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REVISTA EUROPEA. NÚM. 171 DE JUMO DE AÑO IV. TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO. MONOGRAFÍA BIBLIOGRÁFICA CON NOTICIAS É INDICACIONES ACERCA DE LOS PRINCIPALES COMENTADORES ESPAÑOLES D£ ESTE LÍRICO LATINO. (Continuación) * D. Juan Pablo Forner, uno de los entendimientos más vastos y poderosos del siglo XVili, emprendió en competencia de triarle, á quien profesaba odio mortal, manifiesto en El Asno erudito y en Los Gra- máticos chinos, una nueva traducción del Arte Poetiza, que no llegó á darse á la estampa, parando el manuscrito en poder de í). Juan Tineo, que la in- cluyó en el tomo II de su colección de traductores de Horacio, cuyo actual paradero desconozco. Co- menzaba as(, según nota tomada por Gaílardp con presencia de la copia de Tineo: Si algún pintor á una cabeza humana Pegara un cuello de caballo, y luego, Oponiendo entre sí diversos miembros De animales diversos, repartiese Varias plumas en ellos, y ordenase El lodo de su lienzo de manera Que una hermosa mujer representase La parte superior, y á dar viniese La inferior torpemente en un pez negro, Decid, si esta pintura os enseñasen, ¿Pudierais contener la risa al verlo? Ocupaba en el manuscrito 12 hojas en 4.°, de unos 42 versos cada una (1): El mismo Forner publicó en el Diario de las Mu- sas una traducción de la oda 3." del libro II de Ho- racio, JEquam memento, que comienza: Pues presa de la muerte Has de ser, Delio, al fin, guardar procura En la Cunesta suerte No menos que en la próspera, segura De inmodesta alegría La mente inalterable noche y dia... Señaladísimo lugar, por lo atrevido y en parle * Véanse loa números 168, 169 y 170, paginas 577, 613 y 646. (1) Apuntes de D. Bartolomé J. Gallardo, sobre los pa- peles de D. Juan Pablo Forner. Poetas líricos del si- glo XVIII, tomo II (LXII de Aut. Españoles), TOMO IX. afortunado de su empresa, merece en este catálo- go el traductor hasta hoy anónimo del Arle Poética en menos silabas que el original, el cual no fue otro que D. Josó Antonio de Horcasilas y Porras, del há- bito de Calulravn, intendente y corregidor de Bur- gos, según resulta del manuscrito autógrafo que á la vista tengo, gracias a la buena amistad de mi ilustrado paisano el marqués de Casa-Mena, des- cendiente del traductor. Hizo Horcasitas este trabajo con el sólo propósito de mostrar la concisión que cabe en la lengua cas- tellana, y por lal concepto es laudable su patriótico y arriesgado empeño. Ténganse en cuenta la dife- rencia grande de los dos idiomas, latino y castella- no, la concisión y sobriedad extremadas del estilo de Horacio, ja dificultad de encerrar en un endeca- sílabo la sentencia de un exámetro, y se formará idea de las increíbles dificultades con que hubo de tropezar el traductor, empeñado en laconizarú toda costa la lengua y reducir nada menos que en 462 sílabas (él las contó: yo no he tenido paciencia para lanío) un texto de suyo ceñido y apretado. La ver- dad es que los versos salieron con frecuencia oscu- ros y premiosos, de lal suerte, que las sentencias en ellos encerradas parecen escaparse por todos lados en busca de más holgada vestidura. Y verdad es asimismo que no logró (poique era imposible) demostrar la ventaja del castellano en esta parte, pues sólo alcanza á tanta brevedad dejando (como él mism^conflesa) las palabras que sirven más para abundancia de la lengua quedara claridad de la sen- tencia, con lo cual implícitamente reconoce (y asi es la verdad) que, conservando los accidentes de estilo, no cabe en lo humano traducir con la áspera concisión que él pretendía. Pero conviene advertir que no abusa de la licencia de suprimir frases del original, y que llega á un grado asombroso de exac- tilud y rapidez, cual puede juzgarse por el siguien- te pasaje que sin particular elección trascribo: Arquíloco rabioso inventó el yambo, Pié que adoptaron zuecos y cotornos, Nacido para el diálogo, que vence Del palio el ruido, y á la acción se adapta. La Musa dio á la lira que á los Dioses, Sus hijos, y al triunfante Atleta cante, Y al caballo primero ea la carrera, Los cuidados del mozo, el libre Baco.

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 171 DE JUMO DE AÑO IV.

TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO.MONOGRAFÍA BIBLIOGRÁFICA CON NOTICIAS É INDICACIONES

ACERCA DE LOS PRINCIPALES COMENTADORES ESPAÑOLESD£ ESTE LÍRICO LATINO.

(Continuación) *

D. Juan Pablo Forner, uno de los entendimientosmás vastos y poderosos del siglo XVili, emprendióen competencia de triarle, á quien profesaba odiomortal, manifiesto en El Asno erudito y en Los Gra-máticos chinos, una nueva traducción del ArtePoetiza, que no llegó á darse á la estampa, parandoel manuscrito en poder de í). Juan Tineo, que la in-cluyó en el tomo II de su colección de traductoresde Horacio, cuyo actual paradero desconozco. Co-menzaba as(, según nota tomada por Gaílardp conpresencia de la copia de Tineo:

Si algún pintor á una cabeza humanaPegara un cuello de caballo, y luego,Oponiendo entre sí diversos miembrosDe animales diversos, repartieseVarias plumas en ellos, y ordenaseEl lodo de su lienzo de maneraQue una hermosa mujer representaseLa parte superior, y á dar vinieseLa inferior torpemente en un pez negro,Decid, si esta pintura os enseñasen,¿Pudierais contener la risa al verlo?

Ocupaba en el manuscrito 12 hojas en 4.°, deunos 42 versos cada una (1):

El mismo Forner publicó en el Diario de las Mu-sas una traducción de la oda 3." del libro II de Ho-racio, JEquam memento, que comienza:

Pues presa de la muerteHas de ser, Delio, al fin, guardar procuraEn la Cunesta suerteNo menos que en la próspera, seguraDe inmodesta alegríaLa mente inalterable noche y dia...

Señaladísimo lugar, por lo atrevido y en parle

* Véanse loa números 168, 169 y 170, paginas 577, 613y 646.

(1) Apuntes de D. Bartolomé J. Gallardo, sobre los pa-peles de D. Juan Pablo Forner. Poetas líricos del si-glo XVIII, tomo II (LXII de Aut. Españoles),

TOMO IX. •

afortunado de su empresa, merece en este catálo-go el traductor hasta hoy anónimo del Arle Poéticaen menos silabas que el original, el cual no fue otroque D. Josó Antonio de Horcasilas y Porras, del há-bito de Calulravn, intendente y corregidor de Bur-gos, según resulta del manuscrito autógrafo que ála vista tengo, gracias a la buena amistad de miilustrado paisano el marqués de Casa-Mena, des-cendiente del traductor.

Hizo Horcasitas este trabajo con el sólo propósitode mostrar la concisión que cabe en la lengua cas-tellana, y por lal concepto es laudable su patrióticoy arriesgado empeño. Ténganse en cuenta la dife-rencia grande de los dos idiomas, latino y castella-no, la concisión y sobriedad extremadas del estilode Horacio, ja dificultad de encerrar en un endeca-sílabo la sentencia de un exámetro, y se formaráidea de las increíbles dificultades con que hubo detropezar el traductor, empeñado en laconizarú todacosta la lengua y reducir nada menos que en 462sílabas (él las contó: yo no he tenido paciencia paralanío) un texto de suyo ceñido y apretado. La ver-dad es que los versos salieron con frecuencia oscu-ros y premiosos, de lal suerte, que las sentenciasen ellos encerradas parecen escaparse por todoslados en busca de más holgada vestidura. Y verdades asimismo que no logró (poique era imposible)demostrar la ventaja del castellano en esta parte,pues sólo alcanza á tanta brevedad dejando (comoél mism^conflesa) las palabras que sirven más paraabundancia de la lengua quedara claridad de la sen-tencia, con lo cual implícitamente reconoce (y asies la verdad) que, conservando los accidentes deestilo, no cabe en lo humano traducir con la ásperaconcisión que él pretendía. Pero conviene advertirque no abusa de la licencia de suprimir frases deloriginal, y que llega á un grado asombroso de exac-tilud y rapidez, cual puede juzgarse por el siguien-te pasaje que sin particular elección trascribo:

Arquíloco rabioso inventó el yambo,Pié que adoptaron zuecos y cotornos,Nacido para el diálogo, que venceDel palio el ruido, y á la acción se adapta.La Musa dio á la lira que á los Dioses,Sus hijos, y al triunfante Atleta cante,Y al caballo primero ea la carrera,Los cuidados del mozo, el libre Baco.

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674 REVISTA EUROPEA. 3 DE JUNIO DE 1 8 7 7 . N." 174

Lo cómico no quiere versos trágicos,Ni la cena de Tiestes sufre versoFamiliar, y del zueco casi digno.Tenga el lugar que debe cada cosa,Aunque alza el tono á veces la comediaV riñe airado en alto estilo Chremes,Y otros en llano el trágico se queja.Para mover á lástima al que mira,Pobres y desterrados dejan vocesHuecas é hinchadas Teléfo y Peleo.

Observaráse en estos versos (y lo mismo sucedeen otros muchos de la traducción) que nada de loeseneial del texto falta, y que el estilo no carecede fluidez y vida, como de quien está familiarizadocon la lengua y sin dificultad la maneja. Y de hechoHorcasitas era distinguido filólogo, y tenia de nues-tros clásicos más que mediana noticia, como es dever en su discreto y erudito prólogo, donde haymuy atinadas observaciones sobre el arte de tradu-cir y otros puntos enlazados con este.

Extraña ha sido la suerte del curioso trabajo delintendente de Burgos. En su tiempo y años despuésdebieron correr muchas copias, y una de ellas fueá parar á la biblioteca del consejero D. Fernandode La Serna, donde la vio D. Juan Gualberto Gon-zález. Otras tres copias, anónimas como la ante-rior, vinieron en diversos tiempos á poder de losSres. D. Joaquín María Ferrer, D. Juan López Pe-ñalver, y D. José de Castro y Orozco, marqués deGerona, quienes hicieron sendas ediciones, en Pa-rís el primero, en Barcelona el segundo, y en Ma-drid, finalmente, el tercero, en 1862 al fin de suspropias Obras literarias, dando Lodos por desco-nocido el nombre del traductor.

En las Poesías Postumas de D. Josef Iglesias dela Casa, impresas en Salamanca por Francisco deTojár, 1798, vemos incluidas por equivocación,como producciones del egregio epigramatario sal-mantino, las ocho primeras odas de Horacio quefiguran en las Flores de poetas ilustres de Espino-sa, vertidas por Bartolomé Martínez, Juan de Agui-lar, D. Diego Ponce de León y algún otro (videsuprá). Iglesias había'copiado sin duda estas tra-ducciones para estudio y sin ánimo de apropiárse-las. Advertido el impresor por algún erudito, reparóel yerro en la segunda edición, pero sin suprimirlas traducciones por ser raras y dignas de leerse.La advertencia de Tojár en que tal se expresabaapareció en las ediciones sucesivas, y siguieron in-cluyéndose las odas, lo cual noto para evitar tro-piezos en adelante, y poner la verdad en su punto.Jus svium, cuigue tribuendum.

D. Juan Tineo averiguó la existencia de dos tra-ducciones de la oda 14." del libro I Integer VÍÍCB,hecha la una por D. Fr. V. B., y la otra por don

J. M., peto no llegó á verías. Otro tanto iñe haacontecido, y tampoco he logrado ocasión de leerlas traducciones de Trigueros, que serán probable-mente tan desdichadas como el resto de sus poe-sías.

De Melendez sabemos, por testimonio de Hermo-silla en el Juicio crítico de los principales poetasespañoles de la última era, que pensó incluir algu-nas traducciones del venusino en la última ediciónde sus poesías, pero ó él desistió de su intento, ólos que cuidaron de la edición postuma de 1820 lassuprimieron.

Entre las preciosas poesías del sabio canónigopenitenciario de la catedral de Córdoba D. ManuelMaría de Arjona, publicadas por primera vez en laexcelente colección de líricos del siglo XVIll for-mada por D. Leopoldo Augusto de Cueto, se leendos traducciones de Horacio, la sátira 1." Qui M,Mecenas, y la oda 16.a del libro II, Otiwm Divos.Véase á continuación la segunda, que es primorosa,y cianea de veras:

Ocio á los Dioses en el ancho EgéoPide el piloto, cuando negras nubesCubren la luna, y las estrellas vibran

Luces dudosas.Ocio la Trácia enfurecida en guerras,Ocio los Medos en saetas clarosQue ni las perlas, ni el purpúreo manto

Compra, ni el oro.Ni las riquezas, ni el lictor del cónsulDel alma apartan los tumultos tristes,Ni los cuidados que el dorado techo

Cruzan errantes.Bien vive ¡oh Grosfo! quien brillantes miraSobre la mésalas paternas copas,Ni el leve sueño la avaricia ó miedo

Torpes le quitan.¿Por qué lanzamos á futuros diasEl pensamiento, y otro sol buscamosEn nuevas tierras? De su patria huyendo,

¿Quién de sí huye?Sube el cuidado á las ferradas naves,Sigue al jinete en las fugaces torbas,Más que los ciervos, más veloz que el Euro

Dueño del ponto.Contento el pecho en lo presente olvideLo venidero, y con tranquila risaTemple lo amargo. ¿Quién halló en el mundo

Dicha cumplida?En flor á Aquiies arrancó la muerte,A Titon lenta senectud marchita,Y á tí te niegan lo que darme acaso

Quieren los hados.Rebaños ciento y sicilianas vacasPara tí mugen; para tí relinchan

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N.M71 MENENDEZ PELAYO.—TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO. 675

Yeguas dispuestas á cuadriga; en doblePúrpura tintas

Te visten lanas, mas pequeños camposY un blando aliei.to de la griega musaDióme la Parca, y despreciar al vulgo

Siempre maligno.

Horaciano como Arjona, y más aún, y eon mayorpureza é igualdad, fue Moratin el hijo, cuyas Poe-sías sueltas., poco ensalzadas por la crítica, pocoleidas y gustadas generalmente, son, esto no obs-tante, modelos incomparables de elegancia, de so-briedad y de gusto. Tan estimado traductor comoimitador destrísimo, el autor de la oda A Nísida,que Horacio adoptaría por suya, puso en verso cas-tellano estas odas del Venusino:

Libro I:11.*, Tu ne quasieris.12.a, Quemvirum a%t heroa.15.", Pastor cum traheret.22.*, Integer mies.29.*, leei, nunc bealis.30.a, Regina Gnidi.Libro II:10.", Rectiíís vives.14.°, Eheu fugaces.18.*, Non ebur ñeque aurum.Hállanse en el tomo de sus Obras Úricas y dra-

máticas, edición de París, 1825, y en el sexto volu-men de la magnífica edición desús Obras completas,hech/a en 1830 por la Real Academia de la Historia.Con razón sobrada dijo de estas versiones D. JuanTineo que eran excelentes y no las había mejores enel Parnaso Español. Y en efecto, el mismo Burgosse queda inferior, y comprendo bien que cuidase deno citarlas jamás en sus notas, desvío sin duda es-tudiado, y que no tiene otra explicación plausible.Traduciendo á Horacio, no se puede exceder á Mo-ratia en penetración del espíritu horaciano y en pu-reza de forma. No parece muy adecuado el versosuelto para composiciones líricas, y véase, sin em-bargo, con qué maravillosa perfección está mane-jado en este final del Eheu fugaces:

Tu habitación, tus campos, tu amorosaConsorte dejarás, ¡ay! y de cuantosArboles hoy cultivas, para breveTiempo gozarlos, el ciprés funestoSolo te ha de seguir. Otro más dignoSucesor brindará del que guardasteCon cien candados eécubo oloroso,Bañando el suelo de licor, que nuncaOtro igual los Pontífices gustaronEn áureas tazas de opulenta cena.

Dejó de incluir Moratin en su colección, por pa-

reeerle menos trabajada, otra traducción de Hora-cio, la de la oda 4." del libro I, Sohitur acris. Fuepublicada por D. Cayetano Alberto de la Barrera enla Revista de Ciencias, Literatura y Artes de Sevi-lla, lomo III, pág. 768. Aunque no iguala á las res-tantes, merece leerse.

En la traslación del Integer vitm usó Moratin lospentasílabos 6 adónicos, y en la del leci, nunc beatislos eptasílabos sueltos sin consonante ni asonante.

Nunca hubo ingenios menos afines que el de Mo-ratin y el de Cienfuegos, y bien se nota la diferen-cia, comparando las fidelísimas traducciones hora-cianas del primero con la que el segundo hizo delCasio tonante/m, desfigurada hasta lo sumo con ras-gos de ma1 gusto, expresiones hinchadas y extrava-gancias sin cuento, pero llena á la par en muchospasajes de vida, calor y movimiento, no indignosde aquella sublime apoteosis del keroismo de Ré-gulo. Burgos, trascribiendo sólo la primera y la úl-tima estrofa de esta oda, afirmó que para conocer álos clásicos en versiones semejantes, valía más noconocerlos de ningún modo; pero contra es!a sen-tencia atropellada, en la cual el eminente humanis-ta atendió sólo á la estruendosa Roma, al cargosovelar, al Olimpo retemblante, y á los campos hibleosde Tarento, protestan algunas estancias de Cien-fuegos, tan ricas de grandeza y robustez comoesta:

¿Qué fue su toga, su renombre y templos?Tú lo previste, ¡oh Régulo! que hollandoPactos infames, ante el ara augustaI)e la posteridad, sacrificasteCon virtud despiadadaLa juventud romana cautivada.«Yo lo vi, yo lo vi (dijo): enclavadosB»los púnicos lempos los pendonesE incruentas espadas, que el guerreroArrancarse dejó. Yo vi en las libresEspaldas, entre lazosLos ciudadanos retorcidos brazos.

¿Será que el oro de su vil rescateHaga más fuerte al campeón esclavo?Le hará más vil y engendrador de infames,Que nunca tinte su color nativoLa cana ha recobrado,Ni su valor el pecho amancillado. (1)

En el Diario de Madrid de los dias 21, 22 y 23 deEnero de 1795, se imprimió una crítica severa deesta oda. Contestó Cicnfuegos en el 29 y siguientes.A D. Vicente María de Sanlibafiez, intérprete de laHerolda de Pope, se atribuye una traducción del

(1) Obras poéticas de Cienfuegos, 1816. lnip. Real, tomo I.

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676 REVISTA EUROPEA. — 3 DE JUNIO DE 1 8 7 7 . N." 171

Quem tu Melpomene semel que se imprimió anónimaén el número 107 del Espíritu de los mejores Dia-rios literarios, publicación de fines del siglo pasado.La traducción de Santibañez, que tomó algunos ver-sos de la ya citada de D. Nicolás Fernandez de Mo-ratin, comienza así:

A quien tú de una vez luego que nace,Melpomene, miraras dulcemente,Luchador no le haceEl ístmico trabajo impertinente,Ni el caballo veloz del griego carroLe hará en el circo vencedor bizarro...

D. Francisco Patricio de Berguiza en el prólogo desu excelente Pindaroen griego y castellano (1798)dice haber traducido algunas odas de Horacio. Es desentir la pérdida de este y otros trabajos de aquelsabio filólogo.

Sánchez Barbero hizo una traducción, nunca im-presa, de la oda 14.a del libro I, y compuso exce-lentes poesías latinas á imitación de Horacio, llegan-do á manejar todos los metros usados por el líricode Venusa.

A D. Joaquín María Ezquerra, que dirigió la edi-ción de Tácito con las traducciones de Coloma yBarrientos hecha en 1798, atribuye Tineo unatraducción del Justum et tenacem propositi oir'um.

El docto y extravagante escritor aragonés D. JoséMor de Fuentes, puso en verso castellano la oda 10."del libro II, é insertóla en el tomo de sus poesías,impreso en 1796. Dos años después dio á la estampauna edición muy correcta de las odas, con útiles ycuriosas notas (1798, en la Imprenta Real). Pensabacontinuar la publicación con las Sátiras y Epísto-las, pero no llegó á verificarlo. El comentario delas odas honra en extremo la ciencia y laboriosi-dad de Mor de Fuentes, y aun demuestra en élciertas dotes críticas. El análisis del Di/fugere ni-ves, es muy notable.

De algún otro poeta del siglo pasado, v. gr., elabate Celis y Gelabert, se citan vagamente traduc-ciones de Horacio manuscritas. Horcasitas, en elprólogo de su Arte Poética, menciona otra de Fran-cisco Cabrero, de la cual dice sólo que constade 796 versos, y de 7.886 sílabas. No sé á qué épocareferir el trabajo de este Cabrera. Un maestro Fran-

. cisco de Cabrera hubo en la orden de San Agustín áprincipios del siglo XVII, y de él conozco una refu-tación manuscrita del Beroso de Anio Viberbiense.Tal vez sea éste el traductor de la Epístola á losPisones. En tal caso, póngase esta noticia en el lu-gar correspondiente.

Con el título de Gabinete de antigüedades y hu-manidades en que, imitando la idea de Macrobio ensus convites Saturnales, se explican varios puntos

de antigüedad, etc., publicó á fines de la pasadacenturia un tomo ei licenciado D. Juan de SalasCalderón, abogado de los Reales Consejos. Dasenoticia de esta obra en el Memorial Literario, ad-virtiéndose que en ella se intercalan varias traduc-ciones de Horacio, entre ellas una de la sátira 9."del libro I, Ibamforte, vertida en silva real con es-casa habilidad, al decir de los redactores del Me-morial.

Cierre la noticia de traductores de este períodoel general y diplomático D. Benito Pardo de Figue-roa, que vertió las obras todas de Horacio, no alcastellano, sino al griego, lengua que había apren-dido á los cuarenta años, y en la cual compusogran número de poesías, cual otro Vicente Marinéró Daniel Heinsio. Sería de desear que la familia deese asombroso helenlñlo diese á la estampa susobras griegas, si realmente son de algun mérito.Por mi parte, tengo deseo grande de conocerlas.

VII.

En 8 de Febrero de 1800, el ministro D. MarianoLuis de Urquijo pasó á la censura de D. LeandroMoratin una traducción manuscrita de las Odas deHoracio, hecha por el ex-jesuita aragonés D. Vi-cente Alcobero. En 1798 había obtenido el editorD. Gabriel de Sancha licencia para imprimirla, ápesar de lo cual, la traducción del Padre Alcoberoó Alcaverro (como le denomina Latassa) hubo dequedarse inédita, tal vez por la desfavorable cen-sura de Moratin.

No sucedió otro tanto con las Odas de Horacio,traducidas en verso castellano por Don Felipe de So-brado, Ministro de la Audiencia de Galicia, puestoque se estamparon en la Corufla el año 1813, en unvolumen en 8.°, escaso y no muy conocido al pre-sente (1). Exórnase la portada con este lema: Quodspiro el placeo, si placeo, tuum est, y encabézase ellibro con unas advertencias reducidas á anunciarque se suprimen ciertas odas y pasajes por contra-rios á la decencia; que muchas notas están tomadasde la edición francesa de Darn, y que las repetidasinstancias de los amigos del autor y la ocasión deimprimir su libro con los hermosos caracteres delDiario de la Corma, le movieron á sacarle de laoscuridad. Viene después una epístola á Horacio,semejante á la que puso Mor de Fuentes al comien-zo de su edición, pero aún más prosaica y flojamenteversificada. Por lo demás, es apreciable en Sobradola modestia con que ofrece al público su traducción,no sin advertir proféticamente que

En buen hora guardadaPara otra (pluma) más feliz quede la gloria

(1) Tiene 233 páginas y una de erratas. Las notas co-mienzan en la pág. 2¿5.

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N.° 171 MENENDEZ PELAYO. TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO. 677

De dar al español cuanto escribisteDe tu idioma y del nuestro sin ultraje:La mia te consagra esta memoria.

Lo que no puede admitirse como disculpa de lasmuchas faltas de esta versión, es aquello de que sehizo por recreación y sin ánimo de darla á la prensa.Una traducción poética de Horacio no es para hechaen ratos de ocio, ni como solaz de más gravestareas: requiere largo esfuerzo y aplicación cons-tante. E! mayor defecto de la traslación del magis-trado coruñés es el prosaísmo que á la continuaoscurece la facilidad de sus versos. ¿Cómo ha dehaber sufrimiento para leer la sublime oda Parcusdeorum cultor et infrequens, sacrilegamente des-trozada en eota retahila de romance, lleno de ripiosy de expresiones frias y ramplonas:

Harto tiempo he seguidoDe esos mentidos sabiosLa imprudente doctrinaQue suele alucinarnos.Un sacrilego incienso,Unos dones escasosOfrecía á los diosesQue había ya olvidado...Ahora sobre mi vueloVariar es necesario...

Los adjetivos impropios y aun ridículos abundanen la versificación de Sobrado, que olvidó, sin duda,que se las había con Horacio, quien jamás escribióuna sílaba baldía, ni un epíteto ocioso. Tan lejosestá el intérprete de asemejársele en esto, que sóloen la oda Á Grosfo intercaló de su cosecha los ca-lificativos de distinguidos Medos, dañosa aljaba ytan nombradas rocas de Sicilia. Para el sencillopensamiento

Carpe diem, qttdm minimé crédula posteri

empleó no menos que diez versos de esta laya:

Sabiduría, buen vino,Moderar vuestros deseos,Limitar vuestra esperanza,No malograr los momentos...

Á veces yerra Sobrado en la inteligencia deltexto. El final de la oda á Sextio

MOÚD virgines tepebunt,

que Fr. Luis de León tradujo con sumo acierto:

De cuyo fuego saltarán centellasQue enciendan en amor muchas doncellas,

fue entendido rematadamente mal por el intérpretegallego, si ya no quiso atenuarle en obsequio á lamoralidad:

cuya muerte, asaz temprana,Tal vez, sin tardar mucho, lagrimosasLlorarán las doncellas amorosas.

Empleó en su traducción nuestro jurisconsultogran variedad de metros, algunos con soltura,otros flojamente. El verso suelto, el romance ende-casílabo, la octava, las estancias y estrofas líricasmuy diversamente combinadas, las décimas y quin-tillas, el octosílabo asonantado, el eptasílabo yotras rítmicas combinaciones de menor importanciase encuentran usadas en estas odas. Por lo general,anda más feliz el traductor en los versos mayores,y aun nos parece que hubiera acertado en excluirredondillas y décimas, nada á propósito para tras-ladar las estrofas latinas. Y si en la versión deciertas odas de carácter más ligero y anacreónticopuede usarse el octosílabo asonantado ó el eptasí-labo, en ninguna manera sus combinaciones, quepor lo artificiosas y poco clásicas desfiguran y ca-lumnian la poesía dul original.

Además, el Horacio de la Coruña está sobre-manera mutilado por escrúpulos del traductor. Fal-lan enteramente las odas 13." del libro I, 8.a del II,9.a, 10.* y 20." del III, 1." del IV, y 11.% 12.' y 14."del Epodon, habiendo además considerables supre-siones en otras muchas.

Fuera de la justa omisión de las dos odas ln anumHbidinosam, para las demás castraciones no veomotivo fundado. Y ya que tradujo Sobrado el Quismulta gracilis, no debió dejar en el tintero el her-moso diálogo de La Reconciliación, y otros pasajesy oda» que nada tienen de escabroso ni malsonan-te, por más que traten de re erótica.

Fuera de esto, el Horacio de la Coruña no es in-digno de ser conocido, ya como objeto de curiosi-dad bibliográfica, ya por contener ciertos pasajesmerecedores de loa, aunque afeados siempre conincorrección y desaliño.

A poner en olvido este y la mayor parte de lostrabajos anteriores vino la traducción completa yadmirable de D. Javier de Burgos, igual ó superiorá las mejores extranjeras. Hízose la primera ediciónen 1819-21, reimprimióse en 1834 en la políglota deMontfalcon (Lyon, par Louis Perrin): reprodújolaSal-va en 1841 (Paris.por H. Fournier), y el mismo autorhizo en 1844 (Madrid, por Cuesta) una segunda edi-ción, que puede estimarse como obra distinta: tan-tas son y tan importantes y casi siempre atinadaslas enmiendas en el texto, y tanto ganaron en am-plitud y riqueza los comentarios é ilustraciones. Decuatro tomos consta el Horacio de Burgos, abra-

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zando los dos primeros las odas, el tercero las sáti-ras y el cuarto las epístolas.

A la traducción acompañan buen número de ano-taciones, trabajo de erudición, sagacidad y buenacritica, libre de todo fárrago, aunque nada falte delo esencial para comprender el texto y penetrar elespíritu del poeta de Venusa. La versión está hechaen variedad de metros, que el traductor maneja casisiempre, como verdadero maestro. Era la dote prin-cipal de su ingenio, como del de Jáuregui y otrospoetas traductores eminentes, una facilidad maravi-llosa para asimilarse las ideas y el sentimiento aje-nos, y una destreza incomparable para modelar laforma al compás de extrañas inspiraciones, pasandofácilmente y sin violencia de un orden de pensamien-tos y de pasiones á oteo, inspirándose al contactoanimador de las páginas de un libro y volando luegocon el aulor,ora suba, ora descienda, sin rendirse nidescaecer un solo instante. Hayquien niega el nom-bre de poetas á estos ingenios reflectores (sí vale laexpresión), cuya dote más señalada es la tersura ylimpieza en las formas; yo no: creo que la inspira-ción puede venir de dentro como de fuera, y quehay inspiración en ciertas traducciones es induda-ble. ¿No estaba inspirado Burgos cuando vertió elMercuri nam te (Oda H." del libro III de Horacio):

Dulce Mercurio, pues por tí enseñadoAnfión las piedras con su Voz movía,Y tú algún dia desdeñada siempre,

Siempre callada,Oía preciada en templos y festinesDe siete cuerdas resonante lira,Versos me inspira á que la dura Lide

Preste su oido^Que aun no probadas del amor las gloriasCerril novilla en espaciosa vega,Retoza y juega, para ardiente esposo

No sazonada.Parar los rios, domeñar los tigres,Y arrastrar puedes selvas y montañas:Tú las entrañas del guardián del Orco,

Dulce moviste.Del can triforme que hórrida cabezaAlza crinada de serpientes ciento,Y hediondo aliento de su inmunda exhala

Boca trilingüe,Y sonrieron Ixí'on y Licio,Y á las Danáides el atroz tormentoTu blando acento mitigara un punto,

Lira suave etc.

¿No participaba del divino entusiasmo de Horacio,al interpretar en estas rápidas y gallardísimasestro-fas el elogio de Píndaro en la oda Pindarwm quis-quís studet mnulari (2/ del libro IV):

De cera en alas se levanta, Julio,Quien competir con Pindaro ambicioné,ícaro nuevo, para dar al claro

Piélago nombre.Cual de alto monte despeñado rioQue hinchen las lluvias, y sus diques rompe,Hierve, é inmenso con raudal profundo

Píndaro corre.Por siempre digno del laurel de ApoloEn metro libre y peregrinas voces,Los atrevidos ditirambos ora

Férvido entone,Ora á los Dioses, á los Reyes ora,Progenie excelsa de los Dioses loe,De los centauros y la atroz Quimera

Los matadores,Ó llore el joven al amor robado,0 áureas costumbres, ánimo y blasonesAlce á los astros, donde torpe olvido

Nunca los borre...

Repito que en la versión de Burgos es sobre todode preciar la variedad y flexibilidad de tonos indis-pensables para traducir á un poeta de la índole ytemple movedizo de Horacio. El traductor lucha, ylas más voces con fortuna: si en el Parcus deorumcultor et infreqneus sabe decir en robustísimosversos:

Poes hendiendo mil veces el TonanteCon vivo fuego el seno de las nubes,Su carro resonante •Por el cielo agitó puro y sereno,Y los bridones del rugiente trueno,

no menos feliz aparece en la versión de cualquierjuguete galante, el Oh Venus, regina Giíidi, porejemplo:

Reina de Páfo y Guido,Deja tu Chipre amada,Y ven do mi adoradaTe llama con fervor.Do en tu honor encendidoIncienso arde oloroso:Contigo venga hermosoEl rapazuelo Amor.Las Gracias, desceñidaLa túnica, tus huellasSigan, y marchen de ellasLas ninfas á la par;Y Juventud pulida,Si amor la inflama ardiente,Y Mercurio elocuenteTe sigan al altar.

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MENENDEZ PÉI.ATO. T9AD0CT0BES CASTELLANOS DE HORACIO.

p-tono dulce y templado de las Odas moralesp^a con no menor pureza y halago á las traduccio-

jes de Burgos, y si en obra tan excelente como lasuya fuera posible establecer distinciones, diría quees en donde más agrada y donde más horaciano meparece. Superiores dificultades ofrecían las sátirasy las epístolas, intactas aún la mayor parte en cas-tellano, cuando Burgos escribía, y lionas de brus-cas ó rapidísimas transiciones, de giros extraños,de frases oscuras, de alusiones á cosas recónditasy apartadas de la común noticia. El trabajo emplea-do para superar estas escabrosidades fue grande, yel resultado tan completo, que si no es esta parle lamás brillante del libro de Burgos, es, á lo menos, lamás digna de loa, la de mayor estudio y la que debeinteresar no sólo á nuestros humanistas, sino á losextranjeros, pues gracias á los esfuerzos del tra-ductor castellano, vemos hoy claros el enlace y tra-bazón de más de una pieza no entendida sino ámedias por los anteriores comentaristas, y pene-tramos bien el sentido de muchos versos tenidospor inextricables y dudosos. En la parte de estilo,de lenguaje y de metrificación son tan esmeradasestas traslaciones como las de las Odas, y trozoshay en ellas dignos de los hermanos Argensolas y delcapitán Andrada, autor de la incomparable epístolahasta hoy atribuida á Rioja. Las notas son muchomás numerosas y extensas en los dos últimos tomosde la obra de Burgos que ea los primeros, y ofrecenmucha novedad y verdadero interés crítico y filoló-gico. En conjunto, este Horado (aparte de algunaque otra interpretación más ó menos discutible, yde tal cual versión no igual en mérito á las restan-tes) es el libro que más honra á nuestros latinistas,la mejor traducción de.clásicos que poseemos, quizála mejor de cuantas se han hecho de Horacio enlenguas neo-latinas, y por todos conceptos una delas joyas más preciadas y envidiables de nuestramoderna literatura.

Contemporáneos de Burgos fueron otros traduc-tores de Horacio, de quienes conviene dar noticia.D. Dionisio Solís, notable poeta lírico y dramático,á pesar de su modesta condición de apuntador delteatro del Principe, hizo, siendo aún estudiante deRetórica en Sevilla, traslaciones en verso de variasodas, que merecieron los elogios de Forner y otroseruditos. No se han incluido entre las poesías deSolís, dadas á luz por vez primera en, el tomo IIIde líricos del siglo XVI11 de la Biblioteca de Ri-vadeneyra.

Humanista eminente, y traductor feliz de Tí-búlo (1), de Catúlo y de Las Geórgicas,de Yirgi-

(1) Las elegías de Tíbulo, traducidas por D. Manuel N.Pérez ¿del Camino, con un prólogo delExcmo. Sr. D. Ma-nuel Alonso Martinez. Madrid, imp. de J. Peña, 1814.

lio (1), fue el magistrado D. Jíanuel Nprberto Pérezdel Camino, entre cuyas poesías inéditas que hemosdisfrutado por benevolencia del Sr. Alonso Marti-nez, hay imitaciones de las siguientes odas de Ho-racio:

13.% del libro I: Cnm tu, Lydia.8.a, del II: Ullasijuris.

10.", del id.: Rectius vives.2.", del Epodon, Beatusille.

De D. Ángel Casimiro Govantes, caballero rioja-no, correspondiente que fue de la Academia de laHistoria, conocemos un tomo de poesías dedicadasá sus amigos, é impresas en 1815. En él se insertandos traducciones de Horacio, la oda 13." del li-bro III Á la fuente de Blandusia, y la 12.a del li-bro IV á Virgilio miriópola (siguió Govantes el co-mún error de considerar esta oda dedicada á unvendedor de perfumes llamado Virgilio, y no alpoeta de este nombre). La segunda tiene algunasregulares:

Ya los vientos de Tracia, compañerosDe dulce primavera,Templan la mar, y mueven lisonjerosLa vela en la ribera.Ya el campo seco en torao reverdece,Y el arroyuelo hinchadoCon la nieve, agora no estremeceNi al pastor ni al ganadp.Ya la triste ave el deshonor eternoDe la Cecrópia casaLlora, y á Itis con gemido tiernoEl pobre nido amasa

Ya los pastores de las pingües greyesDanzan en blanda yerba,Y al Dios de Arcadia cantan mil amoresCon la flauta sonora:Al Dios que ama el ganado dan looresY el bosque umbroso mora, etc., etc.

D. Rafael José de Crespo, catedrático de Juris-prudencia en la Universidad de Zaragoza, magis-trado en varias Audiencias, y autor de una novelapolítica en sentido realista, D. Papis de Bobadilla,dejó manuscrita una traducción de la Poética deflo-racio en menos sílabas que el original, más concisaaún que la de Horcasitas, pero en dotes literariasmuy inferior, por ser Crespo hombre, aunque eru-dito, del más perverso gusto que puede imaginarse.

Hermosilla insertó en su Arte de hablar (tomo II,páginas 171 y 72) dos ensayos diversos de traduc-

(1) Santander, imp. de J. M. Martinez. Próximas á pu-blicarse.

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630 REVISTA EUROPEA.' 3 DE JUNIO DE Í 8 7 7 . N.° 174

cion del Quid dedicaium poscit Apollinem, ambosde su cosecha. No pasan de los primeros versos,

Lugar muy inmediato á Burgos merecen los emi-nentes literatos D. Alberto Lista, D. Francisco Mar-tinezde la Rosa y D. Juan Gualberto González. Enlas poesías del primero, impresas en 1822 (Imp. deD. León Amanta), y reproducidas con grande au-mento en 1837 (Imp. Nacional), hay las siguientestraducciones de Horacio:

4." del libro IV: Qualem minislrum fulminis ali-tem. Iguala ó excede á la de Burgos. Juzgúese porlas dos primeras estancias:

Como el ave, del rayo devoranteMinistradora fiel, á quien benignoEl Dios mayor de las empíreas sedes,Sobre los aires y la grey volanteLe concedió el imperio (premio dignoAl robo del purpúreo Ganimédes)Joven ya, más de empresas arrogante,Huye el risco natíoÁ do la impele el heredado brío,Y al ahuyentar las brumas heladorasEl vernal viento que florece el año,Del no usado volar la da enseñanza,Meciéndola en sus alas tembladora»:Ora, enemiga al tímido rebañoSobre el redil con ímpetu se lanza,Ora contra serpientes luchadoras,Furiosa la espoleaEl amor de la presa y la pelea, etc., etc.

19.' del libro I, Bacchwm in remotis. En esta lle-va la ventaja Burgos.

3." del mismo, Sic te Divapotens Cypri. Tambiénesta me parece inferior á las de Jáuregui y Burgos,y otra que citaré después. Está hecha, sin embargo,con primor y esmero notables. Publicóse con mu-chas variantes en las Poesías de %m Academia deLetras Humanas (Sevilla, 1797). Es preferible eltexto de las Poesías de Lista.

32.* del libro II, Poscimussi quid vacui sub um-brá. Imitación de la oda 6.* del libro II, Septimitíades aditure mecum. En Lista está dedicada iDalmiro. Vio la luz por vez primera en las citadasPoesías de la Academia de Letras Rwmanas.

Imitación de la 7." del libro I, Laudabunt alii.Dedicada en Lista á Eulimio. Composición muy lin-da, en que Guillermo Penn hace el papel de Teucro.

MARCELINO MENENDEZ PELAYO.(Continuara.)

LA HISTORIA VERDADERA

DEL

CONCILIO DEL VATICANO.

IV.*

Cualquiera que haya estudiado con atención elpontificado de Pió IX so resistirá á creer que la de-finición del dogma de la infalibilidad del Pontíficeromano sea obra de un partido ó resultado de unaintriga. Si la fe remueve las montañas, las pandillasy las cabalas son medios demasiado humanos y de-masiado mezquinos para que puedan ejercer influen-cia alguna en los Concilios ecuménicos. No demues-tra ser, no diré de razón justa, pero sí de razónjuiciosa, quien no busque á tan grandiosos efectoscausas más elevadas y dignas de ellos. Por lo de-mas, las que reconoce el acto de que se trata bri-llan en la superficie misma de la historia de estePontificado.

Antes de la reunión del Concilio del Vaticano,Pió IX habia llamado á Roma en tres distintas vecesá los obispos de la Iglesia universal. En 1854 se re-unieron 206 cardenales y obispos para la definiciónde la Inmaculada Concepción; en 1862 asistieron265 obispos á la canonización de los mártires delJapón; y ahora 500 obispos de todas las partes delmundo iban á celebrar juntos el décimo octavo cen-tenario del martirio de San Pedro. Jamás ningúnPontífice, entre los 256 que han precedido á Pió IX,estableció una unión más íntima entre el episcopadoy su persona.

Cada una de estas tres Asambleas ha tenido susignificación especial. En 1854, los obispos asistie-ron á la promulgación de un articulo de fe, decre-tado por la sola autoridad de su Jefe; en 1862, pw-clamaron unánimes su creencia de que el poder óprincipado temporal del Pontífice romano es unagracia de la Divina Providencia concedida con el finde que el Jefe de la Iglesia pueda ejercer su prima-cía espiritual con libertad é independencia. En 1867,500 obispos se adhirieron unánimemente á los actospontificales de Pió IX respecto á la enseñanza de laverdad y á la condenación del error, y especial-mente al Syllabus, cuya publicación era entoncesreciente, y que no es otra cosa que un resumen delos actos publicados con anterioridad á aquella fe -cha por Pió IX en numerosas é importantes Encícli-cas y otras cartas apostólicas.

Estas tres reuniones celebradas junto á la tumbadel Apóstol y alrededor del trono de su sucesor,constituyen una manifestación explícita de sumisión

• Véanse los números 165, 167 y 169, págs. 503, 545y 610.

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N.° 171 C. MANNING. EL CONCILIO DEL VATICANO. 681

á la primacía del Santo Padre y un reconocimientoalgo más que implícito de su magisterio infalible.

Es un hecho que desde 1884 la infalibilidad delPontífice de Roma ha"sido objeto, más que en nin-guna otra época anterior, de la viva y constantesolicitud del episcopado. Si Pío IX no estaba inves-tido de un magisterio infalible, ¿qué era, pues, elacto de 1854? Preciso es recordar al efecto que losobispos reunidos para la definición de la InmaculadaConcepción no constituían ni un Concilio ecuméniconi otro Concilio cualquiera. No habian sido convo-cados á un Concilio. Pió IX solo fue quien declaróel dogma de la Inmaculada Concepción. Por lo tan-to, ó este acto del Soberano Pontífice es un actoinfalible, ó no es absolutamente nada. Fuera de laIglesia, es indudable que el mundo no le concedeningún valor; pero el episcopado entero, y con élla unidad católica, lo considera como una decisióninfalible.

Es, pues, seguro que uno de los más importantesresultados de los sucesos de 1854 fue el de des-pertar en el ánimo del clero y de los laicos la ideade la infalibilidad. Lo mismo que la canonizaciónde 1862 hizo brotar del seco de la Iglesia el reco-nocimiento expreso de las prerogativas del sucesorde Pedro.

Durante tina larga serie de años Pió IX habíacondenado en alocuciones y cartas apostólicas lasdoctrinas de ciertos filósofos y las teorías revolu-cionarias. Su ministerio supremo de doctor de laIglesia universal había sido negado por los que tra-taban de reducirle á los dogmas de la fe. En mediode estas discusiones y estas luchas continuas, losobispos reunidos en 186á dirigieron al Papa estasmemorables palabras:

«Vivid mucho tiempo para regir la Iglesia cató-lica! Continuad, como hasta aquí, defendiéndola convuestro poder, guiándola con vuestra prudencia,dándole realce con vuestras virtudes. Marchad de-lante de nosotros, como el Buen Pastor, por vues-tro ejemplo; dad á los corderos y á las ovejas elalimento celestial. Porque vos sois para nosotros elmaestro de la perfecta doctrina, el centro de la uni-dad, la luz infalible encendida para las naciones porla divina sabiduría. Sois la piedra sobre que estáedificada la Iglesia, y contra la cual no prevalece-rán las puertas del infierno. Cuando vos habláis,oímos la voz de Pedro; cuando vos disponéis, obe-decemos á la autoridad de Jesucristo (1).»

Sería preciso, en verdad, tener poco discerni-miento para no comprender cómo fue evidenciadala infalibilidad del Pontífice romano por esos dosactos, uno de los cuales, el de 18S4, definió un

(1) Declaración de los obispos, 8 Junio, 1862. Véase lasActas de la canonización de los mártires del Japón, pág. 543.Roma, 1864.

dogma de fe, y el otro, el de 1862, afecta á mate-rias que, sin ser artículos de fe, no por eso estánmenos relacionadas con su supremo ministerio de«doctor que ensoña á todos los cristianos.»

Pero prescindiendo del irresistible poder con queesos dos sucesos impusieron á todos los ánimos lacuestión de la autoridad del Pontífice, como sucesorde Pedro, el Centenario de San Pedro ejerció en estesentido una influencia mayor aún y más eficaz. Enel mes de Junio del año 1867 empezaron á llegar áRoma los obispos de todas las partes del mundo.Hubo entre ellos quien, por responder al llama-miento del Santo Padre, tuvo que atravesar regio-nes muy lejanas de todo camino practicable. Unosvenían del extremo Oriente; otros de los más remo-tos confines de Occidente; muchos llegaban doAmérica; y algunos de África y de Australia. Treintanaciones había representadas por sus patriarcas,sus primados, arzobispos y obispos. En las calles dela Ciudad Eterna se oia hablar en todas las lenguasy se veían todos los trajes del mundo. Se calculóque la población de Roma fue casi duplicada porlos católicos que asistieron de todos los países delglobo. ¿Y cual era la causa de tan inmensa con-currencia de prelados y de fieles? Únicamente lacreencia de que Pió IX es el sucesor de Pedro y elheredero de la primacía del príncipe de lcsApósto-les, con todas las prerogativas y las gracias corres-pondientes á esta primacía. Desdo el Concilio deCalcedonia y el segundo Concilio de Lyon, janjás sehabían encontrado reunidos en el mismo lugar 500obispos. En Calcedonia, donde los obispos exclamarron: «Pedro ha hablado por Zeon,» León se hallabaausente. Pero esta vez, en Roma, el sucesor dePedro estaba á la cabeza del Episcopado. Lo queentontas se celebró no fue solamente la fiesta con-memorativa del martirio de San Pedro, sino la desu primacía sobre el mundo entero. Los obispos, alreunirse alrededor de la tumba del Apóstol, en lagran basílica de Constantino, sabían que iban á pro-fesar su fe en.el ministerio de su sucesor.

Sería salirse del objeto de la historia del Conciliodel Vaticano hacer aquí la descripción de las cere-monias exteriores del Centenario. Mas para apreciarmejor, sin embargo, los actos del Concilio, es nece-sario darse cuenta exacta de la influencia que ejer-ció en él el Centenario. No es avanzar demasiado,en efecto, afirmar que el Centenario del martirio deSan Pedro ha sido la causa más poderosa de lá defi.nicion de la infalibilidad. Claramente podemos de-mostrar la verdad de esta afirmación con el simplerelato de los hechos.

Las solemnidades del Centenario consistieron enlos siguientes actos:

En primer lugar, el Consistorio del 26 de Junio,al que asistieron S00 obispos. Siendo tan crecido e

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número, no pudieron reunirse en la sala del Consis-torio y tuvo lugar la Asamblea en el atrio de SanPedro. Sabido es que allí se celebra la cena el Jue-ves Santo. En este Consistorio anunció pública-mente, por primera vez, Pió IX su intención de con-vocar un Concilio ecuménico.

Después vinieron las fiestas del Centenario. Lasprimeras vísperas fueron cantadas solemnemente porel Papa, en San Pedro, el dia 28. La misa pontificalse celebró al dia siguiente, en el altar mayor, antela mitad de los obispos del mundo entero.

Y, por último, el 1.° de Julio, dio audiencia elSanto Padre á los obispos, á fin de conocerlas con-testaciones de éstos á su alocución del 26.

Antes de emprender la exposición de estos suce-sos, conviene recordar un hecho que da bastanteluz respecto á la intención que abrigaba Pió IX alconvocar el Concilio. El 17 de Junio era el aniver-sario de su creación. Después de haber dicho misaen la capilla Sixtina, pasó á la capilla Paulina paraquitarse los ornamentos pontificales. El cardenal-vicario, en nombre del Sagrado Colegio, pronuncióel discurso de felicitación de costumbre. Según lasúllimas frases de este discurso, el Sagrado Colegiodeseaba al Santo Padre «salud y larga vida parallegar á ver la paz y el triunfo de la Iglesia.» ElPapa respondió sustancialmente lo que sigue:

«Agradezco de todo corazón vuestros deseos,pero someto su realización á la voluntad de Dios.Nos hallamos en un momento de gran crisis. Sisólo juzgamos por el aspecto de las cosas humanas,no hay esperanza. Pero abrigamos una confianzamás alta. Los hombres están ofuscados por sueñosde unidad y de progreso; mas ni el progreso ni launidad son posibles sin la justicia. Basados enel orgullo y el egoísmo, ni una cosa ni otra son másque ilusión. Dios me ha encomendado la misión deproclamar las verdades sobre que descansa la socie-dad cristiana, y condenar los errores que minan ódestruyen sus cimientos. Y mi voz no ha permane-cido en silencio. En la Encíclica de 4864 y en la quese llama el Syllabus, he mostrado al mundo los pe-ligros que amenazan á la sociedad, y he condenadolas falsas teorías que atacan á su existencia. Estomismo confirmo hoy en vuestra presencia, propo-niéndooslo nuevamente como regla de vuestra en-señanza. A vosotros, venerables hermanos, llamoahora en mi auxilio, como obispos de la Iglesia,para que me acompañéis en la lucha contra el error,y cuento con vuestro apoyo. Me encuentro solo yanciano, y vosotros habéis venido á sostener mibrazo. La Iglesia tiene que sufrir; pero saldrá vic-toriosa.»

Aun no considerando el Centenario sino como de-mostración de un poder moral, como manifestaciónde la superioridad del orden moral sobre «1 orden

material, tiene mucha importancia. Pió IX se en-contraba sin la protaccion de las potencias católi-cas, de las que hasta entonces había sido Francia lamandataria, y sabía que la revolución llegaría hastaRoma con mayor violencia que en 1848. En la se-guridad de una tormenta inevitable, había invitadoel año anterior al episcopado católico á que se re-uniera en Roma en 1867. No, no hay acontecimientoen este siglo que haya hecho brillar más visible-mente á los ojos del espíritu, ni que haya manifes-tado de una manera más palpable para las faculta-des humanas, la unidad, la universalidad, la unani-midad y la autoridad de esa Iglesia que sola, y conexclusión de cualquiera otra, puede responder aldoble criterio de que habla San Agustín, CathedraPetri ydi/fusa per orbem. El Centenario ha sido unaprofesión de fe, sin la menor mezcla de controver-sia. Hasta los que han dejado de formar parte de launidad de la Iglesia le han reconocido ese carácter.Ninguno que creyera en el cristianismo y desearala extensión del reino de Nuestro Señor podía dejarde proclamar, en aquella grande asamblea, los vas-tos fundamentos establecidos por la misión apostó-lica. Porque aun los mismos disidentes que rechazanciertas doctrinas católicas reconocen el símbolo delos Apóstoles, el Credo conservado por la Iglesiacatólica. Aun estos que solo creen en la Escritura,y, con mayor razón, los que se someten á la autori-dad de los Padres de la Iglesia y de los Concilios,saben que el sosten, la salvaguardia de todo.s losfundamentos de la religión cristiana, es esa mismaIglesia que se reunió aquel dia alrededor del centrode su unidad. La Iglesia repartida por la superficieentera del globo es el mayor testimonio sobre que,en último análisis, deben apoyarse todos los cris-tianos. Haced desaparecer de,la tierra á la Iglesiacatólica y romana, y ¿qué quedará del cristianismo?Pues bien, estas razones son las que han impuestoun respetuoso silencio aun á los mismos que vivenfuera de la unidad de la Iglesia. Y si tal ha sido elefecto producido por el Centenario en los numero-sos disidentes y amigos de la justicia, ¿cuál nohabrá sido su influencia entre los católicos? No esposible hacerla resaltar más claramente de otromodo que citando las palabras pronunciadas porPió IX en su alocución del 26 de Junio, y la contes-tación dada por los obispos al Santo Padre.

He aquí cómo habló el Papa á los quinientos obis-pos que habían ido de todas las partes del mundo áreunirse en torno suyo:

«Considerando el interés general de los fieles,¿qué puede haber, venerables hermanos, más opor-tuno y saludable,para las naciones católicas, ni másá propósito para aumentar su obediencia á la Sedeapostólica, que darles pruebas del profundo^res^etpde sus pastores á la santidad y los derech-o^ííe ¿

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unidad católica, y hacerles verá esos pastores atra-vesar grandes distancias por mar y tierra, para ates-tiguarlo, sin retroceder ante ninguna dificultad ysin que se entibien sus deseos de rendir homenajeen nuestra humilde persona al sucesor de Pedroy Vicario de Jesucristo en la tierra? Porque, por estaautoridad del ejemplo, mejor que de ningún otromodo, comprenderán las naciones católicas qué ve-neración, qué obediencia y qué sumisión deben sen-tir hacia nos, á quien ha dicho Nuestro Señor, en lapersona de Pedro: «Apacienta mis corderos y misovejas», confiándonos é imponiéndonos, por estaspalabras, el cuidado y el poder supremos de la Igle-sia universal.

En efecto, Jesucristo Nuestro Señor, ¿podía tenerotra intención que esta, cuando instituyó á Pedroeomo el jefe que debía sostener la estabilidad desus hermanos, diciéndole: «He rogado por tí paraque tu fe no se debilite?» Esto quería decir, según loexplica San León, que «el Señor se tomó un cuida-do especial por Pedro, rogando expresamente porsa fe, como si el estado de los demás debióse sermás seguro desde el momento en que el espíritu desu jefe se hiciera invencible. En Pedro, por consi-•guicnte, estaba reconcentrada la fuerza de alma detodos, y el auxilio de la gracia divina se hallaba or-denaáa de tal modo que la estabilidad dada á Pedropor Jesucristo fue comunicada por Pedro al restode los Apóstoles.» Nunca, venerables bermanos,hemos dudado de que esta tumba en que reposan lascenizas del bienaventurado Pedro exhala un secre-to poder y una virtud saludable que inspiran á lospastores del rebaño del Señor...»

Los obispos contestaron unánimemente:«Tomamos una parte tanto más ferviente en las

fiestas que en estos momentos se celebran, cuantoque vemos en la solemnidad del dia la inquebranta-ble firmeza de la Piedra sobre que Nuestro Señor ySalvador ha edificado su Iglesia, sólida y perpetua.Porque bien sabemos que al poder divino se debeque la cátedra de Pedro, el órgano de verdad, elcentro de unidad, el fundamento y baluarte de la li-bertad de la Iglesia, se haya sostenido firme é in-mutable, durante mil ochocientos años, en mediode tantas circunstancias adversas y á pesar de losconstantes esfuerzos de sus enemigos; y que mien-tras los reinos y los imperios no cesaban de levan-tarse y hundirse, este pulpito se haya conservadoasí, como un faro seguro, para alumbrar el caminode la humanidad por el tempestuoso mar de la vida,y guiarla con el resplandor de su luz al puerto desalvación.

Hace cinco años rendimos al sublime ministeriode que os halláis investido el homenaje que le debe-mos, rérhicimos públicos, nuestros votos por vos, porvuestro principado civil y por la causa del derecho

y de la religión. Entonces declaramos, tanto vef-balraente como por escrito, que nada nos era másgrato que creer y enseñar lo que vos creéis y ense-ñáis, y rechazar los errores que vos rechazáis. To-das nuestras declaraciones de entonces las renova-vamos y confirmamos hoy. Habéis juzgado que cor-responde á vuestro supremo ministerio proclamarlas verdades eternas, condenar los errores delmundo que amenazan confundir el orden natural y elorden sobrenatural, asi como los verdaderos funda-mentos del poder eclesiástico y del poder civil, áfinde que todos sepan lo que cada católico debe creer,conservar y profesar. Creyendo firmemente que Pe-dro ha hablado por boca de Pió, todo lo que voshabéis dicno, confirmado y proclamado para con-servar sano y salvo ese depósito, también nosotroslo decimos, confirmamos y proclamamos; y á unavoz y con unánime voluntad, rechazamos cuantohabéis creído oportuno reprobar y rechazar comocontrario á la fe, á la salud de las almas y al biende la sociedad humana. Porque lo que los padresdel Concilio de Florencia definieron en un decretosobre la Union se halla firme y profundamente ar-raigado en nuestras conciencias, á saber: que el Pon-tífice de Roma «es el Vicario de Jesucristo, el Jefede la Iglesia entera y el padre y protector de todoslos cristianos; y que á él, en la persona del bien-aventurado Pedro, le confió Nuestro Sefior Jesu-cristo la misión de alimentar, regir y gobernar laIglesia universal» (1).

No se comprendería el sentido completo de estadeclaración de los obispos, si se perdiera de vistaque ellos se referían á los actos doctrinales realiza-dos por Pío IX durante todo el curso de su pontifi-cado, de los cuales eran los más importantes y re-cientes la definición de la Inmaculada Concepción,la Encíclica Quanta cura y el Syllabus. Vemos,pues, á la mitad de los obispos católicos proclamarque desde el momento en que oyeron la voz dePío IX, todas las declaraciones y condenaciones delsucesor de Pedro fueron consideradas por ellos, nocomo constitución precisamente de los artículos defe, puesto que la mayor parte del Syllabus se refiereá las materias no reveladas, sino como la regla áque debía ajustarse su ensqñanza. ¿Con qué seguri-dad ó qué sinceridad podría dirigirse semejanteproclamación á un doctor cualquiera cuyas declara-ciones y condenaciones careciesen de una segun-dad y una garantía especiales? Sin duda, estas pala-bras no declaraban explícitamente que el Pontíficede Roma sea infalible; pero el lenguaje de la mitaddel episcopado merecería seguramente el reprochede gran temeridad, si no creyesen los obispos que

(1) Petri Privikgium, parte I, páginas, 28-33. Long>maus.

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la enseñanza del Jefe de la Iglesia está, por unagracia especial, exenta de error.

Hé aquí cómo se preparó el discurso de que hemostomado el párrafo que se acaba de leer. Se celebróuna reunión general de obispos en el palacio Altieri,para proceder á la redacción de la respuesta quedebían dar á la alocución del Santo Padre. Había enella obispos de todas las naciones, y se reconocióque sería imposible elaborar un documento en elseno de tan numerosa asamblea. Se resolvió, pues,encomendar su redacción á una comisión compues-ta de siete individuos, que fueron el cardenal deAngelis, arzobispo de Fermo; los arzobispos de Sor-rento, de Zaragoza, de Kalocsa, de Thesalónica (hoycardenal Franchi), de Westminster y obispo de Or-leans. En la primera sesión de la comisión se acor-dó confiar la confección del documento á Mgr. Hay-nald, arzobispo de Kalocsa. En la segunda sesiónse examinó el proyecto, que fue aprobado en susprincipales ideas. En un punto, sin embargo, que serelacionaba especialmente con la historia del Con-cilio, se sometió á una importante revisión. Se usa-ba repetidas veces la palabra infalible, aplicándolaal ministerio y á la autoridad del Pontífice. El em-pleo de este término, que es la expresión de unadoctrina de la verdad católica, no fue objeto de lamenor objeción por parte de ninguno de los miem-bros de la comisión. Se hizo observar, no obstan-te, que la palabra infalible no se había usado hastaentonces más que en los Concilios provinciales, enlas cartas pastorales ó de las escuelas teológicas;que nunca se había empleado en los actos formalesde ningún Concilio general de la Iglesia; y que,además, no hallándose reunidos en Concilio los 800obispos entonces presentes en Roma, no parecíaprudente usurpar las atribuciones de un Concilio.Aprobados por todos estas consideraciones, se pro-puso en seguida que se emplearan en la contesta-ción los términos del Concilio de Florencia, es de-cir, de la autoridad que consagraba el decreto defecha más reciente sobre la primacía del Pontíficeromano. Esta proposición no dio lugar á objeciónalguna, en cuanto al fondo del asunto; únicamentese hizo observar que el proyecto contenía ya expre-siones más acentuadas que las del decreto del Con-cilio de Florencia, en el que no se proclama másque implícitamente la infalibilidad del jefe de laIglesia en su cualidad de preceptor de todos loscristianos, mientras que el proyecto en cuestión de-claraba explícitamente que «Pedro había habladopor boca de Pió.» A esto se respondió, que aunqueevidentemente se afirma en tales palabras que la vozdel Pontífice es infalible como lo fue la de Pedro, noes menos cierto que esta aclamación de los padresdel Concilio de Calcedonia y de los del tercer Con-cilio de Constantinopia, ha sido siempre, y no sin

motivo, descartada como de poco peso en la con-troversia, y por constituir cuando más una ponde-ración metafórica de la autoridad de León y deAgathon. Se expuso además que esas palabras norepresentan fórmulas doctrinales y menos aún defi-niciones, sino únicamente aclamaciones; y las acla-maciones, decían, no definen nada, y no puedenconstituir motivos de fe, ni ser aceptadas en la ter-minología de la controversia. En consecuencia, sedecidió por el voto de casi todos, ya que no porunanimidad, emplear las expresiones del decretodel Concilio de Florencia.

Hemos procurado citar estos hechos detallada-mente; y más adelante se verá su importancia. Prue-ban que en el Centenario de 1867 la primacía delPontífice de Roma, con todas sus prerogativas yatribuciones, se hallaba latente en la conciencia delos obispos.

El Centenario, con sus grandiosas solemnidades,ha hecho resaltar el doble ministerio del sucesorde Pedro en materia de doctrina y de jurisdicciónó, en otros términos, su primacía y el favor divino,que le sostiene perpetuamente en su misión de guar-dián de la fe revelada. Aquellos hechos demuestranal mismo tiempo la circunspección con que losmiembros de la comisión evitaron cuanto podía apa-recer como un deseo de adelantar la acción del Con-cilio del Vaticano, ó de comprometer á los obispos,por el empleo de una ú otra frase, á una declaraciónmás avanzada de la autoridad doctrinal de la Iglesia.No puede dudarse, sin embargo, de que la impre-sión producida por el Centenario en el ánimo de losobispos, decidió á muchos de ellos á provocar, portodos los medios que estuvieran á su alcance, laterminación de una controversia que periódicamentehabía perturbado á la Iglesia en el trascurso de lossiglos.

HENRY EDWARD,Cardenal-arzobispo de Westminster.

(Continuará.)(The Mneleeníh CenturyJ

VOCABULARIO DE LA ECONOMÍA.

(Conclusión.) •

S A L A R I O .

Es el precio de los servicios económicos, la can-tidad de riqueza que se obtiene en cambio de unesfuerzo productivo, hecho por cuenta ajena.

El salario es la retribución fija del trabajo, la que| percibe del empresario sin exponerse á los riesgosI de la industria ni gozar de todos sus beneficios.

Como precio ó retribución que es, el salario sedivide en natural y corriente. El salario natural

* Véanse los números 161, 162, 163, 165, 166,161, 168, 169y lio, páginas 365, 398. 439, 500, 522, 558,598,633 y 658.

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consiste en el importe de los gastos que hace eltrabajador en la industria, más una cuota propor-cionada de beneficio; y á su vez los gastos de pro-ducción del trabajo comprenden en primer lugarlos gastos de manutención, necesarios para reponery conservar las fuerzas del obrero; y en segundo,los gastos de renovación, precisos para que cada tra-bajador sostenga una familia en que se forme y edu-que el que ha de reemplazarle cuando muera ó seinutilice. Los gastos de una y otra clase dependeny se hallan en razón directa: 1.°, de la elevación delas facultades que el trabajador ejercita; 2.°, de laintensidad del esfuerzo que hace; 3.", del tiempoque tarda en obtener el producto, y 4.°, de los ries-gos á que se expone (1). La diversidad de combina-ciones que esas circunstancias ofrecen en la indus-tria explica y justifica la desigualdad de los sa-larios.

El salario corriente ó precio del trabajo en el mer-cado se determina por la relación de la oferta y lademanda. La oferta está representada por el nú-mero de brazos que desea colocación en la indus-tria, y la demanda por la suma de los capitales acti-vos. Por eso ha dicho un economista que los sala-rios-suben cuando dos empresarios solicitan á unobrero, y bajan cuando dos obreros solicitan a unempresario. El salario corriente tiende á confun-dirse con el natural y se nivela en todas las indus-trias, porque los trabajadores acuden con preferen-cia á las que dan mayor beneficio y aumentan laoferta en ellas, al paso que la disminuyen retirán-dose de las que no recompensan sus esfuerzos. Estosucede, sin embargo, dentro de ciertos límites,porque el trabajador cambia difícilmente de indus-tria, y sobre todo no impide que los salarios seaninjustos, ya por exceso ó por defecto, cuando haydesproporción entre el número de los trabajadoresy el de los capitales que han de emplearlos.

La condición del trabajador y el capitalista en lacompetencia que fija los salarios no es enteramenteigual, aunque sí muy parecida: el obrero necesitapara vivir el salario; pero el capitalista sin el con-curso de aquél ve esterilizarse ó destruirse sus ri-quezas, siente la privación de ciertas satisfaccionesy puede llegar también á la miseria; de suerte quecada uno ha de contar con el otro y la dependenciaes mutua. A pesar de ese estrecho lazo que pide laarmonía, no suelen ser muy cordiales las relacio-nes del capital y el trabajo, que más á menudo seconsideran como adversarios que como socios, yaprovechan las ocasiones que se les presentan deaumentar sus beneficios el uno á expensas del otro.

Las coaliciones son el arma con que suelen ha-

(1) Carreras y González, Tratado didáctico de Economía'política, páginas 32T y 332 de la segunda edición.

cerse la guerra trabajadores y capitalistas, y el me-dio de que se valen para cambiar la situación delmercado cuando les es contraria respectivamente.Los empresarios se coligan para despedir al traba-jador que no acepte la rebaja del salario, y losobreros de común acuerdo abandonan al capitalistacuando no consiente en aumentar la retribuciónque percibían. Las coaliciones son legítimas si seproponen remediar alguna injusticia de la ley de laoferta y la demanda, que separa al salario corrientedel natural; en cualquier otro caso son altamenteinmorales, porque tienden á arrebatar al capital óal trabajo los beneficios que le corresponden. Perolas coaliciones son un triste recurso, contrario álos intereses de todos y estéril las más veces: suprimer efecto consiste en la paralización de la in-dustria, en la huelga, que perjudica por de prontoal capitalista y al trabajador, porque aquél se*quedasin el interés y éste sin el salario, al último sobretodo, que so ve obligado á consumir sus ahorros, silos tiene, ó á imponerse duras privaciones: coloca-das las cosas en el terreno de la violencia, es muycomún que ocurran desórdenes y conflictos aúnmás graves; pero, aunque así no suceda, al cabo demás ó menos tiempo, alguno ha de ceder, y logra lavictoria, no el que tiene razón, sino el más fuerte;el vencido tiene que volver á aceptar las condicio-nes que antes rehusaba, y los daños sufridos porunos y otros no pueden remediarse de modo al-guno.

La acción del Estado á quien se pide que inter-venga en la fijación de los salarios, es también in-eficaz, porque su autoridad será desobedecida tanpronto como disponga algo que no esté de acuerdocon la situación del mercado.

La lej de la oferta y la demanda es dura, pero esla que rige el cambio, y el que sea condenado porella debe resignarse para no agravar su suerte, entanto que la conducta económica no se inspire enprincipios más elevados. Los intereses del trabajoy el capital no pueden conciliarse mientras no invo-quen á la razón y la justicia para establecer esasrelaciones. La creación de los jurados mixtos detrabajadores y capitalistas, llamados á decidir sosdiferencias y á fijar su situación respectiva, es elprimer paso dado para una organización más racio-nal de la industria y un reparto más equitativo desus beneficios.

SALIDAS.

Se da este nombre á los medios de colocación ycambio con que cuentan los productos, ó sea á lasuma de las necesidades que los demandan, provis-tas de recursos suficientes para adquirirlos.

J. B. Say es el que ha introducido ese términoen el lenguaje económico, con su teoría de las sali-das, fundada en el principio de que los productos t*

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cambian por productos, cuyas consecuencias nopueden ser más interesantes. Cada producto es unasalida para los demás, y consigue tanto mejor pre-cio cuanto mayor es el número de aquellos con losque puede cambiarse; de aquí que el daño sufridopor una industria afecte á todas ellas y que la pros-peridad de alguna favorezca á las restantes, que ácada cual interese el bienestar de los otros y quelos individuos, como las naciones, consigan másbeneficios cuanto más ricos son aquellos con quie-nes tratan.

SATISFACCIÓN DÉ LAS NECESIDADES ECONÓMICAS.

Consiste en la aplicación de los producios á lasexigencias de nuestra naturaleza. Esta aplicaciónserá legítima, bajo el aspecto económico, en tantoque lo sea la necesidad á que se dirige y en cuantose haga del medio ó producto el uso natural y pro-pio de. sus condiciones.

La doctrina de que la Economía debe limitarse ábuscar la manera de satisfacer todas las necesida-des sin cuidarse de su índole, es incompatible conlos principios fundamentales de la ciencia misma yse opone además á la armonía entre el orden moraly el económico. (Véase Necesidades económicas yConsumo.)

SEGURO.

Es una institución que tiene por objeto preverlos riesgos que corren los bienes materiales y ate-nuar sus efectos, indemnizando á los dueños en elcaso de pérdida ó siniestro.

El seguro es una de las aplicaciones del principiode asociación, que se realiza dividiendo entre mu-chas cosas, sometidas al mismo peligro, el dañoque llegan á sufrir algunas de ellas. De esta suertese cambia en un pequeño sacrificio de la comunidadla pérdida que arruinaría á cada uno de los asocia-dos, si hubiera de soportarla individualmente.

Pueden ser objeto del seguro toda clase de daños;el incendio, la sequía, la inundación, el naufra-gio, etc., y pueden por consiguiente disfrutar de esagarantía todas las propiedades y todas las indus-trias. ~

El tanto que paga cada uno de las cosas asegura-das para constituir el fondo común que ha de satis-facer las indemnizaciones necesarias, se llamaprima del seguro, y puede ser fija y eventual ó divi-dendo, según que el seguro se establezca por la me-diación de un empresario que toma sobre sí losriesgos, ó por medio de una sociedad en que losaseguradores son los mismos asegurados, en cuyocaso se dice que el seguro es mutuo.

Los grandes beneficios que reportan las asociado •nes de seguros, crecerán considerablemente el diaen que se organicen para algo más que indemnizarsiniestros y extiendan su acción á prevenirlos,obrando sobre las causas que los producen.

Llámanse también, aunque muy impropiamente,sociedades de seguros sobre la vida, las que se cons-tituyen para formar capitales, rentas, pensio-nes, etc., por medio de imposiciones calculadasconforme á la probabilidad de la vida, y haciendoque los fondos del asociado que muere "acrezcan losintereses del superviviente.

SERVICIOS ECONÓMICOS.

Son los actos que se dirigen á proporcionar á otrosujeto, ó á adquirir indirectamente, por medio delcambio, los bienes materiales.

El concurso prestado en la industria al trabajoajeno con un esfuerzo personal, es la forma propiade los servicios económicos.

Sin embargo, los actos que no son industriales ypertenecen á otros órdenes de la vida, entran tam-bién en la relación económica. El trabajo del sacer-dote y del abogado, v. gr., no se dirige á la forma-ción de la riqueza, no obra sobre las cosas, y sepropone como fin realizar el culto y la justicia; perotiene carácter económico, en tanto que esas funcio-nes son retribuidas, y los que las ejercen obtienenpor su medio los bienes materiales.

La diferencia es considerable entre los serviciospropia ó inmediatamente económicos, y los quesólo lo son de una manera mediata, y por uno desus aspectos: lo,s primeros consisten en operacionesproductivas y crean valores; los segundos no au-mentan la riqueza existente, antes bien la consu-men: cuando el empres'ario paga á un trabajador leretribuye con parte del beneficio que ha obtenidoen la industria con su ayuda; cuando satisface loshonorarios de su abogado ó del maestro que educaá sus hijos, no adquiere bienes económicos, sinoque los aplica á la consocucion del fin jurídico ó delcientífico.

Todos los actos humanos, en cuanto sirven parasatisfacer las necesidades materiales, tienen utili-dad, valor y precio; pero los unos dan lugar á uncambio entre dos cosas económicas, y en los otroses económica una sola de ellas, la retribución, queno el servicio.

El cambio de servicio por servicio será econó-mico cuando alguno de ellos tenga este carácter.

. SISTEMAS ECONÓMICOS.

Las doctrinas que merecen ese nombre y en quehistóricamente se desarrolla la ciencia de la econo-mía, dan lugar á tres escuelas: r

La mercantil, que hacía consistir la riqueza en laposesión de la moneda, y se proponía conseguirlareglamentando la industria y el comercio, de suerteque aumentaran las exportaciones y se disminuyerala importación todo lo posible. Estas ideas que con-sideran opuestos los intereses de las varias indus-trias, y de cada una de las naciones, no eran másque una explicación de los hechos, la justificación

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de la conducta seguida desde lo antiguo en las re-laciones económicas; pero no se formulan con apa-riencias científicas hasta el siglo XVI. Las conse-cuencias más importantes que do ellas se derivanson el sistema protector y el sistema colonial, y susprincipales mantenedores fueron Antonio Serra enItalia, Tomás Mur en Inglaterra, Colbert y Torbon-nais en Francia.

La escuela agrícola ó fisiocrática declara que laagricultura es la única industria productiva, porquesolamente en ella se obtiene el producto liquido:las manufacturas y el comercio son útiles en cuantotrasforman las cosas; pero no crean valor alguno yno alcanzan masque ácompensar los gastos que ha-cen. El espíritu filosófico que guiaba las investiga-ciones de los fisiócratas los llevó á establecen laarmonía de los intereses y á pedir la libertad econó-mica. Francisco Quesnoy, médico de Luis XV, fundóla escuela agrícola en 1758 con la publicación de unCuadro económico, y tuvo como discípulos más no-tables al marqués de Mirabeau, Dupont de Nemours,Turgot, y Gouranay, á quien se atribuye la célebrefórmula laissez /aire, laissez passer.

La escuela industrial proclama que el trabajo esla fuente de la riqueza, y que todas sus aplicacionesson igualmente productivas; analiza minuciosamen-te algunas leyes de la actividad económica, y recla-ma la libertad de la industria y el comercio comoindispensable para que obre la acción de la oferta yla demanda que ha de regular el cambio. Estosprincipios los expuso Adam Smith el año de 1776 ensu famoso libro titulado Investigaciones sobre la na-turaleza y causas de las riqueza de las naciones, y ápartir de esa fecha se ha considerado ya á la Eco-nomía como una ciencia constituida y en posesiónde las verdades fundamentales relativas á su asun-to. Los continuadores más importantes de AdamSmith han sido: en Inglaterra, su patria, Malthus,Ricardo, Mac-Culloch y Stuart Mili; en Alemania,Rau y Boscher; en Rusia, Storch; en Francia, Say,Rossi, Dunoyer y Bastiat; y en España, Florez Es-trada, Carballo, Carreras y González y Madrazo.

Las diferencias que separan á los discípulos deAdam Smith son tan interesantes, que afectan alconcepto mismo de lo económico y.á sus relacio-nes con los otros órdenes de la vida; pero la distin-ción capital que puede establecerse entre las doc-trinas, por decirlo así, vigentes en Economía, es laque se marca en los tres sistemas que siguen:

El individualismo, que afirma la armonía de to-dos los intereses económicos por virtud de las le-yes naturales que rigen en esa esfera, declara legí-timos todos los efectos de la concurrencia, pide lalibertad como única condición necesaria para quela riqueza se produzca y distribuya del mejor modoposible, y desecha toda intervención del Estado en

este orden, reduciendo su misión á garantizar laspersonas y las cosas, á la administración de justi-cia en el más estricto sentido. La personificaciónmás interesante de esta escuela es Federico Bas-tiat, y á ella pertenecen casi en totalidad los econo-mistas españoles.

El socialismo, que halla contradictorios los inte-reses particulares, ve en la concurrencia el desor-den y la injusticia, y quiere que el Estado interven-ga y rija la vida económica, imponiendo a la liber-tad individual limitaciones que eviten los extravíos.Esta escuela presenta gran variedad de doctrinas,porque algunos de sus partidarios tocan en el co-munismo, otros extienden menos la atribucionesdel Estado, y cada uno de ellos establece á su ma-nera la organización económica de la sociedad, áque todos aspiran por medio del poder público.Proudhon ha sido el propagador más activo y afor-tunado do las ideas socialistas, y la Internacionales la institución que á ellas responde en el campode los hechos.

El armonismo, por último, que reconoce en elorden económico la simultaneidad del fin individualy el colectivo, no como contradictorios sino comoconsecuencia necesaria de la personalidad y la so-ciabilidad humanas, encuentra que los intereses nose concilian por sí mismos, que la concurrenciapuededar lugar á graves males, y cree preciso pararemediarlos que el principio del interés se subor-dine al del bien, que la actividad económica so ins-pire en las ideas del deber y la justicia: no quiereeste sistema que el Estado dirija la producción, niel cambio, ni el consumo de la riqueza; pero tam-poco le aleja de ella por completo, ni le reduce áuna acción puramente negativa, porque consideraque debe hallarse en relación con todos los órdenesde la vida y le llama á ejercer en ellos cierta inicia-tiva, atribuciones como de inspección y estimulo.Estas doctrinas, que toman del individualismo elprincipio de libertad y el de organización del so-cialismo, tratando de realizar el uno por el otro, sehan iniciado en Alemania por algunos profesores deEconomía á quienes se llama Katheder-socialisten(socialistas en ia cátedra) y han sido expuestas en-tre nosotros por los Sres. Giner (1) (D. Francisco)y Azcárate (2) (D. Gumersindo).

Tales son las direcciones que se disputan el pre-dominio en la ciencia económica. Los individualis-tas niegan á los partidarios del socialismo hasta lacondición de economistas, y son tratados por elloscon un desdén semejante; pero la escuela armónica,evitando todo exclusivismo, oye atentamente á unos

(1) En la cátedra de Filosofía del Derecho, que tan dig-namente desempeñaba en la Universidad de Madrid, y e nel litro titulado Principios de Derecho natural.

(2) Estudios económicos y sociales.

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y otros, investiga sin preocupaciones y parece ha-llarse en camino de constituir la Economía sobrenuevas y mas sólidas bases.

SOCIALISMO.

Aplícase esta denominación á todas las doctrinasque niegan ó limitan el fin y la libertad del indivi-duo por creerlos opuestos á los fines colectivos, yencomiendan al Estado el establecimiento de unaorganización de la sociedad que sobreponga el ele-mento común á las aspiraciones individuales y ledefienda contra los ataques del interés privado.

El socialismo, en el orden económico, es enemigode la propiedad individual, y si transige con ellapara que el trabajo no quede sin estímulo, la calificade mal necesario y la impone gran número de res-tricciones; rechaza la competencia, en que no vemás que el choque de los egoísmos, y para evitarlapretende que el Estado dirija la producción, el cam-bio y el consumo de la riqueza. Algunos socialistasparten ya de los principios del comunismo; todosson empujados hacia él por la fuerza de la lógica yel peso mismo de las cosas, y cada cual presentauna fórmula distinta de organización social, varian-do desde los que creen bastante tal ó cual atribu-ción del Estado, hasta los que piden aXfalansterio.

La reglamentación de la industria hasta en losúltimos pormenores, la tasa de los precios, el mo-nopolio y la arbitrariedad por todas partes, son lasconsecuencias que se derivan del socialismo; perolas instituciones fundamentales y que más comun-mente defienden los partidarios de esa escuela, sonel dominio eminente del Estado, el impuesto progre-sivo y el llamado derecho al trabajo.

Atribuir al Estado un dominio eminente sobre to-das las cosas, equivale á declarar que la propiedadindividual es precaria, derivada de esa otra queestá sujeta á cuantas trabas y gravámenes quieranimponérsela y á merced por completo del poder pú-blico. El fin social, en la parte que ha de cumplir elEstado, no es preferente ni está más alto que el finindividual; ambos son igualmente atendibles, yaquel sólo produce en los gobiernos el derecho dereclamar el impuesto, sin que pueda dar lugar enningún caso á una propiedad directa y total sobrelos bienes de I03 particulares.

La forma progresiva desnaturaliza el impuestoseparándole de su objeto, que no es la nivelaciónde las fortunas; se opone á la igualdad y á la justi-cia, porque á unos exige ligero sacrificio y se con-vierte para otros en confiscación, yes además anti-eeonómina porque amenaza á la actividad y castigael aumento de la riqueza. El Estado, por otra par-te, no puede señalar un término á la fortuna de losindividuos, porque éstos tienen el mismo derecho áser ricos que á ser científicos, morales ó religiosos,sin limitación alguna.

La proclamación del derecho al trabajo es in-dudablemente el más temible de los ataques que hadirigido el socialismo á la libertad económica y lapropiedad individual. Todo hombre puede pedir alEstado las condiciones jurídicas necesarias para elejercicio de la actividad productiva; pero este de-recho de trabxjar, en vez de completarse desaparecey queda destruido con el derecho al salario, que es .lo que, en último término, defienden ios socialistas.El Estado, para dar colocación á los trabajadores,tiene que hacerse capitalista y empresario; ha deluchar con la industria privada y acabará por absor-berla, llegando á ser el único productor, porque noes posible la competencia con los talleres naciona-les. Por otra parte, cuando hay hombres sin ocupa-ción, es que no existo capital bastante para em-plearlos, y la intervención del Estado no puede evi-tar el mal, porque disminuye en vez de aumentar loscapitales con su viciosa administración y lo quegasta en intermediarios.

El socialismo so preocupa más de distribuir quede formar la riqueza, y buscando ante todo la equi-dad en el reparto, se olvida de estimular y mante-ner la actividad en la producción. El socialismo pidela organhacion de la industria y la unidad en elmundo económico, un tanto desordenado cierta-mente y próximo á la anarquía; pero quiere conse-guirlas de una manera artificial y violenta por lafuerza del Estado, prescindiendo de la libertad, sa-crificando este elemento esencial de la vida, cuandolo que hace falta no os destruirle, sino encaminarlerectamente, porque la solución verdadera y lógicade los problemas económicos ha de hallarse en lalibertad, no contra ella.

La escuela socialista es algo más que una doa-trina científica; se organiza al lado de los partidospolíticos militantes, y allega con afán medios de to-das clases para influir de una manera activa é inme-diata en el régimen de los pueblos. El estableci-miento de la Asociación internacional de trabajado-res es su primera creación, y los estragos de laCommune, proclamada en Paris en Í8T0, han sidosu primer triunfo.—Este carácter del socialismocontemporáneo, que recurre á los procedimientosde la violencia para alcanzar la práctica de susideas, es lo que hay en él de más grave y censu-rable.

En otro sentido, los socialistas se aplican muyimpropiamente los epítetos de revolucionarios éinnovadores, porque su sistema representa la tra-dición y el pasado. El régimen de castas, los mono-polios gremiales, la reglamentación, las prohibicio-nes del comercio, las trabas á la industria, todaslas negaciones de la libertad y todas las formas dela tiranía, instituciones son del socialismo, ó que almenos se fundan en sus principios. La revolución

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que predican sus partidarios es una revolución alrevés; es una reacción, no es un progreso.

SOCIEDAD ECONÓMICA.

Es la asociación voluntaria croada para estable-cer una industria en que la retribución del capitaly del trabajo empleados depende de los resultadosque se obtengan. (V. Asociación económica y Divi-

SOCfEDADES COOPERATIVAS.

Asociaciones de trabajadores que pueden propo-nerse varios fines: suprimir en la industria la me-diación del empresario, convirtiendo el salario endividendo; disfrutar las ventajas del crédito, y ob-tener, á bajo precio los artículos de consumo.(V. Asociación económica).

SUCEDÁNEOS.

Se da este nombre á los productos que, teniendocondiciones análogas á otros, pueden reemplazarlosen el consumo.

La satisfacción de las necesidades económicaspuede conseguirse por medios muy diversos, y asíes que cuando falta ó escasea algún artículo, seecha mano de aquellas cosas capaces de prostar unservicio semejante. Donde no hay trigo ó está muycaro, el pan se hace de centeno ó de maíz, ó se lesustituye con la patata; la sidra se usa en lugar delvino; el algodón suple á la seda; el azúcar de remo-lacha á la de caña, etc., etc.

El empleo de los sucedáneos tiene grandísimaimportancia, porque reduciendo la demanda deciertos productos, atenúa el efecto de todos losmonopolios y detiene la elevación de los precios.

TASA.

Es la limitación de los precios ó la fijación de unmáximum, hecha por la autoridad pública.

La tasa, encaminada á favorecer el interés de losconsumidores y á impedir la carestía de los pro-ductos, es injusta y anti-económica porque atacael derecho de propiedad, y completamente ilusoriaporque no consigue resultado alguno, y á lo sumoproduce un efecto contrario del que busca. Losprecios se determinan en virtud de circunstanciasque no pueden e.stimar los reglamentos, y por sumovilidad continua rechazan la fijeza que quieredarles la tasa. Cuando se señala á los artículos deriqueza un precio menor que el corriente, los pro-ductores eluden el mandato fácilmente, y si se venobligados á cumplirle, ocultan y exportan su mer-cancía, ó, en último caso, abandonan la industriacohibida y tiene lugar una carestía mayor y másduradera que la que quiso evitarse.

TRABAIO.

Consiste en el ejercicio de nuestras facultadesaplicado á la consecución de algún fin racional, yes condición precisa del desarrollo y progreso hu-manos en todas las esferas. No es, por tanto, lodo

TOMO IX.

trabajo económico, sino únicamente aquel que sepropone la satisfacción de las necesidades de esteorden.

El trabajo es el principal de los elementos pro-ductivos, el que con verdad puede llamarse agente,porque hace efectiva la utilidad de las cosas, en-gendra los capitales y ordena y diri; e, en suma, laobra de la producción. Pero el trabajo, aunque esel origen de la riqueza, no siempre lo consigue; re-sulta estéril ó improductivo cuando no conoce bienel fin á que se aplica ó no maneja con acierto losmedios necesarios.

Divídese el trabajo económico en físico é intelec-tual, según que en él predomina la acción de unasú otras facultades, ya que dada la unidad de nues-tra naturaleza no es posible que obre ninguna deellas aisladamente, y esto da lugar á una jerarquíade tos trabajadores, que los distingue por la mayoró menor elevación de las facultades que ejercitanen la industria, y señala á cada uno de ellos diversaconsideración social y distinta recompensa.

Depende, pues, la productividad del trabajo: i.',de la inteligencia con que opera; así, el maquinistade un ferro-carril obtiene mucho más producto enel trasporte que el arriero ó el conductor de dili-gencia: 2.', siendo iguales las facultades del traba-jador, el resultado está en razón directa de la in-tensidad del esfuerzo; de dos maquinistas que guiantrenes, producirá más el que preste un servicio másdifícil y asiduo; y 3.°, á igualdad de facultades y deesfuerzo corresponderá un valor proporcionado á lanaturaleza de los medios que el trabajo emplea; enlos industriales de que venimos hablando, la pro-ducción estará influida por las condiciones de la vía,de la locomotora, del combustible, etc.

El progreso económico, haciendo cada dia más es-piritual y menos físico e! trabajo, aumenta su dig-nidad y su eficacia.

Conviene repetir que el trabajo económico es leyde nuestra naturaleza; se funda en el deber, porqueasignándole como único motivo el interés ó la satis-facción de las necesidades, se llega á la consecuen-cia equivocada de que pueden eximirse de trabajaraquellos que logran por otro medio los bienes ma-teriales.

UNIDAD MONETARIA.

Es el tipo adoptado como base del sistema, paraque á él se refieran siendo sus múltiplos ó diviso-res todas las monedas que circulan en un país.

La unidad monetaria debe fijarse conforme á laextensión de los cambios y buscando el términomedio de los usuales, porque si es demasiado grandeobliga á emplear de continuo las fracciones, y si esmuy peqiK ña hay que valei'se de muchos guarismospura expresar cantidades de poca importancia.

Discuten los economistas acerca de cual de los• U

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dos metales preciosos debe ser preferido para esta-blecer la unidad monetaria. El oro, por las condi-ciones de su producción, tiene un precio más esta-ble; pero ofrece el inconveniente de que la unidaden él ha tener un valor algo elevado, y por eso elmedio generalmente adoptado consiste en fijar labase del sistema en una moneda de plata, y acuñarel oro como moneda auxiliar para las grandes tran-sacciones.

UTILIDAD.

Es la condición del medio, y se dice de lo que sir-ve para algún fin, aplicándose, por consiguiente, átoda clase de objetos y relaciones. Útil es para elhombre todo lo que conduce á su destino.

Bajo el aspecto económico, la utilidad reside en lascosas de la Naturaleza y en los actos ó servicios denuestros semejantes; en aquellas de una manera in-mediata, porque se aplican directamente á las ne-cesidades, y en estos de un modo mediato, porquenos sirven y auxilian para la adquisición de los me-dios materiales.

Sólo es económica aquella parte de la utilidadque depende del trabajo: las cosas que nos sirvenpor sí mismas y sin que la actividad intervenga, ta-les como el aire, la luz y el calor del sol, no entranen el orden económico. El hombre, sin embargo, nocrea la utilidad, que es inherente á la naturaleza delas cosas, y lo único que hace es obrar sobre ellas,modificándolas, para hacer efectiva la utilidad quecontienen y apropiarla á la satisfacción de nuestrasnecesidades.

Referida la utilidad económica como medio á lasnecesidades humanas, como fin, es esencialmenterelativa y sufre todas las alteraciones que estas ex-perimentan. Varía, pues, la utilidad en este sentido,según las condiciones individuales, el estado de lacultura, etc.; de suerte, que cosas útiles para unosdejan de serlo para otros, ó lo son en medida dife-rente, y otras antes tenidas por inútiles adquierenutilidad cuando su aplicación llega á ser conocida ynecesaria. El progreso económico se realiza me-diante la invención y el aprovechamiento de nuevasy cada vez mayores utilidades.

VALOR.

Es, según el Diccionario de la Academia Españo-la, la calidad que constituye una cosa digna de esti-mación ó aprecio.

La acepción de esa palabra en el lenguaje de laEconomía no difiere de su sentido general, y buenaprueba es de ello que, á pesar de las enojosas dis-cusiones que los autores sostienen sobre el concep-to del valor económico, hállanse todos conformesen que significa una propiedad ó relación de las co-sas, siendo muy de notar que, no obstante esasoposiciones y divergencias, la mayor parte de loseconomistas se encuentran también de acuerdo

cuando se trata de determinar cuáles son las cosasen que reside el valor.

Infiérese de aquí, que si la cuestión del valor nose ha resuelto, es tal vez porque no se ha planteadoen sus verdaderos términos. La dificultad nace, ennuestra opinión al menos, de que suelen involucrar-se dos puntos que es necesario distinguir, estable-ciendo primero en qué consiste el valor económico,y examinando luego de qué depende ó cuáles sonlas circunstancias que en él influyen.

Afirmamos que el valor económico es una cuali-dad, y nos sugiere ante todo la idea délo útil—sólovale aquello que sirve para algo;—pero la idea delvalor excede á la de utilidad y expresa un gradosuperior ó más elevado de esta, porque no decimosel valor de todas las cosas útiles—el aire, la luz, et-cétera, no valen económicamente,—ni aun de aque-llas que particularmente entran en el orden de laEconomía, porque su utilidad requiere la interven-ción del trabajo—la tierra inculta y abandonada, losfrutos espontáneos de la isla desierta tampoco tie-nen valor alguno, sino que reservamos la afirmacióndel valor como propia únicamente de las cosas cuyautilidad se nos ofrece en toda la plenitud de su des-arrollo, merced á la acción ejercida sobre ellas porel trabajo.—Es decir, que el valor se refiere siempreá un resultado de la industria humana que tiene porfundamento la utilidad y por condición el trabajo;es la cualidad esencial y distintiva de los productoseconómicos, y puede definirse cómo la utilidad apro-piada, ó bien él grado de utilidad que convierte á lascosas en riqueza.

En esto vienen á parar, ó de ello parten como su-puesto, las numerosas teorías relativas al yalor,aunque sólo algún economista lo establece clara-mente (1).

Pero ¿de qué depende que el valor de unas cosassea considerable, que otras le tengan escaso y sehalle el de todas sujeto á continuas alteraciones?¿Cómo se mide el valor económico? Por la utilidadque contiene el producto, dicen unos; por el es-fuerzo que cuesta adquirirle, dicen otros; por suescasez en el mercado, añaden algunos; y aquí co-mienza la confusión y el laberinto de las opiniones.

Si el valor proviene, como hemos visto, de lautilidad y el trabajo, éstos serán los primeros ele-mentos que en él influyan, sin perjuicio de quepueda haber otros con los que también se rela-cione.

La utilidad del producto puede aplicarse á las ne-cesidades directamente por el uso, é indirecta-mente por medio del cambio; luego tiene dos as-pectos y ambos contribuirán á la determinación del

(1) Carreras y González, Tratado didáctico de Economíapolítica, lil). I, cap. vn, segunda edición.

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vafór: así decimos que valen poco, cosas que satis-facen las exigencias más apremiantes de nuestranaturaleza—el pan, la leña, etc.,—y reconocemosun gran valor en otras que por sí mismas no pue-den procurarnos bien alguno—el tabaco, por ejem-plo, para el que no fuma.—Ahora bien: este segundocarácter de la utilidad, que la refiere á las necesi-dades ajenas, se mide por el precio, ó sea por lacantidad de otro producto que puede obtenerse ácambio de ellas. En este sentido na podido decirse,y es seguramente cierto, que la abundancia y laescasez, las condiciones todas del mercado influyenen el valor económico.

Él trabajo indispensable para formar un produc-to—nótese que no hablamos del empleado en cadacaso, que puede ser muy distinto del necesario;—el trabajo, decimos, concurre también á fijar el valoreconómico. Vale más aquello que más trabajo cues-ta, porque dada cierta utilidad, la producción de-pende en cantidad y calidad del trabajo empleadosobre aquella, y tanto mayor será el valor que seobtenga cuanto más eficaz ó mejor dirigido sea elesfuerzo; del mismo modo que dos trabajos igualesproducirán valores diferentes si se aplican sobreutilidad distinta.

El valor está, pues, en razón directa de la utilidady el esfuerzo que representa el producto. Pero estosólo puede ser exacto tomando la utilidad, no comorelación puramente individual, sino en su doble as-pecto de uso y de cambio; y el trabajo, no comoesfuerzo personal y de caso determinado, sino con-forme á las condiciones normales de la industria.

No hay dos clases de valor económico, uno deuso y otro en cambio; el valor es uno, pero se fijamediante un juicio en que se computan la estima-ción propia y la estimación ajena de las cualidadesdel producto. Cuando el valor no expresa más queuna relación de carácter exclusivamente personal,deja de ser económico, y el lenguaje común así loadvierte, distinguiéndole como valor de afección.

La influencia que hemos reconocido ai precio en ladeterminación del valor no supone la confusión deambos términos. El precio consiste en la relaciónde dos valores, atiende sólo al cambio y en 61 úni-camente se manifiesta, en tanto que el valor es an-terior al cambio y se funda principalmente en lascualidades del producto. El precio no es más queun aspecto del valor, y se fija en virtud de causasmuy distintas de las que obran sobre éste, y por esono siempre coinciden: si el producto recibe todo suvalor en comparación con otro, si hay equivalen-cia, se dice que el precio es justo; y cuando sucedede otro modo, decimos que vile aquél más 6 menosque'el precio porque se cambia. Pudiéramos decir,según esto, que el valor es una determinación de lautilidad,'y el precio una determinación del valor.

Que el valor es esencialmente variable y no hayuna medida segura á que referirle, cosa en quetambién convienen los economistas, se explica sen-cillamente sin más que tener en cuenta que el va-lor expresa una relación entre términos sujetos ácontinuas alteraciones. Es la condición del meilioeconómico, y este se modifica al par de las necesi-dades á que se dirige y según cambian las condicio-nes del trabajo humano que le da vida.

VÍAS DE COM'JNICACIOS»

Son los medios que se emplean para vencer elobstáculo que opone la distancia á las relacionesentre los hombres.

Las vías de comunicación, bajo el punto de vistaeconómico, constituyen una de las formas del capi-tal, y se componen de tres elementos: 1.°, la víapropiamente dicha, el camino; 2° , un vehículo aco-modado á la naturaleza de la vía; y 3.°, un motorque verifica el trasporte. Tienen grande importan-cia, porque extienden el cambio, activan la circula-ción é influyen por lo tanto de un modo muy eficazen la producción y el consumo de la riqueza.

Las vías de comunicación son terrestres y acuáti-cas, consistiendo las primeras en exminos ordinariosó carreteras ^ferro-carriles; y las segundas, en elmar, los rios y ¡os canales de navegación. Cada unado estas clases de vías tiene aplicaciones y ventajasespeciales: en el camino ordinario no es indispensa-ble el vehículo para que las personas se trasladende uno á otro lugar; los ferro-carriles hacen el tras-porte rápido y muy barato; el mar y los rios navega-bles son caminos abiertos por la Naturaleza misma, ysólo requieren algunas construcciones complemen-tarias, como los puertos, muelles etc., y los canales,por último, además de que ocasionan muy pocosg'astos de tracción, se utilizan para el riego y pres-tan un gran servicio á la agricultura.

Al mismo tiempo qun il trasporte de cosas y per-sonas, las vías de comunicación se aplican á trasmi-tir el pensamiento y establecer continuas relacionesentre los productores más lejanos. Los correos, asícomo los telégrafos dedicados particularmente á esefin, son uno de los progresos más estimables y unode los agentes más eficaces de. la vida económicamoderna.

J. M. PIERNAS Y HURTADO.

Catedrático de la Universidad de Zaragoza.

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ESTUDIOS SOBRE LA CÉLULA.

MOVIMIENTOS PROTOPLÁSMICOS.

(Continuación.) *

CORRIENTES CELULARES.—Mas cuando las masas dela sustancia fundamental se hallan envueltas poruna membrana, los movimientos de éstas tienenque ser necesariamente mucho menos libres. Lasprolongaciones amibóides encuentran en aquellaun gran obstáculo para su producción, y las altera-ciones que antes hemos descrito deben apareceraquí bajo la única y más sencilla forma de las cor-rientes de protoplasma.

Existen plasmodios en los cuales puede ser yamuy fácilmente comprobada la doctrina que acaba-mos de exponer.

Sujetos á rápidas agitaciones, produciéndose allíen una primera edad todos aquellos fenómenos queson propios del mayor estado de fluidez, van cam-biándose luego estos poco á poco por los que mar-ean la existencia de masas más coaguladas, y ter-minan por presentar una película rígida, cesando enellos toda producción de nuevos brazos, mientrasque aún continúan, y quizás con más fuerza, lascorrientes interiores.

Tales son también las condiciones dinámicas delos cuerpos que van á ser objeto de nuestro es-tudio.

Comenzando éste, deberemos indicar desde luego,y en el lugar preferente, que las variadas corrientesprotoplásmicas no se presentan nunca sino en lascélulas que poseen vacuolas más ó menos manifies-tas y desarrolladas.

Para que en un elemento histológico puedan sercontemplados los antedichos fenómenos, deberáaquel aparecer ante nuestra vista como una capaci-dad más ó menos cilindrica, alargada ó elipsoida,cuya membrana exterior se halle revestida interior-mente por una capa de protoplasma, que podráofrecer diversos espesores, con su parte centralocupada por una gran masa de jugo celular, á cuyotravés pueden también notarse se hallan tendidosalgunos cordones de la sustancia fundamental, yaun una pelota de ella que envuelve al núcleo, enel caso que este exista. Guarnición interior dela membrana, esférula que rodea al cuerpo queacabamos de indicar, y fajas que relacionan á éstacon aquella, son, pues, las porciones en que sueleofrecerse repartido el protoplasma de los cuerposque ahora nos ocupan. He aquí, pues, las condicio-nes físicas de todos los corpúsculos en que se pre-senta tal género de fenómenos.

Mas una vez indicado este principio general, de-

Véase el número anterior, pág. (

beremos apresurarnos á decir que existen algunasdiferencias entre los variados movimientos de estemismo género.

Las diversas formas en que se presentan parecenconstituir, efectivamente, una serie continua que noslleva desde los cambios amibóides hasta las corrien-tes que se producen regularmente, y aun con idén-tica dirección y condiciones en los diferentes ele-mentos histológicos de un mismo individuo vegetal:y adviértase que introducimos esta última restric-ción? porque en el reino de las plantas es donde hansido hechas estas segundas observaciones, no ha-biéndose hasta ahora comprobado nada parecido átal doctrina en los numerosísimos movimientos quese ofrecen en las células animales.

Examinemos algunos de los principales casos quesirven de confirmación á lo que acabamos de ex-poner.

Hay primeramente células en las cuales ofrece elprotoplasma en su cara más exterior la forma que leobliga á presentar la membrana con quien se hallaen contacto, y conserva en su cara interna, esdecir, en aquella que puede extenderse y dilatarselibremente al través de los jugos de la vacuola, lafacultad de efectuar una reproducción en pequeñode los fenómenos que hemos estudiado en los plas-modios de los Mymomicetes, De esta superficie, y dela de los cordones antedichos, que pueden estar yapreviamente formados, nacen unas prolongacionesque, ó se reabsorben inmediatamente después deiniciadas, ó continúan su incremento en longitudhasta tocar con otras anatomizándose, y conclu-yendo por formar una verdadera red en medio delespacio susodicho. Aquí, como en los Myxomicetes,principia también á constituir á éstos la sustanciahialina, y luego entra en ellos la granulosa: aquí,del mismo modo que en el caso anterior, puedendestruirse ó romperse las anastomosis, regresandocada pedazo á englobarse en la porción protoplás-mica que tiene más cercana, y retirándose las ma-terias coloreada y diáfana en órdeu inverso á comosalieron de ellas. Aquí también suelen poseer lasprolongaciones una forma de maza con la extremi-dad exterior, mucho más ensanchada que aquellapor donde se insertan. Comparando todo esto con loque sucede en los plasmodios, notaremos fácilmenteque la semejanza no puede ser más completa.

Do este caso se pasa por tránsitos insensibles áaquel en que se ofrecen bandas y red ya constitui-das, y corrientes de sentidos y direcciones muy va-riables al través de unas y otras porciones proto-plásmicas; pero sin la producción de los hechos queacabamos de describir. En la guarnición celular seve nacer á aquellas recorriendo cauces muy diver-sos: en los cordones muy anchos se notan frecuen-temente dos corrientes en opuestos caminos; en los

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delgados puede hacerse también en determinadasocasiones igual observación, y con mayor generali-dad descubrirse, al menos la presencia de una.

De modificación en modificación llegamos por final caso en que el fenómeno se muestra con bastanteregularidad.

Una corriente permanente y de dirección cons-tante existe y puede ser fácilmente estudiada endistintas especies vegetales.

Nótese en esto, en general, cosa que es posiblecomprobar sin gran dificultad en las células de lasCharaceas, por ejemplo, que una cierta porción delprotoplasma, la más en contacto con la membranade envoltura, conserva un reposo, al menos relati-vo: junto á ésta, vienen á disponerse en series su-perficiales y paralelas al contacto de aquella, losgranos de clorofila que pierden igualmente todomovimiento.

Además, durante la producción de la susodichacorriente, se diferencia la sustancia fundamental endos porciones distintas: una más acuosa y diáfana,que es la que gira, y otra más densa, la cual seg-menta en distintas esferas que nadan en la primera yson arrastradas por ella. Las células de las Charas,que tienen núcleo, sufren siempre la disolución, ó almenos la desaparición de éste desde el momento enque principian las corrientes protoplásmicas. Ladirección de estas corrientes es, ó bien la del ejemayor de la célula, ó bien la del crecimiento enaquellos elementos histológicos que presentan entodos sentidos las mismas longitudes.

Observaciones más constantes y delicadas nosdemuestran al mismo tiempo que no hay porciónalguna de la sustancia fundamental que permaneceen reposo.

Cuando una célula crece, el protoplasma princi-pia por extenderse á lo largo de toda su pared; perollega un momento en que la porción adherida á subase inferior la abandona, siguiendo el movimientode las laterales que ascienden delizándose á lo largode las paredes de la membrana, y las partes másantiguas de aquella formación quedan al fin y alcabo vacías de protoplasma. He aquí una serie defenómenos que difieren ya en muy poca cosa de losestudiados en uno de los anteriores artículos.

Baste, además, con los ejemplos que acabamos deindicar para que se comprenda la forma de estosmovimientos.

Respecto de su universalidad, hemos indicado yaalgo al principiar el asunto que nos ocupa, siquierahaya sido muy ligeramente; pero deberemos insis-tir otra vez en ella, bien que no sea sino para afir-marnos de un modo más seguro en la misma idea.Estos fenómenos no responden, en efecto, á la pre-sentación de un hecho más ó menos curioso, con-forme antes se había creido; todos los descubri-

mientos que nos ha proporcionado el estudio cadavez más detenido de los elementos histológicos deplantas y animales, vienen á concordar en la con-firmación de que éstos se presentan siempre en unperíodo ó en otro de la vida de las células.

Acerca de lo que acontece en los animales, noshemos expresado ya antes de una manera bastanteterminante.

Si se exceptúan los glóbulos sanguíneos, que nopueden ser mirados sino como un período último dela vida de otros corpúsculos, y las nerviosas en ge-neral, acerca de las cuales no diremos nada de se-mejante, todas las demás pertenecientes al reinoanimal presentan, sin excepción, movimientos pro-toplásmicosen un período ú otro de su existencia.Las masas desnudas de la sustancia fundamental,que se incluyen del mismo modo en el citado reino,se encuentran sometidas á iguales cambios.

Con relación al reino vegetal, no es posible hoypor hoy una generalización tan absoluta.

Puede, sin embargo, asegurarse que en tanto queen los primeros momentos se descubrió esta pro-piedad en las células de las Characeas y en las dealgunas otras especies más ó menos análogas, hoyse tiene noticia ya de su existencia en multitud delas de los órganos distintos, de géneros muy sepa-rados y nada afines á los individuos de la antecitadafamilia. Además existen muchos elementos en loscuales no se ha visto ciertamente circular al proto-plasma, pero en los que sí se ha notado que tienenrepartido á éste en su interior en tal disposición,que se confundiría con facilidad á ésta con la afec-tada por aquellos que más marcadamente nos ofre-cen corrientes de contenido celular. ¿Cuál es lacausa de no observar allí ésta? ¿Es que realmenteno existen? ¿Depende tal hecho de que la igual re-frangibiiHad de las masas movibles y en reposo nopermite distinción alguna? ¿Han cesado aquelloscambios mediante influencias extrañas que se hanintroducido durante la preparación? Ninguna con-testación definitiva puede darse á estas múltiplespreguntas.

Lo que si puede asegurarse positivamente es que,aunque tratando la cuestión con la mayor pruden-cia posible y sometiendo nuestro juicio sobre ella átodas las restricciones que antes expusimos, siem-pre resultará que el fenómeno ofrece un alto gradode universalidad-

Veamos ahora qué género de influencias, idénti-cas en general para todos los casos susodichos,modifican las condiciones de los movimientos pro-toplásmicos.

INFLUENCIA DEL ESTADO FÍSICO.—La influencia delestado físico es muy clara y perfectamente deter-minada.

Aquellas masas que tienen escasa densidad, es

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decir, las que son muy (luidas y poco viscosas, sonmás accesibles á cualquier variación del medio y semueven con mucha facilidad; las que por sus con-diciones específicas ó el trascurso del tiempo sonespesas y glutinosas 6 han ido adquiriendo estascondiciones, son más difícilmente dislocables.

En una palabra, hay movimientos en tanto que elprotoplasma posee un cierto grado de fluidez; cuan-do éste la pierde, cesan inmediatamente aquellos.

Todos los datos experimentales que hoy se poseenconfirman plenamente tal doctrina.

Fijándonos primero en los zoosporos, anterozoidos,tygosjooros, bacterios y espermatozoides, notaremossiempre que si se les priva de agua por un medio úotro, ó se produce en ellos la coagulación más ómenos completa de sus principios albuminosos, ter-mina al mismo tiempo su natación.

Examinando después las demás masas protoplás-micas, vendremos á parar á consecuencias igualesá las anteriores.

Cuando los plasmodios de los Mysoinicetes ó lascélulas linfáticas se desecan en cierto grado, ter-minan los movimientos amiboides. Respecto de losprimeros, sabemos que pueden llegar hasta segmen-tarse y configurarse en esferas, engendranúo unamembrana de la que no se ven en libertad hastaque el tiempo vuelve á estar húmedo y adquierenaquellos mayor fluidez; nos es conocido tambiénque, sin llegar á este límite, hay momentos en quela extraordinaria viscosidad de la superficie no con-siente ya, conforme hemos dicho, sino corrientesinteriores; la movilidad de sus contornos decrecesiempre, por lo tanto, en razón directa del espesorde su masa. Con relación á los segundos, se ha no-tado en múltiples ocasiones que pasan á un períodode reposo tan luego como se evaporan en parte loslíquidos de las preparaciones ep que se encuentran.

Pasemos, por último, alas masas protoplásmicasrodeadas por una envoltura celular.

Para ellas nos bastará establecer los dos princi-pios siguientes, cuya evidencia ha sido siempre de-mostrada por las más variadas observaciones:

Primero. Nunca se presentan corrientes proto-plásmicas en las células que no poseen todavía óvacuolas ó menos comunmente una cierta porciónde fluido acuoso depositada en ól espacio que quedalibre entre la membrana y la sustancia fundamen-tal. Recordando cómo se constituyen las prime-ras (1) y pensando en lo único que puede represen-tar lo segundo (2), veremos que esto vale tanto

(1) Para que se formen las vacuolas es, según sabemosya, necesario que el protoplasma se halle verdaderamentesobresaturado de agua, y por lo tanto, que sea grande sufluidez. ••- • : . i .<

(2) Este segundo hecho indica, como se comprende fá-cilmente, que el protoplasma no puede ya tomar más aguade la que tiene.

como afirmar que no se o/recen niovim-ientos delcontenido eri las células, en tanto que éste no se en-cuentra sobresaturado de agua, es decir, empapadopor toda la que puede contener y en contacto con unaporción sobrante acumulada en los espacios suso-dichos.

Segundo. Las diversas especies de las Chara,-ceasy 6 lo que es lo mismo, aquellas plantas en dondeprimero fue observado tal fenómeno, viven todassumergidas en el agua, y sumergiendo también enésta sus preparaciones es como ha podido ver cla-ramente Welten que tal propiedad era ofrecida porotros muchos géneros del reino vegetal (1).

.Repetiremos, por lo tanto, que gran fluidez es laprimera condición que se necesita para que las ma-sas protoplásmicas cambien de lugar.

INFLUENCIA DEL MEDIO.—Las acciones de este se-gundo se marcan, por el contrario, de una manerasumamente variada.

Por un lado, se ve que son más ó menos fáciles losmovimientos, según que el medio ofrezca á ellosmayor ó menor resistencia.

Por otro, se nota del mismo modo que hay deter-minadas sustancias químicas que los favorecen, yotras que se oponen á ellos.

Examinemos sucesivamente las dos distintas in-fluencias,

Los medios menos densos, los líquidos glutino-sos, por ejemplo, permiten difícilmente la realiza-ción de aquellos fenómenos. Se sabe, en efecto,que las nataciones de los espermatozoidos cesan ámedida que se concentra el líquido en que se prorducen, y nosotros hemos podido observar diferentesveces que sucede una cosa parecida en aquellaspreparaciones donde se están agitando rápidamentemultitud de bacterios (2). En uno y otro caso, ycuando no hace todavía mucho tiempo que se haproducido el anterior efecto, basta agregar agua

(1) Welten es el que principalmente ha establecidoque la circulación del protoplasma es un fenómeno muygeneral en las células vegetales.

Para demostrarlo ha acudido á dos procedimientos algodiferentes, que eran exigidos por igual número de casosque pueden presentarse: 1." Para observar estos cambiosen las plantas herbáceas, colocaba simplemente en elagua una sección longitudinal de su tallo. 2.° Cuandoaquellas eran leñosas, se veía obligado á sumergir estasmismas secciones en agua más ó menos engomada.

Resumiendo lo anterior, se ve que los medios puestpsen práctica se reducían á dar mayor fluidez al proto-plasma. !

Algo semejante podría también decirse acerca de losexperimentos de Lieberkühn sobre el movimiento de loselementos histológicos animales.

(i) Hemos ejecutado numerosos experimentos sobrepreparaciones de estos seres, desecando suavemente ellíquido en que flotan y volviendo á añadir inmediatamen-te agua, y siempre hemos alcanzado los. resultados suso-dichos.

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N.° 171 E. SERBANO. ESTUDIOS SOBRE LA CÉLULA. 695para que vuelvan aquellos á sus primitivas condi-ciones. Cuando el periodo ha sido largo, no es po-sible su restablecimiento.

Comprobaciones análogas han sido hechas tam-bién con las volvocineas, zoosporos, zygosporos yanierozoidos.

Pasando luego al estudio de las condiciones quí-micas, nos será fácil descubrir que aquí se presen-tan á su vez otros dos casos distintos.

1." Ciertas sustancias químicas ejercen una in-fluencia que se halla íntimamente relacionada á loanterior.

Los ácidos disminuyen la rapidez de estas agita-ciones y las hacen cesar. Así, por ejemplo, nosotroshemos podido notar preparaciones de spirogyras enlas que al lado de los filamentos cilindricos celula-res de estas plantas se veía nadar rápidamente a loszygosporos: colocando luego en ellas una gota deácido sulfúrico bastante concentrado, se contempla-ba á la vez, por un lado la cesación instantánea deaquellos cambios; por otro la coagulación de las es-piras de protoplasma, su intensa concentración y laaparición cada vez más determinada de la diáfana ydelgada membrana que las envuelve.

Modificaciones parecidas se producen también deidéntico modo en los espermatoioiáosy bacterios.

Los álcalis, y en general las sustancias alcalinas,producen defecto diametralmente opuesto.

Con una disolución ligerísima de sosa cáustica, ócon otra cualquier materia semejante, se restablece,como podría ya presumirse, las condiciones anterio-res de los líquidos, y se devuelve su movilidad á lasmasas que la habían perdido por el tratamiento conlos ácidos, favoreciéndose y prolongándose el mo-vimiento en las que no han sufrido esta última ac-ción. Losespermatozoidos, bacterios y todos los de-mas cuerpos que pueden deslizarse por un líquidomás ó menos albuminoso y ser ellos mismos de estanaturaleza, experimentan en primer término las in-dicadas influencias.

¿Cuál es la razón de estas acciones? ¿Concuerdasu realización con la de algún otro fenómeno?

Recordemos, ante todo, que los ácidos producenen general la coagulación de los principios protei-cos, y que los álcalis favorecen opuestamente su es-tado de disolución, y comprenderemos que estasson las acciones primeras que allí se realizan, si-guiendo á ellas las mecánicas ya estudiadas antes yprocedentes en este caso también de las condicio-nes físicas que adquiere el medio á consecuencia, delos susodichos cambios.

2.° Hay otro género de acciones químicas, lascuales no pueden referirse á lo que acabamos deexponer. . ,

Una hoja de Nitelia co.loe.a4a,en ,el.,¡gas enrareci-do de la máquina neumática, sufre al cabo de poco

tiempo la paralización de las corrientes que surcanel interior de sus células. Órganos parecidos deChara que se sumerjan en aceite, experimentarániguales alteraciones.

Si la acción se ha prolongado, es imposible el res-tablecimiento de las primitivas condiciones.

Cuando la duración de aquella ha sido menor decuarenta y ocho horas, vuelve en general á ser agi-tado el protoplasma tan pronto como cesa.

Los glóbulos de la l:nfa se dirigen todos hacíaloslímites de la laminilla ó cubre-objeto en las diver-sas preparaciones de aquel líquido que se han he-cho algún tiempo antes. Si estas preparaciones soncortadas por medio de la paraíina, terminan máspronto los movimientos amiboides: en las que noson cerradas de tal modo, acaban también aquellosprimero en las células situadas en los puntos cén-tricos que en las que están en contacto con losbordes.

La presencia del aire parece, pues, necesaria á lamanifestación délos fenómenos que nos ocupan.

Al mismo tiempo, nosotros creemos, haber obser-vado que la influencia del oxígeno puro activa suproducción.

Preparaciones que acabadas de hacer eran su-mergidas en frascos donde se hallaba aquel gas, pa-recían contener elementos más móviles cuando setrasladaban inmediatamente al campo del microsco-pio para su observación. Nada hemos sacado, sinembargo, de otros procedimientos de experimenta-ción que han sido empleados para establecer mejoresta doctrina; pero debemos apresurarnos á decirque el examen de sus condiciones nos lo ha hechorechazar como muy imperfecto (1).

Todos los datos que hoy se poseen hacen presu-mir, sin embargo, que á este enérgico gas es al quese deb#principalmente la acción del aire.

Dicha influencia en la generación de las corrien-tes protoplásmicas podría ser en este caso atribui-da á la análoga de la que ejerce la respiración en eldesarrollo de fuerza de los animales: la cesación deaquellas asimilada á una especie de asfixia. Esto eslo que Ranvier admite casi como seguro.

Ya veremos en otro estudio la significación quetiene tal cosa.

INFLUENCIA DE LA GRAVEDAD.—-Indicamos ya antesque la gravedad se mostraba como una de las pri-meras y principales influencias de la diferenciaciónfísica.

Vimos, efectivamente, al ocuparnos de esto, queen tanto que la célula se encontraba siempre en unprimer periodo sometida únicamente á las fuerzasmoleculares, debía luego ir experimentando paso á

(1) Ya se han hecho diferentes esfuerzos en este mis-¡ mo sentido; pero adoleciendo todos de las mismas faltas.

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paso, y de una manera creciente, la influencia delas fuerzas generales del planeta, á medida queabsorbía agua y se hacia mayor su masa.

Esto es también lo que puede observarse fácil-mente en todos los demás fenómenos de trasforma-cion y en los movimientos protoplásmicos.

Se observa en los Myxomicetes que aquellos desus plasmodios que son muy fluidos, ofrecen todassus corrientes en una dirección paralela al plano desustentación, en tanto que los que poseen mayorconsistencia suelen presentar algunas de estas quevan desde la base hasta la porción superior de la pe-riferia. En los primeros, su gran movilidad les haceobedecer dócilmente á las fuerzas de gravitación ydeprimirse contra su soporte: en los segundos, hayya alguna conservación por sí mismos de su forma,y las corrientes se encuentran en las mismas con-diciones que las que recorren la masa de un liquidoque se halla encerrado entre paredes resistentes.

Este es el modo general, según el cual modifica *la gravedad los distintos movimientos protoplás-micos.

INFLUENCIA DEL CALOR.—La acción del calor sobrelos movimientos protoplásmicos se halla sometidaá las dos leyes siguientes:

1.' Dicha influencia se ejerce entre dos límitesde temperatura fijos para cada uno de los casos.

2." Existe una cierta temperatura, á la cual serealizan aquellos fenómenos mucho mejor que áotra cualquiera.

Estas dos leyes son las mismas que presiden alcumplimiento de toda función.

¿Cuáles son en general estos diversos puntos fijos?¿Varían bastante de unas á otras células?

Para el movimiento amiboide de las células de lalinfa parece ser muy favorable la temperatura de36 á 37 grados centígrados. Cuando este líquido esextraído de uno de los seres que son denominadosde sangre fria, y trasladado á un cristal para some-terle á la observación microscópica, se nota quedesde el primer momento, y siempre que el ambien-te se halle por lo menos á Í2 ó 14 grados, princi-pian los susodichos corpúsculos á emitir sus prolon-gaciones. En los procedentes de mamíferos y avesse nota más difícilmente la presentación de éstaseu Iss anteriores condiciones; pero basta que lapreparación se caliente hasta 20 grados para queaparezcan del mismo modo. Los movimientos delos corpúsculos linfáticos cesan á 40 ó 41 gradospara no volverse á presentar en aquellos cuerpos.

En la Nitella sin carpa ha descubierto Nageli quese inician las corrientes desde que se eleva algola temperatura sobre 0 grados; que la mayor ve-locidad de aquella se presenta á 37 grados; y queá continuación de estas últimas modificaciones, ytan luego como se pasa aunque no sea más que al-

gunas décimas del límite citado, cesan bruscamenteaquellas agitaciones.

En los pelos de la Cucúrbita no ha podido notarcambios Sachs hasta calentar estas preparaciones á10 ú 11 grados: de 30 á 38 ha contemplado la ma-yor energía en la producción de los indicados fenó-menos: á 47 ó 48 grados cuando la preparaciónestaba sumergida en el agua, y de 49 á SO gradoscuando se hallaba en el aire, se ha verificado la in-terrupción brusca de ellas.

Observaciones de igual carácter y la misma di-versidad se han hecho también en el filamento es-taminal de la Tradescantía; en los pelos del Lycopérsicum, en el parénquima de la Vallisneria, y enotros varios órganos de diversas plantas.

Mas si queremos apreciar con exactitud lo querepresente tal variabilidad, deberemos tener, sinembargo, presente que estas temperaturas no sonlasque deberá presentar el mismo protoplasma mo-vible, y que es muy probable el que éste se encuen-tre en condiciones mucho menos diferentes de unosá otros casos de lo que nosotros creemos á primeravista; debiéndose, por el contrario, aquellas sepa-raciones á la distinta conductibilidad calorífica delas membranas, propiedades variables del medioque le rodea, y otras muchas condiciones que en-mascararán completamente el conjunto de fuerzasque se ejercen realmente sobra la masa fundamen-tal que se encuentra sometida á tales cambios.

Las circunstancias particulares en que tal influen-cia se muestra son, por lo tanto, todavía bastantedesconocidas.

INFLUENCIA DE LA LUZ.—La influencia que ejerce laluz no es la misma sobre los diversos movimientosprotoplásmicos.

Las corrientes de la masa fundamental y los mo-vimientos que producen la segmentación celular,parecen ser completamente independientes de laacción de la luz: la distribución del protoplasmaen las células, y la dirección de las nataciones delos zoosporos, volweineas y anlerozoidos, semejanproducirse por el contrario en íntima correspon-dencia con las radiaciones de aquella.

Respecto de los primeros fenómenos, sabemosque se cumplen lo mismo en la oscuridad que á laluz del dia (1).

Con relación á los segundos, expondremos á con-tinuación algunos de los datos mejor conocidos so-

(1) Nótase, sin embargo, que los plasmodios que sedesarrollan á la luz tienen sus ramas gruesas y apreta-das, y que las poseen por el contrario delgadas y largaslos que se encuentran en la oscuridad. Igualmente mere-,ce recordarse aquí el hecho de que los del AEthalium vie-nen hasta la superficie de su sustentáculo durante la os-curidad, y se retiran al fondo de él tan luego como dichasuperficie es iluminada vivamente.

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G. FREYTAG.—LOS ANTEPASADOS. 697bre la distribución protoplásmica y natación de loszoosporos.

Primero. En tesis general, y admitiendo desdeluego que existen diversos fenómenos cuya pro-ducción no se ajusta á lo que vamos á decir (1),podrá asegurarse que el protoplasma, acompañadopor sus masas clorofllianas, se acumula siempre enlos sitios mejor iluminados de cada célula. Cuandolos elementos histológicos se hallan en estas condi-ciones, viene á depositarse el contenido en contac-to con las partes de la membrana que se hallan li-bres en la superficie del órgano á que aquellos per-tenecen: así se ofrecen, por ejemplo, en las célu-las epidérmicas, sólo en su cara superior; y en lasuperior é inferior, ó sea en las dos que presentanlibres, los corpúsculos que íorman parte de órga-ganos constituidos por una sola capa de células.Cuando estas se encuentran sumidas en la oscuri-dad, el protoplasma se acumula opuestamente enaquellas partes de las cutículas por donde se suel-dan unos elementos á otros.

Segundo. En la natación de los zoosporos influyede igual modo la luz, conforme ya hemos dicho,únicamente sobre la dirección del movimiento. Hayzoosporos, y en general cuerpos protoplásmieos,que caminan en sentido opuesto al punto de mayoriluminación: existen otros, por el contrario, que sedirigen á él de una manera directa.

Digamos además, para terminar este asunto, quetodos estos efectos se deben siempre á los rayosmás refrangibles. El verde, el azul, el violado y elextremo ultravioleta, son las partes verdaderamen-te activas del espectro solar: las radiaciones que seextienden desde el rojo hasta el color primeramen-te citado, obran como obra la oscuridad.

Esto nos descubre ya el carácter verdaderamentequímico que poseen estas acciones.

ENRIQUE SERRANO FATIGATI.

Catedrático del Instituto de Ciudad-Real.

(Continuará.)

(1) De las observaciones de Sorodin, y de los hechosdescubiertos por Marquard, parece deducirse que. hay al-gunas hojas como las de Stellaria, Pelargonium, Nicolianay otras, que expuestas á la luz presentan, sin emliarg-o,el protoplasma acumulado en las porciones de contactode las células, es decir, en las que se hallan poco iluminadas.

LOS ANTEPASADOS.

INGO.XI.*

EL RAYO.

(Conclusión.)

Delante del pabellón real se había erigido el aradel sacrificio; los guerreros rodeaban la piedracuando Ingo, seguido de los jefes, se presentó ves-tido de cenicienta cota, y ostentando un magníficoyelmo coronado-por ía cabeza de un jabalí de ar-gentinos colmillos y encarnados ojos. Los mance-bos trajeron un potro, y Berthario hundióle en elcuerpo el acero sagrado, ensanchando con fuerza lamortal herida. El Rey entonó el canto de sangre, ycada hombre adelantóse á bañar su diestra en elcaliente licor y á jurar obediencia y fidelidad hastala muerte á su señor y caudillo.

Desde la copa del árbol gritó una sonora voz fe-menil:

—¡En guardia, oh Rey! brillan los escudos y loshierros de las picas.

A un tiempo el cuerno del torrero lanzó salvajetocata, y un mensajero llegó junto al caudillo, di-diendo:

—El escuadrón real costea el arroyo; la Reina ca-balga entre ellos.

Sonó entonces en la plaza de armas el grito deguerra: los defensores armáronse de escudo y ve-nablo, y reunidos en coro murmuraron en el huecodel escudo la plegaria del combate. En un principiola salmodia apenas fue más que un susurro; luegocreció en intensidad todavía pausada y solemne;despuel, más alta y aun grave, bajó hasta la llanuracomo el ruido que anuncia el huracán; por último,sus estridentes y precipitadas notas imitaron la tor-menta desencadenada. Cuando reinó el silencio,contestó el enemigo con discordante clamoreo. Ber-thario dio las órdenes, y las secciones ordenadasbajaron la montaña y ocuparon el adarve del recintoexterior.

—Dos tonos muy distintos he advertido en el can-to,—dijo el anciano al oido de Ingo;—el de nues-tros Vándalos y el de los otros: no confies hoy másque en tus compatriotas.

Todavía subió el caudillo con su fiel amigo á lacopa del árbol.

—La reina Gisela no trae á sus órdenes más quela tropa de su castillo y las gentes de Sintram; poreso ha invitado á los Borgoñones á que la ayuden á

* Véanse los números 150, 151, 153.851, 156, 159. 160.161,164, 166 W¡. y HO; páginas 16, 50, 109, 146, 212, 185, 8393T3, 52r7,¿.5TBy668.

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60» > REVISTA EUROPEÍ.— 3 DÉ JOÑfo BÉ -1877. N'.MTIdespachar pronto la tarea; y ellos no se habrán he-cho de rogar, como siempre que van diez contrauno. Mira, padre; ya forman el parapeto de escudosalrededor de nuestros"fosos: ¡ahajo, á la muralla!La cortesía exige que salude en persona á la Reina:yo mantendré el sitio por donde ataca; tú dirige porel lado que toca á las huestes horgoñonas.

Con rápido paso llegaron los héroes á su puesto;el clamoreo se hizo general en torno de la fortaleza; volaron flechas y venablos; grupos aislados desitiadores avanzaban con piedras y faginas hacia losfosos para rellenarlos.

Por la parte del Norte, donde quiera que la re-friega era más encarnizada, sonaba la poderosa vozde Ingo, y del Sur contestaban los alaridos de Ber-thario; donde quiera que se dirigiese el Rey, allícorría Theodulfo buscando venganza desde la pri-mera fila. Más de una vez su venablo se clavó muycerca de Ingo en los troncos del parapeto, y tambien el escudo del Thuringio vibró herido y abolladopor el arma del Vándalo.

La primer embestida de los sitiadores fracasó:con encendidas mejillas retrocedieron, ordenaronlas descompuestas lilas, y de las inmediatas aldeastrajeron gruesos tablones, sobre los que empeza-ron á resonar hachas y martillos.

—Con gran brío levantan los puños tus paisa-nos,—gritó Berthario irónicamente á Bero.—¿Se hanconvertido las gentes de la Reina en carpinteros?Despreciable es el guerrera que combate detrás deuna muralla de tablas.

Y riéndose dijo á Ingo:—Los Borgoñones no han mostrado gran ardor en

el asalto: pocas víctimas hemos podido ofrecer poreste lado "al1 Dios de la guerra; le diremos como elcuco al oso, cuando en el gran festín de sus bodasle ofreció tres moscas: «Señor, poco es; pero la vo-luntad buena.»

Bajo los rayos ardientes del sol meridiano rodabangrises nubes preñadas de tempestad: de nuevo sona-ron los cuernos en el campo de los sitiadores previ-niendo otro asalto, y en ambos bandos se levantóestentóreo clamoreo. Más fuerlefué esta vez la aco-metida y mayor el aprieto de los defensores, pues lashachas del enemigo no habían trabajado en vano:en todas direcciones avanzaban al abrigo de fuer-tes escudos de tablas, y así protegidos lanzaban álos fosos gruesas piedras, abultadas faginas, y ar-rastraban'tróhcos1 y vigas que les permitieran sal-var la cortadura. Por su parte, los Borgoñones ha-bían '¡dispuesto ingenios en que una gruesa vigacolgaba á' modo de ariete, y con su velocidad y pe-sadumbre' descargaba furibundos golpes sobre lasestacas de la ̂ empalizada,á las que hacía saltargrueSasíastíHasque eaian en ros fosos: alrededor deestas grandes máquinas era la lucha más"- étteafrfri-'

zada. Si un escuadrón de asaltantes cedía, otro lereemplazaba en el acto, pues á retaguardia de sushaces la Reina, implacable, con palabras y accioneslanzaba los guerreros al asalto. Al cabo lograrengrupos sueltos de asaltantes abrir acá y allá algúnboquete en la extrema muralla y escalar por algu-nos parajes la essarpa del foso; por un momento lafuria del combate se dirigió á aquellas brechas; losdefensores acudieron á cerrarlas con escudos ycuerpos, pero en vano: el torrente, abierto pasopor el encentado dique, se desbordó poderoso con-tra el corto número de enemigos, y estos tuvieronque batirse en retirada hacia la altura. Ingo, juntoá la puerta del burgo, rodeado de algunos deudosque hoy no le abandonaban, cubrió la retirada delos suyos; penetró el último en el recinto, y tras élse levantó el puente.

Los sitiadores clamaron victoria y cerraron con-tra el muro que rodeaba la meseta de la colina;pero su alegría fue corta: desde la altura volabanespesas nubes de venablos, y grandes piedras des-cendían, abriéndose sangriento camino entre lasapiñadas huestes.

Ahora el número de defensores era más propor-cionado á la extensión del recinto, y su furia redo-blada por la aprensión de perder el último atrinche-ramiento que les protegía: todas las manos semovían, y las mujeres, con sus vestidos recogidos,levantaban las piedras y las alargaban á los hom-bres. Imposible fue al sitiador sostenerse en la es-carpada pendiente; pusieron por medio la murallaexterior, no sin que nuevas víctimas quedaranaplastadas en la retirada.

La Reina, que no se había apeado, corrió coléricaá sus hombres y les gritó:

—Si queréis seguir bebiendo mi hidromiel, hom-bres pusilánimes, subid hasta esos sauces, hacedrodar un estanque de roca del que toman el agua, yveremos si luego recogen las gotas con los labios.

Theodulfo recorrió la falda de la colina y ordenóun ataque general: de nuevo sonaron los cuernos,contestaron los alaridos y volaron peñascos y saetasque vomitaba la cúspide de la colina.

Pero mientras el cordón de sitiadores asaetabádesde abajo todo brazo ó cabeza que sobresalía delparapeto, Hadubaldo, seguido de cuatro c&maradas,corrióse por el cauce de la fuente que brotaba en-tre los'sauces;'todos iban resguardados por sus es-cudos y provistos de gruesas palancas; así llegaroná la arboleda y quedaron ocultos por la roca. Peroal avisado Berthario no se le escapó el inminenteriesgo; reunió los más inmediatos compañeros y sa-lló apresurado por la poterna, diciendo:I —Nosotros los cortaremos por abajo; vosotros

disparadles desde arriba, para que ninguno es-" ¿ape.

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G. FREYTAG.*—IOS ANTEPASADOS. 699

Cuando el viejo se destacaba de los sauces, laroca ahuecada con tanto trabajo rodaba con estré-pito abandonando su antiguo lecho. Furioso Bertha-rio, gritó á Hadubaldo:

—En hora menguada se te ha ocurrido desviar lasaguas de su cauce.

Y antes que el mercenario fuera poderoso á de-fenderse ni sus compañeros á valerle, la maza delVándalo le deshizo el cráneo. A manos de los Ván-dalos cayeron los demás; sólo uno creyó salvarseen desesperada fuga, pero alcanzado por veloz sae-ta, cayó en el suelo saludado por los frenéticos gri-tos de los defensores. Tras de esto enmudeció porambas partes la lucha, y podían oírse las rápidaspalabras que cambiaban entre sí los eamaradas decombate.

—Han derribado el estanque,—dijo Berthario envoz baja á Ingo;—el agua corre ahora dispersa, yva á costar trabajo á nuestras gentes procurarsebebida para sí y sus animales.

—La Reina conoce bien la fuente,—contestó Ingocon sombría sonrisa;—pero si ellos la han derriba-do, nosotros volveremos á levantarla. Prepara lostroncos, escoge los hombres más fuertes y que sedispongan á atacar amparados por sus escudos.

Mientras Ingo hablaba, un venablo vino á clavar-se sofyre la torre de madera que coronaba la puer-ta, y una ligera llama brilló en torno del arma.

—Mira cómo la señora Gisela va á hacer entenderá nuestra gente que el estanque ha sido derriba-do,—gritó Berthario.

Al propio tiempo arqueros diseminados alrededorde la colina lanzaban flechas incendiarias, cuidado-sos de evitar con sus rápidos movimientos las pe-ñas que bajaban de la altura.

En varios parajes la llama empezaba á lamer lasvigas y estacas; los sitiados desprendían las flechasy procuraban extinguir el fuego á golpes de palan-ca; pero el incendio tomaba cuerpo. El peligro ex-citó salvaje gritería: mugían los ganados, relincha-ban los caballos cuando una saeta encendida caíaentre ellos, rompían sus ronzales y corrían despa-voridos atropellando la apiñada muchedumbre. Hí-zose entonces la faena peligrosa y abrumadora; elánimo de los defensores empezó á decaer con laesperanza de victoria.

A escape tendido, un jinete, seguido de otros po-cos, penetró las filas hasta la Reina; las gentes deTheodulfo lo saludaron con alegres clamores; el se-ñor Answaldo bajó de su caballo.

—Pérfido mensaje me invitaba á tu corte, Reina,mientras tú tomabas venganza de cosa que me per-tenece.

—Vienes sin ser llamado, y no serás bien reci-bido,—contestó Gisela:—en vano querrás interpo-nerte entre mí y mi venganza; al mediado,!1 no so-

licitado hieren las flechas de ambos bandos. Lasuerte de aquél no cambiará mortal ninguno, puesque ni él mismo ha podido cambiarla.

—Si la Reina quiere mandar en el pueblo Thurin*gio, fuerza será que acate sus fueros; enfrente veomujeres y niños de nuestra raza, y es atroz laftzarvenablos y flechas incendiarias contra gentes iner-mes del propio pueblo. Quien sea Thuringio y bos-que la victoria en lucha leal, ese me ayude á repa-rar la vergüenza de lo hecho. Rogad conmigo á laReina que evite que nuestra memoria pase manci-llada a nuestros descendientes.

—Bien habla el principé,—gritó un viejo guerrero.Y los Thuringios blandieron sus picos, excla-

mando:—¡Salud á Answaldo!La Reina miró colérica á la insubordinada hueste,

pero calló.—Escúchame, señora,—gritó el principe, asus-

tado de la expresión feroz de aquel regio rostro:—mi propia hija,, la prometida de Theodulfo, está allíentre las flechas encendidas, y á su lado otras mu-jeres de mis montañosos dominios. Contra mi hijayo sólo tengo derecho al castigo, y nadie, ni tú,puedes arrebatarme ese derecho.

Y corrió al frente de las filas.—Aquí estoy yo, Answaldo, un príncipe de Thu-

ringia; más de una vez os he guiado en las batallas;antes de que asesinéis á los indefensos encerradosen esas murallas, á mí me matareis, para que nosobreviva á tanta vergüenza.

De nuevo resonó la gritería de las tropas.—¡A mí, soldados deHley!—gritó Gisela irguién-

doso en su corcel.Pero Theodulfo y Sintram corrieron á ella y la ha-

blaron en voz baja.—Sitio estuvieras fuera de tí, anciano,—comenzó

la Reina, con voz que la cólera hacía temblorosa,—yo le castigaría como merece tu loca audacia y tudesacato. No tengo empeño en verter la sangre déesos labradores, aunque por su cuenta y riesgo sehan establecido fuera de las marcas de mi reino.Toca la bocina, Theodulfo, y grita á la muralla;tus paisanos y los Marvingios pueden salir libres,no sólo niños y mujeres, sino también los hombres,sin armas y respetados en vidas y haciendas porgracia de la Reina.

Ahora las huestes aclamaron satisfechas á suso»berana. Con prolongadas notas advirtió el cuernola suspensión del combate; Theodulfo avanzó á tirode flecha de la muralla y anunció la gracia de laReina con poderosa voz.

Levantóse dentro del recinto sordo rumor; lapuerta permaneció cerrada, pero acá y allá sobreios parapetos y empalizadas aparecían rostros con-traidos por la ansiedad, descuajaban ;esta*as y vi-

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700 BEV1STA EDBOPEA. 3 DB JUNIO DE 1 8 7 7 . N.° 171

gas, las empujaban al foso y lanzábanse tras ellas.Asi salían dispersos grupos abandonando la forta-leza con niños y mujeres, y donde era posible conganados y caballos; también saltaron algunos hom-bres, cuya diestra estaba aún manchada con la san-gre de la victima propiciatoria, pero el riesgoaterraba y la esperanza perdida paralizaba el brío.Asi y todo, la mayor parte de los aldeanos perma-necían al pié de la muralla, apiñados, los escudosdescansando en tierra, y su vista errando de susfamilias á los ganados: comprendíase que sólo lesdetenía la santidad del juramento y la vergüenzade quebrantarle.

Entonces Ingo acercóse á ellos y les dijo:—Por vuestra voluntad habéis venido, por vues-

tra voluntad podéis marchar, ya que vuestros pai-sanos os llaman; yo no deseo miradas de soslayo niservicios forzosos. Poca honra y poco provecho hede sacar de guerreros que combaten mirando á loshijos y mujeres que tienen á la espalda. Os desligode vuestro juramento; pensad, pues, en vuestrapropia salvación.

Muchos depusieron las armas contra el parapetosilenciosamente, y saltaron al otro lado sin volverla vista; Berthario gritó al grupo de los que que-daron:

—Nunca en la criba se separa al primer zarandeola paja del grano; veo á muchos que hace palidecerel viento que sopla sobre este muro; ¡ea! por segun-da vez: no nos hace falta el auxilio de los montañe-ses thuringios.

De nuevo cayeron al suelo picas y escudos, y suspropietarios saltaron la muralla con avergonzadosemblante.

—¿Por qué se queda mi Rey á contemplar la mi-seria de estos desdichados? Mejor se decidiráncuando la vergüenza no les ate las piernas. Vamos,á elegir; por allá arriba á la sala del Rey, por ahíabajo á vuestros hogares.

Y el bravo Berthario corrió á alcanzar á su señor,que se dirigía á su pabellón.

Los Thuringios permanecieron poco espacio sus-pensos; con la presencia de Ingo desvanecióse elardor belicoso; muy pocos corrieron tras del cau-dillo; la mayor parte salieron sin armas á camporaso: de los últimos que tomaron este partido fue-ron Baldhardo y Bruno, los hijos de Bero.

Ahora, lanzando victoriosos alaridos, escalaron elrecinto las tropas de la Reinarlos fugitivos les ha-bían facilitado el camino; los asaltantes deshicieroná hachazos el rastrillo, y como un torrente se des-parramaron por el patio frente al que se abría el re-gio pabellón. Pero muy pronto retrocedieron; des-de una especie de balsita que Berthario había ar-mado en la escalera, cayeron sobre ellos gruesasramas aguzadas; buscaron otra vez protección tras

del parapeto, y á cubierto lanzaron sus dardos con-tra los Vándalos, y flechas incendiarias contra eltecho del edificio.

Muy pronto á lo largo de las vigas de la techum-bre empezaron á arremolinarse columnas de humo,y á través de éste se percibió una voz:

—¡Agua, agua arriba!Un hombre subió por la escala y gritó:—El techo arde; las pieles están ya quemadas;

ha prendido el fuego en el alero; ¡pronto, los cubosde agua!

—La Reina se refresca ahora en nuestra fuente,—respondió Berthario;—pero si falta agua, probare-mos á sofocar el incendio con nuestra cerveza.

Un golpe de viento hizo retemblar el techo y ar-rancó de él espesas nubes de humo y afiladas len-guas de fuego: un grito de júbilo del enemigo aplau-dió la oportuna ayuda de los elementos.

—Abajo, Wolf,— gritó Berthario al Thuringioque con los cabellos enmarañados y el rostro y lasmanos ennegrecidas luchaba contra el incendio;—abajo, de tu cuerpo mana ya una fuente, según veode roja la escala.

—No ha bastado para apagar el fuego,—contestóel Thuringio, sacudiendo su mano destrozada yasiendo el escudo y la pica.

—Abrid las puertas, que el hálito del sagrado solvenga á purificar el aire de nuestra casa. ¿Queréisqu? el Rey sostenga solo la guardia de la entrada?¡Ea, compañeros, la última descarga de nuestras fle-chas; hasta donde ellas alcancen alcanza todavía elreino de los Vándalos!

Ingo estaba en pié sobre la escalera; espesasnubes de humo empujadas por el huracán pasabansobre él hacia las enemigas tropas envolviendo surostro y armadura.

—Abierta está la sala,—gritó á los amedrentadosagresores,—y el huésped os prepara el recibimien-to; ¿por qué tardáis tanto?

Destacóse una figura entre la humareda, unhombre desarmado, y una voz gritó:

—¡Irmgarda, hija mia; tu padre te llama; sálvate,desgraciada!

Irmgarda desde el interior del pabellón oyó eldesgarrador apostrofe; levantóse y dejó á su hijo enlos brazos de Frida. De nuevo resonó afuera la voz,más estridente, más angustiada:

—¡Irmgarda, hija perdida!Ingo dejó el escudo en el suelo y miró hacia

atrás.—El buitre llama á sus polluelos; escucha el graz-

nido, princesa de Thuringia.Pasando al lado de su esposo, desafiando una

lluvia de flechas, Irmgarda llegó hasta su padre; lashuestes thuringias aclamaron con vivísima alegría.La joven abrazó al anciano, diciendo:

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N.° 171 G. FREYTAG. LOS ANTEPASADOS. 701

—Bien haya este momento; mis ojos te miran,mi pecho descansa sobre el tuyo.

El corazón de Answaldo palpitaba; sus brazos es-trechaban á la hija adorada.

—Ven, niña; tu madre te espera.—Bendíceme; ardiendo está el aposento donde

un pobre niño llama á su madre; bendíceme, padre.Y se retorcía en dolorosas convulsiones.El Príncipe extendió el brazo sobre su cabeza,

Irmgarda se inclinó hasta que sus rodillas tocaronal suelo; después rechazó á su padre, gritándole:

—Saluda á mi madre.Y con inesperado brío llegó en un momento al

pabellón en llamas; Ingo había permanecido inmó-vil, su vista fija en aquella escena; pero cuando sumujer se acercaba á él, cuando volvió en aquelsupremo momento, corrió á ella con los brazosabiertos y la estrechó contra su pecho. El bra-zo de Theodulfo aprovechó este instante paraclavar el aguzado dardo en el costado del Rey;Ingo cayó inerte sobre el suelo desprendido de losbrazos de su esposa. Berthario corrió y cubrió consu escudo al herido, mientras los Vándalos sollo-zando lo conducían al sitial elevado en el centrode la sala; Irmgarda se arrodilló ante él; el ancianogritó:

—Dejemos á las mujeres llorar junto á nuestroRey herido; á nosotros nos toca seguirle de cercaen la gloriosa senda. Por cuatro puertas se sale deeste pabellón; todas conducen á las celestes salas;cuide cada uno de vengar la herida del señor. Wal-brando, tú eres el último en la mesa real; á tí tetoca saltar el primero; yo soy el último.

Los Vándalos corrieron á la puerta; de allí des-cendían los escalones según iba nombrándoles elanciano: de nuevo resonó en torno de la casa es-trépito y clamoreo de combate. El huracán redo-blaba su violencia contra la armazón de la techum-bre, y caian al suelo cenizas y astillas encendidas.Frida, desconcertada, colocó el niño sobre el lechodel Rey.

—Rie este niño,—gritó Irmgarda ahogada por lossollozos.

Y se arrojó sobre la criatura, que movía sustiernas manos con júbilo hacia las lenguas de fue-go que bajaban del techo: mientras Irmgarda es-trechaba á su hijo, reinaba en la sala solemne silen-cio. Después sacó de sus vestidos la bolsa de pielde nutria, el don de las hadas, colgóla al cuello-del pequeñuelo, envolviólo en un manto, y besán-dolo otra vez, lo pasó á Frida.

—Sálvale, y habíale de sus padres.Frida corrió á Wolf, que vigilaba al pié del lecho

en que agonizaba su señor.—Ven, hacia esta puerta están hombres de mi

tierra; nos dejarán pasar.

Sonó entonces la bronca vozde Berthario.—¿Qué espera el rey de la danza? Los danzantes

aguardan.—Queda en paz, Frida; por distinta puerta debe-

mos escapar al incendio; queda en paz, y acuérdatede mí.

Aun otra vez la miró con ternura: después de unpoderoso saltó, cayó en la puerta; atravesó de otrolos carbonizados escalones, clavó su venablo en elpecho de un soldado de la Reina, y se lanzó sobrelas filas de los enemigos. Una nube de flechas reci-bió al héroe; la sangre corría de numerosas heridas;pero entre las angustias de la muerte, revolviéndosecon indomable brío , llegó cerca del aborrecidoTheodulfo, levantó la espada, y abandonándole lasfuerzas cayó para no levantarse.

La voz de Theodulfo dominó un momento el es-truendo.

—Las vigas ceden, ¡salvad á las mujeres!Y Answaldo, corriendo á la escalera, gritaba:—¡Irmgarda! ¡salvad á mi hija!Cuando llegaba á la puerta alzóse ante él la som-

bría figura de Berthario; la cabeza cubierta de ce-nizas, la barba quemada, el rostro respirando ven-ganza.

—¿Quién viene á turbar el último sueño de miRey? Eres tú, viejo loco, que un dia te arrepentistede lo que como huésped habías ofrecido. Con friósaludo despediste á mi señor; fría como el hierro esla contestación que el Vándalo te da.

Y rápido, como carnicera bestia, lanzóse sobreel Príncipe y hundió su acero, atravesando la cora-za y el pecho. Después gritó á las aterradas huestes:

—Todo está hecho, y el fin es como debía ser:venid aquí, locos cobardes, venid como mujeresviles á dar vueltas al molino de vuestra Reina. Elgran r^f de los Vándalos sube ya á reunirse consus abuelos.

Las flechas llovieron en torno suyo; pero arran-cándolas, pesado como un oso herido, pudo llegará los pies del lecho del Rey; tendióse sobre su es-cudo y exhaló su último aliento.

Por el destrozado rastrillo avanzó la Reina haciael abrasado pabellón; tronaba y relampagueaba; elresplandor del incendio hacía brillar la dorada co-raza que defendía su pecho. Lanzóse del caballo alsuelo, y sus gentes retrocedieron; tal era la expre-sión de su pálido rostro, de sus contraídas cejas.

Quedóse inmóvil contemplando el enorme bra-sero; algunas veces se percibía un estremecimientoen su cuerpo, y sus ojos, reflejando las llamas, re-volvíanse en todas direcciones; por fin observó unamujer que, con un niño en los brazos, luchabacontra los soldados que querían detenerla.

—Es la criada de Irmgarda, y aquel es el hijo,—murmuró á su oido Theodulfo.

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7Q2 REVISTA EUROPEA. 3 DE JDNIO DE 1 8 7 7 . N'.* 471

La Reina, más con el gesto que con la voz, mandóque se acercase aquella mujer. El fuego lamia elfrontón del edificio, ~el viento retorcía las llamas yluego las estiraba; pavesas y trozos de madera en-cendida caían sobre Gisela y los que la rodeaban;pero la Reina seguía inmóvil contemplando la ho-guera. Dentro del pabellón reinaba el silencio;Irmgarda estaba de rodillas junto al lecho de suesposo; teníalo abrazado y espiaba su interrumpidarespiración.

El moribundo rodeaba el inerte brazo á su cuelloy la miraba con fijeza.

—Gracias, gracias, Ingo mió; la muerte va áencontrarnos en un mismo lecho.

Un trueno estalló más cerca que todos.—¿Oyes cómo me llaman de arriba?—murmuró

Ingo.— No me abandones, amado mió, — contestó

Irmgarda.El resplandor de un relámpago inundó el apo-

sento; oyóse un horrible estruendo, y las maderasdel techo vinieron al suelo.

Fuera, una nube de grueso pedrisco descargabacon furia sobre los hombres de la Reina, rebotandoen yelmos y corazas.

—Los Dioses han llamado á su hijo á las celestessalas,—gritó la Reina.

Y envolvió su cabeza en el manto.Los hombres se arrojaron al suelo, y cubiertos

con los escudos ocultaban el rostro al iracundo Diosde la tempestad. Cuando pasó la nube, y los sol-dados, aterrados, se levantaron del sucio, el verdetapiz de la montaña estaba oculto por blanca capade granizo; el pabellón de los Vándalos era unmontón de ruinas, y de los húmedos carbones bro-taban agudas lenguas de fuego. La Reina parecía unaestatua; su vista no podía separarse del humeantebrasero, y decía á media voz:

—Una allá dentro, silencipsa, sobre ardiente le-cho; otra aquí fuera, azotada del granizo; ¡oh! lacólera de los Dioses ha cambiado nuestros destinos;yo tenía derecho á estar allá dentro.

Por fin, preguntó mirando descompuesta en tornosuyo:

—¿Dónde está el niño?Frida y la criatura habían desaparecido. Los

guerreros registraron los pliegues de la montaña,los escondrijos del val e; escHdriñaron los huecosde los árboles, los zarzales del bosque; revolvieronlas casas y granjas de la aldea, excitados por Theo-dulfo. Pero del hijo de Ingo é Irmgarda jamás vol-vió á saber la Reina.

GUSTAVO FBEYTAG.

Trád. de la sexta edición alemana*por GENARO ALAS. .

LOS ORADORES DEL ATENEO.

DON LUIS VIDART.

No soy por ningún concepto responsable de queel Sr. Vidart haya venido á exigir el lugar que lecorresponde en esta galería. Por mi gusto, jamáshubiera trabado relación de ningún género con'unhereje contumaz (creo que así se dice), con un ilusoquise rie de todo;, de tocio, hasta del Padre Sán-chez. Mas ya que á ello me obliga el loco intento deescribir semblanzas de oradores profanos, es mideseo que esta sirva de severo correctivo para lamucha impiedad del orador que va á ser tema deestos renglones. Sólo asi, esto es, sólo presentandoal Sr. Vidart, no diré en camisa, porque no quieroofender respetables escrúpulos, pero sí en mangasde camisa, es decir, en toda la desnudez de susperversas convicciones, conseguiré lavar el" pecadoque las circunstancias me obligan á cometer. Yosoy el primero en dolerme de esta fatalidad que melleva de mal grado á ocuparme un dia de un ateo,otro de un protestante, otro, en fin, de un católicolibio, de aquellos que hacen vomitar al EspírituSanto, al decir de San Juan (d).

Hoy llega el turno á un pesimista, á uno de esosdesdichados que ven el mundo á través de un cristalahumado.

El pesimismo, como filosofía, ha venido á nos-otros recientemente.- Aquí nunca se había conocidohasta ahora tal plaga. Y en verdad que yo no meexplico por qué razón ha de erigirse el mal humor,ó el esplin, como decimos los españoles, en siste-ma filosófico. Comprendo muy bien que allá, en lasestepas de la Germania, tiritando siempre de frió yrodeado de perpetuas nieblas, le pareciera el mundoá Schopenhauer detestable; pero en esta tierra, queno sin razón llamó alguno de María Santísima, bajo uncielo claro y sereno, frente á unos ojos claros sere-nos, no esfácilexplicarse por qué le parece al señorVidart la vida cosa tan ruin y despreciable. Bien cier-to es que no dejamos de apurar aquí también tragosamargos, y que al apurarlos solemos hacer no po-cas muecas; pero, en nuestros quebrantos, jamásse nos ha ocurrido fundar sistemas filosóficos enque se comience negando al Ser Supremo y se ter-mine considerando alamor como un industrial quetrabaja por la duración del génei'o humano. Por-que, en medio del más grave disgusto, aconteceque cruza ella á nuestro lado y nos sonríe; y ¡quéfilósofo no exclama entonces, sobre todo si es an-daluz:

(1) «Porque eres tibio, que' ni eres caliente ni frió, te ar-rojaré por la boca.>—(Apocalis'is.)

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A. PALACIO VALDÉS. LOS ORADORES DEL .ATENEO.

Hoy la tierra y los cielos me sonríen;Hoy llega al fondo de mi alma el sol;Hoy la he visto... la he visto y me ha mirado...

¡Hoy creo en Dios!

Convénzase el Sr. Vidart de que pedir la extin-ción de nuestras miserias es una verdadera golle-ría, y el protestar contra ella una incalificable pue-rilidad. ¿Pues qué derecho tenemos nosotros á quese nos trate con ese mimo que el Sr. Vidart apete-ce? ¿No sabe el Sr. Vidart que nuestra naturalezaestá pervertida desde que á nuestro padre Adán leplugo pervertirla con su desobediencia? Poco imitael Sr. Vidart al paciente Job, que si bien no dejabade presentar alguna vez argumentos de fuerza á laDivinidad, resignábase humildemente al dolor y aunlo agradecía. Y, no obstante, el Sr. Vidart tiene unpunto de contacto con Job. Job es el apestado de laBiblia: Vidart el del Ateneo. ¡Cuántas veces he sor-prendido á los señores de la derecha cerrándoseherméticamente la nariz con la' mano á fía de nopercibir la pestilencia de sus discursos! Y hacíanperfectamente; porque, para mengua y vergüenzasuya, he de manifestar que cada proposición que desu boca sale, debería llevar á sus inmediaciones elpavoroso anatema sit que llevan IHS proposicionesdel Syllabus.

No es posible negar, aunque buenas ganas medan de hacerlo, que tiene talento, que posee vastosconocimientos y que si su palabra no ofrece bri-llantez, en cambio es altamente incisiva é inten-cionada; pero estas buenas cualidades quedan se-pultadas en las espesas nieblas que envuelven supensamiento. A través de ellas, ¿cómo no ha depercibir el Sr. Vidart la imagen del hombre, orafantástica, ora repugnante? Hay una circunstan-cia que explica hasta cierto punto lo sombríode su pensar. El Sr. Vidart ha sido artillero. El serartillero en estos tiempos es un placer; pero dichose está que mirando á la humanidad por el telesco-pio de un cañón, no puede parecer otra cosa que...carne de cañón. No es esto todo: el Sr. Vidart llevatambién á la polémica los hábitos del cuerpo á queha pertenecido, y en vez de discutir, en realidadlo que hace es acañonear las doctrinas de sus con-trarios. No hace muchos dias que soltaba sobre losbancos de la derecha la siguiente granada. Debatíaseel tema de la «poesía religiosa,» y un católico sos-tenía que el sentimiento religioso era la fuente másrica de la inspiración artística, citando como ejem-plo nuestra poesía de los siglos XV y XVI. Nuestroorador contestó con la mayor sencillez «que estapoesía sólo era bella en lo que tenía de anti-católica.»

El Sr. Vidart es un orador de manías. Entre ellaslas tiene muy graciosas, como es la de llevar siem-

pre la contraria al Sr. Revilla. Éste, aunque satu-rado de las máximas de humildad y caridad evan-gélicas, se irrita y exaspera, originándose de aquíuna deleitosa polémica en que ambos discuten

«con un manso ruidoque del oro y el cetro pone olvido.»

Es decir, se arma un zipizape científico que ins-truye á la par que deleita al auditorio. Parece serque en estos últimos tiempos se muestran conci-liados; pero ¡ay! qué poco debemos fiar de las con-ciliaciones. Porque aunque en el Sr. Vidart han«cedido las armas á la toga,» ni el Sr. Revilla niyo tenemos gran confianza en estos señores quehan usado armas.

Este orador es además de los que no se muerdenla lengua, cosa rara ya en nuestro país. Y no obs-tante, ¡quién lo diría! habla siempre con la sonrisaen los labios. Yo no sé si esta sonrisa es un argu-mento contra las proposiciones desconsoladorasque va sentando, ó son tales proposiciones las quearguyen con tristeza á la sonrisa..El hecho es queel Sr. Vidart nunca debiera sonreír. Pero los pen-sadores de nuestros dias carecen de aquella origi-ginalidad que prestaba á los filósofos de los tiemposantiguos la conformidad entre el pensar y el obrar.Cualquiera que sea la doctrina que profesen, vivencomo hombres de sociedad, y no hay forma de dis-tinguir hoy ni por el traje ni por sus maneras á unidealista de un positivista. El Sr. Vidart, que debie-ra llorar constantemente como Heráclilo, le da porreir como á Domócrito.

Nadie será osado á dudar de que nuestro oradores hombre de serias convicciones, por más que yolas considere execrables. Tampoco es posible du?dar de que las expone con energía y laconismo dig-nos de mejor empresa. Lo que yo voy á confesarcon cierto recelo á los lectores, para que lo tomencomo una de mis muchas extravagancias, no comoexpresión de un pensamiento serio, es que abrigoel presentimiento de que el Vidart abandonará conel tiempo los campos malditos de la herejía pavaconvertirse en poderoso adalid del ultramontanís-imo. Si me demandasen razones para apoyar estasingular idea, me apurarían bastante, porque carez-co de ellas; mas si tratasen de averiguar qué fun»damento tiene allá en los limbos misteriosos de mialma, no dejaría de contarles cierto sueño que measaltó noches pasadas, el cual, aunque disparatadoy extraño en alto grado, hubo de señalar en mí pro-funda huella. El sueño es como sigue:

Apenas habia cerrado los ojos, cuando me halléen el recinto de un claustro. La luz moribunda deldía penetraba en él llenándolo de sombras, yy.qdiscurría bajo sus pardas bóvedas en medio de unaugusto silencio. Sin comprender si eran seres yj.

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704 RKVISTA EUROPEA. 3 DE JUNIO VE 1 8 7 7 . N.° 171

vientes ó espectros evocados por la imaginación,veía deslizarse fantasmas con hábitos negros y ros-tros macerados, que no producían el más ligeroruido. Pasaban á mi lado sin percibirme, y desapa-recían por una puerta inmensa. Todos cruzabancon la cabeza entornada sobre el pecho y los ojoslijos en el suelo. Sólo uno detuvo el paso un mo-mento, y alzando la frente sepultó su mirada hú-meda en la espesura del jardin. Después, otra vezdejó caer )a cabeza, y siguió su marcha un pocomás vacilante. Los seguí y también penetré por lapuerta inmensa.

Esta puerta era la entrada de un pasadizo largoy oscuro, á cuyo fin veíase chisporrotear la luz deuna lámpara colgada del techo. Los fantasmas pa-saron bajo aquella lámpara, y vi dibujarse en lapared sus pavorosas siluetas. Después había unapuerta muy pequeña, y por ella entraron en eltemplo. En las anchurosas naves, iluminadas poruna luz tibia y misteriosa, tampoco se escuchada elruido de sus pasos, y uno tras otro, con silenciosobrenatural, fueron perdiéndose entre sus ciencolumnas. Arrimé entonces mi cuerpo á una deellas, doblé la rodilla y percibí un cántico sagradorepetido confusamente por todas las concavidadesdel templo. Yo no sé lo que había en aquel cántico,que infundía una tristeza infinita en mi corazón.Otras veces lo había escuchado sin que sus monó-tonas cadencias, interpretadas por voces gangosasy desapacibles, hablasen nada á mi alma. Peroahora la inspiración del profeta lamentaba la ruinade Jerusalen, y su voz gemía con acento desgarra-dor. El cántico había perdido su monotonía: losseres que cantaban debían tener los ojos arrasadosde lágrimas., De pronto, á aquel sosegado coro se unió una notadiscordante. Mi oido se llenó de ruidos misteriososy confusos que parecían venir de fuera, y creí dis-tinguir el sordo murmullo de una multitud. El cán-tico sagrado fue perdiéndose lentamente en aquelrumor, que tomaba proporciones inmensas. Laspuertas del templo se abrieron con infernal estré-pito, y por ellas entraron oleadas de una rojiza cla-ridad, que llegó hasta el presbiterio: aquella clari-dad era producida por las teas de una multitud dehombres de talla gigantesca y de vestidos rojos.Después comprendí que sus vestidos no eran rojos:venían cubiertos de sangre. La comitiva penetró enla nave con ruidosa algazara, pareciendo ejecutarcon cierto ritmo alguna extraña ceremonia. Losrostros de aquellos hombres estaban horriblementecontraidos por la ira. Sus ojos movíanse en las órbi-tas con descompasados giros, y sus cabellos alondular se torcían como si fuesen víboras. Lanza-ban estridentes carcajadas, y al pasar ¡escupían álas santas imágenes!

Entraron en el coro donde antes resonaba elcanto del profeta, y escuché gritos aterradores, blas-femias y juramentos. Poco después sentí mis pieshumedecidos: miré al suelo y pisaba sangre.

Allá, en uno de los ángulos más oscuros del tem-plo, de rodillas y sumido en los éxtasis de la fe,percibí un monje que parecía completamente ex-traño á lo que en torno suyo pasaba. Tenia la inmo-vilidad de la estatua, y el negro capuz ocultaba casipor completo su rostro. Mientras la salvaje comi-tiva*maldecía, aquel monje murmuraba bendicionesy preces.

Una sombra se deslizó veloz por el ámbito deltemplo, lanzando gritos penetrantes que semejabaná los del buho, y llegó hasta el ángulo donde se ha-llaba el monje. El reflejo siniestro de una cuchillahirió mis ojos, y la cabeza del monje rodó por el pa-vimento. Aquella cabeza ensangrentada era la delSr. Vidart.

La misma sombra corrió entonces por todos losángulos de la iglesia buscando una salida, y cuandohalló la puerta pequeña; penetró por el largo pasa-dizo en el claustro, subió por la escalera de piedraque comunicaba con el convento, y deslizándosecautelosamente por sus múltiples crujías, llegó áuna puerta cuya cerradura hizo saltar con un golpede su mano. Las paredes de la habitación que en-tonces se dejó ver, estaban tapizadas de libros, ycon segura planta, aquel hombre se dirigió á unode sus lienzos y sacó de allí un libro grande, queabrió. El libro estaba manuscrito y tenía por título:De alheorum pessimislorum errorunt condenalione,por el R. P. Vidart.

Al contemplarlo, una sonrisa del infiernose dibu-jó en la boca de aquel hombre. Cerró el libro, y conél en las manos tornó por el camino que había ve-nido. Llegó al templo cuando las llamas consumíanya sus retablos y los venerandos sitiales del coro.Corrió con presteza á una de las hogueras y en ellasepultó el pesado libro lanzando una feroz carcaja-da. El reflejo de la hoguera hirió entonces el rostrodel hombre y exhalé un grito de espanto. Las fac-ciones de aquel fantasma con gorro frigio semeja-ban de un modo horrible á las del P. Sánchez.

El terror inundó mi cuerpo de un sudor frío, ydesperté.

ARMANDO PALACIO VALDÉS.