simples cosas

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Simples cosas

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Simples cosas

Simples cosas.Hay un mundo que pertenece a la orilla del Leteo. Esta orilla es la memoria. Es el mundo de los romanos y el de las sonatas, el del placer de los cuerpos desnudos que aman la persiana medio cerrada o la del sueo que la prefiere an ms corrida hasta simular la oscuridad nocturna. Es el mundo de las urracas sobre las tumbas. Es el mundo de la soledad que se requiere para la lectura de los libros o para escuchar la msica. El mundo del silencio tibio y de la penumbra ociosa donde vagabundea y se excita de repente el pensamiento.

Pascal Quignard, Las Sombras Errantes.Cansado de estar solo, creo que cada vez me desagrada ms el acto de la lectura. En cada ocasin me cuesta soslayar que se trata de un murmullo que viene desde muy lejos, de voces que no existen, una seduccin haca la rebelda insuficiente, un discreto odio hacia la comunidad. Quise escapar y llam a J. que me invit a un concierto. Una mujer delgada, blanca, muy plida, cantaba pero nada en especial, improvisaba vocalizaciones que se elevaban cada vez etreas ms o menos acordes a los sonidos ambientales del ingeniero de audio, bajo la influencia sentada en un taburete el cabello largo y rubio casi blanco le cubra a medias el rostro y fue dejndose llevar hasta que se reclin lnguida con los ojos cerrados hacia la noche, proyectaban luces parpadeantes, hipnticas, la pequea multitud observbamos, escuchbamos en silencio, mecindonos en un extrao sopor. Entonces comprend que no es posible huir, que no se le puede sacar la vuelta a la muerte como se evita un obstculo en el camino. La muerte se encuentra en la cultura, sembrada y ramificada desde el corazn de lo social, en una relacin clave con la soledad, la soledad de la que es imposible escapar, la que nos espera cada vez que no tenemos ms la fuerza para ignorarla.Todos sabemos lo que es la muerte. Cuando el ltimo aliento deja el cuerpo, cuando el cuerpo ya no responde ms al llamado, se ausenta la voz, se ausenta la Mirada, se ausentan el calor del cuerpo y el movimiento permanentemente. Todos sabemos lo que es la muerte con la excepcin, se dice, de los nios, se dice que la infancia termina con el conocimiento de que la vida es limitada, y as la infancia sera una desproporcionada existencia en la eternidad donde las leyes finitas de los adultos, privados de la eternidad, no tienen sentido alguno, y ah residira tambin toda la mgica sabidura todo el dolor confuso y la violencia del madurar que se viven en la niez como en un sueo y sin embargo es difcil hablar de la muerte (las razones del porqu lo hago ahora me son obscuras), y aunque tengo tanto derecho como cualquier otro mortal a preguntarme por ella no deja de ser una abrumadora sensacin de exceso o de pobreza, qu puede decirse al respecto que no sea una tontera? Pero ha habido quienes han hablado del tema y sus palabras de hace mucho tiempo no dejan de tener para nosotros los vivos sentido Y de qu hablan? Bueno, no hablan de la muerte en s (tal vez los nicos que hablan de la muerte en s sean los discursos de la ciencia mdica, los discutibles amos del cuerpo), hablan de la idea de la propia partida, y, sobre todo, de cmo viven el fallecimiento de sus cercanos. Y desde que hablan de la muerte de alguien a quien sin duda han amado, no se trata entonces siempre de la propia muerte? hablar de la muerte de alguien amado, no es siempre hablar de lo que hemos perdido, como se dice, personalmente? Cundo muere alguien que amamos, no significa acaso morir, el desvanecimiento de aqul que alguna vez fuimos en esa relacin? Y entonces la muerte sera tan del otro como propia, y acaso no es por eso que incluso la vista de un cadver annimo nos fascina estremecidos? Aunque seguramente esto significa que todo cadver es annimo, que todos somos annimos en la muerte (Es extrao, pensar as nos puede llevar a concluir que somos uno en la muerte, an con mayor fuerza que en el amor). Es comn la fantasa de imaginar que alguien muy querido se nos muere, y disfrutar el dulce dolor de esa prdida fantasiosa e inmediatamente reprendernos porque cmo fuimos capaces de imaginar algo as como si se tratase de un juego, un juego perverso. Es precisamente cuando alguien pasa al dominio de lo entraable cuando empezamos a sopesar el dolor de su partida, como una manera de calcular su importancia, y as la muerte estara al fondo de todo afecto (tal vez a esto se refera Bataille al decir enigmtico que los amantes se sienten en el centro de la vida y alejados de la muerte, cuando en realidad nunca la han tenido tan cerca). Entonces, si la muerte est tan firmemente arraigada en el otro como la propia, por qu es indudablemente solitaria? (tal vez pocas cosas sean ms terribles que morir en soledad) entonces, por extrao que parezca, por irreductiblemente corporal que sea, por resistente a las palabras que se compruebe en la realidad aisladamente carnal de la putrefaccin, la muerte es un evento tan social como el nacimiento que ya desde mucho antes que suceda se ha hecho pasar una y otra vez por relatos de adecuacin, versiones de sentido, deseos por cumplir.De los pensadores modernos Freud ha estado junto con Hegel- entre los primeros en preguntarse por el lugar cardinal de la muerte en el mapa de las pasiones humanas, y lleg a ello preguntndose por la naturaleza del placer. Freud de manera tal vez desconcertante para la modernidad pero de acuerdo a una antigua filosofa griega, relaciona el placer con la disminucin de los estmulos, con la disminucin de la excitacin, y el displacer, con el exceso, el placer sera el efecto de la disminucin de un estmulo, el orgasmo sera placentero como el desahogo de una excitacin, el placer como la satisfaccin que hace cesar una inquietud, y el displacer, el exceso, la excitacin que por no encontrar satisfaccin tortura el cuerpo insoportable (Freud habla en trminos de aparatos, el aparato anmico, el aparato psquico, como si la vida subjetiva fuese un cuerpo que reflejase el organismo, una lgica deseada mecanicista y sus metforas donde todo concuerda, todo es ordenado; es difcil leer a Freud y no creerle, no ser seducido por este discurso, persuasivo, apasionado, desarrollado con estricto apego a una voluntad de verdad.) Este cuerpo psquico es exactamente como un cuerpo orgnico en lo esencial: tiene un adentro y un afuera. De hecho, y para ilustrar las relaciones entre estmulo e interioridad, recurre a una hermosa fbula para ilustrar las relaciones de la intimidad. Freud nos dice: imaginen, imaginen conmigo que en el mundo aparece un organismo, un organismo simple, digamos una vescula, que es, como todo aquel que llega al mundo, inmediatamente violentado, acosado por un sin fin de sensaciones en tropel, invadido y obligado a reaccionar a la luz, el viento, el calor y el fro, posiblemente los otros. Es insoportable. El sencillo organismo de nuestra historia ya est marcado por las accidentales o inevitables circunstancias de existir, ya fue rasgado en su suave superficie por una ramita, hecho rodar por una pendiente empujado por algn pie o pezua, quemado ligeramente por el sol del poniente antes de que la noche enfriase como si no fuera a terminar nunca. Entonces, como una reaccin, le ha crecido cubrindola una dermis, un nuevo tejido que ha cubierto las primeras marcas pero ms resistente que la anterior. Subsecuente, al pasar del tiempo, ha crecido para finalizar la madurez del organismo en el mundo una epidermis, una ltima piel pero ms preparada, a la que no se le puede penetrar fcilmente. Los estmulos habituales se quedan ah, sin poder llegar al centro blando y vital del frgil organismo. Las marcas que han quedado invisibles en la tierna profundidad primitiva son la memoria existencial de la vescula y harn las veces de un doloroso mapa de aprendizaje y comportamiento, esas marcas dirn confusamente qu es el bien, qu es el mal, qu es lo deseable, qu es el otro (Pero nos advierte Freud que en la vida adulta este organismo an va a encontrarse con estmulos excepcionales, capaces de cortar la piel madura y con fuerza llegar hasta esa superficie primera desprotegida para escribir nuevas cosas y modificar cada vez y sin remedio la idea de la realidad, la idea del mundo. Estos estmulos, capaces de atravesar toda barrera, reciben el nombre de trauma). sta fbula ilustra la concepcin clsica del inconsciente, oculto bajo un subconsciente, regulado por una ltima capa exterior llamada consciencia. Gracias a las referencias que le ayudaban a pensar la vida del sujeto, referencias mdicas, referencias de la fsica mecnica, Freud siempre se mantuvo en la certeza de un interior protegido e inconsciente, y un exterior que ms o menos podemos llamar la realidad, y por ello habl de los estmulos siempre en trminos de invasin, de brecha de entrada y lnea de defensa contra las excitaciones del exterior, es decir, en trminos de arqueologa, geografa y hostilidad, de fronteras amenazadas.

Freud seala que en el organismo, a nivel estrictamente biolgico, se juega una carrera celular hacia y en contra de la muerte, el cuerpo decae, se inclina natural y paulatinamente hacia la decrepitud, y al mismo tiempo las clulas de todo el cuerpo se regeneran constantemente, como un contrapunto entre la supervivencia y una tendencia hacia la desaparicin silenciosa a nuestra conciencia, como los peces nadan a contracorriente para volver al lugar del origen para desovar antes de morir, como si la naturaleza repitiese este patrn musical al nivel de cada especie y al nivel del propio organismo. Hay una pulsin (del alemn trieb, del ingls drive) que gua el retorno hacia el origen, es decir, hacia la materia inerte. Freud concluye, con Heidegger, que la meta de toda vida es la muerte. Freud concluye, perturbadoramente, como era su costumbre y su destino, que hay en el hombre un deseo de muerte.

Negar que la muerte existe en el transcurrir de los das, de cada segundo, entre cada respiracin, como un factor inexpugnable en el indecible desear de los que hablamos, sera como negar que el sexo y el amor son el laboratorio de pruebas donde los misterios de nuestros afectos se juegan, entraables y sin fin, en una abigarrada ignorancia. Est presente siempre, siempre, en este mismo instante sobre todo, y sin embargo tan difcil de percibir Por qu es as? Porqu es difcil poner atencin y en palabras a lo ms esencial? Porqu es difcil hablar de las cosas que ms nos importan? Por qu a pesar del paso del tiempo y el olvido todo parece eterno? Ya sea porque nos es difcil el slo hecho de intentar expresarlas, o porque es difcil hallar la manera adecuada de decirlas, pareciera que las cosas que nos mantienen en el goce de vivir son las ms fciles de olvidar, las ms susceptibles de pasar desapercibidas, porque son pequeas cosas. Se lo pregunt a una amiga, ya que es poeta y es su hacer el decir las cosas que no pueden decirse, y me respondi con el recuerdo de una nia (por que pareciera que los porqus de nuestra historia personal se encuentran anudados en una llave forjada en la aleacin de apenas un par de recuerdos, una o dos experiencias que nos han marcado y a las que volvemos una y otra vez, dice Freud citando a Nietzsche, en un eterno retorno de lo mismo, para castigarnos, para sufrir de nuevo, para revivir un placer, para volver): L. sala por las maanas con su padre en las alturas de Oaxaca, a su callada neblina, azul como ninguna, para cazar mariposas. Las guardaba en una bolsa donde le pareca que se atrapaban de algn modo esos momentos con su pap confusamente entre alas de mariposa y restos de niebla, como si su memoria habitase no en su ser sino en esa bolsita que agarraba firmemente. Un da su pap le solt la mano y sigui avanzando, con su paso de adulto, sin voltear atrs. L. pens entonces que se trataba de un juego cruel pero ahora ha recibido la enseanza profunda de ese caminar de su padre, ahora sabe que debemos vivir con nuestras memorias confusas entre la neblina de la conciencia, solos, en una larga partida.

Toda despedida est acompaada de la posibilidad de no volverse a ver, pero porque todo parece eterno no advertimos esta agridulce exactitud (es durante las despedidas en los aeropuertos que la idea del vuelo intensifica la partida, y el trazo de una sombra se posa ligero en el abrazo, fugitivo, y sin embargo, prefiero cuando el que se marcha cruza la sala sin voltear por ltima vez, prefiero las despedidas sin chiste, precisamente porque la muerte est presente, hacer como si fuese todo algo sin importancia) Porqu es difcil hablar de las cosas que ms nos importan? Acaso porque tememos al error, porque tememos que las cosas vayan a cambiar para siempre, con la fuerza imaginada incontenible de nuestras palabras liberadas. Una fatalidad. El temor de grabar con rudeza algo que sucedi de una manera que no deseabamos, hablar de amor y ser maltratados, disculparse y sonar agresivos, puesto que todo eso quedar en el recuerdo. En el futuro. En la muerte. Tal vez recordar, la inmovilidad absoluta que requiere el recuerdo pues recordar es ese extrao espacio de actividad donde se excluye la posibilidad de todo acto- sea en s ya un goce de la muerte, la memoria el triunfo perdurable de la muerte.

Segn Freud, hay una preservada memoria de lo preconsciente, en la obscura profundidad de los instintos habitan emociones vividas en el vientre materno, la violencia del nacer, las pequeas proporciones del cuerpo, de la extraordinaria longitud de las noches y su calor. La obscuridad primordial, toda cuerpo, toda instinto, indistinguible, irremediablemente prelingustica (esta tesis, dice Thomas Mann, es romntica de pies a cabeza) Tenemos la impresin de que el movimiento, el sonido, la luz, estn del lado de la vida, y que la sombra, el silencio, son las naturales condiciones de la muerte. Pero se trata de una impresin meramente cultural por alguna razn la cultura est llena de signos que evitan el rostro de la muerte-, es en la humedad, en la obscuridad que se gesta el feto, en lo olvidable. An la clida obscuridad de la placenta no est aislada, no es silenciosa, el sonido viaja a travs del lquido amnitico y escuchamos de la misma manera que el canto de las ballenas viaja miles, millones de kilmetros entre un ocano y otro, en la misma inmensidad indiferenciada del elemento primordial, y es seguramente sta la razn de que su canto nos es hipntico y que ninguno que haya sido gestado en un vientre humano puede ser indiferente a estas armonas ancestrales. Es en esta continuidad crepuscular donde la noche se hace da de la misma manera que el da noche que la oposicin entre vida y muerte es ms bien una distancia, no una contraposicin de dos elementos adversos que se compaginan, ni las dos caras de una misma moneda, sino una distancia tomada como aprendimos a medir la separacin del otro en las asambleas escolares, rozando con la punta de los dedos el hombro de otro a quien no vemos el rostro, sentir la presencia de otro en el hombro propio sin poder verlo tampoco. Tal vez sea todo tan sencillo como eso: que por el hecho de que el nacimiento y la muerte nos son los hechos comunes ms radicales entre estos dos eventos se entreteje toda la complejidad de las pasiones humanas, como la Tierra multiplica las versiones del color y de la forma, climas y geografas, entre dos polos magnticos que se niegan a reconocer con nitidez una diferencia entre el da y la noche, que responden a esta diferencia con el espectculo de las auroras boreal y austral, como las dos notas ms alta y ms baja entre las que se construye toda la gama de una armona musical. Seguramente que la cultura no es la mejor promotora de estas ideas. Al hojear una revista de sociales me pareci todo muy claro: filantropa, sonrisas, abrazos, apellidos importantes, despedidas de soltera, bautizos y bodas con invitados famosos, gadgets, conviviendo abrazados con el artista en el museo durante el vernissage Qu simboliza una revista de sociales en la comunidad que representa? Claramente, ilustra lo que es o debe ser deseable. Se celebran la riqueza y la influencia, la belleza fsica, la celebridad en la reflejada vida de los otros (a nadie se le ocurrira buscar en una revista de sociales un artculo como Un da en la vida de X., El gran solitario!). Se muestra el sexo pero moderadamente, bikinis, vida disipada, cuerpos deseables, pero slo al punto de lo que es admirable. Todos los que aparecen en la revista quieren o deben ser iguales. La palabra adecuada para designar este efecto es bastante militar: uniformacin. Obedecer al principio de una sola forma en el vestir, en el hablar, en una palabra, guardar la forma, esa antiqusima divinidad que en un cdigo de modales concentra toda una manera de habrselas conviviendo sonriente y moderado a pesar de sentir y pensar odio, rencor, envidia, amor. Toda esta bien tejida red esttica tiene la funcin formidable de ocultar la enfermedad, el dolor, las miserias pequeas de sentirse triste y feo, y, claro, la muerte, desde que al atribuirse la autoridad sobre lo deseable significa que lo que en negativo omiten se designa como inexistente. No deja de ser un mal chiste el resultado, en palabras de Cinthia Griffin Wolff: una organizacin de hombres y mujeres atrapados en una sociedad que niega lo humano mientras desesperadamente defiende la civilizacin. No es en el derroche, ni en la ostentacin vulgar de la riqueza, no, sino en este ocultamiento de lo humano que se resume lo ms esencial de su obscenidad. La Cultura, entonces ya que toda cultura, incluso la socialista, es cultura burguesa- se las gasta as, la apariencia apacible de una muerte domada. Es por estas razones que Nietzsche desconfa de la cultura. Nietzsche nos ha mostrado que la civilizacin de los hombres ha hecho de esta angustia de la muerte una explotacin industriosa de control. Es como si cada civilizacin, como si cada organizacin socioeconmica para poder funcionar dijese: "Estad tranquilos, entregadnos vuestra libertad, vuestra voluntad, permitidnos homogeneizar vuestros deseos, y a cambio os otorgaremos la ilusin del control. Lo extraordinario en Nietzsche es que se plantee una respuesta, una reaccin rabiosa contra la muerte, un rotundo: No. Para Nietzsche se trata de aprender cmo la muerte se filtra en la cultura y en la vida privada, como el agua entre el subsuelo, como la huella en la tierra de un ro que se ha secado, que todo es presencia: Empieza por decir que no, no quiero probar esto, no quiero conocer a tal, no quiero La muerte es una especie de parlisis con respecto a la posibilidad de vivir, una cesacin. A. guarda relaciones de sospecha o certeza con el pasado, es historiadora, y me ha contado que el contacto con sus alumnos la mantiene despierta, su amistad inquieta y la sorpresa contagiosa de los jvenes y sus ansas de desear la mantienen alejada de estos pequeos trazos que empiezan a reptar, inadvertidos, entre las costumbres y los hbitos: nos volvemos con los aos un tanto repetitivos, un poco acendrados en caprichos, pequeas necedades que en la edad avanzada crecen en un ramaje robusto de hbitos intratables. A. se mantiene pues abierta y flexible, sonriente y curiosa. Es posible, que la juventud con su gozosa desfachatez hacia el futuro, la flexibilidad, el constante cambio, es posible, pero tambin, no es algo que uno se ha ganado con la edad? El poder y el placer de decir que no, el derecho a una cierta inflexibilidad, irse de una reunin porque es aburrida, el derecho a ser un tanto necio, si se quiere. El derecho a una privacidad ms amplia e intransigente. Conquistar la individualidad significa acaso dejarse conquistar un poco por la muerte, cederle algo de terreno a la muerte? Tal vez, incluso, tal vez la fantasa de elegirla, de hacer la muerte ms propia.

Entonces, hay dos muertes, y aparentemente esto lo sabe cualquiera: la muerte incontestable, extremadamente fsica, y la muerte del deseo de vivir, de las cuales la segunda es seguramente la ms pattica. Es a esta muerte a la que se puede relacionar con el placer intenso de vivir, a la que le podramos decir, unnimemente, que no, que se vaya al carajo, que no queremos tener nada con ella, pues no es acaso la vida el valor primordial, el que hay que defender a toda costa, sin importar qu? En mi experiencia, en mi aprendizaje, la muerte ha venido a ser una especie de estrategia, una estrategia en la que soy una pieza ms, algo que est siempre, constantemente presente, como una especie de vigilancia estricta al tanto de mi conducta con respecto a mis deseos. Es complicado de explicar pues esta estrategia se forma toda de simples cosas: El momento en el que el sol vacila en el poniente, en el que s que ha llegado la hora de poner el caf y los libros en la mesa me obligan a voltear a verlos como algo impostegrable. Puesto que escribo, debo leer. Me encuentro sujetado a atender las voces de los ausentes. No deja de ser una condicin peculiar: hablo con quienes no estn conmigo. La lectura no ha empezado todava al pasar la vista sobre las palabras impresas, s que he empezado a leer cuando una especie de fragilidad hace temblar ligeramente mis rodillas sin fuerza, un estremecimiento, me aterra la idea de salir de mi casa, de salir de la habitacin, me da miedo que el telefono pueda sonar, una angustia como una mano interna desde la visceras aprieta mi garganta. Muchas veces me he preguntado si es este un goce de la vida o de la muerte (y la respuesta a estas alturas creo es que es absurdo querer esta diferencia ntida), desde que la lectura es un acto corporal extremadamente solitario, melanclico, inseparable de la tradicin medieval en la que se perfeccion y prosper, desde que es incomparable en su gozoso efecto de pensar cosas nuevas, de esa chispa de ser otro. El silencio, la lectura, la nostalgia, son de un carcter disidente, antigregario. La historia de la lectura en silencio est documentada. Se conviene en situarla en un breve instante. La palabra escrita es la sucesora de la tradicin oral. Antes de inventarse la escritura las historias que dan sentido al presente de los sujetos, los saberes tcnicos de la arquitectura, la medicina, los saberes culturales y las leyendas de los grandes hombres y la presencia protectora de los dioses se transmita de boca a odo, en un ahora milagroso y extraordinario ejercicio de memoria. Cuando apareci la escritura esos signos diablicos, dijeron los antiguos griegos-, naturalmente, ya no fue necesario memorizar, pero todava faltaran miles de aos antes de Gutenberg inventara la imprenta ese artefacto infernal, dijeron los escribas- y los libros eran ese objeto precioso de poder que tomaba aos para producirse uno solo. El que estaba en su posesin lea, y la muchedumbre, escuchaba. Se lea, sobre todo, desde el plpito en las catedrales, desde el altar en el oratorio de los conventos. La escritura estaba ligada a la voz. Entonces, un hombre mundano es encontrado por el llamado. Abandona las mujeres y el vino, las ansas de fama y dinero, y se ordena, en el antiguo norte de frica, en las leyes de Cristo. En el convento, Agustn es fascinado por la persona de Ambrosio. Hombre profundamente sabio, de quien todos buscan las palabras. Se le pide consejo para interpretar la Escritura. Hombres poderosos buscan su gua. Agustn lo sigue a la distancia por los pasillos densos del convento de pesada piedra, resistente a la luz del exterior. Ambrosio entra en su claustro. Agustn lo sigue en la habitacin, sin anunciarse, y encuentra a Ambrosio, a quien en su ignorancia considera debe ser un hombre feliz desde que es solicitado por hombres de poder, lo encuentra sentado en silencio, refugiado; Ambrosio no cierra nunca las puertas de su habitacin pero sus odos estn cerrados, sus ojos fijos en otro mundo, est leyendo, est sentado frente a l pero est ausente. Ambrosio, agotado del negocio secular, de la exigente actividad mundana de los otros, requiere reparar las fuerzas de su alma, se retira a su claustro, enciende las velas, toma su libro, se fija todo l en la pgina, silencioso, durante largo tiempo (AUT CORPUS REFICIEBAT NECESSARIIS SUSTENTACULIS AUT LECTIONE ANIMUM). Cuando lea, hacalo pasando la vista por encima de las pginas, penetrando su alma en el sentido sin decir palabra, sin mover la lengua (SED CUM LEGEBAT, OCULI DUCEBANTUR PER PAGINAS ET COR INTELLECTUM RIMABATUR, VOX AUTEM ET LINGUA QUIESCEBANT). Agustn se sentaba observando en silencio. No entiende porqu Ambrosio procede as, no lo comprende. Agustn es casi obsceno, espa el goce ntimo, casi inocente de Ambrosio. Y huye.La conversin espiritual de Agustn no se realiza cuando se ordena al catolicismo, sino cuando empieza a considerar las riquezas del mundo pobreza en comparacin con ese otro mundo en el que se extraviaba Ambrosio al leer, cuando deja de considerar que ste debe ser afortunado segn el mundo. La renuncia de los goces carnales exigida por la doctrina no es una renuncia en s, es un intercambio. Los consuelos de que gozaba en las adversidades, los sabrosos deleites que gustaba en la boca interior de su corazn cuando rumiaba Tu pan (QUAM SAPIDA GAUDIA DE PANE TUO RUMINARET). La historia de la lectura en silencio concentra su sentido en un cansancio del mundo, en una renunciacin, en una preferencia por el viaje hacia las sombras rumorosas del claustro que recuerdan la obscuridad de la placenta, un viaje hacia el origen guiado por las voces de los muertos. El secreto de la lectura es este: que el sujeto se aparta del mundo mediante una conjuncin. Olvidarse del cuerpo, y sin embargo gozar, no dar el sonido, y sin embargo escuchar, dejar de existir.

La distancia entre la soledad y el mundo conlleva oculta una moral determinante. Quignard: Herdoto escribi: Ningn individuo humano aislado puede ser autosuficiente. La Biblia dice: Ay del hombre solo! Un hombre solo es un hombre muerto. Pero esto es falso. Es lo que siempre toda sociedad ha dicho. En toda literatura oral el narrador es la sociedad. Todos los mitos declaran en todas partes sobre la Tierra: No hay amor dichoso que no tenga el fin de preservar los intercambios entre clanes y las alianzas genealgicas. Pero esto es falso. Porque hubo amantes clandestinos que conocieron la dicha. Porque hubo hombres solos, ermitaos, vagabundos, perifricos, chamanes, centrfugos, solitarios que fueron los seres ms felices. Y sin embargo, cmo negar que estn por un lado los que leen y por el otro los que viven, que hay quienes se enamoran y quienes escriben sobre el amor? Sin duda hay algo de artificioso en esta oposicin, pero est claro que quienes hacen su vida de las letras estn signados por una especie de superchera pedante y hueca, y que quienes hacen su vida en ausencia absoluta de ese otro mundo de la ausencia se privan pudorosos en una fantasmal creencia de que viven, cuando slo reflejan una obediencia. Inclinarse hacia cualquier lado significara arrogarse el derecho de clasificar una vida como real, verdadera, y otra como meramente virtual, falsa. Acaso la dificultad actual para pensarlo provenga del prejuicio de sentirse anacrnico, la vida apasionada de la soledad y la nostalgia nunca ha sido tan impopular. La muerte como la hemos conocido siempre est en vas de ser disuelta por los poderes de la ciencia. Acaso llegar una aurora deslumbrante en la que las despedidas y los encuentros pasen a ser un recuerdo dramtico, seguros de encontrarnos en otra forma, en un futuro inombrable, clarsimo, sin contrastes, sin dejos de rencor. En el hospital, alguien ha muerto. Los familiares repiten: "Se fue, ya se fue". Pasan personas en camillas, con la mirada incierta. Hace unos das visitaba a E., tambin en otro hospital, el olor a carne enferma, su cuerpo viejecito, sus miembros flcidos, la fragilidad de su organismo, me hicieron sentir un estremecimiento violento en el vientre. A veces creo que la fragilidad, la extremada vulnerabilidad del organismo no tiene nada que ver con la muerte, que esta fragilidad est ms bien en relacin a los goces y a la pulsante vocacin por los placeres, porque veces creo que nada tiene que ver con la muerte, nada en absoluto, que es una exterioridad sin mcula. Pero esta es tal vez slo una manera fcil de pensar.

Wordsworth: She lived unknown, and few could know/When Lucy ceased to be;/ But she is in her Grave, and Oh!/ The difference to me. Christina Rosseti: Remember me when I am gone away,/Gone far away into the silent land;/When you can no more hold me by the hand,/ Nor I half turn to go yet turning stay.John Donne, Emily Dickinson, Lord Byron

Freud, en Ms all del principio del placer: Hemos resuelto relacionar el placer y el displacer con la cantidad de excitacin existente en la vida anmica, excitacin no ligada a factor alguno determinado, correspondiendo el displacer a una elevacin y el placer a una disminucin de tal cantidad. No pensamos con ello en una simple relacin entre la fuerza de las sensaciones y las transformaciones a las que son atribuidas y, mucho menos conforme a toda la experiencia de la Psicofisiologa, en una proporcionalidad directa; probablemente, el factor decisivo, en cuanto a la sensacin, es la medida del aumento o la disminucin en el tiempo.

Ya muy temprano en sus investigaciones haba sealado que el cuerpo es regulado en sus deseos y vida reflejada como psquica mediante los agujeros, el ano, la boca, los odos, la nariz, y que estas conexiones con el exterior regulaban toda la economa emocional del yo; pero estas son hiptesis basadas en una impresin, una impresin del sentido comn. Desde que la actividad neuronal condiciona el fundamento fsico del habla, se piensa que el sujeto est localizado de alguna manera en el cerebro, y que el sujeto pilotea desde ah como un capitn a su navo. El yo est dentro del cuerpo, y lo dems es exterior, pero si nos lo permitimos y seguimos la lnea del cuello con el dedo haca la boca abierta sin despegar el dedo un momento podemos confirmar que no hay punto de discontinuidad entre la piel y el interior de la boca la garganta, el origen de la voz, el entorno interior todo de los rganos y el estmago que recibe la cultura y su salida de nuevo. Lo que encuentro irresistible en esta fantasa freudiana es que se ha elegido la piel como un sinnimo de la consciencia, que la piel es ante todo una barrera para mantener afuera, una defensa, una defensa vibrante. Un envoltorio en s mismo viviente. Una frgil armadura que nos afirmara sin cuestionarlo que el interior es algo precioso que debe ser protegido, y es este sentido, despus de todo, el sentido del tacto, el ltimo y el primero en el protocolo amoroso, la barrera en la que se goza en detenerse, la que se juega a cruzar, la que permite sentir al otro pero que se siente tambin como un estorbo para poder fundirse en uno.

Cosas sencillas La Genealoga de la Moral, el libro de Frederich Nietzsche reconocido como su obra ms sombra y cruel, abre de la manera ms dulce y nostlgica que haya ledo en un libro de filosofa: Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos... No nos hemos buscado nunca, - cmo iba a suceder que un da nos encontrsemos?... En lo que se refiere, por lo dems, a la vida, a las denominadas vivencias, - quin de nosotros tiene siquiera suficiente seriedad para ellas? O suficiente tiempo?...nos frotamos a veces las orejas despus de ocurridas las cosas y preguntamos, sorprendidos del todo, perplejos del todo, qu es lo que en realidad hemos vivido ah?, ms an, quines somos nosotros en realidad? Necesariamente permanecemos extraos a nosotros mismos, no nos entendemos, tenemos que confundirnos con otros, en nosotros se cumple por siempre la frase que dice cada uno es para s mismo el ms lejano, en lo que a nosotros se refiere no somos los que conocemos...

Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todava suena extraa esta doctrina: Muere a tiempo! Morir a tiempo: eso es lo que Zaratustra ensea. En verdad, quien no vive nunca a tiempo, cmo va a morir a tiempo? Ojal no hubiera nacido jams! - Esto es lo que aconsejo a los superfluos. Pero tambin los superfluos se dan importancia con su muerte, y tambin la nuez ms vaca de todas quiere ser cascada. Todos dan importancia al morir: pero la muerte no es todava una fiesta. Los hombres no han aprendido an cmo se celebran las fiestas ms bellas. Yo os muestro la muerte consumadora, que es para los vivos un aguijn y una promesa. Friederich Nietzsche, As habl Zaratustra. Alianza Editorial, Espaa. 1972.

San Agustn, Confesiones. Libro VI, captulo 3. BAC, Madrid, 2005.

Pascal Quignard, Las Sombras Errantes. La Cifra Editorial, Mxico, 2007.

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