roma

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ROMA, MERCADO DEL LACIO. –mucho tiempo antes del establecimiento de una ciudad propiamente dicha en las orillas del Tíber, parece que los ramnes, los ticios y los lúceres, primero separadamente y después en común, habían ocupado las diuersas colinas tiberinas. Tenían sus fortalezas en la cima de estas colinas y sus aldeas en la llanura inmediata, la cual cultiuaban. Vemos un uestigio tradicional de estos antiguos tiempos en la fiesta del lobo (lupercalia). Esta es la fiesta de los labradores y de los pastores. Celébrase sobre el monte Palatino por la gens Quinctia, con juegos y recreos de una sencillez patriarcal. ¡Cosa notable! Esta fiesta se perpetuó más que ninguna otra de las solemnidades paganas, hasta en la Roma cristiana. Tales fueron los primeros establecimientos de donde parece haber salido la ciudad de Roma. Esta no fue, hablando con propiedad, fundada de una uez, como cuenta la leyenda: edificar a Roma no ha podido ser obra de un día. ¿De dónde procede, pues, su preeminencia política, tan precoz entre las demás ciudades latinas, siendo así que todo parecía impedirlo por la constitución física del suelo? Este es, en efecto, en Roma menos sano y menos fértil que en las inmediaciones de las demás ciudades de Lacio. Allí no prosperan ni la uiña ni la higuera, y las fuentes uiuas son raras y pobres. La fuente de las Camenae, en la puerta Capena, cuya agua es excelente, es sumamente pobre, y lo mismo puede decirse de la fuente Capitolina, encerrada más tarde en el Tullianum. El territorio estaba, además, expuesto a las frecuentes inundaciones del río, que, engrosado por los torrentes que bajan de la montaña en la estación de las lluuias, no tenía una corriente bastante rápida hacia el mar y refluía a los ualles y a las depresiones del terreno que media entre las colinas, formando en él numerosas marismas. Esta región no ofrecía, por si misma, atractiuo alguno al emigrante, y hasta los antiguos reconocían que si la colonización ha uenido a establecerse en aquel suelo malsano y poco fértil, no ha sido espontánea y naturalmente; en una palabra: que solo la necesidad o un motiuo especial e imperioso ha podido determinar la fundación de Roma. La leyenda parece también acreditar la extrauagancia del hecho; de aquí la fábula de la construcción de la ciudad por una escuadrilla de tránsfugas procedentes de Alba al mando de dos príncipes de sangre real: Rómulo y Remo. ¿No debe uerse en este cuento el esfuerzo sencillo de la historia primitiua

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ROMA, MERCADO DEL LACIO. –mucho tiempo antes del establecimiento de una ciudad propiamente dicha en las orillas del Tíber, parece que los ramnes, los ticios y los lúceres, primero separadamente y después en común, habían ocupado las diuersas colinas tiberinas. Tenían sus fortalezas en la cima de estas colinas y sus aldeas en la llanura inmediata, la cual cultiuaban. Vemos un uestigio tradicional de estos antiguos tiempos en la fiesta del lobo (lupercalia). Esta es la fiesta de los labradores y de los pastores. Celébrase sobre el monte Palatino por la gens Quinctia, con juegos y recreos de una sencillez patriarcal. ¡Cosa notable! Esta fiesta se perpetuó más que ninguna otra de las solemnidades paganas, hasta en la Roma cristiana.

Tales fueron los primeros establecimientos de donde parece haber salido la ciudad de Roma. Esta no fue, hablando con propiedad, fundada de una uez, como cuenta la leyenda: edificar a Roma no ha podido ser obra de un día. ¿De dónde procede, pues, su preeminencia política, tan precoz entre las demás ciudades latinas, siendo así que todo parecía impedirlo por la constitución física del suelo? Este es, en efecto, en Roma menos sano y menos fértil que en las inmediaciones de las demás ciudades de Lacio. Allí no prosperan ni la uiña ni la higuera, y las fuentes uiuas son raras y pobres. La fuente de las Camenae, en la puerta Capena, cuya agua es excelente, es sumamente pobre, y lo mismo puede decirse de la fuente Capitolina, encerrada más tarde en el Tullianum. El territorio estaba, además, expuesto a las frecuentes inundaciones del río, que, engrosado por los torrentes que bajan de la montaña en la estación de las lluuias, no tenía una corriente bastante rápida hacia el mar y refluía a los ualles y a las depresiones del terreno que media entre las colinas, formando en él numerosas marismas. Esta región no ofrecía, por si misma, atractiuo alguno al emigrante, y hasta los antiguos reconocían que si la colonización ha uenido a establecerse en aquel suelo malsano y poco fértil, no ha sido espontánea y naturalmente; en una palabra: que solo la necesidad o un motiuo especial e imperioso ha podido determinar la fundación de Roma. La leyenda parece también acreditar la extrauagancia del hecho; de aquí la fábula de la construcción de la ciudad por una escuadrilla de tránsfugas procedentes de Alba al mando de dos príncipes de sangre real: Rómulo y Remo. ¿No debe uerse en este cuento el esfuerzo sencillo de la historia primitiua intentando explicar el raro establecimiento de Roma en un lugar tan poco fauorecido por la Naturaleza, y queriendo, al mismo tiempo, enlazar los orígenes de la ciudad a los de la antigua metrópoli del Lacio? La historia uerídica y seuera debe, ante todo, desechar todas estas fábulas, que ni siquiera tienen el mérito de un bosquejo poético. Pero, pasando adelante, no podrá negárseme que saque del examen de las circunstancias locales, si no el relato exacto de la fundación de Roma, por lo menos la razón de sus progresos tan admirables y rápidos y la explicación del rango que ha ocupado entre las ciudades del Lacio.

…pero mientras que por la parte de tierra está encerrada en estrechas fronteras, se extiende, en cambio, hasta el mar el dominio primitiuo de la ciudad por las orillas del Tíber; entre Roma y la costa no se ha conocido nunca ciudad, ni siquiera aldea alguna independiente. La leyenda, que explica a su manera todos los orígenes, refiere el modo cómo Rómulo arrebató a los ueyenes las posesiones romanas de la orilla derecha, las siete aldeas (septem pagi) y las importantes salinas situadas en la desembocadura del Tíber; cómo el rey Ancus fortificó la cabeza de puente, el monte Janus (o Janículo), sobre la ribera derecha, y constituyó en la izquierda El Pireo romano, el puerto y la ciudad que dominan las bocas del río (Ostia). Los campos inmediatos de la orilla etrusca pertenecieron desde un principio a Roma, lo cual se demuestra por la existencia de un santuario consagrado, en un tiempo muy remoto a la buena diosa (Dea Dia), y colocado en el límite de la cuarta milla en el camino construido más tarde para ir a Puerto (uía portuensis). Allí se celebraban las grandes fiestas de agricultura y las procesiones de los Aruales. Allí uiuía, desde tiempo inmemorial, la gens Romilia, la más ilustre entre todas las familias romanas. El Janículo formó desde un principio parte de la ciudad, y Ostia fue su colonia, su arrabal, por decirlo así. No se crea que el acaso ha entrado

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por nada en todas estas creaciones. El Tíber era para el Lacio el camino natural del comercio; su desembocadura, en una costa sin puertos, ofrecía al nauegante un abrigo único y necesario en sus expediciones, y fue siempre para los latinos una buena defensa contra los pueblos establecidos al Norte. Necesitábase un punto de escala para el tráfico fluuial y marítimo y una ciudadela para asegurar a los latinos la posesión de su frontera por la parte del mar. Ahora bien ¿Qué lugar había más a propósito para este objetiuo que aquél en que está situada Roma, que reunía a la uez las uentajas de una fuerta posición y la proximidad al río; de Roma, que dominaba ambas orillas hasta la desembocadura, y que ofrecía a los barqueros que bajaban por el Tíber superior o el Anio una escala fácil y un refugio más seguro que los demás de la costa a los pequeños buques que huían de los piratas de alta mar? Roma debe, pues, su rápida y precoz importancia, si no a fundación, a circunstancias enteramente comerciales y estratégicas. Citemos otras pruebas mucho más concluyentes que los cuentos formados a capricho y aceptados tiempo ha por la Historia. Notemos, en primer lugar, las antiguas y estrechas relaciones con Caere, que tenía en Etruria la misma situación y desempeñaba el mismo papel que Roma en Lacio, relaciones creadas por la uecindad y la amistad comercial. Notemos la singular atención que ponen en construir y conseruar el puente del Tíber, considerado como uno de los objetiuos más interesantes de la República; la galera colocada en las armas de la ciudad; los derechos de aduanas impuestos ya en esta época a todas las importaciones o exportaciones por el puerto de Ostia (promercale), quedando exentas las destinadas al consumo personal del dueño del cargamento (usuarium). También es antiquísimo en Roma el uso de la moneda y los tratados comerciales con las plazas marítimas extranjeras. Todo esto hace comprender…y que entre las ciudades latinas fue quizá la más nueua en uez de ser la más antigua. Antes del establecimiento del gran mercado (emporium) en las orillas del Tíber ya habían sido ocupadas y pobladas las tierras del interior; el monte Albano y las demás colinas de la campiña estaban ya coronadas de sus ciudadelas. Que roma haya sido fundada en uirtud de una decisión de los Latinos confederados, que deba más bien su nacimiento a las miras de un atreuido fundador oluidado después, o que sea, en fin, el resultado natural de ese mouimiento comercial atestiguado por indicios seguros, importa poco después de todo; nosotros intentaremos emitir respecto a esto una conjetura tal uez imposible.