segunda pantalla y efectos colaterales

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DE COMO LA SEGUNDA PANTALLA ARRUINÓ MI VIDA Es así de sencillo y contundente: La segunda pantalla acabó de un plumazo con mi matrimonio de hace ya veinte años. Resulta que ahora se quiere hacer una cosa que se llama televisión social para no sé qué cosas de que la tele sea más hiperactiva… ¿O era interactiva? o no se qué de aliarse con las redes sociales esas. Mi historia es sencilla aunque muy triste. Mi marido me puso los cuernos, pero no con otra mujer como mandan los cánones de la buena cornuda, si no con un móvil. ¡Qué vergüenza! La segunda pantalla fue llegando a nuestras vidas, al principio cautelosa y pasito a pasito. Primero tomó posiciones encima de la mesa del salón, luego se hizo fuerte en el sofá y, finalmente, se instaló definitivamente en la mano derecha de mi queridísimo esposo.

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Page 1: Segunda pantalla y efectos colaterales

DE COMO LA SEGUNDA PANTALLA ARRUINÓ MI VIDA

Es así de sencillo y contundente: La segunda pantalla acabó de un plumazo con mi matrimonio de hace ya veinte años. Resulta que ahora se quiere hacer una cosa que se llama televisión social para no sé qué cosas de que la tele sea más hiperactiva… ¿O era interactiva? o no se qué de aliarse con las redes sociales esas.

Mi historia es sencilla aunque muy triste. Mi marido me puso los cuernos, pero no con otra mujer como mandan los cánones de la buena cornuda, si no con un móvil. ¡Qué vergüenza!

La segunda pantalla fue llegando a nuestras vidas, al principio cautelosa y pasito a pasito. Primero tomó posiciones encima de la mesa del salón, luego se hizo fuerte en el sofá y, finalmente, se instaló definitivamente en la mano derecha de mi queridísimo esposo.

También se apoderó la muy fea, porque guapa que no me diga nadie que es, de nuestro tiempo, de nuestros horarios,.. ¡Pero si cenamos a las once de la noche porque de nueve a once está enganchado a una cosa que a mí me suena fatal y que debe ser algo muy malo porque vaya horas de hablar de martes de caso, de viralidad y esas cosas infecciosas! ¡ Y encima se llaman marketeros nocturnos! !Seguro que son unos golfos! ¡Que vaya horas de trabajar!

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Que se me olvidaba explicar que mi marido es comercial de toda la vida de Dios, vende coches en un concesionario desde hace ya muchos años y hace poco hizo un curso de marketing digital o no se qué de online que nos costó los ahorros de mucho tiempo y también se ha llevado por delante el matrimonio, porque desde entonces no hemos levantado cabeza.

Yo andaba ya asumiendo que mi marido se pasara el día viendo la televisión cuando estaba en casa. Ya tenía medido exactamente el tiempo que tenía para decirle algo importante, esperaba ansiosa el momento de los anuncios para contarle algo de extrema importancia como que mi mejor amiga se estaba quedando calva, o me sentaba a su lado y le cogía la mano mientras veíamos una película. Bueno… esto último sólo lo hacía cuando le tenía que pedir dinero o cuando me acordaba de aquel artículo que leí hace tiempo que decía que hay que hacer el amor por lo menos dos veces a la semana para mantener viva la llama en el matrimonio. ¡Dos veces a la semana! ¡Justo los días que echan en la tele programas con los anuncios más largos! ¡Diez minutos de publicidad! ¡Más que de sobra para mantener a la llama esa!

Estaba todo calculado; los martes y los miércoles sistemáticamente, me sentaba en el sofá junto a él, siempre procurando no mirarle a la cara ya que el pobre se queda embobaó viendo la tele y si le miro no me apetece nada ni tocarle el hombro, sobre todo si se estaba quedando dormido y le empezaba a salir la babilla al pobre. Pues bien, a mí me gustaba el juego: Yo me siento a tu lado un minuto antes de que llegue el bloque publicitario, tú te haces el despistado como que no sabes que va a pasar, yo te pongo la mano derecha en tu la pierna izquierda, tú me la coges y sin más preámbulos los dos sabemos lo que hay que hacer. Tenemos diez minutos. Tú miras de reojo a la tele, yo miro el reloj. Ya está, cada uno sabe su papel en el juego.

Yo estaba así, tranquilita. La televisión formaba parte de la familia y era querida y respetada.

Pero esa maldita segunda pantalla, con premeditación y alevosía, dejó de formar parte sólo de las manos de mi marido y capturó y secuestró para siempre sus dedos y sus ojos. ¿Cómo puedo mantener la llama si en la mano izquierda tiene el mando y en la derecha el móvil? ¿Cómo puedo competir con los bloques publicitarios que son precisamente los que aprovecha para ponerse a hacer no se qué en el móvil? ¿Cómo espero yo a que acabe con el marketeros nocturnos ese, si después cenamos y se duerme?

No quiero ser una tercera pantalla, y menos una cualquiera. Lo siento pero no. Asumí ser la segunda y ahora ya no lo soy. A mí me han enseñado que terceras pantallas nunca fueron buenas. Así que le he dejado, me he ido del salón y vivo en la habitación desde hace quince días. Todavía no se ha dado cuenta. Creo que necesito ayuda para mandarle la información de que me he ido. Lo mismo se lo digo a los marketeros nocturnos esos para que le avisen aunque me da un poco de miedo porque vete tú a saber que tipo de gente son los que le han estrujado el coco a mi marido. También se me ha ocurrido mandarle esto a través de este blog que sé que él lo sigue, sólo para decirle que me he ido y que ya no vuelvo.

También quiero aprovechar a avisar desde aquí a todas las personas de bien: La segunda pantalla está acechando.. manténganse alerta.

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A mí me quedará el alivio de que ella será siempre la SEGUNDA. ¿O con lo mala que es llegará a ser la primera?

P.D: Esta no es una historia verdadera, cualquier parecido con la realidad es una casualidad. Estoy orgullosa de ser marketera nocturna y, lejos de arruinar mi vida, las sesiones con los marketeros nocturnos me han hecho crecer como persona y como profesional.