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Levante EL MERCANTiL vALENCiANO SÁBADO, 28 DE JULIO DE 2018 3 SÁBADO, 28 DE JULIO DE 2018 2 L a mayor parte de mis convic- ciones son tan débiles y están sometidas a tantas modifica- ciones que más me valdría lla- marlas sospechas. Pero la pala- bra sospecha no sólo es sospechosa, sino que carece de apostura intelectual, de vigor acústico, de prestigio histórico. Los puntos de vista que uno considera que deben ser defendidos con energía conviene que se enuncien con palabras acabadas en -ón, o en -eza, o en -umbre: certidumbre, certeza, convicción. Así, con ecos imperiales, con música de alta especulación filosófica. Pero mis convicciones no son sino ocu- rrencias que se me han convertido en cró- nicas, comida preparada que se ha eterni- zado en mi nevera y que me produce cier- to cargo de conciencia echar a la basura, porque enseguida se me aparecen imáge- nes de niños intelectualmente hambrien- tos al otro lado del mundo, en países sin tradición reflexiva. Suelo abroncar a mis hijos con prédicas bienintencionadas de este género: Sois una banda de desagradeci- dos, vosotros, que tenéis la suerte de tener un padre que ha llenado las estanterías con los pensadores griegos, y los idealistas alemanes, y el Círculo de Praga, y el Círculo de Lectores. Tendríais que pasar unos meses en una de esas casas en donde solo se lee a Tom Clancy y a Antonio Gala, mequetrefes. Y entonces mis criaturas me miran con una mezcla de es- tupor, compasión y arrepentimiento, que me reconforta en lo más hondo de mi espí- ritu, por haber impartido una elevada lec- ción moral. Si digo todo esto es porque una de mis más arraigadas convicciones es la de que el verano no representa una estación me- teorológica, ni un merecido descanso la- boral, ni un purgatorio de promiscuidades en familia, ni una ocasión para ejecutar alardes de cosmopolitismo chirle en las re- des sociales. El verano es una disposición anímica, una inclinación del espíritu. Y como el espíritu es costumbrista –un censo de hábitos, de manías, de caprichos eleva- dos al rango de abstracciones reputadas–, el verano se traduce también en el regreso de ciertas rutinas. La modesta sensualidad de caminar descalzos y sentir que el suelo no es más que otra capa de piel que conduce a lo desconocido. El canto de la cigarra hasta altas horas de la noche, como una varie- dad popular de lo eterno. El yunque del sol, metafísico a su manera, sin la sutileza de las brumas, de la nieve, de los bosques inextricables. La idea de las vacaciones entendidas como la corroboración de que no hemos dejado de ser el niño que no he- mos dejado de ser, a pesar de que el mun- do se obstine en decir lo contrario. Las pis- cinas, azules en la hora de la siesta, engen- dradas para detener el tiempo, esa dimen- sión elástica. Este es el último artículo de julio, el últi- mo del verano auténtico, hasta septiembre. Siempre que pienso en algo último me acuerdo de la película, y de Daniel Day-Le- wis, corriendo sin parar, luchando contra los indios hurones. ¿Por qué correría tanto, a toda hora? ¿Por qué me pongo mohica- no, habiendo tantas cosas últimas? El último mohicano COMPLICIDADES Carlos Marzal Levante EL MERCANTiL vALENCiANO místico: hay una comunión entre todas las co- sas («eso eres tú»), que en mayor o menor me- dida, se encuentran interpenetradas. El movimiento de la materia no se debe a la polaridad de los contrarios (Amor-Odio) como en Empédocles, sino debido a la acción del noûs, que Aristóteles asocia con lo inmóvil que causa el movimiento. En la lectura del es- tagirita, en el principio todas las cosas estaban mezcladas excepto el noûs, que era inconta- minado y puro. Para Aristóteles, «no anda des- caminado quien supone dos principios de Anaxágoras». Había dos elementos primor- diales, una mezcla caótica e informe, que con- tenía a los contrarios, y una entidad, el noûs, que era legítimo asociar con la armonía y el orden. ¿Cuál era la relación entre ambos? Uno de los fragmentos conservados lo explica. El noûs produce una violenta rotación, que actúa de dentro a afuera, y que va abriendo un cír- culo en la materia primordial. De ahí que Hi- pólito afirme que «el cielo fue ordenado por el movimiento circular» y Simplicio afirme que «estas cosas rotaban y se separaban por obra de la fuerza y la velocidad, y esa velocidad no se pa- rece en nada a la velocidad de las cosas de ahora, sino que era mucho más veloz». Ese impulso ini- cial se debe a algo que es completamente di- ferente de la materia, pues mientras la materia es mezcla, el noûs es puro. Y debido a que el proceso va de dentro a fuera, el noûs se en- cuentra inserto en el interior de las cosas ani- madas. Pero, añade Simplicio, «después que el noûs comenzó a mover, se separó de todo lo que había puesto en movimiento. Y cuanto había mo- vido el noûs, todo esto se dividió y, cuando las co- sas se dividieron, la rotación hizo que se dividie- ran aún más.» Además, dicho principio de or- den presenta rasgos divinos: es lo inmutable en lo mudable. El noûs actúa, la materia de- viene. Y no se mezcla con la materia, aunque «está» en ella. Simplicio aclara la importancia de esa naturaleza «incontaminada» y «pura». El noûs no puede estar mezclado con nada porque si lo estuviera, aunque sólo fuera con una sola cosa, dado que en cada cosa están todas las demás, estaría mezclado con todas las cosas. La herida de la sensación Respecto a las sensaciones, Teofrasto ofre- ce una excelente glosa de las opiniones de Anaxágoras. La idea básica es que para que haya sensación tiene que haber diferencia. Antes de que se separaran, cuando todas las cosas estaban juntas, no era manifiesto nin- gún color. Lo impedía la mezcla de todas las cosas, lo húmedo y lo seco, lo frío y lo caliente, lo oscuro y lo brillante (lo visible necesita del contraste), y había allí mucha tierra y semillas infinitas. Anticipando a Pirrón de Elis y a Hume, Anaxágoras afirma que la sensación es siempre relativa y se produce mediante contrarios. Además, toda sensación supone una «herida», toda percepción sensible im- plica cierto dolor, que se advierte sólo cuando es muy intensa, mientras que cuando es débil pasa desapercibida. Esto resulta claro cuando el tiempo de la percepción es largo o cuando los objetos sensibles están presentes en exce- so (un amigo que habla demasiado, la luz del sol en el desierto, el estruendo de las cigarras). No se pueden soportar por mucho tiempo ni los colores brillantes ni los ruidos excesivos. Hace falta recogerse en el sueño para «reacti- var» esa capacidad de recibir los dardos de la percepción. La luz es una herida agradable y no se percibe durante la noche porque «la no- che es del mismo color que el ojo». Algo parecido a lo que sucede con la visión, ocurre con el tacto y el gusto. No notamos que algo está frío si la mano está fría, lo notamos si está caliente. Tampoco reconocemos lo dul- ce o lo amargo por sí mismos, aunque se dice que «todos están presentes en nosotros» (aquí se podría aventurar que debido al noûs, que los «reconoce»). El origen La pareja original la constituyen la mezcla indiferenciada, donde no es posible distinguir nada y en la que todas las cosas están juntas, y el noûs. Esta primera díada, esta pareja ori- ginal recibirá diversos nombres: lo Mismo y lo Otro, lo Uno y lo Múltiple, lo Uno y lo infi- nito, lo Pequeño y lo Grande. En la india, en esa misma época, se llamará conciencia o contemplación (purusa) y naturaleza creativa (prakrti), siendo la primera múltiple y la se- gunda única. Curiosamente, Aristóteles llama «lo Uno» a la mezcla indiferenciada que con- tiene los contrarios (unos «contrarios» que en la tradición brahmánica serán tres). Aristóte- les dice que Anaxágoras se sirve del intelecto como de una máquina teatral para la forma- ción del cosmos. Como si la influencia mecá- nica fuera la natural y la intervención del in- telecto fuera un deus ex machina artificial. Una intervención divina arbitraria. El Timeo expo- ne la creación del demiurgo mediante el in- telecto, ordenando las cosas del mejor modo posible, persuadiendo a la necesidad (que re- presenta aquí las causas segundas o mecáni- cas). Pero Aristóteles también menciona una doctrina esotérica de Platón en la que los prin- cipios son lo Uno y lo infinito, aunque en el Ti- meo sea la pareja Mismo-Otro la que ingrese en el Alma del Mundo y, por ende, en el alma humana. Sea como fuere, la idea de que al principio todas las cosas estaban mezcladas y que hubo un principio que puso orden en esa masa in- deferencia, infinita y eterna, le sirve a Aristó- teles para introducir sus conceptos clave: for- ma y materia. Es decir, todas las cosas estaban juntas y en reposo por un tiempo infinito, y el noûs introduce el movimiento separador. No sólo pone en marcha el mundo, sino que lo ordena. Y se imagina esa mezcla primigenia en reposo pues ello justifica que el noûs sea el agente que la pone en movimiento. De este modo ancla en la tradición su otra pareja de conceptos clave: Potencia y Acto. Esta idea de un «arranque» del cosmos, será criticada por el historiador de las ciencias Eudemo de Ro- das. Por un lado, si el movimiento antes no existía, si ha comenzado en cierto momento debido a la acción del noûs, ¿que impide con- jeturar que, en un momento posterior, todas las cosas sean detenidas por el propio noûs? Y, por otro lado, ¿cómo es posible que ocurra una privación previa a la condición opuesta? Ni Anaxágoras ni Aristóteles parecen preo- cupados por la noción de interioridad espiri- tual, ni con hábito del recogimiento. La noción del «pensamiento del pensamiento» (que re- cuerda a Sankara), mediante la cual Aristóte- les define la vida divina, no tiene aquí que ver con la interioridad de la conciencia. Será des- pués, fundamentalmente con Plotino y Agus- tín de Hipona, cuando se interioricen esas es- peculaciones sobre el origen del cosmos. Esos relatos antiguos sirven de modelo al Alma del Mundo, de la que es réplica el alma humana, tanto en la tradición neoplatónica, como en sus ramificaciones herméticas, gnósticas, cristianas, árabes y judías. Anaxágoras, según Simplicio, sostiene que el mundo se genera una sola vez, hay un único comienzo para la creación el mundo. Para Clemente de Alejandría, Anaxágoras fue el primero que dio primacía al noûs sobre las co- sas. El noûs no es meramente el que da el em- pujón inicial al mundo, no es el Motor inmó- vil, «sólo puede mover lo que es inmóvil», como sostiene Aristóteles. El noûs se mueve entre lí- neas de la materia, como una brisa o una can- ción, sin verse afectado por ella. Está siempre ahí, «ordenando las cosas y marchando a través de ellas», como sugiere Platón en el Crátilo. Aristóteles, en el libro primero de la Meta- física dice: «Cuando alguien dijo que el intelecto se encuentra tanto en los seres vivos como en la naturaleza, como causa del cosmos y de todo or- den, se mostró como un hombre sobrio, compa- rado con lo que en vano habían hablado los an- teriores a él. Sabemos con certeza que Anaxágoras adoptó esta doctrina, aunque se dice que antes la sostuvo Hermotimo de Clazómenas». Cada cosa tiene una porción de todas las demás. Al comienzo estaban todas juntas, for- mando una especie de unidad amorfa, llama- da «mezcla». Antes de la ordenación cósmica, la confusión impedía distinguir nada. Pero después de ella siguió habiendo en cada cosa semillas de todas las demás. Simplicio glosa: «Todas las cosas estaban juntas, infinitas en cuan- to a cantidad como en pequeñez, pues también lo pequeño era infinito. Y cuando todas las cosas estaban juntas, nada era manifiesto, a causa de la pequeñez. El aire y el éter sujetaban todas las cosas, por ser ambos infinitos; en efecto, tales son las cosas más grandes que hay en el conjunto, tan- to en cantidad como en tamaño». Eurípides lo explica así: «El cielo y la tierra eran una sola for- ma, pero después de que se separaron en dos, pro- dujeron todas las cosas y dieron a luz a los árboles, los pájaros y las fieras, los que se nutren del mar y la especie de los mortales». No todo puede dividirse. Las cualidades son inseparables. Dada la imposibilidad de dividir las cosas hasta encontrar una que sea la más pequeña posible, la separación que se produce en el origen del cosmos, obrada por el noûs, no es completa. De ahí que las cosas no puedan existir de forma separada, de ahí que sus contornos queden difuminados, no sólo externamente, como en un cuadro im- presionista, sino de un modo interno, al in- corporar elementos de otras cosas. Y no pue- dan separarse como si estuvieran «cortadas por un hacha». Lo vivo exige traspasar conti- nuamente el umbral, la membrana que lo en- vuelve. El tacto, el alimento, la respiración y el habla son todos ellos pasajes a través del con- torno de lo vivo. Ese es el secreto de la partici- pación, sobre el que abundará a lo largo de las páginas de este libro. Todas las cosas partici- pan en una porción de todo. En cada uno de nosotros yace el santo y el criminal. Pero a di- ferencia entre la mezcla originaria y nuestra situación actual es que hay un ordenamiento cósmico y que, en el interior de algunas cosas, habita el noûs. Un elemento homogéneo, que carece de contenido. Lo que puso en marcha el noûs se aparece entonces como una sepa- ración provisional. Hay una comunión origi- naria de los seres entre sí y el comportamiento individualista comete el error de ignorar esa condición original colectiva. Hubo un libro, quizá el primero, de cierta fama. Se vendía al módico precio de un drac- ma en tiempos de Pericles. El joven Platón cre- yó que encontraría en él la confirmación de sus intuiciones más profundas. El libro le de- cepcionó, pero la idea que esbozaba sobre el trasfondo del mundo tendría un largo reco- rrido, y él mismo, ya viejo, la incluiría en el Ti- meo. Esa idea habla de un principio ordenador del caos primigenio, un principio que trasfor- mó un estado amorfo, confuso e indefinido, en un cosmos. A partir de ese momento, lo que había sido errático e impredecible se compor- tó con orden y medida. Todo cambió tras la intervención de ese misterioso principio, y hubo regla en la sucesión de los seres, y con- cierto y proporción entre las cosas. No se ha conservado aquel libro ni ningún otro de Anaxágoras. Sólo disponemos de tes- timonios indirectos y citas (un millar de pala- bras en griego), recogidas en exégesis y recen- siones. El comentario de Simplicio a la Física de Aristóteles es el más importante, pero tam- bién disponemos de la valoración del propio Aristóteles y de su discípulo Teofrasto, así como los de Hipólito de Roma. Dicen que Anaxágoras fue el primero que habló del noûs, «la más sutil y pura de todas las cosas». Deja- mos por el momento el término sin traducir, pues de sus diferentes versiones surgirán di- versas corrientes de pensamiento. Pues el noûs se interpretará como orden cósmico y como «reflejo» de dicho orden en la mente del hombre: la facultad o actividad pensante. Un orden cósmico que en la literatura védica se denomina ta y cristaliza en el dharma y que los comentaristas medievales, árabes y cris- tianos, llamarían «intelecto». Cuando ese fac- tor se objetiva se convierte en «entendimien- to». Nos entendemos a nosotros mismos y en- tendemos a los demás. Y de ahí a Spinoza y su Amor Dei Intellectualis, que es a la vez un amor al orden y al cosmos, a esa entidad (penetrada de inteligencia) que rige los procesos cósmi- cos y que se asocia con lo divino. Con Spinoza se cierra este mundo antiguo y se inicia la mo- dernidad, huérfana de noûs. Anaxágoras fue un filósofo de la naturaleza de origen jonio, contemporáneo de Buda y amigo de Pericles. Nació durante la Olimpia- da decimoséptima, en torno al 500 a.C., en una de las colonias de Asia Menor. Clazóme- nas era entonces un lugar prospero, pionero en la producción de plata, y nuestro filósofo pertenecía a una familia adinerada. Según un testimonio, «cuando regresó a su patria tras un largo viaje y vio sus propiedades abando- nadas, dijo: No estaría yo a salvo, si estas cosas no se hubieran perdido. En efecto, si hubiera sentido el cuidado de sus propiedades antes que el cultivo del espíritu, habría permaneci- do como señor de la casa familiar, cuidando de los penates, y no había regresado a ellos un sabio tan grande». Anaxágoras fue uno de los primeros filóso- fos extranjeros que se establecieron en Atenas. En torno al 460 a.C., entró a formar parte del círculo ilustrado que rodeaba a Pericles. Se gana entre sus conciudadanos el apodo de Noûs, debido a su gran comprensión de la na- turaleza y del ordenamiento de las cosas, que no es obra del azar o la necesidad, sino de un intelecto puro e incontaminado. Su magisterio deja impronta en el dramaturgo Eurípides y en Arquelao, que con el tiempo será maestro de Sócrates. Su amistad con Pericles, «primer ciu- dadano de Atenas», le acarrea un juicio por im- piedad. Se le acusa de afirmar que el sol es una piedra incandescente y no un dios. Lo destie- rran a Lámpsaco, donde funda una escuela. El tratado sobre la naturaleza de Anaxágo- ras no sólo alcanzó cierta popularidad, sino que fue el primer libro ilustrado del que tene- mos noticia, podemos suponer que incorpo- raba figuras geométricas y mapas de los as- tros. Simplicio lo cita profusamente un mile- nio después. Se advierte una prosa clara y sen- cilla, ofrece una visión sobre el origen del mundo que tendrá una influencia compara- ble a la del Génesis. Entre otras cosas porque tanto Platón como Aristóteles recogerán los principios básicos de esta cosmogonía. Ya hemos mencionado la decepción de Platón, que pone en boca de Sócrates: «Al avanzar en la lectura, encontré que no hacía intervenir el absoluto al noûs y que no daba causa alguna respecto a la ordenación de las cosas, sino que la imputaba al aire, al éter y al agua y otras muchas cosas insólitas». Frente al lector espontáneo, el investigador entra en el libro como el cazador en una selva, en busca de su presa. Platón esperaba encontrar un aliado de sus propias teorías y sólo lo encontró parcialmente. Finalmente incluirá la idea en la cosmogonía del Timeo. Pero hay otros ele- mentos, tan importantes como el anterior, que emparentan el pensamiento de Anaxá- goras con el de su contemporáneo Empédo- cles y el de algunos de los gimnosofistas in- dios. Se trata de una serie de postulados o hi- pótesis de trabajo: Alguna vez todas las cosas estuvieron juntas. Nada surge de la nada. Nin- guna cosa puede dejar de ser. Nacer es com- binarse, perecer separarse. El vacío no existe. El cambio es resultado de la diversidad de mezclas. Si nada nace ni muere, sino todo lo existen- te se «reforma» en función de nuevas combi- naciones o escisiones, tampoco será esencial la indivisibilidad de las cosas. El naturalismo de Anaxágoras postula además la inexistencia de «elementos» o entidades últimas (como lo fueron en su tiempo el fuego, el agua, el aire y la tierra o como lo son hoy las llamadas «par- tículas elementales»). Por mucho que divida- mos las cosas siempre encontraremos algo más pequeño. No existe ni lo mínimo ni lo má- ximo. Nos rodea el infinito hacia arriba y hacia abajo. «En relación consigo misma, cada cosa es a la vez grande y pequeña» (o ni es grande ni pequeña, el tamaño respecto a uno mismo no existe, existe sólo en relación a otra cosa). A esto se añade una crítica de la identidad, de corte muy budista, que quizá sea uno de los principios fundamentales de Anaxágoras: en todas las cosas hay una porción de las demás. Todo participa de todo y no hay nada en esta- do puro. Como en Leibniz, cada cosa contiene en sí todas las cosas. La «porción» que predo- mina es la que confiere la identidad, pero cada cosa tiene algo del resto y la separación entre ellas es sólo provisional (y convencional), pues «no están cortadas por un hacha». Ese carácter continuo de lo real tiene cierto aire JUAN ARNAU Filósofo Nada mejor para anunciar un fin, en este suplemento con nombre de colofón, que remontarse al comienzo. Y el comienzo de la filosofía, a pesar del pensamiento líquido de Tales de Mileto, ha de situarse en Anaxágoras, el primero que habló del noûs, quizá el término de mayor raigambre de la historia del pensamiento. libro El primer sadfdsaffdasdfsa fdsadsafdsafadsf dasffadsfsaddasffdas asdfasdfdasf KLJJLK sadfdsaffdasdfsa fdsadsafdsafadsf dasffadsfsaddasffdas asdfasdfdasf KLJJLK sadfdsaffdasdfsa asdfasdfdasf KLJJLK sadfdsaffdasdfsa asdfasdfdasf KLJJLK Aunque no se conserva ninguna obra de Anaxágoras salvo algunos fragmentos y testimonios, fue el primero en explicar el orden del universo

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Levante EL MERCANTiL vALENCiANO SÁBADO, 28 DE JULIO DE 2018 3SÁBADO, 28 DE JULIO DE 20182

La mayor parte de mis convic-ciones son tan débiles y estánsometidas a tantas modifica-ciones que más me valdría lla-marlas sospechas. Pero la pala-

bra sospecha no sólo es sospechosa, sinoque carece de apostura intelectual, de vigoracústico, de prestigio histórico. Los puntosde vista que uno considera que deben serdefendidos con energía conviene que seenuncien con palabras acabadas en -ón, oen -eza, o en -umbre: certidumbre, certeza,convicción. Así, con ecos imperiales, conmúsica de alta especulación filosófica.

Pero mis convicciones no son sino ocu-rrencias que se me han convertido en cró-nicas, comida preparada que se ha eterni-zado en mi nevera y que me produce cier-to cargo de conciencia echar a la basura,porque enseguida se me aparecen imáge-nes de niños intelectualmente hambrien-tos al otro lado del mundo, en países sintradición reflexiva. Suelo abroncar a mishijos con prédicas bienintencionadas deeste género: Sois una banda de desagradeci-dos, vosotros, que tenéis la suerte de tener unpadre que ha llenado las estanterías con lospensadores griegos, y los idealistas alemanes, yel Círculo de Praga, y el Círculo de Lectores.Tendríais que pasar unos meses en una deesas casas en donde solo se lee a Tom Clancy ya Antonio Gala, mequetrefes. Y entonces miscriaturas me miran con una mezcla de es-tupor, compasión y arrepentimiento, queme reconforta en lo más hondo de mi espí-ritu, por haber impartido una elevada lec-ción moral.

Si digo todo esto es porque una de mismás arraigadas convicciones es la de queel verano no representa una estación me-teorológica, ni un merecido descanso la-boral, ni un purgatorio de promiscuidadesen familia, ni una ocasión para ejecutaralardes de cosmopolitismo chirle en las re-des sociales. El verano es una disposiciónanímica, una inclinación del espíritu. Ycomo el espíritu es costumbrista –un censode hábitos, de manías, de caprichos eleva-dos al rango de abstracciones reputadas–,el verano se traduce también en el regresode ciertas rutinas.

La modesta sensualidad de caminardescalzos y sentir que el suelo no es másque otra capa de piel que conduce a lodesconocido. El canto de la cigarra hastaaltas horas de la noche, como una varie-dad popular de lo eterno. El yunque delsol, metafísico a su manera, sin la sutilezade las brumas, de la nieve, de los bosquesinextricables. La idea de las vacacionesentendidas como la corroboración de queno hemos dejado de ser el niño que no he-mos dejado de ser, a pesar de que el mun-do se obstine en decir lo contrario. Las pis-cinas, azules en la hora de la siesta, engen-dradas para detener el tiempo, esa dimen-sión elástica.

Este es el último artículo de julio, el últi-mo del verano auténtico, hasta septiembre.Siempre que pienso en algo último meacuerdo de la película, y de Daniel Day-Le-wis, corriendo sin parar, luchando contralos indios hurones. ¿Por qué correría tanto,a toda hora? ¿Por qué me pongo mohica-no, habiendo tantas cosas últimas?

El últimomohicano

COMPLICIDADES

Carlos Marzal

Levante EL MERCANTiL vALENCiANO

místico: hay una comunión entre todas las co-sas («eso eres tú»), que en mayor o menor me-dida, se encuentran interpenetradas.

El movimiento de la materia no se debe ala polaridad de los contrarios (Amor-Odio)como en Empédocles, sino debido a la accióndel noûs, que Aristóteles asocia con lo inmóvilque causa el movimiento. En la lectura del es-tagirita, en el principio todas las cosas estabanmezcladas excepto el noûs, que era inconta-minado y puro. Para Aristóteles, «no anda des-caminado quien supone dos principios deAnaxágoras». Había dos elementos primor-diales, una mezcla caótica e informe, que con-tenía a los contrarios, y una entidad, el noûs,que era legítimo asociar con la armonía y elorden. ¿Cuál era la relación entre ambos? Unode los fragmentos conservados lo explica. Elnoûsproduce una violenta rotación, que actúade dentro a afuera, y que va abriendo un cír-culo en la materia primordial. De ahí que Hi-pólito afirme que «el cielo fue ordenado por elmovimiento circular» y Simplicio afirme que«estas cosas rotaban y se separaban por obra dela fuerza y la velocidad, y esa velocidad no se pa-rece en nada a la velocidad de las cosas de ahora,sino que era mucho más veloz». Ese impulso ini-cial se debe a algo que es completamente di-ferente de la materia, pues mientras la materiaes mezcla, el noûs es puro. Y debido a que elproceso va de dentro a fuera, el noûs se en-cuentra inserto en el interior de las cosas ani-madas. Pero, añade Simplicio, «después que elnoûs comenzó a mover, se separó de todo lo quehabía puesto en movimiento. Y cuanto había mo-vido el noûs, todo esto se dividió y, cuando las co-sas se dividieron, la rotación hizo que se dividie-ran aún más.» Además, dicho principio de or-den presenta rasgos divinos: es lo inmutableen lo mudable. El noûs actúa, la materia de-viene. Y no se mezcla con la materia, aunque«está» en ella. Simplicio aclara la importanciade esa naturaleza «incontaminada» y «pura».El noûs no puede estar mezclado con nadaporque si lo estuviera, aunque sólo fuera conuna sola cosa, dado que en cada cosa estántodas las demás, estaría mezclado con todaslas cosas.

La herida de la sensaciónRespecto a las sensaciones, Teofrasto ofre-

ce una excelente glosa de las opiniones deAnaxágoras. La idea básica es que para quehaya sensación tiene que haber diferencia.Antes de que se separaran, cuando todas lascosas estaban juntas, no era manifiesto nin-gún color. Lo impedía la mezcla de todas lascosas, lo húmedo y lo seco, lo frío y lo caliente,

lo oscuro y lo brillante (lo visible necesita delcontraste), y había allí mucha tierra y semillasinfinitas. Anticipando a Pirrón de Elis y aHume, Anaxágoras afirma que la sensaciónes siempre relativa y se produce mediantecontrarios. Además, toda sensación suponeuna «herida», toda percepción sensible im-plica cierto dolor, que se advierte sólo cuandoes muy intensa, mientras que cuando es débilpasa desapercibida. Esto resulta claro cuandoel tiempo de la percepción es largo o cuandolos objetos sensibles están presentes en exce-so (un amigo que habla demasiado, la luz delsol en el desierto, el estruendo de las cigarras).No se pueden soportar por mucho tiempo nilos colores brillantes ni los ruidos excesivos.Hace falta recogerse en el sueño para «reacti-var» esa capacidad de recibir los dardos de lapercepción. La luz es una herida agradable yno se percibe durante la noche porque «la no-che es del mismo color que el ojo».

Algo parecido a lo que sucede con la visión,ocurre con el tacto y el gusto. No notamos quealgo está frío si la mano está fría, lo notamossi está caliente. Tampoco reconocemos lo dul-ce o lo amargo por sí mismos, aunque se diceque «todos están presentes en nosotros» (aquíse podría aventurar que debido al noûs, quelos «reconoce»).

El origenLa pareja original la constituyen la mezcla

indiferenciada, donde no es posible distinguirnada y en la que todas las cosas están juntas,y el noûs. Esta primera díada, esta pareja ori-ginal recibirá diversos nombres: lo Mismo ylo Otro, lo Uno y lo Múltiple, lo Uno y lo infi-nito, lo Pequeño y lo Grande. En la india, enesa misma época, se llamará conciencia o

contemplación (purusa) y naturaleza creativa(prakrti), siendo la primera múltiple y la se-gunda única. Curiosamente, Aristóteles llama«lo Uno» a la mezcla indiferenciada que con-tiene los contrarios (unos «contrarios» que enla tradición brahmánica serán tres). Aristóte-les dice que Anaxágoras se sirve del intelectocomo de una máquina teatral para la forma-ción del cosmos. Como si la influencia mecá-nica fuera la natural y la intervención del in-telecto fuera un deus ex machina artificial. Unaintervención divina arbitraria. El Timeoexpo-ne la creación del demiurgo mediante el in-telecto, ordenando las cosas del mejor modoposible, persuadiendo a la necesidad (que re-presenta aquí las causas segundas o mecáni-cas). Pero Aristóteles también menciona unadoctrina esotérica de Platón en la que los prin-cipios son lo Uno y lo infinito, aunque en el Ti-meo sea la pareja Mismo-Otro la que ingreseen el Alma del Mundo y, por ende, en el almahumana.

Sea como fuere, la idea de que al principiotodas las cosas estaban mezcladas y que huboun principio que puso orden en esa masa in-deferencia, infinita y eterna, le sirve a Aristó-teles para introducir sus conceptos clave: for-ma y materia. Es decir, todas las cosas estabanjuntas y en reposo por un tiempo infinito, y elnoûs introduce el movimiento separador. Nosólo pone en marcha el mundo, sino que loordena. Y se imagina esa mezcla primigeniaen reposo pues ello justifica que el noûs sea elagente que la pone en movimiento. De estemodo ancla en la tradición su otra pareja deconceptos clave: Potencia y Acto. Esta idea deun «arranque» del cosmos, será criticada porel historiador de las ciencias Eudemo de Ro-das. Por un lado, si el movimiento antes noexistía, si ha comenzado en cierto momentodebido a la acción del noûs, ¿que impide con-jeturar que, en un momento posterior, todaslas cosas sean detenidas por el propio noûs?Y, por otro lado, ¿cómo es posible que ocurrauna privación previa a la condición opuesta?

Ni Anaxágoras ni Aristóteles parecen preo-cupados por la noción de interioridad espiri-

tual, ni con hábito del recogimiento. La nocióndel «pensamiento del pensamiento» (que re-cuerda a Sankara), mediante la cual Aristóte-les define la vida divina, no tiene aquí que vercon la interioridad de la conciencia. Será des-pués, fundamentalmente con Plotino y Agus-tín de Hipona, cuando se interioricen esas es-peculaciones sobre el origen del cosmos. Esosrelatos antiguos sirven de modelo al Alma delMundo, de la que es réplica el alma humana,tanto en la tradición neoplatónica, como ensus ramificaciones herméticas, gnósticas,cristianas, árabes y judías.

Anaxágoras, según Simplicio, sostiene queel mundo se genera una sola vez, hay un únicocomienzo para la creación el mundo. ParaClemente de Alejandría, Anaxágoras fue elprimero que dio primacía al noûssobre las co-sas. El noûs no es meramente el que da el em-pujón inicial al mundo, no es el Motor inmó-vil, «sólo puede mover lo que es inmóvil», comosostiene Aristóteles. El noûsse mueve entre lí-neas de la materia, como una brisa o una can-ción, sin verse afectado por ella. Está siempreahí, «ordenando las cosas y marchando a travésde ellas», como sugiere Platón en el Crátilo.

Aristóteles, en el libro primero de la Meta-física dice: «Cuando alguien dijo que el intelectose encuentra tanto en los seres vivos como en lanaturaleza, como causa del cosmos y de todo or-den, se mostró como un hombre sobrio, compa-rado con lo que en vano habían hablado los an-teriores a él. Sabemos con certeza que Anaxágorasadoptó esta doctrina, aunque se dice que antes lasostuvo Hermotimo de Clazómenas».

Cada cosa tiene una porción de todas lasdemás. Al comienzo estaban todas juntas, for-mando una especie de unidad amorfa, llama-da «mezcla». Antes de la ordenación cósmica,la confusión impedía distinguir nada. Perodespués de ella siguió habiendo en cada cosasemillas de todas las demás. Simplicio glosa:«Todas las cosas estaban juntas, infinitas en cuan-to a cantidad como en pequeñez, pues tambiénlo pequeño era infinito. Y cuando todas las cosasestaban juntas, nada era manifiesto, a causa dela pequeñez. El aire y el éter sujetaban todas lascosas, por ser ambos infinitos; en efecto, tales sonlas cosas más grandes que hay en el conjunto, tan-to en cantidad como en tamaño». Eurípides loexplica así: «El cielo y la tierra eran una sola for-ma, pero después de que se separaron en dos, pro-dujeron todas las cosas y dieron a luz a los árboles,los pájaros y las fieras, los que se nutren del mar yla especie de los mortales».

No todo puede dividirse. Las cualidadesson inseparables. Dada la imposibilidad dedividir las cosas hasta encontrar una que seala más pequeña posible, la separación que seproduce en el origen del cosmos, obrada porel noûs, no es completa. De ahí que las cosasno puedan existir de forma separada, de ahíque sus contornos queden difuminados, nosólo externamente, como en un cuadro im-presionista, sino de un modo interno, al in-corporar elementos de otras cosas. Y no pue-dan separarse como si estuvieran «cortadaspor un hacha». Lo vivo exige traspasar conti-nuamente el umbral, la membrana que lo en-vuelve. El tacto, el alimento, la respiración y elhabla son todos ellos pasajes a través del con-torno de lo vivo. Ese es el secreto de la partici-pación, sobre el que abundará a lo largo de laspáginas de este libro. Todas las cosas partici-pan en una porción de todo. En cada uno denosotros yace el santo y el criminal. Pero a di-ferencia entre la mezcla originaria y nuestrasituación actual es que hay un ordenamientocósmico y que, en el interior de algunas cosas,habita el noûs. Un elemento homogéneo, quecarece de contenido. Lo que puso en marchael noûs se aparece entonces como una sepa-ración provisional. Hay una comunión origi-naria de los seres entre sí y el comportamientoindividualista comete el error de ignorar esacondición original colectiva.

Hubo un libro, quizá el primero, de ciertafama. Se vendía al módico precio de un drac-ma en tiempos de Pericles. El joven Platón cre-yó que encontraría en él la confirmación desus intuiciones más profundas. El libro le de-cepcionó, pero la idea que esbozaba sobre eltrasfondo del mundo tendría un largo reco-rrido, y él mismo, ya viejo, la incluiría en el Ti-meo. Esa idea habla de un principio ordenadordel caos primigenio, un principio que trasfor-mó un estado amorfo, confuso e indefinido,en un cosmos. A partir de ese momento, lo quehabía sido errático e impredecible se compor-tó con orden y medida. Todo cambió tras laintervención de ese misterioso principio, yhubo regla en la sucesión de los seres, y con-cierto y proporción entre las cosas.

No se ha conservado aquel libro ni ningúnotro de Anaxágoras. Sólo disponemos de tes-timonios indirectos y citas (un millar de pala-bras en griego), recogidas en exégesis y recen-siones. El comentario de Simplicio a la Físicade Aristóteles es el más importante, pero tam-bién disponemos de la valoración del propioAristóteles y de su discípulo Teofrasto, asícomo los de Hipólito de Roma. Dicen queAnaxágoras fue el primero que habló del noûs,«la más sutil y pura de todas las cosas». Deja-mos por el momento el término sin traducir,pues de sus diferentes versiones surgirán di-versas corrientes de pensamiento. Pues elnoûs se interpretará como orden cósmico ycomo «reflejo» de dicho orden en la mente delhombre: la facultad o actividad pensante. Unorden cósmico que en la literatura védica sedenomina ṛta y cristaliza en el dharma y quelos comentaristas medievales, árabes y cris-tianos, llamarían «intelecto». Cuando ese fac-tor se objetiva se convierte en «entendimien-to». Nos entendemos a nosotros mismos y en-tendemos a los demás. Y de ahí a Spinoza y suAmor Dei Intellectualis, que es a la vez un amoral orden y al cosmos, a esa entidad (penetradade inteligencia) que rige los procesos cósmi-cos y que se asocia con lo divino. Con Spinozase cierra este mundo antiguo y se inicia la mo-dernidad, huérfana de noûs.

Anaxágoras fue un filósofo de la naturalezade origen jonio, contemporáneo de Buda yamigo de Pericles. Nació durante la Olimpia-da decimoséptima, en torno al 500 a.C., enuna de las colonias de Asia Menor. Clazóme-nas era entonces un lugar prospero, pioneroen la producción de plata, y nuestro filósofopertenecía a una familia adinerada. Según untestimonio, «cuando regresó a su patria trasun largo viaje y vio sus propiedades abando-nadas, dijo: No estaría yo a salvo, si estas cosasno se hubieran perdido. En efecto, si hubierasentido el cuidado de sus propiedades antesque el cultivo del espíritu, habría permaneci-do como señor de la casa familiar, cuidandode los penates, y no había regresado a ellos unsabio tan grande».

Anaxágoras fue uno de los primeros filóso-fos extranjeros que se establecieron en Atenas.En torno al 460 a.C., entró a formar parte delcírculo ilustrado que rodeaba a Pericles. Segana entre sus conciudadanos el apodo deNoûs, debido a su gran comprensión de la na-turaleza y del ordenamiento de las cosas, queno es obra del azar o la necesidad, sino de unintelecto puro e incontaminado. Su magisteriodeja impronta en el dramaturgo Eurípides y enArquelao, que con el tiempo será maestro deSócrates. Su amistad con Pericles, «primer ciu-dadano de Atenas», le acarrea un juicio por im-piedad. Se le acusa de afirmar que el sol es unapiedra incandescente y no un dios. Lo destie-rran a Lámpsaco, donde funda una escuela.

El tratado sobre la naturaleza de Anaxágo-ras no sólo alcanzó cierta popularidad, sino

que fue el primer libro ilustrado del que tene-mos noticia, podemos suponer que incorpo-raba figuras geométricas y mapas de los as-tros. Simplicio lo cita profusamente un mile-nio después. Se advierte una prosa clara y sen-cilla, ofrece una visión sobre el origen delmundo que tendrá una influencia compara-ble a la del Génesis. Entre otras cosas porquetanto Platón como Aristóteles recogerán losprincipios básicos de esta cosmogonía.

Ya hemos mencionado la decepción dePlatón, que pone en boca de Sócrates: «Alavanzar en la lectura, encontré que no hacíaintervenir el absoluto al noûs y que no dabacausa alguna respecto a la ordenación de lascosas, sino que la imputaba al aire, al éter y alagua y otras muchas cosas insólitas». Frenteal lector espontáneo, el investigador entra enel libro como el cazador en una selva, en buscade su presa. Platón esperaba encontrar unaliado de sus propias teorías y sólo lo encontróparcialmente. Finalmente incluirá la idea enla cosmogonía del Timeo. Pero hay otros ele-mentos, tan importantes como el anterior,que emparentan el pensamiento de Anaxá-goras con el de su contemporáneo Empédo-cles y el de algunos de los gimnosofistas in-dios. Se trata de una serie de postulados o hi-pótesis de trabajo: Alguna vez todas las cosasestuvieron juntas. Nada surge de la nada. Nin-guna cosa puede dejar de ser. Nacer es com-

binarse, perecer separarse. El vacío no existe.El cambio es resultado de la diversidad demezclas.

Si nada nace ni muere, sino todo lo existen-te se «reforma» en función de nuevas combi-naciones o escisiones, tampoco será esencialla indivisibilidad de las cosas. El naturalismode Anaxágoras postula además la inexistenciade «elementos» o entidades últimas (como lofueron en su tiempo el fuego, el agua, el aire yla tierra o como lo son hoy las llamadas «par-tículas elementales»). Por mucho que divida-mos las cosas siempre encontraremos algomás pequeño. No existe ni lo mínimo ni lo má-ximo. Nos rodea el infinito hacia arriba y haciaabajo. «En relación consigo misma, cada cosaes a la vez grande y pequeña» (o ni es grandeni pequeña, el tamaño respecto a uno mismono existe, existe sólo en relación a otra cosa).A esto se añade una crítica de la identidad, decorte muy budista, que quizá sea uno de losprincipios fundamentales de Anaxágoras: entodas las cosas hay una porción de las demás.Todo participa de todo y no hay nada en esta-do puro. Como en Leibniz, cada cosa contieneen sí todas las cosas. La «porción» que predo-mina es la que confiere la identidad, pero cadacosa tiene algo del resto y la separación entreellas es sólo provisional (y convencional),pues «no están cortadas por un hacha». Esecarácter continuo de lo real tiene cierto aire

JUAN ARNAUFilósofo

Nada mejor para anunciar un fin, en este suplemento con nombrede colofón, que remontarse al comienzo. Y el comienzo de la

filosofía, a pesar del pensamiento líquido de Tales de Mileto, ha desituarse en Anaxágoras, el primero que habló del noûs, quizá el

término de mayor raigambre de la historia del pensamiento.

libroEl

primer

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Aunque no se conservaninguna obra de

Anaxágoras salvoalgunos fragmentos y

testimonios, fue elprimero en explicar el

orden del universo