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    AMUEL BECKETT - EL FINAL

    AMUEL BECKETT - EL FINAL

    e vistieron y me dieron dinero. Yo saba para qu iba a servir el dinero, iba aervir para ponerme de patitas en la calle. Cuando lo hubiera gastado deberarocurarme ms, si quera continuar. Lo mismo los zapatos, cuando estuvieransados debera ocuparme de que los arreglaran, o continuar descalzo, si queraontinuar. Lo mismo la chaqueta y el pantaln, no necesitaban decrmelo, salvoue yo podra continuar en mangas de camisa, si quera. Las prendaszapatos,alcetines, pantaln, camisa, chaqueta y sombrerono eran nuevas, pero el muertoeba ser poco ms o menos de mi talla. Es decir que l debi ser un poco menosto que yo, un poco menos grueso, porque las prendas no me venan tan bien alrincipio como al final. Sobre todo la camisa, durante mucho tiempo no podaerrarme el cuello, ni por consiguiente alzar el cuello postizo, ni recoger losldones, con un imperdible, entre las piernas, como mi madre me haba enseado.

    ebi endomingarse para ir a la consulta, por primera vez quiz, no pudiendos. Sea como fuere, el sombrero era hongo, en buen estado. Dije, Tengan suombrero y devulvanme el mo. Aad, Devulvanme mi abrigo. Respondieron que loaban quemado, con mis dems prendas. Comprend entonces que acabara pronto,ueno, bastante pronto. Intent a continuacin cambiar el sombrero por unaorra, o un fieltro que pudiera doblarse sobre la cara, pero sin mucho xito.ero yo no poda pasearme con la cabeza al aire, en vista del estado de mineo. El sombrero era en principio demasiado pequeo, pero luego secostumbr. Me dieron una corbata, despus de largas discusiones. Me parecaonita, pero no me gustaba. Cuando lleg por fin estaba demasiado fatigado para

    evolverla. Pero acab por serme til. Era azul, como con estrillas. Yo no meenta bien, pero me dijeron que estaba bastante bien. No dijeron expresamenteue nunca estara mejor que ahora, pero se sobreentenda. Yaca inerte sobre laama e hicieron falta tres mujeres para quitarme los pantalones. No parecanteresarse mucho por mis partes que a decir verdad nada tenan de particular.ampoco yo me interesaba mucho. Pero hubieran podido decir cualquier cosita.uando acabaron me levant y acab de vestirme solo. Me dijeron que me sentaran la cama y esperara. Toda la ropa de cama haba desaparecido. Me indignaba elecho de que no hubieran permitido esperar en el lecho familiar y no as de pie,n el fro, en estas ropas que olan a azufre. Dije, Me podan, haber dejado en

    i cama hasta el ltimo momento.ntraron hombres con batas, con mazos en la mano. Desmontaron la cama y seevaron las piezas. Una de las mujeres les sigui y volvi con una silla queoloc ante m. Haba hecho bien en mostrarme indignado. Pero para demostrarlesasta qu punto estaba indignado por no haberme dejado en mi cama mand la sillahacer puetas de una patada. Un hombre entr y me hizo una sea para que leguiera. En el vestbulo me dio un papel para firmar. Qu es esto, dije, unalvoconducto? Es un recibo, dijo, por la ropa y el dinero que ha recibidosted. Qu dinero? Dije. Fue entonces cuando recib el dinero. Pensar que habastado a punto de marcharme sin un cntimo en el bolsillo. La cantidad no era

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    rande, comparada con otras cantidades, pero a m me pareca grande. Vea losbjetos familiares, compaeros de tantas horas soportables. El taburete, poremplo, ntimo como el que ms. Las largas tardes juntos, esperando la hora deme a la cama. Por un momento sent que me invada su vida de madera hasta noer yo mismo ms que un viejo pedazo de madera. Haba incluso un agujero para miuiste. Despus en el cristal el sitio en donde se haba raspado el esmalte yor donde en las horas de congoja yo deslizara la vista, y rara vez en vano. Seagradezco mucho, dije, hay una ley que le impide echarme a la calle, desnudosin recursos? Eso nos perjudicada, a la larga, respondi l. No hay medio deue me admitan todava un poco, dije, yo poda ser til. til, dijo, de verdadstara dispuesto a ser til? Despus de un momento continu, Si le creyeran asted realmente dispuesto a ser til, le admitiran, estoy seguro. Cuntas vecesaba dicho que iba a ser til, no iba a empezar otra vez. Qu dbil me senta!ste dinero, dije, quiz quieran recuperarlo y cobijarme todava un poco. Somosna institucin de caridad, dijo, y el dinero es un regalo que le hacemos cuandoe va. Cuando lo haya gastado debe procurarse ms, si quiere continuar. Nouelva nunca aqu pase lo que pase, porque ya no le admitiramos. Nuestras

    ucursales le rechazaran igualmente. Exelmans! exclam. Vamos, vamos, dijo,dems no se le entiende ni la dcima parte de lo que dice. Soy tan viejo, dije.o tanto, dijo. Me permite que me quede aqu un momentito, dije, hasta que ceselluvia? Puede usted esperar en el claustro, dijo, la lluvia no cesar en tododa. Puede usted esperar en el claustro hasta las seis, ya oir la campana.le preguntan no tiene ms que decir que tiene usted permiso para guarecerse

    n el claustro. Qu nombre debo decir?, dije. Weir, dijo.o llevaba mucho tiempo en el claustro cuando la lluvia ces y el sol apareci.staba bajo y deduje que seran cerca de las seis, teniendo en cuenta la pocael ao. Me qued all mirando bajo la bveda el sol que se pona tras el

    austro. Apareci un hombre y me pregunt qu haca. Qu desea? eso dijo. Muymable. Respond que tena permiso del seor Weir para quedarme en el claustroasta las seis. Se fue, pero volvi en seguida. Debi hablar con el seor Weirn el intervalo, porque dijo, No debe usted quedarse en el claustro ahora que yao llueve.hora avanzaba a travs del jardn. Haba esa luz extraa que cierra una jornadae lluvia persistente, cuando el sol aparece y el cielo se ilumina demasiadorde para que sirva ya para algo. La tierra hace un ruido como de suspiros ys ltimas gotas caen del cielo vaciado y sin nubes. Un nio, tendiendo lasanos y levantando la cabeza hacia el cielo azul, pregunt a su madre cmo era

    so posible. Vete a la mierda, dijo ella. Me acord de pronto que haba olvidadoedir al seor Weir un pedazo de pan. Seguramente me lo hubiera dado. Lo pens,urante nuestra conversacin, en el vestbulo. Me deca, Acabemos primero lo queos estamos diciendo, luego se lo preguntar. Yo saba perfectamente que no meadmitiran. A gusto hubiera desandado el camino, pero tema que uno de los

    uardianes me detuviera dicindome que nunca volvera a ver al seor Weir. Loue hubiera aumentado mi pesar. Por otra parte no me volva nunca en esos casos.

    n la calle me encontraba perdido. Haca mucho tiempo que no haba puesto loses en esta parte de la ciudad y la encontr muy cambiada. Edificios enteros

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    aban desaparecido, las empalizadas haban cambiado de sitio y por todas partesea en grandes letras nombres de comerciantes que no haba visto en ningunaarte y que incluso me hubiera costado pronunciar. Haba calles que no recordabaaber visto en su actual emplazamiento, entre las que recordaba varias habanesaparecido y por ltimo otras haban cambiado completamente de nombre. La

    mpresin general era la misma de antao. Es verdad que conoca muy mal laudad. Era quizs una ciudad completamente distinta. No saba dnde se suponaue deba ir lgicamente. Tuve la enorme suerte, varias veces, de evitar que meplastaran. Estaba siempre dispuesto a rer, con esa risa slida y sin maliciaue tan buena es para la salud. A fuerza de conservar el lado rojo del cielo los posible a mi derecha llegu por fin al ro. All todo pareca, a primerasta, ms o menos tal y como lo haba dejado. Pero mirando con ms atencinubiera descubierto muchos cambios sin duda. Eso hice ms tarde. Pero el aspectoeneral del ro, fluyendo entre sus muelles y bajo sus puentes, no habaambiado. El ro en particular me daba la impresin, como siempre, de correr enmal sentido. Todo esto son mentiras, me doy perfecta cuenta. Mi banco estaba

    n en su sitio. Se le haba excavado segn la forma del cuerpo sentado. Sencontraba junto a un abrevadero, regalo de una tal seora Maxwell a losaballos de la ciudad, conforme la inscripcin. Durante el tiempo que me quedl varios caballos sacaron provecho del regalo. Oa los hierros y el clic clacel arns. Despus el silencio. Era el caballo quien me miraba. Despus el ruidoe guijarros arrastrados en el barro que hacen los caballos al beber. Despusra vez el silencio. Era el caballo quien me miraba otra vez. Despus otra vezs guijarros. Despus otra vez el silencio. Hasta que el caballo hubo acabadoe beber o el carretero consider que haba bebido suficiente. Los caballos nostaban tranquilos. Una vez, cuando ces el ruido, me volv y vi el caballo quee miraba. El carretero tambin me miraba. La seora Maxwell se hubiera puesto

    uy contenta si hubiera podido ver a su abrevadero prestar tales servicios a losaballos de la ciudad. Llegada la noche, despus de un crepsculo muy largo, meuit el sombrero que me haca dao. Deseaba estar otra vez encerrado, en untio hermtico, vaco y caliente, con luz artificial una lmpara de petrleo aer posible, cubierta con una pantalla rosa preferentemente. Vendra alguien deez en cuando a asegurarse que me encontraba bien y no necesitaba nada. Hacaucho tiempo que no haba tenido verdaderas ganas de algo y el efecto sobre me horrible.

    n los das siguientes visit varios inmuebles, sin mucho xito. Normalmente meerraban la puerta en las narices, incluso cuando enseaba mi dinero, diciendo

    ue pagara una semana por adelantado, o incluso dos. Ya poda yo exhibir misejores maneras, sonrer y hablar con toda precisin, no haba acabado an conis cumplidos cuando me cerraban la puerta en las narices. Perfeccion en esta

    poca una forma de descubrirme a la vez digna y corts, sin bajeza nisolencia. Haca deslizar gilmente mi sombrero hacia delante, lo mantena unomento colocado de tal forma que no se poda ver mi crneo, despus con elismo deslizamiento lo volva a poner en su sitio. Hacer esto con naturalidad,n provocar una impresin desagradable, no es fcil. Cuando consideraba queastara con tocarme el sombrero, naturalmente me limitaba a tocarme elombrero. Pero tocarse el sombrero no es fcil tampoco. Ms tarde resolv el

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    roblema, de capital importancia en las pocas difciles, llevando un viejo kepritnico y saludando a lo militar, no, falso, en fin, no lo s, conservaba miombrero despus de todo. Jams comet la falta de lleva medallas. Ciertasujeres tenan tanta necesidad de dinero que me dejaban pasar en seguida y me

    nseaban la habitacin. Pero no pude entenderme con ninguna. Finalmenteonsegu alojarme en un stano. Con aquella me entend rpidamente. Misntasas, ese trmino emple, no le daban miedo. Insisti si embargo en hacercama y limpiar la habitacin un vez por semana, en lugar de una vez al mes,

    omo yo le haba pedido. Me dijo que durante la limpieza, que sera rpida,odra esperar en el patinillo de al lado. Aadi, con mucha comprensin, queunca me echara con mal tiempo. Aquella mujer era griega, creo, o turca. Nuncaablaba de s misma. Yo tena en la cabeza que era viuda o al menos abandonada.en un acento extrao. Y yo tambin, a fuerza de asimilar las vocales yuprimir las consonantes.hora ya no saba dnde estaba, tena una vaga imagen, ni siquiera, no veaada, de una enorme casa de cinco o seis pisos. Me pareca que formaba cuerpoon otras casas. Llegu al crepsculo y no prest a los alrededores la atencinue quiz les hubiera dedicado de sospechar que iban a cerrarse sobre m. Noeba por decirlo as esperar ms. Es cierto que cuando sal de esta casa hacan tiempo radiante, pero yo no miraba nunca hacia atrs al irme. Deb leerlo enguna parte, cuando era pequeo y todava lea, que vala ms no volver la

    abeza al marcharse. Y sin embargo me sorprenda hacindolo. Pero incluso sinontar con esto me parece que deb ver algo al irme. Pero el qu? Recuerdoolamente mis pies que salan de mi sombra uno tras otro. Los zapatos se habansquebrajado y el sol acusaba las grietas del cuero.

    staba bien en esta casa, debo decirlo. Aparte algunas ratas estaba solo en eltano. La mujer observaba nuestra convivencia lo mejor posible. Traa hacia

    edioda una bandeja llena de comida y se llevaba el de la vspera. Traa alismo tiempo una palangana limpia. Tena un asa enorme por donde meta el brazo,onservando as las dos manos libres para llevar la bandeja. Despus ya no laea sino por azar cuando asomaba la cabeza para asegurarse de que no habacurrido nada. No necesitaba afecto afortunadamente. Desde mi cama vea los piesue iban y venan por la acera. Ciertas tardes, cuando haca buen tiempo y meenta con nimos, me iba con la silla al patinillo y miraba entre las faldas des que pasaban. Ms de una pierna se me hizo as familiar. Una vez mand auscar una cebolla azafranada y la plant en el patinillo sombro, en un boteejo. Deba ser por primavera, no eran las condiciones ptimas probablemente.

    ej el bote fuera, atado a un cordel que pasaba por la ventana. Por la tarde,uando haca buen tiempo, un hilo de luz trepaba a lo largo del muro. Mestalaba entonces frente a la ventana y tiraba del cordel, para mantener elote a la luz, y al calor. No deba ser muy cmodo, no acabo de entender cmo mes arreglaba. No eran las condiciones ptimas probablemente. Reverdeci, perounca tuvo flores, apenas un tallo macilento provisto de hojas clorticas. Meubiera alegrado tener un azafrn amarillo o un jacinto, pero la cosa es que noa a cumplirse. Ella quera llevrselo, pero yo le dije que lo dejara. Quera

    omprarme otro, pero le dije que no quera otro. Lo que ms me crispaba eran losritos de los vendedores de peridicos. Pasaban corriendo todos los dias,

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    ritando el nombre de los peridicos e incluso las noticias sensacionales. Losidos que venan de la casa me crispaban menos. Una nia, o era un nio?

    antaba todas las tardes a la misma hora en algn lugar encima de m. Duranteucho tiempo no consegui coger las palabras. Extraas palabras para una nia, on nio. Era una cancin de mi espiritu, o vena sencillamente de fuera? Erana especie de nana, me parece. A m me dorma a menudo. Era a veces una nia laue vena. Tena largos cabellos rojos que colgaban en dos trenzas. No sabauin era. Correteaba un poco por la habitacin, despus se iba sin habermerigido la palabra. Un da recibi la visita de una agente de policia. Dijo questaba bajo vigilancia, sin explicarme por qu. Equvoco, eso es, me dijo que yoa equvoco. Le dej hablar. No se atreva a detenerme. O quiz fuera buena

    ersona. Un cura tambin, un da recib la visita de un cura. Le inform queerteneca a una rama de la iglesia reformada. Me pregunt qu clase de pastore gustara ver. Se condena uno, en la iglesia reformada, sin remedio. Era quizuena persona. Me dijo que le avisara si alguna vez necesitaba un servicio. Unervicio! Se present y me explic dnde podra encontrarle. Debera haberlopuntado.n da la mujer me hizo una proposicin. Dijo que tena necesidad urgente denero en metlico y que si yo poda proporcionarle un adelanto de seis meses meducira el alquiler del cuarto durante este perodo. No creo que me equivoqueucho. Esto tena la ventaja de hacerme ganar seis semanas (?) de estancia y elconveniente de agotar casi todo mi pequeo capital. Pero se poda llamar asto un inconveniente? No me iba a quedar de todas formas hasta el ltimontimo, y ms all an, hasta que ella me echara? Le di el dinero y me hizo uncibo.na maana, poco despus de la transaccin, me despert un hombre que me sacudaor el hombro. No podan ser ms de las once. Me rog que me levantara y

    bandonara su casa inmediatamente. Era muy pulcro, debo decirlo. Me dijo que suxtraeza slo encontraba parangn con la ma. Era su casa. Su patrimonio. Larca se haba marchado la vspera. Pero si la he visto anoche, dije. Debe estar

    sted en un error, dijo, porque me llev las llaves, a mi oficina, ayer por laaana lo ms tarde. Pero si acabo de entregarle un anticipo de seis meses dequiler, dije. Que se lo devuelva, dijo. Pero si ignoro su nombre, dije, por noablar de sus seas. Ignora usted su nombre? dijo. Debi creer que menta.stoy enfermo, dije, no puedo marcharme as sin previo aviso. No es para tanto,jo. Propuso ir a buscar un taxi, o una ambulancia, si prefera. Dijo queecesitaba la habitacin, inmediatamente, para su cerdo, cogiendo fro en una

    arretilla, ante la puerta, y vigilado nicamente por un chaval que ni siquieraonoca y que estara probablemente hacindole picias. Pregunt si no me podraeder otro sitio, apenas un rincn donde poder tumbarme, el tiempo deobreponerme y de tomar mis disposiciones. Dijo que no poda. No es que sea malaersona, aadi. Podra vivir aqu con el cerdo, dije, me ocupara de l.argos meses de calma, deshechos en un instante! Calma, calma, dijo, no sebandone, ale, hop, de pie, basta. Despus de todo aquello no le importaba.aba sido realmente paciente. Debi visitar el stano mientras yo dorma.e senta dbil. Deba estarlo. La luz resplandeciente me aturda. Un autobs meansport, al campo. Me sent en un prado, al sol. Pero me parece que esto era

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    ucho ms tarde. Dispuse hojas bajo mi sombrero en crculo, para procurarmeombra. Acab por encontrar un montn de estircol. Al da siguiente reemprendcamino de la ciudad. Me obligaron a bajarme de tres autobuses. Me sent al

    orde de la carretera, al sol, y me sequ la ropa. Me gustaba. Me deca, Nada,ada que hacer ahora hasta que est seca. Cuando estuvo seca la cepill con unepillo, una especie de almohaza me parece, que encontr en un establo. Losstablos me han resultado siempre acogedores. Despus me llegu hasta la casa enonde mendigu un vaso de leche y pan con mantequilla. Puedo descansar en elstablo? dije. No, dijeron. Yo apestaba an, pero con una fetidez que megradaba. La prefera con mucho a la ma, que se ocultaba ahora bajo la nuevaediondez, sintindola slo a vaharadas. En los das siguientes trat decuperar mi dinero. No s exactamente cmo sucedi, si es que no pude encontrardireccin, o si la direccin no exista, o si la griega ya no estaba all.

    usqu el recibo en mis bolsillos, para intentar descifrar el nombre. No estaba.la lo haba recuperado quiz mientras yo dorma. No s durante cunto tiemporcul as, descansando unas veces en un sitio, otras en otro, en la ciudad yn el campo. La ciudad haba sufrido cambios. El campo tampoco era ya como locordaba. El efecto general era el mismo. Un da vi a mi hijo. Con una cartera

    ajo el brazo apresuraba el paso. Se quit el sombrero y se inclin y vi que eraalvo como un huevo. Estaba casi seguro de que era l. Me volv para seguirleon la mirada. Avanzaba a toda marcha, con sus andares de pato, ofreciendo aerecha y a izquierda saludos con el sombrero y otras muestras de servilismo. Elsoportable hijo de puta.n da encontr a un hombre que conociera en poca anterior. Viva en unaaverna al borde del mar. Tena un burro que trotaba por el acantilado, o en losinsculos senderos agrietados que descienden hacia el mar. Cuando haca muy malempo el burro entraba con su amo en la caverna y all se abrigaba, mientras

    uraba la tempestad. Haban pasado muchas noches juntos, apretados el uno contraotro, mientras el viento bramaba y el mar azotaba la playa. Gracias al burrooda abastecer de arena, de algas y de conchas a los habitantes de la ciudad,ara sus jardincillos. No poda transportar mucha cantidad de una vez, porque elurro era viejo, pequeo tambin, y la ciudad estaba lejos. Pero ganaba as unoco de dinero, lo suficiente para comprar tabaco y cerillas y de vez en cuandona libra de pan. Fue en una de sus salidas cuando me encontr, en losuburbios. Estaba encantado de volver a verme, el pobre. Me suplic que lecompaara a su casa y pasara all la noche. Qudate todo el tiempo que quieras,jo. Qu le pasa a tu burro? dije. No le hagas caso, dijo, es que no te

    onoce. Le record que no tena costumbre de quedarme con nadie ms de dos oes minutos seguidos y que me horrorizaba el mar. Pareca abrumado. Entonces noenes, dijo. Pero ante mi propia extraeza me mont en el burro y arre, a laombra de los castaos que brotaban con furia de la acera. Me agarr a lasrtebras de la cerviz, una mano luego otra. Los nios nos abucheaban y nosraban piedras, pero apuntaban mal porque slo me alcanzaron una vez, en elombrero. Un guardia nos detuvo, y nos acus de turbar el orden pblico. Mimigo le record que ramos tal y como la naturaleza haba acabado por hacernosque los nios estaban en el mismo caso. Era inevitable, en esas condiciones,ue el orden pblico resultara turbado de vez en cuando. Djenos continuar

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    uestro camino, dijo, y el orden se reestablecer automticamente, en su sector.tajamos por los caminos apacibles de la antiplanicie, blancos de polvo, con losatojos de espino y de fucsia y los linderos franjeados de hierba silvestre y deargaritas. Cay la noche. El burro me llev hasta la boca de la caverna, porque

    o no hubiera podido seguir, en la oscuridad, el sendero que bajaba hacia elar. Despus volvi a subir a sus pastizales.o s cunto tiempo me qued all. Se estaba bien en la caverna, debo decirlo.e trat mis ladillas con agua de mar y algas, pero un buen nmero de larvasebieron sobrevivir. Me cur el crneo con compresas de alga, lo que me hizo unen enorme, pero pasajero. Me tumbaba en la caverna y a veces miraba hacia elorizonte. Vea por encima una gran extensin palpitante, sin islas niromontorios. Por la noche una luz iluminaba la caverna, a intervalos regulares.ue all donde encontr mi frasquito, en el bolsillo. No se haba roto, elistal no era autntico cristal. Crea que el seor Weir me lo haba quitadodo. El otro estaba fuera la mayor parte del tiempo. Me daba pescado. Es fcil

    ara un hombre, cuando lo es de verdad, vivir en una caverna, lejos de todos. Mevit a quedanme todo el tiempo que me apeteciera. Si prefiriera estar solo mecondicionara encantado otra caverna, un poco ms lejos. Me traera comidados los das y vendra de vez en cuando a asegurarse que marchaba bien y noecesitaba nada. Era buena persona. Yo no necesitaba bondad. No conocers porasualidad una caverna lacustre? dije. Soportaba mal el mar, sus chapoteos,mblores, mareas y convulsividad general. El viento al menos se calma a veces.

    as manos y los pies me hormigueaban. El mar me impeda dormir, durante horas.qu pronto me voy a poner enfermo, dije, y qu habr conseguido entonces? Teas a ahogar, dijo. S, dije, o me arrojar al acantilado. Y yo que no podravir en otra parte, dijo, en mi cabaa de la montaa era muy desgraciado. Tuabaa en la montaa? dije. Repiti la historia de su cabaa en la montaa, la

    aba olvidado, era como si la oyera por primera vez. Le pregunt si laonservaba todava. Respondi que no la haba vuelto a ver desde el da en queali huyendo, pero que la crea an en el mismo sitio, un poco deteriorada sinuda. Pero cuando insisti para que cogiera la llave, me negu, dicindole quena otros proyoctos. Siempre me encontrars aqu, dijo, si alguna vez me

    ecesitas. Ah la gente. Me dio su cuchillo.o que l llamaba su cabaa era una especie de barraca de madera. Habarrancado la puerta, para hacer fuego, o con cualquier otro fin. La ventana yao tena cristales. El techo se haba hundido por varios sitios. El interiorstaba dividido, por los restos de un tabique, en dos partes desiguales. Si

    aba tenido muebles nada quedaba ya. Se haban entregado a los actos ms viles,n el suelo y sobre las paredes. Excrementos poblaban el suelo, de hombre, deaca, de perro, as como preservativos y vomitonas. En una boiga haban trazadon corazn, atravesado por una flecha. No ofreca sin embargo una perspectivarmnica. Descubr vestigios de ramos abandonados. Vorazmente arrancados,rrastrados durante largas horas, acabaron por tirarlos, pesados, o yaarchitos. Esta era la habitacin de la que me haban ofrecido la llave.n su conjunto la escena era la ya familiar de grandeza y desolacin.ra a pesar de todo un techo. Descansaba sobre un jergn de helechos que yoismo recog con mil trabajos. Un da no pude levantarme. La vaca me salv.

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    guijoneada por la niebla glacial vena a cobijarse. No era sin duda la primeraez. No deba verme. Trat de mamarla, sin mucho xito. Sus tetas estabanubiertas de excrementos. Me quit el sombrero y me puse a ordearla dentro,cudiendo a mis ltimas fuerzas. La leche se derramaba por el suelo, pero meje, No importa, es gratis. La vaca me arrastr por la tierra, detenindose tan

    lo de vez en cuando para propinarme una coz. No saba que nuestras vacasodan tambin portarse mal. Debieron ordearla recientemente. Agarrndome conna mano a la teta, con la otra mantena el sombrero en su sitio. Pero acab porartarse. Porque me arrastr atravesando el umbral hasta los helechos gigantes yhorreantes, donde me vi obligado a soltar la presa.ebiendo la leche me reproch lo que acababa de hacer. Ya no podra contar convaca y ella pondra a las dems al corriente. Con ms control sobre m mismo

    ubiera podido hacerme amigo de ella. Hubiera venido todos los das seguidauizs de otras vacas. Hubiera aprendido a hacer mantequilla, queso. Pero meje, No, todo se andar.na vez en la carretera no tena ms que seguir la pendiente. Carretas pronto,ero todas me rechazaron. Si hubiera tenido otras ropas, otra cara, se meubiera admitido quiz. Deb cambiar desde mi expulsin del stano. La cara enspecial haba debido alcanzar un aspecto decididamente climatrico. La sonrisaumilde e ingenua ya no me apareca, ni la expresin de miseria cndida,enetrada de estrellas y cohetes. Las llamaba, pero ya no venan. Mscara deejo cuero sucio y peludo, no quera ya decir por favor y gracias y perdn. Erana lstima. Con qu iba yo a bandearme, en el futuro? Tumbado al borde de laarretera me dedicaba a contorsionarme cada vez que oa venir una carreta. Paraue no imaginaran que dorma, o descansaba. Trataba de gemir, Socorro! Pero elno que brotaba era el de la conversacin corriente. Ya no poda gemir. Latima vez que haba necesitado gemir lo haba hecho, bien, como siempre, y eso

    n la ausencia de cualquier corazn susceptible de ser partido. En qu iba aonvertirme? Me dije. Volver a aprender. Me tumb de un lado a otro del camino,n un sitio donde se estrechaba, de forma que las carretas no podan pasar sinasarme por encima, con una rueda al menos, o con dos si tena cuatro. Alrbanista de la barba roja, le haban quitado la vescula biliar, una faltarave, y tres das despus mora, en la flor de la edad. Pero lleg el da enue, mirando a mi alrededor, me encontr en los suburbios, y de aqu a losejos mbitos no haba ms que un paso, ms all de la estpida esperanza delma o de dolor ms tenue.e tap pues la parte baja de la cara con un trapo y fui a pedir limosna en un

    ncn soleado. Porque me pareca que mis ojos no se haban apagado del todo,racias quizs a las gafas negras que mi preceptor me diera. Me haba dado laica de Geulincz. Eran gafas de hombre, yo era un nio. Le encontraron muerto,

    esplomado en el W. C., con las ropas en un desorden terrible, fulminado por unfarto. Ah qu calma. La tica llevaba su nombre (Ward) en primera pgina, lasafas le haban pertenecido. El puente, en aquella poca, era de hilo de latn,e la clase que se emplea para sujetar los cuadros y los grandes espejos, y dosrgas cintas negras servan de baranda. Las enroscaba alrededor de las orejas ys abata bajo la barbilla, donde las ataba. Los cristales haban sufrido, aerza de frotarse en el bolsillo uno contra otro y contra los dems objetos que

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    l se encontraran. Yo crea que el seor Weir me lo haba cogido todo. Pero yoa no necesitaba esas gafas y no me las pona ms que para suavizar elsplandor del sol. No debera haber hablado de ello. El trapo me hizo mucho

    ao. Acab cortndolo del forro de mi abrigo, no, ya no tena abrigo, de mihaqueta entonces. Era un trapo ms bien gris, o incluso escocs, pero me dabaor satisfecho. Hasta la tarde mantena la cara levantada hacia el cielo deledioda, despus hacia el de poniente hasta la noche. El platillo de madera mezo mucho dao. No poda utilizar el sombrero, por mi crneo. En cuanto ander la mano, ni pensarlo. Me procur pues una lata de hierro blanco y la

    ujet a un botn de mi abrigo, pero qu me pasa, de mi chaqueta, al nivel delubis. No se mantena derecha, se inclinaba respetuosamente hacia el transente,o haba ms que dejar caer la moneda. Pero esto le obligaba a aproximarseucho, se arriesgaba a tocarme. Acab procurndome una lata ms grande, una

    specie de gran lata, y la coloqu sobre la acera, a mis pies. Pero las gentesue dan una limosna no les agrada tirarla, ese gesto tiene algo de desprecio quepugna a los sensibles. Sin contar con que deben apuntar. Quieren dar, pero nos gusta que la moneda se escape dando vueltas bajo los pies de losansentes, o bajo las ruedas de los vehculos, donde cualquiera puede cogerla.n resumen: no dan. Los hay evidentemente que se agachan, pero en general a laente que da una limonsa no le agrada que ello le obligue a agacharse. Lo quealmente prefieren es ver al mendigo de lejos, preparar el penique, soltarlo enena marcha y or el Dios se lo pague debilitado por el alejamiento. Yo noeca eso, yo no he sido nunca muy creyente, ni nada que se le parezca, peronzaba de todos modos un ruido, con la boca. Acab procurndome una especie deblilla que me sujetaba con cordel al cuello y a la cintura. Sobresala

    recisamente a la altura justa, la del bolsillo, y su borde estaba louficientemente apartado de mi persona para poder depositar el bolo sin

    eligro. Poda verse a veces en ella flores, ptalos, espigas, y briznas de esaerba que se aplica a las hemorroides, en fin lo que encontraba. No lasuscaba, pero todas las cosas bonitas de este tipo que me caan a la mano, lasuardaba para la tablilla. Se poda creer que yo amaba la naturaleza. Miraba alelo, la mayor parte del tiempo, pero sin fijarlo. Era una mezcla normalmentee blanco, azul y gris, y por la tarde venan a aadirse otros colores. Loenta pesando con suavidad sobre mi cara, frotaba la cara balancendola de undo a otro. Pero a menudo dejaba caer la cabeza sobre el pecho. Entoncesntrevea la tablilla a lo lejos, borrosa y abigarrada. Me apoyaba en la pared,ero sin el menor relajo, equilibraba mi peso de un pie al otro y me agarraba

    on las manos las solapas de la chaqueta. Mendigar con las manos en losolsillos, da mal efecto, indispone a los trabajadores, sobre todo en invierno.o hay nunca tampoco que llevar guantes. Haba chicos que, simulando darme unaerra, arramplaban con todo lo que haba ganado. Para comprarse caramelos. Meesabrochaba, discretamente, para rascarme. Me rascaba de abajo arriba, conuatro uas: Me hurgaba en los pelos, para calmarme. Ayudaba a pasar el tiempo,tiempo pasaba cuando me rascaba. El verdadero rascado es superior al meneo,

    n mi opinin, y puede durar mucho, hasta los cincuenta, e incluso muchoespus, pero acaba por convertirse en una simple costumbre. Para rascarme nona bastante con las dos manos. Tena en todas partes, en mis partes, en los

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    elos hasta el ombligo, bajo los brazos, en el culo, placas de eczema y desoriasis que poda poner al rojo con slo pensar en ellas. Era en el culo dondes satisfaccin obtena. Introduca el ndice, hasta el metacarpo. Si despuseba defecar, me haca un dao de perros. Pero apenas defecaba ya. De vez enuando pasaba un avin, poco rpidamente me pareca. Me suceda a menudo, alcabar la jornada, encontrar los bajos del pantaln mojados. Deban ser loserros. Yo ya apenas meaba. Si por azar me entraban ganas, las calmabatroduciendo un trapito en la bragueta. Una vez en mi puesto, no lo abandonabaasta la noche. Yo ya apenas coma, Dios cuidaba de mi sustento. Despus delabajo compraba una botella de leche que beba por la noche en la cochera. Enalidad le encargaba a un chico que la comprara, siempre el mismo, a m no

    ueran servirme, no s por qu. Le daba un penique por el servicio. Un dasist a una escena extraa. Normalmente no vea gran cosa. No oa gran cosampoco. No me fijaba. En el fondo no estaba all. En el fondo creo que no he

    stado nunca en ninguna parte. Pero ese da deb volver. Desde haca ya algnempo me incordiaba un ruido. No buscaba la causa, porque me deca, Va a cesar.ero como no cesaba no tuve ms remedio que buscar la causa. Era un hombreubido al techo de un autombil, arengando a los transentes. Al menos fue asomo entend la cosa. Berreaba tan fuerte que retazos de su discurso llegabanasta m. Unin... hermanos... Marx... capital... bifteck... amor. No entendaada. El coche se haba detenido junto a la acera, ante m, yo vea al orador despaldas. De repente se volvi y me cuestion. Mirad ese pingajo, ese desecho.no se pone a cuatro patas es porque teme el vergajo. Viejo, piojoso, podrido,cubo de la basura. Y hay miles como l, peores que l, diez mil, veinte mil.

    na voz, Treinta mil. El orador continu, Todos los das pasan delante deosotros y cuando habis ganado a las carreras soltis una perra gorda. Os daisuenta? La voz, No. Claro que no, continu el orador, eso forma parte del

    ecorado. Un penique, dos peniques. La voz, Tres peniques. No se os ocurreunca pensar, continu el orador, que tenis enfrente la esclavitud, elmbrutecimiento, el asesinato organizado, que consagris con vuestros dividendosiminales. Mirad este torturado, este pellejo. Me diris que es culpa suya.reguntadle a ver si es culpa suya. La voz, Pregntaselo t. Entonces se inclinacia m y me apostrof. Yo haba perfeccionado mi tablilla. Consista ahora enos trozos unidos por bisagras, lo que me permita, una vez acabado el trabajo,egarla y llevarla bajo el brazo, me gustaba hacer chapucillas. Me quit elapo, me meta en el bolsillo las escasas monedas que haba ganado, desat losordones de mi tablilla, la plegu y me la puse bajo el brazo. Pero habla,

    edazo de inmolado! vocifer el orador. Despus me fui, aunque fuera an de da.ero en general el rincn era tranquilo, animado sin ser bullicioso, prspero yonveniente. Aqul deba ser un fantico religioso, no encontraba otraxplicacin. Se haba quiz escapado de la jaula. Tena una cara simptica, unoco coloradota.o trabajaba todos los das. Apenas tena gastos. Consegua incluso ahorrar unoco, para los ultimsimos das. Los das en que no trabajaba me quedaba tumbadon la cochera. Situada al borde del ro, en una propiedad particular, o que loaba sido. Esta propiedad, cuya entrada principal daba sobre una calle sombra,strecha y silenciosa, estaba rodeada por un muro, menos naturalmente por el

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    do del ro, que marcaba su lmite septentrional, sobre una longitud de treintaasos ms o menos. De frente, sobre la otra orilla, se extendan an losuelles, despus un apelmazamiento de casas bajas, terrenos baldos,

    mpalizadas, chimeneas, flechas y torres. Se vea tambin una especie de campoe maniobras donde soldados jugaban al ftbol, todo el ao. Slo las ventanasno. La propiedad pareca abandonada. La verja estaba cerrada. La hierba invadas senderos. Slo las ventanas del piso bajo tenan persianas. Las dems seuminaban a veces por la noche, dbilmente, unas veces una, otras la otra,na esa impresin. Poda ser cualquier reflejo. El da en que adopt la

    ochera encontr un bote, la quilla al aire. Le di la vuelta, lo rellen conedras y pedazos de madera, quit los bancos y me hice la cama. Las ratas ses vean negras para llegar hasta m, por la inclinacin de la quilla. Muchasanas tenan sin embargo. Fjate, carne viviente, porque yo era a pesar de todoarne viviente, haca demasiado tiempo que viva entre las ratas, en misojamientos improvisados, para que tuviera una vulgar fobia. Tena incluso unaspecie de simpata por ellas. Venan con tanta confianza hacia m, se dira quen la menor repugnancia. Se hacan la tualet, con gestos de gato. Los sapos,, por la tarde, inmviles durante horas, engullen moscas. Se colocan en sitiosn donde lo cubierto pasa al descubierto, les gustan los umbrales. Pero seataba de ratas de aguas, de una delgadez y de una ferocidad excepcionales.onstru pues, con tablas sueltas, una tapadera. Es formidable la de tablas quee podido encontrar en mi vida, cada vez que tena necesidad de una tabla allstaba, no haba ms que agacharse. Me gustaba hacer chapuzas, no, no mucho, ass. Recubr el bote completamente, hablo ahora otra vez de la tapadera. Lompuj un poco hacia atrs, entraba en el bote por delante, gateaba hasta laarte de atrs, levantaba los pies y empujaba la tapa hacia delante hasta que meubra del todo. El empuje se ejerca sobre un travesao en saliente fijado tras

    tapa a este efecto, me gustaban las chapucillas. Pero era preferible entrarn el bote por detrs, sacar la tapa sirvindome de las dos manos hasta que meubriera del todo y empujarlo en el mismo sentido cuando quisiera salir. Comopoyo para mis manos coloqu dos grandes clavos, all donde haca falta. Estosequeos trabajos de carpintera, si es posible llamarlos as, ejecutados construmentos y materiales improvisados, no me disgustaban. Saba que acabararonto, y representaba la comedia, verdad, la decmo llamarla, no lo s. Mencontraba bien en el bote, debo decirlo. Mi tapadera se ajustaba tan bien queve que hacerle un agujero. No hay que cerrar los ojos, dejarlos abiertos en la

    scuridad, esa es mi opinin. No hablo del sueo, hablo de lo que se llama me

    arece estado de vigilia. Por otra parte yo dorma muy poco en aquella poca, nona ganas, o tena muchsimas ganas, no lo s, o tena miedo, no lo s.umbado de espaldas no vea nada, apenas vagamente, justo por encima de miabeza, a travs de los minsculos agujeritos, la claridad gris de la cochera.o ver nada en absoluto, no, es demasiado. Oa solamente los gritos de lasaviotas que revoloteaban muy cerca, alrededor de la boca de los sumideros. Enn hervor amarillento, si tengo buena memoria, las inmundicias se vertan alo, los pjaros revoloteaban por encima, chillando de hambre y de clera. Oachapoteo del agua contra el embarcadero, contra la orilla, y el otro ruido,n diferente, de la ondulacin libre, lo oa tambin. Yo, cuando me desplazaba,

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    a menos barco que onda, por lo que me pareca, y mis parones eran los de losmolinos. Esto puede parecer imposible. La lluvia tambin, la oa a menudo. A

    eces una gota, atravesando el techo de la cochera, vena a explotar sobre m.odo abocaba a un ambiente ms bien lquido. El viento aada su voz, no hay queecirlo, o quiz ms bien las tan variadas de sus juguetes. Pero qu es todosto? Zumbidos, alaridos, gemidos y suspiros. Yo hubiera preferido otra cosa,artillazos, pan, pan, pan, asestados en el desierto. Me tiraba pedos, es cosa

    abida, pero difcilmente seco, salan con un ruido de bomba, se fundan en elran jams. No s cunto tiempo me qued all. Estaba bien en mi caja, deboecirlo. Me pareca haber adquirido independencia en los ltimos aos. Que nadieniera ya, que nadie pudiera ya venir, a preguntarme si marchaba bien y si noecesitaba nada, apenas ya me dola. Me encontraba bien, claro que s,erfectamente, y el miedo de encontrarme peor se dejaba apenas sentir. En cuantomis necesidades, se haban en alguna medida reducido a mis dimensiones y, bajopunto de vista cualitativo, tan super-refinadas que toda ayuda resultaba

    xcluida, desde ese ngulo. Saberme existir, por muy dbil y falsamente queera, por fuera de m, tena en otra poca la virtud de conmoverme. Se

    onvierte uno en un salvaje, forzosamente. A veces se pregunta uno si estamos enbuen planeta. Incluso las palabras te dejan, con eso est dicho todo. Es elomento quiz en que los vasos dejan de comunicar, ya sabes, los vasos. Se est

    qu siempre entre los dos rumores, sin duda es siempre el mismo pedazo, perospita nadie lo dira. Me ocurra a menudo querer correr la tapadera y salirel bote, sin conseguirlo, tan perezoso y dbil estaba, y muy en el fondo dondee encontraba. Lo senta todo cerca, las calles glaciales y tumultuosas, las

    aras aterradoras, los ruidos que cortan, penetran, desgarran, contusionan.speraba entonces que las ganas de cagar, o de mear al menos, me dieran fuerzas.No quera ensuciar mi nido! Lo que me suceda sin embargo, e incluso cada vez

    s a menudo. Me bajaba los pantalones arquendome, me volva un poco de lado,justo para despejar el agujero. Labrarse un reino, en medio de la mierdaniversal, para despus cagarse encima, era muy mo. Eran yo, mis inmundicias,s cosa sabida, pero an as. Basta, basta, las imgenes, aqu estoy abocado aer imgenes, yo que nunca las vi, salvo a veces cuando dorma. Creo que no lasaba visto nunca, en puridad. De pequen quiz. Mi mito lo quiere as. Sabaue eran imgenes, puesto que era de noche y estaba solo en mi bote. Qu podaer aquello si no? Estaba pues en mi bote y me deslizaba sobre las aguas. Nona que remar, el reflujo me llevaba. Adems no vea remos, haban debido

    evrselos. Yo tena una tabla, un trozo de banco quiz, que utilizaba cuando

    e acercaba demasiado a la orilla o cuando vea acercarse un montn de detritusuna chalupa. Haba estrellas en el cielo, grato. No vea el tiempo que haca,o tena fro ni calor y todo pareca tranquilo. Las orillas se alejaban cadaez ms, lgico, ya no las vea. Raras y dbiles luces marcaban la separacineciente. Los hombres dorman, los cuerpos recuperaban fuerzas para losabajos y alegras del da siguiente. El bote no se deslizaba ya, saltitos,arandeado por las olitas del alta mar incipiente. Todo pareca tranquilo y sinmbargo la espuma se colaba por la borda. El aire libre me rodeaba ahora pordas partes, no tena ms que el abrigo de la tierra, y poca cosa es, el abrigo

    e la tierra, en esas condiciones. Vea los faros, hasta un total de cuatro,

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    ertenecientes a un barco-faro. Los conoca bien, de pequen ya los conoca.or la tarde, estaba con mi padre sobre un promontorio, me coga de la mano.ubiera deseado que me atrajese hacia s, en un gesto de amor protector, pero enso estaba pensando. Me enseaba igualmente los nombres de las montaas. Peroara acabar con las imgenes, vea tambin las luces de las boyas, parecanenarlo todo, rojas y verdes, incluso ante mi extraeza amarillas. Y en elanco de la montaa, que ahora desgajada se alzaba tras la ciudad, loscendios pasaban del oro al rojo, del rojo al oro. Yo saba muy bien lo quea, era la retama que arda. Yo mismo cuntas veces habra encendido el fuego,

    on una cerilla, siendo pequeo. Y mucho ms tarde, de vuelta a casa, antes decostarme, miraba desde mi alta ventana el incendio que haba prendido. En estaoche pues, plagada de dbiles parpadeos, en el mar, en tierra y en el cielo,ogaba a merced de la marea y las corrientes. Not que mi sombrero estaba atado,or un cordoncillo sin duda, a mi botonadura. Me levant del banco, en la partee atrs del bote, y un enrgico campanilleo se hizo or. Era la cadena que,ada a la parte de alante, acababa de enrollarse alrededor de mis caderas.eb desde el principio practicar un agujero en las tablas del fondo, porquequ me tenis de rodillas intentando soltarlo, con la ayuda del cuchillo. Elgujero era pequeo y el agua subira lentamente. Todava una media hora, ental, salvo imprevistos. Sentado de nuevo en la popa, con las piernas estiradasla espalda bien apoyada contra el saco relleno de hierba que me serva de

    ojn, me tragu el calmante. El mar, el cielo, la montaa, las islas, vinieronaplastarme en un sstole inmenso, despus se apartaron hasta los lmites delspacio. Pens dbilmente y sin tristeza en el relato que haba intentadorticular, relato a imagen de mi vida, quiero decir sin el valor de acabar ni laerza de continuar.