Santa Teresita del Niño JesúsVirgen y Doctora de la Iglesia

(Santa Teresita de Lisieux, “la Pequeña Flor”)

Santa Teresita era la menor de nueve hermanos. Cuatro de ellos fallecieron a una temprana edad y las cinco hermanas que quedaron, incluyendo a Teresita, todas ingresaron a la vida religiosa. En su corta vida, Teresita padeció muchos sufrimientos y dio mucho amor.

Cuando apenas Teresita cumplía los cua-tro años, su madre falleció, lo cual fue un terrible golpe para la pequeña. Ella sufrió muchísimo por esta pérdida y cargó este dolor hasta sus primeros años de adolescente. Sin embargo, ella se sintió apoyada por el amor y el cuidado que le daban su padre y sus her-manas. De parte de sus hermanas mayores, Marie y Paulina, ella recibió instrucción hasta que cumplió los ocho años. Luego, Teresita fue a una escuela benedictina y, aunque se destacó en la escuela, los estudiantes la trata-ban muy mal y eso le causaba un gran dolor. Su hermana Celine la apoyó durante todo este tiempo. A los diez años, su hermana Pauline

quien fue como una segunda madre para ella, partió para ingresar al convento y está pérdida golpeó nuevamente a Teresita. Ella sufrió una enfermedad muy grave con síntomas físicos y emocionales que los doctores no pudieron tratar. Luego de varios meses de oración de parte de ella y de su familia, Teresita se curó milagrosamente. Ella atribuyó su sanación a Nuestra Señora de las Victorias.

Todo cambió para Teresita en 1886 durante la Nochebuena. Ya ella estaba cerca de los 14 años cuando tuvo una profunda conversión. En un solo momento de gracia, ella recibió la fortaleza para poner de lado sus penas del pasado y volcar sus energías para mostrarles amor a los demás. Esta liberación, alegría y fortaleza del alma la preparó para la siguiente etapa de su vida. Ella, siguiendo los pasos de sus hermanas, buscó activamente su ingreso a la Orden de los Carmelitas. Durante un viaje a Italia—aunque no le tocaba hablar—ella se dirigió al papa pidiéndole permiso para ingre-sar anticipadamente a la vida religiosa. A los

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Copyright © 2019, United States Conference of Catholic Bishops, Washington, DC. Todos los derechos reservados. Foto: CNS/Nancy Wiechec, estatua en el Santuario de Santa Teresita en Juneau, Alaska.

15 años, ella ingresó al claustro del Carmelo en Lisieux, en Normandía, y tomó el nombre de Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.

En el convento en Lisieux, ella creció en santidad a su “pequeña manera”—buscando la perfección en las cosas ordinarias de la vida con una simple pero total confianza en Dios. Su delicada salud imposibilitó su sueño de realizar labor misionera pero la “Pequeña Flor” muy pronto se dio cuenta que su ver-dadera vocación era amar. Diariamente, ella hacia pequeños sacrificios para las almas y buscó la manera de mostrarles amor a sus hermanas religiosas mediante simples det-alles. La espiritualidad personal de Teresita fue conservada en su autobiografía, la cual una superiora del convento le pidió que escribiera. Resumiendo una gran parte de su espirituali-dad, ella escribió: “Lo que importa en la vida no son las grandes obras, sino un gran amor”.

En 1896, Teresita contrajo tuberculosis y falleció al año siguiente a los 24 años. El man-uscrito de la historia de su vida, La Historia de Un Alma, fue publicado después de su fallecimiento y motivó la devoción popular. Teresita fue canonizada en 1925 y, dos años más tarde, fue declarada santa patrona de las misiones. En las obras de arte, a ella se le ve con el hábito de los Carmelitas, con unas rosas y un crucifijo. Más adelante, san Juan Pablo II declaró a santa Teresita como Doctora de la Iglesia.

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