salvar bosques - nota revista viva

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viva 10.02 2013 32 32 E n el campo del señor Carlos Makoviac, un campesino de Misio- nes, se está librando una lucha de titanes, que ya lleva unos 400 años. Una enredade- ra gigante, que nues- tro buen hombre llama sin piedad “la estranguladora”, está asfixiando a un palo rosa de unos 50 metros, el árbol más alto de toda la selva Paranaense. La batalla durará presumiblemente otros 200 años. Cuando por fin gane la “estranguladora”, morirá el palo rosa. Pero igual suerte correrá también su asesina, porque no tendrá ya de quién seguir agarrándose. Y se caerá. Esta historia es una especie de pa- rábola entre el bosque y el hombre. Cuando el último árbol de este rico ecosistema americano, que supo ser el segundo en importancia detrás del Amazonas, haya sido derribado, ¿qué pasará con el oxígeno que generaban sus especies, las lluvias y la humedad que producían y albergaban, y la biodi- versidad que allí se multiplicaba? El hombre ya ha “estrangulado” el 85 por ciento de la selva Paranaense que solía extenderse del Paraguay a las costas de Brasil, pasando, obviamen- te, por toda la provincia de Misiones, donde queda el 75 por ciento de lo que se mantuvo en pie. En otras palabras, un monito la podía cruzar desde las Cataratas hasta el mar sin tener que bajarse nunca del “colectivo” que eran las ramas de los arboles. Ya no más. Para que sepamos bien de qué esta- mos hablando, vale la pena aclarar que esta selva es la misma que les da el mar- co de majestuosa imponencia a las Ca- taratas del Iguazú. Pero muy buenas especies de este parque fueron corta- das por quien supo ser su dueño,un se- ñor vasco, que tiraba furioso los tron- cos más valiosos por la Garganta del Diablo. Se sabe que se extrajo petiribí, cedro, guatambú y cancharana, made- ra muy preciada. El Parque Nacional Iguazú tiene 68 mil hectáreas. Luego, la provincia su- mó otras 85 mil hectáreas a la conser- vación con el Parque Urugua-í. Prácti- camente todo el resto del ecosistema, con algunos manchones por aquí y por allá, fue desmontado para plantar tabaco, yerba, soja, y sobre todo, pi- nos. Los pinos se usan principalmen- te para hacer pasta fluff, el elemento absorbente de pañales descartables, tampones y toallas femeninas. Pero, en el ecosistema de esta selva, no da lo mismo un pino que el palo rosa como el del señor Makoviac. La verdad, parece una locura tirar árboles para plantar otros, pero esto fue lo que ocurrió. El Parque Urugua-í fue creado en 1990 para tratar de mitigar el impac- to ambiental de la represa del arroyo del mismo nombre. Antes de eso, eran simplemente terrenos fiscales. Ya ha- bía comenzado el proceso de remate de estas tierras. De hecho, se llegaron a vender tres lotes. Y a los que estaban ocupando los terrenos ilegalmente, los echaron sin piedad, como recuerda muy bien el señor Makoviac, sentado en el patio de su casa lindera con la re- serva. Hace más calor que de costum- bre. El cambio climático, dice. Un po- deroso ventilador de pie nos sirve de consuelo en un mediodía tropical. De los tres terrenos que llegaron a venderse, uno lo compró el hermano de Makoviac, Don Albino, hoy de unos 70 años. Otro, un señor brasileño. El tercero lo adquirió una pareja de con- servacionistas, que eventualmente lo puso a disposición de la organización Banco de Bosques. Esta organización funciona de la si- guiente manera: pequeños donantes entran al sitio de la ONG en internet (www.bancodebosques.org) y van “sal- vando” de a metro cuadrado el terreno. Ya son 300 donantes que se han suma- do a la iniciativa, entre argentinos y extranjeros. Cuando se termine de sal- var todos los metros de este pedazo de bosque (44 hectáreas en total), se pro- TEXTO:Marina Aizen ([email protected]) FOTOS: Ruben Diglio / enviados especiales a Misiones cederá a adquirir los otros terrenos. Por lo menos el señor Albino parece muy interesado en recibir una oferta, porque ya se confiesa viejo y cansado. Luego, toda la superficie rescatada se- rá donada al Parque Provincial, para que pueda ser conservada a perpetui- dad. No podrá volverse a lotear, cortar o dañar de ninguna manera. Restaurar su riqueza natural es a la vez rescatar patrimonio nacional de verdad. Entramos a machetazos por el cam- po de Banco de Bosques, llamado Caá Porá, que según la leyenda guaraníti- ca es una especie de Diana que corre desnuda por el monte. Hay que abrirse paso por la selva, porque ésta tiene la virtud de regenerarse muy fácilmente, y hacer que el viajero ignoto pueda per- derse tragado por su garganta vegetal. Emiliano Ezcurra, el director de la ONG, lleva un puñado de estacas en su mochila azul. Tienen en una de sus puntas el nombre de los donantes y la exacta ubicación geográfica de los ár- boles que ellos han elegido para salvar. Se utiliza para la georreferenciación el sistema de Google Maps. Y ahora, esta- mos en plan de poner en el terreno la realidad virtual de la computadora. Ezcurra es un tipo de un entusias- mo inagotable, hay que decirlo. El cuenta que la intención de Banco de Bosques es cambiar el paradigma de la conservación. Antes se esperaba que un millonario filántropo o el Estado se encargaran de proteger áreas vita- les como ésta. Ahora son los propios ciudadanos, desde cualquier parte del mundo, los que pueden hacer lo mis- mo. Con tan sólo 20 pesos por mes se pueden ir rescatando pedazos de sel- va. Nuestra selva. Incunables especies argentinas. “Hoy son 300 donantes, mañana pueden ser 3 millones”, señala Ezcu- rra. “Con 20 pesos por mes, podés es- tar tranquilamente hablando de una verdadera máquina de salvar bosques, frenar emisiones de gases de efecto invernadero, al tiempo que creás de cientos de puestos de trabajo en zonas marginales”. “Tuvimos sólo una idea, que es la de crear el software de Banco de Bos- ques. Este combina tres cosas que ya existían: las ganas de la gente de saber dónde va la plata que dona, el Google Maps y el formulario de medios de pa- go online. Sólo con eso podemos poner patas para arriba el mercado de com- pra de tierras con naturaleza, hoy algo EN MISIONES SE PLANTAN PINOS PARA HACER PASTA FLUFF, LUEGO UTILIZADA COMO RELLENO DE PAÑALES.

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En el campo del señor Carlos Makoviac, un campesino de Misio-nes, se está librando una lucha de titanes, que ya lleva unos 400 años. Una enredade-ra gigante, que nues-

tro buen hombre llama sin piedad “la estranguladora”, está asfixiando a un palo rosa de unos 50 metros, el árbol más alto de toda la selva Paranaense. La batalla durará presumiblemente otros 200 años. Cuando por fin gane la “estranguladora”, morirá el palo rosa. Pero igual suerte correrá también su asesina, porque no tendrá ya de quién seguir agarrándose. Y se caerá.

Esta historia es una especie de pa-rábola entre el bosque y el hombre. Cuando el último árbol de este rico ecosistema americano, que supo ser el segundo en importancia detrás del Amazonas, haya sido derribado, ¿qué pasará con el oxígeno que generaban sus especies, las lluvias y la humedad que producían y albergaban, y la biodi-versidad que allí se multiplicaba?

El hombre ya ha “estrangulado” el 85 por ciento de la selva Paranaense que solía extenderse del Paraguay a las costas de Brasil, pasando, obviamen-te, por toda la provincia de Misiones, donde queda el 75 por ciento de lo que se mantuvo en pie. En otras palabras, un monito la podía cruzar desde las Cataratas hasta el mar sin tener que bajarse nunca del “colectivo” que eran las ramas de los arboles. Ya no más.

Para que sepamos bien de qué esta-mos hablando, vale la pena aclarar que esta selva es la misma que les da el mar-co de majestuosa imponencia a las Ca-taratas del Iguazú. Pero muy buenas especies de este parque fueron corta-das por quien supo ser su dueño,un se-ñor vasco, que tiraba furioso los tron-cos más valiosos por la Garganta del Diablo. Se sabe que se extrajo petiribí, cedro, guatambú y cancharana, made-

ra muy preciada. El Parque Nacional Iguazú tiene 68

mil hectáreas. Luego, la provincia su-mó otras 85 mil hectáreas a la conser-vación con el Parque Urugua-í. Prácti-camente todo el resto del ecosistema, con algunos manchones por aquí y por allá, fue desmontado para plantar tabaco, yerba, soja, y sobre todo, pi-nos. Los pinos se usan principalmen-te para hacer pasta fluff, el elemento absorbente de pañales descartables, tampones y toallas femeninas. Pero, en el ecosistema de esta selva, no da lo mismo un pino que el palo rosa como el del señor Makoviac. La verdad, parece una locura tirar árboles para plantar otros, pero esto fue lo que ocurrió.

El Parque Urugua-í fue creado en 1990 para tratar de mitigar el impac-to ambiental de la represa del arroyo del mismo nombre. Antes de eso, eran simplemente terrenos fiscales. Ya ha-bía comenzado el proceso de remate de estas tierras. De hecho, se llegaron a vender tres lotes. Y a los que estaban ocupando los terrenos ilegalmente, los echaron sin piedad, como recuerda muy bien el señor Makoviac, sentado en el patio de su casa lindera con la re-serva. Hace más calor que de costum-bre. El cambio climático, dice. Un po-deroso ventilador de pie nos sirve de

consuelo en un mediodía tropical.De los tres terrenos que llegaron a

venderse, uno lo compró el hermano de Makoviac, Don Albino, hoy de unos 70 años. Otro, un señor brasileño. El tercero lo adquirió una pareja de con-servacionistas, que eventualmente lo puso a disposición de la organización Banco de Bosques.

Esta organización funciona de la si-guiente manera: pequeños donantes entran al sitio de la ONG en internet (www.bancodebosques.org) y van “sal-vando” de a metro cuadrado el terreno. Ya son 300 donantes que se han suma-do a la iniciativa, entre argentinos y extranjeros. Cuando se termine de sal-var todos los metros de este pedazo de bosque (44 hectáreas en total), se pro-

TexTo:Marina Aizen ([email protected])foTos: Ruben Diglio /enviados especiales a Misiones

cederá a adquirir los otros terrenos. Por lo menos el señor Albino parece muy interesado en recibir una oferta, porque ya se confiesa viejo y cansado. Luego, toda la superficie rescatada se-rá donada al Parque Provincial, para que pueda ser conservada a perpetui-dad. No podrá volverse a lotear, cortar o dañar de ninguna manera. Restaurar su riqueza natural es a la vez rescatar patrimonio nacional de verdad.

Entramos a machetazos por el cam-po de Banco de Bosques, llamado Caá Porá, que según la leyenda guaraníti-ca es una especie de Diana que corre desnuda por el monte. Hay que abrirse paso por la selva, porque ésta tiene la virtud de regenerarse muy fácilmente, y hacer que el viajero ignoto pueda per-derse tragado por su garganta vegetal.

Emiliano Ezcurra, el director de la ONG, lleva un puñado de estacas en su mochila azul. Tienen en una de sus puntas el nombre de los donantes y la exacta ubicación geográfica de los ár-boles que ellos han elegido para salvar. Se utiliza para la georreferenciación el sistema de Google Maps. Y ahora, esta-mos en plan de poner en el terreno la realidad virtual de la computadora.

Ezcurra es un tipo de un entusias-mo inagotable, hay que decirlo. El cuenta que la intención de Banco de Bosques es cambiar el paradigma de la conservación. Antes se esperaba que un millonario filántropo o el Estado se encargaran de proteger áreas vita-les como ésta. Ahora son los propios ciudadanos, desde cualquier parte del mundo, los que pueden hacer lo mis-mo. Con tan sólo 20 pesos por mes se pueden ir rescatando pedazos de sel-va. Nuestra selva. Incunables especies argentinas.

“Hoy son 300 donantes, mañana pueden ser 3 millones”, señala Ezcu-rra. “Con 20 pesos por mes, podés es-tar tranquilamente hablando de una verdadera máquina de salvar bosques, frenar emisiones de gases de efecto invernadero, al tiempo que creás de cientos de puestos de trabajo en zonas marginales”.

“Tuvimos sólo una idea, que es la de crear el software de Banco de Bos-ques. Este combina tres cosas que ya existían: las ganas de la gente de saber dónde va la plata que dona, el Google Maps y el formulario de medios de pa-go online. Sólo con eso podemos poner patas para arriba el mercado de com-pra de tierras con naturaleza, hoy algo

en misiones se plantan pinos para hacer pasta fluff,

luego utilizada como relleno de

pañales.

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Caá PoráEs el predio que se

propone salvar Banco de Bosques.

El colibrí, un pajarito inquieto, en un raro momento de reposo.

Emiliano Ezcurra, a machetazo limpio, se abre camino por el monte.

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34 exclusivo de millonarios, empresas o fondos de inversión”, añade Ezcurra, mientras vamos entrando por el mon-te, que está lleno de sorpresas. Entre ellas, una víbora coral. Si te muerde, lo que es altamente improbable, te mata. No hay suero antiofídico que te pueda salvar.

En la expedición viene Eli Gutié-rrez, una mujer que tiene una óptica en Puerto Iguazú y goza, además, del extraño privilegio de ser descendien-te del gran Julio Verne, el novelista francés que nos enseñó a ver el futuro. Como vive relativamente cerca –Caá Porá está a unas dos horas de esa ciu-dad– viene personalmente a clavar su estaca. “Me parece imprescindible la conservación, la conciencia con el en-torno. Son tan importantes como los grandes aportes económicos. Sin esto, no podemos avanzar realmente en un proyecto de conservación”, señala.

-La voz del agua-Este ecosistema tiene la capacidad de volver a producir vida rápidamente, pero sus ejemplares más añosos nece-sitarán un tiempo eterno para poder volver con su esplendor original. Los lugareños les dicen “capoera” o “ca-poerón” a esos terrenos pelados donde volvió la naturaleza a hacer su trabaji-to. Reservan la palabra selva sólo para los lugares donde hay árboles altos y poca vegetación en el piso, porque no entra el sol desde hace centurias. Al penetrar en la selva, cambia automá-ticamente el grado de humedad del ambiente. Se siente que uno está en un impiadoso baño turco, porque es inevitable que el cuerpo suelte ríos de transpiración.

Caá Porá tiene porciones de ca-poera, de capoerón (vegetación ya más desarrollada) y de selva. Pero ahora vamos a visitar también el pedazo de selva del señor Carlos Makoviac, por-que no hay nada como un actor local para guiarte por sus secretos. Los her-manos Makoviac hablan de sus árbo-les, plantas, bichos y animales como si por todos ellos corriera la misma sangre. Con esa familiaridad, con esa pasión. “¿Sabías que el agua habla, que el agua duerme? Vos podés escuchar las conversaciones del agua que está cayendo”, dice Albino. “El río Iguazú duerme. A cierta hora descansa. Cuan-do hay luna llena, el agua habla más”, asegura.

Y aun así, con esta capacidad de sen-

la regresión. En sólo un siglo, el rico ecosistema de la selva Paranaense –Mata Atlántica en Brasil– quedó reducido a pequeñas extensiones en la provincia de Misiones.

El

plano de la selva

- 1900 - Antes del desArrollo

La densa mancha verde que era esta selva cubría toda la superficie del Paraguay hasta el océano Atlántico.

- 1965 a 1975 - AsentAmientos de fronterA

La selva sufre más del lado brasile-ño, porque allí desarrolla su agricul-tura extensiva, su “pampa húmeda”.

- 1930 a 1940 - lA colonizAcion

Empieza a llegar más gente. La selva se resiente. En esa época, se crea el Parque Nacional Iguazú.

- 1995 a 2000 - llegA lA sojA

Con el poroto transgénico y la siembra directa se extiende aún más la frontera agrícola.

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AlertaUn vergel de

biodiversidad que debe ser protegido.

La belleza viene en todos los tamaños, como lo demuestran estos hongos.

Eli Gutiérrez, oftalmóloga de Puerto Iguazú, clava su estaca en Caá Porá.

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Festival de estrellas

Una postal impresionante.

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38Llora, llora

urutaúUn pájaro que

despertó la inspiración de poetas

tir el pulso de la naturaleza con cada célula de sus cuerpos, los Makoviac confiesan que muchas veces se sienten tentados por convertir la madera que conservan en pie en dinero, porque nadie les recompensa el trabajo de 50 años de haber mantenido selva intacta en sus tierras.

En lo de Don Carlos hay un árbol que se llama Sombra de Toro. Tiene unos 1.500 años. Hay que tomarse un tiempito para dar la vuelta a su alrede-dor. Es gordo, alto y orgulloso. Se llega hasta Sombra de Toro atravesando un caminito que su dueño llama “la 9 de Julio”: hay un palo rosa que es tan alto como el Obelisco porteño. “El precio para no sacar estos palos rosados es que mis hijos se hayan ido afuera y no hayan vuelto nunca más. Nos dicen lo-cos por esto. Pero la selva está viva y es vida. Sin selva, no hay oxígeno”, cuen-

ta. Y mientras camina, va mostrando la “farmacia”: los yuyos que sirven para curar heridas, los que tienen antibióti-cos, los que espantan las víboras.

-El paso del tigre-Estas tierras de suelo rojo intenso y sombra es por donde circula “el ti-gre”, como los lugareños llaman con reverencia al yaguareté, el imponente gran carnívoro argentino, del que se cuentan cada vez menos ejemplares. Don Carlos asegura haber visto mu-chas veces, pero jura que nunca mató

ninguno. Habla de él como si fuera una criatura de proporciones míticas. Se-gún su versión, cuando el animal tiene hambre hace un temible chasquido con las orejas. Y cuando anda con el vientre lleno, puede “relinchar como un caballo, berrear como un becerro, ladrar como un perro”.

Cuando las tierras de Urugua-í eran fiscales, los cazadores se metían sin pena a buscar yaguaretés, por cuyas pieles se pagaban fortunas. Por eso, quedan apenas entre 30 y 60 ejempla-res en todo Misiones. Preservar su há-bitat es también cuidar un pedazo de la herencia cultural de la Argentina.

“La zona donde está Caá Porá es clave para el yaguareté”, afirma el biólogo Agustín Paviolo, investigador del Conicet y del Instituto de Biolo-gía Subtropical de la Universidad de Misiones. Y es a su vez una “trampa

UrUtAU

Si bien en Misiones todos conocen su canto, que parece un lamento, es muy difícil llegar a ver un urutaú, mucho menos con su cría. Es porque el ave se mimetiza con el tronco de los árboles. La mamá está con su pichón por 38 días.

Viva pudo apreciar estos dos ejemplares en la hostería San Sebastián de la Selva.

esta zona es clave para “el tigre”,

como le dicen al yaguarete, el gran

carnivoro de la selva.

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ecológica”. Esto es porque mientras hay condiciones ambientales fabulo-sas para el desarrollo de la especie, el sitio sigue siendo de fácil acceso para los que quieran vender el cuero del ti-gre para fabricar carteras, alfombras o abrigos. “Los encuentros de cazadores y yaguaretés siguen siendo frecuentes. Hubo unos diez animales muertos en este pedacito de selva”, sostiene.

Paviolo asevera que si se cerrara el paso de cazadores en esta porción de selva, se reduciría mucho el índice de mortalidad del yaguareté. Conservar esta especie significa algo más que una declaración de corrección política. Como es el gran depredador de la sel-va sudamericana, también está en el tope de la cadena trófica. Y así regula al resto de las especies que hay en todo el ecosistema, lo que incluye, por cier-

to, al hombre. No porque se lo vaya a comer, sino porque cuando hay des-balances en el ambiente se puede, por ejemplo, producir enfermedades que nos afecten. “La presencia del yagua-reté tiene además un potencial turís-tico muy importante, porque la selva que tiene esta especie indica que está en buen estado”, agrega.

Es por estas cosas que Ezcurra dice-que hay que aprender a mirar el bos-que (o la selva) no como el vacío que está detrás de la frontera agrícola, si-

no como un sitio de creación de valor y desarrollo. “Tenemos que abando-nar la mentalidad pampeana de que el bosque es un estorbo y que en él no hay nada. La clave es darse cuenta de que hay una vida productiva en el bosque. La frontera la tenemos en la mente”.

A Ezcurra se le ocurrió la idea de Banco de Bosques viendo los avisos en los diarios, en los que se anuncia la venta de gran cantidad de propieda-des con bosques “aptos para la soja” por apenas unos 500 dólares la hectá-rea. ¿Y si en vez de comprarlos para el desmonte se los adquiere para la pre-servación? Y así puso en marcha este proyecto en Misiones. Hay mucho más para salvar, como la estancia La Fide-lidad, en el Chaco, para la cual la ONG junta botellas de PET, con el fin de con-vertirla en parque nacional. _

jotes

Son pájaros carroñeros, que cumplen una función muy importante en la preservación del ecosistema de la selva pa-ranaense. Este grupo de jotes goza de una luna creciente en el Parque Provincial de Urugua-í, donde todavía quedan

lugares que nunca han sido explotodas.

Noche de luna

El paisaje increíble de los buitres al anochecer.

hay que aprender a mirar el

bosque como un sitio de creacion

de valor y desarrollo.

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