san macario enero 2015

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SAN MACARIO Y ANDORRA (11) 6$1 0$&$5,2 3$751 '( $1'255$ ॉॊ 6$1 -8/,$1 35,0(5 3$7521 ॉॊ Siguiendo la leyenda, encontramos a Julián, a quien habíamos visto al cargo de una comu- nidad de monjes a las afueras de Antioquía. Julián da sepultura a Santa Basilisa, cuando todavía reinaba la paz en la ciudad; sobre su cadáver virgen el santo esposo imploró a Dios perpetuo descanso para ella. Sobre Antioquía un día vinieron los FRQਮLFWRV \ ODV SHUVHFXFLRQHV FRQWUD OD ,JOHVLD y todas las saetas y tormentos empezaron a funcionar con furor y saña. A mares eran martirizados los cristianos y los muertos se amontonaban en la tierra antioquena como impasibles escombros. El presidente de Antioquía, Marciano, ordena apresar y encarcelar a Julián y a los que con él residían en el monasterio apacible. Pero Julián no se amedrenta y valiente- mente profesa su fe en la persecución. Innu- merables personas mueren quemadas por declararse cristianas. La hoguera estuvo encendida para tronchar y aniquilar las vidas, como siglos más tarde rodeará e iluminará el atormentado rostro de Santa Juana de Arco. Hay expectación en la gente cuando Marciano increpa con solemnidad a Julián. - Adora a los dioses. - No hay más Omnipotente que Dios, el Padre nuestro. - Obedece los decretos del emperador. - Jesucristo es mi único Cesar. &UHHV HQ XQ &UXFLਭFDGR" - Él tiene escuadrones inmortales. - Marcharás a la muerte. - El emperador de Roma también es polvo y en polvo se convertirá. Dios ayuda a los mártires y coloca en los labios de sus escogidos palabras arrolladoras que confunden y vencen a los tiranos. - ¿Te ríes de nuestros dioses y de nuestro emperador? Ante los tormentos no habrá bromas ni réplicas. El presidente Marciano cambia ahora de táctica, cosa frecuente en los hombres astutos que no quieren conocer las derrotas propias. - Tus padres, Julián, fueron nobles. Te daremos honores. - Desde el cielo me miran y me alientan a permanecer en mi religión. - El cristianismo es religión de esclavos y DGRUDQ D XQ FUXFLਭFDGR /RV QREOHV QR YDQ D la cruz. - Mi Dios tiene la nobleza de haber derra- mado toda la sangre por el bien y la salvación de los hombres. %DVWD -XOL」Q ोH WH DEUDQ GRORURVRV \ profundos surcos sobre tu carne cristiana. 'XUDQWH OD ਮDJHODFLオQ VXFHGH XQ PLODJUR ese argumento irrefutable y enorme que tiene Dios para los incrédulos de todos los siglos. Un verdugo daba demasiado fuerte y araba en el cuerpo de Julián con notorio encono, FXDQGR GH XQ ODWLJD]R ਮDJHODQWH OH VDOWオ XQ RMR El mártir, que no se cura a si mismo y que deja sangrar a sus martirizados miembros, implora el milagro para el mismo verdugo despiadado. ोH OH GHQ XQD ORFLオQ Se perfuma el ambiente cargado de sangre con un olor como de muchos bálsamos orien- tales. Después de que Julián con su sangrante brazo hace la señal de la cruz, y a su ruego, Jesucristo obró el prodigio de restituirle el ojo perdido, lo cual produjo la conversión del agra- ciado y la cólera del tirano. Irritado el emisario de Diocleciano, dispuso que, sujeto con duras ligaduras, fuese conducido por las calles publi- cando el pregonero que así debían ser tratados los enemigos de los dioses. Un hijo de Marciano, llamado Celso, salió del estudio a presenciar el espectáculo, y, notando que rodeaban a Julián una multitud de ángeles en actitud de coronarle, sin atender a sus maestros se prosternó a los pies del Santo, diciendo a voz en grito que deseaba ser partí- cipe de los tormentos de Julián, para acompa- ñarle en la gloria que veía, y además clamaba asegurando que sus padres le habían engañado enseñándole a maldecir a Jesucristo. Cuando llegaron los dos delante del tirano, rasgó de sentimiento sus vestidos el padre de Celso, creyendo el acontecimiento obra de encanta- miento de Julián. Tanto Marciano como su mujer y otras matronas se esforzaron por convencer a Celso; pero, ilustrado éste con la luz del Cielo, repuso a su padre en los términos siguientes: - La rosa no pierde su olor ni hermosura por nacer entre las espinas, ni éstas dejan de SXQ]DU \ ODVWLPDU KD] HO RਭFLR GH KHULU FRPR espina, que yo daré, como rosa, un buen olor, sin temor de la vida temporal. Los que a ésta temen, podrán, pecando, obedecer los decretos imperiales injustos; pero no yo, que pretendo lograr una vida eterna. ¡Oh Marciano! Tú, por la ciega pasión de los falsos dioses, podrás negarme por hijo, siendo cristiano; pero sé que no te hago injuria anteponiendo a tu amor el del Dios verdadero, pues por no ser cruel contra mí, no soy falsamente piadoso contigo. Indignado el tirano, dispuso que ence- rrasen en un oscuro calabozo a su hijo. Ilumi- nada la prisión con luz del Cielo, los veinte soldados que le custodiaban se convirtieron a la fe de Cristo, siendo bautizados allí mismo por un sacerdote llamado Antonio. Enterado Marciano de lo que había ocurrido, dio parte de todo a los emperadores, los que mandaron ator- mentar a Julián y su comitiva en cubas encen- GLGDV 3DUD QRWLਭFDUOHV VHPHMDQWH SURYLGHQFLD mandó conducirlos a su Tribunal, formado en la plaza. Pasando por allí a la sazón los gentiles a enterrar a un difunto, y diciendo Marciano a Julián en tono de mofa que le resucitase, ejecutó este milagro el Santo al momento. Irritado Marciano al escuchar al resucitado maldecir a los dioses, dispuso prenderle para que expirase en el tormento. Incluyeron los verdugos, en treinta y tres cubas encendidas, a igual número de Santos; de las cuales, merced a Jesucristo, salieron ilesos de la prueba, más puros que el oro del crisol. Sin embargo de tan asombroso milagro, no desistió Marciano; mandó tras- ladarlos a la prisión, encargando a su mujer marchase a persuadir a Celso. A instancias de los Santos vióse iluminada con la luz de la fe la madre de Celso, y bautizada al momento por Antonio, sirviendo de padrino su propio hijo. Al instante mandó degollar Marciano a los veinte soldados convertidos, dejando sólo a Julián, a su mujer e hijo, a Antonio presbí- tero y Anastasio resucitado, para tratar con calma el negocio en que luchaban su enojo y su natural amor. Ideando Marciano que con dulzura podría tal vez alcanzar mejores resul- tados, se dirigió a Julián diciéndole en tono FDULウRVR TXH UHQXQFLDVH D VX 'LRV \ VDFULਭFDVH a los protectores del imperio. Condescendió el Santo, con la condición de que asistieran todos los sacerdotes gentiles y demás ciudadanos para que fuesen testigos, lo que se llevó a cabo inmediatamente.

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sm enero 2015

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Page 1: San Macario Enero 2015

SAN MACARIO Y ANDORRA (11)

Siguiendo la leyenda, encontramos a Julián, a quien habíamos visto al cargo de una comu-nidad de monjes a las afueras de Antioquía. Julián da sepultura a Santa Basilisa, cuando todavía reinaba la paz en la ciudad; sobre su cadáver virgen el santo esposo imploró a Dios perpetuo descanso para ella.

Sobre Antioquía un día vinieron los

y todas las saetas y tormentos empezaron a funcionar con furor y saña. A mares eran martirizados los cristianos y los muertos se amontonaban en la tierra antioquena como impasibles escombros.

El presidente de Antioquía, Marciano, ordena apresar y encarcelar a Julián y a los que con él residían en el monasterio apacible.

Pero Julián no se amedrenta y valiente-mente profesa su fe en la persecución. Innu-merables personas mueren quemadas por declararse cristianas. La hoguera estuvo encendida para tronchar y aniquilar las vidas, como siglos más tarde rodeará e iluminará el atormentado rostro de Santa Juana de Arco.

Hay expectación en la gente cuando Marciano increpa con solemnidad a Julián.

- Adora a los dioses.

- No hay más Omnipotente que Dios, el Padre nuestro.

- Obedece los decretos del emperador.

- Jesucristo es mi único Cesar.

- Él tiene escuadrones inmortales.

- Marcharás a la muerte.

- El emperador de Roma también es polvo y en polvo se convertirá.

Dios ayuda a los mártires y coloca en los labios de sus escogidos palabras arrolladoras que confunden y vencen a los tiranos.

- ¿Te ríes de nuestros dioses y de nuestro emperador? Ante los tormentos no habrá bromas ni réplicas.

El presidente Marciano cambia ahora de táctica, cosa frecuente en los hombres astutos que no quieren conocer las derrotas propias.

- Tus padres, Julián, fueron nobles. Te daremos honores.

- Desde el cielo me miran y me alientan a permanecer en mi religión.

- El cristianismo es religión de esclavos y

la cruz.

- Mi Dios tiene la nobleza de haber derra-mado toda la sangre por el bien y la salvación de los hombres.

profundos surcos sobre tu carne cristiana.

ese argumento irrefutable y enorme que tiene Dios para los incrédulos de todos los siglos.

Un verdugo daba demasiado fuerte y araba en el cuerpo de Julián con notorio encono,

El mártir, que no se cura a si mismo y que deja sangrar a sus martirizados miembros, implora el milagro para el mismo verdugo despiadado.

Se perfuma el ambiente cargado de sangre con un olor como de muchos bálsamos orien-tales. Después de que Julián con su sangrante brazo hace la señal de la cruz, y a su ruego, Jesucristo obró el prodigio de restituirle el ojo perdido, lo cual produjo la conversión del agra-ciado y la cólera del tirano. Irritado el emisario de Diocleciano, dispuso que, sujeto con duras ligaduras, fuese conducido por las calles publi-cando el pregonero que así debían ser tratados los enemigos de los dioses.

Un hijo de Marciano, llamado Celso, salió del estudio a presenciar el espectáculo, y, notando que rodeaban a Julián una multitud de ángeles en actitud de coronarle, sin atender a sus maestros se prosternó a los pies del Santo, diciendo a voz en grito que deseaba ser partí-cipe de los tormentos de Julián, para acompa-ñarle en la gloria que veía, y además clamaba asegurando que sus padres le habían engañado enseñándole a maldecir a Jesucristo. Cuando llegaron los dos delante del tirano, rasgó de sentimiento sus vestidos el padre de Celso, creyendo el acontecimiento obra de encanta-miento de Julián.

Tanto Marciano como su mujer y otras matronas se esforzaron por convencer a Celso;

pero, ilustrado éste con la luz del Cielo, repuso a su padre en los términos siguientes:

- La rosa no pierde su olor ni hermosura por nacer entre las espinas, ni éstas dejan de

espina, que yo daré, como rosa, un buen olor, sin temor de la vida temporal. Los que a ésta temen, podrán, pecando, obedecer los decretos imperiales injustos; pero no yo, que pretendo lograr una vida eterna. ¡Oh Marciano! Tú, por la ciega pasión de los falsos dioses, podrás negarme por hijo, siendo cristiano; pero sé que no te hago injuria anteponiendo a tu amor el del Dios verdadero, pues por no ser cruel contra mí, no soy falsamente piadoso contigo.

Indignado el tirano, dispuso que ence-rrasen en un oscuro calabozo a su hijo. Ilumi-nada la prisión con luz del Cielo, los veinte soldados que le custodiaban se convirtieron a la fe de Cristo, siendo bautizados allí mismo por un sacerdote llamado Antonio. Enterado Marciano de lo que había ocurrido, dio parte de todo a los emperadores, los que mandaron ator-mentar a Julián y su comitiva en cubas encen-

mandó conducirlos a su Tribunal, formado en la plaza. Pasando por allí a la sazón los gentiles a enterrar a un difunto, y diciendo Marciano a Julián en tono de mofa que le resucitase, ejecutó este milagro el Santo al momento. Irritado Marciano al escuchar al resucitado maldecir a los dioses, dispuso prenderle para que expirase en el tormento. Incluyeron los verdugos, en treinta y tres cubas encendidas, a igual número de Santos; de las cuales, merced a Jesucristo, salieron ilesos de la prueba, más puros que el oro del crisol. Sin embargo de tan asombroso milagro, no desistió Marciano; mandó tras-ladarlos a la prisión, encargando a su mujer marchase a persuadir a Celso. A instancias de los Santos vióse iluminada con la luz de la fe la madre de Celso, y bautizada al momento por Antonio, sirviendo de padrino su propio hijo. Al instante mandó degollar Marciano a los veinte soldados convertidos, dejando sólo a Julián, a su mujer e hijo, a Antonio presbí-tero y Anastasio resucitado, para tratar con calma el negocio en que luchaban su enojo y su natural amor. Ideando Marciano que con dulzura podría tal vez alcanzar mejores resul-tados, se dirigió a Julián diciéndole en tono

a los protectores del imperio. Condescendió el Santo, con la condición de que asistieran todos los sacerdotes gentiles y demás ciudadanos para que fuesen testigos, lo que se llevó a cabo inmediatamente.