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REVISTA EUROPEA. NÚM. 18 28 DE JUNIO DE 1 8 7 4 . AÑO I. EL RENACIMIENTO ARTÍSTICO EN ESPAÑA. Exposición permanente de Bellas Artes. (Conclusión.) + IX. Cuando hablamos de nuestro renacimiento ar- tístico, no incluimos, para desdicha nuestra, la escultura. A pesar de que en los modernos tiem- pos nacieron en España valientes escultores, con- tinúa la escultura relegada en la noche de la más enojosa indiferencia. Arte decorativo—como nin- guno—parece hallarse fuera de las necesidades de nuestra sociedad. Aquí no se levantan esta- tuas, porque ni hay verdadero patriotismo, ni costumbres públicas, ni nada de lo que forma el medio moral donde la escultura podia desenvol- verse. Siendo la escultura un arte antes social y colectivo que individual y privado, basta estu- diar los caracteres de la crisis que vivimos hace cuarenta años, para explicarnos el triste hecho. Durante siglos sólo se labró el simulacro iconís- tico, con notable perjuicio del arte, por sus exi- gencias singularísimas; vino luego el marasmo y los despropósitos de Churriguera, y cuando el arte escultórico pudo aspirar á otras ventajas, la persistencia de antiguas preocupaciones de una parte, y el predominio de las pasiones de partido por la otra, estorbaron su dilatación, según que recomendaban las necesidades de la cultura y de los tiempos. Todo florecimiento escultórico responde á un estado particular del sentimiento público. La es- tatua en su más alta expresión, es siempre un monumento nacional. No levanta España monu- mentos, porque estos requieren grandes arran- ques de entusiasmo, en cualquier concepto que se le tome, y el entusiasmo no es propio de un pe- ríodo de duda, desconfianza y pesimismo, traído por las infecundas y apasionadas controversias del personalismo político, que no de la ciencia del Estado ni de los principios que rigen la pública administración. En cuarenta años hemos erigido media docena de estatuas y alguna de ellas, como la de Mendizábal, testifica la intolerancia de cier- tas fracciones, mientras la de Cervantes puso de Véanselos números 44, tS, 16 y t7; páginas 417, 449,481 y 515. TOMO I. manifiesto la ingratitud con que la España miró siempre á sus más preclaros hijos. Un extranjero, José Bonaparte, decretó la creación de un monu- mento nacional, costeado por todas las ciudades, al primero de nuestros ingenios. No se cumplió el acuerdo, y sin la condescendencia de Fernando VII, aún no habríamos demostrado públicamente el alto concepto en que teníamos los grandes mere- cimientos del inmortal autor de D. Quijote. Nuestras exposiciones declaran con elocuente testimonio la deplorable exactitud que entrañan nuestros juicios. Siempre ocupa la escultura muy subalterno lugar; y si algún talento despunta, si se registra alguna señal de mejora, no es extraño que el jurado y la administración con sus errores ó sus injusticias, resfrien el incipiente entusiasmo y contribuyan á que tomen por veredas escabro- sas las facultades del neófito. No hay ea nuestra sociedad esa afición manifiesta en otros pueblos por la escultura. Gracias si en estos últimos años se va desarrollando en ciertos círculos algún amor á los productos de la paleta, pues en lo tocante á las obras del cincel, pocos y señalados son los que sientan sus conveniencias y sus bellezas. Carece- mos de la amplitud de miras, de la magnificencia en el deseo, de la liberalidad en la recompensa que pide esta rama del arte. Fijándonos en la ar- quitectura, comprenderemos aún mejor la escul- tura española contemporánea. A la mezquindad de la Mimera responde la ruindad de la segunda. Ni el Estado, ni las corporaciones populares, ni los grandes capitalistas se apartan, en cuanto á la traza y fábrica de los edificios, de la más in- grata rutina. Lábranse hoteles con pequeño apa- rejo, destinados á albergar una generación de pigmeos, y si se emplean materiales más ricos, si se atiende en algo á la exornación, nunca se ve al arquitecto levantarse á las concepciones grandio- sas que tanto abundan en otros paises menos desgraciados que el nuestro, en cuanto á este particular atañe. No puede prosperar la escultura sino en un medio moral adecuado para sus medros. Sin un grado eminente de civilización, la escultura se ar- rastrará por trillados senderos, vegetando en el marasmo más próximo al olvido y la muerte. Tiene el lienzo mayores horizontes donde espa- ciarse; la escultura, por su naturaleza, por sus condiciones, por sus usos más propios y por sus 35

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 18 2 8 DE JUNIO DE 1 8 7 4 . AÑO I .

EL RENACIMIENTO ARTÍSTICO EN ESPAÑA.

Exposición permanente de Bellas Artes.

(Conclusión.) +

IX.

Cuando hablamos de nuestro renacimiento ar-tístico, no incluimos, para desdicha nuestra, laescultura. A pesar de que en los modernos tiem-pos nacieron en España valientes escultores, con-tinúa la escultura relegada en la noche de la másenojosa indiferencia. Arte decorativo—como nin-guno—parece hallarse fuera de las necesidadesde nuestra sociedad. Aquí no se levantan esta-tuas, porque ni hay verdadero patriotismo, nicostumbres públicas, ni nada de lo que forma elmedio moral donde la escultura podia desenvol-verse. Siendo la escultura un arte antes socialy colectivo que individual y privado, basta estu-diar los caracteres de la crisis que vivimos hacecuarenta años, para explicarnos el triste hecho.Durante siglos sólo se labró el simulacro iconís-tico, con notable perjuicio del arte, por sus exi-gencias singularísimas; vino luego el marasmo ylos despropósitos de Churriguera, y cuando elarte escultórico pudo aspirar á otras ventajas, lapersistencia de antiguas preocupaciones de unaparte, y el predominio de las pasiones de partidopor la otra, estorbaron su dilatación, según querecomendaban las necesidades de la cultura y delos tiempos.

Todo florecimiento escultórico responde á unestado particular del sentimiento público. La es-tatua en su más alta expresión, es siempre unmonumento nacional. No levanta España monu-mentos, porque estos requieren grandes arran-ques de entusiasmo, en cualquier concepto que sele tome, y el entusiasmo no es propio de un pe-ríodo de duda, desconfianza y pesimismo, traídopor las infecundas y apasionadas controversiasdel personalismo político, que no de la ciencia delEstado ni de los principios que rigen la públicaadministración. En cuarenta años hemos erigidomedia docena de estatuas y alguna de ellas, comola de Mendizábal, testifica la intolerancia de cier-tas fracciones, mientras la de Cervantes puso de

Véanselos números 44, tS, 16 y t7; páginas 417, 449,481 y 515.

TOMO I.

manifiesto la ingratitud con que la España mirósiempre á sus más preclaros hijos. Un extranjero,José Bonaparte, decretó la creación de un monu-mento nacional, costeado por todas las ciudades,al primero de nuestros ingenios. No se cumplió elacuerdo, y sin la condescendencia de Fernando VII,aún no habríamos demostrado públicamente elalto concepto en que teníamos los grandes mere-cimientos del inmortal autor de D. Quijote.

Nuestras exposiciones declaran con elocuentetestimonio la deplorable exactitud que entrañannuestros juicios. Siempre ocupa la escultura muysubalterno lugar; y si algún talento despunta, sise registra alguna señal de mejora, no es extrañoque el jurado y la administración con sus erroresó sus injusticias, resfrien el incipiente entusiasmoy contribuyan á que tomen por veredas escabro-sas las facultades del neófito. No hay ea nuestrasociedad esa afición manifiesta en otros pueblospor la escultura. Gracias si en estos últimos añosse va desarrollando en ciertos círculos algún amorá los productos de la paleta, pues en lo tocante álas obras del cincel, pocos y señalados son los quesientan sus conveniencias y sus bellezas. Carece-mos de la amplitud de miras, de la magnificenciaen el deseo, de la liberalidad en la recompensaque pide esta rama del arte. Fijándonos en la ar-quitectura, comprenderemos aún mejor la escul-tura española contemporánea. A la mezquindadde la Mimera responde la ruindad de la segunda.Ni el Estado, ni las corporaciones populares, nilos grandes capitalistas se apartan, en cuanto ála traza y fábrica de los edificios, de la más in-grata rutina. Lábranse hoteles con pequeño apa-rejo, destinados á albergar una generación depigmeos, y si se emplean materiales más ricos, sise atiende en algo á la exornación, nunca se ve alarquitecto levantarse á las concepciones grandio-sas que tanto abundan en otros paises menosdesgraciados que el nuestro, en cuanto á esteparticular atañe.

No puede prosperar la escultura sino en unmedio moral adecuado para sus medros. Sin ungrado eminente de civilización, la escultura se ar-rastrará por trillados senderos, vegetando en elmarasmo más próximo al olvido y la muerte.Tiene el lienzo mayores horizontes donde espa-ciarse; la escultura, por su naturaleza, por suscondiciones, por sus usos más propios y por sus

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fueros, no tolera las adaptaciones innúmeras delóleo: dad á la estatua la ancha plaza, el interco-lumnio espacioso, la galería palatina, el pedestalartístico ó la estancia egregia, y brillará con elesplendor de sus ventajas; no la encerréis en losestrechos muros del gabinete, donde se ahogarásin remedio. De aquí especiales condiciones, queno se alcanzan entre nosotros fácilmente. De aquíel que agitándonos en un círculo vicioso no ten-gamos escultores, porque la escultura como insti-tución artística no existe, y viceversa, que la es-cultura no se levante de su postración, porqueno nace en la Península un genio que, como Thor-walsen, la saque de las estrechuras en donde lavemos languidecer.

Que no exajeramos al escribir estas líneas, dí-celo el certamen de la Platería de Martínez. Unescultor por junto, y éste no presenta una obranueva, inspirada por la casi incipiente Exposi-ción, más un testimonio espléndido de su talento,hace años admirado de los inteligentes. D. SabinoMedina no acude al certamen como el joven ada-lid ganoso de un puesto de honor en la artísticapalestra; preséntase como el maestro que con suautoridad sanciona la bondad reconocida del pen-samiento que ha producido la Exposición (1).

Sus dos estatuas la Eurídice y la PurísimaConcepción, ambas esculpidas en blanco mármol,ocupan en la rotonda del edificio lugares prefe-rentes, enseñando al que se propone estudiar conlas comparaciones que suscitan, toda la distan-cia que media entre el arte clásico-pagánico yel romántico-cristiano. Quizá el mismo examencomparativo contribuya, bajo otro concepto, áexplicar el encogimiento de nuestros escultores,la falta de resonancia con que tropiezan en sushonrosos conatos.

Modelada nuestra sociedad en el patrón religio-so-místico durante siglos, no podia aceptar laalta belleza del desnudo, que pide una capacidadestética de que estaba desprovista, y que es elpropio campo de la escultura. Cambiados los sen-timientos y dirigido el deseo tras de otros idea-les, no por esto se han reformado las costumbreseu su total comprensión: hemos destruido lo an-tiguo, pero no lo hemos todavía reemplazado conlo nuevo, y consiguientemente vivimos ese mo-mento crítico de indecisión y sombras, que sigue

( i ) Entre los trabajos conocidos del Sr. Medina, debemos enumerar

los siguientes: La estatua en bronce de Wurillo, levantada en una plaza

de Sevilla, y su reproducción en Madrid. La España victoriota, en már-

mol, para Bailen. Tres estatuas para el mausoleo de Arguelles, Mendiza-

bal y Calatrava, otra para el monumento del Dos de Mayo. El busto de

ArgüéUes para el Congreso de los Diputados, el de Gil y Zarate pata la

Escuela de Arquitectura, y el de Pascual y Colomer para el mismo esta-

blecimiento.

como recuerdo á lo que desaparece y preludia eladvenimiento de lo porvenir.

Con ser la Eurídice una obra digna de los ma-yores elogios, como idea, estilo y ejecución; condemostrar que España cuenta con artistas quepodrían poner la escultura ibérica en el floreci-miento que goza en otros países, no encarna enlas aficiones generales de nuestros públicos, nosatisface una necesidad positiva de la inteligen-cia, del gusto ni de los afectos. Porque la Eurí-dice, ni como simbolismo, ni como concepción ytrabajo, encuentra muchos que la comprendan.Entre los infinitos curiosos que al certamen acu-den, la mayoría siente el color, descifra la armo-nía que resulta de su entonación adecuada, al-canza la sátira que el lienzo encubre, ó se recreaen el realismo bello con que la paleta ha repro-ducido un tipo, un paisaje ó una perspectiva. Go-za la pintura de elementos parlantes, si la frasees permitida, que no posee la escultura, muchomenos cuando no es policroma, como en el casoque nos ocupa. El lenguaje del mármol no resue-na en todos los oidos. Por esto pocos son los quese detienen ante la Etirídice, los que la contem-plan con el respeto y el amor que impone la ma-nifestación de lo sublime, los que disfrutan lasdelicadas armonías que de sus distintas partes sedesprenden.

A los que entiendan que nos faltan medios parafundar una gloriosa escuela de escultura, no lescitaremos las obras de nuestros artistas contem-poráneos, desde Ponzano hasta Martin; con seña-larles la Ewrídice y recordarles el Torero moribundode Novas, habremos demostrado que hay en Es-paña quien siente la escultura, según su tradi-ción helénica más encumbrada, y quien se levantahasta sus más recientes y elevadas exigencias.Ni cediendo á las instigaciones de escuela ó departido sostendremos que la escultura, según elcanon antiguo, debe ceder el campo por completoante la escultura que se inspira en las palpitacio-nes de la vida contemporánea. La escultura es yserá siempre uñarte antiguo, un arte clásico, enel concepto de no consentir las evoluciones tem-porales que sin detrimento admite la pintura:trazar ahora sobre el lienzo el simulacro pura-mente mitológico, parécenos un despropósito;figúrasenos desconocer que la pintura está unidaá la sociedad moderna con lazo indestructible.Pero en orden á la escultura, calculamos quellegó en Grecia á su máximo esplendor, porqueen la serie de los hechos estéticos, el productoescultórico precede necesariamente al trabajo pin-toresco, y el pueblo helénico se hallaba dispuestopor su complexión moral y étnica, así como porel carácter de las instituciones que le regían, para

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aplicar la estética al mármol como ningún otropueblo de la tierra.

Labrarán los modernos peregrinas esculturas,más nunca fuera de las leyes que sancionaronlos Fidias y los Praxiteles. El desnudo será eter-namente el palenque donde en realidad luche yvenza el escultor. Así lo demuestra el arte con-temporáneo. Canova, Thorwaldsen, Solger, Te-nerani, con los demás escultores que en Italia,Alemania, Francia é Inglaterra siguen sus hue-llas, luchan en vano cuando quieren apartarsedel sendero que la Grecia dejó abierto á las fu-turas generaciones; en cambio obtienen laurosinmarcesibles si se inspiran en sus glorias.

Ni esto arguye—como sostienen críticos vulga-res—relativa impotencia de los modernos conlos antiguos comparados. El entendimiento hu-mano es uno, como el arte, sólo que experimentadesarrollos cronológicos y geográficos que deter-minan, según las épocas y los paises, propiosmodos de manifestarse. Si la escultura toca sumeta superior sobre la plataforma del Acrópolo,no quiere esto decir que la facundia estética estéagotada en lo propio á esta rama* artística, quedichosamente afirman lo contrario desde las ma-ravillas del arte florentino, hasta los trabajosque en nuestros mismos dias enriquecen el cau-dal artístico de las naciones cultas. Todas lasventajas de la antigüedad en este concepto estáncompensadas con las que nos son propias en laesfera de la pintura, sin que pueda decirse quehemos decaido, ni que el hombre perdió algunade las facultades hermosas que en lejanas centu-rias aquilataron su valía.

Asilo descubre Eurídice (1). Y que el maestrosiente á la vez la escultura cristiana, dícelo suInmaculada, que aun contenida en los límites dela iconística y de la liturgia, reúne no pocos títu-los al aprecio de las personas inteligentes.

X.

Es de todo punto indispensable que trabajemosen promover un florecimiento escultórico. La pre-sente deplorable situación de la escultura nacio-nal nos rebaja ante los conceptos de los puebloscultos, nos lastima en nuestra dignidad. Con unpoco de celo y de inteligencia, podremos tenerescultura á la vuelta de algunos años. Y para queesto se verifique se requieren varias cosas: pri-mero, que se dibuje como no se dibuja, luego que

(1) Esta obra bella fue muy,8logiada por el célebre escultor Tencra-

ni. En la publicación artística L'Ape delle Belle Arli fue grabada,

acompañando la lámina un encomiástico artículo que esforzaba los mé-

ritos singulares del artista español. No nos explicamos cómo esta joya

no figura en el Museo Nacional del Prado.

la enseñanza oficial reciba modificaciones venta-josas de que hoy adolece.

Hay que comenzar por difundir las obras clási-cas, reproduciéndolas, vulgarizándolas, ponién-dolas al alcance de las muchedumbres, haciéndo-se en España, por medio de reproducciones artís-ticas, lo que se ha hecho, por ejemplo, en Dina-marca, donde Thorwaldsen es tan popular comoaquí puede serlo el primero de nuestros políticosó militares. El conocimiento positivo de las es-culturas antiguas ejercerá notable influjo sobreel gusto y la emulación, y juntamente con estaenseñanza es conveniente propagar la de los tra-bajos escultóricos de la Edad Media y el Renaci-miento. Brotarán del estudio comparativo que deestos monumentos haga el alumno, raudales deinspiración, que dirigidos con acierto por la ex-periencia, quizá nos lleven á triunfos señalados áque no serán ajenos los acrecentamientos de lasluces.

También pueden contribuir á crear una atmós-fera propicia á la escultura los maestros que sos-tienen entre nosotros la fama de los Becerras,Cornejos, Berruguetes y Roldanes. Ora labrandoreproducciones menores de sus obras, que el co-mercio adquiera á precios módicos para esparcir-las por todas las clases, ya autorizando la copiade las joyas antiguas con su dirección inteligen-te. Esculpan nuestros artistas , demás de esto,obras modestas, medallones y bustos históricos,pequeños relieves con temas atractivos; interesenla afición reproduciendo luego el contorno de susestatuas en álbumsque circuleu, sin exigir gran-des sacrificios pecuniarios de los adquirentes;salgan de su retraimiento; modifiquen en lo posi-ble sus pretensiones, que no hallamos, por otraparta» injustas, aunque no adecuadas á nuestrapresente situación; y si á esto se añadiera que lascorporaciones del Estado encargaran obras deco-rativas que estimulasen al ingenio, tendriamosescultura española, como tenemos una pinturacon que podemos sin inmodestia envanecernos.

En una palabra: ante todo, lo que pretendemoses que la escultura se vulgarice; que entre en elcírculo de las corrientes generales de la vida quevivimos; que descienda hasta el nivel de las fortu-nas más modestas, que con discreta intención fo-mente ideas y sentimientos de que ahora participasólo una mínima parte de los españoles. Ni que-remos que todo sea clasicismo: aún puede haceralgo la escultura litúrgica si se la contiene en lí-mites apropiados, y j unto á ella tienen ancho cam-po los temas históricos y hasta los contemporá-neos. ¡Cuánto no podría conseguirse si nuestrosartistas se inspirasen en los episodios heroicosde nuestros anales! ¡Cuánto si labraran, para en-

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tregarlas á la industria, los bustos de nuestraseminencias! ¿Tan ingratos resultados dio la ten-tativa en este concepto, de nuestro amigo Cruza-da Villaamil? ¿No se puede repetir mejorado elpensamiento? ¿No queda nada que hacer en estadirección? ¿No debe el artista buscar su público,formar el gusto, promover la necesidad, hurtán-dose á un quietismo funesto, que á la ruina y aidesaliento conduce sin remedio?

Trabájense, pues, reproducciones hechas pormanos inteligentes de las estatuas clásicas; lá-brense figuras y grupos originales empleando lasmaterias más adecuadas; expónganse bustos, re-lieves, estudios del natural, medallones y otrasobras menores como miembros de exornación,que hallen fácil salida; y si á esto se agrega quelos poderes públicos y las corporaciones compe-tentes auxilien la reforma y estimulen el genio,no será el renacimiento escultórico el único queregistre la crónica nacional de nuestros días.

Ya se dijo que lo óptimo era enemigo de lo bue-no; hagamos por hoy lo posible. Amamos el granarte, el arte escultórico, como Grecia lo ensalzó ypracticó, enriqueciendo frontones, pórticos, celias,áticos y pedestales; pero si no poseemos un Ped-io, contentémonos, á lo menos, conun LaraHo; ob-tengamos, por lo pronto, üguritas de gabinete yde salón, trabajos adaptables á la mezquindad denuestras moradas, que por este camino llegare-mos á la escultura de las colectividades, á los mo-numentos de la nacionalidad ó del patriciado. Nise olvide el carácter de la Exposición permanen-te. No se trata de un certamen oficial, sino de uncampo de experiencias y de ensayos, donde todonoble esfuerzo halla su legítima recompensa, ydonde se prepara el advenimiento de lo porve-nir. Hasta ahora no figuró la escultura en susestancias; la Eurídice está allí, más que comootra cosa, como una justa protesta del genio pa-trio contra el olvido en que se la tiene; pongantodos de su parte, y mientras los unos envían susconcepciones, sin olvidar que el objeto inmediatoes darles salida, atiendan los otros las indicacio-nes á su talento sometidas, y aunen esfuerzos yvoluntades en el sentido propuesto.

¡Cuántas obras subalternas no pueden labrarsecon el cincel tirando á recabar una razonable re-compensa! Ni una sola obra de talla vemos en elcertamen; ni un solo testimonio de la cerámicaartística, que podrían producir nuestros maestrosasociándose á nuestros industriales; ni un bellojuguete cuya posesión traería en pos de sí el de-seo de otener algo más elevado y meritorio. ¡Des-conocemos los bronces artísticos, imitaciones deiantiguo, ni gozamos ninguna de esas bellasfruslerías con que el arte del grabado dando bulto

á sus creaciones, acrecienta la riqueza del mobi-liario más con la elegancia de sus líneas que porel alto precio de los materiales empleados! Des-cienda en lo razonable el arte de su alto asiento;baje á fecundar la obra suntuaria é industrial, yel esfuerzo redundará en beneficio común. Delos países cultos, sólo España no utiliza los testi-monios del arte arcaico como medio de embelle-cer los productos industriales. Inglaterra, Ale-mania y Austria, especialmente, son en esto mo-delos que deberíamos seguir. La Exposición uni-versal deViena nos dejó más que satisfechos bajoeste respecto. Los germanos, sobre todo, ofrecie-ron á la consideración de los hombres de gustouna serie de manufacturas, donde las galas delarte más bello habían acudido á embellecer losobjetos más triviales, contribuyendo por tal modoá rectificar y aun formar el gusto de las muche-dumbres, con señalado favor de la civilización.

Tema es este que desarrollaremos en otros es-tudios; por lo pronto, limitémonos á llamar laatención de los artistas y de los amigos de lo bellosobre las precedentes advertencias, sometiéndolastambién al talento práctico y á la ilustración re-conocida del Mecenas de la Exposición, Sr. Bosch,de cuyas excelentes disposiciones hemos ya obte-nido más de un testimonio, que le honra y dis-tingue por extremo.

XI.

Después de escrita la parte que en este ligeroEstudio consagramos á la pintura , hánse reti-rado muchos cuadros, y se han expuesto otros.Felicitamos á los autores de los primeros, quecon tan buena estrella se anuncian, y en cuantoá los segundos, no tenemos motivos para modifi-car las observaciones que hicimos oportunamentetocante á las tendencias que notamos en el artecontemporáneo. Como coloristas, los artistas es-pañoles, en general, sostienen con éxito las tradi-ciones de la madre patria; en lo propio á la con-cepción de los asuntos y al dibujo insistimos enque urge una reforma que mejore la primera, dán-dola la debida importancia, y que rectifique losdescuidos de que el segundo adolece.

Han expuesto cuadros últimamente los señoresCabral Bejarano, Contreras, Cala, Atalaya, Este-ban, Franco, Gesa, tJrgelles, Valdivia, Esquivel,López (D. Enrique), Manresa, y algún otro; entreéstos, séanos permitido llamar poderosamente laatención del público hacia el bello cuadro de Con-treras, representando el interior del Torreón de la,prisionera en la Aíhainbra. Es. un estudio de cos-tumbres locales por demás interesante. Sentadosen el suelo aparecen una gitana que teje su ca-nasto de mimbres, y un muchacho, al parecer su

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hijo. Junto á ella, de pié, apoyándose sobre unode los pilares que sostienen la bóveda de la torre,un gitano anciano, y más allá, de frente, otro gi-tano en actitud de salir á ejercer su preferido ofi-cio de esquilador. Como idea, dibujo y entona-ción , este cuadro es excelente. Muestra en elartista exquisito talento de observación, y los de-talles arquitectónicos, con la manera de distri-buir las luces y de disponer la escena, denuncianun hombre de gusto, que sabe recoger las notasmás bellas y armoniosas de lo real. Este génerorequiere un alto sentimiento estético, si no ha deofrecer los vulgares rasgos que lo han señaladodurante mucho tiempo y en la generalidad decuantos lo cultivaron.

También merece encomios el cuadro del señorFranco, artista valenciano, que sigue los progre-sos de aquella escuela; así como la escena de lavida taurómaca, que con feliz acierto ha pintadoel Sr. Esquivel. Aún mayores elogios reclama eladmirable cuadro de naturaleza muerta que ex-pone el Sr. Gesa. He aqui un digno rival—y escuanto podemos decir—de Jiménez. Sostiene Gesacon honra la competencia con el inspirado autordel Sálvese el que pueda, y su lienzo, único que deél conocemos, muestra, no al discípulo dotado conhermosas facultades, sino al maestro que con en-tera confianza en sí mismo acomete y dominalas más graves dificultades de su arte. Reclama-mos toda la atención de los inteligentes sobre estelienzo. En su clase, es una obra maestra, que en-seña hasta qué punto hemos adelantado en nues-tra cultura artística. Gesa dibuja admirable-mente, compone con raro acierto, siente el natu-ral—en su más delicada nota—como el primero,y sabe reproducirlo en los más característicos de-talles, sin que su obra degenere en fotografía. Lareputación de este artista está hecha. Ha bas-tado su presencia para que la crítica le aclamecomo uno de esos talentos privilegiados que ha-llan por sí mismos el camino verdadero de su vo-cación gloriosa.

Gesa y Jiménez serán en lo futuro timbres hon-rosos del arte español en el siglo XIX, y susobras, consagradas por el juicio más imparcial yel tiempo, constituirán siempre bellos modelos,que la juventud seguirá con fortuna.

XII.

No terminaremos este somero ensayo sin emi-tir alguna idea tocante á la manera como está or-ganizada y funciona la Exposición, y á las refor-mas que no dudamos introducirán sus directoressi consultan sus intereses, los de los artistas y elpúblico.

Con arreglo á las condiciones que los señores

Bosch y compañía han hecho circular, cada ar-tista puede presentar dos Obras, y una cada es-cultor, que quedarán expuestas durante seis me-ses: trascurrido este plazo, habrán de retirarlas,si no se hubiesen vendido, pudiendo reemplazar-las por otras. Además de las obras al óleo, cadaartista está facultado para exponer los dibujos,acuarelas y grabados que estime convenientes.Todos con sus respectivas molduras.

Parécenos que esta primera cláusula es de todopunto aceptable; pero como nada se dice del plazoque deban de estar expuestas las obras que sevendan, entendemos que en bien del arte y delmismo interesado, convendría señalar un términodentro del cual no pudiera retirarse la obra. Sóloexperimentaría excepción esta regla cuando elcomprador hubiese de ausentarse de Madrid an-tes de que aquel espirase. En todo otro caso, elcomprador recibiría desde luego el talón que acre-ditaba la venta, pero la obra continuaría expuestapor un período de tiempo prudencial, que fija-ríamos entre quince y treinta dias. De este modono se repetiría lo que ya ha acontecido: llegar va-rios lienzos por la mañana al local del certamen,y retirarlos un comprador, sin figurar ni unahora en los muros del edificio. Y esto no favoreceal autor ni al arte, porque hay que considerarque los señores Bosch se han propuesto algomás que asumir el papel de agentes corredoresde cuadros y que su casa sea una oficina de trán-sito; han imaginado que con el certamen presta-ban un servicio positivo á su patria, á la cultura,al arte y á los artistas, y bajo esta relación, elpúblico, que paga su estipendio á la entrada,tiene derecho á disfrutar de todos los lienzos queregistran los libros de la empresa.

Si fuéramos atendidos, habiamos de aconsejarque la renovación de cuadros fuera periódica;todos los primeros diez dias de cada mes, porejemplo, y la retirada de los vendidos los diezúltimos: por tal modo existiría algún método,algún orden en la Exposición, y los aficionadosconstantes en el estudio regularían sus visitassin la contingencia de repetirlas sin fruto, ó deperder la ocasión de examinar una tela que bienmerecía este trabajo. Ni se objete que á veces elartista vendió de antemano el lienzo, y que nose propone exponerlo sino por brevísimo plazo.Esto no destruye la argumentación que precede.Destínese un departamento para las obraa quese presenten en tales condiciones, y la dificul-tad habrá desaparecido. La regla debe de apli^carse á las obras que constituyen lo que llamaría-mos el fondo de la Exposición: éstas deben estarvisibles cierto número de dias para que todo elmundo las goce, para que constituyan temas de

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enseñanza directa 6 indirecta para los unos, yestímulo y aguijón para los otros.

Ofrece la empresa en otra cláusula hacer foto-grafiar los cuadros dignos de esta distinción, áfin de darlos k conocer rápidamente, dentro yfuera de España. La idea es feliz, pero á la vezcalculamos que seria sumamente oportuno quela empresa publicara mensualmente un modestoBoletín, reducido á una hoja numerada, dondeconstaran todas las obras nuevamente recibidasy las enajenadas, fijando los precios en venta delas primeras y las cantidades obtenidas por lassegundas. Esto estimulará á muchos á hacer ad-quisiciones, y será uno de los medios que debenemplearse para ir creando la atmósfera más pro-picia y conveniente para los mismos artistas. Co-nocemos las razones que se aducen contra estaidea, pero no pueden admitirse en serio. Tambiénnosotros respetamos las pretensiones del amorpropio, pero sólo hasta cierto punto. Ante el in-terés racional de todos—de todos, entiéndasebien—no puede llevar la voz solamente la sus-ceptibilidad exagerada de unos pocos.

Nada abonan los artistas á la empresa; sólocuando venden su obra la entregan un 10 por100. No es desproporcionada esta remuneraciónsi se consideran los servicios que aquella prestay los gastos que el certamen la impone.

Nuestro proyecto de lista periódica excluye lanecesidad del catálogo.

Hemos oído que la empresa se propone la ad-quisición y rifa de algunos cuadros. El pensa-miento es bueno y merece estudiarse, siendo sus-ceptible de mejoras. La sociedad protectora deBellas Artes, fundada en Sevilla hace cuatroaños, lleva rifados á esta fecha más de cientoveinte cuadros, que han pasado á manos de susmiembros, gracias á la módica cuota mensualcon que éstos sufragan los gastos de la Exposi-ción permanente allí establecida y el valor delas obras rifadas. Algo semejante á esto con-vendría hacer en Madrid. Si los señores Bosch ycompañía no quieren constituir sociedad, bas-tándose ellos por sí para los dispendios que elcertamen exige, no harían mal en abrir suscri-ciones periódicas á cierto número de obras, dis-tribuyendo su valor en un número de billetes demódico precio. Conflaríase luego á la suerte eldesignar quién debía obtener la presea.

Obraría asimismo cuerdamente, anunciandoperiódicos certámenes, eligiendo, una vez reali-zados, las obras más meritorias, y cediéndolas,siempre por suerte, á los que se suscribieran pre-viamente con el fin de adquirirlas. Por tal modopodría fomentar la afición á ciertos géneros artís-ticos, recompensando los afanes de los profesores.

La misma empresa haria una cosa buena en-cargando á artistas de crédito cierto número dereproducciones de esculturas selectas, antiguasó modernas, de dimensiones reducidas, para ce-derlas al precio justo al público. Menester estocar todos los resortes imaginables en beneficiode la institución artística, no olvidando nunca elaspecto industrial del pensamiento, ni los mediosadecuados para excitar el interés de todos y ha-cerlo servir en beneficio mutuo de artistas, afi-cionados y compradores.

Aún algo le quedaría que hacer á la empresa,y este algo seria adquirir en el extranjero foto-grafías de los cuadros más notables reciente-mente pintados, para darlos á conocer en España;comprar también algunas copias ó ejemplares deesculturas, relieves, acuarelas y aquas fuertes demérito reconocido, vendiéndolos con el aumentode su comisión, y por último, constituir en ellocal una pieza destinada á gabinete de lecturade periódicos artísticos nacionales y extranjeros,y centro y agencia de noticias, donde artistas ypúblico entrarían por una módica retribución,que seria muy llevadera para los concurrenteshabituales, de fijarse una cuota mensual quesufragase el importe de las suscriciones y elsueldo del custodio. Recibiríanse por éste todaclase de encargos referentes á Bellas Artes, nodejando de admitir el pedido de publicacionesestéticas, ni renunciando á la venta de antigua-llas, si con aquellas ó las gráficas aparecían re-lacionadas, y de objetos empleados por las mis-mas en sus diversos usos y operaciones.

F. M. Tramo.

DEBERES DE LAS POTENCIAS NEUTRALES.

(Conclusión.) *

Tratados entre Prusia y los Estados-Unidosen 178SJ y en 1799.—Resulta de estos estudios que, alfijar los principios liberales del tratado de 1788, losgrandes hombres de Estado que lo firmaron mostra-ban, no sólo una idea humanitaria y filosófica, sinotambién positiva solicitud por los intereses materia-les de sus subditos, como entonces se comprendían, yteniendo en cuenta la impotencia marítima de ambasnaciones en aquella época. No queremos disminuir lagloria de los Federico, de los Washington, de losHertzberg y de los Franklin atribuyéndoles conside-raciones más bien prácticas que teóricas. Al ajustareste tratado, cuya duración limitaron á diez años, es-taban evidentemente persuadidos de que, en las

* Véaseel número anterior, pág. 519-

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guerras marítimas, el único papel á que podían aspi-rar era el de una neutralidad absoluta, y por ello, alfijar las reglas del derecho marítimo, sólo se ocupa-ron del derecho de los neutrales, sin preocuparse porlos de los beligerantes. Sin admitir esta considera-ción práctica no puede explicarse que, aun antes deespirar dicho término, cuando se entablaron nego-ciaciones para un nuevo tratado, el gobierno ame-ricano declarase del modo más terminante que susintereses le impedían sancionar de nuevo la cláusulafinal del artículo 23 del tratado de 1788, que habia ga-rantizado la inviolabilidad de la propiedad privada delenemigo, en caso de guerra, entre ambas partes con-tratantes. He aquí cuál era el texto de esta frase íinal:

«Todos los buques mercantes y comerciantes em-pleados en el cambio de productos á diferentes sitios,y destinados por consecuencia á facilitar y esparcirlas necesidades, las comodidades y las dulzuras de lavida, pasarán libremente y sin ser molestados. Ambaspotencias contratantes se comprometen á no dar nin-guna concesión á buques armados en corso que lesautorice á tomar ó destruir estos buques mercantesó á interrumpir su comercio.»

El texto del artículo 12 del tratado de 1799 explicadel modo más elocuente el cambio que se habia veri-ficado después en la política de los Estados-Unidosrespecto á este punto. Dicho artículo dice así:

«Habiendo probado la experiencia que el principioadoptado en el artículo 12 del tratado de 178b, á sa-ber: que el pabellón cubre la mercancía, no ha sidobastante respetado en las dos últimas guerras, ysobre todo en la actual, ambas partes contratantes seproponen, cuando la paz general se restablezca, con-certar, sea entre sí particularmente, ó de acuerdo conotras naciones que estén también interesadas, arre-glos con las grandes potencias marítimas de Europa,y principios duraderos que puedan servir para conso-lidar la libertad y la seguridad de la navegación y delcomercio de los neutrales en las venideras guerras.Si en el intervalo alguna de las partes contratantesse encontrase complicada en una guerra, y la otrapermaneciese neutral, los buques de guerra y corsa-rios de la potencia beligerante se portarán con losbarcos mercantes de la potencia neutral tan favora-blemente como el curso de la guerra lo permita, ob-servando los principios generalmente reconocidos ylas máximas del derecho de gentes.»

Comparando los documentos americanos relativosá ambos tratados de 1185 y 1799, se ve que, cono-ciendo los americanos los inmensos recursos de supatria y el empleo que podían hacer, en una eventua-lidad, entonces inminente, de guerra con una potenciamarítima, las consideraciones ideales y los derechosde los neutrales que habían presidido á sus liberalesproposiciones en 1788 quedaron relegadas al segundotérmino.

El 13 de Mayo de 1799 el presidente Adams escri-bía á su Secretario de Estado F. Pickering, lo si-guiente :

«Es preciso que el artículo 23 de nuestro tratadode 1788 se suprima en el nuevo tratado, porque nodebemos renunciar á las patentes en corso. No es pro-bable que la legitimidad del corso se ponga en duda,pero conviene tomar todas las precauciones contra elabuso que pueda hacerse. La política del corso es degrande importancia páralos Estados-Unidos. Nues-tra marina de guerra es y será, durante algún tiem-po, poco numerosa, pero en cambio somos fuertes porel número de nuestros marineros y por la riqueza yespíritu emprendedor de nuestros conciudadanos. Porello los buques armados en corso son para nosotros elprincipal medio para perjudicar al enemigo que hagael comercio marítimo. Justifica que de él nos sirvamosnuestro vasto comercio, que se extiende por todos losmares, encontrándose por consecuencia más expuestoque el de cualquier otra nación á las depredacionesde los corsarios y de las potencias marítimas.»

Tanto en 1799 como en 1788, los principales re-sortes de la política de Prusia en materia de derechomarítimo fueron su convencimiento de que no teniaporvenir en el mar, y el cuidado de precaverse en sucualidad de neutral contra las prácticas excesivas delos beligerantes.

Al final del informe que los conde3 de Hertzberg yde Finckenstein presentaron el 17 de Diciembre sobreel proyecto de tratado americano se lee el siguientepárrafo relativo á los artículos 13 y 23:

«Las proposiciones de los Estados-Unidos traspa-san ciertamente los principios que siempre hemosprofesado, suprimiendo por completo las capturas yla guerra contra los particulares no armados, y ex-ceptuando de la confiscación hasta los artículos decontrabando que deben ser restituidos ó compra-dos á los propietarios, á monos que se prefiera impe-dir tan sólo que sean entregados al enemigo. Opina-mos, sin embargo, queV. M. podrá aceptar estas pro-posiciones sin titubear, visto que, de una parte hon-rarían su moderación, y de otra no es fácil prever quese encuentre en guerra con los Estados-Unidos ó conotra potencia marítima.»

La influencia de está opinión fue tan grande, que losnegociadores prusianos del tratado de 1799 no discu-tieron la cuestión de saber si había lugar á suspenderel articulo 13, aun después que los americanos pidie-ron, como hemos dicho, la suspensión del artículo 12y la supresión dol 23, que forman, sin embargo, unconjunto de principios con el artículo 13. Excluyendode sus consideraciones toda guerra marítima en quePrusia pudiera tomar parte , ó hacer por su cuentacontra 'una potenaia marítima, los plenipotenciariosprusianos no preveían que el artículo 13 resultaraalgún dia perjudicial á los intereses de su patria, y

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sobre todo que los americanos abusaran, á costa dePrusia, de una estipulación propuesta por los funda-dores de la Union como elemento de un nuevo siste-ma de derecho marítimo más generoso, que se vana-gloriaban de inaugurar, con la monarquía del granFederico.

Tratada de 1828, hoy vigente.—El mismo des-cuido habia en Berlin cuando se negoció el tratado de1828, ajustado con el único objeto de terminar unadesigualdad, ocasionada por una mala inteligencia enel tratamiento de los buques mercantes <*e ambospaíses en los respectivos puertos. El Secretario deEstado de la Union Mr. Clay, habia informado á losrepresentantes extranjeros en Washington, de queiba á ser aprobada una ley para garantizar á los bu-ques de comercio extranjeros al mismo tratamientoque á los buques americanos, en cuanto á la navega-ción indirecta.

Pero, mientras el gobierno prusiano publicaba in-mediatamente un decreto que aseguraba en los puer-tos de Prusia completa igualdad de tratamiento á losbuques de comorcio americanos con los nacionales,la anunciada ley americana encontraba dificultadesimprevistas en el Senado de los Estados-Unidos, y suaprobación se hacia esperar en vano.

Para satisfacer las justas reclamaciones de los co-merciantes prusianos contra un estado de cosas per-judical á sus intereses, el gobierno de los Estados-Unidos ofreció ajustar con Prusia un tratado de reci-procidad, relativo á la navegación indirecta.

Al principio de las negociaciones que con este mo-tivo hubo, no se hablaba de la cuestión de insertaren este tratado las reglas de derecho marítimo entiempo de guerra; pero no estando vigente el tratadode 1799, creyóse en Berlin deber aprovechar laocasión para renovar las disposiciones de los prece-dentes tratados relativos á los derechos de los neu-trales. Versaba la cuestión principalmente sobre elartículo 12 del tratado de 1785, suspendido, segúnse recordará en 1799, y que sancionaba el principio deque «el pabellón cubre la mercancía.» El Ministro deNegocios extranjeros hizo á sus colegas de Prusia laobservación de que, no poseyendo esta nación marina,no podía hacer que prevaleciese un principio con-trario á la práctica de las grandes potencias marí-timas de Europa, y tampoco convenia retardar la con-clusión del tratado respecto á su principal objeto, paraconcertar disposiciones de detalle respecto al contra-bando de guerra y al bloqueo que, en su concepto,debieran acompañar este principio á fin de evitar in-terpretaciones y aplicaciones divergentes.

La confianza prevaleció todavía, y el Encargado deNegocios del Rey en Washington recibió plenos pode-res y autorización bastante para pedir y aceptarpura y simplemente que se declarase en vigor el ar-tículo 12 del tratado de 178S y los artículos 13 y

24 del tratado de 1799, sin arriesgar que la con-clusión del tratado experimentase ningún retardo.Respecto al artículo 13 del tratado de 1799 dccianlas instrucciones fechadas en 28 de Enero de 1828,que el Encargado de Negocios podría, si el gobiernoamericano lo deseaba, consentir en su modificaciónconforme al artículo 13 del tratado de los Estados-Unidos con Suecia de 1783, que permitía la confis-cación del contrabando de guerra, lo cual responderíatambién á los principios de la neutralidad armada.

Resulta de un informe del Encargado de Negocios,fechado en 2 de Mayo de 1828, que acompañaba alnuevo tratado, firmado la víspera, que hubo grandesdificultades para que se declarara en vigor sin con-dición el artículo 12 del tratado de 178S. El gobiernode los Estados-Unidos pretendía que el principio deque el pabellón cubre la mercancía, no se practicaraen guerra con una tercera potencia que se adhirieseal tratado. El plenipotenciario prusiano logró vencerestos escrúpulos, pero creyó deber apresurar la fir-ma del tratado para no comprometer su ratificaciónulterior, entrando en negociaciones, á fin de que semodificaran los artículos 13 y 24 del tratado de 1799,con relación al reconocimiento del principio de lainviolabilidad de la propiedad privada en el mar.Creyóse únicamente autorizado para consentir, sininstrucciones expresas, en una nueva estipulaciónque consiguió en el artículo 13 del tratado pruso-americano de 1828, y que era conforme al articulo 18del tratado entre los Estados-Unidos y Suecia de1827. Esta estipulación asegura á los buques mer-cantes neutrales, con destino á un puerto que se su-ponga bloqueado, el derecho de no ser capturados ócondenados por haber intentado la primera vezentrar en dicho puerto, salvo si se probara que, du-rante su viaje, habia podido y debido saber que du-raba el bloqueo del puerto en cuestión.

El gobierno prusiano se apresuró á enviar á su re-presentante laratiticacion del tratado, instruyéndole almismo tiempo á fin de que aprovechara el intervalohasta espirar el término convenido para el cambio deratificaciones,quo era el 1.° de Febrero de 1829, conobjeto de comentar con el gobierno de los Estados-Unidos tres artículos adicionales que contuviesen ex-plicaciones detalladas respecto al corso, al bloqueo yal contrabando de guerra. No habiendo llegado, poraccidente, las instrucciones, sino después del términoestipulado, observó Mr. Clay que podia entorpecersela ratificación por el Senado del protocolo principal,si al terminar la legislatura se entablaban nuevasnegociaciones, cuyo resultado y éxito no podia pre-ver el gobierno de los Estados-Unidos, á pesar de suconstante interés por los derechos de los neutrales.El representante prusiano no se atrevió á afrontar estepeligro, y se verificó el cambio de ratificaciones el 14de Marzo de 1829, dejando para futura negociación el

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arreglar los indicados puntos. Pero al poco tiempodeclaró el gabinete de Washington que el Presidentey el Secretario de Estado tenian escrúpulos para em-prender una negociación tan importante, cuando es-taba próximo á terminar el período de su gobierno.El gabinete prusiano no volvió á insistir, y las cosasquedaron así tácitamente.

De este modo el artículo 13 de los tratados de 178S5y 1799 pasó sin cláusula ni reserva al del 1828.

Ya hemos manifestado que esta disposición esúnica, porque no existe nada análogo en ningún otrotratado, ni de los Estados-Unidos con los Estados deAlemania, ó con las demás potencias, ni de Prusiacon ningún otro tercer Estado. Además, el principiose encuentra en contradicción con la práctica gene-ral y con la segunda y tercera regla de la declaraciónde Paris de 16 de Abril de 18S6.

El descubrimiento de que esta excepción á la reglageneral estaba aún en vigor entre Prusia y los Esta-dos-Unidos, tuvo en 1870 el doble efecto de que ladiplomacia alemana no pudo quejarse en Washingtonpor la venta de armas y otras municiones de guerraque públicamente hacian los americanos á los fran-ceses, y de que tuviera que abandonarse la correspon-dencia entablada hacia algún tiempo entre el Embaja-dor de Alemania del Norte y el Forsing Office, puestoque en vista de los procedimientos de América, lasreclamaciones contra la política de neutralidad do laGran Bretaña habían perdido hasta la última proba-bilidad de buen éxito.

Tecemos derecho á decir que el recuerdo de tal• experiencia no permitirá que el principio del famoso

artículo 13 prevalezca por mucho tiempo. Este re-cuerdo influirá seguramante en el tratado que debeajustarse entre los Estados-Unidos y el imperio ger-mánico, como ha producido ya el resultado de que elpríncipe de Bismarck haga entender en Londres queAlemania no se adherirá á las reglas del artículo 6.°del tratado de Washington, sino se extienden á la en-trega de armas y otras municiones de guerra.

Al interés de América de que sean aceptadas porlas demás potencias el principio de la inviolabilidadde la propiedad privada en el mar, y las reglas delartículo 6.° del tratado de Washington en el sentidoque se les ha atribuido en Ginebra, se unirán algunasconsideraciones prácticas para inclinar la opinión pú-blica de los Estados-Unidos á la concesión que acaba-mos de indicar.

La importancia de esta concesión disminuirá nece-sariamente á medida que las potencias continontalesse encuentren en el caso de interceptar los artículosde contrabando procedentes de un país neutral y des-tinados al uso de los beligerantes. Ahora bien: vistoslos esfuerzos que ha hecho Alemania desde 1871 paraaumentar la marina de guerra, y que no tardarán enasegurarle el medio legitimo de hacer el comercio de

que se trata más peligroso y menos lucrativo que loh? sido en 1870 y 71, este tráfico perderá para Josque lo hacen su principal atractivo.

Si se tiene en cuenta además que la marina mer-cante alemana es ya la segunda de Europa, y que lasconstrucciones navales aumentan dia por dia, se com-prenderá fácilmente que el imperio alemán podrá porsu parte, si el caso llega, causar gran perjuicio alprincipio de que «la neutralidad prohibe la entregade armas y de otras municiones de guerra á los beli-gerantes»; porque creemos que el negarse á aceptareste principio desligaría á Alemania del deber moralde respetar las reglas de neutralidad correspondien-tes que los Estados-Unidos y la Gran Bretaña hanfijado en el art. 6.°, respecto al equipo de buques enla jurisdicción de un gobierno neutral.

A pesar de estas razones que, en nuestro concepto,militan más cu interés de América que en el de Ale-mania para la conclusión de un tratado sobre la in-dicada base, se cree que, sin el apoyo eficaz de laopinión pública, el gobierno de los Estados-Unidosvacilará en aceptar el principio propuesto por Alema-nia como complemento necesario á las reglas del ar-tículo 6.°, porque, con más razón qute otro alguno, elgobierno de los Estados-Unidos cuida de que su polí-tica sea aprobada por el pueblo; pero creemos que elbuen sentido de éste prefiera la conclusión de un tra-tado, que responda á un verdadero interés nacional ydigno de la política generosa que siempre han reco-mendado los Estados-Unidos en materia de derechomarítimo, á la especulación indigna de algunos indi-dividuos que de antemano calculan las ventajas quepodrán sacar de las desgracias de naciones amigas. Elgrito de indignación exhalado por los alemanes resi-dentes en los Estados-Unidos, y que resonó hasta enmedio del Congreso, á causa de la entrega de efectosde guerra á Francia por los americanos, nos parecede buen augurio.

Debemos manifestar con este motivo nuestra adhe-sión al vivo sentimiento expresado por Mr. Rolin-Jac-quemyns en su noticia necrológica publicada en estaRevista de derecho internacional en 1872, á propó-sito de la muerte de Mr. Francisco Lieber. Su pode-rosa influencia hubiera contribuido á vencer las difi-cultades que todavía existen por parte de la opiniónpública en los Estados-Unidos para la adopción de lapredicha base en un tratado sobre derecho marítimo,porque en un artículo que publicó el eminente juris-consulto, en el tercer cuaderno de la Revista, corres-pondiente á 1872, á propósito de la venta de armasque el gobierno de los Estados-Unidos hacia durantela guerra franco-alemana, se leen reflexiones que nosprometían el precioso auxilio de este sabio, y que seresumen en la siguiente proposición:

«De la misma suerte que después de la cuestióndel Alabama ha llegado á ser necesario fijar reglas

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concernientes á la neutralidad en un tratado entretas naciones dominantes de la tierra, así también,después de la venta de armas en Washington, es in-dispensable un tratado que prohiba en lo porvenir ta-les ventas por los neutrales, flagrante bello.*

Probabilidad de la adhesión de otras potenciascontinentales á un conjunto de reglas acerca de losderechos y de los deberes de los neutrales y de losbeligerantes.—La política de neutralidad que las po-tencias europeas, á excepción de la Gran Bretaña, hanobservado durante la guerra de 1870 y 71, hace es-perar que accederán con gusto á un sistema de dere-chos y deberes do los neutrales y da los beligerantesque inaugurarán los Estados-Unidos y Alemania, re-uniendo los principios del tratado de America conItalia de 26 de Febrero de 1871 y las reglas del ar-ticulo 6.° del tratado de Washington de 8 de Mayode 1871, con la indicada modificación relativa a! co-mercio de armas y otras municiones de guerra.

Recordaráse que todas estas potencias prohiben ásus subditos vender artículos de contrabando de guerraá los beligerantes. Las medidas que han tomado paraasegurar la obediencia á esta prohibición, pruebanque dichas potencias no consideran imposible la fisca-lización necesaria que implícitamente reclaman losdeberes de una estricta neutralidad.

Política de Francia en esta materia.—A pesar deque las apariencias por ahora no sean favorables,Francia no negaría dentro de algún tiempo su adhe-sión á este sistema que le propondrían los Estados-Unidos, porque, recordando la generosa iniciativa queella ha tomado con frecuencia en interés del progre-so, no querrá que la adelante la mayoría de las na- •ciones civilizadas en punto á derecho internacional.

En la obra de Mr. Aegidi «Fm Schiffunter FeindesFlagge» (Inviolabilidad de la propiedad privada bajopabellón enemigo), publicada en Brema en 1869, seencuentran numerosos testimonios del interés que va-rios gobiernos franceses han manifestado por el des-arrollo del derecho marítimo. Gracias á la iniciativade Napoleón III, la Gran Bretaña y Francia proclama-ron al empezar la guerra de Oriente los principios quefueron consagrados más tarde por la declaración deParis, y que, por consecuencia, reconocieron todas lasnaciones de Europa, á excepción de España.

Citaremos algunos párrafos de una Memoria leidapor M. Drouyn de Lhuys el 4 de Abril de 1868 alInstituto Imperial de Francia, titulada: «Los neutra-les durante la guerra de Oriente.» No se puede ex-presar con mayor autoridad el modo de ver del go-bierno francés de entonces, tanto respecto á los de-rechos como en cuanto á los deberes de los neu-trales.

El hombre de Estado francés empezó por hacer no-tar la distinta manera como Francia y La Gran Bre-taña habían comprendido en pasados tiempos los de-

rechos y deberes de las potencias marítimas en tiempode guerra. «Por miramientos, dice, á su aliada contraRusia, Francia debió negarse en la época de que setrata á firmar un tratado de comercio y de navega-ción que acababa de ofrecerle el gobierno de los Es-tados-Unidos, y en el que éste habia insertado unaserie de artículos destinados á sfirmar con nueva au-toridad los principios que siempre habia sostenido, yque no diferian de los de Francia.»

Cita en seguida la declaración de 29 de Marzo de18S4 relativa á los neutrales, á las patentes en cor-so, etc., por la cual el gobierno francés se comprometeá respetar durante la guerra la propiedad del enemi-go su pabellón neutral, exceptuando el contrabandoy la propiedad de los neutrales en pabellón enemigo,con la misma excepción, y á no entregar patentes paraautorizar armamentos en corso; pero esta declaraciónañade que le era imposible al gobierno francés renun-ciar á la captura de los artículos de contrabando deguerra. M. Drouyn de Lhuys continúa haciendo no-tar que los aliados, al notificar á los diversos gobier-nos las disposiciones adoptadas, recordaron que elestricto cumplimiento de los deberes de neutralidadera la condición y la garantía del mantenimiento delas ventajas que estas disposiciones concedían á losneutrales.»

Leyó en seguida una circular de 30 de Mayo de1854, exponiendo todas las ventajas que se asegura-ban al comercio de los neutrales por las declaracionesanálogas de ambos aliados. Uno de los párrafos deesta circular decia así:

«Pero si la unión íntima de Francia y de Inglaterraha permitido establecer un sistema ventajoso para lasnaciones neutrales, debe resultar para éstas unaobligación más estricta de respetar de un modo com-pleto los derechos de los beligerantes. Tenemos, pues,motivos para esperar que los gobiernos neutrales, nosólo se abstendrán de todo acto que pueda presentarcarácter hostil, sino que se apresurarán a tomar to-das las medidas necesarias para que sus subditosse abstengan de empresas contrarias á los deberesde una rigurosa neutralidad.»

Con fecha 8 de Abril de 18S4 el gobierno francésenvió á sus agentes un proyecto de nota que éstos de-bian presentar á los gobiernos neutrales, y dondedecia:

«Reduciendo así el ejercicio de los derechos de losbeligerantes á los límites más cortos, creen con fun-damento los gobiernos aliados que pueden contar conlos esfuerzos sinceros de los gobiernos que perma-necerán neutrales en esta guerra, para hacer guar-dar á sus subditos ó nacionales la neutralidad másabsoluta. Por tanto, el gobierno de S. M. el empera-dor de los franceses confia en que el gobierno de... etc.,acogerá con satisfacción el anuncio de las resolucio-nes tomadas de común acuerdo entre ambos gobier-

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nos aliados, y querrá por justa reciprocidad dar lasórdenes para que ningún corsario con pabellón rusopueda ser armado, ni equipado, ni dejar sus presasen los puertos de... y para que los subditos (ó ciuda-danos) se abstengan rigurosamente de tomar parteen armamentos do guerra, ó adoptar cualquier otramedida contraria úlos deberes de neutralidad.»

Demostró, también M. Drouyn de Lhuys que losneutrales aprovecharon ampliamente todas las facili-dades «que se les habían concedido, sin cometer abu-sos, y que durante la guerra, ni Francia, ni la GranBretaña, tuvieron que arrepentirse de su generosainiciativa.)'

No tardó Francia en tomar las medidas necesariaspara ponerse en situación de cumplir sus deberes deneutralidad, conforme á los puntos de vista generalesreasumidos por M. Drouyn de Lhuys. Recordaráseque, fundándose en leyes y reglamentos franceses,la embajada de Alemania del Norte llamó la atencióndel gobierno británico en 1870, para probarle que suexcusa de no poder atender las reclamaciones alema-nas, sin restringir el comercio del país en general ysin dar motivo de queja á Francia, carecía de funda-mento, si quería hacer uso del derecho que le conce-día la legislación vigente en el país, prohibiendo laexportación de armas por medio de un Order inCouncil y de instrucciones administrativas dirigidas álas autoridades aduaneras.

En el número 9 del titulo II de la ley francesa de 14de Julio de 1860 sobre la fabricación y comercio delas armas de guerra, se lee lo siguiente:

«La exportación de armas ó de piezas de armas deguerra es libre bajo condiciones determinadas por laley ó por los reglamentos de la administración pú-blica.

«Sin embargo, puede prohibirse por decreto impe-rial esta exportación por una frontera para u% des-tino ó por tiempo determinado. Se designarán pordecretos las aduanas por donde la exportación puedaverificarse.

Cuando se prohiba la exportación para ciertos des-tinos, los exportadores deberán justificar bajo laspenas marcadas en el artículo IV del título III de laley de 22 de Abril de 1791, la llegada de armas á undestino permitido, dando fianza al tiempo de la par-tida en las administraciones de aduanas, que se de-volverán según aviso de los agentes consulares deFrancia en el punto de llegada.»

En presencia de tales declaraciones y c!e tales actos,Francia no podrá ni querrá desconocer la justicia y laoportunidad de la condición que Alemania pone paraadherirse á las reglas del artículo VI.

Además, debe esperarse que el daño que Franciase ha hecho á sí misma renegando, al principio de laguerra con Alemania, de Ia3 disposiciones liberalesque la habían guiado en punto á derecho marítimo

durante las guerras de Oriente y de Italia, la pre-disponga mejor qiie en otras épocas, y sobre todomejor que cuando se celebró el Congreso de Paris de1886, á adherirse en adelante al principio déla invio-labilidad de la propiedad privada. En su artículo de1870, ha recordado M. Rolin-Jaequemyns una cartaque el tribunal de Comercio del Havre dirigió el 27de Julio de 1870 á los Ministros del Emperador Na-poleón, relativamente á las presas. En ella decis: «Eltribunal de Comercio no vacila en afirmar que lamarina mercante francesa sufrirá por los perjuiciosque se causen á la marina mercante alemana... que laliquidación de las presas será causa constante de em-barazos, por consecuencia de las reivindicaciones quese hagan y por los daños y perjuicios que se recla-men... Habrá una grande perturbación para el co-mercio y para la marina mercante, y los resultadosde esta perturbación serán desastrosos.»

Los acontecimientos han confirmado ampliamentelas previsiones del tribunal de Comercio del Havrey no dejarán de influir en la opinión pública y en losgobiernos de Francia.

Congreso marítimo de Ñapóles en 1871, favorableá una regla más estricta de los deberes de neutrali-dad.—Como prueba evidente de la grande impresiónque las ventas de armas americanas é inglesas á losfranceses de 1870 y 1871 han producido en la opinióndel público comerciante en Europa, conviene citar lade que el congreso marítimo, reunido en Ñapóles en1871, y que se ocupaba del derecho marítimo entiempo de paz y en el de guerra, ha tomado, entreotras, la siguiente resolución.

La pregunta decia asi:«Cuando el cargamento de un buque se compone

de mercancías libres y de mercancías prohibidas, y lasúltimas son confiscadas, ¿debe respetarse el buque deigual m<J9o que las mercancías permitidas?»

El congreso respondió:«Guiado por el deseo de que el comercio de los

neutrales se contenga estrictamente en los límites desus pacíficos derechos y de que no prolongue lasguerras, alimentándolas, el congreso declara que, ensu opinión, cuando el cargamento se componga deartículos permitidos y de artículos prohibidos, losprimeros deberán siempre ser libres, pero los buqussculpables de trasportar contrabando verdadero y di-recto (es decir, artículos que puedan servir directa-mente al uso de la guerra) cogidos en flagrante de-lito, deben ser confiscables con el cargamento pro-hibido, salvo la facultad de las personas interesadasen dichos buques de probar su buena fe.»

Resumen.—Vista las disposiciones de gobernantes ygobernados en los demás paises favorables á la inau-guración de un sistema de reglas sobre los derechos ylos deberes de los beligerantes; y visto que los go-biernos británico y americano deben atender á la

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opinión pública de sus respectivas naciones, de éstasdependerá en primer lugar el éxito de los esfuerzosencaminados á que las experiencias de la guerra civilen América y de la guerra franco-alemana no seanperdidas para el desarrollo del derecho internacional.

Hemos dicho las dificultades que aún se oponen enInglaterra á la solución de este problema. Se ha vistoel partido que ha sacado el gobierno británico de susolidaridad de hechos con el de los Estados-Unidos,respecto á su adhesión al llamado «principio prác-tico» de que la neutralidad no impide la entrega dearmas y municiones de guerra á los beligerantes.Pero, haciendo constar la gran diferencia que hay en-tre ambos paises respecto á las demás cuestiones in-decisas de derecho marítimo, hemos indicado al mismotiempo el medio que nos parece más eficaz para ven-cer estos obstáculos.

Si los Estados-Unidos, aceptando la condición deAlemania, logran ajustar, primero con el imperio ger-mánico y después con las demás potencias continen-tales convenios, consagrando á la vez los principiosdel tratado entre América é Italia de 26 de Febrerode 1871, y las reglas del tratado de Washington de 8de Mayo de 1872, sobre cuya interpretación se pon-drían fácilmente de acuerdo sin las objeciones de laGran Bretaña, las desventajas del aislamiento que re-sultarían para ésta serian palanca demasiado fuertepara que pudiera resistir largo tiempo; pues para nos-otros es indudable que las potencias firmantes de talestratados se comprometerían, como lo han hecho losEstados-Unidos é Italia, por el ya mencionado, á noaplicar estas reglas y principios á terceras potenciasque se excluyan del nuevo sistema de derecho marí-timo, basado sobre la más perfecta reciprocidad bajotodos aspectos.

Al tratar los diversos puntos de que hablamos, ladiplomacia y la ciencia no deberían perder de vistaque son partea integrantes de un solo conjunto. Lostratados pruso-americanos de 1785, 1799 y 1828, ylos dos tratados que los Estados-Unidos han ajustadoen 1871 han probado hasta la evidencia que el derechointernacional no progresa por convenios aislados, ámenos que no se convenga en ellos sobre las doscategorías de cuestiones que pertenecen á la mismamateria. Las experiencias de 1870 á 1871 han demos-trado cuan perjudicial puede ser á las partes contra-tantes consignar en un tratado los principios sobrelos cuales se está ya de acuerdo, reservando, para unporvenir de que no se dispone, el cuidado de arreglarlos demás elementos del mismo sistema orgánico. Elhecho de que las potencias firmantes del tratado deWashington, al redactar las reglas del artículo 4.°,han cuidado tan sólo de sus propias necesidades é in-tereses, sin que hasta ahora estén dispuestas á aten-der las justas demandas de otras potencias, obliga áéstas á no hacer por su parte concesiones en esta

materia, sin saber antes que la parte contraria aceptasus condiciones legítimas.

Pedir á los beligerantes que respeten la propiedadprivada, á excepción del contrabando, y que consien-tan en restricciones del derecho de visita en caso decontrabando ó de bloqueo, sin definir de un modo pre-ciso lo que se entiende por bloqueo efectivo y porcontrabando de guerra, y sobre todo, sin prohibir álos neutrales que surtan de contrabando de guerra álos beligerantes; pedir á las potencias continentalesque se conformen, en su cualidad de neutrales, conlas reglas del artículo 4.°, que, previendo sólo unaguerra entre dos grandes potencias marítimas, legis-lan únicamente sobre los deberes de neutralidad conrelación al equipo y armamento de los buques, sin quelas potencias marítimas reconozcan deberes análogos,relativamente á las continentales, aplicando los mis-mos principios á la entrega de armas y otras muni-ciones de guerra, parécenos que seria, no sólo unacto de mala política, sino trabajo condenado proba-blemente de antemano á la esterilidad.

Para abrir camino á una solución prática, la juris-prudencia, en vez de ocuparse separadamente de unoú otro punto de controversia, debería, en nuestraopinión, no aislarlos de los demás elementos correla-tivos del mismo sistema.

Partiendo de este punto de vista general y político,desearemos que los ilustres jurisconsultos, encarga-dos de examinar de antemano las reglas de derechomarítimo, propuestas en eltratacfo dí Washington, áfin de preparar el debate que habrá sobre este puntoen las próximas sesiones del Instituto de Derecho in-ternacional, comprendiesen también en sus estudios lasiguiente cuestión prejudicial, según nosotros, alreconocimiento general de estos principios. ¿Debenextenderse las disposiciones del artículo 6.° á losbuques con cargamento de armas ú otras municionesde guerra, y completar desde entonces las referidasreglas con una cláusula cuyo sentido seria declarar»que un gobierno neutral está igualmente obligado áhacer las debidas diligencias para impedir, en los lími-tes de su jurisdicción, la venta ó envió de armas yotras municiones de guerra que razonablemente creacon destino á ser empleadas contra una potencia conla cual este gobierno se encuentre en paz?»

Después de estudiar escrupulosamente el protocolodel tribunal de Ginebra, nos creemos autorizados paraafirmar que la contestación seria afirmativa bajo elpunto de vista del derecho y bajo todos los demás.

Cierto es que en la sentencia arbitral el tribuna!nada ha dicho sobre este punto, pero conviene no ol-vidar que el comercio de armas, etc., era una de lascuestiones que fueron expresamente designadas,«para que no se tomaran en consideración en la sen-tencia que iba á dictar el tribunal, mientras que enpermitir este comercio no hubiera desacuerdo con (a

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prohibición de armar ó de equipar buques de guerra ócruceros.» Sin embargo, todos los arbitros, compren-diendo el nombrado por la Gran Bretaña, estaban deacuerdo en que, en principio, no hay diferencia en-tre las armas y los buques, vista la cualidad de con-trabando de guerra inherente á éstos como á aquellas,cuando los buques son adaptados y destinados á ser-vir de instrumentos de guerra.

Sir Alejandro Cockburn, miembro inglés del tribu-nal, declaró que tenia completamente en este punto laopinión de Galiani, Hubner, Martens, Kent, Heffter,Ortolan, Hautefeuille, Bluntschli y Phillimore. «I en-tirely concur» dijo «in thinking that á ship adaptedand intended for war is clearly an article of contra-band.» Algunas páginas después se lee: «¿In principie,is there any difference between á ship of war andany other article of warlike use? I am unable to seeany.»

Rusulta para nosotros que, á pesar de las-protestascontra el sentido atribuido por la mayoría de ¡os ar-bitros á las reglas del artículo 6.», y especialmente álas palabras «debidas diligensias», la Gran Bretaña noestá ón mejor aptitud que América para combatir conargumentos de derecho la lógica de la tesis de que sidebe imponerse á los gobiernos neutrales el deber deimpedir la salida de sus aguas de buques que pudieranser empleados como instrumentos de guerra contrauna potencia amiga, es indispensable con mayorrazón, imponerles también el deber de prohibir la en-trega á los beligerantes de determinados artículoscuyo único destino es servir para usos beligerantes;porque las armas y otras municiones de guerra noson ciertamente artículos ancipili usits, y no produ-cen, relativamente á su empleo, las mismas dudas queun buque cuando no tiene todas las cualidades de unbarco de guerra propiamente dicho, ó no está equi-pado y armado para el corso.

Terminamos esperando que el Instituto de DerechoInternacional, cuya fundación sinceramente aplaudi-mos, conseguirá hacer aceptables á todas las poten-cias las reglas de derecho marítimo de que aquí hemostratado. En nuestro concepto no bastará encontraruna interpretación que sea aceptable para las dos po-tencias firmantes del tratado Washington, importandoante todo que éstas se dejen convencer de la incom -patibilidad absoluta del llamado principio prácticoque hemos señalado como el mayor obstáculo, no sólopara la adhesión de Alemania y de otras potencias á lasreglas del artículo 6.° de dicho tratado, sino tambiénpara realizar otros progresos á que aspiramos con losfundadores del Instituto de Derecho Internacional.

ENRIQUE DE KUSSEROW.

Consejero de legación en Berlín, miembro del Parlamento alemán.

(Reme de Droit International.)

LA MISA DE RÉQUIEMDEL MAESTRO VERDI. ,

El sentimiento religioso existe en todas las ar-tes. La pintura, la arquitectura, la escultura, lehan pedido en cierto modo sus más elevadas ma-nifestaciones. En música, todos los grandes com-positores tienen sus dias de recogimiento y deaspiración hacia las esferas etéreas. Unos hanescrito obras religiosas en la forma de dramasbíblicos ú oratorios; otros, más seguros en su fe,ó impulsados por su posición á trabajos más es-peciales, han compuesto especialmente música deiglesia. Por todas partes el sentimiento religiosoque emana del hombre para honrar la divinidad,como el perfume nace de la flor para elevarse ha-cia el sol, encuentra su dia, su objeto, su razónde ser, y casi todos los grandes artistas han que-rido añadir á sus trabajos, como homenaje delproductor ínfimo al creador de todas las cosas, laobra que, por su carácter divino, puede elevar elalma sobre nuestra vida terrestre y limitada.

Más ó menos espléndidamente, todos los artis-tas contemporáneos han pagado esta deuda; hastael mismo Rossini, el cantor mundano por exce-lencia, ha compuesto su Stabat y su Misa solemne.Hace tiempo Ambrosio Thomas y Gounod pres-taron este tributo. Verdi, la personificación dela escuela italiana moderna, debía también po-per su piedra en el edificio religioso. Estaba es-crito; pero ¿no podia temerse un error de ese genioirreflexivo, más improvisador que investigador,temperamento de hierro, cuyos apasionados im-pulsos se asemejan á erupciones volcánicas?

Hoy que el hecho está realizado, la prueba noes dudóla, y no hay tal error, sino todo lo con-trario. Por grande que sea la controversia y lacrítica á que dé lugar la Misa, de Réquiem deVerdi, esta obra quedará como manifestacióncompletamente nueva, y, preciso es decirlo, ver-daderamente grande de la fuerza de concepción deeste nervioso compositor.

Para ser lógico con su naturaleza, necesitabaeste músico colorista una circunstancia particu-lar y casi dramática que se uniera á su inspira-ción religiosa. Bien se comprende que Verdi noes de los que componen fríamente una misa porla Pascua ó por la Trinidad. No es el gran poemadel Credo lo que le inspira, sino el Bies ira contodas sus trompetas, todas sus esperanzas y to-dos sus espantos; no es la glorificación única deDios, sino la desesperación por la muerte de ungran poeta, el duelo público, las lágrimas y lossollozos. "Verdi llorando á Manzoni; Verdi, el me-lodista del Miserere de El Trovador i encontrará.

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en estas circunstancias excepcionales y sobrex-citantes nuevas y apasionadas notas para hacernos estremecer y llorar con él.

Pero ¿es este el sentimiento religioso?Sí, y nó. Permítasenos, al llegar á este punto,

definir lo que, en nuestra opinión, debe enten-derse en música por género religioso.

El sentimiento religioso es de dos especies: elmayor, el más puro, el más elevado es sin dudaalguna el del hombre entregado por completo áDios y rodeado de la soledad que le aparta de estemundo; pero el más real, el más verdadero, elmás humano, ¿no es, por el contrario, el del hom-bre de mundo, conservando la fe en medio de susalegrías y de sus dolores, de sus peligros y de suspasiones? De aquí dos variedades de sentimiento,que, para llegar al mismo fin, toman diferentescaminos; de aquí dos modos de expresar la pa-sión hacia la Divinidad: una, la del claustro, aus-tera, contenida, grandiosa, pero fria; otra, la delmundo, convencida pero ardiente, é iluminadasiempre por un reflejo terrenal, alegre ó doloroso.El primer estilo es el de esos monges músicosque escribieron el canto llano , adornándolo consublimes y severas armonías. El contrapunto esla esencia, y el carácter austero la forma de susobras, que llamaríamos de buen grado músicaclaustral, por la impresión que produce de llegaral través de las verjas y de las oleadas de incienso.

Este primer estilo, tomando más extensión conlos progresos de la música, se llenó de fórmulasconvencionales, entre ellas la fuga. Así compren-dido, llegó á ser patrimonio de los grandes maes-tros, y todos ellos escribieron esas espléndidaspáginas de que nos han dejado tan bellos ejemplosPergolese, Mozart, Lesueur y Cherubini. En susmanos el sentimiento dramático se deslizaba dul-cemente, y así debia ser; ¿no es acaso la misa elgran drama divino? He aquí la música de iglesiadramatizada; de ella á la música religiosa mun-dana no hay más que un paso, y en la pluma demuchos compositores es sólo cuestión de tempe-ramento. El sentimiento religioso existirá siem-pre; pero con unos será austero, y con otros seenardecerá al contacto de las cosas terrestres yde las pasiones humanas.

Bien fijada esta diferencia, me encuentro en fá-cil terreno para analizar la obra que el maestroVerdi acaba de escribir. Diré más: dadas la muer-te de Manzoni, el dolor de Italia y la violencia deproyección apasionada del compositor, el géneroreligioso mundano de que hace un momento ha-blaba, traspasará sus límites y llegaremos al gé-nero religioso teatral. ¿Será un mal? No, sin dudaalguna, puesto que producirá una obra eminente,notable, y de seguro muy superior á lo que hu-

biera podido crear este músico de un tempera-mento tan ardiente, si hubiera querido apartarsede su manera habitual de sentir.

La Misa de Réquiem de Verdi, ejecutada porprimera vez el 22 de Mayo último en la iglesia deSan Marcos, en Milán, y que acabamos de oir enel teatro de la Opera cómica, está formada consiete números ó piezas principales; una de lascuales, el Bies irce, tiene las grandes proporcio-nes de un verdadero poema. Una de las singu-laridades de esta audición es la presencia en Pa-ris del maestro dirigiendo la numerosa falangede artistas, de los coros y de la orquesta, que eldirector de la Opera cómica habia puesto á sudisposición. En este acto del compositor, presen-tando su obra por sí mismo y añadiéndole encierto modo una parte de su propia individuali-dad, habia una grandaza que electrizó al público.Si la obra era bella, se convertía en simpática,porque lo que aquella mano firme y convencidadirigía, aquella inspirada frente lo habia conce-bido. Establecida así una homogeneidad de sen-timientos entre la convicción del autor y la con-fianza del público, y encontrando los aplausosobjeto directo, fueron más entusiastas y comu-nicativos. Por ello, cuando se presentó Verdi yempuñó la batuta de mando, el teatro entero sa-ludó al autor de tantas óperas umversalmenteconocidas, tributándole una de esas ovaciones queforman época en la existencia de un artista, y...la misa empezó.

Un unísono pianísimo de violines y contraba-jos produce el efecto de trasportarnos á las pro-fundidades de una tumba, y el coro pronunciacon sonido lúgubre y velado el Réquiem etertiam.La tonalidad es menor, pero pasan sobre las pa-labras et lux perpetua como efluvios mayoresdel mejor efecto. Esta entrada, verdaderamentebella, prepara un kyrie á cuatro partes, realzadopor interesante diseño de orquesta. Todo este pri-mer número es de un estilo religioso muy puro.

El Dies ira estalla entonces con la violencia dela tempestad suprema. El músico llega aquí á unefecto desgarrador que sobrecoge, y la frase me-lódica que, en oposición á esta furiosa entrada, vadecrescendo hasta los más finos y tenues efectossinfónicos, produce un contraste mágico. El colorteatral, sin embargo, es muy marcado. El ánimose estremece, y los ojos buscan el telón de fondode esta palpitante escena. Y no para en esto. Lastrompetas del Juicio final se hacen oir, de lejos,de cerca, por todas partes. Este efecto es nuevo,pero demasiado desarrollado. Tuba mirwm, excla-ma el coro, y la orquesta entera.se une á él paniprorumpir en un grito seco y final.

Este período conmovedor paréceme más sata*

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nico que bíblico, y no veo á Dios en la altura dela montaña. Para volver á la tradición religiosa,tradición que, por lo demás, es completamenteconvencional, el autor ataca sobre el verso Líberscriptus, una fuga en sol menor.

Y no es la única, porque Verdi ha querido pro-bar, por la cantidad, que podia practicar este gé-nero de composición. Esta primera fuga es, sinembargo, la más severa de las tres, aunque seadvierten en el contramotivo cuartas muy pocoautorizadas. Volvemos al estilo libre por mediode un recuerdo del Dies ira, y sobre las palabrasQuid sum miser se desarrolla un trio con diseñoobligado del bajo, por lo menos muy original.

Un cuarteto con coro sobre el Rea tremendallega á un efecto de potencia que envidiaría elmismo Wagner, pero felizmente el Recordare,dueto de soprano y contralto, permite descansaral sobrexcitado oido. Un solo de tenor y otro debajo preceden á la nueva vuelta al Dies iré, ytoda esta larga concepción termina, por ñn, conel Lacrimosa, de un valor melódico real, y sobrecuya frase hay un contra-canto de bellísimo efec-to. Esta pieza se apaga morendo sobre las pala-bras Dona eis réquiem.

Como extensión de tiempo llegamos aquí á lamitad de la obra, y por ello hay una especie dedescanso, entreacto necesario para los ejecutan-tes y para el auditorio. La segunda parte en sutotalidad me parece más interesante que la pri-mera. Empieza por un ofertorio ampliamentedesarrollado, Domine Jesu Christe, donde me haparecido que el compositor buscaba el coloridosin encontrarlo. El estilo es más religioso, perofaltando la fe, resulta la frialdad. En este oferto-rio hay, sin embargo, una bella frase sobre laspalabras Q%am olim Abrahce. El Sanctus desarrollauna fuga á dos coros; una fuga libre, en la cualno existen las modulaciones de rigor, y que, ex-ceptuando un episodio por imitaciones, presentala tonalidad de fa mayor demasiado persistente.La coda contiene un bello efecto de diseño cromá-tico, y las masas corales están agrupadas pormano segura y experta.

El Agnus Dei, bajo el punto de vista del senti-miento, es acaso la inspiración más real de todala misa de Verdi, y su influencia en el público hasido, por tanto, completa é indisputable. Laforma de ejecución es nueva y merece consig-narse. Es un descubrimiento como el del famosopreludio de La Africana, de cuya frase participaun poco por el empleo del unísono y por elacento final. Esta frase de trece compases, muybella y muy sencilla, se canta primero sin acom-pañamiento por las dos voces de mujer; al uní-sono y á distancia de octava, el coro responde con

el misino procedimiento, se repite después lafrase en menor y vuelve por fin al mayor en dúocomo la primera vez, pero acompañada entoncespor tres flautas que tocan armonías celestialesen esta melopea llena de elevación. El efecto espenetrante y el éxito muy justificado.

La Lux (eterna es un trio que me ha dejadofrió. He buscado en él el favilla como la cenizaque llenan la magnífica poesía del Dies ira. Heencontrado en el Cwm Sanclis imitaciones á lacuarta superior con choques de segundas que nocreo autorizadas por los contrapuntistas.

El Libera me forma la pieza final de esta Misade Réquiem. Sobre las palabras Tremens factussum se desarrolla una bellísima frase con inge-nioso é interesante diseño de violines con sor-dina. Un cuarto recuerdo del Dies ira precede yconduce á la fuga final de rigor. Esta, al contra-rio de la anterior, modula sin detenerse y realizamuchas veces el círculo de tonos, antes de fijarseen una magnífica coda de estilo libre, que ter-mina la obra en pianissimo del modo más feliz.

Nos encontramos, pues, según se ve, ante unaobra realmente notable. Una manifestación musi-cal de este valor, venga de donde venga, de Italiaó de Alemania, ó de Francia mismo, como laMaría Magdalena de Massenet, debe interesar ácuantos sientan latir en su pecho corazón de ar-tista. Del mismo modo que hemos aplaudido lafeliz tentativa de nuestro joven compositor,aplaudiremos la concienzuda obra del célebremaestro italiano. Digno es de elogio el director dela Opera cómica M. de Lóele, por haber tomadola iniciativa para que la Misa de Réquiem deVerdi se oiga en Paris, y por no retroceder anteningún sacrificio á fin de que la cantaran losmismos cSlatro artistas que lo han hecho en Mi-lán, entre los cuales encontramos dos verdaderasrevelaciones: refiérome alas señoras Teresa Stolzy Waldmann.

Teresa Stolz es una soprano aguda, cuyos pun-tos bajos tienen un gran poder de timbre demezzo soprano. La voz en su conjunto es maravi-llosamente bella y simpática, y recuerda la de ladiva Alboni. Una facilidad de emisión perfecta,un arte de las oposiciones llevado al último ex-tremo y notable seguridad de afinación, son lascondiciones características de esta grande ar-tista. Lo mismo debemos elogiar á la señoraWaldmann; posee una voz de contralto de lasmás acentuadas, y, sin embargo, en algunos pa-sos puede emitir notas elevadas con admirablefacilidad. Como su brillante compañera reúne elencanto y el poder de un método perfecto y fraseacon grande elegancia.

Ambas tienen el sentimiento dramático justo,

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y me llamaría mucho la atención que fuera exa-gerado en la escena. ¿Cuál será el feliz teatroque nos dará pronto á conocer este dúo di pri-mo cartello? No lo sé; ambas tienen compromisosque cumplir, pero creo imposible que no las vol-vamos á ver pronto y que pasen á nuestra vistacomo brillantes metéoros.

A la superioridad indisputable de estas dosgrandes artistas puede atribuirse, sin duda, la in-ferioridad relativa de los señores Maini y Cappo-ni. Diré del primero que maneja hábilmente unabella voz de bajo profundo, pero sin llegar á im-presionar al público; y de M. Oapponi que, comotodos los tenores italianos de la última genera-ción, canta de gola y pronuncia lo mismo, á lo cualno puede acostumbrarse nuestro oido parisién.

En resumen:La Misa de Réquiem de Verdi, cuyo éxito au-

menta á cada audición, puede considerarse desdeluego como obra de primer orden, á pesar de lastendencias al efecto teatral que he notado en elcurso de mi análisis. Cualquiera que sea la escuelamusical á que se pertenezca, las tendencias queae prefieran, las obras antiguas que se veneren,hay que concederle un mérito verdaderamentereal. Es indudable que estamos muy lejos delVerdi de los primeros dias. Los que se exaltabancon los acentos del Trovador podrán encontrarsealgo chasqueados ante los latnenti del nuevo Ré-quiem. Como todos los compositores que llegan ála madurez de su talento, "Verdi sufre una tras-formacion. No es ya el neófito ciego y ardiente,es el investigador experimentado que tiene en sufirme mano todos los recursos que ha sabido re-colectar, y no la abre sino con conciencia de loque hace. En el punto á que ha llegado, el filó-sofo ahoga á veces al poeta. Con frecuencia sehabla del tercer estilo de Beethoven. Verdi se en-cuentra en su segundo estilo, y á juzgar por lasimple lectura, único medio que me ha sido po-sible emplear hasta ahora, Alda será el puntode unión. Partió Verdi una bella mañana del paísque baña el sol de la melodía. Verdi, el italianode pura sangre, ha dejado lanzar su pensamientohacia las regiones del Norte. Acaso se admireen la terminación de su carrera artística de en-contrarse en Alemania; no en la Alemania deBeethoven, Weber y Mendelssohn, sino en la deWagner. ¿Quiénes serán en tal dia los verdadera-mente consternados? Los que hace quince añosaplaudían las melodías de La Traviata y de Rigo-letto que realizaban brillantemente su vuelta al

mundo.PAUL BERNARD.

(Revue el Gazette Musicale, de Paris^

UN CASO DE CONCIENCIA,COMEDIA EN ÜN ACTO

DE

OCTAVIO FEUILLBT,AftBEGLADA Á LA ESCKNA ESPAÑOLA.

PERSONAJES.

LA. CONDESA.

E L CONDE.

FERNANDO DE NA JERA.

JUAN.

Habitación de verano en una quinta. Puertas y ventanas que dan al ja r-din. Jarros con flores, mesa con libros, periódicos y escribanía. Sobreun diván próximo á la mesa hay un bastidor con tela de cañamazo ybordado de flores, sin concluir.

ESCENA PRIMERA.

FERNANDO.—JUAN.

JUAN. (Introduciendo á Fernando.)

¿Tiene V. la bondad de esperar aquí?FERNANDO.

Sí; esperaré.JUAN.

¿Quién debo anunciar al señor conde?FERNANDO. (Con embarazo.)

¿Quién?... Nadie... Uno de sus amigos... Dileque está aquí un amigo suyo y que desea verle.

JUAN.

Ya he dicho á V. que el señor conde va á cazar,como acostumbra diariamente después del al-muerzo, y no recibe á estas horas.

FERNANDO.

Bueno, bueno: le detendré poco tiempo. Aví-sale.

JUAN.

Está bien, señorito.

ESCIÍNA II.

FERNANDO solo, después EL CONDE.

FERNANDO. (Inquieto y pensativo.)

El conde era antes un diablo; pero ¡vaya V. ásaber en lo que le habrán convertido estas vir-tuosas dueñas!... ¡Diez años de suegra!... ¡Y deuna suegra de especie tan dañina!... Sin contar lamujer que, de seguro, no valdrá más... Sobradomotivo hay para trasformar al hombre de mejo-res inclinaciones... En fin, veremos.

EL CONDE. (Dentro y demostrando mal humor.)

¿Que no dice su nombre? Pues me gusta lafranqueza.

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N.°18 FEUILLET. DN CASO DE CONCIENCIA. 561

FERNANDO.Al cazador no sabe bien que le detengan... Mal

principio. (Aparece el conde en traje de caza.) BuenOS diaSMiguel.

EL CONDE. (Estupefacto.)

¡Nájera! No; palabra de honor... ¿No eres tú?FEMANDO.

Sí; palabra de honor, yo soy.EL CONDE.

¡Tú... aquí tú!... Mira. ¿Me haces el favor de irte?¿Quieres marcharte á escape? ¡Corre, hombre,corre!

FERNANDO.¡Qué amable acogida, mi querido Miguel! Casi

me la esperaba; pero no importa... Vamos...Venga esa mano. (Mirándole fijamente.) ¡ Qué diablo,chico! aún tienes los bondadosos ojos y, de seguro,el buen corazón de antaño. ¿No es verdad?

EL CONDE.

Es posible que tenga los bondadosos ojos y elbuen corazón de antaño, pero tengo además ámi mujer, y te aseguro que me pones en terri-ble compromiso... Debes comprender que tu pre-sencia aquí, en esta casa, donde tu nombre no seha pronunciado nunca sin justificado horror, esun suceso extraordinario, inverosímil, casi es-candaloso... ¿Qué quieres? ¿Qué vienes á haceraquí?

FERNANDO.¿Puedo sentarme?

EL CONDE.

Sí, hombre... dispénsame. (Le acerca una silla.) Gra-cias á que mi mujer permanecerá todavía en eljardín más de media hora. Aunque te admire elrecibimiento, hijo de mi sorpresa al verte aquí,te aseguro que, por mi parte, y á pesar de' las cir-cunstancias, guardo en un rincón del alma el ca-riño que nos profesábamos en nuestra juventud.¡Es increíble! ¡Tú no varias! Somos de la mismaedad y parece que tienes diez años menos que yo.

FERNANDO.

¿Qué quieres?... Como no me he casado... Comosiempre he tenido mala conducta... Nada conservatanto al hombre como la mala conducta. ¿Estás?

EL CONDE.

Sí; tú siempre el mismo... Conque... formal-mente, ¿qué vienes á hacer aquí?

FERNANDO.Á ello voy. Pero antes, dime, Miguel, tu suegra

habrá muerto...El CONDE (Alegre.)

S í , ChiCO, (Conteniéndose.) eS d e c i r , (Con dolor.) SÍ,

amigo mió.FERNANDO.

¿Vives con tu mujer solamente?TOMO 1.

EL CONDE.

Sólo con ella.FERNANDO.

¿Tienes hijos?EL CONDE.

No; por desgracia.FERNANDO.

¡Ah! ¿Conque no tienes hijos?EL CONDE.

No.FERNÁN»:).

Y ¿quisieras tenerlos?EL CONDE.

Hombre, ¡ya lo creo!FERNANDO.

¿Y tu mujer también?EL CONDE.

Mi mxijer también, sí... sobre todo mi mujer,como es natural... porque... Pero, mira, estás he-cho un padre Ripalda, y yo contestando dócilmen-te á tu ridículo interrogatorio. Supongo que nohas venido á La Granja ni dado este paso extra-vagante para preguntarme si quiero tener hijos.¿No es verdad? Pues bien, por todos los santos delcielo, dime lo que quieres, y explícate pronto.

FERNANDO.

Allá va. Puesto que tu mujer y tú sentís no te-ner híjOS, Vengo á Ofreceros UnO. (Movimiento de sorpresadel conde.) Una niña encantadora, un ángel que bajadel cielo á vuestros brazos.

EL CONDE.

Fernando ¿qué significa esa broma?FERNANDO.

Jamás he hablado con mayor formalidad...Perdona que te recuerde una tristísima historia.

^ EL CONDE.Sí; la tuya... No te fatigues... La conozco su-

perabundantemente.FERNANDO.

No importa. Necesito encadenar los sucesos. Tumiegra tenia hace veinte años una hermana, mu-cho más joven que ella, á quien servia de madre.Para evitarse este trabajo la obligó á casarse conel primero que ss presentó, y el primero fue elmarqués de Piedrabuena, á quien no calificaré.

EL CONDE.

¿Por qué no? Piedrabuena era una acémila, con-cedido.

FERNANDO.Siendo infeliz con su esposo, la marquesa pro-

curó aturdirse en el torbellino de la sociedad ma-drileña más aficionada á fiestas y saraos. En esasociedad la encontré y la amé. Al cabo de algunosmeses, comprometida, amenazada, quiso ausen-tarse y partimos, causando este suceso en Madrid,

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y especialmente en la familia de tu suegra, unasensación que acaso dure todavia.

E l CONDE.

¡Ya lo creol ¡Y tanto cpmo dura!FERNANDO.

La llevé á Italia, poniéndome, por supuesto,antes á las órdenes de Piedrabuena, que no se diopor entendido.

EL CONDE.

Lo dicho; una acémila.FERNANDO.

Pasado el primer ímpetu de la pasión, la pobremujer, á pesar de todos los cuidados, de todas lasatenciones con que yo procuraba pagar su sacri-ficio...

EL COMDE.

Ya sé que, en ese concepto, te has portado ca-ballerosamente.

FERNANDO.

A pesar de todo, la pobre marquesa , agobiadapor el sentimiento de la reprobación del mundo,intentó encontrar de nuevo en las fuentes purasde su vida, de su juventud, alguna paz, algúnconsuelo; escribió repetidas cartas á su hermanay á tu mujer, que además de sobrina fue compa-ñera de su infancia , implorando con angustiauna palabra de afecto, de perdón, de caridad...que no llegó nunca.

EL CONDE.

Ya conocías á mi suegra, querido Fernando...Era muy rígida... ¡Una santa mujer!

FERNANDO.

¿Una santa mujer? Sea. Su hermana muriódesesperada á los tres años de una vida cuyasamarguras compartí y que hubieran debido cu-rarme para siempre la afición á galanteos; pero,con la edad, suele uno corregirse de sus virtudes,rara vez de sus vicios... En fin, quedé solo conuna niña, hija de estos dolores; ¡flor que creciósobre aquella tumba!

EL CON0E.

Sí; supe que tuvisteis una hija.FERNANDO.

Durante su infancia, no vi inconveniente enque estuviera a mi lado, y era mi mayor felici-dad, porque la adoro con toda mi alma... Creció,y juzgué oportuno llevarla á un convento, dondese encuentra todavía, pero donde no puede vivirsiempre. Va á cumplir quince años, y es liempode pensar en su porvenir. Tenerla á mi lado, nollevando mi apellido, es recordar con escándalo ladesgracia de su situación, es ahuyentar á los pre-tendientes á su mano, al menos á los más dignos,que de seguro titubearían en venir á buscar es-posa á casa tan poco venerable como es la mia; árecibir de manos de Fernando de Nájera la mano

de la marquesa de Piedrabuena. (Con emoción contenida.)¡Comprendes, Miguel, mi apuro!

EL CONDE.

Ya lo creo... Ahí tienes, ahí tienes las conse-cuencias... ¿Qué había de sucederte?... Ya lo ves;nosotros los que caminamos en el mundo por elsendero estrecho; los que desde la juventud he-mos encerrado nuestra vida en el círculo de lasconveniencias sociales, tenemos ciertamente pla-ceres sencillos, severos... á veces insoportables...pero al monos vivimos tranquilos. Tú escogisteel camino ancho, el excéntrico, el de las aventu-ras á lo D. Juan; tú has tenido regocijos deliran-tes... porque de seguro has disfrutado placeresque ni siquiera imagino; pues bien, tanto mejor...Pero al fin y á la postre... ¿qué? La liquidación...y los disgustos.

FERNANDO.

¡Llamas á esto disgustos!... En fin, ya com-prenderás lo que deseo. En mi ansiedad recordóque Cecilia tenia, además de su padre, otros pa-rientes... su familia materna. Tu suegra hubierasido irreconciliable; pero ya no vive. ¿Quién osimpide, á tu mujer y á tí, ser generosos y acoger áCecilia, de quien al fin sois primos, para que vues-tra casa la sirva de asilo, de rehabilitación á losojos del mundo, y donde algún día un hombrehonrado venga á pedírosla? La pobre niña, que esencantadora, se salvará, y me obligareis á eternoagradecimiento.

El. CONDE.

¿Es ese el objeto de tu visita?FERNANDO.

Sí, Miguel.EL CONDE. (Levantándose.)

Pues entonces, celebro mucho verte; pero, confranqueza, pudieras haber ahorrado el viaje.

FERNANDO.

¿Te niegas?EL CONDE.

No, no. Por mi parte, estoy dispuesto, en gra-cia á nuestra antigua amistad, á aprobar tu pro-yecto... Pero no exigirás que lo imponga violen-tamente á mi mujer. ¿No es verdad?

FERNANDO.

Pero... ¿y si ella lo acepta?EL CONDE. (Con grande admiración.)

¡Mi mujer!!! Vamos, pobre Fernando, estásloco, te lo aseguro. ¡Cómo puedes imaginar, ni si-quiera un instante, que una mujer como la mia,educada, gracias á tí, con refinada austeridad,en cuyo corazón han arraigado las más puras tra-diciones y hasta las preocupaciones altaneras dasu clase; una mujer á cuyos ojos tú representas,tú solo, los siete pecados capitales; para quien tunombre, unido al de su deplorable tia, es un

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N.° 18 FEDILLET. UN CASO BE CONCIENCIA. 563

símbolo monstruoso de inmoralidad, de escán-dalo y de abominación; esa mujer, de la noche ála mañana, sin transición alguna, se haga cóm-plice de tu falta y patrocine públicamente el frutode tus criminales amores!... Es una insensatez.

FERNANDO.

Lo seria, en efecto, si tu mujer tuviera el in-flexible rigor que le atribuyes; pero, Miguel, ¿es-tás seguro de conocer bien á tu mujer?

EL CONDE.

¡Hombre! ¿Que si conozco bien á mi mujer?FERNANDO.

Lo digo porque es muy raro que los maridosconozcan bien á sus mujeres... Casi siempre lascreen más frías, más insensibles de lo que son.Por ejemplo, no creo á la tuya tan implacable co-mo dices para con su difunta tia... ¿Acaso nofueron compañeras en la infancia? Además, elrapto, el infortunio, el arrepentimiento, la gene-ral censura de que ha sido víctima su amiga,todo, en fin, debe hablar secretamente á la imagi-nación de tu mujer é interesar su alma...

EL CONDE.

Absolutamente nada, Fernando; la condesa noes romántica. Ese es uno de los errores que pade-céis vosotros los libertinos. Creéis que todas lasmujeres son románticas, porque así os conviene,porque os abrevia el camino... Y sin embargo, osequivocáis de medio á medio. Hay mujeres hon-radas en el mundo , y las que lo son, no suelenpecar de románticas.

FERNANDO.

Todas pecan más ó menos de esa afición.EL CONDE.

La mia no; te lo aseguro.FERNANDO.

La tuya también; ya verás.EL CONDE.

¿Quieres probarlo, señor irresistible? Pues voyá presentarte á ella, vas á verla , á hablar á suimaginación, á su corazón, á su alma cuantoquieras... Mas si te recibe brusca ó desagradable-mente, me lavo las manos... Ya estás advertido.

FERNANDO. (Cogiéndole las manos con efusión.)

Miguel, ¿no comprendes que este paso, esta im-portunidad , esta terquedad con que insisto meatormentan horriblemente? ¿No comprendes laangustia de un padre que, por no ser obstáculo ála felicidad de su hija, se ve obligado á entre-garla á manos extrañas? ¿No adviertes, al travésde la ligereza de mis palabras, el dolor profundode un corazón desgarrado que apela á tu amis-tad, á tu humanidad en último extremo?

EL CONDE.

Sí, todo lo comprendo perfectamente; pero ¿quéquieres que yo

FERNANDO.

Que tengas el valor, la bondad de prepararmeel terreno, de anunciar mi visita y de advertir átu mujer lo que voy á suplicarle.

EL CONDE.

Procuraré hacerlo.FERNAHDO.

¡No sabes cuánto te lo agradezco!EL CONDE.

Vamos , lo intentaré. (Sale por el fondo.)

ESCENA III.FERNANDO solo.

¡Oh, Dios mió! ¡Qué pruebas tan duras me ha-ces sufrir!... ¡Pobre hija mia! ¡Ni puedo tenerla ámi lado... ni darla á otros... porque nadie laquiere! ¡Pobre hija de mi alma! (Llévala manos ios ojoscomo para enjugar las lágrimas.)

ESCENA IV.FERNANDO.—EL CONDE.

FERNANDO.

¿Estás ya de vuelta?EL CONDE.

Fernando, cuanto más lo pienso, más me per-suado de que mi mujer no ha de querer recibirte;ya comprenderás que no puedo obligarla...

FERNANDO.

¡Ah!...Ef. COND!'. (Después de reflexionar breves instantes y como encon-

trando en su imaginación un medio.}

Si deseas ser bien acogido y escuchado, es pre-ciso que, al pronto, te presentes con otro nombre.

FERNANDO.

¿Con otro nombre?E l CONDE.

Sí; i&p ha ocurrido esta idea, y la creo buena.Mi mujer no te ha visto jamás. Te presentaré di-ciéndola que eres Vargas, nuestro condiscípulo,de quien me ha oido hablar varias veces, y queprecisamente ahora está de cónsul en Trieste. Niá él ni á tí os conoce. Inventa una novela á tugusto. Dices, por ejemplo, que te envia Nájera...el cual se ha muerto, ó se está muriendo, comoquieras, y qne te encargó recomendarle á su hija...quizá esto la conmueva... y á lo menos, te escu-chará.

FERNANDO.

¿Y después?EL CONDE.

Después... ¡qué diablo!... ya veremos. Si lograsinteresarla, te quitas poco á poco la careta , y sino, chico, los dos nos libramos del compromiso.

FEKMANDO.

Francamente, Miguel, me repugna emplear eserecurso teatral donde intervienen mis sentimien-

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tos mas puros y más sinceros. Además, ¿estásseguro de que tu esposa no me conoce?

EL CONDE.

Segurísimo. 4 Dónde te ha de haber visto?Después de tu aventura has permanecido largotiempo ausente. Nosotros vivimos buena partedel año en este pueblo. Cuando mi mujer está enMadrid, no sale del pequeño círculo de sus rela-ciones sino para actos de caridad ó devoción, yen ellos no se ve expuesta á encontrarte... Vamosal teatro dos ó tres veces al año... No; estoy se-guro de que no te conoce.

FERNANDO.

También creo no haberla visto nunca... peroserá raro que tu mujer no haya deseado conoceral hombre con quien huyó su tia.

EL CONDE.

Otra te pego; mi mujer no tiene tales deseos.FERNANDO.

Más vale así.EL CONDE. (Mirando á la puerta del fondo.)

Chist... Aquí está... Conque hemos convenidoen que tú eres Vargas, cónsul en Trieste...

FERNANDO.

¡Pero, hombre, que me voy á embrollar con esafarsa!

EL CONDE. (Vivamente.)

No... no... Piénsala bien.

ESCENA V.

LOS MISMOS.—LA CONDESA.

LA CONDESA.

¡ A h ! P e r d o n e n V d s . (Mira con admiración á Fernando, y lesaluda con frialdad.)

EL CONDE.

Querida... iba á suplicante que vinieras... Tepresento á uno de mis antiguos compañeros , dequien me has oido hablar varias veces... Carlosde Vargas, CÓnSUl en Trieste. (La condesa y Fernando sesaludan de nuevo.) Trae un encargo para tí... pero, se-gún parece, es un secreto entre vosotros dos... Osdejo, pues. Además he prometido al cocinerotraerle dos perdices, y se me va haciendo tarde...Hasta ahora, alma mia... Adiós, Carlos.

LA CONDESA. (A Fernando,)

¿Me permite "V., caballero, decir dos palabras ámi marido?• FERNANDO. (Inclinándose.)

¡Señoral (Aparte.) ¡Cómo arreglaré este cuento!(Reflexiona.)

LA CONDESA. (Hablando aparte al conde.)

¿Por qué dices que es Carlos de Vargas, siendo.Fernando de Nájera?

EL CONDE. (Desconcertado.)

¡Qué! ¿Le conocías?

LA CONDESA.

Así parece. Y bien, ¿qué significa esto?EL CONDE.

¿Yo que sé?... Una verdadera aventura... Ahorate la explicará... Ya verás; es una aventura muysingular... muy rara... Ya verás... A mí no meimporta... pero verás qué rara... Conque, te dejo,querida, porque debes estar impaciente... y yotambién... Ya sabes... el cocinero... Vaya, hastala vista; vuelvo en seguida, (AI salir, aparte.) ¡ Sálvesee l q u e p u e d a ! (Salé por la izquierda. La condesa se encoge ligera-mente de hombros, mira hacia el cielo y se acerca á Fernando.)

ESCENA VI.

FERNANDO.—LA CONDESA.

LA CONDESA.

Señor de Vargas... tome V. asiento. (Ella coge elbordado y se sienta en el sofá próximo á la mesa.) C o n permiSO

de V., voy á continuar mi trabajo... es para unade las iglesias de este Sitio, y debo terminarlohoy mismo.

FERNANDO.Señora*.. ¡Se sienta. Aparte.) ¡Maldito cuento! . . . En

fin... (Alto, notándose que busca las palabras.) TengO el Senti-miento de presentarme á V. por pr imera vez encondiciones poco favorables... porque la misiónque traigo es bastante delicada... y me obliga ádespertar en V. penosos recuerdos... á pronun-ciar un nombre que... necesariamente... no puedeserle agradable... Necesito hablar de D. Fernandode Najera.

LA CONDESA. (Con frialdad.)

¡ A h . (Sin dejar el bordado, examina á Fernando disimulada y cu-riosamente.)

FERNANDO.Sin haber tenido con él jamás amistad intima,

nos hemos tratado bastante en nuestra juventud.LA CONDESA.

Sí, comprendo.FERNANDO.

Hace algunas semanas, señora, reanudamoslas antiguas relaciones... y las hizo más íntimasel siguiente suceso. (Aparte.) ¡Cómo me mira! (Alto.)Nájera estaba de paso en Venecia, es decir, enTrieste... donde yo resido... y cayó enfermo... Mideber era poner á su disposición cuantos recursosofrece la medicina en Venecia...

LA CONDESA. (Gravemente.)

En Trieste.FERNANDO.

Trieste... es verdad... Ambas ciudades estánpróximas, como sabe V., y me son igualmente fa-miliares. En una palabra, todos los recursos fue-ron inútiles, y después de algunos dias de sufri-mientos, el enfermo sucumbió.

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N.° 18 FEUIIXET. UN CASO DE CONCIENCIA. 565LA CONDESA. (Tranquila;)

No es gran pérdida.FERNANDO.

Las hay seguramente más sensibles, aunquequizá el mundo, cediendo á preocupaciones, hayaexagerado la perversidad de Nájera.

LA CONDESA.

Es difícil.FERNANDO.

Fue muy culpable, lo sé; pero, en fin, ya mu-rió. (Con amabilidad.) No puede V. pedirle más...

LA CONDESA. (Con frialdad.)

¡Oh, sí! Le pido qué no resucite, si es posible...(Fernando cortado ó intranquillo la interroga con la vista. La condesa

dirige la suya al bordado, y continúa.) P a s e m O S . . . a l e n c a r g o .

FERNANDO.

A ello voy, señora. En sus últimos instantespreocupaba y afligía extraordinariamente á Náje-ra el abandono en que deja á una persona... queno lleva su apellido... pero que le inspiraba na-tural y tierno afecto... suplicándome que reco-mendase al bondadoso corazón de V., y dejaraen sus manos á la hija de la marquesa de Piedra-buena.

LA. CONDESA.

¿Cómo? Me parece, caballero, que la hija de lamarquesa no necesita apelar á la bondad de nin-gún corazón... Tiene el caudal de sus padres...¿Dónde está'! Creo que en un convento.

FERNANDO.

Sí, señora.LA CONDESA.

Pues allí está muy bien.FERNANDO.

Es verdad; mas no se la puede condenar á vivirallí perpetuamente, y su porvenir se veria com-prometido, si la única parienta, la mejor amigade su madre, no consintiese ampararla. Tan con-vencido de ello estaba Nájera, señora, que, á nohaber muerto, viniera él mismo á implorar de ro-dillas lo que he manifestado á V.en su nombre.

LA CONDESA.

No creo que Nájera se atreviera á dar seme-jante paso. Prescindiendo de sus demás cualida-des, dicen que tenia talento y hubiera adivinadomi respuesta, sin causarme el disgusto de dárselapersonalmente.

FERNANDO. (Bajo.)

Vamos al grano. (Alto.) Olvide V. á Nájera ójuzgúele como guste... Pero piense V. en su hija,inocente de las faltas paternales... Piense V.enla joven á quien amó en otro tiempo, que tantoha sufrido, tanto ha expiado sus culpas, y... porcaridad, dirija á Cecilia con sus consejos y forta-lézcala con su ejemplo.

LA CONDESA. (Con dureza.)

Acabemos, caballero: V. es hombre de mundo;pues bien, ¿cómo miraría el mundo, cuya estima-ción he procurado hasta ahora merecer, que adop-tase, protegiese, alentase en sus consecuenciasuna falta, una vergüenza de la que mi familiaaún no se ha consolado? Lo dejo á la considera-ción de V., y es mi última respuesta.

FERNANDO.

H a r t o r i g o r o s a e s Sin d u d a . (Conteniendo su cólera y le-vantando un poco la voz, aunque siempre con los mejores modales.)

En verdad, señora, no sé si tengo idea exacta dela virtud.

LA CONDESA. (Con ironía.)

Permítame V. dudarlo un tanto.FERNANDO. (Se inclina y prosigue.)

Figurábame que la verdadera virtud, severaconsigo propia, era indulgente con los demás;que desde la suprema y tranquila esfera en quereside, se dignaba algunas veces consagrar pen-samientos de ternura, y hasta tender una manobenévola á los que, por flaqueza de espíritu ó pordebilidad de temperamento, sucumben al imperiode sus pasiones; que no se contentaba con cum-plir los fáciles deberes que en determinadas situa-ciones son meros actos de beneficencia ; con darsencillas limosnas, con dispensar esa clase deprotección que nada cuesta á !a riqueza , que seconcilia con la elegancia, y que, sirviendo paraedificar á las gentes, no se opone á los placeres dela vida: imaginaba que su punto de vista eramás alto; que la verdadera virtud, digna de talnombre, cuando se trataba de alguna empresa delas que censura la opinión del mundo, aunque lasapruebe y bendiga justicia más depurada, se con-sideraba feliz en acometerla, en consagrarse áella con la conciencia segura y fijo el pensamientoen Dios?Esta es, señora, la virtud que desde elfondo de mi indignidad concebía , respetaba yamaba... Si me he equivocado, lo siento profunda-mente. (Se levanta.)

LA CONDESA.

Señor Vargas, no sé si tengo idea exacta delvicio.

FERNANDO, (inclinándose.)

Permítame V. dudarlo mucho.LA CONDESA.

Pero en fin, tal como lo comprendo, confiesoque me inspira débilísima simpatía, porque bajolas pomposas frases conque se adorna, impulsosdel corazón, aspiraciones del alma, imperio de laspasiones... bajo todos esos artificios de lenguaje,veo tan sólo una cosa sencillísima y muy pocointeresante, el decidido propósito de entregarsefrancamente á los peores instintos y de sustraer-se á las leyes, que son la dificultad suprema»

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ñ6fi BEV1STA EUROPEA. 2 8 DE JUNIO DE 1 8 7 4 . N.° 18

pero también el supremo honor de la vida, de es-quivar la lucha y de evitar el sacrificio, ¡Hablausted de deberes fáciles! Lo fácil es no cumplircon su deber, reemplazando con soberbias teo-rías, que no cuestan gran cosa, algo de humildepráctica, que costaría mucho más. No desconozcola verdad que pueda haber en esas teorías; no ig-noro que una mujer honrada debe ser indulgentehasta con las debilidades en que no es capaz deincurrir... pero, aun así, es preciso que hayaalgún pretexto á la indulgencia... Supongamos,por ejemplo, que una mujer se deja seducir porel atractivo de un gran mérito, de un gran cora-zón, de una inteligencia elevada y que se extra-vía en las alturas más ideales... para despertaren el abismo... Se puede, en tal caso, si no excu-sarla, compadecerla... Pero, señor de Vargas,haycaídas inexplicables... No quisiera ofenderla me-moria de mi infortunada tia; pero sucumbir, comoella, á las mezquinas seducciones de un hombreque tiene por oficio este género de aventuras, deun hombre de esos á quienes llaman conquistado-res... profesión que no exige distinguidas cuali-dades de talento, ni de corazón, y que hasta pareceexcluirlas... embriagarse con el vulgar inciensoque humea de igual modo ante todos los ídolosde teatro ó circo ecuestre; dejar caer sus deberes,su fé, su honor á los pies de un vencedor trivial,es lo que, por mi parte, ni puedo comprender, niperdonar, y estoy segura de que, en el fondo desu conciencia, es V. de mi opinión.

FERNANDO (Apoyándose en una silla y empleando un tono de cortésironía.)

No, señora; de ningún modo, y permítame V.decirle que se equivoca completamente, y queesos conquistadores, como V. les llama, unen pornecesidad las más distinguidas cualidades del co-razón á las de la inteligencia.

LA CONDESA. (Con ironía.)

¿De veras?FERNANDO.

En primer lugar, V. aparenta creer que lesfalta corazón... j al contrario, es evidente que lessobra... y que en eso mismo estriba la causa desus extravíos... j acaso el secreto de su poder.Fije V. su atención en los héroes de todas épo-cas, recuerde bien cuáles de ellos le han sidosiempre más simpáticos, á cuáles ha calificadocon mejor voluntad de grandes corazones... Puestodos ellos han sido afortunados en amores...Esto por lo que hace al corazón. En cuanto á lainteligencia, crea V., señora, que es precisotenerla muy cultivada para dedicarse seriamenteá la carrera... de que tratamos... porque, ensuma, ¿qué se proponen? ¿á qué aspiran? A agra-dar en lo posible á todo el mundo... á cautivar

voluntades deferentes, á satisfacer los más diver-sos deseos... esto exige instrucción sólida y va-riada, y conocimientos no vulgares... Exige saberla literatura... las ciencias... sobre todo las queinteresan á las damas... la filosofía, aunque nosea más que la necesaria para, en ciertas ocasio-nes, resignarse, la música... la pintura... hasta lafloricultura...

LA CONDESA. (Reprimiendo una sonrisa.)

Sin necesidad de agotar la lista de sus cono-cimientos, notables á todas luces, ¿no cree V.que el giro que ha tomado la conversación...? (Seabre la puerta.) ¿Quién es? (Entra Juan.)

ESCENA VIL

L O S MISMOS.—JUAN.

LA CONDESA.

¿Qué quieres?JUAN.

Señorita, no encuentro en todo el pueblo sedadel color que quiere V. S. Aquí está la muestraque V. S. me ha dado.

LA COMDESA.

¿No hay en ninguna tienda? ¿Estás seguro?JUAN.

En ninguna, señora.LA CONDESA.

No puede ser, Juan. ¿Cómo he de bordar estelirio sin seda violeta? ¿No ha de haber en toda LaGranja una hebra de este color?

JUAN.

No hay del color violeta que desea la señoracondesa.

LA CONDESA.

La vida en'los pueblos es insoportable por estascontrariedades... Si pidiera la seda á Madrid...Pero ya no hay tiempo... Y lo peor es que, fal-tando este lirio, como si faltara todo... Es impo-sible terminar el bordado para esta tarde... ¡Cómolo siento!... Está bien, Juan; vete. (Juan sale.)

ESCENA VIII.

LA CONDESA, FERNANDO.

LA CONDESA. (Absorta y contemplando ei bordado.)

¡Cómo lo siento!FERNANDO.

Me permite V. decir mi humilde opinión.LA CONDESA. (Distraula.)

¿Cuál es?FERNANDO.

Si en vez de lirio pone V. otra flor que noexija el color violeta...

LA CONDESA.

¿Y cómo?FERNANDO.

Hay, por ejemplo, una flor de bellísimo efecto

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N.° 18 FEUllLET. UN CASO DE CONCIENCIA. 567

en estos bordados, y que sentaría muy bien enmedio de esas grandes hojas, en lugar del lirio...La conocerá V... Es la gloxina.

LA CONDESA.

La gloxina... Sí, seguramente... y es muy lindaFERNANDO.

Me parece que en esas sedas están todos loa co-lores necesarios para bordarla: rosa... rojo... sol-ferino.

LA CONDESA.

Precisamente... Pero eso no resuelve la dificul-tad, porque necesitaría enviar la tela á Madridpara que dibujaran la flor, de modo qué...

FERNANDO.Esa dificultad no existe. . . Si tiene V . u n l á -

piz.. . AqUÍhay Uno. (Toma un lápiz que hay sobre la mesa y seprepara a dibujar en la tela.) Con pertüisO de V., condesa.

LA CONDESA.

TSÍo sé si debo... pero se trata de una obra decaridad. ¿Necesitará V. modelo?

FERNANDO.

Es inútil... La dibujaré de memoria. cEmpiei» adibujar.)

LA. CONDESA. (Teniendo el bastidor para que no se mueva.)

Tanto mejor... porque no tengo gloxina en miestufa... es una desesperación... pero no sé cómose compone el jardinero que no conserva ninguna.

F F . R N A N D O . (Continuando el dibujo.)

Sin embargo, no es planta delicada... es un tu-bérculo, y como tal bay que cultivarlo... tenién-dolo completamente seco en invierno.

LA CONDESA.

¿Regándolo en la primavera?FERNANDO.

No, no; de ningún modo; humedeciéndolo lige-ramente desde que brota basta que florece, y sólocuando ha echado las flores conviene regarlo conmucha agua.

LA CONDESA.

Agradezco el consejo porque adoro esas flores...Siempre he creído que el jardinero las regabademasiado. Es su manía.

FERNANDO.Donde pongo las sombras, debe emplearse el

solferino.LA CONDESA.

Comprendo... En verdad que dibuja V. mara-villosamente.

FERNANDO.

Favor de V... Este pájaro es muy bello. Si nome engaño es una cotorra de la India. ¿Es verdad?

LA CONDESA.

Sí; es una niñería haberla puesto aquí... perotengo verdadera pasión por esas aves... desdicha-damente me sucede como con las gloxinas; he re-nunciado á ellas porque todas se me mueren.

FERNANDO. (Que continúa dibujando.)

¿Ha cuidado V. de forrar con franela los barro-tes de la jaula?

LA CONDESA.

No.FERNANDO.

Pues es indispensable... esos animales se cons-tipan con gran facilidad y el frió que cogen porlas patas les daña el pecho; pero con la precau-ción que indico á V., y cuidando de lavarles laspatas con vino caliente cuando estén enfermos,aseguro á V. que vivirán. (Terminando oí dibujo.) Aquítiene V. un diseño imperfecto, pero acaso sufi-ciente.

LA CONDESA.

¡Oh! Es perfecto... Tiene V. verdadera habili-dad... Esta flor será mucho más bella que el li-rio... Doy á V. mil gracias por su amabilidad... ypor sus buenos consejos, que no desaprovecharé-(Sonriendo con gracia.) ¡Si no los hubiera "V. dado nuncamás que de esta clase!... Y ahora seria egoísmono devolver á V. la libertad, Sr. Nájera, (Conte-niéndose.) Sr. de Vargas... Perdone V... No sé loque me digo... Venecia... Trieste. ¡Es tan fácilequivocarse!...

FERNANDO. (Con seriedad.)

Suplico á V. me perdone. Bastante me ator-menta ya la idea de que el buen éxito de mi de-manda, que tanto interesaba á mi corazón, ha po-dido fracasar por ese desdichado disfraz... queme he dejado poner.

LA CONDESA.

¿No es de V. la idea?FERNANDO.

¡Oh, no! y creo, señora, que de presentarmefrancamente con mi nombre, como yo queria,mejor hubiera V. comprendido que el sentimientoque me traia á su lado, que prosternaba á suspies un alma, poco acostumbrada á rebajarse...debia ser bastante amargo; bastante dolorosopara servir de expiación á muchas faltas... Cono-cería "V., en fin, que el homenaje más sincero yprofundo que puedo rendir á la honradez y á lavirtud... era el que le hacia de mi propia hija.

LA CONDESA. (Seria y digna.)

Comprendo el sentimiento de V., y le creo.Ruego á V. que, por su parte, crea y com-prenda el mió. No soy insensible, ni al míserodestino de su hija, ni al recuerdo de su infortu-nada madre... y si esta niña se encontrara solaen el mundo, como me decía "V. hace poco, nohubiese titubeado en traerla á mi casa y en velarpor su porvenir.

FERNANDO.

Señora...

f.

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LA CONDESA. (Interrumpiéndole.)

Pero Cecilia... no está sola en el mundo... suestancia en mi casa traería necesariamente la desu padre... al menos sus frecuentes visitas...Apelo al buen juicio de V. ¿No encontraría en estecomportamiento la conciencia más generosa, lamás liberal, un exceso de tolerancia humillante...indigno?...

FERNANDO. (Dolorosamente.)

j Ah! no me había ocurrido tal idea. Sí; tiene V.razón... Profundamente reconocido á la bondadde V., me retiro. Adiós, condesa.

LA CONDESA.

Adiós.r ERNANDO. (Volviendo bruscamente y hablando con mucho calor.)

Pues bien, señora; permítame V. probarle quenosotros, los de corazón pervertido, tenemos tam-bién el valor del sacrificio... de los más duros sa-crificios... Tome V. mi hija, puesto que no haymás dificultad que mi presencia, y yo me com-prometo, bajo palabra de honor, á no volverla áver mientras viva en esta casa... Me alejaré... Meiré de España... ¡Qué Cecilia sea feliz y honrada!Es cuanto le pido á V., y cuanto pido á Dios.

LA CONDESA. (Admirada y después, de un momento de silencio.)

Con esa condición, cuente V. conmigo. Iré porCecilia tan pronto como V. me autorice á ello.

FERNANDO. (Agiíado.)

Esta misma tarde saldré para prevenirla... paradecirle... (Da algunos pasos y después se detiene.) ¡Ah! No. . .Prefiero no volver á verla. Me faltaría valor... Me-jor es escribirle... iTendra V. la bondad de darlemi carta?

LA CONDESA.

OÍ. (Le presenta recado de escribir.)

FERNANDO.

Dos líneas solamente. (Escribe.) «Ángel mió.»(A la condesa.) Es encantadora; ya verá V. (Escribe.)«Tengo que separarme de tí; salgo de Madrid,quizá para mucho tiempo. Una parienta, unaamiga de tu madre, te llevará á su casa y encon-trarás en ella el afecto de la más cariñosa her-mana.» (A la condesa.) ¿No es verdad que la amará V?

LA CONDESA.

Sí.FERNANDO.

\EscriUendo.) «Escríbeme con frecuencia, almamia. No olvides que te lo ruega tu pobre padre alabandonarte... ¡tu padre que tanto te ama!» (Llevael paáuelo á los ojos para enjugarse las lágrimas y ahoga un gemidc;

después dobla la carta y se la entrega a la condesa.) DÍOS p r e m i e á

V. su generosidad, como yo se la agradezco.AdioS . (Va 4 salir.)

LA CONDESA. (Levantándose de repente.) •

Señor de Nájera, el mundo dirá lo que quiera...pero V, cumple valerosamente su deber... y yo

cumpliré el mió. Traiga Y. mismo á su hija.(Rompe la carta.)

FERNANDO.

¿Qué? ¡Usted! ¡Ah, Señora! (Le besa la mano cou pro-funda emoción.) ¡Es V. un ángel .

ESCENA IX.LOS MISMOS.—EL CONDE que queda estupefacto viendo á Fernando

besar la mano á su mujer.

FERNANDO. (Corriendo hacia él.)

¡Querido Miguel! (Le aprieta ambas manos con efusión.)

¡Cuando yo te lo decía! ¡No conoces á tu mujer!(Saluda profundamente ala condesa y sale con precipitación.)

FIN.

LA ENSEÑANZA DEL DIBUJO-

TRATADO DEL SEÑOR BORRELL.

I.

Uno de los más ilustres economistas contempo-ráneos, M. Laveleye, se ha ocupado recientementede la enseñanza del dibujo en Bélgica, y hace á estepropósito observaciones muy oportunas, con las quevamos á encabezar este artículo.

El sentimiento de la belleza, dice este publicista,es uno de los primeros agentes de la civilización.Para arrancar á los pueblos modernos del groseromaterialismo que tiende á contaminarlos para degra-darlos más tarde, es preciso desarrollar el sentidoestético y educar á las generaciones en los ideales dela belleza y del buen gusto. Todas las artes llamadasbellas conspiran á este fin, pero el dibujo es uno desus elementos más eficaces, por hallarse al alcance detoda clase de personas.

Tiene razón el ilustrado escritor citado. El dibujo,base firmísima de la arquitectura, pintura y escultu-ra, es un medio civilizador que nos pone en contactocon los simbólicos pensamientos de los pueblos quese han apagado en la historia, con los genios que hanilustrado la humanidad, representando en un edificio,en un cuadro, en una estatua, una creación de su fan-tasía, ó toda una aspiración de la época en que hanvivido. Medio civilizador es el dibujo, que permiteaspirar á los sublimes ideales de la belleza, y queapartando á veces los ojos de las miserias humanas,nos hace ascender á mundos imaginarios de eternabelleza y de inmarcesible pulcritud.

Hay además otro aspecto en las artes de imitación,más modesto pero de más inmediata utilidad, cual essu aplicación a la industria. No es ésta en nuestro siglocual en los pasados, y cual hoy en China, un conjuntode recetas empíricas y secretos de fabricación, per-petuados de maestros á discípulos y de padres á

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hijos. Las ciencias físico-matemáticas por un lado, lasbellas artes por otro, han venido á iluminar con susvivificantes rayos á la industria, creando las cienciasque constituyen las profesiones del ingeniero, y dandoorigen al propio tiempo al dibujo industrial.

Nada diremos del primer aspecto de esta cuestión, ylimitándonos al segundo, podemos afirmar que laaplicación del dibujo á la industria es una de las causasde la reconocida supremacía de ciertos artículos fran-ceses y alemanes. Bien lo comprendió así Inglaterradespués de la primera Exposición universal (1881), áconsecuencia de la cual creó las escuelas de dibujoque reconocen por centro y foco el celebrado museode Kensington.

En él hemos tenido ocasión de observar personal-mente los grandes resultados de estas escuelas, ájuzgar por los dibujos que de todas ellas se remitíaná dicho museo de Londres. Los progresos de diver-sos ramos artístico-industriales de la producción bri-tánica, según los han acusado sucesivamense las di-versas exposiciones posteriores, prueban que ha tras-cendido á la vida práctica el sagrado fuego encendidoen las escuelas citadas, y esto en breve plazo y conrápido paso.

Cerca de 188.000 individuos de ambos sexos con-currieron á estas escuelas en 1870. Los encajes, la ce-rámica, los estampados, los tejidos, los muebles, losbronces, todos los artículos de lujo han experimentadoen Inglaterra la benéfica acción de la mayor cultura ybuen gusto de sus artífices y obreros.

Suelen distinguirse dos clases de dibujo, el geo-métrico y el artístico. El primero es un lenguje con-vencional al par de un excelente medio de represen-tación de los objetos que entran en muchas cons-trucciones y máquinas. Lenguaje para el ingenieroque con cuatro líneas y algunas acotaciones indica álos obreros las piezas que han de construir ó ajustanlenguaje para el inventor de un artefacto que explicacon brevedad y precisión todo su pensamiento: len-guaje, por lo tanto, indispensable á todo obrero hábilen cualquiera de las artes mecánicas ó de las de cons-trucción.

De aquí la necesidad de propagarle en nuestraépoca, en que el pequeño taller tiene que cerrarseante la gran fábrica. La necesidad es mayor en Es-paña que en otros países para crear esa clase inter-media entre el ingeniero y el obrero, los contramaes-tres y capataces, que tanto escasean entre nosotros.

El dibujo artístico, aun en su parte elemental y deaplicación á la industria, ha menester también ennuestra patria de numerosos y constantes adeptos.Ei ebanista que no se haya de limitar á componer losmuebles que vienen de paris, el fundidor, el albañilque aspira á decorar una sala, necesitan el conoci-miento de esta clase de dibujo, además del anterior.Tenemos en España artistas que nos honran con sus

cuadros, estatuas y edificios; pero falta educar en eldibujo á nuestros obreros para sacar á la industria desu abatimiento y abrirla nuevos y más vastos ho-rizontes.

En varios países de Europa se profesa el dibujo enlas escuelas de primeras letras. Su enseñanza es fe-cunda, no sólo para preparar los jóvenes á una cul-tura científica ó artística superiores, sino también paraque la instrucción recibida les sirva de provechosoauxilio, ya como ciudadanos, ya como artífices. Leer,escribir y dibujar debieran ser los elementos indispen-sables á todos los habitantes de una nación verdade-ramente civilizada: con ellos podrán aspirar á másaltos fines.

Las clases de nuestro Conservatorio de Artes, al-gunas cátedras montada en varias capitales de pro-vincia, son el comienzo de este género de enseñanzaen España; pero necesita divulgarse y difundirsemucho más. Que los obreros asistan á estos centrosdurante las primeras horas de la noche en vez deconcurrir á los sitios de diversión, ó quizás á losde propaganda política; tal debe serla aspiración delos verdaderos amantes de. esta desgraciada patria.

II.

Para propagar y divulgar el dibujo, son necesariosdiversos elementos, y entre ellos las escuelas bien or-ganizadas; pero habremos de limitarnos á uno que esprimordial, á saber: el buen método en la enseñanzarepresentado por un libro de texto. Empresa ardua essiempre escribir en la forma metódica y gradual queexige una obra dedicada á la instrucción; pero estadificultad sube de punto a! tratarse de textos para eldibujo, en los cuales al lado de la parte doctrinal hayla gráfica.

Quizás por esto no abundan los tratados de dibujo,al mén<^ los que se ocupan de la cuestión con eleva-ción de miras y método razonable, y son en su mayo-ría, ó simple conjunto do láminas que á lo más llevanbrevísimas explicaciones, ó disertaciones estéticas so-bre los estilos ó las formas, sirviéndolas de pretextoalgún que otro dibujo.

La obra original que desde hace algunos años vienepublicando entre nosotros el Sr. Borrell sabe huir deambos escollos, hermanando la parte didáctica con laartística y la técnica con la gráfica. En ella se tratanlas cuestiones relativas al dibujo estético y al indus-trial; nos fijaremos preferentemente en el último porcreerle de mayor utilidad inmediata para España, quetanta necesidad tiene de fomentar su producción yaumentar las fuentes de su riqueza.

La obra del Sr. Borrell, profesor celosísimo desdehace muchos años en las clases del Conservatorio deArtes, consta de seis partes cuyos títulos respecti-vos son: Geometría, Trazado geométrico, Lavados,Aeforno, Proyecciones y Arquitectura,

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La parte primera trata de la construcción geomé-trica de las curvas usuales, de las escalas, cualdrícu-las, copias, etc.; tiene cuatro láminas grabadas enacero, formando con el texto un cuaderno. La partesegunda posee, como la anterior, un sólo cuaderno,pero con ocho láminas: versa sobre las combinacionesde líneas rectas y curvas, las molduras y sus aplica-ciones. La parte tercera tiene tambipn un sólo cua-derno con seis láminas, y trata de los lavados con unaó varias tintas, por capas y de colores.

La parte cuarta Gompronde cuatro secciones, conotros tantos cuadernos. El primero tiene por asuntoel adorno sencillo, sirviéndose de líneas de prepara-ción, de las de movimiento y sentimiento y de lasformas generales: posee ocho láminas. El segundo seocupa del adorno lavado presentando numerosos yselectos ejemplos; seis láminas. El tercero versa sobreel adorno hecho á pluma, exponiendo sus procedi-mientos é insertando bonitos ejemplos, dando las ba-ses ¡tara el dibujo topográfico; tiene cinco láminas. Elúltimo de estos cuadernos trata del adorno cuando enél entran las aguadas coloreadas, presentando casosde flores y frutas, así como de diversos estilos; todoello en cinco láminas.

La parte quinta no presenta más que un cuadernocon cinco láminas, el cual está dedicado á unas nocio-nes sobre la teoría de las proyecciones, ó sea los fun-damentos de la geometría descriptiva, aplicándolasluego á los poliedros y cuerpos redondos, cuyas sec-ciones y desarrollos s"e estudian. Constituye, pues,este cuaderno la base de lo que con justicia se ha lla-mado el lenguaje del ingeniero.

La parte sexta es la más completa y detallada de laobra: van publicados hasta la fecha cinco de sus cua-dernos, y pronto verán la luz pública, á juzgar por lafebril «cüvidad de su autor, los dos restantes. Cadauno de estos corresponde á una sección especial: elprimero á los órdenes toscano y dórico con ocholáminas: el segundo á los jónico, corintio y compues-to, con igual número de aquellas, con los mediospara trazar cualquiera de sus elementos ó conjuntos.

La tercera sección trata de los detalles de algunosestilos: uno de sus cuadernos comienza con la des-cripción de los principales elementos de construcción,continúa con la de los monumentos primitivos, feni-cios y pelásgicos, y entra luego en los estilos egipcio,indio, persa, griego, etrusco, romano, latino, bizan-tino, latino-bizantino y románico. Para realizar estaempresa emplea el autor muchas páginas en las cuales intercala hasta 90 grabados en madera, ademásde 10 láminas grabadas en acero.

Sigue otro cuaderno que se ocupa de la mismasección, pero refiriéndose ya especialmente al estiloogival ó gótico. Nada menos que 13 láminas magnífi-cas y 160 grabados intercalados en un texto de 140páginas en folio comprende este cuaderno, en el cual

se tratan el estilo de transición entre el románico y elogival, detallando luego éste en sus tres periodos éincluyendo las artes industriales desde los siglos xmal xvi. Trátanse en estas de las obras de carpintería,y entre ellas de los facistoles, sillerías, carruajes, etc.:de las de herrería y cerrajería, describiendo las her-mosas rejas de la Edad Media, sus macollas, herrajes,candelabros y armas de todas clases; las de platería,con los candeleras, cálices, altares, cruces, relicarios,vasos, etc.; las de relojería, cerámica, tejidos, bor-dados, instrumentos músicos, grabados, etc.

El tercer cuaderno de esta sección acaba de ver laluz pública hace pocos dias, y tanto por esta razóncuanto por ser el más notable y completo de todos,merece que le dediquemos algunas líneas.

Versa sobre el arte mahometano y estilo árabe:contieno unas 140 páginas en folio con 147 grabadosintercalados, además de 12 láminas. Comienza pordescribirlos elementos principales del estilo, comoson los aparejos, molduras, trazados, lacerías, etc.Pasa luego al estudio del primer período árabe, tra-tando de sus arcos, columnas, adornos, inscripciones,bóvedas, mezquitas, describiendo muy detalladamentela de Córdoba, palacios, baños, etc. Llega al segundoperíodo de este arte, indicando los mismos asuntos,lo cual se repite al tratar del tercero; en aquel se de-talla la torre de Sevilla, que hoy está aneja á su cate-dral; en éste la Alhambra.

En capítulo especial trata el Sr. Borrell del artemahometano en la India y en Turquía, y en otro lasartes industriales del estilo árabe, especificando laspuertas, celosías, arquetas, mesas, cerrojos, llaves,armas, brazaletes, collares, lámparas, azulejos, vasos,telas, tapices y grabados.

Termina el cuaderno con el estilo mudejar, ó seacristiano-mahometano, especificando sus elementos ytipos, describiendo el alcázar de Sevilla, y exponiendolas obras artístico-industriales derivadas de tal estilo.

III.

Tal es, en breves palabras, la enumeración de losprincipales asuntos de que se ocupa la obra del señorBorrell: no tardarán en publicarse sucesivamente losdos últimos cuadernos de la misma, dedicado el unoá los estilos chino, japones, mejicano y peruano, y elotro al renacimiento, á los de Luis XIV y Luis XV, yal contemporáneo.

La parte publicada forma un volumen en folio deBbO páginas con 98 láminas en acero casi todas y 397grabados en madera, intercalados en el texto. La im-presión es correcta, los grabados están firmados pornuestros primeros artistas, y tirados en papel de lujo.Es, en suma, una obra tan notable por sus buenascondiciones materiales, como por su esmerada direc-ción.

La primera observación que ocurrirá á nuestros

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lectores al recorrer estas línea, es figurarse que elSi'. Borrell es algún potentado que quiere gastar sufortuna en empresas literarias, ó bien que el públicoespañol le ofrece, por singular excepción, seguro me-dio de resarcirse de los gastos que tal empresa leccasiona. Sin embargo, ni una ni otra cosa suceden.Emplea el modesto profesor en esta obra, que es lailusión de su vida, que es hoy su vida misma, los re-cursos que un bienestar acomodado le proporcionan;y si bien tiene suscritores que le animan incesante-mente á no desmayar en su empresa, valen más porser lo florido de nuestros hombres de ciencia ó altacuna que por el número. No creo que se hará ilusionesel Sr. Borrell; recogerá con su obra inmarcesiblegloria, justamente merecida por su laboriosidad,pero no alcanzará el fruto remünerador de su tra-bajo.

Desdichado país es este y menguados los tiemposque corren, donde el prestamista y el logrero se enri-quecen, y el hombre de ciencia, por trabajador y sabioque sea, apenas gana lo necesario para vivir modesta-mente. Pero, por fortuna, no es el dinero la unidad conque se mide á los hombres: hay en nuestra misma socie-dad, á pesar de su materialismo, cierta consideracióny respeto á los hombres que cultivan las ciencias ylas artes, que se contrapone con el desden y burlacon que siempre se ve á quien ha ganado el dinero ácosta de su honra.

Esta satisfacción puede caber á nuestro autor.Cúmplele otra también no menos notable, la de haberrealizado toda su empresa con elementos españoles.Los dibujos son casi todos originales, y tomados en loposible de monumentos nacionales; españoles han sidotodos los artistas que le han ayudado, y hasta los gra-bados de madera están abiertos para la obra, por noquerer servirse de clichés extranjeros. Esto le da unsello especial, que la hace ser bastante solicitadafuera de España.

¡Cuánto habrá tenido que trabajar y que bregar elSr. Borrell para realizar su propósito! ¡Qué de sinsabo-res, cuántas contrariedades, tropiezos y disgustoshabrá sufrido para publicar con sus solas fuerzasobra de tal extensión, de estudio tanto, y que requiereel concurso de muchos auxiliares, impresor, graba-dores, estampadores, etc.! Algunos dias—estoy segu-ro de ello—se habrá arrepentido el autor de acome-ter tamaña empresa, ya por la dificultad de encontrarbuenos intépretes, ya por sufrir los pinchazos dealgún Aristarco severo, infecundo para producir y ha-bilísimo para morder. Otros en cambio se habrá en-sanchado su corazón y habrá recobrado nuevas fuer-zas al ver los plácemes que personas eminentes lehan dirigido, al leer las felicitaciones que muchos lehan enviado.

La parte mejor desarrollada de la obra es la que setrata en los dos últimos cuadernos. Los estilos ojival

y árabe pueden estudiarse con todos sus detalles eneste tratado de dibujo, no sólo en la parte gráfica,sino también en lo que constituye su teoría. La secciónreferente á artes industriales nos permite conocer elmodo de vivir de las gentes á quienes hace relación,penetrando en su vida íntima, al par que completalas condiciones rítmicas de cada estilo en sus apli-caciones y detalles. Esto nos hace además com-prender cuál era el estado de la industria en estasépocas.

Las vidrieras góticas, sus sillerías talladas, los tra-bajos de hierro martelado manifiestan que estas eranlas industrias florecientes en la Edad Media. Los azu-lejos árabes, sus tejidos, sus joyas nos enseñan cuáleseran las principales producciones fabriles de los mus-limes.

Las láminas son notables, ya lo hemos dicho, porsu dibujo y por su grabado, habiendo tomado parteen éste nuestros primeros artistas. Por no hacer de-masiado larga su indicación nos limitaremos á las delúltimo cuaderno. La 82." contiene capiteles primoro-samente burilados de los tres períodos árabes, por elSr. Navarrete, que es uno de nuestros primeros artis-tas en este género. La siguiente se refiere á elegan-tes y complicados adornos, y está grabada por elSr. Iranzo, continuando otra que representa el inte-rior de la mezquita de Córdoba, firmada por el Sr. Ni-colau. Siguen luego tres cromo-litografías, en que seven los brillantes colores y los dorados en que losárabes eran tan maestros.

Otra de las láminas manifiesta los entramados yartesonados árabes, otra la célebre lámpara granadinaque se conserva en nuestro Museo arqueológico, yque estaba antes en la Universidad de Alcalá, y mástarde en la Central, dibujada del natural por el señoryelazquez. Una de las referentes al estilo mudejarcontiéUe el entrepaño de una puerta del alcázar deSevilla, con todos sus adornos y colores. Descuellauna ventana del palacio de los Ayalas, grabada por elacadémico de San Fernando Sr. Martínez.

Para terminar estas líneas, dando nuestro parabiénal Sr. Borrell, y animándole á que no ceje en su em-peño, uniremos nuestras indicaciones á las que hemosescuchado de personas más competentes, para quepublique un cuaderno especial dedicado á las sombrasy á la perspectiva lineal, ó mejor dos, si á tanto seatreve. Con esto realizará un verdadero Tratado com-pleto de dibujo artístico-industrial, el mejor, en nues-tra humilde opinión, de los publicados en España, yque competirá con los mejores de sus similares ex-tranjeros.

G. VICUÑA,

Profesor de la Universidad de Madrid.

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BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Academia de. la Historia.MADRID, 2 1 JUNIO.

La inauguración del nuevo local de esta corpo-ración y la recepción en el seno de la misma delSr. D. Alejandro Llórente, lian constituido unadoble solemnidad, de la cual vamos á dar cuenta,aunque ligeramente.

Para el primer acto leyó un bien escrito discur-so el Sr. Barrantes, refiriendo la historia particu-lar del edificio del Nuevo Rezado, de que tomaposesión la Academia, y reseñando algunos tra-bajos de los muchos que avaloran las tareas deesta sabia corporación.

La recepción del Sr. Llórente empezó por lalectura que hizo el mismo de un brillante discur-so, cuyo tema era el elogio de nuestro gran esta-dista é historiador D. Carlos Coloma, y las rela-ciones diplomáticas que sostuvo en la corte de laGran Bretaña cuando los proyectados enlaces dela infanta de Rspaña doña María de Austria,hermana de Felipe IV, y emperatriz que fue des-pués de Alemania, con el príncipe de (.rales, Car-los I de Stuart, de trágica memoria en la historiade la revolución del Reino-Unido. La extensiónde este estudio nos impide reproducirlo íntegro,y su índole nos veda hacer un extracto, que ten-dria que ser imperfecto é insuficiente.

Al Sr. Llórente contestó el señor marqués deMolins, cuyo discurso, del mismo modo que elanterior, fue escachado con universal interés yaplauso.

Las obras que se han hecho en el edificio sonde bastante importancia, según refiere el señorPérez de Guzman en un artículo que acaba depublicar. El decorado del salón en que se ha veri-ficado la inauguración es sencillo, pero elegante.Las paredes están pintadas al óleo, de color grisclaro, y recuadradas con una moldura blanca. Eltecho es sencillo, y el piso de mármol blanco deItalia. Adornan los muros del salón los retratosde Felipe V bajo el dosel presidencial, con Car-los III y Carlos IV á uno y otro lado: síguense losdel emperador Carlos V y su hijo Felipe II, y losde los condes de Campomanes y de Torrepalma yD. Agustín de Montiano y Luyando, primer pre-sidente que t'ivo la ilustre corporación.

En el pórtico se han colocado dos grandes esta-tuas de alabastro, representando á Pelayo y laFelicidad, regalo del Ministro de Fomento á laAcademia, y obra de dos insignes artistas pre-miados en las últimas exposiciones nacionales.

Academia de ciencias de París.8 JUNIO.

El presidente anuncia la muerte de M. Roulin,bibliotecario y miembro del Instituto, botánicoeminente que, después de haber emprendido unviaje científico por la América del Sur, en com-pañía de M. Boussingault, se habia consagradoenteramente á la redacción y publicación de lasreseñas de las sesiones de la Academia de cien-cias, que fueron las primeras que se publicaron,y cuya idea siguieron después todas las asocia-ciones científicas de Europa.

—La corporación nombra académicos corres-

pondientes á M. Tholozan en la sección de medi-cina, y á M. Studder en la sección de geología.

—M. de Quatrefages presenta una nota de ob-servaciones sobre las razas enanas* de África. Laestatura de los Akkas es como la de los Obongos,otra raza africana pigmea, descubierta en las re-giones del. Gaboh, territorio de los Aschangos, yque tienen un máximum de 1 metro 503 milíme-tros, y un mínimum de 1,306. Pero los Akkas ylos Obongos no son las razas más pequeñas, por-que existen los Mincopias (máximum 1,445 y mí-nimum 1,370), y sobre todo, los Boschimanes,que sólo miden de 1,445 á 1,14. Este mínimumúltimo ha sido medido por Barrow en una mu-jer madre de varios hijos, y por lo tanto, per-fectamente adulta. El abultamiento del abdomenen los Akkas es una consecuencia natural delos malos alimentos. La columna vertebral nose parece en nada á la de un mono antropo-morfo, tal como la representa Huxley en su librosobre la relación que existe entre el hombre y elmono; y, por lo demás, basta una simple miradaá las fotografías que presenta M. Quatrefagespara convencerse de que los Akkas no son deninguna manera el lazo de unión intermediarioentre el hombre y el mono, como algunos tras-formistas han creido descubrir.

—M. Bouquet de la Grye refiere un nuevo pro-cedimiento para grabar en cobre. Se cubre laplancha de cobre de una capa delgada de plataadherente, sobre la cual se extiende un barniz decolor; se dibuja con una punta seca los trazos, latopografía y la letra, como se hace con el dia-mante en el grabado en piedra, y se pone á mor-der el dibujo por medio del percloruro de hierro.En el caso de que se trate de una reproducción,ya sea aumentando, ó ya disminuyendo el. tama-ño, se puede evitar el calco haciendo una impre-sión daguerreotípica sobre la capa de plata. Laparte original del trabajo del grabador, la quereclama una mano de artista, permanece intacta.

15 JUNIO.

M. Peligot refiere diferentes casos de envenena-miento por el plomo, observados en los habitantesde una propiedad rural. De veintiséis personas quepresentaron los síntomas de una intoxicación sa-turnina, sucumbieron dos. La autopsia que prac-ticó en uno de los cadáveres el doctor Bergeron,reveló la existencia del plomo en proporciones no-tables en los diversos órganos del cuerpo, y prin-cipalmente en el hígado y en el cerebro, donde lapresencia del metal tóxico se observó de una ma-nera indudable, puesto que el plomo estaba enestado de sulfato. Este envenenamiento sólopuede atribuirse á la existencia de una cantidadbastante considerable de cloruro de plomo en lasalmuera destinada á la conservación de la man-teca. La sustancia tóxica debió caer por un des-cuido, según todas las probabilidades, en estadodeacetato de plomo ó sal de saturno.

—Procédese al nombramiento de un miembroextranjero en reemplazo de M. Agassiz, y resultaelegido M. Alfonso de Candolle por 34 votoscontra 13, que obtuvo M. deBaér.

—M. Nativelle, que después de treinta años deinvestigaciones habia descubierto el medio deextraer de la digital un principio activo en estadocristalino, indica un nuevo procedimiento menosdispendioso y más eficaz.

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N.° 48 BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS. 573Instituto geológico de Austria.

M. von Beust llama la atención sobre las mi-nas de oro y plata de Qpmstock, en las cualeshay ya varios pozos tan inmensos, como que lle-gan á la profundidad de 450 á 500 metros. Lamasa metalífera actualmente explotada es tanrica, que en los últimos diez y ocho meses hadistribuido la sociedad, en dividendos á los accio-nistas, setenta millones de francos. En las partessuperiores de los filones predominaba mucho laplata con relación al oro; pero en la actualidadque la explotación se halla tan adelantada, el oroes cada dia el metal preponderante, y de aquí losmayores y enormes rendimientos.

—M. Gróger da detalles interesantes sobre lasrocas encontradas en los campos de diamantesdel África austral. Algunas rocas eruptivas en-cierran ilmenita, metal que con el pyrope formanlos compañeros del diamante. El pyrope no se havisto hasta ahora sino en la serpentina, roca muyrara en los yacimientos diamantíferos. M. Grogerdivide en dos clases los yacimientos de diaman-tes. Los abiertos son bolsas de 200 á 600 metrosde diámetro, y se han explotado hasta una pro-fundidad de cerca de 40 metros. La exploracióndel suelo diamantífero demuestra que ha sidoteatro de un gran trastorno eruptivo, y que losmateriales que lo componen proceden de grandesprofundidades. El yacimiento de diamantes delrio Vaal ofrece otro aspecto. Los diamantes sólose encuentran en una zona muy estrecha, á lolargo de las orillas del rio. La mayor distancia áque se han encontrado no pasa de media milla, yla altura más elevada no excede-de T0 metros. Élterreno diamantífero en aquella localidad es muysuperficial; no tiene más de algunos metros deespesor; está acribillado de agujeros llenos dearena cuarzosa y guijarros rodados, que proce-den de la desegregacion de diversas rocas erup-tivas". Los diamantes de mejor ealidad son losque se encuentran en las orillas mismas del rio.

Las minas secas (dry diggins) se encuentranmás al Sur. Están formadas por espacios limita-dos, redondos ó elípticos, y su interior lleno derocas alteradas. Los grandes bloques son angu-losos, y los pequeños rodados como si hubieranexperimentado por sí solos largos trasportes quelos hayan desgastado.

—M. F. von Hauer da cuenta de la donaciónde 12.000 florines anuales hecha por Albert Sch-loenbach de Salzgitter al Instituto geológico, condestino á estudios que se hagan en el extranjeroen terrenos que tengan relación íntima con losde la monarquía austríaca. En el primer año seadjudican los 12.000 florines á M. títur por sustrabajos en el terreno carbonífero de Bohemia, ypor la comparación de la fauna de ese terreno enBohemia con la del mismo horizonte en Sajonia.

—Verificado el inventario de la biblioteca delInstituto, resultan 19.2S6 volúmenes.

—El director da cuenta de la organización delInstituto y de la posición oficial que el gobiernoaustríaco ha concedido á todos los geólogos queforman la corporación, asegurándoles decorosasretribuciones y un porvenir exento de cuidados,que permitirá á todos, en adelante, preocuparseúnica y exclusivamente de los importantes tra-bajos e investigaciones que constituyen el objetodel Instituto.

Sociedad de biología de París.6 JUMO.

M. Grehant indica un aparato cómodo para ob-tener en poco tiempo grandes cantidades de oxí-geno, con ayuda del procedimiento ordinario, queconsiste, como es sabido, en descomponer por elcalor el clorato de potasa en cloruro de potasioy en gas comburente. Esta descomposición exigíaun calor bastante intenso para mojar el cristaldel globo que se empleaba. M. Grehant reemplazael globo de cristal por un tubo de hierro de cercade tres centímetros de diámetro interior y de unmetro veinte centímetros de longitud, que se pue-de llenar de más de 500 gramos de clorato de po-tasa. Se le pone debajo un mechero de gas, y estallama basta para desprender más de 100 litros deoxígeno en menos de un cuarto de hora.

—M. Ball refiere el caso de un enfermo que ha-bia muerto con los síntomas de una endocarditisulcerosa, y cuyo corazón se hallaba lleno de válvu-las sigmoideas, de que se ofrecen muy pocos ejem-plos en la ciencia. El borde, que no tenia estasválvulas, no era regular y unido, como se observaen estado normal, sino que estaba formado porun verdadero retículo ó redecilla de filamentoscortos y desligados.

—M. Carville refiere un caso de intoxicación deargéntico ú óxido de plata en un anciano, que áconsecuencia del abuso de los colirios nitrados enlos ojos, llegó á adquirir un color moreno-castañomuy pronunciado en la esclerótica, membranaenvolvente del ojo, en el párpado inferior, en lasencías y en las uñas.

13 JUNIO.M. Carville expone el resultado de las investi-

gaciones hechas por el profesor Vulpian, con ob-jeto de determinar el mecanismo de la purgación.M. Vulpian atribuye los. efectos de los purgantesá un catarro intestinal de los más pronunciados,que sucede á la administración de las diversassustancias evacuantes. Ha observado la produc-ción de ese catarro hasta como consecuencia de lainyección subcutánea de un decigramo de sulfatode magnesia.

Esfflt comunicación produce un vivo debate en-tre varios académicos. Uno de ellos, M. Moreau,dice que la relación que establece M. Vulpian en-tre el catarro intestinal y la purgación no da luzninguna sobre la teoría de los purgantes, y querelacionar un fenómeno fisiológico con una evolu-ción patológica es explicar obscurumper obscuras.

Sociedad geológica de Francia.1 . " JUNIO.

M. Daubrée da cuenta de una carta que le hadirigido M. Minard sobre los yacimientos aurífe-ros de las islas Filipinas. La explotación delcuarzo aurífero ha sido abandonada en vista dela riqueza en pepitas y pajas que contienen losaluviones. Estas arenas auríferas encierran pie-dras dioríticas é itabiritas con hierro magnético.El oro se encuentra en pepitas bastante volumi-nosas; el cuarzo es raro. Entre las sustancias queá veces acompañan al oro se puede citar el pla-tino nativo.

—M. Gaudry lee un estudio sobre Los seres delos tiempos primarios, exponiendo los hechos, fa-vorables ó desfavorables á la doctrina de la evo-

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lucion, suministrados por el estudio de las faunasprimitivas. Aborda la cuestión del arquetipo yasegura que los datos paleontológicos actualesestán en contradicción con esa teoría.

Sociedad de Geografía de Paris.22 MAYO.

M. Desgodins presenta, á nombre de su herma-no el abate Desgodins, un itinerario de Yerkaloá Tsekon. Las noticias del Thibet no son satis-factorias. Las misiones católicas de Batang yBommé habian sido destruidas; y la de Yerkalotan amenazada, que los misioneros habian tenidoque huir. Pero la intervención de monseñor Chau-veau habia hecho volver á los misioneros á susantiguas residencias.

—51. Evrard llama la atención sobre un proce-dimiento para la reproducción de mapas, suma-mente sencillo, y sacado de una de las operacio-nes de la fotografía. Se trata de la reducción delcianuro de hierro, trasformado en azul de Prusia,por la exposición á la luz solar y el lavado del pa-pel sobre el cual se extiende. Poniendo un mapasobre un papel trasparente encima del papel pre-parado, éste no sufrirá impresión en las partesnegras del mapa, y se tendrá, después de lavado,un dibujo blanco sobre azul.

—M. Duveyrier anuncia á la Sociedad queM. Beaumier, cónsul en Mogador, ha enviado áFrancia para que se acostumbre á las observacio-nes geográficas precisas, al rabino Mardoqueo, quepresenta á la Sociedad.

Mardoqueo (Mordokhai ben-Aby-Seroúr), dequien la Sociedad de geografía ha publicado ensus boletines una relación muy interesante so-bre Tombuctu, es un judío marroquí nacido enAkka, aldea próxima á Ouad-Noiin, persona áquien la pasión de los viajes ha arrastrado sucesi-vamente al Sus, á todo el imperio de Marruecos,Argelia, Túnez, Trípoli,Egipto, Siria y otras mu-chas comarcas. Ha hecho cuatro viajes desdeAkka á Tombuctu, y ha vivido once años en estaúltima ciudad. M. Dorneau-Dupere, cuyas explo-raciones siguen con tanto interés los geógrafosfranceses, ha puesto de relieve en su Estudio so-íre la misión de la Francia en el áfrica septentrio-nal, la figura de Mardoqueo,haciendo comprendertoda la atención que merecen los trabojos de esteintrépido viajero. M. Duveyrier añade que Mar-doqueo ha remontado el Nig'er hasta Sansandig, ypenetrado en la tierra hasta treinta y cinco jorna-das al Sur de Tombuctu. Mardoqueo se pone ádisposición de la Sociedad para las investigacio-nes que tenga á bien confiarle.

BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES.

M. Laborde ha inventado un medio para darsonidos dulces á los violines más chillones. Con-siste en colocar sobre el contorno superior delpuente un pequeño cordón de cera. Empezó losexperimentos por poner guttapercha, que le dabaexcelente resultado mientras no se secaba; y deensayo en ensayo llegó á la cera, que no sufre al-teración. Cada cual puede poner el cordoncito de

cera más ó menos grueso, según las necesidadesde su violin; pero nunca demasiado grueso, por-que entonces se debilitarían los sonidos.

* *En Francia se está reorganizando el observato-

rio nacional en su departamento meteorológico,gracias á una gruesa cantidad que ha destinadoel gobierno para dicho objeto; y M. Martin, el há-bil continuador de Foucault, está construyendoun gran telescopio de mira de cristal plateado deun metro 20 centímetros de diámetro.

-#* *

M. Goumain-Cornille está organizando á sucosta en Paris una expedición á las Montañas Pe-dregosas, con objeto de estudiar las doctrinas delos mormones y hacer observaciones hidrográfi-cas, geológicas, entomológicas, agrícolas y bo-tánicas.

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Acaba de celebrarse un congreso pedagógico ale-mán en Breslau, en el cual han estado represen-tadas las naciones de primer orden, incluso Fran-cia, y ya se anuncia otro en Saint-Imier, cantónde Berna, promovido por los maestros belgas, elcual se verificará en los dias 20 y 21 de Juliopróximo.

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El conocido literato francés que firmaba susobras con el nombre de Julio de San Félix, perociiyo verdadero nombre era Félix d'Amoureux, hafallecido en Paris. Habia sido uno de los colabo-radores de Alejandro Dumas y oficial del Ministe-rio del Interior.

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Se ha mandado formar y publicar oficialmenteen Francia un gran libro, cuyo título, Inventariode las riquezas del arte en Francia, expresa biensu objeto.

* *M. Delecroix, jefe de veterinaria del ejército fran-

cés, acaba de publicar un extenso trabajo sobrelos medios de aumentar la producción y prolon-gar la conservación de los caballos destinados alejército; y en esta obra encontramos una esta-dística del ganado caballar que actualmenteexiste en Europa. Es la siguiente: Francia 3.633.605cabezas. Austria,3.100.000. Inglaterra 2.666.200.Alemania 2.500J00. Rusia 1.800.000. Turquía1.100.000. Espamí 650.000. Holanda 300.000 Bél-gica 260.000. Suiza i 10.000.

* *M. J. Meyer, director de la fábrica de espejos de

Chauny,.perteneciente ala compañía de Sain-Go-bain, acaba de dar publicidad á un procedimiento,tan sencillo como importante, para combatir lafunesta influencia del mercurio en la salud de losobreros. Una casualidad le descubrió en 1868 losadmirables efectos de su procedimiento, y desdeentonces no ha podido darse cuenta científica-mente de su acción preservadora; pero la prác-tica le ha revelado su eficacia, y esto es lo princi-pal. Consiste su procedimiento en derramar todaslas tardes en los tallares, después de concluir lostrabajos, medio litro de amoniaco liquido del co-mercio. El olor penetrante del gas hace la atmós-fera del taller de mercurio menos sofocante, y por

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N.°18 BOLETÍN BE CIENCIAS Y ARTES. 575

consecuencia menos nociva para los obreros.Desde 1868 M. Mejer no üa vistb un sólo obrerocon accidentes mercuriales; pero antes de la ex-presada época, en que empezó á usar el amonia-co, la influencia del veneno se dejaba sentir entodos los obreros que llevaban más de seis mesesen el trabajo de estañar espejos.

El procedimiento indicado por M. Meyer está alalcance de todos, y seria de desear que se ensayaraen España en todos los talleres en que se manejael mercurio en estado metálico, y también en lasminas de Almadén, porque seria importantísimopara la higiene de varias industrias.

A propósito del congreso de médicos especia-listas de enfermedades de los niños, que se ha ce-lebrado recientemente en Marsella, y en el cual seha hecho constar que ninguna de las sustanciasalimenticias presentadas y analizadas reunian lascondiciones higiénicas necesarias, la Oazette desUpitanx publica los resultados obtenidos por MM.Dujardiu-Beaumetz y Hardy en las experienciasque acaban de realizar acerca de una sustanciaalimenticia nueva; la harina de avena. De todoslos alimentos, incluso la leche de vacas, el quemás se aproxima á la leche de mujer en sus ele-mentos plásticos y respiratorios, es la harina deavena, que contiene, en mayor cantidad que otrasustancia cualquiera, el hierro y las sales, espe-cialmente fosfato de cal, tan necesarios á los ni-ños. Posee además la propiedad de prevenir y de-tener la diarrea, aun en los niños debilitados enque se presenta tenaz; propiedad de gran impor-tancia, pues sabido es que la diarrea produce bas-tante mortandad en los niños. En el hospicio deVersalles se han hecho pruebas que han dado unresultado muy satisfactorio, comparando niñosde cuatro á once meses alimentados con leche devacas, y otros de la misma edad alimentados conharina de avena; estos últimos estaban tan bue-nos y robustos como los que se alimentan en elseno de una buena nodriza. En Escocia y algunospuntos de Francia, como Normandía, estaba yaen uso la harina de avena, y sus resultados hansido la base de los ensayos verificados. La avenamolida por el mismo procedimiento que los de-mas cereales, produce una masa pastosa y ne-gruzca que no puede conservarse mucho tiempo;por eso hay que usar k llamada harina de Esco-cia, importación de M. Morton, que hoy se vendeen todas las capitales.

M. Lissajoux acaba de indicar un medio inge-nioso para medir al vuelo la velocidad de un pro-yectil ó de una estrella errante. Imaginemos quese mira con una lente un punto luminoso sooreun fondo oscuro, una perla luminosa sobre unpaño negro. Supongamos que se hace vibrar uni-formemente uno de los cristales de la lente, elque sigue al ocular por ejemplo, cuya misión eshacer ver derechos los objetos que sin él se verianinvertidos; la perla, en vez de figurar un punto,dibujaría entonces una línea luminosa como sise hiciera oscilar rápidamente un ascua ardiendo.El objetivo vibrante hace cambiar de lugar á laperla á nuestra vista, y la persistencia de la im-presión sobre la retina produce la sensación deuna línea recta brillante.

Si la perla, en vez de estar inmóvil, varía de si-tio, á su vez los dos movimientos se combinaríany se vería una línea brillante sinuosa. Basta sa-ber el número de sinuosidades comprendidas enel espacio de la lente para deducir la velocidaddel movimiento propio de la perla. Sabida la dis-tancia en metros á que corresponde la amplituddel instrumento, y sabido el número de vibracio-nes por segundo del objetivo, se tiene, por conse-cuencia, la distancia recorrida en cada segundopor el punto luminoso.

El movimiento vibratorio constante del objeti-vo de la lente se produce por un diapasón exci-tado por un pequeño electro-iman. En es-tas con-diciones se puede seguir con la mirada una gra-nada provista de una luz de magnesio, y deter-minar su velocidad en los diferentes puntos desu trayectoria.

La única dificultad, según algunos, consiste enque no se puede distinguir un proyectil animadode una velocidad inicial de 400 ó 500 metros porsegundo; pero los artilleros saben perfectamenteque se puede seguir con la vista un proyectildespués de salido del cañón hasta el punto enque estalla. La impresión del punto negro es per-sistente cuando no se encuentra en el sentido delmovimiento, y la observación es fácil. Pero nosucede así cuando se intenta seguir con la mi-rada la granada de un modo perpendicular á sutrayectoria; se necesita mucha costumbre paraverla en el aire, y pocos pueden conseguirlo. Sinembargo, afírmase que con un buen anteojo, nosolamente se puede seguir la marcha de una gra-nada, sino también las de las balas de fusil; y eneste caso es muy fácil aplicar el método de M. Lis-sajoux á la determinación de la velocidad de losproyectiles en los diferentes puntos de su trayec-toria.

Ha llegado á Madrid el distinguido artista ga-llego Sr. Cousiño, cuyos trabajos en marfil le hande conquistar en poco tiempo un brillante porve-nir. En efecto, parece imposible que pueda lle-garse al grado de perfección, gusto, elegancia ydetalles que el Sr. Cousiño ha sabido dar á susobras.'íExpuestas se hallan algunas de éstas en elestablecimiento titulado La Corona de Oro, car-rera de San Jerónimo, núm. i, y para honra delarte debemos llamar la atención de los aficiona-dos hacia los expresados trabajos, que no están ála venta, porque son de propiedad particular. ElSr. Cousiño no trabaja para el comercio, sino so-lamente por encargo de los aficionados.

M. Besnier, médico del hospital de San Luisde París, ha publicado un estudio, del cual re-sulta que en las épocas de epidemias la enferme-dad se ceba en los barrios populosos de un modomás notable que relativamente en los más des-poblados de una misma capital. Por ejemplo, enel barrio de la Opera de París nunca ha habidoen tiempo de epidemia más que una mortandadde 10 personas por cada 1000 habitantes, mientrasque en el barrio 18.°, ó sea el de Montmartre,.hasubido siempre á más del triple, ó sea 33 por 1000.

Los inconvenientes de la densidad de poblaciónse observan con más facilidad en los cuarteles,donde la fiebre tifoidea y la tisis pulmonar hacen

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grandes estragos, como enfermedades cuyo origenreside en la falta de ventilación conveniente. Así,en la población militar, la mortandad está en pro-porción de 18 por 100, mientras que en la poblacióncivil no pasa de 9 por ¡00, según datos de M. Levy.Es natural; donde no se respira bastante, allíestá en seguida la enfermedad. Las impresionessobre el olfato que se sienten cuando se penetraen una atmósfera viciada, siguen, en general, unamarcha regular con la proporción de ácido car-bónico contenido en el aire. Un aire que se hueleestá evidentemente viciado.

Cuando el aire de una habitación no encierramás de 0,0008 de su volumen de ácido carbóni-co, el olor causado por la presencia de materiasorgánicas es imperceptible. Cada persona necesi-ta, por lo menos, 10 ó 12 metros cúbicos de airepara respirar bien, y una ventilación, para renova-ción del aire, de unos 90 metros cúbicos por hora.Para una persona es bastante una alcoba de4 metros de ancho por 5 de largo y 3 de alto, ósea de 60 metros cúbicos de capacidad; pero, paraconservarla á un grado de salubridad convenien-te, se necesitaría hacer circular en ella 40 metroscúbicos de aire por hora. En los hospitales se re-quiere 50 metros cúbicos por cada cama, y unarenovación de 60 metros cúbicos por hora, lo me-nos; pero á veces también se nota algún olor enestas condiciones, y es bueno aumentar la canti-dad de la renovación.

Las chimeneas constituyen un medio excelentede renovación del aire. El tiro de una chimeneasencilla, en la cual haya un fuego regular, puedebastar para producir una renovación de aire con-siderable en las habitaciones. No se debia consen-tir la reunión de niños, ni adultos en las escuelasque no tengan algún conducto de evacuación, nidebian usarse las grandes salas de los cuartelessin chimeneas.

En resumen, para elevar el término medio dela vida, y para hacer hombres fuertes y resisten-tes á las enfermedades, lo primero es educar biená los niños, sin privarles, como se hace frecuente-mente, del aire que necesitan, antes bien ense-ñándoles á respirar. Después de esto convieneobservar las precauciones de la higiene y de unbuen método; pero ante todo es el aire.

Bibliografía científica.

Análisis químico de aplicación á las ciencias mé-dicas, por el doctor D. Vicente Munner y Valls.Un tomo en 4.° Barcelona, 1874.

Elementos de antropología psicológica, por D. Ro-mualdo Alvarez Espino, catedrático del Insti-tuto de Cádiz. Un tomo en 4." con 25 grabadosy tres láminas. Cádiz, 1874.

Cwso de metalurgia especial, explicado en la Es-cuela de Minasi por I). Luis Barinaga y Corradi.Entrega 8.', en 4." Madrid, 1874.

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Traite de botaniqne, por J. Sachs, traducido d$alemán al francés por Th. Van Tieghem. U(ivolumen en 8." de 1.100 páginas. Páris, 1874.

Aimantation iMiver selle. Vie etherée et vie plane-taire, por A.4 Montagu. Un volumen en 8." de240 páginas. Paris, 1874.

Traite pratique du chaiiffage, de la ventilation etde la distriiwHon des eaux dans les habitationsparticuliéres, por M. V. Joly. Un tomo con 375viñetas. Paris, 1874.

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L'Annee scientiñque et industrielle, por Luis Fi-guier; 17.° año. Un tomo en 12." de 580 páginas.Paris, Hachette, 1874.

La Morale, por Paul Janet, miembro del Insti-tuto de Francia. Un volumen en 8." Paris, 1874.

Hygiene et assainissemeat des villes, por J. B.Fonssagrives. Un volumen en 8." Paris, 1874.

Precis elementaire de seniculture pratique, porA. Gobin. Un volumen en 18.° Paris, 1874.

Spectres lumineux, por M. Lecoq de Boisdaudran.Un volumen en 8.° con atlas de 29 planchas.Paris, 1874.

Problems of Ufe and mind, por George H. Lewes.Tomo primero. Un volumen en 8." Lon-dres, 1874.

Geological Survey of Olio, por J. S. Newberry,Jejé geólogo. Un volumen en 8." con mapas.Columbus (Estados-Unidos), 1874.

Propiedad literaria.

Relación de las obras presentadas en el Ministeriode Fomento en el mes de Abril de 1874.

Santamaría.—La defensa del derecho de propiedad, 1 1 . 4.°Víctor Hugo.—Noventa y tres, tomo primero.Fernandez Deus.—Tratado de aritmética, i t. 4.°—Tratado de geometría, 1 t. -4.°Abolla.—Tratado de legislación de primera enseñanza, 1 t. 8.—Manual de los juicios de testamentaría y abintestalo, 1 t, 8.°Sánchez.—Cursas theologiai dogmatice, 1 t. 4.°Gutierre/..—Códigos Ó estudios sobre el derecho civil, lomo sexto.Martínez Pedrosa.—Nubes y flores, versos, 1 t. 8.°Vesteíro Torres.—Versos, 1 t. 16.°Mestre.—Cartas abiertas, 1 t. 8.°Sappey.—Tratado de anatomía descriptiva, tomo cuarto.Ei mundo cómico, semanario humorístico, cuatro números.OBRAS DRAMÁTICAS. Basta de matemáticas, 1 a.—A rio revuelto, 1 a.—

1/ Hereu, 3 a.—El dominó azul, 3 a.—La serpiente del crimen,2 a.—Bromas con la vecindad, 1 a.—El que va á morir te saluda.—Comedia casera.—Un sí.™Sermón perdido.—La filosofía del vino.—Estrel la . -Las bijas de Fulano.—A gusto de mi tia.—Udara, 3 a.—El libro talonario, 4 a.—Los comediantes de antaño, 3 a.—EL últimomono, 1 a.—Mi mujer me engaña, 1 a.—El aceite de bellotas, \ a.—Más vale llegar á tiempo, 1 a.— El domador de fieras, 1 a.—Deudasde la honra, drama,—Levantar muertos, 2 a.—Parientes y trastosviejos, comedia.—Un jóyen audaz, 2a.—Desde el umbral de la muer-te5 \ a.—Los tres mosqueteros.—El vizconde deCommarin.

Loreníe.—Tablas aritméticas, i cuaderna. 8.° Albacete.Maestre Oleína.—Taquigrafía musical. 11. 8.° Alicanie.Pérez Olmedo.—Detallado método de lengua hebrea, 1 t. 4.° Palencia.Ordozgoiti.—Situación déla batalla deSomorrost.ro, a hojas, Santander,Villar.—¡Vaya un ángel! farsa, un acto, 1 t. 4. Sevi'.la.Torróme—Les choyas de Roseta, de Pitarra, 4 t. 4.° Valencia.Aguilar. —Nuevo catón, 1 t. 8 / ' ídem.—Compendio de gramática castellana; t atado 1.° 1 t. 8.° ídem.—Rudijaienios'drprosodia y nociones de ortografía, t t. 8.° ídem.

CJdéiones de aritmética*^." edición, 11 . 8.° ídem,. Llembart.ü-TMci áia's, de sillo^ sucesos de Valencia, 1 t. 8.° ídem.

1 —L_a esclavitud de los bteücfis* Urama, 5 a. l t . 4.° ídem.- Síftü y íio&is.—Tratado de-jdrispVudencia comercial, \ t . 4.° Zaragoza.

Víctor 'Hugo',—Qiíatre.Vrn&t treize,& t. 4.°Jtfagasin^'education el díe recfeaiíoií, 2 entregas.

\ ^Imprenta de la BibHoteca.de Instrucción y Recreo, Rabio, 25 .