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LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

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  • LUCHA ARMADAEN LA ARGENTINALUCHA ARMADAEN LA ARGENTINA

  • El concepto del enemigo en el PRT-ERPVERA CARNOVALELectura en dos tiemposOSCAR TERNEl mito del Policlnico BancarioGABRIEL ROTLa vida plenaSERGIO BUFANOOrgenes de las FALEntrevista a Juan Carlos Cibelli Memoria, militancia e historiaHUGO VEZZETTIFEDERICO LORENZPILAR CALVEIROTupamaros: la construccin de su pasadoSILVINA MERENSONDocumentos Organizacin Comunista Poder ObreroDARDO CASTRO y JUAN ITURBURURevolucin en la Revolucin?RGIS DEBRAY

    El concepto del enemigo en el PRT-ERPVERA CARNOVALELectura en dos tiemposOSCAR TERNEl mito del Policlnico BancarioGABRIEL ROTLa vida plenaSERGIO BUFANOOrgenes de las FALEntrevista a Juan Carlos Cibelli Memoria, militancia e historiaHUGO VEZZETTIFEDERICO LORENZPILAR CALVEIROTupamaros: la construccin de su pasadoSILVINA MERENSONDocumentos Organizacin Comunista Poder ObreroDARDO CASTRO y JUAN ITURBURURevolucin en la Revolucin?RGIS DEBRAY 11

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS1

    Las reglas del juegoTodo hay que decirlo: el silencio, la ocultacin,

    procedimiento favorito del poder en los dispositivos de control del pasado, no ha sido ni es el monopolio de las clases dirigentes. Tansolo varan o difieren los procedimientos de escamoteo y los objetivos perseguidos por los partidos que apelan a la clase obrera y que, a su

    vez, se han convertido en organizadores de la memoria social y mantienenun control con frecuencia excesivo de la conciencia del pasado.

    George Haupt

    Desde las primeras manifestaciones de violencia contestatariahasta hoy ha transcurrido medio siglo. Los investigadores, los historia-dores, los protagonistas y un nmero cada vez mayor de jvenes sepreguntan qu sucedi, y cules son las maneras de interpretar unperodo que dej significativas consecuencias. Aun los sobrevivientesde aquellos tumultuosos aos discrepan acerca de la lectura que lecabe a aquel fenmeno. Nos preguntamos si al cabo de tantos aos esposible tomar cierta distancia. Los historiadores desde los saberes desu formacin acadmica. Y los sobrevivientes desde la perspectiva queles brinda el tiempo, que tambin brinda saberes. Porque ya no son losmismos de entonces; pueden mirar hacia atrs con otros ojos, con lamirada crtica que suelen otorgar los aos, la experiencia y la reflexin.

    El estudio y anlisis de la lucha armada en la Argentina anes un tema pendiente. As como algunas guerrillas ocurridas en otrosescenarios americanos (Mxico, Guatemala, Per, El Salvador yVenezuela, por citar algunas) cuentan con una nutrida literatura sobreel tema, entre nosotros todava no se ha realizado un anlisis minucio-so del conjunto de organizaciones que escogieron el camino de lasarmas, as como los mltiples aspectos polticos, sociales y culturalesque su praxis implic.

    Sntoma de una inapelable derrota poltica que dej su impron-ta en el campo de la historiografa y la reflexin, esta escasez de tra-bajos se hace an ms manifiesta si se tiene en cuenta el desarrolloalcanzado por las organizaciones armadas y su gravitante presencia enla historia poltica del pas, en muchos casos mayor que las sucedidasen los pases mencionados.

    Pero si la escasez cuantitativa se destaca, no son menos preo-cupantes otros aspectos. La dimensin nacional del desarrollo de lalucha armada se encuentra por completo desestimada y subsumida ala actividad guerrillera en unas pocas provincias o ciudades (BuenosAires, Crdoba, Tucumn, Rosario y La Plata, para el caso) descono-cindose casi por completo el desarrollo de la guerrilla en el resto delpas. Esta notable carencia impide incorporar al anlisis no slo elaporte e influencia que pudieron tener las diferentes guerrillas en eldesarrollo de las luchas locales y regionales, sino tambin sus caracte-rsticas y especificidades propias, diferentes a la de los grandes centrosurbanos.

    Tampoco existe un detallado mapa del conjunto de las forma-ciones poltico militares que actuaron entre los aos 60 y 80. De lasms de 15 organizaciones que operaron en aquellos aos, slo se cono-ce con algn tipo de precisin las dos que alcanzaron mayor protago-nismo PRT-ERP y Montoneros quedando el resto condenadas a la

    LUCHA ARMADAEN LA ARGENTINA

    Direccin

    Sergio BufanoGabriel Rot

    Secretaria de Redaccin

    Licia Lpez de Casenave

    Colaboraron en este nmero

    Dardo CastroPilar Calveiro

    Vera CarnovaleJuan Carlos CibelliAna Guglielmucci.

    Juan Iturburu.Federico Lorenz

    Charo Lpez Marsano.Silvina Merenson

    Ernesto SalasOscar Tern

    Hugo Vezzetti

    Diseo

    Juan Jos Olivieri

    Imprenta

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    Correo electrnico

    [email protected]

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    Todos los derechos reservados.Prohibida su reproduccin parcial

    o total. Propiedad Intelectual de Publicaciones Periodsticas yregistro de Marca: en trmite.

    ******

    Las colaboraciones firmadas expresan la opinin de sus autores

    y no reflejan necesariamente laopinin de la revista.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS2

    marginalidad en alguna nota a pie de pgina, o en el recuerdo dealgn militante memorioso. Sus orgenes, los debates en los queparticiparon, las caractersticas de su desarrollo, crecimiento y des-aparicin, han quedado, hasta el momento, fuera de consideracinhistrica y poltica.

    As, la experiencia de la lucha armada sigue esperando sureevaluacin histrica desde una perspectiva crtica, en la que seaborde sin prejuicios la riqueza poltica de la misma. Se destaca, encambio, una clara tendencia hacia la historia autolegitimante,encorsetada en moldes esterotipados, donde la riqueza poltica ycultural de la experiencia se ha visto reducida a la dimensin deespritu de poca, juvenilismo, episodios anecdticos y relatosmitificantes, que terminan por sustituir la historia viva y real. Lafalta de una perspectiva crtica impuso una matriz en donde la jus-tificacin sustituy el anlisis de la circulacin de ideas, desdibujla vida interna de las organizaciones y los presupuestos tericos, losconflictos y las tensiones surgidas en ellas. Y es sabido que sininterpelacin crtica, sin plantear los contrastes entre lo dicho y lohecho, la historia se convierte en un instrumento de legitimacinpara una memoria acrtica carente de reflexin.

    Creemos que asumir los actos del pasado desde una con-ciencia crtica que rescate todo lo bueno y lo malo contribuir a evi-tar la autocomplacencia o la denigracin, la pica o la demoniza-cin. Los protagonistas de entonces no deben temer abrir losrecuerdos y revisar las estrategias y los dichos del pasado.Recuperar lo recuperable y reconocer los errores. Estas pginasestn abiertas precisamente para eso, para el debate, para la pol-mica que no teme disputas encendidas.

    Intentamos la sistematizacin de un debate que contemplelos diversos elementos tericos, polticos, sociales e ideolgicos quedieron sustento a la praxis guerrillera, como elementos de cons-truccin de una cultura e identidad propia, que alentaron la incor-poracin de miles de jvenes en las organizaciones armadas, jve-nes que se entregaron a la militancia a costa de su seguridad y pro-pia vida.

    No pretendemos una homogenizacin en la interpretacindel pasado. Aspiramos, s, a revisar ese pasado con el propsito decontribuir a una transmisin de experiencias histricas que conmo-cionaron la vida poltica en Argentina y en Amrica latina.

    Vamos a intentar sistematizar una reflexin, no concluirla.

    El nmero que el lector tiene en sus manos intenta dar losprimeros pasos en la direccin sealada.

    Viejos militantes, intelectuales y jvenes investigadoresintentan echar luz sobre aspectos desconocidos o polmicos en eldesarrollo de la lucha guerrillera local. Lucha Armada en laArgentina aparecer trimestralmente y nada desearamos ms queuna participacin activa de todos aquellos que quieran decir algosobre aquellos aos.

    S. B. / G. R.

    Sumario01 Las reglas del juego

    04 El concepto del enemigoen el PRT-ERPVera Carnovale

    12 Lectura en dos tiempos.Oscar Tern

    16 El mito del Policlnico BancarioGabriel Rot

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS3

    22 La vida plena Sergio Bufano32 Orgenes de las FAL Entrevista aJuan Carlos Cibelli 46 Conflictos de la memoria en la Argentina. Un estudio

    histrico de la memoria socialHugo Vezzetti

    64 La memoria de los historiadoresFederico Lorenz71 Puentes de la memoria, terrorismo de Estado, sociedad y militanciaPilar Calveiro

    78 Peludos, caramelos y sucedidos. La incorporacin del campo y los trabajadores rurales en la construccin de un pasado para la militancia tupamara montevideanaSilvina Merenson

    RESEAS BIBLIOGRFICAS

    92 Perejiles. Los otros MontonerosCharo Lpez Marsano96 Mujeres Guerrilleras. La militancia de los setenta en el testimonio de sus protagonistas femeninas

    Ana Guglielmucci

    98 Organizaciones Poltico-militares. Testimonio de la lucha armada en la Argentina (1968-1976)Ernesto Salas

    DOCUMENTOS

    102 Organizacin Comunista Poder ObreroDardo Castro y Juan Iturburu122 Revolucin en la Revolucin? Rgis Debray

  • La idea de indagar sobre el concepto de enemigo en el PRT-ERP surgi en eltranscurso de mi investigacin al notar que en el discurso de mis entrevistadosconvivan dos acepciones de la idea de enemigo.Una de ellas se vincula con definiciones terico-ideolgicas: el enemigo aparece

    asociado a la estructura de poder econmico de la sociedad argentina. En esta acepcin, elenemigo es la burguesa, la sociedad capitalista, el Estado: El enemigo era todo el sis-tema capitalista, con toda su superestructura ideolgica, poltica, militaro seala bur-guesa [] ese era el enemigo1

    La otra acepcin de la idea de enemigo se vincula con los efectos de ciertas parti-cularidades de la dinmica poltica de los aos setenta: el enemigo aparece clara y fun-damentalmente identificado en los agentes represores del Estado: En concreto, el enemi-go nuestro de ese momento era la cana, que era con quien nos enfrentbamos por ah, viste[...] lo concretoyo te digo por mi experiencia, para m el enemigo concreto era la cana2

    Para dar cuenta de la dinmica a travs de la cual se construye este concepto de ene-migo de doble acepcin es necesario remitirse a la forma en que se articulan y se retroali-mentan la dimensin colectiva y la dimensin individual de la experiencia perretista, pues-to que si, por un lado, el discurso institucional-partidario contiene y habilita esta dobleacepcin, el mundo de la experiencia individual, por otro, es formador de sentido y marcoa partir del cual se resignifica el discurso partidario.

    LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS4

    EL CONCEPTODEL ENEMIGO

    EN EL PRT-EERPDiscursos colectivos,

    experiencias individuales y desplazamientos de sentido.

    BASNDOSE EN EL ANLISIS DE DOCUMENTOS PARTIDARIOS Y TESTIMONIOS ORALES, LA

    AUTORA INDAGA LA CONSTRUCCIN DEL CONCEPTO DE ENEMIGO EN LA ORGANIZACIN POLTICO-

    MILITAR DE ORIGEN MARXISTA MS IMPORTANTE DEL PAS, A LA VEZ QUE RASTREA EL ORIGEN DE

    SUS DIVERSAS ACEPCIONES Y SIGNIFICADOS.

    VERA CARNOVALE*

    * Historiadora - UBA

    1 Miguel, entrevista de la

    autora, 2/3/2000.

    2 Ral, entrevista de la

    autora, 12/3/2000.

  • El discurso partidario: guerra y desplazamiento de sentido

    En junio de 1970 el PRT realiza su V Congreso que da carta de fundacin al ERP.Momento de redefiniciones ideolgicas por excelencia, el V Congreso es un acontecimien-to fundamental en la historia de la organizacin, por las implicancias polticas y simblicasde las nuevas concepciones all delineadas.

    Es en este evento que el PRT declara que la guerra civil revolucionaria hacomenzado en nuestro pas desarrollada por sectores de la vanguardia; que continuarnlibrndola la vanguardia obrera y sectores del proletariado y el pueblo y que, por lti-mo, ser la lucha de la vanguardia obrera, la clase obrera y el pueblo, contra la bur-guesa y el imperialismo 3

    La acepcin de enemigo contenida en este prrafo es, sin lugar a dudas, aquella queasocia al enemigo con la estructura del poder econmico. Sin embargo, las implicancias pol-ticas y simblicas de la nueva definicin de la etapa como guerra revolucionaria ya inicia-da y el tono de urgencia contenido a lo largo de todo el documento no se harn esperar.

    En las mismas Resoluciones del Congreso podemos encontrar en distintos prrafosciertos desplazamientos de sentido que introducen en el discurso partidario la otra acep-cin de la idea de enemigo, aquella vinculada a los agentes represores del Estado: ...en laguerra revolucionaria lo que se busca no es la destruccin fsica de la masa enemiga: entodo caso podra interesarnos destruir una parte de sus cuadros de direccin pues la fuer-za en su totalidad est compuesta por una mayora de reclutas de igual origen de clase quenuestras propias fuerzas.4

    Si en esta guerra que ya ha comenzado la masa enemiga est identificada conlas FFAA no es de extraar que a los ojos de la direccin partidaria la tarea urgente delmomento sea la fundacin de otro ejrcito, revolucionario y popular, construido en oposi-cin a ese otro identificado como enemigo.

    En la resolucin de fundacin del ERP leemos:Considerando:Que en el proceso de guerra revolucionaria iniciado en nuestro pas, nuestro Partido

    ha comenzado a combatir con el objetivo de desorganizar a las FFAA del rgimen parahacer posible la insurreccin victoriosa del proletariado y del pueblo.

    Que las Fuerzas Armadas del rgimen slo pueden ser derrotadas oponindoselesun ejrcito revolucionario [...]

    El V Congreso del PRT resuelve:1 Fundar el Ejrcito Revolucionario del Pueblo y dotarlo de una bandera [...]3 Construir un Ejrcito Revolucionario del Pueblo incorporando a l a todos aque-

    llos elementos dispuestos a combatir contra la dictadura militar y el imperialismo5

    Fundado el nuevo ejrcito, cuyo objetivo principal es la desorganizacin de las FFAA,queda por resolver el tipo de vnculo que ste mantendr con el Partido. La pregunta porel vnculo codificado entre Ejrcito y Partido no es ms que la pregunta por la relacin entrela poltica y las armas o, mejor dicho, la pregunta por la concepcin de la poltica conteni-da en las formulaciones conceptuales y sus implicancias tanto en las prcticas como en lassubjetividades partidarias.

    El momento fundacional del ERP es, tambin, el momento de la codificacin del vn-culo entre Ejrcito y Partido. All, el PRT resuelve, citando y adhiriendo al pensamiento delGeneral vietnamita Giap, que el ejrcito revolucionario debe estar bajo la direccin delPartido. En la argumentacin de esta decisin leemos: Nuestra corta experiencia nos indi-ca [...] que la cuestin no es slo combatir, sino que en la guerra revolucionaria es domi-nante la poltica, que el Partido manda al fusil6

    Sin embargo, a pesar de estos recaudos y de los repetidos y explcitos esfuer-zos por establecer la jerarqua en esa relacin, parece ya un lugar comn referirse a lamilitarizacin o a la desviacin militarista del PRT-ERP. El mismo Luis Mattini, refi-rindose al primer ao de debut del flamante ejrcito revolucionario (1971) protesta

    LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS5

    3 PRT, Resoluciones del V

    Congreso y Resoluciones pos-

    teriores, 1971, pg. 66. El

    subrayado me pertenece, VC.

    4 Idem, pg, 77

    5 De Santis, Daniel: A vencer

    o morir. PRT-EERP documen-

    tos, Tomos I y II, Eudeba,

    Buenos Aires 1998 y 2000,

    pg. 167-168. El subrayado

    me pertenece, VC.

    6 De Santis, Daniel: op.cit.,

    pg. 171

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS6

    que, al caer presos los principales cuadros polticos de la organizacin: ...los ComitsMilitares Regionales y el Comit Militar Nacional, organismos que tericamente depen-dan del CC, o sea, del Secretario General del Partido, se independizaron de hecho ypasaron a constituirse en direcciones paralelas. Era la consumacin ms cruda del mili-tarismo. [...] La desviacin crudamente militarista se manifestaba en el despliegue dela actividad armada, independientemente del desarrollo poltico de la organizacin, dela situacin poltica nacional y alejada totalmente de los puntos de vista de clase...7

    Cul es la razn de esta independizacin de los comits regionales? Se la puedeatribuir a los azarosos avatares cotidianos del conflicto poltico-militar? Y an ms impor-tante, este militarismo es una desviacin? Entiendo que no. Volvamos al momento fun-dacional del ERP, el V Congreso. Si bien all quedaba bien en claro, siguiendo al GeneralGiap, que la poltica es quien manda al fusil, lo cierto es que la urgencia de los tiempos deguerra impulsa mandatos partidarios, difciles de rechazar teniendo en cuenta el drama-tismo con que se enuncian: Un partido de combate se caracteriza por eso mismo, porquecombate, y en esta Argentina que est en guerra, la poltica se hace en lo fundamentalarmada, por lo tanto, en cada lugar donde el Partido est presente en las masas se debeimpulsar las tareas militares. Combatir, formar el ejrcito en la prctica de la lucha arma-da: quien no pelea no existe8.

    Para Roberto Pittaluga la concepcin de guerra revolucionaria que planteaba el PRT-ERP posee un conjunto de caractersticas cuyos efectos sobre las formas del pensar y elhacer polticos, sobre las subjetividades militantes y sobre los dispositivos organizaciona-les, fueron ms que relevantes. Coincido con l en que lo que permite esta nueva argu-mentacin de la guerra revolucionaria es empalmar conceptualmente la dinmica sociopo-ltica con la construccin del ejrcito revolucionario, y sta es, para el PRT, la tarea funda-mental. De este modo, la militarizacin del PRT no es una desviacin, sino el ncleo de lasformulaciones conceptuales y de las imaginaciones de la revolucin como guerra.

    Si la poltica se hace en lo fundamental armada es porque sta Argentina esten guerra. De ah, que quien quiera hacer poltica, deba empuar un arma, o al menosestar dispuesto a hacerlo si el partido as lo dispone. A partir de entonces, toda perso-na deseosa de intervenir en el mundo de la poltica con ansias transformadoras deberingresar primero al Ejrcito, y slo a partir de all, luego de dar cuenta de la solidez desus convicciones, de la entereza de su moral, de su coraje y de su decisin de combate,podr incorporarse al Partido. Paralelamente todo militante del partido es recategori-zado como combatiente del Ejrcito. El lenguaje blico coloniza la poltica y las impli-cancias subjetivas de esta colonizacin y los mandatos de combate que contienen apa-recen sorpresivamente ntidas en los discursos de mis entrevistados, puesto que si laconcepcin de guerra habilita e introduce en el discurso partidario la acepcin de ene-migo vinculada a las fuerzas represoras del Estado, en el mundo de la experiencia indi-vidual parece producirse un nuevo desplazamiento de sentido en la misma direccin:

    _ E: Dentro de los cnones del Partido cmo era el militante ideal?_ el militante que nosotros vivamos el ms alto militante era el guerrillero, ese

    que dejaba todo por enfrentarse a los militares. Eso era como nosotros lo sentamos.9_ E: ese enemigo que estaba de la vereda de enfrente cmo era?_Ah, no! Erasalvo los heladeros, eran todos los que llevaban uniforme. Claro, era

    muy precario 10

    El mundo de la experiencia individual. Apropiacin, resignificacin y nuevos desplazamientos de sentido.

    La dimensin de la experiencia individual es tanto un marco a partir del cual se apro-pia el discurso partidario como una instancia formadora de sentido. Es, en definitiva, unespacio de resignificacin.

    Las personas que componen la militancia perretista, nacidas en su mayora enla dcada del 50, han aprendido a lo largo de su historia personal previa al ingresopartidario, a travs de distintos espacios tanto privados como pblicos, una versinde la poltica fundada en el paradigma amigo-enemigo que exclua la posibilidad deun espacio un negociacin. Sus primeras aproximaciones al mundo de la participa-

    7 Mattini, Luis: Hombres y

    mujeres del PRT-EERP. De

    Tucumn a la Tablada, de la

    Campana, Buenos Aires,

    1996, pg. 113.

    8 PRT, Resoluciones del V

    Congreso y Resoluciones

    posteriores, op. cit., pg.

    72. El subrayado me pertene-

    ce, VC

    9 Miguel, entrevista de la

    autora. El subrayado me per-

    tenece, VC.

    10 Carlos, entrevista de la

    autora, 18/3/2000.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS7

    cin poltica asuman la forma de un enfrentamiento violento. Tanto Carlos como Miguel participaron como estudiantes, antes de ingresar al ERP,

    de la ola de movilizacin poltico-social de fines de la dcada del 60. Sus recuerdos dancuenta de las implicancias polticas y subjetivas que esta experiencia tendr para sus vidas.

    _Cuando ibas a una movilizacin, como estudiante, te encontrabas con los otros, losde a caballo, a sablazo limpio [] te empiezan a manifestar que no ibas a vivir seguro, novivas en democracia, bueno, tampoco vivas seguro11

    _Y bueno, el enemigo, los malos, eran la polica y la represin, viste, y empezar aconstatar que era as, que la polica reprima, que la polica no solamente estaba paraponer presos a los ladrones

    _ E: Qu efectos polticos tuvo el Rosariazo para vos?_Yo creo que es la cara de la represin, qu es la polica, qu es la represin, lo que

    son los muertos, lo que ms me poda convencer, dos aos despus por qu la guerrillalafuerza bruta, digamos, la fuerza bruta [] y por el otro lado la fuerza de la gente [] Ahya me qued en claro algo: que entrar a la facultad significaba entrar a luchar en contra dela dictadura12

    La poltica comenzaba a ser entendida as, no como un encuentro de voluntades conresolucin incierta sino ms bien, como un enfrentamiento dramtico y terminante cuyaresolucin slo poda consistir en la destruccin fsica de uno u otro. Este aprendizaje ini-cial ser, ms tarde, el punto de articulacin y confirmacin de la concepcin de polticaimplicada en el discurso institucional perretista: la guerra.

    El bautismo de fuego de estas primeras experiencias constituye, para gran parte dela militancia perretista, el momento original de una construccin identitaria conformadapor un nosotros y un ellos enfrentados bajo la lgica de la violencia material.

    La identidad que comienza a construirse es, justamente en oposicin a un otro queson, en principio los de a caballo, la polica y los militares. Un enemigo enfticamentevinculado a las fuerzas represivas, que acta a sablazo limpio y al cual slo se lo puedeinterpelar con las armas:

    _ E: Y por qu el PRT-ERP?_Bueno, yo ya te cont, la duda era entre el ERP y el peronismo. Estaba de acuer-

    do con el tema de la lucha armada, o sea que a los militares no se los iba a desalojar conbuenos modales, sino que haba que enfrentarlos con un ejrcitoesa era la idea13

    En tanto el mundo experiencial es un espacio formador de sentido, las definicionesideolgicas y polticas del PRT-ERP que contenan una doble acepcin de la idea de enemi-go sern resignificadas en el plano subjetivo provocando un nuevo desplazamiento de sen-tido en favor de un enemigo bsicamente uniformado. Si la concepcin de revolucinentendida como guerra encerraba en el discurso partidario el ncleo del militarismo, estacadena resignificativa tendr, como principal efecto una nueva des-politizacin del ene-migo. ste aparecer, cada vez ms distanciado de la estructura de clases que le da origen.Militarismo y despolitizacin se despliegan a la par a travs de una dinmica de retroali-mentacin entre el discurso partidario y la experiencia subjetiva.

    Ya para 1972 leemos en una publicacin partidaria:

    AS DE IDENTIFICA A LOS ENEMIGOS DEL PUEBLOGeneralmente son policas, militares y delatores al servicio de nuestros explotadores

    Son los que torturan y asesinan a nuestro puebloSon los que asesinaron a [...]

    Son los defensores incondicionales de los amos de nuestras fbricas.Son los que cuidan las fbricas con armas, garrotes y gases.

    Son los que con la prepotencia y las balas nos quieren domesticarSon los gusanos, parsitos de nuestro pueblo que no trabajan

    y se comen el presupuesto nacional14

    Slo la ltima de estas siete formas de identificacin publicitadas a viva voz por elrgano oficial del ERP alude a un enemigo vinculado a la estructura de clase. La jerarquaexplcita de este orden no resulta ser un detalle menor por cuanto las repercusiones queprovoca en la imaginera militante. La insistencia enftica en la identificacin de un ene-

    11 Carlos, entrevista de la

    autora, 7/2/2000. El subraya-

    do me pertenece, VC.

    12 Miguel, entrevista de la

    autora, 12/1/2000. Archivo

    personal de la autora. El

    subrayado me pertenece,

    VC.

    13 Miguel, entrevista de la

    autora, 20/1/2000.

    14 Estrella Roja, N 13, junio

    de 1972.

  • migo uniformado obtura, cada vez ms, la posibilidad de internalizacin de la otra acep-cin de enemigo.

    Si al enemigo se lo reconoce por los rasgos que aqu se le atribuyen no sorprendeel estupor de Miguel cuando, al evocar su experiencia de custodio en las crceles del pue-blo donde se encuentra frente a frente con su prisionero, recuerda: Ehyo lo respeta-ba viste [] no trataba de asustarlo, nada de eso. [] No me pareca tan malo como dec-an. Me pareca un tipo bastante parecido a mque estaba ah, viste. No era un militar[] era un empresario. Me daba la impresin que era parecido a m, viste. O sea, la sen-sacin, ms all de lo terico, era decir bueno, no s por qu este tipo est ac [risas] noes tan malo bah, no lo vea como una persona mala, no lo vea como a un enemigo.15

    Mencionaba anteriormente los efectos que tienen sobre estas subjetividades perso-nales aquel aprendizaje poltico primario de jvenes estudiantes bajo la dictadura deOngana, en el cual el enemigo tena el rostro de la represin policial y militar que carac-terizaron las movilizaciones sociales de la poca. Sin embargo, el enfoque, aunque perti-nente, resulta parcial o, mejor, insuficiente. Y esto, porque encuentro en otros entrevista-dos con experiencias iniciales distintas un movimiento paulatino que va desplazando alenemigo de clase por un enemigo uniformado.

    Pensemos en la historia de Ral. Obrero metalrgico desde los 16 aos, comienza sulucha poltica a travs de la participacin sindical por reivindicaciones salariales y labora-les. Sus broncas y sus odios crecieron en la fbrica al abrigo de una experiencia de explo-tacin extrema. Para l, que tambin haba sido reprimido en el Rosariazo por las huestespoliciales, el enemigo estaba constituido, al inicio de su militancia, fundamentalmente, porla patronal. Se incorpora al ERP a mediados del 1973. Exploremos sus recuerdos:

    _ E: De las acciones armadas en las que participaste cul es la que records comoms importante?

    _Y de por s, la primera, donde tomamos la fbrica donde yo estoy, que los patro-nes eran todos unos hijos de puta yverlos en ese momento todos cagados, temblan-doera algo que yo me acuerdo siempre como si fuera hoy, dnde estbamos parados cadaunotodo [] Te imagins que la gente siempre puteando contra la patronal que estoshijos de puta que nos hacen esto, que hacen tal cosa y cuando vos llegabas y les juntabaslos patrones ah adelante de todos y los apretabas y los tipos se cagaban todos y te dabanla llave del auto sin problema, no saban en qu bolsillo buscar para drtela ms rpido yesoqu s yo, entonces, era el goce despus de los compaeros16

    Aqu, el enemigo es, sin duda alguna, un enemigo de clase y la gratificacin delos compaeros encuentra su significado en el efmero instante de reparacin justi-ciera a travs del cual se invierte el sentido del miedo y la humillacin. En su expe-riencia cotidiana de explotacin Ral construy un enemigo cuya acepcin implica,bsicamente, la nocin de clase. Lo que lo equipara en un inicio a otras experienciasmilitantes es, en todo caso, su nocin polarizada de la poltica, la poltica entendidacomo espacio de confrontacin con pocas o ninguna posibilidades de negociacin.Cuenta Ral que en las reuniones entre los delegados y la patronal, el dueo de lafbrica, el turco, asista con su inseparable escopeta de cao recortado. En el caso deRal, esta primera aproximacin al mundo poltico encierra una nocin blica del con-flicto de clase. Esta nocin de enfrentamiento a un enemigo-patrn hallar una arti-culacin feliz, por un lado, con la acepcin perretista del enemigo-burgus y, por elotro, con la nocin partidaria de la revolucin entendida como guerra:

    _ E: Cmo eran las acciones armadas?_Bueno, en esa fbrica, todo compaero que ingresaba, debutaba tirotendole

    la casa al Turco, viste. Es ms, l deca que estaba en guerra con el ERP, l personal-mente estaba en guerra con el ERP y andaba siempre con tres o cuatro guardaespal-das. Adems era presidente de la Cooperadora Policial de la provincia, la cana siemprea su disposicin 17

    Hasta aqu, est bien claro quin es el enemigo de Ral. Sin embargo, me pregun-to por los efectos que sobre su memoria tuvieron la otra acepcin de enemigo contendidaen el discurso partidario y sus aos siguientes de experiencia militante. Cuando en unaentrevista posterior le pregunto quin era el enemigo contesta: Mir, por ah en los pla-nes y en teora, el enemigo sabamos quin era: la burguesa, el imperialismo, el Estado.

    LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS8

    15 Miguel, entrevista de la

    autora, 2/3/2000. El subraya-

    do me pertenece, VC.

    16 Ral, entrevista de la

    autora, 12/3/2000.

    17 Ral, entrevista de la

    autora, 21/1/2000.

  • Pero en concreto, el enemigo nuestro de ese momento era la cana que era con quien nosenfrentbamos por ah, viste...Yo te digo, por mi experiencia, para m, el enemigo concre-to era la cana18

    Efectivamente, en su vida cotidiana, y a medida que la represin se encrudece,el militante del PRT-ERP se enfrenta, casi cotidianamente a un enemigo que aparececada vez ms frecuentemente representable a travs de un uniforme. No huye delempresario, ni del burgus. En su experiencia clandestina, en los frentes de masas, enlas crceles y en las calles, el militante se enfrenta casi exclusivamente a los agentesrepresores del Estado. ste es el enemigo para l, un enemigo casi privado, desvincu-lado de la estructura del poder de clases y, por tanto, despolitizado. Si la dimensincolectivo-partidaria haba habilitado a travs de la coexistencia de las dos acepcionesdel trmino enemigo, la dimensin experiencial permite una apropiacin y resignifica-cin del concepto que empuja, desde diversos ngulos y razones a nuevos desplaza-mientos semnticos.

    Leyendo las editoriales de El Combatiente, algunos boletines internos o declaracio-nes extraordinarias del Partido, uno puede reconocer algunos esfuerzos retricos por inver-tir el sentido del desplazamiento semntico y restituirle al enemigo su carcter de clase.Sin embargo, lo espordico de dichas intervenciones, la presencia siempre tangible tantoen el discurso partidario como en la dimensin experiencial del enemigo como represorconvierten a aquellos esfuerzos en fallidos y pronto olvidables intentos. Los cuadros pri-marios de direccin permanentemente perseguidos, asesinados o encarcelados son reem-plazados por entusiastas y nuevos compaeros que traen consigo la experiencia resignifi-cadora de su prctica militante en tiempos de guerra. En sus manos ir quedando la for-macin poltica y militar de los nuevos ingresantes.

    Luis, que comienza su militancia en el ERP a comienzos del 74, recuerda muy bienhaber sido preparado en las escuelas del ERP para enfrentarse al enemigo: en ciertamedida habamos recibido cierta instruccin en cuanto a la operatividad del enemigo ra-mos conscientes de infiltrados, ramos conscientes de los servicios de inteligencia, ramosconscientes de la polica comn, del polica que anda con el Comando Radioelctrico por lacalle, del vigilante que dirige el trfico o el vigilante que cuida un banco19

    Es cada vez ms en oposicin a este enemigo, que el PRT-ERP ir construyendo, apartir de un movimiento casi especular, su propia identidad. Pinsese, por ejemplo, en eluso casi obligatorio y ceremonial del uniforme verde oliva, que se impondr a los guerri-lleros perretistas a partir de 1974. Y esta construccin identitaria, involucra a su vez en unarelacin dialctica la construccin del otro. La afirmacin e identificacin de un ellos enla misma dinmica de afirmacin e identificacin de un nosotros.

    _ E: Antes de la crcel cmo te imaginabas que era ese enemigo?_ Yo me imaginaba noms que me podan matar. No me imaginaba que me podan

    torturar, perono me imaginaba el retorcimiento, no me imaginaba los desaparecidos,saba que torturaban pero[] Yo pensaba que era un Ejrcito de lnea, con una ideolo-gao sea me lo imaginaba a imagen y semejanza nuestra pero al revs20

    Por lo dems, esta especularidad excede con mucho las prcticas rituales y lasdimensiones subjetivas para encontrar tambin su espacio en el mundo material de la lneay la praxis partidarias.

    En septiembre de 1974, luego del asesinato de algunos guerrilleros en Catamarca,Santucho hace pblica a travs de los rganos oficiales del Partido y del Ejrcito la siguien-te decisin: Luego de 16 das de investigaciones, hemos tomado una grave determinacin.Nuestra organizacin ha decidido emplear la represalia: mientras el ejrcito no tome gue-rrilleros prisioneros, el ERP, tampoco lo har. Responderemos ante cada asesinato con unaejecucin de oficiales indiscriminada. Es la nica forma de obligar a una oficialidad cebadaen el asesinato y la tortura a respetar las leyes de la guerra21

    En ltima instancia, el PRT-ERP est en guerra. Y en esa guerra el principal sujetointerpelado es ese enemigo-Ejrcito que a los ojos del PRT-ERP ha dejado de respetar elmundo de cdigos compartidos de combate que toda guerra delimita. Abrumado a estasalturas por la acepcin de un enemigo des-politizado, la nica respuesta posible es la mili-tar, invadida a su vez sta, por el mvil casi privado, de la represalia.

    En esta cadena de resignificacin-despolitizacin el destino personal de cada

    LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS9

    18 Ral, entrevista de la

    autora, 15/3/2000.

    19 Luis, entrevista de la

    autora, 14/5/2000.

    20 Miguel, entrevista de la

    autora, 2/3/2000. El subraya-

    do me pertenece, VC.

    21 El Combatiente N 136,

    14/91974 y Estrella Roja N

    40, 23/9/1974.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS10

    militante har lo dems: en los ocho aos preso yo adquir algo que antes no tena:que era el odio, el odio a los represores [...] el odio al enemigo, a los militares, a todolo que viste uniforme lo adquir en la crcel. [...] yo cuando sal de la crcel los queramatar a todos, les tena un odio terrible [] ya no porque se explota a la clase obrera,no, no, odio contra este hijo de puta que me torturaba, que me humillaba 22

    Estado, clase y poltica en los aos 70.

    La convivencia de dos acepciones del concepto de enemigo convivencia originaday alimentada tanto en la concepcin de la poltica entendida como guerra propia de las for-mulaciones partidarias como en la dimensin experiencial remite a una pregunta que sibien escapa a las posibilidades de este trabajo no puede dejar de plantearse.

    Esa pregunta interpela, por un lado, a la forma en que el PRT-ERP piensa la relacinentre Estado y clase en la Argentina; por otro, busca cotejar esa mirada con las particula-ridades de la realidad poltico-institucional de los tempranos aos 60 y 70.

    Una de las primeras cuestiones a destacar es el rol, por momentos ambiguo, que elPRT-ERP le atribuye en sus anlisis polticos a las FFAA en relacin con la clase dominan-te. Pues si bien por un lado podemos ver que stas aparecen tan slo como garantes nece-sarios de un orden capitalista dependiente, por otro lado, ese rol parece desplazarse haciauna suerte de autonomizacin poltica de las FFAA.

    Veamos cmo aparecen cada una de estas caracterizaciones en dos resoluciones delComit Ejecutivo de 1971 y 1972: Haciendo referencia a los intentos de acuerdos polticosentre Lanusse y los partidos polticos para garantizar una salida ordenada de la dictadu-ra militar, se explica quesera el movimiento la Hora del pueblo, donde se concretara laalianza de la burguesa con el visto bueno del imperialismo, permitiendo el retorno de losmilitares a los cuarteles, asegurada la estabilidad del rgimen...23

    Casi un ao ms tarde, leemos: La crisis actual de la Argentina capitalista no tieneninguna posibilidad de ser superada a corto o mediano plazo, por ningn gobierno burgus.El gobierno que surja del proceso electoral prximo, lo mismo si es o no peronista, estarincapacitado para concretar ni siquiera soluciones mnimas. [] En el caso de un gobiernoperonista, este proceso no ser ms lento porque la posibilidad de maniobra, producto dela confianza de las masas, ser contrarrestada porque esta confianza favorecer tambin lamovilizacin obrera y popular por reivindicaciones inmediatas. As, un nuevo gobierno par-lamentario se encontrar con las masas en la calle, con la ampliacin de la lucha de masas,obligado desde bambalinas por las FFAA a reprimir violentamente.24

    En la primera cita las FFAA aparecen tan slo como garantes de un orden en crisis,rol que les permitira volver a los cuarteles una vez que la alianza de la burguesa pudie-ra asegurar por s misma la estabilidad del rgimen. De lo cual se deduce que la interven-cin de las fuerzas represivas del Estado en la conflictividad poltica encuentra su razn deser en la imposibilidad de la clase dominante de garantizar un rgimen poltico estable quepermita llevar adelante su proyecto de dominacin.

    En la segunda cita, la clase dominante aparece imposibilitada para cumplir con eseobjetivo por s misma. Sin embargo, ya no es ella quien apela al aparato militar del Estadopara garantizar el disciplinamiento poltico-social necesario, sino que son las propias FFAA lasque obligaran al gobierno burgus a reprimir violentamente. El giro discursivo no resultamenor, puesto que de ser el auxiliar armado de un orden las FFAA pasan a ser el ncleo durodel poder, el bastin del sistema, las beneficiarias ltimas de un orden social desmovilizado.

    Es indudable que la participacin violenta de las FFAA en la vida institucional argen-tina, al menos desde 1930 en adelante, no slo viene a verificar esta mirada sino que, enefecto, esta reiterada irrupcin las constituye en factor de poder determinante en el mapapoltico de la poca. Sin embargo, es menester detenerse en el tipo de relacin existenteentre las FFAA y la clase dominante argentina. Y es aqu donde intuyo que el PRT-ERPsobreestima a las FFAA en cuanto a la posicin que ocupan en el entramado de las relacio-nes de poder: Hoy en la Argentina, ante el embate de las masas, la persistencia de la gue-rrilla, la agudizacin de la crisis econmica, le es imperioso a la burguesa y a su dirigenteel Partido Militar, recurrir al engao para reorganizarse25

    Aqu, para el PRT-ERP, las FFAA son, en definitiva, el grupo hegemnico de las cla-

    22 Miguel, entrevista de la

    autora, 20/1/2000. El subra-

    yado me pertenece, VC.

    23 Resoluciones del Comit

    Ejecutivo, abril de 1971, en

    De Santis, Daniel, op. cit.,

    pg. 264. El subrayado me

    pertenece, VC.

    24 Resoluciones del Comit

    Ejecutivo, enero de 1972, en

    De Santis, Daniel, op. cit., pp.

    193-194. El subrayado me

    pertenece, VC.

    25 Editorial de El

    Combatiente, 30/7/1972, en

    De Santis, Daniel, op.cit.,

    pg. 201. El subrayado me

    pertenece, VC.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS11

    ses dominantes. Han dejado de ser custodios de un orden burgus para ocupar el puestode dirigencia de clase. Que la clase dominante de la Argentina de la poca se encuentreimposibilitada de resolver pacficamente las pujas internas de las distintas fracciones quela componen, es ms que plausible. Pero sospecho, y quiero recalcar el carcter tan sloespeculativo de estos prrafos, que atribuirles el rol de dirigencia de clase es atribuirles, dealguna manera, un inters ltimo y autnomo que vendra a oscurecer la naturaleza intrn-seca de su rol en el entramado de un Estado.

    Y esto nos enva a otra cuestin fundamental que es la forma en que el PRT-ERPpiensa al Estado.

    En una declaracin titulada: Por qu el EJRCITO REVOLUCIONARIO DEL PUEBLOno dejar de combatir. Respuesta al Presidente Cmpora, del 13 de abril de 1973 yfirmada por el Comit Militar Nacional, leemos: El gobierno que el Dr. Cmpora pre-sidir representa la voluntad popular. Respetuosos de esa voluntad, nuestra organiza-cin no atacar al nuevo gobierno mientras ste no ataque al pueblo ni a la guerrilla.Nuestra organizacin seguir combatiendo militarmente a las empresas y a las fuerzasarmadas contrarrevolucionarias [...] En cuanto a la polica, que supuestamente depen-de del Poder Ejecutivo, aunque estos ltimos aos ha actuado como activo auxiliar delejrcito opresor, el ERP suspender los ataques contra ella a partir del 25 de mayo yno la atacar mientras ella permanezca neutral, mientras no colabore con el ejrcito enla persecucin de la guerrilla y en la represin a las manifestaciones populares [...] Laexperiencia nos indica que no puede haber tregua con los enemigos de la Patria, conlos explotadores, con el ejrcito opresor y las empresas capitalistas expoliadoras [...]NO DAR TREGUA AL ENEMIGO [...]

    Ninguna tregua al ejrcito opresor!Ninguna tregua a las empresas explotadoras!26

    Para decirlo sencillamente, el PRT-ERP, est fragmentando al Estado, y autonomi-zando las partes que lo componen: ejrcito, poder ejecutivo, polica, aparecen en esta decla-racin como actores polticos autnomos, independientes unos de otros.

    Escapa a mis posibilidades y a los objetivos primarios de este trabajo ahondaren la naturaleza y caractersticas del Estado argentino de la poca. Baste tan slo afir-mar que cualquier pregunta sobre la militarizacin de la poltica de aquellos aosnecesita indagar una dimensin poco sencilla: aquella que remite al complejo entra-mado de fuerzas articuladas a travs de la coercin y el consenso. Se trata, en defini-tiva, de desentraar la radiografa y la dinmica del poder.

    He intentado en este escrito dar cuenta de la compleja dinmica de construc-cin de uno de los componentes claves del sistema de referencias perretista: el ene-migo. Las dimensiones involucradas en el anlisis responden a la certeza de que laconformacin identitaria y las prcticas polticas de una organizacin como el PRT-ERPdebe pensarse como un complejo proceso que articula tanto el universo de las formu-laciones ideolgicas, como el de la produccin de subjetividades.

    Y esto porque volver inteligible nuestro pasado reciente exige inmiscuirse, una vezms, en las profundas razones de quienes acuaron, con la fuerza de un grito de guerra, elmandato ltimo y dramtico de A vencer o morir.

    BIBLIOGRAFA:

    - De Santis, Daniel: A vencer o morir. PRT-ERP documentos, Tomos I y II, Eudeba, Buenos Aires 1998 y 2000.

    - Mattini, Luis: Hombres y mujeres del PRT-ERP. De Tucumn a la Tablada, La Campana, Buenos Aires, 1996.

    - Ollier, Mara Matilde: La creencia y la pasin. Privado, pblico y poltico en la izquierda revolucionaria, Ariel,

    Buenos Aires, 1998.

    - Pittaluga, Roberto: La historiografa sobre el PRT-ERP, El Rodaballo, ao VI, N 10, Buenos Aires, 2000.

    - Pittaluga, Roberto: Por qu el ERP no dejar de combatir, ponencia presentada en las VIII Jornadas

    Interescuelas y Departamentales de Historia, Salta, septiembre 2001.

    - Prieto, Helios: Sobre la historia del PRT-ERP. Memorias volterianas con final maquiavlico, El Rodaballo, ao

    VI, N 11/12, Buenos Aires, 2000.

    - Seoane, Mara: Todo o nada. La historia secreta y la historia pblica del jefe guerrillero Mario Roberto Santucho,

    Planeta, Buenos Aires, 1991.

    - Tarcus, Horacio: La secta poltica en El Rodaballo, ao V, N 9, Buenos Aires,1998-1999.

    26 El subrayado me

    pertenece, VC.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS12

    S e ha dicho que un libro no cambia mien-tras el mundo cambia. Pero si el texto esno slo su escritura sino asimismo surecepcin, y si esta ltima est fuerte-mente condicionada por un contexto tem-

    poral, fcil es concluir que los corsi e ricorsi de la his-toria colocan nuestras lecturas bajo el posible efectode las resignificaciones. Tanto ms inquietantesresultan esas relecturas cuando se refieren a textosque coincidieron con pasiones que gravitaron sobreelecciones y prcticas significativas de nuestrasvidas. Pero entonces, qu lee quien lee ya lejos deaquellas pasiones y con los ojos tallados por nuevasexperiencias y presuntas enseanzas?

    Tomo entonces en esta primavera de 2004Revolucin en la revolucin?, de Rgis Debray, y leformulo una serie de preguntas cannicas que orien-tan la lectura: quin habla, a quin habla, qu dice,cmo lo dice. En principio, es evidente que la cons-truccin del autor en este opsculo corresponde a lade quien se autorrepresenta como venido a darleforma (a in-formar) una revolucin nacida sin teora,aun cuando en rigor dicha teora estara en la gestaarmada en estado prctico. As, Debray no trae suformacin acadmica para agregar nada a lo que lahistoria de la guerrilla ha construido de hecho, peros para informar a travs de la letra dicha experien-cia. Ya que, sostiene, de la Revolucin cubana se

    ignora hasta el abec, debido a que, para decirlo enlenguaje de filsofo, una cierta problemtica hamuerto desde la Revolucin cubana. Introduce asuna nocin construida por Althusser, para concluirrpidamente que las fracciones marxista-leninistaslatinoamericanas se mueven en la misma problem-tica que la burguesa, porque no son las respuestaslas que hay que cambiar sino las preguntas.

    Qu preguntas? Las que Debray retrotrae alo que sera la cuestin esencial de todo emprendi-miento revolucionario: cmo tomar el poder? Masocurre que esa pregunta ya tiene la respuesta prepa-rada, que se presenta como evidente de por s, yaque el ncleo de la revolucin castrista reside enhaber restaurado una verdad vieja como las luchaspor la liberacin social: que la revolucin es elresultado de una lucha armada contra el poder arma-do del Estado burgus.

    Para esa conclusin fundacional, el saberlibresco con sede en la cultura europea hubieraresultado impotente sin la inmersin en dicha expe-riencia y sin el concurso de los lderes revoluciona-rios (Fidel Castro, Ernesto Guevara). Para ello, eljoven y brillante discpulo de Althusser es presenta-do por la alta autoridad cultural e institucional deFernndez Retamar, quien celebra que Debray hayaconocido la realidad latinoamericana no a travs deideas preconcebidas sino de experiencias. Esta ape-lacin a la experiencia como magistra revolutionis

    LECTURASEN DOS TIEMPOS

    DESDE SU PRIMERA LECTURA EN EL BARRIO DE BARRACAS HASTA HOY HAN TRANSCURRIDO CUARENTA AOS

    DE UNA HISTORIA CONVULSIONADA. EL AUTOR REFLEXIONA SOBRE UN TEXTO EMBLEMTICO PARA AQUELLOS QUE SE

    INICIABAN EN EL CAMINO DE LA REVOLUCIN. SE HA INCLUIDO EL DOCUMENTO DE DEBRAY AL FINAL DE LA REVISTA.

    OSCAR TERNUBA - UNQ

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS13

    recorrer con su estela antiintelectualista y populis-ta todo el texto, colocando el emprendimiento revo-lucionario en las antpodas de un saber abstracto delque no estaran exentos los partidos comunistas deesta parte del mundo, as como tampoco los troskis-tas o los editores de la revista Monthly Review. Deall que deba celebrarse que Fidel no haya ledo losescritos militares de Mao Tse-Tung, ya que las teo-ras elaboradas en otras latitudes son ms bien unobstculo cuasi epistemolgico para realidades idio-sincrticas como las latinoamericanas. En definitiva,aqu la estrategia rinde tributo a la tctica, en laestricta medida en que esta ltima se fusiona con laexperiencia.

    Empero, no slo por los libros est aqu elintelectual separado de la realidad. Apelando a losideologemas entonces dominantes del juvenilismo ydel corporalismo, puede entonces concluir con elcorazn liviano que aunque un hombre viejo poseauna militancia a toda prueba una formacin revolu-cionaria no basta ay! para afrontar la vida guerri-llera, sobre todo al comienzo. Con un guio hacia unlector no precisamente iletrado, y al sostener que laaptitud fsica es condicin de ejercicio de todas las

    otras aptitudes posibles, intuye que la lucha arma-da parece tener razones que la teora no conoce.Esta incapacidad se extiende a los citadinos y a losintelectuales, baldados de incapacidad revoluciona-ria por su debilidad fsica y su inadaptacin a lavida de campaa. Afirmaciones todas stas que seencastran como en un Tetris en el tradicional legadodel populismo romntico, que por momentos adquie-re la correspondiente tonalidad rouseauniana.

    La experiencia entonces es el extraordinariocrisol donde se funden los saberes, ya que incluso elfracaso se lee es tericamente ms rico que eltriunfo, dado que acumula una experiencia y unsaber. Naturalmente, lo que legitima las derrotas esla conviccin teleolgica de que aun la experienciasfracasadas son mejores que las teoras presuntamenteverdaderas, sobre la base de la metafsica de la histo-ria que garantiza que las derrotas padecidas conflui-rn finalmente en la victoria de los revolucionarios.

    Es claro a quines se apela y a quines seexpulsa de este curso triunfal, puesto que la revolu-cin es un tajo que separa los autnticos luchadoresde los reformistas y futuros traidores, asimiladoscon el pacifismo y el espritu de derrota de los social-demcratas que combati Lenin. Y esto porque lostiempos que corren han iluminado con un relmpagoblanco el fin de una poca: la del equilibrio relativode las clases, y el principio de otra definida por laguerra total de clases, que excluye las soluciones decompromiso y los repartos del poder. Consecuen-temente, en el nuevo marco de la lucha a muerte nohay lugar para las soluciones bastardas.

    Las lneas de fuerza del discurso tendidas enRevolucin en la revolucin? disean entretantoun retrato ideal del revolucionario. ste se hallalejos del supuesto por Gramsci, Mao y tantos otros,puesto que debe alejarse no slo de la burguesasino adems de su sociedad civil. De all que la jus-tificacin de la clandestinidad ahora no es slo parasimularse frente a los enemigos de clase y del siste-ma de dominacin imperante: la clandestinidad, eluso de seudnimos, segrega e independiza al revo-lucionario de la sociedad civil, considerada como unpotencial aunque ingenuo enemigo. La autodefen-sa armada en enclaves territoriales tomados al ene-migo sirve como ejemplo de los inconvenientes deaquella convivencia. All los revolucionarios cohabi-tan con sus familias, que se convierten en un verda-dero lastre a la hora de las urgencias del enfrenta-miento armado.

    Tambin ese producto y motor conspicuo de lamodernidad que es la ciudad configura una amenazapara el temple revolucionario. En la ms que secularquerella entre el campo y la ciudad, y a contramanode la doctrina marxista clsica, el fiel de la balanzaotra vez con un gesto populista se inclina hacia elelogio de la vida rural. Por el contrario, la prctica

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS14

    poltica sindical corrompe, as como la bajada a laciudad coloca al guerrillero rural en extremo peli-gro. Se puede all mismo apelar al criterio de autori-dad de una frase de Fidel Castro: La ciudad es uncementerio de revolucionarios.

    El medio urbano determina un destino contra-rrevolucionario porque aleja de esas necesidades dela escasez rural, nicas capaces de forjar el acero sinel cual pierde filo incluso la ideologa revolucionaria:Cmo un habitante de esas ciudades, por marxis-ta-leninista que sea, podr adivinar la importanciavital de un metro cuadrado de nylon, de un pote degrasa de fusil, de una libra de sal, de azcar y de unpar de botas?. Ya no es la ubicacin en un modo deproduccin lo que constituye a los sujetos de clase.Por ello la revolucin no puede surgir de la fbrica,urbana por naturaleza, ya que todo hombre, aun-que sea un camarada, que se pasa la vida en la ciu-dad es un burgus sin saberlo en comparacin con elguerrillero.

    El equivalente general del dinero, esa abstrac-cin engaosa pensada por Marx, contribuye a lacorrupcin del militante citadino. Obrero o burgus,el hombre de la ciudad vive como consumidor.Basta un billete en el bolsillo, y si stos se acaban,con la afluencia de yanquis y su cortejo de corrup-ciones se ganarn otros sin demasiadas dificultades.Para decirlo todo, la montaa proletariza a burgue-ses y campesinos, y la ciudad puede aburguesarhasta a los proletarios. De all, in extremis, quecuando una guerrilla habla con sus responsablesurbanos o en el extranjero, trata con su burguesa.

    Esta fundamentacin de la teora del focorequiere otra pieza funcional a la misma: la cons-truccin de la mitologa de la revolucin cubanamatrizada sobre la excepcionalidad de los doce delGranma. Fue as como finalmente 300 guerrillerosderrotaron a 10.000 hombres del ejrcito de Batista.De poco vale que all mismo esta desestimacin de lapoderosa red urbana del Movimiento 26 de Julio cho-que con una carta de Fidel Castro a Frank Pas desdela Sierra Maestra: Ahora s s lo que es el pueblo; loveo en esa fuerza invencible que nos rodea en todaspartes, lo veo en las caravanas de treinta y cuarentahombres, alumbrados con antorchas, bajando laspendientes enfangadas, a las dos o las tres de lamadrugada con sesenta libras de peso al hombro,conduciendo abastecimiento para nosotros.

    Populismo, antiintelectualismo, juvenilismo,ruralismo, antirreformismo, son algunos de los mojo-nes categoriales que organizan el libro de Debray.Tambin una concepcin militarista que conduce a lanegacin de la democracia, no slo de la burguesa,sino tambin de la interna al grupo revolucionario.As, por vas bizarras se reinstala una visin elitista:si en Vietnam la pirmide militar se construy desdela base, en Amrica Latina debe hacerse desde arri-

    ba. De lo contrario, se recae en ese vicio deliberati-vo de que habla Fidel, opuesto a los mtodos ejecu-tivos, centralizados y verticales [] que reclama laconduccin de las operaciones militares. Esta con-versin exige, pues, la suspensin provisional de lademocracia interna en el Partido y la abolicin tem-poral de las reglas del centralismo democrtico queaseguran aqulla. [] La disciplina del Partido seconvierte en disciplina militar.

    Y es que si se ha jugado el todo por el todo,tambin se legitima esta frase sincera y estremece-dora: Vencer es aceptar, desde un principio, que lavida no es el bien supremo del revolucionario.Tampoco la abnegacin aunque s la eficacia es unargumento poltico, ya que el mrtir no tiene fuerzade prueba. De tal modo, la gesta cubana ha cance-lado el divorcio entre teora marxista y prcticarevolucionaria, y esa reconciliacin est consumadacomo un encuentro entre el cielo y la tierra en unaheroificante cita de Guevara sobre esa guerrilladuea de su direccin poltica y encarnada en unpuado de hombres sin otra alternativa que lamuerte o la victoria, en momentos en que la muertees un concepto mil veces presente y la victoria unmito que slo un revolucionario puede soar...

    Este mismo texto lo he ledo en una bellatarde de domingo en el barrio de Barracas hace casicuarenta aos, cuando nos habamos convocado parauna lectura colectiva del libro recin aparecido.Gobernaba Ongana an con dura mano, de modoque el libro en cuestin haba sido trado por quienfunga como jefe o inspirador del pequesimo grupoprotorrevolucionario que queramos integrar. Por ladicha mano frrea, pero tambin porque el jefe o ins-pirador amaba el conspirativismo tipo resistencia

    Rgis Debray en los 60.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS15

    francesa, el libro haba sido trado desde La Habana(previo y obligado paso por Praga) bajo la forma demicrofilm. El compaero Javier haba conseguido unproyector, y poco despus del almuerzo nos encon-tramos en su cuarto: una suerte de buhardilla deestudiante pobre en la casa de su madre viuda.

    Nos habamos conocido con Javier en laFacultad de Filosofa y Letras de la calle Viamonte.ramos marxistas, valorbamos la justicia social, nosofenda y rebelaba el mundo en el que vivamos.Tambin ramos jvenes, creo que inteligentes yseguramente lectores, dotados por fin de una seriede certezas intensas propias de las pasiones ideol-gicas.

    Con esta breve historia y con este trasfondopoltico e intelectual nos encontramos esa tarde en elcuarto de Javier, cuyas bibliotecas estaban armadascon los inevitables ladrillos de cemento pintados deblanco. De blanco, al igual que las paredes de esecuarto, lo que iba a permitir, suponamos, la lecturadel microfilm. Es cierto, empero, que las paredes noson lisas como una pantalla, de manera que las letrasvacilaban y adoptaban la textura granulada de lapared. Cierto es que la calidad de la pelcula tampo-co era de lo mejor, lo que dificultaba an ms ladicha lectura. Pero sobre todo era cierto que nada deesto poda importar, porque estbamos plenamentedispuestos a dar por bueno todo lo que contena lanueva biblia llegada desde lo que llambamos LaIsla. Incluso dispuestos a aceptar aquella descrip-cin en la que se fundamentaba la superioridad de laguerrilla rural por sobre la urbana apoyndose en elcarcter aburguesador de la ciudad, argumento cru-zado con un dejo de desprecio antimoderno y romn-tico que no result siquiera disonante con la sensibi-lidad de estudiantes especialmente urbanos.

    En suma, deca lo que deca, y talvez podrahaber dicho otra cosa, pero el aura de ese texto, ledoen esas condiciones, tornaba irrefutables todas susms arbitrarias argumentaciones. El criterio de auto-ridad que lo respaldaba era naturalmente no la pala-bra de un joven intelectual francs, sino el extraor-dinario prestigio de la revolucin cubana, cuyo faroirradiaba como modelo de revolucin y de construc-cin del socialismo, en un clima epocal donde unejrcito desarrapado de vietnamitas derrotaba al delpas ms poderoso de la tierra.

    De manera que luego de varias horas de lec-tura forzada (como quien dice de marcha forzada),henchidos de un novedoso y para esos das prctica-mente exclusivo saber, Javier me acompa hasta lapuerta de su casa. Quiero repetir que era un bellodomingo de verano, porque entonces se entendermejor que era natural que por la calle pasaran nume-rosas parejas de jvenes rumbo al parque cercano. Latarde se acercaba a su ocaso. Entonces Javier memir seria y fijamente y me dijo: Pensar que no

    saben el mundo que estamos armando para ellos.No se me ocurri responder nada quizs porqueestaba de acuerdo con esa aseveracin, y sinembargo esa frase qued para siempre clavada en unrincn de mi cerebro...

    Pasaron aos, que se tornaron entonces s defuego y de plomo. La vida y la poltica nos separaron.Un da le un comunicado de un grupo guerrilleroque acababa de realizar un audaz y exitoso operati-vo. En la proclama que emitieron se utilizaba la pala-bra escamotear. Supuse inmediatamente quehaba sido escrita por Javier. Otra tarde portea com-pr La Razn 6, y me enter que Javier haba sidoabatido en un operativo frustrado. Luego, la derrota,el terror estatal, los encarcelados, los torturados, losmuertos, los desaparecidos, los exiliados de adentroy de afuera (de estos ltimos un da me encontr for-mando parte).

    Desde entonces, una y otra vez he vuelto aaquella tarde de domingo en el barrio de Barracas, ya aquella buhardilla de estudiante pobre, y a aquellafrase estremecedora. Y me he preguntado con temory temblor cul es el sentido de aquellos aos de fero-ces pasiones ideolgicas, hasta dnde fuimos simple-mente arrastrados por ese huracn que barra la his-toria y hasta dnde llegaron nuestras responsabilida-des.

    Para encuadrar la entonacin de una preguntafinal, creo que lo que ocurre en la historia es ms omenos lo que tiene que ocurrir, pero que sobre esems o menos estn los seres humanos (Koselleck).Del mismo modo, es pensable que quien emprendeuna accin poltica tiene que hacerse cargo en ciertosentido de los efectos no queridos que esa accingenera. Si as fueren las cosas, los jvenes ilusiona-dos que ramos aquella tarde creyendo en un textocuya autoridad era irrebatible y cuya endeblez argu-mentativa hoy resulta clamorosa, los jvenes quequeramos construir un mundo mejor para quienestalvez ni lo pedan ni lo queran, tenamos que saberque el monstruo ya estaba en las entraas del Poderargentino y que podamos contribuir a parirlo?

    En ese aspecto, entre el mundo que queramospreparar y el que llen de sonido y de furia la dca-da del setenta media la distancia breve y al mismotiempo infinita que quedaba entre quienes termina-mos ese domingo con los ojos rojos y las parejas quepasaban hacia el parque. Por eso es preciso concluirque un libro cambia mientras el mundo cambia. Hansido los cambios de ese mundo los que determinaronque hoy el texto de Debray luzca ya no como la sis-tematizacin de una va exitosa hacia la justiciasocial, sino segn se quiera como una fuente his-toriogrfica o como el fragmento de un naufragio detrgicas dimensiones.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS16

    I niciada hace ms de cuatro dcadas, la experiencia de la lucha armada en nuestropas entendida en los trminos inscriptos tras la revolucin cubana sigue exhi-biendo en el plano de los estudios histricos una orfandad proporcional a su fraca-so poltico, como si la derrota poltica que sufrieran las organizaciones que la imple-mentaron en la prctica se continuara en la dimensin de los estudios histricos1.

    En efecto, desprovista hasta ahora de una prolija y completa reconstruccin organi-zacional que retrate los numerosos grupos que le dieron vida en casi todo el pas; ausen-te el anlisis de las diversas tendencias polticas e ideolgicas que la anim a travs de laexhumacin de documentos y publicaciones; carente de un nutrido corpus testimonial desus integrantes, tanto de direccin como de base, acerca de los mltiples aspectos quehicieron a su militancia y a su imaginario poltico y, finalmente, sin una profunda reflexincrtica que contraste sus discursos y planteos conceptuales con la praxis que implic, laexperiencia de la lucha armada en nuestro pas ha quedado reducida a unos pocos frag-mentos a los que recurren, para uso y abuso, los ms variados observadores. Unos, iden-tificados en mayor o menor medida con su accionar, como fuente ejemplar de entregasacrificial y heroica; otros, enmarcados sobre todo en la izquierda no armada, para sealarel ejercicio de una poltica dramticamente equivocada, sin dejar de resaltar, con la insis-tencia de un ritual, los aciertos propios. Los ms, sin contar con una evaluacin crtica pro-funda, reelaborando la experiencia sobre la base de versiones muchas veces antojadizas ymalversadas, que se proyectan con singular xito en el campo de la memoria colectiva.

    Uno de los ms flagrantes ejemplos de este estado de la cuestin tiene que ver conla consagracin del asalto al Policlnico Bancario como primera accin de la guerrilla urba-na en nuestro pas.

    Un comienzo que no fue tal

    Son numerosos los autores que sealan como primera accin de la guerrilla urbanaargentina el asalto al Policlnico Bancario, perpetrado en la maana del 29 de agosto de 1963.La accin, que fue precisamente eso, un asalto, dej un saldo de dos ordenanzas muertos,varios empleados y un polica heridos y el robo de uno 14 millones de pesos, algo as comocien mil dlares, destinados al pago de los haberes del personal. Los autores del hecho rea-lizado bajo el nombre de Operativo Rosaura fueron ex integrantes del Movimiento

    EL MITODEL POLICLNICO

    BANCARIOPOPULARIZADA COMO LA PRIMERA ACCIN DE LA GUERRILLA URBANA EN LA ARGENTINA, EL ASALTO AL POLICLNICO

    BANCARIO OCUPA UN SITIAL EN LA GENEALOGA DE LA LUCHA ARMADA QUE EL AUTOR CUESTIONA EN ESTA NOTA.

    GABRIEL ROT

    1 Para el caso, ver el traba-

    jo de Pittaluga, Roberto, La

    historiografa sobre el PRT-

    ERP, El Rodaballo N 10,

    Buenos Aires, verano 2000.

    2 Poder Ejecutivo Nacional,

    Buenos Aires, 1979.

    3 Daz Bessone, Ramn

    Genaro, Fraterna, Buenos

    Aires, 1986.

    4 Alonso Pieiro, Armando,

    Depalma, Buenos Aires,

    1980.

    5 Para el caso ver, entre

    otros: Garca, Karina,

    Policlnico Bancario. El pri-

    mer golpe armado de

    Tacuara, Todo es Historia,

    N 373, Buenos Aires, agos-

    to de 1978; Gonzlez

    Jansen, Ignacio, La Triple A,

    Contrapunto, Buenos Aires,

    1996; Bardini, Roberto,Tacuara. La plvora y la san-

    gre, Ocano, Mxico, 2002;

    Gutman, Daniel, Tacuara,

    historia de la primera guerri-

    lla urbana argentina,

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS17

    Nacionalista Tacuara (MNT), quienes, tras escindirse de su organizacin con posturas deizquierda, formaron el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT).

    Es interesante (e inquietante, tambin) subrayar que esta consagracin pionera noest dada por las Fuerzas Armadas y de seguridad, ya sea a travs de publicaciones ofi-ciales o de autores que representan sus puntos de miras. Quien busque tal referencia, porejemplo, en obras como El terrorismo en la Argentina2; Guerra Revolucionaria en laArgentina (1959-1978)3, o Crnica de la subversin en la Argentina4, se llevar tamaasorpresa. En efecto, no slo no la sealan como la accin original de sus ms acervos ene-migos, sino que la ignoran olmpicamente.

    Por el contrario, ser un nutrido grupo de periodistas e investigadores5 quienes, reca-lando en los aos sesenta, hallaron semejante antecedente primal de la sangrienta dca-da siguiente o, por decirlo sin eufemismos, un primer peldao de la consagrada Teora delos dos demonios. As, para Karina Garca, Puede afirmarse que la espiral de violencia tuvosu primer y trgico acto en este atraco con contenido ideolgico, realizado con la feroz deter-minacin de lograr su objetivo an al costo de vidas humanas inocentes, y concluye: Ytodava hoy, a ms de treinta aos de este hecho, la memoria colectiva lo registra como laprimera y sangrienta aparicin en escena de un grupo subversivo dirigido a usar la violen-cia como instrumento de su poltica6. En la misma perspectiva, Daniel Gutman seala: Dehecho, en febrero de 1964, el Movimiento Nacionalista Tacuara original dara un buen anti-cipo de los mtodos que utilizaran los grupos parapoliciales de la derecha. Antes de eso, enagosto de 1963, [es decir, con el asalto al Policlnico Bancario, GR] el nuevo MovimientoNacionalista Revolucionario Tacuara avisara sobre la forma igualmente sangrienta en queestaran dispuestos a actuar los jvenes decididos a hacer la revolucin7.

    Ahora bien, estas afirmaciones nos plantean dos interrogantes bsicos. En primer tr-mino: Fue el asalto al Policlnico Bancario, efectivamente, el hecho inicial, el operativo fun-dante en el que la guerrilla urbana hace su aparicin en la Argentina? La pregunta, es fciladvertirlo, conlleva un segundo planteo, aunque ya no de orden estadstico, sino poltico:Puede afirmarse que los autores del hecho constituan una organizacin guerrillera urbana?

    Vayamos por partes.Entre 1958 y 1964 se dieron a conocer las primeras experiencias de lucha armada

    en nuestro pas, las que en sus diversas manifestaciones expresaron un perodo de experi-mentacin tanto de opciones foquistas puras (EGP), movimientistas e insurreccionales

    Vergara, Buenos Aires,

    2003. A ellos se le suman

    dos obras cuyos autores

    hacen confesin de fe anti-

    comunista: el casi dispara-

    tado tomo de Acua, Carlos

    Manuel, Por amor al odio, la

    tragedia de la subversin en

    la Argentina, Del Prtico,

    Buenos Aires, 2000; y el

    muy documentado libro de

    Rojas, Guillermo, Aos de

    terror y plvora. El proyecto

    cubano en la Argentina

    (1959-11970), Santiago

    Apstol, Buenos Aires,

    2001.

    6 Op. cit., pg. 18.

    7 Op. cit., pg. 165.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS18

    (Uturuncos, las primeras FAL) y de formas combinadas (FARN, del grupo Bengochea)8.Me apresuro a sealar que salvo el EGP, el resto de los grupos sealados tambin

    entendieron a la ciudad como uno de los escenarios fundamentales donde desarrollar lalucha armada y, consecuentemente con ello, llevaron adelante numerosas operacionesurbanas. Incluso, en alguno de ellos, descalificando la teora del foco y de la guerrilla rural,como es el caso del ncleo originario de las primeras FAL9.

    Ahora bien, paralelamente a estas experiencias, o ms bien a partir de sus frustra-ciones, surgirn pequeos grupos que no tardarn en reflejar los profundos cambios deve-nidos de dos procesos que influenciarn decisivamente en el desarrollo de la lucha armada.

    En primer trmino, la sucesin de derrotas de las guerrillas en casi todo el conti-nente, hasta entonces hegemnicamente rurales. Si bien esta sucesin de derrotas se sella-rn casi definitivamente con la muerte de Camilo Torres en Colombia, en 1966, y la delChe, un ao ms tarde, ya en los primeros tramos de la dcada del sesenta haban aconte-cido numerosos fracasos guerrilleros, muchos de ellos de inspiracin guevariana. El mismoRgis Debray, el mximo terico y defensor del foco rural, no pudo dejar de reconocer estalarga marcha cubierta de frustraciones10.

    Por otro lado, resultarn de capital importancia las profundas transformaciones enla direccin de la revolucin cubana, cuya influencia sobre el desarrollo de la lucha arma-da se manifestaba, hasta entonces, de manera inocultable. En efecto, la hegemona de lasposiciones soviticas en su seno, impondr una lnea donde la exportacin guerrillera semantendr sobre todo en virtud de la persistente actividad del propio Guevara (Congo,Bolivia), aunque a partir del fracaso de su ltima campaa ya no volver a tener cabida msque en el plano discursivo-propagandstico y, en algunos casos, en cierta dimensin logs-tica, pero muy lejos de la original poltica del Che de continentalizar la revolucin.

    El efecto inmediato de esta situacin ser el desencadenamiento vertiginoso de uncomplejo proceso que comprender la nacionalizacin de las formas y contenidos de lasnuevas guerrillas americanas, que se desarrollarn desde entonces con una mayor inci-dencia en las ciudades. En otras palabras, este proceso se traducir en un paulatino aban-dono de las viejas tcticas de intervencin guerrillera y en una nueva lectura de las reali-dades nacionales, con sus sujetos polticos especficos. Este cambio se devela temprana-mente en el Uruguay11 y en nuestro pas, donde hacen su aparicin pequeos grupos queadquirirn una identidad de guerrilla urbana, aunque an de una manera muy precaria.Para el caso resulta sumamente aleccionador la aparicin de un grupo que, tomando comoherencia poltica al EGP de Masetti, realizar acciones de propaganda armada en la ciudadcon el tentativo nombre de Grupo de Resistencia Urbana (GUR), denominacin que no lle-gar a estrenar pblicamente12. Es interesante analizar la aparicin de estos comandosurbanos pioneros, como as los que aparecieron en la segunda mitad de la dcada, ya quelo hicieron al margen y hasta en oposicin a las tesis de Debray, quien no slo segua dise-minando la frmula del Che (el terreno de la lucha armada en la Amrica sub-desarrolla-da, debe ser fundamentalmente el campo) sino que explcitamente subrayaba que, enten-dida como forma regular de lucha revolucionaria, no hay guerrilla urbana13. No deja desorprender que mientras el francs suscriba semejante afirmacin, la guerrilla urbana yahaba comenzado a desandar su propio camino.

    La emergente guerrilla urbana, pues, no es el resultado de un devaneo terico ni deuna decisin logstica, un mero cambio de escenarios a partir del sorpresivo descubrimien-to de un sujeto histrico revolucionario que prevalece en las ciudades y no en el campo,sino el producto de una profunda crisis poltica y organizativa que contina su particulardesarrollo a lo largo de los aos sesenta y se prolonga hasta los albores de la dcadasiguiente. Sus acciones, por lo tanto, no pueden datarse sino en el contexto de tal desarro-llo y como expresin del mismo.

    Para el caso que nos ocupa, cobran particular importancia los pequeos grupos inno-minados que en la primera mitad de la dcada del sesenta animaron un proyecto polticovertebrado por la accin armada urbana, realizando acciones con el denominador comnde sumar tres objetivos esenciales: a) acumulacin de armas para la realizacin de prcti-cas militares y como expresin de fuerza; b); acumulacin de experiencia en la planifica-cin y la realizacin de operaciones de tipo militar; y c) acumulacin financiera para el sos-tenimiento de la infraestructura guerrillera, subordinada a la estrategia de guerra revolu-

    8 Para analizar estas expe-

    riencias, se puede acudir a

    la siguiente bibliografa

    bsica: Salas, Ernesto,Uturuncos. El origen de la

    guerrilla peronista, Biblos,

    Buenos Aires, 2003;

    Nicanoff, Sergio y

    Castellano, Axel, Las pri-

    meras experiencias guerri-

    lleras en Argentina. La his-

    toria del Vasco

    Bengochea y las Fuerzas

    Armadas de la Revolucin

    Nacional, Centro Cultural

    de la Cooperacin,

    Cuaderno de Trabajo N

    29, Buenos Aires, 2004;

    Gonzlez, Ernesto (coord.),El trotskismo obrero e

    internacionalista en la

    Argentina, tomo 3, Palabra

    Obrera, el PRT y la

    Revolucin Cubana, volu-

    men 2 (1963-11969),

    Antdoto, Buenos Aires,

    1999; Rot, Gabriel, Los or-

    genes perdidos de la gue-

    rrilla en la Argentina. La

    historia de Jorge Ricardo

    Masetti y el Ejrcito

    Guerrillero del Pueblo, El

    cielo por asalto, Buenos

    Aires, 2000; Rot, Gabriel,

    Notas para una historia

    de la lucha armada en la

    Argentina. Las FAL,Polticas de la Memoria,

    N 4, Buenos Aires, 2003.

    9 Ver en este mismo nme-

    ro, la entrevista con Juan

    Carlos Cibelli.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS19

    cionaria prolongada. Es en este marco que hay que entender la sucesin de robos a gran-des empresas, entidades bancarias, armeras, farmacias y establecimientos asistenciales,muchos de los cuales, al no ser esclarecidos por las fuerzas de seguridad, pasaron a engro-sar la lista de delitos comunes irresueltos. A estos operativos hay que sumarles los innu-merables levantamientos de autos y desarmes a policas, acciones todas que revestanla categora de autnticos ejercicios de aprendizaje.

    Entre todas estas acciones se destac, tanto por su dimensin logstica como por elblanco elegido, la realizada en el Instituto Geogrfico Militar, el primer operativo de granenvergadura contra una representacin directa de las Fuerzas Armadas. En este operativo,realizado en la Capital Federal el 16 de junio de 1962, es decir, catorce meses antes del asal-to al Policlnico Bancario, un comando compuesto por casi una treintena de militantes,muchos de los cuales conformarn poco despus las primeras FAL, vaci la sala de armas delIGM, en una accin que asombr por su preparacin minuciosa y su perfeccin operativa.

    Queda claro, entonces, que la primera operacin llevada a cabo por una organiza-cin armada urbana no slo no fue el asalto al Policlnico Bancario, sino tambin que a staltima le precede, hasta donde conocemos, por lo menos una que, tanto en lo simblicocomo en lo operacional, constituye un antecedente de mayor relevancia poltica.

    Ahora bien, puede aducirse que hasta entonces no se conocieron organizaciones quese adjudicaran la autora de un hecho de esas caractersticas lo que es enteramente cier-to pero eso no quita que dichas acciones no se hubieran realizado y es, justamente, tareade los investigadores presentarlas en sociedad. De todos modos, argumentar la falta defirma en tales acciones es un recurso pobre. Apresurmonos a aclarar que el MNRT tam-poco se adjudic el hecho, sino que su paternidad fue descubierta por las fuerzas de segu-ridad, y hasta es lcito conjeturar que si esto no hubiera sucedido, el asalto al PoliclnicoBancario jams hubiese sido considerado como una accin guerrillera.

    La apresurada consagracin pionera del Operativo Rosaura no puede, pues, sino des-pertar sospechas acerca de la seriedad de la investigacin de algunos autores o de las pos-turas ideolgicas y polticas que los animan. Volveremos sobre esto.

    La segunda cuestin que nos planteamos tiene que ver con la paternidad de la accincontra el Policlnico Bancario. En otras palabras, hasta dnde es posible afirmar que, efec-tivamente, el MNRT era una organizacin guerrillera urbana?

    El primer problema con el que nos encontramos es la definicin misma de guerrilla,trmino que en general es casi exclusivamente asociado a una determinada tctica operati-va, donde prevalece la lucha armada irregular. Desde este punto de miras, que podramosdenominar logstico, la guerrilla es la prctica llevada adelante por un grupo que estableceel desarrollo de la lucha armada como mtodo necesario (y en algunos casos imprescindible)para lograr un objetivo militar o poltico determinado; sobre esta base es que la organizacinguerrillera desarrolla diversas estrategias de formacin de unidades de combate, las cualespueden ser integrantes de un ejrcito popular en construccin, o apndices o soportes deejrcitos nacionales fragmentados o en disolucin. La historia abunda en ejemplos desde laGuerra de las Galias hasta la resistencia francesa contra los nazis, pasando por las tribula-ciones napolenicas en Rusia y las guerrillas de la independencia americana14. Tomadasexclusivamente desde este ngulo, las guerrillas pueden estar animadas por diversas ten-dencias polticas y sus objetivos variar, por ejemplo, entre reivindicaciones nacionales, reli-giosas, polticas y sociales, y ser reformistas, de derechas o revolucionarias.

    Pero ninguna prctica guerrillera (ninguna prctica social, en verdad) se presenta sinuna identidad poltica que la atraviese, y es esta identidad poltica la que en definitiva esta-blece las diferencias entre los distintos tipos de guerrilla.

    As, la guerrilla en tanto ncleo de vanguardia que pretende acaudillar al conjunto

    10 Debray, Rgis, El cas-

    trismo: la larga marcha de

    Amrica Latina, Pasado y

    Presente, N 7-8, Crdoba,

    octubre 1964/marzo 1965,

    pg. 127-128.

    11 En enero de 1963, el

    grupo originario de los

    Tupamaros realiz el asalto

    al Club Tiro Suizo, a partir

    del cual se proponan ser

    en la ciudad la caja de

    resonancia de la lucha de

    los trabajadores caeros en

    el norte del pas. Para el

    caso, ver en este mismo

    nmero el trabajo de Silvina

    Merenson sobre la expe-

    riencia tupamara.

    12 El GUR se gesta en

    1964; ms tarde, algunos

    de sus integrantes consti-

    tuyeron la Brigada Masetti

    y, finalmente, se incorpora-

    ron a las FAL. Por la

    misma poca se conform

    otro comando urbano, el

    Grupo Armado

    Revolucionario de

    Liberacin (GARDEL), que

    actu en la ciudad de La

    Plata y Capital Federal.

    13 Debray, Rgis, op. cit.,

    pg. 146.

    14 Una sucinta resea de

    estas experiencias puede

    buscarse en Pereyra,

    Daniel, Del Moncada a

    Chiapas. Historia de la

    lucha armada en Amrica

    Latina, Los libros de la

    catarata, Madrid, 1994 y

    en Lora, Guillermo,Revolucin y foquismo,

    balance de la discusin

    sobre la desviacin gue-

    rrillerista, El yunque,

    Buenos Aires, 1975.

    Joe Baxter y Jos Luis Nell.

    El PolicnicoBancario, 1963.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS20

    de los explotados reivindicando la destruccin del Estado burgus, y el socialismo, se dife-rencia de otras formaciones que, si bien llevan adelante acciones guerrilleras, subordinansus estrategias, por ejemplo, a polticas reformistas o nacionalistas burguesas.

    Finalmente, un tercer elemento contribuye a definir a las guerrillas: el vnculo queestablecen los ncleos operativos con los sujetos sociales que constituyen su base de apoyo.Las guerrillas revolucionarias, por ejemplo, subordinan su estrategia a la relacin con lasmasas explotadas (su mayor paradigma es la teora maosta del pez en el agua), a diferen-cia de la mayora de las guerrillas de derechas que suelen ser brazos armados de estructu-ras partidarias o filo partidarias ligadas al (o a un) Estado. La combinacin del carcter logs-tico de la lucha armada, la poltica revolucionaria que la sustenta y su vnculo con el suje-to histrico revolucionario (rural o urbano), certifican, pues, la identidad de las guerrillasrevolucionarias modernas. Es decir, no toda organizacin cualquiera sea la dimensin desu estructura debe ser asimilada como tal, aunque algunas de sus formas operativas sean,en un determinado momento, similares.

    Vale aclarar el punto toda vez que el accionar del MNRT intenta ser, en la pluma dealgunos autores, relacionado a las organizaciones poltico-militares que operaron en nues-tro pas en los aos sesenta y setenta, y cuya identidad poltica pasaba por diversas varian-tes del marxismo y el peronismo de izquierda.

    Ahora bien, cules eran las caractersticas del MNRT?, qu tena en comn elMNRT con aquellas guerrillas argentinas?

    En sus investigaciones sobre el Movimiento Nacionalista Tacuara, organizacin dereconocido origen liberal y derechista, tanto Bardini como Gutman aciertan en presentarlas graves crisis internas que la llevaron a numerosas rupturas y reagrupamientos polticose ideolgicos: en 1960, con la formacin de la Guardia Restauradora Nacionalista, alenta-da por J. Meinvielle; al ao siguiente, con la aparicin del Movimiento Nueva Argentina, deE. Calabr y D. Cabo; y en 1963, con el desarrollo de la llamada Tacuara Rebelde, en la queconfluyeron distintos sectores internos, entre los que se destacaron militantes como J. L.Nell, J. Baxter, J. Cafatti y A. Ossorio, entre otros. Este ltimo reagrupamiento dar vida,ese mismo ao, al Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara su primer comunica-do es del mes de octubre que a su vez se dividir, conservando la misma denominacin,en el sector Ossorio y el sector Baxter. Por ltimo, convalidando el perodo de permanentetransformacin y crisis de estos grupos, convivirn en el MNRT de Baxter dos tendencias,las que paulatinamente irn acrecentando sus diferencias; una, capitaneada por R. Viera yM. Duaihy, se inclinaba hacia una accin de tipo foquista rural; otra, representada por elpropio J. Baxter y J. L. Nell, pretenda combinar la agitacin poltica estrechamente liga-da al peronismo con acciones armadas en la ciudad.

    Es decir que, a lo largo de 1963 el MNRT se hallaba en plena estructuracin, inmer-so en una vertiginosa crisis cruzada por tendencias, debates internos y reagrupamientospolticos. En su libro, Bardini cita al tacuarista Fredy Zarattini, quien da cuenta del estadodeliberativo en que se hallaba la organizacin: Desde mucho antes del asalto al Policlnicoexista una discusin poltica muy intensa acerca de si Tacuara se una o no a la JP. Despusdel operativo, hubo una reunin entre Bonfanti, por un lado, y Baxter, Nell, Ossorio, yo(Fredy Zarattini) y algunos otros, donde planteamos, en sntesis, que o nos integrbamostodos al peronismo o nos separamos. Para producir la ruptura esperamos tener el poder querepresentaba el xito del operativo... Entonces decidimos denominarnos MNRT y efectuarun cambio ideolgico, no exactamente hacia la izquierda, pero s hacia los sectores revolu-cionarios del peronismo... Nos separamos amistosamente y tomamos rumbos diferen-tes....15 Este proceso estuvo acompaado por numerosas acciones de acopio de armas ydinero, que cada sector realiz. 16

    Es en este marco que el sector de Baxter y Nell realizar el Operativo Rosaura, comoparte de una estrategia de acumulacin financiera que les permitiera realizar diversas acti-vidades relacionadas con la lucha por el regreso del general Pern, a quien entendan comoel indiscutido jefe del proceso de liberacin nacional. Es el propio Bardini quien sealainequvocamente que el MNRT subordinaba su militancia a las instrucciones tcticas dePern: Treinta das despus de la detencin de los participantes en el asalto al PoliclnicoBancario, el MNRT difundi un comunicado en el que se defina como peronista y revolu-cionario. Y cita en extenso una declaracin de la organizacin: El MNRT tiene el orgullo

    15 Bardini, Roberto, op. cit.,

    pg. 93-94.

    16 Hasta ese momento, las

    milicias encabezadas por

    Baxter y Nell que an no

    haban roto con la Tacuara

    fundadora venan efec-

    tuando por su cuenta algu-

    nos pequeos golpes

    comando para apoderarse

    de armas de guerra. Al

    mismo tiempo, recaudaban

    fondos a travs de asaltos a

    farmacias y estaciones de

    servicio, Bardini, Roberto,

    op. cit., pg. 91.

    Posteriormente esta ten-

    dencia se multiplic. Entre

    enero y noviembre de 1963,

    las fuerzas de seguridad

    contabilizaron 43 actos

    terroristas perpetrados

    por Tacuara, entre los que

    se contabilizaban ataques a

    centinelas, robos de armas,

    acciones contra compaas

    extranjeras, etc., Bardini,

    Roberto, op. cit., pg. 29.

  • LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA HISTORIA I DEBATES I DOCUMENTOS21

    de decir que es una de las organizaciones peronistas que viene cumpliendo con mayor dis-ciplina las instrucciones tcticas y estratgicas del Jefe del Movimiento, y por eso hoy esatacada de nazi o izquierdista, segn convenga a la prensa del rgimen para desorientara la opinin pblica y sembrar la confusin en las filas del pueblo... El MNR Tacuara no esni de derecha ni de izquierda, porque tanto una como otra son, consciente o inconscien-temente que para el caso es lo mismo sostenedoras del rgimen de explotacin... ElMNRT es peronista y revolucionario. 17.

    Desde esta perspectiva, el MNRT se present ms como una evolucin izquierdista dela Tacuara original, fuertemente influenciada por la tradicin de la Resistencia Peronista, laRevolucin Cubana y los movimientos nacionalistas del Tercer Mundo (especialmente deArgelia y Egipto) que como un representante de la estrategia guerrillera revolucionaria, msall de las declamaciones que por entonces destacaron a algunos de sus integrantes o el pos-terior involucramiento de algunos de ellos en organizaciones como el PRT o los Montoneros.En este sentido, la supervivencia de la denominacin de la organizacin madre en su sectorms radicalizado es un indicativo de la orientacin poltica que lo sostena, y que no estabandispuestos a ceder. Las acciones de tipo militar que llevaron a cabo no pueden ser analizadassin tener esta orientacin como base. En otras palabras, organizados polticamente para con-tribuir al objetivo poltico del regreso del general Pern, las acciones militares del MNRT fue-ron parte de una acumulacin militar-financiera que sostuviera tal estrategia. Su relacin conlas organizaciones poltico-militares de los 60 y 70 no tiene punto de asimilacin.

    Qu entraa, pues, adjudicarle al MNRT la accin pionera de la guerrilla urbana enla Argentina? Por qu insistir en instalar el asalto al Policlnico Bancario como primeraaccin de la misma?

    En primer lugar, no cabe la menor duda que un origen delictivo es un inmejorableescenario para despolitizar y desacreditar cualquier praxis revolucionaria, a la vez que sien-ta las bases de su necesaria represin. Si la accin se desarrolla bajo un gobierno constitu-cional, mueren inocentes y se roba el salario de cientos de empleados, an mucho mejor.No es casual el comentario de Guillermo Rojas, quien escribe al respecto: Se produce unagran confusin y al amparo de la misma los asaltantes toman el dinero, suben a la ambu-lancia y se dan a la fuga, dejando atrs una estela de pnico y muerte. Los disparos de lametralleta haban segado la vida de dos humildes trabajadores: Cogo y Morel, mientras lasesquirlas de los proyectiles haban herido de gravedad a Cullazo, Bobolo y al policaMartnez. La operacin Rosaura culminaba como una delirante mascarada criminal18.Tambin Gutman se hace eco del carcter criminal del operativo, en el que sorprende laaccin de ladrones que disparasen a matar con tanta naturalidad19.

    De esta manera, la accin de la guerrilla urbana o rural, poco importa para el casoqueda atrapada en lo delincuencial y sanguinario (Qu notoria diferencia con el operativocontra el Instituto Geogrfico Militar!). El asalto al Policlnico Bancario, pues, permite