicciones inherentes a la obra, uno de los objetivos de esta investigación ha sido estu-diarla en estrecha relación con el personaje. Para esto, ha sido necesario entender su compleja situación en una provincia del reino que no era la suya, su origen social y racial, su for-mación intelectual, sus aspiraciones individuales, su condi-ción de funcionario al servicio de la Corona y sus relaciones con los intelectuales criollos antimonárquicos y, por lo tanto, pro-independentistas, así como con los monárquicos y anti-independentistas.

Este primer objetivo, considerando la naturaleza de la obra periodística y poética de Rodríguez, ha exigido enfocar la investigación en líneas que permiten entender y explicar las relaciones entre la historia, la sociedad y la cultura. Como estudiosos de la literatura, hemos fijado nuestro interés en la singularidad de la obra y de su autor, y privilegiado la perspec-tiva interdisciplinaria de los estudios literarios y de la histo-ria de la literatura y la cultura. Así, este trabajo se inscribe en líneas de investigación que permiten realizar, desde el punto de vista crítico y conceptual, una aproximación múltiple a la obra del periodista cubano: entre ellas sobresalen la literatura comparada, la historia de la literatura, los estudios estéticos,

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la sociología de la literatura y de la cultura, los estudios pos-coloniales y la historia de las ideas, entre otras. Presentada inicialmente como una “Lectura crítica del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797) de Manuel del Socorro Rodríguez”, la investigación rápidamente se amplió a la obra poética, a la correspondencia y a los periódicos pu-blicados entre 1806 y 1810. De esta manera, el Papel Periódi-co de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797), El Redactor Americano (1806-1809), El Alternativo del Redactor Americano (1807-1809), La Constitución Feliz (1810), la historia de la Fun-dación del monasterio de la Enseñanza (1957) y los dos libros de Epigramas publicados al final de este tomo, se convirtieron en la fuente primaria de nuestra reflexión. A partir de estas líneas, más que temas, se estudian problemas relacionados con la Ilustración en Nueva Granada, la colonialidad, la liber-tad y la independencia política, la función social de la poesía epigramática, la modernidad, la identidad latinoamericana, la reforma socio-política, la educación, el estado de la crítica literaria, la salubridad y el pensamiento político del autor, en-tre otros, que estructuran el plano textual de los documentos aquí citados.

Sobre estas bases, cada integrante del grupo trató un problema específico del gran panorama ofrecido por la obra de Rodríguez. Para tratarlos como parte integrante de un todo, era preciso delimitar y, al mismo tiempo, dialogar con el todo. En este proceso, el grupo asimiló la necesidad de tra-bajar en equipo y, así mismo, llevar a término búsquedas que implicaban cierta autonomía. De acuerdo con la filosofía de los semilleros de investigación, el grupo planeó unas activida-des de socialización de los resultados; así, en el ambiente de la celebración del Bicentenario de la independencia, y con la intención de dar a conocer los resultados parciales, se propuso realizar un homenaje al autor y a su obra. El evento se realizó

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durante los días 8 y 9 de abril de 2010, con el apoyo del Depar-tamento de Literatura de la Universidad Nacional de Colom-bia, la Biblioteca Nacional y la Fundación Universitaria del Área Andina. El seminario internacional “Literatura, sociedad e ilustración en la Nueva Granada. El bicentenario de las inde-pendencias continentales americanas” contó con la participa-ción de invitados nacionales (Universidad Nacional y Andes) e internacionales —de tres universidades de los Estados Uni-dos—, y un invitado de la Asociación de Escritores de Cuba.

Se organizaron dos paneles: “Manuel del Socorro Rodríguez y el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogo-tá: modernidad, colonialidad e Ilustración en Nueva Grana-da”, y “Periodismo y crítica literaria en el siglo XVIII en Nueva Granada. El aporte fundador del ilustrado cubano Manuel del Socorro Rodríguez”. A esta primera etapa del proyectó siguió la elaboración de los artículos: desde el primer momento se tuvo como consigna que la investigación no terminaría en la elaboración de las ponencias. El compromiso fue siempre con-tinuar y llevar a término unos artículos para ser publicados en una antología de ensayos alrededor de la obra de Manuel del Socorro Rodríguez. El homenaje al redactor fue sólo un pri-mer reto y la oportunidad de confrontar a los estudiantes con profesionales del campo literario internacional.

En el proceso de la elaboración de los artículos, algunas ponencias transformaron sus objetivos puesto que, en el ca-mino, los estudiantes —en particular— descubrieron que sus temas iniciales estaban mediados, en estructura profunda, por problemas cuya importancia terminó reclamando toda la atención durante la fase final de la investigación y redac-ción. Así, aunque la mayoría conservaron los títulos iniciales, en sus contenidos se transformaron privilegiando aspectos que inicialmente eran secundarios: es el caso del estudiante Fabián Díaz Consuegra quien, al inicio, se preocupó por el

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“Discurso moderno-colonial en las apologías del Papel Perió-dico”, y finalmente, sin perder de vista el carácter apologético del discurso de Rodríguez, terminó centrándose en la bús-queda de lo americano, problema que subyace en el fondo de todas las apologías tratadas en el proyecto inicial. Lo mismo sucedió con Pablo Castro Henao, Liz Moreno Chuquen, Ro-binson Alvarado Vargas y Andrés Serrato: las ponencias de estos estudiantes pasaron de los problemas planteados por los periódicos crepusculares del autor, de la situación del au-tor frente a la colonialidad y la modernidad, del problema de la chicha, y la valoración de la Revolución francesa, al pensa-miento político planteado en dichos periódicos, la problemá-tica situación del intelectual y sus relaciones con el poder, el problema étnico y cultural encubierto detrás de la bebida, y la actitud histórica asumida por un intelectual americano fren-te a este fenómeno, respectivamente. Los estudiantes Carlos Fino Gómez y Kevin Sedeño Guillén mantuvieron fijo un problema y sus objetivos, y se dedicaron a profundizar en las funciones de la poesía epigramática y en el problema racial, respectivamente. Mi conferencia, luego artículo, mantuvo fijo el amplio problema de la Ilustración, la monarquía y la pro-paganda política contrarrevolucionaria. Como coordinador del grupo, debía orientar a partir de mi artículo todos los pro-blemas porque, sin excepción, giraban alrededor de los presu-puestos del pensamiento ilustrado.

La investigación se inició en agosto de 2009 con un grupo de estudiantes de la Carrera de Estudios Literarios de la Uni-versidad Nacional de Colombia. Reunidos como colectivo bajo el nombre de Grupo de Investigación Literatura, Sociedad e Ilustración, decidimos evaluar y restituir el valor histórico de la obra de Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria, fun-dador del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá en 1791. La invitación de especialistas en prensa del siglo XVIII

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(Karen Stolley de Emory University, Mariselle Meléndez de Urbana-Champaign Illinois Chicago, Flor María Rodríguez de Colorado State University-Pueblo, y Enrique Saínz de la Asociación de Escritores de Cuba) tuvo como objetivo enten-der el diálogo mantenido por el Papel Periódico con otros pe-riódicos latinoamericanos, y luego, considerando que Manuel del Socorro Rodríguez era cubano, aprehender su lugar en las letras cubanas del siglo XVIII. De hecho, la ausencia del nom-bre del bayamés en el panorama de la literatura cubana reali-zado por el profesor Saínz permitió entender que la parte más importante de la vida literaria del redactor del Papel Periódico se despliega en Nueva Granada, razón por la cual su obra ha sido integrada a la historia intelectual y de las letras colombianas.

Considerando que la investigación está, de una u otra manera, permeada por las problemáticas de la Ilustración, hemos decidido encabezar esta antología con mi ensayo y con los de los estudiantes Pablo Castro y Andrés Serrato, centra-dos en problemas relacionados con el pensamiento político de Rodríguez: en esta perspectiva, aparecen cuestiones como el despotismo ilustrado y la contrarrevolución, los ideales políticos en su relación con la religión católica, y la actitud histórica de Rodríguez ante la Revolución. En un segundo momento, se introducen los ensayos de los estudiantes Liz Moreno, Fabián Díaz, Robinson Alvarado, el de la profesora Mariselle Meléndez y el del estudiante Kevin Sedeño, quie-nes abordan problemas de índole cultural, como la coloniza-ción epistémica, la búsqueda de lo americano, el problema de la chicha, el fenómeno geográfico de la Ilustración en los pe-riódicos hispanoamericanos de la época y los problemas ra-ciales que afectaron al ilustrado cubano, respectivamente. Y, para cerrar, en un tercer momento aparecen dos ensayos rela-cionados con problemas de índole literaria: el primero, de mi autoría, está dedicado al rastreo de los elementos de crítica e

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historiografía literaria en la obra de nuestro autor, y luego el del estudiante Carlos Fino, quien ofrece una aproximación a la poesía epigramática del ilustrado cubano.

Para cerrar esta introducción, agradecemos el apoyo del Departamento de Literatura de la Universidad Nacional de Colombia, de la Biblioteca Nacional, de la Fundación Uni-versitaria del Área Andina, y de los invitados nacionales e internacionales que respondieron a esta propuesta de debate e investigación.

Camargo, R. Antolínez. (1991) El Papel Periódico de Santafé de Bogotá. 1791-1797. Colección de textos universitarios. Bogotá: Biblioteca

Banco Popular.

Colmenares, Germán. (1984). “La economía y la sociedad coloniales

(1550-1800)”. En Nueva Historia de Colombia, vol 1, pp. 117-152. Bo-

gotá: Editorial Planeta.

Domínguez Ortiz, Antonio. (1988). Carlos III y la España de la Ilustra-ción. Madrid: Alianza Editorial.

Jaramillo Uribe, Jaime. (1984). “La administración colonial”. En Nueva Historia de Colombia, vol 1, pp. 175-192. Bogotá: Editorial Planeta.

Lynch, Jhon. (1967). Administración colonial española 1782-1810. Buenos

Aires: Eudeba.

Ots Capdequí, José María. (1956). Instituciones del gobierno del Nuevo Reino de Granada en el siglo xviii. Bogotá: Biblioteca de la Presi-

dencia de Colombia.

Pacheco, Juan Manuel. (1975). La ilustración en el Nuevo Reino. Caracas:

Universidad Católica Andrés Bello.

Rodríguez de la Victoria, Manuel del Socorro. (1978). Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá. Siete Volúmenes. Bogotá: Ban-

co de la República.

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Rodríguez, Manuel del Socorro. (1928). “Documentos relativos al pu-

blicista bayamés Manuel del Socorro Rodríguez”. En Boletín de Historia y Antigüedades. Tomo XVII. Nº 194 (agosto) pp. 81-93 y

196 (noviembre) pp. 209-228. Bogotá: Imprenta de la Nación.

Silva, Renán. (2002). Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808: genea-logía de una comunidad de interpretación. Banco de la República.

Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT.

Torre Revello, José. (1947). “Ensayo de una biografía del bibliotecario

y periodista Don Manuel del Socorro Rodríguez”. En Boletín del Instituto Caro y Cuervo. Año 11, Enero-Diciembre, Nº 1, 2 y 3.

Tomo III, pp. 8-35. Bogotá: Thesaurus.

Vargas, Pedro Fermín de. (1986). Pensamientos políticos. Siglo XVII - Siglo XVIiI. Colección “Serie breve. Política”. Nueva Biblioteca Colom-

biana de Cultura. Bogotá: Editorial Linotipia Bolívar.

Vergara y Vergara, José María. (1974). Historia de la literatura en Nueva Granada. 2 vol. Biblioteca Banco Popular, vol. 63. Edición de Antonio

Gómez Restrepo y Gustavo Otero Muñoz. Bogotá: Banco Popular.

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Despotismo ilustradoy contrarrevolución en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá

Iván Vicente Padilla Chasing*1

Profesor Asociado

Universidad Nacional de Colombia

Constatar que el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá divulgó cierto tipo de Ilustración y promovió valores monárquicos exige explicar, primero, por qué las instancias gubernamentales decidieron autorizar en la Nueva Granada un instrumento informativo como este, y segundo, el tipo de agencia desempeñado por su autor en el agitado periodo del movimiento emancipador. La presencia de dicho periódico en esta provincia del reino español permite entender no sólo la complejidad y diversidad del movimiento ilustrado, sino tam-bién la instrumentalización que se podía hacer de las ideas dependiendo de la tendencia progresista técnico-científica, económico-liberal o política-social. ¿Cómo se convierte Ma-nuel del Socorro Rodríguez en vocero del discurso oficial? Considerando que su proyecto ilustrado se pone al servicio de la Corona, ¿qué aspectos de la Ilustración se promovieron en el Papel Periódico? ¿Con qué intención se propusieron los go-bernantes ilustrar a sus súbditos? ¿Cómo y por qué se promue-ven principios éticos y políticos, tradicionales e inamovibles, en una provincia que para entonces ya saboreaba las ideas de cambio propuestas por las nuevas corrientes de pensamiento?

* Correo electrónico: [email protected]

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Las poquísimas pero evidentes alusiones directas a la “in-dependencia”, la “libertad”, los “Derechos del hombre”, y, de ma-nera amplia, a la “Revolución francesa”, además de producir un sentido global que hace posible leer las circunstancias socio-históricas del momento, permiten aprehender los discursos socio-culturales en pugna y la posición que el editor y sus co-rresponsales asumen ante el mundo. Todas ellas hacen visible que el Papel Periódico inicia su proyecto en un ambiente de ten-siones, en el cual los criollos ya habían empezado a demostrar que eran una clase capaz de usar, para su beneficio propio y del país, las ideas de la Ilustración. El código lingüístico-semántico de este periódico revela que, hacia 1791, los neogranadinos ha-bían empezado a rumiar la función social del pensamiento y las relaciones causales entre éste y la organización social. Este aspecto determina, sin lugar a dudas, las reflexiones hechas por Rodríguez con respecto a la voluntad y el libre arbitrio en su periódico. Esta forma de significar el momento histórico per-mite pensar la independencia no como una insurrección más relacionada con el aumento de los impuestos o generada por el despotismo de los Visitadores Regentes, sino también como el resultado de un debate ideológico, en el que el Papel Perió-dico representó la oficialidad, la tradición, el mantenimiento del statu quo, y no la introducción del ideario revolucionario, sino más bien del contrarrevolucionario. Leer en el semanario de Rodríguez las alusiones directas e indirectas a la indepen-dencia, desde 1791, ofrece la posibilidad de asir el proceso del movimiento emancipador en toda su complejidad.

Esta constatación revela, primero, que en realidad este periódico no viene a promover el aspecto más revolucionario del Iluminismo, sino a mediar el progreso económico e indus-trial con el modelo estamental monárquico y con los esquemas culturales moldeados por el catolicismo; y segundo, que no se puede considerar a su autor como un personaje que por inicia-

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tiva propia funda un periódico y emprende la divulgación de las ideas de la Ilustración, sino como alguien que hace parte de un proyecto que, en beneficio del monarquismo absoluto de los Borbones, busca reorientar el proceso de Ilustración. En este sentido, mi lectura del Papel Periódico difiere de la de Renán Silva, en Prensa y Revolución a finales del siglo xviii (primera edición: 1988), quien busca en el periódico de Rodrí-guez las “posibilidades de relación con elementos formadores de la ideología de la independencia” (Silva, 2010: 149). En las circunstancias históricas de la Nueva Granada, sumida en la crisis del modelo político colonial y el nacimiento del ideario independentista, Manuel del Socorro Rodríguez es un perso-naje más entre otros que, para la época, participan de un mo-vimiento que ya había invadido prácticamente toda Europa y que, de manera inevitable, se propagaba en América recubier-to de toda su complejidad; su caso representa una variante de la diversidad del movimiento, de la cultura y de la individuali-dad que lo adopta. Rodríguez encarna, en el Nuevo Reino, el modelo moderado del ilustrado español de la época, y su pre-sencia descubre las tensiones que se establecieron, en particu-lar, con los criollos seguidores —como Antonio Nariño, por ejemplo— de los ideales liberales-democráticos contenidos en el modelo político de la Constitución de Filadelfia (1787) y en el modelo revolucionario francés, expresado en los Derechos del hombre y el buen ciudadano (1789).

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El hecho de que Rodríguez se inscriba o haga parte de un pro-yecto estatal no quiere decir que no sea un hombre de su tiempo.

2 La expresión es de José María Vergara y Vergara. Véase al respecto la Historia de la literatura en Nueva Granada (Vergara, 1974: I, 195).

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Hacer parte del proyecto de una monarquía que trataba de implementar en sus colonias el modelo político del despotismo ilustrado no lo priva de su condición de ilustrado. El vocero de esta forma de gobierno, que necesariamente incluía las ideas filosóficas de la Ilustración, debía ser igualmente un ilustrado; si desde el inicio de la publicación se aclara que se trata de un periódico sometido a “la sabia vigilancia del Gobierno”3 (N° 1, 9 de febrero de 1791), y se establece que la “política y economía” son el “asunto principal del establecimiento del periódico” (N° 13, 6 de mayo de 1791), el punto de enunciación del men-saje objeto de la comunicación es el Yo del autor. El hecho de que sea una sola persona la que elabora los mensajes o que, en su defecto, seleccione y decida publicar producciones de otras ma-nos, proporciona al periódico una unidad visible en los temas, el tono y, sobre todo, en una orientación ideológica que busca representar la sociedad civil como un todo homogéneo, políti-ca, jurídica y religiosamente organizado alrededor de la figura del rey. A lo largo de todos los números, Rodríguez asume lo dicho y se configura en el periódico como un referente textual4 que se encuentra en el origen del mensaje y de su codificación.

3 En todas las citas respetaremos la ortotipografía original.4 Me refiero a pronombres personales como “yo”, “me”, posesivos como “mi”, y

formas verbales como “he” entres otras, que implican la primera persona del singular. Estas predominan sobre las de la primera persona del plural que, por lo general, son utilizadas para implicar y contener al lector en el mensaje que se busca hacer pasar, o en la lección que se pretende impartir. Así, algu-nas veces se permite interpelar a los granadinos: “si, Granadinos: yo os amo demasiado para que pueda mirar con indiferencia la triste situacion de vues-tra Patria” (N° 10, 15 de abril de 1791); poner límites a sus comentarios: “Pero yo me transporto demasiado quando hablo de estos ilustres hombres: yá me olvidaba del verdadero objeto de mi discurso” (N° 18, 10 de junio de 1791); introducir elementos autobiográficos como en el Nº 22, cuando anuncia que el “autor del periódico” fue invitado a un evento y no pudo asistir por haber estado enfermo (8 de julio de 1791); y va inclusive a identificarse como pro-pietario del periódico: “Yo jamas me avergonzaré de insertar en mi periódico quantos raciocinios sean superiores á los mios” (N° 17, 3 de junio de 1791).

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Sumada a los referentes situacionales5, esta estrategia hace que el texto se oriente hacia el sistema significante en el cual se genera, y hacia el proceso social del que participa, en tan-to que discurso. De esta forma, cuando en el primer número Rodríguez define la naturaleza de su periódico, e inscribe su proyecto periodístico en el deseo de contribuir a la felicidad del reino, ofreciendo o facilitando la forma de llegar a ella, al mismo tiempo, se presenta como el guía cuyo saber orienta dicho proceso.

De manera obvia, este Yo se configura como un ilustra-do y no sólo se exhibe como un hombre de una gran cultura, metódico y observador, sino también como alguien dispuesto a promover el saber, el arte, la industria y el comercio. Como todo ilustrado, desde el inicio, Rodríguez hace gala de su fe en la razón y la presenta como un principio universal que re-cuerda que el hombre es racional y que, por lo tanto, debe vi-vir según las leyes de la razón: “A pocas reflexiones que haga el hombre sobre sí mismo conocera que este predicado de racio-nal le obliga a vivir según la razón”. Empero, como para algu-nos libres pensadores de la primera etapa de la era moderna, para Rodríguez, la razón era un don de Dios: todas las accio-nes del hombre debían “ser ilustradas por ese rayo celestial con que há sido ennoblecida su naturaleza” (Nº 1, 9 de febrero de 1791)6. La razón aparece entonces como medio o instrumento para resolver todos los problemas de la vida humana.

A este presupuesto, lugar común del pensamiento ilus-trado, Rodríguez suma el del hombre como ser social, desde su origen el hombre está destinado a vivir en sociedad y, por lo tanto, a velar por el bien común: “la utilidad común sera el

5 Me refiero a alusiones a concursos, eventos sociales, estado de cosas, tenden-cias ideológicas, etc.

6 El énfasis es del autor.

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primer objeto que desde luego se pondra antes sus ojos”. De esta relación lógica, “reciproco enlace”, se “forma la felicidad del Universo”; la razón debe, en principio, hacer que la búsqueda de la felicidad de todos no se mire con “indiferencia”. Estos pre-supuestos autorizan a Rodríguez a promover en sus congéne-res el sentido patriótico y a invitarlos a “contribuir al bien de la causa pública”. De aquí deriva, en el Papel Periódico, el interés práctico de actuar en la sociedad. Según él, la razón de ser de los periódicos era la “utilidad común”, “causa única de su exis-tencia” (N° 1, 9 de febrero de 1791). Rodríguez inscribe su pe-riódico en la perspectiva enciclopédica, didáctica y utilitarista del movimiento de la Ilustración, que sistemáticamente ve con recelo y rechaza todo tipo de explicación metafísica:

Yo jamàs llenaré mis Discursos de unas declamaciones va-gas, en que mas triunfa el calor de la Eloquencia que la solidéz de la Filosofía. Todos los puntos que he propuesto hasta aquí los he analizado con rigurosa crítica, separandome de raciocinios metafisicos, porque considero que en vano seria mi trabajo sino pretendiese conducir mis ideas al término de la evidencia y de-mostracion. (N° 13, 6 de mayo de 1791)

El espíritu filosófico de la época se expresa en el perió-dico neogranadino subrayando que no se trata solamente de expresar el gusto por las ciencias y los diferentes saberes, sino, y sobre todo, de utilizar el sentido común para inventar y pro-mover reformas necesarias para la armonía de la vida social e individual. La orientación filosófica del Papel Periódico, en el sentido moderno del término, es decir, en su tendencia vulga-rizadora y propagandística, no deja dudas. Por considerar que el hombre era naturalmente racional y sociable y que, por lo tanto, debía velar por la utilidad común, Rodríguez estableció que las ciencias rectoras de su periódico eran “la filosofía polí-tica”, encargada del “conocimiento gubernativo de los pueblos”;

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la “moral”, reguladora de las “costumbres”; y la “economica”, ins-piradora de “un metodo en orden a nuestras familias”. Estas tres filosofías establecen, según Rodríguez, “el plan de la feli-cidad de los hombres”, pues producen “armonia civil”, “lucrus” y “buenas costumbres” (N° 1, 9 de febrero de 1791). Con el op-timismo propio de los ilustrados de la época, éstas le permi-ten construir para los neogranadinos el culto del progreso y la felicidad.

Imbuido de una noción de progreso histórico, moral y material, al insistir en el valor de la educación, Rodríguez hará énfasis en la necesidad del desarrollo científico, técnico e industrial. Al igual que los intelectuales del siglo XVIII euro-peo, el ilustrado bayamés creyó en los beneficios del progre-so, y pregonó en su periódico que el desarrollo de las ciencias y la técnica podía hacer a los hombres más felices. Al dispo-ner que la política y la economía fueran los asuntos principa-les del Papel Periódico, no sólo determinó que el pensamiento político-económico era en él lo más importante, sino que, al mismo tiempo, estableció que dichas reflexiones estaban cen-tradas en el problema de la felicidad común. Según él, “ningún otro [debía] ser el asunto de un papel periódico” (N° 1, 9 de febrero de 1791). En este sentido, Rodríguez se atiene a uno de los tópicos más recurrentes de la literatura europea del siglo XVIII (Hazard, 1963: 23-34)7. En una evidente exhortación al

7 Desde Fenelon, por lo menos, en Las aventuras de Telémaco (1711), pasando por Montesquieu en Cartas persas (1721), por Pope en el Ensayo sobre el hom-bre (1732-1734), por Voltaire en Cándido o el optimismo (1759), por Cadalso en Cartas marruecas (1774), y por Jovellanos en el Discurso sobre los medios de promover la felicidad de Asturias (1781), entre otros, la mayoría sostuvo que “de todas las verdades, las únicas importantes eran aquellas que contribuían a hacernos felices; que de todas las artes, las únicas que importaban eran aquellas que contribuían a hacernos felices; que toda la filosofía se reducía a los medios eficaces para hacernos felices; y, por último, que sólo existía un deber, el de ser felices” (Hazard, 24).

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“patriotismo”, luego de haber declarado que deseaba ver a su “amada Juventud respirando humanidad, y patriotismo, ilus-trada, y feliz” (N° 8, 1 de abril de 1791), Rodríguez no duda en afirmar que en la filosofía estaba “depositado el buen gusto de las Ciencias y de las Artes, la gloria y felicidad de las Naciones” (N° 9, 8 de abril de 1791).

Aunque para la época, tal como lo sugiere el mismo Ro-dríguez en el Nº 26 (5 de agosto de 1791), en Nueva Granada ya se conocían propuestas que, como las de Rousseau, des-enmascaraban el humanitarismo ilustrado y desmentían los provechos indefinidos del progreso de la civilización. Tal vez porque la situación socio-económica era distinta a la europea en esta colonia y porque la Corona así lo exigía, Rodríguez co-difica un discurso de poder en el cual se moldea una visión idí-lica del progreso técnico, comercial, industrial y, por tanto, de la felicidad. El problema de la felicidad atraviesa y determina, de manera sistemática, todos los temas tratados por lo menos durante el primer año de la publicación. Convertido en bús-queda, este tópico orienta la tarea del ilustrado que, de manera evidente, encuentra la oportunidad de poner su saber al ser-vicio del desarrollo político, económico e industrial, pues no se trataba de promover solamente un estado psicológico, una felicidad espiritual, “mística”, sino “terrestre” (Hazard, 28). Al igual que en la Europa burguesa, y de igual manera que en la España carolina, se trataba de una felicidad material basada en la riqueza y en las comodidades. Mientras que en Francia, Inglaterra y Holanda la idea de “felicidad” se secularizó, en España se liberalizó cuando se introdujo en las disertaciones económicas, pero a nivel ético permaneció supeditada a la vir-tud cristiana.

Jovellanos, por ejemplo, en el Discurso sobre los medios de promover la felicidad de Asturias, hace observar que no toma “esta palabra en un sentido moral” y que entiende “por felicidad

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aquel estado de abundancia y comodidades que debe procu-rar todo buen gobierno a sus individuos”. El ilustrado español no duda en afirmar que “la provincia más rica será la más fe-liz, porque en la riqueza están cifradas todas las ventajas po-líticas de un estado” ( Jovellanos, 1859: 443). No obstante, si en la Memoria sobre la educación pública afirma que “el Criador imprimió a todos los entes animados el apetito de su felicidad” ( Jovellanos, 1845: 674), que el hombre nunca “podrá gozar nin-guna especie de felicidad temporal que no esté acompañada de la esperanza de la felicidad eterna” (672), de igual manera ex-plica que, aunque este sentimiento sea infundido por Dios, es preciso que la educación haga “sentir a los jóvenes que sólo por medio de la virtud podrán llegar a alcanzar aquella felicidad en pos de la cual los hombres, por una inclinación innata e inse-parable de su ser, suspiran y se agitan continuamente” (670). Como hemos observado, en el Papel Periódico se mantiene esta línea, pero, mientras que en España se buscaba integrar la aris-tocracia al proceso de producción, en Nueva Granada, aunque se establezca la relación felicidad-prosperidad económica, en la medida en que no se percibe la intención de proponer una ética de clase como en Jovellanos8, se trataba de mantener en el sis-tema de valores de los súbditos el sentido de la subordinación y la obediencia. En el discurso de Manuel del Socorro Rodrí-guez se privilegian las obligaciones y no los derechos:

Felices pueblos aquellos donde se estudia solidamente el Derecho público. Esta ciencia, que hace conocer al hombre to-das las obligaciones con que ha nacido […]. Es verdad que si el entendimiento humano no fuera tan propenso al error, entonces no habrá necesidad de estudiar el Derecho público, porque cada hombre conocería su respectiva obligación y toda la tierra perma-neciera en pacifica armonia. (N° 22, 8 de julio de 1791)

8 Véase, al respecto, el estudio citado de Baras Escola, pp. 268 y ss.

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Al respecto, en una evidente referencia a la situación his-tórica, el redactor no duda en afirmar que los “Americanos no nos llenamos de una emulacion heroica para hacer lo mismo que los españoles europeos” (N° 22, 8 de julio de 1791). Este aspecto atribuye al discurso de Rodríguez su carácter alec-cionante puesto que, en realidad, se trataba de hacer tomar conciencia de las riquezas de la nación y de la necesidad de explotarlas comercialmente en beneficio propio (comercio interior) y del reino. La intención de publicar una “Gazeta” de corte enciclopédico, que se pudiera consultar una y otra vez, y no un periódico cuyos contenidos se olvidaran rápidamente (N° 3, 25 de febrero de 1791), deja observar que no se trataba de dar simplemente información, sino de inculcar los nuevos va-lores y principios de las naciones industriosas y mercantilistas. Sin duda alguna, el proyecto del Papel Periódico hace parte de la tarea iniciada por los reyes Borbones Felipe V, Fernando VI y Carlos III quienes, frente a la desventaja económica y tecno-lógica con respecto a Inglaterra, Francia y Holanda, empren-dieron la tarea de reformar la estructura colonial dejada por los Habsburgos9. Es preciso recordar que estos monarcas no sólo se preocuparon por consolidar la reforma en la Península,

9 Los cambios se hicieron sentir en el campo fiscal y administrativo, con la creación de nuevos virreinatos y capitanías; se reflejó en la producción de bienes y en el comercio, pues se trató de montar un sistema mercantil para que las colonias fueran proveedoras de materias primas y consumidoras de las manufacturas españolas, para ello se decretó el Libre Comercio en 1778; se hizo evidente, en el plano social, con el nombramiento de ministros y ase-sores ilustrados provenientes de la clase burguesa española; y, sobre todo, se proyectó en el deseo de recuperar el poder que los Habsburgo habían de-positado en la Iglesia. Recobrar, por ejemplo, la autoridad adquirida por la Compañía de Jesús significaba no sólo retomar las riendas de las diferentes provincias, sino también direccionar hacia la Corona todos los bienes eco-nómicos que los ignacianos acumulaban. Véase, al respecto, El Antiguo Régi-men: los Borbones. Colección Historia de España Alfaguara IV, el capítulo V, “La economía”, de Gonzalo Anes, pp. 63 y siguientes. Ver referencia al final.

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sino también en sus colonias, hecho que se desarrolla de ma-nera más amplia en la segunda mitad del XVIII, durante el reinado de Carlos III (1759 a 1788). En Nueva Granada, por ejemplo, la aparición de los llamados virreyes ilustrados y la autorización de la Expedición Botánica se dan durante este periodo. De igual manera, Rodríguez se introduce en la his-toria de la Nueva Granada cuando se eclipsa el reformismo de Carlos III y asoma el conservadurismo de Carlos IV.

Esta rápida mirada sobre la situación de la Península permite entender que el espíritu ilustrado de Rodríguez de-riva no sólo del conocimiento de la literatura moral, política y económica de la Ilustración francesa e inglesa, sino, y sobre todo, de la moderada Ilustración española. Su evidente posi-ción antifrancesa, la forma como se distancia del sensualismo de Condillac (N° 2, 18 de febrero de 1791), la manera en que de soslayo trata “el espíritu de las leyes” (N° 21, 1 de julio de 1791), el cuestionamiento realizado a aquellos que se hacían llamar “filosofos” (N° 25, 29 de julio de 1791), la censura del “liberti-naje” de Voltaire y Rousseau (N° 26, 5 de agosto de 1791), o el carácter contrarrevolucionario manifiesto en sus apreciacio-nes sobre la Revolución francesa (Nº 130 y 158, entre otros), confirman esta idea. El pensamiento político-económico revestido de felicidad de Rodríguez deriva, en gran par-te, del discurso reformista elaborado para la Península por los ministros de los monarcas españoles del siglo XVIII10.

10 Un detallado estudio comparado revelaría que detrás de los panegíricos so-bre la industria, el comercio, la agricultura, la población del reino, los hospi-cios, la caridad, la paz, la moderación y prudencia en la recepción y uso de las ideas modernas, o en las diatribas contra la indigencia, la mendicidad, el ocio, el alcoholismo y demás, se encuentra el discurso ilustrado de Jeró-nimo de Ustáriz en Teoría y Práctica del Comercio y de la Marina (1724), del fraile benedictino Benito Jerónimo Feijoo, autor del Teatro crítico universal o discursos en todo género de materias para desengaño de errores comunes (1727-1739), y de Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), obras en las cuales ya se

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La felicidad promovida en el Papel Periódico obedece a la de la idea de un estado pacifista, gobernado por un déspota ilustra-do, especie de “padre”, que vela por el bienestar de sus súbditos promoviendo la educación técnica, la industria, la agricultu-ra y el libre comercio, pero que, al mismo tiempo, controla sus vidas no sólo sometiéndolos a una serie de normas policiales, sino también supeditándolos a un “esquema funcionalista de la sociedad”, puesto que se busca “la máxima utilidad en lo eco-nómico y la sujeción policiaca en lo social” (De los Reyes, 1988: 355-356). Ya en el Nº 2, en tono moralizante y celebrando el “convenio pacífico en la Costa británica” firmado por Car-los IV, Rodríguez declara, primero, que la paz es la “soberana dispensadora de todas las felicidades”, y que “la permanencia de los Reynos, la extensión de las Repúblicas, la autoridad de las familias, todo lo bueno que se halla entre los mortales, son obra de la Paz”, para luego insistir en que los “soberanos pací-ficos” merecen “continuas libaciones” (18 de febrero de 1791). De la misma manera, en la reflexión sobre las ventajas de la construcción del “Hospicio” en Santafé de Bogotá, aflora el monarquismo reformista disfrazado de paternalismo:

señalaban las causas del atraso industrial y comercial de España y sus do-minios, así como las medidas para remediar la situación, el utilitarismo de las ideas del Discurso sobre el fomento de la industria popular (1774), y del Dis-curso sobre la educación popular de los artesanos (1775), de Pedro Rodríguez de Campomanes, creador de La Real Sociedad Económica de Madrid, y las del Discurso sobre los medios de promover la felicidad de Asturias (1781), del Elogio de Carlos III (1788) y del Informe de ley agraria (1784), de Gaspar de Jovellanos. En relación con este último aspecto, la influencia de El espíritu de las leyes (1748) de Montesquieu, de La riqueza de las naciones de Adam Smith, o de las teorías fisiocráticas de François Quesnai expuestas en el Ta-bleau économique (1758) y en los artículos “fermier” y “grains” de la Enciclope-dia, es indirecta puesto que pasan fusionadas y adaptadas por los ilustrados españoles a la situación y circunstancias históricas de los ibéricos. Para ellos, se trataba de exponer la compatibilidad del liberalismo económico con la forma de gobierno monárquico y el poder de la aristocracia terrateniente.

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No hará otra cosa el Padre de la Patria, sino derramar con profusion caritativa un sinnúmero de gracias y privilegios sobre estas Fabricas […]. El hara que se incorporen las manofacturas de nuestro Hospicio en el cuerpo del comercio racional; para que tengan una salida mas lucrativa y honrosa. ¿qué serán estas reflec-ciones arvitrarias hijas de un espiritu sofistico, que solo se com-place en formar pinturas poéticas animadas del enstusiasmo y del capricho? No; ellas son unas verdades solidas deducidas nada menos que del fondo de Religion, clemencia y patriotismo de Car-los IV; del piadosísimo Carlos, que sentado sobre el trono de la nación, no es un fingido Argos como el que en otro tiempo inven-taron los Poetas, sino un verdadero pastor de cien ojos, siempre vigilante sobre las necesidades de sus pueblos. Si por cierto; el no estudia en otros libros, él no se divierte en otra ocupación, que en la de hacer feliz a toda la Monarquía. (N° 18, 10 de junio de 1791)

En sentido opuesto al de la Ilustración francesa, por ejemplo, que, con la intención de promover una sociedad ci-mentada en los principios del Derecho natural, cuestionó todos los aspectos de la vida social e hizo, en particular, una crítica a la tradición, la autoridad y al dogmatismo religioso, Manuel del Socorro Rodríguez trata de inculcar en los neogranadi-nos unas ideas de “República”, “republicano”, “ciudadano” y de “patriotismo”, inspiradas en el antiguo Derecho romano11 y

11 Sorprende que el autor interpele a sus lectores con términos que en princi-pio se refieren a una forma concreta de gobierno opuesta a la monarquía. Sin embargo, es preciso observar que el vocablo “república” tuvo en la antigua Roma un sentido más amplio, pues con la expresión res publica los romanos se referían a todas las formas políticas de gobierno en general. Para Cicerón, por ejemplo, se trata del “gobierno que afecta al pueblo”, según él, el pueblo no debía entenderse como agregado humano, sino como “una sociedad que se sirve de un derecho común”. Este presupuesto excluye la idea de un con-sensualismo o pacto en el cual los ciudadanos se ponen de acuerdo para es-tablecer un Derecho. En palabras de Fernando Betancourt, se trata de un derecho “consentiente”, dado al pueblo para que pueda servirse comúnmente.

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en los principios del “Evangelio”. Así, considerando el peso de la moral cristiana en la conciencia de los hispanoamericanos, para Rodríguez, el patriotismo de los neogranadinos debía ser abrazado por “la sublime moral del Evangelio” (Nº 9, 8 de abril de 1791). A lo largo y ancho del Papel Periódico, el redactor bayamés sostendrá que la religión “es la base del bien publico” y, cuestionando la actitud de los pensadores franceses de ten-dencia laica, afirmará que prescindir de ella es “la mas grosera extravagancia que han visto los siglos”, pues “la razon no [ha sido] capaz por si sola de formar un hombre de bien”. En tér-minos de Rodríguez, las leyes por sí solas eran incapaces de ve-lar por la tranquilidad de los pueblos: según él, ésta sólo podía cimentarse “sobre la base que dio la Religion” (Nº 246, 27 de mayo de 1796): “La Religion de Jesus”, dice, “hizo conocer à las Naciones” los “Derechos de la humanidad”, “los hizo respetar y le dio todos los apoyos necesarios para su seguridad y conser-vacion”, en ella “el Derecho publico al mismo tiempo encontrò la base de su firmeza” (Nº 247, 10 de junio de 1796). Para in-culcar el sentido de “patria” y de “ciudadano”, además de ilustrar con ejemplos de los romanos como Plutarco, Séneca, Cicerón, Magno Aurelio, entre otros, insiste en que la religión es

la fuente de ese Patriotismo, que forma el caracter de las almas generosas. Aqui es el lleno de su júbilo, quando vé que la ley de Jesu Christo no respira otra cosa, porque toda ella está fun-dada sobre la base del Amor (1). Ahora es quando se alegra mas de ser un buen patrióta, y como oye al grande Augustino desde

Esta disponibilidad es precisamente la “utilitas”, es decir, el hecho de prestar-se a ser usado; el “derecho común” al servicio de todos es lo que hace que un agregado humano natural se convierta en un “pueblo” y se pueda hablar de “gobierno publica” o “republica” (Betancourt, 2007: 61-62). El influjo de Ci-cerón en el pensamiento de Rodríguez se observa, también, en la importan-cia concedida a la “moral personal de los ciudadanos”; independientemente de la “forma de gobierno”, de la “estructura política o jurídica”, “la república romana se funda en la moralidad tradicional de sus hombres” (62).

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tantas partes de su Ciudad de Dios hablarle sobre el mismo asunto […]. (Nº 10, 15 de abril de 1791)12

Al oponerse a la explicación científica del mundo, y al re-ferirse de manera tan directa al Tratado de las sensaciones de Condillac, Rodríguez afirma que en su pensamiento prima una explicación cristiana del mundo. Su idea de “nación” deri-va de la acepción religiosa, bíblica, gentes gentiles, de tradición apostólica vehiculada por la Vulgata. La nación es una de las grandes divisiones naturales de la especie humana, puestas en la tierra por las manos del Dios creador:

todos los hombres del Universo son hijos de un padre, pro-venidos de un origen, y ramos legitimos de un solo tronco, […] su física organizacion es la misma que la de los demas que pueblan la tierra: […] en todos laten unas propias sensaciones, y princi-pios de racionalidad: […] la Naturaleza igualmente se dexa ver en cada uno: y […] á unos y á otros ha comprendido baxo de una ley; entonces allà en el fondo de su ánimo quedara convencido eficazmente, que esa variedad de naciones, de clases y de fami-lias, no puede romper de ningún modo el estrecho lazo en que los ha unido la mano criadora del Omnipotente […]. (Nº 2, 18 de febrero de 1791)

Para él, el establecimiento pacífico de los pueblos sólo era posible cuando se fundaba en los valores y principios eri-gidos por el cristianismo. De acuerdo con lo dicho en el Nº 13 con respecto a la construcción del Hospicio y a la idea “mas racional, mas propia, y mas digna de la Caridad”, se trataba de inculcar valores para “hacer mejores ciudadanos de la reli-gión christiana”. Tal vez por esta razón, medio siglo más tarde,

12 La indicación de la cita (1) corresponde a la cita de pie de página del autor. Rodríguez incluye en ella referencias bíblicas.

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Vergara lo definiría como el hombre de la “coraza de caballero cristiano” (Vergara, 1974: I, 195). En la medida en que se trata de hacer sentir la necesidad de trabajar por el bien común, Ro-dríguez se ve en la necesidad de fusionar las virtudes “teológi-cas” con las políticas y morales:

Aunque la Caridad no fuera una virtud teologica, sino poli-tica y moral: quiero decir, que aunque su destino no fuera arreglar todas nuestras operaciones con objeto al supremo Sér, sino per-suadirnos por un mero principio natural el amor à los de nuestra especie, siempre exigîa un discreto y maduro discernimiento para que fuese laudable. Figuraos una Republica de Gentiles, y vereis

que allí nada se distribuye en beneficio de los hombres, sino

prefiriendo siempre el bien comun. (Nº 13, 6 de mayo de 1791)13

despotismo ilustradoAl igual que en otros países de Europa, en particular en aque-llos países económicamente más atrasados (Rusia, Portu-gal, Austria, Prusia), en España, el despotismo ilustrado fue promovido como una forma de gobierno que podía aportar al pueblo la felicidad. Las ideas de la Ilustración, en particu-lar las del liberalismo económico, fueron adaptadas para “ren-dir servicios a la propaganda reformista”; bajo los gobiernos de Carlos III y Carlos IV, la Ilustración aparece como “un se-gundo concepto [sic] destinado exclusivamente a legitimar una determinada línea de acción política” (Baras, 1993: 13). Los ecos de esta promoción se escuchan en el Papel Periódico neogranadino. Inscrito en el proyecto de Campomanes y Jo-vellanos, Rodríguez se propuso demostrar que la monarquía absoluta, en su versión moderna del despotismo ilustrado, la

13 El énfasis es mío.

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del rey filósofo, era compatible con la felicidad del pueblo. Del uso que Rodríguez hace de esta idea se deduce que, además de emprender y agilizar el proceso de modernización inculcan-do nuevos valores éticos a la clase terrateniente para abolir el modelo de producción medieval aún vigente en las colonias, se trataba de racionalizar esta forma de gobierno frente a las ideas democráticas fomentadas por la Revolución francesa y la independencia norteamericana.

De la misma manera que en España, inspirados en las monarquías modernas (Francia, Inglaterra y Holanda), los Borbones trataron de establecer instituciones y códigos legislativos únicos en Hispanoamérica. Apoyados en las ideas de los pensadores ilustrados de la época, los Borbones legiti-maron la idea de felicidad y bienestar común proclamando un deseo reformista filantrópico, modernizador diríamos hoy, que no chocaba con el elemento religioso. A diferencia de las monarquías modernas, que pasaron de ser monarquías ab-solutistas católicas o protestantes a monarquías seculares, constitucionales, la española negoció con la Iglesia, legitimó los valores cristianos y promovió un modelo político y moral basado en los principios religiosos. La definición y fomento de un Estado y una moral laica, disociada de la religión, es ajena a los pensadores de la España del siglo XVIII. Aunque, con el advenimiento de Carlos III, la Iglesia y la religiosidad hayan tenido que abandonar o sacrificar su “presencia social”, para pasar a ser “socialmente útil” (Pinto, 1988: 156); aunque las re-formas emprendidas por este monarca le hayan hecho acree-dor de la censura de la Iglesia, puesto que, de manera obvia, afectaban el estatus y la economía de ésta; y aunque se haya li-mitado la influencia del Papa en los asuntos de estado (Anes, 1976: 63-64), en la Península no se promovió una separación de poderes y, por el contrario, se justificó el poder del rey con ar-gumentos religiosos. Esta tendencia desemboca en un discurso

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paternalista, evidente en el Papel Periódico, que configura la imagen del rey como un déspota benevolente, sostenido por un ser supremo, que necesariamente inspira valores filantrópicos y desinteresados, orientados a buscar la felicidad como único bien y el progreso técnico-comercial de los súbditos como ob-jetivo último.

Cuando afirmamos que la publicación del Papel Periódi-co hizo parte de un programa reformista, queremos hacer én-fasis en que el proyecto de los Borbones en Hispanoamérica, además del evidente contenido fiscal que buscaba controlar las oligarquías locales, simplificando “el cuadro de relaciones so-ciales” para supeditarlo al rey y sus súbditos (Silva, 2002: 17), tuvo también la intención de implementar la industria y el libre comercio en las colonias. La forma como Rodríguez configura su discurso en este periódico deja observar que la Corona española se propuso promover, es decir, hacer circu-lar ideas que hicieran sentir la necesidad de aprender nuevas técnicas de explotación de las tierras y de producción. Toda la reflexión parte, entonces, de la condición social del ser huma-no, y se enfoca en una perspectiva pedagógica que inicialmente tiene en cuenta la relación individuo/sociedad. La intención enciclopédica trata de hacer sentir que parte de la felicidad, del bienestar y de la prosperidad pública reside en la instrucción. El reformismo se adivina en la intención de regenerar un país bastante atrasado y poco industrioso; se trataba de hacer to-mar conciencia de la necesidad de instruirse, para progresar material, social y moralmente.

El patriotismo pregonado por Rodríguez interroga, en primera instancia, al neogranadino sobre sí mismo y sobre el sentido de su existencia, y luego, lo invita a luchar por la rege-neración de una nación pobre y ociosa. En el primer caso, se trata de hacer sentir la responsabilidad de cada uno y la nece-sidad de educarse para alcanzar una perfección moral, virtud

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que le permita manejar su libertad; y en el segundo, se trata de inculcar el estudio de las ciencias, porque los neogranadinos, según lo dicho en el Nº 12, tenían “pies para pisar el oro” pero no tenían “manos para [enriquecerse] con él” (29 de abril de 1791). La promoción de las llamadas “ciencias útiles” en Nueva Granada se disfrazó de felicidad y se preocupó por infundir que la utilidad de un saber estaba en función de la necesidad a la cual aplicaba. Si bien era primordial dar primero solución a las necesidades humanas, es decir, a la felicidad individual, era mucho más importante y digno pensar en la felicidad pública. Las “Reflexiones sobre la sociedad económica” inculcan que el gesto más “patriótico” consistía en el estudio de la “pública fe-licidad”: “No hay un objeto mas digno de la humanidad que ver congregados á los hombres discurriendo sobre el interes común” (Nº 19, 17 de junio de 1791). Inserta una reflexión sobre las “Sociedades Económicas de Amigos del país”, reconocidas en la Europa de la época como uno de los aciertos más notables del gobierno de Carlos III (Anes, 1969: 26-29). Esta exhorta-ción prueba que en el Papel Periódico se privilegia el aspecto utilitarista del pensamiento ilustrado. La invitación a emular a los ibéricos no deja dudas: “Para creer esta verdad no se ne-cesita de otra cosa sino volver los ojos ácia la ilustre Península de donde nuestros Padres trajeron la Religion. Digo España, donde las Sociedades Económicas han formado una epoca tan brillante como la de Augusto” (Nº 19, 17 de junio de 1791).

Por lo general, en nuestro medio, por lo menos desde el siglo XIX, se tiende a pensar que el utilitarismo fue ajeno al pensamiento español, no solo porque significaba un divor-cio con el espíritu caballeresco ibérico, sino también porque entrañaba un sistema de valores opuesto a la tradición católi-ca hispánica; sin embargo, la presencia de dichas sociedades desmiente esta creencia y demuestra que desde Feijoo hasta Campomanes y Jovellanos, para no ir más lejos, en España se

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promovió una reforma ilustrada sin crítica al Antiguo Régi-men. En esta perspectiva, al convertir la felicidad en un prin-cipio ético fundamental, en el Papel Periódico se buscaba más bien atenuar los ideales libertarios de las oligarquías criollas, promoviendo una moral pragmática y utilitaria que establecie-ra un equilibrio entre el antiguo y el nuevo sistema de valores:

¿Y qué nosotros no tendremos ideas tan generosas como nuestros hermanos? ¿Acaso somos habitantes del globo de Sa-turno, ó nuestra especie es diferente de la de los otros hombres? ¿Pues porqué no adoptamos el plan que nos presenta la política ilustrada de la Europa? Hagamos violencia para despertar del sueño voluntario en que yacemos y entonces entrará por nuestra casa la felicidad con todos los hermosos atributos que la rodean. Abramosle la puerta si queremos que viva con nosotros. En una palabra, fundese en Santafé una Sociedad Económica de Amigos del País y entonces se habra erigido un templo al Patriotismo y la Filosofia. Allí se juntaran los buenos Ciudadanos y comunican-dose recíprocamente sus ideas, convendran en todo lo que exija el interes de la causa pública. (Nº 19, 17 de junio de 1791)

Indudablemente, se intentó desarrollar, a la manera de las culturas comerciantes y protestantes, una ética del trabajo. La reflexión, en las circunstancias históricas de Nueva Gra-nada, encierra este sentido. Más que instituir una sociedad de hombres libres e iguales, se trataba de hacer socialmente útiles a unas personas entregadas al ocio, dependiendo eternamente del rey. Sin embargo, no está demás preguntarse si en realidad se trataba de cambiar la manera de pensar del caballero cristia-no, poco interesado en el comercio y la industria. ¿Se procura-ba desarrollar un sentido práctico de la vida? ¿Inculcar el valor del trabajo, de la actividad y la industria? ¿Las oligarquías crio-llas, imbuidas de ideales aristocráticos, carecían del instinto burgués para adoptar el aspecto utilitarista de la Ilustración?

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El análisis de los temas del Papel Periódico autoriza a afirmar que, al igual que la Expedición Botánica, este semanario hizo parte de un proyecto reformista que pretendía promover, de acuerdo con lo establecido por Jovellanos en el Elogio de Carlos III y en el Informe de la Sociedad económica de Madrid al real consejo de Castilla en el expediente de Ley Agraria (1788), la enseñanza y difusión de las “ciencias útiles”, es decir, las ciencias exactas y las ciencias naturales. Las primeras porque predisponían al conocimiento de las máquinas, instrumentos y herramientas idóneas para la industria, y las segundas por-que, según el ilustrado español, su conocimiento permitía no solo conocer las riquezas naturales, sino también la manera de explotarlas con fines comerciales ( Jovellanos, 1859: 124-126)14. De aquí deriva el énfasis hecho en las llamadas “artes necesa-rias”, en la importancia de incrementar la población, desarro-llar la agricultura e inculcar el amor al trabajo en aquellos que poseían la tierra:

¿Quien creyera que unos espíritus penetrados de los mejo-res sentimientos de la razon, habían de mirar con tanto desprecio la Agricultura, esa madre de la abundancia y de la Felicidad? La misma tierra esta dando voces por el arado y el cultivo. Pero no hay quien la oiga porque todos yacen dormidos bajo el pabellon del Ocio. (N° 10, 15 de abril de 1791)

Aunque a primera vista se pudiera pensar que el énfasis hecho en las artes consideradas fuente de la riqueza (agricul-tura, comercio, navegación, industria, población) derivara

14 Este documento se inserta en el plan de reforma educativa propuesto por Jovellanos. En él plantea la necesidad de fundar “Institutos” distintos en sus objetivos y funciones a los Colegios y Universidades; estas instituciones es-pecializadas entrarían a fomentar la agricultura, la industria y el comercio instruyendo, primero, a los propietarios, y luego, aunque su nivel intelectual sea bajo, a los labradores. Como instrumento pedagógico, el autor propone también la elaboración de cartillas.

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directamente de La riqueza de las naciones de Adam Smith, o de la fisiocracia de François Quesnay, del marqués de Mira-beau y de Jacques Turgot, es evidente que, detrás del pensa-miento económico que se infiere de la “Disertacion sobre la Agricultura. Dirigida á los habitantes del Nuevo Reyno de Granada” —atribuida a un corresponsal de Santa Marta lla-mado Luis de Astigarraga (Nº 55 y 56, de marzo de 1792)15—, se encuentra, como decíamos, el pensamiento político-moral de los ilustrados españoles del siglo XVIII. Si bien no es de la autoría de Manuel de Socorro, la afinidad ideológica autori-za la publicación. Al igual que la citada “Reflexiones sobre la sociedad económica” (N° 19, 17 de junio de 1791), la apología sobre la agricultura tiene como objetivo estimular la labranza de la tierra y el comercio. Sin pretender negar el diálogo que establecen los españoles con los ilustrados ingleses y franceses del siglo XVII y XVIII, es preciso decir que esta perspectiva es usual en España desde Feijoo; en el Teatro crítico universal, por ejemplo, antes de promover una Ilustración científica especia-lizada o libresca16, el fraile benedictino sugiere que las ideas liberales deben ser estudiadas con moderación, prudencia y respeto frente a algunas de las tradiciones del Antiguo Ré-gimen, y, en una evidente orientación reformista, insiste en la necesidad de establecer un gobierno profesionalizado, tec-nócrata, que promueva antes que todo las artes manuales, y la agricultura en particular17. De igual manera, Feijoo sugiere

15 La disertación aparece datada y firmada en Santa Marta, el 15 de diciembre de 1791.

16 Véase, al respecto, el discurso “Libros políticos” (1733).17 Las ideas sobre la agricultura aparecen en el famoso discurso “Honra y

provecho de la agricultura”, en “La ociosidad desterrada y la milicia soco-rrida”, en “Resurrección de las artes y apología de los antiguos”, en “Causas del amor” y en “Paradojas políticas y morales” (1739). En el primero de es-tos discursos, la reflexión sobre la importancia de la agricultura, arte inven-tado por Dios y dado al hombre antes de la “caída”, parte de un problema

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la formación de asociaciones de expertos, cuyo saber pudie-ra convertirlos en consejeros del rey. Con la intención de fo-mentar la innovación técnica, contemplando el problema de la “utilidad particular” y el “interés particular”, el autor propone, inicialmente, que los padres enseñen a sus hijos sus artes y ofi-cios, para luego entrar a plantear la necesidad de desarrollar e inculcar el sentido del bien común o público.

En este sentido, el discurso “Causas del amor” es el más esclarecedor, puesto que presenta cómo el interés y la utilidad permean los tipos de sociedades que, según él, conforman la estructura social: primero la “sociedad natural”, es decir, el nú-cleo familiar, en el cual Dios dictamina que el hombre se de-dique a las actividades que le permitan subsistir; segundo, la “sociedad política pública”, en la cual a las autoridades estatales les corresponde vigilar por el bienestar y la seguridad de todos los integrantes de la sociedad; y tercero, la “sociedad política particular”, donde los hombres, guiados por su interés indi-vidual, se asocian libremente y, de común acuerdo, persiguen objetivos comunes (Feijoo, 1952: 404-405).

Sin admitir el interés particular, pero igualmente sin ser utópico, Feijoo observa en esta división el dilema ético-moral al cual se enfrenta el hombre, y lo problemático que resulta en-caminar el interés y la utilidad individual a la utilidad común

concreto, el reclutamiento de los campesinos, y plantea que los agricultores son la clase más útil, honorable y necesaria en el reino y que, por lo tanto, no debían ser reclutados. Razón por la cual, el gobierno no sólo debía prote-gerlos, sino también velar por su bienestar. En el segundo, continuando con la misma problemática y considerando que los labradores eran, según él, la clase que más aportaba al bien público, Feijoo propone realizar un trabajo de estadística para detectar la población más ociosa, para enviarla a la guerra. En los tres últimos, de corte más económico, el fraile piensa la relación del in-terés y lo útil, y la idea de utilidad en sus diferentes niveles. Además de insistir en que las artes y los oficios existen gracias a la intervención divina, en que Dios es la causa primera de la agricultura, Feijoo plantea que este arte se em-pezó a desarrollar en el núcleo familiar que él define como “sociedad natural”.

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o pública. De los presupuestos del fraile benedictino se infiere que la utilidad pública sólo se consigue desarrollando en los individuos el sentido de la virtud, que eventualmente permi-tiría al hombre controlar su tendencia natural a imponer su voluntad y a satisfacer sus propios intereses. Si en la “sociedad natural” el individuo es gestor de su propio bienestar y, por tanto, de su riqueza, es preciso que entienda que en la “socie-dad política pública” todo está dividido por sectores, y no se puede progresar si no se obra mancomunadamente: la utilidad pública sólo se consigue a través de la asociación de los saberes y las voluntades (fuerzas). Sólo los especialistas de un arte que entienden, que comparten con pares semejantes, y se identifi-can en sus metas e intereses, pueden pensar en el bien común; sólo la fusión de los intereses particulares en el interés común conduce a la felicidad. El hombre virtuoso será aquel que, al considerar racionalmente esta situación, decida consolidar su riqueza uniéndose al interés común o público. Este ideal justi-fica la intervención del Estado; a él corresponde encontrar los medios para articular el interés individual y el interés general, la utilidad privada y la utilidad pública. La misma preocupa-ción recorre El espíritu de las leyes; pero, en una orientación más burguesa, a diferencia de Feijoo, Montesquieu legitima el interés individual y la utilidad privada18. Tal vez por esta razón, Rodríguez privilegia en su periódico la fusión de estas dos ten-dencias, realizada por Campomanes y Jovellanos19.

En la perspectiva de los ilustrados del XVIII, esto consti-tuía no sólo la ciencia económica, sino, y ante todo, la ciencia

18 Véanse, al respecto, los capítulos XXI y XXVI, en los cuales el autor francés habla de la utilidad particular, del bien y la utilidad públicos, de los asilos y de los hospitales respectivamente.

19 Con respecto a la influencia de Montesquieu en Jovellanos y Campoma-nes, véase LLombart Rosa Vicent. Campomanes, economista y político de Carlos III. Ver referencia al final.

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del gobierno. En las naciones donde se impusieron los dés-potas ilustrados, el rey estaba llamado a fomentar la prosperi-dad nacional inculcando la necesidad del desarrollo técnico, a promover un tipo de Ilustración que hiciera descubrir la relación que existía entre la instrucción y el interés, la nece-sidad y el interés, el trabajo y la riqueza (Hazard, 320-329)20. En la medida en que se trataba de países económicamente atrasados, se pretendía instruir insistiendo en una educación técnica, para que los súbditos aprendieran a aplicar el trabajo a los distintos modos y campos de producción. En el Nuevo Mundo, en particular, se trataba de que los criollos aprendie-ran a transformar la naturaleza para convertirla en riqueza. La promoción de esta forma de gobierno en el Papel Periódi-co está relacionada con todos estos aspectos: se pretendía fo-mentar el interés e inspirar la necesidad de la técnica y el amor al trabajo para hacer descubrir las fuentes de la prosperidad nacional y, al mismo tiempo, sin lugar a dudas, se trataba de contrarrestar las tendencias independentistas disfrazándolas de interés individual. Conscientes de la incursión de las ideas libertarias, para los funcionarios del gobierno se trataba de hacer sentir que el rey se preocupaba por sus súbditos y los invitaba a ser ricos y felices.

De igual manera, como para Campomanes, Smith y Jovellanos, para el corresponsal las fuentes de la riqueza de la nación eran la agricultura, la industria, el comercio, la po-blación y la navegación. Pero, ante la supuesta inacción de los habitantes de Nueva Granada, y ante su escaso espíritu bur-gués, se trataba, primero, de hacer entender la manera en que estas artes interactuaban y se relacionaban; y segundo, se que-ría persuadir de la necesidad de una política que las sincroni-zara y regulara para que ninguna afectara a las otras. De los

20 Véase, al respecto, el capítulo “La política natural y el despotismo ilustrado”.

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presupuestos del corresponsal se deduce que la benevolencia del rey buscaba este desarrollo y equilibrio. Así,

Es la Agricultura el principal, y mas solido cimiento de la felicidad de los pueblos. Sobre ella como piedra fundamental se-gura, y firme, se levantan los montes mas altos de la quietud, la gloria y la prosperidad. En la agricultura se aseguran los edificios mas ostentosos, y llenos de los bienes puede la Republica bien gobernada: y en ella se encuentra todo quanto un Reyno puede apetecer para la manutención de sus habitantes, para su como-didad, y recreo […] pues si la tratamos con el cuidado que ella pide, nos dà frutos muy redoblados de nuestra fatiga […]: pues este trabajo es el movil que sobstiene la maquina de este mundo; es en lo natural la causa primera que lo mantiene, y sin él en bre-ve nos arruinariamos los unos a los otros; se acabaria sin duda el Genero humano[…]. ¿Cómo queremos abandonar la labranza de las tierras, si esta es la primera obligacion que el Criador impuso á nuestro primer Padre Adan: y el precepto que en pena de su pecado le dio? (N° 55, 2 de marzo de 1792)21

En términos generales, antes de aterrizar en el análisis de la agricultura local y su importancia en el comercio, en tono moralizante, Astigarraga advierte que su intención no es ensa-ñar sino recordar algo que ya se sabía y que, incluso, “hasta las naciones mas feroces de la América, Africa y Asia la [habían] practicado siempre”; según él, su único deseo era

incitar á los habitantes de este precioso Reyno á la agricul-tura […] hacerles presente la fertilidad de su tierra […]. No de-seo, en fin, en este débil parto de mi rudo ingenio otra cosa sino recordar á los habitantes del fertil Reyno de Santafé […] primero:

21 En la explicación del origen providencial de la agricultura Astigarraga, de igual manera que Feijoo, sustenta su exposición en el Génesis e incluye, en nota de pie de página, citas del capítulo 3, versículos 17 y 19.

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la nobleza de la agricultura, segundo: sus utilidades, y prove-chos, mirados con respecto al bien publico de una Monarquia, ò Providencia, y tercero: los mismo beneficios para los particula-res que explicaré con la sencillez y brevedad propias del asunto. (N° 55, 2 de marzo de 1792)

Los términos y el tono apologético utilizados por Astiga-rraga recuerdan los presupuestos de Feijoo22. En un recorrido histórico, desde la época de los patriarcas bíblicos, pasando por diferentes culturas hasta la España de las “Sociedades economi-cas”, el corresponsal expone que se trataba de un arte honrado transmitido de generación en generación. Así, luego de hacer algunas evocaciones bucólicas amparadas en la habitual com-paración campo-ciudad, citadino-labrador, frugalidad-opulen-cia, sencillez-mundanidad, el corresponsal aborda el problema económico. La comparación entre el desarrollo comercial y la fertilidad del Nuevo Reino y la de España es inevitable:

vistos pues los tres favorables resultos de la Agricultura á un Reyno, y el beneficio particular del que la exercita ¿será posible que los habitantes del fertil Reyno de Santafé de Bogotá esten dormidos, en un abandono tan perjudicial al estado, é intereses propios? Si con tanta facilidad, con tan poco trabajo, y tan abun-dantes como aquí se cogiesen los frutos en nuestra Peninsula; ¡ò quanta mayor seria nuestra felicidad! Allí se necesita de un tra-bajo continuo; es preciso estercolar las tierras, y se hace indis-pensable no abandonarlas ni un instante. Aqui al contrario con muy poca labor se cogen las cosechas; no se necesita estercolar los

22 Considerando el desprestigio que el trabajo manual tenía para los nobles españoles de la época, en “Honra y provecho de la Agricultura”, el objetivo principal de Feijoo era probar, a través de un recorrido histórico desde las épocas más antiguas hasta su presente, la “nobleza” de la agricultura y de los labradores. Para esto explica cómo, en los diferentes reinos y civilizaciones, reyes y súbditos habían practicado este arte. Astigarraga sigue el mismo plan.

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campos, y con mucho menos trabajo que allí, se utilizan mayores productos […]. (N° 56, 9 de marzo de 1792)

Se plantea entonces el problema de las importaciones a las colonias y, por ende, el de su precario estado económico y su dependencia. Si en la primera parte, gracias a la naturale-za, la comparación favorecía al Nuevo Reino, en la segunda, además del emprendimiento y tesón, la falta de una política económica que permitiera explotar las riquezas lo ponían en desventaja:

¿Quien negará que si en este Reyno de dedicasen à la siem-bra de Trigo, no solo no habria necesidad de traer arinas nacio-nales desde España, ni Estrangeras desde las Colonias, sino que tambien desde los Puertos de Santa Marta, y Cartagena, podria-mos proveher á lo menos á las Islas de Cuba, Santo Domingo, Jamaica, y aun á las de Barlobento, considerables partidas de este precioso ramo, despues de haber surtido á todo el Reyno, y de quedarnos con el necesario para el Pais? […] Mucha utilidad re-sultaria al Estado si desmembrasemos de este modo á los Estran-geros los caudales, que llevandoles este fruto nos habian de rendir casi por fuerza: se lo dariamos mas barato que el que traen de Europa, y de los estados unidos de America, á causa de nuestra menor distancia á las Islas; y por consiguiente no se llevarian à estas Colonias otras arinas, que las del Reyno de Santafé […]. (N° 56, 9 de marzo de 1792)

Como se puede observar, el problema es eminente-mente económico. Tal como lo planteara Feijoo, en “Honra y provecho de la Agricultura”, “más que necesidad”, era preciso “ponderar la utilidad de la agricultura” (Feijoo, 450). Algunas colonias no eran rentables para el Reino. Cuando Rodríguez inserta esta reflexión, la inscribe en el código semántico de los temas y problemas planteados desde, por lo menos, el Nº 10:

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la reiteración constante de formar buenos ciudadanos, buenos patriotas, el énfasis hecho en la pobreza de la mayor parte de la población, en la necesidad de distribuir el trabajo, desarro-llar las diferentes artes y desplegar el “comercio activo” para contrarrestar el “comercio pasivo” (N° 12, 29 de abril de 1791), la necesidad de aumentar la población (N° 13, 6 de mayo de 1791), de luchar contra la mendicidad, de desterrar la “holgaza-neria” para formar una “sociedad laboriosa” (N° 14, 13 de mayo de 1791), de eliminar esos “cadáveres civiles”, de montar indus-trias (N° 18, 10 de junio de 1791), entre otros. Con todo esto, Rodríguez revela que, más que ilustrar en el sentido amplio del término, al inculcar el patriotismo y el uso de la razón, se trataba de formar ciudadanos útiles, de insertarlos en un pro-ceso de producción, industria y comercio que permitiera a las colonias autoabastecerse, integrarse al comercio internacional y ser rentables a la Corona. Detrás de todas estas reflexiones subyace la preocupación por volver útiles a los súbditos y en-caminarlos al bien público o común. El proyecto de adoctrina-miento no deja dudas:

Ninguna República puede ser feliz si sus habitantes no guardan entre si un equilibrio tal que recíprocamente trabajen unos para otros. Esto no solo es un bien general en quanto á la vida política, sino en quanto á la moral y christiana. De el resulta no haber ociosidad, y de aquí menos motivo para el libertinaje, la embriaguez, el latrocinio, y demas vicios que corrompen el cora-zon humano quando no tiene por objeto la honesta y util ocupa-cion. (N° 12, 29 de abril de 1791)

La disertación sobre la agricultura, más allá del elogio del gobernador de la frugal provincia de Santa Marta, “Don Josef de Astigarraga”, y de la lista de productos que eventual-mente permitirían a la Nueva Granada salir de su “ociosidad” y “desidia” (trigo, añil, cacao, café, algodón, entre otros), buscó

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exhortar a los lectores a trabajar para hacer de “este Reyno el mas rico de los de la America”, para ser “mas utiles al Reyno y á toda la Monarquia”. Se trataba de proponer

el establecimiento de algunas Sociedades Economicas de los Amigos del Pais ú otros proyectos utiles para la felicidad de este Reyno; mayormente constando à todos que el actual Exmo S. Virrey Don Josef Ezpeléta se digna apoyar, y favorecer con sus sublimes, y altas facultades, quantos medios se consideran ido-neos para el mejor servicio del Rey, y bien estar de sus vasallos. (N° 56, 9 de marzo de 1792)

La manifiesta necesidad de reformar la educación en la colonia tiene entonces como fin provocar un cambio de men-talidad, hacer apreciar los conocimientos prácticos, las ar-tes útiles, olvidando la “inutilidad” de los “estudios presentes” (N° 8, 1 de abril de 1791), convertir el trabajo y el enriqueci-miento en un valor. Rodríguez promovió esta necesidad en es-trecha relación con la educación moral: la prosperidad social no podía darse sin un progreso moral. Consciente de que la promoción de la felicidad a través de la riqueza material ati-zaba, de manera obvia, el interés individual, el redactor insiste constantemente en que la “mayor gloria que [podía] tener un hombre sobre la tierra” era “favorecer a los individuos de su mismo género” (N° 4, 4 de marzo de 1791). De manera eviden-te, en el Papel Periódico se observa la necesidad de atenuar el individualismo, de eliminar toda huella de egotismo; si bien se consideraba que el hombre debía buscar su felicidad, no se trataba de fomentar una especie de eudemonismo que condu-jera al hombre a buscar su liberación y felicidad individual, o a realizar un análisis excesivo de su personalidad. A diferen-cia del individualismo burgués inglés o francés, en Nueva Granada se promueve una felicidad más estoica, anclada en principios escolásticos (moderación, prudencia), típicos de la

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cultura española, que trataban de hacer sentir que la virtud y el valor hacían parte de la prosperidad social y, sobre todo, que la educación moral religiosa podía ir de la mano de la educación técnico-científica. Por considerar que el interés individual no podía convertirse en el fundamento de la moral y, mucho menos, en el de la felicidad, la moral del trabajo debía ir acom-pañada de los principios de “la sublime moral del Evangelio” (N° 9, 8 de abril de 1791).

Este proyecto reformista explica por qué, de manera sis-temática, desde el inicio, se insiste en la importancia de pen-sar en el “bien común”, de convertirlo en un valor: la máxima de Livius, “communis utilitas societatis maximun est vincu-lun” (N° 1, 9 de febrero de 1791), estructura temática e ideo-lógicamente el Papel Periódico, le confiere unidad y, a la vez, orienta el discurso de Rodríguez y sus corresponsales, esta-bleciendo una intención global que nunca se pierde de vista. Ella sola explica el proyecto de principio a fin. De aquí que se define el “patriotismo” como la “base de la felicidad comun, la virtud de los heroes. Madre de las virtudes civiles”. Según Ro-dríguez, el hombre debía persuadirse de que no podía “conse-guir una situacion acomodada, ni disfrutar una solida fortuna si no dirige todos sus pensamientos al bien universal, y mira los intereses de la Republica con preferencia a los propios”. Cuando el editor afirma que en Nueva Granada hacía falta una universidad que otorgara el “verdadero título de ciudada-no” (N° 9, 8 de abril de 1791), cuestiona la educación de la épo-ca, propone que se enseñen las artes útiles y, a la vez, formula la necesidad de inculcar “el amor a la patria” en detrimento del “amor-propio”:

¡O Patriotismo! ¿quando comenzará tu época para que comienze la felicidad del Nuevo Reyno de Granada?: si yo no creo que pueda ser floreciente una República si no reyna en ella la Sociedad y el interés comun. Unos vecinos que solo estudian

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sobre los planes de su propia conveniencia, estan muy lejos de merecer el honroso título de Ciudadanos […]. Es necesaria la unión para que ayudandose unos á otros reciprocamente, pue-dan tener efecto las gloriosas ideas del amor a la Patria. (N° 10, 15 de abril de 1791)

despotismo ilustrado

Al igual que los ilustrados europeos, Manuel del Socorro Ro-dríguez encara las tensiones que se establecen entre el indivi-duo y la sociedad, y, por ende, la necesidad de que lo ético y lo político vayan juntos. De manera obvia, esto desemboca direc-tamente en el complejo problema de la libertad individual e, indirectamente, en el de la independencia política. La mane-ra como se expone este problema deja ver que Rodríguez se inspira en los presupuestos de Campomanes y Jovellanos. En tanto que emisario del gobierno, consciente de que la menta-lidad de los criollos estaba cambiando en un sentido que no convenía a la Corona, el objetivo era promover unas reformas, mas no una revolución social. Tal como lo expresa en la carta del 19 de abril de 1793 al Duque de Alcudia, se trataba de ate-nuar el “espíritu de la infelicidad”, “de seducción e independen-cia”: Rodríguez no duda en afirmar que, desde el Nº 21(“La libertad bien entendida”, 1 de julio de 1791), había dedicado to-dos sus esfuerzos a “ […]

” (Rodríguez, 1928: 87)23. La felicidad propuesta por

23 En esta carta, Manuel del Socorro relaciona el espíritu independentista di-rectamente con la independencia de los norteamericanos y la Revolución de los franceses, y tacha a los criollos de “panegiristas entusiastas del modo de pensar de aquellos hombres”; de igual manera, denuncia que “la mate-ria común” de sus “tertulias eruditas [era] discurrir y aún formar proyectos

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Rodríguez aparece entonces supeditada a las leyes jurídicas y morales dictadas por el cristianismo, y al centralismo borbó-nico inspirado en el modelo del despotismo ilustrado. La edu-cación debía contribuir a una formación moral que inculcara que no existían derechos sin ley ni normas que los establecie-ran. Aprovechando el fuerte arraigo de los valores de la ética cristiano-católica en la conciencia de los criollos, naturalmente, se hacía entender, primero, que todo era legitimado por Dios y, segundo, que la soberanía estaba representada por el rey. La instrucción moral adquiere un carácter vital, puesto que era preciso hacer entender el origen celestial, esencialmente bueno de esta forma de gobierno y la efectividad de una monarquía.

La manera sistemática en que se utiliza el vocablo “feli-cidad” en el Papel Periódico revela que se buscaba inculcar un nuevo sentido en el código semántico de los neogranadinos. El uso que le da Rodríguez deja observar que se trata, prime-ro, de introducirlo en la práctica discursiva de los coloniza-dos, imbuido de un sentido moral que encubre un agrarismo mercantilista con elementos del liberalismo económico; y, se-gundo, que promulga un respeto incondicional al “Soberano”, “nuestro natural Señor” (N° 15, 20 de mayo de 1791). La apli-cación del término exhibe la posición política del enunciador y, a la vez, significa las condiciones sociales de enunciación, así como los grupos ideológicos en pugna, puesto que señala que la monarquía había entrado en crisis, e intentaba refor-zar el pensamiento colonial cuando las ideas libertarias ya habían empezado a hacerse escuchar en la colonia. Es preciso

acerca de la facilidad que hay de gozar de la misma independencia que aque-llos gozan” (Rodríguez, 1928: 87). Aunque afirma que no denunciará a “esos infelices”, es obvio que se refiere a la tertulia del “Santuario”, “el arcano de la filantropía”, dirigida por Antonio Nariño. Este comentario ubica las reu-niones de las tertulias desde 1791 y no a partir de 1793, como se acostumbra. Véase la introducción. El énfasis es mío.

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observar que el término adopta matices diferentes cuando se encuentra en un ensayo de corte pragmático-reformista sobre la educación, la agricultura, el comercio o la política pública, a cuando aparece en un ensayo de corte ético como el de “la li-bertad bien entendida” (números 21, 25, 26, 27, 28 y 33: 1791).

En los primeros casos, el vocablo “felicidad” es utilizado para justificar las reformas, para exponer proyectos, y, por lo general, aparece vinculado a la idea de progreso, utilidad y en-riquecimiento material. Aquí adopta claramente el tono de la propaganda reformista, haciendo sentir que el desarrollo téc-nico y científico era algo natural al hombre y que, por lo tanto, debían desarrollarse con él. En el segundo, con la intención de justificar la forma de gobierno, adquiere un tono moralizante, de llamado de atención, que insiste en que la voluntad, el libre albedrío, debía conformarse a las leyes para que se sintiera que en ello residía la felicidad. Así, se entiende que la instrucción, es decir, el proceso de ilustración, iba en dos direcciones: pri-mero, la de la instrucción técnica-científica y comercial, que tenía como objetivo hacer ciudadanos útiles; y segundo, la de la instrucción moral, para que fueran buenos y practicasen la virtud. La invectiva de Rodríguez contra aquellos que se hacían llamar “Filosofos” por haber tratado de entender “los arcanos mas profundos de la Naturaleza, y aun de adivinar los secretos modos con que el Ser supremo obra en todos los entes”, revela este sentido. Para el ilustrado bayamés, un filósofo debía ser un modelo de vida virtuosa, pues “¿de qué sirve la ilustración de un entendimiento, si no es para obrar lo mas digno y puro de la Razón? ¿Acàso puede hallàr complacencia en otra cosa que en la virtud quien conoce el merito de ésta, y lo despreciable que son los objetos que se le oponen?” (N° 25, 29 de julio de 1791).

En este sentido, el Papel Periódico se atiene a la esencia de la Ilustración, puesto que se propone difundir el conoci-miento técnico y la sabiduría con el fin de promover la virtud

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y la felicidad de la nación. De sus temas el lector debía dedu-cir, como de una fábula, la moraleja, que le decía que el interés particular y los bienes materiales contribuían en la felicidad sólo cuando se empleaban virtuosamente, es decir, cuando la felicidad individual se adhería a los intereses generales y favo-recía a la prosperidad del Estado. Después de haber expuesto, entre el Nº 15 y el 20, la importancia de los hospicios, la necesi-dad de hacer individuos útiles para montar industrias, las ven-tajas de las sociedades económicas, la necesidad de asociarse y trabajar por el bien común, en el Nº 21, se plantea el problema de la libertad individual cuando se mira “con odio los estados y Gerarquías del Mundo” y se “finge amar el espíritu de las le-yes”. La disertación sobre “la libertad bien entendida”, con sus invectivas dirigidas a los llamados “filósofos”, puede ser enten-dida como una misiva contra el discurso ilustrado de tenden-cia republicana y laica que, basado en las leyes naturales y en la razón, argumentó, entre otras cosas, que, en la naturaleza, todos éramos libres e iguales:

De las ideas que mas roba la atencion y que mas pone fuera de si al hombre es la libertad […]. En público habla con muchísima modestia de la Soberania; confiesa que los Reyes deben ser vene-rados, no solo por ley natural sino por la Divina. Mas ¡ay! como se enfurece quando se vé en la precision de tributar todos los home-nages de respeto y subordinacion á esas sagradas personas consti-tuidas por Dios en el Gobierno de la tierra! El dá su primer paso ácia el Padre de la especie humana: alli filosofa sobre un origen

comun, y quiere deducir que es tirania todo lo que es superiori-

dad. ¡Con qué reflexiones tan llenas de fuego y artificio pretende

probar en medio de sus infelices parciales, que es afrenta de la

Naturaleza y la Razón haber dado lugar à que se escribiesen esas

palabras Dominio y Obediencia! últimamente; todo lo que no es vivir à su gusto no quiere entenderlo por libertad. […] ¡Miserable

prevaricacion del entendimiento humano! Tu te has formado un

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sistema de filosofía demasiado odioso á la razon: has llenado de

sombras y por decirlo de una vez has destruido la misma felici-

dad que pretendias encontrar. (N° 21, 1 de julio de 1791)24

Este tipo de argumentos podría hacer pensar en un con-trasentido si se los compara con los presupuestos de la Revo-lución francesa, por ejemplo, pero adquieren todo su sentido si se les observa en la línea del pensamiento ilustrado espa-ñol de la misma época; el mismo discurso ilustrado permitió promover en Europa sociedades monárquicas, republicanas, democráticas y laicas. Es más, incluso en el mismo proceso revolucionario francés adopta, en sus cuatro fases principa-les, características liberales y monárquicas (1789-1791), demo-cráticas populares (1792-1794), republicanas (1795-1799) y, finalmente, imperialistas bajo Napoleón (1800-1814)25. Todo dependía de los aspectos que se privilegiaran. Como ya obser-vamos, la Ilustración española no promovió el cuestionamien-to del dogma católico ni del orden social; así, para Rodríguez cuestionar estos aspectos era un gesto de “vanidad”, una prue-ba del dominio de las “pasiones” sobre la razón. Según él,

No hán tenido otro origen, por cierto, todos los errores in-troducidos en la Religion y en la Politica. El amor propio […] ha revestido de todos los encantos y atractivos que necesita la Astucia para usurparle el nombre à la Prudencia; y obscurecien-do los principios mas luminosos de la Razon, ha establecido un sistema de Filosofia tanto mas plausible para el hombre, quanto mas francamente le proporciona el vivir a su alvedrio. (N° 26, 5 de agosto de 1791)

24 La negrillas son mías, las cursivas del autor.25 Véase, al respecto, François Furet La Révolution I: 1770-1814. Ver referencia

al final.

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En su concepción cristiana del mundo, en detrimento de la voluntad individual, se privilegia el absolutismo legi-timado por Dios en la figura del rey. Rodríguez no duda en afirmar que “nuestra voluntad no es nuestro entendimiento” (N° 25, 29 de julio de 1791), y, a la vez, se preocupa por demos-trar que cuando ésta se impone, el hombre

No puede sufrir estar siempre ceñido á los sabios preceptos de la justicia y la inocencia: quisiera correr por todas partes, sin que se le opusiese ningun estorvo, porque solo anhela saciar sus apetitos. Como en eso funda toda su complacencia, por eso cree que ninguna otra cosa puede constituir su felicidad […]. Empiesa á declamar contra la Legislacion, valiendose de todos los artificios de la Retórica, y de quantos sofismas puede ministrar una Dialec-tica dolos y superficial. (N° 26, 5 de agosto de 1791)

En el Papel Periódico se cuestiona la Ilustración france-sa porque propendía por la primacía de la voluntad humana, el alejamiento de los valores cristianos y, sobre todo, por una forma de gobierno en la que el pueblo adquiría el derecho de derrocar al soberano, si éste no cumplía con sus obligaciones. Para Rodríguez, la libertad no consistía en “no vivir sugeto á la ley de la Providencia”. En la medida en que esta “ley suavi-sisma” no exigía nada “contra los derechos de la Humanidad”, y conservaba “á cada uno en el goce de sus legitimas facultades, y [representaba] sobre la tierra la hermosa imagen de la celestial armonia”, vivir bajo el régimen de la voluntad individual y de las pasiones no era libertad, sino “libertinaje”:

el hombre solo es libre quando vive según la razon. Enton-ces es quando obra como un ente formado á imagen del Eterno y coronado de las mas ilustres prerrogativas. Jamas puede consistir su superioridad en otra cosa que en subordinarse á los precep-tos de la ley Suprema, porque esta respetuosa humillación es la

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unica que lo exálta al grado mas sublime de la sabiduría y la gloria. (N° 26, 5 de agosto de 1791)

Las invectivas lanzadas contra Voltaire y Rousseau en este número demuestran que Rodríguez no estuvo de acuer-do con la actitud anticlerical y antimonárquica exhibida por estos pensadores. Sin embargo, es preciso observar que, ade-más de indicar una forma de pensamiento a la cual se opone, la evocación de estos “miserables filosofos” funciona en el dis-curso de Rodríguez como referente situacional, que comunica el estado mental de los criollos con respecto a la Corona, y la integración de los sentidos y valores acarreados por el ideo-logema “independencia”26 en el código semántico del discurso libertario de los neogranadinos. Este manifiesto contra el li-bre albedrío y la libertad se entiende en la situación lingüística de la época en Nueva Granada, y en concordancia no sólo con el ideario de la Revolución francesa, sino también con los he-chos de los comuneros de 1781 y su ejecución en la Plaza Ma-yor de Santafé. El problema de la libertad está estrechamente vinculado a las prácticas discursivas de los criollos, por lo me-nos en las tertulias, y se dirige, de acuerdo con lo dicho por el redactor, a aquellos “dogmatizantes politicos que forman el panegirico de la independencia” (N° 26, 5 de agosto de 1791)27.

26 Utilizo aquí el término “ideologema” en el sentido bajtiniano, es decir, como un “producto ideológico” (palabra, sonido, gesto, líneas, colores, etc), que hace par-te de “la realidad social y material que rodea al hombre” en un momento deter-minado y que, por lo tanto, materializa su “horizonte ideológico”; de acuerdo con Bajtín, “más allá de lo que una palabra signifique, lo importante es que siempre es-tablece una relación entre los individuos de un medio social más o menos extenso, relación que se expresa objetivamente en reacciones unificadas de la gente: reaccio-nes verbales o gestuales, actos organización, etc. […] la significación no existe sino en la relación social de la comprensión, esto es, en la unión y en la coordinación recíproca de la colectividad ante un signo determinado” (Bajtín, 1994: 48).

27 Además del conocido anticlericalismo volteriano, las tres ideas evocadas por Rodríguez en este aparte salen del Discurso sobre las ciencias y las artes (1750),

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Este tipo de comentarios hace evidente que el fenómeno es an-terior a la circulación clandestina de los Derechos del hombre y a la sublevación de los pasquines de 1794.

La posición ideológica de Rodríguez en dicha situación y su actitud a favor de un gobierno centralista no deja dudas; en la medida en que se promueve la monarquía y los valores coloniales arraigados en el catolicismo, la reflexión sobre una sociedad laica, sobre una república moderna, está ausente. En su pensamiento político, no se concibe “un pueblo acéfalo y sin Caudillo”, y mucho menos sin ley cristiana. Según él, era nece-sario unir los “votos en una persona que los guiase y defendiese de los insultos á que estaban expuestos entre si mismos”:

¡Qué engaño, pensar que las leyes y sujecion á la Sobera-nia, hán degradado la dignidad del hombre! Ninguna cosa es mas conforme á la nobleza de su sér, ni mas favorable á su propia se-guridad. Yo no sé como pudieramos vivir sobre la tierra, si fuera cierto que la libertad debia entenderse segun las idéas de estos Fi-losofastros engreidos. ¿Que seria del Universo dexado en manos del hombre expuesto solamente á los designios de su ambicion y su capricho? (N° 27, 12 de agosto de 1791)

La disertación sobre “la libertad bien entendida” es, sin indicios de dudas, una defensa de la monarquía. El tono encomiástico con que se promueve la necesidad de obedecer

del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad (1755) y del Contrato social (1762), respectivamente. En el primero, Rousseau expone la idea que atraviesa todo su pensamiento político; en la medida en que éste se centra en el problema de la felicidad, en oposición a lo planteado por Voltaire, por ejemplo, según él, el progreso de la civilización había hecho al hombre menos feliz; en la misma dirección, en el segundo, plantea que el desarrollo de la técnica y la acumulación de riquezas había hecho posible la explotación del hombre por el hombre. Y, en el tercero, el autor sostiene que la autoridad política no viene ni de Dios ni del rey, sino del pueblo, quien, a través de un contrato, la delega en sus representantes. Esta encarna la volun-tad general. El énfasis es del autor.

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a un sujeto “investido de suprema autoridad” justifica la pu-blicación de noticias sobre “el estado miserable de la Francia” (N° 29, 26 de agosto de 1791). Para demostrar las ventajas de un reino dirigido por un monarca, Rodríguez insiste en los even-tos violentos del llamado periodo del “terror” de la Revolución francesa: el caos producido en Francia por la separación del Estado y la Iglesia, la confirmación de la Constitución civil del clero, autorizan la elaboración de una apología de la monarquía y el cuestionamiento de aquella “Babilonia”, donde se hacía “la grande Apologia de la libertad” (N° 26, 5 de agosto de 1791). Es-tos hechos conducen a Rodríguez a afirmar, primero, las venta-jas de un reino católico, y a descalificar el sentido democrático de la idea de “igualdad” promovido por los franceses: “¿Quién no conoce que de vivir los hombres en esa igualdad que tanto preconizan los seudopoliticos resultaba ser unos perpetuos colitigantes destruyendose reciprocamente, sin querer ningu-no ceder al derecho del otro, por mas justificado que fuese?” (Nº 28, 19 de agosto de 1791); y, segundo, a proclamar la nece-sidad de mantener la “autoridad espiritual” de la Iglesia y el ca-tolicismo, la sumisión a las “potestades temporales” y a la “Ley de Dios”28. El redactor reivindica la autonomía de la Iglesia y su

28 El problema es tratado por Manuel del Socorro entre en los números 29, 30, 31, 32 y 33. Así, en el Nº 29, se introduce la Declaración dirigida á los seño-res Administradores del Departamento de Aysne en respuesta à su carta y Acta de Deliberación de 8 de septiembre de 1790, del obispo de Soissons. Se trata de una de las reacciones de los obispos franceses a la Constitución Civil del clero, promulgada por Louis-Alexandre Expilly, presidente de la Asamblea Constituyente. La Ley sobre la constitución civil del clero, votada el 12 de julio de 1790, sustituyó al Concordato de 1516, y su objetivo era reorganizar en profundidad la Iglesia de Francia, transformando a los sacerdotes católi-cos parroquiales en funcionarios públicos eclesiásticos. Igualmente, en los números 30, 31, 32 y parte del 33, se introduce el “Breve Pontificio” de Pío VI, publicado en el Vaticano el 13 de abril de 1791. Alrededor de estos dos docu-mentos se expone el problema de la Constitución civil del Clero en Francia. A través de ellos, Rodríguez expone ideas como la fidelidad de la Iglesia al rey, a la nación y a la ley.

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subordinación a las leyes instituidas por Jesucristo, y sostiene que “toda forma de gobierno y toda organización de facultades dimanadas de solo el poder temporal, no pueden hacer parte integrante de una constitucion politica” (N° 29, 26 de agosto de 1791). El estudio de la situación francesa conduce a Rodríguez a asumir una actitud contrarrevolucionaria y a elaborar una pro-paganda de la monarquía.

La justificación de esta forma de gobierno y la conde-na de la “independencia” se realizan, en el Nº 33, teniendo en cuenta la naturaleza social del ser humano. El redactor pide a sus lectores tomar conciencia de su naturaleza social, y re-comienda observar que el hombre no debe concebirse aislado y solo, sino en sociedad. El símil “cuerpo humano”-“cuerpo ci-vil” sirve aquí para recordar, primero, que el “hombre natural” debe reconocer y aceptar sus “derechos naturales”, pero que, por mandato divino, debe cambiarlos por los del “hombre so-cial” y, luego, que por un principio natural de asociación, los “derechos sociales” debían perfeccionar los naturales. El redac-tor pide al ciudadano neogranadino que mire dentro de sí mis-mo para que allí vea

Quan absurda es la idea de la independencia que solicita y se convencerà que todas las cosas nos estan predicando ese enla-ce, harmonia y sujecion que no quiere conceder. Si hace riguro-sa anatomía de si mismo conocera que el cuerpo humano es un hermoso compuesto de variedad, de miembros y de partes; que estas aunque eterogéneas y diversas entre si no solo en la forma, sino tambien en las funciones; sin embargo conspiran todas á un propio fin reuniendose en un solo interés qual es la formación de aquel todo por cuya conservacion trabajan siempre con reciproco y continuado exercicio; porque mal pudiera conservarse la parte si se destruye el todo, y tampoco este pudiera subsistir faltando la unión de aquellas. Estas observaciones fisicas nos instruyen mu-cho en otras politicas y morales. Pasemos ahora del cuerpo humano

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al cuerpo civil, y quedaremos no salemente desengañados de que no puede darse tal independencia, sino que el Divino Artifice nos dio en nosotros mismos el gran modelo por donde habiamos de estudiar los sagrados principios de la sociedad, de la legistlacion y de la Sobe-rania. Ultimamente, acabemos de convencer en nuestra cabeza, esta parte superior á quien viven sujetas las demas. (N° 33, 23 de septiembre de 1791)29

Así como se promueve, en el plano económico y social, la felicidad general y se hace entender que el rey está en la obliga-ción de impulsar el comercio, garantizar la subsistencia de la población, promover la beneficencia y tratar de evitar las en-fermedades y el ocio, en el plano político, Rodríguez insiste en que, frente a otros modelos políticos, se debía preservar el Es-tado monárquico. Ya sea porque realmente estaba convencido de que la libertad individual absoluta sólo podía avivar en cada uno el deseo de dominar a los demás y conducir a la anarquía, o porque creía que el despotismo ilustrado era compatible con la felicidad, o simplemente porque era un emisario del gobierno, Rodríguez hizo causa común con los representantes de la Co-rona y sostuvo que, en el plano político, la virtud consistía en respetar a un hombre en quien la soberanía era “hereditaria”, “un vice-Dios, caracterizado por la misma elección de la Pro-videncia eterna”, capaz de hacer que “sus vasallos [disfrutaran] de la mas completa libertad”:

Si esto se considerase con la profunda reflexion que co-rresponde, entonces se conocería que aunque todos los sabios de la tierra se unieran en un Concilio universal con el designio de discurrir un modo de perpetuar la felicidad en medio de los hombres, y de constituir à cada uno en la posesion del bien que naturalemente apetece la razón, era imposible que dexasen de

29 El énfasis en cursiva es mío.

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convenir en que el Gobierno Monarquico es el único elemento de la utilidad comun; y que solo por medio de él pueden los im-perios hacerse florecientes, durareros y respetables. (N° 33, 23 de septiembre de 1791)

Esta concepción del mundo hace que, al pretender reformar el modo de producción y las instancias gubernamentales para supeditarlas al rey, se promoviera una idea de felicidad que no había perdido su sentido y contenido religioso. A manera de conclusión, se puede afirmar que todo esto hace imposible leer en el Papel Periódico la matriz de una revolución social. La actitud conservadora de Rodríguez y la forma como se utili-zan los presupuestos de la filosofía de las Luces descubren el deseo de promover una nación monárquica, que reivindica la idea de la soberanía absoluta del rey: en contra de los presu-puestos liberales y democráticos de los modelos que inspiran a los criollos pro-independentistas, ampliamente evocados en el texto del periódico, el redactor se propone demostrar que la soberanía, al igual que en el modelo antiguo de república ro-mana, solo podía ser efectiva en una monarquía, en la unidad del rey. El discurso de Rodríguez es contrarrevolucionario en la medida en que aboga no por el restablecimiento de la mo-narquía —como lo harían en Francia los adversarios del Nue-vo Régimen—, sino por el mantenimiento de la estabilidad del Antiguo Régimen. Como para los contrarrevolucionarios franceses, Edmond Burke, Louis Bonald y Joseph de Maistre en particular, para Rodríguez, la Revolución es un “parénte-sis nefasto” (Boffa, 1992: 87) abierto no sólo en Francia, sino también en el mundo. De aquí la necesidad manifiesta de de-nunciar la anarquía y el terror producido por los revoluciona-rios en la nación gala, de indicar las faltas cometidas contra el

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orden establecido por Dios, contra la religión y contra la figura del rey, de prevenir a los neogranadinos de sus peligros, y, so-bre todo, la obligación de mantener la continuidad.

Si bien el Papel Periódico inculca la necesidad de refor-mar los estudios para entrar a impartir los principios de la “nueva filosofía”, es preciso observar que ésta no es un fenóme-no homogéneo y que, en el plano político, abarca doctrinas y tendencias absolutistas, monárquicas, constitucionales, repu-blicanas, liberales y populares-democráticas: es decir, bajo la rúbrica de “gobierno ilustrado”, podían cobijarse el gobierno absolutista más intransigente y reacio a los principios demo-cráticos de 1789, la monarquía constitucional liberal como la inglesa, el despotismo ilustrado y reformista borbónico, y la república democrática como la instaurada por Robespierre, en parte, sobre los presupuestos del Contrato social, de Rous-seau, y de Qu’est-ce que le Tiers État?, de Emmanuel Sieyes, entre otras posibilidades desarrolladas en los reinos de los paí-ses de la Europa central y las repúblicas italianas de la época. Como hemos visto, Rodríguez no bosqueja una idea de nación fundamentada en los Derechos del hombre y el buen ciudadano, y mucho menos en el derecho que, según Rousseau, tiene el pueblo de disponer de sí mismo y, sobre todo, de derrocar a su soberano si este no cumple con sus funciones. Este sentido democrático está ausente en el pensamiento político del ilus-trado bayamés: en él no se percibe ni la más mínima intención de transferir la soberanía del rey a la nación, entendida esta última en su sentido social moderno, impuesto precisamente por la Revolución, es decir, “el cuerpo de ciudadanos iguales ante la ley” (Nora, 1992: 339). Cuando el concepto de nación aparece en el Papel Periódico, sugiere la idea histórica de un grupo de seres unidos por un pasado, un presente y un futuro común, simbólicamente constituido alrededor de las creen-cias y valores del cristianismo y la tradición cultural hispánica.

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Como para los contrarrevolucionarios franceses, para Rodrí-guez la sociedad era un orden natural y trascendente, “directa-mente creado por Dios”, independiente de la voluntad de los individuos (Boffa, 93-96); de aquí que, en su cosmovisión y en la de sus corresponsales, los principios de los Derechos del hom-bre, reivindicación de los derechos individuales y del pueblo, aparezcan como la fuente de todo el mal:

Realizose el plan de la Filosofia ilustrada. El Pueblo se-

ducido por el Arbol de la libertad, los Derechos del hombre,

la Filantropía y la salud publica, aun no ha visto despues de

la tempestad horrible de tantos años ni una pequeña luz de

consuelo. No mudò tantas figuras Proteo como Paris en su re-volucion. El plan era quimerico, y tales fueron sus resultados. Se establecia la libertad, y se introduxo la tirania. Se afectò la igual-dad, y se alza un Triunvirato en la Junta de Salud publica. Lafaye-te, Mirabeau, y Baylli hacen figura y son condenados por Petion y Brisot; á estos los destruyen Hebert, Chabot, y Danton. Acaba con estos la faccion de Roberspierre, y á este lo acusan Tallien y otros. Se subleva Paris, y marcha contra la Convencion. Acaba la tragedia en el cadalso de Robespierre. Las facciones, y discordia civil de Paris jamas se acaban. ¡Que frutos tan dignos de la ilustra-cion filosofica! (Nº 241, 22 de abril de 1796)30

A lo largo de estas páginas he afirmado que Rodríguez y su periódico hicieron parte de un proyecto reformista; no obstante, es preciso corroborar que si bien el redactor se con-virtió en vehículo del reformismo borbónico, su pensamiento político se mantuvo intacto aún después de reconocer, en La Constitución Feliz (17 de agosto de 1810), el mérito revolucio-nario de los eventos del 20 de julio de 1810. Sin deshacer los

30 El énfasis es mío. La reflexión aparece en el documento firmado por Nicolás Moya de Valenzuela.

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presupuestos religiosos, filosóficos y jurídicos de la monarquía absoluta, “en nombre de una concepción eudemonista del bien general, elaborada progresivamente por la Ilustración”, según Rodríguez, “el soberano podía recomponer la sociedad tradi-cional en función de sus necesidades e inclusive transformar un reino estructurado en principios de jerarquía, privilegio y particularismo, en una comunidad integrada de ciudadanos útiles” (Baker, 1992: 488). Observar este fenómeno permite establecer el tipo de agencia desempeñado por el redactor del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá durante el de-sarrollo del movimiento emancipador: si a Antonio Nariño y sus contertulios les correspondió infundir el ideario indepen-dentista, es decir, el aspecto político del Iluminismo, a Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria concernió la divulgación de los saberes prácticos, de la necesidad de utilizarlos para buscar el bienestar, de la necesidad de integrarse al mercanti-lismo moderno. A él correspondió, en la Nueva Granada, sa-car la Ilustración de las bibliotecas privadas y hacerla pública.

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Configuración del “Reyno Cristiano” en Nueva Granada (1791-1810)

Pablo Andrés Castro Henao*1

Carrera de Estudios Literarios

Universidad Nacional de Colombia

2Tengo la fortuna de haber nacido en medio delGenero humano sin deseo alguno de hacer figura

brillante sobre la tierra, ni poseer mas caudal que el quese necesita para entrar en el Sepulcro. Mis acciones

jamás han llebado otro interés que el de cumplir conlos deberes a que estoy obligado por el Evangelio,

la Naturaleza, y la Filosofía.**

Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria es un personaje de la historia intelectual colombiana que ha comportado mu-chas omisiones y certeras censuras críticas. Su labor, a veces reducida a la dirección de la Biblioteca Real e iniciador del pe-riodismo en Colombia, abarca más elementos de los que tradi-cionalmente se consideran para su análisis. Por ejemplo, debe señalarse el pensamiento que el cubano forjó en el marco de su trabajo periodístico en la época que comprendió el período final de la colonia y el inicio de la constitución de una repú-blica, en el actual territorio colombiano. Más que demostrar la forma como participó de dicho proceso, como una figura activamente revolucionaria, me parece pertinente ver cómo

* Correo electrónico: [email protected]** Tomado de “Ensayo de una biografía del bibliotecario y periodista Don

Manuel del Socorro Rodríguez”, de José Torre Revelló. La cita es de la página 25.

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su obra da cuenta de las problemáticas de su momento socio-histórico; su obra está condicionada por la inestabilidad po-lítico-social del momento en el cual entra en crisis el sistema colonial. Los textos que Rodríguez dirigió —sus periódicos— o escribió —como lo son sus cartas— recogen un importante acervo cultural, que debe ser tenido en cuenta para poder esta-blecer una completa historia del pensamiento colombiano. En su labor periodística, el cubano configuró una visión ideal de sociedad: el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797), El Redactor Americano (1806-1809), El Alternati-vo del Redactor Americano (1807-1809) y La Constitución Feliz (1810)3 dan cuenta de ello. Por tal motivo, se tomarán algunos artículos de estas publicaciones, con el fin de analizar los com-ponentes de una propuesta ideal de “Reyno” y la forma como ésta se relacionó con importantes sucesos del período com-prendido entre 1791 y 1810, que influenciaron los desarrollos socio-políticos del actual territorio colombiano.

Muchos de los trabajos que se relacionan con la figu-ra y la obra de Rodríguez no dejan de señalarlo con palabras que parecen ya una herencia. Cuando no se le presenta como realista o como hombre de poco ingenio, se le consigna en las historias del periodismo como un referente obligado y poco sustancioso. A veces, se encuentran algunos juicios a su favor4 que dan cuenta de la importancia de su obra en el ámbito de la historia de las ideas en Colombia. En lo referente a traba-jos como los de Renán Silva, el cubano es presentado de forma ambivalente: a veces, como un hombre que no pudo compren-

3 En adelante, para citar los textos se tomará la siguiente nomenclatura: PP para el Papel Periódico, ERA para El Redactor Americano, EARA para El Al-ternativo del Redactor Americano, y CF para La Constitución Feliz.

4 Me refiero a los de Antonio Cacua Prada, en la biografía Don Manuel del So-corro Rodríguez: itinerario de su vida, actuaciones y escritos, o el de Flor María Rodríguez Arenas, en Hacia la novela: La conciencia literaria en Hispanoamé-rica (1792-1848).

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der su época, y en otros momentos, como alguien que por me-dio de sus empresas consolidó de manera inconsciente una base de pensamiento para el desarrollo de la independencia nacional —este segundo caso puede verse en el texto Prensa y revolución a finales del siglo XVIII—. No obstante, la obra del cubano aún no ha sido completamente estudiada.

El Papel Periódico es, sin duda, su obra más recordada. No obstante, entre 1806 y 1809, otros dos grandes periódicos fueron dirigidos por su ingenio: El Redactor Americano y El Alternativo del Redactor Americano. Éstos, junto con las publi-caciones menores de Últimas noticias y Los Crepúsculos de Es-paña y Europa, contaron con la licencia del Superior Gobierno de Antonio Amar y Borbón. El Redactor Americano y El Alter-nativo del Redactor Americano se imprimieron con el dinero de las suscripciones y fueron entregados por el propio editor mientras el estado de salud y los fondos lo permitieron. El Re-dactor alcanzó 71 números impresos, producidos de manera quincenal entre diciembre de 1806 y noviembre de 1809. Por su parte, El Alternativo contó con 47 números, entregados de ma-nera mensual entre enero de 1807 y noviembre de 1808, y luego de manera quincenal, entre diciembre del mismo año hasta no-viembre del siguiente, mes en que se entregó el último ejemplar.

El Redactor Americano es presentado en su prospecto como un papel a cargo del mismo personaje que había editado el Papel Periódico. Los textos que se publicarían debían contar con un idioma sencillo y darían parte de noticias y cuestiones americanas, quedando así excluidos los elementos literarios, aunque sin perder de vista que “en todo escrito se deben unir lo útil y lo dulce, para que sea leído con interés y aprecio”, tal y como lo recomendaba Horacio (ERA, N° 1, 6 de diciembre de 1806: 2). El periódico aceptaría colaboraciones, imprimiendo sólo “lo que fuere digno de presentarse á un Publico ilustrado, católico, y de buena educación”; el editor no dudará en afirmar

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que “jamás se dará á luz Disertación alguna […] si es difusa, si no se contrae directamente a objeto americano, ó si contiene alguna expresion ofensiva de las sagradas leyes de la urbani-dad, y buena harmonia civil” (3)5. Por su parte, El Alternativo es constituido como un “papel literario y noticioso”. Su publi-cación es advertida —en su primer número y en algunos de El Redactor— como respuesta a una demanda popular de contenidos literarios y noticias europeas, los cuales quedaban excluidos del otro impreso por la imposibilidad de hacerlo más periódico o más amplio, en vista de los pocos recursos. Ambos periódicos son testimonios previos a la independen-cia y evidencian el orden de cosas que la sociedad afrontaba. Las noticias que en ellos se consignan significan los temores ante un eventual dominio de las naciones inglesa y francesa en los territorios del Imperio español. Las condiciones en que se divulgan los pensamientos del editor dan cuenta del afán por consolidar unas relaciones culturales que en el momento pa-san a un segundo plano, por las contingencias económicas y políticas de la metrópolis y las colonias.

Después de medio año de silencio, a Manuel del Socorro se le encomienda dar testimonio de la agitación vivida con los acontecimientos a partir del 20 de julio de 1810: surge así, el 17 de agosto del mismo año, La Constitución Feliz. Periódico Polí-tico y Económico de la Capital del Nuevo Reyno de Granada. El prospecto inicia con una frase en latín, de Platón, que podría ser traducida como: “La religión verdadera es el fundamento de la República”. El bibliotecario prepara un primer número compuesto por el “Prospecto” y una “Relación sumaria instruc-tiva desde el 20 de julio de 1810, hasta el día de la fecha”. No obstante, el periódico no vería más ediciones y sería reempla-zado por el que dirigieron Francisco José de Caldas y Joaquín

5 En todas las citas he respetado la ortotipografía original.

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Camacho. El estudio de estas tres publicaciones ha recibido menor atención que el del Papel Periódico. Tal vez se deba a que no constituyen un corpus tan extenso como el de este último, o por la falta de interés que puede surgir al ser considerados como meros eslabones en la cadena histórica del periodismo6. Tal vez, incluso, se deba al hecho de que se les vea con cierto desdén por representar la voz de la oficialidad en momentos de agitado cambio. Sin embargo, como se ha venido señalando, son documentos importantes para comprender la problemáti-ca figura de Manuel del Socorro Rodríguez y las característi-cas de su época, como se pretenderá demostrar a continuación.

En los periódicos que Manuel del Socorro dirigió queda ma-nifiesto un espíritu de propuesta política que no puede des-atenderse. En ellos, el cubano se erige como una figura que se mantiene tras bastidores: es y no es el autor de muchos de los artículos que se encuentran contenidos en sus páginas. Sin embargo, puede pensarse que en ellos existe la configuración de un mundo que Rodríguez defendía y que se hallaba bastan-te ligado a un sistema colonial en declive. Desde el Papel Perió-dico hasta La Constitución Feliz, se hace evidente un ideal de sociedad y de ciudadanos, sustentado en valores cristianos que impregnan la civilidad, el aspecto gubernamental y la produc-ción económica. Si bien se trataba de promover el reformismo borbónico, estas notas exponen el pensamiento político del autor7. De igual manera, se presentan los riesgos o amenazas

6 Es el caso de textos como la Historia del Periodismo Colombiano, de Gustavo Otero Muñoz, y la Historia de la Prensa Hispanoamericana, de Jesús Álvarez y Ascensión Martínez.

7 A pesar de que este reformismo se da con diferentes líderes políticos, las ideas que imperan en Socorro Rodríguez son las que se generan en la admi-nistración de Carlos IV. La cercanía de su propuesta política con los ideales

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que dicho modelo debe de enfrentar con los desarrollos mun-diales de la época: en esta perspectiva, el ideario de la Revo-lución francesa es el enemigo fundamental. Por ello, puede entenderse que en los periódicos dirigidos por Rodríguez se presenta un gran conflicto: el deseo por configurar un “Reyno cristiano” basado en el derecho natural y la monarquía. Modelo que contrasta con las promesas de la democracia secular am-parada en la fuerza de la burguesía, del tercer poder que había surgido con la revolución de 1789. Antiguo y Nuevo régimen en conflicto, la fe católica y la fe filosófica en disputa.

En diversos artículos de sus periódicos, el editor expre-sa la necesidad de establecer el bien común que conduce a la felicidad de las sociedades. A lo largo de la propuesta políti-ca, Rodríguez introduce un nuevo sentido de las nociones de “Nación” y “Patria”. No obstante, es la noción de “Reyno” la que se mantiene a lo largo de toda su producción: La Constitución Feliz aparece como la suma de su propuesta política, y en ella se refiere a la Nueva Granada como un “Reyno”. Aquí culmi-nan veinte años de elaboración de un proyecto político: puesta en perspectiva, desde el Papel Periódico, el lector descubre una propuesta que se renueva, pues a cada periódico correspon-den nuevas ideas que ponen en relieve diferentes valores en estrecha relación con las circunstancias socio-históricas. Este aspecto hace de su ideal político algo único, en medio de las múltiples propuestas que se engendran en la época señalada para España, en general, o la Nueva Granada, en particular. La configuración de este reino ideal cristiano se inaugura en el Papel Periódico. Si bien en el Nº 1 Rodríguez señala que “la Filosofia política”, “la moral” y “la ecònomica” sustentan “el hermoso plan de la felicidad de los hombres, porque ellas

de este monarca puede verse con mayor profundidad en el artículo del profe-sor Iván Vicente Padilla Chasing.

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son productóras de un sin número de objetos interesantes á la sociedad y armonía civil, no solo en lo lucrativo, sino en lo decoroso” (9 de enero de 1791), rápidamente señala que estas ciencias están fundamentadas en las leyes divinas: así, la “va-riedad de naciones, de clases y de familias, no puede romper de ningun modo el estrecho lazo en que los há unido la mano criadora del Omnipotente. Siempre conocerá, que ningun hombre dexa de ser su hermano, aunque haya nacido allá en las regiones mas remotas” (Nº 2, 18 de febrero de 1791).

En este orden de ideas, la monarquía es defendida por Rodríguez de la Victoria como la forma de gobierno funda-mental e ideal para una patria. El artículo “La Libertad bien entendida” concentra gran parte de esta forma ideal de gobier-no. En una de sus entregas se señala que “el Gobierno Monar-quico és el único elemento de utilidad comun; y […] solo por medio de él pueden los Imperios hacerse florecientes, durade-ros y respetables” (PP, N° 33, 23 de septiembre de 1791). Esta forma de gobierno garantiza el dominio sobre las facultades violentas de los individuos. Se considera que, tan pronto como el hombre fue expulsado del paraíso, quedó condenado a sus pasiones. Por ello, para que los individuos no se disputen, es necesario establecer un orden que controle sus desenfrenos. El primer pilar de este orden viene dado por la monarquía, en su versión moderna, es decir, ilustrada:

Ningun hombre se figura otra mayor felicidad sobre la tie-rra, que la de dominar a los demàs […]. El único medio, pues, de conciliarlos en tranquilidad y buena harmonia, es que ninguno tenga motivo de mirar a otro con zelos, ni sospechas de que al-gun dia saliendo de la esfera de vasallo como él pueda dominarlo investido de la potestad legislativa. Un hombre en quien es here-ditaria la soberanía, de ningun modo puede dar zelos a los demás, porque en el se respeta un vice-Dios, caractetizado por la misma

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elección de la providencia eterna, y no por las intrigas y superche-rías de la ambición. (N.º 33, 23 de septiembre de 1791)

Esta única representación gubernamental garantiza la riqueza, pues al tener una república a un único rico, toda pue-de ser próspera en la medida de que “aquellos pobres hacen la felicidad del rico y el rico contribuye del mismo modo á feli-citarlos” (PP, Nº 12, 29 de abril de 1791). La concepción del ca-rácter divino de la monarquía, representada en una especie de patriarca benévolo, el rey, le permite a Rodríguez plasmar una visión cristiana del mundo y proponer como ideal social, en la Nueva Granada, un reino cristiano-católico. El rey es presen-tado como un “vice-Dios”, idea que sustenta la necesidad de jerarquías para el mundo habitado por los humanos. Como éstos no saben comportarse, y su mayor ambición radica en el sometimiento de otros, se pretende generar una organización social que les recuerde a todos los hombres que son hijos de un mismo padre. En el ámbito de la organización estatal, se con-solida la idea de que todos son “hermanos” gobernados por un monarca que recuerda a la figura divina8. Tal idea resultará pro-

8 Magali Carrillo, en su texto “El pueblo neogranadino antes de la crisis mo-nárquica de 1808-1809”, señala el panorama en torno a la monarquía que exis-tía en dicha colonia. Es importante resaltar dos de sus citas en torno a este asunto, que muestran un panorama general de las concepciones que sobre éste se tenían. La primera proviene de Las siete partidas, de Alfonso X, quien asegura lo siguiente: “Y naturalmente dijeron los sabios que el rey es cabeza del reino, pues así como de la cabeza nacen los sentidos por los que se man-dan todos los miembros del cuerpo, bien así por el mandamiento que nace del rey, ya que es señor y cabeza de todos los del reino, se deben mandar y guardar y enderezar el reino de donde él es alma y cabeza, y ellos miembros” (187). Esta idea se encuentra sustentada, según Carrillo, en diferentes textos de la época, encontrando resonancia no sólo en los textos de Rodríguez de la Victoria, sino también en otros como el Correo Curioso, Erudito, Económico y Mercantil de Santafé de Bogotá. La autora señala que “Los hombres no podían ser iguales ya que eso era considerado una anomalía natural. Los rangos y las jerarquías demostraban, por lo demás, las virtudes de la complementariedad

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blemática con los acontecimientos y planteamientos que con-curren en el momento de la redacción de La Constitución Feliz.

Es evidente que las ideas de Rodríguez se amparan en una amplia tradición de pensamiento, y se inscribe en una discusión que se extiende muchos años después de su produc-ción intelectual. No sólo hacen parte de un ideario personal, sino que refuerzan una discusión que se daba de manera ge-neralizada en los territorios españoles a partir de la proble-matización de la cuestión monárquica por el pensamiento ilustrado. De esta manera, cuando se publica el artículo so-bre “La libertad bien entendida”, el cubano se siente llamado a hacer una serie de advertencias contra los desarrollos que el proceso revolucionario francés había tenido, para que, de esa manera, no se produjera una “Revolución universal”: es decir, la caída de los valores cristiano-monárquicos en todas las na-ciones de la tierra. Esto habría implicado que se viniese abajo el fundamento para regular la maldad innata de los hombres —adquirida tras la expulsión del paraíso—, y que no pudiera sustentarse el orden ideal propuesto para la sociedad.

De aquí que, al escribir el artículo “Rasgo apologetico de la ilustracion Bogotána aún en medio de su ceguedad Gentí-lica” —en el cual se presenta la defensa del código de Neme-quene, “penúltimo zippa ò soberano de Bogotá, cuyas leyes no tienen nada que envidiarle à las mejores de los Persas, Egyp-cios, Griegos y Romanos” (N° 122, 20 de diciembre de 1793)—, el autor no dudará en argumentar la importancia de este códi-go de leyes, en tanto que dan cuenta de la cercanía que existía

existente entre los hombres“. Un corresponsal anónimo del periódico Correo Curioso ratificaba esta idea, al plantear que al “ser los rangos respectivos, nada les deprime la estimación, que se merecen, por el servicio recíproco, que de-ben hacerse unos a otros los ciudadano”. Esta complementariedad era lo que, según dicho corresponsal, evitaba la existencia en la sociedad del egoísmo, la envidia o la discordia, ya que el “íntimo vínculo” que existía entre los hombres contribuía a “la mejoría, aumento y conservación de todos” (188).

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con las leyes naturales, que en la visión de mundo de Rodrí-guez eran dictadas por Dios. No se presenta, como tal, una de-fensa de los valores indígenas, sino la de los ya expuestos sobre la monarquía: las leyes dan cuenta de una innata maldad de los hombres y la necesidad de regularlos. Para proceder a la regulación de los antiguos habitantes de Bogotá, Nemequene se valió de su poder monárquico para implantar una serie de dictámenes que el cubano halla, en esencia, justos. Pero, para poder dar esta serie de elementos, el zipa bogotano se valió de un elemento que viene a constituirse en el segundo de la pro-puesta de Rodríguez: la razón divina.

Se entiende que cada hombre debe dirigirse de acuerdo a la razón, considerada sólo como ideal en la medida en que proviene de la divinidad:

En quanto á lo esencial de la verdad que es invariable en todos los tiempos, yá se vé que nada puede innovarse. La luz de la razón siempre ha sido y há de ser una misma, porque no es susceptible de alteraciones, ni vicisitudes. Ella no es un sistema formado por los hombres, sugeto á la equivocación y al engaño: sino un rayo celestial derivado de la eterna, é inaccesible luz, que nos conduce al conocimiento de lo verdadero y de lo falso. (PP, Nº 41, 18 de noviembre de 1791)9

En esta perspectiva, se cuestiona a los pensadores fran-ceses, puesto que se equivocaron al sostener que “la Religion Christiana [era] contraria á la buena constitución de un Es-tado”. Según Rodríguez, “el hombre solo es libre quando vive según la razón”, es decir, “quando obra como un ente formado a la imagen del Eterno y coronado de las mas ilustres prerroga-tivas” (PP, Nº 26, 5 de agosto de 1791). Este elemento da cuen-ta de un valor problemático para la sociedad ideal: la libertad. Basta el ejemplo de Francia para notar que tal noción puede

9 El énfasis es mío.

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tergiversarse10. La proposición fundamental, expresada en tor-no a este concepto, es que la libertad en el “Reyno” debe ser ga-rantizada por la razón divina y servir al buen funcionamiento del gobierno. A la par que presenta la estructura de gobierno ideal para la sociedad, Rodríguez entra a caracterizar a los ciu-dadanos de la misma. Éstos no pueden ser cegados por sus pa-siones, convertirse en meros sofistas, sino que deben proceder guiados por la verdad, que sólo proviene de Dios.

La razón divina se encuentra estrechamente vinculada a la naturaleza innata del hombre, a ese estado de cercanía con el paraíso perdido. Enfrentado a sus pasiones, el hombre se distancia de la razón divina, y entra a razonar como los filóso-fos franceses, a quienes tanto despreció Socorro Rodríguez. Ante este mal ejemplo, realza la inocencia del indígena que se halla aún vinculado con la divinidad, aunque no conozca por entero el dogma cristiano: en este sentido se realza la la-bor realizada por Nemequene y el sacerdote Sogamoso11. Así, y a nivel gobernativo, la monarquía entra como la verda-dera reguladora de las relaciones sociales, mientras que a los ciudadanos corresponde el proceder según la verdadera ra-zón, para que de esta manera no se pierda el fino equilibrio social, perdido cuando el hombre es expulsado del paraíso y entregado a su animalidad, la cual le hace extraviar el sendero de su verdadera libertad.

10 Véase, al respecto, el artículo del profesor Padilla.11 Sobre Sogamoso, dice que “era tan noble el alma de Sogamoso, que aun ha-

llandose investido de la gran Dignidad del Sumo Sacerdocio, y estando acostumbrado à que lo mirasen como al hombre mas sagrado de la Nacion, fue el primero que abjuró los errores de la Idolatría y abrazó las verdades de la Divina Ley” (N° 92, 31 de mayo de 1793); con este argumento, Rodríguez pretende resaltar el vínculo indisoluble entre la razón natural y las creencias cristianas, señalando cómo los indígenas se presentan como más loables que los filósofos racionalistas.

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Junto a estos dos elementos se presenta el del progre-so económico. Como se señaló antes, junto a la forma de go-bierno y el proceder moral de los ciudadanos, se encuentra el elemento de la productividad, que en Rodríguez adquiere también matices cristianos. Éste es el último elemento funda-mental de la sociedad ideal presentado en el Papel Periódico. El progreso económico depende de dos circunstancias: la natu-raleza, regida por Dios, y la labor de los hombres. En cuanto al primer elemento, en el Papel Periódico se señala la riqueza de las tierras y la variedad en los recursos de la Nueva Granada; de igual manera, se insiste en que “la Naturaleza nos ha favo-recido de todos modos, haciendo nuestro Reyno el teatro de sus primores, de su soberanía, y quizá de su triunfo” (N° 11, 22 de abril de 1791)12. Todos estos dones naturales se encaminan en una perspectiva cristiana para reforzar la noción de “Reyno” ideal, pues no todos los pueblos de la tierra poseen la diversi-dad de la Nueva Granada. Se puede ver que la naturaleza es entendida por Rodríguez como un conjunto de bienes crea-dos, dispuestos por Dios para la natural felicidad de todos. Se tiene, con la idea bíblica del Génesis, que antes aquellos frutos se daban de manera natural. Con el pecado original, el hom-bre debe laborar la tierra, y aquél es el llamado que se hace en el primer periódico dirigido por el ilustrado cubano: Dios ha socorrido con tierras y abundancia de riquezas a los neogra-nadinos y, por tanto, es obligación de ellos trabajar y explotar aquellos recursos13.

12 Véanse, al respecto, los números 68 (11 de junio de 1792) y 75 (20 de julio de 1792).

13 De aquí que sean importantes las discusiones que se entablan en torno a la problemática de los estudiantes ociosos, los vagabundos, los pobres y los be-bedores de chicha: temáticas ampliamente desarrolladas en los números del Papel Periódico.

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Como se sabe, para esta época era recurrente señalar la poca productividad que tenía el Nuevo Reyno de Granada, lo cual instaba a una dinamización de las relaciones comer-ciales14. El impulso al comercio es uno de los objetivos de las reformas borbónicas15. Estas circunstancias no se daban pen-sadas únicamente en los aspectos materiales. Magali Carrillo argumenta que “la conservación del reino no incumbía en-

14 Por ejemplo, Pedro Fermín Vargas, en su texto Pensamientos políticos sobre la agricultura, comercio y minas del Virreinato de Santafé de Bogotá, escrito hacia 1792, hace un extenso análisis de las condiciones económicas del territorio neogranadino, señalando cómo era fundamental la activación del comercio. Sus ideas señalaban la natural riqueza del territorio, haciendo énfasis en cómo, por ejemplo, si se explotase la producción de algodón en la región de Cartagena y Santa Marta, podría satisfacerse la demanda del Imperio espa-ñol en torno a este recurso. Además, señala que, en estas condiciones, “¿qué falta, pues, sino la aplicación de aquellos naturales [de las regiones mencio-nadas] a su cultivo? El Gobierno debía apremiar los vasallos indolentes para que ganasen su sustento. Los de las tierras cálidas prefieren a una vida la-boriosa y activa, la desnudez y miseria, con que además de corromperse las costumbres se llenan de enfermedades que les hacen inútiles a la religión, al Rey y a la Patria” (Pensamientos políticos: 42). El último argumento da cuen-ta de la situación político-económica del sistema colonial: es imprescindible que se tomen medidas en torno a lo económico, siendo fundamental que los vasallos laboren los recursos de cada territorio, tratando de explotar la utili-dad de los recursos —tanto físicos como humanos— lo más que sea posible. Además, entra en juego la condición de los pobladores, quienes tienen algu-nas costumbres que van en detrimento de las condiciones ideales de la socie-dad; sobre este elemento son importantes los análisis que se presentan en el Papel Periódico sobre la chicha, los estudiantes y los vagabundos.

15 El momento en el cual se producen estas reflexiones es el de la última déca-da del siglo XVIII. El contexto, a grandes rasgos, es el siguiente: España se encuentra bajo el dominio de los Borbones, quienes asumen el control del Imperio ibérico, cuando éste se encuentra prácticamente en la quiebra. En-tonces, implementan una serie de medidas que tratan de aumentar la rique-za; para ello, se promueve el desarrollo económico de las colonias. María Ángeles Samper, en España en el Siglo de las Luces, señala que “[e]l refor-mismo ilustrado también se trató de aplicar a los dominios americanos y a lo largo de la centuria se hizo un gran esfuerzo por aumentar los beneficios obtenidos de las tierras americanas y descubrir nuevas fuentes de riqueza” (2000: 173).

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tonces solamente al rey, cuya principal virtud era ser padre de sus vasallos y por lo tanto responsable de ellos, sino también a los vasallos, los cuales debían ayudarse entre sí como buenos cristianos” (Carrillo, 2009:189). Así, los ideales habitantes del reino feliz debían superar la natural rivalidad a que los impul-saban sus pasiones. Debían colaborar como hermanos para hacer producir a la tierra del padre: la de Dios, que se la ob-sequiaba, y la del Rey, único rico, que retribuiría a todos sus siervos la felicidad.

Hasta este punto se puede establecer que, en el rei-no ideal de Rodríguez, cada elemento resulta fundamen-tal —monarquía, razón divina, trabajo económico—, y se encuentran todos interrelacionados. La preocupación de Rodríguez por elaborar un proyecto político y el deseo y la necesidad de divulgarlo son evidentes. Sobre las razones que impulsan a esta divulgación volveremos más adelante. Sin embargo, aquí es necesario insistir en que sus periódicos no sólo vehiculan una propaganda monárquica y de la oficiali-dad, sino también, y sobre todo, las ideas de un ilustrado que, convencido de sus valores cristianos, evalúa sus circunstan-cias socio-históricas.

Con el último ejemplar, publicado el 6 de enero de 1797, se inicia un periodo de silencio en la difusión pública de la pro-puesta creada por Rodríguez. Tal silencio durará hasta el 6 de diciembre de 1806, cuando se publica El Redactor Americano. Éste y El Alternativo concentran elementos histórico-sociales fundamentales para comprender cómo la configuración de un “Reyno cristiano”, en la Nueva Granada, no se puede dar de manera acabada. Han pasado nueve años, y la situación po-lítica a nivel mundial ha cambiado: se han suscitado nuevos desarrollos históricos, que conllevan a que en los nuevos perió-dicos se resalten nuevos valores esenciales para una sociedad feliz, los cuales no contradicen los elementos ya expuestos en el

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Papel Periódico. Esto puede comprenderse al revisar los “pros-pectos” de ambos periódicos. En El Redactor, el cubano afirma que “el idioma de la verdad es sencillo, y éste debe ser siem-pre el de un escrito popular” (N°1, 6 de diciembre de 1806: 1); mientras que, en El Alternativo, señala que “la verdad ha sido y será siempre una misma en todos los siglos y naciones” (N° I, 27 de enero de 1807: 1). Estas afirmaciones ponen de relieve el elemento central de la propuesta de Rodríguez: la verdad, cuyo sustrato es la razón divina. Por lo anterior, puede enten-derse que, en esta nueva etapa de su labor intelectual, se pre-senta cierta continuidad, tanto en los valores cristianos como fundamentales, para la formulación de una propuesta política e intelectual.

El Redactor Americano concentra algunos de los hechos más importantes para comprender cómo la configuración de una sociedad ideal choca con diversos impedimentos que dificultan su consolidación. Si en el periódico de finales del si-glo XVIII los obstáculos se muestran de manera latente, en las páginas de esta nueva publicación los problemas se hacen más evidentes. En El Redactor se encuentran noticias sobre el avan-ce que los ingleses hacen en el continente, especialmente en los territorios de Buenos Aires. La preocupación por su presencia puede referirse naturalmente al temor de que perdiera España algunos de sus territorios, pero, en el estado de cosas defen-didas por Manuel del Socorro Rodríguez, esta preocupación adquiere un nuevo matiz. Inglaterra, potencia comercial de la época, amenaza con apoderarse de algunos territorios de la América Española; sin embargo, para el cubano, el mayor ries-go lo constituye su credo protestante, la llegada de un credo diferente al católico a las colonias españolas. Tales circunstan-cias ponen de relieve un nuevo valor: la unidad. Dicha unidad está dada, según el editor, por la religión católica; ésta debe concebirse tanto de manera territorial como ideológica, y será

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defendida con mayor ahínco cuando se presente la domina-ción napoleónica en la Península Ibérica.

Cuando el Papel Periódico inicia labores, en 1791, la Re-volución francesa se encuentra en pleno fulgor. Tan sólo han transcurrido dos años desde su inicio y aún falta cerca de una década para que se fundamente el imperio napoleónico. En 1806 se ha concretado este último elemento. El imperio fran-cés, dando un giro con respecto a sus antecesores revoluciona-rios, toma un conveniente e interesado respeto por la religión católica. Así, inicia una serie de conquistas que amenazan a la mayor parte del continente europeo; estas conquistas inclui-rán la caída de España. Ante estos hechos se resalta la idea de la unidad. Una definición ideal de este valor se puede en-contrar en el discurso titulado “El verdadero patriotismo” —publicado en El Alternativo del Redactor Americano—, en el cual se afirma que, si las naciones gentiles han tenido acciones memorables, las cristianas han de superarlas en méritos. En el Nº 5 de El Alternativo, Rodríguez afirma que “el patriotismo de los pueblos cristianos debe ser muy eficaz, muy generoso, muy perfecto, y nivelado en todo por los sagrados principios de la moral evangelica dictada por el Divino legislador” (27 de mayo de 1807: 30). Lo anterior permite afirmar que, junto con el espíritu ilustrado, la búsqueda de la felicidad mueve al pa-triotismo y fundamenta a las naciones, pero ésta sólo se alcan-za cuando se basa, según él, en la religión católica. Para esta nueva época, el ideal de sociedad presentado en el Papel Perió-dico se está resquebrajando. Por ello, es necesario hacer múlti-ples defensas de la unidad del “Reyno”, para que se consoliden los valores esenciales que se expusieron en la última década del siglo XVIII. Son numerosas las noticias en las cuales se lamen-tan los avances de Francia sobre el territorio español. La uni-dad nacional es entonces necesaria para aquellos tiempos; por eso se señala que

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La mayor desgracia que puede temer la America es que ha-yan quedado refugiados en algunas de sus islas tantos franceses. No permita Dios que estos monstruos adoradores de la gran Bes-tia lleguen á verificar sus depravados designios, que son sin duda de dominar y corromper toda la tierra. (EARA, N.º 59, 4 de mayo de 1809: 388)

La “América Española” no es sólo un calificativo, sino también una categoría que indica una unidad de la identidad cultural, del territorio y de la política. El territorio americano se encuentra disgregado por la influencia inglesa, francesa, portuguesa, holandesa y española. En el primer número de El Redactor se deja claro que América es un solo continente, y sobre éste versarán las noticias16. Los territorios gobernados por España deben entonces mantenerse unidos para hacer frente al expansionismo francés, que se cierne en los territorios geográficos que fundamentan al Imperio español: la Península y el continente americano. Por ello, durante la invasión france-sa a la Península (1808-1812), en diversos números se insta o se da cuenta de los actos que algunas ciudades de la América es-pañola adelantan para demostrar su fidelidad a Fernando VII. El Redactor Americano y El Alternativo del Redactor Americano dejan de imprimirse sin haberse resuelto aún por completo la crisis con Francia, y como en 1810 la ocupación no ha conclui-do, esta circunstancia es aprovechada por los independentistas neogranadinos para iniciar los procesos de revolución.

Es necesario realizar unas precisiones en torno a la unidad expresada en los periódicos de Rodríguez. En pri-mer lugar, un elemento que fundamenta esta unidad es la de

16 “El [periódico] comprenderá los sucesos considerables que acaecieren, tanto en los Gobiernos Americanos Españoles, como en los de otras dominacio-nes” (ERA, 1: 3).

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la lengua. Desde el Papel Periódico, ésta aparece como una preocupación del ilustrado de origen bayamés. Para Rodrí-guez, la escritura tiene un carácter fundamental en el desa-rrollo de una sociedad, pues, a través de ésta, se produce una comunicación pertinente para el progreso cultural de los rei-nos. En el Nº 80 indica lo siguiente:

Siendo la escritura el único medio con que en cualesquier distancia nos podemos dar á entender, explicando las sensacio-nes y conceptos de nuestro Espíritu en toda especie de materias y facultades; se hace preciso que no solamente usemos de aquellas voces mas propias para facilitar la inteligencia de los asuntos que tratamos, sino que lo que escribimos sea arreglado á las leyes de la buena Ortografia, por constar esta de unos signos generales, ad-mitidos ya baxo de un mismo valor en todas las Naciones cultas de la tierra. (PP, N° 80, 24 de agosto de 1792).

La unificación de la escritura garantiza la transmisión de los conocimientos. El cubano es enfático al indicar su preocu-pación por la unificación en torno a la lengua: “¿De que sirve, aun el mas profundo estudio de las ciencias, si no se les ense-ña [a los jóvenes] con perfección y finura el idioma en que han de explicar y hacer lucir esos mismos conocimientos en medio de la Iglesia y de la Sociedad?” (N.º 80). Se trata de contem-plar, en la lengua, la forma como se estructura la unidad de una cultura, pero, también, como ámbito de discusión de las ideas. Lo anterior puede afirmarse en vista de que, para este siglo, la discusión de las ideas a nivel filosófico tiene una gran trascen-dencia, y teniendo en cuenta que los periódicos de Rodríguez intervinieron en importantes debates del momento, como lo fue la recepción de las teorías naturalistas europeas.

Si bien la defensa de la escritura puede verse como una simple propaganda del valor civilizador de la escritura espa-ñola, debe reconsiderarse tal postura al tenerse en cuenta su

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“Satisfaccion a un juicio poco exâcto sobre la literatura y buen gusto, antiguo y actual, de los naturales de la Ciudad de San-tafé de Bogotá”, en el cual se adelanta una lectura crítica de los autores neogranadinos que tiene, entre otras finalidades, la de situarlos a la par de los autores europeos. En este sentido, la expresión de la escritura literaria, al presentarse como una he-rencia de la civilización española, es vista también como algo propio de los americanos. Por ello, al hablar de Domínguez Camargo, señala: “¡Tu fuiste el primero que en este Nuevo-mundo supo imitar con elevación y maestría el armonioso Idioma de los Homeros y Virgilios” (PP, N° 59, 30 de mar-zo de 1792). Los americanos se incorporan a la “República de las Letras Universales” cuando alcanzan el don de la escritu-ra. No obstante, este don no les viene única y verticalmente insuflado por sus colonizadores. Al tomarse en consideración la postura asumida por Rodríguez en cuanto a las culturas amerindias, y, en especial, una reflexión señalada en el Papel Periódico, debe considerarse que la escritura dio perfección a la naturaleza propia de los americanos. En su rasgo sobre So-gamoso, Rodríguez inserta la reflexión sobre un epitafio que acompañaría, aparentemente, su tumba. Tal epitafio, tomado de los trabajos del padre Lugo, es registrado en lengua caste-llana, en lengua chibcha y en lengua achagua. Rodríguez lo inserta con el fin de que “el Público se forme alguna idea” de la “dulzura y elegancia” de las lenguas indígenas (PP, N° 93, 7 de junio de 1793). De este modo, se entra a la segunda proble-mática señalada con respecto a la unidad representada en El Redactor Americano y El Alternativo del Redactor Americano: el carácter americanista.

Cuando Rodríguez señala la “dulzura y elegancia” de las lenguas amerindias, lo hace para controvertir una serie de postulados que hacían ver las lenguas de los americanos como degeneraciones de la lengua hebrea. Tal postulado permitiría

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afirmar que, sólo con una lengua como la española, podrían alcanzar cierto grado de firmeza y belleza las letras america-nas. Por ello, el cubano insiste en que no se podía tomar este argumento como cierto. Al enlazar esta problemática con la defensa de América, contemplada en sus artículos “Diserta-cion sobre las naciones americanas” y “Quadro filosofico del descubrimiento de America”, se entiende que el cubano pre-tendió definir la unidad para la geografía y la cultura america-na. Esto hace que el énfasis en la sociedad “ideal” no sea para la sociedad española, sino, más bien, una sociedad hispanoame-ricana. La reflexión del cubano, por lo tanto, apunta al desa-rrollo de una conciencia americana que permita su unificación y su defensa, por parte de los propios americanos, en torno a unos valores culturales heredados de los colonizadores, pero no únicamente su defensa por constituir un statu quo. Sin duda, éste resulta ser un material de vasta discusión, por lo cual, y por los fines de este artículo, bastará con enunciar que la unidad expresada en Rodríguez es una unidad cultural, que buscaba defender la herencia española y la forma como ésta dio perfección a ciertos elementos autóctonos de los america-nos. Se trata de una especie de sincretismo cultural que funda-menta la identidad de los pueblos: las condiciones propias de sus culturas y los valores de la civilización, tales como la reli-gión y la escritura.

Por lo anterior, su producción política debe ser vista como una reflexión estrechamente vinculada al contexto geo-gráfico del cubano. De manera que resulta comprensible que la localidad de su discurso recaiga, en La Constitución Feliz, en la Nueva Granada. Cuando surge esta última publicación, el sistema colonial encuentra uno de sus primeros puntos de ruptura definitiva en los eventos del 20 de julio. El periódico da cuenta de una visión, a la vez optimista y sospechosa, de lo que para muchos fue una gran gesta sin dubitaciones:

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Si los gobiernos establecidos por el horrendo título de Conquista son respetados y obedecidos de los hombres; ¿quanto más deberan serlo aquellos que establecen la Razon y la Sabidu-ria, para desagraviar la Divina Religión, asegurar la legitima sobe-rania, abolir el despotismo, honrar la humanidad y perpetuar el bien común? (“Prospecto”, 1)17

La soberanía, entonces, es el último valor que se debe se-ñalar en la configuración de este reino ideal, postulado en los periódicos de Socorro Rodríguez. En La Constitución Feliz, se sintetiza la propuesta del intelectual cubano: la felicidad sólo es posible en un “Reyno cristiano”. Tal concepto parte de la misma idea de unidad antes expuesta, pero en este momento histórico adquiere nuevos matices. De un lado, se defiende el hecho de que cada pueblo es libre de dirigirse y alzarse contra los gobiernos despóticos: este presupuesto se afirma en la me-dida en que se considera a Napoleón como un déspota, inva-sor de un reino cristiano. De otra parte, y en oposición a la idea de “soberanía” instituida por la Revolución francesa, es decir, el paso de “la soberanía absoluta del rey a la nación”, al pueblo (Baker, 1992: 483)18, en Rodríguez, ésta encuentra su máxima expresión en la soberanía divina. En este punto, es importante recordar cómo Manuel del Socorro sitúa al rey como detentor del poder monárquico-gubernamental de la soberanía, am-parado en la idea de que su existencia era fundamental para mantener el orden social. Si en el proceso revolucionario fran-cés se plantea que “la unidad es la condición de la soberanía: la nación es unánime o no es nada” (500), ¿cómo puede ser

17 La edición que se ha tomado se encuentra como recurso virtual de la Biblio-teca Luis Ángel Arango, de Bogotá. El texto carece de paginación; la que aquí se presenta es una sugerencia a partir de las páginas que lo componen.

18 Texto en francés, la traducción es mía.

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defendida la idea de soberanía en Rodríguez de la Victoria? ¿No atentaría contra el régimen monárquico?

Es preciso observar que las circunstancias socio-his-tóricas de cada momento condicionan las reflexiones sobre el reino ideal, y autorizan a realizar, en cada periódico, cierto tipo de afirmaciones, o a plantear los presupuestos esenciales para esta forma de gobierno. Así, en La Constitución Feliz, tras los eventos del 20 julio, el cubano hace un corte de cuentas y, tras bastidores, compara la Revolución neogranadina con la francesa. El periódico, de 1810, es la muestra de que un “Reyno feliz” es posible: uno, de carácter cristiano, unido y soberano. El despotismo, los vicios en que incurrió la administración co-lonial, son castigados por el pueblo neogranadino en tanto que los individuos se han unido como hermanos, es decir, según un ideal cristiano: la soberanía se erige contra una mala admi-nistración y se sustenta en la conciliación de muchos indivi-duos. La revuelta es entendida como un “grande suceso” contra “el violento despotismo”, promovido por una “defectuosa le-gislacion” y por “los grandes abusos de los Magistrados en el gobierno de estas provincias” (CF, 20). En Francia se gestó la desunión, se rompió con la religión, con la razón verdadera y se incurrió en actos de violencia. Rodríguez observa que esto no ocurrió en la Nueva Granada e insiste en que este fenóme-no se debe a que se mantuvieron los principios religiosos. Por ello, afirma que “si al pueblo de Santafé no lo caracterizasen la caridad y demàs virtudes cristianas, habría perecido sin duda entre sus manos el español europeo” (3-4).

Esto le permite plantear una sociedad ideal regida por la razón celeste, en la cual, eventualmente, se podría prescin-dir de la figura del rey, porque sus ciudadanos han dejado a un lado sus pasiones y pretenden proceder en la administración del Estado de manera justa y equilibrada. Y no es porque ellos mismos lo hayan decidido. Al decir, en su “Relación sumaria”,

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que “parece que por un arcàno misterioso de la Divina Provi-dencia estaba decretada la libertad de esta Capital y de todo el Reyno” (2), se puede comprender que la soberanía del rey es depositada en Dios y en el orden por él impuesto, y que éste último, por ende, dictamina los acontecimientos entre los hombres. Por lo pronto, hasta ese 27 de agosto de 1810 en que se publica La Constitución Feliz, el “Reyno” ideal era posible en la Nueva Granada. Será necesario esperar a los acontecimien-tos posteriores para que la desunión se presente, para que los valores propuestos por Socorro Rodríguez se fragmenten y la nación colombiana surja y se desarrolle lejos de sus votos y de sus juicios valorativos.

Las observaciones que hace José Torre Revelló, en el “Ensayo de una biografía del bibliotecario y periodista Don Manuel del Socorro Rodríguez”, alrededor de la publicación del Papel Periódico y, en particular, de El Reino Feliz19 (1794), autorizan a afirmar que dicho ideal de sociedad obedece a los efectos suscitados por la independencia estadounidense y la Revolución francesa. De acuerdo con Torre Revelló, docu-mentos como la “Representación” y el “Manifiesto”, ambos de 179320, expresan las preocupaciones políticas que estos dos he-chos generan en el ilustrado cubano (Torre, 1947: 20). Estos elementos, como se muestra en el estudio de Torre, dieron pie a algunas producciones del Papel Periódico, particularmente la disertación “La Libertad bien entendida”. Es evidente que su propuesta política se fundamenta en hechos que ponían en riesgo el sistema colonial español. Llama la atención la con-tinuidad y la unidad del proyecto político de Rodríguez, ex-presado desde 1794 en El Reino Feliz, y el de La Constitución

19 El título completo de este documento es El Reino Feliz fundado sobre los prin-cipios de la verdadera Filosofía. Discurso formado y dado a luz por un amante del Bien público, con motivo del suceso que se expresa en el Prólogo.

20 Estos documentos se encuentran en los Archivos de Indias de Sevilla.

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Feliz, en 1810. El epígrafe latino del primero, “Pietas erga Deu-mcerta basis Regni est, ac fudamentum. Syresius, Lib. 1, Año MDCCXCIV” (Torre, 22), concuerda con el del segundo, “Religio vera est firmamentum Reipubiicę. Plat. L. 4 de Legib” (CF, 1); ambos estructuran el discurso y determinan una intención y un sentido global a partir de la idea de un reino cristiano.

El ilustrado cubano, a través de los periódicos que diri-gió entre 1791 y 1810, trató de configurar un “Reyno” ideal en el que, para alcanzar la felicidad, sus ciudadanos debían tomar las decisiones más acertadas, guiados por la razón divina. En su proyecto político, el rey y los vasallos, la economía y la ac-titud cristiana, la religión y la política, deben funcionar como un cuerpo que establece relaciones de interdependencia. Sus periódicos le dieron la posibilidad de vivir múltiples trans-formaciones político-sociales, permitiéndole elaborar y ha-cer público un discurso vivo que se transformó en el tiempo: los periódicos le dieron la oportunidad de presentar hechos del diario vivir que fortalecían sus ideas, poniéndolo en con-tacto con diferentes realidades que, a su vez, lo autorizaban a replantear o a hacer énfasis en algunos presupuestos, cuando era necesario21. Esto siempre se hizo con la intención de resal-tar la condición americana y ver la forma en que se estable-cía un diálogo con las herencias coloniales españolas. Resulta claro que, para el momento socio-histórico, dada la influen-

21 En este sentido, se puede desarrollar la hipótesis del profesor Iván Vicente Padilla Chasing, quien señala la importancia de reconocer que, si bien los números del Papel Periódico son temáticos y cada una de sus partes dialoga con el todo, estableciendo relaciones de interdependencia, de igual manera cada número se integra a una intención global que atraviesa todo el proyecto periodístico, desde el primer número. Sobre los alcances de sus publicacio-nes basta con señalar las listas de suscriptores que se insertaron en algunos números de sus periódicos, las discusiones que se entablaron con el Mercu-rio Peruano, la remisión y difusión de algunos ejemplares de los impresos a España, entre otras circunstancias.

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cia francesa sobre el pensamiento de los americanos, Rodrí-guez haya querido insistir en la unidad que debía existir entre América y España. El carácter americanista de estos elemen-tos, sin duda, merece mayor atención y debe ser indagado en relación a la constitución de un ideal político en Rodríguez. No obstante, y a pesar de los cambios de las circunstancias socio-históricas y de los replanteamientos de su proyecto político, se mantuvo invariable en Socorro Rodríguez, duran-te cerca de 20 años, su conciencia cristiana y su firme creencia en el final de los tiempos.

El espíritu del bibliotecario cubano, sin duda, es cristiano. Sin embargo, más que un elemento simplemente retórico y propa-gandístico, se trata de algo que fluye con fuerza en el trasfondo de su propuesta política. La genealogía de su idea de sociedad se remonta a un hecho bíblico: la expulsión de Adán y Eva del paraíso. La cosmovisión de Rodríguez está mediada por la idea del pecado original; por tal motivo, la humanidad está condenada a sus pasiones, causa de interminables guerras. La propuesta de un “Reyno” ideal parte de la necesidad de recu-perar ese paraíso, el deseo de hacer más pacíficas, justas y, por ende, felices a las sociedades humanas. La idea del regreso al paraíso perdido debe emparentarse con un hecho que hoy sue-na a completa catástrofe, pero que, en la propuesta de Socorro Rodríguez, también significaba esperanza: el final de los tiem-pos. Éste constituye uno de los elementos más importantes del credo cristiano. Cuando ocurra, según el imaginario cristiano, se dará la segunda venida de Jesucristo y el advenimiento del juicio final. Esta idea mueve la conciencia del editor, quien ha-cia 1810 publica una compilación de diversos números de los diferentes periódicos referentes al tema, con la siguiente nota:

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Reunión de algunos números del periódico antiguo y del Redactor y Alternativo, que el abaxo firmado ha publicado en esta ciudad de Santafé. Por ellos se conocerá su previsión política, y buen deseo acerca de que todos conociesen, que la revolución de Francia era el principio de la revolución universal y de los sucesos notabilísimos profetizados en ambos Testamen-tos. Sobre el asunto ha dado también varios manuscritos; pero con la desgracia de que nadie ha hecho caso de sus prevenciones, y por eso van siendo cada día mayores las calamidades, como se verá desde hoy 1° de enero de 1810. (En Otero Muñoz, 1998: 20)22

La Revolución francesa tuvo un amplio despliegue en el Papel Periódico en relación con el daño propinado a la religión católica y a la organización cívica e institucional de la socie-dad, y, por lo general, se insiste en el modo equivocado de pro-ceder para conseguir la organización de un “Reyno feliz”. En El Redactor Americano y El Alternativo del Redactor Americano, al regresar las noticias de Francia, se continúan las valoraciones de los malos ejemplos dados por esta nación. El Alternativo del Redactor Americano hace un seguimiento del estado de guerra en que se halla el continente europeo, colocando en el centro a la nación gala; si en un primer momento sólo se cuestiona su actitud belicista, las palabras con las cuales se ilustra la si-tuación se irán agravando hasta que Napoleón toma el poder de la Península. Con las múltiples páginas que se le dedica al asunto, en ambos periódicos, se configura una imagen que hace ver al emperador galo como el Anticristo. En sucesivos números aparecen afirmaciones como las siguientes: “Si no es el Anticristo, ninguno otro le puede ya exceder en las sutiles

22 En mi indagación no he podido encontrar el texto fuente. Éste es menciona-do por Gustavo Otero Muñoz en la página 20 de su texto “Historia del Pe-riodismo en Colombia”, al igual que por Cacua Prada en su biografía sobre Manuel del Socorro Rodríguez.

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Artes del engaño” (ERA, N° 43, 4 de septiembre de 1808: 238); o se dice que Napoleón es la Bestia “que vieron Daniel y san Juan”, por lo que “es muy verosimil que tiranice todas las regio-nes de la tierra” (ERA, N° 63, 4 de julio de 1809: 384).

Para Rodríguez, la situación francesa vaticina el final de los tiempos. La Revolución francesa sería el principio de la “revolución universal” —entendida ésta como el rompimiento con un orden ideal de cosas—, desencadenante de los hechos contemplados en el libro del Apocalipsis. Por esto, también se muestran las noticias que señalan el grave estado de los terri-torios pontificios, carentes de autonomía por la dominación napoleónica. ¿Por qué se engendra esta visión negativa de Napoleón? En principio, este personaje defiende, al menos, dos de las ideas principales del reino ideal expuesto en los pe-riódicos de Rodríguez: la religión católica y la monarquía. Sin embargo, el apoyo de los Estados Pontificios es contradictorio, puesto que hace que la religión aparezca como un elemento subordinado a un interés particular, y no como una institución de todas las naciones católicas. Napoleón garantiza el gobier-no por herencia, pilar de la monarquía, a la par que atenta con-tra otro de los valores principales: la soberanía.

Un Estado debe ser autónomo, y su autonomía respe-tada. Ésta idea es defendida, de manera vehemente, en La Constitución Feliz. ¿En qué casos se contempla una invasión, es decir, la violación de esta autonomía por parte de otro Es-tado? Fundamentalmente cuando es necesario imponer o res-tablecer la religión católica. Un ejemplo del primer caso es la conquista del continente americano: está percibida de forma ambivalente en los periódicos de Manuel del Socorro, y ame-rita una discusión en profundidad que, por los fines de este trabajo, no puede ser abordada por el momento. En cuanto al restablecimiento de la religión, es importante señalar la for-mación de la Primera Coalición, es decir, la unión de algunos

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países europeos —incluida España— que pretendió invadir Francia para restablecer la monarquía23.

En 1808 se considera una violación a la soberanía el he-cho de que Francia haya conquistado un territorio como el español, pues ambos compartían la misma forma de gobierno y tenían como religión oficial el catolicismo. Por ello, la acti-tud expansionista de Napoleón es percibida como propia de un Anticristo, de un ser que, engendrado al interior del cristia-nismo, va a dar fin al mundo católico. La nueva circunstancia abre una serie de interpretaciones en El Redactor Americano y El Alternativo del Redactor Americano marcadas por el aspec-to religioso. Esto explicaría la existencia de una larga lista de momentos en los que los periódicos de Rodríguez se llenan de curiosos y extraños acontecimientos naturales (el avistamien-to de luces en los cielos, el gran ruido escuchado en Santafé, los temblores, las erupciones volcánicas, entre otros). Tales fe-nómenos son aprovechados para glosar acerca del final de los tiempos. Esta idea no es propia de Socorro Rodríguez, ni de la tradición española. La historia ha visto nacer y perecer a dece-nas de milenaristas, supersticiosos y religiosos que han versado sobre el final de los tiempos. Para todos, la idea general es el restablecimiento de un mundo idílico perdido con el pecado original. Sin embargo, para que llegue el final de los tiempos, es necesario que transcurran mil años de felicidad y esplendor.

23 En el Nº 134 del Papel Periódico (21 de marzo de 1794) se publica el convenio realizado el 25 de mayo de 1793, entre España y Gran Bretaña, para declarar la guerra a Francia. Para justificar la invasión, se argumenta que “habiendo declarado la Francia una guerra agresiva e injusta, tanto à Su Magestad Ca-tolica, como à Su Magestad Británica, Sus dichas Magestades se obligan à hacer causa comun en esta guerra” (646). Es interesante observar cómo la nación católica se une a la protestante, para “restablecer la tranquilidad pú-blica” y “para la conservación del sistema general de Europa” (646). Muy probablemente esta situación se muestre de manera problemática para el ideario de Rodríguez, y, tal vez, esta incomprensión se expresa en el hecho de publicar la noticia con casi un año de retraso.

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Al respecto, Tommaso Campanella, en su texto La Ciudad del Sol (1602), señala lo siguiente:

Les saints […] régneront pendant un millénaire, au milieu du bonheur spirituel et matériel pratiquant selon la loi naturelle la parfaite communauté des biens. Ce sera l’âge d’or et il durera longtemps sur terre comme prélude au siècle futur, dans le ciel, qui adviendra avec la seconde résurrection comme le dit saint Jean dans l’Apocalypse. Alors tous surgiront des sépulcres, ce sera la fin du monde. (L’histoire, numéro 228, janvier 1999: 43)

En las líneas citadas de Campanella destaca un elemen-to bastante interesante: el gobierno de los justos, en medio de la felicidad espiritual y material durante mil años, se basa en la ley natural. Para el “Reyno” ideal, la noción de la “ley natural” es fundamental: sólo a través de ella el hombre es enteramente li-bre y vive armónicamente en sociedad. Esta obediencia a la ley natural se garantiza a través de la razón divina. En las circuns-tancias históricas de la publicación de El Redactor Americano y El Alternativo del Redactor Americano, la Revolución representa un riesgo inminente: ¿se han vivido los mil años de felicidad? La respuesta debe ser no. La crisis económica para el Imperio espa-ñol es bastante fuerte. Las medidas que se han tomado —evi-denciadas en los periódicos a través de la publicación de cédulas y órdenes reales que dan libertad a ciertos tipos de comercio, como el de esclavos— no han tenido el resultado esperado. La filosofía natural peligra en el reino: la filosofía racional engen-drada en Francia no sólo seduce a los partidarios de los gobier-nos republicanos, sino que además genera una inestabilidad a nivel mundial. El Redactor Americano expresa esta convicción:

Según la suerte que va corriendo el género humano, parece no van á quedar sobre la tierra sino los espíritus pacíficos, esos genios amables separados de toda ambición, y llenos de perfec-ta caridad. Tal es mi dictamen fundado en observaciones muy

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exactas, y en autoridades de la más alta consideración. (N° 68, 19 de septiembre de 1809: 425)

Napoleón, el Anticristo, es desacreditado y visto con profundo terror. De allí que se exprese con profunda cautela la alegría generada por los alzamientos de Zaragoza y Madrid en El Redactor Americano y El Alternativo del Redactor Ameri-cano. La posibilidad de alcanzar la felicidad, de restablecer la soberanía, se renueva. Sin embargo, la temida revolución uni-versal alcanza al territorio neogranadino. La defendida idea de la soberanía es puesta en relieve en estas circunstancias: la Nueva Granada tiene derecho a buscar la felicidad por sus propios medios. En La Constitución Feliz se presenta el punto de quiebre entre las circunstancias anteriores y los nuevos de-sarrollos que tendrán lugar en este territorio.

La pacífica revolución que se presenta le permite al pueblo convertirse en soberano, idea que, en Socorro Rodrí-guez, representa el gobierno de la razón divina más idóneo. Esto implica que la revolución neogranadina, en oposición a la francesa, se presenta como el inicio de aquellos mil años de felicidad. Toda la obra periodística de Rodríguez permite vislumbrar el temor y el anhelo por la felicidad en la tierra, es decir, el afán por preparar el juicio final, la llegada de Dios, y el temor ante la idea de que esto sea imposible. La revolución, en otros momentos atacada en los periódicos y en los escri-tos personales de Rodríguez, se muestra de manera positiva en la Nueva Granada. Se garantiza que ésta ha sido suscitada por las difíciles circunstancias del momento: “Con que si toda España recibe el nefario Código Napoleon, y se sugeta al ce-tro de hierro del tirano Josef Bonaparte, ¿tendra la América obligacion de hacer lo mismo?” (CF, 21). Los eventos del 20 de julio se dieron sin derramamiento de sangre, lo cual es digno de admirar:

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¿Quien vió jamas una conmocion popular tan pacifica y misteriosa? Casi se le podia dar el bello titulo de revolucion santa, por su objeto, por su tranquilidad, y demás circunstancias. (17)

Hasta esta fecha, el “Reyno” ideal había pasado la prue-ba de la Revolución manteniéndose en sus creencias cristia-nas. Es importante señalar que ya se habían presentado, en la Nueva Granada, infinitos sucesos que ponían en riesgo el sistema colonial, los cuales se hallan fuera de una línea tem-poral estrechamente ligada con los periódicos de Rodríguez. Me refiero a situaciones como, por ejemplo, la incapacidad de España para someter por completo a diferentes grupos indí-genas de diferentes regiones de la Nueva Granada, o la misma revolución comunera. No obstante, estos elementos no se re-lacionan directamente con el ideal de reino que se expone en Socorro Rodríguez, por lo cual, los únicos riesgos y amena-zas que se contemplan en su enunciación son los que vienen a plantear los hechos de la Revolución francesa. La Nueva Gra-nada se ve, de esta manera, afectada por condiciones internas y externas que hacen dificultoso el mantenimiento del poder colonial. Ya sea en el aspecto político o en el económico, la in-satisfacción, las contradicciones y las limitaciones que se ges-tan en las relaciones entre el pueblo y el gobierno, hacen que la inestabilidad termine por romper el sometimiento que los naturales del territorio neogranadino experimentaban, al me-nos a nivel gubernamental. Los desarrollos posteriores de la nación independiente irán en contradicción con ciertos deseos y votos de este proyecto de gobierno. El “Reyno Cristiano”, for-mulado y erigido contra todas sus amenazas entre 1791 y 1810, no habrá de concretarse jamás, los mil años de felicidad no lle-garán y el Apocalipsis será simplemente postergado.

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El proyecto político de Manuel del Socorro Rodríguez trata de mantener la armonía entre todos los componentes de la sociedad. El hecho de que el patrón, con el cual se miden sus alcances, sea la idea de un “Reyno de los Cielos”, un “Edén per-dido” y prometido que debe alcanzarse, no hace que el editor pierda de vista que, en la viabilidad de este proyecto, es fun-damental la sostenibilidad económica y que, por lo tanto, de-bía garantizarse el “bien común”. Este aspecto permite leer el carácter moderno de la propuesta de Rodríguez. El espíritu de la modernidad, en términos de Jürgen Habermas, aparece en aquellos momentos en que se forma “la conciencia de una nueva época por medio de una relación renovada con los an-tiguos”, siempre y cuando se considere “a la antigüedad como un modelo a recuperar a través de alguna forma de imitación” (Habermas, 1991: 18). Para Rodríguez dicho modelo es el pa-raíso bíblico. Las circunstancias históricas de la Nueva Grana-da permiten pensar su probabilidad. Para cuando se postulan estas ideas, se encuentran en desarrollo diversos procesos que no sólo hacen insostenible el modelo colonial, sino también el sistema político propuesto por Rodríguez. La negación de la independencia en Manuel del Socorro debe entenderse como la incongruencia en ciertos elementos entre su visión ideal de sociedad y la que los independentistas entrarían a defender, mas no como la simple defensa de un statu quo representado en la dominación española per se.

La idea del final de los tiempos significa, en sí, el anhelo por alcanzar un esquema ideal de sociedad y el temor a que fuera completamente imposible. La sociedad fundamentada en el poder absoluto de un monarca y la obediencia a un cre-do en particular entró en crisis con la Revolución francesa: un mal ejemplo había triunfado. Por ello, era necesario for-talecer el reino cristiano más grande, al menos en extensión,

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que existía para entonces: España. Este fortalecimiento no se propuso únicamente a partir de una idea bélica —siem-pre secundaria o simplemente ausente en las formulaciones expuestas en los periódicos—, sino que se sostenía siempre en el campo de las relaciones simbólicas. El triunfo de la na-ción española dependía de valores claros como la unidad de sus territorios, la defensa de la “verdadera” libertad y la so-beranía, y las instituciones de la religión católica y la monar-quía. Cuando la metrópoli no fue lo suficientemente fuerte para defender esta sociedad, le correspondió a los territorios americanos soñar con ese mundo ideal que habría de durar mil años antes del juicio final. Empero, la idea de Rodrí-guez nunca fue tan popular entre los ilustrados de la Nue-va Granada. Para ellos, la independencia administrativa se encontraba en primer lugar. Nunca habrían de triunfar por completo las ideas de la Revolución francesa en el territorio neogranadino, pero con los sucesos que se vivieron durante los años anteriores y posteriores a 1810, se configuró un pa-norama de situaciones y circunstancias que simplemente hi-cieron imposible el sueño de un “Reyno Cristiano” tal como lo había formulado, modificado y expuesto a diferentes pú-blicos Manuel del Socorro Rodríguez en los periódicos que tuvo bajo su dirección.

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Un ilustrado ante la Revolución francesa: Manuel del Socorro Rodríguez como sujeto histórico

Andrés Felipe Serrato Gómez*1

Carrera de Estudios Literarios

Universidad Nacional de Colombia

Dentro de los temas de variada índole que, en mayor o menor medida, fueron abordados en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, bien vale la pena detenerse en las característi-cas que adquiere el discurso de Manuel del Socorro Rodríguez, su fundador y editor, al entrar en contacto con un suceso histó-rico de la más alta importancia, como es la Revolución francesa. Es preciso tener en cuenta que la época de publicación del pri-mer proyecto periodístico de la Nueva Granada (1791 a 1797) coincide, significativamente, con todo un torrente de noticias que dan cuenta de la agitación y las intensas controversias de-rivadas de los cambios políticos, sociales y económicos que te-nían lugar en la Francia imbuida de los valores revolucionarios, promovidos por los Derechos del hombre y el buen ciudadano.

2La publicación de la Real Resolución, firmada el 24 de febrero de 1791 por el conde de Floridablanca, entonces Se-cretario de Estado del rey Carlos IV de España, ordenaba la restricción informativa de todos los periódicos, gacetas y mercurios respecto a la publicación de todas aquellas no-ticias referidas a “la situación de las cosas de Francia”**. Sin embargo, dicha medida habrá de resultar insuficiente y se desvanecerá fácilmente ante la naturaleza y la fuerza de los

* Correo electrónico: [email protected]** Cada número del Papel Periódico dedicado a informar sobre lo que estaba

sucediendo en Francia, recibía encabezados como “Idea General del Estado Presente de las cosas de Francia”, como en transcripciones que el autor in-cluía en cualquier edición y que titulaba “Aviso”, “Prevención” o “Apéndice”.

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acontecimientos en el país galo. Estas circunstancias permiten comprender las primeras manifestaciones que, en el seno del antiguo régimen español, se dieron a raíz del proceso revolu-cionario francés y que, de modo inevitable, habrían de marcar el carácter reformista de la política borbónica y los primeros proyectos periodísticos que, para la época, estaban iniciándo-se en la América hispánica. Sucesos tales como la caída de la monarquía francesa, la proclamación de la república, la ejecu-ción del rey Luis XVI y la reina María Antonieta, las primeras coaliciones formadas en Europa en contra del nuevo régimen revolucionario francés, los desórdenes y masacres en las calles de París y, en particular, el terror producido por el movimien-to revolucionario, no dejan de suscitar agudos temores en el mundo hispánico, y le permiten afirmar a Rodríguez de la Victoria que “ya son demasiado notorios los sucesos de Fran-cia y porque los publican las Gazetas de nuestra misma Corte hemos considerado no haber ningún inconveniente en con-traernos a estas materias” (Nº 130, 21 de febrero de 1794).

La comprensión y valoración del proceso revolucionario francés en las páginas del Papel Periódico de la Ciudad de San-tafé de Bogotá comporta, no obstante, algunos rasgos proble-máticos que es preciso mencionar. En primer lugar, si bien los aportes historiográficos de autores como Antonio Cacua Pra-da, José Renán Silva, Helen Glover Pino y Enrique Ríos Vi-cente, han superado el ya vetusto (e injusto) lugar común, en el que la memoria nacional valora a Manuel del Socorro Rodrí-guez únicamente como padre del periodismo colombiano, lo cierto es que otros acercamientos a la vida y obra del cubano, no han pasado de ser breves menciones que no evidencian ma-yor interés en profundizar y complejizar las distintas facetas que ofrece: ya como sujeto ilustrado, como crítico literario, como poeta, o, en el caso que nos ocupa, como testigo de un sensible momento histórico que no se puede pasar por alto.

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Considerando este último aspecto, la lectura de este semana-rio revela los efectos de la Revolución no sólo en Francia y en Europa, sino también en la Nueva Granada. El Papel Periódico permite, asimismo, comprender la postura asumida por los distintos estamentos estatales de la metrópoli española res-pecto a este momento crítico, y frente a los discursos e ideo-logías que lo sustentaban. Este testimonio resulta de vital interés para entender los relieves que adquiere el debate ideo-lógico y las posturas que asumieron los criollos frente a este suceso, durante los últimos años del siglo XVIII.

En relación con este aspecto, los trabajos de reconocidos historiadores colombianos, como Jaime Jaramillo Uribe, Inda-lecio Liévano Aguirre y Rafael Gómez Hoyos, entre otros, hoy por hoy se han convertido en ineludibles obras de consulta en el momento de dar cuenta de un período como la Ilustración y los inicios del proceso de independencia en Nueva Granada. Buena parte de sus planteamientos se orientan hacia la com-prensión del hecho histórico, a partir de la dinámica de las ideas que, en determinado momento, estuvieron en auge o en discusión con otras ideologías3. Sin embargo, la valoración de la Ilustración solamente como un “movimiento de ideas”, y la Revolución francesa como una confrontación de las mismas, si bien en una perspectiva global posee notables considera-ciones, al situarla en cada caso particular, en cada experiencia, en cada individuo como testigo del hecho histórico, el esque-ma época-ideología-individuo parece agotarse y presenta no

3 Esta afirmación está sustentada en la lectura de los respectivos textos de los mencionados historiadores que, de una u otra forma, acogen esta orienta-ción metodológica. Véase, al respecto, El pensamiento colombiano en el siglo XIX y La personalidad histórica de Colombia y otros ensayos, de Jaramillo Uribe; Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, de Inda-lecio Liévano Aguirre; y La revolución granadina de 1810: ideario de una gene-ración y de una época, 1781-1821. Ver referencias al final.

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pocas dificultades4. Este ejercicio teórico y metodológico, al que se ha adscrito buena parte de la tradición historiográfica colombiana, no deja de resultar inconveniente, por ejemplo, para comprender la actitud y las características que adquiere el discurso de un ilustrado como Manuel del Socorro Rodríguez frente a un acontecimiento como la Revolución francesa.

Las posturas ideológicas de personajes de la Ilustración neogranadina, como Antonio Nariño y el propio Rodríguez, bien pueden poner en evidencia tales dificultades. Por más que el acervo intelectual de ambos se haya dado bajo los acen-tos del pensamiento ilustrado, es claro que tanto el que es con-siderado precursor del movimiento independentista, como el director del primer semanario neogranadino, asumen de un modo totalmente distinto los efectos de la Revolución fran-cesa. La orientación propuesta por una “historia de las ideas”, no parece suficiente para ir más allá del esquemático contraste que en este caso podría establecerse, por un lado, entre el idea-rio político de Nariño, puesto al servicio de la emancipación del régimen colonial español, y por el otro, las reflexiones po-líticas de Rodríguez en el Papel Periódico, sobre todo en lo que a las noticias sobre el proceso revolucionario francés se refie-ren. Si el primero defiende las ideas libertarias, el segundo se adscribe a la defensa de la religión católica y una vehemente reiteración de la fidelidad y lealtad a la monarquía española, aspectos condenados por el discurso revolucionario francés.

4 Esta propuesta historiográfica es puesta en duda también por Renán Silva en Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808: “El enfoque de historia de las ideas no permite analizar el problema de la incorporación de una cierta doc-trina en la vida personal de un individuo o conjunto de individuos, e investi-gar por esa vía el problema histórico esencial del juego de relaciones entre un sistema de prácticas y un conjunto de ‘ideas’ determinado, o simplemente tal enfoque asume que, tarde o temprano, las ideas terminan engendrando las prácticas” (2002, 21).

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Otra de las dificultades que es preciso señalar surge en el momento de dilucidar el proceso de incorporación de de-terminados principios, valores e ideas en las convicciones po-líticas y morales de cada individuo que, de una u otra forma, participa en el proceso histórico. Por más que cada sujeto his-tórico esté sensiblemente determinado por toda suerte de ele-mentos políticos, sociales y culturales, que pronto se adhieren a su fuero interno, lo cierto es que el reconocimiento de su in-dividualidad, de su singularidad en medio del diverso cuerpo social, hace posible, a su vez, “leer”, primero, el momento his-tórico al cual pertenece, y segundo, valorar las agudas confron-taciones y ambigüedades planteadas en su esfera individual. Si se atiende a esta perspectiva, la aparente unidad u homogenei-dad del hecho histórico empezará a desvanecerse. Asimismo, permite poner en tela de juicio la pertinencia o eficacia de los grandilocuentes relatos historiográficos que, no pocas veces, y bajo la pretensión de abarcar un amplio escenario, desconocen las particularidades que yacen en cada uno de los personajes o grupos sociales minoritarios, que son testigos y que, en mayor o menor medida, participan del momento histórico.

Esta apreciación, lejos de ser ajena para el caso de Ma-nuel del Socorro Rodríguez, bien puede comprenderse desde el concepto de efecto existencial del hecho histórico, propues-to por el célebre crítico Georg Lukács en su obra La novela histórica5. De acuerdo con este crítico, desde el estallido de la

5 En la búsqueda de una interpretación de la forma clásica de la novela his-tórica, Lukács se ocupa de aquellas condiciones históricas y sociales que tuvieron una sensible incidencia en el surgimiento de esta forma narrati-va. Asimismo, hace énfasis en el surgimiento y desarrollo de una concien-cia histórica, que ejerció una sensible incidencia en la mentalidad y en el ejercicio discursivo de todo aquel individuo que, de una u otra forma, fuera testigo de los acontecimientos de la Revolución francesa y las guerras napo-leónicas. El análisis de Lukács resulta pertinente para el caso de Manuel del Socorro Rodríguez, en la medida en que su experiencia permite evidenciar

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Revolución francesa hasta la caída de Napoleón en 1815, la sen-sibilidad histórica europea sufre una serie de transformacio-nes que pronto se habrán de hacer latentes en la producción literaria, en particular en la narrativa. Hasta antes de 1789, la frontera entre lo que era la dirección de los destinos de un reino, o la organización de un poderoso ejército, excluía por completo la participación de la población civil, en uno u otro escalón, de la pirámide social. No en vano, Lukács cita al rey Federico II de Prusia, cuando éste señalaba que la guerra ha-bía que hacerla de tal modo que la población civil no se diera cuenta de ella (Lukács, 1976: 20). Sin embargo, con los acon-tecimientos de la Revolución francesa, la actitud pasiva del grueso de la población habrá de desaparecer para dar paso a que cada individuo, desde el campesino hasta el artista, desde el analfabeta hasta el letrado, asuma una actitud de participa-ción en cada episodio del proceso histórico, ya para simpatizar con él o para condenarlo. De esta manera, Lukács señala una transformación en el modo de tomar o desarrollar la concien-cia histórica: la Revolución francesa fue, para el mundo occi-dental, un momento único e ineludible ante el cual nadie pudo declararse ajeno, ignorante o indiferente.

El enfoque propuesto por Lukács, haciendo a un lado los ecos de la historiografía clásica —que no pocas veces le da prelación a las grandes cumbres de determinado proce-so histórico—, se orienta, por su parte, a dar cuenta de todos aquellos eventos en apariencia menores, pero que, sin em-bargo, están dotados de explícitas resonancias del paso de la

una toma de conciencia y un tipo de compromiso con la historia que, por ejemplo, el cubano establece con la cultura hispánica que considera amena-zada. Tanto las circunstancias políticas y sociales como el período que se-ñala Lukács, de una u otra forma se ajustan con los comentarios que bien pueden hacerse acerca del discurso antirrevolucionario del ilustrado cubano en su semanario.

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historia6. A partir de estas resonancias, que el hecho histórico imprime en la existencia y en el carácter de cada individuo, es posible que “los hombres entiendan su propia existencia como algo históricamente condicionado, la posibilidad concreta de que vean en la historia algo que penetra profundamente en su existencia cotidiana, algo que les afecta inmediatamente” (21). Dicha posibilidad surge, entonces, con la Revolución francesa y el desarrollo de las guerras napoleónicas.

El efecto existencial, generado por estas circunstan-cias históricas, permite comprender y valorar algunos aspec-tos referidos a la actitud y al discurso de Manuel del Socorro Rodríguez, al entrar éste en contacto con dicho suceso. ¿Qué características adquiere su postura contrarrevolucionaria en las páginas del Papel Periódico? ¿Fue siempre la misma? ¿Qué otros discursos y posturas, principalmente aquellos que simpatizaban con la causa revolucionaria y emancipadora,

6 Resulta también ilustrativa, en este sentido, la obra de Marx El dieciocho bru-mario de Luis Bonaparte, que constituye un testimonio de quien fue testigo excepcional de los acontecimientos revolucionarios en Francia en 1848. Pese a que ambos procesos históricos son evidentemente distintos, el joven Marx que escribe este ensayo histórico reitera las múltiples relaciones que, de una u otra forma, se mantienen entre los hechos de 1789 y los de 1848. Asimis-mo, es interesante observar la valoración que hace Marx acerca de la histo-ria, tomando como punto de referencia la naturaleza de estos movimientos revolucionarios. Al igual que Rodríguez condena el proceso revolucionario francés de la última década del siglo XVIII, Marx hace lo propio con el movi-miento surgido en pleno siglo XIX. Sin embargo, Rodríguez acude al pasado y a las glorias de la Antigüedad como una forma de resguardar el orden, que considera amenazado con los sucesos de Francia. La postura de Marx, por el contrario, se dirige al futuro en la medida en que el carácter burgués de es-tas revoluciones habrá de engendrar su fracaso, y solamente queda esperar el triunfo del proletariado en la transformación de la historia. Otro texto que bien puede acompañar a estas reflexiones es La guerra civil en Francia, escri-to, esta vez, ante los sucesos de la Comuna de París, en 1871. Por último, el trabajo de Francois Furet, Marx y la revolución francesa, revela otros elemen-tos que en una lectura de Marx como historiador no deben desatenderse. Ver referencia al final.

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entraron en polémica con la actividad periodística de Rodrí-guez? ¿Qué resonancias pueden traerse a colación en la at-mósfera política y cultural de la Nueva Granada, respecto a la orientación ideológica que tomó su principal órgano informa-tivo a partir de los sucesos de Francia? ¿Qué valoración puede hacerse de Manuel del Socorro Rodríguez como sujeto histó-rico, testigo de una serie de importantes transformaciones his-tóricas, que pronto se advierten a este lado del Atlántico, y que habrán de anunciar los inicios del proceso de Independencia? ¿Cuál es la contribución del ilustrado cubano en el ejercicio de una primerísima actividad historiográfica en la Nueva Gra-nada que, injustamente, ha sido ignorada y subvalorada hasta nuestros días?

Lukács señala dos circunstancias que permiten com-prender la actitud y el discurso político de Rodríguez. En primer lugar, la afirmación según la cual la ocurrencia de la Revolución francesa le otorga, a cada transformación políti-ca, social y económica, un carácter histórico que oculta para siempre la concepción que hasta entonces se tenía de la histo-ria como un fenómeno natural (19). De esta manera, la historia es más protuberante, más evidente, interrumpe o acompaña cada experiencia tanto colectiva como individual. Para el caso de Manuel del Socorro Rodríguez, en el seno de lo que esta-ba ocurriendo en la atmósfera neogranadina de aquellos años, la siguiente afirmación del crítico húngaro se ajusta para su propia situación: “Cuando esas experiencias se combinan con el conocimiento de que transformaciones semejantes están ocurriendo por todo el mundo, se robustece por fuerza ex-traordinariamente el sentimiento de que hay historia, de que esa historia es un ininterrumpido proceso de transformacio-nes y de que, por último, esa historia interviene directamente en la vida de cada individuo” (20). En esa medida, el católico y monárquico personaje, adscrito a la nómina burocrática del

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régimen colonial, adopta una orientación sobre la historia que, claramente, dista de ese presunto semblante ahistórico con el que se valoraban y consideraban los cambios políticos y socia-les. El redactor del semanario neogranadino marca una sensi-ble ruptura, que comprende las transformaciones que tienen lugar en el proscenio de la historia; su conciencia histórica le permite interpretar el evento como parte de una permanen-te confrontación entre los distintos grupos y fuerzas socia-les, y no como una presunta “inmutabilidad” de la naturaleza humana (Lukács, 26)7.

Para tales efectos, Rodríguez habrá de encontrar un punto de confrontación que le permitirá desarrollar su con-dena de la Revolución francesa en los discursos adscritos a la causa revolucionaria, inspirados por los principios surgidos en la Declaración de los Derechos del Hombre y el buen Ciuda-dano que, para la época de publicación del Papel Periódico, se leía de forma clandestina8. Es bastante ilustrativo, al respecto, el paralelo que puede establecerse entre Manuel del Socorro Rodríguez y Antonio Nariño, dos personajes que, de una u otra forma, estuvieron relacionados no sólo por su actividad periodística, sino, además, por su relación con el virrey José de

7 En consonancia con esto, señala Lukács: “La racionalidad del progreso hu-mano se desprende, según la nueva concepción, de la lucha interna de las fuerzas sociales en la historia misma. Esta ha de ser la portadora y realizado-ra del progreso humano” (25).

8 Señala Ríos Vicente que Antonio Nariño “sabía que pocos años antes el Consejo Supremo de Indias había ordenado que se recogieran y distribu-yeran las publicaciones de los Derechos del Hombre, y sin duda que también sabía que el Tribunal de la Inquisición de Cartagena había prohibido la lectura de tal declaración y ratificado la Orden del Consejo Supremo. Pero estas prohibiciones eran conocidas por el Virrey [ José de Ezpeleta] y sus subalternos, y, sin embargo, le entregaron el libro a Nariño” (1996, 1099). Al respecto, el texto de Jaime Urueña Cervera, titulado Nariño, Torres y la revo-lución francesa, es bastante ilustrativo, sobre todo en lo que se refiere al pro-ceso judicial en contra de Antonio Nariño, y los argumentos que éste adujo en su defensa.

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Ezpeleta y su participación como funcionarios del régimen. Como ya se había mencionado, cada uno adopta a su manera los acontecimientos de Francia. Enrique Ríos Vicente, en un artículo titulado “Manuel del Socorro Rodríguez y Antonio Nariño, figuras ilustradas divergentes/convergentes de Nue-va Granada”, afirma, en relación con el célebre episodio acerca de la traducción y publicación de los Derechos del Hombre por parte de Nariño, que “ante el cariz que tomaron los aconteci-mientos de 1794, el Virrey se decidió a actuar con energía en todos los procesos que se efectuaron, incluso contra amigos como Nariño. Ya anteriormente, ante la fuerza de las ideas re-volucionarias, encargó al redactor del Papel Periódico, Manuel del Socorro Rodríguez, que publicara en su gaceta ‘una larga relación de las iniquidades cometidas por la Revolución en Pa-rís y en las principales ciudades de Francia’. Ciertamente esto ocurría unos meses antes de los hechos acaecidos en agosto de 1794, pues en el mes de febrero, número 129, el Papel Periódico comenzó a publicar y destacar todos los horrores de la Revo-lución francesa y de sus protagonistas” (Ríos, 1996: 1099). Sin embargo, si bien puede establecerse una relación causal entre el episodio de Nariño y la puesta en marcha de un discurso contrarrevolucionario en el Papel Periódico, es preciso señalar que en las páginas del semanario no aparece una sola mención a este incidente, ni mucho menos al célebre personaje9.

9 Renán Silva, por su parte, afirma que el objetivo de Rodríguez, al ocuparse de la Revolución francesa, “era el de referirse a la vida política local que había sido tan fuertemente conmovida por la Revolución de los Comuneros, su-cesos que, curiosamente, jamás se mencionan en el Papel periódico” (1988: 130. El énfasis en cursiva es del autor, y el subrayado es mío). Como habrá de señalarse más adelante, los comentarios políticos de Manuel del Soco-rro Rodríguez habrán de referirse con más vehemencia y atención a la época de El Terror jacobino, haciendo a un lado, por ejemplo, menciones sobre la participación del pueblo en los sucesos, a menos que sea para disparar una crítica. De esta manera, es muy discutible la relación que pueda presentar

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Ahora bien, en relación con la valoración de la historia como algo que “interviene directamente en la vida del indivi-duo”, ningún otro registro sobre las primeras reacciones en Nueva Granada, frente a lo que estaba ocurriendo en Francia, es tan lúcidamente revelador como el que nos ofrece la explica-ción que aduce el redactor del Papel Periódico, para al fin ocu-parse y darle prelación a la “Idea General del Estado presente de las cosas de Francia”. Más allá de considerarse como el dis-curso de un fiel súbdito de la Corona, los primeros comenta-rios del hijo de Bayamo revelan el asombro de un individuo, de un hombre de su tiempo, ante la contundencia de la historia, expresada, por ejemplo, en la ejecución del rey Luis XVI:

Un hombre que posea tranquilamente todas las facultades de su espíritu en aquel grado sublime capaz de conocer la verdade-ra esencia de las acciones políticas y morales: es decir, un Filósofo sin preocupación alguna, á quien haya dotado la Naturaleza de un corazón sensible a las miserias del Género-humano, y a quien el es-tudio de la Sabiduría haya habituado a discurrir rectamente sobre todos los objetos que lo rodéan; este hombre, digo, quando fixe los ojos sobre la Asamblea Constituyente de París, no podrá menos que experimentar dentro de si mismo unas sensaciones de asom-bro y de dolor superiores a quantos afectos de admiración y lástima haya tenido en toda su vida. (Nº 130, 21 de febrero de 1794)10

a la revolución comunera como argumento para que Rodríguez le dedique tantos números a los “hechos de Francia”.

10 Es de anotar, también, que el ilustrado cubano aduce un argumento de clara proveniencia ilustrada, como es el de la pública utilidad que para los lectores del Papel Periódico supone la información sobre los hechos de Francia: “El deseo de servir al Público, nos ha suavizado la molestia que forzosamente producen todos los escritos de este género para organizarlos sobre un plan metódico y agradable. Debemos advertir, que aún nos restan varias materias interesantes con que llenar muchos Números del Periódico; y que el haber-nos inclinado a la publicación de este Discurso con preferencia de aquellas, es por contemporizar con los deseos y curiosidad pública en las presentes circunstancias” (Nº 130).

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Una segunda circunstancia, que bien puede establecerse a partir de las reflexiones de Lukács y la experiencia históri-ca de Rodríguez, hace referencia a lo que suele denominarse como “el despertar del sentimiento nacional”. El desarrollo de los sucesos que configuran la Revolución francesa, y la po-derosa marca que imprimen tanto en la historia como en las circunstancias políticas, en el devenir social, en el ejercicio de una actividad artística y, en nuestro caso, en la conciencia in-dividual, de modo inevitable conllevan a que cada hombre, de una u otra forma, adquiera un compromiso con la época que está viviendo. Ya no es posible, entonces, vivir como un simple y anodino testigo que quiera escapar de estas transformacio-nes. El sentimiento nacional, el despertar de la patria, parece activarse ante el temor de que el proceso revolucionario fran-cés se adapte al clima político y social de otras naciones. Este sentimiento, que Lukács explica citando a Marx, bien puede comprenderse como una mezcla de “regeneración y reacción” (22). Manuel del Socorro Rodríguez, una figura cuyo discur-so y acervo ideológico no puede observarse desde una sola di-mensión, encarna, precisamente, esa naturaleza que se mueve entre dos orillas que, si bien convergen, también discrepan. Como bien lo denominara, años después, José María Verga-ra y Vergara en su Historia de la literatura en Nueva Granada, Rodríguez es el ilustrado con la coraza de caballero cristiano (1974: I, 195). Si, por un lado, los valores más profundamen-te arraigados en su fuero interno y en la mentalidad del lector neogranadino son exacerbados en las páginas del semana-rio santafereño, por el otro, estos principios, insertados en la tradición hispánica, están puestos en función de combatir los otros principios que desde los Pirineos vienen predicando los apóstoles del movimiento revolucionario.

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Las noticias y comentarios de los hechos de Francia, tal como aparecen en el Papel Periódico, transcurren paralelos con su ocurrencia, claro está, con los retrasos con los que llegaban las noticias a este lado del Atlántico, por las características de las formas de difusión de la época. Este rasgo, sin duda, le confie-re a la labor periodística de Rodríguez una notable ventaja y utilidad, puesto que le permite adaptar todo el acervo infor-mativo a una perspectiva o punto de vista particular, que no puede ser otro que el de atender con detalle las directrices que se estaban dando desde la metrópoli, en defensa de una fideli-dad y lealtad a la monarquía y a la religión católica.

Cabe reconocer que el proyecto periodístico de Manuel del Socorro Rodríguez no fue, ni más ni menos, impulsado por iniciativa de un solo individuo. Los primeros periódicos surgidos en el seno de la sociedad colonial, en distintos lugares de América, amén del desembarco de la imprenta y la inciden-cia del pensamiento ilustrado, expresaban un estado de cosas que no podían escapar de la naturaleza monárquica, católica y oficial que, de manera notable, configuraba determinada forma discursiva. La prensa hispanoamericana tuvo, en sus inicios, una evidente impronta proveniente de todos aquellos fundamentos, principios y valores que sustentaban los regí-menes coloniales11. De esta manera, comprender el acento que adquiere el Papel Periódico desde sus primeros números, su-pone tener muy presente el hecho según el cual era un órgano oficial, sometido a la vigilancia y a la “licencia del Superior go-bierno” como reza en cada una de sus ediciones. Así, en primer

11 Las particulares circunstancias en las que se desarrolló la prensa, tanto en España como en sus colonias americanas, es un tema que ocupa los trabajos de María Dolores Sáiz: Historia del periodismo en España (Madrid: Alianza, 1983), y Jesús Timoteo Álvarez y Ascensión Martínez Riaza: Historia de la prensa hispanoamericana (Madrid: Mapfre, 1992).

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lugar, el mismo virrey bien podría considerarse como princi-pal promotor, suscriptor y lector; y segundo, se puede enten-der la labor del redactor como concebida bajo el marco de las respectivas limitaciones que imponía el respeto a los órganos de poder. La publicación del Papel Periódico era, por así decir-lo, el modo más cercano mediante el cual la población letrada, y únicamente ésta, entraba en contacto con el poder colonial, contacto expresado mediante distintas disposiciones legales, vehementes propagandas que no manifestaban relieve distinto al de la fe católica y la sumisión a Su Majestad, anuncios de ce-lebraciones oficiales relacionadas con la pompa y las maneras propias de la pose monárquica, escritos laudatorios a distintos funcionarios del régimen, entre otros12. De esta manera, bajo el argumento de ejercer una actividad encaminada al “bien co-mún” y a la “pública utilidad” (Nº 1, 9 de febrero de 1791), el re-dactor del Papel Periódico transmitía a sus lectores un discurso que, de antemano, había sido elaborado ideológicamente.

Sin embargo, el hecho de que el Papel Periódico esté in-sertado dentro de un ambicioso andamiaje político construi-do desde España (de la misma manera como tuvo lugar, para la época, la llegada de la imprenta, la construcción del Coliseo Ramírez como primer teatro en Santa Fe, la fundación de las primeras sociedades económicas de clara raigambre ilustrada, entre otras innovaciones), no implica afirmar que Manuel del Socorro Rodríguez no tuviera, desde su fuero interno paralelo a su actividad como funcionario del régimen, consciencia del tiempo que estaba viviendo.

12 Renán Silva advierte una “actitud de adulación frente a las autoridades, hasta el punto que el propio virrey hubo de intervenir solicitando al editor que se evitara la multiplicación de escritos laudatorios sobre su persona y sobre su familia. En cuanto a la familia real, no hubo género literario que escapara a la voluntad de alabanza de la magnificencia del Rey, sus acciones y su pa-rentela, de tal forma que lo que habitualmente se llaman las artes literarias salieron bastante estropeadas del ejercicio apologético” (1988, 127-128).

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Otro aspecto que puede adherirse a las consideraciones sobre la marcada oposición al proceso revolucionario francés, en la voz de Rodríguez, es la forma en que se apropia de los postulados de la Ilustración. Su actitud ante el Iluminismo es distinta a la de otros personajes de la época, como Antonio Nariño. En la voz del periodista cubano, el ideal ilustrado apa-rece como un avance en el campo intelectual y cultural, pero, a diferencia de la Ilustración propuesta desde Francia y Esta-dos Unidos, conserva y defiende el estatus político y económi-co en consonancia con el régimen monárquico del que se era súbdito13. Rodríguez expone, como ningún otro personaje de la época, el discurso antirrevolucionario que hace manifies-tas las primeras tensiones políticas e ideológicas en la Nueva Granada, en donde los primeros estertores influenciados por la Revolución francesa empezaban a zumbar. Podría pensar-se que el discurso antirrevolucionario de Manuel del Socorro Rodríguez no parece ofrecer mayores relieves. Sin embargo, una lectura de todos aquellos números en los que “las cosas de Francia” fueron objeto de noticia y opinión, pone en eviden-cia que el ilustrado cubano no sostuvo el mismo examen ha-cia los hechos de la nación gala a lo largo de los seis años en los que su publicación mantuvo su vigencia. En los primeros

13 Distintos episodios de la vida de Rodríguez permiten comprender su cer-cana filiación con el régimen monárquico. Biógrafos de nuestro personaje, como Antonio Cacua Prada y Renán Silva, han hecho énfasis en señalar sus buenas relaciones con las autoridades virreinales, que para la época estaban en cabeza del virrey José de Ezpeleta. El desembarco de Rodríguez en tierras neogranadinas, así como su actividad en la Biblioteca Pública de Santafé y, desde luego, como director, redactor y editor del Papel Periódico, sin duda se circunscriben a decisiones tomadas por altos cargos de la jerarquía del ré-gimen colonial, frente a las cuales Rodríguez no podía mostrarse adverso o divergente. No hay que olvidar, además, su correspondencia con personajes de la estatura de Manuel Godoy —Secretario de Estado—, el rey Carlos IV de España, el propio virrey Ezpeleta y otros altos funcionarios del régimen, tanto en América como en Europa.

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comentarios, “la situación de las cosas de Francia” será para Rodríguez un tema que no podrá desentenderse. En esta me-dida, su discurso no dejará de dotarse de toda clase de epítetos condenatorios, de una vehemencia en contra del proceso revo-lucionario y de sus más destacadas figuras.

Ya desde los primeros números del semanario, el redac-tor del Papel Periódico percibe las resonancias de un agudo debate ideológico que en la Nueva Granada no podía pasarse por alto. Para los últimos años del siglo XVIII, el brillo de la Revolución francesa apenas se vislumbra como un resplandor que, tenuemente, se asoma en los proyectos políticos de algu-nos neogranadinos. Sin embargo, las ideas que fundamentan la puesta en marcha de una transformación que, sin duda, entra en discordancia con los valores y principios del antiguo régimen, recorren todo el continente americano. Tanto en las tertulias como en distintos espacios de la vida social, la po-lémica acerca del concepto de libertad, de lo que se entendía sobre la división de poderes, la cuestión acerca de la voluntad general y el gobierno civil, el concepto de nación y el gobierno representativo, entre otra reflexiones provenientes del pensa-miento de la Ilustración francesa, constituían algunos de los temas centrales de la opinión pública, o mejor sería decirlo, del uso público de la razón14 de la época.

Así pues, el primer acercamiento de Manuel del Soco-rro Rodríguez a ese “fantasma” revolucionario se da desde el campo de las ideas. El pensamiento político derivado del Ilu-minismo francés constituye una de las “líneas de ataque” en el discurso del cubano, para quien es muy cercana la relación en-tre pensamiento ilustrado y revolución:

14 Concepto planteado por Emmanuel Kant en su célebre ensayo ¿Qué es la Ilustración?

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Quando vea el horrendo catástrofe de la Francia; quando re-flexione sobre sus días antiguos y los presentes, se estremecerá, se llenará de pavór, y desde ese instante empezará a temerse a sí mis-mo, conociendo que la más sublime literatura, que las luces mas

sobresalientes de la prudencia humana degenéran en insensatez

y barbarie quando se desvían del divino centro de la Religión

Catholica. He aquí la causa de esa funesta metamorfosis que ha

cubierto de horror y empapado en lágrimas y sangre á toda la

Europa, y que quizá va a borrar la memoria de todos los grandes acontecimientos del Universo. (N.º 130, 21 de febrero de 1794)15

De esta manera, cuando su pluma finalmente se decide a darle prelación a los “sucesos de las cosas de Francia”, no resul-ta muy difícil para el lector comprender la orientación que to-man las noticias del Papel Periódico. En esta medida, el acento de Rodríguez posee una notable coherencia que le permite, después de ocuparse de la batalla ideológica, situarse ahora en todo el torrente de acontecimientos del hecho histórico como tal.

El juicio y la ejecución del rey Luis XVI, además de la muerte de la reina María Antonieta, y. por consiguiente, la caí-da del régimen monárquico y la proclamación de la República, constituyen el clímax del proceso revolucionario francés. No todos los días el redactor de un periódico se enfrenta ante se-mejante caudal de sucesos que, aunque busque reivindicarlos o condenarlos —como es el caso Manuel del Socorro Rodrí-guez—, no puede nunca desconocer. Los breves comentarios acerca del proceso revolucionario, que hasta entonces Rodrí-guez había apenas mencionado, a partir del Nº 130 (21 de fe-brero de 1794) se transforman, enmarcados bajo el sugerente

15 El énfasis es mío.

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título de “Idea general del estado presente de las cosas de Fran-cia”, en el centro de atención de las noticias y comentarios des-plegados en el semanario.

El examen o valoración por parte de Manuel del Soco-rro Rodríguez hace énfasis en la época del proceso revolucio-nario que la tradición historiográfica ha denominado como El Terror16. Esta época está dominada por figuras que mere-cen toda la repulsión del ilustrado cubano: Robespierre, Jean Paul Marat, Georges-Jacques Danton, Georges Couthon, y Louis de Saint-Just, entre otros, encarnan en su discurso to-dos los valores antimonárquicos y anticatólicos. No obstante, más allá de todo ejercicio anecdótico, o de cualquier anota-ción cronológica sobre el periodo histórico que nos ocupa, es preciso señalar que la preocupación de Rodríguez por la época de El Terror, de una u otra forma, resulta armónica con su postura antirrevolucionaria. El redactor del Papel Periódico era consciente de la utilidad que suponía su proyecto perio-dístico, ya que, a través de sus páginas, el lector neogranadino tenía acceso por primera vez a toda suerte de noticias, entre ellas a las de Francia. De esta manera, su discurso sin duda ejercía una sensible incidencia en lo que se refiere al proce-so de perfilar una opinión pública. Ya para adscribirse a una causa, o para condenar y repudiar determinado evento o per-sonaje, Rodríguez halla en la época de El Terror, el capítulo más intenso y trágico del proceso revolucionario francés, un terreno lo bastante fértil como para incidir en las conviccio-nes políticas, filosóficas y morales del lector neogranadino,

16 En buena parte de esta investigación fueron consultados algunos textos clá-sicos de la historiografía que han estudiado el fenómeno de la Revolución francesa. Para este estudio, he tenido en cuenta Causas de la revolución fran-cesa, de Jean Jaurés; La revolución francesa y el imperio, de Georges Lefebvre; la Historia de la revolución francesa, de Michelety; y el texto clásico de Alexis de Tocqueville, El antiguo régimen y la revolución.

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tomando como punto de referencia aquello que él denomina como “funesta época de desorden y calamidad”. Rodríguez sabe que al presentar las noticias y dar una opinión sobre aquellos hechos, que sin duda trastornan el buen juicio y las convicciones de sus lectores, el interés por la Revolución fran-cesa no puede ser otro que el de hallar horror y condena en las medidas tomadas por los revolucionarios.

La Revolución francesa provoca y deja tan hondas repercu-siones en todos los ámbitos de la vida social, política y cultu-ral, que sus efectos se proyectan en la forma misma de contar la historia. Si es atendida la reflexión de Manuel del Socorro Rodríguez, la ocurrencia de los sucesos en Francia exige una modificación y corrección acerca del ejercicio de escribir la historia. Es evidente que después de aquella “funesta época de desorden y calamidad”,

el hombre que emprendiere escribir la Historia Político-filosófica de Francia correspondiente á los últimos años del Siglo 18, emprende á la verdad el argumento más arduo y escabroso que puedan presentar todas las edades y épocas del Mundo. Empren-de una obra cien mil veces más intrincada que la de Teséo en su famosa salida del labirinto de Créta. (Nº 199, 3 de julio de 1795)

Dos números del semanario (199 y 200), publicados en el mes de julio de 1795, están dedicados a una muy reveladora inquietud de Rodríguez acerca del oficio de historiador. Arti-culados bajo el título de “Reflexiones de un Historiador”, estos comentarios permiten comprender algunos de los principios historiográficos que propone el redactor del Papel Periódico, al abordar un momento histórico tan complejo y, de una u otra forma, tan “novedoso” para su tiempo, como es la Revolución

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francesa. La narración sobre los acontecimientos de Francia no es más que el punto de referencia que permite entender la comprensión de la historia en Manuel del Socorro Rodríguez.

El redactor del Papel Periódico reconoce que la activi-dad del historiador, al buscar un orden metodológico para dar cuenta de la multitud de sucesos que ha tenido lugar en Francia, resulta agotadora, insuficiente y sin un rumbo defi-nido, muy en consonancia con la orientación que, a juicio de Rodríguez, estaba tomando el proceso revolucionario francés. El ilustrado cubano lo expresa, no sin cierta mordacidad, me-diante un ejemplo que resulta bastante ilustrativo. La Revolu-ción francesa aparece, en el pensamiento de Rodríguez, como un gran naufragio:

Hablemos claro: el historiador que emprendiese tal obra [la historia de la Revolución francesa] se hallaría en el mismo caso que aquel á quien se le encargase la descripción del respectivo si-tio que ocupaban en un gran Navío, y el que ocuparon después las ondas del mar, tres mil ó más personas que navegaban en di-cho buque, y que habiéndose éste hecho pedazos contra una roca naufragaron ácia á todos los vientos, sin que ninguno hubiese sa-bido el paradero de los demás. He aquí la imagen más propia

de la revolución Francesa […]. ¡Que confusión! ¡que trastorno!

¿Adónde han ido á parar sus Principes, sus Magistrados, y sus

Pastores? […] ¡Ah! ¿quién podrà coordinar la sèrie histórica

de este embrión de calamidades: de este càhos confusisimo de

tragedias, capaz de horrorizàr á todos los Siglos? (Nº 199, 3 de julio de 1795)17

Como se puede observar, en un deliberado juego retóri-co, la Revolución constituye un pretexto para señalar la labor del historiador y, a la vez, la explicación de dicho oficio permite

17 El énfasis es mío.

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cuestionar el hecho histórico. Es evidente que el motivo de re-flexión es la situación francesa. Son varios los elementos que, a juicio de Rodríguez, debe tener muy presente el historiador que ponga en marcha un recuento de la Revolución francesa. En primer lugar, la multitud de sucesos, todos distintos, todos notables, que poco a poco van revelando las dimensiones mo-numentales, tanto del acontecimiento histórico en sí mismo, como del profuso trabajo de investigación y narración de quien tenga el temple para emprender semejante empresa. A juicio de Rodríguez, tal proyecto, por mucho que esté inspirado “baxo un punto de vista claro y metódico”, es insuperable, porque:

La posteridad no puede formarse una exacta idea de todo quanto ha sucedido en nuestro tiempo, sea qual fuere el histo-riador que emprenda desempeñar el vasto objeto de una obra semejante. Los sucesos de un día, considerados solamente con respecto al círculo de París, dan amplísima materia para un gran volumen, y aun para embarazar la pluma del Escritor más dili-gente, metódico y perspicaz que pueda existir entre todos los Sabios del Universo. Esto és tratando únicamente de los acon-tecimientos diarios de aquella confusa Corte, considérese ahora este argumento en toda su extensión, y desde luego no podremos menos sino confesar, que la empresa es insuperable, mirada por cada uno de sus aspectos. (Nº 199)

Por otra parte, aludiendo a una dificultad adicional, y si-mulando plantear un problema de fuentes con las que pueda contar el historiador durante la composición de su obra, Ro-dríguez señala que, ante la magnitud del evento, “escaso es el material que pueden suministrarle al historiador los Diarios, Mercurios y Gazetas, que circulan”, pues “de aquello que suce-de á la faz del Sol, [de lo qual es poquísimo lo que se puede saber] resta un gran número de acciones ejecutadas baxo el ne-gro manto de la Noche. ¿Quién podrá adivinar los horribles

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excesos cometidos por la tiranía encubierta en los Templos, Monasterios, y Casas ilustres de la Francia?” (Nº 199).

Aunque la queja de Manuel del Socorro Rodríguez revela el estado precario de la actividad historiográfica en Nueva Granada, en los últimos años del régimen colonial, es evidente que al momento de escribir estas “Reflexiones de un Historiador”, en julio de 1795, a un año de haber culminado el período de El Terror, el cubano trata de hacer observar que el proceso revolucionario francés todavía estaba muy lejos de culminar. Por tanto, si bien ya había iniciado la valoración del movimiento revolucionario francés por parte de algunos his-toriadores europeos, estos primeros aportes de la actividad historiográfica estaban todavía muy lejos de todas aquellas lecturas a las que pudiera acceder un neogranadino ilustrado18 —ni siquiera para quien también se desempeñaba como di-rector de la más importante biblioteca de la Nueva Granada, y una de las más antiguas de América—.

De esta manera, tal como lo reconoce el propio Rodrí-guez, muchos de los contenidos sobre los “sucesos de Francia” son reelaboraciones, o incluso transcripciones, de lo que otras gacetas, mercurios y diarios informaban. La época de publi-cación del Papel Periódico (1791-1797) coincide también con la época en la que otros periódicos americanos, como El Mercu-rio Peruano, La Gaceta de Lima y La Gaceta de México, estaban en actividad. Al respecto, Helen Glover Pino señala que el pa-

18 Para esta época, por ejemplo, ya había sido publicado uno de los primeros estudios acerca de la Revolución francesa, Reflexiones sobre la Revolución Francesa, del escritor y político británico Edmund Burke. Muy en la línea del conservadurismo inglés, que por entonces se veía amenazado por los ecos del movimiento revolucionario en Francia, las Reflexiones de Burke constitu-yen una de las primeras y más vehementes críticas en contra de todo aquello que estaba sucediendo en la nación gala. Sin embargo, tal parece que Manuel del Socorro Rodríguez desconocía este texto, a juzgar por lo que menciona acerca de la Revolución francesa y sus fuentes en el Papel Periódico.

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norama periodístico en los virreinatos de América resulta muy similar durante este período (1996: 739). Estos periódicos pueden ser considerados como una sola voz que, además de la sumisión y obediencia al régimen al que pertenecían, incor-poran un discurso condenatorio a lo que ocurre en Francia y, asimismo, lanzan una arenga preventiva para evitar que las corrientes revolucionarias desembarquen en estas tierras. No resulta, entonces, apresurado afirmar que la labor periodística, desempeñada desde los más importantes centros de poder en la América colonial, como México y Lima, constituye un va-lioso punto de referencia para el trabajo realizado, en Nueva Granada, por Manuel del Socorro Rodríguez. En no pocas ocasiones, el editor reproduce, casi fielmente, lo que hallaba en la prensa hispanoamericana sobre las noticias provenientes de Francia (principalmente de El Mercurio Peruano). No obstan-te, no son pocas las ocasiones en las que la “corresponsalía” está en cabeza de periódicos europeos, como El Correo de Londres y La Gaceta de Madrid que, pese a su tardía llegada, no dejaban de atraer la atención de la intelectualidad criolla y obsequia-ban información de primera mano sobre el intenso barullo en la nación gala19.

El inquieto espíritu del ilustrado cubano interroga, en-tonces, la verdadera historia de esta “funesta época de desor-den y calamidad”, diseminada en los rumores, en las sombras de todo aquello que aún no es de conocimiento público. Ro-dríguez es preciso al afirmar que “quizá estas escenas han sido mucho más terribles y numerosas que las públicas” (Nº 199); lo que indica que el bagaje informativo al que ha tenido acceso,

19 Así pues, noticias tan importantes como el sitio de Tolón, por parte de la primera coalición en contra de Francia, es tomada de la Gaceta de Madrid y El Correo de Londres (Nº 131, 133 y 136). La caída de Robespierre y del Régi-men de El Terror es informada a partir de un diario de Puerto Rico, del que Rodríguez no da el nombre (Nº 170).

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y las distintas noticias que ha publicado, no son más que una breve mención, un corto prólogo, frente a todo lo que la exten-sa y agotadora labor de un historiador podría hallar.

El discurso político de Manuel del Socorro Rodríguez, si bien admite en algunos números que el proceso revolucio-nario francés se ha ido consolidando significativamente (sobre todo, después de la caída de Robespierre y los fracasos de al-gunas expediciones militares en contra de Francia), no deja de albergar la posibilidad de su fracaso. Dicha circunstancia, que el redactor del Papel Periódico no deja de adjetivar podero-samente con todo el glosario católico y monárquico que pone en funcionamiento, habrá de conducir, finalmente, al “exter-minio de esos infames regicidas, opresores de la humanidad” (N.º 163, 24 de octubre de 1794). No obstante, Rodríguez señala que el fin del período revolucionario, para bien o para mal, habrá de trasladar las confrontaciones, polémicas, con-denas y glorias, al terreno de lo que los historiadores valoren acerca de este suceso. De vuelta a las disertaciones sobre el ofi-cio de historiador, es claro que

quando llegue el tiempo de que se tranquilicen las Nacio-nes, es decir, quando calmen los pecados y desórdenes públicos que han irritado la ira Divina […], entonces aun resta todavía sufrir otra especie de guerra, que aunque no sea tan sangrienta y horrorosa, podrá quizá producir algunos efectos melancólicos en una multitud de espíritus. (Nº 199)

El lúcido anuncio, que señala una “guerra” ya desmar-cada de las circunstancias políticas, de una u otra forma, se adelanta al debate que en torno al tema de la Revolución fran-cesa se ha desarrollado durante más de doscientos años en el seno de la actividad historiográfica. La ocurrencia y el signi-ficado de los sucesos, enmarcados entre la Toma de la Bas-tilla en 1789 y el golpe de estado de Napoleón Bonaparte en

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noviembre de 179920, han recibido toda suerte de acercamien-tos e interpretaciones que, frente a todo el torrente de variados sucesos y personajes, no es posible identificar y apreciar desde un solo semblante. Cada voz, cada apreciación, sin duda es-tará determinada por los respectivos intereses que entren en el juego ideológico, cultural y discursivo del historiador. Este “conflicto”, como lo señala Rodríguez, no dejará sino el rastro de las dudas, las confusiones y la ignorancia respecto a este período histórico:

los Críticos, los Filósofos, los Políticos, los Jurisconsultos, todos los hombres que se llaman literatos y estadistas, promo-verán una intrincada guerra de cálculos, dictámenes, y opiniones sobre varios objetos relativos a la revolución Francesa, que mira-rán como importantísimos al bien común de la especie humana. ¡Ah! ¡qué multitud de lenguas y de pareceres se oirán entonces en ésta nueva Babél! Todos hablarán según sus intereses, pasiones y partidos; pero entretanto ¿qué se podrá sacar sino dudas, rezelos, y confusión? (Nº 199)

En consonancia con esta preocupación, el Nº 200 del Papel Periódico revela el interés de Rodríguez por señalar la mejor manera como puede controlarse y orientarse el ejerci-cio de la actividad historiográfica. El ilustrado cubano rei-tera el apego a la verdad y a la fidelidad histórica, que debe

20 Aunque, claro está, la discusión entre los historiadores sobre el principio y el final de la Revolución francesa aún está a la orden del día. Francois Fu-ret, por ejemplo, extiende hasta 1774, época de las reformas de Luis XVI, los inicios de la revolución, como Alexis de Tocqueville señala el estado de bancarrota y las múltiples huelgas que tuvieron lugar durante la penúltima década del siglo XVIII. Algunos textos de interpretación marxista, por su parte, hacen extensivos los efectos de este acontecimiento hasta el Imperio de Napoleón y las guerras napoleónicas o, incluso, hay autores como Jean Jaurés y Albert Mathiez, que señalan que la Revolución francesa es el ante-cedente más notable de la Revolución rusa de 1917.

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mantenerse en toda disertación. No obstante, dichos rasgos, si es bien comprendida la totalidad del discurso político de Ro-dríguez y el acervo ideológico que acompaña a sus reflexiones, están profundamente relacionados con el respeto y la obedien-cia a una autoridad de origen divino, así como a unas institu-ciones y funcionarios a quienes se les debe sumisión y lealtad. De esta manera, este compromiso con la escritura de la historia no resulta muy desafinado respecto a la postura condenatoria del proceso revolucionario francés, y supone, por su parte, un compromiso con la religión católica y el régimen monárquico. Así pues, el redactor del semanario neogranadino se pregunta

¿adonde habrá un hombre tan imparcial [¿y de qué nación?] que escriba unos hechos tan complicados, tan vergonzosos, sin temor de ofender, ó sin interés de lisongear á un gran número de familias muy respetables, que quizá han entrado en la parte más horrenda de la Catástrofe por algunos individuos perversos, ra-mas torcidas que degeneraron de la rectitud de su ilustre tronco? (Nº 200, 10 de julio de 1795)

En la medida en que se trataba de velar la evaluación so-bre la Revolución, Rodríguez se ve obligado a hacer énfasis en algunos conceptos de índole historiográfica que, a su juicio, deben observarse con atención durante el proceso de escritura y presentación de la historia: “ideas ciertas y nada equívocas de los acontecimientos y mutaciones que ha habido en el Univer-so”, “los quadros históricos han de ser copiados por el original cierto y naturalísimo de los propios hechos”, “muy fiel y muy sencilla en sus descripciones”, “nada debe alterar ni disminuir”, “la imparcialidad le dá todo su valor intrínseco”, “el carácter de la historia no es susceptible de unas descripciones inventadas por el capricho” (Nº 200).

Sin embargo, al observar tales conceptos y principios que, de una u otra forma, orientan la labor del historiador, estos no

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parecen entrar en concordancia con buena parte de los comen-tarios del redactor bayamés respecto al ya mencionado suceso histórico, del que tuvo que dar noticia en su semanario. Como ya se ha mencionado, los números dedicados a “las cosas de Francia” se ocupan, principalmente, del momento más trágico y álgido de la Revolución francesa, como es la época de El Te-rror. La muerte de Luis XVI y María Antonieta, las insólitas medidas proferidas por la Convención Nacional, el apoyo a las primeras coaliciones europeas en contra de los revoluciona-rios jacobinos y el examen detallado a los distintos horrores de aquella época, así como la intensa condena a personajes como Robespierre y Marat, nutren de un modo muy significativo la pluma reaccionaria de Manuel del Socorro Rodríguez. Cons-ciente del tipo de público lector que accedía a las páginas del Papel Periódico, Rodríguez no podía permitirse la adscripción al modelo que se estaba estrenando en Francia bajo el supuesto de ser fiel, verídico y ajeno a los caprichos poéticos.

Así pues, uno de los primeros comentarios sobre la re-volución en Francia toma como punto de referencia la figura y muerte de Jean Paul Marat. Seis meses después de las trágicas circunstancias en las que el célebre jacobino fuera destazado por Charlotte Corday, Rodríguez dirige su discurso hacia una mofa punzante que no conoce la cordura. La semblanza de Marat está signada por toda suerte de elementos grotescos, re-ferencias casi escatológicas, que ponen en evidencia la relación que Rodríguez establece entre un personaje que encarna unos principios y valores no muy distintos de los hechos que bus-can ser condenados y combatidos en las páginas del semana-rio santafereño: “Marat era pequeño de cuerpo, su complexión cadavérica, su temperamento sanguinario. Su retrato hubie-ra proporcionado a un Pintor, el principal Personaje para un Quadro que representase los horrores de las muertes y asesi-natos” (Nº 129, 14 de febrero de 1794).

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Ya en la explicación acerca de los antecedentes del mo-vimiento revolucionario, a través del retrato histórico de Luis XVI, el ilustrado cubano buscaba acogerse a dos rasgos de la redacción de la historia que, aunque contradictorios, concuer-dan con su actitud y con su discurso monárquico y antirrevo-lucionario. Por un lado, la exposición fiel y detallada, exacta y precisa, acerca de la figura del malogrado rey francés y sus años de reinado. Por el otro, esta pretendida fidelidad a la verdad de la historia va acompañada, sin embargo, de un vehemente discurso apologético, que busca enaltecer y glorificar “por su verdadero aspecto y sin preocupación alguna a aquellos hom-bres que han sido destinados por la Providencia eterna para hacer una distinguida figura en medio del Género humano”. Tan importante es este acto de justicia, que Rodríguez busca, con la evocación de Luis XVI, un ejercicio de interés común y universal, dado que “así lo exige el honor de la Justicia, la ilus-tración de la historia, y el bien de la misma humanidad” (Nº 138, 18 de abril de 1794). De la misma manera, al realizar este retrato histórico, de una u otra forma, fustiga el ejercicio histo-riográfico que ha carecido, precisamente, de la imparcialidad y fidelidad que él pretende conservar: “El designio del presente no es otro, que ilustrar varios puntos importantes del Reyna-do de Luis XVI, sin cuya exacta crítica es imposible que pue-dan formar un juicio cierto y sólido muchos de los que hablan sobre los asuntos del día, sin otro conocimiento que el ligerísi-mo que ministran las Gazetas” (Nº 138).

Más allá de la mención a todos aquellos datos históri-cos que, en detalle, son presentados durante catorce números sobre el último reinado francés en el siglo XVIII, realmente interesa un aspecto que permite valorar la actitud que asu-me Rodríguez como escritor de la historia. Para el cubano, la semilla de todo el movimiento revolucionario francés y sus

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respectivas consecuencias tienen, como trasfondo, una cir-cunstancia que hunde sus raíces en la propia naturaleza hu-mana. En el ya citado Nº 138, que, cabe señalarse, es el mismo número que da inicio al “Retrato histórico de Luis XVI sobre el trono”, Rodríguez construye un discurso antropológico que está impregnado del más elaborado acento ilustrado y que, como puede advertirse, es efectivo para condenar las acciones y decisiones tomadas por los revolucionarios franceses. La “ardua ciencia de gobernar a los hombres”, según él, escapa a cualquier consideración de signo económico, jurídico o políti-co. En esa medida, le da prelación a las veleidades mismas de la condición humana que, de una u otra forma, opacan o dificul-tan cualquier actividad política, jurídica y social relacionada con el modelo de gobierno monárquico:

Hé aquí las diferentes condiciones de vasallos de que consta toda República y Monarquía. ¡Oh Reyes!¡Oh Magistrados, quan grande es vuestro sacrificio por el bien de la Humanidad!¡quan difícil vuestra ciencia, y quan expuesta vuestra conducta a pade-cer denigraciones! Tal ha sido la fortuna de Luis XVI según va-mos a probarlo, no con vagos y artificiosos raciocinios, sino con

sus mismos hechos que son los argumentos más sólidos que

conoce la Filosofía. (Nº 138)21

21 De ahí que no sea muy precisa la afirmación de Renán Silva, al señalar que el “cálculo político” sobre la Revolución francesa “tuvo como nota distintiva el negarse a discutir sobre los principios ideológicos mismos que impulsa-ron el acontecimiento. Aunque tal posibilidad fue varias veces anunciada se prefirió siempre cancelarla en beneficio de la relación semanal de hechos monstruosos que por sí solos estarían mostrando el carácter del suceso” (1988: 135). Si bien Rodríguez le da una importancia a la presentación de los hechos, la discusión acerca de las ideas que sustentan la actividad revolucio-naria no es de ninguna manera aplazada. Las reflexiones de “La libertad bien entendida”, y este análisis que inicia el retrato del rey Luis XVI, evidente-mente van a la par con la presentación de los “sucesos de Francia”. El énfasis es mío.

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Así pues, para el redactor del Papel Periódico, es preciso es-tablecer una división o clasificación de la denominada “estirpe de Adán”, que, a su vez, expresa las enormes dificultades que todo gobernante, legislador y juez presenta al dirigir los destinos de una sociedad y una nación. Por una parte, están los sujetos que “amando la virtud por ella misma, viven contentos con aquella suerte que les ha cabido en medio de la Sociedad, sin quexarse jamás de la Providencia eterna ni del Soberáno a quien sirven, por que su fiel y virtuosa subordinación conserva sus espíritus llenos de alegría y tranquilidad en qualquiera fortuna”. A este primer género de la naturaleza humana, que para él sería el más pertinente para definir lo que para el pensamiento ilustrado sig-nifica la felicidad, se distingue, por su parte, un grupo de perso-nas que bien podrían situarse en el carácter de buena parte de los revolucionarios franceses y sus adeptos americanos: “figurán-dose en cada una de sus acciones un mérito sobresaliente, jamás se consideran bien premiados, y por eso viviendo siempre mal contentos van fomentando por todas partes el espíritu de mur-muración contra las leyes y disposiciones más justas” (Nº 138).

A esta galería antropológica se suman, además, “cierto número de hombres que habiendo nacido escasos de talen-to y muy llenos de vanidad” sienten cierto desprecio hacia los funcionarios del régimen, porque “consideran que aquellos les usurpan lo que a ellos les corresponde con más justo título”. En otro grupo están quienes “pretendiendo ganarse todos los vo-tos de la ignorante multitud, aparentan el más zeloso y desin-teresado patriotismo”, con el cual “interpretan maliciosamente las intenciones más puras del Gobierno y las obras más útiles al bien común”. Existe, también, “una multitud de gente perdi-da, holgazana y sin vergüenza […] y por eso se vende al gusto de todos aquellos que pueden suministrarle el alimento diario, sea del modo que fuere”. Rodríguez no olvida la figura del jurista mediocre o corrompido por las costumbres, “aquellos injustos

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litigantes ó sugetos de relaxadas costumbres, que habiendo su-frido unas sentencias contrarias a su deseo, pretenden justifi-carse a costa del mismo honor y dignidad de la justicia” (Nº 138).

El último carácter que Rodríguez menciona en su clasi-ficación, entra en consonancia con la crítica al pensamiento de la Ilustración, que ya había sido formulada en los números de “La libertad bien entendida” (Nº 21, de julio de 1791)22, y que condena las aspiraciones de los revolucionarios franceses. Los horrores del proceso revolucionario francés ponen en eviden-cia los peligros que se generan cuando el uso de la razón no conoce la moderación, ignora la soberanía de los reyes sobre sus vasallos y desconoce “el divino centro de la religión católi-ca”. Para Rodríguez, sujetos que de manera inevitable evocan los nombres de Rousseau, Voltaire y Montesquieu,

preciándose de Filósofos, de Estadistas, y de Filántropos, quieren hacer la más brillante figura, no solo en el templo de Mi-nerva, sino en medio de todas las Naciones […]. Quando estos re-formadores del Universo empiezan a disertar sobre la Naturaleza, la Religión, la Filosofía, las Leyes, &c. entonces ya no hay Sobera-nos, ya no hay Vasallos, ya no hay Dios… ¿Pues qué es lo que hay? Fanatismo, Anarquía y Revolución: por que esta clase de gente unida á las cinco que hemos referido, forman un Congreso Babi-lónico para oprimir á Sion, representada en la primera. (Nº 138)

De acuerdo con Renán Silva en este punto, las referen-cias políticas mencionadas en el semanario no podían sino destinarse hacia la aprobación de la forma monárquica, la ratificación del orden colonial y la legitimación de un cuer-po social jerarquizado y excluyente (1988: 127). No obstante, tales comentarios bien pueden hacerse extensivos a la com-prensión de la historia si son atendidas las “recomendaciones”

22 La reflexión se extiende a los números 25, 26, 27, 28 y 33 del mismo año.

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que el ilustrado cubano propone, a fin de “escribir la historia con aquella exactitud, imparcialidad, y crítica que exigen las escrupulosas leyes de este ramo utilísimo de la literatura: es decir, para escribirla sobre un plan filosófico, instructivo, é interesante al bien común de la humanidad” (Nº 200). Aun-que Rodríguez encuentra en la tradición historiográfica de la Antigüedad, en autores como Heródoto, Tucídides, Jenofon-te, Salustio y Livio, el punto de partida para delimitar el oficio de contar la historia, es evidente que desarrolló un sentido fi-losófico de la historia que, de acuerdo con Lukács, se difundió a partir de la Revolución francesa y encontró su máximo expo-nente en Hegel (Lukács, 25-26)23.

El trabajo historiográfico llevado a cabo por Manuel del So-corro Rodríguez transcurre paralelo con su actividad perio-dística, y coincide con el ejercicio de una crítica literaria, con la elaboración de una obra poética, con su labor como director de la más antigua biblioteca de América, y como funcionario de la nómina burocrática que el régimen colonial mantenía por es-tas tierras. Tan distintas e interesantes facetas reunidas en un sólo hombre, cuya formación intelectual y cultural fue predo-minantemente autodidacta, no permiten, por lo tanto, valorar-lo únicamente como padre del periodismo colombiano. En las anteriores reflexiones, enfocadas a dilucidar algunos aspectos del pensamiento y el discurso político del cubano afincado en la Nueva Granada, principalmente, en lo que a las informacio-nes y comentarios acerca de la Revolución francesa se refieren, se revela la voz de un hombre que, desde su semanario santa-

23 De acuerdo con Lukács, Hegel “ve en la historia un proceso movido por las internas fuerzas históricas y cuyo efecto se extiende a todos los fenómenos de la vida humana, incluido el pensamiento. Hegel ve la entera vida de la humanidad como un gran proceso histórico” (26, el énfasis es mío).

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fereño, percibe los ecos de un acontecimiento histórico al que, de una u otra forma, se siente vinculado. La naturaleza de su discurso, al dar cuenta de los distintos episodios del proceso revolucionario francés, permite señalar algunos elementos que bien pueden considerarse en posteriores acercamientos a este interesante aspecto de la cáustica pluma del ilustrado cubano.

Es evidente, a saber por el acervo bibliográfico con el que se dispone actualmente, la escasa o casi nula atención que la historiografía nacional le ha prestado a este tema. El rim-bombante sonido de los cañones y las proclamas, del fragor de quienes llevaron a cabo el desarrollo y consolidación del movimiento revolucionario, no deben apagar o desvanecer las inquietudes acerca de las voces que, desde los periódicos, co-rreos y gacetas, buscaron ejercer un discurso reaccionario con-tra aquello que amenazaba un estado de cosas hasta entonces considerado como natural, divino e inmutable. Ya desde la na-rración de los hechos de Francia, como desde sus reflexiones acerca del oficio de escribir la historia —que, inevitablemen-te, toma como punto de referencia la ocurrencia de la Revo-lución francesa—, el discurso antirrevolucionario de Manuel del Socorro Rodríguez merece salir del desdén o la ignoran-cia que injustamente ha recibido. Por tanto, es hora de que le sea otorgado el respectivo lugar que dentro de la historiografía nacional le corresponde. Aunado al hecho de considerar esta actitud del cubano como motivada por un ánimo propagan-dístico, situada en las particularidades o en las coyunturas del mencionado momento histórico, los relieves que adquiere su postura revelan, además, el interés del editor del Papel Periódi-co por dar inicio a un nuevo capítulo acerca de la forma como se escribe la historia en la Nueva Granada. Esta “novedad” comporta, no obstante, y como ya se ha referido, la obediencia y lealtad al régimen colonial, bajo cuya vigilancia debe orien-tarse siempre la redacción de la historia.

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Sin embargo, por muy disonante que sea esta propuesta respecto a la forma como se ha desarrollado la labor del his-toriador en Colombia y en América Latina, las reflexiones de Rodríguez, quien buscaba otorgarle una naturaleza filosófica a sus comentarios sobre la historia, entran en consonancia con acercamientos y valoraciones que, por aquellos años, tuvieron lugar en otros escenarios que, de una u otra forma, recibieron también los coletazos de la revolución en Francia. Tal circuns-tancia resalta aún más el compromiso con la historia, y con la manera en que ésta se escribe. La forma como el cubano evalúa el hecho, la intención de comprender el fenómeno filosófica-mente, revela el desarrollo de una conciencia histórica innova-dora con respecto a la mentalidad del sujeto colonial. Al hablar de la labor del historiador y confrontarlo con tal situación his-tórica, Rodríguez asume esta tarea con toda propiedad.

Así pues, pocos sucesos históricos realmente han gene-rado toda suerte de transformaciones, que van más allá de la esfera política en la que fueron generados y que, como en el caso de todos aquellos eventos desencadenados después de 1789, pronto desembocan e influyen sensiblemente en la forma como se siente, se piensa y se comprende la historia. En esta medida, no resulta apresurado poner al ilustrado cubano en relación con toda la amplia y diversa tradición historiográfi-ca que, durante más de dos siglos, ha tomado como objeto de estudio la Revolución francesa. Si la referencia es esta intensa y trágica época, como también la situación del historiador en los últimos años del siglo XVIII, entonces Manuel del Socorro Rodríguez, sin mayores inconvenientes, podrá entrar en diá-logo con los aportes al tema que, en distintas épocas, y desde diversos enfoques y orientaciones metodológicas, han hecho autores como Georg Friedrich Hegel, Karl Marx, Edmund Burke, Jean Jaurés, Hippolyte Taine, Jules Michelet y Albert Mathiez, entre otros.

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Manuel del Socorro Rodríguez: entrela Colonialidad y la Modernidad

Liz Karine Moreno Chuquén*1

Carrera de Estudios Literarios

Universidad Nacional de Colombia

¿Y qual otro deberia ser el objeto de un Papel publico de ésta naturaleza? Reflexîonese; y vuelvanse á leer con mas cuidado los Discursos de nuestro

Periodico; pero ha de ser sin perder de vista un gran complexo de circuns-tancias notables que nos ha presentado la epoca actual del Universo, y de

las quales no podiamos prescindir, en fuerza de la obligacion en que se halla constituido el Autor de un escrito publico establecido por el mismo Superior Gobierno de la Metropoli sin otro objeto que el que se anuncio desde el principio.

(Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, Nº 262, 16 de diciembre de 1796)

Estudiar, analizar y profundizar en la figura de Manuel del Socorro Rodríguez lleva implícita, a mi parecer, la pregun-ta por el calificativo con el que se podría asociar la actividad de un funcionario público que, a su vez, configuró escenarios propios de producción de conocimiento y expresión de ciertos valores, a través del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá y la Tertulia Eutropélica. Lo anterior adquiere impor-tancia si se considera este periódico como un ejemplo signifi-cativo de cómo fue leído y asumido el pensamiento ilustrado en la Nueva Granada, a finales del siglo XVIII.

En ese orden de ideas, cualquier intento por establecer el lugar y la importancia de Rodríguez —en la historia de las ideas nacionales— debe tener presente que las categorías con

* Correo electrónico: [email protected]

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las que se califica a los hombres y mujeres que cumplen cierta labor relacionada con el cultivo y promoción de las ideas son de carácter histórico, es decir, surgen de acuerdo a determi-nadas condiciones espaciales y temporales. Existe, entonces, una doble condición histórica: la del sujeto y la del calificativo con el cual se asocia su labor. Ambos aspectos se relacionan, a su vez, con el tipo de vínculo que el primero establece con el “poder”. De allí se desprenden elementos de análisis, como la posición política, las particularidades del discurso, las posibi-lidades y la autonomía del sujeto.

Por lo tanto, apelativos como “Padre del periodismo colombiano”2, o “funcionario de la Corona”, catapultan y sub-valoran las funciones sociales desempeñadas por Manuel del Socorro Rodríguez en su tiempo y, al mismo tiempo, ocultan las condiciones, dificultades y ambivalencias que acompañan al ejercicio de su labor. De la misma manera, estas etiquetas sugieren cierto anacronismo, es decir, no consideran relevante presentar al redactor en relación con las condiciones sociales, políticas y culturales del momento. Por ejemplo, Rodríguez llega a la Nueva Granada en un periodo de decadencia del Imperio español, y en el marco de la puesta en marcha de las reformas borbónicas. Éstas se han considerado como un últi-mo intento de la metrópoli por recuperar la autoridad sobre las colonias en América3. Adicional a ello, el antecedente de la Revolución francesa (1789-1800), la independencia de los Estados Unidos (1775-1783), y la traducción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por Antonio Nariño en 1794, son, entre otros acontecimientos, una muestra de que cierto clima

2 Esto en autores como Gustavo Otero Muñoz, Historia del periodismo en Colombia. Bogotá: Universidad Sergio Arboleda, 1998.

3 Véase, al respecto, el estudio de Antonio Domínguez Camargo: Carlos III y la España de la Ilustración, y de Renán Silva: La Ilustración en el Virreinato de la Nueva Granada. Las referencias completas se encuentran al final.

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de emancipación y crítica se levanta contra los diversos órga-nos del poder político. Es evidente que en América Latina se empiezan a percibir ciertas fisuras que anuncian la crisis del sistema colonial.

Rodríguez llega a Nueva Granada en 1789, gracias a la obten-ción de una beca en Cuba, bajo el apoyo y la protección del entonces virrey Joseph de Ezpeleta. Sobre esta base, se esta-blece como funcionario público a través de varios frentes, como director y bibliotecario de la entonces naciente Biblioteca Na-cional, y como editor del Papel Periódico y del Redactor Ameri-cano4. Afirmar, a partir de esta información, que las relaciones de Rodríguez con la Corona y sus representantes en América resulta obvia —dado los cargos que ocupa—, sería, induda-blemente, reducir el problema, pues las relaciones ideológicas, políticas y sociales en el marco de los procesos de colonización no sólo ocurren a nivel material, sino también, de forma más profunda, a nivel de cierto tipo de dominación cognitiva.

De acuerdo con Edward Said, Aníbal Quijano y Santia-go Castro-Gómez, el colonialismo moderno implica una do-minación a nivel cognoscitivo y a nivel discursivo, es decir, en la manera como se conoce, se comprende el mundo y se trans-mite el conocimiento. De esta forma, dado que los territorios sometidos poseen una cosmogonía, perspectivas y formas de relacionarse con el mundo particulares, para que la coloniza-ción sea efectiva, los proyectos coloniales deben suprimirlas

4 Para una ampliación de la biografía de Rodríguez, remito al lector al estudio de Antonio Torre Revello: Ensayo de una biografía del bibliotecario y periodis-ta Don Manuel del Socorro Rodríguez, y a la obra de Antonio Cacua Prada: Don Manuel del Socorro Rodríguez fundador del periodismo colombiano. Las referencias completas se encuentran al final.

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mediante la implementación de nuevos imaginarios. Por lo ge-neral, en América se hace referencia a la estrecha relación que se establece entre la “configuración del imaginario científico de la Ilustración” y el discurso colonial, como dos elementos fun-damentales y simultáneos en la formación del sistema-mundo moderno (Castro-Gómez, 2010: 21-64).

En ese sentido, es posible comprender la “Colonialidad del poder” (1999) como un proceso que implica la coloniza-ción del imaginario de los dominados, es decir, un proceso de dominación epistémica y discursiva, de carácter inmaterial. Por lo tanto, una primera aproximación a la figura de Rodrí-guez implicaría el reconocimiento de un sujeto que trata de relacionarse con el poder colonial en varios niveles: material, si se pudiera denominar de esta forma lo concerniente al de-sarrollo de sus funciones públicas; epistémica, en la medida en que como editor propende por la imposición del imaginario de la Ilustración adaptado a la visión de mundo de los españo-les; y, discursivo, de acuerdo con la forma como colabora en la elaboración y promoción de cierto tipo de discurso colonial.

Es precisamente sobre estas dos últimas líneas en las que el semanario de Rodríguez resulta importante. En primer lu-gar, cabe subrayar que el Papel Periódico refiere una forma de dominación que se relaciona con la inclusión de la escritura y lo escrito, y su posterior circulación en las sociedades colo-nizadas. Este fenómeno significó un largo proceso de acultu-ración que relega, por ejemplo, la oralidad como tradición y como medio que permite la transmisión de diversos sabe-res. En relación con la cuestión de la Ilustración, el semana-rio se inscribe dentro de este movimiento filosófico al ubicar la razón, desde el primer número, como aquello que afirma al sujeto: “A pocas reflexiones que haga el hombre sobre sí mismo, conocerá que este predicado de racional le obliga a vivir según la razón. El verá que todas sus acciones deben ser

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ilustradas y dirigidas por el rayo celestial con que há sido en-noblecida su naturaleza” (N° 1, 9 de febrero de 1791). No obs-tante, se lee que si bien el hombre actúa de acuerdo a la razón, ésta se encuentra, a su vez, dirigida por el “rayo celestial”. En su proyecto ilustrado, la razón se encuentra en una relación de subordinación con respecto a la trascendencia, a lo religioso.

Aunque el planteamiento acerca de la convivencia de la razón y la autoridad religiosa puede resultar paradójica a primera vista5, es preciso mencionar que en América “pocos ilustrados se apartaron de la ortodoxia católica, la lealtad mo-nárquica y el conformismo social” (Domínguez, 2005: 351), lo cual se relaciona con el hecho de que la Ilustración en España se desarrolló dentro de una estructura política de absolutis-mo. Dada la relación de dominación con respecto a América, es imposible negar las relaciones, las semejanzas y la inserción de América y sus hombres de letras, por esa vía, en este movi-miento filosófico.

Así, el redactor manifiesta que la función social del se-manario apunta a la utilidad común, es decir, al imperativo de que las acciones de los hombres redundaran en beneficios so-ciales. En el caso del Papel Periódico, sería la necesidad de con-tribuir con la instrucción de la comunidad, como se desprende del epígrafe de Livio que inaugura la publicación, “El bien común de la sociedad es el mayor propósito”6. Este propósito hace que Rodríguez, a través de la publicación semanal, se dedique, en menor proporción, a la difusión de los principa-les sucesos del acontecer diario, y enfatice en la divulgación de

5 Si se tiene en cuenta que, según la definición de Kant sobre la Ilustración, resulta de gran importancia la capacidad de los hombres para liberarse de cualquier tipo de tutela, con el objetivo de encaminar sus acciones de acuer-do a su razón.

6 El epígrafe aparece, originalmente, en el Papel Periódico en latín: “Communis utilitas societatis maximun est vinculum”. Por lo tanto, aquí se ofrece su tra-ducción.

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diferentes saberes7 bajo la “licencia” del “Real y Superior Go-bierno” (Nº 1, 9 de febrero de 1791). Sobre esto último se volve-rá más adelante.

Otros principios, como el amor a la patria, la búsqueda de la felicidad, el cultivo y la circulación del conocimiento, el uso de la razón en la solución de los asuntos cotidianos y prác-ticos que aquejan a la Nueva Granada, estructuran temática e ideológicamente todo el Papel Periódico. A nivel temático, adquiere más fuerza la intención de promover la Ilustración como ideología pública8, pues, a lo largo de los doscientos se-senta y cinco números que conforman el periódico, el sentido crítico, es decir, la posibilidad de evaluar racionalmente los asuntos locales que conciernen e involucran a la población de la Nueva Granada, se manifiesta en constantes comentarios acerca de la educación, el comercio, la agricultura, la literatu-ra, la importancia de la creación de una política para pobres, las costumbres, etc. No obstante, este uso del sentido crítico, como práctica ilustrada, desemboca en cierto reformismo, es decir, en una perspectiva en la cual los problemas del “Reyno” encuentran solución en la implementación de ciertas medidas que no implican cambios profundos y trascendentales en la es-tructura política y social.

Por ejemplo, al abordar el problema de la educación, Rodríguez parece elaborar una crítica sutil hacia el poder colonial:

Porque sin este medio [el Papel Periódico] no es posible que se civilicen aquellos que componen el infinito número, con

7 Difundidos a través de numerosas disertaciones, reflexiones, apologías, dis-cursos, poemas, entre otros, acerca de diferentes temas del orden económi-co, filosófico, político, social, científico, histórico, cultural.

8 Esta idea proviene de Ángel Rama, cuando dice que en la ciudad letrada los hombres de letras diseñan modelos culturales y, de esta forma, conforman ideologías públicas. Manuel del Socorro Rodríguez es un ejemplo de esto.

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quienes precisamente se debe contar, como una porción tan útil de la República. La obscuridad de su destino no les proporciona ningún modo de adquirir ni aún las nociones más comunes de una educación regular, y desde luego un Papel público les facilita en cierto modo entrar en parte en el goce de este tesoro preciosísi-mo, que los reúne en el amor de su especie, haciéndolos verdade-ros hombres. (Nº 43, 9 de diciembre de 1791)

Este corto fragmento se podría interpretar en varios sentidos. Entre ellos, como la manifestación de un hombre de letras, ilustrado, que reconoce la importancia de la educación como parte fundamental en el progreso de una sociedad. Pero, de igual manera, entiende que se debe formar sujetos útiles, ca-paces de valerse por su propio entendimiento para encaminar sus acciones. De otro lado, el hecho de considerar el periódico como un medio que posibilita la obtención de ciertos conoci-mientos, implica, de cierto modo, que existen falencias en la promoción de la educación en la Nueva Granada. Sin embar-go, la discusión acerca de la educación no sólo se relaciona con la cuestión de la cobertura y el acceso, sino también, y más im-portante aún, con el tipo de conocimientos que se imparte en las instituciones educativas. En algunos números del Papel Pe-riódico se plantea la necesidad de reemplazar la escolástica y la retórica por un método que cohesione el saber con una lectura crítica acerca de la situación social, pues los estudios,

tienen la patria en una vergonzosa languidez, que conser-van como en depósito la grosería, y la barbarie para derramarla de tiempo en tiempo sobre nuestros infelices conciudadanos, y que manteniendo los entendimientos en la más ignominiosa esclavi-tud, no les dexan siquiera la libertad de recorrer la campiñas, para ver la grosera agricultura, la miseria, la indolencia, tantas cosas dignas de su atención, y que debieran ser el objeto de sus tareas. (Nº 8, 1 de abril de 1791)

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De igual forma, se defiende el uso del castellano como forma de comunicación del conocimiento, en oposición al la-tín como lengua hegemónica del saber. En consonancia con los principios de la Ilustración, la importancia de la educación ra-dica en su capacidad para desarrollar en los jóvenes un espíri-tu crítico, que conduzca a las transformaciones necesarias para alcanzar el progreso y la felicidad. En esta medida, se cuestiona el plan antiguo de educación y se manifiesta la necesidad de po-nerlo al día con la “nueva filosofía”, porque las miserias provie-nen de “la mayor parte de esos estudios abstractos, y científicas boberas, que solo sirven para formar Ciudadanos inútiles que la Sociedad mantiene a su pesar, y para conservar como un depó-sito precioso la barbarie, y la rusticidad” (N° 8, 1 de abril de 1791).

Varios aspectos se desprenden de lo anterior. Prime-ro, es notorio el rechazo al estado actual de la enseñanza en las escuelas públicas. Segundo, dicho estado se asocia con la barbarie, por oposición a la civilización que se alcanzaría si se reformaran los estudios de acuerdo a los valores y princi-pios ilustrados. El plan antiguo de la educación y sus conte-nidos resulta inadecuado para los nuevos intereses del estado: de aquí la necesidad de reformarlo, para vehicular contenidos epistémicos modernos, valores acordes con las nuevas circuns-tancias históricas. En esta medida, el Papel Periódico promue-ve una reconquista espiritual, a favor de la “colonialidad”, pues, en primera instancia, el lector del periódico percibe que la posición de Francisco Antonio Zea (autor del discurso) y de Rodríguez responde a la importancia de imponer y promover, a nivel cognitivo, la Ilustración, pero en un sentido más pro-fundo, se trata de ilustrarlo para que supedite sus intereses a los de la Corona.

La enseñanza se encuentra anquilosada en la tradición, y no parece adecuarse a las necesidades del momento histórico. El uso de la retórica, por parte de los estudiantes, se relaciona

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con “frases ridículas, expresiones caprichosas y voces que no conocieron Cervantes, ni Saavedra” (Nº 8, 1 de abril de 1791). Los jóvenes, de acuerdo a la educación que recibían, no logra-ban interactuar con su entorno, pues

¿Qual es el joven, que limitándose a los conocimientos de la Escuela, no salga un ridículo pedante, incapaz, no digo de tratar un asunto ó político, ó literario con órden, con finura y delica-déz; pero ni aun de sustentár una conversación entre personas de medianá lectura, y de escribir una carta pasadera sin hinchazón, ergotismo y pedantería? (Nº 8, 1 de abril de 1791)

Este aspecto resulta de gran importancia si se tiene en cuenta que, desde la perspectiva defendida por Zea y Rodrí-guez, el bajo nivel de la educación se relaciona con el atraso, el fanatismo9 y la imagen de una patria que se asemeja a un cuer-po sin vida y descompuesto, “una sombra confusa de lo que pudo ser, un árido esqueleto sin color, sin movimiento, y casi sin respiración” (Nº 8, 1 de abril de 1791). Sin embargo, hacia el final del discurso el tono cambia. En una nota al pie, Zea celebra el momento en el cual se realiza esta crítica, porque se encuentran las condiciones para que la situación de los jóvenes cambie y, por lo tanto, la de la patria: se vive, según él, en un momento de Ilustración promovido por la Corona y represen-tado en la figura de los virreyes.

De esta forma, tal vez no resulte muy exagerado afirmar que, a través del Papel Periódico, se elabora cierto tipo de dis-curso colonial implícito, pero no por ello menos importante y determinante para los objetivos de la Corona. En un momento de crisis del Imperio, se hace necesario no sólo diseñar e im-plementar una serie de reformas, sino también movilizar a la

9 Entendido como la adoración al estado actual de los estudios y, por lo tanto, a la ignorancia.

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población, sobre la base de ciertas ideas, para conseguir deter-minados fines porque,

en efecto, el artista, el labrador, el artesano jamás saldrán de lo que vieron hacer a su Padre ó á su Maestro, si los depositarios de los conocimientos humanos, y de los progresos del entendi-miento, ó no quieren llevar sus luces filosóficas al taller, al campo, á la oficina: ó divertidos en pueriles sutilezas, y ocupados sola-mente del cuidado de arrebatarse los votos de los insensatos con el ruidoso; pero estéril aparato de tanto silogismo, que la edad de la razón ha condenado, se desdeñan de aplicar su entendimiento á los objetos útiles, á que Dios lo destinó, y miran como ocupa-ción de un hombre ocioso, y sin talentos el estudio de los princi-pios, y progresos de las Artes, el de la Economía, y de la Industria, el de la Agricultura, el de la Política, y por desahogar de una vez mi corazón, el de la verdadera filosofía, que es la madre de quanto bueno hay sobre la tierra. (N° 8, 1 de abril de 1791)

En ese sentido, adquieren gran importancia aquellos hombres ilustrados, por cierto, que se encargan de presentar, promover y movilizar a la población en torno a ciertas ideas. Estos sujetos deben caracterizarse por poseer una imagen clara de la situación general de un espacio determinado (en este caso la Nueva Granada), por crear y mantener un tipo de comunicación clara y directa con los demás. En este marco, posiblemente, se inscribe otra de las aristas de esta cuestión: la defensa del uso del castellano promovida por el editor del Papel Periódico. En el Nº 6, en respuesta al Doctor Papirote, Rodríguez manifiesta que introduce el presente número con un epígrafe en castellano,

En el mismísimo español que se habla en las tertulias y corrillos. En el que llamamos romance, para que lo entiendan no solo las mugeres, sino también los niños de la escuela, y aun hasta los Cunegundos Papirotes. Este era mi deseo entrarle a

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Ud. con un salúdo tan claro como el cristal, para que no andu-viésemos después con interpretaciones peripatéticas. (Nº 6, 18 de marzo de 1791)

La reivindicación del uso del español, debido a la impor-tancia de comunicarse en un lenguaje claro y de dominio gene-ral, conlleva, implícitamente, cierto tono irónico que cuestiona el uso de la retórica y el latín en una provincia del reino español. Sin embargo, para Rodríguez, la comunicación en esta lengua no sólo resulta necesaria e importante en la esfera cotidiana, en la divulgación del saber, sino también, y sobre todo, frente a las influencias extranjeras, en la construcción de la nación, de la identidad nacional y, por ende, en el desarrollo del patriotismo10

Los romanos se merecieron inmortales aplausos por el ce-lozo cultivo y propagación de su natural idioma; no reconociendo ventajas el Castellano al Latino ni a otro de los que usan aún las naciones más sabias: debiéndose principalmente en las Escuelas acreditar la inclinación, amor y servicio a la patria, confesamos con sinceridad que, sin hacer obsequio a la gratitud, es de rigu-rosa obligación el promover el estudio de nuestro idioma; de que usaremos en las conclusiones de Derecho Público, para explicar la importante materia de la educación de los hijos, en que la Re-ligión y la Monarquía interesan su constante y alta prosperidad. (Nº 22, 8 de julio de 1791)11

10 En esta perspectiva, la defensa del uso del español adquiere una connotación política, pues se considera un elemento indispensable en la construcción de la nación: sin embargo, es necesario observar que se trata del sentido histó-rico, es decir, la nación entendida como un colectivo de personas que logran cohesionarse a través de un pasado común compartido, la tradición cultural, la unidad política y la creencia religiosa. De este modo, esta concepción acerca de lo nacional no establece una ruptura con el Imperio español, por el contra-rio, sobre la base del reconocimiento del vínculo colonial, Rodríguez propen-de por la configuración de lo nacional a nivel tradicional, cultural y cognitivo.

11 Según se indica en el número, este fragmento proviene de la invitación a un “Certamen literario digno de la Filosofía, porque en él triunfó la razón libre

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El uso del español adquiere gran importancia por su uti-lidad a los objetivos del proyecto colonizador: para el momen-to en el cual, escribe Rodríguez, sería la puesta en marcha de las políticas de la reforma borbónica y el afianzamiento en el cristianismo. El discurso colonizador, de carácter político y religioso, encuentra en el uso del español un medio eficaz de comunicación, pues la lengua común es el medio que permite arraigar valores como el “amor y el servicio a la patria”, así como comunicar una forma hegemónica de comprender y relacio-narse con el mundo, el espíritu y la trascendencia religiosa —propia de la cultura española—. La relación entre la reforma a los estudios (por su contenido y metodología actuales) y la im-posición, promoción y defensa del uso del español son dos ele-mentos de suma importancia en la colonización y reconquista espiritual y epistémica, emprendida después de la indepen-dencia de los Estados Unidos de América y de la Revolución francesa en las colonias españolas.

La comparación establecida con el Imperio romano, y la imposición de una lengua oficial en sus provincias, sugiere, incluso, que la lengua es un elemento, instrumento político, imprescindible en la búsqueda de la cohesión de una pobla-ción: la formación de una nación se logra a través del uso del “idioma” patrio. En ese sentido, al mencionar a los romanos12 y,

de las pesadas Cadenas del peripato”, en que se darían cita un “Sustentante y Catedrático”. Sin embargo, esto no modifica la importancia y la relación que se establece con el pensamiento de Rodríguez. Incluso, el gesto de mencio-nar que un texto publicado no es de su autoría es recurrente y, tal vez, podría ser una estrategia de Rodríguez para desviar la atención y lograr un efecto de disminución del impacto que se supone generan estas opiniones en algunos sectores de la sociedad.

12 De hecho, la elección de los romanos como ejemplo no es gratuita: para Ro-dríguez allí se encuentra el origen de la religión católica y el sustrato de va-rias de las más importantes disposiciones de la Corona en América, como, por ejemplo, los códigos penales. Es considerable el número de veces que aparece, en el Papel Periódico, el tono laudatorio para referirse a este Imperio.

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posteriormente, a los griegos, “la Ilíada y la Odisea, esas piezas inmortales, que han formado hombres eminentes ¿quando las hubiéramos tenido, si el Príncipe de los Poetas no las produje-ra en su idioma Patrio?” (Nº 23, 15 de julio de 1791), Rodríguez sugiere que la enseñanza y la práctica de una misma lengua resultan inseparables de una adecuada formación en el ethos nacional. Aunque para Renán Silva la actividad de Rodríguez no hace parte de lo que él denomina “práctica ilustrada”13, es preciso reconocer que el editor del Papel Periódico inscribió su práctica periodística dentro del campo cognitivo y epistémico, tal como lo hicieron los ilustrados en el campo científico, po-lítico y ético, entre otros. Incluso un rápido recorrido por las disertaciones publicadas en el Papel Periódico demuestra que Manuel del Socorro Rodríguez tuvo plena conciencia de sus funciones sociales14.

De hecho, el número en el cual Rodríguez reivindica el uso del castellano en su periódico, se lee: “Lo que debe pues ha-cer… es dedicarse á estudiar…y con eso, sino es algún día útil a su patria, no será por lo menos crítico fútil y sofistico” (Nº 6, 18 de marzo de 1791). A nivel textual, se podría afirmar que la importancia de resaltar el idioma, en el cual aparece el epígrafe15,

13 Para una ampliación de este tema, véase Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación. Esta noción de las prácticas ilustradas se ejemplifica de manera amplia a través de las ac-tividades (prácticas) de José Celestino Mutis y Francisco José de Caldas, en la generación de conocimiento a partir de proyectos como la Expedi-ción Botánica, por ejemplo. En esta perspectiva, se trató de un proceso de conocimiento práctico del territorio que permitiera una lectura más precisa de la situación del momento.

14 Para una ampliación sobre la cuestión del “yo”, su consciencia y las modali-dades que asume en la comunicación a través del Papel Periódico, remito al lector al apartado “Manuel del Socorro Rodríguez: el ilustrado de la ‘coraza de caballero cristiano’”, del artículo del profesor Iván Padilla Chasing.

15 Cabe mencionar que casi todos los epígrafes que aparecen en el Papel Periódi-co se encuentran en latín. Por lo cual, este resulta ser un ejemplo significativo.

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residiría, justamente, en la necesidad de expresar que la trans-misión del conocimiento no es privilegio de un área en par-ticular, o de una lengua determinada, en este caso el latín. Así mismo, a través de este encabezado, Rodríguez pareciera reivin-dicar su labor como hombre de letras, cuya función resulta útil a su sociedad mientras no sea refinada y superficial. Esto implica la expresión de cierto compromiso social que establece el sujeto de acuerdo al sistema cultural, cognoscitivo y filosófico, que sir-ve de marco a su labor, en este caso la cultura española y todo lo que ella conlleva, en particular “la Religión y la Monarquía”.

En ese sentido, al resaltar los beneficios de la comunica-ción en la lengua de “dominio general”, y en un lenguaje senci-llo y claro, Rodríguez silencia deliberadamente la diversidad lingüística y cultural de la Nueva Granada y, de paso, encubre que el uso del castellano en América no es el resultado de un proceso natural, sino que, por el contrario, es producto de una imposición colonial, es decir, se relaciona con un proceso de dominio, no sólo material sino también inmaterial, espiritual, cultural y simbólico. De la misma forma, al pretender superar la exclusión que genera el uso del latín, introduce otras más: la exclusión de aquellos que no dominaban el castellano, o no tenían acceso a la lectura y no sabían ni leer ni escribir.

La cuestión sobre el ejercicio de una labor social16, como la de Rodríguez, consistente en la circulación y consolidación de ciertos valores y prácticas culturales a través de la publicación

16 La función social de Rodríguez resulta particular, justamente, por su vincu-lación con el campo cognitivo: producción y comunicación no sólo de cierto tipo de ideas, sino también de cierta racionalidad, forma de conocer y com-prender el mundo.

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de reflexiones y opiniones —la mayoría de las veces de su au-toría—, se podría comprender en relación con el problema del “uso público” y “privado” de la razón (Kant, 2002). Si bien el uso público de la razón, es decir, el que alguien hace “en cuanto sabio ante la totalidad del público lector”, en un espacio en el cual no existen límites para su libertad de expresión (7), debe ser libre y aparecer como el único camino que pueda conducir a los hombres a la mayoría de edad. El uso privado, el “que se le permite al hombre en el interior de una posición o de una función que se la ha confiado”, coarta la libertad y supedita al sujeto a la autoridad (Kant, 2002: 7). En este orden de ideas, la posición ideológica de Rodríguez resulta compleja de defi-nir, puesto que en el Papel Periódico hace un uso “privado” de la razón. Sus diferentes reflexiones, disertaciones y opiniones se publican y se divulgan de acuerdo a los intereses de la Corona, bajo “la sabia vigilancia del Gobierno”. Es evidente que no hace un uso libre de la razón, puesto que el periódico se inscribe en un proyecto gubernamental que obliga al periodista a auto-censurarse. Este proyecto restringe la libre expresión del indi-viduo. No obstante, esta autocensura no requiere de un ente externo vigilante pues, desde el Nº 1, Rodríguez menciona que el autor del periódico obrará

Ciñendo todos sus discursos á las justas leyes de la mo-deración y urbanidad, sin perder de vista exponer en ellos solo aquello que conceptuare conveniente á la inteligencia de los jui-ciosos. Jamás se verá precisada la sábia vigilancia del Gobierno á suprimirlos porque en ninguno de sus números se encontrará la más mínima expresión que dé motivo á semejante providéncia. (Nº 1, 9 de febrero de 1791)

Esto resulta problemático en la medida en que su función e impacto comprende tanto el campo institucional como el pú-blico. Se podría pensar que se trata de un sujeto que ejerce el uso

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privado, en términos de lo permitido dentro de su relación con el poder colonial, pero, a su vez, hace un uso público, en términos del carácter e impacto de su función para con el público lector.

El estudio de la correspondencia de Rodríguez con el Duque de Alcudia, Don Pedro de Acuña y Malbar, reve-la, particularmente, y desde otra perspectiva, la tensión en-tre el uso de la razón pública y privada asociada a la cuestión de la vida pública y privada. Si, por una parte, en el semana-rio el editor expresa, a través de sus reflexiones, una profun-da convicción y confianza por las disposiciones políticas de la Corona en América, y subraya la importancia de asimilar y practicar en la realidad concreta de la Nueva Granada valores ilustrados como la felicidad, la riqueza, el trabajo útil y el sa-ber, en tanto práctica pública17, de otro lado, en la correspon-dencia, Rodríguez se permite expresar con mayor libertad una gran preocupación por la situación del “Reyno” en relación con los procesos revolucionarios e independentistas vividos en Francia y en los Estados Unidos, respectivamente.

En la carta del 19 de abril de 1793, por ejemplo, bajo la rei-terativa aclaración de desempeñarse como “fiel vasallo del rey que ama y respeta su sagrada soberanía; con los deberes de un patriota que se interesa por la pública felicidad, y con los sen-timientos de un cristiano que no puede mirar con indiferen-cia los divinos intereses de la religión” (en Cacua, 1985: 129), se percibe que es necesario, para Rodríguez, expresar y reiterar el marco desde el cual emite sus opiniones, pues

Más de ocho veces he tomado la pluma y otras tantas la he dejado lleno de recelo; hasta que convencido por la voz inte-rior de mi conciencia no he podido menos de animarme a pro-ducir los sentimientos de mi corazón y las observaciones de mi

17 Para una ampliación sobre este particular, remito al artículo del profesor Iván Vicente Padilla Chasing.

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experiencia relativas al bien de la religión y del estado, aunque supiese que por esto me había de sobrevenir la pérdida de la vida. (En Cacua, 1985: 128)

La tensión vivida por el hombre de letras no deja dudas. De un lado, Rodríguez debe ser coherente con su carácter de súbdito del rey, pero, de otro, su acervo intelectual y su postura crítica, aunque reformista, permiten que elabore una opinión acerca de, por ejemplo, la amenaza que significan ciertos pro-cesos políticos en Norteamérica para los dominios de España en América. Expresar su punto de vista acerca de esta situa-ción es el tema principal de la carta. A Rodríguez le inquietaba el estado mental producido por la independencia de los Esta-dos Unidos en la conciencia de élite criolla, puesto que promo-vía en el resto de América cierto “espíritu de la infelicidad” o “de seducción e independencia” (en Cacua: 1985, 129), peligroso para el mantenimiento del statu quo y la moral cristiana. Acer-ca de los ilustrados, manifiesta que

Son unos panegiristas entusiastas del modo de pensar de aquellos [los que promovieron la Independencia de las provin-cias angloamericanas] hombres; la materia común de las tertulias eruditas es discurrir y aún formar proyectos acerca de la facilidad que hay de gozar de la misma independencia que aquellos gozan. (En Cacua, 1985: 130)

Según Rodríguez,Los actuales sucesos de la Francia [habían] dado un nue-

vo vigor a estos perniciosos raciocinios, y aunque para los que no han estudiado bien la filosofía del corazón humano ni el carácter genial de estas gentes, parecerán todas estas cosas nada más que sencillas expresiones sin intención alguna de realizar proyectos sediciosos, a mí me parece que veo el espíritu de la infelicidad por todas partes. (En Cacua, 1985: 130)

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La preocupación de Rodríguez resulta evidente. La car-ta adquiere, en ese sentido, un tono de advertencia. Sin em-bargo, el lugar de expresión de estas opiniones no es el espacio público del Papel Periódico, pues el editor reserva un espacio privado para dar vía libre a esta opinión. Es más, este espacio que se ha denominado como privado, también resulta proble-mático, porque el tono de la carta no es confesional. Rodríguez no se dirige a un amigo o familiar, se dirige a un funcionario de la Corona, ya que el objetivo de la misiva es comunicar la situación, justamente para recomendar que se preste una ma-yor atención al asunto. En este punto, la cuestión sobre la po-sibilidad de establecer un diálogo entre la correspondencia y el semanario resulta ineludible. En la carta dirigida al Duque de Alcudia, Rodríguez manifiesta que ante esta situación él ha hecho lo propio a través del periódico,

Yo llegué a temer tanto sobre este punto, que -,

como se demuestra en el número 21 y siguientes del Papel Perió-dico de esta capital, y casi en todos los demás,

(En Cacua, 1985: 130)18

Como sabemos, el Nº 21 introduce la disertación sobre “La Libertad bien entendida”. Al inicio de esta, se lee “Que entre todos los bienes humanos” el más preciado es el de “la libertad”, y, al mismo tiempo, hace observar que en sus circuns-tancias históricas ha sido mal interpretada:

Me contentaré solamente con formar para instrucción de la Juventud

18 El énfasis es mío.

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un Discurso, cuyo asunto será: La libertad bien entendida. (Nº 21, 1 de julio de 1791)19

A partir de esta introducción, el editor manifiesta que algunos hombres han olvidado su origen (desde una perspec-tiva religiosa, Adán), debido a que confunden la libertad con el amor propio y el capricho. Esta cuestión del origen resul-ta muy importante porque, para Rodríguez, en el hecho de pensar en un origen común al margen de cualquier jerarquía, dominio y/o necesidad de obediencia, se encontraría el ger-men de la abolición de “esas sagradas personas constituidas por Dios en el Gobierno de la tierra” (Nº 21, 1 de julio de 1791): los reyes. Por lo tanto, los hombres que racionalizan de esta forma no sólo malinterpretan la libertad, sino también aten-tan contra el objetivo de la felicidad común20. “La Libertad bien entendida” consiste en el permanente reconocimiento de la autoridad divina sobre los hombres, y su soberanía repre-sentada en la tierra en la persona del rey.

Rodríguez finaliza el discurso de este número con unas imágenes catastróficas acerca de la confusión que se generaría cuando la “prudencia de la carne” toma las riendas del gobierno:

¿Veis un torbellino con la furia con que desencaxa los fuer-tes peñascos de los Cerros, trastorna la apacible vista de las Co-linas, rompe los cedros y robles de la Montaña y arrasa de una vez todas las hermosas flores de la Selva? […] y á los hombres que habitan en la Ciudad no les presenta otra cosa que la imagen negra de la muerte. Levanta los techos de sus moradas, hunde los suelos de sus dormitorios, en fin, destroza y hecha por tierra sus edificios. (Nº 21, 1 de julio de 1791)

19 El énfasis es mío.20 Recordemos que este es uno de los valores ilustrados más importantes de-

fendidos por Rodríguez y ampliamente mencionado a lo largo del Papel Periódico.

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En este punto, llama la atención la manera en que Ro-dríguez se refiere a un mismo asunto, es decir, a la creciente preocupación por las posibles consecuencias que podrían desencadenar en América los procesos políticos que se desa-rrollaron en Estados Unidos y Francia. Al respecto, la carta al Duque de Alcudia y el Papel Periódico presentan dos actitudes distintas del ilustrado, en tanto que “privada” y “pública”, pero complementarias. Aunque se supone que en ambos escritos permanece explícita o implícita la relación de dependencia con el poder colonial, en el primero se manifiesta un tono de advertencia e inquietud, mientras que, en el segundo, prima el tono moralizante. En la misiva, el editor se permite un análi-sis más amplio y profundo de la situación, pues, alejándose del discurso y la argumentación religiosa, expresa su preocupa-ción en términos políticos. Las ideas revolucionarias de estos dos eventos ponen en riesgo la permanencia de la monarquía y del modelo político colonial.

Como se mencionó al inicio de este artículo, la pregunta por la categoría con la que se podría caracterizar la labor de Ro-dríguez resulta de gran importancia para este estudio. Nom-brar, caracterizar, significa, en este caso, no sólo proponer una nueva etiqueta, sino también reconocer las particularidades y tensiones inherentes a la función social que cumple el sujeto. Restituir el lugar de Rodríguez dentro de la historia cultural o intelectual de la Nueva Granada, en términos de su aporte en lo que se podría denominar como la irrupción de unas ideas y valores modernos, resulta indispensable en cualquier estudio que se desarrolle alrededor de la cuestión del movimiento ilus-trado en la Nueva Granada y la importancia de la prensa como medio de circulación de ideas.

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Sin embargo, a pesar de su acervo intelectual y sentido crítico, Rodríguez ha sido constantemente menospreciado, y su importancia ha sido subvalorada, al parecer, entre otras razones, por su arraigado sentido de la subordinación res-pecto al poder colonial. Esto se relaciona con el hecho de que la categoría “intelectual” aparece en un momento en el cual se hace evidente la separación y oposición entre el hombre y la mujer de letras frente al poder. Según Carlos Altamira-no, en Intelectuales. Notas de Investigación, es posible ubicar este momento hacia finales del siglo XIX, a raíz del caso Dre-yfus en Francia. A partir de este suceso, se empieza a deno-minar intelectual a aquella persona que se caracteriza por asumir una función social de producción de ideas, asociada a una posición de distancia y crítica al poder. Entre los es-tudios más recientes sobre esta cuestión, en Latinoamérica se destaca la Historia de los intelectuales en Latinoamérica: en ella varios autores, a través de sus artículos, presentan una visión de la relación histórica entre la producción de ideas y el poder en Hispanoamérica y Lusoamérica. Sin embar-go, en este estudio es notoria la intención de resaltar aque-llos personajes caracterizados porque en un momento dado se distancian del poder y, con ello, adquieren el estatuto de intelectuales. En este panorama, ningún autor se refiere ex-tensamente sobre el caso de la Nueva Granada y, más especí-ficamente, sobre Rodríguez.

En El letrado patriota: los hombres de letras hispanoame-ricanos en la encrucijada del colapso del Imperio español, Jorge Meyers expresa que entre 1780 y 1820, en el marco de la deca-dencia del Imperio español, el escritor público hispanoameri-cano, hasta ese momento ligado a las instituciones oficiales, sufre una transformación hacia el letrado patriota, es decir, aquel sujeto que se expresa en torno a la situación de su res-pectiva patria y asume cierta autonomía respecto a los poderes

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públicos21. Desde esta perspectiva, el grupo de escritores ilus-trados, entre ellos Rodríguez, sufren un fuerte desplazamien-to. Por oposición, Antonio Nariño, contemporáneo del editor del Papel Periódico, resulta un personaje importante dentro de la construcción histórica de los intelectuales en Latinoamérica, pues se le considera como “precursor”. Meyers lo estudia al lado de figuras como fray Servando de Mier y Vicente Rocafuerte. Con respecto a Nariño, aunque menciona su cercanía con el Virrey Joseph de Ezpeleta y su desempeño en algunos car-gos oficiales como “funcionario ilustrado”, insiste en su papel como creador y promotor de las “tertulias ilustradas”, es de-cir, los “centros de reunión ubicados en casas particulares de miembros de la élite letrada donde se discutían la producción intelectual europea e hispanoamericana, y sobre todo aquélla vinculada con el movimiento de la Ilustración” (125).

Considerar únicamente a aquel que contribuye en la for-mación del ideario revolucionario e independentista silencia la labor de otras figuras que, como la de Manuel del Socorro Rodríguez, insertas en su momento histórico, se oponen a la idea de fomentar una revolución. Estos personajes resultan problemáticos y simplemente se obvian, porque no encajan en

21 La descripción de este proceso resulta bastante interesante, puesto que per-mite ver que “El proceso mediante el cual surgió esta nueva figura de escritor público fue sumamente complejo y atravesó al menos tres etapas: la de los primeros defensores de las cualidades positivas de los americanos frente a la crítica o el desprecio peninsular […], la de los llamados ‘precursores’, quie-nes en el contexto ambivalente y de incierto porvenir que se abrió con los comienzos de la crisis del Antiguo Régimen defendieron primero la igual-dad de los derechos de los súbditos hispanoamericanos del rey frente a los de sus súbditos peninsulares para luego convertirse en los primeros voceros de una posible renegociación del pacto de dominación colonial […], hasta desembocar finalmente en la novedosa figura de los letrados al servicio del nuevo régimen […]. El elemento común a los tres momentos de este proceso fue la constitución del escritor letrado en un ‘intelectual’ cuya tarea se definía primordialmente por su calidad de ‘vocero’ de lo que percibía como los inte-reses de su patria natal” (Meyers, 122).

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aquello que el crítico o el historiador se proponen demostrar. En este caso, la figura de Rodríguez no se acopla a un proyecto que tiene por objetivo mostrar (a lo largo de un proceso de lar-ga duración) la configuración del intelectual latinoamericano y lusoamericano. En esta perspectiva, Meyers se permite des-conocer la labor realizada por Rodríguez. Por ejemplo, al refe-rirse de manera elíptica al Papel Periódico:

otras tertulias públicas, cómo aquella denominada por los contemporáneos la “tertulia Eutropélica”, en cuyas reuniones par-ticipó el célebre botánico José Celestino Mutis, llegaron a editar periódicos: uno de los primeros periódicos neogranadinos, el Pa-pel Periódico, una publicación de difusión del pensamiento ilus-trado, pasó a ser editado por esa tertulia a partir de su número 86 (1793). (Meyers, 2008: 125)

Es evidente que se desconoce la labor intelectual de Ro-dríguez y, sobre todo, que se silencia la importancia del Papel Periódico. Aunque en el semanario Rodríguez nunca estampa su nombre, ni se presenta explícitamente como el autor del periódico22, la correspondencia permite aclarar este asunto23.Por lo tanto, un estudio más profundo y cuidadoso supera la afirmación según la cual el Papel Periódico fue producto de una tertulia, en la que el nombre a resaltar no es, precisamente, el de su creador y promotor, sino el de uno de sus participantes: José Celestino Mutis. Evidentemente, Meyers ignora que la fundación del Papel Periódico obedece a una iniciativa del es-tado, en el marco de una reforma, pero que recae en el talen-to de Rodríguez. Al igual que otros investigadores, Meyers

22 Véase, al respecto, el artículo del profesor Iván Vicente Padilla Chasing, en particular el aparte titulado “Manuel del Socorro Rodríguez: el ilustrado de la ‘coraza de caballero cristiano’”.

23 Recordemos las cartas citadas con el Duque de Alcudia, y las menciones de Rodríguez sobre sus preocupaciones y lo que hace a través del periódico.

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perpetúa la imagen de Rodríguez como un personaje secun-dario, sin incidencia en el medio neogranadino de la época; como otros, privilegia sólo a las grandes figuras: Mutis, Nari-ño, Zea y Caldas, entre otros.

Incluso, el número del semanario mencionado por Me-yers es de los pocos en los que el redactor se permite expresar algunos detalles de su función, así como resaltar que su labor es de carácter individual,

Quando la parte más sana e instruida de una Nación o de una República recibe con aplauso y estimación los escritos que se dirigen a la pública utilidad, he aquí no solamente el mayor ho-nor, sino el más dulce premio del que se puede gloriar

(Nº 86, 19 de abril de 1793)24

Rodríguez relaciona el ejercicio de su labor con una gran responsabilidad y vocación de servicio, pues no se trata de la divulgación de sucesos, sino de las ideas y valores de un plan, no para producir una revolución social, sino para reformar el antiguo modo de producción. Esta actitud revela su relación de dependencia con el poder colonial en el espacio público, a través de la responsabilidad de

interesar la atención de aquellos ilustres vivientes que com-ponen el corto pero precioso número que va por los caminos de la Sabiduría y la Prudencia,

(Nº 86, 19 de abril de 1793)25

24 El énfasis es mío.25 El énfasis es mío

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Más adelante, el “Autor del periódico de la Ciudad de San-tafé de Bogotá” insiste en que se ha ganado la estima general, no “solamente de las provincias del Reyno, sino de las Islas de Cuba y Santodomingo, Provincias de Caracas, y lo que es más, varios Sabios de merito sobresaliente de la Corte de Madrid, y otras ciudades de la Península de España”. Esto se relaciona con otro aspecto que resultó transversal en la vida de Rodríguez: la necesidad de reconocimiento de su labor con el objetivo de ob-tener apoyo económico para viajar a Madrid y hacer su carrera literaria, que consistía en escribir una larga lista de obras que ya estaban tituladas. Por ejemplo, el Museo enciclopédico o tratado general de la iconología sagrada y profana debía constar

de buenas láminas con sus descripciones histórico-críticas, y dichas láminas no solamente representarán todos los monu-mentos preciosos de la antigüedad sagrada y profana, sino las pinturas y caprichos más ingeniosos de que hasta el día se tenga noticia […]. Últimamente debe comprender dicha obra todos los ramos iconológicos y numismáticos, no solo en los relativo a los Hebreos, Griegos y Latinos, sino a las demás naciones, entrando igualmente las Américas, a fin de que le convenga propiamente el título de “Museo Enciclopédico”. (En Cacua, 1985: 117)26

La correspondencia, nuevamente, permite establecer un diálogo entre la vida privada y la función social del sujeto. Es importante mencionar que entre la redacción del número del Papel Periódico citado y la carta anterior sólo existen cuatro meses de diferencia. Esto deja observar que el editor perseguía también unos fines relacionados con sus aspiraciones indivi-duales, básicamente las literarias: es decir, por sus servicios

26 Nótese la preocupación de Rodríguez por vincular, a través de su obra, a América dentro de la tradición cultural. Como vemos, la preocupación ma-nifiesta en algunos números del Papel Periódico tiene continuidad y relación con la obra literaria que planeaba escribir.

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prestados a la Corona y difusión de las ideas reformistas, Rodríguez esperaba hacerse merecedor de otros beneficios de carácter individual, como el de obtener un puesto en la Biblio-teca Real de la Corte de España, debido a que

la Biblioteca en se que halla carece de todos aquellos libros que pudieran suministrarle las noticias que necesita, lo hace pre-sente a V.M. suplicándole rendidamente se digne concederle una plaza en su Real Biblioteca, cuya magnifica colección de obras preciosas y manuscritos le proporcionará todas las noticias nece-sarias para el complemento de las que ha emprendido en servicio de la Nación y obsequio de la Literatura […] esta es Señor, la hu-milde súplica que hace a V.M. el exponente, sin otro interés que el de emplear sus cortas luces en beneficio del Estado en la feliz época del Reinado de V.M. que hace tanto honor a la Religión y a la Filosofía. (En Cacua, 1985: 117)

En la correspondencia, y de manera simultánea a la soli-citud anterior, también se encuentran numerosas menciones a las dificultades económicas que tuvo que sortear el editor a lo largo de los casi siete años de publicación del Papel Periódi-co. Por varios años, y de manera reiterada, Rodríguez solici-tó mejoras en su salario, pues requería cubrir sus necesidades personales y enviar dinero para su familia a Cuba27. En algún

27 En una carta dirigida al Rey Carlos IV, el 19 de julio de 1792 (tres años des-pués de su llegada a Nueva Granada), manifiesta: “pero en medio de esta vida estudiosa y filantrópica a que me he sacrificado enteramente, no puedo señor, mirar con indiferencia el estado calamitoso de mi madre y herma-nas en la Isla de Cuba, cuyas miserias ocupan demasiado mi atención en este destino. Como la última Real Orden de V. M. me dio la esperanza de un sueldo suficiente, no solo para mi subsistencia de mi persona sino tam-bién de mi infeliz familia, me suaviza el dolor de haberme separado de ella, el consuelo de poder remediar sus necesidades desde aquí. Esto no puedo ejecutarlo con 396 pesos, porque aún ciñéndome a la más rigurosa econo-mía siempre saldría empeñado invirtiendo esta cantidad en las preciosas urgencias de solo mi persona […] siendo yo el más pobre de la ciudad de

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momento tuvo lugar el aumento de su salario, pero nuevamen-te resultó insuficiente, y el viaje a España sería un proyecto que nunca pudo realizar. Por lo tanto, su clara vocación de servicio se complejiza al realizar una lectura más profunda del sema-nario, la biografía y la correspondencia del cubano. En algunos momentos de esta última emergen con claridad los intereses individuales que, de alguna manera, entran en tensión con res-pecto a su función pública y su relación con el poder colonial.

Aunque la problemática central de este artículo es el estudio de las implicaciones del cruce colonial/moderno en un hom-bre de letras de finales del siglo XVIII como Rodríguez, y las tensiones, paradojas y ambivalencias que se hacen parte del ejercicio de su labor, considero que, de manera explícita o im-plícita, se ha apuntado a la cuestión sobre lo problemático que resulta la irrupción de un tipo de pensamiento moderno, en este caso el de la Ilustración, en la Nueva Granada y, de ma-nera más amplia, en Latinoamérica. Estos procesos involucran la idea de dominación y la simultaneidad de múltiples aspec-tos que pueden resultar contradictorios, como la convivencia de la razón y la subordinación a la religión; la importancia y la función de la actividad intelectual en la colonización; la subva-loración que debían enfrentar los hombres de letras respecto

Santafé dejo de vestirme con una regular decencia aún de alimentarme como requería mi escasa salud, por proveerles de instrumentos necesarios para semejantes estudios, como lo acabo de hacer y asimismo de más de 200 libros que eran indispensables y no los había en la Biblioteca, por carecer esta de un gran número de escritos elementales los más preciosos para la só-lida ” (en Cacua, 1985: 113). Hacia el final de la correspondencia (1796), la problemática continúa: “hace seis años que estoy empleado en esta real biblioteca, […] el sueldo que gozo es tan corto, que solo no da para man-tener a mis hermanas pobres que tengo en la Isla de Cuba, pero ni aún para pasarlo con alguna regular decencia en este país, donde por ser forastero ca-rezco de todo auxilio” (154).

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a sus superiores; la existencia de un acervo intelectual y una actitud crítica, que no conduce a la transformación social, sino a la defensa del statu quo a través de la aplicación de reformas.

Por lo tanto, considero que la pregunta por la irrupción de la modernidad en Nueva Granada podría desplazarse ha-cia la cuestión sobre las implicaciones y las problemáticas que se desprenden de los procesos, tanto materiales como episté-micos, que se relacionan con lo que se denomina “moderno”. ¿Qué tipo de relaciones o tensiones se pueden establecer en-tre lo moderno y lo colonial? ¿Qué aspectos de la moderni-dad irrumpieron en el territorio nacional? ¿Cómo conviven con lo colonial? Es importante reconocer, en un primer mo-mento, que los procesos en este campo, en Latinoamérica, no han sido armónicos ni de correspondencia con lo que suce-dió en Europa. Aunque la figura de Rodríguez ha sido silen-ciada y/o olvidada, considero que tanto el estudio de su obra como algunos aspectos de su biografía revela gran parte de la complejidad del momento histórico, es decir, la irrupción de una ideas modernas aplicadas en una estructura colonial a ni-vel social, político, económico y cultural. Sin embargo, cabe destacar que no sólo fueron ideas modernas, sino también prácticas y gestos, como el surgimiento de nuevas formas de circulación del saber, en este caso la prensa: la actitud crítica en la evaluación de asuntos locales; la cuestión por la impor-tancia de la producción de conocimiento propio; la configu-ración de un campo cultural a través de espacios como las tertulias; el problema de la individualidad, la autonomía y el libre-pensamiento en el desarrollo de funciones intelectua-les, públicas y políticas; la pregunta por la tradición y cultura propia, entre otros. En todos estos, la labor, la función social, la obra de Rodríguez, resulta transversal.

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De esta forma, el estudio de Manuel del Socorro Rodrí-guez y el Papel Periódico ofrece posibilidades distintas para acercarse a la cuestión de la Ilustración —y, de manera más profunda, a la modernidad— en la Nueva Granada, desde una perspectiva distinta a la relación que se busca establecer entre las ideas ilustradas y la independencia de principios del siglo XIX. Esta orientación conduce a la sobrevaloración de la labor de hombres como Antonio Nariño, entre otros, evoca-dos a lo largo de este escrito28.

Si bien la relación de Rodríguez con el poder colonial ocurre a nivel epistemológico, material, ideológico y discur-sivo, a través del periódico es posible percibir que, a su vez, establece un vínculo ambiguo con la colonialidad, y que re-sulta paradójica la inscripción del editor del Papel Periódico en los debates ideológicos propios de su momento histórico. Rodríguez se configura como un sujeto que reconoce la nece-sidad de reformar ciertas políticas y disposiciones de la admi-nistración colonial, siempre y cuando la estructura general de poder (metrópoli-colonias) no se viera comprometida. De la Corona emanaban tanto los principios políticos como los so-ciales, económicos, religiosos y epistemológicos que debían seguir las colonias en América. Asimismo, si bien es notoria la carga discursiva que manifiesta el Papel Periódico a favor del poder colonial, también es preciso resaltar que es un docu-mento que plantea muchas ambivalencias.

28 Esta perspectiva se encuentra, por ejemplo, en la obra inicial de Renán Silva Prensa y revolución a finales del siglo XVIII: contribución a un análisis de la for-mación de la ideología de Independencia nacional. La segunda, en la obra que coordinan Carlos Altamirano y Jorge Meyers, en Historia de los intelectuales en América Latina.

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La búsqueda de lo americano: matices del discurso apologético de Manuel del Socorro Rodríguez

Fabián Díaz Consuegra*1

Carrera de Estudios Literarios

Universidad Nacional de Colombia

Cualquier propósito de investigación sobre la búsqueda de lo americano**2debe enfrentarse, necesariamente, a un intrinca-do problema terminológico de incuestionable pertinencia. Es cierto que el problema de la identidad latinoamericana nos obliga a dialogar con los procesos de conquista, colonia, independencia y modernidad. En este amplio marco histórico existe un notable consenso, y, sin embargo, no existe unidad de criterio frente a la perspectiva conceptual que define el pro-blema. La extensa bibliografía al respecto habla de Indias Oc-cidentales, América Latina, Iberoamérica, Hispanoamérica,

* Correo electrónico: [email protected]** En la expresión “sobre la búsqueda”, la cursiva de la preposición “sobre” tie-

ne un significado que va más allá de su función gramatical. Intentamos, con esta indicación, llamar la atención acerca de que el enunciado “la búsqueda de lo americano” actúa como el metadiscurso sobre los problemas de la iden-tidad latinoamericana, que se han desarrollado desde principios del siglo XIX hasta nuestros días, expresados por Arturo Andrés Roig en el prólogo y la introducción de su libro Teoría y crítica del pensamiento Latinoamericano (1981). México, Fondo de Cultura Económica.

Llamamos metadiscurso a “el discurso acerca del discurso o comu-nicación acerca de la comunicación”. Al respecto, véase el título de Rebec-ca Beke. El metadiscurso interpersonal en artículos de investigación (2005), Revista Signos 38 (57), 7-18. Edición on-line; http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-09342005000100001&script=sci_arttext

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Nuestra América, americanismo, americanidad, lo ameri-cano, Sudamérica, Lusoamérica, Latinoamérica y el Cari-be, occidentalización, occidentalismo, posoccidentalismo, colonialismo, poscolonialismo, colonialidad, indigenismo, indianismo, katarismo, etc. Pues bien, a esta pléyade de defini-ciones que se relaciona con un importante número de ilustres nombres y procesos históricos, sociales, políticos y culturales, le hace falta uno que, de acuerdo a sus ideas y la época en que las expresó, quizás encarne la pre-historia del discurso sobre la identidad latinoamericana: el cubano Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819).

Del 9 de febrero de 1791 al 6 de enero de 1797 circuló, en la Nueva Granada, el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá. Desde allí, el editor bayamés manifestó sus opiniones sobre los acontecimientos históricos más importantes de su tiempo, no sólo del virreinato de la Nueva Granada y las de-más colonias españolas, sino también de los países más impor-tantes de Europa. Para tal fin, escogió como recurso retórico de expresión el discurso apologético que, si bien fue desarro-llado por largos siglos bajo la tutela de los grandes patriarcas de la Iglesia, ya mostraba, a finales del XVIII, el proceso de secularización que experimentaba la sociedad de Carlos III3.

3 El término “apología” fue usado primitivamente por los griegos, con conno-taciones legales, y referido a “la defensa que un abogado hacia de un acusado ante el tribunal jurídico, ó á la que se hacía el mismo acusado. Luego, esta de-nominación se extendió á la defensa de una idea, de una doctrina ó de un sis-tema”. (Véase en Enciclopedia Universal Ilustrada, europeo-americana, 1930, Madrid, Espasa-Calpe, p. 1036) La Apología de Sócrates, escrita por Platón, obedece a la acusación de impiedad por parte de Anito, Meleto y Licón. “Sócrates es un impío; por una curiosidad criminal quiere penetrar lo que pasa en los cielos y en la tierra, convierte en buena una mala causa, y ense-ña a los demás sus doctrinas” (p. 85, Platón, Anaconda). Para el siglo II, los santos padres de la Iglesia adoptaron el término y su aplicación, como tác-tica para convencer a los emperadores romanos del derecho que tenían los cristianos a una existencia legal dentro del Imperio romano. La patrística

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Las seis apologías publicadas en el semanario tratan de polí-tica internacional, del progreso de América, del talento lite-rario granadino, del código de Nemequene, de Cicerón, y de la legislación hispano-índica. Salvo la apología en defensa de Cicerón, las cinco restantes están sujetas por un hilo conduc-tor que atraviesa gran parte del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá: defender la legitimidad del gobierno mo-nárquico en la Nueva Granada, y desvirtuar los presupuestos de la revolución que amenazaba al Antiguo Régimen en Fran-cia. Manuel del Socorro elaboró una estructura argumentati-va, cuyas implicaciones en la construcción del discurso sobre la identidad latinoamericana son fundamentales, pues sucede que mucho de lo allí dicho, aparece desarrollado posterior-mente por una infinidad de autores.

Al respecto, es importante anotar una consideración so-bre los objetivos de este trabajo. No es nuestra intención tratar de ligar o establecer vínculos directos entre el pensamiento de Manuel del Socorro Rodríguez y el discurso que, en los siglos XIX y XX se ha elaborado sobre la búsqueda de lo americano, pues la razón por la que el cubano no aparece relacionado con esta tradición es porque sus textos no han sido interpretados en esta vía, o porque el Papel Periódico no ha sido valorado como

comprendió que, para familiarizar a las clases ilustradas del Imperio con su requerimiento, había que usar el lenguaje filosófico de la época helenís-tica-romana. La estrategia funcionó para los primeros siglos de nuestra era, pero el enemigo del dogma cristiano se amplió con el curso de la his-toria; los judíos, mahometanos y nominalistas entre los siglos V y XV, la proclamación del protestantismo y el humanismo renacentista entre los siglos XV y XVIII, los frutos del libre examen y los progresos de la investi-gación científica provenientes de Inglaterra, Francia y Alemania en la se-gunda mitad del siglo XVII, y la identificación que hizo Kant de la verdad religiosa con la moral en el siglo XVIII, requirieron del cristianismo algo más que la exitosa pericia discursiva hecha a los emperadores romanos. Los padres de la Iglesia tuvieron que adaptar y tecnificar el uso de la apo-logía de acuerdo al nivel de la crítica que el dogma cristiano recibía siglo

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una fuente primaria y sus apologías, en particular, no han sido consideradas como documentos relevantes a la hora de definir lo americano4. Una serie de variables han influido en el descuido que el pensamiento de Rodríguez ha sobrellevado por parte de la crítica literaria. Más bien, lo que pretendemos es aportar a la construcción de la genealogía sobre la construcción de la iden-tidad cultural en Latinoamérica. Los orígenes de nuestro ameri-canismo, suele asegurarse, se remontan a los primeros años del siglo XIX; se habla del uso por parte de los insurgentes mexi-canos, Hidalgo, López Rayón y Morelos, de las voces “América” y “americanos”; se produce el discurso de la “americanidad” por parte de los primeros exiliados hispanoamericanos en Filadel-fia, es decir, Teresa de Mier, Lorenzo de Vidaurre, Rocafuerte y

tras siglo. De esta forma, lo que comenzó como un discurso persuasivo de carácter ético-práctico en el siglo II, para finales del siglo XVIII se con-virtió en la defensa y justificación racional de toda la religión católica a través de una legitimación científica y eternamente válida de toda la fe. El oficialismo cristiano se apropió del término, y creó la apologética como “ciencia que se ocupa en enseñar la manera de demostrar la verdad de la religión cristiana y de defenderla contra los ataques de sus enemigos” (véase en Enciclopedia Universal Ilustrada, europeo-americana, 1930, Ma-drid, Espasa-Calpe, p. 1034) Pero paralelamente, y siguiendo la tradi-ción civil de origen griego, la apología fue encontrando recepción como defensa de ideas no-religiosas, tal es el caso de la Apología de Raimun-do Sabunde de Montaigne, en el siglo XVI, o el Compendio apologético de alabanza de la poesía de Bernardo Balbuena, a principios del XVII. Ma-nuel del Socorro, en la Nueva Granada, recibe la apología como una téc-nica discursiva, cuya naturaleza estructural implicaba, por un lado, la tecnificación en su aplicación y, por otro lado, su carga conceptual de con-tenido diverso, lo cual le permitió, en El Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, elaborar un discurso que mostró un dominio absoluto de la apologética, como en los mejores tiempos de la patrística, que contu-vo reflexiones de tipo social, político, filosófico, religioso, moral y literario.

4 Vale la pena anotar, de manera excepcional, el ensayo de Flor María Rodrí-guez-Arenas titulado “Colombia: el ensayo literario colonial y la historia de la literatura neogranadina. Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria (1792)”, en Hacia la novela la conciencia literaria en Hispanoamérica, 1792-1848, (1993, Medellín, Universidad de Antioquia, pp. 19-43).

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Varela; se suele citar la oda Alocución a la poesía de Andrés Be-llo, aparecida en Londres en 1823, como acta de nacimiento del americanismo5; se identifica el uso, por primera vez, de la ex-presión “América Latina”, con los nombres de Michel Chevalier, el chileno Francisco Bilbao y el colombiano José María Torres Caicedo. Pensamos que, antes de estas perspectivas identita-rias, existe una pre-historia en las páginas del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá6. A continuación, analizaremos cuatro de las seis apologías mencionadas anteriormente, con la intención de rescatar expresiones que ubican al pensamiento de Manuel del Socorro Rodríguez como un precedente del discur-so sobre la búsqueda de lo americano.

americanosLa primera apología del semanario santafereño aparece publi-cada el viernes 1 de julio de 1791, y va hasta el viernes 23 de sep-tiembre del mismo año, ocupando los números 21, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 32 y 33. Manuel del Socorro introduce una diser-tación titulada “La libertad bien entendida” (Nº 21, 1 de julio de 1791), en la cual plantea la forma como el hombre ha perdi-do, al igual que Adán, el paraíso obsequiado por Dios. El texto pretende legitimar el principio de gobierno monárquico, y ata-ca los postulados de la Revolución francesa: “El hombre de la ‘ilustración’ ha reemplazado la libertad que le otorga la gracia

5 Véase la introducción general del libro editado por Carlos Altamirano y Jor-ge Myers, Historia de los intelectuales en América Latina, 2008, Buenos Aires, Katz, pág. 16.

6 Incluso Lezama Lima postula los orígenes de una manifestación cultu-ral, propiamente americana, en los cinco representantes más importantes del barroco colonial: Domínguez Camargo, Sor Juana Inés de la Cruz, Si-güenza y Góngora, el indio Kondori, y el arquitecto brasilero Alejaidinho. Véase, de José Lezama Lima, El reino de la imagen (Caracas, Biblioteca Aya-cucho, 2006), el ensayo “La curiosidad barroca” (pp. 511-531).

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divina, por el libertinaje del amor excepcional propio plegado a la sabiduría arrogante que promueve la falsa ‘filosofía’ del co-nocimiento científico y la razón” (Nº 25, 29 de julio de 1791).

Rodríguez identifica a Voltaire y Rousseau con esta tra-dición, y los define como “Filósofos apologistas y defensores de la libertad”, quienes “han hecho degenerar al hombre del estado de hombre […] para establecer una esclavitud univer-sal” (Nº 26, 5 de agosto de 1791). Luego confronta a estos dos filósofos, representantes del pensamiento ilustrado, con la pu-blicación de dos documentos: la “Declaración del señor obispo de Soysóns á los Señores Administradores del Departamento de Aysne” (Nº 29, 26 de agosto de 1791), y “Un breve pontificio del papa Pio Sixto” (Nº 30, 2 de septiembre de 1791). Ambos representan la resistencia por parte de la Iglesia contra las exi-gencias de los Decretos de la Asamblea Nacional, que pugna-ba por un estado secular en Francia a finales del siglo XVIII. En la declaración del obispo de Soysóns se objetan los requeri-mientos de la Asamblea, mientras en el pontificio de Pio Sixto se invita a la comunidad a que rechace sus principios por con-siderarlos “nacidos de heregia […] por consiguiente herética en muchos de sus Decretos, y opuesta al Dogma Catolico, y en otros sacrílega, cismática, destructora de los derechos de la primacia, y de la Iglesia” (Nº 32, 16 de septiembre de 1791).

La publicación de los documentos actúa como contra-argumentación frente a los postulados filosóficos en defensa de las libertades individuales, que Rodríguez identifica con el pen-samiento de Voltaire y Rousseau. Al final de la apología, en el Nº 33, el cubano hace una reflexión general con el objetivo de legitimar filosófica, religiosa y moralmente el gobierno monár-quico en la Nueva Granada. Es evidente que, para la década del 90 del siglo XVIII, los vientos independentistas provenientes de Francia y Estados Unidos se sentían con gran fuerza en las colonias españolas de América, y, para el cubano, los esfuerzos

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de los representantes de la Corona para controlar políticamen-te los territorios de ultramar resultaban insuficientes. Ade-más de sostener la importancia de los valores religiosos en la Nueva Granada, la apología previene al público lector sobre la inestabilidad política que implicaría la aceptación de las ideas provenientes de Francia y, al mismo tiempo, resalta los benefi-cios del gobierno monárquico. A juzgar por el discurso de corte pro-hispánico, Manuel del Socorro Rodríguez pareciera des-conocer otros agentes de desestabilización política que experi-mentaban las colonias en los años previos al hecho político de 1810. Pero realmente, consciente del carácter público de sus fun-ciones como editor del Papel Periódico y la responsabilidad con su benefactor, el virrey Ezpeleta, el cubano exponía sus ideas bajo el margen de prudencia y autocensura que esto implicaba7; en su vida privada, tenía claro que el proceso independista no sólo era atizado por los vientos revolucionarios franceses.

Para profundizar en esto, debemos remitirnos a una car-ta fundamental en la comprensión de la realidad política de la Nueva Granada en la época pre-independentista: la Memoria, que el 19 de septiembre de 1796 Manuel del Socorro remite a don Manuel de Godoy Álvarez de Faria, el Príncipe de la paz8.

7 En la primera edición del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, del 9 de febrero de 1791, Manuel del Socorro publica un “Preliminar” en el que claramente da cuenta del filtro de autocensura que mediará su discurso: “A pocas reflexiones que haga el hombre sobre sí mismo […]. Y viéndose colo-cado en medio de los de su espécie, no podrá menos de, concebir á cerca de su persona una obligación muy propia de la dignidad, de su sér. La utilidad común será el primer objeto, que desde luego se pondrá ante sus ójos. Este reciproco enlace, que forma la felicidad del Universo, hará en su ànimo una sensación, que no podrá mirar con indiferencia. Y mucho más quando consi-derándose un Republicano como los otros, vé que la definición de este nombre le constituye en el honroso empeño de contribuir al bien de la causa pública”.

8 El documento completo fue publicado por Antonio Cacua Prada en Don Manuel del Socorro Rodríguez, Fundador del Periodismo Colombiano (1985, Bogotá, Universidad Central, pp. 159-181).

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El documento describe la corruptela y los valores trastocados con que los funcionarios de la Corona gobernaban el virrei-nato de la Nueva Granada. Se habla allí de impunidad, de un apostolado politizado y fraudulento, de ministros ignorantes, de gobernadores de provincia embrolladores y pícaros, de irre-gulares repartos de las rentas administradas por la diócesis, de intrigas en las comunidades religiosas, de abusos en los mo-nasterios de monjas, hospitales y conventos, entre otros aspec-tos. Es decir, no sólo “la esclavitud de la filosofía individual” cuestionaba la legitimidad de la monarquía en América, sino también “la mala interpretación de las puras intenciones del Rey por parte de sus representantes en las colonias”9. Suma-do a esto, la Memoria también da cuenta de la exclusión en los asuntos del estado que los españoles aplicaban a los nacidos en América; desde el punto de vista de Rodríguez, los criollos eran aptos para ocupar altos cargos en el gobierno: “conozco con la sinceridad que debo que aquí10 hay algunos sujetos de instrucción y mérito sobresaliente, capaces de desempeñar los empleos y las comisiones más considerables, con utilidad del público y honor de la legislación nacional” (en Cacua Prada, 1985: 163).

Recordemos que, en la época colonial, el lugar de na-cimiento de los ciudadanos determinaba su ubicación en la jerarquía social y política. América, como veremos más adelante en la apología sobre la polémica Zea-De Paw, era considerada, por algunos europeos de la colonia, como el es-pacio geográfico donde la raza humana se degradaba y, por lo tanto, quienes allí nacían adoptaban los estigmas que esto

9 Al respecto, es importante recordar que, en la primera etapa de la indepen-dencia, los criollos permanecieron fieles al rey Fernando VII. Su incon-formismo era de carácter político, e iba dirigido a los representantes de la monarquía en América. De allí la frase “Viva el Rey, abajo el mal gobierno”.

10 El énfasis es mío. Así ocurrirá en las demás citas de este ensayo.

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implicaba. Los nacidos en Europa, aun cuando estuvieran en América, nunca pensaron desprenderse de su identidad como individuos, de los valores culturales heredados por una férrea convicción que pretendía explicar cualquier manifestación de civilización humana, desde una perspectiva eurocéntrica. Permanecer aquí implicaba, para ellos, una existencia comple-ja, porque sus intereses en América eran principalmente fi-nancieros, y no estaban interesados en la construcción de una nueva civilización a la cual pretendieran integrarse, o, en su defecto, incorporar a sus sociedades. De acuerdo con Freyre, “en ninguno de los casos se había tenido el prolongamiento de la vida europea o la adaptación de sus valores materiales y morales a medios y climas tan dispares, tan mórbidos y tan disolventes” (Freyre, 1985: 44). Sus creencias y toda su estruc-tura de pensamiento —a pesar del contacto con América, los americanos, y las culturas prehispánicas— tendrían que permanecer inalterables con Europa, su allá. Las colonias no hacían parte de lo que ellos consideraban la gran civilización, y se consideraba que América era un estadio retrasado de la cultura europea, cuya máxima debía ser alcanzar el nivel de progreso que el viejo continente había conseguido durante largos siglos. El determinismo geográfico en la época colonial fue uno de los sustratos que articuló la visión que tenían los europeos sobre América.

Dicho esto, podemos comprender que cuando Rodrí-guez dice que “aquí hay sujetos de instrucción” no se refería a todos los individuos que habitaban la Nueva Granada, sino a quienes habían nacido aquí y que, aunque habían sido exclui-dos en la participación de los altos cargos del gobierno, tenían el legítimo derecho de reclamar la construcción de su identi-dad ligada a su lugar de nacimiento. Precisamente, la ausencia de “naturales” en los altos cargos de la administración colonial ha sido considerada por los historiadores una de las causas

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principales del hecho político de 1810. Manuel del Socorro ad-vierte esto en su Memoria:

Si estos dominios ven que la bondad del soberano se sirve premiar a los naturales que se distinguen por su virtud y mérito, entonces yo aseguro que ningún americano dejará de aspirar al mismo honor por medio de una conducta constantemente leal e irreprensible […]. (en Cacua Prada, 1985: 163)

No obstante, las prevenciones sobre las causas que per-meaban la legitimidad del gobierno monárquico en las colo- nias no sólo apuntan a la importación del pensamiento revo-lucionario francés en América, al mal gobierno de los repre-sentantes de la Corona en la Nueva Granada, y a la exclusión de los naturales en los cargos importantes del gobierno; el pe-riodista cubano dedicó también, en su Memoria, un par de pá-rrafos al crecimiento de los Estados Unidos de América y sus consecuencias para el continente:

Parece cosa de nada el establecimiento de la ciudad de Washington en la provincia de Filadelfia, y que mirándolo por todos sus aspectos no presenta motivo alguno de precaución po-lítica […] aquel emporio de los Estados Unidos de América se ha proyectado […] sobre un plan de mucho ingenio y sagacidad […] ninguno de los imperios famosos del universo tuvo unos princi-pios tan robustos y brillantes […] la artificiosa sagacidad con que se conduce aquel gobierno es tanta, que debe temerse aparezca dentro de pocos años en los mares de América una formidable armada […]. Debe temerse que allí se esté formando el pun-to de reunión en donde se han de fortificar todos los designios destructivos del buen gobierno en nuestros dominios españoles adyacentes… Son muchos los americanos que van concurriendo a establecerse en aquel país con motivo de la gran libertad que se les brinda […] si los gobernadores hispanoamericanos no procuran hacer amable al gobierno y administración que se las ha conferido

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[…] por las reflexiones que siguen […] se debe prevenir la vigi-lancia y buen celo de las audiencias y obispos de la América, de quienes pende indudablemente la seguridad de estos dominios. (en Cacua Prada, 1985: 160-161)

Evidentemente, la pléyade de infinitos términos que ha-cen parte de la búsqueda de lo americano, como decíamos en la introducción, tiene una prehistoria en Manuel del Socorro Rodríguez. Hablamos del año 1796 y ya encontramos tres di-ferentes expresiones para definir la construcción de nuestra identidad: Estados Unidos de América, América e Hispa-noamérica. América, los mares de América, aparece en el texto como un “todo”, el gran espacio geográfico que, sin embargo, se divide en dos sociedades que provienen de horizontes cultu-rales incompatibles: por un lado, los valores hispánicos repre-sentados por los virreinatos; y, por otro lado, el pragmatismo moderno de las libertades individuales representado por los Estados Unidos de América, según Rodríguez, “el lugar de concurrencia desde donde se sembrará la destrucción de los principios hispánicos” (en Cacua Prada, 1985: 160-161). Las es-tadísticas actuales dicen que el setenta y cinco por ciento de latinos que viven fuera de sus países de origen se encuentra en Estados Unidos11, y gran parte de la producción de conoci-miento sobre Latinoamérica proviene de investigadores que vi-ven allá. Es por esta razón que fenómenos como la migración y la globalización se sitúan en la primera línea de importancia de los estudios sobre la búsqueda de lo americano. Como he-mos visto, muchas de estas preocupaciones aparecen expresa-das ya en el pensamiento del periodista cubano.

11 Datos de la CEPAL, en http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/business/barometro _economico/newsid_4067000/4067725.stm

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En la apología anterior, Rodríguez previene a los lectores del Papel Periódico sobre los artificios que esconden las liberta-des promovidas por los filósofos franceses. Sin duda alguna, todos los aspectos allí considerados revelan su preocupación por la legitimidad y permanencia del gobierno monárquico en el virreinato de la Nueva Granada. De allí se desprenden dos problemáticas sensibles en la construcción de nuestra identi-dad: el legítimo reclamo de los americanos por gobernarse a sí mismos, y la separación de América en dos tipos de sociedades con perspectivas ideológicas, en principio antagónicas —la que preserva los valores hispánicos, es decir, Hispanoamérica; y la nación del creciente progreso del pragmatismo moder-no, es decir, los Estados Unidos de América—. Sin embargo, el origen que define estas dos colonizaciones, es decir, la cultura sajona y la latina12, comparte muchos de los fundamentos que, desde la Antigüedad, la cultura occidental ha usado para obje-tivar el mundo: lo civilizado opuesto a lo bárbaro.

En Latinoamérica, esta dualidad tuvo una interpre-tación durante la colonia, y otra en la república. Antes de la independencia, los nacidos en Europa eran los herederos di-rectos de lo civilizado, mientras que los hijos de los europeos, que por haber nacido en América eran juzgados de acuerdo a los principios del determinismo geográfico, representaban la barbarie. Después de la independencia, los políticos de la re-gión que habían sido discriminados social y políticamente por los europeos durante la colonia, asumieron la función de civilizadores de América, y tendieron a identificar a las cultu-ras prehispánicas y algunos aspectos de la legislación colonial —impedimentos para el proyecto liberal— con lo bárbaro.

12 Al respecto, véase el libro de Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX (1964, Bogotá, Temis).

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La segunda apología del Papel Periódico de la Ciudad de Santa-fé de Bogotá está relacionada con la primera interpretación de esta dualidad, es decir, con la de bárbaros americanos y civili-zados europeos. Bien avanzado el siglo XIX, los nuevos para-digmas invierten esta dualidad; textos como Facundo (1845), de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), y Ariel (1900), de José Enrique Rodó (1871-1917), entre otros, presentan a los criollos como civilizados, y como bárbaros a ciertos valo-res hispánicos. Dicho con excesiva síntesis, en tiempos de Ro-dríguez los criollos eran bárbaros, mientras que en la época de Sarmiento y Rodó pasaron a ser civilizados.

El 13 de enero de 1792, en el Nº 48 del semanario, Ro-dríguez publicó, como suplemento que “servirá de prueba à quanto hemos expuesto en nuestra Apología”13, la introduc-ción de un libro que Francisco Antonio Zea se encontraba escribiendo en ese momento, titulado Memorias para servir á la Historia del Nuevo Reyno de Granada. En la elaboración de esta apología, por afinidad ideológica, Rodríguez se apo-ya y reproduce gran parte del texto de Zea14. Es así como el

13 La expresión “nuestra apología” no se refiere a una apología en particular, sino al grupo de las seis que hemos encontrado, las cuales hacen parte de una estructura argumentativa general. Es decir, el cubano no concibe las apo-logías de forma independiente, sino como parte de un gran discurso. Esto prueba la metodología de nuestra investigación: relacionar lo particular des-de lo general, es decir, estudiar las apologías sujetas al debate de la legitimi-dad del gobierno monárquico en la Nueva Granada. Es evidente que para Manuel del Socorro es de gran importancia tanto la forma como el conteni-do de su discurso.

14 Es importante anotar la siguiente prevención al lector contemporáneo, tan-to de las apologías como de este ensayo de investigación. Uno de los proble-mas de la lectura del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá es la relación entre lo público y lo privado en la vida colonial. Manuel del Socorro, en su oficio como redactor del semanario, emitía un discurso de carácter público, y los problemas que esto implicaba eran sumamente importantes; uno de estos era la dificultad de expresarse libremente sobre asuntos sen-sibles para el gobierno monárquico, en momentos de inestabilidad política.

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científico antioqueño refuta a Cornelius de Paw, quien “quie-re que la especie humana haya degenerado en la América y no quiere encontrar entre nosotros quien pueda componer un libro” (Nº 48, 13 de enero de 1792), y hace una relación histó-rica de los primeros pasos que han experimentado las grandes civilizaciones:

Las Naciones mas cultas han tenido sus días de barbarie. Ninguna se puede lisongear de no haber pagado tributo á la preocupación, y al error. Yo abro la Historia y las veo ir saliendo de una profunda noche, pasar por entre sombras cada dia menos densas, y acercarse por grados insensibles á una perfecta ilustra-ción […]. Una agricultura grosera, un comercio paralitico, las Ar-tes todavía torpes, una sombra de industria, aquello preciso para aliviar las primeras necesidades del hombre en Sociedad: he aquí el primer estado de todas las Naciones. (Nº 48, 13 de enero de 1792)

Para Zea, el problema de América no es de “degrada-ción”, sino de “evolución”, y considera que las apreciaciones de Cornelius de Paw, en su libro Investigaciones filosóficas sobre los americanos, obedecen a un descuido en la observación de los procesos históricos. Pero en ningún momento recha-za la identificación de América con lo bárbaro. A pesar de que el discurso no hace referencia textual a la Nueva Grana-da, la descripción que hace Zea de las naciones en sus “días de barbarie” (agricultura grosera, comercio paralítico, artes torpes, sombra de industria) refleja exactamente los proble-mas que preocupaban a la administración colonial15. En una

Por esto, en algunas apologías el cubano no asume la autoría de lo publicado. Tal es el ejemplo que analizamos en este capítulo, en el cual el lector debe comprender que gran parte de la apología se remite a un texto de Francisco Antonio de Zea.

15 Desde el Nº 13 (6 de mayo de 1791), y a lo largo de todo el semanario, Manuel del Socorro Rodríguez expone los problemas que el gobierno busca refor-mar. Estos son entendidos, de manera global por Zea, como parte del atraso

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perspectiva progresista, propia del pensamiento ilustrado, y muestra del americanismo naciente, el científico antioqueño considera que la sociedad granadina se encuentra en un primer estado de su evolución y, en sentido opuesto a lo que piensa De Paw, afirma que “No, no ha degenerado en este suelo la especie humana; antes ha producido individuos que la honran” (Nº 48, 13 de enero de 1792).

Esta apología hace evidente que, cuando Francisco An-tonio Zea refuta los postulados de De Paw y considera las de-ficiencias de América y sus naturales, la fase inicial y bárbara de un proceso evolutivo cuya cúspide es la civilización europea y no la degradación de la raza humana, su reflexión se inspi-ra en la idea de la perfectibilidad humana expuesta por Des-cartes y ampliamente difundida por los ilustrados franceses. Desde el interior del pensamiento ilustrado, con presupuestos europeos, Zea cuestiona la actitud racista de los europeos: sin duda alguna, el colonialismo europeo no pensó en la igualdad para sus colonias, y sostuvo la idea de una América domina-da por una raza blanca y superior durante muchos años. Este pensamiento tuvo gran acogida entre los líderes criollos que hicieron la independencia, quienes una vez comprendieron que sus proyectos de nación hacían parte del proceso evolutivo del gran patrón global de poder mundial (Quijano, 2000: 125), se enfrentaron a una pregunta que encerraba el sentido mismo

y de la barbarie de los pueblos americanos, pero de manera más pragmática, Rodríguez los ubica en la Nueva Granada. Esto hace que el redactor, obede-ciendo a los intereses del estado, convoque a un concurso en los siguientes términos: “cualquier sugeto natural y vecino de esta Capital conociendo que jamás podrá conseguirse la verdadera felicidad del Reyno mientras no se lo-gre el aumento de su población… al que produxere un Discurso haciendo ver con sólidas y bien fundadas razones el modo de aumentarse la población, en términos, que de aquí á quarenta ó cinquenta años pueda probablemente esperarse una considerable mutación en orden de á las artes, industria, y de-más objetos que forman el buen estado de la una República”. Esta discusión se prolonga hasta los números 68, 75, 76, 77, 78, 84, 85, 85b y 86.

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de la revolución: ¿de dónde venimos y hacia dónde vamos? Si como pensaba Zea, los americanos estaban en condiciones de crear una civilización, el desafío que asumieron los políti-cos de la república los obligaba a decidir sobre la identidad que mejor interpretaría sus expresiones culturales, sobre qué pers-pectivas ideológicas construirían sus sociedades y sobre qué tipo de valores debían educar a sus ciudadanos.

Las opciones eran, para esa época, girar hacia el pragma-tismo moderno de Inglaterra o Estados Unidos, atenerse al ideario de la Revolución francesa y al modelo político que de-riva de ella, o conservar la institucionalidad y la evolución de la monarquía española (Guerra, 1993: 33). La apología plantea “el gran problema” de la independencia: definir los cimientos es-pirituales y materiales, teóricos y prácticos, en la construcción de una Nación.

El documento de Zea postula la futura aparición de una gran nación, América, que “llegará a la perfección”, y a unos ciu-dadanos, los americanos, cuyas “necesidades que nos rodean nos hàn de hacer industriosos y después Sabios” (Nº 48, 13 de enero de 1792). El científico antioqueño expresó su incon-formidad por la situación política del virreinato a través de un pensamiento “americanista” y, en ciertos aspectos, antihispá-nico, como era usual entre algunos criollos a finales del siglo XVIII. Sin embargo, lo que resulta problemático es que se di-vulgue esta tendencia crítica sobre la colonización precisamen-te en el periódico de “la institución”, portavoz del oficialismo, y medio de expresión encargado de legitimar al gobierno monár-quico en la Nueva Granada. Desde luego, el científico antio-queño no tuvo la misma responsabilidad que el editor del Papel Periódico sobre lo que se allí se decía. Por esto, es importante observar el comentario que Rodríguez hace al final del texto:

En fin, Señor Expectador, concluyamos de una vez nuestra Apología. A mi me parece sobra con lo referido para convencer

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á Vd, y que de hoy en adelante se forme una idea mas digna y decorosa de los naturales de este fecundísimo País; a quien po-díamos aplicar sin violencia aquella expresión de Latino Pacáto, quando en el Panegírico de Theodosio el Grande aseguraba (con-tra de lo que en nuestros días hán publicado los Franceses) que la hermosa España produce facundisimos Oradores y claros Poëtas. (Nº 48, 13 de enero 13 1792)

La intención del cubano en esta reflexión es doble. Por un lado, recuerda a los lectores granadinos que desde Francia provienen las ideas perturbadoras del gobierno monárquico, y que es allí donde se producen los discursos que desconocen las virtudes de “los naturales de este fecundísimo País”. Por otro lado, evitando que el discurso de Zea origine una interpreta-ción americanista y separatista con respecto a la monarquía, enfatiza que tanto la dignidad como el decoro de los granadi-nos se debe a que “la hermosa España produce facundisimos Oradores y claros Poëtas”. Es decir, independientemente de los resultados para América de la dualidad barbarie/civilización, la identidad de sus naturales está ligada a los valores hispánicos, porque es en España donde se gesta la sabiduría que Zea atri-buye a los americanos. Este último aspecto abre el debate sobre los posibles vínculos del cubano con el movimiento indepen-dentista, o de la posible influencia de su pensamiento sobre América —expresado en el debate Zea-De Paw— en algunos líderes revolucionarios. Hasta el día de hoy, no existen fuentes que testifiquen manifestaciones explícitas de apoyo por parte de Rodríguez con la independencia, aun cuando en 1816 Pablo Morillo lo acusó de insurgente y estuvo preso dos días16.

Lo que sí es evidente, tanto en esta apología como en la anterior, es una actitud revisionista de las relaciones de los

16 Véase en Cacua Prada, ob. cit. pp. 232-234.

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representantes de la Corona española en la Nueva Granada frente a los americanos, y de estos con el destino de América. Rodríguez es el paradigma de sus preocupaciones, puesto que padeció los problemas de identidad del sujeto colonizado que asiste a la frustración de no poder influir en las decisiones de su propio destino. Sin embargo, su posición frente a la colonia nunca fue de radical separación, como más adelante sucederá con Alberdi, sino como pensó Miguel Antonio Caro, es decir, la búsqueda de una identidad americana ligada a los valores hispánicos ( Jaramillo Uribe, 1994).

La discusión sobre el destino político, cultural y religioso en las colonias españolas en los últimos años del siglo XVIII, a juzgar por el interés que Rodríguez dedica al respecto en su Papel Periódico, ocupó el centro de los debates de las élites, tan-to criollas como españolas. La polémica Zea-De Paw no aca-ba en esta apología. En el Nº 71 se publica una Real Cédula que el Marqués de Bajamar le dirige al virrey Ezpeleta, en la cual le comunica que “se ha dignado el Rey fundar un Colegio de Nobles Americanos en la Ciudad de Granada para que la juventud distinguida de esos dominios pueda instruirse fun-damentalmente baxo la inmediata inspección de S. M. en las quatro carreras Eclesiastica, Togada, Militar, y Politica” (Nº 71, 22 de junio de 1792). La divulgación de los 47 artícu-los va acompañada de una carta firmada por un suscriptor del periódico, identificado con las siglas A.P.L.17, quien expresa su gratitud al Rey Carlos IV por la fundación de dicho Colegio, y resalta el hecho de que

17 Es importante recordar lo expresado en la cita n.º 12, acerca del problema de lo público y lo privado en la vida colonial. Es posible que el lector identificado como A.P.L. sea ficticio, y que esta recurrente ambigüedad en la autoría de lo publicado en el Papel Periódico haya sido uno de los artificios que usó Ma-nuel del Socorro para intervenir en el debate político de la Nueva Granada, en los años previos al hecho político de 1810.

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Todos los Pueblos de América formaran una voz que reso-nará por las Plazas y los Templos en digno aplauso del Rey mas amante de los Americanos. Y entre tanto los Manes de Paw, de Raynal, y de Robertson, huirán avergonzados por las sombrías márgenes del Leteo, viendo los grandes progresos que hacen en la carrera científica unos hombres á quienes se les concedia tan escasamente el sér de racionales. (Nº 73, 6 de julio de 1792)

La carta de este lector anónimo comparte los mismos presupuestos del discurso de Zea: la dualidad civilización/barbarie, en este caso lo racional e irracional; la concepción de América como una fase inicial del proceso evolutivo contrario a la concepción de De Paw, Raynal y Robertson; y la idea de los americanos como individuos capaces de forjar una civiliza-ción, pero vinculados cultural y religiosamente a los valores hispánicos.

En Hispanoamérica, el desarrollo histórico de los poetas y no-velistas ha tenido marcadas diferencias con el de los críticos e historiadores de la literatura. Mientras que, por un lado, la prehistoria de la narrativa en lengua española se remonta a los cronistas de la Conquista18, por otro lado, las condiciones para

18 Recordemos la primera parte del Discurso de aceptación del Premio Nobel de García Márquez, en La soledad de América Latina: “Antonio Pigafetta, un na-vegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación […]. Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nues-tra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables”. Véase también el ensayo de Germán Arciniegas, en el Manual de literatura colombiana (1998, Bogotá, Procultura: Planeta); el ensayo de Ma-ría Teresa Cristina, titulado “La literatura en la conquista y la colonia”, en el

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el nacimiento de la crítica literaria “comienzan apenas a desa-rrollarse en la segunda mitad del siglo XIX” ( Jiménez, 1992: 10). No obstante, para esa época, quienes se suponían críticos de la literatura, ejercieron su profesión bajo el adoctrinamiento de un criterio político bastante marcado, pues “la autoridad de las letras derivaba de la misma fuente que el poder políti-co” ( Jiménez, 1996: 37). Será preciso que aparezca Baldome-ro Sanín Cano para que en Colombia se plantee la discusión acerca de la autonomía del arte y, desde luego, la “profesiona-lización” del crítico literario. De acuerdo a esta perspectiva, la apología que analizamos a continuación —texto fundacional para la literatura hispanoamericana—, plantea un complejo problema historiográfico. Si es verdad que la labor del crítico en Colombia llega a tener algún sentido aproximadamente ha-cia 1850, ¿en qué momento de la historia de la crítica literaria colombiana podemos ubicar la apología sobre la literatura neo-granadina que Rodríguez publica más de medio siglo antes?

El viernes 30 de mayo de 1792, en el Nº 59, se publica en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá la apolo-gía titulada “Satisfacción á un juicio poco exácto sobre la li-teratura y buen gusto, antiguo actual, de los naturales de la Ciudad de Santafé de Bogotá”. Los términos y el código se-mántico de este número plantean los mismos problemas que se desprenden de las apologías hasta aquí analizadas. Rodríguez publica una carta de un supuesto lector, identifica-do como el Espectador Ingenuo, quien sostiene que

La verdadera poesía, sabe Vd que á exfuerzos de la Real Academia Española, y generosa proteccion de nuestros augustos

tomo I del Manual de Historia de Colombia (1984, Bogotá, Procultura: Insti-tuto Colombiano de Cultura); el ensayo de Diógenes Fajardo, titulado “Ano-taciones sobre literatura colonial y su historia”, en Leer la historia: caminos a la historia de la literatura colombiana (2007, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Literatura).

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Soberanos empieza á resucitar ahora. ¿Y en donde? En la misma Corte de Madrid […]. Y aun allí ¡sabe Dios quan pocos son los que la conocen en todo su merito! Pues ¿qué quiere Vd. Que su-ceda en America, donde por desgracia no ha llegado todavía? O si hemos de hablar con alguna equidad, donde á excepción de los dos poëmas Lima fundada, y la Hernandia; no se han visto otros frutos considerables. (Nº 59, 30 de marzo de 1792)

La referencia a “la verdadera poesía” de la Corte de Ma-drid postula a la poesía de España como la máxima expresión de la literatura en los dos continentes19. Asimismo, la men-ción a los poemas Lima fundada y La Hernandia sugiere que, si se puede adjudicar algún tipo de valor literario a las obras producidas en América, esto sólo era posible en los virreina-tos de Perú y México, y no en la Nueva Granada. La respuesta de Manuel del Socorro rechaza el contenido de la carta, que subestima el talento granadino y desacredita a su autor. A juz-gar por la extensa disertación que prosigue a esta respuesta, pareciera que el cubano encuentra el pretexto propicio para publicar aquello que puede ser considerado como “un texto fundacional para la literatura hispanoamericana tanto por la riqueza de interpretaciones como por la heterogeneidad que lo caracteriza” (Rodríguez-Arenas, 1993: 24). La apología en favor de los talentos granadinos enfatiza el desconocimiento por parte del Espectador Ingenuo, de las diferencias culturales entre los virreinatos de México y Perú, en la época de D. Pedro Peralta y Francisco Ruíz de León —autores de Lima Fundada y La Hernandia, respectivamente— ,y la Nueva Granada en tiempos de Domínguez Camargo. Rodríguez hace una valora-ción crítica del Poema heroico a San Ignacio de Loyola, e insiste

19 Esta perspectiva eurocentrista plantea, en el plano literario, los presupues-tos de la polémica Zea-De Paw.

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en su vínculo literario con el gongorismo y con poetas espa-ñoles como Hernando de Herrera y Hernando de Acuña. El desconocimiento de la obra del poeta tunjano por parte del Espectador Ingenuo, y también por parte del público santafe-reño, obedece, según el cubano, al poco comercio de libros y la carencia de estudios de las “Bellas letras” en la Nueva Grana-da. En la medida en que el comentario no se limita al proble-ma local, éste le permite al redactor plantear el problema de la relación entre sociedad y literatura en el ámbito continen-tal: “He aquí: la desgracia de la literatura de América. Falta de imprentas: dificultad de establecerlas con la formalidad que corresponde: riesgos en la remesa de manuscritos á Eu-ropa: excesivos costos en la impresión, y traída de exemplares” (Nº 60, 6 de abril de 1792).

Para valorar el talento de Domínguez Camargo, Rodrí-guez lo compara con Sor Juana Inés de la Cruz, y anota las diferencias que las circunstancias socio-históricas de los vi-rreinatos de Nueva España y Nueva Granada ejercen sobre el poeta granadino y la poetisa mexicana. En el Nº 61, informa al Espectador Ingenuo de que el talento literario granadino no se reduce al “Poema heroico”, y reseña algunos versos de las Elegías de Juan de Castellanos, de quien —dice— aparecen algunos versos en la Genealogía del Nuevo Reino de Granada, de Juan Flórez de Ocaríz, y en la Historia General de las Con-quistas del Nuevo Reino de Granada, de Lucas Fernández de Piedrahita. En el Nº 62, Rodríguez establece las diferencias entre un poema histórico y uno heroico, y luego relaciona una variedad de teólogos, historiadores, escritores satíricos y pre-dicadores de origen santafereño. Este listado se complementa con importantes escritores de ciudades como Popayán y Car-tagena, pues en todo el virreinato, a pesar de “las escasísimas proporciones que hay para entablar unos estudios ventajosos; vemos florecer la Sabiduría, sino en un estado magnifico y

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sobresaliente, al menos de un modo muy digno de elogiarse” (Nº 62, 20 de abril de 1792). Una vez expuestas las virtudes li-terarias santafereñas en el género poético, Rodríguez dedica los últimos números de la apología, 63 a 65, a exponer el ta-lento granadino en el género de la elocuencia. Allí nombra y analiza la obra de Fernández de Piedrahita y su texto sobre la historia de Nemequene, reseña textos de Alonso de Zamora, Diego de Padilla, Felipe de Vergara, entre otros, y, finalmen-te, cierra su discurso apologético con las cartas y poemas que Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla le dedicó a la poetisa Sor Juana Inés de la Cruz.

La importancia de este texto para la literatura hispa-noamericana en general, y colombiana en particular, resulta fundamental no sólo por lo que se dice, sino por el hecho de que se publica aproximadamente sesenta años antes de que en Colombia se establezcan los presupuestos metodológicos en la profesionalización de la crítica e historia literaria. Flor María Rodríguez-Arenas, en su texto Hacia la novela: la con-ciencia literaria en Hispanoamérica, 1792-1848, realiza un pro-fundo estudio de esta apología que, según ella, “posee ya todas las características de un moderno ensayo literario”, y analiza la estructura argumentativa que usa el cubano para expresar su discurso. En esta medida, me interesa ubicar esta apología en la discusión sobre el pensamiento de Manuel del Socorro y su relación con la búsqueda de la identidad latinoamericana, a partir de dos aspectos: la descripción de lo americano, y la historiografía crítico-literaria colombiana en la época colonial.

En la primera apología, citamos las Memorias al Príncipe de la paz, donde el cubano describe calamitosamente la situa-ción política de la Nueva Granada a finales del siglo XVIII. Allí se alertaba del crecimiento de los Estados Unidos de Améri-ca, y se planteaba la división de América en dos construcciones antagónicas, que configuraban lo hispánico como el elemento

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que cohesionaba culturalmente los países que no hacían parte del imperio estadounidense. De allí se colige que los virreina-tos de Nueva España, Perú y la Nueva Granada conforman una unidad cultural. Sin embargo, este gran bloque ideológico es considerado ahora ya no en relación con sus características de homogeneidad, sino de acuerdo a sus diferencias regiona-les. Este es el primer aspecto particular de la apología. Aquello que se estimaba como un espacio homogéneo de unidad cul-tural, llamado Hispanoamérica, sin destruirlo, es aquí conside-rado en su dimensión regional; de la exposición de Rodríguez se deduce que lo granadino, con características y problemáticas diferentes a lo peruano y mexicano, adquiere ahora su identi-dad particular, porque las circunstancias sociohistóricas y geográficas condicionan la producción literaria. Así, vemos cómo el tratamiento dado por la Corona a los virreinatos del Perú y México determina las diferencias entre autores como Sor Juana de la Inés de la Cruz, Francisco Ruiz de León y Pe-dro Peralta, frente a Domínguez Camargo y Juan de Castella-nos, en cuyo virreinato no se había desarrollado la imprenta y la promoción de las artes (Nº 59, 30 de marzo de 1792).

El segundo aspecto relevante de esta apología es el re-conocimiento, o no, de presupuestos metodológicos que nos permitan ubicar a Manuel del Socorro Rodríguez en la histo-riografía crítico-literaria colombiana. El hecho de que el cuba-no aborde problemas estéticos de la composición del “Poema heroico a San Ignacio de Loyola”, y analice algunas estrofas de las Elegías de Varones Ilustres; de que se muestre preocupado por evaluar problemas de índole sociológica —como las di-ferencias existentes entre los virreinatos—; de que se hagan ejercicios de literatura comparada entre la obra de Domínguez Camargo y el Conde de Villamediana, entre otros; de que se establezcan vínculos de los autores locales con fenómenos li-terarios de la tradición castellana, como el gongorismo; de

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que exista una conciencia expresa sobre las diferencias entre los géneros literarios vigentes para entonces —entre el poema histórico y el heroico, y de la prosa y la elocuencia—; de que se exprese un profundo conocimiento de la literatura regio-nal en el virreinato; de que se planteen problemas históricos e historiográficos como el de las condiciones de producción de las obras; y, finalmente, de que se reconozca la pertenencia a una escuela de pensamiento —cuando se refiere a Feijoo—, plantea problemas cuyas posibles hipótesis son una invitación al debate en torno a la definición de este documento históri-co. De acuerdo al resultado de esta investigación, considera-mos que un texto con las características analizadas representa, cuando menos, la prehistoria de un método crítico de análisis del fenómeno literario, motivo por el cual una investigación que se encargue de cotejar estos presupuestos con el discurso y la época en que se circuló el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, permitiría aclarar el lugar de esta apología en la historia de la crítica literaria colombiana y, por qué no, latinoamericana.

El 20 de diciembre de 1793 (Nº 121), Rodríguez publica una reflexión en torno al código de Nemequene, que titula “Ras-go apologético de la ilustración Bogotána aún en medio de su ceguedad Gentílica”20, cuya intención es subordinar la valora-ción de la cultura muisca a la discusión planteada en el primer capítulo, sobre la defensa del gobierno monárquico español como resistencia a los principios de la revolución francesa. En el exordio de la apología, Manuel del Socorro desacredita la perspectiva que los filósofos de la Ilustración le dan a la razón, y, en su lugar, postula “la mas pura y acendrada Filosofía de los

20 Hace una breve descripción de lo que es el código Nemequene.

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Mortales [consistente] en arreglar su conducta por aquellos principios mas sólidos de la justicia, Religión y Humanidad [cuyo] mas noble intento del estudio del hombre se dirige a tener bien gobernada la orgullosa Republica de sus pasiones a fin de que solo triunfen la Razón y la Virtud” (Nº 121, 20 de diciembre de 1793). El criterio de “razón”, referido en esta cita difiere del “arrogante y libertino individualismo”, que Rodrí-guez identifica con Voltaire y Rousseau, a quienes opone un concepto de lo racional subordinado a principios religiosos, cuya regencia le pertenece exclusivamente a las altas jerarquías que reposan sobre el “augusto Trono de los Reyes”.

Esta doble referencia, tanto a los valores religiosos como a los augustos reyes, es una clara evocación a la discusión filo-sófica que enfrentó el gobierno hispánico en sus virreinatos de ultramar, a finales del siglo XVIII. Sin embargo, y contrario a lo que ha ocurrido en números anteriores, la apología en ningún momento hará referencia explícita a la monarquía española; Manuel del Socorro elabora un arquetipo abstracto de autori-dad celestial, a quien el “Autor de la Naturaleza por quien rey-nan los Reyes” (Nº 122, 27 de diciembre de 1793) ha convocado para gobernar vastísimos reinos e innumerables subalternos, con base en un “saludable complejo de sólidos principios por medio de los quales pueda el hombre hacerse feliz, aún quan-do el funesto desorden de sus pasiones lo haya conducido al lastimoso estado de aborrecer su verdadera felicidad” (Nº 121, 20 de diciembre de 1793). Para esto, aquellos imperios elegi-dos por la divinidad han creado a través de sus “Magistrados subalternos el mayor esfuerzo del ingenio humano”: una per-fecta legislación. Tales virtudes, se afirma en la apología, son compartidas por las grandes culturas de la Antigüedad —per-sas, egipcias, griegas y romanas—, y se encuentran en el código del zipa Nemequene, quien “dio à conocer en este rasgo legisla-tivo la sublimidad de sus luces, y la aptitud de su espíritu para

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gobernar hombres, principalmente no educados en la verdade-ra Religión” (Nº 121, 20 de diciembre de 1793).

La estrategia retórica de Rodríguez está desarrollada en tres pasos: primero, se postula una ideología de carácter im-perial y religioso, una abstracción política y filosófica que ha sido llamada, por la historia celestial, a asumir el gobierno de todos los pueblos a través de determinados criterios legisla-tivos; luego, para legitimar este planteamiento, se identifican estos criterios legislativos y características imperiales y religio-sas, con las grandes culturas de la Antigüedad; finalmente, se vincula el código Nemequene a este constructo legislativo y al zipa bogotano, como miembro de esta milenaria tradición. A continuación analizaré la forma como la situación política de la monarquía española, en los años previos al hecho político de 1810, es el vínculo que explica la relación hecha por Manuel del Socorro entre el mundo antiguo y la cultura muisca.

La apología comparte la variedad de interpretaciones que, con base en las culturas prehispánicas, han buscado legi-timar posiciones políticas y proyectar perspectivas científicas, tanto en la colonia, como en la república y la modernidad21. Una de las investigaciones de finales del siglo XVIII, que acerca de “la cuestión de las culturas prehispánicas” mayor recepción ha tenido en la actualidad, es la Disertación sobre el calendario de los Muyscas, Indios naturales de este Nuevo Reino de Grana-da (1795), del padre José Domingo Duquesne (1748-1821). El sacerdote bogotano, contemporáneo de Manuel del Socorro,

21 “A los muiscas los han usado los curas para glorificar la creación de Dios; los decimonónicos, para hacer patria, para fijar la superioridad racial y el orden sumiso; los españoles, para defender su papel histórico; los conser-vadores, para perfilar su visión de la sociedad ideal; los etnohistoriadores, para importar el feudalismo; los extranjeros y extranjerizantes, para poner los hechos en orden; los marxistas, para ventilar sus diferencias ideológicas y los antropólogos, para ensayar las últimas teorías importadas desde el norte” (Lleras: 2005, 336).

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adoptó el exotismo ilustrado dieciochesco para rescatar e idea-lizar la tradición legendaria de las culturas prehispánicas:

Tengo pues el honor de servir á la historia con un nuevo descubrimiento, y de exponer el año y siglo de los Muyscas; in-terpretando los signos que lo contienen, y que hemos hallado por propia investigación. Esta interpretación está fundada en el cono-cimiento de sus costumbres, de su historia, de su idolatría y de su lengua. (Duquesne, 1972: 3)

Algo similar ocurre en la publicación que hace Rodrí-guez de “un Rasgo sobresaliente de humanidad executado por Sogamóso Sumo Sacerdote de la Nación Mozca”, quien “si hubiera nacido entre los griegos, ò los romanos, quizá hu-biera logrado el mismo honor de Demétrio Falereo, a quien se dice le erigieron sus compatriotas 360 estatuas para llenar, no solamente el numero de los días del año, sino también el gran merito de sus virtudes” (Nº 91, 24 de mayo de 1793). Sin embargo, aunque Manuel del Socorro comparte con el padre Duquesne la perspectiva ilustrada de emprender el “rescate” de las culturas prehispánicas, su aparente reivindicación, aunque podamos especular lo contrario, no hace parte del discurso pre-independentista de los criollos, por crear una historia pro-pia que pudiese contraponerse a la historia española.

La apología sobre el código de Nemequene, como ocu-rre con las tres anteriores, está motivada por la necesidad de elaborar un discurso de legitimación política del gobierno monárquico, en este caso, a través del paralelo zipa-rey: si bien es cierto que Manuel del Socorro resalta “la gran prudencia y elevado talento de Neméquene […] cuyas Leyes no tienen que envidiarle à las mejores de los Persas, Egypcios, Griegos, y Ro-manos” (Nº 121, 20 de diciembre de 1793), es evidente que su descripción se fundamenta en la proyección que hace de los “principios mas sólidos de la Justicia, Religion y Humanidad

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[…] filosofía sublime y amorosa que sentada sobre el augus-to Trono de los Reyes es toda ojos, toda orejas y toda manos para ver y oír” (Ibíd.). Es decir, Rodríguez reclama para el zipa bogotano el mismo nivel de autoridad y sabiduría de los reyes monárquicos, y vincula su código de Nemequene a la tradición legislativa del “Emperador Justiniano en Roma, Tri-megisto en Egypto, Minos en Creta, Pitágoras y Zeleuco en Grecia, Licúrgo en Esparta, y Dracón y Solón en Atenas” (Nº 123, 3 de enero de 1794). La intención de este juego de equiva-lencias es postular la preexistencia de una civilización de ori-gen americano, organizada social y políticamente alrededor de principios universales, válidos para todas las sociedades y culturas. La perspectiva histórico-comparativa tiene como ob-jetivo, frente a las ideas revolucionaras —laicas, y democráti-cas en particular—, demostrar la necesidad de mantener los principios religiosos y monárquicos, que tienen su origen en las culturas clásicas. En este sentido, el mensaje de la apolo-gía para las élites revolucionarias es demostrar que sus recla-maciones no sólo atentan contra la monarquía española, sino contra una ideología trascendente, una forma de gobernar con ciertos principios que, debido a su carácter histórico, son inhe-rentes al momento mismo en que la humanidad se pensó a sí misma como sociedad organizada.

Sin embargo, es preciso reconocer que el propósito de la apología no implica un ejercicio de conciencia histórica, que vincularía a los criollos contemporáneos con el pasado prehis-pánico; la intención política subordina el problema de la iden-tidad, y determina la reflexión político-social. Así, la afirmación de la cultura muisca, desde su vínculo con las culturas de la An-tigüedad a través del código de Nemequene, presupone la ne-gación o deslegitimación de los criollos que, adiestrados por la ideología liberal y democrática, se encargarían de propiciar el hecho político de 1810. En este sentido, la apología reivindica

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la cultura hispánica desde dos aspectos: a través de la dignifi-cación, tanto de lo religioso como lo imperial, en la milenaria tradición de los persas, egipcios, griegos y romanos, puesto que estos valores, como hemos visto en las anteriores apologías, son la esencia del principio de gobierno español en las colonias; y, por otro lado, rescatando el hecho de que, a través del “cuidado con que la Divina Providencia distingue y autoriza a aquellos hombres que ha elegido para gobernar à los demás” (Nº 123, 3 de enero de 1794), la colonización ibérica ha propiciado la cons-trucción de una cultura americana —diferente a la élite criolla revolucionaria—, cuyos gobernantes más representativos son el zipa Nemequene y el sacerdote Sogamoso. De esta forma, la situación política de la Nueva Granada, en las décadas pre-independentistas, es el vínculo que explica la relación hecha por Manuel del Socorro entre el mundo antiguo y la cultura muisca.

El discurso que, número tras número del Papel Periódi-co, Rodríguez elabora en contra de los promotores americanos de la Revolución francesa adquiere, en esta apología, un agudo sentido irónico que se hace manifiesto desde el título mismo de la publicación: “Rasgo apologético de la Ilustración Bogo-tána aún en medio de su ceguedad Gentílica”, pues encierra una deliberada crítica a la élite intelectual bogotana de finales del XVIII. La expresión “ceguedad gentílica” fue utilizada des-de tiempo atrás en la literatura religiosa colonial, para referirse al bárbaro estado de atraso espiritual en que se encontraban quienes rechazaban —o no habían sido iluminados— por la “luz celestial” del cristianismo. Es así como Jacinto de Evia, el poeta guayaquileño del siglo XVII, en su Ramillete de varias flo-res poéticas, trata a los “gentiles” o “paganos” como “Intratables fieras, que habitaban esas incultas selvas del mundo […] esas obscuras grutas de el siglo”. De igual manera Feijoo, en su Tea-tro crítico, afirma que la “Turba del Gentilismo […] le atribuía jurisdicción divina al demonio [y] quedó en muchos la persua-

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sión de que esta criatura infeliz puede hacer algunos prodigios superiores a la actividad de toda criatura”. De esta forma, la élite criolla neogranadina —suponemos que la involucrada con la revolución— es duramente despojada de su “ilustra-ción”, una vez Manuel del Socorro los considera sumidos en medio de la “ceguedad gentílica”. Ellos, dice la apología, han decidido escoger “el infando suceso que ha llenado de sangre à toda la Europa y de lágrimas al Genero-humano” (Nº 121, 20 de diciembre de 1793), seducidos por los “argumentos destruc-tivos de los vanos caprichos de esos miserables Filosofos que hacen profesión de elidir la pura voz de la verdad”22 (Nº 122, 27 de diciembre de 1793). La opinión que Rodríguez expresa sobre las élites criollas, a quienes califica de gentiles, paganos, apasionados e individualistas, contrasta notablemente con la caracterización de la pureza y sumisión a la luz celestial del cristianismo por parte del zipa Nemequene o del sacerdote Sogamoso, dignos representantes de la sociedad muisca, cu-yos valores, como hemos visto, están vinculados a la tradición de los grandes imperios de la cultura occidental.

Manuel del Socorro estructura su apología alrededor de una serie de oposiciones, como civilización-barbarie, criollo-indígena, indio-europeo, tradición-modernidad, luz celestial-ceguedad gentílica, que le permiten, por un lado, confrontar el pasado indígena con el presente de los criollos revoluciona-rios, y, por otro, encontrar un punto de equilibrio que reivindi-ca al indio sin ofender la superioridad de los blancos españoles (Lleras; 2005: 336)23. Lo interesante, en este caso, más allá de

22 Como vimos en la primera apología, los “miserables Filosofos” son Voltaire y Rousseau, a quienes Manuel del Socorro identifica con la secularización y las libertades individuales promovidas por la Revolución francesa.

23 Recordemos que esto ocurre, en la apología, sobre la búsqueda de represen-tatividad política por parte de los americanos, a propósito de la Revolución francesa, y en el debate Zea-De Paw sobre lo bárbaro y lo civilizado.

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la intención política detrás del rasgo apologético en torno al código de Nemequene, es observar la forma en que en el siglo XVIII aflora la preocupación por incorporar las culturas pre-hispánicas en el discurso sobre la búsqueda de lo americano. En este sentido, pensamos que la apología de Rodríguez se inserta, tanto histórica como ideológicamente, en uno de los problemas más importantes de la identidad latinoamerica-na24: la cuestión indígena, que va “desde las campañas de ex-tirpación de las idolatrías de los siglos XVI y XVII, la mirada nostálgica del siglo XIX, hasta la idealización de los indigenis-mos del siglo XX” (Gómez Londoño, 2005: 18).

Conviniendo en que la construcción de la identidad latinoa-mericana jamás podrá ser comprendida desde una perspecti-va homogeneizadora, estática, o esencialista, considero que el problema de la persistente e inacabada colonización del conti-nente americano ha sido abordada, desde los primeros ameri-canistas de principio del siglo XIX, hasta los estudios culturales

24 La ubicación del indígena en la cultura occidental ha sido un gran interro-gante desde el momento mismo en que comenzó el proyecto colonizador en América. Santiago Castro-Gómez considera que el primer discurso moder-no colonial tuvo lugar en el debate entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Algunos escritores y políticos latinoamericanos del siglo XIX, como Luis Vargas Tejada, Felipe Pérez, Juan León Mera o Gonçalvez Díaz, convirtieron en tema principal de algunos de sus escritores el problema del indígena en la sociedad colonial y republicana. A comienzos del siglo XX surgió el “indigenismo”, discurso que asumió, por parte de autores blancos o mestizos, por primera vez la defensa del indio, de sus derechos y de su cultu-ra; a diferencia del indigenismo el Indianismo como discurso filosófico, ideo-logía, acción organizada y proyecto histórico, es una creación de los propios pueblos indígenas; por su parte, el Katarismo, tendencia radical del indianis-mo andino, propone un rechazo en bloque de la civilización occidental. Véa-se, en Hugo Cancino, “Indianismo, Modernidad y Globalización, Sociedad y Discurso” (Revista electrónica del Departamento de Español y Estudios Inter-nacionales. Universidad de Aalborg, Dinamarca, Año 4, Nº 8, otoño 2005).

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de la actualidad, a partir de cuatro grandes temas que, aunque relacionados entre sí, pueden ser claramente discernibles: la representatividad política, tanto en el contexto local como in-ternacional; la dicotomía civilización/barbarie; la identidad cultural a través del discurso literario, en todas sus formas; y el problema de la incorporación de las culturas prehispánicas al proyecto de modernidad. El resultado de esta investigación nos muestra la forma como el pensamiento de Manuel del So-corro, expresado en las apologías del Papel Periódico de la Ciu-dad de Santafé de Bogotá, se inserta de forma decisiva en esta perspectiva histórico-crítica, llamada “la búsqueda de lo ame-ricano”. La posición de Rodríguez con respecto a la situación política de la Nueva Granada, en los años previos a la revolu-ción de 1810, fue, en su esencia, de carácter reformista: nunca cuestionó la legitimidad del gobierno monárquico, ni de los valores hispánicos para el virreinato; sin embargo, demandó por parte de la Corona española el replanteamiento de las rela-ciones de poder entre los americanos y la administración colo-nial, como medida que podría neutralizar, en los territorios de ultramar, la recepción de las ideas laicas y democráticas prove-nientes de Francia. A partir de esta posición política, Manuel del Socorro estructuró un discurso cuyo objetivo fue pensar en los diversos retos que los virreinatos debían enfrentar ante los inevitables acontecimientos que cambiarían el mundo, junto con la desarticulación de la hegemonía española en América.

Es así como, primeramente, presagió que, mientras las guerras napoleónicas planteaban un reordenamiento geopolíti-co de las potencias europeas, los Estados Unidos de América po-sicionaban su liderazgo en el nuevo orden global, y advirtió sobre las consecuencias que implicaría, para la cultura hispanoameri-cana, soslayar las pretensiones de este pragmatismo moderno en América. Segundo, postuló una perspectiva de progreso para América que, contraria al pensamiento de Cornelius de Paw,

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Raynal o Stevenson, partía del reconocimiento de los america-nos como individuos capaces de forjar y consolidar una sociedad civilizada, aunque esto implicara reconocer el estado primige-nio de barbarie en que se encontraba la Nueva Granada a finales del siglo XVIII. Tercero, varios años antes de que en Colombia se establecieran los presupuestos metodológicos en la profesio-nalización de la crítica e historia literaria, elaboró, en forma de moderno ensayo, un método crítico de análisis de los géneros vi-gentes en su época —los poemas, tanto históricos como épicos, la elocuencia, los escritos satíricos y teológicos, entre otros—. Y, finalmente, se preocupó, desde la manipulación política que incluso hoy no ha sido superada, por vincular las culturas pre-hispánicas a los procesos de reordenamiento global que experi-mentaba el mundo occidental en los años previos a las guerras de independencia. En este sentido, considero que el pensamiento de Manuel del Socorro Rodríguez debe ser revisado e integra-do al discurso sobre la búsqueda de lo americano, y el Papel Pe-riódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá debe ser valorado como fuente primaria, que nos ayude a estructurar la genealogía sobre la construcción de la identidad cultural en Latinoamérica.

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Reflexiones ilustradas en torno a la chicha: el problema del vino amarillo en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá

Robinson Francisco Alvarado Vargas*1

Carrera de Estudios Literarios

Universidad Nacional de Colombia

¿Qué sirven las alegríasDel sanguinario y doloso,

Si sus acciones inpíasSon un cáncer horrorosoQue disminuye sus días?

(Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá,

Nº 176, 23 de enero de 1795)

El proyecto reformista de la Corona española en las colonias americanas, y específicamente en la Nueva Granada, encuen-tra en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797), un medio de difundir y defender su modelo de gobierno y sus políticas sociales. Así, las pretensiones filantrópicas del semanario llevan a los lectores consejos y enseñanzas que, en principio, les permitirían vivir mejor. En nombre del rey, el fi-lantropismo de este periódico exhibe el deseo de erradicar la mendicidad, el latrocinio, la ociosidad y la embriaguez, entre otros problemas sociales.

El propósito provoca las más fuertes críticas de Ma-nuel del Socorro Rodríguez a la producción y consumo de la

* Correo electrónico: [email protected]

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chicha. Las chicherías y la chicha representaron, durante el período de la colonia, un problema de índole social y cultural, puesto que degeneraba en prostitución, alcoholismo y mendi-cidad, entre otros males. De esta forma, el consumo de la chi-cha se convertía en un obstáculo para consolidar el bienestar social que buscaba la reforma borbónica. Como sabemos, la chicha es un elemento cultural propio de los grupos prehis-pánicos pero, en la perspectiva de los colonizadores, resultaba problemática puesto que bloqueaba el uso de la razón e impe-día que los consumidores se convirtieran en verdaderos ciuda-danos y contribuyeran así al “bien común” de la sociedad. Más allá de la pérdida de la razón, estos sujetos eran poco útiles para los planes del reino, pues no producían y no participaban en la agricultura, el comercio y la industria, y, por el contrario, sí generaban problemas, como los ya mencionados.

El problema de la chicha, tal y como se presenta en el Papel Periódico, ofrece al lector de hoy una buena oportunidad para estudiar cuestiones de índole socio-cultural de finales del siglo XVIII, pues no se trata solamente de un problema de salud físi-ca y espiritual, sino también económico. En este trabajo analizo, principalmente, dos números de este semanario en los cuales el autor aborda de manera central el problema de la chicha. Ini-cialmente, me pregunto por qué se le concede tanta importancia a este tema en el periódico. Así, en este recorrido se encontrarán otros tipos de preguntas como: ¿en qué perspectiva ideológi-ca se aborda el problema de la chicha? Tras reconocer parcial-mente el escenario socio-cultural de dicha publicación, parece necesario preguntarse también: ¿qué implicaciones tiene que abordar este tema en esta publicación periódica? ¿Representa la chicha un problema social y cultural digno de ser abordado en una publicación periódica destinada a ilustrar a los ciudadanos? Se intentará dar respuesta a estos interrogantes, considerando el Papel Periódico como un texto que dialoga con su época.

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Al igual que otros temas y problemas, para abordarlo, Ma-nuel del Socorro se ubica en una perspectiva histórica que per-mite entender que esta cuestión hacía parte de la vida cotidiana de los granadinos. Así, cuando lo introduce en el Nº 176, y lo presenta como “Reflexiones sobre el origen de las enfermedades que despueblan este reyno” (23 de enero de 1795), se entiende, inicialmente, que se aborda el problema desde un punto de vista utilitarista, que parte del presupuesto ilustrado según el cual el despoblamiento de las naciones trae pobreza, e, inversamente, el poblamiento trae consigo bienestar y riqueza2. La discusión sobre los vicios y enfermedades comienza en estos términos y, al tiempo, se entrelaza con la manera como las ciudades y los rei-nos debían incorporarse a los nuevos modos de producción.

La discusión que Manuel del Socorro Rodríguez pro-mueve en contra del consumo de la chicha se orienta, basado en el discurso oficial del colonizador, principalmente en tres perspectivas: inicialmente, se concibe la chicha como una be-bida que causa desórdenes en los habitantes del reino, pues-to que va en detrimento de sus facultades físicas y destruye moralmente a los individuos. Este primer aspecto plantea el problema de higiene y de salud. En segundo lugar, la chicha, entendida como elemento cultural de los grupos indígenas aún existentes en Nueva Granada, representaba la permanen-cia de valores culturales diferentes y adversos a la Ilustración y a la cultura europeizante. La presencia de dicho elemento apa-rece como un obstáculo en el proceso de civilización y, por lo tanto, como un fuerte impedimento para implementar las re-formas. En tercer lugar, en una perspectiva económica, la chi-cha, por ser un producto artesanal no integrado al comercio

2 Esta idea, lugar común del pensamiento económico de la Ilustración, se encuentra en las teorías de los fisiócratas franceses como Quesnay, Turgot, Adam Smith, entre otros.

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oficial, no generaba rentas para el reino, debido a que su pro-ducción no se realizaba en los estancos. Estos tres aspectos justifican su introducción en el proyecto ilustrado de Rodrí-guez y, por tanto, su erradicación. De esta manera, el Papel Pe-riódico hace público un debate de vieja data.

Deliberadamente, el asunto de la chicha se inscribe en los discursos de corte ético-moral. En el primer número del Papel Periódico, Rodríguez elabora una suerte de tipología de los contenidos del semanario de acuerdo a su utilidad; las reflexiones en torno a la chicha se colocan, según la tipología elaborada por el autor, en el plano de “la moralidad que in-fluye acerca de la regularidad de nuestras costumbres” (Nº 1, 9 de febrero de 1791). La manera como Manuel del Socorro articula su discurso revela no sólo cierto desprecio por este elemento de la cultura amerindia, sino también un punto de vista etnocéntrico que lo condena. En el Nº 176, la reflexión se divide en cuatro partes o momentos, que corresponden a los pasos del ensayo o disertación de corte científico y hacen que el problema adquiera toda las características de un problema social, de salubridad, étnico y moral. Progresivamente, en un primer momento, aparece la presentación del problema. Bajo la rúbrica “PREVENCION”, Rodríguez reitera la intención filantrópica de la publicación y, en tono moralizante, plantea, sin hablar aún de la chicha, los principios ilustrados que guían al conocimiento de la “Naturaleza”, para oponerlos al mal o en-fermedad objeto del comentario. La introducción termina con una serie de preguntas y exclamaciones que interpelan con ca-rácter moralizante al lector, y, finalmente, anuncia que de tales reflexiones se desprenderá un juicio: “¿Qué juicio formaremos de este abandóno lastimoso?” (Nº 176, 23 de enero de 1795).

La reflexión se introduce desde una perspectiva cristiana, pero no menos científica, que atribuye el Don de la Razón y el dominio del ser humano sobre otros seres: en la medida en que

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el ser humano, a diferencia de los animales, no posee instinto que le permita distinguir lo “saludable” de lo “nocivo”, así debe desarrollar su razón, para dominar a las bestias y “dominarse en este mundo según las sagradas leyes de la razón”, en vez de “hacerse voluntariamente más ignorante que los brutos” (Nº 176, 23 de enero de 1795). Con este comentario, Rodríguez en-fatiza en ciertas actitudes de los primeros pobladores america-nos y su descendencia; según él, los pobladores originales del territorio de la Nueva Granada no entran en esta categoría de raciocinio, ya que su elección ha sido la de utilizar sus capaci-dades en detrimento de sí mismos. El editor anuncia el proble-ma al tiempo que presenta una piedra angular del humanismo ilustrado, que desvaloriza las costumbres de los naturales de América porque utilizaban su ingenio y energía en actividades nocivas y poco productivas: por tal razón, insiste en la necesi-dad y obligación que tiene el hombre de instruirse, conocer su entorno y explotarlo en beneficio propio y de la sociedad:

Quando yo veo, que de cuantos animales pueblan el Uni-verso, ninguno deja de conocer todas aquellas cosas que le son saludables o nocivas, y que habiendo sido el hombre construido en tan alta superioridad en medio de esos Entes, solo él carece na-turalmente de estas nociones preciosas; entonces percibo todo el lleno de su obligacion a cerca del estudio continuo de las Ciencias. Entonces es cuando conozco la necesidad que tiene de cultivar las ilustres facultádes con que ennobleció su Espiritu el Divino Ar-tifice que lo distinguió entre los demás Seres que lo rodéan: y en-tonces, últimamente, me acábo de desengañar que este gran libro de la Naturaleza se ha hecho para que estudiandolo con reflexion saque de el todas las utilidades que contiene, pues verdaderamen-te son destinados a su beneficio. (Nº 176, 23 de enero de 1795)

En un segundo momento, para introducir el problema de salubridad que representa la chicha, Rodríguez advierte

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que se trata de algo tan grave que “se llenarán de pavor hasta las mismas fieras al ver tantos millares de suicidas en medio de un pueblo racional”. Ante los ojos de Manuel del Socorro, los consumidores de chicha son unos “suicidas” que abando-nan su condición de seres racionales y de ciudadanos de una “República Christiana” (Nº 176, 23 de enero de 1795). El con-sumo de la chicha es, en concreto para Rodríguez, algo que co-loca a los hombres en un punto inferior a los animales. Para corroborar esta idea, en medio de su exposición, el autor de-dica un extenso pie de página en el cual expone los estudios de algunos “Sabios Naturalistas” (Galeno, Hipócrates, Plinio, etc.), que demuestran que los animales cuidan de sí mismos evitando las cosas que les hacen daño. Tras hablar de anima-les como el buey, el hipopótamo, algunas aves, etc., el autor del Papel Periódico termina el pie de página exaltando, como nota crítica, el contraste que el comportamiento humano provoca: “Pero muy al contrario lo hace el hombre: el se enferma, el se quita la vida con sus viciosos apetitos sin avergonzarse de pa-recer mucho mas idiota que las bestias” (N° 176, 23 de enero de 1795). Desde esta observación de índole antropológica se orienta el problema de embriaguez de los neogranadinos.

En este orden de ideas, Rodríguez realiza una revisión de la historia del continente para revelar al lector los diferen-tes momentos por los cuales han pasado los pueblos america-nos. El autor del Papel Periódico da cuenta de tres momentos fundamentales, tres fases históricas progresivas que colocan al momento presente en el tope del progreso de las colonias. En este sentido, la idea de controvertir la chicha toma fuerza al co-locarla, como ya se mencionó, en un lugar directamente opues-to tanto al progreso material como espiritual de las gentes de este reino, de tal suerte que su erradicación aparece también como signo de progreso de los pueblos. Así, se empieza a perfi-lar el atraso intelectual, cultural y moral de los amerindios.

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El autor establece una serie de oposiciones binarias que, al responder a la dicotomía civilización-barbarie, determinan toda la reflexión. En una perspectiva europeizante —lugar común de los pensadores de la época—, que perfilaba la raza blanca europea como culta y civilizada, y la americana como bárbara y atrasada, esta oposición establece un paralelo entre las costumbres de los pueblos e, intencionalmente, se centra específicamente en el uso del talento de los amerindios para la elaboración de la chicha. Así, los pueblos prehispánicos son inicialmente una raza bárbara, atrasada; luego, bajo el influjo del cristianismo, un pueblo que progresa pero que no cambia ciertas costumbres; y, finalmente, un pueblo que, bajo el influ-jo de las ideas de la Ilustración, debe cambiar. Esta perspecti-va histórica justifica el reformismo borbónico: “Pero dejemos aquellos días de tinieblas y de barbarie, para contraernos a la hermosa época de la ilustración y la filosofia” (Nº 176, 23 de enero de 1795).

En las circunstancias socio-históricas de la Nueva Gra-nada, la diferenciación binaria entre irracionalidad-embria-guez y razón-autoconservación adquiere, entonces, un fuerte matiz cultural, puesto que revela la lamentable situación eco-nómica y moral del reino y su imposibilidad para progresar. La dicotomía es expresada de la siguiente manera:

La barbarie en que vivían todas las naciones de América en los siglos de su gentilidad, sus costumbres brutales, su natural desidia a cerca de la agricultura, y su total abandono de todas las artes que miran a la racional y solida conservacion de la especie humana los hizo tan propensos a la embriaguez, que casi todas sus observaciones físicas se dirigían al conocimiento de aquellas plantas, frutos, y raíces que les podian ministrar las substancias mas acres y apropósito para formar un sinnúmero de composi-ciones fuertes con que alimentaban su viciosa propensión a la bebida. (Nº 176, 23 de enero de 1795)

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En una relación causal, para hacer ver las ventajas de una sociedad industriosa, próspera, civilizada, para hacer sentir la necesidad de cultivar la tierra con fines mercantilistas, Ro-dríguez expone que la falta de iniciativa, de arte, de ocupación y, en general, el ocio malsano de los indígenas, deriva natu-ralmente en el vicio. Este entra a hacer parte del sistema de valores y, por tanto, de las costumbres de los aborígenes ame-ricanos. Para Manuel del Socorro Rodríguez, cuando habla de la chicha, los amerindios, antes de la conquista, eran unos “felices idiotas” de costumbres que contravenían a la “política”:

¡Què contraria a la política! ¡qué vergonzoso para la Moral! ¡qué opuesta a su misma conservación! Y por decirlo de una vez: ¡qué indigna de la naturaleza humana! Vivían aquellas gentes de un modo tan material y ajeno de los principios de la razón. (Nº 176, 23 de enero de 1795)

En este sentido, la política debe ser entendida en los términos del uso que los europeos le daban en la época. La perspectiva europeizante permite a Rodríguez comprender la ausencia de una organización política en los pueblos ame-ricanos, como una muestra de su barbarie. Entendida como biopolítica3, es decir, en base a cómo la vida de los individuos en-

3 Me apoyo en el concepto de Foucault, planteado principalmente en El naci-miento de la biopolítica, cuyo precedente es el “arte liberal de gobernar”. Para el autor, el estado de mediados del siglo XVIII se encuentra en un momento inconfundible de su existencia (pues ya no se identifica con el Imperio como teofanía de Dios, y, por tanto, no debe “ayudar a sus súbditos a alcanzar la salvación ultraterrena”), en el cual debe consolidar sus funciones mediante su “fortalecimiento económico”, dado por el “crecimiento de la población” y el “estar y mantenerse en una situación de competencia permanente con las potencias extranjeras” (Foucault, 1979: 21). Todo lo anterior lo entiende el autor dentro del orden del mercantilismo que, más que doctrina económica, entra a ser entendido como una “organización determinada de la producción y los circuitos comerciales” (21). Así mismo, se puede afirmar dentro de la lógica de Foucault que una importante noción que direcciona la diatriba de

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tra a ser un problema de determinación del estado (absolutis-ta en este caso), y además como un mecanismo de supremacía étnica, la política a la que se refiere Manuel del Socorro es, a todas luces, ajena al indígena americano. Persuadido de que los “días de tinieblas y barbarie” habían terminado, y a pesar de que ya se había dado paso a la “hermosa época de la ilustración y la filosofía” (Nº 176, 23 de enero de 1795), el autor lamenta que en las costumbres de los americanos permanezca la “embriaguez”:

¿Quién creyera, que cuando la humanidad y la religión han hecho desaparecer del reyno de Cundinamarca aquellos sacrificios sangrientos, aquellos ritos abominables y aquellas costumbres torpes, tan odiosas a la Naturaleza; había de quedarse la Embria-guez en medio de una República ya enteramente renovada con los hermosos esmaltez de la Fe, la Política y la educacion? (984)

La insistencia en la diferenciación entre la obra del animal y la humana parece reforzar la idea del progreso que estos hom-bres rehúsan con dichas actitudes, siendo, en consecuencia, seriamente reprobados por su inutilidad y gran falta moral. Finalmente, el asunto que se avecina, en la discusión sobre la chicha en la sociedad, tiene que ver con el funcionamiento de la medicina y de la higiene como instancia de control social; esto no podía surtir efecto sobre la sociedad neogranadina a menos que factores como el consumo público de esta bebida

Manuel del Socorro Rodríguez es la del estado “de policía”, que comprende todo lo relativo al manejo interno del estado, la capacidad de enriquecer las arcas del mismo mediante el crecimiento de la población pero, sobre todo, los modelos de urbanidad y comportamiento social. Como dice el mismo Foucault, después de dar cuenta de la consolidación de una era de la razón gubernamental crítica y de la economía política como el instrumento inte-lectual que la gerenciaría, “la primera economía política es, por supuesto, la de los fisiócratas” y estos “sobre la base de su análisis económico, llegaron a la conclusión de que el poder político debía ser un poder sin limitación exter-na, sin contrapesos externos, sin fronteras que surjan de otra cosa que de sí mismos, y dieron a esto el nombre de despotismo” (31).

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fueran erradicados. Era necesario que la salubridad y la razón se superpusieran a la necia barbarie de los naturales de las na-ciones americanas. El problema se plantea entonces en térmi-nos étnicos.

Rodríguez establece el problema de la chicha como en-fermedad y la denomina “Embriaguez”. Para explicar este fenómeno, la perspectiva usada es la de la ética cristiana eu-ropeizante, que entiende la embriaguez como un vicio. Así entendida, se establece un problema cultural cuya base está constituida por una serie de prejuicios raciales. Rodríguez acalla el sentido y el valor de la chicha en la cultura prehispá-nica y, ateniéndose al plan reformista, solamente se preocupa por combatir el trastorno de higiene, orden y productividad que provoca el nuevo uso que hacen los nativos de esta bebida. En este sentido, el redactor del Papel Periódico sintoniza con algunas opiniones, por ejemplo, de Francisco Domínguez, alcalde de Santafé en 1765, quien consideraba que los indios, bajo el efecto de la chicha, eran una especie de “peste” (AGN, Colonia, Miscelánea, 28: 382r) que azotaba la ciudad:

Ciendo el fin de nuestra obligacion: mantener en paz la re-pública, limpiarla de gente vagabunda, evitar las ofensas de Dios y cuidar del publico: nos ha enseñado la experiencia, que lo que, pone en movimiento, los mas exesos que esperimentan; conti-nuas inquietudes y cumulo de vicios, es: la multitud de yndios de uno y otro cexo, de que esta llena esta ciudad, Dia, y Noche, los que como su cotidiano alimento, sea la Chicha, y la comen sin re-gla, pasando a embriagarse [sic] de aquí provienen las quimeras, heridas, amancebamientos y otros vicios en que quasi vemos su-mergida esta Ciudad. (AGN, Colonia, Miscelánea, 28: 383r)

Treinta años después, Rodríguez reitera los mismos prejuicios. Al convertir el problema en algo ético y social, a pesar de que, en el Nº 177, describa los usos que los indígenas

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hacían del maíz, las bondades de este y su papel dentro de la vida cotidiana de los indígenas americanos, el periodista silen-cia el carácter y el significado ritual que la chicha tuvo en al-gún momento de la vida de los pueblo prehispánicos. ¿En qué momento la chicha pierde su carácter original y se convierte en una bebida de uso comercial? ¿En qué medida el proceso civilizatorio transforma las costumbres de los indígenas? A pesar de su método deductivo, Rodríguez no dice nada al res-pecto. ¿Se trataba de un problema que incumbía únicamente a los indígenas y a las clases bajas? En este sentido, priman las ambivalencias. ¿Por qué se estigmatiza la chicha? Primero se estigmatiza porque de manera obvia se convierte en un im-pedimento para llevar a término el proyecto reformista; pero también obedece a un problema étnico, percibido como una manifestación cultural bárbara.

De acuerdo con Llano Restrepo y Campusano Cifuentes (1994), el maíz, además de permitir la “existencia de un cacicaz-go y constituir las primeras diferencias con la organización tri-bal”, permitió un “consumo ritual de un elemento cultural que identificó a los pueblos muiscas: la chicha”. Al tiempo, las auto-ras se apoyan en las ideas de Murra, según las cuales el maíz “en toda la América del sur serrana fue cultivado sobre todo para la elaboración de chicha con fines ceremoniales y hospitalidad. Los cronistas dan la impresión de que en la sierra el maíz era el alimento codiciado, festivo, en contraste con la papa y el chu-ño” (1963: 53). Como se ha mencionado, dentro de su diserta-ción, Rodríguez reconoce apenas el uso alimenticio del maíz incluso en su natal Cuba, pero, al parecer a conveniencia, des-prende ese conocimiento de su inherente significado ritual.

Si bien Rodríguez reconoce que la planta del maíz “sola ha proveido de pan y vino a todas las naciones de América”, y que “su grano ha sido siempre el Maná de estos pueblos”, el descrédito del uso que hacen los indígenas de éste, al fabricar

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la chicha, es innegable. Para introducir el problema de la chi-cha, y antes de hablar del maíz, el editor aclara inicialmente que, en primer lugar, se abordarán “las calidades nocivas del brebáje sobre el que se trata y después las otras circunstan-cias inherentes a la cuestion” (Nº 177, 30 de enero de 1795). El objetivo aparente es el de predisponer la lectura de la descrip-ción de las bondades del maíz, aunque finalmente no elabore ningún tipo de disquisición científica, ni sobre el producto ni acerca de los efectos que la chicha produce en las personas. Como podemos observar, la reflexión está condicionada por un prejuicio de superioridad racial, que encuentra en esta be-bida la muestra más fehaciente de inferioridad y barbarie. La idea de un “brebáje” nocivo orienta toda la disertación. Esta forma de abordar el problema tiene que ver con la existencia paralela y subrepticia de una racionalidad indígena, contra la cual operan dos estrategias de silenciamiento y eliminación presentes en el Papel Periódico.

En primer lugar, como se ha visto en los números del Papel Periódico que discurren sobre la chicha, Rodríguez se en-cargó, en consonancia con el discurso dominante, de reducir epistemológicamente al indígena a la categoría de bruto. Esta estrategia hace aparecer el conocimiento indígena y sus formas de racionalidad, tal como observa Castro-Gómez, en La hybris de punto cero, como algo ilegítimo, por el hecho de no corres-ponder a la racionalidad blanco-europea. En efecto, pretender observar el mundo desde un “punto cero” posee una índole ne-tamente científica, de pureza epistemológica y de apreciación de los fenómenos e individuos desde un dudoso punto impar-cial que, según el autor, expresa, antes que imparcialidad, un “distanciamiento étnico y social en el discurso científico” (Cas-tro-Gómez, 185). En una perspectiva eminentemente racial, de separación étnica basada en la naturalización del dominio sobre indígenas, negros y mestizos, la presunción de superio-

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ridad racial del blanco, asumida por Rodríguez a través de un gesto sociológico, “espontáneo”, sustenta que “el discurso ilus-trado no sólo plantea la superioridad de unos hombres sobre otros, sino también la superioridad de unas formas de conoci-miento sobre otras” (186)4. Frente al problema de salubridad que representaba la chicha, la superioridad está dada, epistémica-mente hablando, por la nueva filosofía y su proyecto civilizato-rio (la Ilustración), y por el cristianismo.

Evaluar el mundo con los presupuestos de estos dos sis-temas, e imponerlos como únicos, explica cómo en las colonias se acalla una cultura, y, al mismo tiempo, revela cómo este tipo de racionalidad ilustrada de las élites “jugó como un aparato de expropiación epistémica y de construcción de la hegemonía cognitiva de los criollos en la Nueva Granada” (186). Dentro de la ofensiva que Rodríguez realiza contra la racionalidad indígena americana, se debe considerar la chicha como un punto de choque, pues, mientras que para los indígenas la be-bida aparece como un elemento cultural cargado de sentidos y funciones importantes (como signo de distinción política, como veremos a continuación), para los ilustrados españoles la chicha era simplemente una bebida embriagante, evidencia de un mal conocimiento y uso de los recursos naturales. Este demerito de la racionalidad amerindia no se estableció como resultado de una evaluación objetiva que pusiera en evidencia el posible atraso de los indígenas, sino como un mecanismo conveniente para la clasificación étnico-social. Al respecto, Castro-Gómez ha observado que

La ciencia neogranadina de finales del XVIII actúa, de este modo, como un dispositivo de representación étnica a partir del cual el “otro” es nombrado, clasificado y despojado de toda racionali-dad cognitiva. Desde el punto cero en el cual se creen instalados

4 El énfasis es de Castro-Gómez.

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los criollos, las prácticas cognitivas de las castas son declaradas como pertenecientes al ámbito del mito, y sus practicantes con-denados a ocupar un lugar subordinado dentro del espacio social. (Castro-Gómez, 200)5

El racionalismo europeo, sumado a una visión cristia-na del mundo, elimina deliberadamente la forma en que el amerindio establecía contacto con lo trascendente. Pero, de igual manera, en ese orden de ideas, al desconocer su riqueza cultural como pueblo, se denigra de su organización política igualmente basada en el superávit del maíz. La abundancia del grano amarillo se mostraba como el sustento de un siste-ma político que, si bien no era el más avanzado de la época, fue incluso reconocido a conveniencia por el colonizador, tal como lo expresa Langebaek: “el prestigio del que gozaban los caciques era, por cierto, sinónimo de buena vida moral”. Esta afirmación se basa en estudios sobre las observaciones de Gonzalo Jiménez de Quesada, entre otros, que advirtieron que los muiscas tenían una vida moral de “mediana razón”, que les permitía establecer jerarquías de privilegios para los caci-ques que, más allá de riquezas, como “mantas, adornos de oro y cierto tipo de alimentos, como carne de venado”, se basaba en el maíz y en la bebida derivada de éste:

Su poder era notable a los ojos de los conquistadores, aun-que parece que hasta cierto punto era negociado constantemente con los miembros de la comunidad. Si, por ejemplo, un grupo de gente venía a trabajar sus labranzas, era importante brindar sufi-cientes cantidades de chicha para ser considerado un líder gene-roso. El cacique de Cajicá, por ejemplo, declaraba a los españoles hacia 1603: “Era viudo y tiene en su cercado y fuera de él diez in-dias mayores de edad las cuales sirven de día de hacer chicha y

5 El énfasis es de Castro-Gómez.

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boyos para los capitanes e indios sus sujetos/ como es costumbre”. (AGN, Vis Cund, 8 f: 633r. En Langebaek, 34)

Esto aplica, específicamente, para el caso de los muiscas que habitaban el territorio de la sabana de Bogotá, ubicación de la ciudad donde publicó su periódico el cubano. Además de reconocer el carácter eminentemente político, en términos de organización social y funciones específicas, Langebaek permi-te comprender la diametral alteración de este elemento cul-tural, cuya fabricación particular, en la tradición muisca, era además un signo de prestigio. Langebaeck demuestra, a partir de las observaciones de Quesada, cómo la pugna por el poder entre los caciques y los españoles sobre el resto de los indíge-nas se daba en términos de la toma de decisiones. Esto des-embocaba en lo simbólico, de suerte que cuanto mayor era el dominio del conquistador, menor era el respeto tributado por los indígenas hacia sus caciques. Incluso, en algunos lugares la figura del cacique, tradicional o impuesto, desapareció.

Es patente, entonces, que el debilitamiento de las estruc-turas políticas indígenas se efectuó, en parte, mediante ataques a sus imaginarios. Si bien es necesario coincidir con Langebaek en que en realidad “el sistema colonial ejerció una enorme pre-sión sobre los mismos caciques” (36), es de precisar que gran parte de esta presión se orienta hacia el plano de lo simbólico y se extiende a la generalidad de la raza indígena. La autoridad original del indígena, así como su figura dentro de la sociedad, pierden relevancia. El tratamiento de la chicha en el Papel Perió-dico bien puede ser entendido como parte del proceso de colo-nización epistémica, y como signo de decadencia de lo indígena.

De la misma manera, la lectura del semanario santafe-reño, así como algunos otros textos contemporáneos suyos, nos llevan a entender el desprestigio de la chicha como con-secuencia del cambio en sus usos: el paso del uso ritual al del

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consumo de bebida comercializable es producto de las eviden-tes transformaciones socio-culturales que supuso la conquista y la posterior colonización. La chicha, antaño bebida ritual, usada por el muisca como elemento litúrgico, político y dis-tintivo de casta social, se vulgariza en la sociedad mixta de la Santafé de entonces, perdiendo su valor “simbólico”, de “inte-gración social” (Bourdieu, 1999: 67), transmutando el carácter cultural a una simple bebida embriagante.

Así, de acuerdo con la exposición de Rodríguez, el origen del problema es étnico. Se trata de algo que, inicialmente, com-pete únicamente a los aborígenes americanos. No obstante, por la forma como se aborda el problema en la tercera parte de la disertación, en el Nº 176, se entiende que hacia finales del siglo XVIII, el consumo de la chicha se había extendido a gran parte de la población, convirtiéndose en un asunto de higiene y de las ciudades, focalizado alrededor de las chicherías. Sin embargo, resulta pertinente aclarar que, aunque en término generales el editor ubica el problema en “la gente común; es decir, en lo que se llama Pueblo baxo” (Nº 177, 23 de enero de 1795), no se deter-mina el origen étnico de esta parte de la población. ¿Mestizos, negros, españoles pobres? Al respecto no se explica nada. De acuerdo con Adriana Alzate Echeverri, este “vino amarillo” fue utilizado por los pobladores españoles, y en general por el ciu-dadano neogranadino, como una bebida embriagante y, en al-gunos casos, también alimenticia6. En este sentido, Rodríguez se limita a plantear el problema de la embriaguez y lo que repre-sentaba para el estado, que pretendía implementar una reforma socio-económica para hacer productivos a sus ciudadanos.

6 Obsérvese el capítulo tercero del trabajo de Adriana María Alzate Eche-verri, “Chicha: la bebida ponzoñosa y la ebriedad mundana”, en Suciedad y Orden: reformas sanitarias borbónicas en la Nueva Granada 1760-1810. Este capítulo presenta, en una amplia perspectiva, tanto los usos y posiciones res-pecto a la chicha, como los modos en que ésta trascendió los estratos socia-les, en la medida en que la urbanización la popularizó.

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Basado en los presupuestos de la Ilustración, Rodríguez apunta a la consolidación de una sociedad guiada por la razón, organi-zada y afirmada en su carácter de utilidad. En esta medida, el lugar que se establece necesariamente para tal fin es la ciudad, puesto que es en este espacio “civilizado” donde se dan cita todas las mejoras (y los males) señalados por él; pero es también el lu-gar en el que inicialmente ocurren los procesos socio-culturales que el autor del Papel Periódico pretende analizar y criticar.

En las primeras publicaciones del Papel Periódico se ha-bla de la ciudad y, en una perspectiva utópica, se la presenta como un ideal de sociedad al cual se aspira que lleguen los san-tafereños. Para Rodríguez, dicho ideal obedece a un conglo-merado de ciudadanos regidos por los designios de la razón y las leyes naturales establecidas por Dios. En el pensamiento del periodista bayamés, la ciudad aparece como un lugar don-de se alcanza la felicidad, el lugar donde todos trabajan por el bien común: según él, considerando que el hombre es por na-turaleza un ser social y está destinado a vivir en comunidad, las ciudades “fueron hechas para vivir los hombres en un esta-do feliz que no podían gozar dispersos por los campos” (Nº 9, 8 de abril de 1791). Este ideal de ciudad se ajusta al plan refor-mista y permite configurar un discurso en el cual se exhorta al patriotismo, eliminando el individualismo e invitando a pen-sar en el bien común:

Si hubiera una ciudad tan feliz, en donde todos los hom-bres no reciocinasen sobre objetos que el amor de la Patria y utilidad comun, quizá no habria mas Ciudad que esa en todo el Universo. Yo creo que los cuatro ángulos de la tierra se quedarian despoblados, porque ¿Quién no habia de querer ser morador de una República tan ilustre? Alli no habria necesidad de leyes, por-que reynaba la Razon. (Nº 10, 15 de abril de 1791)

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A partir de la utopía social se elabora, como es costum-bre, una lección de urbanidad en tono moralizante y alec-cionador, que pretende modelar el comportamiento de los ciudadanos de esta ciudad, capital de la república ilustrada. Despersonalizando un poco su discurso, Rodríguez recurre a la alegoría y, atribuyéndole el discurso a la “Razón”, presenta los preceptos de comportamiento de un ciudadano ideal:

Ella [la razón] está sentada en medio de su alma hablándo-le de este modo: “Tu eres un individuo de la Especie humana, ea pues, considerate un obligado a servir á la misma Especie, pero con esta diferencia aunque en todo el universo no hay más que una sola familia; sin embargo, el supremo Sér quiso que la parte de Globo donde naciste merezca alguna preferencia en tu estima-ción”. (Nº 10, 15 de abril de 1791)

La ciudad es el epicentro de las discusiones en torno al cuerpo, el espacio, la higiene y, en general, de las políticas re-formistas. Es preciso considerar, tal como lo apunta Romero, que la ciudad es el lugar donde la sociedad criolla formó y con-solidó, por medio de la recepción y adaptación, las ideologías —pero también las actitudes— que habían traído los refor-mistas españoles (Romero, 1999: 129). Tales discusiones se entablan en el marco urbano, porque “las ciudades tenían que ofrecer una vida mejor, más civilizada” (130). En el contexto histórico de las reformas borbónicas, interesadas en mejorar la rentabilidad y la productividad de los territorios del reino español, “la ciudad ideal de la Ilustración exigía unos niveles diferentes de adecuación entre los diferentes aspectos urba-nos y sus funciones militar, comercial, política y residencial. Ella debía estar reglamentada, ser armoniosa (donde cada sujeto, como las diferentes partes del cuerpo humano, fuera útil a todo), bella, sana y tranquila; es decir, debía obedecer a la razón” (Alzate, 2007: 35).

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La existencia de una bebida que causaba estragos en este orden ideal no tenía cabida en el pensamiento de Rodríguez. Empero, la chicha estaba allí. En el Papel Periódico se trata el problema de la chicha porque este vino amarillo, que desde las crónicas de indias había sido reconocido como elemento constitutivo de las costumbres de los indígenas americanos7, aparece también como parte de la nueva cultura urbana. Esta persistencia, por otra parte, es muestra del sincretismo que, muy a pesar de Manuel del Socorro, caracterizó a las ciudades americanas. El asunto de la chicha y las chicherías implicó un problema de orden público (y económico, tal como se verá más adelante), que tuvo que ver con la preocupación por la preser-vación de la vida y la prevención de las enfermedades, pues era necesario hacer observar que el rey se preocupaba por sus súbditos promoviendo el poblamiento del reino. La valoración negativa de la chicha, en este sentido, es innegable. El discurso ético-higiénico encubre los principios de una doctrina econó-mica que concibe la chicha como el origen de todos los males y de la mortalidad en Nueva Granada:

El hombre reflexivo, que se aplicare á indagar las causas físi-cas de haber tan pocos viejos en este Reyno conrespecto al numero total de sus habitantes, desde luego conocerá que el motivo no es otro que sino el uso general de la Chicha (*). He aquí el funesto origen de un sinnúmero de enfermedades que conducen antici-padamente al sepulcro a la mayor parte del pueblo. Este es sin duda el principio seminal de todas las plagas morbosas que des-aparecen de nuestra vista a tantos millares de personas de ambos sexos en la edad más robusta y consistente de la vida, terminando su existencia en un periodo puramente accidental, y anticipado

7 Obsérvese el artículo de Oscar Gerardo Ramos, “Los avatares de la chicha”, en Poligramas, Nº 27 (2007), donde el autor da cuenta de las referencias a esta bebida desde la conquista.

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al que tenian prescrito según las leyes comunes de la naturaleza. (Nº 176, 23 de enero de 1795)

Como se puede ver, Rodríguez hizo una serie de obser-vaciones de tipo estadístico que le permiten afirmar que la causa primera del despoblamiento del reino era el consumo de la chicha. La “cuantificación de algunos aspectos biológicos, estimaciones demográficas, pirámide de edades, esperanza de vida, tasas de enfermedad y natalidad, etc.” (Foucault, 2001: 235), toda esta reflexión estadística se llevó a cabo de manera sistemática en Europa y en España, durante los gobiernos de Fernando VI y Carlos III, por sugerencia de Feijoo y Campo-manes, respectivamente. Este problema de la higiene fue una bandera desde la cual se efectuó la lucha contra el vicio en el contexto de las reformas borbónicas. Sin embargo, es de notar que estas reformas buscaban, además del saneamiento am-biental de las colonias, la mejora de los ingresos captados por la Corona en las colonias ultramarinas.

El problema de lo económico en relación con la chicha, tan importante dentro de las discusiones de la época, no es abordado con amplitud por Rodríguez en el Papel Periódico. Sin embargo, en este documento periodístico existen algunos indicios del problema. Se ha visto ya la concepción que Rodrí-guez ostenta respecto al conocimiento de la naturaleza. Reto-memos una de sus afirmaciones al respecto: “este gran libro de la Naturaleza se ha hecho para que estudiandolo con reflexion saque de el todas las utilidades que contiene, pues verdadera-mente son destinados a su beneficio” (Nº 176, 23 de enero de 1795). Aquí es posible reconocer un guiño problemático, que liga el asunto de la chicha con el de la producción económica de las Indias. Para la España del siglo XVIII, el estudio de la naturaleza comportaba efectivamente una utilidad y un bene-ficio. Desarrollos como el de la Expedición Botánica cuentan,

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entre sus principales motivaciones, la de realizar una mejor ex-plotación de los recursos en Nueva Granada8. De este modo, al referirse a la utilidad y al beneficio de la naturaleza, Rodrí-guez plantea dos problemas: primero, el de la correcta utiliza-ción de los recursos, y segundo, el de la idoneidad y capacidad de los ciudadanos para hacerlo, puesto que se ve afectada por el consumo de chicha. Ambos están orientados al afán de pro-greso. Un segundo indicio de las preocupaciones económicas se encuentra también en el Nº 176, en el cual se enuncia, como ya observamos, el problema en términos fisiocráticos.

Sin embargo, estos no son los únicos problemas econó-micos que presupone la chicha. Existe también el hecho de que las rentas impuestas a la chicha fueron muy poco pro-ductivas para las arcas de España. Como producto suma-mente informal, cuya fabricación requería de procedimientos artesanales, poco complicados y relativamente económicos —que la hacían muy fácil de fabricar en cualquier parte—, de la chicha podían esperarse muy pocos ingresos oficiales. Si-tuación diferente fue la que se dio con otras bebidas, como el aguardiente, cuya sanción fiscal fue mayor. El aguardiente, ini-cialmente traído de Castilla, y luego elaborado en los estancos creados en Nueva Granada, arrojaba ingresos algo mayores a la hacienda de la Real Audiencia9.

8 De acuerdo con Antonio E. de Pedro, José Celestino Mutis —en el famoso Memorial y en las Representaciones— manifiesta su “tristeza por el profundo abandono y retraso en el que se encontraban, para el momento, los estudios y explotación de los recursos naturales americanos por parte de la corona es-pañola” (2003, 46). Este crítico cita también el estudio Tras el Dorado vegetal. José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Grana-da (1783-1808), del historiador español Marcelo Frías Núñez, quien, basado en el Archivo General de Indias de Sevilla, plantea que el naturalista español fusiona, en sus informes al rey, tanto el interés científico como el económico.

9 Véase, al respecto, Reales fábricas de aguardiente de caña en el Nuevo Reino de Granada, arquitectura industrial, siglo XVIII (2000, 1ª edición. Bogotá: Cen-tro Editorial Javeriano. Pp. 92-144).

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Este argumento entra también en concordancia con el modo utilitarista de concebir las colonias y de hacer entrar los dominios ultramarinos de España en el libre comercio. El ata-que frontal a la chicha representaba, para la monarquía borbó-nica, una forma de prevenir su consumo y fomentar el de otros licores que, al requerir una fabricación más técnica y comercia-lizada, permitían un mayor control por parte del gobierno10.

Como hemos observado, Rodríguez se refiere a la embriaguez como a un mal que perduró tras el proceso civilizador espa-ñol, y cuestiona su existencia dentro de un mundo que ha sido “renovado”. La permanencia de dicho mal es expuesta como una enfermedad cultural, como un mal moral propio de una raza. Primero, nótese que, desde el inicio, la reflexión se orien-ta hacia la descripción de una enfermedad física, capaz de despoblar el reino. Luego, se encamina en una dirección mora-lizante, puesto que esta enfermedad, a diferencia de la mayoría de males, no es tratable mediante remedios convencionales. La enfermedad responde más bien a una especie de mal he-redado, congénito, rezago cultural de los americanos prehis-pánicos que afecta a toda la sociedad. Por esto, y ostentando el supuesto de que el cristianismo ha civilizado a los pueblos hispánicos casi en su totalidad, Rodríguez cierra su reflexión de la siguiente manera:

10 Una exposición a grandes rasgos de este tema se encuentra en Vásquez Al-debarán, “Aguardiente de caña en la Nueva Granada del siglo XVIII”. Para una elaboración detallada del problema, los estudios de Gilma Mora de To-var son relevantes: Aguardiente y conflictos sociales en la Nueva Granada, siglo XVIII (Empresa Editorial Universidad Nacional de Colombia, 1ª edición, Bogotá, 1988, p. 17).

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¿Porque también no cayó con vosotros la Embriaguez en ese horrible sepulcro donde debía yacer eternamente encerrada? Entonces ésta madre de la Furias no devoraria nuestro pueblo, y nos dejaria subir tranquilamente ácia los templos del Honor y la Virtud. (Nº 176, 23 de enero de 1795)

Es evidente que para Rodríguez el asunto de la chicha se relaciona estrechamente, no tanto con las enfermedades físi-cas, sino con las espirituales. En la medida en que se trataba de formar buenos ciudadanos, es decir, virtuosos, el problema se observa más en sus aspectos éticos-morales; la naturaleza del problema justifica su presencia en el Papel Periódico, pues autoriza al autor a desplegar todo su arsenal didáctico y a ex-poner el problema filantrópicamente. Como todo ilustrado, para Rodríguez se trataba de promover no sólo los diferentes saberes, sino también la práctica de la virtud. Aunque las de-terminaciones respecto a la chicha y las demás enfermedades aparecen como parte del discurso higienista de la época, es obvio que, al entrar en el plano ético —que se proponía hacer buenos ciudadanos, es decir útiles al reino—, se convierte en problema del bien común, de urbanidad y de la educación re-ligiosa. La medicina, como arte humano, no basta para curar esta enfermedad. Según Rodríguez, para tal fin era preciso mirar hacia Dios, porque:

¿Porqué, pues, no solo se nos aconseja sino que se nos preceptúa el buen régimen acerca de nuestra conservación, y el indispensable uso de la Medicina? ¿Como entenderemos el Capí-tulo 38 del Eclesiastico que tan difusamente trata de la Medicina criada por el Altisimo para el remedio de nuestras enfermedades? Lease tódo él con la reflexión debida y entonces no se podrá du-dár que nuestros vicios y desarreglada conducta nos conducen á la muerte con anticipación. Verdadés que todos los esfuerzos de la Medicina no podrán añadir ni un instante mas al numero de

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días que nos ha designado la Providencia y en este sentido se debe entender el texto de Job. (Nº 177, 30 de enero de 1795)

El pensamiento de Rodríguez se mueve entre el objeti-vo médico de curar una enfermedad, y el discurso ético ambi-valente que propone ser espiritualmente sanos y socialmente útiles al reino. A los valores cristianos forjados por el catoli-cismo, el cubano suma los valores modernos del pensamien-to utilitarista de la época, puesto que al mismo tiempo que se propone prevenir una enfermedad, se trataba de inculcar el amor al trabajo. Es preciso observar que la reflexión se inscri-be en el proyecto de la reforma borbónica económico-social, pero, en primera instancia, se presenta como parte de una “política de salud”, que pretendía sostener ese conjunto de transformaciones y perseguía, entre otros objetivos, el esta-blecimiento de medidas para luchar contra las epidemias, la organización y el saneamiento del espacio urbano, el despla-zamiento de los cementerios fuera de las ciudades, la reestruc-turación de la institución hospitalaria y la renovación de los estudios médicos (Alzate, 2005: 212).

Las referencias a autoridades médicas reconocidas en la época permiten a Rodríguez plantear el problema de la salubridad y la higiene de los neogranadinos. Sin embargo, su discurso deriva en una variante moralizante sobre el tema del consumo de la chicha, y lo establece como una enfermedad so-bre la base de que ésta, al igual que las enfermedades físicas, destruye a las personas. De esto dan fe, por una parte, las notas de pie de página introducidas para explicar la procedencia de la chicha, sus efectos perjudiciales, etc. Por otra parte, desde el principio del Nº 176, pero sobre todo en el Nº 177, aparecen, casi parafraseadas, las ideas fundamentales de los manuales o tratados elaborados en el siglo XVIII para preservar la salud, explicando desde la fatiga hasta las variaciones climáticas, o

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la calidad del aire y de la alimentación11. Sin lugar a dudas, el factor moral hace de estas reflexiones un tema que traspasa lo meramente físico y fisiológico. La idea fundamental, es más, se podría decir que la estrategia retórica de Rodríguez, consis-te en convertir la enfermedad física en un desorden moral. Al respecto, en el Nº 177 (30 de enero de 1795), el editor inserta un discurso de trasfondo religioso dentro del discurso cientí-fico para demostrar, una vez más, que, incluso en el campo de lo sacro, la actitud de los consumidores de chicha es indebida. Esto es, que tales acciones no son bien vistas dentro de una so-ciedad de preceptos morales cristianos:

Y siendo igualmente sabido que Dios ligó el plazo de nues-tra existencia á la duracion de este humor precioso, repartiendolo en todo animal por la medida que place a su inescrutable providen-cia; me parece que si de dos hombres nacidos en un propio clima, y en quienes dicho humor substancial fuese de igual cantidad, el uno siguiese una conducta viciosa y desordenada, y el otro un ré-gimen párco y racional, desde luego este llenaria todo el numero de días que le habia señalado la Providencia y el otro terminaria su carrera como aquel que voluntariamente se arrója à un precipicio: (b) sin que esto se oponga à la inconcusa verdad de que Dios tenia previsto el anticipado fin de ese miserable. Paréceme que ninguno negará lo cierto de esta conclusion por ser tan sencillo el raciocinio en que se funda. Volvamos pues al principal objeto del asunto.

Que sea el General uso de la Chicha la causa eficiente de las enfermedades mas funestas del Reyno, principalmente de algunos pueblos que se distinguen mas en éste vicio, no podra

11 Adriana Alzate Echeverri sugiere que el Papel Periódico desempeñó un papel de mediador en la difusión del conocimiento médico en la Nueva Grana-da, en un proceso que pretendía transmitir al resto de la población un saber sobre diferentes aspectos de la salud (Alzate, 2005: 222). Véase, al respecto, “Los manuales de salud en la Nueva Granada (1760-1810). ¿El remedio al pie de la letra?”.

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contradecirlo el que examináre la materia sin preocupacion y por unos principios solidos y fundamentáles. (Nº 177, 30 de enero de 1795)

Rodríguez establece, según él mediante “raciocinios”, la concepción que tiene la religión sobre el uso de la medicina. Aunque el aspecto religioso no sea central en la reflexión, le parece pertinente utilizarlo para exponer su punto de vista. Tras exponer la cuestión de si al religioso le está permitido u obligado usar la medicina, Rodríguez aborda el problema des-de el punto de vista de las costumbres y las prácticas cotidia-nas, ya que es la sanidad de éstas, más que la medicina misma, lo que realmente preserva la vida de los hombres. Esto lo ex-plica mediante la apelación a diferentes partes de la Biblia12, y lo sustenta en un comentario de fray Juan Caramuel acerca de la obra de San Agustín: “Verdad es, que todos los esfuerzos de la Medicina no podrán añadir ni un instante mas al numero de dias que nos ha designado la providencia […] pero que nues-tros desordenes pueden abreviarnos la carrera es indubitable” (Nº 177, 23 de enero de 1795). Lo más importante es mantener buenas costumbres y, sobre todo, atenerse a las sugeridas por las Sagradas Escrituras.

Siguiendo el orden de su demostración, Rodríguez intro-duce una disertación sobre el procesamiento de la chicha. Aun-que explica el origen, los productos utilizados, sus cualidades y usos en el territorio americano, hacia el final el autor vuelve sobre el problema moral y su incidencia en las clases bajas.

12 Rodríguez cita, básicamente, al Santo Job y el capítulo 38 del Eclesiastés, aparte bíblico que invita a leer reflexivamente para aclarar las dudas acer-ca de la relación entre la “conducta desarreglada” (entiéndase viciosa) y la anticipación de la muerte. Los 34 preceptos, incluidos en el capítulo men-cionado, exhortan a recurrir al médico con la salvedad de que este actúa en nombre del Señor, y que su obra ocurre sólo por voluntad de Dios.

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Esta observación le permite separar las clases altas de las ba-jas: inevitablemente, se establece la relación entre clase alta/virtud y clase baja/vicio, entre clase alta/buenos ciudadanos y clase baja/malos ciudadanos. La chicha se vuelve, entonces, un elemento de diferenciación y de clasificación social, en últi-mas, de discriminación:

Volvémos á repetir lo que yá diximos bien claramente en el N° anterior: ésto es, que el vicio de la embriaguez solo está radicado en la gente común; es decir, en lo que se llama Pueblo baxo. Consideramos que ninguna persona sensáta glosará en otro sentido aquella nota; mucho menos si examina en todos nuestros Discursos anteriores el espiritu de moderacion y filantropia que ha movido siempre nuestra pluma. (Nº 177, 23 de enero de 1795)

Rodríguez separa la población consumidora de chicha del resto de la sociedad. Trata de persuadir a sus lectores de que es preciso luchar contra el consumo de la chicha, desprestigiando a los consumidores y asignando a la bebida un bajo estatus por las causas antes mencionadas. Es importante observar este as-pecto, porque el desprestigio de la chicha implica, retornando a la división que establecíamos al inicio, que las costumbres de sus consumidores eran incivilizadas, bárbaras, atrasadas, una manifestación cultural que sólo causaba enfermedad. En este orden de ideas, la división de castas que propone Manuel del Socorro se determina directamente por la repulsión a esta mala costumbre, y sirve más como una forma de sentar una posición fundada en juicios no del todo críticos, para realmente recono-cer y referenciar a un grupo de ciudadanos.

La chicha entra a formar parte de los problemas abordados en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, porque su origen primitivo, signo de un pasado bárbaro, se enclava, en el

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panorama social y de las costumbres de la Nueva Granada de la época, aparentemente como un vicio que entorpecía el pro-ceso civilizatorio proyectado en reformas policivas, es decir, de urbanidad, urbanísticas, puesto que se pensaba en la ciu-dad y su organización estratégica, y de salubridad, tanto moral como física, puesto que las consideraciones ilustradas vieron en la chicha un foco de enfermedades y desarreglos sociales. Desde luego, parte de la arremetida de Rodríguez contra la chicha tiene que ver con el hecho de que la bebida represen-ta, de modo contundente, un sistema de valores, creencias y prácticas sociales contrarias a los planes del régimen borbóni-co. Rodríguez reconoce el peligro que implica tolerar la chicha dentro del orden social.

La chicha, considerando su trasfondo e intenso signifi-cado en la época, se puede considerar como la marca de un lí-mite entre dos instancias, que fluctúan en el campo cultural, histórico, epistemológico y económico. Por un lado, un régi-men monárquico ilustrado y dominante, que pretende erra-dicar la chicha por considerarla una tara para la consecución de una sociedad civilizada; y por el otro, una compleja cultura indígena, en cuyo ethos la bebida coexiste, en una relación de poder, con el ethos ilustrado europeo que tiende a eliminarlo, aprovechando el arraigo de sus símbolos culturales (religiosos, intelectuales, políticos, etc.) en el imaginario de los criollos. Este fenómeno permite observar la incidencia del pensa-miento colonial en las élites criollas. En esta perspectiva, no sorprende que la evaluación del problema de la chicha esté mediada por los prejuicios raciales de la época, pero sí resulta paradójico que el cuestionamiento de sus usos sea elaborado por un individuo víctima de los mismos prejuicios. No está de más recordar que Rodríguez fue segregado, intelectual y so-cialmente, por sus coterráneos debido a su origen racial.

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Así mismo, es pertinente recordar que el discurso de Rodríguez hace parte de un contrapunteo de dos posiciones respecto a la chicha, tanto en las disposiciones legales de la época, como en las opiniones expresadas por sabios, médicos y letrados en general. Por una parte, el discurso de Rodríguez representa la posición que prohibía y condenaba, sin reser-va alguna, el consumo y producción de la chicha en la Nueva Granada, tomando como fundamento las consecuencias mo-rales que implica su consumo. Del otro lado, la posición de aquellos que propugnaban, no por la prohibición, sino por la racionalización del consumo del vino amarillo en Nueva Gra-nada. Aparentemente, algunas de las motivaciones de esta permisibilidad frente a la bebida obedecen a los beneficios económicos producidos en la ciudad de Santafé, así como a su aporte en el control del poder y el orden social, en la medida en que el consumo distraía y mantenía al indio en un estado de embrutecimiento que le impedía pensar en sublevarse. Se-gún Gilma Mora de Tovar, “el control y limitación de la pro-ducción y comercialización de la bebida de aguardiente de caña despertó inquietudes dentro de los sectores de la pobla-ción afectados por los mecanismos de la restricción”, que des-embocaron en protestas que “no sólo se desataron en contra de políticas fiscales, sino de sus representantes” (Gilma Mora de Tovar, 1988: 178).

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bia#_ftn3 Consultado en octubre de 2010.

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El fenómeno geográficode la Ilustración en los periódicos hispanoamericanos del siglo xviii: redes cosmopolitas y debates transnacionales

Mariselle Meléndez*1

Department of Spanish, Italian, and Portuguese

University of Illinois at Urbana-Champaign

En 1770, el Abad Guillaume Thomas Raynal ofrecía, en su obra Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des européens dans les deux Indes, su visión sobre la repercusión del llamado descubrimiento del “Nuevo Mundo” para el resto de Europa, comentando lo siguiente:

No ha ocurrido ningún otro evento que haya causado más impacto general en la raza humana, y para los europeos en par-ticular, como lo ha sido el descubrimiento del Nuevo Mundo y el paso a las Indias por el Cabo de Buena Esperanza. Fue en este momento histórico cuando se inició una revolución comercial, una revolución en el balance de poder y en el de las costumbres, las industrias y el gobierno de cada nación. Fue a través de este evento que los hombres, desde las tierras más lejanas, se conec-taron con otros como resultado de nuevas relaciones y nuevas necesidades. Los productos de las zonas ecuatoriales fueron consumidos en las zonas polares… En todos los lugares, los hombres intercambiaron mutuamente sus opiniones, sus leyes, sus costumbres, sus enfermedades y sus medicinas, sus virtudes y sus vicios. Todo cambió y ha seguido cambiando. Pero ¿los cambios del pasado, y aquellos que vendrán, serán útiles para la

* Correo electrónico: [email protected]

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humanidad? ¿Serán sus condiciones mejores, o serán siempre unas en constante cambio?2

Los comentarios de Raynal aluden a temas que cobraron gran auge en la época de la Ilustración, como lo son la natura-leza global del contacto entre Europa y las Américas —o lla-madas Indias—, el intercambio de ideas que cruzan fronteras, la interconexión que ocurre con estos tipos de intercambios, la naturaleza móvil y cambiante de ellos, y el impacto que las Américas ,como ente espacial y discursivo, causó en Europa y el que Europa causó en ellas.

Charles F. W. Withers postula, al respecto, que la Ilus-tración hay que entenderla como un movimiento, momento y forma de pensar críticamente en el mundo y sobre el mun-do (1). En este sentido, la Ilustración se puede entender como un movimiento geográfico, porque representó un momento y un movimiento a través del espacio (Withers 2). Las ideas que se basaron en conceptos tan importantes como la razón, el progreso, el patriotismo y la utilidad, y que abrieron paso a una modernidad en el plano económico, político e intelectual, surgieron y circularon en lugares específicos. Pero, como aña-de Withers, la relevancia de la Ilustración no se circunscribe a un espacio estrictamente nacional, sino que son en realidad los diálogos o relatos conectados, de intercambio global o cosmo-polita, lo que le adjudica a la Ilustración, como movimiento, una mayor significación (7).

En este sentido, al estudiar la Ilustración es importante ver las redes de conexión que van desde lo local, a lo nacional y, en últimas, a lo global. Estudiar las localizaciones geográfi-cas de esas ideas y sus movimientos a través de otros espacios

2 Este pasaje también ha sido citado por Dorinda Outram en The Enlightenment. La traducción al español es mía.

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discursivos le añade, a la Ilustración, su carácter dinámico y múltiple. Es esta “naturaleza itinerante” de la Ilustración lo que, según Withers, facilita ver este fenómeno como uno de pro-ducción, recepción y circulación, que se destaca más por su na-turaleza de intercambio, y no como una simple importación o exportación de ideas (44). Desde este punto de vista, “el tráfico de la Ilustración”, como lo denomina Withers, es socialmente mediado y geográficamente establecido (55)3. Prestar atención al dónde de la Ilustración facilita entender las particularidades que caracterizaron este movimiento, más allá de lo que se con-sideraba como los confines del centro y la periferia. En el caso de las Américas, éste fue definidamente un fenómeno espacial, tanto en su forma temática como en los intercambios transna-cionales y globales que resultaron de estos diálogos.

A continuación, quisiera discutir la importancia que adquiere la naturaleza geográfica americana como espacio epistémico en los diálogos que surgieron en los periódicos de la época, diálogos que apuntan al intercambio transnacional y global entre intelectuales que, por medio de sus periódicos, intentan destacar o mercadear una imagen de sus ciudades o reinos como espacios prestigiosos del saber. Estos espacios se oponen a los que Chris Philo denomina como espacios de “sin razón”, que son fundamentales para trazar las “geografías de la razón” (373). En esta discusión me enfocaré en dos periódicos en particular, el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bo-gotá (1791-1797) y el Mercurio Peruano (1790-1795); periódicos cuyos editores se leían uno al otro, y que fueron publicados

3 Charles W.F. Withers arguye que es importante reemplazar la idea de la Ilustración como un simple fenómeno francés, urbano, masculino y filosó-fico, que se dio meramente en un plano textual (82). Para él, esta concepción hay que sustituirla por la idea de la Ilustración en plural, que se destacó por su multiplicidad de ideas, prácticas y significados localizados en lugares par-ticulares, y que circularon a través de muchos otros espacios (82).

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durante los mismos años. Mi objetivo es discutir cómo se pro-pone la noción de espacio ilustrado en estos periódicos, y cuá-les son esos elementos físicos que le otorgan prestigio y saber. ¿Qué tipo de imagen se quiere mercadear al mundo exterior? Y finalmente, ¿cómo se relacionan esos espacios con las nocio-nes de patria y utilidad pública? Tales cuestiones constituirán aspectos importantes en esta discusión.

Los periódicos ilustrados americanos se forjan en espacios cos-mopolitas o centros urbanos, aunque sus asuntos temáticos se extienden a otros espacios regionales de los reinos. Lima, La Habana, Quito o Santafé de Bogotá emergen como esos cen-tros de saber que develarán, a un público local e internacional, el carácter de sus respectivas patrias. En este sentido, la natu-raleza cosmopolita de los periódicos se refleja en la manera en que estos funcionan como redes de producción, movimiento, recepción y circulación de ideas o exhibición de conocimiento4. El periódico se visualiza como un tipo de museo o laboratorio en donde se contiene el conocimiento de sus respectivos reinos. Los periódicos representan, por lo tanto, espacios discursivos en los que se originan y circulan una serie de ideas centradas en el establecimiento de la razón como punto de partida, para de-mostrar el carácter de los territorios y habitantes americanos.

En el prospecto o “preliminar” con que se abre Papel Pe-riódico de la Ciudad Santafé de Bogotá, por ejemplo, se alude a que una “Ciudad ilustrada” como Santafé, por ser corte de un reino tan dilatado, “exigia muy de justicia un escrito que circu-

4 Charles Withers sugiere la importancia de ver la Ilustración como un movi-miento cosmopolita, en el sentido en que se desprenden unas redes de pro-ducción, movimiento, recepción y circulación de artefactos culturales (58). A través de ese cosmopolitismo, se puede entender, según Withers, cómo, dónde y en qué forma “se movió” la Ilustración (60).

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lase por sus Provincias cuyos habitantes como educados baxo los principios de la mexor politica, lexos de mirarlo con indife-rencia, no pueden menos de graduarlo por un establecimiento patriótico, que hacía mucha falta al honor de la Capital y sus adyacentes, y así mismo a la utilidad publica” (N° 1, 1791)5. El periódico, como un artefacto útil que la ciudad ilustrada me-recía, y cuyo fin radica en su circulación regional, sirve de base para justificar su publicación6. Aunque el editor alude a que el periódico va dirigido a los habitantes del reino, en un artículo publicado bajo el título de “Discurso previo a la Juventud”, deja claro que es necesario entablar un diálogo con aquellos escrito-res que “nos equivocan con las bestias, y nos juzgan incapaces de concebir un pensamiento” (N° 9, 1791)7. El autor, probable-mente, se estaba refiriendo a los llamados escritores modernos Cornelius de Paw, George-Louis Leclerc de Buffon, William Robertson, Amédee-François Frezier y Guillame-Tho-mas-François Raynal, quienes alegaban que los americanos eran seres irracionales, degenerados, enfermos y atrasados8.

5 En las citas se mantendrá la ortografía de la edición original. Se citarán nú-mero y año de publicación, junto con la página correspondiente.

6 El Papel Periódico es fundado por el cubano y real bibliotecario de Santafé, Manuel del Socorro Rodríguez, y con la aprobación y el pedido del virrey de Nueva Granada, Joseph de Ezpeleta. El periódico se publicaba una vez a la semana y se entregaba los viernes. Su costo era de un real. Para más in-formación sobre los colaboradores y suscriptores, véase la obra de Antonio Cacua de Prada, Orígenes del periodismo colombiano: 200 años (Bogotá: Edi-torial Kelly, 1991); de Renán Silva, Prensa y revolución a finales del siglo XVIII (Bogotá: Banco de la República, 1988); y el resto de los ensayos publicados en este volumen.

7 El editor se refiere al autor del artículo como a un patriota, y explica el signi-ficado del nombre que utiliza: Hebephilo. Según el editor, significa “amante de la juventud” (N° 8, 1791).

8 Antonello Gerbi se refiere a estos debates como la “disputa del Nue-vo Mundo”. Véase su estudio La disputa del Nuovo Mundo, historia de una polémica, 1750-1900 (traducción de Antonio Alatorre. México: Fondo de Cultura Económica, 1960). Al respecto, también véase la obra de Jorge Cañi-zares Esguerra, How to Write the History of the New World. Historiographies,

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Este carácter cosmopolita del periódico se enfatiza también en otro artículo publicado, cuyo autor, denominándose como “buen patriota”, reitera la importancia de que el Papel Periódico circule “no solo en el Nuevo Reyno, sino en los demás de Amé-rica; y aun quisiera que hasta en los de Europa” (N° 5, 1791). Se entabla un diálogo con miras a cruzar fronteras nacionales, con el fin de educar no solo a los habitantes del Reino de Nueva Granada, sino a un público más global9. Lo que une a este pú-blico es, como señala Renán Silva, su naturaleza ilustrada10.

De manera similar, el editor del Mercurio Peruano, Ja-cinto Calero y Moreira, propone en el prospecto de su pe-riódico, redactado en 1790, que “la Prensa”, y en específico los periódicos, asociaron los “ingenios de todo el Orbe” (1790)11. El objetivo del periódico es facilitar que Perú ocupe un lugar importante en los debates que circulan a nivel global y que se reconozca lo mucho que Perú tiene que ofrecer al resto del mundo, ya que, de acuerdo con el editor:

La escasez de noticias, que tenemos del pais mismo, que habitamos, y del interno; y los ningunos vehiculos, que se pro-porcionan para hacer cundir el Orbe literario nuestras nociones, son las causas de donde nace, que un Reyno como el Peruano, tan favorecido en la naturaleza por la benignidad del Clima, y en la opulencia del Suelo, apenas ocupe un lugar muy reducido en el quadro del Universo, que nos trazan los Historiadores. (1790)

Epistemologies, and Identities in the Eighteenth-Century Atlantic World (Stan-ford: Stanford UP, 2001).

9 Renán Silva discute la naturaleza de los suscriptores del semanario quienes, según él, aunque al principio pertenecían más a Santafé, también pertene-cían a diferentes partes del reino (30-310). Entre los suscriptores, se encon-traban funcionarios oficiales, militares, colegiales, clérigos y comerciantes, al igual que algunas mujeres.

10 Silva añade que era esa “minoría ilustrada” la que estaría a cargo de establecer las reformas sociales necesarias para el desarrollo de una sociedad ilustrada (34).

11 El prospecto del Mercurio Peruano no estaba enumerado, y se publicó en 1790.

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Perú, como espacio de prestigio y saber —aunque des-conocido—, es el cuadro que los editores del periódico desean compartir con sus conciudadanos y el resto del mundo. Esta idea es reiterada en el primer número que publica el periódi-co, cuando los editores indican que el objetivo del periódico “es hacer mas conocido el Pais que habitamos, este Pais con-tra el qual los Autores extranjeros han publicado tantos para-logismos” (N° 1, 1791). Queda claro que, para estos editores, el periódico funciona como el espacio discursivo por excelencia para exponer, a los mismos peruanos y al resto de América, una imagen de su reino como uno ilustrado y digno de admiración.

Esta actitud no es particular de los periódicos aquí cita-dos sino que, de manera similar, otros diarios publicados de forma contemporánea, como la Gazeta de Literatura de México (1788-1795), el Papel Periódico de La Havana (1790-1805) y las Primicias de la cultura de Quito (1791-1792), compartieron es-tas mismas inquietudes. Hay que aclarar que estos periódicos se citaban unos a otros, y estaban al tanto de la naturaleza de los respectivos semanarios. Incluso en un artículo publicado en las Primicias de la cultura de Quito —donde Luis Muñoz de Guzmán discute, el 4 de diciembre de 1791, un ensayo escrito por Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo sobre la reforma de la educación pública en Quito—, se sugiere que, entre la lista de libros que se le debe asignar a los niños en las escuelas primarias, deben incluirse “Nuestro Periodico Quite-ño, el Mercurio Peruano y el Periodico de Santa Fe” (N° 1, 1792). En el ámbito continental, los periódicos se veían como parte de un sistema educativo moderno que se anclaba más en lo local y en lo particular. Constituían, por lo tanto, órganos pedagógi-cos que procuraban educar a las jóvenes generaciones sobre su situación económica, cultural y política. Existía un reconoci-miento mutuo entre los editores de estos diarios, quienes des-tacaban el valor de éstos como órganos epistémicos de prestigio.

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En el caso del Mercurio Peruano se publica, el 28 de abril de 1791, una noticia sobre “un nuevo periódico” en Santafé de Bogotá, indicando que por fin la América Meridional se une a México para introducirse en la república de las letras y dejar a un lado su rol pasivo en ese diálogo global (N° 34, 1791)12. La noticia señala que en la capital de Santafé “hay patriotas, hay literatos, que emulando la felicidad de nuestra Patria, o coinci-diendo fortuitamente en la empresa de sus Periódico, han em-prendido la publicación de un folio volante, sin mas nombre que el de Papel Periódico de Santa Fe de Bogota” (N° 34, 1791)13. La noticia concluye con que “El espiritu del siglo es propenso a la Ilustración, a la humanidad y á la filosofia. La América, que desde muchos tiempos se hallaba poseida de estas mismas ideas, se ha unido insensiblemente en adoptar un medio muy oportuno para transmitirlas: este es el de los Periódicos” (N° 34, 1791). El periódico se visualizaba como un órgano de unión continental o trasnacional, que movilizaba el conocimiento de América más allá del confín urbano. Los ilustrados de los res-pectivos reinos se unían por medio de estos semanarios y, de esta manera, las ideas de sus patrias circulaban como objetos de prestigio en busca de reconocimiento.

El Nº 24 —publicado en 1791— del Papel Periódico ofre-ce una noticia sobre la creación del Mercurio Peruano por So-ciedad de Amantes del País. El editor en Santafé, dirigiéndose

12 El Mercurio Peruano fue publicado semanalmente los jueves y los domingos, entre 1791 y 1794. En 1794, debido a la falta de subscripciones y problemas económicos, se imprimió de manera inconsistente. El último volumen fue publicado en 1795 por uno de sus miembros honorarios, fray Diego Cis-neros, quien publicó los últimos dos números del periódico en un solo vo-lumen. Para una discusión detallada sobre los altos costos de producción, suscripción y subsecuentes dificultades económicas que sufrió el Mercurio, véase la obra de Jean-Pierre Clément, El Mercurio Peruano, 1790-1795 (37-51).

13 Los editores señalan que han podido leer los primeros dos números del pe-riódico y que, aunque la empresa del Papel Periódico es “apreciable”, puede “perfeccionarse y mejorarse más con el discurso del tiempo” (34, 1791).

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a los “Americanos instruidos”, alaba los talentos de los litera-tos a cargo de la publicación y “la capacidad, erudición, y buen gusto de aquella Sociedad de Literatos”, la cual está presente en los 36 números a los que ha tenido acceso, y que han circu-lado en la capital neogranadina (N° 24, 1791). Por fin, añade el editor, se va “conociendo que ya la América va sacudiendo la pereza en que yacia, y que en breve tiempo podra hacer un papel mas decoroso en el Teatro de Minerva” (N° 24, 1791). El editor incluso discute la noticia que publicó el Mercurio Pe-ruano sobre el mismo Papel Periódico. Estas citas enfatizan el hecho de que los semanarios, como redes de comunicación, habían facilitado un acercamiento dialógico que, por medio de debates, disertaciones y noticias, había conectado espa-cialmente territorios e individuos que, por su distancia física, parecían incomunicados. Sin embargo, estos periódicos persi-guen un fin más ambicioso, como es el de situar al Perú y a la Nueva Granada en la esfera global del saber para que el resto del orbe reconociera su naturaleza ilustrada. Pero, ¿cuáles son esos espacios que hacen de Santafé de Bogotá, o Lima, o del vi-rreinato de Nueva Granada, o el de Perú, un lugar tan especial en la escena de los debates globales sobre las Américas? A con-tinuación se discutirá una noticia que originalmente se publica en el Mercurio Peruano, pero cuya discusión prosigue en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, y que ofrece un ejem-plo concreto de uno de esos tantos espacios de prestigio y saber que, según los patriotas criollos, abundaban en las Américas.

Después de una pequeña suspensión de la publicación del Pa-pel Periódico debido a un cambio de imprenta, se publica una noticia titulada “Descripción del Salto de Tequendama”. La noticia sirve como pretexto para expresarle al resto del mun-do cuáles son las maravillas de la naturaleza que destacan al

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virreinato de Nueva Granada del resto del mundo. El autor parte de la premisa de que, aunque la naturaleza es una misma en todas partes, sin duda algunos territorios son más favoreci-dos que otros, como es el caso de las “maravillas naturales” (N° 86, 1793). El autor expone como ejemplo “la famosa Cascada del Rió Bogotá”, de la cual ya el virrey Joseph de Ezpeleta ha-bía enviado un plano geométrico al rey, en 179014. Sin embar-go, para el autor la cascada es uno de esos “singulares objetos” de los cuales “ninguna Descripción es suficiente à dar una jus-ta idea de lo que son en si” (N° 86, 1793). Manuel del Soco-rro aprovecha la oportunidad para intercalar una carta que se publicó en el Nº 207 del Mercurio Peruano, el 27 de diciem-bre de 1792, titulada “Defensa de una noticia que se dio en una Tertulia contra uno que la impugno”, indicando que a la carta le seguiría un comentario sobre lo que “carece por lo respectivo a la exactitud de la Descripción” (N° 86, 1793). Es interesante notar cómo, desde dos espacios de enunciación diferentes, se construye la imagen de un fenómeno natural como un lugar de prestigio y superioridad. El autor de la carta publicada en el Mercurio Peruano habla de la cascada como fenómeno que destaca la superioridad de la naturaleza americana, mientras que el granadino se apropia discursivamente del mismo lugar para exaltarlo como patrimonio de su reino. Incluso el título que adopta el autor del Papel Periódico toma un carácter más local, al titularlo “Salto de Tequendama”.

14 De acuerdo con el autor del artículo, el plano fue preparado por el teniente coronel Don Domingo Esquiaqui. Esquiaqui fue Teniente Coronel y Co-mandante del Real Cuerpo de Artillería del virreinato. Llegó a Santafé des-pués del terremoto del 1785, por órdenes del virrey Ezpeleta, para encargarse de las obras de reconstrucción de la ciudad. Esquiaqui estuvo a cargo, por ejemplo, de la creación del plano del cementerio público, que el virrey quería establecer para contener la “pestilencial inhumación de cadáveres en medio de la Ciudad” (Papel Periódico, N° 120, 1793).

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La carta del autor del Mercurio Peruano, quien fir-ma bajo el pseudónimo de El Calvo, va dirigida a los se-ñores académicos limeños para denunciar a uno de los asistentes de una tertulia, quien, como parte de un debate que surgió en ella, negaba que la cascada debía considerarse como una maravilla. El autor de la carta decide responder a lo que él considera “un injusto reproche” que, según él, ame-rita ser puesto por escrito en el Mercurio (Mercurio Peruano, Nº 207, 1792: 280). El autor presenta la imagen de la casca-da como una “maravillosa obra de la naturaleza”, aludiendo a que la ignorancia de los naturalistas sobre ella se debe a que no se ha publicado nada de ésta más que en crónicas escritas por religiosos (figuras 1 y 2). El autor de la carta se posiciona como quien va a sacar a la luz esta noticia, mientras se espera la publicación de la Historia Natural del Nuevo Reino de Gra-nada por el “honorable literato” José Celestino Mutis (Mer-curio Peruano, N° 207, 1792: 281). Como punto de partida, él hará un examen comparativo con lo que ha dicho el historia-dor moderno, el Conde de Buffon, con respecto a las cascadas más maravillosas del mundo15. También hablará desde su ex-periencia como testigo visual ya que, según él, tuvo la opor-tunidad de visitar las cascadas en varias ocasiones durante su infancia. El autor explica que se las conoce con el nombre de “Salto de Tequendama”, pues el lugar pertenece a la hacienda

15 Con “maravilla” y “maravilloso” se refería, en el siglo XVIII, a un “suceso ex-traordinario que causa admiración y pasmo”, a algo que es “singular y pri-moroso”, y algo que es “perfecto, y que causa admiración” (Diccionario de autoridades, 495-496). Es interesante que, en la carta, el autor mismo ofrez-cae una definición de la palabra como “una cosa extraordinaria que asombra ò causa asombro”, anotando que recoge la información del Diccionario de la Real Academia (N° 87, 1793).

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del mismo nombre, hacienda que ahora se ha hecho famosa y es visitada por cada virrey nombrado por la Corona16.

El autor pasa a destacar la facilidad con que se llega a ese lugar, localizado muy cerca de la capital. Su superficie plana posibilita la llegada en coche a la hacienda donde se encuentra, y desde allí se puede llegar al salto a caballo. Una vez en el salto, se recorre fácilmente a pie. El espacio que rodea la cascada es en sí maravilloso: “el perfume exquisito de plantas y vegetales, la armonía del canto de las aves, que las hay en bastante número y variedad; el temperamento suave, y finalmente todo quanto puede contribuir a hacerlo divertido está ventajosamente pro-porcionado” (Mercurio Peruano, N° 207, 1792: 282). Una vez llegado al salto, parece increíble la claridad que emana de este lugar, donde “se entra de golpe con una claridad que deslumbra”

16 Según la versión de Alexander Von Humboldt en su Viage a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente (1826), libro VIII, en la Antigüedad los indios muiscas vivían en estas zonas como bárbaros, sin leyes, ni agricultura, y desnudos. De repente, llega un anciano con barbas blancas a quien se le llamaba Bocachica (o Nemquetheba y Zuhé), y se parecía a Manco-Capac. Bocachica vino acompañado de una mujer muy bella pero maligna, llama-da Chia, quien ordena una inundación que mata y dispersa a gran parte del pueblo. Humboldt continúa describiendo que Bocachica, enojado, y “movi-do á piedad de la situacion de los hombres dispersos por las montañas, rom-pió con mano potente las rocas que cerraban el valle por el lado de Canaos y Tequendama”. Es aquí cuando surgen las cascadas. Procedió a construir ciudades, seleccionar jefes y establecer el culto a la luna. Humboldt consi-dera esta fábula indígena como invención de “pueblos groseros e incultos”. Sin embargo, el viajero alemán sí destaca la belleza de la cascada. Según él, “Difícil es describir la belleza de una cascada, pero aun lo es mucho mas hacerla sentir por medio del dibujo. De multitud de circunstancias depen-de la impresion que deja en el alma: es preciso que el volúmen de agua que precipita sea proporcionado á la altura de que cae, y que el paisage en que se hallá ofrezca un carácter romántico y salvaje”. Es importante anotar que ninguno de los periódicos hace referencia a esta versión indígena del origen de la cascada. Esta cita está tomada según la versión electrónica de la obra de Humboldt, digitalizada por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/exhibiciones/humboldt/orinoco1.htm

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(N° 207, 1792). En este momento preciso de la narración, el au-tor de la carta decide comparar la naturaleza del salto con lo que los historiadores modernos —como el conde Buffon, en su Histoire naturelle, générale e particulière, avec la description du ca-binet du roi (1749-89), y Pierre François Xavier de Charlevoix, autor de Histoire et description générale de la Nouvelle France, avec le Journal historique d’un voyage fait par ordre du roi dans l’Amérique Septentrionale (1744)— tenían que decir sobre otras cascadas del mundo. Esto le ofrece la oportunidad al autor de denunciar, desde el Mercurio Peruano, la falta de conocimien-to de los naturalistas europeos sobre los fenómenos naturales americanos, ignorados por ellos a pesar de ser más prodigiosos.

Alude él a las cataratas que Buffon considera como ma-ravillosas y que se encuentran en Alemania, el Nilo, Mosco-via, Zayre y Canadá. Las Cataratas del Niágara, en Canadá, son las que Buffon considera como superiores, con 184 pies de altura. A ésta —anota el autor de la carta— le caracteri-za la niebla que se divisa en el agua y los remolinos de agua que no se pueden navegar. El autor también cita a Charlevoix, quien consideraba las Cataratas del Niágara como la más “her-mosa que creo puede haber en la naturaleza” (N° 207, 1792). Sin embargo, corrige a Charlevoix denunciando que se equi-voca cuando señala que la cascada mide 700 pies de altura, alegando que es difícil medirla propiamente, ya que esta cas-cada solo se puede ver de perfil. Según otros científicos, como Mr. Delisle y el Padre Hamperin, quienes la han intentado medir varias veces, las del Niágara se encuentran entre 134 y 140 pies de altura, y 466 pies de circunferencia.

El autor contrapone la descripción de las Cataratas del Niágara con la de la cascada de Tequendama según la des-cripción que hace el sacerdote dominico Alonso de Zamora (1660-1717), autor de la Historia de la provincia de San An-tonio del Nuevo Reyno de Granada, publicada en 1701, y que

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figura 1. Catarata del Tequendama (1821)J.M. Espinosa Prieto Biblioteca Nacional de Colombia

comenta cómo el Río de Bogotá se precipita por el famoso Salto de Tequendema. El sacerdote la describe como de “ad-mirable y vistosa recreación”, muy clara en la mañana y coro-nada de “elevadas y frondosas arboledas llenas de vistosas y varias flores. Paraíso natural que habitan diferentes aves, ce-lebrando sus voces aquella maravilla” (N° 207, 1792). El au-tor de la carta publicada en el Mercurio Peruano prosigue a describir la superioridad en altura de ésta sobre la del Niága-ra, adjudicándole 1,100 pies de altura17. La superioridad de la

17 La altura actual se considera de 515 pies.

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catarata del Tequendama sobre la del Niágara se da por el “ex-ceso” (N° 207, 1792). La circunferencia de la del Tequendama es mayor, ya que ocupa casi una legua más de circuito versus la segunda, que es un cuarto de legua. Si en la otra se forma o re-fleja un arco iris, en la del Tequendama se forman varios. Si en la otra hay un islote que divide las cataratas en dos mitades, en la del Tequendama hay una “prodigiosa” sillería de piedras. El autor llega a la conclusión de que, definitivamente, Charlevoix no conocía esta cascada americana cuando argumentó que la del Niágara era la más maravillosa. Le da más validez a la po-sición del padre Zamora quien, según él, “era natural de aquel lugar” pero también había viajado a Europa (N° 207, 1792)18. La experiencia de lo visto en distintos continentes y la familia-rización con el espacio en donde se observa le otorgan, según el autor de la carta, más validez a la versión de Zamora.

En el Nº 87 del Papel Periódico, los editores publican literalmente la carta del autor del Mercurio Peruano, y en el próximo número responden con un tipo de apéndice en el cual añaden, según ellos, “algunas circunstancias que con-tribuirán a formar una idea mas exacta de esta maravilla hidrológica” (N° 88, 1793). En el ensayo se alude nuevamente al plano geométrico y escenográfico del salto preparado por el teniente coronel y comandante del Real Cuerpo de Artillería, Domingo Esquiaqui, el cual, según ellos, es el “mas exacto y circunstanciado que podía desearse para conocer todo el me-rito de esta famosa cascada” (N° 88, 1793)19. El artículo pasa a

18 El autor sugiere que el jesuita francés Charlevoix tal vez decidió ignorar esta catarata en su obra porque pertenecía al territorio español (N° 87, 1793).

19 Irónicamente, Humboldt años más tarde dirá que las medidas de Esquiaqui que se reportan en el Papel Periódico son erróneas, añadiendo “Pero olvide-mos medidas tan inexactas. Hay que creer en honor del señor Esquiaqui, hombre de genio y de vastos conocimientos, que su Memoria fue falsificada al copiarla o que el redactor era tan cegato como el autor del mísero soneto con que concluye la memoria”.

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resumir la información que Esquiaqui presenta en el plano, incluyendo sus dimensiones y condiciones meteorológicas, para enfatizar no solo lo que hace a esta cascada la más alta, sino tan diversa y potencialmente remunerable, ya que “la no-table diferencia de temperamentos de que gozan lo alto de la Montaña, y la llanura del valle” hace que se encuentren una gran variedad de plantas, como las palmas, las quinas y otros vegetales (N° 88, 1793).

Lo que más le llama la atención de la cascada es que sea un espacio que motiva, a quien la observa, a conducir ex-perimentos y a estudiar una naturaleza variada, así como a

figura 2. El Salto del TequendamaE. Riou en Edouard André L’Amérique Equinoxiale (1869)

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conocer las numerosas especies que allí se encuentran. Según se resume en el artículo:

No hay duda de la vista de esta maravilla y el conjunto de belleza que la asocian, sorprende agradablemente el espíritu de un Filosofo, haciéndole en su interior una dulce violencia que lo obliga a formar un cúmulo de raciocinios casi precipitados unos sobre otros, según la prisa que le dan los vacios objetos que va descubriendo, porque cada uno parece que le va empeñando de nuevo à que lo considere à el solo en todas sus circunstancias. (Nº 88, 1793)

Buena muestra de ello es el poema anónimo en honor al salto que intercala el autor del artículo, donde se declara que en el “Salto prodigioso” reside la grandeza del Río de Bogotá: “Gran Bogotá, tu Salto prodigioso” (Nº 88, 1793). Más aún, es el salto “lo que hace en el sentido/ Del espiritu atento y es-tudioso”, propiciando que el filósofo lleve a cabo “mil reflexio-nes/Mil discursos enérgicos y vivos” (N° 88, 1793). El salto es pues resumido en el poema como un “complexo de primores”, un “lucido espectáculo”, y “donde ha unido Naturaleza todo lo grandioso” (N° 88, 1793). El poema resalta el espíritu de racio-cinio que emana de la cascada y que la convierte en un espa-cio de conocimiento e ilustración. De la naturaleza científica descriptiva que se desprende de la alusión al plano geométrico de Esquiaqui, se pasa a una representación estética del espa-cio capturada por la poesía. En este pasaje coexisten una vi-sión afectiva del espacio íntimamente unida a la identidad del hablante, o junto a esa “hybris del punto cero” de la que habla Santiago Castro-Gómez, en donde la representación del es-pacio de manera científica intenta “ser lisa” (237)20. El plano

20 Para Santiago Castro-Gómez, “la hybris del punto cero” exige una re-presentación científica del espacio “lisa” que “debía desligarse de las

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geométrico y su precisión matemática le otorgan esa supuesta objetividad, mientras que el poema, por otro lado, destaca la subjetividad del autor ante tal fenómeno natural, convirtién-dose en parte de su carácter identitario. El salto provoca e in-funde en él una emoción patriótica.

Estéticamente, no hay ningún otro salto que sea más bello que éste, ya sea por la multiplicidad de perfectos arcos que se reflejan en su arco iris, ya sea por la belleza de su fauna y flora. Como el propio autor resume, “Queda, pues, incon-cusamente probado que nuestro Salto de Tequendama es la Cascada de mas elevación y belleza entre todas quantas hoy se conocen en el Universo” (N° 88, 1793). Señala, también, que sin lugar a dudas el autor de la carta publicada en el Mercurio peruano “tuvo mucha justicia para darle el renombre de Mara-villa” (N° 88, 1793). Para ilustrar esto, cita parte del segundo tomo de la obra de Buffon, denunciando que la altura que Bu-ffon adjudica a las cascadas más altas no puede competir con la del Tequendama. Entre las cascadas que Buffon cita, se en-cuentran la zona del Niágara en la provincia de Nueva York (175 pies), la del Niágara en Canadá (184 pies) y la del Terni en Italia (350 pies). Estas tres no pueden compararse con la del río Bogotá en Tequendama, cuya medida es de 933 pies21. Son la altura y la belleza las que hacen de este espacio un lugar prestigioso y digno de conocerse en el resto del mundo. Este

representaciones ‘afectivas’ que de ese espacio hacían sus pobladores” (237). Castro-Gómez añade que “la precisión matemática de grados, mi-nutos, segundos, ángulos. Latitudes, longitudes” busca crear la visión de un “espacio abstracto” en donde estaba ausente una identidad personal o colectiva del espacio. Sin embargo, en este pasaje se advierte cómo am-bas formas de representación sí pueden coexistir.

21 Humboldt, años más tarde, cita la altura que se le ha adjudicado a la cascada por los diferentes científicos europeos, y postula la suya como la más exacta. Las medidas en varas que cita son las siguientes: Esquiaqui: 264, Mutis: 255, Caldas: 219, y las de él mismo: 210.

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énfasis en los fenómenos naturales como objetos de identifi-cación, diferenciación y superioridad destaca, como señala Adriana María Alzate Echevarría, que “La recurrencia cons-tante a los recursos naturales en los escritos ilustrados formó parte de un proceso mediante el cual este grupo fue adquirien-do una mayor consciencia de la realidad geocultural propia” (66-67). La validez de la cascada como una maravilla universal implica su reconococimiento por el público extranjero y por aquellos que todavía consideran lo americano como símbolo de barbarie y atraso. Son los espacios no conocidos los que le otorgarán a América un espacio en el panorama de las ciencias naturales y en los debates ilustrados. Son esos espacios desco-nocidos por los escritores modernos europeos los que mueven a América del lugar de la sinrazón al de la razón.

El hecho de que otros americanos —como en el caso del Mercurio Peruano—, reconozcan la naturaleza maravillosa de estas cascadas, le otorga autoridad a la idea de que en rea-lidad se está hablando de una maravilla. Lo importante será entonces que esa idea circule de manera global, para que así se reconozca el prestigio que ésta se merece entre los debates de los historiadores y filósofos modernos europeos con relación a la naturaleza americana. La cascada simboliza un espacio de la razón, que se opone a esos otros espacios de la sinrazón que pululan en el virreinato, como lo serían las calles sucias y las sepulturas, ambos respectivamente repositorios de basu-ras y causa de enfermedades, desorden y caos. Para el editor del Papel Periódico, los espacios de la sinrazón serían las calles que constituyen el depósito de “aspereza e inmundicia” y de la “desordenada muchedumbre” de basura y “animales muertos y corrompidos” (Papel Periódico, N° 11, 1791); o las sepulturas en el centro de la ciudad de Santafé, de las cuales emana una “pes-tilencial inhumación” (Papel Periódico, N° 120, 1793). Son estos espacios los que, como arguye Alzate Echevarría, motivaron

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“una reorganización funcional del espacio urbano”, para pro-mover medidas de “limpieza, saneamiento y embellecimiento” con vías a controlar, vigilar y hacer de la población una más productiva (75).

Los diálogos que se llevaron a cabo entre intelectuales, en el Virreinato de Nueva Granada y el de Perú, apuntan a ese ca-rácter espacial que Withers considera crucial para entender la Ilustración. Como señala Withers, las ideas que surgieron como resultado de estos diálogos surgieron en lugares espe-cíficos, fueron debatidas en espacios particulares y muchas bases se establecieron sobre cuestiones de espacio (6). Los de-bates que se dieron en Europa sobre América, su naturaleza y sus habitantes tuvieron gran repercusión en las Américas, y sirvieron como base para leer la Ilustración desde distintos ángulos y localizaciones. Los debates o controversias —mayo-res y menores— que se dieron en esta época son, como sugiere Jonathan I. Israel, uno de los elementos más productivos para entender el fenómeno de la Ilustración y, específicamente, para ver cómo las ideas se debaten, circulan y se transforman en contextos diferentes (25). En el caso americano, ciertas figu-ras y debates menos conocidos se marginaron para privilegiar a otros. Este es el caso de muchos de los ilustrados que contri-buyeron con sus artículos, disertaciones, cartas, y noticias en los periódicos americanos del siglo XVIII.

Los criollos ilustrados a cargo de los periódicos espe-raban que sus artículos circularan no solo a un público local, sino también global, para que así se reconocieran sus fenóme-nos naturales, arquitectura, fauna, flora y su población como elementos distinguidos. El mismo Papel Periódico alega que ya se ha visto crecer su público lector en lugares como la isla de Santo Domingo, Cuba, la provincia de Caracas e, incluso en

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la península de España. De manera que, potencialmente, tal circulación lleva consigo la posibilidad de reconocimiento por parte de los extranjeros (N° 86, 1793). Ya se sabe que en Lima y La Habana, al igual que en Quito, se leía con admiración el pe-riódico. Estas redes de conexión eran importantes para expan-dir la circulación de ideas en territorios fuera de los lugares de producción. Lo que se trata de vender es una imagen patriótica de los espacios de la razón, en oposición a la idea de América como espacio de sinrazón que postulaban los críticos europeos.

Lo mismo sucede en el Mercurio Peruano, cuando se pre-sentan los cafés, la fuente que adorna la Plaza Mayor de Lima, el convento de las Trinitarias Descalzas, las minas de Huanca-velica, la Real Universidad de San Marcos, la Escuela de Dise-ño o el Real Anfiteatro Anatómico como lugares que hacen de Perú un lugar único y prestigioso. El Mercurio, según sus mis-mos editores, circuló en La Paz, Quito, La Habana, Santafé de Bogotá, México y Filadelfia, al igual que en países como Es-paña, Italia, Polonia, Inglaterra, Francia, Hungría y Alemania. Sus editores claramente sostienen que “nosotros no escribi-mos solo para el recinto de esta Capital, ni para el año de 1791. Trabajamos (dure lo que durase este Periodico) para la noticia de todo el mundo, y para la posteridad” (Mercurio Peruano, N° 12, 1791: 111). Obviamente, el reconocimiento global era lo que ellos buscaban, pero siempre existía la incertidumbre de que no todas sus noticias llegarían. Los editores del Mercurio, por ejemplo, hablando de los espacios ilustrados de los cafés en Lima, indican esta inquietud: “En estos terminos puede que llegue algun dia, en este ò en el otro Hemisferio, en que mas se aprecie las noticias de los Cafes de Lima, que las relaciones tantas veces impresas, y repetidas de sus guerras, de su con-quista, y de su fundacion” (Mercurio Peruano, N° 12, 1791: 111). Por supuesto, frente a estos espacios de la razón, los criollos limeños anteponen sus propios espacios de sinrazón, como los

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baños, las cofradías de negros y las calles llenas de holgazanes, las que, según ellos, es necesario eliminar.

Las lecturas que llevaban a cabo unos y otros editores de los periódicos en diferentes localidades geográficas, apun-tan al carácter móvil de la Ilustración. Este proceso de leer-se unos a otros y de entrar en debates que abarcaban mucho más que un plano local constituyen una parte esencial de lo que David Livingstone y Charles W. J. Withers han postula-do como las “geografías de la Ilustración” (4). Esas geografías de la Ilustración subrayan la relevancia que tienen las localiza-ciones particulares de los sujetos hablantes en las prácticas de cuestionamiento que se dieron durante este período histórico (Livingstone y Withers, 31). Pero, como bien señala Castro-Gómez, esta geografía se instala en “el ‘punto cero’ de observa-ción donde el intento de mirar u observar objetivamente se ve afectado por la posicionalidad que adopta el hablante ante el espacio en general” (231). El espacio se convierte, en este con-texto, en un capital simbólico valorado por la inteligencia lo-cal, pero todavía ignorado por el público internacional. Los periódicos americanos, desde distintas urbes capitalinas —La Habana, Lima, México, Quito y Santafé—, ven en sus órganos comunicativos una oportunidad para expandir y hacer circular sus espacios de conocimiento a un público global, cuya falta de información lo mantiene irónicamente en la oscuridad. Para los ilustrados criollos, habría que leer la Ilustración en reverso: desde América hacia Europa, o sea, más allá de sus supuestos centros. Este es el mismo llamado que recientemente algunos geógrafos culturales (Livingstone, Withers), historiadores (Cañizares-Esquerra) y críticos literarios (Meléndez, Stolley) de la Ilustración han hecho durante las últimas dos décadas. Los periódicos son, pues, el punto de conexión, espacios de in-tercambio que producirán ese tipo de revolución o cambio al que alude Raynal en la cita que abre esta presentación, cuando

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habla del impacto global que causó el llamado “descubrimien-to” del Nuevo Mundo. Francisco Javier Santa Cruz y Espejo, en el prospecto de su periódico Primicias de la cultura de Quito, indicaba que “la prensa es el tesoro intelectual” y el medio efi-caz para mostrarle al público “que sabemos pensar, que somos racionales, que hemos nacido para la sociedad”. Esta es la idea que los ilustrados postulaban por medio de la prensa periodís-tica, otorgándose así autoridad como los mejores conocedores de sus patrias y de sus prestigiosos espacios de conocimiento.

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“[P]erseguido, principalmente de los literatos”*1 o la infamia de poseer las tres nobles artes: raza, clase y canonen la Nueva Granada. Siglos xviii y xix**2

Kevin Sedeño3Guillén***

Universidad Nacional de Colombia

Fundación Universitaria del Área Andina

Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819) resulta un caso espe-cialmente particular por la desatención en que se ha mantenido su estudio, a pesar de constituir una de las personalidades más sobresalientes del siglo XVIII en la América4hispana****. En el año

* Rodríguez, 1788; cit. en Cacua Prada, 1985: 44.** Una versión preliminar de este artículo fue presentada como ponencia en el

Seminario Internacional “Literatura, Sociedad e Ilustración en la Nueva Gra-nada. El bicentenario de las independencias continentales americanas: Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819)” (Bogotá: Universidad Nacional de Co-lombia, Departamento de Literatura, 8 y 9 de abril de 2010).

*** Correo electrónico: [email protected]**** Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria nació el 3 de abril de 1758 en

la villa de San Salvador de Bayamo, en el oriente de la isla de Cuba. Su for-mación fue autodidacta. En 1780 se trasladó con su familia a Santiago de Cuba y, desde allí, le escribe a Carlos III: “como un vasallo infeliz, que co-nociendo podía ser algún día útil al Estado, según mi vocación naturalísima a la Literatura” (Rodríguez, 1784; cit. en Cacua Prada, 1985: 20). Él reque-ría “una limosna […] con qué alimentar esta triste familia […] para de ese modo tener libertad de trabajar esas obras cuya lista incluyo, que me pare-cen no serán inútiles a la Nación” (21). Como resultado, es llamado a ir a La Habana “para hacerle tantear y conocer por sujetos de literatura y notoria prudencia que expongan su juicio reservado sobre los estudios, prendas y ta-lentos de Socorro” (Real Orden, 21 de agosto de 1785). Superado el examen, dice verse sometido en “pueblo extraño [La Habana]” (Rodríguez, 1789; cit. en Cacua Prada, 1985: 70) a privaciones y persecuciones, antes de ser toma-do bajo protección por el Capitán General de la Isla, don José de Ezpeleta, que al ser nombrado Virrey del Nuevo Reino decide llevarlo consigo a ese destino. Su actividad en la Nueva Granada —adonde llegó en 1990— inclu-

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2008 se cumplieron 250 años de su nacimiento, y 190 de su muer-te en el 2009, fechas éstas que, como cábala o motivo, enmarcan la necesidad de nuevas lecturas, además de una revisión de su protagonismo intelectual, apelando a la reevaluación del papel secundario que se le ha conferido en el canon nacional cubano y en el colombiano. Como parte de ese esfuerzo pendiente, en este estudio me propongo analizar la emergencia de un discurso crí-tico sobre la literatura, la cultura y la sociedad en la escritura de Manuel del Socorro Rodríguez, evidenciando las relaciones en-tre su producción crítica y sus concepciones americanistas, por un lado, y su posición anti-independentista, por el otro5.

yó la dirección de la Real Biblioteca de Santafé de Bogotá hasta su muerte; la animación de la Tertulia Eutropélica; la fundación y dirección del Papel Pe-riódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797) —primero en circular establemente en ese “Reino”—, de El Redactor Americano (1806-1808) y El Alternativo del Redactor Americano (1807-1809), entre otros; y, tras la inde-pendencia, la dirección de La Constitución Feliz (1810), del que se publicó un sólo número. Escribió y publicó en vida poemas, ensayos, etc. Murió en San-tafé en gran miseria, en fecha imprecisa de inicios de abril de 1819. Una parte de su producción se encuentra recogida en la Fundación del Monasterio de La Enseñanza: epigramas y otras obras inéditas o importantes (Bogotá, 1957). La biografía escrita por Cacua Prada (1985) —utilizada para elaborar este resumen biográfico— constituye no sólo el esfuerzo contemporáneo más completo en torno a la vida de Manuel del Socorro, sino una colección de importantes documentos inéditos sobre su vida y escritos. Véase, además, “Rodríguez, Manuel del Socorro”, en Diccionario de la literatura cubana (Ins-tituto de Literatura y Lingüística, Academia de Ciencias de Cuba. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999) cuya edición digital está basa-da en la del Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana.

5 Los antecedentes de esta investigación se encuentran en una indagación bi-bliográfica personal sobre la historia de las bibliotecas en Cuba, marco en el que Rodríguez aparecía como precursor de la profesión bibliotecaria, in-cluso antes del surgimiento de bibliotecas públicas en la Isla (véase: Sedeño, 1998). Agradezco muy especialmente a los siguientes colegas que me han acompañado en este trabajo con su confianza, intercambios y/o sugerencias bibliográficas y metodológicas: Iván Vicente Padilla Chasing y Jorge Rojas Otálora (Departamento de Literatura, Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá); Yolanda Martínez-San Miguel (Department of Latino and Hispanic Caribbean Studies, Rutgers, the State University of New Jersey); Ma-

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La sucesión de procesos coloniales de modernización colocarían al sujeto de la segunda mitad del siglo XVIII, en la Nueva Gra-nada, en una encrucijada entre dos modernidades coloniales6. Sarup comprende el colonialismo y el imperialismo como pro-yectos de constitución de un sujeto (1999: 22), lo que nos con-duce a preguntarnos: ¿qué tipo de sujeto es el que se constituye en los espacios periféricos de las colonias españolas de América, en la segunda mitad del siglo XVIII?, ¿un sujeto moderno?, ¿un sujeto ilustrado?, ¿un sujeto colonial?, ¿un sujeto moderno/co-lonial? (Castro-Gómez, 2005: 53) En todo caso, un sujeto en conflicto entre la “subjetividad hispánica” y la “subjetividad bur-guesa”, componentes ambas de la subjetividad moderna en la experiencia de la periferia colonial hispánica (Castro-Gómez,

ría Piedad Quevedo (Departamento de Literatura, Pontificia Universidad Javeriana); Ernesto Carriazo-Osorio (Department of Spanish, Italian and Portuguese, Penn State University), y Antonio Ochoa Flórez (Centro de Do-cumentación, Museo Nacional de Colombia).

6 Siguiendo a Dussel, “Hay al menos dos modernidades: la primera es una modernidad hispánica, humanista y renacentista […]. En esta […] España ‘administra’ su centralidad como dominación a través de la hegemonía de una cultura integral, un lenguaje, una religión […]. Esta es la esencia del proyecto de imperio mundial que, como anota Wallerstein, fracasó con Carlos V. En se-gundo lugar está la modernidad de la Europa Anglo-germánica, que comien-za en la Amsterdam de Flandes y de manera frecuente pasa por ser la única modernidad (esta es la interpretación de Sombart, Weber, Habermas, y aún los posmodernos, quienes producirán una falacia reduccionista que le resta sentido a la modernidad y, por lo mismo, a su crisis contemporánea)” (1999: 156). Castro-Gómez contextualiza esta concepción en la relación entre Euro-pa y el resto del mundo, cuando afirma que “la modernidad es un fenómeno del sistema-mundo que surge como resultado de la administración que dife-rentes imperios europeos (España primero, luego Francia, Holanda e Ingla-terra) realizan de la centralidad que ocupan en este sistema. Esto significa que eventos como la Ilustración, el Renacimiento italiano, la Revolución Cientí-fica y la Revolución francesa no son fenómenos europeos sino mundiales y, por lo tanto, no pueden ser pensados con independencia de la relación asimétrica entre Europa y su periferia colonial” (2005: 49) El énfasis está en el original.

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2005: 53). Mignolo propone la “diferencia colonial epistémica” (2004: 229) como elemento que permitiría reivindicar la “alteri-dad negada [las víctimas]” (Dussel, 1995: 76) de ambas moder-nidades:

Para que esto suceda, sin embargo, la “otra cara” de la mo-dernidad que ha sido negada y victimizada —la periferia colonial, el indio, el esclavo, la mujer, el niño, las culturas populares subal-ternas— deben, en primer término, declararse inocentes, como la “víctima inocente” de un sacrificio ritual, que, en el proceso de reconocerse inocente, puede juzgar a la modernidad como culpa-ble de una violencia originalmente constitutiva e irracional. (76)

7

Al serle encomendado investigar sobre la “habilidad y estudios” de Manuel del Socorro Rodríguez (Sánchez Salvador, 1785; cit. en Cacua Prada, 1985: 31), el por entonces teniente gober-nador de Bayamo dice de lo segundo que: “como han sido noc-turnos y privados nadie puede dar razón individual de ellos” (32); y en cuanto a lo primero, refiere que “el expresado So-corro es un monstruo de habilidad” (33). Sus escritos y los de sus contemporáneos contribuirán luego a construir la imagen de su excepcionalidad que hoy conservamos: ser que aprende durante la noche, de habilidades inusuales, una extrañeza que pasa por monstruosidad ante sus semejantes8. La solicitud de

7 Rodríguez, 1788 (cit. en Cacua Prada, 1985: 44).8 Sobre la idea de la monstruosidad del otro, véase la obra de David Solo-

dkow, “Mediaciones del yo y monstruosidad: Sor Juana o el “Fénix” barroco”, en la Revista Chilena de Literatura n.º 74 (abril de 2009: 139-67). Manuel del Socorro apelaría también a la metáfora del Fénix para referirse a Sor Juana, “esa rara avis de nuestro Continente” (Rodríguez, 1792: 78).

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oficio literario, que dirigiera Rodríguez al rey, da cuenta de un deseo de movilidad social afincado en un proyecto autodidacta de índole literaria, que fue muy mal visto por las élites literarias habaneras, y por las neogranadinas después. En 1788 —dos años después de su traslado a La Habana— sigue considerán-dose “absolutamente forastero” (Rodríguez, 1788; cit. en Ca-cua Prada, 1985: 44), y obligado a actuar con todo número de prevenciones como “un hombre que en medio de un numeroso pueblo se halla perseguido, principalmente de los literatos, solo porque a la ignorancia le dio la gana de levantar la voz ponde-rando talentos que en realidad no hay”9. Subyace, en esta queja, un fuerte enjuiciamiento de la vida intelectual habanera de ese período, que resultaría más impactante al provenir de un au-todidacta “de provincias”, que denota, de ese modo, su deseo de deslindar su pertenencia al espacio colonial insular, remitién-dose a la legitimación de la metrópoli10.

9 El énfasis es mío siempre que no se mencione cosa contraria.10 El contacto de los pobladores de las ciudades del interior de la isla con con-

trabandistas extranjeros, como fuente distinta a la capital de la Isla, para la introducción de ideas ilustradas, es destacada por el propio Manuel del So-corro y debe ser considerada como parte del análisis de su formación intelec-tual: “Asimismo me constan de positivo las entradas y largas mansiones que con motivo del trato clandestino hacen los ingleses de Jamaica en las demás ciudades y poblaciones de dicha Isla de Cuba por las bahías de Guantánamo, Manzanillo, Nuevitas, etc. Sobre cuyo asunto hay un lastimoso desorden en aquellos pueblos, los cuales van cada día avanzando más hacia la corrupción; y esto mismo se experimenta en las demás islas y poblaciones marítimas his-panoamericanas, respecto de las inglesas y francesas adyacentes; siendo lo más sensible que no solo se ha entablado este comercio clandestino en lo que es géneros y frutos, sino también en libros demasiado perniciosos que de-rraman por todas partes el mortal veneno de la impiedad y relajación” (Ro-dríguez, 1793; cit. en Cacua Prada, 1985: 131-132). A ese respecto, resulta en extremo coincidente el planteamiento de un historiador bayamés actual, que sugiere que: “El contrabando, factor determinante durante siglos en la vida económica de Bayamo, influyó en las características peculiares de la cultura material, y es de esperar que también lo hiciera en la cultura espiritual de sus habitantes […]. Junto con los tejidos y otros géneros, también debe haber entrado en la villa la literatura prohibida por la Inquisición. Es probable que

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El enfrentamiento con los letrados habaneros resultará sintomático de sus conflictos con las élites criollas de su tiempo, que veremos continuarse en las opiniones que de él y de su obra se han formado los críticos contemporáneos11. La alusión a un hecho curioso servirá para orientar mi sospecha, pues existen evidencias documentales de que esa “persecución” sí tuvo lugar. Se ha conservado una décima en latín, compuesta por el poeta habanero Manuel González de Sotolongo, en que éste lo califica como de “condición etiópica” [“Etiopiae qualitatis”]12, solo con-

por esta vía penetraran las ideas liberales burguesas y el pensamiento ilumi-nista más avanzado de Europa en la época” (Lago Vieito, 1996, 35).

11 Un apretado compendio de esas opiniones comprendería las siguientes: Ra-fael Maya, “La significación intelectual de don Manuel del Socorro Rodríguez es más histórica que intrínseca” (1951: 784); Max Henríquez Ureña, “escritor fecundo y versificador a veces apreciable” (1967, t. I: [66]), “escribió buen nú-mero de composiciones poéticas de mediana inspiración” (67); María Teresa Cristina, “cultivó con escaso éxito la poesía en ese estilo [neoclásico] y contri-buyó a su difusión” (Cristina, 1982: 578), sus discípulos habrían producido “un tipo de literatura erudita y fría”; José Antonio Portuondo, refiriéndose al poe-ma “Las delicias de España”, cita una “estrofa no desprovista de gracia barroca“ (1995: 36), para afirmar luego que “no pudo escapar al mal gusto literario de su tiempo”; Renán Silva, “se dispuso a buscar su lugar en la ‘república de las letras’, para tratar de asegurar el tiempo y los recursos que le permitieran dedicarse a la producción de lo que estimaba su obra” (549), que “ha sido justamente ol-vidada” (2002: 549, n. 96), “los medios ilustrados eran tan reducidos, que un autodidacta de tan escasa formación como Rodríguez terminaba siendo bue-na compañía” (554); y, por último, la Historia de la literatura cubana se limita a afirmar —sin que medie otro análisis— que es “Otro poeta que no se puede pasar por alto […] quien, aunque nacido en Bayamo, desarrolló toda su labor como publicista y su obra literaria en Bogotá, Colombia” (Arcos, 2005: 80). Estos criterios no varían en lo esencial —en muchos de los casos— en rela-ción con los juicios “fundacionales” de Vergara y Vergara (1867).

12 Para entender la gravedad de esta insinuación, que ponía en riesgo sus aspi-raciones letradas, debemos remitirnos a Johann Friedrich Blumenbach, que en su libro De generis humani varietati nativa establecía que las razas humanas serían: caucásica (blanca), mongólica (amarilla), etiópica (negra), americana (roja) y malásica (cobrizo) (cit. en Vögelin, 1989: 74). La necesidad de definir una pertenencia racial debe entenderse como parte del proceso de solicitud de estudios, contexto en que, como mestizo en el plano de la Ilustración, se en-frentaba a la ausencia del que era considerado por los criollos como principal

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tradicha —según el autor de la misma— por su aparente “blan-cura”, que no es óbice para que lo compare con un “jumento” (cit. en Bachiller y Morales, 1965; 1859-1861).Cacua Prada transcri-be el poema en latín, y presenta una traducción realizada por Antonio Forero Otero, encabezada así: “Canto exhortatorio a Manuel Socorro, de condición etiópica, improvisada por el D. D. Manuel González de Sotolongo”. Y dice:

¡Oh Manuel!Como ninguno tu aspecto,a no ser por tu blancura,que soy bestia me asegura,que carece de intelecto:muy íntimo es el defecto,y así corren mis intentos,no obstante los fundamentospor los que mi cristianismoafirma que fue un Dios mismoquien hizo hombres y jumentos.

(cit. en Cacua Prada, 1985: 79)13

capital: “la blancura era su capital cultural más valioso y apreciado, pues ella les garantizaba el acceso al conocimiento científico y literario de la época, así como la distancia social frente al ‘otro colonial’” (Castro-Gómez, 2005: 15).

13 El original en latín, tal como lo transcribe Cacua Prada, es el siguiente: “In Emmanuel Socorro Etiopiae qualitatis Carmen exhortatorius a D.D. Emmanuel Gonzalez de Sotolongo, ex tempore prolatum”.

O Emmanuel! Tuus aspectusUt ni albedine nullusDicit sum equus, et mulus,Quibus non est intellectus:Viscibili est defectusEt ideo tendunt intentaAt sacrata fundamentaPer quae cristianismus meusAsserit, quod fecit DeusTum homines, quan jumenta.

(cit. en Cacua Prada, 1985: 79).

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Según Henríquez Ureña: “No debe atribuirse mayor significación al doctor Manuel González de Sotolongo, des-medrado autor de décimas en latín, de las cuales Antonio Ba-chiller y Morales ha conservado una” (1965; 1859-1861). Cruel ironía para González de Sotolongo, ser recordado solamente por la pieza con que intentó ridiculizar a su enemigo litera-rio. Como explica Castro-Gómez: “Ser blanco no tenía que ver tanto con el color de la piel, como con la escenificación de un imaginario cultural tejido por creencias religiosas, tipos de vestimenta, certificados de nobleza, modos de compor-tamiento y […] con las formas de producir conocimientos” (2005: 18), debido a que la intensidad del mestizaje hacía cada vez más difícil la diferenciación racial por rasgos fenotípicos (91)14. El bayamés reconocía tener orígenes indígenas, pero no africanos, y no constituye mi objeto corroborar una u otra pertenencia racial o étnica real, sino dar cuenta de la condición racial percibida por sus contemporáneos15. Las referencias que hace Manuel del Socorro Rodríguez a que es descendiente de españoles y de indígenas, aluden a las insalvables limitacio-nes que la condición racial podía anteponer a sus propósitos de acceder a estudios sistemáticos16. Rodríguez previene al

14 El mestizaje era tan común que el obispo Cabezas Altamirano escribió al rey diciendo: “todos están mezclados los más y son ya como españoles” (1608: s. p.).

15 Según Cacua Prada, su bautismo fue registrado en el libro de partidas de bautismos de blancos (folio 54 y reverso, número 594, de la Parroquia del Santísimo Salvador de Bayamo. 1985: 16). Esto se explicaría porque “en las actas sacramentales de la Iglesia se registraban en dos libros separados los bautismos de los blancos y los de los indios, negros y mulatos […]. En todos estos casos, la función del orden jurídico era legitimar con argumentos étni-cos las diferencias sociales y materiales existentes de facto entre los blancos y las castas” (Castro-Gómez, 2005: 72).

16 Rodríguez, en comunicación con el ministro Gálvez, reconoce que no sólo posee orígenes españoles, sino también indígenas. Al referirse a su genealo-gía, luego de hacer constar que su familia es “por parte de padre enteramente originaria de esos Reinos”, y radicada en las Canarias, y que por línea ma-terna fueron conquistadores, menciona que: “Últimamente señor, lo que me

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ministro Gálvez de que, al solicitar referencias sobre él, tome con precaución los testimonios de “los que vieron a mi hon-rado padre usar la Arte de Escultura para mantener su pobre familia, porque acá se mira con infamia el poseer aún las tres nobles Artes tan estimadas de todas las Naciones y desde lue-go se confunde con los mulatos el blanco que no las abandona; prefiriendo más bien el andar vagos, que honestamente en-tretenidos” (Rodríguez, 1785; cit. en Cacua Prada, 1985: 38)17. La imposibilidad de demostrar pureza racial, su extracción so-cial humilde y su procedencia no capitalina, serían los “pecados” que las élites criollas habaneras no excusaron a este “sabio de tierra adentro” (Rodríguez, 1790; cit. en Cacua Prada, 1985: 73).

Son excepcionales, en la historia de la literatura lati-noamericana, los casos de autores “no europeos” o mestizos que fueron aceptados como parte del canon literario, o que tuvieron apenas acceso a la tecnología de la letra; y los que lo lograron, difícilmente podían actuar fuera de ese “patrón de poder”. Rodríguez hizo parte de una élite de pensadores crio-llos y mestizos que pudieron acceder a la escritura y a la im-prenta, aunque su producción escrita no pudo alcanzar la

falta de sangre española es la parte de indio, que me da el apellido Núñez” (Rodríguez, 1785; cit. en Cacua Prada, 1985: 37). En este sentido, Castro-Gómez continúa haciéndose eco acríticamente de las dudas sobre las posi-bles raíces africanas de Manuel del Socorro (2005: 199).

17 Explica Castro-Gómez que “La demostración simbólica de la blancura exigía entonces que una persona tenida como tal debía ocuparse de ‘oficios nobles’ y no de ‘oficios viles y mecánicos’ ( Juan y Ulloa, 1983 [1826]: 422)” (Castro-Gómez, 2005: 86). Los prejuicios sobre el ejercicio de “las tres No-bles Artes” (Pintura, Escultura y Arquitectura), como oficio de pardos y mu-latos en la Cuba colonial, han sido ampliamente estudiados. La vida del gran retratista Vicente Escobar (1762-1834) resulta muy expresiva al respecto: “Gráficamente puede ser expresada por una parábola que se abre en el Li-bro de Registro de Nacimientos de Pardos y Morenos y se cierra en el Libro de Registro de Defunciones de Españoles. Vicente Escobar, legalmente nace negro y muere blanco” (Rigol, 1982: 74). El propio Rigol se refiere a Manuel del Socorro en la obra citada (véanse pp. 292-293).

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visibilidad y circulación de los autores metropolitanos (26)18. El proyecto intelectual de Rodríguez nace del dolor de la frac-tura de su historia, su memoria, subjetividad y biografía, lugar de enunciación que permite la emergencia del “pensamiento fronterizo” (28). Su experiencia es la de la “doble conciencia”, concepto introducido a principios del siglo XX por el intelec-tual negro, W. E. B. Du Bois, para representar “el dilema de subjetividades formadas en la diferencia colonial, experien-cias de quien vivió y vive la modernidad desde la colonialidad” (Mignolo, 2000: 67).

Ya en la Nueva Granada se sumarían, a estos elementos que hemos analizado como importantes antecedentes, su situación de extranjero y de realista, excluyéndolo de entre las figuras que tras la independencia “mejor representan los valores de la nueva so-ciedad” (Fajardo Valenzuela, 2007: 46). Don Francisco Javier

18 De igual modo, el caso del médico ilustrado quiteño, Eugenio de Santa Cruz y Espejo, “ilustra como ningún otro el destino de aquellos mestizos que hacia finales del siglo XVIII, se atrevieron a desafiar abiertamente la co-lonialidad de las instituciones universitarias” (Castro-Gómez, 2005: 133). Espejo era hijo de un indígena quechua y una mulata, había logrado realizar estudios de medicina y ejercer esta profesión, evadiendo el requisito de la “pureza de sangre”, pero esta violación de las convenciones étnicas de la co-lonia le atrajo la malquerencia de los criollos, y resultó involucrado en he-chos políticos, encarcelado y remitido a la Nueva Granada en 1789. Dejado en libertad, regresa a Quito y recibe entonces la oferta de dirigir la recién fundada biblioteca pública, llamada hoy en su honor Biblioteca Nacional del Ecuador Eugenio Espejo. Para ser nombrado en el cargo, debía también probar su “limpieza de sangre”, lo que lo pone de nuevo en evidencia ante sus enemigos, que terminan implicándolo en un proceso por sedición iniciado contra su hermano. Es apresado y condenado a cumplir prisión en el monas-terio franciscano de Popayán, donde muere en diciembre de 1795, sin haber visto atendida su petición de liberación hecha al virrey Ezpeleta (133-138), el mismo que pocos años antes ha nombrado al mestizo bayamés en cargo similar al que aspiraba Espejo, evidenciando que, en el caso de Rodríguez, las autoridades coloniales sí lograron traspasar el control sobre el capital cultural de la blancura, que defendían las élites criollas, aunque habría que profundizar sobre las consecuencias pudo traer esto a la vida y a la posterior recepción de los textos de Manuel del Socorro.

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Caro (1750-1822), contemporáneo de Rodríguez y bisabuelo de Miguel Antonio Caro, fue uno de sus detractores de los que tengo noticias19. Se dice que despachaba a sus enemigos con versos agresivos, y de don Manuel se expresó como sigue:

Ven aquí, tú, estrafalarioperrazo con piel de zorro,sal aquí, Manuel socorro,pasa aquí, bibliotecario.Sí, aprendiz de boticario:no mereces ser trompeta.¿Quién te ha metido a poeta:no reflexionas, mohino,que no ha habido escritor finoque tenga un palmo de jeta?

(cit. en Ibáñez, 1891-1952, III: s. p.)

Francisco Javier Caro —español peninsular con una alta posición en el gobierno virreinal del Nuevo Reino de Grana-da— no se refiere siquiera a la escritura de Manuel del Soco-rro Rodríguez, su descalificación es racial: “que no ha habido escritor fino / que tenga un palmo de jeta”20. Se sustenta en

19 Don Francisco Javier Caro era descendiente de una familia de Cádiz. Llegó a Santafé como Oficial Mayor de la Secretaría, bajo el gobierno de don Ma-nuel Antonio Flórez. Era ingeniero, literato, conocía los clásicos griegos y la-tinos, y sobresalía como calígrafo (Ibáñez, 1891-1952, II: s. p.). Fue abuelo de José Eusebio Caro (1817-1853), quien fuera a su vez padre de Miguel Antonio Caro. Véase, además, la obra de Alirio Gómez Picón, Francisco Javier Caro: tronco hispano de los Caros en Colombia (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1977) y la de Josep M. Fradera i Barceló, “Là construcció de les literatures nacionals: A propòsit de les relacions entre Miguel Antonio Caro i Anto-ni Rubió i Lluch” (Fulls del Museu Arxiu de Santa Maria 26; 1986: 41-50. También en http://www.raco.cat/index.php/FullsMASMM/article/view File/115628/146111; 17 de octubre de 2010).

20 Como documentación del uso racista de “jeta”, para referirse a los indígenas y afroamericanos, puede verse el Entremés del huamanguino entre un guantino y una negra para la navidad en el monasterio del Carmen de Huamanga año

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una biopolítica colonial que excluye al otro, no por mal escri-tor, sino porque su condición de mestizo debiera hacerle abs-tenerse de incursionar en una actividad reservada a las élites blancas, detentadoras de las letras21. Su ejercicio de la escritura es, otra vez, asumido como una violación del código ético-ra-cial en que se sustenta la colonialidad del poder virreinal.

Otro de los aspectos punzantes que se le achacan a Manuel del Socorro Rodríguez, con el propósito de restar capacidad enunciativa a sus planteamientos críticos, es su condición de extranjero en la Nueva Granada: “Bien se cono-ce estaba Ud. soñando, y que ya le va gustando la chicha” (I, 5, 35), le escribe El Doctór Cunegundo Papiróte (sic), seudó-nimo del autor de una crítica dirigida “Al Autór del Periódi-co” (sic). La referencia desenfadada a una posible afición a la chicha no sólo resta valor a la escritura de Rodríguez, a quien se acusa de ebrio y veladamente se le señala su condición de recién llegado, sino que, indicando una pronta cercanía con un producto propio de las comunidades indígenas locales, realiza un señalamiento que podemos interpretar como de corte racial, al señalar, indirectamente, el origen indígena del emigrado cubano22.

de 1797: “¡Hasta este carbón que es la (mismísima) negrura / se hará hoy mi enemiga, / Jeta de color de hígado, negra como la olla de cocina, / de frente siempre sucia por más lavados que se haga!” (cit. en Castañeda, 2003: 250). También las octavas en “La jeta del conquistador” (1835?), que se encuentran publicadas en la obra de Luis Monguió, Poesías de Don Felipe Pardo y Aliaga (Los Ángeles: University of California Press, 1973. Méndez, 1996: 8).

21 Menéndez y Pelayo refiere que Francisco Javier Caro “sostuvo victoriosas polémicas con D. Manuel del Socorro Rodríguez y su Papel Periódico” (III, XXXII-XXXIII). No he identificado su nombre en el Papel Periódico, encu-bierto quizás tras un seudónimo.

22 A propósito del debate sobre la chicha en la Nueva Granada del siglo XVIII, véase el texto de Robinson Alvarado Vargas, “Reflexiones ilustradas en torno a la chicha: el problema del vino amarillo en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogot” (Seminario Internacional “Literatura, Sociedad e Ilustra-ción en la Nueva Granada. El bicentenario de las independencias continentales

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Toda esta historia de lecturas racializadas y excluyentes incidi-rá, sin duda, en el momento en que José María Vergara y Ver-gara se proponga escribir su Historia de la literatura en Nueva Granada (1867) y, por medio de ella, reapropiar el legado colo-nial español como patrimonio para la nación independiente23. Se verá, entonces, obligado a utilizar una curiosa estrategia retórica que permita la reutilización del legado crítico del ab-solutista cubano24. El paralelismo con José Celestino Mutis (1760-1808) le permite, a Vergara y Vergara, activar el marco de recepción deseado (Rodríguez-Arenas, 1993: 2): “Messía de la Cerda había traído a Mutis; Ezpeleta trajo al literato que más debe admirar la posteridad granadina, y cuya memoria debe ser eterna, como la de ningún otro, en esta nación: hablamos del insigne don Manuel del Socorro Rodríguez” (Vergara y Vergara, 1867-1974: 195). Sobre la base del efecto causado con la comparación, se permite afirmar luego que:

Proclamada la revolución de 1810, todavía el bondadoso Ro-dríguez, que era realista por la humilde y simpática sencillez de su corazón, y que había llenado su periódico de poesías en honor

americanas: Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819)”, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Departamento de Literatura, 8 y 9 de abril de 2010).

23 Para una interpretación de la Historia de la literatura en Nueva Granada, a la luz de los debates políticos y religiosos de su tiempo, véase la obra de Iván Pa-dilla Chasing, El debate de la hispanidad en Colombia en el siglo XIX: lectura de la Historia de la literatura en Nueva Granada de José María Vergara y Vergara (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Huma-nas, Departamento de Literatura, Grupo Historia y Literatura, 2008).

24 Para profundizar en el estudio de la producción crítica de Rodríguez, véase el texto de Kevin Sedeño Guillén, “Crisis del sujeto moderno/colonial en la Nueva Granada: Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819): Raza, crítica literaria y americanismo”. (IX Seminario Internacional de Estudios del Caribe. Cartagena de Indias: Universidad de Cartagena, Instituto Internacional de Estudios del Caribe, 2009. En prensa).

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de los reyes de España; todavía decimos, dio a luz otros periódi-cos, entre ellos la , de los que no pudieron salir sino unos pocos números, porque su modesto y mediano pero la-borioso ingenio se eclipsaba ante los robustos talentos de Caldas, Zea, Nariño […]. (196)25

El sólo recuento de los adjetivos aplicados a Manuel del Socorro, por Vergara y Vergara, muestra cómo éste tiende a ha-cer perdonable la profesión política de realismo de aquél, con-traponiéndola a su bondad como sujeto y a su mediocre —pero reutilizable, como intentaré demostrar más adelante— con-dición intelectual26. Resulta cuando menos curioso que, tras declararlo el “literato que más debe admirar la posteridad grana-dina”, Vergara y Vergara caracterice a Rodríguez como “modesto y mediano pero laborioso ingenio”. La meritoria “laboriosidad” del mestizo Rodríguez palidece, ante la “robustez del talento” de los representantes de las élites criollas neogranadinas, que en-cabezaron el traspaso de poder de las élites españolas a las éli-tes locales. Mucho más contradictorio resulta el que, de igual modo, se constituya en la figura literaria más citada (28 ocasio-nes) en su Historia de la literatura en Nueva Granada.

Las evidencias de la deliberada postergación continúan cuando, en la primera mención que realiza del “laborioso bi-bliotecario” (85), se coloca a sí mismo como heredero indirecto

25 El énfasis está en el original.26 Menéndez y Pelayo no es mucho más halagador con el propio Vergara y

Vergara, de quien dice: “José María Vergara y Vergara, ya mencionado en es-tas páginas, no fué grande escritor, pero sí escritor muy ameno y simpático. La bondad y la efusión de su carácter, su entusiasmo por la belleza moral, su fe viva y ardiente, su caridad inagotable, su patriotismo de buena ley, su gracejo natural é inofensivo, se reflejan fielmente en sus artículos de costum-bres, novelitas é impresiones de viaje, y en todos sus escritos fugitivos, en prosa ó en verso, no muy correctos de lengua, pero muy sanos y muy españo-les en el fondo” (III, LXXIX).

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de la labor bibliográfica del cubano, mientras que al presentar a algunos de los autores que la posteridad literaria más ha pri-vilegiado, Vergara y Vergara procede como sigue: de Domín-guez Camargo inserta ”los mismos trozos que escogió don Manuel del Socorro Rodríguez, en una defensa que hizo del citado poema, y que son tal vez los mejores” (87), pero, por oposición, realiza una crítica fácil y superficial del gongorismo en el Poema de San Ignacio de Loyola; de la obra de fray Mar-tín de Velasco dice: “citaremos un trozo de ella que incluye don Manuel del Socorro Rodríguez en su ‘Satisfacción a un jui-cio poco exacto sobre la literatura’” (108)27; cuando se refiere a Velazco y Zorrilla, refiere que Rodríguez, “en el número 65 de su Papel Periódico (11 de mayo de 1792) trae algunas muestras de dichas obras, y como no tenemos más en qué elegir, las po-nemos ambas” (145)28.

No me quedan dudas (a partir de este análisis) de que Manuel del Socorro Rodríguez constituye —junto con Flórez de Ocaríz y Fernández de Piedrahita— una de las más impor-tantes fuentes bibliográficas y críticas para la Historia de la li-teratura en Nueva Granada. Habría sido Rodríguez el padre natural, no reconocido, de la crítica y la historia literaria neo-granadina, su trabajo habría sido dispersado, realizado inútil-mente, y la actuación de Vergara y Vergara, con respecto a su antecesor más importante, lo calificaría dentro de los procesos de “expropiación epistemológica de las castas por parte de los criollos” (Castro-Gómez, 2005: 204). Pero, ¿por qué Vergara y Vergara participa de la “expropiación” del legado crítico de Rodríguez? Defiendo aquí la tesis —ya analizada— de que

27 El énfasis está en el original.28 Realizó un pormenorizado estudio de la “Satisfacción a un juicio poco exac-

to sobre la literatura”, en Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819): Cons-titución del canon de la literatura neogranadina (Tesis B.A., Universidad Nacional de Colombia, 2010).

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esta expropiación responde a su necesidad de acudir al impor-tante antecedente que significa, para su Historia, la producción crítica e historiográfica de Rodríguez, y al obstáculo que le su-pone, en este sentido —a él que trabaja en la configuración del canon literario de la nación independiente—, su triple condi-ción de mestizo, extranjero y realista.

Un curioso documento, que traeré a colación, servirá de pie-dra de toque para argumentar mi posición con respecto a la problemática que anuncio en el subtítulo de este acápite. Me refiero a la carta que Miguel Antonio Caro (1848-1909) dirigió a Marcelino Menéndez y Pelayo, el 6 de febrero de 1884, la cual cito de manera íntegra por los invaluables elementos que ofre-ce para mi análisis:

De Miguel A. CaroA Marcelino Menéndez Pelayo

Bogotá, 6 febrero 1884Mi muy querido am.º: En la última de Vd., me avisa haber

recibido los libros que le envié con Holguín y los Mss. que llevó García Mérou.

Son éstos parte de la Antología ú obras poéticas de D. Ma-nuel del Socorro Rodríguez, mestizo cubano que trajo aquí el vi-rrey Ezpeleta y fué el primer bibliotecario y el primer periodista que tuvo el Nuevo Reino, por lo cual alcanzó cierta notoriedad en aquellos tiempos. Era muy piadoso y aplicado, pero de facultades mentales muy opacas, como ya lo habrá visto Vd. si ha hojeado el ms. Es el mismo á quien enderezó D. Francisco Javier Caro las dé-cimas que Vd. conoce. Hablan de él Vergara y Vergara, y Groot, Historia eclesiastica, tomo III.

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Esos cuadernos de versos estaban destinados á publicarse, según se colige, pero no lo fueron, y aquí son totalmente descono-cidos; los envié á Vd. á título de curiosidad, y nada más.

Añada Vd. que la copia es de puño y letra de D. F. J. Caro. Caro y D. Diego Martín Tanco eran paisanos é íntimos amigos. La copia se hizo á ruego de Diego Tanco, hijo del otro y nacido en Cuba, por lo cual el literato bayamés le llama paisano. La ojeri-za que el copiante andaluz profesaba al escritor criollo se echa de ver en aquello de dejar truncos los títulos: «obras de D. Fulano, &.» En ninguna parte se dignó estampar de su puño el nombre de Rodríguez, lo que no impedía que copiase con esmero sus arras-tradísimos sonetos. Hay uno de éstos, no tan malo, en honor de España, encomiado por el copista en una nota.

En pliego certificado remití á Vd. copia de un trozo com-pleto y curioso del Luciano de Quito, y las noticias de su autor, que trae D. Pablo Herrera en un librito que debe Vd. buscar por-que resume la historia literaria del Ecuador. En la obra de Santa Cruz y Espejo advertirá Vd. el resentimiento de la raza indígena vencida mezclado a cierta corrección de gusto y malas tendencias filosóficas, tomadas de la literatura francesa que invadió á la Es-paña de ambos mundos. ¡Es ésta producción bien significativa!

La carta de Vd. para el Sr. Ortiz fue entregada en propia mano.Consérvese Vd. muy bien y mande á éste su apasionado

amigo y compañero,M. A. Caro

(Caro, 1884: 122-123)29

Esta carta de Miguel Antonio Caro ocupa un lugar crucial en mi investigación, debido, especialmente, a que

29 También en la obra de Miguel Antonio Caro, Epistolario de Don Miguel Antonio Caro: correspondencia con don Rufino J. Cuervo y don Marcelino Menéndez y Pelayo (Bogotá: Editorial Centro, 1941; Publicaciones de la Aca-demia Colombiana correspondiente de la española; II, 273-274).

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constituye un eslabón entre las manifestaciones de crítica ra-cista —que ya he documentado— de su bisabuelo español Francisco Javier Caro, contra su contemporáneo el “mestizo cubano”, Manuel del Socorro Rodríguez —como se ocupa de recordar Miguel Antonio Caro—; y lo que luego sería el cor-pus textual y crítico de la muy influyente Antología de poetas hispano-americanos (1893-1895), editada por Menéndez y Pe-layo —destinatario de la carta de Caro— con el patrocinio de la Real Academia Española, en celebración del cuarto cente-nario del “Descubrimiento” de América. Caro, quien como co-rresponsal americano de Menéndez y Pelayo, se ha ocupado de enviarle una copia manuscrita de la “Antología poética” de Rodríguez, no deja de atribuirle —en un tono muy cercano al ya analizado en Vergara y Vergara— unas “facultades menta-les muy opacas”. Tampoco olvida Caro mencionar la ofensiva décima que le dirigiera su bisabuelo a Rodríguez.

Muy curiosa resulta la atribución que realiza Caro de la copia manuscrita a F. J. Caro y a Diego Martín Tanco, a soli-citud de Diego Tanco, supuesto hijo cubano de este último30. En contraposición a su mención de la “[l]a ojeriza que el co-piante andaluz profesaba al escritor criollo”, no menos contra-dictorio resulta el que Miguel Antonio afirme que “Hay uno de éstos [sonetos], no tan malo, en honor de España, enco-

30 Diego Martín Tanco fue un funcionario sevillano que residió en La Habana, donde contrajo matrimonio con la habanera doña Josefa Bosmeniel Grani-zo. De ese matrimonio nacieron, en Cuba, Nicolás Manuel (1774), Bárbara (1780) y José (1783), posiblemente también un hijo de nombre Diego, aun-que sin precisar. En 1784, Diego Martín Tanco fue trasladado a Santafé, con el cargo de administrador general de la Renta de Correos. En Santafé nace-rían otros hijos: Josefa Joaquina (1794) y José Manuel (1799), mientras que Félix Manuel nació en Honda (1796). El más conocido de los Tanco fue Félix Manuel Tanco y Bosmeniel (1797-1871), por sus relaciones con el círculo de Domingo del Monte, y como autor de textos antiesclavistas, como “Esce-nas de la vida privada en la Isla de Cuba” (1925), y la novela Petrona y Rosalía (1838, 1925) (Triana, 2005; Henríquez Ureña, 1967).

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miado por el copista en una nota”. Si el fundador de la estirpe colombiana de los Caro sentía tanta animadversión por el cu-bano, ¿por qué se esmera en transcribir sus poemas? Por otro lado, si Miguel Antonio consideraba la poesía de Rodríguez sólo una “curiosidad”, ¿por qué se molesta en hacerle llegar una copia de la misma al polígrafo español? Todo parece indicar que, a pesar de la animadversión del “copiante andaluz” y su bisnieto colombiano contra el escritor criollo/mestizo, no pu-dieron dejar de reconocer los valores estéticos de partes de su obra, y de verse compelidos a preservarla —aunque contradic-toriamente— para la posteridad31.

En esta carta, ya de por sí curiosa y contradictoria, no deja de llamarme muy especialmente la atención que, en el re-porte que hace Caro de sus envíos de muestras literarias hispa-noamericanas a Menéndez y Pelayo, la obra poética de Manuel del Socorro Rodríguez quede vinculada, en un mismo espacio textual, con la producción crítica del ilustrado quiteño Euge-nio de Santa Cruz y Espejo32. Aunque puede presumirse que el vínculo que percibe Caro entre los dos autores es el de ser ambos representantes de la literatura colonial hispanoameri-cana del siglo XVIII, lo que es explícito en su carta es la marca racial, el rechazo por la producción de todos aquellos que no son blancos. A pesar de la calidad literaria que, de pasada, se ve obligado a reconocer en Rodríguez y en Espejo, lo que le hace expresarse con mayor énfasis es su distancia en relación con la condición racial de estos autores: “el resentimiento de la raza indígena vencida”, expresa en alusión a Espejo.

31 Debe considerarse que Francisco Javier Caro sólo dejó publicado el Diario de la Secretaría del Virreynato de Santa Fe de Bogotá (Madrid: J. Ratés Martín, 1904), y la crónica “Santafé en 1812” (El Repertorio Colombiano 44; febrero de 1882; 122-128), productos más bien escasos y marginalmente literarios en relación con la extensa producción literaria de Rodríguez, que sólo ha co-menzado a ser estudiado muy recientemente.

32 Esa relación ha quedado esbozada en este artículo. Véase supra nota 17.

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Aunque no he encontrado una posible respuesta de Marcelino Menéndez y Pelayo a Caro, presentaré algu-nos apartes de los tomos II y III de su Antología de poetas hispano-americanos, dedicados a Cuba, Santo Domingo, Puer-to Rico y Venezuela —el segundo— y a Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia —el tercero—, en que el polígrafo español da cuenta de la información y opiniones suministradas sobre la vida y obra de Rodríguez por su corresponsal bogotano. Cito a Menéndez y Pelayo en su información sobre Cuba:

El padre del periodismo en el Virreinato de Nueva Grana-da fué precisamente un cubano, Manuel del Socorro Rodríguez, antiguo carpintero de Bayamo, mulato según dicen, literato y ar-tista autodidacto, que llegó a ser bibliotecario de Bogotá, y fundó allí, en 1791, El Papel Periódico de Santa Fe, en 1806 El Redactor Americano y en distintas fechas otras publicaciones con que con-tribuyó mucho á la general cultura. Fue también versificador fecundisimo y bastante correcto, aunque extraordinariamente prosaico. Vergara (I) le atribuye más de seiscientas poesías entre impresas y manuscritas. Yo no he visto sus poemas Las Delicias de España, y El Triunfo del Patriotismo, pero en cambio poseo, gra-cias á la buena amistad literaria de D. Miguel Antonio Caro, una vastísima colección de epigramas inéditos de Rodríguez sobre todo género de asuntos, así literarios como políticos y morales. Algunos no carecen de gracia, y todos ellos dan completa idea del género de poesía casera en que principalmente descollaba Rodrí-guez. (II, VIII-IX)

Salta a la vista, en primera instancia, en la referencia de Menéndez y Pelayo, que toda su actividad es remitida a la Nueva Granada, mientras su etapa cubana queda en silencio, muy posiblemente por falta de fuentes. Más interesante re-sulta aún, a los fines de esta investigación, la preocupación por la condición racial de Rodríguez —“mulato según dicen”—,

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presentada a la luz de una presuposición, de una sospecha. El juicio de Menéndez y Pelayo sobre la poesía de Rodríguez es bastante general, pero remarca su medianía “correcta”, en lo que sigue a la Historia de la literatura en Nueva Granada, de Vergara y Vergara, que es una de sus fuentes —ya analizada aquí en función de la utilización del legado crítico de Rodrí-guez—, por recomendación, de la que constituye su docu-mentación principal y de primera mano: la carta ya citada de Miguel Antonio Caro, a quien Menéndez y Pelayo le da los respectivos créditos. En su sección dedicada a Colombia, Me-néndez Pelayo retoma buena parte de la información presen-tada antes, e insiste en el análisis de la poesía de Rodríguez:

Ya, al tratar de Cuba, hicimos mérito del famoso mulato D. Manuel del Socorro Rodríguez […], hombre honrado, labo-riosísimo y por muchos conceptos benemérito […]. W Escribió innumerables poesías, ó más bien prosas rimadas […] todo ello frio, prosaico y arrastrado, como de quien se proponía por único modelo a Iriarte, remedándole en la falta de fuego, pero no en la discrecion ni en el buen gusto, ni en otras cualidades muy rele-vantes con que Iriarte la disimula. (III: XXVII)33

La condición racial del “famoso mulato” vuelve a estar en el centro de los apuntes de Menéndez y Pelayo. Pero, a pesar de eso, lo considera un benemérito, consideración en la que in-tuyo debe haber pesado su fidelidad a la monarquía española. El análisis de la poesía de Rodríguez no deja de tener cierta “objetividad”, aunque es claro que sigue los criterios de Miguel Antonio Caro sobre sus “arrastradísimos sonetos”. En cual-quier caso, la poesía de Manuel del Socorro Rodríguez no es incluida ni en la selección correspondiente a Cuba, ni en la de Colombia. Me he propuesto destacar aquí la genealogía

33 Otras referencias a Rodríguez en: t. III, pp. XXVII-XXVIII.

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de las críticas racistas en contra de Manuel del Socorro Ro-dríguez, sustentadas por las élites criollas de La Habana y la Nueva Granada, en su momento colonial. Tales son: Manuel González de Sotolongo y Francisco Javier Caro; en su etapa poscolonial republicana, José María Vergara y Vergara, y Mi-guel Antonio Caro. Y obsérvese cómo, además, esta matriz de colonialidad impregnó el discurso transnacional-colonial-panhispánico de la Antología de poetas hispano-americanos, de Marcelino Menéndez y Pelayo, que al ser refundida “en la Historia de la poesía hispanoamericana (1911), canonizó autores y textos y se convirtió en referencia obligada en los estudios culturales y literarios” (Díaz Quiñones, 1995: 474).

Manuel González de Sotolongo, en nombre de las élites criollas habaneras, y Francisco Javier Caro, en representación de las élites letradas coloniales de la Nueva Granada, se lan-zan contra el mestizo, que intenta invadir el espacio social res-tringido que se han reservado para ellas, esgrimiendo, como su principal arma, el “capital de la blancura” y la raza, como pa-trón de relaciones “históricamente necesarias y permanentes, cualesquiera fueran las necesidades y conflictos originados en la explotación del trabajo” (Quijano, 1999: 101). José María Vergara y Vergara, así como Miguel Antonio Caro, en corres-pondencia con los dos momentos de la república en que desa-rrollan su labor política e intelectual —desde su adscripción militante al movimiento conservador colombiano—, siguen vinculados al ideario racista criollo, en el que siguen sin tener cabida las producciones literarias y culturales de las minorías étnicas, excluidas, de igual modo, del proyecto de una nación blanca, católica e hispanófila. Por otro lado, Menéndez y Pe-layo —desde la posición central con respecto a las naciones y territorios coloniales hispanoamericanos, que le confería su ubicación metropolitana— amplificó los prejuicios de sus antecesores nacionales, y conformó un canon “hispanoame-

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ricano” poscolonial, hecho a la medida de la nostalgia impe-rial española y de la matriz de dominación en la que se había basado la colonialidad del poder. Como he mostrado antes34, representantes de las ciencias sociales y humanas en el siglo XXI —como es el caso del historiador Renán Silva— se vieron también permeados de esta herencia racista al analizar el pasa-do colonial hispanoamericano, dando cuenta de la necesidad de extirpar la colonialidad del poder y la colonialidad del saber del pensamiento contemporáneo.

Rodríguez quedó atrapado en lo que Mignolo denomi-na la “colonialidad del ser”, su configuración ontológica se pro-duce en el “poder diferencial del racializado” (2003: 22). En su caso, no sólo la raza se presenta como problemática, sino su condición económica subalterna y su profesión de la ideología realista al triunfo de la independencia en la Nueva Granada. Estas contradicciones, propias de su entorno social, debieron también condicionar el tipo de recepción que tuvo su escri-tura. Parece claro, en ese sentido, que Rodríguez, americano, mestizo y pobre, no pudo ser aceptado como “blanco”, con las dolorosas consecuencias que esto significó para su condición y estimación social por sus contemporáneos.

La persecución vital y crítica, sufrida por Manuel del Socorro Rodríguez, no sólo indica la imposibilidad de realiza-ción de un proyecto ilustrado o correspondiente a la segunda modernidad europea —dentro de las estructuras coloniales españolas en América—, sino, además, el doble nivel de sub-ordinación que sufren, en este proceso, sujetos subalternos, negados en su papel de productores de conocimiento, primero durante el período colonial, y luego en el campo de las cien-cias sociales y humanas contemporáneas, penetradas por la persistencia de la “colonialidad del saber”. Sin embargo, como

34 Véase supra nota 10.

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dejo insinuado, las políticas de exclusión, con base en una adscripción racial, continuaron más allá del periodo de domi-nación colonial española en América, fueron práctica cotidiana de las élites criollas en el poder durante el periodo republicano y, como me temo, han continuado permeando, de una manera más o menos velada, las prácticas discursivas de ciertos sectores conservadores de las ciencias sociales y humanas contemporá-neas en Colombia e Hispanoamérica, en general.

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Elementos decrítica e historiografía literariaen la obra de Manuel del Socorro Rodríguez (1791-1810)*1

Iván Vicente Padilla Chasing**2

Profesor Asociado

Universidad Nacional de Colombia

[P]ara proceder con el acierto debido en el escrutinio critico de qua-lesquiera obra, es indispensable la completa instrucción à cerca de aquellos ramos de literatura sobre que se fundan sus raciocinios. No siendo asi ¿què

juicio se podrá formar de su merito, ni por qué se le ha de dar el nombre de cri-tico al que contradice sin mas autoridad que la de por queasi no esta bueno?

3(ARA, Nº 16, 27 de abril de 1808: 124)***

A lo largo de su recorrido periodístico en Nueva Granada (1791-1810), en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bo-gotá, El Redactor Americano y El Alternativo del Redactor Ame-ricano, Manuel del Socorro Rodríguez mostró tener un gran interés por la historia, en general, y por la crítica y la historia literaria, en particular. Más allá de la pura erudición, este gesto descubre no sólo la práctica del juicio crítico propio del ilus-trado de la época, sino también un alto grado de desarrollo de conciencia histórica exhibido en apologías, rasgos, satisfaccio-nes, discurso, retratos y disertaciones. En aquellos dedicados exclusivamente a asuntos americanos, el redactor puso a prueba

* Una síntesis de este capítulo fue presentada como ponencia en el Congreso Nacional de Prensa realizado en Medellín en agosto de 2011.

** Correo electrónico: [email protected]*** Con la sigla ARA me referiré a El Alternativo del Redactor Americano.

En todas las citas respetaré la ortotipografía original.

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su vocación de crítico e historiador: en ellos, el cubano no sólo deja ver que cuenta con un objeto de estudio, sino también con métodos y recursos con los cuales analizar tal objeto de estudio. De igual manera, en ellos, hizo ostensible su deseo de convertir el pasado americano en tradición, en elemento de la subjetividad y de la identidad neogranadina y americana.

A diferencia de otros intelectuales de la época más preocupados por los recursos naturales, y sin descuidar los asuntos de carácter político y social, Manuel del Socorro Ro-dríguez se preocupó por explicar la particularidad de aquello que de nuestros días Bourdieu ha definido como los bienes simbólicos (1999: 65-73): es el caso de la “Satisfaccion á un juicio poco exacto sobre la literatura y buen gusto, antiguo y actual, de los naturales de la Ciudad de Santafé de Bogotá” (PP, Nº 59, 30 de marzo de 1792)4, la “Disertacion sobre las naciones ame-ricanas” y el “Quadro filosofico del descubrimiento de la America”5. Estos ensayos exhiben un evidente americanismo, resultado de una toma de conciencia de la particularidad de lo americano. En ellos, Rodríguez evalúa el patrimonio cultural americano frente a las propuestas europeizantes de la época:

¡O quan baxa idea! ¡què concepto tan miserable se forma-ban las demas partes de America de la literatura y penetracion ingeniosa de los Naturales de este Reyno! El temerario Páw, el maldiciente Raynal, el preocupado Robertson, y otros Europeos enemigos de la verdad, y la justicia han denigrado en esta par-te á toda la America; pero la America misma desde algunas de sus principales Ciudades ha formado tambien un juicio poco

4 Con la sigla PP me referiré al Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá. Esta disertación, más conocida con expresiones como “Apología de los ingenios granadinos” o “Apología de los talentos Granadinos”, utilizadas por el mismo autor a lo largo de su disertación, empezó a publicarse en el Nº 59, el 30 de marzo de 1792, y terminó en el Nº 65, el 11 de mayo de 1792.

5 Estos dos ensayos aparecen publicados entre los números 35 y 49 de El Re-dactor Americano, entre el 4 de mayo y el 4 de diciembre de 1808.

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decoroso de los ingenios Granadinos: y ve aqui como ha venido Vd à ser el instrumento de un escrito que va probando todo lo contrario. Pero !ay! !quanto es nuestro dolor no podernos exten-der como quisiéramos! (PP, N° 63, 27 de abril de 1792)6

Aunque su obra se haya inscrito en los planes reformistas de la ideología dominante, esta actitud frente a lo americano se mantendrá a lo largo de toda la vida periodística de Rodríguez. Al pensar en la literatura y las artes americanas, en la organi-zación social y política de las civilizaciones amerindias, en apo-logías como las dedicadas al código o legislación Nemequene7 y al sacerdote muisca Sogamoso8, en la disertación sobre “La libertad bien entendida”9, de alguna manera, anticipándose al

6 Este tema es recurrente en el Papel Periódico, por lo menos desde el Nº 48 (13 de enero de 1792), fecha en la cual Rodríguez publica apartes de un texto de Francisco Antonio Zea, titulado Memorias para servir á la Historia del Nue-vo Reyno de Granada. Los dos criollos reaccionan ante los postulados racia-listas europeos. Las obras evocadas en estos y otros artículos son la Histoire naturelle, générale et particulière (1749-1788), del Conde de Buffon; Recher-ches philosophiques sur les Américains, ou Mémoires intéressants pour servir à l’Histoire de l’Espèce Humaine. Avec une Dissertation sur l’Amérique & les Américains (1771), de Cornelius de Paw; la Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens dans les deux Indes (1770) y la Histoire des deux Indes (1772), de Guillaume-Thomas Raynal; y la Historia de la América (1777-1792), de William Robertson (ver el t. II, libro IV; “Estado de la América al tiempo de descubrirse”).

7 Se trata de la apología en torno al código de Nemequene, titulada “Rasgo apologético de la ilustración Bogotána aún en medio de su ceguedad Gentí-lica”, y publicada en el Papel Periódico entre los números 121 y 123, entre el 20 de diciembre de 1793 y el 3 de enero de 1794. Esta apología comparte núme-ros con un artículo sobre la quina.

8 Se trata de la apología titulada “Rasgo sobresaliente de Humanidad executa-do por Sogamóso sumo sacerdote de la Nacion Mozca, de quien con este mo-tivo se dan otras noticias à cerca de su talento, caracter, riqueza y conversion à la Fé Catolica”, publicada entre los números 91 y 93, entre el 24 de mayo y el 7 de junio de 1793.

9 Disertación publicada en el Papel Periódico ente el 1 de julio de 1791 y el 23 de septiembre del mismo año, entre los números 21, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 32 y 33.

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americanismo pos-independentista, el redactor bayamés par-ticipa en la configuración de un sistema cultural y simbólico acorde con las necesidades de los hombres de su época, afín con las circunstancias socio-históricas que los conducen a la toma de conciencia de su autonomía, de sus recursos humanos y na-turales, a la búsqueda de su pasado, de su historia y, por lo tan-to, a la configuración de los elementos de la identidad y de los símbolos nacionales. Formado en la tradición de las humani-dades europeas, dicho americanismo se expresa a través de las categorías y métodos de las teorías del conocimiento de la tra-dición europea. En todos los casos aquí citados, basado en los elementos de la crítica racionalista, Rodríguez analiza, sinteti-za y explica algunos fenómenos americanos como una manifes-tación distinta de la realidad, pero igualmente importante de la experiencia humana conocida hasta el momento: Manuel del Socorro reacciona contra las ideas racialistas, del clima y cultu-ralistas que consideraban, primero, a los americanos como una raza inferior, degenerada, incapaz y sin deseos de ilustrarse; segundo, a América, en particular la zona tropical, como un lu-gar inadecuado para el desarrollo de la inteligencia y el progre-so humano; y, tercero, a las culturas amerindias sin elementos de civilización, sin artes y sin industria.

Sin embargo, no se puede juzgar el americanismo del letrado cubano simplemente como la reacción de un americano que se sintió aludido por la segregación establecida por dichas teo-rías: si bien no se puede negar la importancia del elemento in-dividual y biográfico, aludido por ser americano y, sobre todo, por haber nacido en el trópico, a este gesto es preciso añadir los cambios mentales producidos en los americanos por even-tos de la magnitud de la independencia norteamericana y la Revolución francesa. Considerar el afloramiento de cierto

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tipo de americanismo fuera del efecto producido por estos eventos sería ahistórico: de hecho, en la carta del 19 de sep-tiembre de 1793, enviada al Duque de Alcudia, Rodríguez ob-serva, primero, que “desde la erección en república libre de las provincias angloamericanas, [habían] tomado los pueblos de América un aspecto enteramente distinto del que tenían. To-dos cuantos se [apreciaban] de ilustrados [eran] unos pane-giristas entusiastas del modo de pensar de aquellos hombres” y, luego, en un sentido igualmente sociológico, indica que los sucesos “de la Francia [habían] dado un nuevo vigor a estos ra-ciocinios” (Rodríguez, 1928: 87). Si bien la observación recae sobre el aspecto político, y el editor del Papel Periódico no se incluye entre los “panegiristas” admiradores del modo de pen-sar de los americanos del norte, es evidente que el despertar de los americanos lo incluye, pero sus intereses se encaminan en otra dirección: para él, era más importante hacer observar que las producciones de la inteligencia americana podían equipa-rarse con las europeas.

La importancia dada a la Historia en dicho periódico significa el interés despertado por este género en las circuns-tancias sociohistóricas del momento. Ya sea para adherir al discurso dominante o para separarse de él, era necesario re-visar el pasado. En esta perspectiva, es preciso entender que el discurso dominante no es solamente aquel que impone una forma de gobierno (monarquismo en este caso), sino tam-bién aquel que, al instaurar un marco epistémico en el cam-po del conocimiento, instituye un “poder invisible” a través de la lengua, las artes, la religión y las ciencias (Bourdieu, 1999: 66). Manuel del Socorro Rodríguez fue más sensible a este aspecto y se propuso, sin renunciar a sus valores políticos y religiosos, cuestionar todo aquello que iba en detrimento de las civilizaciones americanas: su americanismo, de ma-nera evidente, no puede entenderse por su vinculación a la

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emancipación política, puesto que se mantuvo al margen de ella, sino por la atención prestada a la epistémica. En esta di-rección, al pensar el estado de las civilizaciones americanas antes de la conquista, se preguntó:

¿Porqué será que algunos Filósofos de nuestros tiempos tràtan de ignorantes y bárbaras á ciertas naciones antiguas y modernas, que no han llegado al punto de ilustracion de la Gre-cia y de Roma? ¡Este à la verdad, es un modo de juzgar demasia-do injusto! La barbarie y la ignorancia no se hán de decidir por la falta de conocimiento sublimes, sea en la materia que fuere; sino por la carencia de luces en aquella cosas que contribuyan à la comun cultura racional de los pueblos. Es decir, solo es ig-norante y barbaro el que no conoce aquellos rámos de industria y economia que proporcionan al hombre un establecimiento social cómodo y decente […]. ¿Deberán por esto darles el tra-tamiento de barbaras? Entendamonos racionalmente: la natu-

ralidad no es la ignorancia, la sencillez no es la groseria, ni

el despreciar el fausto es idiotismo. (RA, N° 39, 4 de julio de 1808: 209)10

Por considerar que el objeto central de esta reflexión es la “Satisfaccion á un juicio poco exacto sobre la literatura y buen gusto, antiguo y actual, de los naturales de la Ciudad de San-tafé de Bogotá”, y advirtiendo que, a diferencia de otros críti-cos y a pesar de la presencia de elementos historiográficos, no lo considero una historia, antes de explorar los elementos de crítica e historiografía literaria presentes en este y otros escri-

10 Con esta sigla me referiré a El Redactor Americano. El énfasis es mío. Para am-pliar el panorama sobre los diferentes aspectos del americanismo de Manuel del Socorro Rodríguez, véase el trabajo de grado elaborado por el estudiante de la Carrera de Estudios Literarios de la Universidad Nacional, Pablo An-drés Castro Henao, titulado Antecedentes del pensamiento americanista en los periódicos de Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria (1791-1810) (2011).

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tos de Rodríguez, resulta pertinente revisar, primero, las cate-gorías explicativas utilizadas por él en su gesto historicista. A la hora de pensar las funciones de la historia, Rodríguez hizo suyos presupuestos de los historiadores latinos y le otorgó un alto valor formativo, puesto que debía contribuir en el “bien publico” y “particular” de los seres humanos, transmitiéndoles noticias sobre hechos y experiencias del pasado: al igual que los historiadores de todos los tiempos, para hacer entender el beneficio de la historia y la importancia de la obra de Lu-cas Fernández de Piedrahita y de Juan Flórez de Ocariz, de acuerdo con Cicerón, el editor del Papel Periódico sostuvo que “Historia est testis temporum, lux veritatis, vita memoria, ma-gistra vita, nuntiavetustatis” (PP, Nº 69, 8 de junio de 1792)11. De la misma manera, en un artículo de corte teórico, se apo-yó en el presupuesto de Salustio: “Si esta no ha de pasar á las Generaciones futuras, ¿para què, y para quien se escribiràn esos difusos tratados que se llaman historias? ¡Qué bien sentía Salustio quando decia: ‘De todos los trabajos del ingenio nin-guno tràe mayor fruto que la memoria de las cosas pasadas’” (PP, N° 200, 10 de julio de 1795). De las fuentes citadas, en su mayor parte historiadores latinos (Cicerón, Tito Livio, Táci-to), se deducen las características de su práctica del género: aunque la mayoría de las veces exhiba un afán de veracidad e imparcialidad, sus juicios muestran un alto grado de subjeti-vidad debido, primero, al tono patriótico asumido frente a lo americano y a lo hispanoamericano; segundo, al compromiso político adquirido con la Corona española; y, tercero, al ca-rácter moralizante, pues para él, como para los historiadores latinos, la Historia era el medio adecuado para transmitir las

11 Rodríguez cita De Oratore, libro II, 9, 36. “La historia es testimonio del tiem-po, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, noticia de la antigüedad”. La traducción es mía.

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costumbres de los antepasados, en particular las religiosas y las cívicas. En gran parte de sus escritos, el cubano insiste en la observancia incondicional de las leyes civiles y religiosas12.

De acuerdo con la etimología griega del término, Rodrí-guez entiende la Historia como una investigación desplegada alrededor de hechos y personajes reales, fundamentada en el “escrutinio riguroso” de fuentes, como relatos de “viajes”, “me-morias”, entre otras consignadas en los archivos (N.º 200). De igual manera, la concibe como un género literario cuyo objeto era la exposición de la “verdad”, respetando las reglas de la re-tórica y la elocuencia, sin entrar en el campo de lo poético: “el caracter de la historia no es susceptible de unas descripciones inventadas por el capricho: èso seria componer poëmas y ro-mances mas bien para deleitar, que para instruir; mas para os-tentacion de ingenio que para publica utilidad” (N.º 200). Es así como su práctica del ensayo de corte histórico da cuenta de la situación del historiador, por lo menos en América, a fina-les del siglo XVIII y principios del XIX: es decir, se trata de un intelectual escindido entre los hechos, en el caso de América poco demostrables por la falta de documentos, una incipien-te filosofía de la historia y la plena conciencia del devenir hu-mano. Esta situación es significada en la disertación titulada “Defensa de la buena literatura, hecha por mandato de la Diosa Minerva”, cuando Rodríguez, al pretender hacer honor “á los verdaderos sabios”, reconoce que “en esta vida nada permane-ce nuevo, por que el tiempo todo lo envejece y consume con instantánea velocidad” (ARA, Nº 18, 27 de junio de 1808: 139).

12 En los periódicos de Manuel del Socorro Rodríguez abundan los artícu-los de corte histórico. Los dedicados a la Revolución francesa, a personajes como María Antonieta, en particular el “Retrato histórico de Luis XVI”, son muestra de ello. Sin embargo, con respecto a los aspectos teóricos sobre el modo de hacer la historia, vale la pena revisar las “Reflexiones de un histo-riador” consignadas en los números 199 y 200 del Papel Periódico de la Ciu-dad de Santafé de Bogotá (3 y 10 de julio de 1795, respectivamente).

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En el pensamiento de Rodríguez, el hombre está llamado a poner constantemente a prueba su inventiva:

¿Quien puede ignorar que la fecunda inventiva de los Ate-nienses produxo un sin numero de cosas bellisimas y notables, que no hay noticia ni probabilidad de que antes pudieron existir? Lo mismo digo de la invencion de los Romanos, de los Arabes, y demas naciones que han contribuido à los ventajosos aumentos con que se hallan hoy tan enriquecidas las ciencias y las artes. Si en cada uno de los siglos han ido saliendo obras originales en toda clase de materias, ¿por que no hemos de confesar, que existe en los hombres el talento creador, y que la inventiva humana parece inagotable? (ARA, Nº 18, 27 de junio de 1808: 140)

Esta concepción de la vida en movimiento y del ser hu-mano destinado al cambio, lanzado en la búsqueda de cosas nuevas, necesariamente, condiciona su idea de Historia. Aun-que Rodríguez se muestra bastante crítico con respecto al empleo de las fuentes, y en sus ensayos esté constantemente preocupado por indicar con quién dialoga en sus debates o de dónde toma ciertas ideas, su concepción de la Historia está dominada por la idea de un ejercicio retórico, literario, bien argumentado y demostrado, y no por la idea de una ciencia o disciplina. Es decir, entiende la historia como una narración de hechos encadenados teleológicamente, y no como la expli-cación de un proceso, de un fenómeno o problema en sus re-laciones dialécticas con los hechos y las instituciones sociales, por ejemplo. Para él, se trataba de “coordinar y reunir baxo de un punto de vista claro y metodico [sic] sucesos notables que por varios motivos se hacen dignos de la memoria y reflexion de las Generaciones futuras”, se trataba de clasificar en “orden respectivo los acontecimientos importantes, adornandolos de todos aquellos incidentes que son como episòdios de las principales escenas, y cuya noticia es esencialisima al objeto

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primario de la Historia”. En esta dirección, según Rodríguez, el historiador debía poseer un genio “combinador y reflexivo [sic] capaz de reducir á una historia seguida y bien complexîo-nada”, de acuerdo con “sus primeros resortes y movimientos”, una serie de hechos y eventos (PP, N° 199, 3 de julio de 1795).

Aunque la brevedad del comentario aquí expuesto no per-mite aseverar que Rodríguez haya realizado una defensa histó-rica del progreso, sí permite asentir que se trata de la afirmación del sentido histórico de la existencia, de la expresión de un ser que entendió que su vida estaba históricamente condicionada por el pasado, que su adelanto intelectual era el resultado de un largo y progresivo desarrollo histórico de la inteligencia huma-na. Como muchos intelectuales del periodo de la Ilustración eu-ropea (Vico, Rollin, Voltaire, Rousseau, Feijoo, Campomanes, Jovellanos, etc.), perfectamente adaptado a su concepción cris-tiana del mundo, Rodríguez expresó su historicismo a través de conceptos como razón, felicidad, leyes naturales, progreso, patria, ilustración, filosofía, entre otros. Todos ellos son impor-tantes en la medida en que ratifican que el progreso es histórico.

Si bien la “Apología de los ingenios neogranadinos” (PP, N° 62, 20 de abril de 1795) aparece como un gran ejercicio de crítica literaria en el cual Rodríguez comenta obras integra-das hoy al canon de la literatura nacional, desde el inicio de la publicación del Papel Periódico, los reparos hechos al “estilo del periódico” por el Dr. Cunegondo Papirote le permiten ex-hibir el conocimiento de la las “leyes de la buena crítica” (PP, Nº 5, 11 de marzo de 1791)13. De igual modo, en El Alternativo

13 El Dr. Cunegondo Papirote critica a Rodríguez el estilo “muy afectado” y “desigual”, y le dirige cinco “latigazos críticos”. Para la respuesta del autor del

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del Redactor Americano una serie de artículos descubren, de manera más evidente, teórica, un conjunto de conceptos que esclarecen los presupuestos metodológicos y le permitieron elaborar un escrito de esta naturaleza: juzgar y valorar el ca-rácter poético del Poema heroico de San Ignacio (1666), de Her-nando Domínguez Camargo, y las Elegías de Varones ilustres de Indias (1589), de Juan de Castellanos (entre otras obras de la época colonial), requería del dominio de una serie de cate-gorías y conceptos propios de la crítica y la historia literaria del momento. Por la manera como Manuel del Socorro evalúa la obra de estos autores se deduce que conocía el estado con-ceptual de este campo, puesto que al comentar las obras no se trata de ofrecer comentarios biográficos o de presentar una curiosidad bibliográfica, como se hacía en las antiguas Biblio-tecas o Catálogos, sino de emitir juicios críticos susceptibles de ser incorporados a las diferentes áreas del conocimiento.

Las características de dichos juicios permiten afirmar que Rodríguez practicó la crítica y entendió la historia lite-raria de acuerdo con los presupuestos establecidos para la disciplina en Europa a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Al respecto, es significativa la importancia que tienen los auto-res, en su mayoría españoles, y los textos de autoridad citados en sus demostraciones. Entre ellos figuran Benito Feijoo, “el gran Crítico español”; Antonio Capmani y Montpalau, autor de Teatro histórico-crítico de la elocuencia Española (1786); Vi-cente de los Ríos, autor de Vida de Miguel de Cervantes Saave-dra (1773) y Análisis del Quijote (1776), discursos leídos en la Academia de la Lengua (PP, Nº 23, 15 de julio de 1791); Juan Andrés (PP, Nº 45, 23 de diciembre de 1791); Juan Sampere

Papel Periódico véanse los números 6 y 7, del 18 y 25 de marzo de 1791, respec-tivamente: Rodríguez fundamente su respuesta en el conocimiento de las reglas de la oratoria y de la crítica literaria.

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y Guarinos; y Juan José López de Sedano, autor de Parnaso Español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poe-tas castellanos (1768-1778) (PP, Nº 81, 31 de agosto de 1792), en-tre otros. Conviene observar que la mayoría de estos autores aparece en la lista de libros de su biblioteca personal, firmada por Rodríguez el 1 de junio de 1796, y entregada a la Biblio-teca Real de Santafé de Bogotá, en calidad de testamento, el 19 de marzo de 1797. En ella aparecen títulos considerados hoy como representativos de la constitución de la disciplina en la historia literaria española14. Además de las tradicionales Poética[s] de Aristóteles y Horacio, en dicha lista se destacan títulos como Origen, progresos y estado actual de toda la litera-tura (siete volúmenes publicados entre 1782 y 1799), escrita originalmente en italiano (Dell’origine, progressi e stato attuale d’ogni letteratura) por el sacerdote jesuita español, Juan Andrés y Morell (1740-1817)15; el Ensayo histórico-apologético de la lite-ratura española contra las opiniones preocupadas de algunos escri-tores modernos italianos (publicada originalmente en italiano: Saggio storico-apologetico della Letteratura Spagnola, 1778-1781, seis volúmenes, y traducida al castellano entre 1782-1789), del abate Xavier Lampillas; la Introducción al conocimiento de las bellas artes o diccionario manual de pintura, escultura, arquitec-tura, grabado, etc (1788), de Francisco Martínez; las Memorias para la historia de la Poesia y poetas españoles (1775), de fray Martín Sarmiento; el Ensayo de una Biblioteca Española de

14 Con respecto al desarrollo de la disciplina en España, véase la Historia lite-raria de España en el siglo XVIII, de Francisco Aguilar Piñal. De igual mane-ra, véase también el valioso ensayo de José Antonio Valero, “Una disciplina frustrada: La historia literaria dieciochesca”. Ver referencias al final.

15 Carlos III ordenó que esta obra fuera adoptada como libro oficial para la cla-se de historia de la literatura en el Real Colegio de San Isidro de Madrid y en la Universidad de Valencia, primeros centros de Europa en dictar cursos de historia de literatura universal (Aguilar Piñal, pp. 63 y ss, 466 y ss, 513 y ss.). Como veremos más adelante, Rodríguez la cita en una de sus disertaciones.

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los mejores Escritores del Reinado de Carlos III (1785-1789, seis vols.), de Juan Sempere y Guarinos; y las Obras sueltas de don Juan de Iriarte (2 vol. 1774) (Hernández de Alba, 1977: 63-68), entre otras relacionadas con el arte, la paleografía y la historia. Todas estas referencias descubren la vinculación del bayamés a una tradición crítica.

Esta revisión, tan somera como personal, me autoriza a sostener que la particularidad del ensayo de nuestro autor no reside en el hecho de concebir nociones de una disciplina como la crítica y la historia literaria, sino en el hecho de in-troducirlas en un lugar donde no existía un “campo literario” (Bourdieu, 2003) consolidado, donde no existían “Cathedras donde bebér metodicamente dichas nociones” (PP, Nº 62, 20 de abril de 1792), donde no se había tomado conciencia del patrimonio literario nacional, donde no se había observado como motivo de emulación “el templo de la literatura patrió-tica” (PP, Nº 59, 30 de marzo de 1792). Manuel del Socorro Rodríguez es pionero en este sentido: esta intención didáctica es expuesta a lo largo y ancho de su periódico. Desde el inicio, se entiende que se trataba de formar aquello que en la época se definía como buen gusto.

El andamiaje conceptual, utilizado tanto en las respues-tas a las críticas hechas al estilo y contenidos del periódico, en particular, en la “Satisfaccion á un juicio poco exacto sobre la literatura y buen gusto, antiguo y actual, de los naturales de la Ciudad de Santafé de Bogotá”16, como, en su defecto, en ar-tículos relacionados con rasgos poéticos o, simplemente, con

16 Antes de seguir adelante, es preciso recordar que esta apología es una res-puesta a un lector anónimo del Papel Periódico, quien, al autodenominarse el Espectador Ingenuo, dice a Rodríguez que perdía el tiempo publicando poesía “en un Pais donde jamás se [habían] conocido sus elementos” y “jamas [había] habido catedra de Humanidades ni de Poetica” (PP, Nº 59, 30 de marzo de 1792). Tales afirmaciones determinan el tono apologético, de ata-que y defensa, del escrito del editor del semanario bogotano.

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la introducción y presentación de un discurso de otra mano, demuestra que Manuel del Socorro Rodríguez manejó todas las categorías de la filología y la estética racionalista neoclásica. Además del criterio de buen gusto, es evidente que en su pro-ceso valorativo-explicativo tuvo en cuenta nociones como la de genio (ingenio), la de razón o buen sentido y la de verdad17.Tal como se observa en el título, la categoría principal es la del “buen gusto”, idea ligada, inicialmente, a la de lo bello y a las reglas del arte, y, luego, a la capacidad humana de juzgar la li-teratura y el arte: para los estetas neoclásicos se trataba de algo innato y perfectible18. La idea de buen gusto —explica Jean-Pierre Dens— deriva de “dos campos aparentemente contra-dictorios”: por un lado, traduce “una experiencia espontánea y casi irreflexiva” y, por el otro, “un juicio crítico” que puede integrarse en un “discurso formalizado” (Dens, 1975: 728). De hecho, Manuel del Socorro considera que “de nada sirven

17 Este es un lugar común de las poéticas del neoclasicismo francés. Después de La Mesnardière y René Le Bossu, en la segunda mitad del siglo XVII, Ni-colas Boileau los institucionalizó adaptándolos, en su Art poétique y en su discurso en verso (Épître) número IX, a la idea del “hombre honesto”, propia de la sociedad cortesana luiscatorciana (Fayolle, 1964: 38). En España, estos principios fueron retomados por Ignacio de Luzán (1702-1754), autor de La Poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies (1737), obra de gran influencia en el periodo posbarraco español, en particular en la se-gunda mitad del siglo XVIII.

18 Tanto Rodríguez como el Espectador Ingenuo manejan las mismas catego-rías. Este último hace observar al editor que “Alli en donde desde el principio no se hubiere cultivado la Poesia con estimación, no solo tenga Vd por la cosa mas ociosa el dar versos á lúz, sino por la mas odiosa y despreciable. ¿Qué gusto se le ha de tener á este bellísimo rámo de literatura en un Pais donde jamás se han conocido sus elementos?”, e insistiendo en que sólo en México y en Perú se expresaba la poesía americana, le pide convenir “que de los pueblos de America solo allí puede estimarse la poesia con discernimien-to, pues es preciso que aquellos apreciables modelos hayan formado el gus-to de casi todos los del Pais; si ya no es que la amenidad é influxo del Pais, aunmas que los modelos y la educación, es quien produce los Peraltas, y los Ruizes” (PP, Nº 59, 30 de marzo de 1792). De igual manera, el editor declara el deseo de conocer “á un literato de tan refinado gusto” (61).

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unas bellas potencias, si no tienen una educacion literaria so-lida y de buen gusto” (PP, Nº 6, 18 de marzo de 1791). Así, al justificar la concepción del Papel Periódico, Rodríguez explica que “la invención de ésta espécie de escritos fue tan feliz, y tan aplaudida de los hombres de buen gusto, que prontamente se adoptó con general aprobacion de todas las Cortes y Ciudades mas cultas de la Europa” (PP, Nº 1, 9 de febrero de 1791)19. En el mismo sentido utiliza esta categoría al presentar la Tertulia Eutropélica como una “Asamblea del Buengusto” (PP, Nº 84, 21 de septiembre de 1792).

Al igual que en la mayoría de los casos en los que por pri-mera vez se encara la producción literaria de una región, na-ción o cultura, en el caso de Manuel del Socorro se impone una perspectiva comparativa20: la literatura joven es comparada con las más desarrolladas y reconocidas. En la “Apología de los ingenios neogranadinos”, la producción poética neogranadi-na se compara con la de México y Perú, y el genio poético de Camargo y Castellanos se equipara con el de Sor Juana Inés de la Cruz y con los de otros poetas de la lengua castellana de la época: “Nuestro Hernando Dominguez se pareció mas á Hernando de Herréra, y á Hernando de Acuña, que D. Juan de Tartasis á Juan Boscán, y á Juan de la Cueva” (PP, Nº 60, 6 de abril de 1792). Añádase, a este aspecto, un sentido socio-histórico que le permitía entender que, para desarrollar una literatura cualquiera, se requería no sólo de un mínimo de agentes que garantizara la producción y circulación de obras, sino también la promoción y enseñanza de la lengua mater-na. De los comentarios del editor, con respecto al primero de estos aspectos, se deduce que gran parte del mérito de la obra de los poetas neogranadinos, objeto de su estudio, residía en

19 El énfasis es mío.20 De aquí en adelante indicaré en cursiva la categoría respectiva.

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que habían aparecido en una sociedad en la cual no existían las instancias más importantes de aquello que hoy entendemos como constitutivas del “campo intelectual”, y del literario en particular (Bourdieu, 2003). Rodríguez hace ver al Espectador Ingenuo que, en Nueva Granada, las condiciones no estaban dadas para que se diera un desarrollo más amplio de la lite-ratura, porque la producción intelectual de la colonia estaba supeditada al poder metropolitano y sometida al monopolio editorial peninsular: toda la producción científica, moral, poé-tica, etc., debía atenerse a la legislación establecida por el po-der político y religioso. Para que se produjera más poesía, por ejemplo, él entendía como básico el “comercio de libros”, el es-tudio público de “las bellas letras”21, “la propagación de piezas y noticias literarias”, la instalación de “imprentas”, entre otras. Sin cuestionar directamente el sistema, y tan sólo con la inten-ción de exaltar el mérito poético de algunos escritos, entre las restricciones sociales y económicas que subordinaban la pro-ducción intelectual Rodríguez observa las siguientes:

He aqui: la desgracia de la literatura de America. Falta de imprentas: dificultad de establecerlas con la formalidad que corresponde: riesgos en la remesa de manuscritos á Europa: ex-cesivos costos en la impresion, traida de exemplares. Con otros mil inconvenientes insuperables, en cuya consideracion se debia formar un concepto mas equitativo de los ingenios Americanos. (PP, Nº 60, 6 de abril de 1792)

Y, con respecto a la lengua, es necesario observar que, en el pensamiento de Rodríguez, la enseñanza de la lengua mater-na no sólo era importante en el desarrollo de la literatura, sino también en el del sentido patrio: según él, se le debía “enriquecer

21 En el Nº 62, Rodríguez lamentará las “Cathedras donde bebe rmetodica-mente dichas nociones” (PP, 20 de abril de 1792).

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con nuestros escritos; porque esto es lo que nos honra, y nos de-ben inspirar las leyes de un solido y perfecto patriotismo” (PP, Nº 23, 15 de julio de 1791). En la perspectiva socio-histórica de Manuel del Socorro, la lengua, además de ser un instrumento que daba a conocer las ideas y conceptos del espíritu de una na-ción (130), era un instrumento de “dominación”:

El principal objeto de una nacion ilustrada debe ser enrique-cer su idioma con los escritos cientificos, porque ese es siempre un tesoro apreciable que suavemente interesa a todos los hombres, unico modo de transmitir la autoridad y cultura de un pueblo sa-bio à los demas del Universo. (PP, Nº 23, 15 de julio de 1791)22

Así, además de la idea de historia, de las categorías uti-lizadas en la explicación apologética es necesario retener las siguientes: la de literatura, de literato, de crítico, de géneros, de estilo e, incluso, la de una disciplina encargada del “escrutinio critico” y la historia del fenómeno literario. Aunque la “Apolo-gía de los ingenios neogranadinos” constituya un ensayo crí-tico en tono apologético, la plena conciencia de la existencia de una disciplina le autoriza a advertir, al Espectador Ingenuo, que existía una diferencia enorme entre realizar una apología con exhortaciones americanistas y un “juicio crítico” sobre una obra cualquiera, ateniéndose a la normatividad establecida por la estética neoclásica, a partir de las diversas poéticas:

Pero cuidado, Señor Espectador, que aunque el merito-poëtico del Dr. Dominguez me ha debido las expresiones que acabo de hacer, debo advertir à Vd. (por lo que pueda importar el asunto) que una cosa es concederle esa sublimidad y primacia; y otra pensar en formar un juicio critico acerca de las partes

22 Estas observaciones están hechas con respecto a la celebración de un certa-men literario en el Colegio Mayor de San Bartolomé, en el cual se discutió la necesidad de privilegiar la enseñanza del castellano y no la del latín.

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constitutivas del Poëma, ciñendonos à todo el rigor que exi-

gen las reglas de esta bella facultad en sus respectivos ramos. (PP, Nº 61, 13 de abril de 1792)23

En conformidad con lo dicho en El Alternativo del Re-dactor Americano, Nº 15 (27 de marzo de 1808: 113), con res-pecto a la clasificación de las obras literarias, y Nº 17, con respecto al conocimiento y examen de las obras, esta discipli-na era la filología:

Al conocimiento y examen de las Ciencias y facultades que componen al ingenio y à todos los ramos de literatura y buen gusto en general, se le há dado siempre este nombre griego de Filología. (ARA, Nº 17, 27 de mayo de 1808: 129)

Rodríguez no duda en aclarar que, para llevar a término esta tarea, al igual que el “literato” para organizar y seleccionar el producto literario, se requerían “sugetos formados ya en los rudimentos necesarios de latinidad, filosofia, y educación poli-tica y moral” (ARA, Nº 15, 27 de marzo de 1808: 113-114)24. Ob-sérvese que nuestro autor no concibe la crítica literaria como una disciplina aislada y monológica, sino como algo, como de-cimos hoy, interdisciplinario: se trata de un arte que desde sus orígenes exige diálogos con la sociología, la historia, la filoso-fía y la antropología, entre otras. Ya en el Nº 6 de este perió-dico, en una nota titulada “Literatura, y política”, Rodríguez propone que un “literato”, “buen critico”, “[coleccione] metó-dicamente los mejores Discursos que han salido en todas las

23 El énfasis es mío.24 Estas categoría se mantienen estables por lo menos desde el Nº 23 del Papel

Periódico, número en el cual Rodríguez definía al “literato” como a un hom-bre que había “consumido muchos años en el estudio de la latinidad, de la Filosofia, Teologia, Jurisprudencia” y de “todas la ciencias” (PP, Nº 23, 15 de julio de 1791).

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Naciones, de 17 años á esta parte”, para dar “al Orbe literario un magnifico espectáculo de eloqüencia”. En esta ocasión, Ro-dríguez se refiere a la oratoria política y relaciona su auge con las grandes revoluciones provocadas a partir de la Revolución francesa: “No se puede dudar, que los grandes sucesos actuales han dado motivo para producciones de primer orden en esta magestuosa facultad, que forma las delicias del buen gusto”. Aunque este comentario deja ver que se relaciona el fenóme-no, auge de la oratoria política, con los hechos político-sociales del momento, sin embargo, el interés de Rodríguez no recae, principalmente, en el valor documental, socio-histórico de los documentos, sino en el valor literario de ellos, en la práctica de la elocuencia como género literario, como un ejercicio de re-tórica. Además del criterio neoclásico del “buen gusto”, llama la atención aquí que el criterio principal para elaborar dicha antología sea el moderno concepto de lo bello, introducido no sólo en la historia y la crítica literaria, sino también en la filoso-fía, en la transición de la crítica normativa neoclásica a la crítica estética, promovidas por Kant y Baumgarten a mediados del siglo XVIII25: “Dicha coleccion, formada con el buen discerni-miento que corresponde, presentaria un conjunto de bellezas que difícilmente se pueden reunir en otros escritos, y que dis-persas no son tan interesantes y agradables” (ARA, Nº 6, 27

25 No trato de insinuar ningún tipo de influencia en estos autores, pero es pro-bable que, a través de los estetas e historiadores de la literatura española de este periodo, Rodríguez haya asimilado este concepto que identifica el obje-to de estudio de la Estética y lo ligue al conocimiento de lo sensible. Es pre-ciso entender que, entre 1750 y 1758, Baumgarten revoluciona los estudios estéticos, haciendo pasar el estudio de lo bello, basado en una concepción mimética del arte, a un estudio de las excelencias materiales de los objetos y, sobre todo, al estudio de las reacciones de todo tipo provocadas en el espec-tador-lector. Véase, al respecto, la Historia de la estética de Sergio Givone, en particular, en la introducción, el aparte titulado “Hacia la concepción mo-derna de la estética” (28-33), y el capítulo primero de la primera parte: “De Kant a Hegel” (37-54).

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de junio de 1807: 41). Como se puede observar, Rodríguez no proponía explicar el fenómeno, sino “reunir” unos ejemplos de oratoria para que sirvieran de modelo, para instruir y agradar.

De esta manera, en el Nº 7, en el “Rasgo sobre el talento de escribir, para instruccion y desengaño de algunos hijos de Adan”, Rodríguez permite entender su idea de literatura. Ca-tegoría esencial para poder organizar crítica e históricamente lo que se entiende por literatura. En su caso, ésta respondía a lo comprendido bajo el término literatura hasta bien avanza-da la primera década del siglo XIX, y no al sentido moderno atribuido a partir de la generación de los románticos, de ma-nera exclusiva, a la producción escrita de ficción. En Rodrí-guez la noción de literatura abarcaba todo lo escrito, incluso lo poético26 en el sentido estricto del término instituido por

26 Sin sugerir ningún tipo de influencia, y tan sólo con la intención de hacer observar un lugar común de la crítica y de la historia literaria de finales del XVIII e inicios del XIX, recomendamos ver la idea de literatura de Mada-me de Staël, por ejemplo, en De la littérature considerée dans ses rapports avec les institutions sociales (1800), quien, al proponerse trazar la importancia de la literatura, aclara que entiende por literatura, en “su acepción más am-plia”, “los escritos filosóficos y las obras de imaginación, en fin, todo aquello que comprende el ejercicio del pensamiento en los escritos, con excepción de las ciencias físicas” (Staël, 1991: 66). A esta aclaración hecha en el discur-so preliminar, al abordar la primera época, sigue otra en la que afirma que “Bajo la denominación de literatura, en esta obra se comprende la poesía, la elocuencia, la historia y la filosofía, o el estudio del hombre moral. En estas diversas ramas de la literatura, es preciso distinguir aquello que pertenece a la imaginación de lo que pertenece al pensamiento” (90). Como veremos más adelante, esta diferencia aparece también en Rodríguez. La diferencia-ción es más neta en las Lecciones sobre estética (1835) de Hegel, puesto que al establecer una filosofía del arte y al diferenciar el arte poético de los pro-ductos de la historiografía y la retórica, así como de otras artes figurativas, el filósofo alemán habla directamente de “obra de arte poético”, de “arte oral”, de “representación poética y prosaica”, de los diferentes géneros de poesía (lírica, épica, dramática) y, sobre todo, de la particularidades del “lenguaje poético” frente al lenguaje cotidiano y prosaico (Hegel, 2007: 695-884). Es necesario observar que la utilización de estas categorías puede ubicarse en-

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Aristóteles en su Poética27, es decir, aquellas producciones que hacían un uso particular de la lengua para sugerir emo-ciones, impresiones, sensaciones, etc. Para él, la literatura era todo el resultado de la cultura escrituraria de la humanidad: de aquí que haya considerado su Papel Periódico como “el pri-mer papèl puramente Literario que salio de la America” (RA, Nº 9, 4 de abril de 1807: 65). En este contexto, todos los ras-gos, satisfacciones, disertaciones y discursos han de conside-rarse como muestras de elocuencia, regidas por el arte de la oratoria. Este presupuesto le permite diferenciar los conte-nidos de su periódico de los de las gacetas noticiosas: regidos por los principios horacianos,

Sus asuntos no saldrán del plan que se há propuesto, qua-lésír dando á luz alternativamente varias reflexiones en que se reúnan la divercion y la utilidad, con la mira de que no resulte una Gazéta llena solo de noticias, que quizá no serian interesantes á un gran número de personas. Por ésta razón será preciso á veces insertar algunas anecdótas literarias sobre todo género de mate-rias, observando en su coleccion la oportunidad y economia debi-da a imitacion de semejantes periódicos de Roma, Viena, Madrid &c. (PP, Nº 1, 9 de febrero de 1791)

Para Manuel del Socorro, el elemento más impor-tante de la cultura era la escritura. De aquí deriva el he-cho de que, en un número significativo de ensayos de El Alternativo del Redactor Americano, insista, primero, en el “arte de la escritura”, y se proponga darle a los futuros litera-tos las “seis basas fundamentales en que estriba el crédito de

tre 1818 y 1829, momento de la redacción de las notas y conferencias del au-tor.

27 Ligada a la idea de “imitación, la armonía y el ritmo”, este uso es desarrollado por aquellos que “mejor dotados al respecto lo desarrollaron poco a poco y, a partir de sus espontáneas actividades, crearon la poesía” (Aristóteles, 1990: 4).

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un autor” (ARA, Nº 7, 27 de julio de 1807: 49)28; segundo, exalte la importancia de las bibliotecas, y las entienda como “establecimiento[s] patriótico[s]”, “tan favorables á los pro-gresos de las ciencias y fina urbanidad” (ARA, Nº 7, 27 de di-ciembre de 1807: 90)29; y tercero, entienda la “imprenta” como “ésa utilisima Arte que inmortaliza los Ingenios”30 (91). Para Rodríguez,

Si los hombres no hubieran sido dotados del talento de escribir, yaciera el mundo sumergido en las horrorosas tinieblas de la ignorancia. No ha habido invención mas feliz para transmi-tir á la posteridad las observaciones cientificas y conocimientos del espiritu humano, que la de el arte de la escritura. Por medio de este sapientisimo recurso conocemos despues de tantos mi-llares de años á los Varones celebres que trabajaron por nuestro bien: á aquellos Ingenios sublimes que tanto han enriquecido á la Humanidad con sus gloriosas tareas: á aquellas almas generosas que honraron á su especie de un modo tan ilustre, y tan digno de nuestra gratitud. (ARA, Nº 7, 27 de diciembre de 1807: 89)

Así, al plantear que “el talento de escribir se debe consi-derar mas bien con respecto a la prosa que a la poesía”, el re-dactor permite entender, primero, la diferencia entre un poeta, es decir, una persona que hace un uso poético de la lengua, y un escritor que, a pesar de utilizarla correctamente, no escribe

28 Rodríguez señala: la “copia de erudiccion, facilidad en producirla, critica en elegir, claridad en coordinar, riqueza del idioma, y amenidad en el estilo” (ARA. Nº 7, 27 de julio de 1807: 49).

29 Este número comprende dos “Rasgos”: el “Rasgo sobre las bibliotecas”, en el cual se realiza un breve recorrido histórico de las bibliotecas más famosas de la historia de la humanidad; y el “Rasgo sobre los Escritores”, en cual diserta, teniendo en cuenta la diferencia de genios literarios y gustos, sobre la gran “contrariedad de dictamenes” que “existen en el orbe literario” (ARA. Nº 12, 27 de diciembre de 1807: 92).

30 Véase, al respecto, el “Elógio de la Arte Tipografica, y de su celebre inventor” publicado en el Nº 202 del Papel Periódico (24 de julio de 1795).

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poesía ni “poemas prosaicos” (ARA, Nº 7, 27 de julio de 1807: 50); y segundo, los géneros derivados del “modo de usar dig-namente los tropos y figuras retoricas” (49)31, entendidos como “ramo[s] de la literatura” (50). De esta diferenciación ini-cial resulta, primero, la idea de poesía y de poeta: la primera es “casi toda [sic] obra del ingenio y del entusiasmo, ó mejor diremos un especial don concedido á muy pocos”, y el segun-do, tal como se deduce de lo anterior, un ser privilegiado capaz de hacer un uso poético del lenguaje (49). Esta concepción del poeta y del uso poético del lenguaje le permitió, en la “Apolo-gía de los ingenios neogranadinos”, reconocer a Hernando Domínguez Camargo como “el mayor de los ingenios Ameri-canos”, y afirmar que fue “el primero que en este Nuevomundo supo imitar con elevación y maestria el armonioso Idioma de los Homéros y Virgilios” (PP, Nº 59, 30 de marzo de 1792)32. Adviértase que no se trata de la imitación de un modelo litera-rio o de un autor en particular, Rodríguez se refiere al “idioma”, al lenguaje poético utilizado por toda una tradición significa-da en el plural agregado a los nombres de los dos poetas reco-nocidos como autoridad. El uso de éste, sumado al don, hace al poeta: “Ello es innegable, que nada arguye singularidad en un ingenio si nò en la qualidad de creadór: los demas bellos adornos de un Entendimiento, está muy bien que se aprecien segun los respectivos grados de su merito; pero jamàs serán colocàdos en aquella esfera superior donde tienen su reino los astros de primera magnitud” (PP, Nº 61, 13 de abril de 1792). Para ser poeta, más que “memoria” e “inteligencia”,

se necesita indispensablemente la de una originalidad creativa, cuya prenda en vano es irla à buscar por todos los licéos y Academias del Mundo si no la ha dado la misma naturaleza,

31 El énfasis es mío.32 El énfasis es mío.

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unica mina de donde puede salir ese tesòro. Hablemos claro: La poesia y la Eloqüencia son dos facultades tan absolutamente hijas del ingenio, que aunque el ingenio mismo les ha prescrito reglas y formado arte; sin embargo, toda la esencia de su soberania, be-lleza y dignidad, consiste en los sabios transportes de la imagi-nacion, en dar nuevo ser à todos los objetos, en producir cosas originales. (PP, Nº 61, 13 de abril de 1792)

Desde el punto de vista conceptual, no existe diferen-cia alguna con lo dicho en El Alternativo del Redactor Ameri-cano, quince años después. La poesía es producto de un ser dotado de la facultad de crear. Esta diferencia se mantendrá, en la propuesta de clasificación presentada en el Nº 15 de este periódico, como literatura de “ingenio”, tal como lo explica en la nota de pie de página: “se entienden las obras de poé-sia y eloqüencia en todo genero, por ser partos de pura in-vencion hijos del entusiamo y fantasia” (ARA, Nº 15, 27 de marzo de 1808: 113)33. Tal claridad conceptual deja observar que, en el pensamiento de Rodríguez, poesía y literatura no son términos sinónimos que se confundan o cuya utilización descubra cualquier tipo de vacilaciones. La poesía, aquello que hoy en su sentido amplio entendemos como literatura, engloba-ba los productos ficcionales y constituía una parte o campo de los productos de la cultura escrituraria: poesía era todo aquello compuesto en verso o, en su defecto, en prosa con intención poética, como es el caso de aquello que él denomina “poemas prosaicos” (ARA, Nº 7, 27 de julio de 1807: 50). Por tal mo-tivo, aunque en el título de la “Satisfaccion a un juicio poco exacto…” se incluya el término “literatura”, en detrimento de la producción en prosa sin intención poética, y en la medida que avanza en su disertación, Rodríguez restringe el campo

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de estudio, prefiere llamarla “apología de los ingenios neogra-nadinos”, y aclara que “no [se contraerá] a aquellos que escri-bieron en prosa, sino solamente á los que se dieron á conocer en poesia, pues el reparo de Vd, recae principalmente sobre este ramo de bella literatura” (PP, Nº 62, 20 de abril de 1792). Al incluir el concepto de ingenio, el redactor delimita la diser-tación a la producción exclusivamente poética, a la bella lite-ratura. Este gesto impide ver, en este escrito, el esbozo de una historia de la literatura neogranadina, tal como él la entendía, puesto que no comprende o abarca de manera englobante los géneros no poéticos, también contenidos en la idea de litera-tura de la época.

De acuerdo con su idea de Historia, se puede afirmar que la intención de Rodríguez no fue configurar el proceso del de-sarrollo de la literatura neogranadina desde sus orígenes, sino demostrar, con la intención de justificar rasgos poéticos en su periódico, que en estos territorios existían y habían existido escritores (talentos o ingenios, como él los llama a lo largo de su disertación) capaces de expresarse poéticamente. Su diser-tación no se encamina en un orden teleológico en el cual cada autor, obra o momento constituya el “episodio” de “una histo-ria seguida y bien complexîonada” (PP, N° 199, 3 de julio de 1795). Conviene entonces, en primera instancia, indicar que dos son los poetas mostrados como ejemplos y comentados de manera más amplia, Domínguez Camargo y Castellanos; y luego, conviene también advertir que cuando cita El Nobilia-rio, de Juan Flórez de Ocaríz, y la Historia general del Nuevo Reino de Granada, de Lucas Fernández de Piedrahita, lo hace, primero, como apoyo de su demostración, y, segundo, como ejemplo de buena prosa. En ningún momento los autores son puestos en una perspectiva histórica que permita entender un proceso con los respectivos momentos o etapas de un desarro-llo. Lo mismo sucede con autores del pasado colonial, como

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Don Bruno de Valenzuela, Hernando de Ospina, Francisco Joséf Cardoso, José Álava de Villa Real, Juan García de Espi-nosa, Lucas Rangel (PP, N° 62, 20 de abril de 1792), Alonso de Zamora (Nº 63, 27 de abril de 1792), fray Cristóbal de Torres (Nº 64, 4 de mayo de 1792) y fray Martín de Velasco (Nº 65, 11 de mayo de 1792). En el primer caso, se trata de nombres in-cluidos en el catálogo de Ocaríz, no explicados por él; y, en el segundo, los tres últimos son autores de los cuales se incluyen muestras de su prosa, pero no entran en una explicación que pueda entenderse como histórica, no se los inserta en subdi-visiones o periodos, tendencia o movimiento, que permitan clasificar y abordar las obras para entenderlas en relación con su época, por ejemplo. En el escrito de Rodríguez aparecen al-gunas categorías historiográficas, como las nociones de géne-ro —como “poema heroico” y “poema histórico” (Nº 62, 20 de abril de 1792)—, oratoria, historia, filosofía, etc., alusiones al gongorismo, una perspectiva comparatista y un sentido socio-histórico del fenómeno literario. Pero, en la medida en que la intención no es hacer una historia, no asoman categorías de periodización, ni siquiera la de una cronología que permita or-ganizar o subdividir el fluir literario.

En este sentido, disiento del punto de vista de Flor Ma-ría Rodríguez Arenas, cuando afirma que nuestro autor “re-trocedió en el tiempo con el fin de recopilar materiales para el establecimiento de una historia literaria” (1993, 36): si bien es preciso reconocer que se trata de “un texto fundacional para la literatura hispanoamericana” (24), de “uno de los pri-meros ensayos literarios” (38) de la América hispana, desde mi punto de vista, difícilmente se puede ver en este escrito la certificación de “una tradición literaria” o “una de las primeras visiones totalizadoras sobre la zona” (41). Salta a la vista que Manuel del Socorro no produce este texto por accidente, por milagro, puesto que tuvo plena conciencia de que no estaba

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configurando una historia tal como él la entendía o la enten-dían los intelectuales de la época, es decir, como un escrito fundamentado en una investigación profunda, expuesto cro-nológicamente en una relación causa-efecto para explicar algo verdadero. Conocedor de los géneros literarios, fue consciente de que estaba elaborando una apología, es decir una defensa, y no una Historia: “Yo desde luego entraría a formar con mu-cho gusto una disertación bastante difusa sobre la materia, porque no dudo que á poca costa se me presentaran un sinnú-mero de pruebas y testimonios capaces de suministrar asunto para la mas completa apología; pero ni el caso lo requiere, ni un periódico es susceptible de Discursos tan dilatados” (PP, Nº. 59, 30 de marzo de 1792). De hecho, no dudó en advertir a su interlocutor de que, en dicha “Apología”, sólo se hacía “uso del material que accidentalmente” tenía a la mano (PP, N° 64, 4 de mayo de 1792):

Siempre diximos que nuestra idea no éra extendernos à formar un Discurso comprehensivo de todo el material que nos ofrece un argumento tan fecundo […]. Si hubieramos de inser-tar aqui todas las pruebas que nos ministra la verdad à favor de los talentos Granadinos, y en contra del juicio que de ellos se ha formado nuestro antagonista Espectador; desde luego seria este el empleo de todo el año, no solo en la publicacion de piezas de varia literatura, sino de otras noticias relativas al mismo asunto. (PP, N° 65, 11 de mayo de 1792)

Volvamos a la noción de poesía. Ésta le permite elabo-rar, en “sigue la leccion y eleccion de libros” (ARA, Nº 16, 27 de abril de 1808: 121), un comentario crítico sobre las Endechas a San Francisco de Borja, de Antonio de Solís, dialogar con las apreciaciones de Feijoo34, y refutar los criterios de Juan de

34 Rodríguez cita directamente el Discurso 14 del tomo I, del Teatro crítico.

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Iriarte35 al respecto. Ante las objeciones de este último, cuyos comentarios apuntan a considerar impreciso el hecho de per-sonificar “los desprecios del mundo” (122), y para insistir en el carácter poético del asunto, el examen crítico de Rodríguez inicia, precisamente, con el reconocimiento del carácter inven-tivo del lenguaje poético, con la afirmación de las licencias que, con respecto al lenguaje de la vida cotidiana y la realidad, pue-de tomar la imaginación del poeta. La categoría que le permite argumentar este juicio es la de “imaginarios” (122), introducida en el comentario de Iriarte. Al respecto, Rodríguez hace ob-servar que esta voz podía “entenderse en dos sentidos”, es decir, “apelando á falsos ó quimericos, y à los obgetos mentales de pura fantasia” (122-123). Según el editor, en el caso de las en-dechas de Solís, el primero no necesita ser demostrado, por-que el personaje (San Francisco) se convirtió; y el segundo es más importante, porque compete a la naturaleza del lenguaje poético. Sin descuidar el aspecto teológico del asunto tratado, el editor pasa directamente al carácter poético, a “la pura inte-ligencia del verso”: presenta entonces una serie de argumen-tos teológicos, de fe, descuidados por Iriarte36, para afirmar, de acuerdo con dicha licencia, que no resulta inadecuado que Solís haya personificado los “desprecios del mundo”, aunque no hayan sido “sugetos reales”:

Si estos desprecios no son otra cosa que los actos heroicos de la virtud con que aquel cristiano corazon arrojo de si las ideas è intereses de la tierra, ¿porque ha de condenar el Señor Yriarte que se hombreen con San Ignacio, con Jesus, y con Dios? ¿Aca-so podía ignorar un sabio de su estatura que en la poësia para mas primor y amenidad se admiten personajes teologicos, fisicos

35 Rodríguez se refiere al Discurso 12: “Crítica de las Endechas de Don Anto-nio de Solis á la conversion de San Francisco de Borja” (Iriarte, 1774: t. II, 349-378).

36 El principal es el de Jesús como un ser distinto de Dios (125).

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y morales? No por cierto: pues creo que el menos instruido en esta sublime facultad sabra que los atributos divinos, los elemen-tos, las causas naturales, las costumbres y vicios, y aun el mismo caos, se personalizan en la poësia porque en esto se funda toda su hermosura y bizarria entusiastica. El llanto, el dolor, el miedo, el sueño, la pobreza, la vanidad, y otras cosas semejantes que no son verdaderas personas, á cada paso las vemos personalizadas en las obras de los mejores Poëtas… (ARA, Nº 16, 27 de abril de 1808: 123)

La misma perspectiva crítica aparece en el “Rasgo filoló-gico sobre el epitafio de Mr. Fox”. En este caso, ante el excesivo laconismo del epitafio puesto en la tumba de este personaje, Rodríguez observa que, para componer un epitafio, deben consultarse “las reglas de la critica y buen gusto”. Así, el co-mentario crítico tiene en cuenta el origen griego del término, la naturaleza breve del género, el uso, el fin informativo y la precisión y claridad del mensaje (ARA, Nº. 17, 27 de mayo de 1808: 130). Esto permite entender por qué el “principio filoló-gico” de la clasificación lo condujo a afirmar que

Todos los volúmenes escritos desde el principio del mundo hasta el dia se deben reducir à estas cinco clases de obras: mora-les, históricas, criticas, científicas, y de ingenio. (*) Digo que se de-ben reducir á este numero, porque aunque son tantos y tan varios los rámos de literatura, me parece que clasificandolos metodica- mente vendrán á convenir en las cinco divisiones expresadas. (ARA, Nº 15, 27 de marzo de 1808: 113)

Es evidente que Rodríguez entendía la historia literaria como un campo que permitía organizar toda la producción del conocimiento y la inteligencia humana, y no como algo restringido —como en nuestra acepción moderna— a la pro-ducción poética, de “ingenio”. Este aspecto puede considerarse

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como otro argumento para entender que la “Apología” no es una historia en un sentido totalizante, pues, si bien evoca dos obras históricas, no incluye ni críticas ni científicas ni morales.

Segundo, de la diferenciación hecha entre lo poético y lo no poético, se infieren también las denominaciones genéricas de los practicantes y de los géneros no poéticos del “orbe lite-rario” (ARA, Nº 7, 27 de julio de 1807: 50), a saber: el orador y la oratoria, el historiador y la historia, el filósofo y la filosofía, y aquellos que hoy entendemos como novelistas y sus “poe-mas prosaicos”. La manera como Rodríguez se refiere a estos últimos constata que el autor no manejó, como principio cla-sificador y como categoría explicativa, el concepto de novela, pues, para referirse a este tipo de escritos, los denomina como “poemas prosaicos”; y al aclarar, en nota de pie de página, que a estos “les conviene mejor el nombre de Romances que el de Poémas” (50)37, se observa que prefirió atenerse al término uti-lizado para designar los poemas narrativos medievales, com-posiciones versificadas en lenguas romances, cuyos motivos principales eran el amor y la aventura. Esta duda de indefini-ción da cuenta del problema que representó la aparición de un nuevo género en las preceptivas neoclásicas del arte literario de los siglos XVII y XVIII38.

37 Rodríguez cita las novelas del francés Fenelon, Les aventures de Télémaque (1701), y del portugués Teodoro Almeida, El hombre feliz independiente del mun-do y de la fortuna, o arte de vivir contento en cualesquier trabajos de la vida (1799).

38 Al respecto, es preciso recordar que, hasta bien avanzado el Siglo de las Lu-ces, el género de la novela fue considerado como un género perturbador, inclasificable y, por lo general, desacreditado: todos los escritores de nove-las, en las diferentes culturas europeas en las cuales se practicó este género, ante la ausencia de una poética, en sus prefacios, prólogos y advertencias, se preocuparon por justificar sus escritos y plantearon las tensas relaciones que mantiene la narración ficcional novelesca con la realidad. Ante el descrédito producido por el excesivo idealismo de la novela pastoril y de aventuras, y obvia-mente preocupados por el problema de la verosimilitud, la mayoría inscribieron sus novelas bajo la categoría de historia. Véanse, por ejemplo, los prefacios de

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En el pensamiento estético de Rodríguez, el género está determinado por aquello que él entiende por “ ”: “el que escribe como Orador, debe imponerse á fondo y con toda exactitud en el modo de usar dignamente los tropos y figuras retórica, con las demás bellezas que forman el estilo elevado y de buen gusto” (49); en cuanto al historiador, “se hará muy ridiculo si su estilo sale de los limites de la naturaleza y sen-cillez; aunque no se ha de olvidar de la elegancia, precision, y amenidad con que se deben referir y enlazar los sucesos, para que deleyten e interesen à los lectores”; el filósofo, “sino lo es naturalmente, sino por mero aprendizaje y afectación, incurri-rá á cada paso en un sin numero de disvarios” (50)39.

Como muchos preceptores de la época, Rodríguez no concibió el oficio del “autor” sin sumar, al genio y al objeto de la escritura, el perfecto conocimiento de su arte, tanto en los géneros no poéticos como en los poéticos: “En todos los siglos y naciones han sido muy raros los ingenios capaces de conocer las qualidades que esencialmente debe tener un Autor con respec-to al argumento sobre que se propone escribir. Es verdad que se necesita gran penetracion, consumado estudio, y un dón de criterio muy sobresaliente, para saber discernir entre los requi-sitos substanciales y accesorios que exige cada una de las obras de literatura” (51). De igual manera, en el Nº 8, y respondiendo

Moll Flanders y Roxana, de Defoe; Las aventuras de Joseph Amdrews y Tom Jo-nes, de Fielding; Manon Lescaut, de Prévost; Cartas persas, de Montesquieu; y el prefacio o “conversación sobre las novelas”, de Rousseau en Julie o la nueva Eloísa, entre otras. Defoe, en particular, establece la diferencia entre “story” y “history”. Este aspecto es ampliamente tratado por Alain Montandon en Le roman au XVIIIè siècle en Europe (1999: 7-59), y por Ian Watt en The rise of the novel (1963).

39 Según Rodríguez, estos dos últimos “ramo[s] de la literatura”, en su época, habían caído en “abusos e impropiedades insufribles”, y en la “mania del filo-sofismo”, respectivamente, olvidando que su función era la de inculcar el “dis-cernimiento”, y no la de lanzarnos en “la carrera lisongera de la fantasia” (50).

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a un lector anónimo que reclama alguna precisión con respecto al arte poético y sus practicantes, Rodríguez aclara que

no se ha de entender absolutamente que la poësia aunque sea un especial dón, será perfecta sin el recurso del árte. Es cierto que á los meros versificadores ó coplistas, les basta unicamente lo que decimos gracia natural, por que aunque èsta sea un grado sublime, no pasarà de hacer buenos versos. Pero quando se trata de hacer buenas composiciones en cada uno de los muchos y di-ferentes ramos en que se divide esta dulce Facultad, es necesario entonces no soló mucho estudio de las reglas, sino una vastisima erudición. (ARA, Nº 8, 27 de agosto de 1807: 58)40

Si bien el conocimiento del arte poético es necesario para expresarse poéticamente, Rodríguez no admite que el “poetis-mo” se introduzca “en todo genero de obra”:

Yá nadie quiere usár del estilo didáctico, ni aun en los es-critos que lo requieren por rigorosa ley del arte y buena critica. Los historiadores, los Abogados, y hasta los que escriben Cartas familiares, se explican con toda la pompa y sublimidad poetica, porque ésta es la moda venida del Olimpo. (ARA, Nº 7, 27 de julio de 1807: 52)

40 Esta aclaración es hecha por Rodríguez en este número, respondiendo a un lector que le reclama ciertos vacíos con respecto al modo poético de escritu-ra. El reparòn le pregunta: “¿Como responderá Vd. à Aristòteles, à Horacio, à Boileau, Le Bossu, Cornelio, Luzán, y demás Sabios que escribieron de Arte poética?” (57). Esta pregunta de un anónimo permite apreciar, además de la presencia de un público especializado, conocedor del asunto, el peso de la normatividad neoclásica en los dos personajes: sin duda alguna, Rodríguez conocía las poéticas de estos autores y le contesta con este fragmento que, se-gún él, por falta de espacio, había eliminado en la publicación inicial. Todos estos autores hicieron sentir la necesidad del conocimiento del arte poético, y consideraron que el don y la imaginación pura no eran nada sin el arte, sin el conocimiento de las normas de la poética.

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En la perspectiva de Rodríguez, el conocimiento de las reglas del bien escribir y del arte poético no sólo era necesario para el poeta y el escritor de otros género, sino también para aquel que gustaba de su lectura y sentía “la innata pasion à la poesía”. Según él, no se podía “dar un Orador perfecto ni un Sabio de buen gusto, sin haber estudiado primero las reglas de la poesia y las obras de los poëtas” (ARA, Nº 8, 27 de agos-to de 1807: 59). Del desconocimiento del arte de bien escribir y del estilo que corresponde a cada género, deriva la escasez de “jueces sabios en esta materia”, capaces de valorar “obras destituidas de todo metodo y belleza” (ARA, Nº 7, 27 de julio de 1807: 51). Este mismo presupuesto rigió la defensa de los poetas, del “buen gusto” y de los “sugetos de buen gusto”, en la “Apología de los ingenios neogranadinos”. En ella, Rodríguez insistió en el necesario conocimiento de las poéticas clásicas de Aristóteles y Horacio:

Bien es, que quando se dice un sugeto de buen gusto y dis-cernimiento en esta facultad, no se debe entender rigurosamente un Poeta de profesion. Basta que en la parte teorica conozca cien-tificamente lo que es poesia en todos sus ramos, y que asi mismo sepa todas las figuras que consta el Arte metrica, con sus respec-tivos usos tanto en el Latino como en el Español. Ultimamen-te: para mi un hombre que entiende à fondo las Arte poetica de Aristoteles y la de Horacio, es sin duda un hombre de buen gusto, que puede dar voto en todas las obras de ingenio, porque de alli se sacan muchas mas nociones que las que nos parecen. (PP, N° 62, 20 de abril de 1792)41

41 Este acápite está acompañado de una nota de pie de página, en la que Ma-nuel del Socorro aclara que “Esto se vera mas claramente, y aun por rigurosa demostración, quando se imprima una obrita intitulada: reflexiones filosófi-cas sobre las Poeticas de Aristoteles y Horacio”. Muy probablemente se trata de una obra de su autoría, a la manera de las muchas publicadas en Europa

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Para apreciar la poesía, para percibir su “delicadeza y belleza”, aclara el redactor en nota de pie de página,

se requiere el gusto poetico, sin el qual no se puede gozar del oratorio en toda su extensión. Para evidenciar filosoficamente este punto era necesario un Discurso bastante delicado. Desengañe-monos: la cultura y amenidad civil de todos los pueblos del mundo, se le ha debido siempre à la poesia. (Véase la historia literaria del sabio abate D. Juan Andrés) (ARA, Nº 8, 27 de agosto de 1807)42

La “Respuesta al Reparòn” le permite a Rodríguez vindi-car “el honor de la Poesia” (58) y denunciar también a aquellos poetas que “han abusado de su númen de un modo sumamen-te ridiculo y vergonzoso; dando motivo para que se despre-cie la Facultad, no por lo que ella es en si, sino por la infáme depravacion de sus profesores” (59-60). De todos los modos de usar el lenguaje, el poético es aquel que requiere de mucho más cuidado. Al igual que otros aspectos de la naturaleza hu-mana, la posesión de este don, según el redactor, es obra de Dios. En la concepción providencialista del mundo de Rodrí-guez, el lenguaje poético es verbo divino:

Si atendemos à que éste lenguage sublime y harmonioso no es el comun de la naturaleza; y sì el mas conforme para explicar las altas ideas de nuestro espiritu: Si reflexionasemos, que quan-do Dios ha llenado del fuego de su amor y sabiduria à los hom-bres, inmediatamente han rompido estos no en otro idioma que el de la poësia, entonces quizà se le daria mas digna ocupacion. Podriamos decir, que parece se gloria mas el Ser eterno de que le

a lo largo del Renacimiento. Entre las más reconocidas se encuentran las de Scaligero, la de Vida y la de Castelvettro.

42 Rodríguez se refiere a Origen, progresos y estado actual de toda la literatura (siete volúmenes publicados entre 1782 y 1799), escrita originalmente en ita-liano (Dell’origine, progressi e stato attuale d’ogni letteratura) por el sacerdote jesuita español Juan Andrés y Morell (1740-1817).

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alaben en verso, pues el mismo los ha dictado tan repetidas oca-siones […]. Nadie ignora que el Espiritu Santo llenò de èste dulce entusiasmo à Job, à Jeremias, à los Mancebos del horno de Babilo-nia, à Judit, à la Madre de Samuel; y los que honra mas el numero poético, à la misma Madre de Jesuchristo, quando prorrumpió en aquel Cantico tan sublime como lleno de humildad y sabiduria. (ARA, Nº 8, 27 de agosto de 1807: 60)

Consciente de los riesgos de tal definición y concepción del lenguaje poético, Rodríguez aclara que esto no quiere de-cir que “todos los asuntos de un poëta deben ser puramente misticos”. Independientemente de su concepción cristiana del mundo, resulta pertinente observar aquí la claridad de pre-supuestos conceptuales que permiten a Rodríguez elaborar juicios críticos sobre la literatura, en general, y sobre la pro-ducción poética, en particular. De igual manera, es necesario retener las funciones que el editor le atribuía a la literatura. Si todo no puede tener un carácter místico, ¿por qué los asuntos de los poetas no pueden ser “decentes y dignos de la virtud”?, “pensar de otro modo”, afirma Rodríguez, “es querer que la poesia de la Era cristiana sea menos ilustre y decorosa que la gentilica”. Persuadido de que el cristianismo había civilizado a Occidente, para el ilustrado bayamés la poesía debía cum-plir ciertas funciones sociales: contrariamente a “las poesías amatòrias, obsénas, y libertinas”, en la óptica de Rodríguez, la poesía debía “cantar los altos timbres de la virtud, y formar versos filosóficos que sirvan de estìmulo á la buena conduc-ta” (60). Como para los estetas del periodo neoclásico, para nuestro autor, la fusión entre arte poético y ciencia moral43 era necesaria y recomendable:

43 Los estetas franceses del neoclasicismo, a excepción de La Mesnardière, Le Bossu y Boileau, aunque lo sugieren, no insisten en este aspecto. Por el

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Para hacer mas clara esta verdad quisiera insertar aqui un gran numero de exemplos de poëtas gentiles para que avergon-zasen à algunos cristianos; pero la calidad de este papèlno admite èsa difusion. Concluirè, pues, diciendo: que muchos de los étnicos son mas dignos de leerse por la buena moral de sus composicio-nes, que algunos catolicos que hacen alarde de poseer la verdadera sabiduria. Sí: èsos viles profesores son los que han degradado de su alta dignidad y honorifico aprecio à la Divina poesia, dando lugar á que ya se créa generalmente, que todo espiritu dedicado à ella es relaxado y libertino. Pero entre tanto, yo aconsejaré siem-pre à los Jóvenes literátos, que la estudien con el mayor esmero (segun el plan que he dicho) si es que aspíran à poseer una erudi-cion sobresaliente, un gusto delicado, y un carácter améno en to-dos sus escritos y acciones. (ARA, Nº 8, 27 de agosto de 1807: 61)

Tal como lo anuncia el título de esta comunicación, el propó-sito principal ha sido exponer las categorías explicativas del discurso crítico-literario de Manuel del Socorro Rodríguez. La motivación primordial para hacerlo ha sido la discusión de-sarrollada alrededor de la “Satisfaccion á un juicio poco exacto sobre la literatura y buen gusto, antiguo y actual, de los natu-rales de la Ciudad de Santafé de Bogotá”, con los estudiantes

contrario, en España, Ignacio de Luzán convertirá la relación arte/filosofía moral en un precepto. Para él, la poesía debía tener un carácter aleccionante, didáctico y moralizador, necesario para toda sociedad: el arte debía dar cuenta de la verdad moral. En La poética o reglas de la poesía en general y de sus princi-pales especies (1737), Luzán sostiene que, a diferencia de la filosofía, cuya jerga resulta incomprensible para el vulgo, la poesía, con sus artificios, adornos y colores lo persuade y lo convence más fácilmente. Véase, al respecto, todo el libro segundo y, en particular, el capítulo i , “De la utilidad y del deleite de la poesía” (2003, 56-58). La filiación de Rodríguez a la poesía epigramática y al tono moralizante de sus ensayos demuestra que el cubano se inspira en este esteta español, ampliamente difundido en la segunda mitad del siglo XVIII.

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del semillero de investigación “Literatura, Ilustración y Socie-dad” del Departamento de Literatura de la Universidad Nacio-nal de Colombia. Con la intención de integrar la labor crítica de nuestro autor a la historia de la crítica literaria colombiana, estos debates se centraron en el carácter crítico-histórico del documento. En dichos debates siempre planteé que, si bien el ensayo de Manuel del Socorro Rodríguez introduce elementos críticos e historiográficos propios de los estudios literarios, no constituye una historia literaria en el sentido dado a este tipo de estudios a finales del siglo XVIII en el campo de las humani-dades occidentales. Estos argumentos iban en contra de algu-nas ideas preconcebidas, tomadas de algunos textos críticos o dichas en coloquios y congresos, en torno a la obra del letrado bayamés. En este sentido, en primera instancia, en este escrito he descartado la idea de entender esta “Apología” como una his-toria de la literatura neogranadina, y me he propuesto explicar los conceptos teórico-metodológicos utilizados por el autor en la valoración de algunas obras poéticas de la época colonial.

Para desmontar dichas ideas, me ha parecido pertinente, primero, rastrear el concepto de Historia manejado por el au-tor puesto que, de alguna manera, determina la forma (aspec-to material) y la estructura narrativa (temas, ideas, problemas) del documento: entender que Rodríguez concebía la historia como una investigación basada en fuentes, organizada en or-den teleológico y presentada de acuerdo con las normas de la oratoria, me ha permitido afirmar que la intención del editor del Papel Periódico no fue la de elaborar una historia. Conoce-dor de los géneros literarios de la época, y considerando que la historia constituía un género literario entre otros, Rodríguez fue consciente de que elaboraba un juicio crítico, apologéti-co, sobre unas obras que hacían un uso poético del lenguaje, y no una historia totalizante del conocimiento escrito, orga-nizada cronológicamente. Constatar que no estamos ante una

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historia, me autorizó, más bien, a indagar sobre las categorías explicativas de su discurso crítico-literario.

Los términos utilizados en el análisis de la obra de Her-nando Domínguez Camargo y Juan de Castellanos me dan licencia para afirmar que el marco conceptual utilizado en la “Satisfacción…” se inscribe en la línea de la epistemología clá-sica y neoclásica: los comentarios de Rodríguez derivan, en pri-mer lugar, de los criterios de la obra poética y de la elocuencia, instituidos por Aristóteles, Horacio, Cicerón y Quintiliano, entre otros; y luego, de la crítica racionalista neoclásica francesa y española de los siglos XVII y XVIII. Manuel del Socorro culti-va una crítica normativa en cuyo seno la calidad del lenguaje se convierte en un criterio de la calidad literaria. De igual manera, su clasicismo se observa en la atención prestada a las formas, géneros, puesto que éstas dependen del uso poético o no poé-tico del lenguaje. Sin embargo, aunque la mayor parte de sus comentarios giran alrededor del estilo, es necesario reconocer que, más allá de la normatividad de la lengua o de los principios poéticos, en una perspectiva moderna propia de la constitución de la crítica estética en la segunda mitad del siglo XVIII, Rodrí-guez se muestra sensible a lo bello, es decir, a aquello capaz de producir sensaciones o sentimientos en un espectador o lector. En esta dirección, me he preocupado por esclarecer la idea de literatura, de poesía, de género, de crítica y crítico, pues permi-ten entender que el discurso de Rodríguez, lejos de surgir de la nada, se inscribe en una tradición crítica bien establecida.

La particularidad de sus juicios críticos no reside en la originalidad de las categorías utilizadas, sino en el hecho de inaugurar una tradición crítica en Nueva Granada, en el he-cho de llamar la atención sobre la producción poética y el buen gusto de los neogranadinos, en el hecho de poner lo poético en el mismo plano del conocimiento científico, histórico y mo-ral, en el hecho de poner lo literario en el plano del sistema de

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símbolos nacionales. Toda su obra periodística significa to-dos estos aspectos, y revela que en el marco social de la épo-ca existía un reducido círculo de letrados capaces de discutir críticamente obras poéticas. Las reacciones de Rodríguez se presentan hoy al historiador de la literatura colombiana y latinoamericana como testimonio de ello, y pueden ser con-sideradas como antecedentes de la crítica y la historia litera-ria latinoamericana. En este sentido, conviene advertir que su discurso se valoriza en la medida en que no se trata de un testimonio casual, aislado, sino de un discurso de autoridad, puesto que sus disertaciones, rasgos y satisfacciones se escri-bieron, como se indica en todos los números de sus periódicos, con autorización del “Real gobierno”.

Si bien Manuel del Socorro no escribe una historia y no explica el proceso o desarrollo de la literatura neogranadina, es preciso decir que su trabajo contribuye a la elaboración de dicha historia medio siglo más tarde: no es gratuito que José María Vergara y Vergara, a la hora de realizar una antología poética —La lira Granadina. Colección de poesías nacionales—, y aunque afirme que Rodríguez no era buen poeta, haya, pri-mero, reconocido que su “pronunciada aficion por la letras for-mó muchos discípulos que a su turno vulgarizaron despues esta noble ciencia del espíritu”; segundo, que a él se debe “la educacion poética de los que veinte años despues figuraron con algun aplauso” (Prólogo: 1860); y, tercero, cuando decide historiar el fenómeno literario neogranadino, en la Historia de la literatura en Nueva Granada (1867), que haya retomado la información de la “Apología de los ingenios neogranadinos” y ubicado a los autores y las obras en el lugar y momento que les corresponde en nuestra historia literaria. Es evidente que Ro-dríguez entendió que, cuando se realiza un juicio crítico sobre una obra, necesariamente se adopta una perspectiva histórica que valoriza la obra objeto de estudio frente a otras.

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Perspectiva crítica de Manuel del Socorro Rodríguezen la poesía epigramática

Carlos Orlando Fino Gómez*1

Carrera de Estudios Literarios

Universidad Nacional de Colombia

La obra poética de Manuel del Socorro Rodríguez es amplia y no ha sido editada en su totalidad. Podríamos decir que, en gran medida, es desconocida: lo hasta ahora impreso se encuentra en un tomo que lleva por título Fundación del mo-nasterio de la Enseñanza (1957). Los dos libros de Epigramas aparecen al final de este tomo, y sugieren que hacen parte de los documentos fundacionales del Monasterio. Esta es, tal vez, una de las razones por las cuales su obra no ha tenido fortu-na crítica. Sin embargo, algunas composiciones fueron publi-cadas en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá. De acuerdo con lo dicho en este volumen, la obra poética de Rodríguez estaría conformada por cinco libros, de los cuales han sido editados el IV y el V; de los otros tres no se tiene no-ticias en Colombia, y se supone que los manuscritos reposan en los Archivos de Indias, en España. De estos dos tomos de-cidí estudiar, para iniciar, el IV, puesto que contiene una in-troducción crítica escrita por el autor. Dicho volumen está compuesto por un total de 336 epigramas.

El presente artículo tiene como objetivo identificar la perspectiva crítica de la obra poética de Manuel del Soco-rro Rodríguez. Para tal fin, se tendrá como primera fuente su poesía epigramática. En primera instancia, se analizarán y compararán las reflexiones poéticas de Rodríguez sobre el

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género epigramático en relación con las poéticas y preceptivas vigentes en la España de la época. Esta aproximación a la poé-tica del género epigramático se hace, primero, con la intención de brindarle al lector los elementos necesarios para compren-der la participación de Rodríguez en el proyecto epigramá-tico hispano y la vigencia de su pensamiento con respecto al movimiento ilustrado español; y, segundo, con el propósito de explicar la arquitectura y la estructura textual de la poesía de Rodríguez, para evidenciar las particularidades, funciones y maneras de llevar a cabo el proyecto poético ilustrado en la Nueva Granada. El Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá se convierte, así, en la fuente principal para esta parte del estudio. Finalmente, después de explicar el lugar de enun-ciación de Rodríguez en el contexto local, el artículo compara-rá dicha perspectiva con la de sus homólogos españoles, con el fin de dimensionar el proyecto ilustrado de la metrópolis y su proyección en las colonias a finales del siglo XVIII.

El género epigramático no tiene una forma y un modo de ver-sificación particular; puede ser escrito en tercetos, cuartetos y hasta en sonetos, como es el caso de Manuel del Socorro. La diferencia genérica se refiere más al contenido y al uso: el epigrama busca, desde sus raíces griegas, desarrollar un cono-cimiento con el ánimo de explicarlo, exponerlo y trasmitirlo. En el prólogo del libro IV, Manuel del Socorro, además de dar a entender que conocía los usos que se le daban a ese tipo de poemas, expone las diferencias de forma, tono y contenido del género, tal como él lo practica:

La poesía didascálica, la epigramática y demás ramos que exigen naturalidad y sencillez no entran en la crítica o chiste de Platón (los poetas desde el momento en que se sientan en

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la trípoda de las musas pierden el seso), porque todo su mérito consiste en la verdad satírica o sentenciosa que contiene el pensa-miento poético. Si en el epigrama hubiera elevación de afectos y de imágenes, como en la Oda, la Elegía, etc., sería un defecto de-masiado ridículo, como impropio y muy extraño de su género… Como no consta de las ficciones, figuras y adornos de la épica, dramática y demás de orden sublime, se deja comprender muy fácilmente hasta los entendimientos medianos. No obstante cuando los epigramas son compuestos, no en verso octosílabo y común, sino en endecasílabo que decimos heroico, ya entonces tiene un tono menos sencillo y requiere más atención para su in-teligencia. […] De esta clase son los que se incluyen en el presen-te tomo cuarto y penúltimo de nuestra Antología Epigramática. (Rodríguez, 1957: 196).

Manuel del Socorro exhibe un conocimiento del género que le permite asumir una posición estética frente a la tradi-ción: de esta manera, en esta serie se aparta de la poesía que él llama sublime, dotada de ornato, grandes imágenes y un tono grandilocuente, y se inclina por una poesía de corte satírico y reflexivo, que puede llevar al lector a asir cierto tipo de conoci-miento, a analizar un problema filosófico de carácter práctico-moral o de actualidad. De acuerdo con el autor, para que esta función sea efectiva, el epigrama debe ser sencillo, decente y sentencioso. En la composición 209, titulada “Del epigrama”, de la misma manera que el poeta español Juan de Iriarte2,

2 Juan de Iriarte (1702-1771) escribe un epigrama que puede entenderse como preceptiva poética:

A la abeja semejante,

para que cause placer,

el epigrama ha de ser

pequeño, dulce y punzante.

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Rodríguez escribe una reflexión sobre este tipo de poemas, e insiste en su flexibilidad formal y, por lo tanto, métrica:

Para decir verdades importantescon grata amenidad y con dulzura,invento de Minerva la corduraciertos versos agudos y picantes:

con la sal y pimienta de las chantesmandó adobarlos, y con gran finuraaplicarlos a toda la criaturaque adolezca de humores dominantes.

Epígrama se dice, o epigramala tal composición, don fructuoso,que largo o breve cada cual lo llama:

en esto de ser serio o ser jocosono hay regla fija: pero solo se amael sencillo, decente y sentencioso.

(Rodríguez, 299)

Estas cualidades son contrarias a las categorías que na-cen del estudio y la toma de posición frente a la poesía del ba-rroco tardío español: el adorno (ornato), lo grotesco y lo banal. Es preciso decir que Rodríguez se inscribe en una tendencia propia de la poesía de la Ilustración española; de acuerdo con Cebrián, “a lo largo del siglo XVIII, la averiguación de la ver-dad, basada en el método observacional y en la razón humana —y, claro es, la propagación de los saberes en clave ya fuesen nuevos o renovados— se valió de múltiples causes expresivas. Entre ellos el género didascálico, idóneo para ‘explicar la natu-raleza de las cosas’, ya fuese a través de la prosa como el ver-so” (Cebrián, 2004: 12). Al parecer, la propuesta de Rodríguez

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no se encuentra en disonancia con las poéticas españolas de la época ni con la práctica que se hizo de la poesía epigramáti-ca: los poetas españoles escriben, reescriben y traducen varias preceptivas clásicas y neoclásicas, entre las cuales se destaca la obra de Agustín García Arrieta, traductor de Batteux, titulada Principios filosóficos de la literatura o curso razonado de las Bellas Artes y de Bellas Letras (1797). De acuerdo con Cebrián, con respecto a este tipo de poesía,

nuestro tratadista divide el poema didascálico en tres cla-ses: el histórico, que narra “acciones y acontecimientos reales, tales como sucedieron, en el orden natural, sin distribuir las partes se-gún las reglas del gusto y sin elevarse sobre las causas naturales”; el didáctico en sentido estricto, que sólo contiene “observaciones relativas a la práctica o preceptos para arreglar y dirigir cualquier operación”; y el filosófico, que consiste en “la exposición de princi-pios, ya sea de física, ya de moral, de música, de agricultura, etc.”; —ahí prosigue nuestro tratadista— “se relaciona, se citan autori-dades y ejemplos y se deducen consecuencias” al modo paradig-mático De rerum natura de Lucrecio. (Cebrián, 20)

De igual manera que Arrieta, Manuel del Socorro confi-gura un deber ser del poema filosófico:

debe dirigirse principalmente a ilustrar, pues éste es el obje-to de las ciencias. Así, el método debe ser más palpable en él que en los demás poemas. No admite tantas digresiones, pues interrum-pen el orden del raciocinio. Por la misma razón deberá haber en él menos figuras animadas y menos expresiones poéticas, a menos que no contribuyan éstas a la claridad, dando cuerpo a las ideas, pues de otro modo seria impertinente y nimio sacrificar la claridad y la precisión al brillo de un chiste o agudeza. (Rodríguez, 254)

En el siglo XVIII, la poesía didascálica y el pensamiento ilustrado se unen a través de la forma epigramática. Las formas

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poéticas retoman algunas de las funciones atribuidas al ensayo filosófico, económico, ético-moral u otro de la época, y se propo-nen brindar los elementos críticos para razonar de manera clara, trasmitir conocimiento científico, artístico y moral, para vehicular ideas y estimular el espíritu crítico en el lector, con el fin de ilus-trar al hombre señalándole el camino a la felicidad. Es innegable el diálogo con la tradición castellana y, en particular, con los estetas españoles; Rodríguez coincide con ellos en este y en otros aspec-tos. En Principio de retórica y poética (1805), por ejemplo, Francis-co Sánchez Barbero reflexiona acerca del género epigramático y describe las virtudes que debía exponer el poeta: “El mérito con-siste en ‘la solidez de principios, la exactitud de los pensamientos y en la claridad de la expresión’” (Cebrián, 51). Es evidente que, para ambos, se trata de un género que busca cumplir la función social de la instrucción, motivo por el cual debía ser sólido en sus prin-cipios, en este caso, los católicos. Para los españoles de la época —como para Rodríguez—, quienes defendían una concepción cristiana del mundo, estos principios eran incuestionables e indis-cutibles. En un testimonio tardío, la Poética (1827) de Francisco Martínez de la Rosa, escrita en verso al modo neoclásico, se esta-blecen los lineamientos directrices del poema didascálico:

Siempre atento a su fin, útil y grato,no consiste el didáctico poemaocioso lujo o frívolo aparato:sencillez, claridad, breves preceptos,sin vana ostentación y sin bajeza,son su mayor belleza,su noble fondo, su modesto ornato;y si tal vez enlaza artificiosodulce ficción y vivas descripcioneses para dar ánimo reposoy hacer gratas sus únicas lecciones.

(De la Rosa, en Cebrián, 77)

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De la Rosa confirma la visión tradicional del género di-dascálico, y comparte las apreciaciones de Arrieta y Barbero en cuanto a la finalidad y utilidad, es decir, trasmitir un cono-cimiento práctico y grato, fácilmente aprehensible: estos fines confirman la misión (función) didáctica de la poesía didascá-lica. El poema, entonces, debía ser de principios firmes (noble fondo), y claro (modesto ornato), elementos que confirman su integración al proyecto ilustrado. Otra imagen compartida, entre de la Rosa y Rodríguez, es la “Edad de oro clásica”, pues ven a los antiguos como modelos y “guías”:

No lo viciéis, ¡oh jóvenes hispanos!y su voto seguid cual cierto guía:estudiad noche y díalos modelos de griegos y romanosy no apartéis jamás de la memoria,que así logramos tan sublime glorianuestros ilustres vates castellanos.

(De la Rosa, en Cebrián, 75)

En este sentido, Rodríguez direcciona una forma medie-val italiana, el soneto, valiosa, según él, por su armonía sonora, pero históricamente usada de manera desmedida para trasmi-tir el sentimiento amoroso. Al escoger la métrica del soneto, Rodríguez revela una doble intención: por una parte, preten-de mostrar cómo esta métrica armoniosa puede trasmitir un conocimiento útil, esto es, explotar las posibilidades comuni-cativas del verso3, y, por otra parte, criticar la historicidad del soneto, por lo general usado en su sentido lírico-amoroso:

3 Según Bělič, la musicalidad de la forma poética potencia las posibilidades comunicativas de la prosa. La musicalidad imprime el impulso métrico a la lectura del poema: “El impulso métrico es un factor esencial, imprescindible, para la concretización del verso en nuestra conciencia” (Bělič, 42).

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Entonces para olvidar el fastidioso y vulgarísimo nombre de Sonetos; principalmente no siendo del gusto erótico, que es el que ha envilecido hasta lo sumo esta armoniosa composición. El que debe seguirle es de otras diferentes, y me parece gustará más a los lectores instruidos. (Rodríguez, 196)

En el epigrama n.º 146, titulado “Al sistema poético de los idiomas vivos”, Rodríguez cuestiona al “poeta nuevo” que, por organizar la métrica, debe añadir “ripio” a la composición.

Maldita rima, fiero consonante!que si en verso decir quiero mi padre,forzosamente el ripio porque cuadrehe de añadir, aunque al Parnaso espante!

Y si es soneto el tal, aún no es bastante,porque aunque cante amor, es ley que ladre,y que el alma hasta lo último taladresu arpón con el runrún de penetrante.

(Rodríguez, 270)

Al mismo tiempo, al exaltar la Antigüedad clásica, como buen latinista, reconoce con nostalgia aquellos tiempos que no escucharon ni compusieron sonetos. La imagen de la época dorada, útil, clara y armoniosa, se contrapone a la visión ba-nal, oscura y amorosa de la poesía de “los idiomas vivos”. Ro-dríguez propone volver a los preceptos de esa época dorada. En este sentido, la forma epigramática puede ser considerada como una senda de regreso a la edad de oro:

Sabios hebreos, griegos y latinos,qué felices que fuisteis, qué dichososen no dar estos saltos repentinos!

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y ay, míseros de aquellos trabajososque vamos por tan ásperos caminosbuscando sonsonetes especiosos!

(Rodríguez, 270)

Contrario a los teóricos y practicantes del género epi-gramático en la España del siglo XVIII, para quienes la poesía epigramática debía mantener un tono serio y grave, Manuel del Socorro considera que el tono no debía ser necesariamen-te grandilocuente o sublime. En su perspectiva, el epigrama, manteniendo sus funciones didácticas, podía moverse entre los límites del sarcasmo y la ironía, sin caer en la risa carnava-lesca. A lo largo de esta serie de poemas Rodríguez revalora el humor como herramienta crítica. Al igual que ellos, compone poemas didascálicos, epigramas en particular, con el fin de ve-hicular y trasmitir, con mayor eficiencia, ideas útiles y placen-teras. Así, este tipo de poesía se convierte en una herramienta del proyecto ilustrado neogranadino.

Desde los primeros epigramas de La Antología, Manuel del Socorro configura su punto de vista autoral a través de varios procedimientos retóricos y efectos estéticos propios de la poe-sía didascálica. En el primer epigrama, Rodríguez configura un yo poético que, irónicamente, se distancia de la tradición cuestionando el tono lírico altisonante y, al mismo tiempo, patético de los poetas dramáticos que se hacen “presas de la tristeza” para iniciar sus composiciones. La “alegría” aparece, entonces, como una herramienta que permite configurar su vi-sión del mundo:

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No tiene que venirme, vil tristeza,con tu cara de duelos y aflicciones,que aunque tuviera ochenta corazonesni uno solo cediera a tu fiereza;

el único que tengo está en firmezasiempre alegre inventando diversionespara evitar que tú con tus arponesentres en él armada de dureza.

(Rodríguez, 201)

El humor determina una forma, mirada, para evaluar las problemáticas propias de la época. En el epigrama n.º 3, titula-do “De mi humor venático”, además de reconocer en la poesía un oficio que le proporciona placer mientras lo realiza, Rodrí-guez plantea que el estado de ánimo no debe ser una constan-te. Así, en la variedad humorística podemos encontrar versos “tersos y melodiosos”, y “duros y perversos”:

Es esto de escribir en poesíaun gran trabajo pero muy sabroso;y si no fuera así, ¿cómo, fructuoso,salieran tantos versos cada día?[…]Mas ¿qué he de hacer? Si algunos salen tersosy melodiosos, suele cierta partesalir, como estos, duros y perversos.

(Rodríguez, 202)

Además de enunciar las motivaciones retóricas de la prác-tica epigramática, inmerso en la tradición neoclásica, Manuel del Socorro justifica a través de la poesía greco-latina sus proce-dimientos autorales. El epigrama n.º 6, titulado “Paráfrasis del célebre dístico que hizo Platón en elogio del poeta Aristófanes”,

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se convierte en la prueba doble de autoridad, ya que el maestro de Aristóteles, Platón, escribe un dístico en donde elogia, es de-cir, avala y legitima el camino poético del autor cómico:

Procurando las Gracias primorosascon empeño un lugar noble, brillante,ameno, suave, augusto y elegantepara formarse un templo, victoriosas:

por todas partes ágiles y ansiosasrecorrieron la tierra en vuelo errante,y no hallaron un sitio interesanteconforme a sus ideas majestuosas.

(Rodríguez, 203)

Manuel del Socorro presenta a Aristófanes como discí-pulo de las divinas Gracias; éstas se acercan al espíritu de la “Alegría” y no de las “Musas” que, en el plano de la imaginación poética, denotan un género sublime y elevado. Aristófanes es descrito con los atributos del poeta neoclásico ideal: “noble, brillante, ameno, suave, augusto y elegante”. Inspirado en este poeta, entendido como modelo poético4, Rodríguez cantará las “glorias peregrinas” y se centrará en los avatares del hombre

4 Rodríguez toma como modelo poético a Aristófanes. Esta posición puede resultar contradictoria, ya que el cómico ateniense hace parte de la tradición pagana pre-cristiana. Rodríguez re-asimila a Aristófanes, proponiendo una mirada diferente hacia la Antigüedad de la del neoclasicismo francés, en la cual se veía a los clásicos como alternativa para construir una mirada lejana de la institucionalidad religiosa. Rodríguez relee la Antigüedad desde una perspectiva cristiana del mundo, sin condenarla, es más, la entiende como conocimiento; su deber es redireccionar el conocimiento clásico con el faro de buen hombre cristiano. Recordemos que ésta también es la posición de los Novatores españoles de inicios del siglo XVIII, quienes revaloraron y adaptaron el conocimiento clásico a una perspectiva cristina. El caso espa-ñol y el caso francés son interpretaciones ilustradas diferentes de las mismas fuentes, con miras a proyectos políticos divergentes.

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en su tránsito por la tierra. Una de las funciones de la poesía epigramática de nuestro autor sería la función mítico-religio-sa, es decir, la de consolidar la fe y ofrecer valores que guíen al hombre en su peregrinación, tránsito a la eternidad, elabo-rando una construcción moral del mundo en total empatía con la moral cristiana (Siganos, 2005: 89). Los epigramas de Rodríguez comunican la moral cristiana que, según él, ilumi-naría el camino hacia el “Paradiso”.

Esta intención didáctica hace que, en su obra poética, Manuel del Socorro configure un lector/interlocutor explí-cito. Por ejemplo, en el epigrama n.º 147, titulado “Bello plan para adquirir sin trabajo alguno la honra y el provecho en la república literaria”, aparece un lector/interlocutor explícito llamado Lauro; Rodríguez se refiere a los laureados, es decir, a los galardonados con las hojas de laurel, como “los ilumina-dos”, en el sentido mítico del término. Así, el nombre Lauro significa un tipo social: el poeta (literato) en sentido sublime. El sentido alegórico del lector/interlocutor explícito brinda un halo protector al poeta: como lo dice en el epígrafe de La Antología, en el cual Rodríguez cita las Obras Rústicas de Fran-cisco Gregorio de Salas:

Jamás saco la sátira de quicio,no ofendiendo al vicioso, sino al vicio.

Este recurso facilita la elaboración de una crítica mordaz y descarnada frente al vicio, sin que ningún hombre concreto se sienta víctima de sus acusaciones: Rodríguez se dirige a una colectividad y acusa a un tipo social, con el ánimo de corregir el vicio en él.

La poesía de Manuel del Socorro no piensa solamente en el más allá; el mundo terrenal se convierte en un infierno en donde

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los hombres viven como demonios sin ninguna luz para el camino. La conciencia progresista e ilustrada tiene claro que el hombre llegó para quedarse, trasformar el mundo terreno y dejar huella en él. Estas dos concepciones, idénticamente antagónicas, marcan los derroteros de una poesía didascálica ilustrada cristiana que, al mismo tiempo, se preocupa por el camino al más allá y se propone guiar el tránsito en la tierra. De acuerdo con el imaginario bíblico, el hombre debe conver-tirse en amo y señor del mundo y, sobre todo, sentirse elegido por Dios para erigirse como protector de la misión cristiana en la tierra, evitando que esta se convierta en un “Inferno”. Este presupuesto explica el sentido práctico de la poesía de Ro-dríguez: buscar la felicidad de los hombres mediante el uso adecuado de la razón y la libertad5. La función práctica de la poesía didascálica será la de educar al hombre para que pueda llegar a la “verdadera felicidad”: la moderación de la voluntad individual será el objetivo principal. En el epigrama n.º 55, de manera jocosa, Rodríguez evalúa la condición humana con-figurando un diálogo entre dos divinidades, “El Diablo y la muerte”. La dedicatoria reza: “Apólogo dedicado a los hijos de Adán de la edad presente y también a los de las venideras si fuesen tan virtuosos como mis coetáneos”. El tono irónico está presente desde el título, llamando hijos de Adán a los asesinos contemporáneos:

Como la Muerte es ya una vieja insanacansada de ejercer su duro oficiopor tantos siglos, al pasar un quiciocayó de boca la infeliz anciana:

5 Estos presupuestos son evidentes en la edición del Papel Periódico y orientan la exposición de todos los temas. Véanse, por ejemplo, los treinta primeros números, en los cuales se presenta la razón, la religión y la libertad como fundamento de un reino cristiano. Los artículos de Iván Vicente Padilla Chasing y Pablo Castro hacen énfasis en estos aspectos.

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viola el Diablo y le dijo: buena hermana,ya no estás para el caso, deja el viciode caminar, y acógete a un hospicioa pasar tu vejez quieta y ufana.

Bien me aconsejas, dijo agradecida:ni tú ni yo, por cierto, amigo amado,tenemos ya que hacer en esta vida,

pues según todo el mundo se ha endiablado,se da el mismo una guerra más reñidaque la que ambos a dos le habíamos dado.

(Rodríguez, 226)

Rodríguez presenta una visión descarnada del mundo en un tono cómico; el poeta es consciente de que la sociedad ha llegado a unos niveles de crueldad y desorden en los cuales la muerte y el diablo no desempeñan ningún papel. Hasta don-de he avanzado en mi pesquisa, todo indica que este epigra-ma hace parte de una serie compuesta en un lapso temporal muy corto, ya que revela afinidades temáticas relacionadas con la evaluación que él hace de la Revolución francesa; aunque la edición que hemos consultado no incluye las fechas de com-posición, hipotéticamente, suponemos que dicha serie fue compuesta durante el periodo en que se publican las noticias referentes a los desórdenes provocados en Francia, durante el momento entendido como de El Terror6. En su perspecti-va, estos eventos revelan que el hombre ha perdido el camino

6 De esta serie harían parte los epigramas comprendidos entre los números 112 y 128. El tratamiento histórico de la Revolución francesa hace parte de los motivos de reflexión del Papel Periódico: el autor hace particular énfasis en el periodo de anarquía provocado por el gobierno y los excesos de Robespierre. Véase, al respecto, el artículo de Andrés Serrato.

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de Dios y que dicha pérdida conduce a la sociedad francesa al caos. Temerosamente, Rodríguez ve en los brotes revolucio-narios de la Nueva Granada el eco de las ideas francesas. En el epigrama n.º 112, titulado “Miseria de los bienes humanos”, el autor percibe la inminencia de un proceso separatista de la Corona, es decir, el inicio de la independencia.

Qué caducos, qué vanos y engañososson, Libronio, los bienes de esta vida!en ella la fortuna más lucidaestá teniendo fines lastimosos:

los días alegres traen los dolorosos,la exaltación anuncia la caída,entre el bello esplendor el suelo anida,en polvo triste acaban los colosos.

La valoración de estos sucesos se ejerce desde un concep-ción cristiana del mundo. Para Rodríguez, todas las respues-tas a los problemas espirituales y prácticos de la sociedad se encuentran en la moral cristiana:

Y es posible que aun no desengañadossoliciten los hombres con anhelounos bienes que son peor que soñados?

Oh demencia mundana! oh vil desvelo!Sal de la tierra, deja sus estados,que la vida feliz está en el cielo.

(Rodríguez, 253)

Papel PeriódicoLa poesía didascálica hace parte del gran proyecto ilustra-do de Rodríguez y se inserta tanto en las discusiones de la

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Tertulia Eutropélica, como en los números del Papel Periódi-co: el epigrama refuerza la función didáctica del semanario y, al ubicarse al final de muchas de las disertaciones, se perfila como una síntesis bella de la reflexión abordada en los respec-tivos números. Por lo general, su finalidad es concluir senten-ciosamente una disertación, potenciando las posibilidades comunicativas de la misma. Los epigramas aparecen cons-tantemente junto con la apología, la glosa, el salmo, la oda, el elogio, el epodo y otras formas no necesariamente sentencio-sas. El tratamiento de los contenidos del periódico se puede concretar en formas poéticas, respondiendo a las funciones que el autor asigna a las mismas. Así, cuando el Papel Perió-dico defiende a un personaje o un tema, la forma poética que Rodríguez utiliza es la apología; cuando quiere dar conclu-sión a una disertación, la forma poética es el epigrama; cuan-do quiere exponer un principio moral de manera irrefutable, concluye con la forma proverbial.

En el Nº 116 del Papel Periódico, por ejemplo, Manuel del Socorro, además de seguir publicando las listas del donativo a la guerra contra Francia y El estudio sobre la Quina de Mutis, cuenta una “Anécdota curiosa”. En ella, un buen padre, al de-sear que su hijo cumpla con presteza y sin descuido sus estu-dios universitarios, le obsequia un cofre que le promete abrir cuando obtenga el título:

Un buen hombre que por fortuna había formado una justa idea de lo que quiere decir Padre; lo que es perfecto amor; lo que se llama verdadera Sabiduría; y en lo que consiste una preciosa herencia: al tiempo de darle su bendición a un hijo que se despe-día de él con destino de ir a estudiar a cierta Universidad, le habló en estos términos, dignos de publicarse para exemplo de algunos Padres, y utilidad de muchos Jóvenes que siguen la carrera litera-ria. (Nº 116, 15 de noviembre de 1793)

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Rodríguez, en el primer párrafo de la anécdota, es cons-ciente de su misión pedagógica y aleccionante; como editor es-coge los casos de la vida cotidiana que le sirven para exponer algún principio moral, formulando un ejemplo para futuros o próximos casos:

Y para decirlo de una vez: ¡con qué presteza llegó al término de su viage! Inmediatamente lo participó a su Padre deseoso de que le remitiese cuanto antes la llave del amado cofrecillo. Al fin llegó a sus manos, y abriéndolo en el mismo punto, vio que conte-nía un medio pliego de papel, en el qual estaba escrito lo siguiente.

Este es el Ayo y EspejoQue tendrá de noche y díaEl que SabiduríaBusca con juicio y consejo.

Radix sapientie est timere Deum, & rami illius longevi. (Ecles. I)Sapientia hujus mundi stultitia est apund Deum. (I. Cor. 3)

(PP, N° 116, 15 de noviembre de 1793)

Los versos son una reescritura de dos libros bíblicos, Eclesiastés y Corintios; la sabiduría divina que invoca Rodrí-guez adquiere connotaciones aleccionantes por medio del género anecdótico. La anécdota permite poner en situación, aterrizar, en este caso, la moral metafísica: el saber práctico moral de la Biblia. La anécdota adquiere, en la voz de Rodrí-guez, una fuerte connotación simbólica, representando, en el “Ayo” y el “Espejo”, el amor y la virtud, valores indispensables que, en la concepción cristiana, se encuentran más allá de los bienes materiales, esto es, más allá de un título universitario. La voz de Rodríguez se acentúa en el soneto que compone para recoger y concluir la disertación de manera sentenciosa:

Vas à cursár las cláses hijo mio;Mas ¡ay de tí si la Virtud y la Ciencia

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Unir no sabes, perderás la herenciaDel padre que te dió Ser y alvedrio!

Ese siempre te vé, y en él confioTe há de hacér conocér con evidenciaQue solo es Sabio aquel que con freqüenciaHumilla su Amor propio y vano brio.

¡O qué felíz serás si nó abandonasEl Libro de la Ley eterna y pura,Y de seguir sus maxîmas blasonas!

Pero ¡ay qué ciega y vil LiteraturaLa que aspíra à los láuros y CoronasQue ofrece el Mundo al que áma su figura!

(PP, N° 116, 15 de noviembre de 1793)

Rodríguez contrapone los elementos espirituales de la esfera celestial (virtud y ciencia) a las aspiraciones materia-les de la esfera terrenal (obtención del título, fama y dinero). Para Rodríguez, el ejercicio literario es un ejercicio espiritual, por tanto requiere constancia, sacrificio y dedicación, o, en su defecto, un modo de vida que debe traspasar las obligaciones propias de las aulas. El buen literato debe seguir las máximas de la Biblia y despreciar toda la literatura que exalte la volup-tuosidad y el ornato. Para Rodríguez, el hombre de letras des-preciará la figuratividad y se acercará a los valores cristianos y eternos con la humildad propia del devoto.

La poesía epigramática de Manuel del Socorro es una poesía comprometida con las ideas cristianas, y colabora con el proyecto ilustrado en la medida en que se convierte en un ele-mento didáctico dentro del proyecto educativo, adoctrinando y aleccionando al lector. En esta perspectiva, Feijoo se convierte,

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para Manuel del Socorro, en un modelo a seguir. De la misma manera que el fraile benedictino, quien, en el Teatro Crítico (1726) y Las cartas eruditas y curiosas, dialoga con los Novatores y abandera las ideas liberales de la educación en España, Rodrí-guez dialoga con los ideales didácticos cristiano-católicos de la Ilustración española, conservando la actitud reformista y con-servadora de los Novatores. De acuerdo con Sanchís Mestre, “la actitud de los Novatores” no fue “radicalmente crítica”. “Las circunstancias político sociales de la España” de la época “no se lo permitía [pues] constituía un riesgo tremendo renunciar a una tradición que podía constituir un instrumento de unidad” (en Cebrián, 56). Manuel del Socorro, ochenta años después, se encuentra en una situación socio-histórica similar: es uno de los primeros neogranadinos con un proyecto didáctico ilus-trado en una época de crisis del gobierno real. En esta medida, consideró peligroso cuestionar a las instituciones. En el epigra-ma n.º 237, Rodríguez elogia a Feijoo:

No ha muerto el gran Feijóo: vive su gloriay vivirá su nombre esclarecidoa pesar de la envidia y del olvidoen los brillantes fastos de la historia:

monumento inmortal de su memoriaserá el teatro, do dejó reunidosu mérito gigante y distinguido,fijando en él su eterna ejecutoria.

(Rodríguez, 313)

El Teatro crítico se convierte, entonces, en modelo para Manuel del Socorro. Rodríguez se acerca al pensamiento de los Novatores científicos, reformistas e ilustrados a tra-vés de Feijoo, y mantiene en sus presupuestos la idea de pro-greso ligada al conocimiento revelado y al adquirido por la

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experiencia. Como sostiene Ikne Gunia en su estudio del cam-po cultural de la España del siglo XVIII, la idea de progreso intelectual “anclada en el contexto de la Ilustración europea” unió los esfuerzos de los Novatores:

Como motor del progreso se había revelado la razón, com-prendida en forma de ideas innatas, existentes antes de toda experiencia, y origen de la verdad absoluta (o sea “razón dogmá-tica”) o, a partir del último tercio del siglo XVIII, también como medio para poder descubrir esa verdad siguiendo el camino de la experiencia (“razón crítica”). (Gunia, 2008: 54)

El pensamiento didáctico de Manuel del Socorro está fuer-temente influido por los Novatores, básicamente por la diferen-cia que éstos establecieron entre la “razón dogmática”, aquella anclada en la razón divina o el conocimiento iluminativo, común a todos los seres, es decir conocimiento innato; y la “razón crítica”, anclada en la razón humana o el conocimiento deductivo que se obtiene a partir dela observación del mundo y la reflexión acerca de la experiencia. Al igual que en el Papel Periódico, en su poesía epigramática Rodríguez aborda todos los elementos cuestiona-bles de la sociedad: el ejercicio crítico recae sobre las construc-ciones humanas como la libertad, el orden, la voluntad, el libre albedrío que, según él, se sostienen en los vicios propios de la na-turaleza humana. A lo largo de su Antología, Rodríguez dibuja un camino crítico que irá cartografiando los vicios de la sociedad neogranadina, como la avaricia, codicia, felonía, usurea, pede-rastia, lujuria, entre otros, relacionados con la sociedad liberal y burguesa. Un ejemplo de ello es el epigrama n.º 181, “El verda-dero teólogo”, donde plantea una crítica al “teólogo vicioso” que, a partir de argumentos, altanería y egocentrismo, quiere ganarse el respeto de un público: según él, más que creyente, este tipo de teólogo es un erudito que se desvía del camino de la gracia y con-funde el albedrío con la audacia:

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Pues del libre albedrío y de la graciadisputando andas siempre noche y día,sabe, Lirón, que tanta teologíamás que ciencia parece que es audacia:

si procuras de aquel con eficaciareprimir la orgullosa altanería,la gracia entonces llena de energíaverás cómo en tu espíritu se espacia:

¡oh mi querido! a fuerza de argumentosno se adquiere el tesoro soberano,sino guardando fiel los mandamientos:

un buen teólogo, si es un mal cristiano,no alcanzará con todos sus talentoslo que la fe y amor de un triste aldeano.

(Rodríguez, 287)

De otro lado, Rodríguez propende por la “razón dogmá-tica”, aquella que sostiene que lo absoluto cristiano es, por an-tonomasia, incuestionable. La misión de la poesía didascálica, según él, es trasmitir los conocimientos cristianos sin ponerlos en duda. En el epigrama n.º 101, “A uno que se afligía de ver tantos vicios”, Rodríguez contrapone los vicios humanos a la senda espiritual iluminada por la proximidad de Dios:

La lujuria, la envidia y la avariciason un terno de furias infernalesque aunque causan al hombre horribles males,él funda en ellas toda su dicha:

con amor y placer las acariciasiendo vicios tan torpes y brutales,

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y a las santas virtudes inmortaleslas aborrece con tenaz malicia.

Si esto es cierto, Lidanio, cómo quieresque el buen orden , la paz y la enterezahagan triunfar sus sólidos placeres?

vive tú bien con honra y como pureza,deja a los otros, y oigas lo que oyeresbusca en Dios tu alegría y tu riqueza.

(Rodríguez, 248)

Sin embargo, Rodríguez no se muestra renuente a la in-vestigación científica, a la introducción de los métodos críticos en el sistema educativo, ni a la idea del progreso; por el contra-rio, estos elementos se integran a su proyecto pedagógico. Para él, Dios es el guía del progreso, de la educación, la crítica y la investigación. El epigrama n.º 75, “La ciencia sin la gracia no puede felicitar al hombre”, platea este presupuesto:

Que en todos tiempos, triste pensamiento,has de andar las desgracias meditando!Que a todas horas has de estar luchandocon las olas infaustas del tormento!

Que jamás me concedas un momentode consuelo! que siempre andes pintandoimágenes horribles, y sacandoconsecuencias de eterno sentimiento!

Que no sepas formar, oh suerte dura!una idea que inspire complacenciaentre tantas llanto y desventura!

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Mas ay dolor! ay mísera demencia!¿cómo no ha de estar lleno de amarguraquien olvida la gracia por la ciencia?

(Rodríguez, 236)

Manuel de Socorro cuestiona los vicios de la naturaleza humana, tanto corporales como gnoseológicos, y contrapone a ellos las virtudes cristianas, desarrollando un modelo en el cual el interlocutor implícito recibe una doctrina a través de la crítica de los vicios humanos. Tanto en los Novatores como en Manuel del Socorro, la perspectiva crítica y la dogmática no se contra-ponen, por el contrario, se apoyan mutuamente en la medida en que apuntan a un modelo de libertad y felicidad. El individuo es feliz en tanto y en cuanto corrija sus vicios y pecados, y pueda reconocerse en una colectividad monárquica y cristiana. Esta es una de las particularidades no solo del pensamiento de Manuel del Socorro, sino de la Ilustración española, en la cual se asu-men las ideas de libertad, historia y razón crítica, sin cuestionar las instituciones imperantes: la iglesia y la monarquía.

La perspectiva crítica de los poetas españoles de finales del siglo XVIII no discrepaba, de manera sustancial, de la de Manuel del Socorro. Con el auge de las ideas de la Ilustración, en Eu-ropa se gesta una revaloración de las ideas horacianas, una reescritura y reevaluación de las poéticas clásicas:

Convencidos de la bondad del docere et delectare hora-ciano en restaurada fe neoclásica algunos hombres de letras de toda Europa, patrocinados o bien vistos desde el poder, pre-tendieron, con cándida credulidad y grandes dosis de apasio-namiento, divulgar conocimientos a través del verso, ya fuese los propios de la “encantadora” música, de las “Nobles Artes”

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—arquitectura, escultura, pintura, grabado— los entresijos de la poética o los recién llegados por la ciencia positiva: la nueva física, la química experimental o la botánica de estirpe linneana. (Cebrián, 13)

Al impulso por vehicular el conocimiento, producto de la razón crítica, de la experiencia y la experimentación con el mundo, se le sumó la visión y la misión católica española: “El ‘sueño de una España centinela de la cristiandad en Europa’ dominante desde los Reyes Católicos hasta muy entrado el si-glo XVIII, determinaba el orden general del país” (Gunia, 53). Esta ideología de frontera, mediadora entre la “razón dogmá-tica” y la “razón crítica”, dirigió la escritura de un sinnúmero de poemas didascálicos en España. Entre ellos, encontramos las Fábulas literarias (1782) y La música (1779), poética preceptiva que intenta recoger, en una forma didascálica, el conocimiento de la música; El arte poética de Horacio o Epístola a los pisones, traducida en verso castellano, de Tomás Yriarte; Epítome de la eloqüencia española. Arte de discurrir y hablar con elegancia de todo género de asumptos (1692), escrita por Francisco José Arti-ga; Principios de retórica y poética (1805), de Sánchez Barbero; La pintura (1786), que tenía la misma intención que el poema de La música, de Diego Antonio Rejón y Silva; Conversacio-nes sobre escultura (1786), de Celedonio Nicolás; La gloria de las artes (1781), de Juan Meléndez Valdés; Exelencias del pincel y del buril (1804), de Juan Moreno Tejada, así como poemas dedicados a la física experimental, botánica, química y biolo-gía. Este pequeño catálogo de obras revela el interés por con-formar un proyecto enciclopédico poético; cada autoridad en cada disciplina componía, en formas epigramáticas, una di-dáctica que no solo cumplía el propósito pedagógico, sino que recogía, sintetizaba y legitimaba el saber disciplinar. Manuel del Socorro se integra a este proyecto general con su colección

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de epigramas y proverbios: aunque no escribe un poema de largo aliento en donde exponga su proyecto ilustrado, educa-tivo, cristiano, social e histórico, como sus homólogos espa-ñoles, compone una gran cantidad de epigramas que, al ser reunidos, se pueden estudiar como un proyecto totalizante, con las mismas características que los emprendidos por sus homólogos. La extensión de la composición jugó un papel re-levante dentro del Papel Periódico: su gran proyecto era admi-nistrado en pequeñas dosis al lector neogranadino.

Algunas características del epigrama escrito por Rodrí-guez son identificables en los versos de El evangelio en triunfo (1797), compuesto por el vate español Pablo de Olavide, como la noción de peregrinaje:

¿Yo para que nací? Para salvarme.¡Qué tengo de morir es inefable!Dejar de ver a Dios y condenarmetriste cosa será, pero posible.¡Posible! ¿Y tengo amor a lo visible?¡Oh Dios!, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto?Loco debo ser, pues no soy santo.

(Cebrián, 15)

Aunque Olavide se ubique en una perspectiva mucho más descarnada, la reafirmación de los valores cristianos está presente en los dos poetas, y esto se debe a la presencia de una crisis social y política, que se está fraguando a finales del siglo XVIII tanto en España como en sus colonias. Rodríguez, en el epigrama n.º 120, titulado “De la gran nación”, anima a su patria, la madre España, en los conflictos —tanto territoriales como ideológicos— con los demás países de Europa, y afirma que si no fuese rica, sabia y valerosa, no sería envidiada por los demás países:

La augusta España presentose un díaen el gran tribunal del sabio Apolo,

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que a los pueblos del uno y otro pololes daba audiencia lleno de alegría:

¿por qué Dios soberano, le decía,los laureles y timbres que tú solome has dado por amor, pretende el doloquitármelos con rabia y tiranía?

¿Por qué me llama bárbara orgullosa,y objeta mis costumbres de groseras?¡Oh (dijo Dios) qué estrella tan dichosa!

Regocíjate España: si no fuerastan rica, noble, sabia y valerosa,la gloria de envidiada no obtuvieras.

(Rodríguez, 257)

El ideal católico se refuerza en España con el tránsito de la Ilustración. Al evaluar moralmente el fenómeno histórico francés, la barbarie ilustrada, puede Rodríguez reafirmar y reacomodar las posiciones ideológicas, teniendo como objeti-vo el progreso del hombre, no en su libertad individual, sino colectiva, vigilada y guiada por los principios de Dios y los re-yes católicos ilustrados. La idea del estudio, la investigación y la indagación no se contraponen a la idea de culto y obedien-cia, al contrario, la refuerzan. Señal de ello son los versos que dedica a Pope el poeta María Trigueros:

dime, Pope, las señas deste soberbio nombrecuéntame en qué se funda la vanidad del hombre,dente confuso caos de mil contradiccionesen que Dios puso unidos sus castigos y dones.

(Trigueros, El poeta filósofo, 22)

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La misión de Trigueros y Manuel del Socorro consis-te en reincorporar los frutos de la razón humana en la razón divina por medio de formas didascálicas filosóficas: esta mi-sión es también la que tiene España cuidando, protegiendo y difundiendo el catolicismo en el mundo. Los reyes católicos ilustrados reconocían, dentro de sus políticas, a los poetas di-dascálicos como los pedagogos cultos:

Carlos III fundamentó su política con más claridad en los principios de la Ilustración europea. Proyectaba la educación de los hombres como medio para conducirlos a la felicidad. Esta úl-tima se fundaba en el individuo, mediante la educación, llegara a conocer su lugar en la sociedad y el Estado, entendido este último como aparatus al servicio de la sociedad. (Gunia, 82)

Mientras que, en Francia, la razón transitaba de la duda teórica a la duda divina, y cuestionaba no solo la existencia de Dios, sino también la validez de las instituciones religiosas, en España, los poetas didascálicos insulares y coloniales asumie-ron como misión redireccionar los caminos de la razón y mos-trar la senda del conocimiento divino.

La perspectiva crítica de Rodríguez, es decir, su posi-ción frente a las problemáticas de la época, es muy similar a la de sus homólogos españoles. Sin embargo, su proyecto ilus-trado debe acomodarse a las difíciles condiciones coloniales: una administración desligada de su centro, por tanto menos vigilada y más corrupta, un proceso independentista que se ve llegar con el paso de los días, una crisis social, y una solución ilustrada francesa que propone una reestructuración política, religiosa y económica. Rodríguez es fiel a la Corona y ve, como solución, reconstruir, instituir y reafirmar el papel espiritual del hombre en el mundo.

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Bělič, Oldřich. (2000). Verso español y verso europeo. Bogotá: Caro y

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Cebrián, José. (2004). La Musa del Saber, la poesía didáctica de la Ilustra-ción española. Madrid: Vervuert.

Cueto, Leopoldo. (1952). Poetas líricos del siglo XVIII. Biblioteca de auto-

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Gunia, Inke. (2008). De la poesía a la literatura: el cambio de los conceptos en la formación del campo literario español del siglo XVIII y principios del XIX. Madrid: Vervuert.

Hoyo, Arturo. (1968). Antología del soneto español, siglos XVIII y XIX. Madrid: Aguilar.

Orjuela, Héctor. (1992). Antología de la poesía colombiana: Poetas colonia-les. Bogotá: Kelly.

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Siganos, André. (2005). “Définitions du mythe”. En Questions de mytho-critique. Edición de Danièle Chauven, André Siganos y Philippe

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Sociedad y cultura en la obra de Manuel

del Socorro Rodríguez de la Victoria.

Nueva Granada 1789-1819

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Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria. Nueva Granada 1789-1819 es el resultado de una investigación llevada a término por el Semillero de Investigación Literatura, Socie-dad e Ilustración. En el desarrollo de la investigación —realizada a lo largo del 2009 y el 2010, en el marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia—, el grupo se propuso como objetivo principal evaluar y restituir el valor histórico de la obra del bayamés editor del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá y otros periódicos de vital importancia para las letras colombianas.

Los once ensayos que integran este volumen están permeados por las problemáticas de la Ilustración en Nueva Granada y buscan explicar la actitud y postu-ra de este personaje en el complejo proceso de nuestra Independencia. Así, a lo largo de estas páginas se abordan cuestiones relacionadas con el pensamiento político de Rodríguez, como el despotismo ilustrado, la contrarre-volución, la utopía religioso-católica, su americanis-mo, su talento versificador, entre otros problemas de índole cultural que eventualmente permitirían al lector- investigador descubrir la riqueza de ensayos y reflexiones confinados en sus periódicos. Un buen número de ellos son analizados como un todo, críticamente, por primera vez en Colombia.