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Selección y prólogo de Laura Solórzano y Raúl Bañuelos

l corazónEde la madera

y el vientoPoemas en torno a los árboles

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l corazónEde la madera

y el vientoPoemas en torno a los árboles

Selección y prólogo de Laura Solórzano y Raúl Bañuelos

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Ricardo Villanueva LomelíRectoría General

Héctor Raúl Solís GadeaVicerrectoría Ejecutiva

Guillermo Arturo Gómez MataSecretaría General

Carlos Iván Moreno ArellanoCoordinación General Académica

Patricia Rosas ChávezDirección de Letras para Volar

Sayri Karp MitasteinDirección de la Editorial

Primera edición, 2020

Directores de la colecciónHugo Gutiérrez Vega †Lucinda de Gutiérrez Vega †

Coordinador de la colecciónJorge Alfonso Souza Jauffred

Selección y prólogoLaura Solórzano y Raúl Bañuelos

D.R. © 2020, Universidad de Guadalajara

José Bonifacio Andrada 2679Colonia Lomas de Guevara44657, Guadalajara, Jalisco

www.editorial.udg.mx01 800 UDG LIBRO

Pendiente de 2020

ISBN en trámite

Se prohíbe la reproducción, el registro o

la transmisión parcial o total de esta obra

por cualquier sistema de recuperación de

información, existente o por existir, sin el

permiso previo por escrito del titular de los

derechos correspondientes.

Impreso y hecho en México

Printed and made in Mexico

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Estimado lector:

A casi una década de su creación, el Programa Uni-versitario de Fomento a la Lectura Letras para Volar, se ha consolidado como una iniciativa de responsa-bilidad social de gran alcance. Este Programa atiende un problema social que se encuentra en la base de la educación y realiza acciones no sólo para el desarrollo de habilidades como leer y escribir en el ámbito uni-versitario, sino que también promueve el placer por la lectura y el acceso a los libros.

Sabemos que existe una correlación positiva en-tre la cantidad de libros que se poseen y el desem-peño académico; sin embargo, en México sólo una de cada cuatro personas tiene más de 25 libros en su hogar (Conaculta, 2016). Por eso, la Universidad de Guadalajara se ha empeñado en aportar tirajes masi-vos para hacer accesible la lectura, así como desarro-llar una serie de actividades que promuevan el gusto por ésta.

Las colecciones literarias de: narrativa, Cami-nante Fernando del Paso; de poesía, Hugo Gutiérrez Vega; y de ensayo, Fernando Carlos Vevia Romero,

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expresan un mensaje que la Universidad de Guada-lajara quiere transmitir a toda la ciudadanía: leer es importante, leer es placentero, leer es transforma-dor, leer es posible.

¡Que ningún universitario se quede sin leer!

Ricardo Villanueva Lomelí Rector General

Universidad de Guadalajara

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Índice

17 Pablo Antonio Cuadra La ceiba

20 William Carlos Williams Joven sicomoro

22 Wislawa Szymborska El manzano

23 Walt Whitman Vi en el Louisiana crecer una encina

24 Antonio Machado Los olivos

27 Claudio Rodríguez III

29 Tu Fu El sauce

30 Artur Lundkvist El álamo

31 W.S. Merwin Las palmas

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33 Octavio Paz La higuera religiosa

36 William Blake A la sombra de un mirto

37 Petrus Brovka La hoja del roble

39 Odiseas Elitis El granado loco

41 José Coronel Urtecho A un roble tarde florecido

42 Sakutaro Hagiwara Bambú

43 Jorge Orendáin Ciprés

44 Juan Domingo Argüelles Ceiba

45 Nicolás Guillén Palma sola

47 Leopoldo Lugones La palmera

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49 Denise Levertov Debajo del árbol

51 José Emilio Pacheco Canción del sauce

52 Ángel Ma. Garibay K. El ahuehuete

53 Lucian Blaga El roble

55 Gerardo Diego El ciprés de Silos

56 Ou Yang Hsiu Ciruelos verde jade en primavera

57 Vicente Aleixandre El álamo

59 Evaristo Ribera Chevremont Los eucaliptos

60 Alberto Blanco Canción de diciembre

61 Robert Herrick El sauce

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62 Carlos Pellicer Cedro y caoba

66 Miguel Hernández Huerto-mío

69 Salvador Díaz Mirón A una araucaria

71 Friedrich Hölderlin Los robles

73 Kostes Palamás El olivo

74 Luis Rogelio Nogueras A una palma

75 Po Chu Yi El bambú en la ventana de Li Ts´e Yun

76 Luis Cernuda El chopo

77 Jaime García Terrés Cuando miro el pirul

79 Rosario Castellanos Una palmera

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80 Lêdo Ivo El naranjal

81 Rainer Maria Rilke Almendros en flor

82 Anónimo vietnamita El maravilloso reflorecimiento de los albaricoqueros

86 Françoise Roy Oremus al serbal

87 Óscar Hahn Almendros

88 Anna Ajmátova El sauce

89 Roberto Fernández Retamar La ceiba y el dorado viento

91 Ernesto Flores El laurel

92 Stephane D’Amour El pino blanco

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93 Francisco González León Mis almendros

95 Antonio Parrón Camacho La encina

96 Tulio Mora Para sepultar a un membrillo

97 Eugenio Montale Los limones

99 Bibliografía

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Prólogo

La idea de este libro empezó a tomar forma hace más de dos décadas. Encontramos poemas de distintos au-tores que tocaban el tema del árbol, que dedicaban un poema a él. Con el paso de tiempo y el favor del azar, fuimos encontrando nuevos textos. Poco a poco iba aumentando la colección de poemas que aportaban una nueva visión: un árbol nuevo. Cuando el cuerpo del conjunto creció, fuimos dándonos cuenta de que algunos hablaban sobre el conjunto de árboles, sobre el bosque. Otros, del concepto general de árbol, aquel que los incluye a todos. En otros, se retrataba la especie en particular; y, finalmente, observamos que algunos trataban sobre la esencia espiritual del reino vegetal. De esta manera fuimos estableciendo un orden específico y agrupándolos en este sentido.

Cuando tuvimos de cerca la posibilidad de publi-car un libro, empezamos a trabajar con mayor rigor en la búsqueda de poetas imprescindibles de todos los tiempos que hubieran dejado su retrato particular del tema. Finalmente, este libro completo se publicó en la Universidad de Guadalajara, en 2010, con el título de El corazón de la madera y el viento. En el caso de esta edición, publicamos sólo la primera parte de ese libro, que trata sobre la especie, y son aquellos poemas que

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retratan a un árbol en específico perteneciente a una especie en particular.

Creemos que la experiencia artística aporta una forma de ver y de conocer el mundo. El descubrimien-to que surge a partir de la intuición, la observación y la sensibilidad constituye una forma de conocer y es este conocimiento el que nos interesa. La manera en que la subjetividad del poeta se pone en juego para acercar-nos al objeto de su observación y de su afecto, da lugar al poema. En el bosque de nuestros sentidos, el árbol está claramente de pie. Surge delineado a partir de las múltiples voces que evocan su ser, su forma, su belleza, su drama, su vida y sus múltiples simbolismos. “La poe-sía busca revelar la esencia cósmica de las cosas”, escri-be el poeta italiano Giuseppe Ungaretti.

Según el filósofo alemán Friedrich Schelling, el “arte es el único objeto que encierra, casi sólo él, los más altos objetos de nuestra admiración”. Gran par-te de esa admiración proviene de que el asunto parti-cular del arte no se da aislado de los otros elementos constituyentes de la llamada realidad. El arte expone y deja ver las vinculaciones profundas de una cosa con las otras. Así, un sencillo (y complejo a la vez) árbol puede ser resaltado en su relación con la vida entera y la necesidad de su existencia como pieza fundamental del todo universal.

“Allí donde nace este Árbol es el centro del mundo”, escribe el poeta nicaragüense Pablo Antonio Cuadra.

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“Lo que tú ves desde su copa es lo que tu corazón anhe-la”. Nosotros, los autores de este arbolario, creemos en lo que dice el poema de Cuadra. Y arrimamos hacia ese centro nuestra propia naturaleza imantada. Intuimos —a partir de algunas certidumbres— que su energía y belleza había frutecido en el verbo de abundantes poe-tas de aquí o de acullá, de la antigüedad y de —como diría Germán Valdés “Tin-Tán”, prestidigitador y mago de la pantalla y el canto— “El momento actual de aho-rita mismo”.

Dice José Emilio Pacheco: “El que se dobla sin quebrarse, el sauce / cobra la forma que le dicta el aire”. ¿Qué mejor manera de fabular sin moraleja el sentido universal del ritmo, de sumarse al ritmo del universo desde los aires hasta la piel profunda del cosmos? “No obstante transcurra la eternidad (…) tú continúas”, le dice Lêdo Ivo a su naranjal. Y ya entrados en gastos intemporales, Rainer Maria Rilke nombra a los almen-dros en flor: “en vuestro efímero ornato, sois portado-res de un sentido eterno”. Lo que suma a su afirmación: “todo árbol es numinoso”.

El carácter simbólico del “Granado loco” de Odi-seas Elitis queda planteado cuando pregunta: “decid-me/ es el granado loco que lucha con las nubes del mundo”. La inmensa capacidad poética de Octavio Paz configura de una pincelada una higuera religiosa: “Su copa: / el cráneo mondo, la astas rotas del venado”. En la gramática de la existencia, para el sueco Arthur

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Lundkvist, el álamo es un “Esbelto y hermético signo de exclamación”, que vincula nuestra lectura de signos en la geografía gramatical del universo. Para Walt Whit-man, “una ramita, con cierto número de hojas” de una encina es un curioso símbolo del “amor viril”. En Anda-lucía, los olivos aparecen en la gracia y el poder de An-tonio Machado, desde su hermosura en el paisaje hasta el don frutal de sus “olivos morados”. Y su fin de aceite bueno: “Olivar, por cien caminos, / tus olivitas irán / caminando a cien molinos”.

Un alto deseo en los propósitos de este libro es que la transfiguración efectuada por el verbo poético, se transfiera a la vida cotidiana y que los árboles brillen en una luz bendita y se dejen ver en lo numinoso de su ser (según decía Rilke) para que sean admirados en su majestad y poderío.

Esperamos que este conjunto de textos permita al lector comprender la fuerza, la belleza y la importancia de los árboles, que los poetas han logrado plasmar en el transcurso de los años, gracias a su escritura.

Laura SolórzanoRaúl Bañuelos

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Pablo Antonio Cuadra (Nicaragua, 1912-2002)

La ceiba

Cuando vinieron nuestros progenitores—e viniéronse porque en aquella tierratenían amos, a quien servían,e los tractaban mal—subieron al gran árbol el día en que abre sus frutosy soplaron sus semillas aéreas para trazar la ruta del éxodo.Y unas semillas tomaron la ruta de las aves que se nutren

[de gusanosy otras las de los pájaros chicos que vuelan en solidaridades

[y se alimentan de granos y otras tomaron la ruta de los buitres y quebrantahuesos que viven de la carroña y desde su altura sólo ven la muertey otras tomaron la ruta de las águilas y cóndores, la más alta, la que sólo es cruzada por las mariposas y por los pen-

[samientos de los pensadores.

Este es el árbol de la contradicción. Este es Vahonché que cita Landa y «que quiere decir

[palo enhiesto de gran virtud contra los demonios». Este es el árbol gigante que Gómara vio y quince hombres

[cogidos de las manos no podían abarcarlo.

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Este es el árbol de los Trévedes que cuenta Oviedo más alto que la torre de San Román de la ciudad de Toledo. Y es el que cuenta Núñez de la Vega que tienen los[moradores de esta tierra en todas las plazas de sus pueblosy debajo de ellos hacen sus cabildosy los sahúman con braceros porque tienen por asentadoque de las raíces de la Ceiba les viene su linaje.

Yo he recordado su sombra antigua recorriendo esta ciudad en ruinas. En la Calle Candelaria donde estaba mi casa—hablo de la vieja casa donde yo nací—ya no queda piedra sobre piedra. Y la luna ese cuervo blanco diciendo ¡Nunca más!

Yo he recordado su antigua sombra aquí donde no [hay amor suficiente

para levantar estas piedras. «¡Sal de ellas, pueblo mío!» Un techo nuevo cubra tus exilios. Un maderoextienda sus ramas. He aquí lo que estaba dicho en el libro de los profetas de Chumayel: «Se alzará Yaax-Imixché, la Verde Ceiba, en el centro

[de la provinciacomo señal y memoria del aniquilamiento».

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Allí donde nace este Árbol es el centro del mundo. Lo que tú ves desde su copa es lo que tu corazón anhela.

Este es el árbol, que amorosamente sienta tu infancia [en sus rodillas.

Con el algodón liviano y sedoso de su fruto tu pueblo [fabricó sus almohadas

donde recicla su descanso y elabora sus sueños.

Si suben a este árbol, la serpiente se hace pájaroy la palabra: canto.

Esta es la Madre Ceiba en cuyo tronco hinchado tu [pueblo veneró la preñez y la fertilidad.

De su madera blanca y fácil de labrar tu pueblo construyó[una embarcación de una sola pieza

y esa embarcación es su cuna cuando inicia su ruta y es [su féretro cuando llega a puerto.

De ese árbol aprendió el hombre la misericordia y la arquitectura,la dádiva y el orden.

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William Carlos Williams(Estados Unidos 1883-1963)

Joven sicomoro

¿Sabes?este árbol joven cuyo tronco redondo y firmeentre el mojado

pavimento y la coladera(donde el aguagotea) se alzacorpóreo

en el airecon un impulsoondulante a la mitad –y luego

se divide y mengua disparandonuevas ramas hacia todas partes –

se cuelga capullosse adelgaza

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hasta reducirse a dos

ramasexcéntricamente anudadasque se doblancomo cuernos superiores

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Wislawa Szymborska(Polonia, 1923-2012)

El manzano

En el edén de mayo, bajo un bello manzanoque revienta de flores como risas,

bajo el que no sabe qué es bueno y qué es malo,bajo el conmovedor, que ante eso se encoge de ramas,

bajo el de ninguno, aunque alguien diga es mío, bajo el que no le pesa nada más que el presentir la fruta,

bajo el que no le importa qué año, qué país,qué clase de planeta, a dónde gira,

bajo ese tan otro, tan poco cercanoque ni me da consuelo ni me causa espanto,

bajo el indiferente, pase lo que pase, bajo el que tiembla de paciencia con sus hojas,

bajo el inconcebible, como si lo soñara, o como si todo fuera un sueño, menos él, demasiado comprensible y vanidosamente:

quiero quedarme un poco, no regresar a casa. Volver a casa quieren sólo los presos.

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Walt Whitman (Estados Unidos 1819-1892)

Vi en el Louisiana crecer una encina

Yo vi una encina que crecía en el Louisiana,Estaba sola y de sus ramas colgaba el musgo, Sin un compañero se erguía ahí prodigando felices hojas

[de un verde oscuro, Y su aspecto rudo, inflexible, animoso, hizo que yo pensara

[en mí, Pero me asombró que fuera capaz de prodigar hojas

[felices, sola, sin un amigo cerca; yo no podría hacer lo mismo, Y arranqué una ramita con cierto número de hojas y

[con ellas entretejí un poco de musgo, Y me la llevé y le di un lugar en mi cuarto, No la preciso para recordar a mis queridos amigos,(Porque creo que últimamente casi no pienso en otra

[cosa),Pero es curioso símbolo para mí, me hace pensar en

[el amor viril, A pesar de ello y aunque la encina sigue resplandeciendo en Louisiana, sola en su llanura,Prodigando felices hojas toda su vida, sin un amigo ni

[un amante,Yo no podría hacer lo mismo.

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Antonio Machado(España, 1875-1939)

Los olivos

I

¡Viejos olivos sedientosbajo el claro sol del día,olivares polvorientosdel campo de Andalucía!¡El campo andaluz, peinadopor el sol canicular, de loma en loma rayadode olivar y de olivar!¡Son las tierras soleadas,anchas lomas, lueñes sierrasde olivares recamadas!Mil senderos. Con sus machos, abrumados de capachos,van gañanes y arrieros!

¡De la vida del caminoa la puerta, soplan vinotrabucaires mandoleros!¡Olivares y olivaresde loma en loma prendidos

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cual bordados alamares!¡Olivares coloridosde una tarde anaranjada;olivares rebruñidosbajo la luna argentada!¡Olivares centelladosen las tardes cenicientas, bajo los cielos preñadosde tormentas!...Olivares, Dios os délos enerosde aguaceros,los agostos de agua al pie;los vientos primaverales, vuestras flores racimadas; y las lluvias otoñales,vuestros olivos morados. Olivar, por cien caminos,tus olivitas iráncaminando a cien molinos.Ya darán trabajo en las alqueríasa gañanes y braceros¡oh buenas frentes sombríasbajo los anchos sombreros!¡Olivar y olivareros, bosque y raza, campo y plazade los fieles al terruño

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y al arado y al molino,de los que muestran puñoal destino, los benditos libradores,los bandidos caballeros, los señoresdevotos y matuteros!...¡Ciudades y caseríosen la margen de los ríos,en los pliegues de la sierra!¡Venga Dios a los hogaresy a las almas de esta tierrade olivares y olivares!

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Claudio Rodríguez (España, 1934-1999)

III

La encina, que conserva más un rayode sol que todo un mes de primavera, no siente lo espontáneo de su sombra, la sencillez del crecimiento; apenassi conoce el terreno en que ha brotado.Con ese viento que en sus ramas dejalo que no tiene música, imaginapara sus sueños una gran maceta. Y con qué rapidez se identifica con el paisaje, con el alma enterade su frondosidad y de mí mismo.Llegaría hasta el cielo si no fueraporque aún su sazón es la del árbol.Días habrá en que llegue. Escucha mientras el ruido de los vuelos de las aves: el tenue del pardillo, el de ala plena de la avutarda, vigilante y claro.Así estoy yo. Qué encina, de maderamás oscura quizá que la del roble, levanta mi alegría tan intensaunos momentos antes del crepúsculo y tan doblada ahora. Como avena

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que se siembra a voleo y que no importaque caiga aquí o allí si cae en tierra, va el contenido ardor del pensamientofiltrándose en las cosas, entreabriéndolas, para dejar su resplandor y luegodarle una nueva claridad a ellas. Y es cierto, pues la encina, ¿qué sabríade la muerte sin mí? ¿Y acaso es ciertasu intimidad, su instinto, lo espontáneode su sombra más fiel que nadie? ¿Es ciertami vida así, en sus persistentes hojasa medio descifrar la primavera?

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Tu Fu(China, 712-770 d.C.)

El sauce

El sauce de mi vecino mueve sus Frágiles ramas con la gracia de una Muchacha de quince años.Yo estoy triste porque esta mañana el Vendaval ha roto su rama más larga.

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Artur Lundkvist(Suecia, 1906-1991)

El álamo

Al álamo le gusta su familia. A solas pierde su identidad, su delgadez flexible;danzante en el corro, nunca está inmóvilsiempre tiene unas hojas que quieren jugar con el viento, es una fuente que reluce,árbol lleno de peces, árbol musical que sigue a arcos invisibles, cuchicheo acuático, compañero de los ríos, delata pozos y venas de agua—hasta las escondidas bajo las baldosas—, refresca las fachadas salpicando las piedras,visitante y extranjeronunca es un árbol común y corriente,para el sacrificio del otoñodeja caer las hojas como moneda ensangrentada, es una escoba de ramas secas contra la porcelana del cielo, a solas es siempre él mismo, esbelto y hermético,¡signo de exclamación!

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W.S. Merwin (Estados Unidos, 1927-2019)

Las palmas

Cada una está sola en el mundo y en algunas las floresson de un solo sexo

se yerguen como si no tuvieran secretosy una por una las flores emergen de las vainasal airedonde están las otras floressucede en silencio excepto el vientocon frecuencia sucede en el oscurola tierra con el sonido del agua a cuestas

la mayoría de las flores son pequeñas y verdes de díay sólo unas cuantas tienen aromapero más tarde los frutos se vuelven bellosy sus retoños lo mismosi se ven que si no

muchos de los frutos no son mayores que un guisantepero algunos son como cerebros de mármol negroy algunos tienen más de una semilla en su interioralgunos están llenos de leche de diversos saboresy en varios hay una escritura

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muy anterior al hablay los retoños se parecen entre sícon la misma inclinación familiarcuando jóvenes a la sombradonde sus colores se vuelven más profundosy el mismo gusto familiar por el aguay el calory cada familia trata con el viento a su maneray con el agua y con el sol

algunas hojas son cristales otras son estrellas algunas son arcos otras son puentes y otras más son manos en un mundo sin manos

saben de las demás antes que nada desde ellas mismasa algunas les gusta la piedra caliza y unas cuantasse aferran a los altos acantilados y aprenden del aguaque salpica del agua que cae y del viento

mucho más tarde el elefanteaprenderá de ellas los músculos aprenderán de sus sombraslos oídos comenzarán a escuchar en ellasel sonido del aguay las cabezas flotarán como negras cáscaras de nuezen un océano sin medir sin subir y sin caer

hasta mantenerse erguidas y ser nombradas para el mar

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Octavio Paz (México, 1914-1998)

La higuera religiosa

El viento los ladrones de los frutos(monos, pájaros)entre las ramas de un gran árbolesparcen las semillas. Verde y sonora, la inmensa copa desbordantedonde beben los soleses una entraña aérea. Las semillasse abren, la planta se afincaen el vacío, hila su vértigoy en él se erige y se mece y propaga.Años y años cae en línea recta. Su caída es el salto del agua congelada en el salto: tiempo petrificado.

Anda a tientas, lanza largas raíces,

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varas sinuosas, entrelazadoschorros negros, clavapilares, cava húmedas galeríasdonde el eco se enciende y apaga, cobriza vibración resuelta en la quietudde un sol carbonizado cada día.Brazos, cuerdas, anillos, marañade mástiles y cables, encallado velero. Trepan, se enroscan las raíceserrantes. Es una maleza de manos. No buscan tierra: buscan un cuerpo, tejen un abrazo. El árboles un emparedado vivo. Su troncotarda cien años en pudrirse. Su copa: el cráneo mondo, las astas rotas del venado.

Bajo un manto de hojas coriáceas, ondulación que canta

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del rosa al ocre al verde,en sí misma anudada dos mil años, la higuera se arrastra, se levanta, se estrangula.

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William Blake(Inglaterra, 1757-1827)

A la sombra de un mirto

(Primera versión)

¿Por qué ligarme a ti, encantador mirto mío?El amor, el libre amor, no puede atarsea un árbol cualquiera que en el suelo crece.

Ah, cuán enfermo y agotadobajo mi mirto yazgo. Soy como el estiércol extendidobajo el mirto que me tiene preso.

A menudo mi mirto en vano ha suspiradocontemplando mi pesada cadena;a menudo mi padre nos vio suspirarriendo por nuestra simpleza.

De modo que le asesté un buen golpe y su sangremanchó las raíces de mi mirto. Pero la juventud ha pasadoy canas llevo en la cabeza.

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Petrus Brovka(Bielorrusia, 1951-1980)

La hoja del roble

No tengo miedoante el mal tiempo rabioso;puedo resistir una nevasca. Por la vida me agarrode una hoja de roble.

Entre las sombras otoñalesarde, como una llama de cobre de la neblina helada...lo sacuden los vientos y los fríospero él sólo respondesonando.

Si por el invierno juega el torbellino de la nievey rabioso el frío le enseña los colmillos, cubre, como si fuera la palma de la mano, a esta ramadonde crece la hoja.

Sólo en un día clarode primavera

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cuando todo alrededor se embelesauna verde hoja nuevasuavemente caeen la tierra.

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Odiseas Elitis(Creta, 1911-1996)

El granado loco

En estos patios blancos en que el viento del sur soplaSilbando en las arcadas de las bóvedas, decidme es el

[granado locoQue palpita en la luz diseminando su fructífera risaCon percusiones y murmullos de viento, decidme es

[el granadoLoco que tiembla con follajes nacidos con el albaAbriendo arriba todos los colores con un escalofrío de

[triunfo?

Cuando en los campos en que despiertan desnudas las [muchachas

Siegan los tréboles con sus manos rubiasRecorriendo los bordes de sus sueños, decidme es el

[granado locoQue coloca las luces confiado en sus canastas verdesQue con trino desborda sus nombres, decidmeEs el granado loco que lucha con las nubes del mundo?

En el día que de celos se reviste con siete clases de plumasCiñendo al sol eterno con millares de prismasCegadores, decidme es el granado locoQue agarra en su carrera una crin con cien golpes de látigo

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Nunca afligido ni jamás gruñón, decidme es el granado [loco

Que grita la esperanza nueva que despunta?

Decidme, es el granado loco que saluda a lo lejos A un mar preñado de más de mil navíosDe olas que a millares van y vienen en playas sin fraganciasAgitando un pañuelo de hojas de llama refrescanteDecidme es el granado locoQue hace crujir las velas en el límpido éter?

En lo más alto con el racimo glauco que se enciende y celebra su fiesta Arrogante, rebosante de riesgos, decidme es el granado

[locoQue hace estallar en luz las tempestades del demonioQue alarga cuando puede el cuello del día azafranado Bellamente bordado con canciones esparcidas en él, decidme es el granado locoQue las sedas del día apresuradamente desabrocha?

En las enaguas del primero de abril y en las cigarras de [la Virgen de agosto

Decidme, éste que juega, y que se irrita, el que seduce, Sacudiendo de la amenaza sus malas tinieblas negrasEn el regazo del sol vertiendo pájaros que embriagan Decidme éste que abre las alas en el pecho de las cosas En el sueño de nuestros sueños profundos, es el granado

[loco?

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José Coronel Urtecho(Nicaragua, 1906-1994)

A un roble tarde florecido

Un desmedrado roble sin verdor que seco ayer a todos parecía, hijo del páramo y de la sequía, próxima víctima del leñador,

que era como una niña sin amorque en su esterilidad se consumía, con la lluvia de anoche —¡oh qué alegría!—ha amanecido esta mañana en flor.

Yo me he quedado un poco sorprendidoal contemplar en el roble floridotanta ternura de la primavera

que roba en los jardines de la aurora, esas flores de nácar con que enfloralos brazos muertos del que nada espera.

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Sakutaro Hagiwara(Japón, 1886-1942)

Bambú

De la tierra brota rígidoagudo y verdepenetrando el invierno congelado.En la quietud del albasus verdes lanzas brillanderramando lágrimas derramando lágrimas.Sobre los hombros del que vaga penandose extienden como una niebla las ramas del bambúde la tierra aguda y verde.

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Jorge Orendáin(México, 1967)

Ciprés

El ciprés no recibe pájarospero les señala la ruta de aireque su vuelo necesita.

Su lenguaje es vertical;su fruto, la quietud.

El ciprés sólo recibe la mirada del mundoy algunas semillas de agua.

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Juan Domingo Argüelles (México, 1958)

Ceiba

A Cocoen Villahermosa

Recortada en el cieloque aquí es mary es eterno

como una llamarada emerge sobre el río la ceiba de Tabasco

desnuda, pura, incólume

magno coral a orillas del Grijalva,

explosión silenciosa ante un vuelo de pájaros.

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Nicolás Guillén (Cuba, 1902-1990)

Palma sola

La palma que está en el pationació sola;creció sin que yo la viera;creció sola; bajo la luna y el solvive sola.

Con su largo cuerpo fijo, palma sola, sola en el patio sellado,

siempre sola, guardián del atardecersueña sola.

La palma sola soñando palma sola, que va libre por el viento, libre y sola, suelta de raíz y tierra, suelta y sola, cazadora de las nubes,

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palma sola, palma sola, palma.

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Leopoldo Lugones (Argentina, 1874-1938)

La palmera

Al llegar la hora esperadaen que de amarla me muera, que dejen una palmera sobre mi tumba plantada.

Así, cuando todo calle, en el olvido disuelto,recordará el tronco esbeltola elegancia de su talle.

En la copa, que su altezadoble con melancolía,se abatirá la sombríadulzura de su cabeza.

Entregará con ternurala flor, al viento sonoro,el mismo reguero de oro que dejaba su hermosura.

Y sobre el páramo yerto, parecerá que su aroma

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la planta florida tomapara aliviar al desierto.

Y que con deleite blando, hasta el nómade versátil va en la dulzura del dátilsus dedos de ámbar besando.

Como un suspiro al pasar, palpitando entre las hojas, murmurará mis congojasla brisa crepuscular.

Y mi recuerdo ha de ser, en su angustia sin reposo, el pájaro misteriosoque vuelve al anochecer.

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Denise Levertov (Estados Unidos, 1923-1997)

Debajo del árbol

Debajo del naranjo—no un naranjo especial singular, sino tan sólo uno entre la oscura multitud. Reclínateallí, con una jarra de vino de piedray el sentimiento de otro sueño que la concentraciónpodría apresar—pero no importa—

y el sentimiento de polvo en la yerba, de floresinfinitesimales, de grietas en la tierra

y vida urgenteque allí transita, hormigas, y seres transparentesalados que viajan en su intensidadde hoja en hoja,

bajo un modesto naranjoni más bajo ni más alto

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ni de hoja más oscurani más benéfico en su brillo

que la oscura mayoríaque relumbra en sendas innumerablesy el campesino cuenta, perotú no — reclínate

y bebe el vino — la piedrahabrá de conservarlo frío — con el sentimientode la vida todavía por vivir — descansa, descansa,la yerba crece —

deja que las naranjas maduren,

deja que maduren encima de ti, tú también vives, uno entre la oscura multitud.

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José Emilio Pacheco (México, 1939-2014)

Canción del sauce

El que se dobla sin quebrarse, el sauce, cobra la forma que le dicta el airecon sílabas veloces, nunca iguales.

Música que se va, tiempo flotantea la velocidad de vida y muerte.

Resuenan en la tardehojas que se desprenden y no vuelven.

Amarga es la canción de los que parten.

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Ángel Ma. Garibay K.(México, 1892-1967)

El ahuehuete

Patriarca de los árboles, tus frondassacudidas por vientos milenariosasemejan girones de sudarioso nupciales, deshechas, blancas blondas.

¿Quién dirá los recuerdos que tú escondas?¿Quién los archivos hallará en tus variosenormes troncos? ¿Quién en los santuariospenetrará de tus raíces hondas?

Tú guardas el silencio de los siglos,de mil razas repiten el lenguajey, año tras año, inconmovible avanzas.

Fingen tus ramas lúgubres vestigios,mas tu florido trémulo follajees un pulmón cuajado de esperanzas.

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Lucian Blaga(Transilvania, 1895-1961)

El roble

En la clara distancia siento desde el pecho de una [torre

cómo suena el corazón de una campana, y en los dulces sonidosse me antoja que gotas del silencio y no de sangreson las que corren por mis venas.

¿Por qué, oh roble, en el umbral de la selva, cuando a tu sombra me acojoy me acarician tus trémulas hojas, por qué me vence con alas frágilestanta paz?

Imposible saberlo. Tal vez con tu troncomuy pronto han de hacer mi ataúd. Y es quizá el silencio que me esperadentro de mi ataúd el que ahora siento.Gotea en mi alma desde tus hojasy mudoescucho crecer en tu tronco el ataúd.

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Mi ataúdcreciendo en ti a cada instante que pasa, oh roble en el umbral de la selva…

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Gerardo Diego(España, 1896-1987)

El ciprés de Silos

Enhiesto surtidor de sombra y sueñoque acongojas al cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanzadevanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño;flecha de fe, saeta de esperanza. Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi, señero, dulce, firme, qué ansiedades sentí de diluirmey ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,ejemplo de delirios verticales, mudo ciprés en el fervor de Silos.

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Ou Yang Hsiu(China, 1007-1072)

Ciruelos verde jade en primavera

La primavera llega pronto a los jardinesdel Sur, con flores danzarinas. Con la apacible brisa llegan relinchosde caballos. Las ciruelas verde-azulinas están tan grandes comohabas. Las hojas de sauce son largas y en verdad curvas como las cejas de una muchacha. A la larga luz del sol, se arremolinanmariposas. Al atardecer la neblina se adensa sobre las flores. La hierba está cubierta de rocío. Muchachascon vestidos transparentes se mecen, indolentes y lascivas, en sus hamacas. Las golondrinas en parejas, anidan bajo los pintados aleros.

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Vicente Aleixandre (España, 1898-1984)

El álamo

En el centro del puebloquedaba el árbol grande. Era una plaza mínima, pero el árbol viejísimola desbordaba entera. Las casas bajas como animales tristesa su sombra dormían. Creeríaseque a veces levantaban una cabeza, alzasen una noble mirada y viesen aquel cielo de verdorque hacía música o sueño. Todo dormía, y vigilante alzaba su grandeza el gran álamo. Diez hombres no rodearían su tronco.¡Con cuánto amor lo abrazarían midiéndolo!Pero el árbol, si fue en su origen (¿quién lo sabía ya?)una enorme ola de tierra que desde un fondo reventó, y

[quedóse, hoy es un árbol vivo. Abuelo siempre vivo del pueblo,

[augustopor edad y presencia. A su sombra yacen las casas, viven, se despiertan, se abren: salen los hombres, luchan,

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trabajan, vuelven, póstranse. Descansan.A veces vuelven y allí cobijan su postrer aliento. Bajo el árbol se acaban.

El pueblo está en la escarpa de una sierra. Arriba la Najarra. Abajo la llanura, como una sed enorme de perderse. Despeñado, colgante, quedó el pueblo agrupado bajo el

[árbol. Quizá contenido por él sobre el abismo. Y sus hombres asomanen su materia pobre desde siglos y echan sus verdes ojos, sus miradas azules, sus dorados reflejos, sus limpios ojos claros u oscurísimos, ladera abajo, hasta rodar en la llanura insomney perderse a lo lejos, hasta el confín sin límites que brilla y finge un mar, un puro mar sin bordes.

El árbol:un álamo negro, un negrillo, como allí se nombra. El álamo: «Vamos al álamo.» «Estamos en el álamo.»

[Todo es álamo.Y no hay más que álamo, que es el único cielo de estos

[hombres.

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Evaristo Ribera Chevremont(Puerto Rico, 1896-1976)

Los eucaliptos

Veo los eucaliptos que ocupan la colonia,donde reduce el trópico su bárbara violencia. Más que la luz, benéfico vapor los ilumina. Son la agradable forma de la benevolencia.

Sus ramas se estremecen, nutridas por la esenciaque el aire en el espacio profundo disemina. La tierra generosa, la tierra de excelencia, sus prodigalidades perennes origina.

¡Y qué esplendor el suyo! Celestemente buenos,los árboles de zumos y olores están llenos.Pródigos eucaliptos en la diurna flama.

Recibo su abundancia de zumos y de olores, y siéntome colmado de todos sus favores. Bajo los eucaliptos la bondad me reclama.

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Alberto Blanco (México, 1951)

Canción de diciembre

Qué voluntad de permanencia la de este viejo pirul desabrigadoque contra toda ley se sostiene de pie sobre el asfalto. Ya tieneseco el tronco pero tenaz ocupa el espacio y el tiempo, meciendola breve sombra de lo que fue alguna vez la copa sorprendente

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Robert Herrick(Inglaterra, 1591-1674)

El sauce

Del malogrado amor es preferido, el único leal entre los árboles: con él, los doloridos muchachos y doncellasque amor abandonó, vendrán a coronarse.

Cuando la rosa del amor ha muertoo se deja en olvido, las guirnaldas del sauce nos ceñirán la frente, muy cubiertas de lágrimas, como de algún rocío.

Cuando con el desdén, que es tósigo de amores, son las pobres doncellas obsequiadas, nada logran, a cambio de su pasión perdida, sino el don de tus ramas.

Y a tu cobijo fresco, cuando la luz les canse, el doncel sin amor, la enamorada niña, por la noche vendrán a derramar sus lágrimas.

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Carlos Pellicer (México, 1899-1977)

Cedro y caoba

Cedro y caoba, la tarde baja de garza en garza y ahonda al río, ligeramente, lo que se canta.

Cedro y caoba viven pareja del paraísocuya manzana mi sangre moja.

Al pie del cedro, húmedo aroma. Por su palomatorcaz y cielo, subió una ramasonoramente dodecaedro.

Franjas tardíasqueman el cielo de una caoba. Aire jilguero, y entre sus brazos, la tarde toma.

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poemas en torno a los árboles | 63

¡Ay tarde sola que desgajas cedro y caoba!

Sin que se quieravuela una garza, con tal belleza, que tal semeja que así volarapor vez primera.

Restira el cielomantas azulespara la garza que sigue al vuelo.

Tanto su tiempo la tarde extiende, que en dos azulesuno despide y el otro vuelve.

Azul en sombralucero tiene.

Azul en luces sus luces vence.

Hora del mundo que el alma toma, en soledades cedro y caoba.

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Cedro y caoba, ¡pareja sola!

En mi garganta, collar recuerdosjunta sus perlas para cerrarla.

(Si hay una queja no hay una lágrima.)

La tarde caeya entre un reguerode estrella-tardes.

De alguna heridase oye la sangre.

Tengo las manos sobre mi pecho. Cruza una garza, y el viento sale.

¿Salió de un cedro?¿De una caoba?

Viento que rozas: ¿Por qué rosales llenos de espinaspasaste ahora?No aspirarte sería

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poemas en torno a los árboles | 65

talar el bosque-cedro y caoba. Tálamo sólo—caoba y cedro—.Un rumor de silenciobrota del pecho. Y un olor de caobasbajo los cedrosabre noches fluvialeshabitadas de luces y de luceros.

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Miguel Hernández (España, 1910-1942)

Huerto-mío

Paraíso local, creación postrera, si breve de mi casa;sitiado abril, tapiada primavera, donde mi vida pasacalmándole la sed cuando le abrasa.

Yo, dios y adán, que lo cultivo y riego, por mi mano y conducto, de frescor artesiano, su sosiegorecojo, su producto, sus dádivas de miel en usufructo.

De su interior de hojas, por sorpresa, bien logré esta mañanael chorro de la luz primera y tiesade la cigarra hispana, y una breva a la bolsa luto y grana.

Adán por afición, aunque sin Eva, hojeo aquí mis horas, viendo al verde limón cómo relevade amarillo sus proras,

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poemas en torno a los árboles | 67

y al higo verde hacer obras medoras. Aquí los venenosos perejilesextreman sus caireles, parejos al azul de los astilesde los altos claveles, espigas injertadas en pinceles.

Mi carne, contra el tronco, se apodera, en la siesta del día, de la vida, del peso de la higuera¡tanto!, que se diría, al divorciarlas, que es de carne mía.

Propósitos de cánticos y avescelan las frondas, nidos. Entre las hojas brotan nubes, naves, espacios reducidos, que a ¡cuánto amor! elevan mis sentidos.

La hoja bien detallada por el celo, y el cielo por la hoja, surten de gracia y paz el aire en celo, que cuando se antojaarrecia ramas, luz de cielo afloja.

Para acallar el grito del deseo, del sitio donde yerra, el fruto chino, el árabe y guineo,

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da suicidado en tierra, creciendo en paz y madurando en guerra.

Oigo cómo se azuzan los corrales, los cantos de sus gallos. Geranios, por lo rojos, criminales, demuestran en sus tallosque son de aquellos émulos, vasallos.

El canario, en la tapia, garganteala isla de que procede:en la púa que al trino, cirinea,ayuda le concede, quiere callar el limón, pero no puede.

Aquí le doy, para que cante fino, corazón de lechuga—¡qué ensalada de alpiste, tronco y trino!Y mientras tanto arrugala frente al fruto tanta luz verduga.

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Salvador Díaz Mirón (México, 1853-1928)

A una araucaria

¡Bien hayas, himno verde, que sublimasen estrelladas y soberbias rimastriunfante numen, y a cantar animas!

En la punta prolífica y derechade tu plumada y elegante flecha,mirlo garrulador plañe una endecha.

Y abro el ala parnáside, y al crudoviento del agrio Cofre la sacudo,y con bárbara trova te saludo.

Corvas uñas, que amagan como en rabosde incógnitos a mí reptiles bravos,echas por hojas en alternos cabos.

Y si la llama del rencor me ciñecorazón y laúd, la nota riñey el verso es garra que la sangre tiñe.

¡Cuán peregrina con tus frondas nuevas!Imán y encanto a las miradas pruebas

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en las guirnaldas que a las nubes llevas.Extraño soy también, y más atraigocon prez que ostento y con baldón que raigo,y de mayor encumbramiento caigo.

A mirífica lumbre te abandonase iridiscentes lágrimas temblonasadiamantan y emperlan tus coronas.

Y ardo en estro de amor, y no hay rocíocomo el que cubre las que a Dios envíoansias de que me cure el ángel mío.

¡En ti mi nombre que grabé se mezca!¡Tal vez lo guardarás de que perezca!¡Sólo así podrá ser que dure y crezca!

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Friedrich Hölderlin (Alemania, 1770-1843)

Los robles

Salgo de los jardines y me acerco a los robles ¡hijos de las montañas!lejos de los jardines, donde la Naturalezavive doméstica y paciente, nutricia y a su vez cuidada, compañerade los hombres activos. Pero los egregios robles se alzan como un pueblo de Titanesen medio de un mundo cada vez más dócil obedeciendo sólo a sí mismosy al cielo que los nutrió y educóy a la tierra materna. Ninguno fue jamás a la escuela, domeñadora de hombres, y libres y contentos surgende fuertes raíces en múltiple tropel.Aferrarán el espacio con brazos poderososcomo a su presa el águila, arando a las nubes la amplitud serenade las altas testas asoleadas.Cada uno es un mundo; unidos por una libre alianzaconviven como dioses. Si yo pudiera tolerar la servidumbre,

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nunca envidiaría al bosque y me plegaría sin esfuerzo a la vidacomún de los hombres. Si este corazón mío que vive para el amor, dejara deencadenarme al mundo¡cuánto me gustaría ser un roble!

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Kostes Palamás (Patras, 1859-Atenas, 1943)

El olivo

Yo soy del sol el hijo más acariciadoPor muchos años el amor del Padre en este mundo me

[conserva.Y cuando caigo derribado, a Él buscan mis ojos.Soy el honrado olivo.

Donde quiera que arraigue, los frutos no me abandonan.Hasta la extrema vejez, no hallo en la labor vergüenza.Me ha bendecido el Señor, y estoy lleno de saberes.Soy el honrado olivo.

Vino a descansar Jesús, aquí, bajo mi sombra.Poco antes de la Cruz, oí su dulce voz.Y sus lágrimas, como santo rocío, fundiéronse por siempre

[a mi raíz.

Soy el honrado olivo.

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Luis Rogelio Nogueras (Cuba, 1945-1985)

A una palma

¡Ah, quién lo hubiera creído!Así que de una semillapequeña, frágil, sencilla,esta gran palma ha nacido!¡Ah, mirad cómo ha crecido!Ved, ved cómo desde el sueloalza magnífica el vuelobuscando el aire de Cuba!Dejad que esa palma subaa la conquista del cielo!

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Po Chu Yi(China, 772-846)

El bambú en la ventana de Li Ts´e Yun

No lo cortes para hacer una flauta,no lo cortes para hacer una caña de pescar.Cuando sus hojas y flores estén marchitas,aún será hermoso bajo los copos de nieve.

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Luis Cernuda(España, 1902-1963)

El chopo

Si, muerto el cuerpo, el alma que ha servidoNoblemente la vida alcanza entonces Un destino más alto, por la escala De viva perfección que a Dios le guía,Fije el sueño divino a tu alma errante Y con nueva raíz vuelva a la tierra.

Luego brote inconsciente, revestida Del tronco esbelto y gris, con ramas leves,Todas verdor alado, de algún chopo,Hijo feliz del viento y de la tierra,Libre en su mundo azul, puro tal liraDe juventud y amor, vivo sin tiempo.

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Jaime García Terrés (México, 1924-1996)

Cuando miro el pirul que llena mi ventanacada mañana o tarde como tregua en la escritura no me hablan ciertamenteaquellas finas hojas pintadas en el vientoni su tronco rígido ni sus ramas no sé por qué razón desprovistas de pájaros durante las cuatro estaciones.En estricta verdad converso sin palabrascon mi propia mirada que el árbol me devuelve desde el primer instante hueca de formas cosechables.El pirul es entonces el más lúcido espejode mis perplejidades, un testigo cuya noble mudez reconfortándome con insistencia digna del monarca de mi corto jardínilustra delicada la fatigade dos ojos impuestos a mirar muy adentro de los cuerpos,

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escalando la piel que los esconde y desnaturaliza.Por lo demás, ah, cuántobálsamo me procura lo verde circundante.

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Rosario Castellanos(México, 1925-1974)

Una palmera

Señora de los vientos,garza de la llanura,cuando te meces cantatu cintura.

Gesto de la oracióno preludio del vuelo,en tu copa se vierten uno a unolos cielos.

Desde el país oscuro de los hombreshe venido, a mirarte, de rodillas.Alta, desnuda, única.Poesía.

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Lêdo Ivo(Brasil, 1924-España, 2012)

El naranjal

Atravieso la eternidad enterapara recogerte en el naranjal,como fruta frugal, hembra acostada:alimento en la bandeja de lino.

Más allá de las terrestres estaciones,femenina sabana sonora,otras guardas, en que veo la horaen los pliegues del sol de tu axila.

No resiste la naranja de orola mano y la mirada: cambia en zumoque escurre en la garganta, haciala alquimia oculta de los intestinos.

Aunque te devoren tú continúas.Y en tus gajos y jugos renacesllevando el vergel del panoramano obstante transcurra la eternidad.

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Rainer Maria Rilke(Checoslovaquia, 1875-1926)

Almendros en flor

Almendros en flor: la única tarea que podemos realizar aquí es la de reconocernos, sin el menor resto de duda, en la manifestación de lo terrenal.Os contemplo infinitamente asombrado, dichosos en vuestra actitud; en vuestro efímero ornato sois porta-dores de un sentido eterno. Ay, quién supiera florecer como vosotros: para ése su corazón se encontraría por encima de todos los pequeños peligros, en el grande es-taría sereno.

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Anónimo vietnamita(Vietnam)

El maravilloso reflorecimiento de los albaricoqueros

Con luna y escarcha, yapasaron otoño e invierno…Ya nos anunciaron las floresde los albaricoquerosque la primavera estáen su más bello momento.Los jardines se atavíancon un frescor más que espléndido.Revuelan las mariposas,los loros cantan contentos.El señor Tran ha salidoy ve durante el paseoen todas partes las floresde los albaricoqueros.Al recordar que pasado mañana será el duodécimodía del mes, da la ordende que se haga un festejocabal en el Pabellónde la Contemplación. Viendosu esposa que está sumido

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el señor Tran en su ensueño,exclama: “¿Por qué, señor,ante el paisaje estás serio,como ausente y melancólico?”“Porque me viene el recuerdoque mañana el primer añose cumple de que está muertoel hermano Mai; las floresde los albaricoquerosme evocan nuestra amistady su estampa de hombre recto”.Pretextando festejarel nuevo florecimientomuy temprano se levantay va por ahí diciendo:“¡Oh, hermano Mai!, siente el purohomenaje de mi afectotú que te hallas resignadoen el reino de los muertos,haz que a mí vengan los pasosde tus hijos”. Y en su rezopide, mirando las flores:“Ten piedad del primogénitode Mai, si luego él pudieralograr restablecimientoque abundantes reflorezcanestos albaricoqueros”.¡Ay!, el Cielo queda mudo.

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Por la noche lluvia y vientono descansan y las florescaen y cubren el sueloy en el aire aún el perfumeflota. El sentido deshechode su vida ve y su votorechazado, y un lamentopor la muerte de su amigo,negra y mala, hay en su pecho.Y Tran decide trocarriquezas, merecimientos,por el bonete del bonzoy su rosario. Al saberlo,su esposa y su hija tratande hacerle olvidar su intento:“Las flores caen en la lluvia;así es, no sufras por ello.Piensa en su edad avanzaday en el triste sufrimientopor tu ausencia en la familia”“No digas —responde el viejo—más sandeces. No traicionomi palabra ni por ruegosni por mil taeles de oro”.La familia anda sin seso.Se arrodilla Hahn Nguyen,la hija, ante el padre, diciendo:“Te ruego, aguarda unos días,

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de nuevo a Buda y al Cielorogaremos”. “Yo no cambio—dice Tran— lo que he dispuestoa no ser que florezcanesos albaricoqueros”.Hahn Nguyen se va al jardína rezar, rezo tras rezo,una y otra vez, bien fuerte,tanto, que conmueva al Cielo.Al tercer día, Luong Ngocse halla de noche despiertoy al asomarse contemplael jardín de flores lleno.Respira alegre el perfume,jubiloso escribe versos.Toma una rama floriday ambas cosas manda el viejo.La familia, ante el milagroacude al jardín corriendo.“Tendrán vástagos ilustreslos Mai —dice Tran— es cierto”.Y renunciando a ser bonzocomo fuera su deseo,manda traer vino y frutasal Pabellón, muy contento.

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Françoise Roy(Canadá, 1960)

Oremus al serbal

I

De niña, tocada por el príncipe de las amapolas (¡Qué poco príncipe sería aquel que abortara las primicias!), el serbal que tuvo papá atrás de la casa me parecía alam-bique de cosas invisibles propias al sueño, reluz de una comarca que se borra al amanecer.

Es hermafrodita, dicen los taxónomos. Pequeño como todos los de su especie, el ejemplar se cubría, muy entrada la curandería del deshielo, de estrellas redondas, rojizas —poco maderamen, todo color—, contra lo que pozo es. Sarcófago de luces granate.

Ni ese redondel alrededor del vacío que es crecer, darse cuenta de que ningún árbol es atanor, ningún fo-llaje es ataúd de ramas delicadas guardando para una muerte menor los frutos colorados, ha podido destituir la memoria hechizada: me sigo mirando en el espejo de terciopelo donde en vez de tierra lleca en la cual echar raíces me dieran el rostro y el templo de vientos.

Testigo de sus navegaciones por inviernos y prima-veras, su pedrería guinda engastada de filigrana verduzca.

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Óscar Hahn(Chile, 1938)

Almendros

En el invierno de Iowatodos los árboles son almendros

hasta que sale el soly derrite sus pétalos de nieve

Entonces sueñan con la primaveraque cubrirá de flores sus ramas

Olvidan que detrás de los montesse esconde otro sol

que derrite las flores los árboleslos pájaros

y las cuatro estaciones

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Anna Ajmátova(Rusia, 1899-1970)

El sauce

Crecí en medio de un poblado silenciodentro de la cuna fría del naciente siglo.Las voces humanas no me tocaban.Eran las voces del viento lo que oía.Concedí mis favores a las barañas y a las yerbas malas,pero lo más preciado, para mí, fue el sauce plateado,gran compañero a través de los años,cuyas llorosas ramasavivaron con sueños mi insomnio.Increíblemente he sobrevivido:afuera sólo un tronco cercenado permanece.Ahora otros saucesrecitan bajo nuestros cieloscon voces alienadas.Y yo quedo en silencio, como si hubiera perdidoun hermano.

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Roberto Fernández Retamar(Cuba, 1930-2019)

La ceiba y el dorado viento

Yo he visto combatir con el doradoViento que baja de la tarde, a esteÁrbol, poner su lenta cabelleraAlta entre nubes, como estrellas verdes.

Las fuerzas luchadoras, en su troncoSe abrazan, se arremeten, se resuelvenEn un sólido triunfo en el crepúsculo.Asciende hacia su cima en duro viaje,Como un bramido de la tierra; enreda

Sus brazos con la línea iluminadaAmarillo frenético, violeta-Y forcejea con secreto ruido(Yo oigo su música, profunda y recia).

Una columna viva, un alto obreroColgado de la luz, tiembla en la tardeCuando la sombra lanza sus oleadasSobre este pecho vegetal.

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Las hojas hunden sus labios en el poco día,Buscan con avidez que sus perfilesSe perpetúen sobre un cielo claro.

Pero la noche cierra con sus manosEste rostro violento y estas hojas.Quedan latiendo, en el silencio heridoLos músculos azules, la frondosaCabellera, esperando la mañana.

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Ernesto Flores(México, 1930-2014)

El laurel

A Juan Rulfo

Cortaron el laurel en la plaza del pueblo.Se llevaron su sombra como la noche a cuestas.Aquello fue tirar de un monstruo encadenadocomo sueño que lucha arraigado en el silencio.Pobre hijo que llora mirando la cabeza,viejo fruto tardío, del padre cercenada,con la vieja raíz agrietando la tierrase quedaron mis ojos.Una gaviota oscura emerge de la savia:en la bruma la mano cortada aleteaen busca del abismo.Forma grave ese pulpo, rencor inextinguibleen la muerte asomado,lentamente, desnudo, cae, se esfuma en el viento.

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Stephane D’Amour(Canadá, 1961)

El pino blanco

En la orquestade la naturalezasobre el estrado más altosobre el pentagramade sus grandes ramas de equilibrioel pino blancotoca un airede suave viento.

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Francisco González León(México, 1892-1945)

Mis almendros

Tú no has visto los almendros de mi huerto.¡Cuánta flor!

En los plomos varillajes de sus ramas,se ha cuajado un arrebol.

No conocen ni el presagiode una hoja;pero así,cual crespones sonrosados,insinúan un bombónconfitado de carmín.

Los almendros de mi huerto bien sirvieranpara un cromo japonés.¡Si parecen etiquetas de Kananga!

Ven a ver.Estas tardes acrilinastienen unsugestivo testimoniocomo de ojos de mujer;

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y en un fondo de cenizasdonde hay trazas de un azul,con pericias de musmé,recamaron una faldade Madame Pompadour.

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Antonio Parrón Camacho(España, 1958)

La encina

Una tormenta derrumbó a la encinaen un pequeño valle solitario,su corazón rojizo y centenariose pudre entre la sombra y la neblina.

Revelan sus entrañas la rutinade la lluvia. Un viejo calendariode páginas resecas. Y un precariodesgarrón de madera blanquecina

es ya todo lo poco que le queda.En las noches oscuras del inviernosuena el viento en su tronco deshojado,

como un ronco gemido en la arboleda.Y en la hojarasca, un ramito tiernoheredará la clara que ha quedado.

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Tulio Mora(Perú, 1948)

Para sepultar a un membrillo

Aquí leí a Darío por primera vezbajo las flores blancas de sus escuálidas ramasque colaban al sol como las lluvias.No tenían nidos, ni pájaros, ni perrosque alzaran sus patitas sobre su nudoso tallo.Solitario como la mano que lo sembróescogió el rincón que en todo huertoes la frontera de las pérdidas heredadas.A sus espaldas no tenía sino adobesen cuyas rendijas palpitaban las gotas de rocíosobre brizadas telarañas.Muñones parecían sus nudos retorcidos,negros como la ceniza que corría por la acequia,negros como el muro que atado por los años a su cuerpose interpuso en sus afanes de expansiónpara huir de nuestras quejas.Infructuoso de guardar tantas confesionesel viento arrancaba sus hojas afelpadasque caían sobre mis libros como gritos dolorosos.Lo recuerdo así —y no como la estacacoronando los escombros de la huerta—:derrengado hasta besar el polvo, pero vivoy silencioso escuchando los versos de Darío.

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Eugenio Montale(Italia, 1896-1981)

Los limones

Escucha, los poetas laureadosse mueven solamente entre las plantasde nombres poco usados: boj ligustro o acanto.Yo amo los caminos que dan a las herbosaszanjas donde en los charcosmedio secos agarran los muchachosalguna anguila exhausta:los senderos que siguen los ribazos,bajan entre penachos de las cañasy llevan a los huertos, entre los limoneros.

Mejor si la algazara de los pájarosengullida por el azul se apaga:más claro se oye el susurrode las ramas amigas en el aire que casi no se mueve,y los sentidos de este olorque no sabe despegarse de la tierray llueve en el pecho una dulzura inquieta.Aquí de las entretenidas pasionesmilagrosamente calla la guerra,aquí también a los pobres nos tocanuestra parte de riquezay es el olor de los limones.

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Ves, en este silencio en que las cosasse abandonan y próximas perecena traicionar su último secreto,a veces uno esperadescubrir un error en la Natura,el punto muerto del mundo, el eslabón que cede,el hilo a desenredar que finalmente nos lleveal centro de una verdad.La mirada escudriña alrededor,la mente indaga acuerda desuneen el perfume que desbordacuando más languidece el día.Son los silencios en los que se veen esa sombra humana que se alejaalguna turbada Divinidad.

Pero falta la ilusión y nos devuelve el tiempoa las ciudades ruidosas donde el azul se muestrasólo a pedazos, en lo alto, entre los cimacios.La lluvia fatiga la tierra, después: se agolpael tedio del invierno sobre las casas,la luz se vuelve avara, amarga el alma.Cuando un día por un mal cerrado portalentre los árboles de un patiose nos muestra el amarillo de los limones;y el hielo del corazón se derrite,y en el pecho nos viertensus cancioneslas trompetas de oro de la solidaridad.

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La encinaAntonio Parrón Camacho, El soplo de las horas, Edito-rial Caja Rural del Sur, España, 2004.

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El corazón

de la madera y el viento

se terminó de imprimir en PENDIENTE de 2020,

en PENDIENTE, Guadalajara, Jalisco

Iliana Ávalos GonzálezCoordinación editorial

Paola Vázquez MurilloCoordinación de producción

Jorge OrendáinCuidado editorial

Maritzel AguayoDiseño y diagramación

E