significado, uso e interpretación: la metáfora en las...
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UNIVERSIDAD SAN FRANCISCO DE QUITO
Colegio de Ciencias Sociales y Humanidades
Significado, uso e interpretación: La metáfora en las
teorías semántica, analítica y hermenéutica
Ensayo Académico
Néstor Francisco Gordillo Polo
Artes Liberales
Trabajo de titulación presentado como requisito
para la obtención del título de Licenciado en Artes Liberales
Quito, 22 de noviembre de 2017
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UNIVERSIDAD SAN FRANCISCO DE QUITO
COLEGIO DE CIENCIAS SOCIALES Y
HUMANIDADES
HOJA DE CALIFICACIÓN
DE TRABAJO DE TITULACIÓN
Significado, uso e interpretación: La metáfora en las teorías semántica,
analítica y hermenéutica
Néstor Francisco Gordillo Polo
Calificación:
Nombre del profesor, Título académico Jorge Federico García, Ph.D.
Firma del profesor
Quito, 22 de noviembre del 2017
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DERECHOS DE AUTOR
Por medio del presente documento certifico que he leído todas las Políticas y
Manuales de la Universidad San Francisco de Quito USFQ, incluyendo la Política de
Propiedad Intelectual USFQ, y estoy de acuerdo con su contenido, por lo que los
derechos de propiedad intelectual del presente trabajo quedan sujetos a lo dispuesto en
esas Políticas.
Asimismo, autorizo a la USFQ para que realice la digitalización y publicación
de este trabajo en el repositorio virtual, de conformidad a lo dispuesto en el Art. 144 de
la Ley Orgánica de Educación Superior.
Firma del estudiante: _______________________________________
Nombres y apellidos: Néstor Francisco Gordillo Polo
Código: 00117295
Cédula de Identidad: 1004015713
Lugar y fecha: Quito, 22 de noviembre del 2017
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Resumen
Desde las aproximaciones aristotélicas, la metáfora no ha vuelto a ser objeto de interés
filosófico sino hasta el siglo XX, siglo en el que tanto la tradición analítica como la
continental han regresado sobre ella y la destacan como un elemento relevante dentro de
las teorías sobre la interpretación y el significado. En este trabajo, se exponen los
fundamentos de tres enfoques filosóficos distintos en torno a la metáfora: el semántico,
en Aristóteles; el pragmático-analítico, en Donald Davidson; y el hermenéutico, en Paul
Ricoeur. Se demuestra, tras este recorrido, que la metáfora es más que una transferencia
de significados entre palabras distintas con fines decorativos u ornamentales, sino un
elemento esencial en los procesos de significación, un evento heurístico relevante para
la cognición y una importante herramienta de expresión que alcanza a llegar más allá de
las posibilidades del lenguaje ordinario, adquiriendo así relevancia en el discurso
filosófico.
Conceptos clave: Metáfora, Aristóteles, Davidson, Ricoeur, Semántica, Hermenéutica,
Lingüística.
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Abstract
From Aristotelian approaches, the metaphor has not returned to philosophical interest
until the twentieth century, a century in which both the analytical tradition and
continental tradition have come back to it and stand it out as a relevant element within
the theories of interpretation and meaning. In this work, the foundations of three
different philosophical approaches around the metaphor are presented: semantics by
Aristotle; pragmatic-analytical approaches by Donald Davidson; and hermeneutics by
Paul Ricoeur. It is demonstrated, after this journey, that the metaphor is more than just a
transfer of meanings between different words for decorative or ornamental purposes, but
an essential element in the processes of signification, a heuristic event relevant to
cognition and an important tool of expression that reaches beyond the possibilities of
ordinary language, thus acquiring relevance in philosophical discourse.
Main concepts: Metaphor, Aristotle, Davidson, Ricoeur, Semantics, Hermeneutics,
Linguistics.
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Tabla de contenido
Resumen ........................................................................................................................... 4
Abstract ............................................................................................................................. 5
Introducción ...................................................................................................................... 7
Capítulo 1: La metáfora en la obra de Aristóteles .......................................................... 20
Breve exposición de la teoría semántica ................................................................................. 20
Fundamentos de la teoría aristotélica ...................................................................................... 23
Elementos específicos y distintivos de la teoría de Aristóteles ............................................... 25
Relevancia filosófica y conclusión .......................................................................................... 26
Capítulo 2: La metáfora en la obra de Donald Davidson ............................................... 29
Breve exposición de la filosofía analítica................................................................................ 29
Fundamentos de la teoría de Davidson ................................................................................... 32
Elementos específicos y distintivos de la teoría de Davidson ................................................. 36
Relevancia filosófica y conclusión .......................................................................................... 38
Capítulo 3: La metáfora en la obra de Paul Ricoeur....................................................... 41
Breve exposición de la teoría hermenéutica ............................................................................ 41
Fundamentos de la teoría de Ricoeur ...................................................................................... 44
Elementos específicos y distintivos de la teoría de Ricoeur ................................................... 46
Relevancia filosófica y conclusión .......................................................................................... 49
Conclusiones ................................................................................................................... 50
La metáfora como un tema filosófico ..................................................................................... 50
El discurso, el uso y la interpretación ..................................................................................... 51
Aproximación conceptual a la metáfora .................................................................................. 53
Conclusión general .................................................................................................................. 53
Referencias bibliográficas: ............................................................................................. 56
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Introducción
En el presente ensayo se expone acerca de la relevancia de la metáfora dentro
del discurso filosófico. Se presenta esta relevancia en las obras de tres autores
particulares: Aristóteles, en la teoría semántica; Donald Davidson, en la filosofía
analítica; y Paul Ricoeur, en la teoría hermenéutica. Se incluyen en este ensayo los
principios de cada teoría, sus elementos distintivos, las críticas a las mismas y su aporte
a la valoración de la metáfora en la discusión y el desarrollo de teorías filosóficas,
exposición de procesos heurísticos y aplicaciones cognitivas en los distintos campos del
conocimiento humano.
La metáfora se define de manera general como un tropo que permite la
descripción de algo mediante una semejanza por analogía. Su definición como tropo
está fijada por el campo de la retórica, misma que ha ocupado su estudio de manera
exclusiva y bajo la que se han articulado aportes a la teoría literaria y la poesía lírica.
La metáfora se encuentra en todos los campos del conocimiento, a razón de que
responde a convenciones semánticas dadas por una cultura y que por su recurrente uso
están implícitas en el lenguaje. De entre las descripciones por analogía, que se
conforman en procesos metafóricos, se encuentran el símil, la alegoría, la parábola, la
antítesis, la hipérbole y la metonimia. Sin embargo, la metáfora ocupa un puesto
privilegiado, puesto que, como fruto de un proceso inductivo, ésta no compara ni
describe, sino que nombra y transfiere nuevos significados. De entre todas las
mencionadas formas retóricas la metáfora es la más compleja, común e importante, en
vista de que de su comprensión la definición de las demás es posible.
En este ensayo se aborda al fenómeno de la metáfora desde sus implicaciones
más amplias, retirándola del dominio teórico de la retórica hacia el campo de la
filosofía, sin por ello dejarla de lado. En primer lugar, cabe entender que la metáfora
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“cumple su función en la medida que se aparta del uso habitual de las expresiones
lingüísticas” (Newman 51). En otras palabras, la metáfora es un fenómeno especial del
lenguaje y sus efectos no recaen bajo el uso llano y ordinario del mismo. El efecto de la
metáfora solo puede ser apreciado cuando se habla de una metáfora viva, esto es, que su
uso se distinga del lenguaje ordinario y que no sea usada como expresión habitual de las
cosas. Debe poder ser reconocida como inhabitual. En efecto, la muerte de la metáfora
sucede cuando ésta se vuelve una expresión ordinaria, que se emplea en situaciones
descriptivas de sentido común o usual. Se puede describir también a la metáfora muerta
como una expresión literal de uso cotidiano, desprovista ya del efecto inusitado que
provoca un uso no-ordinario del lenguaje en los oyentes.
La metáfora es un fenómeno que, ante todo, constituye un desafío para la
semántica (de Bustos 4), pues, a través de la analogía, se nombra algo nuevo y se
atribuye un nuevo significado a algo en el mundo. Este significado es producto de la
acción de un nombre sobre otro con un fin específico. Es, pues, un problema para la
semántica por su difícil definición. Se puede decir también que “las metáforas nos
permiten entender sistemáticamente un dominio de nuestra experiencia en términos de
otro” (Nubiola 80), dándole un nombre a esta experiencia y atribuyéndole, en
consecuencia, un significado nuevo. De ese modo, “la metáfora muestra una relación e
identifica algo que debe ser nombrado y que hasta entonces permaneció ignorado”
(Femenías 7).
Los filósofos y los lingüistas han tendido a tratar a la metáfora como un asunto
de interés periférico. Sin embargo, hay un hecho que es imposible obviar: “nuestro
lenguaje es mucho más metafórico de lo que a menudo advertimos” (Nubiola 76). Día a
día escuchamos metáforas, muchas muertas, creativas, falsas, absurdas, útiles, etc.
Expresiones como: “Perder el tiempo”, “Enterrar los recuerdos”, “Hundirse en un
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profundo sueño”, “Tener valores elevados”, “La vida es frágil”, “Le falta un tornillo”,
son metafóricas, y, aunque algunas ya están integradas al lenguaje ordinario y han
perdido su efecto metafórico, en algún punto debieron ser metáforas vivas, producto del
hallazgo de semejanzas entre las cosas y del darles una aplicación descriptiva en el
lenguaje sobre algo de lo que antes no existía denominación.
El hecho es que la metáfora ha vuelto a ser objeto de muchos estudios desde el
siglo pasado y no es, empero, el hecho de que sea común en el día a día la única razón
del interés por la metáfora, pues además, si hay algo que caracterice a la actual
explosión de estudios sobre la metáfora es “la pluralidad y heterogeneidad de los
enfoques que la consideran” (de Bustos 1). La metáfora ha sido objeto reciente de
estudio en la psicología, sociología, teoría de la ciencia, e incluso en el desarrollo de
inteligencia artificial.
Con motivo de este renovado interés por la metáfora, se puede argumentar que
las metáforas no son un fenómeno tan sólo lingüístico y retórico, por lo que
“recurrentemente no alcanzan las aproximaciones radicalmente lógicas y semánticas”
(Nubiola 78). Es en verdad amplio el espectro en el que entran en aplicación las
metáforas, y además del lenguaje empleado en la vida cotidiana son también usadas en
las ciencias y en el desarrollo de teorías. De cierto, como afirma O'Rourke:
“Desprovisto de la metáfora, el lenguaje sería plano y unívoco, cada palabra estaría
automáticamente conectada a un solo objeto” (6) y, en efecto, dejaría de ser el lenguaje
que conocemos y usamos. Aristóteles afirma que “todo el mundo usa metáforas en una
conversación normal” (O'Rourke 9). Este hecho es inescapable, y señala que el uso
espontáneo de la metáfora “demuestra una inclinación universal por ella” (O'Rourke 9).
En el ámbito de la filosofía, la reflexión acerca de la metáfora fue siempre algo
más bien marginal, “pues se la consideraba propia de críticos literarios” (Nubiola 75).
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Es a partir del desarrollo de la filosofía del lenguaje que la metáfora ha salido del
dominio de las teorías semánticas y ha tomado una dirección filosófica independiente.
Aunque incluso entre los filósofos analíticos la metáfora fue aún valorada a partir de la
teoría semántica clásica, existieron importantes excepciones. Es por éstas que acontece
el primer interés por la metáfora como problema filosófico real. Las principales
excepciones fueron Max Black (1966), Nelson Goodman (1968), y Donald Davidson
(1978). De estas primeras aproximaciones se deduce que “la metáfora no es solo
intuición sino también un proceso” (Rubio 75), que involucra actos y hablantes,
intenciones y contextos.
De igual importancia es el hecho de que, debido a este interés desarrollado por lo
filósofos analíticos, la filosofía continental europea también halló en la metáfora un
tema filosófico relevante y, para algunos, como Paul Ricoeur, Jacques Derrida y José
Ortega y Gasset, fundamental e incluso decisivo. Ricoeur destaca entre ellos por haber
iniciado esta discusión, a excusa del desarrollo de una teoría general sobre la
hermenéutica y la interpretación. Así como postularon las primeras aproximaciones
analíticas, Ricoeur destaca la independencia para con la teoría semántica. Dice Ricoeur:
“Me parece que uno de los primeros logros de la investigación contemporánea de la
metáfora es el haber desplazado el ámbito del análisis de la esfera de la palabra al de la
frase” (196). Esto significa que, de la explicación semántica del significado de las
palabras, los filósofos ahora estarán más preocupados por la metáfora como problema
de la frase, el uso y la intención, esto es, de la predicación por sobre la palabra.
Vale decir que no existe la interpretación correcta de la metáfora, pues ésta
puede ser tan amplia como la imaginación misma. La metáfora muestra algo del mundo,
devela un sentido nuevo y da la luz a nuevos significados.
A lo largo de este ensayo se pretende dar respuesta a esta pregunta: ¿Qué nos
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dice una metáfora como “el lenguaje es un caballo de Troya por medio del cual el
universo entra en nuestra mente” sobre su valor de verdad, sobre el trabajo de la
interacción e imaginación de los hablantes y su relevancia filosófica en cuanto puede o
no mostrar y significar algo?
El poder de las expresiones metafóricas viene de su cualidad sensible e
imaginativa y no tan solo a lo que significan de manera lingüística. Los nuevos
enfoques advierten que las temáticas en torno a la metáfora suponen un cambio
importante de la atención sobre ella: “en lugar de atender a las metáforas como
productos de la actividad artística, han pasado a ser estudiadas como procesos de
construcción de significados” (Nubiola 75).
Sin duda ha sido turbia la relación entre la metáfora y la filosofía, a pesar de lo
periférica que ha sido la reflexión en torno a ella como problema filosófico concreto. En
efecto, han sido pocos los filósofos que han hablado sobre la metáfora antes del siglo
XX, y entre la mayoría de los filósofos, el tono para referirse a ella ha sido similar. Por
ejemplo, consideraciones filosóficas como la de Locke, que en su Ensayo sobre el
entendimiento humano, de las metáforas dice: “[…] todas las aplicaciones artificiosas y
figuradas de las palabras que ha inventado la elocuencia, no sirven sino para insinuar
ideas equivocadas, mover pasiones y seducir el juicio” (de Bustos 3), evitando siquiera
considerarla como tema ajeno al campo específico de los estudios literarios y retóricos.
Por otra parte, otros filósofos, como Pascal o Coleridge, se refieren a la metáfora como
herramienta de expresión de lo inefable, “por su poder de crear” (de Bustos 3). Hasta
entonces, la metáfora no fue sino un tema de opinión y de muy baja relevancia
filosófica.
Entre tanto, las teorías analíticas la destacan como tema filosófico real, donde ya
no es destacable la mera opinión, sino la importancia de la misma en cuanto a su
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explicación y teorización se refiere. Los temas principales que la filosofía analítica
pretende resolver son el de la interpretación y el significado de las expresiones
lingüísticas. Entonces, de manera idéntica con la metáfora, lo importante es indagar su
posible interpretación y su significado, llegando incluso a exigir criterios de
correspondencia. Sin embargo, “a la metáfora sencillamente no se la puede valorar con
el predicado ‘es verdad’” (de Bustos 8). Decir: “Tus ojos son estrellas”, es falso, pues
sabemos que los ojos no son estrellas, pero esto no resuelve el problema de que esta
expresión sí tiene un propósito y que puede ser entendida bajo un contexto. Los
filósofos analíticos han reconocido esto muy bien. “Para que un enunciado pueda ser
considerado metafórico es esencial que no sea verdadero” (Fermandois 72).
Por otro lado, la filosofía continental se enfoca en probar otro tipo de
correspondencia, una que avale la “verdad metafórica” (Ricoeur 300). Para ello, se
iniciaron proyectos filosóficos que establezcan valores de verdad adecuados. De todas
formas, la distinción fundamental de las teorías pragmáticas es la distinción “entre el
significado de las palabras y las manera en que las utilizamos” (Meléndez 53).
La relevancia filosófica de la metáfora es indiscutible tras el planteamiento de
estas corrientes filosóficas en torno a ella. Paul Ricoeur, sobre éste aspecto, incluso
afirmó que: “La metáfora es el problema central de la hermenéutica” (55). El propósito
de este trabajo es esclarecer esta relevancia filosófica en cada una de las teorías y los
autores a tratar.
La primera teoría a tratar es la teoría semántica, desarrollada por Aristóteles.
Como se dijo, la metáfora es un momento destacado del discurso, y en Aristóteles esto
es un principio esencial. En el contexto clásico, donde desarrolló Aristóteles su teoría
“el empleo impropio o inadecuado de la es expresión metafórica es un medio seguro
para excitar la hilaridad” (Santana 409), pues es siempre reconocida como un uso
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destacado del lenguaje.
Aristóteles trató la metáfora en la Poética y la Retórica. Definió a la metáfora
como: “transferencia de un nombre de una cosa a otra” (81). La teoría semántica se
completa con la explicación de que “la transferencia puede ser de género a la especie, de
la especie al género, de una especie a otra, o puede ser tratada por analogía” (81). Sobre
esta definición se ha desarrollado la totalidad de la teoría semántica, como transferencia
de significados, de forma específica, en el significado de las palabras. Para Aristóteles,
que habla de la metáfora como propia del discurso, dice de ella que tiene un “efecto
práctico de convencimiento” (Newman 51) y se puede decir también que, de hecho, la
metáfora en Aristóteles tiene un sentido estético y heurístico.
Es una teoría semántica puesto que la metáfora “permite dar nombre a una
realidad a la que aún no corresponde un término apropiado” (Santana 404). Otorga un
nombre, es decir, que le da un cimiento semántico a un aspecto de la realidad que
carecía de uno apropiado. El hecho de que la metáfora nombra algo nuevo del mundo,
hace afirmar a Aristóteles que la metáfora pone “una cosa ante los ojos” (191), y que
“una palabra es más adecuada que otra para hacerlo” (191).
De manera similar, Aristóteles destaca de la metáfora su función de
ornamentación del discurso, de la emoción provocada en una audiencia y del acceso que
ella proporciona al conocimiento de algo nuevo sobre el mundo. De hecho, “en la propia
función ornamental va incursa al mismo tiempo una capacidad de avanzar en el
conocimiento” (Newman 48).
Aristóteles propone a su vez una valoración crítica de la calidad de la metáfora,
y destaca en ella elementos distintivos importantes, poniendo a la claridad como virtud
expresiva fundamental, diciendo que la buena metáfora proporciona a la par la
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extrañeza y el placer, la justeza en su utilización y el uso de una analogía en su
consecución. Se puede también afirmar en esta breve anticipación que, para Aristóteles:
“La metáfora, fruto del ingenio y del talento, se muestra como mecanismo
corrector del buen uso del lenguaje siendo su virtud expresiva más llamativa el
placer, la claridad y la extrañeza que en principio produce gracia al uso justo de
la analogía” (Santana 413).
La segunda teoría a tratar es la producida desde la filosofía analítica y
desarrollada por Donald Davidson. En la tradición analítica, “Davidson fue quizá el
único de su tiempo en destacar el papel fundamental de las reacciones actitudinales que
las metáforas promueven” (Nava 38). Davidson está, en efecto, de acuerdo con el hecho
de que el fenómeno metafórico es aquel en el que se produce un desplazamiento de
características que pertenecen a un contexto semántico hacia otro, pero se opone de
forma plena a la idea de que en la metáfora exista algún segundo significado. Afirma
que cuando una metáfora es proferida, significa las palabras en su sentido literal, pero
de una manera que produce o sugiere al intérprete y, por supuesto también en el
hablante, sensaciones, emociones o pensamientos inusuales e inesperados. Es en este
efecto donde él halla el posible significado de una metáfora. Lo importante es que los
efectos que la metáfora produce no pueden ser su significado porque, “en tanto tales
efectos son en principio varios e inagotables, la misma noción de significado se ve
trivializada. Este es el principio de autonomía del significado” (Quintanilla 123).
Queda claro que “el significado está dado en el significado literal de las
palabras” (Davidson 258), por lo que “debemos dejar de lado la idea de que una
metáfora transporta un mensaje y de que tiene un contenido o significado distinto al
literal” (Davidson 259). Davidson incluso va más allá en esta definición radical y afirma
que: “Las expresiones metafóricas no tienen significado diferente del significado literal.
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En consecuencia, si no hay significado metafórico, tampoco hay verdad metafórica” (de
Bustos 9). Su tesis es muy clara: “Las metáforas significan lo que significan las
palabras, en su interpretación literal, y nada más” (Davidson 245). Y, debido a eso, no
tienen significado especial ni un significado metafórico.
Para aproximarse de manera filosófica a la metáfora, partiendo de su definición,
aclara Davidson que “la metáfora pertenece exclusivamente al dominio del uso” (246),
que “el significado de una metáfora concierne a su modo y no a las palabras” (257), y
además que “lo que distingue a la metáfora es como se la usa” (257). La consecuencia
práctica de este principio es que en su concepción de la metáfora, él aborda la función
expresiva de la proferencia metafórica; esto es, “prestándole atención a las actitudes de
los individuos" (Nava 2).
El ámbito donde se ha de explicar el funcionamiento de las metáforas está en el
uso, en conexión con el contexto de proferencia y, más específicamente, en lo que ellas
promueven en los intérpretes. Según Davidson “[…] los oyentes interpretan las
proferencias que escuchan suponiendo que son literales, y sólo si advierten que éstas
son flagrantemente falsas, entonces proceden a verlas como metáforas” (Nava 30). Para
Davidson “no existe tal cosa como un significado del texto o de las palabras del
hablante en sí mismos, pues el significado debe ser completado por la situación
histórica del intérprete” (Quintanilla 117). Inclusive si el hablante cambiara de propósito
al usar una metáfora, el significado es y será el mismo, en su más estricto sentido literal.
Así, queda claro que para él no hay ninguna diferencia real entre una oración literal y
una metáfora, y que “toda diferencia radica en las condiciones de su uso” (Davidson
265).
Otro de los principios de la teoría de Davidson, éste más bien manifiesto como
crítica frontal a la teoría hermenéutica, es el de que “en la metáfora no hay nada que
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parafrasear” (Davidson 246). Esto quiere decir, en otras palabras, que a la metáfora
proferida no se le puede añadir nada y, aun peor, justificar mediante la explicación
parafraseada de la metáfora, su significado.
Un ejemplo que podría explicar su teoría es el siguiente: En la metáfora “La
arquitectura es música congelada”, nada en esta oración es el significado de la
metáfora por encima de la literalidad, además de que, en esencia, esta oración es falsa.
La descripción de las sensaciones, emociones o intuiciones que produce en uno,
presentan su naturaleza metafórica y sí manifiestan un significado.
La tercera teoría a tratar es teoría la hermenéutica de la metáfora propuesta por
Paul Ricoeur. El pensamiento de Paul Ricoeur tiene como fundamento la preocupación
por la comprensión del ser humano, “en tanto que es un ser que se halla
permanentemente a la búsqueda del sentido de su vida” (Lafuente 219). Se puede
afirmar, sin duda, que “la intención que anima la empresa total de Paul Ricoeur es
vincular el lenguaje a la existencia” (Asensi 255), en su sentido más completo, hablando
en términos antropológicos. Sobre esto, Ricoeur aclara muy pronto que “el carácter
común de las experiencias humanas, señalado, articulado y aclarado por el acto de
narrar en todas sus formas, es su carácter temporal” (190). El hombre es un ser situado
en la historia, que lleva a cabo sus actividades y proyectos en la hermética barrera de su
tiempo, en sus acontecimientos. Por tal motivo, es premisa fundamental de la filosofía
interpretativa de Ricoeur la distinción entre existencia y eventos, entre vida que se vive
y de historia que se cuenta” (192).
El discurso es, pues, un acontecimiento. De igual manera, es “intencional”
(Rubio 93). El texto, afirma Ricoeur, es todo discurso fijado por la escritura. Entonces,
en la teoría hermenéutica, si el texto está fijado, queda claro que es autónomo y
constituido de manera única (50). Entonces, prosigue Ricoeur, con respecto a la
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interpretación hermenéutica, que su objeto es “interpretar el mundo del texto […] y
desplegar el mundo de su referencia” (288). Para esta labor, queda fijado por principio
que la distancia es esencial en la interpretación. La hermenéutica debe terminar en la
hermenéutica del sujeto (Rubio 126), o sea, en la comprensión propia en orden para
alcanzar la interpretación del mundo.
En cuanto a la metáfora “para Ricoeur se trata de afirmar […] la metáfora de la
metáfora viva” (Asensi 264) A Ricoeur tan solo le interesa estudiar la metáfora que aún
no ha sido integrada al lenguaje ordinario y corriente. Sin el efecto propio de la
metáfora viva, toda interpretación no distaría de ser interpretación del lenguaje literal.
Ricoeur define a la metáfora como “la producción de una nueva pertinencia semántica
mediante la atribución de lo no perteneciente” (Lafuente 222), poniendo en relieve la
creatividad del lenguaje en su función poética.
Ricoeur explora a profundidad el ‘hacer’ de la metáfora intentando ver en ella
tanto su innovación de sentido como su poder heurístico, es decir, su proceso de “la re-
descripción de la realidad” (Moratalla 8). Esta re-descripción no es otra cosa que la
paráfrasis de una metáfora.
Hay que decir que la teoría aristotélica clásica no explica la innovación
semántica, sino tan solo la trasferencia de valores nominativos en el nombre y la
palabra. Estudiar la metáfora como frase, piensa Ricoeur, “se entiende como fenómeno
de predicación” (Moratalla 9). Es un pilar de su teoría el asegurar que “no por la
semejanza aparece la metáfora, sino que porque se da la metáfora aparece la semejanza”
(Moratalla 10). La innovación tiene que ver con crear una semejanza y no, como dicta la
teoría semántica, nombrar una existente que ha carecido de nombre.
La teoría hermenéutica es en esencia interpretativa, haciendo de esta actividad el
núcleo de toda valoración posterior al contacto del intelecto con el lenguaje. Esto no
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cambia con respecto a la metáfora. La metáfora no existe en sí misma. Existe a partir de
un contacto interpretativo, en lo que Ricoeur llama “la interpretación metafórica”
(Rubio 58). La interpretación metafórica abre las puertas a un modelo teórico propio, en
donde se busca ya no el mero significado, sino el establecimiento de una “referencia o
verdad metafórica” (Asensi 269).
Como se dijo antes, la metáfora se origina como respuesta a cierta inconsistencia
semántica del enunciado interpretado literalmente (Rubio 59) y a la innovación
semántica que se crea cuando las cosas no correspondientes se enfrentan contra su
literalidad en un contexto discursivo. Ante esto, y ya con los principios claros, Ricoeur
estructura una teoría de la tensión. Esta teoría, teniendo a la metáfora como frase
semántica, lo que la define como tal es “la tensión entre dos interpretaciones, la literal y
la metafórica a nivel mínimo de la frase, creando un nuevo significado, una innovación
semántica” (Rubio 59). La innovación semántica puede ser explicada tan solo al ser
parafraseada. Es, pues, en la paráfrasis donde, según Ricoeur, sucede la aparición del
significado metafórico.
Dice Ricoeur: “El que se pueda parafrasear la metáfora no significa que se pueda
agotar su sentido. Aquí radica precisamente la diferencia entre una metáfora muerta y
una viva: en que la paráfrasis de la segunda es inagotable” (256). La paráfrasis,
asimismo, “es infinita y no agota el sentido” (Moratalla 11). Para Ricoeur es una
condición fáctica que “explicar más es comprender mejor” (198); por lo que, si la
finalidad de la hermenéutica es la comprensión, en la metáfora ésta será más precisa en
cuanta más paráfrasis sea capaz de generar.
Es claro que Ricoeur rechaza y critica la teoría semántica de Aristóteles, e
incluso niega que la literalidad de una metáfora pueda decir algo sobre ella. Dice:
“hablar por metáfora es decir algo de otro a través de algún sentido literal” (Ricoeur
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256). Este “algo” del que habla Ricoeur tan solo es manifiesto en la paráfrasis. Pero la
teoría establece así su propio límite. Si la paráfrasis nunca se agota, no habrá nunca un
sentido estable y un significado universal. Concluye diciendo que el hablar de los
límites de la interpretación metafórica “sería hablar de los límites del trabajo de la
imaginación” (Moratalla 12).
A continuación, se prosigue a la exposición de cada teoría y autor.
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Capítulo 1: La metáfora en la obra de Aristóteles
Breve exposición de la teoría semántica
La teoría semántica fue desarrollada en su forma filosófica más completa por
Aristóteles en su Retórica. Toda obra relacionada posterior basa sus principios en la
aproximación del Estagirita, misma que propone las premisas lógicas de los estudios
lingüísticos-semánticos en general. La teoría semántica se basa en dos principios
esenciales: el significado de las unidades lingüísticas y su aplicación en la
comunicación, el discurso, la ciencia y las composiciones literarias. De ella se puede
decir que “afirma la identidad, pero incluye la alteridad” (O'Rourke 22), y que, en otras
palabras, defiende la independencia conceptual y significativa de los nombres pero, a su
vez, ofrece la posibilidad de trasferir esos significados en cuanto el propósito de hacerlo
satisfaga una necesidad comunicativa, argumentativa o artística.
También llamada “teoría clásica de la metáfora”, la concepción semántica de
Aristóteles dicta que: “La metáfora es transferencia de un nombre de una cosa a otra”
(81). Este postulado queda completo al añadir Aristóteles que “la transferencia puede
ser de género a la especie, de la especie al género, de una especie a otra, o puede ser
tratada por analogía” (81). En los cuatro tipos propuestos, “la comprensión semántica
opera dentro de las categorías de género y especie, ya sea a priori o accidentalmente”
(Levin 44), puesto que el proceso inductivo y metafórico debe basarse en una semejanza
relacionable ya existente.
Como se dijo, la teoría semántica prima el significado de una cosa, es decir, de
un nombre. De éste dice se transfiere a otro su significado. Algo nuevo queda
nombrado, más no descubierto, pues la semejanza debió existir previamente. En el
sentido más estricto de la teoría semántica en cuanto a la metáfora, el fundamento es la
analogía entre dos cosas. Por principio lógico, si la metáfora significa transferencia de
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una cosa a otra, “una de las cosas puede ser eliminada si en lugar del término trasferido
se emplea un nombre homónimo basado en la misma analogía” (Gambra 58). De igual
forma, la metáfora también puede eliminarse cuando existen términos adecuados para
significar separadamente cada una de las cosas análogas (Gambra 59). Pierde así su
sentido el transferir un significado cuando, pudiendo no hacerlo, la cosa a ser nombrada
tiene una correspondencia más adecuada. Para Aristóteles, la metáfora es un fenómeno
léxico, que se produce a nivel de la palabra y en su función nominativa, lo cual
significa, en fin, que es “un desplazamiento de la referencia” (de Bustos 2).
En esta hermética relación práctica, la metáfora se desarrolla bajo la lexis, es
decir, bajo la dicción, elocución y el estilo. Se lleva a cabo en un contexto público que
comprende y valora lo que recibe, por lo que la calidad de la metáfora es esencial en su
explicación filosófica, sea ésta aceptada, comprendida y celebrada, u obvia, torpe y
digna de risa. La teoría semántica relaciona la “manifestación del pensamiento y el la
acción discursiva mediante el nombre” (Newman 50).
Como se dijo antes, “la metáfora es un momento destacado del discurso”
(Newman 51), y esto tiene su mayor relevancia dentro de la teoría aristotélica, donde la
metáfora cumple su función en tanto que se aparta del uso habitual de las expresiones
proferidas de manera cotidiana. Este apartamiento de su uso se vincula de manera
estrecha con otros elementos de valoración crítica de la metáfora. La metáfora debe ser
puesta a prueba en relación a su calidad y a su uso apropiado. Dice Aristóteles, para la
realización de ello: “Lo que se necesita entonces es cierta mezcla de diversos elementos
[…] En efecto, las metáforas, los términos ornamentales, impedirán al lenguaje tornarse
vulgar o prosaico, y las palabras comunes le aseguran claridad” (85). Destaca, entonces,
Aristóteles a la metáfora como término ornamental, mismo que, bien logrado en cuanto
sea claro, evita que el lenguaje sea demasiado torpe o demasiado ostentoso.
22
La teoría semántica afirma que “hay cosas que carecen de nombre” (Gambra 51)
y que deben ser nombradas a partir de procesos semánticos. La metáfora permite dar,
entonces, nombre a una realidad a la que aún no corresponde un término apropiado
(Santana 404). Es esencial el afirmar sobre la teoría semántica que la metáfora no hace
otra cosa más que nombrar algo ya existente, pero carente de nombre. Si bien la
metáfora se produce a partir de las cualidades consideradas inherentes a los objetos
comparados, “ex post facto […] no hace sino mostrar una naturaleza a priori, esencial o
accidental” (Femenías 3). Las cosas, entonces, aunque carentes de nombre, existen antes
de la intervención lingüística. Mediante la trasferencia de significados de una cosa a la
otra, algo nuevo es nombrado.
La teoría semántica de Aristóteles cuenta con dos aspectos: el cognoscitivo y el
cognitivo, “involucrados en la capacidad que la metáfora exhibe de abrir nuevas
significaciones en contextos específicos” (Newman 67). La relación entre la metáfora y
el conocimiento es innegable dentro de la concepción semántica de Aristóteles. Puesto
que “en la medida en que estas categorías de metáfora reflejan o presentan un aspecto
de la realidad, todas estas operaciones, cuando se llevan a término, llevan consigo el
acceso al conocimiento” (Levin 44), haciendo que algo quede descubierto a partir de un
nombre trasferido.
Inútil es todo esfuerzo por apartar de la teoría semántica su importante
apreciación de los aspectos de ornamentación, emociones provocadas y el conocimiento
adquirido por medio de usos no habituales del lenguaje y, en el caso de la metáfora, la
trasferencia de significados. De suma dificultad también es definir algo tan esquivo a la
exactitud nominativa como un “significado trasferido”. De esta definición, dice Fran
O'Rourke, retórico experto en la obra del Estagirita: “la definición aristotélica de la
metáfora prueba, si es que necesitamos alguna prueba, que no hay nada más esquivo o
23
difícil de definir” (8).
Fundamentos de la teoría aristotélica
En la obra de Aristóteles, que es multifacética y amplia, el razonamiento analógico
es intrínseco a nuestra manera humana de conocer, de descubrir y de inventar; “es
cruzar mentalmente las barreras de una ciencia, un arte o de un aérea de conocimiento
para pasar a otra” (O'Rourke 15). Hace falta, según Aristóteles, genialidad para poder
usar de manera adecuada un razonamiento basado en una analogía. Sobre esto, se afirma
siguiendo al Estagirita, que “contemplar lo mismo en lo diferente, es ver lo semejante”
(Rubio 78).
Las cosas del mundo son por su substancia. Cada objeto particular de entre todos los
que existen y que juntos y en armonía están ordenados en el universo cuenta con una
substancia específica. Esta premisa aristotélica sobrepasa al lenguaje, que tan solo es
posible entre criaturas dotadas de intelecto, mientras que el universo es a pesar de
nosotros. En la metáfora lo que se afirma no es una analogía propia o independiente,
“sino un parecido imperfectamente análogo” (O'Rourke 17). La cualidad y la perfección
pertenecen solo a una substancia, y es trasferida a otra debido a alguna semejanza
observada, aunque imperfecta, mediante la trasferencia del significado de nombres.
Para Aristóteles, todo proceso heurístico y todo conocimiento desarrollado, proviene
de manera exclusiva de la información otorgada por los sentidos. El mundo puede ser
pensado solo a través de lo que lo sentidos nos permiten saber sobre él. Las ideas son
expresiones causadas en primer lugar por los sentidos. “La transferencia de términos
físicos a actividades intelectuales tiene pleno sentido a la luz de la insistencia de
Aristóteles en que todos los conceptos están basados en la experiencia sensible”
(O'Rourke 11). A partir de esto, queda claro que, hablando de manera metafísica,
entendiendo metafísica como la capacidad del conocimiento para ir más allá de la
24
experiencia sensible, “la metáfora ha de partir de términos que signifiquen, en primera
instancia, algo percibible por los sentidos” (Gambra 61).
Los sentidos proporcionan un primer ámbito de comprensión de lo metafórico, pero
también son estimulados en su valoración crítica. Dice Aristóteles: “Si se quiere
enaltecer o embellecer una cosa, hay que traer la metáfora de lo mejor, dentro de lo que
incluye un mismo género” (190). Esto quiere decir que la metáfora ha de embellecer
algo dicho, siempre que de entre las cosas del mundo que pueden ser nombradas se
escoja las mejores, que “parten de cosas hermosas” (Aristóteles 191). Así, el contemplar
lo semejante tiende a elevarse hacia la contemplación de lo bello.
El siguiente fundamento lo articula Aristóteles diciendo que la metáfora “pone las
cosas frente a los ojos” (193). Como se había dicho antes, la metáfora nombra una
semejanza que ya existía y que carecía de un nombre. Es, entonces, una reformulación
apropiada la de proseguir a explicar que, en un sentido metafórico y sensible en sí
mismo, la metáfora nos descubre algo nuevo del mundo, nombrándolo y sosteniéndolo
semánticamente dentro de un discurso. “La expresión ‘poner las cosas ante los ojos’ es
en sí misma metafórica” (O'Rourke 17), y no descarta el poder ser interpretada en un
sentido semántico amplio. Apropiado es sostener que en la medida en que una metáfora
logra poner algo ante los ojos, se nos hace presente y nos muestra algo.
Aristóteles enseña que la metáfora se debe establecer entre objetos afines y
semejantes, pero insiste en que la afinidad no debe ser demasiado obvia, pues “de lo
contrario, no habría necesidad de metáfora” (O'Rourke 22). Esta observación refuerza la
teoría semántica, misma que antes de todo pone el significado de los nombres como eje
de toda teorización. A pesar de ello, la metáfora es de un uso recurrente en el lenguaje y
no por peligrar ser remplazada por términos apropiados deja de emplearse como
herramienta legítima de expresión. Se puede, entonces, concluir en que la metáfora se
25
fundamenta en el ser “una lámpara tomada de préstamo en un ámbito para iluminar la
oscuridad de otro” (O'Rourke 22).
Elementos específicos y distintivos de la teoría de Aristóteles
Se ha dicho ya que en el contexto clásico el empleo impropio o inadecuado de la
metáfora sirve para provocar risas y burla (Santana 409), pero también su uso adecuado
puede provocar todo lo contrario, y aún más: placer, curiosidad, asombro y
conocimiento. Aristóteles considera esto y lo amplía. La metáfora resulta del fruto del
ingenio y del talento, se muestra como un elemento del buen uso del lenguaje siendo su
virtud expresiva más llamativa el placer y la extrañeza, elementos que alcanzan su
finalidad cuando la metáfora es pronunciada.
La claridad, como se había dicho antes, también forma parte de estos criterios
que hacen destacable a una metáfora. Dentro de la claridad como virtud expresiva
fundamental para Aristóteles, “la metáfora proporciona a la par la extrañeza y el placer,
la justeza en su utilización y el uso de una analogía en su consecución” (Santana 405).
Son, pues, estos elementos los que, sugiere Aristóteles, se evalúan en una metáfora bien
lograda.
Sobre la extrañeza, postula Aristóteles: “Es conveniente hacer algo extraño al
lenguaje; porque se admira lo lejano, y lo que causa admiración es agradable”
(Aristóteles 189). Esta extrañeza de la que habla el Estagirita denota tanto un uso
inusual del lenguaje ordinario y, de manera más particular, palabras que no son usadas
localmente pero que pueden ser comprendidas. La extrañeza vuelve fascinantes a las
cosas, “provocando el gozo de descubrir” (O'Rourke 20), proporcionando también
placer estético al conocimiento.
La fascinación que una buena metáfora debe lograr responde al mérito que tenga
en descubrir similitudes “profundas y escondidas” (O'Rourke 9), que eviten ser obvias y
26
no comuniquen nada nuevo. Aristóteles propone que solo son dignas de aplauso
aquellas expresiones (metafóricas) en las que el conocimiento tiene lugar al mismo
tiempo en que las decimos (Newman 61). La buena metáfora pone algo ante nuestros
ojos, nos enseña algo, es decir, nos acerca a un conocimiento nuevo. Tan solo que para
que ello suceda ésta ha de estimular en los oyentes efectos valorativos justos y loables.
Todo lo contrario acontece cuando una metáfora carece de semejanzas, ya que provoca
oscuridad y desaparece toda enseñanza.
La claridad, más que desestimar la fascinación que causa una metáfora, otorga
“placer estético al entendimiento” (de Bustos 3). Queda, en consecuencia, entendido
que, exponiendo estos elementos de relevancia en la teoría semántica, una metáfora
carece de valor si es inadecuado, demasiado familiar y si no enseña nada. Los defectos
de la metáfora son, pues, que esta sea “impropia, superficial u obvia” (Gambra 62).
Relevancia filosófica y conclusión
Si existe una cualidad de la teoría aristotélica que se destaque como elemento de
interés filosófico en torno a la metáfora es la de su carácter cognoscitivo. En la obra de
Aristóteles, se puede apreciar como la metáfora distingue similitudes, descubre
conexiones y establece nuevas semejanzas, por lo que “ofrece nuevos puntos de vista y
profundiza nuestra comprensión de lo que ya conocemos” (O'Rourke 21). Bien se ha
dicho a su vez que la semejanza de las cosas entre las que se transfiere el significado en
la metáfora identifican algo que “debe ser nombrado y que hasta entonces permaneció
ignorado” (Femenías 7). Algo nuevo ha sido nombrado en cuanto se ha proferido en una
metáfora bien lograda. El alcance de su relevancia llega entonces al hecho de que
ilumina nuevos aspectos lingüísticos de la realidad y, en consecuencia, lleva al
conocimiento por la vía del descubrimiento.
Dice Fran O'Rourke sobre la observación cognoscitiva de Aristóteles en torno a
27
la metáfora que: “La metáfora es un recordatorio continuo de lo extraño de las cosas que
nos rodean: es lo maravilloso dentro de lo cotidiano” (20). Este descubrimiento
alcanzado demuestra que, “el aprender algo sin esfuerzo, por naturaleza, es agradable a
todos, y, por otra parte, los nombres significan algo, de modo que aquellos nombres que
nos proporcionan alguna enseñanza son también los más agradables” (Newman 56). La
ganancia cognoscitiva de la que habla Aristóteles, por tanto, se acompaña de la
inmediatez y de la simultaneidad con la creación de la metáfora.
Le es relevante al discurso filosófico comprender también que “la metáfora saca
a la luz de una manera única la naturaleza metafísica del conocimiento humano”
(O'Rourke 23), pues demuestra que la capacidad del entendimiento y el ingenio para
sobrepasar los límites de la experiencia sensible es una realidad creativa aun siendo en
esencia semántica.
Todo el mundo usa metáforas en el día a día, y, sea esto notado o no, “no hay
contradicción alguna entre las afirmaciones aristotélicas de que, mientras todo el mundo
use metáforas, el dominio de la metáfora es un signo de verdadera genialidad”
(O'Rourke 10). La filosofía misma está llena de metáforas. La caverna de Platón, la
esfera de Pitágoras, o el vuelo de la paloma de Kant, son ejemplo de ello. “La máxima
destreza consiste en ser un maestro de la metáfora” (87), dice Aristóteles, y con razón
afirma que la habilidad de crearlas no se puede aprender de otros.
En cuanto a la temática filosófica de la ‘verdad’, vale afirmar que para
Aristóteles ésta será posible solo si se le da un uso correcto al lenguaje, “pues solo se
deben colocar las palabras comunes en su lugar para comprobar la verdad de lo que
decimos” (86). Aunque aún no se ha hablado de correspondencia y referencialidad de la
verdad, lo cierto es que en la teoría semántica lo más cercano a ser ‘verdad’ es un
significado estable y taxonómico. Así, si en la discusión dialéctica hay que evitar las
28
metáforas y hablar con claridad, para Aristóteles “es obvio asimismo que no hay que
usar metáforas ni expresiones metafóricas en la definición” (Newman 55).
Estableciendo como principio el hecho de que no se deba definir algo a partir de las
metáforas, la relevancia filosófica de las mismas se conformará con demostrar el por
qué, siguiendo al Estagirita, “es absurdo suponer que se ha explicado algo cuando
llamamos al mar ‘el sudor de la tierra’, como dice Empédocles” (O'Rourke 19).
29
Capítulo 2: La metáfora en la obra de Donald
Davidson
Breve exposición de la filosofía analítica
La filosofía analítica se desarrolló a principios del Siglo XX en respuesta a las
corrientes idealistas, a partir de la obra de Gottlob Frege, Bertrand Russell y Ludwig
Wittgenstein. Las principales características de la filosofía analítica son: el escepticismo
contra toda metafísica, la oposición a la filosofía continental, su formalismo, el interés
por el lenguaje y los conceptos, y una afinidad por la teorización científica. Una de las
principales problemáticas que la filosofía analítica desarrolló es el de la temática de la
‘verdad’. Fue fundamental, entonces, desarrollar cimientos teóricos que posibiliten la
correspondencia de unidades lingüísticas con hechos del mundo o con premisas lógicas.
Con respecto a la metáfora, la mayoría de los exponentes de la filosofía analítica
intentaron encontrar un “significado figurativo o secundario en el análisis de las
metáforas” (Nava 15). Dentro de esta corriente filosófica destacaron dos escuelas: las
que teorizan, bajo un riguroso análisis lógico, sobre el significado y el uso de las
unidades lingüísticas, y las que argumentan sobre el valor cognitivo del lenguaje
metafórico.
Con respecto al uso del lenguaje, es correcto denominar el tema como asunto
para la pragmática del habla. La pragmática “debe explicar la relación que existe entre
el significado de las expresiones lingüísticas y el significado de la utilización de las
mismas” (de Bustos 7). Esto quiere decir que, de hecho, existen distinciones entre estos
sentidos del significado. Hay, para muchos filósofos analíticos, un significado literal y
un significado contextual de las proferencias metafóricas.
30
La otra escuela argumenta sobre la teoría cognitiva. Este enfoque, ante todo, se
preocupa por “todo proceso cognitivo que se nutre de las vivencias emocionales de los
individuos” (Nava 11) y por, desde la proferencia metafórica, destacar un significado
secundario, es decir, no literal, que se muestra como elemento de procesos heurísticos
esquematizables dentro de una teoría del conocimiento. Se destacó también entre los
enfoques analíticos, con menor fuerza, la teoría interaccionista de la metáfora, misma
que destaca la reorganización conceptual a partir de semejanzas entre unidades
lingüísticas.
Otro tema fundamental dentro de la tradición analítica es el de la interpretación.
Dentro de los razonamientos en torno a éste, sin duda, la metáfora representa un desafío
ineludible. Algunos de los casos son los siguientes:
“La metáfora fue tomada como una instancia del significado de la proferencia
como acto del habla (Searle, 1979). Algunos la consideraron un acto del habla
figurativo (Cohen, 1976); otros concibieron su interpretación como una rama de
la implicatura conversacional calculada (Sperber & Wilson, 1981), o como una
forma de interpretación del habla que depende del mutuo reconocimiento de las
intenciones de los interlocutores (Grice, 1975)” (Nava 16).
Un hecho importante que cabe mencionar y en el que toda teoría analítica está de
acuerdo es el de que a una metáfora no se la puede valorar con el predicado ‘es
verdad’. No existe una correspondencia posible a partir de las proferencias hacia los
hechos del mundo. No hay sentido en decir que “el corazón es un abismo” y asegurar
que es verdad. Sin embargo, esta expresión sí dice algo, comunica algo y su significado
debe mostrar algo, además de requerir poder ser interpretado de alguna manera. Es en
esta encrucijada donde la filosofía analítica encuentra un duro desafío teórico. J. Searle
afirma: “El problema de explicar cómo funciona la metáfora es un caso particular del
31
problema general de explicar cómo divergen el significado del hablante y el significado
oracional o léxico” (de Bustos 7).
La filosofía analítica, comenzando en las Investigaciones Filosóficas de Ludwig
Wittgenstein, tomó para algunos de sus exponentes posteriores un giro trascendente
desde el estricto enfoque lógico hacia una teoría pragmática de los elementos
lingüísticos, proferencias y actos del habla. Se marcó una diferencia entre, por ejemplo,
el atomismo lógico y el desarrollo de metalenguajes, y la intención comunicacional
junto con los contextos de los actos del habla.
La teoría pragmática con respecto a la metáfora distingue entre los siguientes
elementos: La ocasión, que es el evento de una determinada proferencia; el proferente,
que es un usuario del lenguaje que cuenta con una situación de temporalidad; el acto
del habla, que involucra la intención comunicacional, sea cual esta sea; la interpretación
literal, que es el distinguir el significado de literal de las palabras que conforman una
proferencia; y el cambio conceptual, que sucede al comprender de manera literal las
palabras y al proseguir con la invitación a participar del evento metafórico proferido,
que no es más que el efecto metafórico en el intérprete.
Para con la metáfora, es importante notar que una vez proferida la expresión
lingüística, puede suceder que tal expresión sea interpretada literalmente en un contexto
y metafóricamente en otro (de Bustos 6) y que la distinción entre el significado, la
semántica y pragmática ya no sea solo novedoso, sino necesario. La filosofía analítica-
pragmática distingue entre sus exponentes un significado lingüístico y un significado
comunicativo, esto es, un significado literal y un significado contextual. Muy cierto es
que, si no se le da cabida al carácter pragmático en la teoría de la metáfora, se puede
concluir en que si se mantiene que todas las metáforas se pueden explicar mediante
enunciados literales, “el problema queda desplazado o reducido a la dimensión de ese
32
lenguaje” (de Bustos 5). Empero, los filósofos analíticos no han reducido a esto a la
metáfora y no niegan su carácter amplio. Que las metáforas representen un reto a los
problemas de correspondencia e interpretación bajo valores de verdad, no quiere decir
que no tengan un propósito.
W. V. O. Quine propuso lo siguiente:
“La metáfora, o algo semejante, gobierna tanto el crecimiento como nuestra
adquisición del lenguaje. Lo que se convierte en un refinamiento subsecuente en
el discurso cognitivo mismo, en su forma más literal y seca. Las pulcramente
trabajadas extensiones de la ciencia son el espacio creado a partir de la
eliminación de los tropos” (Quintanilla 128).
Así, queda claro que no es solo importante observar que la metáfora es un
problema real dentro de la filosofía analítica, sino que tiene un efecto innegable en el
lenguaje, mismo que, cuando la metáfora muere al hacer de su significado algo usual,
dejándola de emplear con un propósito metafórico, sufre una ampliación de su espectro
útil en la vida cotidiana y origina una mayor cantidad de expresiones que llenan vacíos
semánticos en los demás campos del saber.
Fundamentos de la teoría de Davidson
De entre todos los filósofos analíticos, ninguno ha aportado más al tema de la
metáfora que Donald Davidson. Su argumentación es extensa y original. No obstante, es
necesario identificar los puntos clave de la teoría de la interpretación de Davidson para
poder llegar a exponer sus ideas en torno a la interpretación del fenómeno metafórico.
Según Davidson, el significado de los enunciados, en general, está determinado
por la estructura de las oraciones que las contienen junto con la asignación de sus
condiciones de verdad necesarias, en tanto que su uso viene dado en una conexión entre
33
el significado de los enunciados y el contexto específico en el que éstos son proferidos,
es decir, de la situación comunicativa.
Las ideas de Davidson se caracterizan, en primer lugar, por el hecho de que todo
oyente elabora una teoría interpretativa, como sugiere Nava, “integrada por reglas y
principios semánticos, para interpretar los enunciados que escucha […] y que le
permiten a cada oyente asignar valores de verdad a los enunciados de acuerdo a su
correspondencia con los estados de las cosas del mundo” (25). En su consecuencia más
inmediata, la regla de esta interpretación involucra al oyente de manera directa con el
deber de la interpretación. Para que exista la comunicación entre hablantes, éstos
necesariamente deben compartir un lenguaje, un “código previo” y un conjunto de
convenciones propias de la cultura.
Davidson descubrió que el problema de darle significado a una proferencia
requiere de fijar al mismo tiempo los deseos y creencias en la situación inmediata de los
hablantes (Quintanilla 115), lo que, en otras palabras quiere decir, el inmiscuir en el
significado de una proferencia el aspecto emocional y psicológico de los que intervienen
en la situación comunicativa. Así, el significado se conforma de los estados mentales
cognitivos que una expresión que, tomada en primera instancia en su sentido literal,
produce en condiciones ordinarias en una comunidad de hablantes puestos bajo un
contexto de comunicación. El proceso de significación, entonces, solo sucede donde
existe una interpretación, misma que solo puede darse donde hay hablantes e intérpretes.
Aclarados los aspectos fundamentales de la teoría general interpretativa de
Donald Davidson, su teoría de la metáfora puede ser comprendida bajo los mismos
parámetros acerca de la necesidad de considerar para ella la condición de sus hablantes
e intérpretes puestos bajo un contexto comunicativo. No obstante, la interpretación no
siempre deduce el valor de verdad de una expresión a partir de su correspondencia
34
referencial, puesto que no todas las expresiones que usamos de forma habitual son de
contenido proposicional. En efecto, las metáforas son un caso muy peculiar del uso del
lenguaje, partiendo del hecho de que tomar su sentido literal para corresponderle a algo
en el mundo es imposible. Davidson no pasa por alto este hecho y asegura que “en la
vida existen experiencias no reducibles a ser un contenido proposicional, y una de las
funciones de la metáfora es ser ocasión de tales experiencias” (246). La metáfora es un
recurso legítimo no solo en la literatura sino también en la ciencia, la filosofía y el
derecho (246). Las experiencias lingüísticas no pueden ser siempre proposicionales y el
hecho es que las condiciones de verdad de las oraciones literales se asignan tan solo a
los casos comunes y no a las situaciones especiales, tales como la metáfora (Quintanilla
124).
La tradición analítica llegó mediante la “convención T” de Alfred Tarski al caso
más extremo de examen de las condiciones de verdad para cualquier expresión que
pueda ser trasformada a un metalenguaje lógico, es decir, a un lenguaje formal. El
ejemplo clásico, desarrollado por el mismo Tarski, se articula así: “La nieve es blanca”
si, y sólo si, la nieve es blanca. En otras palabras El enunciado “T” es verdadero si, y
sólo sí, T corresponde a un conjunto de hechos del mundo. Solo se puede asignar
condiciones lógicas de verdad a oraciones a pesar de su contexto comunicacional,
incluso a pesar de toda intención comunicativa. Lo único importante a considerar para
dicha evaluación de la verdad de una expresión es su correspondencia lógica sobre sí
misma y para con su correspondencia referencial con los hechos del mundo.
El modelo que desarrolla Davidson para evaluar los valores de verdad de una
proferencia es influenciado por la convención ‘T’, y se expresa de la siguiente manera:
“El enunciado e es verdadero (bajo las condiciones temporales de t y para el hablante h)
si, y sólo si, p; (en donde p es cualquier certeza ajena al lenguaje al que pertenece e que
35
haga que h asienta a e)” (Nava 24).
Con respecto a la metáfora, Davidson asegura que ninguna teoría del significado
metafórico, secundario o escondido, o que tenga que ver con el desarrollo de una
“verdad metafórica”, puede ayudar a explicar cómo funciona la metáfora (257). Sobre
esto, a diferencia de la teoría clásica de la metáfora, que reserva su estudio para el
campo de la semántica, Davidson aclara que, en su teoría, “la metáfora pertenece
exclusivamente al dominio del uso” (256).
Su tesis es la siguiente: No existe en la metáfora ningún otro significado aparte
del significado literal. Así, para Davidson, no hay ninguna diferencia real entre una
oración literal y una metáfora. Si existe una diferencia, esta debe radicar en las
condiciones de su uso, y nada más. Y aún entonces, como afirma Quintanilla, “el
significado literal de las palabras se mantiene estable incluso cuando el hablante cambie
su propósito al usarlas” (118).
A pesar de lo radical e inusual que esta idea parezca en primera instancia, según
Davidson, la verdad de una afirmación metafórica seguirá siendo la verdad literal de lo
que el hablante quiso decir y “esto no está en contra del carácter abierto de la metáfora”
(Fermandois 77). Pues no se niega que exista algo como una real “verdad metafórica”,
sino que es negarlo respecto a las oraciones (Davidson 255). Siguiendo este punto,
sobre a lo que en su significado literal respecta, de la metáfora “no hay nada que
parafrasear” (Davidson 246). El significado de una metáfora es lo que ésta significa en
su más hermético sentido literal, sin importar qué tanto se pueda decir u opinar sobre
ella. Sobre el parafraseo de la metáfora, dice Davidson: “Sostengo que el carácter
inconcluso de lo que llamamos ‘el parafraseo de la metáfora’ brota del hecho de que
pretende explicitar lo que la metáfora nos hace ver, y en esto no hay ningún término
36
claro” (Davidson 263). En su teoría de la interpretación, se dirá lo mismo sobre
cualquier otro uso del lenguaje.
Elementos específicos y distintivos de la teoría de Davidson
Habiendo aclarado que una metáfora no es de naturaleza proposicional, vale
preguntarse “¿Qué es, entonces, una metáfora?” Davidson afirma que es una oración
literal, a veces falsa, a veces verdadera, bella o confusa, que tiene la característica de
inspirar en el intérprete ciertas emociones, sentimientos, sensaciones o cierto grado de
conciencia respecto a determinadas cosas del mundo, acerca de su interlocutor o de ella
misma, mostrando y sugiriendo comparaciones conseguidas a partir de analogías. Los
efectos que una metáfora puede originar son interminables y ya que estos posibles
efectos son en potencia infinitos, no existen, ni pueden existir, reglas para explicar cómo
funciona una metáfora dentro de una teoría en sentido estricto.
Se ha dicho ya que lo que distingue a la metáfora de cualquier otra expresión
literal no es su significado, sino su uso. En esto coincide Davidson para con la aserción,
la insinuación, la mentira, la promesa o la crítica (257). Y ya que el ámbito donde
debemos buscar el funcionamiento de las metáforas está en el uso, se implica que entra
en directa conexión con el contexto de proferencia y, de manera más precisa, “en lo que
promueven en el intérprete” (Nava 21). Para Davidson “[…] los oyentes interpretan las
proferencias que escuchan suponiendo que son literales, y sólo si advierten que éstas
son flagrantemente falsas, entonces proceden a verlas como metáforas” (Nava 30). En
consecuencia, la determinación del significado de toda proferencia metafórica depende
en esencia de la capacidad del intérprete para captar los elementos únicos de cada
contexto, y que denoten algo falso en su sentido literal pero no en su sentido
comunicacional. Dentro del accionar de la interpretación se distinguen dos niveles; a
saber, en primer lugar el intérprete debe preguntarse qué significan en su sentido usual
37
las palabras usadas por el hablante y, en segundo lugar, qué es lo que el hablante desea
dar a entender al utilizarlas.
Advierte Davidson que si las oraciones usadas de manera metafórica tuvieran un
significado secundario, además del literal, habría dos posibilidades, las cuales implican
que o bien aquellos significados metafóricos serían parafraseables en significados
literales, con lo cual no tendríamos significado metafórico en absoluto sino solo
significado literal expresado de una manera extensa y ampliada, o bien todo lo contrario
y los significados metafóricos nos serían parafraseables en significados literales. Pero si
así fuera, no hay entonces ninguna razón para decir que ahí hay significado en sí mismo.
Puede entonces entenderse que lo que rechaza Davidson es la tesis aristotélica que dicta
que el significado metafórico surge en la transferencia y extensión del significado
literal. La idea de Davidson es que se puede extender cuanto quiera el significado literal
de una expresión, pero siempre resultará en el significado literal.
La metáfora es algo que se obtiene a partir del empleo imaginativo de las
palabras y las oraciones, pero que “depende por completo de los significados literales de
esas palabras y, por lo tanto, de los significados ordinarios de las oraciones que ellas
abarcan” (Davidson 246). A esta idea le sigue el hecho de que Davidson niega que la
metáfora haga su trabajo a través de un significado cognitivo específico (260), pero que
nos hace ver una cosa como otra haciendo algún enunciado literal que “inspira o
impulsa la percepción” (262).
Lo que procura evitar de sobremanera la teoría de Davidson es la trivialización
de la noción de significado. Por ello dice del parafraseo que resulta trivial, “porque todo
es como todo” (Davidson 253). De nuevo vuelve al principio que asevera que no hay
relevancia en el “significado metafórico”, que, por definición, queda abierto a lo
interminable. Dice Davidson que “los significados metafóricos no explican la metáfora.
38
La metáfora los explica a ellos” (247), y esto, tan solo es posible sólo si se parte de la
comprensión de su significado literal. Afirmar lo contrario sería, según Davidson,
“como explicar que una píldora nos hace dormir diciendo que es por su poder
dormitivo” (247).
Ninguna ayuda brinda el supuesto de los significados metafóricos o figurativos,
o de tipos especiales de verdad poética o metafórica. Lo que sí sostiene la
interpretación, en cambio, es el “prestarle atención a lo que nos ocurre cuando la
escuchamos” (Nava 27) y explicar ese efecto producido. Esto, empero, no es
equivalente a la paráfrasis. La paráfrasis “consiste en llamar la atención sobre la belleza,
la adecuación y el poder oculto que se encuentra en una metáfora” (Nava 33). La
diferencia entre la interpretación de lo literal y de lo metafórico es la de encontrar en el
acto un uso de unidades lingüísticas fuera de lo ordinario, descubriendo el propósito y
de manera eventual generando el significado de la proferencia a partir de lo que ésta
evoca.
La interpretación de una metáfora es un acto de creatividad, y la creatividad no
consiste en seguir reglas, sino, como sugiere Quintanilla, postularlas (122). Las
metáforas producen lo que el lenguaje literal no puede producir, y es justo en este punto
en el que adquieren valor legítimo en su uso.
Relevancia filosófica y conclusión
El tratamiento que de la metáfora aplica la filosofía analítica es ya, de manera legítima,
independiente de la teoría semántica de Aristóteles, misma que continuaron después de
éste los lingüistas y los estudiosos de la retórica. Tan sólo por este preámbulo, el
enriquecimiento de la teoría de la metáfora desde la filosofía es inmenso, pues ha
abierto la discusión de una forma jamás vista a lo largo de la historia del pensamiento
occidental.
39
Se puede concluir en que cada contexto de proferencia de una metáfora es único,
y en esa medida, ningún conjunto de reglas finitas puede abarcar los posibles contextos
dentro de una solo teoría. Bien hace Davidson en limitar su teoría a ser un cimiento para
la interpretación y no una hermética definición de la calidad metafórica ni de su
significado más allá de lo que se puede decir de las palabras en su sentido literal. Así es
como toda argumentación analítica de la metáfora puede hallar ya una suficiencia
teórica donde poder suponer un progreso en la interpretación literal de metáforas.
La comunicación es un el proceso en el que el hablante interpreta a su
interlocutor proyectando su propia racionalidad en él (Quintanilla 116) y por tal razón la
comunicación no puede ser pensada sin el valor esencial de su propio carácter, que es su
cualidad actitudinal. Sin ésta resulta insostenible iniciar una interpretación, y son, en
efecto, las metáforas el caso paradigmático de oraciones ampliamente interpretables. En
todo caso, para que la metáfora produzca los efectos que produce, y pueda ser
interpretada, el intérprete tiene que primero entender las palabras en el sentido literal.
La metáfora es una invitación a proseguir un juego que inicia el que propone la
metáfora (de Bustos 5). Y cobra sentido si la buena metáfora no solo reproduce las
intenciones del proferente, sino que completa el proceso de la creación del significado,
en tanto se encuentra en directa proporción con la posibilidad de notables efectos e
iluminación que pueda provocar en los intérpretes.
Davidson propone que en la metáfora como proceso basado en la analogía:
“‘Ver cómo’ no es ‘ver qué’” (262), abriendo aún mucho más su ya potencial
interminable efecto en la interpretación y marcando una distancia plena entre su teoría y
la teoría semántica, en la que son las mismas características de eseidad de las cosas las
que son nombradas. De esta forma, por ejemplo, la expresión “La arquitectura es
música congelada” nada nos dice de verdadero en su sentido literal, y queda claro que
40
no se cree aquello, sino que es en la descripción de las sensaciones, emociones o
intuiciones que produce en los intérpretes, donde sí. No se cree que la arquitectura es
música congelada, pero sí que la arquitectura provoca una sensación de como si así lo
fuera. La descripción de esta sensación puede ser tan extensa como se quiera, pero no
cambiará el significado literal de la frase.
En fin, dentro de esta teoría también se reconoce que la metáfora muere al
convertirse en oración literal. Pero no pierde aun así su importancia, pues, como sugiere
Quine, “la muerte de la metáfora es el crecimiento del lenguaje” (128).
41
Capítulo 3: La metáfora en la obra de Paul
Ricoeur
Breve exposición de la teoría hermenéutica
La hermenéutica es la teoría filosófica acerca de la interpretación de textos. En
un comienzo, se la comprendía de manera exclusiva como la interpretación y exégesis,
de la escritura sagrada y el Nuevo Testamento. Se fundó como una teoría de la
comprensión humana sobre los textos a finales del siglo XVIII, gracias a la obra del
teólogo alemán Friedrich Schleiermacher, mismo que influyó de manera importante a
Wilhelm Dilthey, quien sería el precursor del método hermenéutico en las décadas
finales del siglo XIX. En la década de 1940, gracias a la filosofía desarrollada por
Hans-Georg Gadamer, con respecto a su cualidad de ‘método’, la hermenéutica se
expresa como la universalidad del fenómeno interpretativo de un texto desde la
historicidad concreta y personal, es decir, a una interpretación históricamente situada.
La hermenéutica se desarrolla a causa de la complejidad del lenguaje, que,
debido a su posibilidad de ser interpretado en distintos contextos, conduce a
conclusiones diferentes, e incluso opuestas, en lo que respecta al significado de un texto
dado. De esta forma, se puede afirmar que la hermenéutica intenta descifrar el
significado detrás de las palabras. La hermenéutica se refiere, pues, a un método
particular de interpretación.
Paul Ricoeur propone, en cambio, una “hermenéutica de la distancia", la cual
sugiere que para que surja la interpretación es necesaria la distancia entre el emisor y el
receptor. De esta teoría hermenéutica surge una propuesta cuyo eje fundamental es el
texto, y que es, “todo discurso fijado por la escritura” (Ricoeur 203). Esta teoría se
cimenta en el hecho de que el discurso sufre, una vez emitido, una extracción de la
42
intención del autor y cobra independencia con respecto a él. El discurso, que es el texto
escrito, ahora se encuentra desligado del emisor, y es una obra en la que el lector se
introduce al recibirla. De esta forma, la hermenéutica busca estudiar el problema de la
“apropiación del texto”, que, en otras palabras, es la aplicación del significado del texto
a la vida del lector. La reelaboración o paráfrasis del texto recibido por parte del lector
es uno de los principios más importantes de la teoría de Paul Ricoeur, pues en ella se
encuentra expresada la comprensión del texto.
Característica principal del pensamiento de Ricoeur es su actitud afirmativa
frente al negativismo de algunos filósofos existencialistas (Melero 69). Su propósito es,
bajo la presión de lo negativo, de las experiencias de negación de todo sentido, el
“reconquistar una noción del ser que sea acto más que forma, afirmación viva, potencia
de existir y de hacer existir” (Lafuente 220). Ricoeur es influenciado por la
fenomenología de Husserl, y sobre todo por las ideas de Scheller, Heidegger, Jaspers y
Merleau-Ponty (Melero 69). La fenomenología es la que le abre el camino a Ricoeur
hacia el “‘sentido’ que la hermenéutica conquista mediante la pertenencia y la distancia”
(Melero 70). De la fenomenología toma el método y la perspectiva general, la cual es
“la búsqueda de del sentido de la realidad a partir de la subjetividad inserta en el mundo
de la vida” (Lafuente 220).
La concepción de la hermenéutica de Paul Ricoeur gira en torno a la cuestión de
la relación entre denominación y predicación, cuestión que se plantea en directa
relación con el problema de la imaginación y la creatividad humanas (Lafuente 222),
siendo éste tema antropológico de gran interés para el filósofo francés.
Dentro de su teoría, Ricoeur fija el campo hermenéutico poniendo como unidad
lingüística básica a la palabra, misma que adquiere sentido en la frase, a la que le sigue
de la agrupación de frases en el texto, el cual desemboca en un relato o narración. Sobre
43
la teoría hermenéutica de Paul Ricoeur, afirma Rubio: “La acción de interpretar es la
acción misma del texto sobre sí” (102). En su accionar, la tarea de la hermenéutica es
doble, pues propone Ricoeur que “[…] reconstruye la dinámica interna del texto y
restituye la capacidad de la obra para proyectarse al exterior mediante la representación
de un mundo habitable” (Ricoeur 205).
Como la más realizada unidad lingüística, un texto es, dice Ricoeur “[…] por
una parte, una expansión de la primera unidad del significado actual, de la frase o
instancia discursiva. Por otra parte, es el que aporta un principio de organización
transfrásica del que se beneficia el acto de narrar en todas sus formas” (Ricoeur 191).
Así como el texto brinda el conocer un evento de discursividad, también da forma a un
estilo y al carácter único de sí mismo.
La obra de Ricoeur, en su fin más práctico, busca hallarle sentido a la vida
humana. Esto tampoco le es ajeno a su teoría hermenéutica, donde, al finalizar el
proceso interpretativo, justo después, se persigue la “hermenéutica del sujeto”, la cual,
según Rubio, “tiene que primero pasar por la interpretación del lenguaje humano” (53).
El discurso no es estático, la vida tampoco. “El discurso se lee, la vida, se vive”
(Lafuente 221). Es innegable que para Ricoeur el lenguaje y la vida son inseparables.
De esta forma, un acontecimiento en la vida no es solo una incidencia necesaria para la
interpretación, sino un verdadero “componente narrativo” (Ricoeur 192).
En lo que a la teoría hermenéutica de Paul Ricoeur con respecto a la metáfora se
plantea es que, siguiendo los principios fenomenológicos de Edmund Husserl,” toda
metáfora es de y sobre algo” (Asensi 270) y que la metáfora, como una verdad esencial
del lenguaje, “dice una verdad esencial sobre el ser, sobre el mundo” (Asensi 265).
Prosigue a este último aspecto el hecho de que el lenguaje cumple su función metafórica
siempre que desplaza la atención de la referencia hacia el mensaje mismo (Ricoeur
44
199), el cual yace detrás de las palabras, visible tan solo en la interpretación. Así marca
Ricoeur su distanciamiento con la teoría semántica de la metáfora, misma a la que él
denomina como una “dictadura de la palabra” (Asensi 266). Sobre ella afirma,
marcando su propia delimitación filosófica en el campo de la relevancia de la metáfora
que: “si la metáfora es un término sustituido […] la metáfora solo tiene un valor
ornamental y decorativo” (Asensi 259). En resumen, este postulado niega que la teoría
semántica pueda explicar el significado de las metáforas, pues tan solo recurren a ella
como un tropo literario y no como un problema interpretativo.
Fundamentos de la teoría de Ricoeur
La palabra, como unidad semántica, para Ricoeur carece de importancia, pues
“el discurso está sobre la palabra” (114). Lo que Ricoeur prima en su análisis, entonces,
es el significado de la obra y no el de sus partes. Es el lector del texto quien refigura lo
figurado, lo objetivado en la obra, de modo que se establece una dialéctica entre mundo
del texto y mundo del propio lector; dialéctica que tiene por fin la comprensión de sí
mismo, a la búsqueda de una identidad que es, en definitiva, narrativa y, por tanto,
dinámica (Lafuente 223).
Siguiendo esta idea, si la metáfora se produce a nivel de la frase y del enunciado
metafórico, más no de las palabras que la conforman, su fenómeno definitorio ya no es
propiamente la desviación o sustitución del sentido literal de las palabras por otro
figurado o trasferido, sino la función misma de la predicación a nivel de frase o
enunciado. Se puede asegurar que en su teoría, como propone Moratalla: “Estudiar la
metáfora como frase se entiende como el estudiar un fenómeno de predicación” (9) y
que la operación metafórica tan solo requiere el funcionamiento básico de la frase, a
saber, la predicación (Ricoeur 196). Dicha operación metafórica es de naturaleza
tensional, no como mera sustitución del significado de la palabra, sino como
45
movimiento engendrado entre lo metafórico, que está detrás de las palabras, y lo no-
metafórico, que es el mero valor semántico de éstas, “[…] siendo así un puro
acontecimiento de redescubrimiento de la realidad” (Asensi 266), hallando aquello que
está escondido más allá del significado literal del enunciado metafórico. Según Ricoeur,
es la semejanza la que crea la dinámica de la tensión (272). Entre la interpretación literal
y metafórica se crea un nuevo sentido en su contraposición. Junto a esto, cabe
mencionar que en contraste con la teoría aristotélica, “en la metáfora se desplaza y se
amplía el sentido de la palabra” (Ricoeur 11), y no sólo se lo transfiere. Hay, entonces,
metáfora debido a que percibimos, a través de la nueva pertinencia semántica, que es la
ampliación del sentido de las palabras, la resistencia de las mismas a su uso habitual y,
por consiguiente, también su incompatibilidad en el nivel de la interpretación literal de
la frase, haciendo necesario el identificar un significado secundario: uno metafórico.
Vale añadir a este fundamento de su teoría, que es claro que el momento constitutivo de
la referencia poética del significado secundario es la suspensión de su uso ordinario del
lenguaje, es decir, de su literalidad.
La finalidad de la hermenéutica es comprender, y según Ricoeur, comprender es
“comprenderse ante el texto” (260). En lo que a la metáfora refiere, esta comprensión se
manifiesta en la capacidad de parafrasear un enunciado metafórico. Según Ricoeur, el
que se pueda parafrasear la metáfora no significa que se pueda agotar su sentido. Aquí,
afirma, “radica precisamente la diferencia entre una metáfora muerta y una viva: en que
la paráfrasis de la segunda es inagotable” (256). La verdad metafórica se debate, entre
tanto, por la tensión entre lo mismo y lo otro (Moratalla 14), siendo lo otro el
significado metafórico obtenido desde un enunciado literal. La tensión semántica da
como resultado una innovación semántica, que, como dice Moratalla, “está constituida
por el trabajo de la imaginación (12).
46
Elementos específicos y distintivos de la teoría de Ricoeur
Como ya se anticipó, la teoría hermenéutica de la metáfora de Ricoeur funciona
a partir de la frase, lo que quiere decir, de la predicación; de igual manera, se propone
un significado secundario o metafórico distinto al significado literal y se afirma después
que el trabajo interpretativo tiene que darse a partir de la paráfrasis del enunciado
metafórico.
En esta teoría, la metáfora no es más que un cambio contextual del significado
primario llevado a cabo mediante el discurso. Éste tiene lugar como acontecimiento y
cuenta como un elemento de significación en el proceso interpretativo. Dice Ricoeur
sobre este punto que “el enunciado metafórico, mediante la acción contextual, crea
ciertamente un acontecimiento significativo” (Rubio 105).
En cuanto a la metáfora como enunciado semántico, lo que la define como tal es,
en palabras de Rubio “la tensión entre dos interpretaciones: la literal y la metafórica a
nivel mínimo de la frase, creando un nuevo significado, una innovación semántica”
(Rubio 59). La innovación semántica es el fruto de la tensión entre el significado literal
y el metafórico dentro de la frase. Dicha innovación comunica un nuevo sentido y una
nueva verdad de algo en el mundo; cosa sobre la que, a falta de una palabra usual, se ha
proferido la metáfora para poder originar una verdad en el mundo en que se vive por el
lenguaje. Comprender esta innovación, tras el proceso interpretativo, es rehacer la
operación discursiva que comporta la innovación semántica (Ricoeur 198), lo cual
significa, en otras palabras, el parafrasear el enunciado metafórico. La paráfrasis
comunica algo nuevo y en ella se manifiesta la innovación semántica. Si la metáfora no
comunica algo nuevo, o bien funciona tan solo como expresión literal y deja de existir
como metáfora viva, o bien se reduce a un simple adorno del discurso” (Rubio 62). Para
Ricoeur, todo esfuerzo interpretativo de un enunciado metafórico, en cuanto no nos
47
presenta algo nuevo, deja de ser relevante y de funcionar como verdadera producto de la
tensión de significados.
Distingue también a la teoría hermenéutica de Ricoeur el principio de que: “Es
mejor decir que la metáfora es la que crea la semejanza, y no que la metáfora enuncia
una semejanza que ya existía antes” (124). De nuevo, en forma de crítica a la teoría
aristotélica, Ricoeur sugiere que la metáfora funciona porque crea algo nuevo, y no tan
solo porque le da un nombre, o denominación semántica, a algo que ya existía pero que
carecía de él.
Por otra parte, concuerda Ricoeur con Aristóteles en que “lo que le da
metaforicidad a una metáfora es su carácter icónico, sensibilizador” (Rubio 73). Si
Aristóteles afirma que la metáfora “pone algo ante los ojos”, Ricoeur asegura que lo que
nos enseña la metáfora, en realidad, es a ver como si (Rubio 59). Distingue, pues, a
ambas teorías el hecho de que para el Estagirita, aquello que es puesto ante los ojos ya
existía antes y que, por actividad del genio y la creatividad, ahora puede ser nombrado;
mientras que para el filósofo francés, la metáfora como enunciado, ante la visión de lo
semejante, produce una visión metafórica que no es directa ni nominativa, sino que
sugiere que “el ver metafórico es un ver cómo” (310), siguiéndole a esto la
consecuencia de que el referente del enunciado metafórico es el ser-como de la cosa
(207).
Ricoeur tiene una auténtica preocupación por sustentar su teoría sobre ejes que
le permitan ser evaluada bajo parámetros válidos de verdad. Desde su enfoque
hermenéutico, en la metáfora se distinguen ya un enunciado metafórico, un significado
metafórico y una referencia metafórica. No obstante, hay un paso complejo y de
estrictos requerimientos teóricos hacia el desarrollo de una versión hermenéutica de la
verdad metafórica.
48
Sobre ella anticipa Ricoeur que, en líneas generales, “la verdad metafórica
concierne a la aplicación de predicados o de propiedades a algo, y que constituye una
especie de transferencia” (312). De esta forma, se aprecia que si es verdad que el
sentido literal y metafórico se distinguen entre ellos y se articulan en una interpretación,
de igual forma es en una interpretación, gracias a la suspensión de la denotación usual
del significado literal, se libera otra de segundo rango, que es la denotación metafórica.
Así, de la verdad metafórica se puede decir que ya no cuenta con una “función
referencial, sino una función significante” (Rubio 65). La verdad metafórica responde
ya no a la correspondencia del enunciado literal, sino a la correspondencia para con su
denotación metafórica, entendida como transferencia predicativa visible en la
virtuosidad de la paráfrasis producida por la interpretación.
A este proceder realizado para descubrir la verdad de la metáfora no se lo puede
suspender en el terreno de la teoría semántica ni en la teoría de correspondencia de
unidades lingüísticas. Ricoeur, en cambio, con fines propios y didácticos, elabora un
“modelo” de verdad metafórica, entendiendo él al “modelo” como “un instrumento
heurístico que intenta romper por medio de la ficción una interpretación inadecuada y
abrir camino a una más apropiada” (323). Dicho modelo, como cualquier otro, establece
reglas que avalen lo que por él se demuestra o no. En el modelo hermenéutico propuesto
por Ricoeur para evaluar la verdad de la metáfora, las reglas no son de correspondencia,
sino de “re-descripción” (326). Estas reglas, antes que ser lógicas, referenciales y
rigurosas, son más bien “de carácter secundario, semiótico, originadas a partir del
primer sentido” (Ricoeur 198). De tal forma como el significado de una expresión literal
viene dado por el valor semántico de cada una de las unidades que lo conforman,
proviniendo de ahí también su verdad referencial, el sentido metafórico es “un valor
creado por el contexto” (Ricoeur 256), y la verdad metafórica viene dada de la re-
49
descripción del segundo sentido metafórico expuesto en la paráfrasis.
De la paráfrasis, para Ricoeur, afirma Moratalla que “es infinita y no agota el
sentido” (11). Esta relevante conclusión acerca de la propuesta hermenéutica de Ricoeur
se ve respaldada por la afirmación de que “explicar más es comprender mejor” (Ricoeur
198) y transforma a su aporte en suma medida original e interesante para la
consideración valorativa hermenéutica del problema filosófico que la metáfora
representa para los filósofos interesados en los fenómenos de interpretación.
Relevancia filosófica y conclusión
El problema más grande al que intenta darle respuesta Paul Ricoeur en su teoría
hermenéutica es, sin duda alguna, como sugiere Melero, el del significado
antropológico de los fenómenos de innovación semántica (72). Son, pues, relevantes, ya
que implican una visión narrativa de la vida que se articula gracias al lenguaje, y que, de
acuerdo a necesidades, fuerzas internas o a una sensibilidad consumada, son
comunicadas, expuestas y contadas a otros, mismos que, al recibirlas y participar de un
proceso de comunicación que invita a la interpretación, descifran el mundo del
proferente recibiendo a la par el descubrimiento propio por su develamiento del mundo-
de-la-vida.
Se puede proponer como el elemento más filosóficamente relevante de la teoría de
la metáfora de Ricoeur el de mostrar que la metáfora descubre nuevas dimensiones de la
realidad, y sobre todo de la vida humana (Ricoeur 332). Se trata así de recobrar,
mediante la interpretación, el mundo mismo. En conclusión, la metáfora deja de tener
tan solo una cualidad ornamental y decorativa, y adquiere entonces auténtica relevancia
en el discurso filosófico debido a que integra en ella un valor emocional innegable e
individual a través del cual se dice algo nuevo de la realidad.
50
Conclusiones
La metáfora como un tema filosófico
Se han presentado tres enfoques filosóficos distintos que tratan a la metáfora
marcando una distinción entre éstas y el tratamiento usual de la misma, que es más bien
literario y retórico. Coinciden las tres en apuntar que la metáfora es un fenómeno
lingüístico que no puede ser tan solo explicado como un tropo, y que en realidad la
metáfora, como propone O`Rourke, “nos muestra vivamente la relación entre
conocimiento y realidad” (6). Claro está que, en el discurso filosófico, para que
adquiera relevancia, la metáfora debe estar viva, pues solo así ésta satisface el análisis
posterior de su efecto. Una metáfora es un momento destacado del lenguaje, y si está
muerta no es ya sino una expresión ordinaria más.
Se ha dicho también que la metáfora siempre procede de la observación de
semejanzas, manifiestas tras un proceso analógico y consumado en la proferencia.
Gana, pues, la metáfora relevancia filosófica ante el hecho de que, por ello, “se ha
vuelto un componente central en la argumentación general sobre la inferencia y los
razonamientos analógicos” (de Bustos 9).
A la concepción filosófica de la metáfora se le debe también el descubrimiento
teórico de lo lleno que está el lenguaje de expresiones metafóricas y de lo que esto
significa para la teoría de los significados. Se usan metáforas en la vida cotidiana todo el
tiempo. Muchas son ya expresiones literales de uso común, lo que denota la muerte de
la metáfora, mas acentúa la razón innegable de que en un momento, estando viva la
metáfora, conformó un hecho del mundo y que, por ello, reveló una verdad de él.
Afirma George Lakoff, uno de los filósofos que más ha estudiado el fenómeno
lingüístico de la metáfora en torno a su papel en los procesos heurísticos de los seres
humanos, sobre este aspecto de las metáforas que:
51
“Si alguien dice ‘La suerte está en nuestra contra’ no se le considera que está
hablando metafóricamente, sino tan solo usando un lenguaje ordinario apropiado
para la situación. Sin embargo, la manera de hablar, concebir e incluso
experimentar la situación está estructurada metafóricamente” (100).
Es, en verdad, inescapable la relevancia práctica de este hecho para los filósofos
del lenguaje, pues denota que los enunciados metafóricos no sólo cuentan con la
posibilidad de ser estudiados como casos aislados y entre los cuales se podría formular
una teoría específica, sino que las situaciones lingüísticas que incluyen metáforas
también pueden ser en esencia metafóricas, dejando la posibilidad abierta para una
comprensión metafórica de contextos. Hoy, entonces, la metáfora representa un desafío
que va más allá de la semántica y que exige un campo de estudio más amplio e incluso
multidisciplinario. Su relevancia es hoy mayor que nunca en el discurso filosófico.
En torno a la cuestión de la verdad metafórica, que es el eje principal de los
desacuerdos entre los filósofos expuestos en este trabajo, afirma Fermandois, el
problema es si hay, o no, otros tipos de verdad (101). Establecer un panorama en el que
la discusión teórica sobre esto sea posible, es también uno de los puntos más altos hacia
los que la metáfora le abre una oportunidad a una de las preguntas más importantes de la
filosofía: “¿Qué es la verdad?”.
El discurso, el uso y la interpretación
En Aristóteles vemos que la metáfora halla su lugar en el amplio espectro de la
retórica debido a su carácter ornamental y que denota genialidad, al trasferir
significados de una cosa a otra. Para Aristóteles no está bien usar a la metáfora en otro
campo, como es el caso de en las definiciones. De todas formas, el poder de las
expresiones metafóricas, según él, viene de su carácter sensible e imaginativo. Su poder
es el poder de enseñar. Por tal razón, la conclusión del Estagirita, como sugiere
52
Newman, es que “la metáfora, en la medida que logra poner algo ante los ojos, se nos
hace presente” (58). En otras palabras, nos enseña algo a la par de que nos lo nombra.
Pero el uso de la metáfora, en su núcleo, no puede ser normado, y esto
demuestra que existe un campo más amplio en el que la metáfora actúa. Observar esto
permite entender que en realidad, como postula Lakoff, “ninguna metáfora se puede
entender, ni siquiera representar, adecuadamente independientemente de su fundamento
en la experiencia” (56). Usada como es, la metáfora debe tener un propósito no
reducible siempre a la retórica.
Señala Davidson que en la vida existen experiencias no reducibles a ser un
contenido proposicional, es decir, a ser evaluable desde la correspondencia de sus
unidades lingüísticas y al que le pueda corresponder el predicado: “es verdad”. Una de
las funciones de la metáfora es ser ocasión de tales experiencias, por lo que, en lo que
respecta a su uso más allá del campo de la retórica, se puede afirmar que es un uso
legítimo y que merece ser tomado como un relevante aspecto filosófico del actuar del
lenguaje.
Para Paul Ricoeur, el problema es la implicación antropológica de los
fenómenos de innovación semántica, tales como la metáfora. Para él es, pues,
importante resolver las consecuencias humanas que éstas tienen en la vida y en la
interpretación de la misma bajo un carácter narrativo. “Comprenderse es comprenderse
ante el texto” dice, Ricoeur (205), lo que involucra el recibir de él las condiciones de un
sí mismo distinto al yo que comienza a leer. Entonces, la interpretación es una vivencia,
un acto dentro del mundo en el que se habita y sobre el cual, gracias a su develamiento
desde el texto, se muestra una verdad esencial del lenguaje, que equivale a una verdad
esencial sobre el ser y sobre la realidad.
53
Aproximación conceptual a la metáfora
En el discurso filosófico son muy importantes las definiciones, y es notable que,
como desde la visión aristotélica, siguiendo a O’Rourke, “si queremos evitar
argumentar con metáforas, claramente tenemos que evitar definir con metáforas” (19).
Es difícil definir a la metáfora, y prueba de ello es que el mismo Aristóteles requirió
metáforas para hacerlo. Se puede, no obstante, marcar puntos clave sobre esta
necesidad. En primer lugar, como dice Ricoeur, “no hay metáfora viva en el
diccionario” (148). Lo que sin duda vincula a las características de la metáfora es que es
un procedimiento próximo a la inducción (Gambra 60). De igual importancia es el
destacar que la metáfora no es, por definición, un nombre propio, y que mejor dicho es,
como afirma Davidson un “‘ver cómo’ y no un ‘ver qué’” (262).
En fin, las definiciones de la metáfora dirigen la investigación hacia la
comprensión de que el lenguaje metafórico es una consecuencia, o como argumenta
Nubiola, “un reflejo” (83), de la capacidad humana de pensar metafóricamente, que es,
en efecto, nuestra manera más común de pensar.
Conclusión general
Este trabajo procura, ante todo, exponer el valor filosófico de las metáfora, mas,
como anticipa O'Rourke: “Intentar llevar a cabo a un examen profundo de la metáfora
sería nada menos que intentar llevar a cabo una investigación del origen del pensamiento
mismo” (6). La empresa de explicar todo aspecto posible de la capacidad del lenguaje
para ser usado de forma metafórica jamás terminaría, pues la creatividad misma no tiene
fin y es en potencia impredecible y siempre nueva.
Se puede concluir, no obstante, en que “las metáforas como expresiones lingüísticas
son posibles, precisamente, porque son metáforas en el sistema conceptual de una
persona” (Lakoff 42). Es la manera de pensar de los seres humanos la que origina la
54
metáfora en primer lugar. Esto marca una línea evidente que divide los lados hacia
dónde se separan lo que es posible hallar o no en la articulación filosófica de los efectos
de la metáfora, y lo que no. Así, estudiar el fenómeno de la metáfora no es nada menos
que estudiar la naturaleza del pensamiento mismo. Para ejemplificar este concluyente
hecho, Lakoff dice:
“Los conceptos metafóricos pueden extenderse más allá del rango de las formas
literales ordinarias de pensar y hablar, hasta el rango de lo que se denomina
pensamiento o lenguaje figurativo, poético, colorista, o imaginativo. Así, si las
ideas son objetos, podemos vestirlas con ropas caprichosas, jugar con ellas,
alinearlas de una manera agradable y ordenada, etc. Por consiguiente, cuando
decimos que un concepto está estructurado por una metáfora, queremos decir
que está parcialmente estructurado y que puede ser extendido de ciertas maneras
pero no de otras” (Lakoff 49).
Los enfoques que han sido expuestos en este trabajo han sido todos esclarecidos
bajo límites autoimpuestos que han demostrado ser seguros para el desarrollo de una
teoría. Se ha demostrado que a la metáfora es posible pensarla en la retórica y la poesía,
para Aristóteles; en el uso, para Davidson; y en la interpretación como vivencia, en
Ricoeur. Por sobre todo esto, un punto en común, articulado por Ricoeur, es el de
proponer que la metáfora viva es una ventana abierta al enigma de la creatividad
humana (197).
¿Qué significa, entonces, que se puedan proferir metáforas como “el lenguaje es
un caballo de Troya por medio del cual el universo entra en nuestra mente”? En
resumen, lo que se puede decir es que esta metáfora pone algo ante los ojos, que se
interpreta a partir del significado literal de las palabras que la conforman, que incluye
un contexto que exige un conocimiento compartido previo, y que muestra un hecho del
55
mundo del que se puede aprovechar si se lo interpreta bajo un ambiente metafórico.
Que sea o no verdadera es un problema teórico y fáctico demasiado complejo, y lo
cierto es que la habilidad creativa escapa a toda regla. De todas formas, es una verdad
que la muerte de la metáfora representa el crecimiento del lenguaje ordinario, y que a
través de las metáforas nuevos hechos del mundo y la vida son descubiertos, descritos y
denominados. En consecuencia de esto, en conclusión, si se acepta la premisa
trascendental de Ludwig Wittgenstein que afirma que: “Los límites de mi lenguaje son
los límites de mi mundo”, es posible terminar este ensayo diciendo que las metáforas,
en suma, hacen más grande nuestro mundo.
56
Referencias bibliográficas:
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Asensi, Manuel. "La Metáfora En Paul Ricoeur: Un Debate Entre Hermenéutica Y
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