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—— -._..— a_-——— 12 EL MUNDO, SAN JUAN, P. R. - DOMINGO 17 DE JULIO DE 1938. AMOR DE ESTUDIANTES ^ Por LUCIANO CARY Las muchachas, estudiantes «n ' la universidad da Minnewaska, se llamaban Gama Gama; los varo- 1 nes, pertenecientes al mismo plan- tel, aran denominados Delta Delta, unos y otros en aquel centro de en- Los pabellones en que residían seftanza, sa encontraban situados frente a frente, en una calle llena da árboles y da flores, que iba a desembocar a un hermoso lago. Gamas y Deltas pretendían ha- carta una guerra a muerte, lo que no era obstáculo para que a Judy Creen una linda estudiante, se le viera continuamente en compañía de Hewitt Harrington. El mucha- cho habla sido dotado de una gran belleza varonil por la naturaleza y mucho dinero por sus amantes pa- drea. Además, el muchacho era simpático, generoso y amable. La única falta ]ue se le podía criticar era la de llegar tarde a todas sus citas, con demoras que variaban entre cuarenta minutos y cuatro horas. Sus padres le daban tanto dinero y le compraban tantos tra- jes, que se podía decir que la mi- tad de los estudiantes de aquella pintoresca universidad del Oeste Central de los Estados Unidos, vi- ví* y vestía del presupuesto del muchacho. Hewitt tenia, también, un auto- móvil cupé de marca europea, que era una maravilla y debía haber coatado un dineral. Y aquel auto- móvil permanecía casi continua- mente, parado a la puerta del pa- bellón donde residía Judy, que era quien ocupaba uno de sus dos asientos la mayor parte del tiem- po. Las colegialas, al entrar en sus clases cinco minutos antes de las ocho, no podían reprimir el senti- miento de envidia que les producía ver aquel carro siempre alli, como un perro fiel que custodiara ante la puerta de la casa de la mucha- cha, la más cara posesión de su dueño. Pero todo cambió cuando los es- tudiantes se d'seminarnn por todo el país durante las vacaciones de Pas- cual. Al volver, pasado el ano nue- va los estudiantes de ambos sexos •e encontraron con la novedad de que el auto de Hewitt se detenía ahora ante la casa de otra colegia- la que se llamaba Zelda Graham. Judy Creen se sintió herida y eclip- sada, y tus companeros llegaron al convencimiento de que el pretensio- so Harrington no pasaba de ser un vulgar Don Juan. A quien más efecto le causó el hecho de la derrota de la mucha- cha, fuá a Milly Aenew, que era la presidenta de las Gamas y la me- jor amiga de Judy Green. Habla si- do ella quien, en unión de otras hermanas de la congregación, ha- bal comenzado a hacer planes para vengarse del desleal Casanova. A todas les daba mucha pena ver a Judy triste, segura de que no ha- bla de enamorarse más en toda su vida. Pero esta noche, en aquel baile Informal en que Gamas y Delta* hablan olvidado sus eternas renci- llas para entregarse a la alegría 4a la fiesta, Milly también lo habla .olvidado todo, porque no podia ni pensar. Aquello habla ocurrido de la ma- nera más rápida e inesperada: Joe Trevls y ella, hablan peleado en ca- da posible ocasión, desde que am- bo hablan ocupado sus puestos en el Comité Eiecutivo de la Letra Griega, y la última vez que hablan salido juntos de una de sus sesio- nes, lo hablan hecho peleándose. De pronto ¿e hablan detenido en una esquina, y Joe le habla son- reído y le habla dicho: T-Escucha. el sábado es nues- tro último baile. ¿Querrás venir conmigo? —Por supuesto, —le habla res- pondido la muchacha como la cosa más natyral del mundo. Desde que lo habla conocido ha- bla sentido una gran inclinación por él. que no se atrevía a confe- sarse a ti misma. Y ahora, esta noche, bailaban sin descanso, en una muda adoración mutua que era más elocuente que todas las pa- labras. Milly sabia que estaba ena- morada del muchacho, y que todos los flirteos anteriores no hablan significado nada en tu vida. Da repente Hewitt Harrington vi- no hacia ellos y despertó a la mu- chacha de su sueno de futuras di- chas: —Tengo que hablarte, —le dijo mientras bailaban. —¿Qué te. pa- rece ai mañana te voy a buscar después de comer y nos vamos a al- guna parte? —Muy bien. Te acompañaré. A la salida Joe Travls acompañó a Milly hasta su alojamiento. Al llegar al oscuro portal, la mucha- cha se volvió a él, como para darle lat buenat noches. Entonces Joe la apretó entre sus brazos y la besó en la boca. Milly le devolvió el be- Judy le hacia desesperadas señas para que aceptara. La muchacha, por último, expresó: —Esta bien... iré. —Llegaré en diez minutos... —Por favor —le gritó Judy. —Haz que siga viniendo. Y haz también que vuelva a dejar su ca- rro ante nuestra puerta. Asi todo frente a ella, comenzó a hablarle efe lo atractiva que era, y como a él le babia gustado detde ia pri- mera vez que la vló. Y era pasada la media noche cuando regresaron a la comunidad. Cuando estuvieron parados ante el pabellón de la muchacha. Har- rington le dijo: Me agradarla que quería evitar que la separación fuera definitiva, tenia que hacer algo y hacerlo pronto. . Aquella noche Milly retornó tan tarde que Judy estaba ya durmien- do cuando subió a su cuarto. Milly puso el despertador para las seis y trató de dormirse. Al fin pudo conciliar el sueño, pero tan ligero que en cuanto sonó la alarma, ta paró, antes de que su amiga se despertara también. Se dio una ducha rápida y se vistió. Luego sacó de las gavetas de su ropero todo lo que estimó necesario, y con ello llenó una ma- leta. Sólo cuando estuvo dispuesta para partir, despertó a su amiga. —¿Pero a dónde vas tan tempra- no? —le interrogó ella. —Voy a Jonesvllle, donde me es- pera Hewitt Harrington para ca- sarnos... —Quieres decir que lo vas a bo —Pero no está bien que un hom- bre haga esperar a la mujer que lo está aguardando para caaarae... ¿Hay alegría en su hogar? La alegría se aleja cuan* do falta salud. Evite de- bilitarse. Proteja a sus niños con la Emulsión de Scott, el alimento-tónico de aceite de hígado de ba- calao, cuatro veces mas fácil de digerir que el aceite puro. Aprovecha mejor que las emulsio- nes inferiores y así re- sulta más económico. EMULSIÓN de SCOTT Para su protección, acepte tolo la legitima Emulsión¡ de Scott con la famosa marca ¿ti pescador, en relieve en cada /nuco. KABUL no ej tintura i ee una brillantina d«lica-| laman te perfumada que se apli Dtl con las manos. No mancho ni perjudica a la salud. Cuaren-I ta años de éxito contra las ca\ ñas. De venta: Farmacias y pen fumarías. Precio: SI.50 estucheJ Representantes: Gles. PadínCoJ so, sintiendo que en su alma flo- recía una rosa que hasta entonces no habla pasado de capullo. Al oir pasos que se acercaban, se separa- ron. —Te volveré a ver pronto, —le anunció Joe en despedida. —Te espero —fué la contestación. A poco se presentó Judy y le dijo: —Estás muy excitada. Algo te ha pasado. —Lo estoy —le respondió. Pero no queriendo compartir con nadie, ni aun con Judy, la felicidad que embargaba su corazón, se limitó a expresarle: No serlas capaz de suponerlo. Hewitt Harrington ha hecho una cita conmigo. —¿Qué dices —casi gritó la otra. Estuvieron hablando largo tiem- po del hombre del automóvil, y al fin se acostaron en aquella alegre y clara habitación que ambas com- partían. Al despertarte, Milly se alegró de q. la cama de enfrente es- tuviera vacia, puet no quería com- partir su felicidad con nadie. Cuan- do bajó a almorzar no dijo nada acerca de Harrington, pues habla convenido con Judy en que no ha- blarla de ello. Joe Travls no se habia presenta- do cuando, inmediatamente después de la comida, vinieron a anunciar- le que Harrington preguntaba por ella. Se metió en el auto de su nuevo amigo, y cuando iban calle abajo, haciendo ruido y llamando la atención de todo el mundo, se cruzaron con Joe. Milly lo saludó con la mano, pero el ruido del mo- tor impidió que el muchacho oyera que le decía que regresarla en una hora. Harrington la llevó a un pequeño restaurante Italiano, situado en la carretera de Milford, que tenia las mesas colocadas bajo rústicas pa- rras. La muchacha deseaba volver pronto para ver a Joe, pero tu ami- go comenzó a hablarle de Zelda, y de la equivocación que habia come- tido al concederle tut preferenciai. Terminó dlcléndole: —No volveré a salir mát con ella. Puedes tener la seguridad. Eran ya lat once de la noche cuf ndo Milly retornó a tu domici- lio. Judy la estaba etperando y en cuanto la tuvo ante si, le pidió con ansiedad que le contara los deta- lles de la cita. —¿No me ha llamado nadie? —comentó la chica. Vamos a ver que ea lo que hace ahora. Joe Travls no te presentó ante Milly ni la próxima mañana ni la próxima tarde. Milly no tabla que pensar, pero te decía a ti misma: —No es posible que me hubiera besado de aquella manera' ti no hubiera sentido amor por mi. A lat cinco y media lo llamó por teléfono, pero quien contettó la Ila- me.da no fué Joe tino Harrington. En los momentos en que Judy en- traba en la estancia, Milly le de* da: —No puedo salir contigo esta no- che, Hewitt. é —Nada mát que a comer y en se- guida te retornará a tu cata. el mundo creerá que ha hecho las i me permitieras dejar el auto fren- paces conmigo Cuando su amiga salió del cuar- to, volvió a llamar a Joe y esta vez le contestó el muchacho. Pero en cuanta le oyó la voz, se dio cuen- ta de que iba a librar una batalla perdida de antemano. —Siento haberte decepcionado anoche. Joe, —le dijo. —¿Decepcionado?—argumentó e! otro. —Quiero decir que te vi venias hacia acá cuando me crucé «contigo en el carro de Hewitt. —Pues te equivocaste. No Iba a verte. La muchacha comprendió que na- da mát tenia que decir, y colgó el aparato. Sentada en, la cama Milly reco- nocía que no podia entender la conducta de Joe Travls. Por lo vis- to ni aquellas danzas ni aquel be- so apasionado hablan tenido signi- ficación para él. Harrington no se presentó a los diez minutos, como le habla prome- tido, sino pasada una hora. Le de- cía que»* habla tenido una averia en el motor, pero ella lo interrum- pió asegurándole: —No te preocu- pes. Tenemos mucho tiempo por delante. Esta vez recorrieron muchas mi- llas antes-de llegar al lugar que Hewitt estimó conveniente para la comida. Y cuando estuvo sentado te a tu casa, para que lo uses to- das las veces que quieras. —Te acepto la proposición y te doy las gracias. La besó precipitadamente, como con miedo de que ella protestara, y salió andando calle abajo. Cuando sub'ó a su habitación. July estaba en la cama. —¿Dejó el carro?— le preguntó. —Bien que lo sabes, ya que es- tabas espiando por la ventana... —Es verdad —afirmó la mucha- cha avergonzada. —Por eso dejé que me besara... —Pues tienes que seguirlo alen- tando para que asi sea más lo que sufra cuando lo dejes... —¿Te parece bien que haga una cosa semejante? —¿No me lo hizo él a mi? Milly abrazó a su amiga. Era verdad. Habia procedido muy ma- lamente con Judy Green y hasta con Zelda Graham. Merecía un buen castigo. Siguió saliendo con Harringtqn y no volvió a ver a Travls más que en una ocasión en que lo sorpren- dió hablando con Judy. Ellos no la vieron y como Judy no le men- cionó el incidente, tampoco Milly le dijo nada. No quería que nadla supiera lo ansiosa que estaba por saber noticias de Joe, sobre todo desde que le hablan dicho que salla para Sur América en cuanto se graduara. Pertf comprendía que il tar en el momento en que cree que vas a ser su esposa ?... Milly volvió el rostro hacia el es- pejo: —No, —le dijo— me voy a casar con él... Judy se tiró de ia cama. —Pero no puedes hacer eso! —gritó. —Es lo único decente que puedo hacer después de haberlo llevado hasta donde se encuentra... —¡No puede ser! ¿Quieres decir- me? —Porque no lo quieres... —No es eso. No me confias tus pensamientos. De manera que ha- go lo que me parece mejor... —Pues bien, Milly. Es que me mata el pensamiento de que se ca- se con otra. —Ahora si que lo dijiste. De ma- nera que en cuanto me vaya llama a Joe Travls y dile que me he ido a Jonesvllle a casarme con Harrington. —¿De manera que quieres a Joe? —SI. Lo quiero. Pero si te lo di- ces te acordarás de mi mientras vivas. —No tengas cuidado. Le diré so- lamente lo otro. ¿Te vas en el ca- rro de Hewitt? —No. El se fué anoche, solo, a buscar dinero. Yo me voy en mi viejo "roadster". ' Milly metió la maleta en su au- to y partió hacia Jonesvllle. Y en cuanto salió de la carretera prin- cipal comenzó a Ir más despacio, mirando por el espejo si alguien venia detrás. Conforme pasaban las millas, mayor se iba haciendo la impaciencia de la muchacha. Por último divisó un carro en el espejo, pero no era el de Travls. Cuando llegó a Jonesvllle, la muchacha estaba llena de pánico. Cuando Travls no la habia alcan- zado ya, ello quería decir q. no iba a venir a ninguna hora. Milly de- tuvo el auto frente al ayuntamien- to, y sacando su compacto comen- a arreglarse la cara. Y no ha- bla terminado el arreglo, cuando el carro de Travls se detuvo a su la- do. —Vamos a desayunarnos —le di- jo Joe. —No estoy ahora para eso... —Mientras nos desayunamos po- dremos hablar... —No estás en traje de acompa- ñar a una dama. El muchacho se puso la corbata que traía en el bolsillo y la cha- queta que tenia en el asiento del carro. —¿Qué tal luzco ahora? —No estás mal. Pero como si lo estuvieras... Joe saltó del carro, cogió a Mi- lly, con fuerza, por la muñeca, y le dijo imperativo: —¿Vienes de grado, o te saco a la fuerza?... —Voy de grado. Entraron en el único restauran- te que pudieron encontrar, y como no podían hablar sin ser oídos se comieron un desayuno de Jamón y huevos en silencio. —Ahora —dijo Milly cuando ter- minaron —tengo que irme al ayun- tamiento. Joe la acompañó y al llegar se encontraron con que Harrington no la estaba esperando. Milly vló un banco protegido por la sombra de un árbol y ee .fueron a sentar en él. —Parece que a Hewitt se le ha hecho tarde —comentó Travls. —A menudo le pasa eso —le res- pondió ella sin darle importancia. —Pero es que no está bien que un hombre haga esperar a la mu- jer que lo está aguardando para casarse... —Tal vez no tiene muchas ganas de casarse conmigo... La muchacha deseaba que él le dijera impetuosamente: "No te ca- sarás con él porque soy yo quien te quiero..." Pero no se lo dijo, ni pareefa que le causara gran alar- ma el paso que ella Iba a dar. Esperaron durante más de una hora, y al fin vieron aparecer un auto lleno con compañeras de la universidad. —Dios mío, esto es demasiado —dijo entonces Milly. —No tengo cara para enfrentarme con ellas. Dio un salto y salió corriendo ha- cia la esquina. Joe la siguió. —¿Qué dirán si no se presenta Hewitt Harrington? —expresó la (Continúa en la Pág. 13, Col. 1> ^saéjpstár %•» VACANTE Plaza de médico de beneficencia en ql Municipio de Humacao. Si fuese solte.ro podíamos darle alojamiento en el hospital. DR. MEJIAS HERNÁNDEZ Director de Beneficencia. INFLAMACIÓN DE GARGANTA 1. Apliqúese un pafto humedecido con Maravilla de Humphreyt. 2. Haga gargarismos con Maravilla de Humphreyt. La inflamación se alivia pronto —y ti hty ronquera ya dessps- rcciendo._ Es un remedio casero de confianza muy útil también para heridas, contusiones, quemadu- ras, etc Por eso no debe faltar en los hogares la GflllE mu NO ACEPTE SUBSTITUTOS €1. LAS DlfUSORQS R MIOfflft IMCI COftlIUCICIMCS cinc sonoRo-me visión, ata. se necciiUn los servicios de lee Técnicos competente!, y les oportunidídei pare ¡ndependueree económicamente ion muy numerosas en le América Hispana. CSTIBK (R SI CiSfl asta intere«««te cenefa per medie de corrtipondenci., lijuiendo el método ROSCnKRftnZ, practico y fácil por excelencia, y en corte tiempo podre ser de les elegidos a ocupa» les brillante! posiciones que se les reserven e nuestros alumno» diplomado». PIDA €ST€ LIBRO IRITIS QI6 6RI SI PRimCR PASO IL CXITO 1 I I I MinWtmt M Liar* GSATIS cea data* *•'• gaaar •'¡«•ra I I I ). A. ROUMKRAMZ, 4000 so. FIOUWOA ST, Ueplo- 70-CL LOS ANGELES, CAL*v E.U. A. 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    12 EL MUNDO, SAN JUAN, P. R. - DOMINGO 17 DE JULIO DE 1938.

    AMOR DE ESTUDIANTES ^ Por LUCIANO CARY Las muchachas, estudiantes «n

    ' la universidad da Minnewaska, se llamaban Gama Gama; los varo-

    1 nes, pertenecientes al mismo plan- tel, aran denominados Delta Delta, unos y otros en aquel centro de en- Los pabellones en que residían seftanza, sa encontraban situados frente a frente, en una calle llena da árboles y da flores, que iba a desembocar a un hermoso lago.

    Gamas y Deltas pretendían ha- carta una guerra a muerte, lo que no era obstáculo para que a Judy Creen una linda estudiante, se le viera continuamente en compañía de Hewitt Harrington. El mucha- cho habla sido dotado de una gran belleza varonil por la naturaleza y mucho dinero por sus amantes pa- drea. Además, el muchacho era simpático, generoso y amable. La única falta ]ue se le podía criticar era la de llegar tarde a todas sus citas, con demoras que variaban entre cuarenta minutos y cuatro horas. Sus padres le daban tanto dinero y le compraban tantos tra- jes, que se podía decir que la mi- tad de los estudiantes de aquella pintoresca universidad del Oeste Central de los Estados Unidos, vi- ví* y vestía del presupuesto del muchacho.

    Hewitt tenia, también, un auto- móvil cupé de marca europea, que era una maravilla y debía haber coatado un dineral. Y aquel auto- móvil permanecía casi continua- mente, parado a la puerta del pa- bellón donde residía Judy, que era quien ocupaba uno de sus dos asientos la mayor parte del tiem- po. Las colegialas, al entrar en sus clases cinco minutos antes de las ocho, no podían reprimir el senti- miento de envidia que les producía ver aquel carro siempre alli, como un perro fiel que custodiara ante la puerta de la casa de la mucha- cha, la más cara posesión de su dueño.

    Pero todo cambió cuando los es- tudiantes se d'seminarnn por todo el país durante las vacaciones de Pas- cual. Al volver, pasado el ano nue- va los estudiantes de ambos sexos •e encontraron con la novedad de que el auto de Hewitt se detenía ahora ante la casa de otra colegia- la que se llamaba Zelda Graham. Judy Creen se sintió herida y eclip- sada, y tus companeros llegaron al convencimiento de que el pretensio- so Harrington no pasaba de ser un vulgar Don Juan.

    A quien más efecto le causó el hecho de la derrota de la mucha- cha, fuá a Milly Aenew, que era la presidenta de las Gamas y la me- jor amiga de Judy Green. Habla si- do ella quien, en unión de otras hermanas de la congregación, ha- bal comenzado a hacer planes para vengarse del desleal Casanova. A todas les daba mucha pena ver a Judy triste, segura de que no ha- bla de enamorarse más en toda su vida.

    Pero esta noche, en aquel baile Informal en que Gamas y Delta* hablan olvidado sus eternas renci- llas para entregarse a la alegría 4a la fiesta, Milly también lo habla

    .olvidado todo, porque no podia ni pensar.

    Aquello habla ocurrido de la ma- nera más rápida e inesperada: Joe Trevls y ella, hablan peleado en ca- da posible ocasión, desde que am- bo hablan ocupado sus puestos en el Comité Eiecutivo de la Letra

    ■ Griega, y la última vez que hablan salido juntos de una de sus sesio- nes, lo hablan hecho peleándose. De pronto ¿e hablan detenido en una esquina, y Joe le habla son- reído y le habla dicho:

    T-Escucha. el sábado es nues- tro último baile. ¿Querrás venir conmigo?

    —Por supuesto, —le habla res- pondido la muchacha como la cosa más natyral del mundo.

    Desde que lo habla conocido ha- bla sentido una gran inclinación por él. que no se atrevía a confe- sarse a ti misma. Y ahora, esta noche, bailaban sin descanso, en una muda adoración mutua que era más elocuente que todas las pa- labras. Milly sabia que estaba ena- morada del muchacho, y que todos los flirteos anteriores no hablan significado nada en tu vida.

    Da repente Hewitt Harrington vi- no hacia ellos y despertó a la mu-

    chacha de su sueno de futuras di- chas:

    —Tengo que hablarte, —le dijo mientras bailaban. —¿Qué te. pa- rece ai mañana te voy a buscar después de comer y nos vamos a al- guna parte?

    —Muy bien. Te acompañaré. A la salida Joe Travls acompañó

    a Milly hasta su alojamiento. Al llegar al oscuro portal, la mucha- cha se volvió a él, como para darle lat buenat noches. Entonces Joe la apretó entre sus brazos y la besó en la boca. Milly le devolvió el be-

    Judy le hacia desesperadas señas para que aceptara. La muchacha, por último, expresó:

    —Esta bien... iré. —Llegaré en diez minutos... —Por favor —le gritó Judy.

    —Haz que siga viniendo. Y haz también que vuelva a dejar su ca- rro ante nuestra puerta. Asi todo

    frente a ella, comenzó a hablarle efe lo atractiva que era, y como a él le babia gustado detde ia pri- mera vez que la vló. Y era pasada la media noche cuando regresaron a la comunidad.

    Cuando estuvieron parados ante el pabellón de la muchacha. Har- rington le dijo: Me agradarla que

    quería evitar que la separación fuera definitiva, tenia que hacer algo y hacerlo pronto.

    . • • • Aquella noche Milly retornó tan

    tarde que Judy estaba ya durmien- do cuando subió a su cuarto. Milly puso el despertador para las seis y trató de dormirse. Al fin pudo conciliar el sueño, pero tan ligero que en cuanto sonó la alarma, ta paró, antes de que su amiga se despertara también.

    Se dio una ducha rápida y se vistió. Luego sacó de las gavetas de su ropero todo lo que estimó necesario, y con ello llenó una ma- leta. Sólo cuando estuvo dispuesta para partir, despertó a su amiga.

    —¿Pero a dónde vas tan tempra- no? —le interrogó ella.

    —Voy a Jonesvllle, donde me es- pera Hewitt Harrington para ca- sarnos...

    —Quieres decir que lo vas a bo

    —Pero no está bien que un hom- bre haga esperar a la mujer que lo está aguardando para caaarae...

    ¿Hay alegría en su hogar?

    La alegría se aleja cuan* do falta salud. Evite de- bilitarse. Proteja a sus niños con la Emulsión de Scott, el alimento-tónico de aceite de hígado de ba- calao, cuatro veces mas fácil de digerir que el aceite puro. Aprovecha mejor que las emulsio- nes inferiores y así re- sulta más económico.

    EMULSIÓN de SCOTT Para su protección, acepte tolo la legitima Emulsión¡ de Scott con la famosa marca ¿ti pescador, en relieve en cada /nuco.

    KABUL no ej tintura

    i ee una brillantina d«lica-| laman te perfumada que se apli Dtl con las manos. No mancho ni perjudica a la salud. Cuaren-I ta años de éxito contra las ca\ ñas. De venta: Farmacias y pen fumarías. Precio: SI.50 estucheJ Representantes: Gles. PadínCoJ

    so, sintiendo que en su alma flo- recía una rosa que hasta entonces no habla pasado de capullo. Al oir pasos que se acercaban, se separa- ron.

    —Te volveré a ver pronto, —le anunció Joe en despedida.

    —Te espero —fué la contestación. A poco se presentó Judy y le

    dijo: —Estás muy excitada. Algo te

    ha pasado. —Lo estoy —le respondió. Pero

    no queriendo compartir con nadie, ni aun con Judy, la felicidad que embargaba su corazón, se limitó a expresarle:

    No serlas capaz de suponerlo. Hewitt Harrington ha hecho una cita conmigo.

    —¿Qué dices —casi gritó la otra. Estuvieron hablando largo tiem-

    po del hombre del automóvil, y al fin se acostaron en aquella alegre y clara habitación que ambas com- partían. Al despertarte, Milly se alegró de q. la cama de enfrente es- tuviera vacia, puet no quería com- partir su felicidad con nadie. Cuan- do bajó a almorzar no dijo nada acerca de Harrington, pues habla convenido con Judy en que no ha- blarla de ello.

    Joe Travls no se habia presenta- do cuando, inmediatamente después de la comida, vinieron a anunciar- le que Harrington preguntaba por ella. Se metió en el auto de su nuevo amigo, y cuando iban calle abajo, haciendo ruido y llamando la atención de todo el mundo, se cruzaron con Joe. Milly lo saludó con la mano, pero el ruido del mo- tor impidió que el muchacho oyera que le decía que regresarla en una hora.

    Harrington la llevó a un pequeño restaurante Italiano, situado en la carretera de Milford, que tenia las mesas colocadas bajo rústicas pa- rras. La muchacha deseaba volver pronto para ver a Joe, pero tu ami- go comenzó a hablarle de Zelda, y de la equivocación que habia come- tido al concederle tut preferenciai. Terminó dlcléndole: —No volveré a salir mát con ella. Puedes tener la seguridad.

    Eran ya lat once de la noche cuf ndo Milly retornó a tu domici- lio. Judy la estaba etperando y en cuanto la tuvo ante si, le pidió con ansiedad que le contara los deta- lles de la cita.

    —¿No me ha llamado nadie? —comentó la chica. — Vamos a ver que ea lo que hace ahora.

    Joe Travls no te presentó ante Milly ni la próxima mañana ni la próxima tarde. Milly no tabla que pensar, pero te decía a ti misma: —No es posible que me hubiera besado de aquella manera' ti no hubiera sentido amor por mi.

    A lat cinco y media lo llamó por teléfono, pero quien contettó la Ila- me.da no fué Joe tino Harrington.

    En los momentos en que Judy en- traba en la estancia, Milly le de* da:

    —No puedo salir contigo esta no- che, Hewitt. é

    —Nada mát que a comer y en se- guida te retornará a tu cata.

    el mundo creerá que ha hecho las i me permitieras dejar el auto fren- paces conmigo

    Cuando su amiga salió del cuar- to, volvió a llamar a Joe y esta vez le contestó el muchacho. Pero en cuanta le oyó la voz, se dio cuen- ta de que iba a librar una batalla perdida de antemano.

    —Siento haberte decepcionado anoche. Joe, —le dijo.

    —¿Decepcionado?—argumentó e! otro.

    —Quiero decir que te vi venias hacia acá cuando me crucé «contigo en el carro de Hewitt.

    —Pues te equivocaste. No Iba a verte.

    La muchacha comprendió que na- da mát tenia que decir, y colgó el aparato.

    • • • Sentada en, la cama Milly reco-

    nocía que no podia entender la conducta de Joe Travls. Por lo vis- to ni aquellas danzas ni aquel be- so apasionado hablan tenido signi- ficación para él.

    Harrington no se presentó a los diez minutos, como le habla prome- tido, sino pasada una hora. Le de- cía que»* habla tenido una averia en el motor, pero ella lo interrum- pió asegurándole: —No te preocu- pes. Tenemos mucho tiempo por delante.

    Esta vez recorrieron muchas mi- llas antes-de llegar al lugar que Hewitt estimó conveniente para la comida. Y cuando estuvo sentado

    te a tu casa, para que lo uses to- das las veces que quieras.

    —Te acepto la proposición y te doy las gracias.

    La besó precipitadamente, como con miedo de que ella protestara, y salió andando calle abajo.

    Cuando sub'ó a su habitación. July estaba en la cama. —¿Dejó el carro?— le preguntó.

    —Bien que lo sabes, ya que es- tabas espiando por la ventana...

    —Es verdad —afirmó la mucha- cha avergonzada.

    —Por eso dejé que me besara... —Pues tienes que seguirlo alen-

    tando para que asi sea más lo que sufra cuando lo dejes...

    —¿Te parece bien que haga una cosa semejante?

    —¿No me lo hizo él a mi? Milly abrazó a su amiga. Era

    verdad. Habia procedido muy ma- lamente con Judy Green y hasta con Zelda Graham. Merecía un buen castigo.

    Siguió saliendo con Harringtqn y no volvió a ver a Travls más que en una ocasión en que lo sorpren- dió hablando con Judy. Ellos no la vieron y como Judy no le men- cionó el incidente, tampoco Milly le dijo nada. No quería que nadla supiera lo ansiosa que estaba por saber noticias de Joe, sobre todo desde que le hablan dicho que salla para Sur América en cuanto se graduara. Pertf comprendía que il

    tar en el momento en que cree que vas a ser su esposa ?...

    Milly volvió el rostro hacia el es- pejo: —No, —le dijo— me voy a casar con él...

    Judy se tiró de ia cama. —Pero no puedes hacer eso! —gritó.

    —Es lo único decente que puedo hacer después de haberlo llevado hasta donde se encuentra...

    —¡No puede ser! ¿Quieres decir- me?

    —Porque no lo quieres... —No es eso. No me confias tus

    pensamientos. De manera que ha- go lo que me parece mejor...

    —Pues bien, Milly. Es que me mata el pensamiento de que se ca- se con otra.

    —Ahora si que lo dijiste. De ma- nera que en cuanto me vaya llama a Joe Travls y dile que me he ido a Jonesvllle a casarme con Harrington.

    —¿De manera que quieres a Joe? —SI. Lo quiero. Pero si te lo di-

    ces te acordarás de mi mientras vivas.

    —No tengas cuidado. Le diré so- lamente lo otro. ¿Te vas en el ca- rro de Hewitt?

    —No. El se fué anoche, solo, a buscar dinero. Yo me voy en mi viejo "roadster". ' Milly metió la maleta en su au- to y partió hacia Jonesvllle. Y en cuanto salió de la carretera prin- cipal comenzó a Ir más despacio, mirando por el espejo si alguien venia detrás. Conforme pasaban las millas, mayor se iba haciendo la impaciencia de la muchacha. Por último divisó un carro en el espejo, pero no era el de Travls.

    • • • Cuando llegó a Jonesvllle, la

    muchacha estaba llena de pánico. Cuando Travls no la habia alcan- zado ya, ello quería decir q. no iba a venir a ninguna hora. Milly de- tuvo el auto frente al ayuntamien- to, y sacando su compacto comen- zó a arreglarse la cara. Y no ha- bla terminado el arreglo, cuando el carro de Travls se detuvo a su la- do.

    —Vamos a desayunarnos —le di- jo Joe.

    —No estoy ahora para eso... —Mientras nos desayunamos po-

    dremos hablar... —No estás en traje de acompa-

    ñar a una dama. El muchacho se puso la corbata

    que traía en el bolsillo y la cha- queta que tenia en el asiento del carro.

    —¿Qué tal luzco ahora? —No estás mal. Pero como si lo

    estuvieras... Joe saltó del carro, cogió a Mi-

    lly, con fuerza, por la muñeca, y le dijo imperativo:

    —¿Vienes de grado, o te saco a la fuerza?...

    —Voy de grado. Entraron en el único restauran-

    te que pudieron encontrar, y como no podían hablar sin ser oídos se comieron un desayuno de Jamón y huevos en silencio.

    —Ahora —dijo Milly cuando ter- minaron —tengo que irme al ayun- tamiento.

    Joe la acompañó y al llegar se encontraron con que Harrington no la estaba esperando. Milly vló un banco protegido por la sombra de un árbol y ee .fueron a sentar en él.

    —Parece que a Hewitt se le ha hecho tarde —comentó Travls.

    —A menudo le pasa eso —le res- pondió ella sin darle importancia.

    —Pero es que no está bien que un hombre haga esperar a la mu- jer que lo está aguardando para casarse...

    —Tal vez no tiene muchas ganas de casarse conmigo...

    La muchacha deseaba que él le dijera impetuosamente: "No te ca- sarás con él porque soy yo quien te quiero..." Pero no se lo dijo, ni pareefa que le causara gran alar- ma el paso que ella Iba a dar.

    Esperaron durante más de una hora, y al fin vieron aparecer un auto lleno con compañeras de la universidad.

    —Dios mío, esto es demasiado —dijo entonces Milly. —No tengo cara para enfrentarme con ellas. Dio un salto y salió corriendo ha- cia la esquina. Joe la siguió.

    —¿Qué dirán si no se presenta Hewitt Harrington? —expresó la

    (Continúa en la Pág. 13, Col. 1>

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