secretos inútiles - mirko laurer.pdf

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  • SECRETOS INTILESUna conversacin nocturna, llena de momentos fascinantes y grotescos, en el San

    Francisco de 1988. Como en muchas novelas negras, un anciano magnate anglo-peruanoinstalado en California, Clayton Archimbaud, recibe a un periodista y crtico literariollamado igual que el autor de Secretos intiles.

    A medida que avanzan la noche y los efectos del alcohol, la entrevista deriva hacialas confidencias por parte del anciano, que no reconstruye la biografa de su prima, laescritora Miranda Archimbaud, objeto de la entrevista, sino la suya propia, en el CerroAzul de la dcada de 1920: por un lado, el mar y el valle, el puerto y los inmigranteschinos; por otro, los grandes negocios y las grandes ruinas. Y, en medio de todo ello, lainiciacin a la vida, esto es, al sexo y a la muerte.

    Fue o no amante de su prima Miranda? Mat o no aquel criado? Mejor dicho:quin es realmente Clayton Archimbaud?

    Una novela de misterios literarios y vitales en la que el voyeurismo y el travestismoson, ms que elementos provocativos, piezas esenciales en una trama tan perfectacomo perturbadora.

    Este secreto no hay que guardarlo: un gran libro. (Fogwill)

    Autor: Mirko Lauer2010, Editorial PerifricaColeccin: Largo recorrido, 13ISBN: 9788492865208Generado con: QualityEbook v0.60

  • SECRETOS INTILESMIRKO LAUER

  • PRIMERA EDICIN EN ESTA COLECCIN: Octubre de 2010PRIMERA EDICIN: Hueso Hmero ediciones, 1991

    Mirko Lauer, 1991, 2010 de esta edicin, Editorial Perifrica, 2010

    Apartado de Correos 293. Cceres [email protected]

    ISBN: 978-84-92865-20-8

    DEPSITO LEGAL: CC-1050-2010IMPRESO EN ESPAA - PRINTED IN SPAIN

    El editor autoriza la reproduccin de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o

    futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

  • Infected minds to their deaf pillowswill discharge their secrets.

    WILLIAM SHAKESPEARE, MACBETH

  • Hay en el verano de Cerro Azul crepsculos largos y deliciosos como ste, que en verdad son

    secciones de noches que se resisten a llegar, en los que el mar secreta un silencio de maquinariainmvil y el puerto es una juguetera desierta. A eso de las nueve el aire ya parece estar devorando laluz del da siguiente. Pero, a la vez, cada nueva ola color de fsforo llega trayendo un nuevo,impalpable, pliegue de oscuridad. A esta hora da sus ltimas vueltas por la zona de Las Palmeras elheladero O. Cnepa con su carrito maravilloso, cruce de motocicleta y carretilla, con la forma y labocina de un cisne decapitado o de un cohete de feria pobre, decorado en una combinacin de rosacon fresa. Los helados snguich salen de un deslumbrante instrumento cromado, de cirujano, o depeluquero, que O. Cnepa empua: un mango que tiene al extremo una cajita en cuyo fondo O.Cnepa deposita un waffle. Encima va el helado, de uno o dos sabores, siempre de frutas de laestacin, que luego es cubierto por un segundo waffle. Esta noche los sabores son pia y mango. O.Cnepa, que es negro y serio, elegante y antiguo como un piano, presenta los helados de canto, comosi entregara una monedita. Como cada verano, esta noche le pregunto a O. Cnepa, que debe de tenerms de ochenta aos, si es verdad que l conoci bien a Miranda Archimbaud. Y como siempre, selimita a sonrer.

    Unos aos antes, en 1985, Clayton Archimbaud haba aceptado, con una voz taciturna, luego de

    cierta insistencia de mi parte, conversar conmigo sobre Miranda Archimbaud, la extraa escritoraanglo-peruana a dos de cuyos ensayos literarios yo haba dedicado mi tesis de bachillerato.

    Pero luego de varias breves conversaciones telefnicas, en las que me pareci advertir ciertareticencia a tocar el tema, me dio cita en una fecha en la que me resultaba imposible volar a SanFrancisco.

    Ya entonces l me haba advertido que sus conocimientos sobre la escritora eran de un tipo msbien familiar, que no senta que fueran del tipo de los que podan iluminar la obra literaria. Ms an,se tom la molestia de puntualizar que nunca haba ledo un solo texto de ella, y remat la cosaprecisando que aun cuando su familia haba sido duea de toda la tierra cultivable de Cerro Azul, ala entrada del valle de Caete, todo el tema de lo peruano le era indiferente.

    Cuando en el segundo semestre de 1988 volv a llamarlo desde Lima para proponerle una visita,su nimo haba cambiado, y acept la primera fecha que yo le propuse para la entrevista. Lament nopoder hablar el castellano, hizo una discreta broma sobre Lima y se disculp por no ofrecerme sucasa [my wife recently passed away], pero me dio el nombre de un hotel cercano y habl de unposible paseo en auto por el valle cuando yo llegara, un par de semanas despus.

    Apenas colgu empezaron mis resquemores por una cita que, a pesar del tiempo transcurridodesde mi primer intento de concertarla, de pronto me pareci apresurada, hasta intil. Aceptara quegrabara? Iba a ser una conversacin o una entrevista? Y luego, justificaba el tipo un desvo hastaCalifornia?

    En el fondo, mi temor era que l no tuviera una verdadera historia que aportar a mi investigacin,

  • la cual por otra parte ya empezaba entonces a alejarse del centro de mis preocupaciones. Temtambin que me sometiera a un conjunto de recuerdos amnsicos, de los que yo tena ya recogidos, yolvidados, muchos.

    En esos quince das me arrepent un par de veces, y hasta llegu a levantar el telfono paracancelar el viaje. Me termin decidiendo un vago inters por conocer San Francisco.

    Volv a llamarlo desde Mxico para confirmar la fecha del encuentro, y al da siguiente tom unavin a Los ngeles, y de all un tren, que tard doce horas en llevarme a travs de un calurosocomienzo de otoo.

    Por ltimo lo llam desde el hotel que me haba recomendado, a las nueve de la maana de unsbado. Propuso que nos viramos a las seis de la tarde [for cocktails], y con ello me dio laoportunidad de ir al centro de la ciudad, un viaje largo, y hacer un turismo ms bien mustio: visitaralgunos edificios postmodernistas, conocer algunas famosas libreras, y una copa del razonable vinode la regin.

    Volv al hotel a tiempo para meterme la lista de mis preguntas al bolsillo y tomar un taxi. Peroantes de dejar el cuarto segu el impulso de hacer una ltima llamada, ahora creo que con la secretaesperanza de que el encuentro hubiera sido cancelado.

    MIRKO LAUER: Seor Archimbaud?CLAYTON ARCHIMBAUD: Seor Lauer.ML: Estoy saliendo para all en este momento.CA: S, claro, lo espero (me dio la direccin y me explic la manera de llegar), incluso le he

    encontrado un lbum de fotos familiares.ML: Excelente. Voy para all.CA: S, venga. Recuerde, Pacific Heights, Villa Maspons, y no se vaya a perder por el camino. Recin cuando el taxista me hubo dejado frente a una flecha de madera que apuntaba en direccin

    de la Villa Maspons, descubr que me quedaba un buen trecho por recorrer cuesta arriba. Unos pasosms adelante una torre delgada me revel que la propiedad estaba mucho ms all, medio oculta alextremo de kilmetro y medio de una doble huella de cemento resbaloso.

    Flanqueaba la huella una alameda de sauces al final de la cual varios eucaliptos hacan unabveda sobre el arco enrejado de la entrada, y poco ms all de la reja un cuidado laberinto decipreses impeda la vista de la casa. Un letrerito adverta NO SOLICITORS.

    El timbre son apagado, como un cencerro, y desde el laberinto apareci, a media carrera, unnegro viejo, descalzo y con una esptula en la mano, para preguntar mi nombre y perderse luego porentre los cipreses.

    Poco despus lleg el dueo de casa a abrir l mismo la reja. Me salud con una venia seca, nosdimos la mano y me pidi que lo siguiera. Segu subiendo hasta alcanzar una mansin blanca deestilo indefinido, con demasiados arcos en la entrada y una terraza interior cuyos muebles y tubos alaire imitaban la cubierta de un yate.

    Sobre el vidrio de una claraboya convertida en mesa haba un desorden de botellas y vasos a laintemperie. El resto de la falsa cubierta estaba sembrado de hojas resbalosas. Haba llovido buenaparte del da, esa parte del jardn ola a lantana, y un riachuelo sonaba gutural detrs del paisaje.

    Archimbaud me condujo hasta un recibo, donde empezamos de pie una conversacin corts sobre

  • aviones, vuelos, itinerarios, incomodidades en los aeropuertos. Por un instante tem que esaconversacin al paso fuera su idea de la entrevista, y que mi anfitrin estuviera esperando salir delpaso con respuestas rpidas a preguntas puntuales.

    Pero apenas la charla cambi de tono, a partir de una primera pregunta ma sobre el Per (Hacecuntos aos que sali?), me explic que estbamos esperando que prepararan el saln de fumar.

    Sin embargo, sus ganas de empezar, y en esa medida de acabar, con el asunto eran evidentes.CA: All podemos hablar mejor, pero usted vaya preguntndome. CA: S, es como dice. Rendy Archimbaud fue ta ma, aunque nacimos el mismo ao, 1916,

    ambos en Lima.ML: Tambin su esposa?CA (se ri): S, esperaba esa pregunta. La respuesta es s y no. Nos hicimos casar por un

    sacerdote catlico ms o menos a los dieciocho aos, pero jams consideramos eso un verdaderomatrimonio. Fue ms como una broma de muchachos anglicanos, como para ver cmo era eso deestar casados. No es algo que tenga valor legal.

    ML: Pero alguno se tom la cosa ms en serio que el otro?CA: No, ninguno. Pero espere. Quizs yo fui ms consecuente con la cosa, porque ms tarde

    Rendy se cas por el rito catlico, incluso toda de blanco, y con un tipo al que no poda querer. Esefue su verdadero primer matrimonio.

    ML: Ustedes vivieron juntos por un tiempoCA: Nunca del todo. Salvo que considere vivir juntos a pasar temporadas en una misma casa con

    nuestros padres. Pero cuando me mud de Cerro Azul a Lima a mediados de los aos treinta tom unasuite en el Country Club, y Rendy pas conmigo buenas temporadas. Incluso guardaba parte de suropa en el hotel. Pero en el fondo segua viviendo en casa de sus padres, no muy lejos de all.Cuando bamos a reuniones sociales siempre me haca recogerla de su casa. La verdad es que nospresentbamos como parientes y no como amantes, hasta cuando circulbamos entre desconocidos enalgunos viajes. Digamos que conmigo nunca quiso jugar a la casita.

    ML: Pero cmo era la cosa entre ustedes antes, en Cerro Azul?CA (sonriendo): Oiga, qu pregunta es sa? En aquella poca Rendy y yo ramos dos chiquillos

    traviesos, nada ms. Usted conoce Cerro Azul?ML: Bastante bien.CA: Bien como qu?ML: Bien como para haber conocido a Marcos Lara.Me clav la vista por unos segundos.CA: Lara. Pescaba. De la sociedad del puerto.No saba ingls. Ahora tendra noventa y tres aos. Los tiene?ML: No. Archimbaud era un hombre de casi dos metros de altura, rubicundo, con una calva tostada y rulos

    canosos en la nuca. Lo primero que me llam la atencin en l fueron sus enormes manos, abultadaspor venas oscuras y grandes nudillos colorados. Eran manos que de alguna manera desmentan la

  • pulcritud, casi la austeridad, que transmita su vestimenta. Cuando sali a recibirme llevaba un sacode tweed verdegris y pantalones beige, un paisley de seda verde petrleo al cuello, con las puntasmetidas en una camisa Oxford.

    A pesar de su obvia vejez, se mantena erguido y se desplazaba con considerable agilidad. Susojos azules tenan la frondosidad apacible de pelos y venas que viene con la edad, pero la miradamisma era de borracho pendenciero. La mirada y el volumen general del hombre completaban unconjunto amenazante.

    Mi incomodidad al verlo haba sido inmediata, y sus buenos modales no me quitaron aquellaprimera impresin. Al contrario, su manera remilgada de manejar los primeros intercambios defrases, y el temblor de su pierna cruzada cuando tom asiento, me advirtieron que rodeaba al hombreuna atmsfera de violencia contenida, e impredecible.

    Durante el vuelo a San Francisco se me haba ocurrido la posibilidad de que mi inters por susrelaciones con su clebre amante pudiera llegar a irritarlo. Pero su manera de sumir gozosamente elcuello con cada uno de los primeros datos que me entreg, me hizo ver que estaba frente a unchismoso desencadenado, que disfrutaba de cualquier forma de indiscrecin.

    Me haba bastado verlo desplazarse por el recibo, e intuir qu tipo de persona era, para que miinters acadmico se empezara a volver una simple, pero viva y ambigua, curiosidad por su relacincon la escritora.

    El periodista que yo traa dentro se frot las manos, aunque me asalt la duda de que aquelimpulso socarrn y confesional fuera slo el de la mitomana.

    Luego de haberse distrado unos minutos explicndome con detalle sus relaciones de parentescocon la escritora, sinti que yo lo estaba observando demasiado, detuvo bruscamente su charla y clavuna mirada fija y sucesiva en varios puntos del aire de la habitacin, con el cuello tieso, como unpjaro alerta. Ese gesto me revel la comparacin que de forma inconsciente yo haba estadobuscando: era una perfecta mezcla de un ave de corral y una de rapia, una suerte de inmenso pavo-gaviln, por ejemplo, o ganso-cerncalo.

    En eso abri las manos y las levant despacio, hasta ponrmelas casi delante de los ojos. Tenanlas manchas de la edad, y las uas eran del color oscuro de las garras de cndor con que se hacen lasuas del nio Jess en las imgenes coloniales. Pensndolo bien, tambin los ojos tenan algo demueco, de dos botones de vidrio en una cara de biscuit.

    CA: Le sorprenden mis manazas? Manazas de estrangulador o quizs de trapecista. O quizshasta de periodista, qu me dice? A Rendy le molestaba mucho que hiciera esto.

    Sonri, y como un nio travieso se llev las manos a la espalda, cerr los ojos, y luego me lasvolvi a poner delante haciendo un juego por el cual pareca que uno de sus pulgares se separaba endos, como cortado limpiamente por una navaja. Sonre apenas y l continu con la gracia, siempresonriendo y pasndose la lengua por los labios, como si estuviera lubricndose el dedo mocho con lasaliva. As sigui por un minuto largo, hasta darle al dedo una suerte de vida propia obscena.Termin chupndoselo y luego secndolo con un pauelo.

    CA: Disclpeme, veo que a usted tambin le molesta. Lo aprend de un to malandrn, y haypocas en que me cuesta dejar de hacerlo. Aunque suelo practicar el juego cuando estoy solo,tambin me gusta mostrarlo, como ve. Siempre me ha ganado la admiracin de los nios y algunascarcajadas de los borrachos. Le interesa ver otros?

  • Le dije que no con unas palabras banales de cortesa, pero no pude evitar que colocara supauelo sobre la mano, trajera un cuchillito para abrir sobres de otro cuarto y se lo rodarasuavemente sobre uno de los nudillos, hasta hacer brotar sangre. Una vez que el pauelo estuvoempapado retir el pauelo con un gesto teatral y me mostr el nudillo, sin herida ni sangre. En esoapareci el negro de la esptula, ahora de terno oscuro y camisa gris a rayas, a avisar que el saln defumar estaba listo. Archimbaud le dijo que no olvidara los ccteles.

    Cruzamos un ala entera de la casa, frente a las puertas abiertas de dormitorios vacos y baosblancos craquelados, hasta llegar a una habitacin inmensa, de techo altsimo, con grandes ventanalessobre la baha de San Francisco. Las dems paredes estaban cubiertas de libros, la mayora con eseencuadernado especial para obras que jams volvern a ser ledas. En el centro del cuarto seapiaban tres sofs de cuero verde y unas cuantas mesitas de cuero marrn repujado, con diseosincaicos. Haca un fro seco de aire acondicionado.

    Lo nico que not preparado en el famoso saln de fumar fue una bandeja de rattan con unagarrafa de licor ambarino, dos vasos, una hielera, man, servilletas, agua mineral. Ningn cctel.

    Archimbaud dijo bourbon y sin ms trmite sirvi dos enormes vasos de whisky en las rocas.No se le ocurri la posibilidad de que yo no bebiera alcohol, o de que no me gustara el bourbon (quedetesto); mir los dos vasos al trasluz, me entreg uno, y retomamos la entrevista.

    CA: Qu parte me va a tocar en su libro sobre Rendy? Va a haber un libro, no? O un artculo?Espero que no sea una de esas biografas escabrosas que han empezado a ponerse de moda (ri).Ignoro si hay mucha gente que sabe de nuestra relacin. Ms an, me pregunto si todava alguien seacuerda de m en ese pueblo. Quizs s. Usted sabe lo obsesionada que vive toda esa gente por losapellidos y los parientes. Dudo que los mos me hayan hecho el favor de olvidarme. En cualquiercaso, no cuente con grandes revelaciones de mi parte.

    Cuando dijo aquello record que alguna vez haba pensado que nunca llegara a conocer a un

    personaje tan remoto como Archimbaud, de quien haba escuchado hablar desde chico. La primeravez que haba odo mencionar a Archimbaud haba sido sin nombre propio. Ahora que en Limatranscribo y reconstruyo mi entrevista, recuerdo una conversacin chismosa de mi infancia, en unalmuerzo del 28 de julio de 1957, en Chaclacayo. Recuerdo la fecha porque unas horas antes yohaba desfilado con mi colegio. Fue ms o menos as:

    MARITA MORGA: Imagnense, acusar a mi prima.BERNARDO MILL: Ya deja la cosa, clmate. Tu prima est bien, con toda esa plata.MM: Ni creas. l es un monstruo. Ella me cuenta lo que sufre.BM: Con todos esos millones?MM: se no es el problema. l es insoportable, est metido en poltica, coquetea con los

    apristas.ELSA SERNA: se es el Senz hijo de don Edgardo?TM: S, el menor.ES: Pero ellos siempre han sido apostasTM: No seas as. El hijo tampoco est metido, lo que est es ayudando a Prado.BM: S, claro. Pero cul es el problema de la Incln? No le lee sus libros, no le cuida sus

    perros?

  • TM: Nada as, nada nada.ES: Ya, pues, Mari, habla. Sabemos que el tipo tiene otras mujeres y la Senz se vuelve loca.

    Pero yo lo entiendo. Esa gringa, ni con toda su plata.BM: Que ya ni es tanta. El sobrino alz con la mayor parte hace aos, despus de enamorarla y

    dejarla botada. No les han contado la historia? Toda una maniobra, a mediados de los treinta. Ellaviva enamorada de l, y l aprovechaba para vender las propiedades de la familia por lo bajo.Adems, dej enganchados a un par de bancos. Su to ministro le hizo perdonar todo, pero el padrede la Incln tuvo que poner una buena parte de su dinero para tapar el asunto. Una joyita, el sobrino.

    MM: Bueno, basta.BM: Pero Marita, t no tienes por qu seguir defendiendo al tipo se que los ha fregado a todos,

    incluso a ti.MM: No es as, y bien que lo sabes. Es mucho ms complicado. Te suplico, Bernardo.BM: Y cmo es?MM: T sabes bien cmo fue. Ahora quiero que todos cambien de tema.BM: Bueno. Pero te cuento lo que me dijeron el otro da. Tu prima se apareci en una reunin de

    apristas, llevada por una amiga, y all se la pas en gran charla, con el cuento de la cultura y laliteratura. Adems, parece que est entrando en una nueva religin, o algo as, y hablaba de eso. Melo cuenta la esposa de un apristn, y dice que los apristas estn contentsimos con la visita.

    ES: Aprista o no aprista, yo no s. Pero a m me contaron que al final fue ella la que lo dej almuchacho.

    ALBERTO GONZALES: No fue as, no fue as. Ella lo persigui desesperada. Ya se habacasado con Senz, es verdad, pero slo para darle celos al gringo. Demor mucho en convencerse deque no le convena, o simplemente a ella no le importaba demasiado. Pero t debes de saber de todoeso, Mari. Cuntanos.

    MM: Ay, pero cmo insisten en el tema. Por qu no le preguntan a ella, si tanto les preocupa?Ahora est viviendo cerquita de aqu, en una calle de Santa Ins. Pero quieren la verdad? Aqu va:esa parte de la familia nunca estuvo muy unida con nosotros. Sobre todo desde que mi madre tuvoque reducirse a su departamento de la Avenida Wilson. Lo que qued de ese lado fueron historias, ydos reuniones al ao, que se han vuelto una. Pero si quieren saber de plata, s hay plata, sobr todoafuera. El problema de Legua casi no los toc, aunque tambin tuvieron que vender. Ahora que seasiente Prado estarn de lo ms bien. Quin quiere un trago fresco?

    ES: S que se la entregaron a Legua de niita, para que le hiciera lo que quisiera.AG: Los hijos son del gringo, y no he ledo los libros, pero me dicen que es pura APRA.BM (pidiendo silencio con el tintineo de su trago fresco): Un momento. Si quieren saber cosas,

    yo les cuento. Se estn divorciando. En estos mismos momentos Incln se est yendo con lasecretaria, y adems le quiere sacar un mundo de plata a la gringa fea. Me lo contaron en el estudio.

    MM: Bernardo! Stop it!(Yo vi temblar sus muslos de cuarentona desde mi ubicacin de nio, echado sobre la alfombra,

    cuando se levant para gritar las dos frases.)ES: Nadie sabe lo de nadie.BM: Pero all no termina la cosa. El tipo ha consultado si se la puede acusar de haber cometido

    un crimen, que no me han explicado bien cmo fue.

  • ES: Mal bicho.AG: Pero es un tremendo cojudo, por sacarle unos cobres va a embarrar a toda su familia!BM: No? CLAYTON ARCHIMBAUD: Digamos que ramos vistos como dos gringos feos de una misma

    familia, es decir, de la familia de los gringos feos, y por eso creo que nadie se escandaliz de queanduviramos juntos. No tengo que preguntarle si ha visto una foto de la escritora. Me parece haberescuchado en Lima a un gracioso decir que slo compartamos los cuartos para ahorrar. De hecho medicen que Rendy lleg a convertirse en una clebre avara, de las que pasan hambre y almacenanultramarinos [dry goods] en el stano de la casa. Usted cmo se enter?

    MIRKO LAUER: Por la dedicatoria. La del libro sobre la tristeza peruana.CA: Ah, s, su famoso libro. A Clayton, primer esposo. Qu tal frase! Alguna vez ella me

    escribi que luego se haba arrepentido mucho de haber puesto aquello all, pero nunca me dijo porqu. Se le ocurre alguna razn para ese arrepentimiento? Quizs le trajo problemas con sus padres,o con el verdadero primer esposo, y quizs hasta con el segundo. Me imagino que la dedicatoriamisma fue una manera de celebrar nuestra infancia en Cerro Azul y, luego, ese falso matrimonio porel que usted me pregunt. Pero igual, me imagino cualquier rumor all en Lima apagndose con uncomentario como gringa excntrica o se hace la interesante. Usted no sabe lo que era esa ciudadcuando yo viva all, en los aos treinta. Petardos por todas partes, gente a un mismo tiempo asustadae irresponsable, pobres por todas partes, en fin. Pero en esa poca no haba la fuga masiva hacia elextranjero que tengo entendido hay ahora. Hasta me han llamado por telfono desde aqu en SanFrancisco peruanos que juran ser amigos de mi familia. Nunca les respondo. En una palabra, todavase habla de mi relacin con Rendy en Lima?

    ML: No que yo sepa.CA: Ve? No que yo sepa. sa es una prfida frase limea, que dice mucho ms de lo que

    parece.ML: Le parece?CA: Por supuesto que me parece. Por qu se lo dira si no me pareciera?El tono de la respuesta me pareci fuera de lugar, y lo tom como la confirmacin de mis

    sospechas sobre lo impredecible que era mi entrevistado. Se hizo un silencio, en el que Archimbaudsorbi el resto de su vaso ruidosamente, casi con aspaviento. Luego se puso de pie.

    CA: Mire un poco en torno suyo. En este cuarto hay cosas que pueden interesarle. Algunasincluso hablan por s mismas. Si le interesa Rendy, de todas maneras le interesa tambin Cerro Azul.O me equivoco?

    En efecto, lo segundo que me haba llamado la atencin en el cuarto, despus del hermoso

    ventanal sobre la baha, haba sido una esplndida coleccin de fotos del puerto viejo de Cerro Azul.Tres grandes ms una docena de pequeas, estas ltimas ms dedicadas a la campia salitrosa querodea el puerto. Me serv con resignacin un tercer bourbon y me levant a mirarlas de cerca.

    Ocupaba el centro de la muestra, y casi toda una pared, una descomunal copia en duotono de unafoto de los aos veinte, con una leyenda debajo, Showing od pier of the British Sugar Co. Limited,y una dedicatoria a mano, For Clay, master of the blue, Percy. Era la ampliacin de una de las

  • ilustraciones del libro de Wayne sobre el Per de 1931: una panormica del antiguo muelle cortandola caleta en dos, con barcos al fondo haciendo turno para acoderar, y delante las oficinas y losdepsitos portuarios; una locomotora de trocha angosta y una multitud de trabajadores a pechodescubierto al comienzo de un muelle. Y detrs de todo aquello las arenas de la fortaleza derruida deGuarco, y el mar mecindose inmvil en su hipntica grisura.

    A un lado de aquella foto colgaba una casi igual, pero bastante ms antigua: el mismo panoramade bolsas de azcar y de salitre pasando de los almacenes al muelle y barcos esperando su turno enel mismo lugar, del otro lado de la punta del Fraile. Pero en esa foto eran barcos a vela, no a vapor;las edificaciones eran las mismas, pero todava sin postes de telgrafo. Los mismos rieles de trochaangosta de 1870. Debajo de esta segunda foto la leyenda The Port of Cerro Azul.

    Luego haba una tercera foto de la misma escena, esta vez con el aadido de una chalana llegandoa la orilla de piedras en un mar tranquilo, la fecha: 1942, y como en el verso de Ernesto Cardenal, alfondo todava las mismas olas frescas reventando.

    Un poco ms all colgaban la foto del presidente Legua desembarcando en Cerro Azul rodeadode la expectante multitud de notables, el da que inaugur la irrigacin de las pampas del Imperial, yun diploma de honor del Congreso de la Repblica Peruana para don Federico Archimbaud, a todasluces el padre de Clayton.

    Lo nico interesante aparte de las fotos era un gran Cristo colonial de la escuela de Cochabamba,con un delgadsimo fuste cubrindole hasta media pantorrilla, y ajes y cuyes vivos por entre los pies.Lo dems eran grabados de escenas de cacera con patos muertos al borde de pantanos, leosingleses perros, caballos, naturalezas muertas y un par de pequeos dibujos de AlejandroGonzales.

    Me sorprendi aquella devocin por Cerro Azul, y me sent tentado de preguntarle si la muestraevocaba el escenario de su infancia o si era la nostalgia de un ex dueo del valle por la propiedadperdida. Termin preguntndole si saba quin haba tomado esas fotografas.

    CA: La grande la tom Percy Wayne, un invierno que pas en nuestra casa. Sobre las otras notengo la menor idea. Nunca he encontrado una ms antigua que sa (seal la de 1870). S que elalemn Middendorf tom unas a mediados del siglo pasado, que perdi, aunque no deja claro si llega salvarse alguna. Pero mire esto. Es un mapa de Cerro Azul dibujado por el propio Spillinbergen (lopronunci como jugando, imitando un denso acento alemn). Lo conoce?

    ML: El pirata?CA: Ese mismo. Si le interesa la historia del puerto, recordar usted que liquid a la flota

    espaola local varios kilmetros mar afuera frente a Cerro Azul, que entonces era slo elembarcadero de Caete. Visto desde lejos, fue un combate algo cmico: los piratas holandesesgritaban Orngel Orange! en la oscuridad para que sus compaeros de otros barcos no loscaonearan. Un par de espaoles heroicos saltaron de su galen a uno de la flota pirata, pero luegode un poco de esgrima tuvieron que lanzarse al agua. De una nave espaola que se iba a pique saltuna monja marimacho, que los piratas recogieron y devolvieron, claro. Pero lo que pocos saben esque luego de su victoria el pirata pas un verano entero en el puerto, de incgnito, buscando el tesorode otro pirata, que es lo que lo trajo a las costas peruanas en primer lugar. Esto me lo cont en miinfancia un curandero local, o ms bien se lo cont a Rendy, que me fue traduciendo. El curanderohaba ledo un viejo documento, que nos mostr. La cosa es que unos das despus de la partida de

  • los piratas apareci este hombre rubio que slo hablaba portugus y alemn, y que se pasrecorriendo los cerros que rodean al puerto, cada vez ms frentico, fumando y dibujando. Terminconviviendo con una india pescadora, que es la que cont la historia en primer lugar. Spillinbergenhaca sus recorridos temprano por la maana con un espejo en la mano, cuyo reflejo lanzabaobsesivamente contra las dunas y las piedras. A veces colocaba un espejo entre dos piedras, yrecoga su reflejo con un segundo espejo, el que llevaba en la mano, para lanzarse otra vez a buscar.Qu buscaba? Sin duda el tesoro, pero el curandero no deca una sola palabra sobre qu es lo que elholands, porque el tipo en realidad era holands, haca con los espejos. Luego, cuando el solcruzaba el medioda, terminaba su bsqueda y se iba a tumbar a la playa a leer, hasta la tarde.Cuando se iba la luz el hombre apareca en casa de la india. As se pas ms de dos meses, durantelos que no parece haber tenido problemas con la justicia. Hasta que una noche apareci un bote y selo llev. Meses despus la india tuvo un hijo rubio. El curandero no cont si el pirata lleg aencontrar el tesoro de su colega, pero a m la historia siempre me pareci extraa. Recuerdo quedespus de orla Rendy y yo nos dedicamos una larga semana a pasear por entre las ruinaspreincaicas a la espalda del puerto, con espejos en las manos, tratando de averiguar qu poda haberestado haciendo ese pirata, buscando algn hueco del que pudiera haber sido extrado un tesoro, yesperando encontrar alguna reliquia olvidada por Spillinbergen en sus devaneos. Creo que alguien dela familia nos tom una fotografa con los espejos en la mano, tratando de deslumbrar el lente de lamquina. Yo consult la historia del curandero con mi padre, pero l me dijo que todo era una granconfusin con los balleneros noruegos que de cuando en cuando llegaban por mar desde Pisco, rubiosy sin hablar ningn idioma conocido, a tomar sol y descansar en el puerto.

    ML: No tiene fotos de grupo de la familia?Archimbaud se qued mirndome, coloc la punta de su ndice derecho sobre el extremo del

    muelle en la foto ms grande y me mostr la palma de su mano izquierda, como si estuvierasosteniendo sobre ella a todo Cerro Azul.

    CA: Pues aqu est su puerto. Mire bien a ver si Rendy sale en la foto (se ri). Crame que muybien podra, pues ella se pasaba las horas trepada en ropa de bao sobre los costales de mierda depjaro, y as se paseaba por entre los chinos y los japoneses, en ese mismo lugar que usted ve all.Ninguno se atreva a mirarla directamente, pero la tensin era obvia, y creo que Rendy la disfrutaba afondo. No descartemos que se haya comido a una buena docena de jvenes orientales [gooks]. A suspadres no les importaba que jugara all, pero mi madre le prohiba ir a la zona del muelle, y ahora lacomprendo. La buena mujer se pasaba horas enteras sacndole piques de los pies con una agujacaliente y alcohol. Los piques ms antiguos ya salan aferrados a una bolsa de huevos, que en supartida dejaba un agujero profundo en la piel. Pero al da siguiente Rendy estaba otra vez entre losorientales, saltando del muelle al agua y nadando de vuelta a la orilla. Me extraa que Rendy nuncase animara a escribir sobre esa parte de su juventud. O lo hizo? Me imagino que usted se ha ledotodos los libros.

    No le respond, ni me acerqu a ver si apareca la Archimbaud en la punta del muelle, perocuando volv a sentarme sent que deba haberlo hecho. No porque hubiera esperado encontrarlaabrazando a un joven pen oriental en una foto tan conocida, sino porque era poco probable que yovolviera a ver una copia de ese tamao, donde los detalles podan cobrar autonoma y contar suspropias historias. Cuando unos instantes despus Archimbaud se excus y sali del cuarto, preferquedarme mirando Cerro Azul desde cierta distancia.

  • Le di la espalda a la gran foto y me acerqu al ventanal a pegar la cara contra el vidrio y mirar,ms all del reflejo del cuarto y del jardn, la baha de San Francisco, donde cargueros, veleros yremolcadores flotaban inmviles, envueltos en una leve bruma, dormidos bajo puentes inmensos porlos que se deslizaban, como una baba roja, los automviles de la calurosa noche californiana.

    En eso record que jams haba vuelto a ver un directo a la cabeza tan fuerte como el que lehaba metido Aristides Senz al Paquete Mendvil en el saln principal del Colegio San Pablo, unatarde de mediados de diciembre de 1962. Ni siquiera en mis tiempos de habitu del gimnasio de boxde Mauro Mina haba vuelto a ver un golpe dado con tanta precisin, con tanta saa. Me lo hizo (melo hace) memorable que en el instante mismo en que le estall con un chasquido el cuero cabelludode la sien, un chorro que transportaba la mitad de la sangre de Mendvil cruz el aire con la potenciade un giser y me ba el uniforme, del cuello a los zapatos.

    Entonces comprend por qu haba evocado el incidente: haba sido all, en el cambio de insultosque haba llevado al golpe, que haba descubierto, sin saberlo, la existencia de Miranda Archimbaud,a quien el Paquete se haba referido como Rendy. Ya en la posta mdica de Chosica, mientras seguaexudando sangre a travs de los vendajes, un Mendvil desfalleciente haba insistido en sus insultos.Al momento de partir en la camilla dijo: Se cach a todo Caete. Fueron sus ltimas palabras deaquel ao escolar.

    Archimbaud reapareci cambiado, de blazer azul y camisa blanca, y una corbata roja con

    pequeos rinocerontes blancos y azules. Tambin se haba cambiado de sonrisa: la nueva era msjovial, y a travs de ella pas una voz llena de entusiasmo. Sin embargo, la mirada era la misma. Sequed observndome desde la entrada, frotndose las manos, y entr al cuarto con un par de largostrancos teatrales.

    Yo estaba entusiasmado, no saba bien por qu. Quizs porque Archimbaud haba resultado tandistinto de lo que yo haba esperado, o quizs porque en pocos minutos me haba abierto la intimidadde un personaje al que yo haba pasado aos estudiando desde fuera. En boca de su sobrino, MirandaArchimbaud era otra persona, era un personaje literario y no un personaje de la literatura. Mientrevistado estaba destruyendo a la persona que yo me haba construido en la lectura de sus obras yde los artculos sobre ella, y en las conversaciones con sus conocidos de Lima, y eso me estabafascinando. Me serv otro bourbon. Archimbaud se haba ubicado junto a una gran mesa del fondo delcuarto y me llam.

    CA: Seor Lauer, ste es mi rincn peruano [my peruano corner]En efecto, la mesa, que vena de un refectorio colonial, estaba cubierta con un poncho de vicua,

    y a un extremo se amontonaba la platera peruana: sahumadores en forma de gallo, de pavo real, devenado, y una oveja, estribos, anafres, candelabros, fuentes, pias, cucharitas, ceniceros, marcosvacos y cucharitas dobladas. El conjunto era ms bien excesivo, pero transmita su mensaje conclaridad.

    En el otro extremo de la mesa descansaban antiguos mates burilados ayacuchanos, un retablo, unhuaco Nazca, un rey mago montado sobre un elefante, en piedra de Huamanga. Entre la platera y lacermica haba un enorme libro abierto (Twentieth Century Impressions of the Western Republicsof South America, Loyds, 1915), abierto en una pgina que presentaba la foto de don Federico enbotas de montar y fuete bajo el brazo, con un ingenio azucarero detrs.

  • CA: Pero los das de mi infancia y juventud en Cerro Azul no tenan nada que ver con estachatarra (hizo volar su mano muy despacio sobre la mesa, y volvi a recordarme a un ave de rapia).Casi todo esto fue de un pariente medio hispnico del lado de mi abuela Fullon (Conoce Fullon, losalmacenes del sur?), y heredado casi a pesar mo. Son mis hijas, norteamericanas al fin, las que nome dejan retirar estos objetos, que adems fueron el orgullo de su difunta madre, que se aferr a elloscomo si se hubiera tratado de escudos nobiliarios. Pero comprndala, ella era de Oklahoma, y deesos norteamericanos que ya no existen, a los que todo lo hispnico les pareca romntico, inclusointeresante. Ella misma mortificaba estos objetos a diario con el plumero, pues tema que laservidumbre los rompiera. Frotaba la plata con limn, la reacomodaba cada tanto. En sus momentosms locos lleg a llamar al National Geographic para que vinieran a tomar fotografas. Jamscontestaron. La pobre nunca quiso ir al Per, a pesar de que yo siempre le dije que all hubierahecho un extraordinario papel de turista. En cambio, mi madre detestaba lo criollo [creo/e], mirabalo hispnico con gran distancia, al extremo de levantarse y dejar la habitacin cuando los hacendadosde Caete llegaban a Cerro Azul y empezaban a hablar de poltica peruana, de gallos y de toreo. Msbien ella siempre trat de reproducir en Cerro Azul la vida de una cabaa inglesa de lasinmediaciones de Oxford, con cisnes y cercas pintadas de blanco. Mientras que mi padre propiciabaun estilo de vida que era una mezcla del programa de actividades de un capitn de barco con el de undueo de plantacin. A pesar de que da y noche ambos trataban de que lo peruano del Per seinfiltrara lo menos posible en su vida y en sus negocios, los esfuerzos de ambos en este sentidofracasaban veinticuatro horas al da. El resultado final era Kenia, pero con enjambres de chinos yjaponeses taimados fumando por todas las esquinas, en lugar de los negros y los mestizos quepululaban por las otras haciendas, incluidas las de Kenia. Los orientales trados de Kowloon para lahacienda eran el orgullo de mi padre, que nunca quiso emplear a la gente del valle, ni siquiera a loschinos, que ya estaban all desde el siglo anterior. Los llamaba ociosos y maosos. En cambio esosasiticos nuevos para l estaban llenos de virtudes: casi ninguno tena familia, no hablaban el idiomalocal, lo nico que hacan era acumular horas de trabajo para regresar a su pas. A m me caan bien,y con ellos aprend a comunicarme en chino, a pesar de que un par de ellos hablaba ingls. De chicoles cargaba agua para su t. Tch es la palabra, posiblemente la primera que aprend con ellos. En miinfancia no haba japoneses en el puerto, los primeros llegaron cuando yo ya estaba en Lima. Vivantodos juntos en un galpn inmenso en la parte de ac del muelle (seal hacia la foto), donde habaen ese momento una gran casa llamada La Panada.

    ML: No conoca Lima de chico?CA: En mi infancia para m Lima era slo una palabra, un rumor lejano. Mis padres me decan

    que yo haba estado, pero nunca record nada hasta que llegu a eso de los once aos, en un viaje deuna semana, para asistir a un matrimonio. Digamos que hasta los cinco aos, ms o menos, para mLima y Londres, la otra gran ciudad de las conversaciones adultas, quedaban dentro de los barcos alos que mi padre daba el alcance, por lo general de noche, cuando hacan escala en el puerto. l salaa recibir noticias, a dejar o a recoger cargamento, o a discutir con los oficiales de la tripulacin,cosas de Lima y de Londres, claro. Todava recuerdo los extraos nombres de las naves: Urubamba,Ucayali, Huayaga, Biobio. Iba a los barcos y vena de ellos en una chalana, como sa que ve en lafoto, y entre la chalana y la playa lo cargaba un pen. No tena manera de volver seco de esas visitasa bordo, de las que mi madre se expresaba siempre con sorna.

    Deca que slo eran asuntos de dados y ratones [dice and mice] pero nunca quiso explicarnos la

  • frase a los nios, y los dems adultos slo sonrean. Todava ignoro a qu se refera exactamente.Quizs se timbeaba en esos barcos, o en ellos navegaban putas dedicadas al cabotaje. Me imaginoque ya nunca lo sabr.

    ML: Sabe que ya hay un muelle nuevo en Cerro Azul?CA: S. Ya se hablaba algo en mi tiempo, pero nunca lo he visto. Enveme una foto.Y se qued sonriendo, como pidiendo disculpas por no haber conocido el muelle nuevo. A partir de un momento se dedic a mirarse las manos, indiferente a mi presencia. Luego les

    acerc la cara y las recorri de muy cerca, como si estuviera a punto de besarlas en cualquiermomento. Al final no hizo con ellas nada ms espectacular que servirse un nuevo bourbon en lasrocas.

    CA: igame, creo que lo estoy aburriendo con estas historias familiares. Pero usted estaba sobreaviso: le dije que aqu no encontrara literatura (hizo un gesto invitndome a servirme un trago). Aver si con otro trago se le quita a usted esa cara de periodista sin noticia. No crea que no me he dadocuenta. Usted ha venido hasta aqu buscando datos fuertes, revelaciones impdicas, confesionesmalditas, primicias, verdades y mentiras. Nadie viaja hasta aqu, desde el Per o Mxico, si no estbuscando la cosa viscosa, la pistola que humea, la daga oculta entre los portaligas de la escritora. Encambio yo lo estoy obligando a escuchar las memorias de un viejo.

    ML: No, por favor, si lo que me est contando me resulta muy interesante. Es ms o menos lo quenecesito para redondear mis investigaciones.

    CA: Pamplinas [bullshit]. Pero por suerte hay ms. Qu le parecera si le confieso, aunque nosea con los labios temblorosos, sino entumecidos por el hielo, ya en la ltima etapa de mi vida, qule parece si le digo que yo, Clayton Phillip Archimbaud, asesin a un hombre en ese puerto de CerroAzul? No s, me pregunto. De pronto usted es la persona adecuada para escuchar mi confesin.Quizs eso le justifique en algo la visita y le haga ms soportables las pecaminosas garrapatas delhotel. Pero qu digo. Lo ms probable es que usted, que ha estado husmeando con tanto apego porentre los calzones de la famosa escritora, ya lo sepa. No importa. Se lo confirmo.

    Ya desde un momento antes, antes de que hubiera interrumpido abruptamente su monlogo sobrelos barcos y la infancia en Cerro Azul, se haba empezado a acumular en su mirada una rabia pesaday cristalina, que flotaba en sus ojos como el aceite de un perfecto nivel. Y una parte de esa rabiahaba empezado a salpicarme con la textura melosa de los bourbons. Mi inters por el relato seguaintacto, incluso haba crecido, pero mi primera mezcla de entusiasmo e incomodidad frente aArchimbaud se haba vuelto un claro desagrado. Mi mirada se haba endurecido y hasta entonces unaevidente tensin interna haba hecho que los tragos apenas me afectaran. La grandilocuencia de suacartonada confesin me dio ganas de rer, sobre todo porque no haba manera de saber si hablaba enbroma o en serio.

    ML: Debo pensar que se trata de una falta impune?CA: En la medida en que un delito pasional puede quedar impune, s. Entiendo su irona, que me

    confirma que lo he estado aburriendo. Disclpeme. Si lo que me pregunta es si fui juzgado yencarcelado, pues no, nada de eso sucedi. Pero eso no hace mi delito y mi culpa menos tremendos.En realidad el crimen no fue en el puerto, sino en la hacienda un buen medio kilmetro en direccinde Caete. No se engae, est usted contemplando a un asesino, a un hombre que le ha quitado la

  • vida a otro hombre, es decir que est usted mirando a la materia prima de los periodistas.ML (tieso y distante): Usted me disculpar, pero este dato policial no parece vincularse con el

    tema de mi visita. Ms bien me parece una manera de distraernos del tema de Miranda Archimbaud.CA: Pero no. Clmese. No sabe lo equivocado que est. Mi condicin de asesino es fundamental

    para comprender cmo era Rendy. De pronto eso por s mismo le proporciona un captulo completode su libro. Pues de alguna manera, o ms bien de varias maneras, ella me llev a cometer ese delitoinvoluntario y a la vez innoble. Lo nico que nos salvar de las llamas eternas es que ninguno de losdos haba terminado de salir completamente de la pubertad. Quiero decir que empezbamos amirarnos los pelos con curiosidad. Djeme que le cuente que los de ella eran, y supongo que nuncadejaron de ser, una pelusa rubia y lacia, sin mayor atractivo. Habamos empezado a ser amantes muytemprano, nunca he sabido exactamente cundo, ni cmo, comenzamos. Frotar mi cuerpo con el deRendy es algo que en mi memoria se mezcla con noches en pijamas infantiles, con los nios en laoscuridad escuchando las conversaciones adultas en la lejana sala, es decir, con las largas visitas desus padres, cuando todos los nios Rendy, yo, unos primos, los hijos de los amigos de la familiadormamos juntos sobre una suerte de terrapln de camas reunidas al centro de una gran habitacin,en una esquina de la casa. Algunas noches la luz de la luna llena entraba por la teatina e iluminabamedio cuarto, dejando la otra mitad an ms oscura que de costumbre. En la maana entraba lagobernanta y nos encontraba siempre abrazados, a Rendy y a m, y haca algn comentario picaresco,pero ingenuo, claro. Eso era de muy nios. Luego fueron los veranos enteros que pasamos juntos ytotalmente libres por el puerto. Mucho ms tarde vino la vida social en Lima. Rendy era formidableen su persecucin de lo peruano. Ella me ense a hablar el poco espaol que despus he olvidado.

    ML: Hasta qu edad duraron esas correras?CA: Mucho. Hasta que cumplimos los trece aos, ambos en febrero, sus padres llegaban por

    tierra a Cerro Azul cada ao, unos das antes de la Navidad, y tomaban un barco de vuelta a Lima alterminar marzo. No haba para m da ms triste, o tarde ms triste, o noche ms triste, porque esosbarcos podan llegar en cualquier momento, que los de la partida de Rendy. Ya mayores, ella medejaba sus libros del verano para consolarme, pero yo nunca los tocaba, como si leerlos hubiera sidoaceptar la partida de mi amiga. Hasta que un ao, recuerdo que fue 1930, por fin navegamos juntos laruta Cerro Azul-Callao. Entonces empec a pasar los inviernos en casa de mi to Cedric, el padre deRendy, donde s se hablaba en espaol y pude perfeccionar, si sa es la palabra, lo poco de eso queella me haba enseado en el puerto. Piense, pues, que hasta los diez aos yo slo hablaba ingls, yel chino que haba aprendido entre los peones. Pero me estoy distrayendo. Le deca que pasaba losinviernos donde los padres de Rendy, en una casa que imitaba un cottage ingls, hasta en el techo ados aguas. Pero no se pierda a esos padres de Rendy, un viejo ingls y una vieja peruana, feos comodos arenques, en el papel de dos antiguos hidalgos espaoles. Segn mi madre no pasaban esaslargas temporadas de verano en la hacienda por amor al sobrino, sino para equilibrar un azarosopresupuesto de alto empleado bancario, que no daba para mantenerse en la alta sociedad. El era unbondadoso y extrao manitico del aseo personal, al que llamaban Flipo, no recuerdo por qu. No sebaaba nunca, o as me pareca al menos, o quizs era que no se baaba en el mar. La cosa es que susmayores placeres eran rebanarse las cutculas, lustrarse las uas, tajarse los callos de la planta delpie con un aparato especial, doblar la redecilla con que por la noche intentaba domesticar loscrespos de su pelo rubio, meter hormas de madera con tornillos de bronce en sus zapatos cada vezque se los quitaba, limpiar su anillo matrimonial con alcohol y un algodoncito, envolver su calzador

  • de mango largo en un ante amarillo y guardarlo en un estuche de marroqun celeste, defoliar elinterior de su nariz y sus orejas con una especie de pequea guillotina cromada, aprisionar las bastasde sus pantalones en una prensa de madera, y as sucesivamente. Para un nio pequeo aqullos eranrituales fascinantes, pero luego empezaron a darme risa, y por ltimo tan elaborada pulcritud pas adarme asco. La madre de Rendy era peruana, como le dije, e insoportable. Vena de una familiapretenciosa y hablaba un deplorable ingls de vocales inseguras, que todo el tiempo reemplazaba lae por la a. Borracha, no se imagina. En sus ltimas etapas, sobre todo en su casa de campo deChosica, se dedic a tomar cerveza mezclada con scotch, un brebaje que iba manteniendo calientesobre un mecherito. En Cerro Azul todo ese alcoholismo se disimulaba un poco por las rutinascampestres y playeras. Era una gran nadadora. Pero igual all, cuando caa el sol ella montaba subarbecue de cerveza con scotch. Entonces lograba reclutar a mi madre para los tragos y laconversacin, siempre chismosa, genealgica, censuradora. Crame, ver a mi madre picada por eltrago ha sido siempre una escena muy angustiosa de mi infancia. Por eso nunca mezclo mi whisky concerveza (solt una carcajada). Pero all no termina la cosa. Esta vieja tena un tema de conversacinobsesivo, que era lo que ella llamaba sexos humanos. Siempre repeta lo mismo: Sexos humanosno es lo que ustedes estn pensando, y nunca explicaba de qu estaba hablando, y deca que se noera un tema para hablarlo en ingls.

    Archimbaud volvi a interrumpirse y a mirarse las manos, pero esta vez totalmente inmvil,

    como un catatnico. A pesar de haber visto la escena un momento antes, la repeticin me conmovi,hasta las lgrimas. El bourbon me haba empezado a hacer efecto. Tuve la sensacin de que elhombre se haba perdido por entre los vericuetos de una tarde alcohlica de Cerro Azul, y que nosaba el camino de regreso. Que quizs toda su vida haba consistido en tratar de encontrar esecamino que traa de vuelta del whisky con cerveza, sin xito. Por un instante me lo imagin chiquilloy asustado, mirando a su madre desde lejos, por ejemplo desde el muro de una huerta acosada por lospantanos y el salitre, o desde las buganvillas de un techo sembrado de araas, o desde la afiladasombra de una esquina, queriendo acercarse y a la vez temiendo hacerlo, un chiquillo asustado queluego se haba convertido en un viejo hijo de puta. Me pareci que nadie podra salvarlo de eselaberinto lgico ubicado junto al mar, del cual estaba condenado a no salir jams, as que lo dejall, y me hice llevar por la pendiente ms obvia de mi curiosidad.

    ML: Y usted todava habla el chino, o ya lo olvid, como el castellano?CA: Lo hablo, s, pero el chino ya no (una carcajada). Bueno, la verdad es que ms o menos. Es

    un dialecto cantons, y adems antiguo y, por ltimo, ms bien agrario. Sin embargo, me ha servidopara circular de cuando en cuando por el clebre barrio chino de aqu. No deje de visitarlo. Ya loconoci? En fin, es un chino pobre, aprendido entre peones, pero creo que bastante mejor que elespaol, que nunca llegu a aprender del todo y que luego olvid rpido, sobre todo porque nunca megust. Imagine la irona, terminar viviendo aqu, en la meca de los hispanics, con decenas demillones de latinos, all del otro lado del muro del jardn. Pero as y todo, llegu a la mayora deedad hablando con un grueso acento (se ri y pronunci de un tirn, como un trabalenguas, seorita-cucaracha-caballero-sombrero [You see?]). Le veo la mirada de reprobacin, pero tome usted encuenta que ramos los dueos de toda esa tierra, y el resto no importaba, de una forma u otra, todoshablaban nuestro idioma. ramos tan dueos que ya ni lo parecamos, y la propiedad la vivamoscomo un nexo natural entre nosotros y el valle. Alguna vez mi padre me hizo saludar a un enano con

  • cara de castor que era el Presidente de la Repblica. Legua [Archimbaud lo pronunciaba Ligai], elfamoso Legua, quien me habl en ingls, como casi todos los que me rodeaban. Lo acompaaban dosmujeres de nombres hispnicos, Consuelo, Rosa. All en la pared puede ver su foto desembarcandoen el puerto. Mi padre pronunci un discurso. Espere. Aqu lo tengo. Espere. Se lo traigo.

    Hice un esfuerzo protocolar por impedrselo, pero Archimbaud se zambull en el cajn de unescritorio y sac de un archivador unas hojas amarillas que me extendi solemnemente.

    CA: Aqu est. Esto dijo mi padre en la sala de la casa de Cerro Azul, el da en que apareci elenano de sombrero de cilindro negro. Yo siempre supe que estaba guardando este texto para algoimportante: era para que usted lo leyera en voz alta. No sea tmido. En voz alta. A ver si recuperamosen esta conversacin las resonancias del castellano de la era de la escritora.

    Tom las hojas sin la menor intencin de hacer un recital de discurso poltico, y les ech unarpida lectura en diagonal. Por un instante esper que el discurso estuviera en ingls, pero no. Eraobvio que mi interlocutor estaba dedicado a la chunga, pues el texto era uno de esos clsicosdiscursitos sobones que acompaaron a Augusto B. Legua hasta su espectacular cada. En pocaspalabras, Archimbaud padre aseguraba con toda vehemencia que la grandeza del Per estabagarantizada a partir de all gracias a la sola presencia del Presidente de la Repblica en el valle deCaete. Me dispuse a negarme cuando Archimbaud me volviera a exigir leerlo en voz alta, y mequed en silencio, mirando las hojas, un tiempo notoriamente ms largo que el necesario para leer elcentenar de lneas del discurso. Cerr la lectura con un sonoro sorbo de bourbon.

    CA: Qu le parece?ML: Que su padre no pudo haber redactado esta cosa. Lea con acento extranjero?CA: Redactado quizs no, pero lo hubiera visto leyendo en un castellano impecable. Es decir,

    con un poco de acento, s. Pero sa no es la parte ms interesante de la historia. Me creera si ledigo que en esa oportunidad, al entrar sin avisar en uno de los cuartos pequeos de la casa, vi aLegua besndose con la madre de Rendy? Tena su rodilla metida entra las piernas de la mujer y,cosa extraordinaria, el sombrero puesto.

    ML: Pues s, la verdad que me sorprende, aunque es cierto que el tipo tena cierta fama de latnlover, como tantos presidentes. En realidad lo que me sorprende es lo inoportuno de la iniciativa.Quizs estaba enamorado?

    CA: No creo que haya sido amor o sexo. Pienso que fue ms una obligacin de polticosudamericano: demostrar que los enanos son viriles. sa es una obsesin de los enanos, sobre todode los hispnicos, y los comprendo. Ha visto usted cmo actan cuando tienen que desvestirse enpblico donde hay damas, en los balnearios al borde del mar o en las piscinas?

    ML: Pues s, tiene razn. Ahora mismo estoy recordando el espectculo de unos enanosespaoles de la troupe de una cuadrilla bufa llamada El bombero torero. Era alrededor de la piscinadel centro vacacional Huampan, un hotel de bungalows en Chaclacayo, donde estas personas seestaban quedando. Creo que era el invierno de 1957.

    CA (parando la oreja): Ah, s? Y qu hacan los enanos? Eran toreros ellos tambin?ML: S, creo que s, que tambin toreaban. Pero junto a la piscina le clavaban la mirada a las

    jvenes norteamericanas que se soleaban en sus dos piezas, frescas del susto que se haban pegadounos das antes.

    CA: Con los enanos?

  • ML: No, con los mineros. Unos das antes los mineros de La Oroya, cinco horas sierra arriba,haban tomado las instalaciones y rodeado las casas de los gringos de la Cerro de PascoCorporation. Los gringos bajaron a Lima con sus familias y se quedaron meses en Huampan. Nuncaescuch hablar?

    CA (apartando con un enrgico movimiento de la mano toda idea sobre mineros ynorteamericanos): Pero qu hacan los enanos?

    ML: Bueno, no s Miraban mucho, les conversaban, decan cosas con acento espaol. Enrealidad, ahora que los recuerdo, no es que fueran incorrectos, slo desinhibidos, y al final creo quelas gringas no entendan la mayor parte de lo que los enanos decan.

    CA: Pero qu cosas decan?ML: No s. No s (recin entonces advert que Archimbaud quera que yo le mintiera algo

    espectacular sobre los enanos, y cambi de tema). Cundo vio a Miranda Archimbaud por ltimavez?

    CA: A Rendy? Por ltima vez? No s. Posiblemente en uno de nuestros encuentros en Europa.Aos enteros se los pas en esos viajes increbles de los peruanos que se persiguen unos a otros porlas ciudades de Europa. Creo que fue cuando coincidimos en Lisboa. Ya estaba irreconocible.

    Ahora mientras escribo, la imagen de Legua abrazando a la ta abuela de Archimbaud me

    devuelve a la memoria un aparte de la conversacin chismosa de Chaclacayo en los cincuenta queaparece ms arriba.

    MARITA MORGA: Vieja? Por qu vieja? T sabes bien que no es as, mrame bien.BERNARDO MILL: Casi viuda, por lo menos.MM: No seas malvado con Gusi. Adems, t qu sabes.BM: No s, dime.MM: Ya quisieras saber.BM: Cundo? No, ni me digas. Yo s que nunca va a salir nada de estas conversaciones. Ahora

    mismo deberamos dejar esta pestilencia de gin y buscar un hotelito en Chosica.MM: Me dan asco esos hotelitos.BM: Pero si ni los conoces.De pronto la casa se llen de los extraordinarios aromas del aguadito de pato, y como si un ngel

    hubiera pasado entre ellos, los bebedores miraron al mismo tiempo sus vasos cargados de ginazucarado, limones ya sin espritu, hielos a medio derretir. Trenzados en el aroma del pato llegaronlos efluvios de la cerveza cocida sobre una capa de culantro, los del pisco voltil, y el olor del ajverde eviscerado. Luego de unos diez segundos de intenso silencio, como si se hubieran puesto todosde acuerdo, los bebedores se abalanzaron sobre la bandeja de los tragos. Mili levant su vaso ybrind por la cocinera.

    BM: Con usted mi amor se atraca!Una voz le respondi al instante: Correspondido matraca!. Los ccteles anunciados por Archimbaud fueron varias rondas de old fashioned hechos del

    mismo bourbon, servidas sobre la misma bandeja de rattan por una seora gordita, de mejillas

  • rosadas, que no abri la boca en los minutos que pas en el saln. Cuando la mujer se fue,Archimbaud me dijo que aqulla era la menor de sus tres hijas. Le pregunt si sus hijas conocan elPer, y me respondi Para qu?. La frase me hizo mirar mi reloj. Era poco ms de las ocho. Yalos bourbons de la llegada se me haban trepado, y los old fashioned, en que flotaban gajos denaranja, cscaras de limn y marrasquinos alcoholizados, terminaron de desinhibirme, sobre todo porel lado de una notoria impaciencia.

    A pesar del cambio de trago, la conversacin sigui ms o menos por los mismos cauces, aunquelas historias se fueron haciendo ms escabrosas y macabras, y Archimbaud las fue complementando yacentuando con elocuentes gestos de las manos. Interrump una de ellas para preguntarle por las fotosde familia que haba ofrecido ensearme, y asinti con la cabeza, se levant, y fue hasta un cajn desu escritorio a sacar un abultado sobre manila. Esparci las fotos por la alfombra, delante denosotros, y empez a explicarme muy a la ligera aqullas que le fueron pareciendo ms importantes,dndome uno o dos nombres y pasando a la siguiente, casi todas de parientes paternos en ternos yuniformes. Hasta que lleg a la imagen de un hombre bastante parecido a l, con una suerte de batnde seda y sentado delante de una media docena de matronas de pie, y se detuvo.

    CA: Mire bien esta foto. Fue tomada en el patio trasero de la casa de Cerro Azul, a muy pocotiempo de construida. Esas seoras llegaron todas de Inglaterra de visita, y ninguna volvi a ver elPer. ste era mi to Fortescue, durante mucho tiempo el verdadero dueo de la hacienda, cuyo toabuelo a su vez haba sido un secretario de OHiggins al que se le fue buena parte de su vidaviajando entre Caete, Lima y Santiago de Chile, entregando mensajes secretos e intiles de su jefe.Este to mo tuvo que regresar de Inglaterra, la familia dice que a regaadientes, para hacerse cargode la propiedad de su to, y muri en ella un verano, ya jubilado de la administracin de su propiahacienda, cuando yo tena unos quince aos. Para entonces ya Fortescue y su mujer vivan en unacabaa a cierta distancia de la casa principal, y pasaban slo la mitad de su tiempo en Cerro Azul.Una maana le dijo a su mujer que el perro salchicha de la casa estaba con una mirada de loco. Lamujer, que era una irlandesa regaona, le grit que el loco era l, que ya se haba peleado con toda lafamilia y con la servidumbre, y que ya slo le faltaba pelearse con los perros de la casa. Fortescue,que en efecto era un viejo cascarrabias, por una vez no respondi, pero sigui mirando al perro conel rabillo del ojo. Esa misma tarde vino hasta la casa principal y le cont a todo el mundo que elperro le haba clavado la mirada y que hasta se la haba sostenido agresivamente. Para hacerle lahistoria corta, al da siguiente el perro mordi a mi to, y los dos murieron de rabia, uno das despusdel otro, todo en menos de una quincena. Mi padre mand matar a todos los perros de la hacienda,por si acaso. Salud, por los perros.

    ML: Por los perros. Debera usted ver lo que fueron los perros serenos de Cerro Azul esteverano. Son perros que comen pescado todo el da y buena parte de la noche, que lo engullen crudoen sanguinolentos calandrajos por las inmediaciones del nuevo muelle, a la hora en que lospescadores evisceran el producto del da para venderlo. Roen espinazos y cabezas en las puertas delas casas y de los restaurantes en las maanas, y el resto de las horas se les ve devorando sobras depescado frito o sancochado. Y en sus ociosos paseos por la orilla todava encuentran tiempo paramasticar algn resto seco de pescado de otros das. Crame, hay algo marino en sus miradas.

    Sigui mirando las fotos, como si no me hubiera escuchado, y lanz una diatriba contra la ltima

    media docena de parientes y conocidos muertos. Ya no importaba que esta ltima promocin de

  • personajes nunca hubiera visto el Per, quizs ni siquiera sospechado su existencia. Los insultosdaban la extraa sensacin de pronunciarse a s mismos, de no estar dirigidos contra nadie enparticular, de ser seales con las que Archimbaud simplemente estaba tratando de delimitar unespacio en su conversacin. Hasta que se cans de insultar retratos, reuni sus fotos esparcidas sobrela alfombra, las meti en el sobre manila, lo cerr y lo golpe en el aire con las dos palmas a la vez,como se hace al cerrar un lbum. No haba dicho una sola palabra sobre la escritora, ni me habamostrado una foto de ella.

    ML: Y fotos de su ta Miranda?CA (inmutable): No se impaciente, que por all tengo una, y le va a encantar.Sali del cuarto y volvi con una foto de la escritora y un novio en el da de la boda,

    posiblemente la primera, pues iba muy joven, y muy de blanco. El frac del novio era la versin ennegro de uno de esos trajes que los ingleses usan para asistir a las carreras de caballos en Ascot,pero el rostro y la mirada eran resueltamente peruanos. La escritora sonrea virginal, y el noviomiraba la cmara con gran seriedad, o quizs slo con gran ansiedad. A un lado, sobre una mesita detres patas, un florero globular de plaqu repleto de lirios, y debajo, en la parte ms blanca delvestido, una dedicatoria en ingls para Clay: Te va a gustar Antenor cuando lo conozcas. Lepregunt si haba conocido al esposo, y su primera respuesta fue una suerte de carcajada tosida conla boca cerrada, que termin en un estallido de saliva sobre su vaso.

    CA: No, por Dios. se es Senz, el bfalo troglodita (pronunciaba bfalo en castellano) a quiennunca quise conocer. Ni a l ni a los otros. Que yo fuera discreto, y aunque ahora le cueste creerlo,hubo tiempos en que yo era discreto, no quiere decir que no sintiera celos. Creo que casi no hubohombre que se acercara a ella al que Rendy no le encontrara algn atractivo, algn rasgo rescatable[redeeming feature]. Siempre lo atribu a las inseguridades de una cierta fealdad, y pas por alto susaventuras. Pero eran los ms criollos los que me partan el alma. Esos descensos a la cosa peruaname hacan rabiar, entre muchas razones, porque la transformaban de una manera tan completa, lellenaban la cabeza de buenos propsitos irrealizables, y me pregunto si acaso hasta indeseables, encuanto eran obvias hipocresas. Todo ese peruanismo era presentado como preocupacin poraquellos mismos pobres que, en opinin de la propia Rendy, su gente oprima. Los esposos, losnovios, los protegidos, no eran sino pretextos para acercarse oblicuamente a un pas que dudo quealguna vez haya comprendido.

    La segunda vez que escuch hablar de Archimbaud tambin fue en una conversacin ajena, ms

    bien una vulgar e indiscreta chchara, esta vez de dos resacados annimos, limeos bien arropadosen un bao turco del stano del Hotel Crilln, a fines de los aos sesenta.

    A: Es que como es un huevn que no vive aqu desde hace casi medio siglo, la cosa se complica.B: Y cmo se contact con el estudio?A: No se contact ni mierda. El viejo de Sobenes ya le manejaba los asuntos desde antes que se

    formara el estudio. No es mucho, pero siempre es algo, casas viejas, terrenos, sobre todo eso.B: Y el que reclama es se que t dices que es el hijo entoncesA: No, el primo. Pero si lo has visto, el ex de la Gurriaga.B: Y recin se ha dado cuenta de que lo haban estafado.A: All est la vaina. Ni siquiera lo han estafado a l, sino al padre del tipo, que no ha muerto,

  • pero est chochazo. As que primero tienen que hacer un juicio para declararlo incapacitado. Perouna hermana se resiste, no s si por amor al viejo o porque no la vayan a joder con la herencia.Porque tambin hay que mirar ese lado.

    B: Y el gringo qu ha dicho?A: Qu ha dicho? No ha dicho ni mierda, ni siquiera ha contestado las cartas que mandamos

    para confirmar la direccin.B: Y qu van a hacer?A: No s. Lo normal sera hacernos los cojudos, pero el estudio viene haciendo eso desde hace

    un culo de aos, y ahora el primo est con la soga al cuello y se nos ha venido encima. Ha contratadoun estudio, y nos estn bombardeando de cartas notariales para el gringo. En una de sas encuentranun abogado que les haga caso.

    B: Y la estafa? Cmo?A: No est claro. Una versin es que se hizo pasar por esposo de la ta para vender unas

    propiedades. En otra denuncia el primo dice que la convenci con engaos para que ella avalaraunos prstamos que l tom con las propiedades de ella. El padre de la ta era accionista de unbanco, uno de esos bancos que vol en los aos treinta. Yo qu s, han armado una chanfaina.

    B: Y van a defender al gringo?A: No hay mucho que defender, todas las propiedades del puta son tugurios llenos de huevones

    que no los va a sacar ni sanputa en mil aos. Pero hay un terreno que s est vaco, pero uno de loscojudos del estudio le construy un edificio encima hace un huevo de aos. Y creo que eso es lo quesabe el primo, y por ello est presionando al estudio.

    B: Y por qu te han encargado el expediente a ti?A: Me agarraron de cojudo, y adems soy medio pariente del gringo. No por Archimbaud, sino

    por Salcedo, que es uno de sus apellidos.B: O sea, que puedes sacar algo de esa vaina?B: Bien jodido. All ya mordi mi viejo, y lo peor es que estoy seguro de que ha mordido a

    medias con el viejo del primo ste, que ha venido a reclamar lo que ya no existe. Lo que me estaba enseando Archimbaud en San Francisco era la foto del padre del primo

    reclamador, en el da de su boda. Pero en el rostro de mi anfitrin no haba ni la sombra de unconflicto como el que yo haba escuchado en el bao turco. En general, Archimbaud parecatotalmente por encima de cualquier asunto de dinero. Era obvio que me estaba llevando con granhabilidad por el camino que l quera. Su versin de s mismo, de la escritora y de sus relacionesestaba lejos de ser inocente, pero no slo, ni sobre todo, por los reflejos escabrosos con que lsazonaba sus rencorosos recuerdos, sino por el mundo de conflictos econmicos cuya naturaleza yoentrevea, pero que l no permita asomar siquiera en sus palabras o sus gestos. Era lo que en Limaalgunos todava llamaran un gran seor.

    CA: Como ve, una familia ms bien aburrida, con excepcin de Rendy. Si no tengo ms fotos deella es por mi difunta esposa, que le tena un verdadero odio. Creo que acept que yo conservara estafoto porque en ella Rendy se est casando con otro hombre, estoy seguro. Nunca se conocieron. Creoque se hablaron un par de veces por telfono, o trataron ms bien, porque Rendy insisti en hablar enespaol. Una buena mujer, mi esposa. Creo que me volvera a casar con ella, siempre y cuando fuera

  • indispensable.ML: Y con Miranda?CA: Eso ya es un poco ms difcil, no? El tipo tomaba.Ya al filo de las diez, con algo as como media botella de bourbon dentro, Archimbaud empez a

    observar su reloj, a tocar un timbre oculto bajo la alfombra, a mirar nervioso en torno suyo, hasta queofreci mostrarme la ciudad.

    CA: No le da claustrofobia este lugar?ML: No especialmente.CA: A m me empieza a aburrir luego de un par de horas. Siempre prefiero salir. Adems, yo le

    ofrec mostrarle Frisco. Aunque ya nadie llama as a la ciudad.Le agradec, salimos al jardn y caminamos hasta el fondo, donde en una especie de patio andaluz

    esperaba el chofer junto a un Lincoln Continental 1958 guinda, lustroso, con el cuero marrn de losasientos levemente cuarteado. Lo abordamos.

    ML: Hermoso automvil.CA: Lo compr nuevo, y se ha vuelto un modelo muy raro. Cada dos o tres aos lo presto a una

    exhibicin de autos clsicos, aqu, en Oakland.Hicimos unos veinte minutos de meandros por las colinas del barrio. Archimbaud me fue dando

    los nombres y la actividad empresarial de los dueos de diversas mansiones, y ya un poco ms abajoentr en unas indignadas explicaciones que pretendan ser tursticas sobre la invasin de judosy latinos en la zona.

    CA: Incluso aqu mi chofer me dice que viven cerca un par de familias peruanas que parecentener mucho dinero. Por cierto que una de ellas ha preguntado por m. En vano, claro.

    Dimos la vuelta reglamentaria por la baha, e incluso caminamos hasta el extremo de un muelle,donde los guardianes parecan conocerlo. La bruma de comienzos de la noche se haba disipado, yahora ya brillaba una luna llena amarillenta. Unos cuantos locos hacan windsurf bajo esa luz.Salimos a caminar por un mirador turstico de las alturas.

    CA: A usted Cerro Azul parece interesarle tanto o ms que Rendy.ML: Bastante ms.CA: Alguna razn particular?ML: Ah estn sus fotografas. Es un sitio bellsimo.CA: Pero tiene que haber ms.ML: No siempre.CA: Siempre hay algo ms (volvi a mostrarme las manos, como haba hecho en su casa a mi

    llegada). Hace calor. Ya llevamos ms de media hora sin un trago. Es hora de que conozca mirefugio.

    Todava dimos un par de vueltas por barrios antiguos, y luego entramos al centro desierto de laciudad y llegamos a una puerta con una gran placa de cuero y bronce que deca The Tate a Tate.

    Desde la entrada poda verse que el lujoso establecimiento imitaba algn bar del siglo pasado, enun estilo entre gtico y vaquero: cuernos cruzados de a tres sobre todas las mesas, y cuero ms rojo

  • que marrn cubrindolo todo.Todo quera decir las superficies ms insospechadas, como floreros, escupideras, cuadernillos

    de fsforos y ceniceros. El cuero reptaba columnas arriba hasta cubrir el cielo raso y luego bajabapor los cables a forrar las pantallas de luz mortecina. No se salvaban ni los marcos circulares de lasventanas.

    El capitn del bar le dirigi un circunspecto Mister Archimbaud, reconoci mi presencia conla ms leve de las venias, y nos condujo hasta una mesa semicircular, con un solo silln de cueroalrededor, evidentemente reservado para mi anfitrin. Intercambiaron unas frases sobre el clima, y elcapitn fue por el men.

    Una vez instalado y con el men en la mano (unas doce variedades de carne a la parrilla conensalada y papas), Archimbaud sugiri solemnemente que nos pasramos a los whisky sours con dosmarrasquinos al fondo (el nico trago serio de este hueco), pero no esper mi respuesta ydespach a un camarero con el primer pedido.

    Muy al fondo, en una suerte de gruta acolchada del mismo cuero marrn, pero almohadillado, unaorquesta empez a repasar el repertorio de Artie Shaw. Detrs de la orquesta unas puertas abiertasdaban sobre un balcn, y el balcn sobre las ondulantes luces de un transatlntico acoderado.

    La llegada de los sours me produjo una leve arcada de nusea y me hizo preguntarme qu diabloshaca tomndome todo el bourbon de San Francisco con un gringo desagradable. Pero no habamaera de interrumpir un agasajo que recin comenzaba. Ped agua helada, me recompuse comopude, y asum una vez ms que haba llegado hasta all a entrevistarlo sobre puntos especficos de lavida de la famosa escritora. Al fondo, muy al fondo de mi cerebelo empezaba a desenrollarse la ideade que la investigacin sobre ella en realidad no me interesaba ms. Quizs por eso, cuando repasmentalmente las preguntas que haba venido elaborando desde Lima, todas me parecieron unamelcocha.

    Archimbaud no se inmut cuando volv a sacar la grabadora. Su nica reaccin fue enarcar amedias una ceja, como para hacerme notar lo inapropiado del gesto. Pero a pesar de la lucecita rojadel micrfono encendido, la conversacin retom el tono sosegado que haba tenido al final de latarde. Volvimos a los recuerdos de su familia y de su juventud en Cerro Azul.

    De pronto, me volv a poner entonado y contento, y me olvid de mis dudas respecto de laescritora como tema de investigacin. Adems, ya era evidente que no habra manera de frenar esechorro de ancdotas, recuerdos, mentiras, diatribas e indiscreciones, que con cada nueva frase volvaa modificar mi imagen de la escritora, a quien ya a esas alturas yo llamaba mentalmente Rendy.

    Cuando lleg la cena, Archimbaud tena unos nueve aos y otra vez comenzaba el verano enCerro Azul.

    CA: Era delicioso. Podra llorar de lo delicioso que era. Y siempre que vuelvo a pensar en esa

    poca, en el centro de mis recuerdos est el tren. Lo recuerdo pitando a travs de la noche, o me veomirndolo desde las colinas trazar una delgada lnea de humo en la distancia, entre los caaverales yel mar, o recuerdo su ruido atronador en el silencio del puerto, en las pocas noches en que los barcosdescargaban para partir de madrugada. Visto framente desde aqu, el tren no llevaba a ninguna parte:eran unas cinco o seis millas de recorrido, entre el muelle y unas fabriquitas de San Vicente. Meimagino que ahora ya es un ferrocarril ms importante. Para m fue importantsimo. En las maanas,

  • despus de las tres horas diarias que yo tena que pasar, y que en verano Rendy era obligada a pasaraburrindose conmigo, escuchando las lecciones de la seora Carley, una institutriz mancaabandonada en el pas por un pastor protestante, nos ponamos ropas de bao y partamos a la carreraal puerto. Cuando no encontrbamos el tren all, lo esperbamos saltando desde el muelle al aguafresca. Un agua incomparable, liviana, casi dulce. Una vez encima de la locomotora el fogonero nosdejaba manejar hasta el pueblo nuevo del costado de la hacienda Montalbn, y de all de vuelta. Almedioda nos bajbamos del tren frente al muelle y corramos hasta la punta para lanzarnos al aguahelada, en el momento preciso en que entraba la espuma de las grandes olas. Ha visto esas olas?Los gritos de una domstica desde el muelle o la orilla nos llamaban de vuelta a vestirnos parasentarnos a la mesa a almorzar. Por la tarde volvamos a salir, sobre todo para explorar casas yruinas abandonadas, o a robar fruta por las huertas del valle, casi todas frutas extraas, cuyosnombres he olvidado y de las que slo me queda el olor. No, slo el recuerdo de su olor. Y siempreel recuerdo del tren con su olor a melaza, su carga de caa de azcar cortada y sus bolsas de salitre.Hace un par de semanas, luego de que usted llam, volv a soar que viajaba en esa locomotora, queen el sueo llega hasta el extremo mismo del muelle y me permite saltar directamente al agua. Rendyno ha podido salir, se ha quedado detenida por la seora Carley para que estudie. De pronto estoyotra vez encima de la locomotora, temblando de fro en medio del calor, y desde la altura de lamquina puedo ver las rayas inmviles, acechantes sobre la arena del fondo. Alguna vez ha visto lasrayas en Cerro Azul? Yo las he visto inmensas, blancas con azul, lo que se llama mantarrayas. Peroaun las ms pequeas eran terriblemente venenosas, y su dardo poda perforar sin problemas laplanta del pie. Las he visto hacerlo varias veces.

    De pronto la llegada de sours frescos, combinada con el refrescante recuerdo del agua helada con

    rayas al fondo, lo ilumin. Pidi permiso para ir al bao, de donde regres mucho ms fresco, con lacara lavada. La combinacin de una sonrisa nueva con la misma mirada que ya lo haba visto estrenaren su casa, me result particularmente inquietante.

    CA: Pero oiga, muchacho. Lo sigo aburriendo. Usted debe de haber estado en Cerro Azul hacepoco! He debido pedirle que me trajera una fotografa. Cmo est eso?

    Por alguna razn la pregunta me result desagradable. No porque Archimbaud quisiera una puestaal da sobre Cerro Azul, sino por el implcito cambio de roles que ella supona. Comprend que mipapel de entrevistador no slo me resultaba cmodo, sino que adems me protega frente alimpredecible carcter de Archimbaud.

    ML: Qu quiere decir eso para usted?CA: Oiga, no se ponga tenso. Eso se refiere a todo lo de all, las casas, los cerros, los

    pescadores, el muelle, el tren, no s Eso quiere decir todo, o cualquier cosa.ML: No tengo una idea clara de qu es eso que le interesa.CA: No, hombre, lo que a usted le molesta es que yo pase a ser el que hace las preguntas. Slo le

    pido una tarjeta postal, una puesta al da.ML: Pues all va. Por lo pronto de lo que usted me cuenta no queda prcticamente nada. Los

    rieles del ferrocarril fueron arrancados de cuajo hace aos, por lo menos en la zona del puerto viejo.Yo todava conoc, en 1965, el mun del muelle que antecedi al actual, los rieles, y unos cuantosvagones detenidos para siempre a pocos metros de las piedras de la orilla. De esa poca hoy slo

  • queda un puado de edificaciones: el antiguo local de la administracin portuaria, convertido endepartamentos de veraneo. El viejo muelle de madera, el que usted conoci, fue extirpado por etapasy reemplazado por uno nuevo, porque dificultaba las actividades de los baistas, y tambin dealgunos de los tablistas ms aprehensivos. Pero ese muelle nuevo tambin ha desaparecido, a sumanera. Desde una distancia no da la impresin de estar fuera de servicio varios decenios. No s,quizs es por las ltimas casetas de gra de su extremo, que le dan, ellas solas, un perfil casiindustrial. De cerca son cascarones que fue ms barato dejar al orn que remover, igual que los rielesque recorren el muelle afilados por la herrumbre. El otro elemento de trompe Voeil es el largo y laaltura del muelle. Quizs le resulte difcil aceptar que la construccin ms grande del pueblo, y acasode todo el valle de Caete, slo sirva para deslumbrar a los paseantes, encumbrar a la centena deinfatigables pescadores de cordel por la tarde y cobijar a los enamorados por la noche. Adems, hayotra irona: que se hayan construido dos muelles para llegar ms all de las olas, y que ahora queCerro Azul no es realmente un puerto, nadie quiera llegar ms all de ellas. Cerca de la punta delmuelle, rodeada de un muro bajo para que se pueda pescar mejor y para proteger a los incautos, estla escalera que serva de embarcadero. Nios cerroazuleos en trusas de colores indefinidos hacenclavados desde all casi todas las tardes del ao, y en los raros das en que las olas pasan los dosmetros de altura los tablistas ms hbiles cruzan entre los pilotes en un zigzag. Este pasado veranotodos los locales haban sido tomados por la Coca-Cola, que pint varias fachadas comerciales deblanco a cambio de ubicar sobre ellas su lema de este ao: Es sentir de verdad. En los restaurantesmenos al da seguramente todava se mosquean las banderolas de otros aos, por ejemplo Coca-Cola, ms y ms. Tambin la Pepsi-Cola ha instalado hermosos quioscos con sus colores en cadacuadra, para las vivanderas de siempre. Toda esa propaganda es para los tablistas. Porque la ola esla principal atraccin turstica del pueblo. La ola, y la ilusin de la discrecin. Hay una avenidacentral, el Jirn Comercio, asfaltada por el anterior alcalde, y unas angostas calles que la cruzan, condos cuadras en direccin a la carretera y una en direccin al mar. Unas cuantas flechas ordenan eltrfico de la plaza principal, en cuyo centro hay una gran glorieta de colores enfticos pero austeros.Las bodegas, los restaurantes y los hostales estn repartidos por todo el pueblo. La relacin con elturismo (tablistas, familias, parejas, grupos) todava es vacilante, quizs porque Cerro Azul todavaes una vacacin barata y campechana.

    CA: Para las parejas que buscan la discrecin?ML: S, sobre todo. Por alguna razn casi todas las parejas que se tumban en la playa del puerto

    viejo, frente a los hostales, parecen clandestinas. Quizs se les reconoce por la edad, un pocoavanzada para la luna de miel, o las prendas que evidencian a baistas muy ocasionales. Se abrazan yno hablan con nadie, no tienen hijos alrededor, siempre se baan juntos, no estn un instante sinhablarse, ni practican los gestos de falsa independencia de las parejas asentadas. Esas parejasclandestinas se instalan siempre junto al muelle, se que usted no ha conocido, del otro lado de laschalanas, mientras que las familias y los tablistas ocupan el otro extremo de la baha, junto a la rocade donde parten las olas. Inevitablemente transmiten su sexualidad, que intentan disimular con algoparecido a la timidez, y que termina siendo una cierta torpeza de los cuerpos, sobre todo al entrar alagua. Los principales hostales, todos con ventanas pequeas y recibos desiertos, siempre me hanhecho pensar en mucho sexo, en toallas que nunca llegan a secarse, conversaciones de entrecama queen su vehemencia ignoran que han viajado, que siguen discutiendo cosas de Lima, y en las maletas lasprendas con que los huspedes partieron, y con las que regresarn, en demasiados o demasiado

  • pocos das.CA: Otro sour?Fue el anuncio de que yo deba cambiar de tema, pero no se me ocurri manera de hacerlo sin

    callarme, y me perd por entre descripciones de los vericuetos del futuro inmobiliario de Cerro Azul.Le cont que ese ao la frase del momento haba sido Bien manejado, esto puede ser un Acapulco.Le dije que los terrenos al fondo de la baha, al pie de los cerros, se vendan a noventa dlares elmetro, mientras que lejos de la playa el precio pedido bajaba hasta cinco. Pero Archimbaud ya no meestaba siguiendo, como que la imagen de Cerro Azul 1920-30 era demasiado fuerte en su cabeza, ytoda aquella novedad lo confunda, o ms bien le resbalaba. No tuve alma para contarle que despusdel alcalde de origen japons haba venido el alcalde aprista. Entonces, a l se le ocurri una manerade salir del tema, que fue volviendo a contarme de Rendy hacindose el serio, un tema que a m ya seme iba haciendo pesado.

    CA: S, ya veo, muy bonito Cerro Azul. No s qu pensar usted de m, pero nunca he ledo unsolo captulo completo de Rendy, aunque s que es famosa all en su pas. Eso no quiere decir que encasa no tenga todos sus libros, o quizs yo estoy imaginando que son todos, en espaol y en ingls, yhasta uno publicado en francs. Extraos ttulos, por lo menos para m. Nunca me olvidar de uno, delos primeros: Zambomba. No s qu quiere decir, pero suena muy de all. La verdad es que hubieradispuesto de esos libros hace mucho tiempo, pero su presencia en los estantes molestaba mucho a miesposa, y creo que eso me hizo conservarlos. Cuando andbamos juntos ella todava no escriba, ynadie pensaba en ella como escritora. En realidad nadie pens nunca mucho en ella. Se deca que erauna muchacha muy inteligente, y con eso ya no haba razn para seguir hablando de ella. Y ellatampoco se interesaba mucho por la gente de Lima. Ms bien se interesaba por los caballos, por laequitacin. Era una entusiasta del polo. Cada maana haca el mismo recorrido a caballo, y luego seapareca al pie de mi suite del Country Club, donde haca relinchar al animal. As (silb con dosdedos metidos en la boca, imitando perfectamente un relincho largo y otro corto, que hicieron voltearla cabeza a los parroquianos). Montaba, montaba, no escriba. Pero es verdad que lea. Lea, eso s, yrecuerdo que sus lecturas siempre me parecieron inslitas e inadecuadas para su forma de ser. Mireque yo era todava ms inculto que ahora, educado por una institutriz manca y varias colecciones derevistas inglesas a las que mi familia estaba suscrita. Eran libros esotricos alemanes, novelasfrancesas de autores desconocidos para m, revistas inglesas, claro, y autores peruanos, muchosautores peruanos. Deca detestar todo lo norteamericano, viva apasionada por todo lo europeo, ypersegua con vehemencia todo lo peruano. Pero ella deca que era al revs, que el Per era supasin y Europa su curiosidad. Nada de eso.

    ML: Usted dice que ella no escriba. Pero su libro sobre la tristeza es de cuando ustedes todavaestaban juntos en Lima

    CA: S, tiene razn. Quizs exagero. Ya en la ltima parte de nuestra relacin, cuando yo estabadedicado a vender parte de mis propiedades y acciones, a preparar mi salida del pas, ella hablabade cuando en cuando sobre su nueva actividad literaria. Pero creo que lo haca cuando querairritarme. Nos pelebamos sobre ese punto, y ella terminaba concedindome que slo escriba paraordenar sus ideas.

    ML: En lugar de para qu?CA: No s, en lugar de para hacerse de una carrera literaria, o desfogar su pecho, o convencer a

    un pblico. Pero al mismo tiempo ella viva quejndose de que no poda escribir porque no le dejaba

  • tiempo la crianza de ese horrible par de hijos de su matrimonio con el vendedor de maquinariaagrcola e insecticida que acabo de mostrarle en la foto.

    ML: Senz?CA: Senz. Se cas con el tipo a los quince aos, y as fea y todo no dej de cornearlo una sola

    semana de su relacin, estoy seguro. Pienso que fue l quien termin de meterla en lo de los libros yla poltica. Lo que la decidi por los libros fue tanto darle vueltas a las historias de las familias y losapellidos, ms el tedio de su vida de seora elegante en una ciudad sin verdadera elegancia. Siemprepens que ese tipo era muy raro, y se lo dije a Rendy varias veces. Pero ella se negaba a discutir sumatrimonio conmigo. Siempre repeta el mismo dicho en espaol, en el sentido de que casarse ymorir est predestinado por los cielos, o algo as. Al final tuve algo de razn: a fines de los aoscincuenta el tipo la abandon por una empleada domstica de su propia casa, dicen que del mismopartido subversivo en que l estaba. S que los hijos sufrieron como locos, y que la madre, algunavez, dijo que no tena claro cul de los hijos era de cul padre. Termin disponiendo de ellos entre laparentela del marido, vindolos poco y mal. Una historia que no aparecer en las biografas. O en lasuya s?

    ML: No estoy haciendo una biografa. No se le ocurri que alguno de esos hijos pudiera sersuyo?

    CA: Puede ser. Nunca los he visto. Pero supongo que se notara, por lo diferentes que somos losposibles padres y yo. Qu interesante. Nunca lo haba pensado. Cmo as se le ocurri?

    ML: No s. Quizs pensando que se poda ser uno de los sentidos de la dedicatoria, aqulla deprimer esposo.

    CA: Se imagina? Un hijo mo dando vueltas por Lima? No. Creo que ella no se hubiera privadode decrmelo, por muchos motivos.

    Senz nunca hubiera podido ser hijo suyo. No solo por su breve edad, sino porque era bajo y

    cetrino, parqusimo en el hablar, transparente en sus opiniones, con una dulzura casi andina. En elprimer ao de colegio se pasaba los ratos libres lustrando sus botas de equitacin y leyendo losperidicos que le pasaban los mozos del comedor o algunos otros que mandaba comprar a Chosica.

    Ahora que escribo lo recuerdo marchando a mi costado en el desfile de 1957. En realidad,cuando yo llegu ya haban formado sin m, pero me hicieron un lugar en la fila de quinto deprimaria, donde marchaba Senz, y unos minutos ms tarde lleg la orden de marcar el paso sinavanzar. Un sonido suave, denso, a contrapelo de la docena de infames bandas escolares, nacionalesy privadas, de Chaclacayo.

    Mi grupo march inmvil un buen tiempo, marcando el paso frente a la casa de Laymito, unborrachn rosado y gordo, del que se deca que haba sido dueo de toda la hacienda que luego lafamilia Prado haba urbanizado. Era una casa-buque revestida de cemento beige, y por el balcn ycada una de las ventanas asomaban docenas de mironas. En realidad todo el pueblo estaba mirando,no se saba bien qu. Porque los escolares habamos llegado muy temprano, y ya ramos parte delpaisaje.

    El verdadero espectculo era el tumulto circundante, la gente que miraba a la gente, lasvivanderas ubicuas, la mala msica marcial en el aire. En realidad el pueblo miraba la idea de quealgo iba a suceder, de que todos esos nios se pondran en movimiento y desapareceran, tarde o

  • temprano.Pero la orden no llegaba, y nosotros empezamos a indisciplinarnos, como deca el instructor

    premilitar. Dos o tres ms atrevidos rompieron filas para comprar una gaseosa, uno incluso encendiun cigarrillo clandestino y ocult en un bolsillo la mano con el cigarrillo encendido.

    De pronto, las bandas dejaron de tocar, y cuando pens que el desfile comenzara, slo lleg lalejana msica de la kermesse de la plaza central, a tres cuadras de distancia. Leo Marini cantandoMaring, luego el Tro La Rosa {La mujer tiene mala conciencia). Volte la cabeza hacia atrs, vila diminuta rueda de Chicago dando vueltas, y palp los cinco soles en mi bolsillo.

    Media hora despus lleg la noticia de que pronto empezaramos la marcha. El instructorpremilitar grit atencin y descanso y atencin. Luego se alej unos diez minutos, volvi y gritdescanso, y seguimos esperando. Luego aparecieron mis padres a mirarme, me saludaron y partieronde vuelta a un almuerzo, no sin antes preguntarme cundo empezara el desfile.

    Las bandas volvieron a tocar, se volvi a or la marcha de las columnas delanteras marcando elpaso, a tres cuadras de distancia. Un par de minutos despus estbamos marchando, a los ritmos denuestras cornetas y charolas. Pasamos el estadio, el grifo, el taller de mecnica, la casa del generalMiano (de pie ante su puerta, con su esposa francesa y sus perros), la calle Los Cedros, y luegoentramos a Santa Ins.

    Eso fue todo, y luego otra espera para que nos ordenaran romper filas, luego de que variosrecibieran gratuitos varazos de los brigadieres

    CA: Oiga, se ha quedado petrificado. No quiere cambiar de trago? Algo ms fresco? Mire que

    estoy a punto de contarle por qu me gustaba Rendy. La parte de la cama, digamos. Por qu pasamosjuntos tanto tiempo.

    Archimbaud me pidi una Coca-Cola helada. Su nueva indiscrecin me dej an ms mudo de loque