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REVISTA EUROPEA. NÚM. 23 2 DE AGOSTO DE 4 8 7 4 . AÑO I. EL SOMBRERO DE TRES PICOS, HISTORIA VXRDADKRA DE TJM SUCEDIDO QtJB ANDA XN ROMAHCBS, XSCUITA AHORA TAL Y COMO PASÓ D. PEDRO ANTONIO DE ALARCON, bachiller en filosofía y teología, etc., etc. Al Señor Don JOSÉ SALVADOR DE SALVADOR, peta granadino, dedica esta obra EL AUTOR. PREFACIO. Pocos españoles, aun contando á los me- nos sabidos y leidos, desconocerán la his- torieta vulgar que sirve de fundamento á la presente obrilla. Un zafio pastor de cabras, que nunca 1 había salido de la escondida cortijada en que naciera, fue el primero á quien nos- otros se la oimos referir. Era el tal uno de aquellos rústicos, sin ningunas letras, pero naturalmente ladinos y bufones, que tanto papel hacen en nuestra literatura nacional con el dictado de picaros. Siempre que en la cortijada había fiesta con motivo de una boda, de un bautizo ó de una visita de los amos, tocábale á él poner los juegos de 1 chasco y pantomima, hacer las payasadas y ((citar los romances y relaciones..., y pre- eisamente en una ocasión de estas (hace ya «asi toda una vida... es decir, hace ya más <le treinta y cinco años) fue cuando des- lambró y embelesó una noche nuestra ino- «encia (relativa) con el cuento en verso de £i Corregidor y la Molinera, ó sea de El *Sfolineroy la Corregidora, que hoy ofrece- * 8 nosotros al público bajo el nombre más íf-frascendental y filosófico (pues así lo r e - fluiere la gravedad de estos tiempos) de El Sombrero de tres picos. Recordamos, por cierto, que la noche en Oe el pastor nos dio tan buen rato, las mu- feachas casaderas allí reunidas se pusieron TOMO II. muy coloradas, de donde sus madres dedu- jeron que la historia era algo verde, por lo cual pusieron ellas al pastor de oro y azul; pero el pobre Repela (así se llamaba el pas- tor) no se mordió la lengua, y contestó en el acto que no habia por qué escandalizarse de aquel modo, pues nada se decia en su relación que no supiesen hasta las monjas y hasta las niñas de cuatro años*.. —Y si no, vamos á ver,—preguntó el cabrero;—¿qué se saca en claro de la his- toria de El Corregidor y la Molinera*! Que los casados duermen juntos y que á ningún marido le acomoda que otro hombre duerma con su mujer. ¡Me parece que la noticia!... —¡Pues es verdad!—respondieron las madres, oyendo las carcajadas de sus hijas. —La prueba de que el tio Repela tiene razón—observó en esto el padre del no- vio,—es que todos los chicos y grandes aquí presentes se han enterado ya de que esta noche, así que se acabe el baile, Jua- nete y Manolilla estrenarán esa hermosa cama de matrimonio que la tia Gabriela acaba de enseñarles á nuestras hijas para que ad- miren los bordados de los almohadones... -—Hay v w>ás,—dijo el abuelo de la no- via.—Hasta en el libro de la doctrina cris- tiana y en los sermones se habla á los ni- ños de todas estas cosas tan naturales, al ponerlos al corriente de la larga esterilidad de nuestra señora Santa Ana, de la virtud del casto José, de la estratagema de Judit y de otros muchos milagros que no recuer- do ahora... Por consiguiente, señores... —¡Nada, nada, tio Repela!—exclamaron valerosamente las muchachas.—¡Diga usted otra vez su relación, que es muy diver- tida! —¡Y hasta muy decente!—continuó el abuelo;—pues en ella no se le aconseja á nadie que sea malo, ni se le enseña á serio, ni queda sin castigo el que lo es... —¡Vaya! ¡repítala V.!—dijeron al finias madres de familia.

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Page 1: REVISTA EUROPEA. - Ateneo de Madrid · P. A. DE ALARCON.—-EL SOMBRERO DE TRES PICOS. 131 tin Duran (tomo n, pág. 409, sección de Cuentos vulgares) la pone en la ciudad de Arcos

REVISTA EUROPEA.NÚM. 2 3 2 DE AGOSTO DE 4 8 7 4 . AÑO I.

EL SOMBRERO DE TRES PICOS,HISTORIA VXRDADKRA DE TJM SUCEDIDO QtJB ANDA XN ROMAHCBS,

XSCUITA AHORA TAL Y COMO PASÓ

D. PEDRO ANTONIO DE ALARCON,bachiller en filosofía y teología, etc., etc.

Al Señor Don JOSÉ SALVADOR DE SALVADOR,

peta granadino, dedica esta obra

EL AUTOR.

P R E F A C I O .

Pocos españoles, aun contando á los me-nos sabidos y leidos, desconocerán la his-torieta vulgar que sirve de fundamento á lapresente obrilla.

Un zafio pastor de cabras, que nunca1 había salido de la escondida cortijada en

que naciera, fue el primero á quien nos-otros se la oimos referir. Era el tal uno deaquellos rústicos, sin ningunas letras, peronaturalmente ladinos y bufones, que tantopapel hacen en nuestra literatura nacionalcon el dictado de picaros. Siempre que enla cortijada había fiesta con motivo de unaboda, de un bautizo ó de una visita de losamos, tocábale á él poner los juegos de

1 chasco y pantomima, hacer las payasadas y((citar los romances y relaciones..., y pre-eisamente en una ocasión de estas (hace ya«asi toda una vida... es decir, hace ya más<le treinta y cinco años) fue cuando des-lambró y embelesó una noche nuestra ino-«encia (relativa) con el cuento en verso de£i Corregidor y la Molinera, ó sea de El

*Sfolineroy la Corregidora, que hoy ofrece-* 8 nosotros al público bajo el nombre másíf-frascendental y filosófico (pues así lo r e -

fluiere la gravedad de estos tiempos) de ElSombrero de tres picos.

Recordamos, por cierto, que la noche enOe el pastor nos dio tan buen rato, las mu-feachas casaderas allí reunidas se pusieron

TOMO II.

muy coloradas, de donde sus madres dedu-jeron que la historia era algo verde, por locual pusieron ellas al pastor de oro y azul;pero el pobre Repela (así se llamaba el pas-tor) no se mordió la lengua, y contestó enel acto que no habia por qué escandalizarsede aquel modo, pues nada se decia en surelación que no supiesen hasta las monjas yhasta las niñas de cuatro años*..

—Y si no, vamos á ver,—preguntó elcabrero;—¿qué se saca en claro de la his-toria de El Corregidor y la Molinera*! Quelos casados duermen juntos y que á ningúnmarido le acomoda que otro hombre duermacon su mujer. ¡Me parece que la noticia!...

—¡Pues es verdad!—respondieron lasmadres, oyendo las carcajadas de sus hijas.

—La prueba de que el tio Repela tienerazón—observó en esto el padre del no-vio,—es que todos los chicos y grandesaquí presentes se han enterado ya de queesta noche, así que se acabe el baile, Jua-nete y Manolilla estrenarán esa hermosacama de matrimonio que la tia Gabriela acabade enseñarles á nuestras hijas para que ad-miren los bordados de los almohadones...

-—Hayvw>ás,—dijo el abuelo de la no-via.—Hasta en el libro de la doctrina cris-tiana y en los sermones se habla á los ni-ños de todas estas cosas tan naturales, alponerlos al corriente de la larga esterilidadde nuestra señora Santa Ana, de la virtuddel casto José, de la estratagema de Judity de otros muchos milagros que no recuer-do ahora... Por consiguiente, señores...

—¡Nada, nada, tio Repela!—exclamaronvalerosamente las muchachas.—¡Diga ustedotra vez su relación, que es muy diver-tida!

—¡Y hasta muy decente!—continuó elabuelo;—pues en ella no se le aconseja ánadie que sea malo, ni se le enseña á serio,ni queda sin castigo el que lo es...

—¡Vaya! ¡repítala V.!—dijeron al finiasmadres de familia.

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\ 30 REVISTA EUROPEA. 2 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 .

El tío Repela volvió entonces á recitar elromance, y considerándolo ya todos á la luzde aquella crítica tan ingenua, hallaron queno habia pero que ponerle; lo cual equivaleá decir que le concedieron las licencias ne-cesarias.

-X-# #

Andando los años, hemos oido muchas ymuy diversas versiones de aquella mismaaventura de El Molinero y la Corregidora,siempre de labios de graciosos de aldea yde cortijo, por el orden del ya difunto Re-pela ; habiéndola leído además en letras demolde en diferentes romances de ciego, yhasta en el famoso Romancero del inolvida^ble D. Agustín Duran. El fondo del asuntoes siempre idéntico: tragi-cómico, zumbóny terriblemente epigramático, como todaslas lecciones dramáticas de moral de que seenamora nuestro pueblo; pero, en la forma,en el mecanismo accidental, en los procedi-mientos casuales, difiere mucho, muchísimo,del que relataba nuestro pastor; tanto, queéste no hubiera podido recitar en la cortijadaninguna de dichas versiones, ni aun aque-llas que corren impresas, sin que antes setapasen los oídos las muchachas en estadohonesto, ó sin exponerse á que sus madresle sacaran los ojos. ¡A tal punto han extre-mado y pervertido los groseros patanes deotras provincias el caso tradicional que tansabroso, discreto y pulcro resultaba en laversión del clásico Repela!

Hace, pues, mucho tiempo que concebi-mos el propósito de restablecer la verdadde las cosas, devolviendo á la peregrinahistoria de que se trata su primitivo carác-ter, que nunca dudamos fuera aquel en quesalia mejor librado el decoro. Ni ¿cómo du-darlo? Esta clase de relaciones, al rodar porlas manos del vulgo, nunca se desnaturali-zan para hacerse más bellas, delicadas y de-centes, smo para estropearse y percudirseal contacto de la ordinariez y la chabaca-nería.

Lo primero que hicimos con aquel in-tento fue cederle el asunto (como se diceentre escritores) á nuestro querido y malo-grado amigo D. José Joaquín Villanueva,que se enamoró perdidamente de él, y quetan á pedir de boca lo hubiera desempeñado

con aquella sana y castiza pluma que escri-bió las Avispas y la Franqueza. Pero, ¡ay!Villanueva murió, cuando diz que apenasllevaba bosquejado el principio de una zar-zuela titulada El que se fue á Sevilla...(cuyo argumento era el mismo de la pre-sente obra), y todo se quedó en tal estadohasta el año de 1866.

Regresó entonces á España, después desu larga permanencia en Méjico, el ilustrepoeta D. José Zorrilla, y como llegásemos áreferirle en uno de nuestros largos coloquiosliterarios la historia de El Molinero y laCorregidora, según que nos la habia legadoRepela, prendóse también del asunto elpopular autor de D. Juan Tenorio, é hizo-nos entrever la posibilidad de que lo con-virtiera inmediatamente en una comedia deespadín y polvos, que ya creíamos estarsaboreando desde butaca de primera fila.

Pero han pasado ocho años, y Zorrilla nose ha vuelto á acordar del corregimiento nidel molino. Nosotros nos vamos haciendoviejos entre tanto, y podremos seguir á Re-,pela á la tumba el día que más descuidadosestemos...—Es una cosa que se ve todos losdias. Ahora se vive poco. Villanueva, Agus •tin Bonnat, Javier Ramírez, Becquer, Egui-laz... eran casi de nuestra edad, y ya noestán en el mundo...—Hemos decidido, porconsiguiente, escribir nosotros mismos ennuestra humilde prosa la genuina historiade El Corregidor y la Molinera, más qaecon la presunción de dar por realizadonuestro deseo y por concluida la tan suspi-rada obra, con el modesto fin de apuntar ydivulgar su argumento, para que otras plu-mas puedan sacar de él mejor partido.—¡Ano habernos quedado sin ninguna copia delromance de Repela, ó á ser nosotros hom-bres de más memoria, nos hubiéramos limi-tado á darlo á la estampa!

* *Otra advertencia, y concluimos este in-

digesto prefacio.Cada uno de los muchos romances que

circulan por toda España, ya de boca enboca, ó ya impresos, con relación á la mo-linera y á la corregidora, fija el lugar de laescena en un pueblo distinto.

El incluido en el Romancero de D. Agua-

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tin Duran (tomo n, pág. 409, sección deCuentos vulgares) la pone en la ciudad deArcos de la Frontera, y así es que se titulaEl Molinero de Arcos.

Hay otro, también impreso, que vendenlos ciegos, que principia de este modo:

En Jerez de la FronteraHubo un molinero honrado, etc.

Nuestro insigne maestro (¿de quién no loes?) D. Juan Eugenio Hartzenbusch, conquien hemos tenido á honra consultar acercadel particular, nos ha dicho unas coplejaspopulares asaz verdes y hasta coloradasque sabe de memoria (¿qué no sabrá dememoria el erudito académico?), en las cua-les se hace también mención de esta últimaciudad como patria del molinero.

En Jerez de la FronteraUn molinero afamado...

es el comienzo de la primera copla.Los campesinos extremeños suelen colo-

car la acción en Plasencia, en Cáceres y enotras ciudades de su país.

Y finalmente, en el romance de Repelai no se cita pueblo alguno como teatro de los

sucesos.En tal situación, y considerando que Re-

¡;, vela nació, vivió y murió en la provincia; de Granada; que su versión parece la autén-l tica y fidedigna, y que aquella es la tierra| que mejor conocemos nosotros, nos hemos

tomado la licencia de figurar que sucedió elcaso en una ciudad, que no nombramos,del antiguo reino granadino.

Perdónesenos esta falta, y todas las d e -mas en que abunda la presente historia.—

I.De cuándo sucedió la cosa.

Comenzaba este largo siglo, que ya va devencida.—No se sabe fijamente el año: sóloconsta que era después del de 4 v antesdel de 8.

Reinaba, pues, todavía en España donCirios IV de Borbon,—por la gracia deItias, según las monedas, y por un olvido

' ¿gracia especial de Bonaparte, según losboletines franceses.—Los demás soberanos«roneos descendientes de Luis XIV habian

1 lo ya la corona (y el jefe de ellos la

cabeza) en la deshecha borrasca que corríaesta vieja parte del mundo desde 1789.

Ni paraba aquí la singularidad de nues-tra patria en aquellos tiempos. El soldadode la revolución, el hijo de un oscuro abo-gado corso, el vencedor de Rívoli, de lasPirámides, de Marengo y de otras cien ba-tallas acababa de ceñirse la corona de Carlo-Magno y de transfigurar completamente laEuropa, creando y suprimiendo naciones,borrando fronteras, inventando dinastías, yhaciendo mudar de forma, de nombre, desitio, de costumbres y hasta de traje á lospueblos por donde pasaba con su corcel deguerra como un terremoto animado, ócomo el Antecnsto, que le llamaban las po-tencias del Norte...—Sin embargo, nues-tros padres (Dios los tenga en su santa glo-ria), lejos de odiarlo ó de temerle, compla-cíanse aún en ponderar sus descomunaleshazañas, como si se tratase del héroe de unlibro de caballería ó de cosas que sucedíanen otro planeta, sin que ni por asomos seles ocurriese que pensara nunca en venirpor acá á intentar las atrocidades que habiahecho en Francia, Italia, Alemania y otrospaíses. Una vez por semana (y dos á losumo) llegaba el correo de Madrid á lamayor parte de las poblaciones importantesde la Península, llevando siete números dela Gaceta, y por ellos sabian las personasprincipales (suponiendo que la Gaceta ha-blase del {¿articular) si existia un Estadomás ó menos allende el Pirineo, si se habiareñido una batalla en que peleasen seis úocho reyes y emperadores, y si NAPOLEÓNse hallaba en Milán, en Bruselas ó en Var-sovia...—Por lo demás, nuestros mayoresseguian viviendo á la antigua española,sumamente despacio, apegados á sus ran-cias costumbres, en paz y en gracia de Dios,con su Inquisición y con sus frailes, con supintoresca desigualdad ante la ley, con susprivilegios, fueros y exenciones, con su ca-rencia de toda libertad municipal ó política,gobernados simultáneamente por insignesobispos y poderosos corregidores (cuyasrespectivas potestades no era muy fácil des-lindar, pues unos y otros se metian en lotemporal y en lo eterno), y pagando diez-mos, primicias, alcabalas, subsidios, limos-

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ñas y mandas forzosas, rentas, rentillas, ca-pitaciones, tercias reales, gabelas, frutosciviles y hasta cincuenta tributos más, cuyanomenclatura no viene á cuento ahora.

Y aquí termina todo lo que la presentehistoria tiene que ver con la militar y po-lítica de aquella época; pues nuestro únicoobjeto, al recordar lo que entonces sucedíaen el mundo., ha sido venir á parar á queel año de que se trata (supongamos que elde 1805) imperaba todavía en España elantiguo régimen en todas las esferas de lavida pública y particular, como si en mediode tantas novedades y trastornos el Pirineose hubiese convertido en otra muralla de laChina.

II.De cómo vivía entonces la gente.

En Andalucía, por ejemplo (pues precisa-mente aconteció en una ciudad de Andalucíalo que vais á oir), las personas de suposicióncontinuaban levantándose muy temprano,yendo á la catedral á misa de prima, aun-que no fuese dia de precepto; almorzandoá las nueve un huevo frito y una jicara dechocolate con picatostes; comiendo de unaá dos de la tarde puchero y principio, sihabia caza, y si no, puchero sólo; dur-miendo la siesta después de comer; pa-seando luego por el campo; yendo al ro-sario entre dos luces á su respectiva par-roquia; tomando otro chocolate á la oración(éste con bizcochos); asistiendo los muyencopetados á la tertulia del corregidor,del aean ó del título que residía en el pue-blo; retirándose á casa á las ánimas; cer-rando el portón antes del toque de la queda;cenando ensalada y guisado por antono-masia, si no habían entrado boqueronesfrescos, y acostándose incontinenti con suseñora,—no sin hacerse calentar antes lacama durante nueve meses del año...

¡Dichosísimo tiempo aquel en que nues-tra tierra seguía en quieta y pacífica po-sesión de todas las telarañas, de todo elpolvo, de toda la polilla, de todos los res-petos, de todas las creencias, de todas lastradiciones, de todos los usos y de todoslos abusos santificados por los siglos! ¡Di-chosísimo tiempo aouel en que habia en la

sociedad humana variedad de clases, deafectos y de costumbres! ¡Dichosísimotiempo digo... para los poetas, especial-mente, que encontraban una leyenda, uncuento, una comedia, un drama, una no-vela, un saínete,, un entremés, un autosacramental ó una epopeya detrás de cadaesquina, en vez de esta prosaica uniformi-dad y desabrido realismo que nos legó alcabo la revolución francesa!—¡Dichosísimotiempo, sí...

Pero esto es volver á las andadas: bastaya de generalidades y de circunloquios, yentremos resueltamente en la historia delSombrero de tres picos.

III.So ut des.

En aquel tiempo, pues, habia cerca dela ciudad de *** (perteneciente al reino deGranada, y cabeza de corregimiento) unmagnífico molino harinero (que ya no exis-te), situado como á un cuarto de legua dela población, en un delicioso paraje, entreuna colina poblada de guindos y cerezos yuna fértilísima huerta que servia de margen(y algunas veces de lecho) á un traicioneroé intermitente rio.

Por varias y diversas razones, hacia yaalgún tiempo que aquel molino era el pre-dilecto punto de llegada y descanso de lospaseantes más caracterizados de la men-cionada ciudad.. .—Primeramente, conducíaá él un camino carretero, menos intransi-table que los restantes de aquellos contor-nos.—En segundo lugar, delante del mo-lino habia una plazoletilla empedrada, cu^bierta por un parral enorme, debajo delcual se tomaba muy bien el fresco en el ve-rano, y el sol en el invierno, merced á laalternada ida y venida de los pámpanos...—En tercer lugar, el molinero era un hom-bre muy respetuoso, muy discreto, muyfino, que tenia lo que se llama don de gen*tes, y que obsequiaba á los señorones quesolían honrarlo con su tertulia vespertina,ofreciéndoles... lo que daba el tiempo; orahabas verdes, ora cerezas y guindas, oralechugas en rama y sin sazonar, que estánmuy buenas cuando se las acompaña demacarros de pan de aceite (macarros que se

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encargaban de enviar por delante sus se-ñorías), wa melones, ora uvas de aquellamisma parra que les servia de dosel, orarosetas de maíz, si era invierno, y castañasasadas, y almendras, y nueces, y, de vezen cuando, en las tardes muy frias, un tragode vino de pulso (dentro ya de la casa y alamor de la lumbre), á lo que por Pascuasse solia añadir algún pestiño, algún man-tecado, algún rosco, ó alguna lonja de ja-món alpujarreño.

—¿Tan rico era el molinero, ó tan impru-dentes sus tertulianos?—exclamareis, inter-rumpiéndome.

Ni lo uno ni lo otro. El molinero sólo te-nia un pasar, y aquellos caballeros eran ladelicadeza y el orgullo personificados. Peroen un tiempo en que se pagaban cincuenta ytantas contribuciones diferentes á la Iglesiay al Estado, poco arriesgaba un rústico detan claras luces como aquel en tenerse ga-nada la voluntad de regidores, canónigos,frailes, escribanos y demás personas decampanillas. Así es, que no faltaba quiendijese que el tio Lúeas (tal era el nombre

-—del molinero) se ahorraba un dineral al añoá fuerza de agasajar á todo el mundo.—«Vuestra merced me va á dar aquella puer-tecilla vieja de la casa que ha derribado», ledecia á uno.—«Vuestra señoría (le decia áotro) va á mandar que me rebajen el subsi-dio, ó la alcabala, ó la contribución de fru-tos civiles.»—«Vuestra reverencia me va ádejar coger en la huerta del convento unapoca hoja para mis gusanos de seda.»—

[ «Vuestra ilustrísima me va á dar permiso.. para traer una poca leña del monte X.»—

£ • «Vuestra paternidad me va á poner una car-!> ta para que me permitan cortar una poca^ madera en el pinar H.»—«Es menester que;í me haga usarcé una escriturilla que no mei cueste nada.»—«Este año no puedo pagar

el censo.»—«Espero que el pleito se falle ámi favor.»—«Hoy le he dado de bofetadasá uno y creo que debe ir á la cárcel por ha-berme provocado.»—:«¿Tendría su mercedtal cosa de sobra?»—«¿Le sirve á V. dealgo tal otra?»—«¿Me puede prestar la mu-la?»—«¿Tiene ocupado mañana el carro?»—«¿te parece que envié por el burro?»...

Y estas canciones se repetian á todas ho-

ras, obteniendo siempre por contestaciónun generoso «.Como se pide.»

Conque ya veis que el tio Lúeas no es-taba en camino de arruinarse.

IV.Una mujer vista por fuera.

La última y acaso la más poderosa razónque tenia el señorío de la ciudad para fre-cuentar por las tardes el molino del tio Lú-eas, era... que, así los clérigos como los se-glares, empezando por el señor obispo y elseñor corregidor (que tampoco se desdeña-ban de visitarlo), podían contemplar allí ásus anchas una de las obras más bellas, másgraciosas y más admirables que hayan salidojamás de las manos de Dios,—llamado en-tonces el Ser Supremo por Jovellanos y todala escuela afrancesada de nuestro país...—Esta obra era la seña Frasquita.

Empiezo por responderos de que la señaFrasquita, legítima esposa del tio Lucas, erauna mujer de bien, y de que así lo sabiantodos los ilustres visitantes del molino. Digomás: ninguno de éstos daba muestras de con-siderarla con ojos concupiscentes ni con in-tención pecaminosa. Admirábanla, sí, y re-quebrábanla en ocasiones (delante de su ma-rido ; por supuesto) lo mismo los frailes quelos caballeros, los canónigos que los golillas,como un prodigio de belleza que honraba á suCriador^ como una diablesa dé travesuray coquetería que alegraba inocentemente losespíritus más melancólicos.—«Es un her-moso anirnah—solia decir el virtuosísimoprelado.—«Es una estatua de la antigüedadhelénica»—observaba un abogado muy eru-dito, académico correspondiente de la His-toria.—«Es la propia estampa de Eva»-—prorumpia el prior de los franciscanos.—«Es una real moza»—exclamaba el coronelde milicias.—«Es una sierpe, una sirena,un demonio»—anadia el corregidor.—«Pe-ro es una buena mujer, es un ángel, es unacriatura, es una chiquilla de cuatro años»—acababan por decir todos, al regresar delmolino, atiborrados de uvas ó de nueces, enbusca de sus tétricos y metódicos hogares.

La chiquilla de cuatro años, esto es, laseña Frasquita, frisaria en los treinta. Teniamás de cinco pies de estatura, y era recia á

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proporción, ó quizás más gruesa todavía delo correspondiente á su arrogante talla. Pa-recia una Niove colosal, y eso que no habiatenido hijos; parecía una Hércules-hembra;parecía una matrona romana de las que aúnse ven ejemplares en el Trastevere.—Perolo más notable en ella era la movibilidad, laligereza, la animación, la gracia de su res-petable mole. Para ser una estatua comopretendia el académico, le faltaba el reposomonumental. Se cimbraba como un junco,giraba como una veleta, bailaba como unapeonza. Su rostro era más movible todavía,y por lo tanto menos escultural: avivábanlodonosamente hasta cinco hoyuelos; dos enuna mejilla, otro en otra, otro muy chicocerca de la comisura izquierda de sus rien-tes labios, y el último, muy grande, en me-dio de su redonda barba. Añadid á esto lospicarescos mohines, los graciosos guiños ylas variadas posturas de cabeza que ameniza-ban su conversación, y formareis idea deaquella cara llena de sal y de hermosura, yrebosante siempre de salud y de alegría.

Ni la seña Frasquista ni el tio Lúeas eranandaluces: ella era navarra y él murciano.El habia ido á la ciudad de ***, á la edad dequince años, como medio paje, medio criadodel obispo anterior al que entonces gober-naba aquella Iglesia, y su señor le dejóá su muerte aquel molino. El tio Lúeas sir-vió luego al Rey; hizo en 1793 la campañade los Pirineos occidentales, como ordenan-za del valiente general D. Ventura Caro;asistió al asalto de Castillo-Piñón, y perma-neció largo tiempo en las provincias delNorte, donde tomó la licencia absoluta. EnEstella conoció á la seña Frasquita, que en-tonces sólo se llamaba Frasquita; la enamo-ró; se casó con ella, y se la llevó al reino deGranada en busca de aquel molino que habiade verlos tan pacíficos y dichosos duranteel resto de su peregrinación por este vallede lágrimas y risas.

La seña Frasquita, pues, trasladada deNavarra á aquella soledad, no habia adquiri-do ningún hábito andaluz, y se diferenciabamucho de las mujeres campesinas de loscontornos. Vestía con más sencillez, desen-fado y elegancia que ellas; lavaba más suscarnes y permitia al sol y al aire acariciar

sus arremangados brazos y su descubiertagarganta. Usaba hasta cierto punto el trajede las señoras de aquella época, el traje delas mujeres de Goya, el traje de la reina Ma-ría Luisa; si no falda de medio paso, faldade un paso solo, sumamente corta, que de-jaba ver sus menudos pies y el arranque désu soberana pierna: llevaba el escote re-dondo y bajo al estilo de Madrid, donde sedetuvo dos meses con su Lúeas al trasladar-se de Navarra á Andalucía; todo el pelo re-cogido en lo alto déla coronilla, lo cual de-jaba campear la gallardía de su cabeza y desu cuello; sendas arracadas en las diminu-tas orejas, y muchas sortijas en los ya cele-brados dedos de sus duras pero limpias ma-nos.—Por último, la voz de la seña Fras-quita tenia todos los tonos del más extensoy melodioso instrumento, y su carcajada eratan alegre y argentina que parecia un repi-que de sábado de gloria.

Retratemos ahora al tio Lúeas. •

V.Un hombre visto por fuera y por dentro. s

El tío Lúeas era más feo que Picio. Lahabia sido toda su vida, y ya tenia cerca decuarenta años. Sin embargo, pocos hombrestan simpáticos y agradables habrá echadoDios al mundo. Prendado de su viveza, desu ingenio y de su gracia, el difunto obispose lo pidió á sus padres, que eran pastores,no de almas, sino de verdaderas ovejas, á finde darle educación y dedicarlo á la carreraeclesiástica. Muerto Su Ilustrísima, y dejadoque hubo el mozo, voluntariamente, el semi-nario por el cuartel, distinguiólo entre todosu ejército el general Caro, y lo hizo su Or-denanza más íntimo, su verdadero criado decampaña. Cumplido, en fin, su empeño mi-litar, fuéle tan fácil al tk> Lúeas rendir elcorazón de la seña Frasquita, como fácil lehabia sido captarse el aprecio del general ydel prelado. La navarra, que tenia á la sa-zón veinte abriles, y era el ojo derecho detodos los mozos de Estella, algunos de ellosbastante ricos, no pudo resistir á los conti-nuos donaires, á las chistosas ocurrencias, álos ojillos de enamorado mono y á la bufonay constante sonrisa, llena de malicia, perotambién de dulzura, de aquel murciano tan

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atrevido, tan locuaz, tan avisado, tan dis-puesto, tan valiente y tan gracioso, queacabó por trastornar el juicio no sólo á lacodiciada beldad, sino también á su padrey á su madre.

Lúeas era en aquel entonces, y seguiasiendo en la fecha á que nos referimos, depequeña estatura (á lo menos con relación ásu mujer), un poco cargado de espaldas,muy moreno, barbilampiño, narigón, oreju-tjoy picado de viruelas. Únicamente su boca

/tíra regular y su dentadura inmejorable. Di-jérase que sólo la corteza de aquel hombreera tosca y fea, y que tan luego como empe-zaba á penetrarse dentro de él aparecían susperfecciones, y que estas perfecciones prin-cipiaban en sus dientes. Luego venia la voz,que era vibrante, elástica, atractiva; varonily grave unas veces, dulce y melosa cuandopedia algo, y siempre difícil de resistir.Llegaba después lo que aquella voz decia:todo oportuno, discreto, ingenioso, persua-sivo...—Y por último, en el alma del tíoLúeas habia valor, lealtad, honradez, senti-do común, deseo de saber y conocimientosinstintivos ó empíricos de muchas cosas, unprofundo desden á los necios, cualquieraque fuese su categoría social, y cierto espí-ritu de ironía, de burla y de sarcasmo quele hacian pasar, á los ojos del académico,por un D. Francisco de Quevedo en bruto.

Tal era por dentro y por fuera el tio Lúeas.

VI.Habilidades de los dos cónyuges.

Amaba, pues, locamente la seña Fras-quita al tio Lúeas, y considerábase la mujermás feliz del mundo en verse adorada porél. No tenian hijos, según que ya sabemos,y habíase dedicado el uno á cuidar y mimaral otro con un esmero indecible; pero sinque aquella solicitud y ternura revistiese el

• carácter sentimental y empalagoso, por lo za-lamero, de casi todos los matrimonios sinsucesión. Por el contrario, tratábanse conuna llaneza, una alegría, una broma y unaconfianza semejantes á las de los niños, ca-maradas de juegos y de diversiones; loscuales se quieren con toda el alma sin de -círselo jamás, ni darse á sí mismos cuenta delo que sienten.

¡Imposible que haya habido sobre la tierramolinero mejor tratado, mejor vestido, másregalado en la mesa, rodeado de más cemo-didas en su casa que el tio Lúeas! ¡Imposi-ble que ninguna molinera ni ninguna reinahaya sido objeto de tantas atenciones, detantos agasajos, de tantas finezas como laseña Frasquita! ¡Imposible también queningún molino haya encerrado tantas cosasútiles, agradables, recreativas, necesarias yhasta supérfluas como el que va á servir deteatro á casi toda la presente historia!

Contribuía mucho á ello que la señaFrasquita, la pulcra, hacendosa, fuerte ysaludable navarra, sabia y podia guisar, co-ser, bordar, barrer, hacer dulces, lavar,planchar, blanquear su casa,fregar el cobre,amasar, tejer, hacer media, cantar, bailar,tocar la guitarra y los palillos, jugar á labrisca y al tute, y otras muchísimas cosascuya relación fuera interminable.—Y con-tribuía no menos al mismo resultado el queel tio Lúeas sabia dirigir la molienda, cul-tivar el campo, cazar, pescar, trabajar decarpintero, de herrero y de albañil, ayudarleá su mujer en todos los quehaceres de lacasa; leer, escribir, contar, etc., etc.

Y esto sin hacer mención de los ramos delujo, ó sea de sus habilidades extraor-dinarias.

Por ejemplo: El tio Lúeas adoraba las flo-res (lo mismo que su mujer) y era un flori-cultor tan consumado que habia llegado áproducir ejemplares nuevos por medio de la-boriosas combinaciones. Tenia algo de inge-niero natural, y lo habia demostrado constru-yendo una presa, un sifón y un acueductoque triplicaron el agua del molino. Habiaenseñado á bailar á un perro, domesticadouna culebra, y hecho que un loro diese lahora por medio de gritos, según las iba mar-cando un reloj de sol que el molinero habiatrazado en una pared; de cuyas resultas elloro daba ya la hora con toda precisión hastaen los días nublados y durante la noche.

Finalmente, en el molino habia una huerta,que producia toda clase de frutas y legum-bres; un estanque, encerrado en una especiede kiosko de jazmines, donde se bañaban enel verano el tio Lúeas y la seña Frasquita;un jardin; una estufa ó invernadero para las

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plantas exóticas; una fuente de agua pota-ble; dos burras, en que el matrimonio iba ála ciudad ó á los pueblos de las cercanías;gallinero; palomar; pajarera; criadero depeces; criadero de gusanos de seda; colme-nas, cuyas abejas libaban en los jazmines;jaraiz ó lagar, con su bodega correspondien-te, ambas cosas en miniatura; horno, telar,fragua, taller de carpintería, etc., etc.; todoello reducido á una casa de ocho habitacio-nes y á dos fanegas de tierra, y tasado enla cantidad de diez mil reales.

VII.El fondo de la felicidad.

Adorábanse, sí, locamente el molinero yla molinera, y aun se hubiera creido queella lo quería más á él que él á ella, á pesarde ser él tan feo y ella tan hermosa. Dígoloporque la seña Frasquita solia tener celos ypedirle cuentas al tio Lúeas cuando éste setardaba mucho en regresar de la ciudad óde los pueblos adonde iba por trigo, mien-tras que el tío Lúeas veia hasta con gustolas atenciones de que era objeto la señaFraequita por parte de los señores que fre-cuentaban el molino; se ufanaba y regocijabade que todos la encontrasen tan hechiceracomo él; y, aunque comprendia que en elfondo del corazón se la envidiaban algunosde ellos, la codiciaban como simples morta-les, y hubieran dado cualquier cosa por-que fuese menos mujer de bien, la dejabasola dias enteros sin el menor cuidado, ynunca le preguntaba luego qué habia he-cho ni quién habia estado allí durante su

ausencia...No consistía aquello, sin embargo, en

que el amor del tío Lúeas fuese menos vivoque el de la seña Frasquita. Consistia enque él tenia más confianza en la virtud deella que ella en la de él; consistia én queél la aventajaba en penetración y sabiahasta qué punto era amado y todo lo quesu mujer se respetaba á sí misma; y consis-tía en que el tio Lúeas era todo un hombre;un hombre como el de Shakspeare, de pocosé indivisibles sentimientos; incapaz de du-da; que creia ó moría; que amaba ó mata-ba; que no admitía gradación ni tránsitoentre la suprema felicidad y el exterminio

de su dicha.—Era un Ótelo de Murcia, conalpargatas y montera, en el primer acto deuna tragedia posible.

Pero ¿á qué estas notas lúgubres en unatonadilla tan alegre? ¿Aqué estos relámpagosfatídicos en una atmósfera tan serena? ¿Aqué estas reminiscencias trágicas en unahistoria de género1?

Vais á saberlo inmediatamente.

P. A. DE ALARCO».

(La continuación en el próximo número.)

LA GUERRA CIVIL EN AMÉRICA.

(Conclusión.) *

III.—LA ESCLAVITUD.

Antes de mostrar la república americana divididaen dos fracciones hostiles y de exponer la organiza-ción de las fuerzas que iban á combatir en su suelopara asegurar la primacia, sea de las instituciones es-clavistas del Sur, sea de la sociedad libre del Norte,es necesario responder á la pregunta que se hará todoel mundo. ¿Cómo ha podido estallar esta guerra? ¿Quécausa profunda dividió as! una gran nación en toda laextensión de su territorio, desgarró su ejército ypuso las armas en la mano á ciudadanos que tantoslazos, tantos intereses y tantos recuerdos comunesdebían mantener unidos?

Eran hermanos, habian crecido juntos, se habianformado en la misma escuela y se parecían en todoslos rasgos principales del carácter, teniendo las mis-mas instituciones políticas y las mismas tradicionesmilitares. Sus jefes habian servido bajo la mismabandera y tomado asiento en las mismas Asambleas.No existia ninguna diferencia real de origen entre elNorte y el Sur. Todas las que alegó el Sur cuandodesesperando de obligar á Europa á socorrerle, pri-vándola de algodón, quiso despertar sus simpatías,eran puramente imaginarias. No hacia más que ge-nealogías de expediente cuando, mostrando á Fran-cia su antigua colonia de Nueva Orleans, se llamabasemi-francés, y cuando, volviéndose hacia la aristo-cracia inglesa, evocaba el recuerdo de los caballerosarrojados por Cromwell, para oponerlo á los yankees,que sólo eran, según él, un montón de alemanes é ir-landeses. En realidad la raza anglo-sajona dominaba lomismo en el Sur que en el Norte, absorbiendo conrapidez las que le habian precedido y las que le pro-porcionaban .un contingente de emigrantes. Asocián-

* Véanse los números 21 y 22, páginas 74 y 110.

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dose á su obra, estas razas adoptaban también suscostumbres y su carácter.

En la primera ciudad del Sur, en Nueva-Orleans,habia ciertamente un núcleo de población, unido porel idioma y los recuerdos á la patria que cobardemen-te lo habia vendido; pero este islote, medio sumergi-do en la ola creciente de otra raza, no constituíanacionalidad. En cuanto al emigrante irlandés, lejosde resistir á esta ola, la seguía, porque, aun cuandodifiere profundamente del anglo-sajon, no va á buscarnueva patria sino donde la encuentra con vigor esta-blecida. Se parece á esas plantas difíciles de aclima-tar, que no prosperan sino en un suelo preparadopara otros vegetales más vigorosos. Por otra contra-dicción con sus costumbres primitivas, convirtiéndoseen América más bien en ciudadano que en agricultor,las barreras que la esclavitud oponia al establecimien-to de los trabajadores de la tierra no existían paraellos, por lo cual lo mismo se extendían por el Norteque por el Sur. El irlandés habia adoptado, con esaductilidad de ánimo que le distingue, todas las pasio-nes de aquellos entre los cuales vivía; y cuando laguerra estalló, vióse á los irlandeses alistarse enlas ciudades del Sur, donde eran muy numerosos,con tanto ardor como sus hermanos establecidosen el Norte abrazaban la defensa de la bandera fe-deral.

Ningún interés comercial separaba al Sur del con-junto de los Estados del Norte. Los grandes rios for-man, de todo el centro del continente, una inmensacuenca, y sus productos convergían en la arteriaprincipal del Mississipi, cuyo curso inferior tenían losEstados meridionales. Absorbidos por el cultivo delalgodón y de la caña de azúcar, pedían á los Estadosdel Oeste la carne y la harina, que no podían producir,eu cantidades suficientes para su consumo. El Norteles proporcionaba los capitales necesarios para todassus empresas industriales. Verdad es que el Sur buscóen este mismo concurso el pretexto para nuevaqueja, sosteniendo que era explotado por aquellosque le llevaban con sus riquezas los medios de fecun-dar su suelo; y en el momento de la separación, todaslas deudas contraidas por los comerciantes y los plan-tadores del Sur, con sus acreedores del Norte, y queascendían á cerca de cuatro mil millones de reales, sedeclararon abolidas, después de intentar en vano elgobierna confederado confiscarlas en su provecho;pero esta queja que tienen todos los países atrasadoscontra sus vecinos más prósperos, no conmovía porcierto á las personas formales.

Las censuras dirigidas por los cultivadores del Surá los Estados del Norte á propósito de las tarifasprotectoras que favorecían las manufacturas de estosúltimos eran más especiosas y no estaban mejor fun-dadas; porque la tarifa Morrill, la más elevada quehabia en los Estados-Unidos, fue votada bajo el go-

bierno de Mr. Buchanan, cuando el presidente y elCongreso eran afestos á los intereses del Sur: si de-jaron pasar esta medida, que podían impedir, es por-que no la creían peligrosa para sus intereses. Si lacuestión comercial hubiera estado en juego en la lu-cha política que produjo la guerra civil, los Estadosdel Oeste hubiesen tenido tantos motivos como losdel Sur para separarse de los distritos manufacture-ros de Nueva-York, de Pensylvania y de Nueva-Ingla-terra, cuyas fundiciones é hilados temían la concur-rencia inglesa, y se hubieran unido al Sur para defen-der el sistema del libre-cambio. Los propietarios delOeste obtenían sus riquezas de un cultivo cuyo pro-ducto crecía anualmente. A despecho de la carenciade la mano de obra, la ausencia de impuestos territo-riales, el poco valor de la tierra y su fertilidad ofre-cían á sus trigos salidas para todos los mercados delmundo. Lo único que les hacia sufrir era la protec-ción comercial que elevaba para ellos el precio detodos los artículos europeos en provecho de sus aso-ciados del Noroeste, y si al censurarles esta protec-ción hicieron causa común con ellos, es porque co-nocían bien el motivo único de la guerra, y no se for-maban ilusiones acerca de la única diferencia socialque dividía á América en dos fracciones enemigas, elNorte y el Sur.

Esta diferencia no nacia de diverso origen ni deintereses comerciales opuestos. Era mucho más pro-funda: era un foso que se ensanchaba cada día, abier-to entre la esclavitud y el trabajo libre. La esclavitud,prosperando en la mitad de la república y abolida enla otra mitad, habia creado dos sociedades hostiles, ydejando intactas las formas aparentes de gobierno,habia modificado profundamente las costumbres en laque domftaba. Esta fue, no el preteg,o ni la oca-sión, sino la causa única del antagonismo, cuya in-evitable consecuencia debia ser la guerra civil.

Para dar á conocer la diferencia de carácter que laguerra revela entre los combatientes, basta mostrarla influencia constante y funesta ejercida por la ins-titución servil en los hábitos, ideas y gustos de todosaquellos que vivían en contacto con ella. VerdaderoProteo, la cuestión de esclavitud toma todas las for-mas, se insinúa por todas partes, y reaparece siem-pre más formidable allí donde menos se espera en-contrarla. A pesar de todo cuanto se ha dicho, nues-tro público, que no ha tenido que luchar cuerpo ácuerpo con ella, ignora cómo se infiltra este sutilveneno hasta en la médula de la sociedad. En efecto,á nombre de los derechos de la raza oprimida se hacondenado la esclavitud. Los sentimientos de justiciahacia esta raza inspiraron á la religiosa Inglaterracuando á la voz de Buxton y de Wilberforce procla-mó la emancipación; á nuestra Asamblea nacionalcuando abolió por primera vez la esclavitud en las co-lonias y á aquellos que prepararon de nuevo la supre-

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sion, después del acto inaudito por el cual el primercónsul la restableció en el suelo francés. A Europaentera conmovió el cuadro de los inmerecidos sufri-mientos de nuestros semejantes, pintado en la senci-lla novela que con tanta elocuencia se llama La caba-na del lio Tomás.

Pero los efectos de la institución servil en la razaseñorial presentan al historiador y al filósofo un es-pectáculo no menos instructivo, porque el justo cas-tigo que la esclavitud impone á los que no creen en-contrar en ella sino provecho y poder, es una fataldesmoralización. Para demostrar claramente hastaqué punto es una consecuencia inevitable, y cómo,por inexorable lógica, el hecho solo de la servidumbredel negro deprava en el blanco las ideas y las cos-tumbres, que son la base de la sociedad, dejemosaparte el largo martirologio de malos tratamientosque los dueños brutales aplican diariamente á sus es-clavos. En la casa del que antes de la guerra se lla-maba un buen propietario, es preciso estudiar la pre-tendida perfección moral de la esclavitud para cono-cer toda su flagrante inmoralidad. Este propietariotiene los mismos principios que nosotros, y sin em-bargo está obligado á obedecerá la necesidad. Sabela protección y el respeto debidos á la familia, perocomo la población negra en los Estados donde cultivael azúcar y el algodón, no se reproduce bastantepronto para que baste á las exigencias de esta ex-plotación, se va á comprar un contingente de jóve-nes trabajadores á los mercados de Virginia. Des-pués de arrancarle así, á sus padres, á sus afecciones,al suelo que le ha visto nacer, el amo no romperá losnuevos lazos que se crean á su vista, y acaso, comoadministrador económico, encuentre, en la fecundidadde los negros^ una fuente directa de ganancia. Sinquerer humillarle, ni hacerle sufrir inútiles castigos,es preciso, sin embargo, castigar al negro que faltaá sus deberes, y estos deberes son la obediencia y eltrabajo. El negro debe olvidar que es hombre paraacordarse tan sólo de que es esclavo, y trabajar sinelección de trabajo, sin remuneración, sin esperanzade mejor suerte. El propietario, en fin, cuidará deél, no le impondrá tareas superiores á sus fuerzas, ydará satisfacción bastante á sus necesidades mate-riales, del mismo modo que á los animales que tra-bajan á su lado, bajo la dirección de un látigo común.Mas para gustar de esta pretendida felicidad es pre-ciso que se le rebaje al nivel moral de estos compa-ñeros de su servidumbre y que la llama de su inte-ligencia se apague para siempre, pues mientras lleveen su cabeza este destello divino será desgraciadoporque se sentirá esclavo, y cuando el buen amo,satisfecho de susjpropias virtudes, enseñe á sus ne-gros diciendo: «Son felices; no tienen que pensar enel dia de mañana; tienen casa, comida y vestido y noquisieran ser Ubres;» se acusará á sí mismo de un

modo terrible, porque equivale á decir: «He apagadobien en ellos todos los sentimientos que Dios hapuesto en el corazón del hombre;-y la palabra liber-tad, que oiríamos pronunciar á toda criatura anima-da, si comprendiésemos todas las lenguas de la na-turaleza, no tiene sentido para ellos.» En rigor puedesuceder que, en el elemento en que viven, su con-ciencia se subleve contra la degradación de sus se-mejantes; pero entonces se estrellará contra las cos-tumbres que consagran esta degradación sistemática,contra leyes minuciosas y severas dictadas por casitodos los Estados del Sur, que le hacen casi imposiblela emancipación individual, y hasta le exponen á pe-nas graves si enseña á sus propios negros á leer yescribir. Si quisiera protestar contra esta ley odiosaque encadena la inteligencia del esclavo en el estre-cho calabozo de una perpetua ignorancia no podriahacerlo, porque el envilecimiento moral de éste es laúnica garantía de su sumisión material; si viera condemasiada frecuencia á su semejante recibir la liber-tad como un beneficio, la desearía á su vez, y si ad-quiriera alguna educación, presentaríase á sus pro-pios ojos el abismo que le separa de su amo, pare-ceríale menos difícil salvarlo, y saldría de ese embru-tecimiento satisfecho, donde es preciso tenerlo paraque sea dócil instrumento de una especulación lucra-tiva.

Más aún: la institución servil, violando la ley su-prema de la humanidad, que une con lazo indisolubleestas dos palabras, trabajo y progreso, y convirtiendoal trabajo en medio de envilecimiento, no degrada sóloal esclavo, sino que conduce á la depravación delamo, porque el despotismo de una raza entera acabasiempre como el poder absoluto de un solo hombre óde una oligarquía, por perturbar la razón y el sentidomoral de quien ha aspirado sus enervantes perfumes.Nada es tan propio para que resalte esta especie dedepravación, como las mismas cualidades y virtudesque subsisten en la sociedad fundada bajo tal despo-tismo. Precisamente porque esta sociedad era ilus-trada y religiosa, porque producía caracteres irre-prochables, porque sacaba de sus entrañas los solda-dos heroicos que seguían al combate á un Lee y á unJackson, era más monstruoso ver prosperar en ellala esclavitud con sus odiosas consecuencias. Paraque llegase á mostrar al mundo, sin advertirlo ellamisma, tan chocante contraste, era preciso que elsentido moral estuviera pervertido en el niño, ro-deado desde el nacimiento de las adulaciones del es-clavo; en el hombre, dueño absoluto del trabajo desus semejantes; en la mujer, acostumbrada á aliviarlas miserias que la rodean, obedeciendo, no al deber,sino al sencillo instinto de humanidad y de piedad;en todos, en fin, por el abuso de vanas declamacio-nes destinadas á ahogar la sublevación de las con-ciencias honradas. Espectáculo tristísimo es para

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quien quiere estudiar la naturaleza humana, el de unapoblación entera en que la fuerza de la costumbrehabia falseado todos los sentimientos de rectitud yde equidad, hasta el punto de que el mayor númerode los ministros de todos los cultos no temían man-char el cristianismo con la cobarde aprobación de laesclavitud, y de que los hombres que compraban yVendían á sus semejantes empuñasen las armas ex-presamente para defender, á nombre de la libertad yde la propiedad, este odioso privilegio.

Convertida esta falsa idea en base de la sociedad,su influencia debia crecer con ella y fortificarse consu prosperidad. Los fundadores de la nacionalidadamericana consideraban la esclavitud una llaga social,y contaban para curarla con las luces y el patrio-tismo de sus sucesores; pero produciendo esta insti-tución beneficios considerables, pronto se les juzgóde distinto modo. Los Estados intermedios (Virgi-nia, Carolina del Norte, Rentuky y Tennessée) se pre-paraban á aboliría, imitando el ejemplo de sus ve-cinos del Norte, cuando la prohibición de la tratavino á dar entre ellos nuevo impulso á la producciónde esclavos, protegiéndola contra la concurrencia delos negreros que, con el nombre de Madera deéiano, llevaban antes sus cargamentos de esclavosde Guinea. Inmediatamente desarrollaron esta nuevaindustria, y pudiendo procurarse siempre en susmercados los plantadores del Sur trabajadores sanosy vigorosos, encontraron económico no cuidar tantosus esclavos, imponiéndoles un trabajo excesivo que«cabana con ellos en pocos años. Esta abundancia debrazos daba al cultivo de la caña y del algodón unimpulso extraordinario, y la esclavitud, cuyo nombreno se habian atrevido á mencionar los autores de laconstitución americana, fue desde entonces honrada,reconocida y considerada como piedra angular deledificio social.

Y no se detuvieron en esto: después de declararlaaprovechable y necesaria, se proclamó pronto su ex-celencia. Una escuela nueva, de la cual fue Calhounel principal apóstol, y cuya doctrina aceptaron todostos hombres de Estado del Sur, se atribuyó la misiónde presentar el sistema social fundado en la escla-vitud como la última perfección de la civilización mo-derna. A este sistema debia pertenecer América, ysos adeptos soñaban el imperio del mundo para él.Hubo un momento en que estos terribles ensueñosarrojaron luz siniestra sobre el porvenir del nuevocontinente, pues parecía posible su realización.

En efecto, el poder del esclavista vivia creciendoy absorbiéndolo todo á su alrededor. Atrevido y vio-lento en sus modales, obligando á la Union á conver-tirse en dócil instrumento de su política, habia con-quistado para la servidumbre inmensos territorios,«ñas veces en el desierto, otras á costa de Méjico ódélos colonos del Norte, y extendía ya la mano sobre

Cubayelitsmo de Nicaragua, posiciones escogidascon el instinto de la dominación; Si el Norte hubierallevado más lejos su paciencia y su longanimidad, eldia de la crisis decisiva este poder hubiera impuestosu yugo fatal a toda América.

A medida que la esclavitud crecía así en pros-peridad y en poder, su influencia era más prepon-derante en la sociedad que la habia adoptado. Comoplanta parásita que saca para sí la savia del árbolmás vigoroso, cubriéndole poco á poco de extrañoverdor y de envenenados frutos, así la esclavitud al-teraba cada dia más las costumbres del Sur y el es-píritu de sus instituciones. Las formas de la libertadsubsistían, los periódicos parecían libres, las delibe-raciones de las Asambleas eran tumultuosas, cadacual se alababa de su independencia, pero el espíritude verdadera libertad, la tolerancia hacia la minoría yel respeto á las opiniones de cada cual habian des-aparecido, y estas apariencias engañosas ocultaban eldespotismo de un amo inexorable, la esclavitud^ deun amo, ante el cual el más poderoso propietario denegros era un esclavo tan sometido como el últimode sus trabajadores. Nadie tenia derecho á poner enduda su legitimidad, y como las Eumenides, que losantiguos temian ofender nombrándolas, por todaspartes por donde se extendía nadie se atrevía á pro-nunciar su nombre por temor á tocar á un asuntodemasiado candente. Sólo con tal condición podiasostenerse una institución de esta clase en una so-ciedad próspera é inteligente, porque el dia en quehubiera podido discutirse con libertad, estaba irre-vocablemente perdida. Así, pues, á pesar de sus ins-tituciones liberales, las gentes del Sur no retroce-dían ante ninguna violencia para ahogar en su ger-men todo dibate sobre este asunto. El autor de lamás tímida censura no hubiera podido continuar vi-viendo en el Sur. Bastaba apuntar con el dedo á unextranjero llamándole abolicionista para designarleinmediatamente á los furores del populacho. Ha-biendo defendido en el Senado la causa de la eman-cipación, con tanto valor como elocuencia, uno de losmejores ciudadanos de los Estados-Unidos, M. Sum-ner, uno de sus colegas del Sur le apaleó dentrodel mismo Senado con un bastón de pufio de plomo,dejándole medio muerto; y no sólo quedó impune estecrimen, porque los esclavistas llenaban entoncestodos los tribunales de Washigton, sino gue las da-mas del Sur enviaron al apaleador un bastón de honoren recompensa de su atropello. Bastó, en fin, que unagricultor de Ransas, John Brown, arruinado y per-seguido por los esclavistas, quisiera vengarse de ellosen Virginia, reuniendo en Harpers-Ferry una docenade negros fugitivos, para causar en el Sur una emocióninmensa. Creyóse en la guerra civil; se preparó unlevantamiento en masa, y fuó preciso enviar de Wa-shigton tropas regulares para apoderarse de este

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hombre, que expió en la horca el miedo que habíacausado á los orgullosos virginianos.

Y no bastaba proteger la esclavitud en su propiodominio, sino que además era necesario, para ponerlaal abrigo de todo ataque exterior, hacer reconocer susupremacía en todos los Estados vecinos. Guiadode imprudente espíritu conciliador, el Norte dejóviolar la Constitución con vergonzosos compromisos.Las barreras de los Estados libres se habían alla-nado para devolver al plantador el negra fugitivo.La política nacional estaba completamente al serviciode los intereses del poder esclavista, cuyas exigen-cias eran tanto más apremiantes y excesivas, cuantose sentía más próximo á perder la dirección de estapolítica; no podia sufrir, ni la extensión territorial delNorte, ni las críticas de una prensa libre más alláde sus fronteras. Por ello estaba resuelto á no re-nunciar sin combate á la supremacía que ejercía enlos consejos déla Union. Sus periódicos y sus ora-dores enardecían los ánimos y les preparaban á lalucha próxima: en novelas, que se decian profélicas,anunciábanse los triunfos que conseguirían en ella, yal primer llamamiento de los jefes de la separación,toda la sociedad del Sur, dominada por verdaderafiebre, rompió sin pesar alguno todos los lazos quela víspera le unian á los que creía injuriar llamándolesabolicionistas.

Las diferencias que la esclavitud habia producidoentre al Sur y el Norte no se limitaban á este anta-gonismo político, extendiéndose á toda la constitu-ción de la sociedad. Bajo su influencia se habían for-mado en el Sur clases más ó menos separadas: di-visión que facilitó mucho en los primeros tiempos suorganización militar.

El trabajo era nn acto de servidumbre, al cual nadiepodia entregarse sin deshonor. Esta ley, impuesta porla opinión pública, cerraba la entrada de los territo-rios del Sur á la fecunda ola de emigrantes, que, par-tiendo de Europa y de los Estados del Este, se espar-cía por las inmensas llanuras del Oeste, para formarallí una población de propietarios que por sí mismosexplotaban sus campos, población cuyas cualidadeslaboriosas, energía é inteligencia son la fuerza y elhonor de los free-soil-states. Todo el sistema de cul-tivo del Sur se habia resentido, y América presentabaasí, en sus dos partes, una imagen bastante exacta delterritorio latino en las dos épocas extremas de la his-toria romana. En el Norte, la tierra, repartida y culti-vada por el mismo ciudadano, que era á la vez pro-pietario, labrador y, caso de necesidad, soldado; en elSur los latifundia, grandes dominios poblados de es-clavos, y repartidos entre algunos señores.

El orden social del Sur estaba fundado en la granpropiedad, cuyos inconvenientes se dejan sentir espe-cialmente en una comarca todavía semi-salvaje, pero,que era una consecuencia inevitable de la institución

servil. Sólo ella permite sacar partido del trabajo cos-toso, insuficiente é incierto del esclavo. Este trabajoes caro, porque los productos que da deben represen-tar, no sólo el mantenimiento del esclavo durantetoda su vida, sino también los intereses y la amorti-zación en pocos años del capital empleado en com-prarlo, y como la suma de estos gastos excede siem-pre al salario anual del mejor trabajador blanco, elempleo de los trabajadores libres resulta ser en últi-mo caso más económico. Es insuficiente, porqueestando la inteligencia del esclavo sistemáticamenteahogada, su obra es siempre grosera y no se puedenobtener de él los mismos cuidados que del obrerodueño de sí mismo.

Es incierto, porque las épocas de recolección exi-gian gran número de brazos, que el propietario nopuede obtener en un mercado libre, viéndose obliga-do á mantener en su finca durante todo el año elnúmero de esclavos que entonces puede necesitar,sin que ninguna previsión le permita calcularlo exac-tamente de antemano, y exponiéndose á todos losazares de la obligada holganza y de las enfermedadesde sus mejores trabajadores.

En tales condiciones, la explotación del suelo nopodia emprenderse sino en grande escala y con capi-tales considerables. En extensas plantaciones se podiasuplir á los recursos que da la libre concurrencia, yteniendo esclavos especiales instruidos en los diversosoficios y en la variedad de trabajos á que obligaba unaexplotación de esta índole, permitía emplear siempregran número de esclavos, ya en un'trabajo, ya en otro:el capital comprometido se repartía, en fin, en grannúmero de cabezas negras para que una amortizacióny un fondo de seguros pudieran arrostrar los acci-dentes que arruinan la pequeña propiedad de es-clavos.

Gracias á esta constitución de la propiedad territo-rial, los Estados del Sur estaban casi exclusivamenteocupados por tres clases. En lo más bajo de la escalasocial se encontraba el negro, encorvado sobre latierra que á él solo correspondía cultivar, y formandouna población de unos cuatro millones de almas, ósea la tercera parte de los habitantes del Sur. En lomás elevado los amos, demasiado numerosos para seruna aristocracia, y constituyendo una verdadera cas-ta. Poseian la tierra y los esclavos que la fecundaban,y vivían rodeados cada uno de una población de sier-vos, cuyos trabajos dirigían, desdeñando las demásocupaciones. Más inteligentes que instruidos, bravos,pero apasionados; altivos, pero imperiosos; elocuen-ites, pero intolerantes, dedicábanse á los asuntos pú-blicos, cuya dirección exclusiva les pertenecía, contodo el ardor de su temperamento.

La tercera clase era la de los blancos no dueños deesclavos, la más importante por el número; estabapor bajo de la segunda y muy por encima de la pri-

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N.°2¡3 CONDE DE PARÍS. LA ESCLAVITUD. 4 41

mera, sin poder servir, sin embargo, de intermediariaentre ellas, por hallarse profundamente imbuida detodas las preocupaciones del color. Era la pleberomana, la multitud de clientes que llevaban con os-tentación el título de ciudadanos, y no usaban deestos derechos sino pars servir ciegamente á los gran-des propietarios, verdaderos dueños del país. Si la es-clavitud no existiera al lado de ellos serian trabajado-res ó labradores, convirtiéndose en granjeros y pe •queños propietarios; pero cuanto más les acercaba supobreza á la clase inferior de los esclavos, más empe-ño tenían en separarse de ella y en rechazar el trabajo,para poner mejor en relieve su cualidad de hombreslibres. Esta población miserable é inquieta proporcio-naba á la política del Sur la vanguardia batalladoraque precedía á la invasión en el Oeste del plantadorcon sus esclavos. Al principiar la guerra creyó elNorte que se pronunciaría en su favor contra la insti-tución servil, cuya ruinosa concurrencia debía detes-tar; pero se engañó al pensar que la razón ¡níluiria enella más que la pasión. Probóle, por el contrario, queera completamente afecta al mantenimiento de la es-clavitud. Su orgullo estaba en ello más interesadoqoe el de los grandes propietarios, porque, mientrasestos se consideraban siempre seguros de permanecermuy por encima de los negros emancipados, aquellatemía verse envilecida por la emancipación que loselevaba hasta su nivel.

Esta división en clases facilitó la organización delas fuerzas del Sur: cada una de ellas tenia su papeltrazado, y el paso del estado de paz al de guerra sehizo con tan pocos esfuerzos, que esta misma facili-dad fue peligrosa tentación que contribuyó á arras-trar al Sur en la via fatal donde debia encontrar suderrota y su ruina.

Los negros permanecieron naturalmente unidos á latierra, y, continuando sus trabajos forzados, libraban ála producción agrícola del Sur de la profunda pertur-bación que los preparativos de la guerra ocasionaron alNorte, y sostenían así la causa de aquellos que rema-chaban sus cadenas. Mientras que en el Norte todosoldado que tomaba el uniforme abandonaba una ocu-pación útil á la sociedad, la población verdaderamenteproductora no cesó ni un instante en el Sur de acudirá las comunes necesidades.

Los blancos pobres que, condenados á la holganzapor su situación social, jamás habían contribuido á lariqueza nacional en una medida proporcionada á sunúmero, cambiaron de buen grado el desocupo de supobreza por las ocupaciones de la vida militar, y fue-ron el principal elemento de los ejércitos del Sur.Inútiles y peligrosos en una sociedad bien organizada,estaban perfectamente preparados para este nuevopapel. Habituados á las privaciones de una existenciamal asegurada; ejercitados desde la infancia en el usode las armas, que era para ellos signo de nobleza;

ardientes para defender los privilegios y la superio-ridad de su raza, necesariamente habían de ser te-mibles soldados si contaban con buenos jefes que lesguiasen.

Estos jefes debian encontrarlos en la clase superiorde los propietarios de esclavos, cuya dirección esta-ban acostumbrados á recibir. Por ello, aunque todoslos grados se daban por elección, los nuevos soldados,fíeles á sus costumbres, casi siempre escogían paramandarlos á miembros de esta clase superior; y sialgunos propietarios, en el primer momento de entu-siasmo, les daban ejemplo tomando el fusil, ningunopermaneció jamás en las filas. De aquí resultó que elfunesto sistema de la elección de oficiales no tuvo enel Sur los mismos inconvenientes que en el Norte, ypudo subsistir allí más tiempo.

No hemos hablado aqui de la población de las ciu-dades porque no senlia tan directamente como la delos campos los efectos de la institución servil, y ade-más era demasiado poco numerosa para ser influyen-te. Muy inferior á los propietarios de esclavos, perosuperior á los blancos pobres, reclutábase entre estosúltimos y entre los emigrantes europeos, particular-mente entre los irlandeses, que no salian de los recin-tos de las ciudades americanas. Aunque manifiesta-mente afecta al sistema de esclavitud, no lo conside-raba como base de la sociedad, ni lo defendia contanta pasión como los blancos que vivian en el campoen medio de los cultivadores negros. Los Estadosconfederados sólo poseían una ciudad, Nueva-Orleans,que pudiera rivalizar con las grandes ciudades delNorte, y sólo otras dos, Richmond y Charleston, losdos centros políticos de la separación, que tuviesenmás de 30.$00 habitantes. Entre éstos habia negros ymulatos emancipados, clase bastante numerosa, ex-clusivamente urbana, tanto más hostil á los blancos,cuanto era más inteligente, y cuanto menos justificadaestaba por el color de la piel la interdicción que sobreella pesaba. La población blanca de las ciudades nopodia calcularse en más de 200.000 almas.

Así, pues, en el momento en que los jefes del Sur,vencidos en las elecciones, iban á acudir á las armaspara restablecer la supremacía de la esclavitud, laopinión pública, de largo tiempo preparada, estabadispuesta á aplaudirles y secundarles enérgicamente,y las diferentes clases de la sociedad les ofrecíantodos los elementos necesarios para organizar prontosus ejércitos.

EL CONDE DE PARÍS.

(Revue des Deux Mondes.)

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REVISTA EUROPEA. 2 DE AGOSTO DE 4 8 7 4 . N.° 23

LOS PUEBLOS PRIMITIVOS DE EUROPA.

(Conclusión.) *

Lo mismo que para los pueblos indo-germáni-cos, la filología es quien guia nuestras investiga-ciones sobre el origen de los pueblos finlandesesy sobre los lazos que los unen. Atrayéndonoscada vez más hada el Oriente, nos conduce alAsia, entre las razas que habitan la Siberia occi-dental hasta el Iénissei y los montes Altai. Enestas regiones, que no son objeto de nuestro tra-bajo, dichas razas tocan al Este con los mongolespropiamente dichos, entre los cuales el pueblochino personifica el más alto grado de civiliza-ción, y al Sur á las razas turcas (turcomanos) ytártaras cuya patria real se encuentra en las este-pas del país de Turan al Norte del Irán. A despe-cho de algunas dudas, el parentesco de todos es-tos pueblos está también reconocido, hoy quegran número de sabios consideran á los finlande-ses una subdivisión de los mongoles; muchoshasta comprenden á los finlandeses bajo la deno-minación genérica de turanianos en oposición ála de arianos ó iranios. Las lenguas aglutinan-tes predominan en los pueblos turanianos , yaunque muchas raíces son comunes á las lenguasde ambas razas, difieren, sin embargo, completa-mente en puntos esenciales.

Incontestables hechos históricos prueban quelos pueblos turanianos han salido de las estepasy de las montañas de la alta Asia. Los chinos,llegados hace más de cuatro mil años al país quehoy ocupan, venian de las montañas del Nor-oeste. Bandas de turcos y de tártaros han avan-zado muchas veces bastante lejos hacia el Oeste.La grande emigración de los pueblos ha tenidosu punto de partida en los montes Altai. Las in-vasiones de los tártaros, que penetraron una vezhasta en Siberia, y la de los turcos, que se detu-vieron delante de Viena, pertenecen á la historiade la Edad Media, y en nuestros días se encuen-tran al Sur de Rusia numerosas poblaciones tár-taras, cuyo origen asiático nadie pone en duda.

Respecto á las razas finlandesas, que son lasque más nos interesan, no tenemos ningún datosemejante, á no ser el de la emigración de losmagiares. La rama principal, la del Norte de Ru-sia, de Finlandia y de Scandinavia tiene todos loscaracteres de una raza indígena. No puede admi-tirse, sin embargo, formalmente que los finlan-deses hayan visto el día en estas regiones septen-trionales, las menos favorables de todas para talsuposición. Natural es pensar que los finlandesesdel Norte de Europa han venido también de Asia,

• Véase el número anterior, pág. 117.

sólo que, como los germanos cuando penetraronen Scandinavia, y los slavos, á medida que sefueron esparciendo por Rusia, encontraron portodas partes á los finlandeses, rechazándolos ysometiéndolos, puede admitirse que éstos ocupa-ban ya la Scandinavia y la Rusia antes de la in-vasión ariana.

Encontramos, pues; en los dos extremos deEuropa dos poblaciones primitivas anteriores álos arianos: de una parte, al Oeste y á la extre-midad Sudoeste , los íberos y acaso los ligurios,y de otra los finlandeses al Este y al extremoNoreste. Lo más notable es que ambas razas pre-sentan entre sí algunas semejanzas. Los ligurios,cuya lengua nos es desconocida, eran, en cuantopodemos juzgar, braquicéfalos (de cabeza corta),como lo son los finlandeses y los lapones. Encuanto á la lengua de los vascos, tiene el mismacarácter aglutinante de las lenguas de todaslas razas finlandesas que todavía existen. Seha llegado por esto á creer que los tres puebloseran congéneres, y que los vascos y los ligu-rios eran de origen finlandés, ó en otros térmi-nos, mongólico ó turaniano. De aquí se ha dedu-cido que el inmenso espacio que separa la Fran-cia meridional y la España de las razas finlande-sas, aun de las más avanzadas hacia el Oeste,tales como los estonianos y los livonianos, habiasido en otros tiempos ocupado por pueblos fin-landeses ó turanianos; en una palabra, que Eu-ropa entera en una época anterior á los arianoshabia tenido una población turaniana.

Aquí nos faltan por completo la historia y latradición, y sólo puede citarse un pueblo cuyonombre tiene alguna analogía con el de los ligu-rios ó ligyenos.

Durante los primeros siglos de nuestra era en-contramos repetidas veces, en lo que forma la Si-lesia actual y en las partes de Polonia que más sele aproximan, un gran pueblo, el de los Ligii(llamados también Lygii, Lugii ó Logiones), quemás tarde se dirigieron hacia el Sur, y reapare-cieron, en fin, en el bajo Danubio. Pero este pue-blo siempre ha sido considerado como germánico,y la semejanza de nombres, que podría cuandomás relacionarlo con los Lekhes de Polonia, noseria para nosotros prueba suficiente. Con razónse pregunta si los nombres de los pueblos primi-tivos eran los que nos han trasmitido sus veci-nos los arianos. Los vascos se dan á sí propiosel nombre de Euskaldunac y á su lengua el deEuskara, los finlandeses se llamaban Suome, loalapones Sami ó Sadme, los estonianos Rahvas.¿Quién sabe el nombre que se darían los Ligii óLigienosí El nombre de Ligii prueba, por consi-guiente , poco en favor del parentesco de este

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N."23 WIRCHOW.—LOS PUEBLOS PRIMITIVOS DE EUROPA. 448pueblo con los ligurios, como el nombre de Ven-dés, que, por lo demás, nunca se han dado los sla-vos, en favor del parentesco de estos últimos conlos Vénetos de la alta Italia ó de la Galia occi-dental. Sin embargo, sabios distinguidos han in-currido en error por tales semejanzas de nombre.

En ausencia de datos históricos, se acude á loscaracteres físicos (anatómicos ó fisiológicos). Lapiel blanca, los cabellos rubios ó rojizos, lisos yen forma de bucles, los ojos azules y el cráneoalargado y estrecho (dolicocéfalo), la mandíbulahundida, la estatura elevada, los miembros vigo-rosos, han sido considerados como signos caracte-rísticos de los arianos, mientras quelosturanianostienen la piel oscura, más morena ó más amarilla,los cabellos crespos, pardos ó negros, los ojos os-curos, el cráneo corto y ancho (braquicéfalo), lamandíbula saliente, corta la estatura, y constitu-ción débil y delicada. Ahora bien: según las des-cripciones de los autores antiguos, los celtas, losgermanos y la mayor parte de los slavos presen-tan los primeros de estos caracteres, y los segun-dos, al contrario, se encuentran en los iberos,- loslapones y los estonianos.

Establecido esto, se procedió al examen de loscaracteres físicos de las poblaciones actuales dela Europa central. Reconocióse que en Alemaniay en Francia, las naciones más favorables á talesinvestigaciones, el número de hombres que pre-sentaban los antiguos signos característicos delos arianos variaba considerablemente de una re-gión á otra; pero en conjunto era proporcional-mente muy restringido. En algunos puntos loscaracteres turanianos predominan. Por lo quehace al color de la piel, los cabellos y los ojos, yla constitución corporal, cada cual puede referirse4 sus propios experimentos. Respecto á los crá-neos, la medida ha probado no sólo que son confrecuencia cortos y anchos en los slavos, lo cualse sabia ya hace tiempo, sino que la braquicefaliaes muy frecuente en el Norte y en el Mediodía deAlemania, en Dinamarca, en Suiza , en Bélgica,en Holanda, en Francia, en Inglaterra y hasta enItalia, y que en algunos puntos es casi general.

Además, en gran número de países de los in-dicados, las investigaciones prehistóricas han he-cho descubrir en tumbas antiquísimas, en caver-nas que han servido de viviendas ó de sepulturasen lejanos tiempos, ó en el fondo de los pantanos,ó en los lechos de los rios, cráneos braquicéfalos,algunas veces de mandíbulas muy prominentes,que no se conforman con la dolicocefalia atribuidai los arianos. Parece natural deducir que antes dela inmigración ariana se habia extendido por todaEuropa una raza braquicéfala, raza que se haperpetuado hasta en los tiempos prehistóricos, y

á la que deben referirse en parte loa pueblos pri-mitivos que se han conservado hasta en nuestraépoca. Consideran muchos cierto que la partebraquicéfala y oscura de la población actual deEuropa desciende de este pueblo primitivo, some-tido, pero no exterminado, por la invasión de losarianos dolicocéfalos d'i tez blanca. No sólo el po-der de la herencia habrá conservado el antiguotipo turaniano, á despecho de las alianzas entrelas familias de ambas razas, sino que aún debeadmitirse que la sangre turaniana ha dominadocada vez más sobre la sangre ariana.

Los sabios dinamarqueses y suecos son los pri-meros que han emitido estas ideas. Para apoyar-las tenían el ejemplo de su país. Viendo las razasfinlandesas desaparecer de año en año, creyeronque los lapones y los finlandeses eran pueblosprimitivos de Alemania y de la Europa centralque se habían conservado mayor tiempo. Estaidea, acogida en Francia y en Bélgica, ha sidoahora desarrollada, teniendo su expresión máscompleta y al mismo tiempo más importantebajo el punto de vista político en el conocido librode M. Quatrefages sobre la raza prusiana, libroen que el autor trata de probar que la mayorparte del pueblo prusiano es de origen finlandés,y que por tanto se equivoca al usurpar el derechode dominar en Alemania. Otros sabios en Fran-cia, en Bélgica, en el Sud de Alemania y en Ita-lia han dirigido sus miradas á los ligurios, queles tocaban de más cerca, y otros á los iberos;pero muchos con predisposición á pensar que losligurios y los iberos eran congéneres y de origenfinlandés.

Por lógiía y seductora que pueda parecer estateoría, no debo aceptarla, como ya he dicho enrepetidas ocasiones, sin nuevo examen de las ba-ses en que descansa, que, por regla general, sonpoco seguras y arbitrarias en su mayor número.

En lo que concierne á los cráneos, he compa-rado atentamente los encontrados en Dinamarca,en el Norte de Alemania y en Bélgica, y sólo enciertos casos aislados presentan alguna seme-janza con los cráneos de los lapones y de los fin-landeses de nuestros dias. El mayor número delos cráneos braquicéfalos prehistóricos encontra-dos hasta ahora en estos parajes ofrecen diferen-tes caracteres, y no es esto todo, sino que loscráneos más antiguos y al mismo tiempo máscaracterizados, sobre todo los de las cavernas deBélgica y de Francia (de Engis, de Cro-Magnon,etcétera) presentan una dolicocefalia muy carac-terizada. Si no supiéramos que los arianos nohabían penetrado aún en la Europa central en laépoca en que vivia en ella el reno, el oso de lascavernas y el mamuth (elefante primitivo), y que,

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sin embargo, los trogloditas dodicocéfalos exis-tian en las orülus del Mosa y del Dordoña mi-llares dé años antes de la fecha más antigua quepueda asignarse á la primera emigración ariana,podríamos, con apariencia de razón, admitir lasuposición de que los más antiguos trogloditasde Europa eran de raza ariana.

Pero ¿quién probará que todos los arianos te-nian la piel blanca, los ojos azules y el cráneoalargado? ¿Por qué sorprendió tanto á los anti-guos romanos el aspecto de la conformaciónfísica de las razas celtas y germánicas , cuandopor primera vez se encontraron con ellas? ¿Loshabitantes del Latium y de la Umbría no erantambién arianos? ¿Estamos ciertos de que los he-lenos tenian los ojos azules y los cabellos rubios?Aunque hayan podido ser dolicocéfalos , como'mis propias medidas me hacen creer, toda per-sona que conoce la literatura griega sabe que lapiel blanca, cabellos rubios y ojos azules han sidodesde la más remota antigüedad cosas muy rarasy notables entre ellos. La mayoría de los negrosson también dolicocéfalos. La blancura de la pielno es en manera alguna obligada consecuenciade un cráneo alargado, ni la oscuridad de la tezde un cráneo braquicéfalo.

No sucede lo mismo respecto á las razas primi-tivas que se han conservado hasta nosotros. Losvascongados españoles de nuestros dias, aunquetodas las descripciones les atribuyen tez morena,son, sin embargo, dolicocéfalos. Los finlandesesdel corazón de Finlandia, donde jamás ha pene-trado raza ariana, son hombres altos y fuertes,de cabellos muy rubios y de ojos azules, y sinembargo, está demostrado que son braquicófalos.¿Cómo es posible confundir dos razas tan distin-tas, cuando, por otra parte, se reconoce en los ti-pos tal invariabilidad que puede distinguírselesdespués de miles de años?

Los lapones y los finlandeses presentan talesdiferencias,, que á primera vista se les distingue,lo mismo en nuestros dias que en los tiempos deLinneo, y si se comparan á las otras razas finlan-desas, se encuentran á veces caracteres tan mar-cados, que seria más fácil separarlos que confun-dirlos. Los lapones y los estonianos difieren tam-bién de tal modo entre sí, que sus cráneos nopodrían considerarse de un mismo tipo. Además,los primeros tienen la piel morena y á veces ne-gruzca, mientras que los segundos son blancos,con frecuencia rubios y con los ojos azules.

Llegamos aquí á una dificultad esencial, queaún no ha sido resuelta. ¿Hasta qué punto loscaracteres físicos de una raza pueden extendersus variedades? No hablo de variedades indivi-duales, las cuales pueden llegar hasta la oposi-

ción al tipo de la raza. Hay individuos de razanegra que son blancos, y sucede á, veces que unblanco tiene la piel negra, oscura ó bronceadacomo la de un mulato, no á consecuencia de uncruzamiento de razas, sino por motivos propiosde su organización. Estos casos son del dominiode la patología, y dependen más ó menos de cau-sas mórbidas. Lo mismo sucede en-cuanto á loscráneos. Las condiciones individuales pueden pro-ducir en una raza tan grandes anomalías con re-lación á la forma de los cráneos, que, como yo hedemostrado, una forma patológica puede ponersefrente á frente de la forma propia de cada raza.Una raza dolicocéfala puede también poseer indi-viduos de cabeza corta, y viceversa.

Es igualmente posible que las perturbacionespatológicas se trasmitan por herencia cuando lascondiciones y las causas subsisten y obran degeneración en generación. Permitido es pregun-tar si los lapones no deben en parte los carac-teres distintivos de su raza á la inclemencia delas circunstancias, en medio de las cuales vivendesde hace miles de años, si el frió, una alimen-tación poco variada é insuficiente, los vestidosmal sanos, la suciedad, los matrimonios consan-guíneos, han dado á su cuerpo un aspecto ver-daderamente enfermizo. En otros términos: ¿Nopueden determinadas influencias, lo mismo enun pueblo que en una familia, en una raza que enun individuo, comunicar al carácter físico des-viaciones duraderas y hereditarias, tan fuertesque acaben por hacer dificilísimo y hasta impo-sible la reconstitución de la raza en su conjunto?

Teóricamente nada puede decirse contra estesistema, pero en la práctica origina las mayoresdificultades. Es evidente que en ausencia de todaconcordancia palpable entre los caracteres físicos,al lingüista corresponde decidir sobre la si-tuación etnológica de un pueblo, sobre todo, tra-tándose de un pueblo antiquísimo. La divisiónde los pueblos europeos en arianos y turania-nos es puramente filológica, y la antropologíafísica es quien primero ha promovido, aparte dela filología, la cuestión de pureza de la raza.Bajo el punto de vista de la filología, que es almismo tiempo un punto de vista político, sepuede distinguir en los arianos una raza ó fa-milia de pueblos latinos; pero esta raza no esuna con relación á la historia y á la antropología,lo es, á lo más, políticamente hablando, con re-lación á la nacionalidad. La lengua madre nadaprueba respecto al parentesco de la sangre. Elsardo, liguriano y el español, ibero, pertenecenbajo el punto de vista del idioma á la mismaraza latina que el celta y el italiano, arianos. Lalengua nacionaliza y desnacionaliza.

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N.°23 WIHCHOW. LOS PUEBLOS PRIMITIVOS DE EUROPA. 145

Sin ir tan lejos como M. d'Omalius d'Halloy,que pone en duda hasta el origen asiático comúndélos pueblos árlanos, obligados nos vemos áconfesar que la presencia de una variedad de pielmorena, en medio de la población actual de Eu-ropa, puede dar lugar á diversas interpretacio-nes. Puede ser que esta variedad nos presentea la vista descendientes de una raza primitivaanterior á los arianos; puede ser que lentas mo-dificaciones hayan trasformado la constituciónfísica de inmigrantes arianos; puede ser queambas causas se encuentren reunidas. Por miparte estoy dispuesto á adoptar la última hipó-tesis; pero me reconozco incapaz hasta ahora dedistinguir lo cierto entre lo probable, de indicar,por ejemplo, lo que en la braquieefalia de lospueblos modernos puede atribuirse á sangreanti-ariana, y lo que puede provenir de cambiossubsiguientes, impresos al carácter de la raza porla civilización y las costumbres.

Bajo el punto de vista filológico se presentauna dificultad mayor, relativamente al paren-tesco de las lenguas no arianas. Muchas de éstas,acaso el mayor número, tienen un carácter aglu-tinante ó polisintético. No modifican el verbo,por ejemplo, pero indican los diferentes tiemposy las distintas situaciones por la adición de cier-tas palabras ó sílabas. Las lenguas no arianasmás diferentes presentan conformidad en estepanto. Las lenguas primitivas de la América delNorte, el filandés, el vascongado, muchas lenguasque hablan los negros, pertenecen bajo este puntode vista á un solo y extenso grupo filológico.¿Debe deducirse por ello comunidad de origen? Síy no. No es imposible que los estudios emprendi-

1 dos sobre el hombre lleguen á determinar elorigen común de las razas, lo que conducirlaigualmente las lenguas á la unidad primitiva. Maspara esto dejamos aparte infinidad de grados in-termedios y precisamente los que más nos inte-resan. Si se atribuye un origen común á los negrosde África y á los indios de la América del Norte,hay que preguntar si este origen no es tambiénel mismo para los blancos de Europa que paralos negros y los pieles-rojas. Preséntase, pues,la cuestión del origen común de todos los hom-bres. Pero si, por razones filológicas, ciertasrazas de negros pueden ser asimiladas, bajo elponto de vista de la nacionalidad, á ciertas ra-ías americanas, esto seria tan solo una cuestiónespecial, independiente de la cuestión general yque debería ser tratada^aparte.

Casi lo mismo sucede con los vascos, ó me-jor dicho, los euskaldun. Su idioma, el eus-kara, antigua lengua ibérica, ¿es finlandesa, óamericana, ó africana? Estas tres hipótesis se

TOMO II.

han discutido formalmente, y cada cual de ellastiene sus defensores. Desgraciadamente ningunohasta ahora ha resuelto el enigma de un modosatisfactorio. Se ha dicho primero que los iberosprocedían del Norte de África, habiendo llegadoquizá por el estrecho de Gibraltar. En este casodebería buscarse en África su más próximo pa-rentesto. Allí encontramos, en efecto, á los bere-beres, pueblo que también parece primitivo, ycuyas razas se han conservado hasta en nuestrosdias en las montañas del Atlas. Aunque por logeneral muy morenos, difieren completamente delos negros de África, presentando, por el con-trario, diversos caracteres que indicarían paren-tesco con otras razas habitantes de la costa delNoroeste, del Norte y del Noroeste de África. Alos bereberes hay que asimilarlos guanchos, pri-mitivos habitantes de las islas Canarias, que,hasta principios del siglo XVI, no fueron exter-minados. Al conjunto de esta raza se ha dado elnombre general de Atlántica. ¿Pertecen á ella losiberos? No, en cuanto puedo juzgar bajo el puntode vista filológico. Atrevidos pensadores les hanbuscado otra patria, atlántica también, aunqueen distinto sentido.

Antiquísimas tradiciones griegas mencionanla comarca de que vamos á ocuparnos. En ellacolocaban las islas habitadas por los bienaven-turados y los Campos Elíseos. PosteriormentePlatón habla de una isla que habría estado si-tuada más allá de las columnas de Hércules enel gran océano (atlántico) y que se llamaba Atlán-tida. Habia sido más grande que Asia y África,acabando por ser sumergida en el mar.- A estaisla se refiere una hipótesis moderna. Créese quepuede hatier servido de comunicación con Amé-rica, permitiendo admitir la idea de verdaderoparentesco de sangre y de lengua entre los pieles-rojas de América y los iberos de Europa.

Este parentesco puede aplicarse, sin embargo,de otra manera que exige camino más largo,pero no la suposición, un tanto arriesgada, deuna comunicación entre ambos continentes. Siadmitimos que los iberos sean del mismo origenque los finlandeses, encontramos entre las ra-zas un encadenamiento mucho más seguro, di-rigiéndonos hacia el Norte de América por elEste de Europa y el Norte de Asia. No es pre-ciso suponer revoluciones geológicas para reco-nocer que las razas finlandesas han podido emi-grar hacia el Este lo mismo que hacia el Oeste:los pueblos de lengua aglutinante forman aúnen nuestros dias una cadena apenas interrum-pida, y aun, por otros motivos, muchos etnólogosestán inclinados á creer que las razas americanashan salido de Asia.

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Bástenos haber indicado á grandes rasgos estasdiversas opiniones. Creo que no ha llegado aúnel momento de decidir entre ellas. En estos úl-timos años ha aparecido una nueva que encuen-tra defensores. Se ha dicho que los iberos pro-cedian también del Cáucaso, donde un pueblodel mismo nombre ha vivido.hasta en los tiemposhistóricos; pero bueno es notar que aquí no estáde acuerdo la fisiología con la lingüística. Losvascos son dolicocéfalos, y presentan por el crá-neo mayor analogía con los pueblos atlánticosde África que con cualquiera raza finlandesa óugriana. Poseo cráneos vascos modernos quepresentan una semejanza incontestable con loscráneos de las momias guanchas, y no vacilaríaen sacar de este hecho consecuencias decisi-vas, si no se me objetara que España estuvosometida á la dominación árabe durante granparte de la Edad Media, y que seguramentelos elementos moriscos se comunicaron entoncesá la población. Aunque no hay motivo para creerque esta mezcla se extendiera también á las Vas-congadas, y que haya sido bastante considerablepara ejercer hasta en nuestros dias una influenciacaracterizada por la forma de los cráneos, me li-mito á mencionar el hecho sin añadir nada.

Este hecho se relaciona con otro comprobadopor Osear Heer: refiérome á la semejanza queexiste entre los vestigios de plantas cultivadasencontradas en los Palafltes de Suiza y ciertasplantas del Mediodía, especialmente de África;semejanza tan completa, que este sabio y pru-dente naturalista dice sin vacilar, que el pueblode los Palafites no parece haber estado en relacio-nes más estrechas con los pueblos del Este deEuropa. Esta observación se aplica sobre todo ála cebada, al trigo, al lino, al maíz, á la adormi-dera y hasta á las malas yerbas, habituales com-pañeras de cada una de estas plantas. Por sor-prendente que haya podido ser este descubri-miento nos iudica que ciertos cultivos de Egiptohan sido trasportados al pueblo de los Palafltespor el Mediterráneo, pero no que este pueblo hayaseguido igual camino y sea del mismo origen.

A pesar de todos los indicios que en distintasépocas atraen nuestras miradas hacia el Sur, nopodemos ni explicar el origen de los iberos y delos ligurios, ni llenar la distancia que separa estospueblos de las razas finlandesas, y sin embargoen Francia y en Alemania debe haber existidouna población primitiva antes de la invasión delos celtas y de los germanos. Esta población, ver-daderamente prehistórica, cuyas señales encon-tramos, no sólo en,las tumbas y en los monumen-tos, sino también en osamentas, instrumentos,armas, alhajas y restos de comidas y vestiduras,

sin poder decir lo que ella era y de dónde proce-día. La única cosa que podemos afirmar es queno formaba un sólo pueblo, y que casi por todaspartes se encuentran rastros de muchas razasprehistóricas, sin poder asegurar si se han recha-zado mutuamente ó si son contemporáneas. Unarqueólogo francés, M. Bertrand, clasifica lospueblos prehistóricos de Francia en tres grupos:1.° Los habitantes de las cavernas (trogloditas).2.° El pueblo de los monumentos de piedra (grupomagalítico). 3.° El pueblo de las tumbas (tumuli).

Está casi demostrado que los emigrantes aria-nos habían llegado ya á cierto grado de civiliza-ción cuando vinieron á establecerse en Europa.Indicios sacados del lenguaje nos enseñan queposeían animales domésticos, que cultivabancereales, que conocían los metales, quizá hasta elhierro. Encuéntranse en todas las lenguas indo-germánicas raices comunes que sirven para de-signar los animales domésticos, los productos dela agricultura y los metales. No debe deducirse,sin embargo, que todas estas razas hayan llegadoá igual desarrollo en el momento de su emigra-ción. Es muy verosímil, al contrario, que duranteel largo trayecto desde Asia á Europa y al con-tacto de otros pueblos, el círculo de los conoci-mientos de cada pueblo se haya extendido des-igualmente: pero es seguro que en ninguna partedescubrimos un pueblo ariano que haya sido sal-vaje al tiempo de su emigración en el sentidoque modernamente se da á este calificativo, puestodos conocían la vida estable.

Encuéntranse esparcidos en toda Europa nu-merosos restos de la época llamada de piedra. Noquiere decir esto que todos esos utensilios de pie-dra, todos esos sílices y otras piedras de quetanto se ha hablado sean prehistóricos. Las tum-bas francas del V al VII siglo (después de J. C.)contienen, al lado de armas de hierro y de mag-níficos ornamentos de metal, láminas de sílice dela especie más grosera, lo mismo que las tumbasegipcias del siglo III antes de J. C; es decir, enuna época en que el hierro era conocido desdehacia largo tiempo y empleado en Egipto. Estasson ofrendas simbólicas y costumbres religiosas.Otros utensilios de piedra que el acarreo ó lasextracciones de carbón de piedra sacan sin cesará luz, pueden haber estado en uso en una épocabastante reciente, como sucede entre nosotros coninstrumentos análogos. Hay, sin embargo, diver-sos sitios que tienen los caracteres de la más re-mota antigüedad, en los cuales no se encuentra,ni metal, ni bronce, ni hierro, sino sólo útiles depiedra, de madera ó de hueso. Estas son las se-pulturas,- las viviendas y las estaciones de lospueblos de piedra.

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N-.° 23 W1RCH0W. LOS PUEBLOS PRIMITIVOS DE EUROPA . 147

He examinado esta cuestión hace nueve añosen un trabajó sobre las sepulturas llamadas de losHunos y de los Palafltas, á cuyo trabajo podriareferirme. Pero, desde esta época, hemos hechoimportantes progresos en el conocimiento de laEuropa prehistórica. Hasta entonces ó hasta pocoantes no se conocía el período de piedra ni aun elde bronce sino por los descubrimientos hechosen Scandinavia y en el Norte de Alemania, y ha-bia mucha inclinación á creer que sólo el Nortepodía ser objeto de esta cuestión. Hoy se sabeque cada parte de Europa tiene su edad de piedra,del mismo modo que la India, el Japón, el Brasily Siria. En Italia y en Grecia, como en Finlandiay en la península Ibérica se encuentran utensiliosde piedra; y, cosa singular, en todas partes elhombre del pueblo da el mismo nombre, piedrasde rayo y piedras de lumbre (astropelexia) á cier-tos materiales ó armas de piedra. ¿No es estaacaso la mejor prueba de que ningún puebloeuropeo ha conservado el recuerdo del tiempo enque estas piedras se encontraban en las manos delos hombres? La mitología del Norte nos muestraal dios Thor llevando una maza de piedra, y en elMediodía hay una fábula bastante análoga, la deJúpiter, enviando una lluvia de piedras para pro-teger á su hijo Hércules en su lucha contra losligurios, cuando volvía de Hesperia (Iberia) conlos rebaños robados á Geryon. El campo de pie-iras se veía no lejos de la embocadura del Ró-dano.

Hasta ahora nada nos autoriza á creer que lasrazas finlandesas hayan tenido una época de pie-dra en Europa. No tengo conocimiento de que sehaya descubierto en Finlandia ó en Estonia ni unasepultura de esta época propiamente dicha; esdecir, conteniendo utensilios de piedra, y menosque se hayan encontrado cráneos característicos.Cuanto se ha dicho á propósito de cráneos pre-históricos de raza finlandesa encontrados enFrancia y en Bélgica, se apoya en datos comple-tamente arbitrarios. No sucede lo mismo respectoá las tumbas de las islas dinamarquesas, en lascuales se ha podido comprobar una raza de cráneocorto y ancho; y los arqueólogos del Norte queconfunden esta raza con la raza finlandesa, podíanapoyar su opinión en una apariencia de verdad.Sin embargo, las medidas practicadas por mí mehan hecho reconocer que los cráneos de la épocade piedra dinamarquesa se aproximan muchomás a los cráneos de la población actual de Di-namarca, considerada como germánica, que á losdélos finlandeses y estonianos. Nada prueba, portanto, que las razas finlandesas hayan traspasa-do en otros tiempos en la Europa central sus ac-tuales limites occidentales. Aunque fuera cierto

que algunos cráneos braquicéfalos de la época delreno, encontrados en Bélgica y en Francia, tuvie-ran semejanza con los de la raza finlandesa, po-dria preguntarse aún si la Finlandia y la Laponiaeran habitables en una época en que las condicio-nes climatéricas eran tan distintas de lo que sonhoy. A Tácito debemos nuestras primeras nocio-nes históricas sobre la existencia de los finlande-ses; pues bien: Tácito nos dice que, vista la ausen-cia (ó la rareza) del hierro, habían provisto susflechas de puntas de hueso, lo cual no permitecolocar á los finlandeses entre los pueblos de laedad de piedra, quienes con preferencia se servíande flechas con puntas de piedra.

Oasi lo mismo sucede con los iberos. Los uten-silios de piedra son muy comunes en toda la pe-nínsula ibérica, pero presentan, sobre todo losde piedra pulimentada, mucha más analogía conlos de Grecia que con los del Norte. Compren-deráse esto si se reflexiona que, según toda pro-babilidad, la época de piedra en el Mediodía haprecedido mucho á la del Norte. La gran riquezametálica de la península ibérica debió ocasionaren ella, antes que en Grecia, el empleo del cobrey de otros metales. Cuando la primera colonia fe-nicia vino de Sidon á establecerse en Iberia ha-cia el siglo XII antes de J. C, todo hace creerque el arte de extraer y de emplear los metalesera conocido en la península ibérica. Sólo hay unhecho en el cual podria apoyarse la opinión deque los iberos habitaban este país desde la épo-ca de piedra más atrasada, yes que gran númerode los cráneos más antignos encontrados en Es-paña, Portugal y en Aquitania pertenecen á unaraza dolfeocéfala. Las comarcas próximas al Ga-rona, especialmente, han sido habitadas por tro-gloditas de la época del reno, que debieron lle-gar á un grado desusado de desarrollo artístico,á juzgar por los vestigios que han dejado en lasgrutas de las orillas del Dordoña, aunque su ele-vada estaturay sus cráneos alargados no les hayasustraído al destino de ser clasificados por M. Prú-ner en la raza mongólica.

De igual modo que los trogloditas de Dordoña,y especialmente los de Cro-Magnon, pueden serasimilados á los iberos, á causa de la dolicocefa-lia y de su elevada estatura, los de la caverna deFurfooz, en Bélgica, en el valle del Lesse, afluentedel Mosa, que son también de la época del reno,pueden asimilarse á los ligurios á causa de subraquicefalia (relativa) y de su delicadeza de for-mas; pero el número de cráneos descubiertoshasta ahora en las cavernas es aún demasiado pe-queño para que me atreva á afirmar que las razasibéricas y ligúricas habitaban ya en España, eiiFrancia y en Bélgica en la época del reno, tanto

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148 REVISTA EUROPEA. % DE AGOSTO DE 4 8 7 4 . N.° 23

más, cuanto que se conocen otros cráneos doli-cocéfalos y braquicéfalos, que seria difícil, vistasu situación geográfica y sus caracteres particu-lares, relacionarlos con los iberos ó con los ligu-rios. El examen de los cráneos de Bélgica, quesólo en parte pertenecen á la época del reno, meha demostrado que podían ser divididos en cua-tro grupos distintos.

Partiendo de la idea de que la población primi-tiva era de origen turánico, se ha creido largotiempo que la primera raza era braquicéfala, yque la braquicefalia era indicio de un cerebropoco desarrollado. Los estudios modernos hanrefutado este doble error. Sábese ahora, no sóloque la braquicefalia es muy común en Alemania,en Francia y en Italia, y que el cerebro braqui-céfalo es mucho más grueso y desarrollado queel cerebro dolicocéfalo. Sábese además que grannúmero de los cráneos más antiguos son dolicocé-falos,y esto lo prueban los famosos cráneos dela caverna de Engis, en Bélgica, donde los restosde elefante primitivo, de mamuth, estaban mez-clados á los restos del hombre. Hasta entonceslos mayores sabios habian pretendido que el hom-bre no apareció sobre la tierra sino después de laépoca diluviana: en Engis fue donde, gracias á losinfatigables trabajos de Schmerling, se vio refu-'tada esta opinión, por primera vez, con la pruebade que el hombre existia en estado fósil.

La opinión emitida por mí de que la raza do-licocéfala de Engis diferia de la raza dolicocéfalade Cro-Magnon, ha sido recientemente adoptadapor los señores Quatrefages y Hamy; pero estosautores cometen después nuevos errores cuandoreúnen los cráneos de Engis, los de Canstatt, delNeanderthal y muchos otros en un grupo comúnque asimilan á los australianos modernos.

Como el cráneo más antiguamente conocido esel que ha sido encontrado en el campo de Ma-muths, cerca de Canstatt, dieron á la poblaciónprimitiva do Europa el nombre de raza de Cans-tatt. Desgraciadamente Mr. Hselder acaba de pu-blicar acerca del cráneo de Canstatt un trabajoque infunde grandes dudas sobre su antigüedad.Es imposible relacionar bajo el punto de vistaanatómico los cráneos de Engis y el de Neander-thal. Por último, los habitantes de la caverna deEngis tienen tantos puntos de relación con la na-turaleza de los esquimales, como con la de losaustralianos. Sin embargo, los australianos y losesquimales no se parecen; los primeros pertene-cen á la raza negra y los segundos á la raza ama-rilla.

Esta tendencia de la antropología comparadano es reciente, y se relaciona con la que consisteen hacer concurrir los pueblos prehistóricos á

una teoría del desarrollo de la humanidad basa-da en argumentos imaginados a priori. Los aus-tralianos y los esquimales son razas inferiores;luego las razas prehistóricas deben parecerse áellos; he aquí la deducción. Pero los cráneos másantiguos, los de Engis, de Olmo, de Cro-Magnonno presentan ninguno de los caracteres de lasrazas inferiores. Ni aun siquiera los que son pro-pios de los pueblos salvajes se encuentran en es-tos eráneos, exceptuando el de Neanderthal, yestá probado que esta circunstancia nacía decausas patológicas.

No hemos llegado todavía á poder determinarcon exactitud, siquiera aproximada, la situaciónde los pueblos prehistóricos de la época de piedra,que han sido los verdaderos pueblos primitivos deEuropa. No se ha descubierto la raza que tuvoprimeramente la forma humana, y que se suponedebe considerarse como el tronco único de dondehan salido todos los pueblos. Los adamüas nosfaltan. No sabemos ni siquiera cuando el hombrepisó por primera vez el suelo de Europa. Todosnuestros datos se refieren á tiempos en que la su-perficie de la tierra era lo que es hoy, aunquehayan variado de cauce algunos rios y se hayanapagado algunos volcanes, lo que hace que lasosamentas humanas y las obras de los hombreslas hayan sumergido las aguas en el fondo de lospantanos, ó las hayan cubierto torrentes de lava.Pero los más antiguos de estos despojos datan deldiluvio, de la época llamada cuaternaria. Verdades que, de vez en cuando, se mencionan ó síliceslabradas ú osamentas humanas que se suponendescubiertas en capas más antiguas de la corte-za terrestre; pero lo cierto es que en ninguna par-te se han encontrado rastros auténticos del hom-bre terciario, aunque su existencia no deba con-siderarse improbable. El hombre cuaternario, alcontrario, lo ha adquirido seguramente la cienciamoderna. Ha sido contemporáneo del mamuth, yacaso contribuido á la desaparición de este pode-roso paquidermo. Habitaba las mismas comar-cas que esos mamíferos gigantescos desapareci-dos desde hace tanto tiempo, el oso, el león, layena de las cavernas, el rinoceronte y el hipo-pótamo de los antiguos tiempos. La mandíbulainferior del oso de las cavernas, con sus podero-sos dientes caninos, servia de arma y de herra-mienta á los trogloditas del Harz, de los Alpes,del Mosa y del Dordoña. Cuando el frió del pe-ríodo de hielo empezaba á templarse, el reno,confinado hoy al extremo Norte de la Scandina-via y de Finlandia, extendía aún sus peregrina-ciones por Alemania, Suiza y Francia, hasta losAlpes y -los Pirineos, le encontramos siempre encompañía del hombre. Algunos indicios hacen

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N.° 23 SCHILLEB. EL CABALLERO DE LORGES. 149

suponer que este último le trataba ya entoncescómo animal doméstico. En las cavernas cali-zas de "Westfalia y de Suavia; en las de los va-lles del Lahn y del Mosa, lo mismo que en lasdel Mediodía de Francia, la grava que cubre elsuelo contiene numerosos testimonios de la in-dustria de los hombres. En todos estos sitios sehan encontrado cuernos trabajados y huesos, has-ta de renos.

¿Quién podría decir la distancia que separa es-tos tiempos de los nuestros? Mr. Braun ha tra-tado esta cuestión en su trabajo sobre el períodoglacial. Aunque, según él, no se colocara el tér-mino de este período sino nueve ó diez mil añosantes de nuestra cronología, este espacio de tiem-po serla suficiente para que nuestra imaginaciónpudiera admitir sin dificultad muchos cambiossucesivos en la población primitiva de Europa.Nunca en Europa los cálculos, aun de los histo-riadores más atrevidos, han remontado á más dedos mil años. Si concedemos este tiempo á lainmigración ariana venida de Asia, nada nos im-pedirá admitir que una emigración africana deigual duración haya podido verificarse en épocaanterior. El reno, al parecer, nunca pasó los Pi-rineos, y no se encuentra en Italia vestigio algunodel período glacial; podia existir en este país unarica población meridional, cuando nada inducíaá las razas inmigrantes á atravesar los glaciales.Esparcidos los arianos á lo largo de la costa delMediterráneo, y fundados los primeros pequeñosEstados de Europa, debían trascurrir mil años, yaun más, antes de que en las orillas del mar Bál-tico los pueblos de la edad de piedra vieran llegarlos primeros apóstoles de las épocas metálicas.

RODOLFO WIRCHOW,

Profesor de la universidad de Berlín;Miembro de la Cámara de Diputados de Prusia.

EL CABALLERO DE LORGES.

Inmensa concurrencia puebla el circo. El rey Franzpreside la fiesta rodeado de los altos dignatarios de lanación, y las más hermosas damas de la corte, cu-biertas de ricas galas, semejan una guirnalda de es-maltadas flores alrededor del anfiteatro.

Hace el rey la señal de costumbre; ábrese la puertadel recinto de las fieras, y da paso á un león de trazamajestuosa. El rey de las selvas sale con lentitud yse dirige al centro del redondel. Una vez allí, alzasu melenuda cabeza, pasea la vista con indiferenciapor la muchedumbre que puebla gradas y balcones,lanza un sordo aullido, que más parece indolentebostezo, y se echa en medio de la plaza.

El rey hace segunda señal; se abre de nuevo lapuerta, y sale por ella, dando un terrible salto, untigre feroz, ligero, flexible, ostentando una piel relu-cíante de vivísimos colores, y ojos que deslumhrancon fatídico brillo. Al ver al león se detiene sorpren;

dido, agita la cola y enseña los blancos y afiladosdientes; mas de repente, y tranquilo en la apariencia,se dirige hacia el sitio que ocupa la fiera, describiendoancho círcuto alrededor de ella, lanza después unronco gemido y se coloca, al fin, al lado del león,que permanece impasible.

A la tercera señal del rey, arrojan dos leopardoslas jaulas de hierro, y no bien aperciben al tigre saprecipitan furiosos sobre él, que ya los espera preve-nido, contesta con bravura á sus ataques, y los detie-ne con el esfuerzo poderoso de sus garras, que todolo arrollan en tan formidable lucha.

A su vez se levanta el león rugiendo de tal suerte,que las otras ñeras guardan silencio atemorizadas, ytoma parte en el combate con tal empuje que losleopardos ruedan á los pocos instantes por la calientearena, harta ya de la sangre que brota de las anchasy profundas heridas de vencidos y vencedores.

Entonces, y cuando era más intensa la fiebre queembravecía al tigre y al león, ebrios de furor conaquel espectáculo en que se vertía sangre propia yextraña, y del dolor además que les causaban las he-ridas, cayó entre ambas fieras un guante lanzado porla hermosa y blanca mano de la noble Cunegunda, lacual, volviéndose al caballero de Lorges, le dirigióirónicamente estas palabras:

—Si es vuestro amor tan grande como á cada horame lo juráis de rodillas, id, y recoged ese guante.

Saluda el joven á su dama por toda respuesta: bajaal redondel; marcha con paso firme y resuelto, y re-coge el guante de entre las ñeras, que se miran sor-prendidas de su audacia.

Pasado aquel momento de terrible ansiedad, y fueraya el caballero del riesgo mortal que acababa de afron-tar con tan sereno valor, prorumpen en vítores yaplausos los espectadores de tan conmovedora es-cena.

Disponíase Cunegunda á recibir al joven con unamirada de inefable dulzura, cuando éste, arrojándoleel guante al rostro:

—Sois más feroz que las ñeras,—la dijo; y sin aña-dir palabra, se alejó de aquel sitio que acababa de sertestigo del capricho extraño y cruel de Cunegunda yde su valor caballeresco.

SCHILLER.

Traducción de CÍRHKN Luccim.

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150 REVISTA EUROPEA.- 2 DE AGOSTO DE 4 8 7 4 . 2aBIBLIOGRAFÍA.

LAS 1633 NOTAS DE HARTZENBUSCHÁ LA PRIMERA EDICIÓN DEL QUIJOTE (1).

SUMARIO: Regalo de López Fabra.— Se pide la venia.—Pot las cin-chas del caballo.—Salteadores de caminos.— Respuesta confusa y sustraducciones.—Doña Rodríguez.—Opinión respetable de Godoy Al-cántara.—Provincialismo de Madrid.—Cebollas y cuchillos.—El Dic-cionario, Don Quijete y Cervantes.—Palabras del Ingenioso Hidalgoque no trae el Diccionario.—El carretón y el ferro-carril.—Juicios deFernandez-Guerra y de Barrantes sobre Hartzenbusch.—La fotografíay la imprenta. — Importancia y utilidad del facsímile del Quijotede 160S.—Muletillas de Cervantes.

Al Exorno, é limo. SeñorD. Juan Eugenio Hartzenbush, etc. ,etc, en Madrid.

Exorno, é limo. Señor:Mi querido señor y dueño: A la bizarría de nues-

tro común amigo López Fabra debí como regaloun ejemplar del bello facsímile del Quijote deJuan de la Cuesta. Luego recibí copia de Las milseiscientas treinta y tres notas que usted ha puestoá la expresada edición, con cuyo nuevo y valiosolibro ha vuelto á obsequiarme el antedicho editor.Este me honra y favorece con más de lo que yomerezco, razón por la cual siempre estoy conver-tido en su deudor; pero llevando con mucho gustola para mí satisfactoria carga del agradecimiento.

Aquí debiera yo consignar media columna desalvedades y pedir la venia como letrado que sepropone disparar varias saetas contra la provi-dencia de un tribunal. Para mí, Sr. D. Juan, elde usted, en materias literarias, vale mucho másque el Supremo de Justicia en asuntos jurídicos.Su sentir de usted hace á mis ojos de lo blanconegro, de lo negro blanco, de lo curvo recto y delo recto curvo, como diz que dicen las gentes delforo para ensalzar y ponderar la fuerza de la cosajuzgada. Sentado tal precedente, ruego á ustedque no vea en esta misiva más que una pruebade que he leido muy despacio y con singularísimodeleite, aun cuando con poco aprovechamiento yescasa minerva, el notable volumen con que acabausted de enriquecer á la literatura española y decausar el encanto de los cervantófilos.

** #Pena me causaría que desapareciesen de las

modernas ediciones del Quijote aquellas famosaspalabras (nota 85) de que el gozo le reventaba porlas cinchas del caballo. Aquí, como en el sudar losdientes á maese Pedro antes de rescatar su mono;en el apartarse los riscos y dividirse y abajarse lasmontañas para dar acogida á la bizarra doncellaDoña Clara de Viedma; en los nuevos mundos por

(1) Barcelona, Ramírez, 1874.

donde pensó pasar D. Quijote para no romperlas redes colocadas por las zagalas de la pastorilArcadia; en los pinceles y buriles de Parrasio,Timantes, Apeles y Lisipo, únicos capaces de re-presentar la hermosura de Dulcinea en tablas*mármoles y bronces y en otras locuciones análo-gas del gran libro, no veo más que el productológico de la fecundísima imaginación de Cervan-tes, empujada por las extravagantes aventurasde los libros caballerescos, por la sublime locuracon que dotó al Manchego y por los giros y modosde explicarse y de ponderar, que aun hoy dia tie-nen los chuzones malagueños ó sevillanos, y decuyos dichos, ocurrencias y costumbres se mos-tró Cervantes exacto y fidelísimo pintor en la ma-yor parte de sus escritos. Cualquier mozuelo dela playa de Sanlúcar ó del Poteo de Córdoba, en-tenderá muy bien, sin esfuerzo ni sombra de con-fusión, «que el gozo de D. Quijote por verse ar-»mado caballero, era tanto y tan fuerte, que sa«lióndosele del cuerpo, atravesaba la ropa, silla y«caballo, hasta salir impetuoso y reventar por las> cinchas de Rocinante.»

# #Salteadores de caminos llamó D. Quijote á los

cuadrilleros, devolviéndoles la misma calumniaque de ellos habia recibido (nota 877). Creo queasí debe leerse y conservarse, puesto que el Man-chego pone la estupenda añadidura de con Ucen-cia de la Santa Hermandad. Esto redobla y da granvalor á la réplica del Hidalgo. A él le dijeron la-drón á secas, y él contesta: «Vosotros sois peores,»sois ladrones convertidos, tolerados, autorizados»con la capa y sombra de la Santa Hermandad.»Que Cervantes no era devoto de la tal instituciónse prueba con este y con otros pasajes de sus obras.

Muy clara debe ser para los españoles, cuandoni usted ni otros comentaristas, que yo sepa, sehan ocupado en glosarla ó corregirla, cierta res-puesta de D. Quijote. Copiaré el párrafo en quese halla. «Aunque el mió es de los Cachopines»de Laredo, respondió el caminante, no le osaré»yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto«que para decir verdad, semejante apellido hasta»ahora no ha llegado á mis oidos. Como eso no ha-*brá llegado, replicó D. Quijote.»—Los extranjeroshallamos vacía de sentido semejante réplica. Siel Hidalgo, á quien no debió agradar que "Vivaldodesconociese el apellido del Toboso, quiso devol-verle la estocada, pudo contestar:

Como el vuestro no habia llegado i los míos; óPues con esto habrá llegado;ó bien en interrogativo y con admiración diria:

¿Esposiile que no haya llegado! etc., etc.I Citaré á usted, á fin de excusarle molestia en

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DOCTOR TilEm.iSSI-.lYl.- "IJAO I UVW

buscarlas, algunas versiones del renglón que meocupa para demostrar que tal como se encuentraen el texto, no lo han comprendido fuera de Espa-ña. Por curiosos tengo los giros extranjeros paraaclarar la oscuridad de la respuesta del manchego.

EN PORTUGUÉS.—...posto que a fallar a verdadesimilhante appellido nao chegou até agora aosmeus ouvidos. ¿Similhante appellido? ¡Certo quenao tereis ouvido, tornou Don Quixote, outrocomo elle.

En ITALIANO.—...adonta che mi sia ignoto inte-ramente. ¿Come ignoto?—replicó don Chisciotte.

EN FRANCÉS.—...á diré le vrai, ce soit ici la pre-miére fois que j'en entende parler.—¿Commentest il possible, rápondit Don Quichotte, quecela n'ait pas été jusqu'a vous?

OIRÁ EN FRANCÉS.—Quoique ma famille... soiedes Cachopin de Laredo, je n'oserais la mettreen paralléle avec celle du Toboso de la Manche; etpourtant, á vrai diré, ce nom et ce titre n'etaientpas encoré arrivés jusqu'á mes oreilles.—C'es»pour cela (es decir por ser usted un miserable Ca-chopín de Laredo) qu'ils n'y sont point arrivés,repondit Don Quichotte.

EN INGLÉS.—...such appellation hath till nowever reached my ears.—¡It is possible you shouldneverheard it! exclaimed Don Quixote.

OTRA EN INGLÉS.—...i never before heard of anysuch generation. How, not heard! replied DonQuixote.

EN ALEMÁN.—¿Wie davon ware Euch nichts zuOhren gekommen.

Excuso añadir traslados rusos, holandeses ysuecos, pues poco más ó menos se hallan calca-dos sobre algunos de los que señalo. La mayorparte de las traducciones del Ingenioso Hidalgohan sido hechas teniendo á la vista el textoinglés ó francés, y pocas veces el castellano.Claro es que ninguna lengua de Europa es-tampa la confusa respuesta de como eso no habrállegado, que fue la dada por D. Quijote, segúntodas las ediciones impresas en lengua española.

*» *

Dijo Clemencin que para él era caso nuevo elnombre de Rodríguez, que parece de razón, apli-cado á la Dueña de la Duquesa, y que debió de-cirse la Rodríguez. Usted consigna (nota 1337)que no hace buen efecto llamar á las mujeres porsólo su apellido. Aquí el Rodríguez no es nom-bre de familia, puesto que la servidora de la Du-quesa manifestó que se llamaba Doña Rodríguezie Grijalva, y por Doña Rodríguez se nombrarepetidas veces en el discurso de la novela. Elnotabilísimo Ensayo sobre apellidos castellanos,por D. José Godoy Alcántara (Madrid, 1871,pág, 67) justifica que Cervantes no faltó á los

giros y modismos del lenguaje de su tiempo, lla-mando Rodríguez á secas á la Dueña; y para pro-bar su opinión cita varios testamentos de perso-nas de cuenta otorgados en el siglo XVI, en loscuales se lee Pineda, mi criada... Delgadillo, miprima monja... Carranza, mujer de Juan de Sa-las, etc., demostrando que son designaciones fe-meninas por sólo el apellido, sin necesidad delartículo que echó de menos D. Diego Clemen-cin. Desde los tiempos de San Luis, dice PierreDufour (ó quien así se apellida) en su célebreHistoire de la Prostüution, que el artículo seaplicaba á las mujeres de la vida airada. Lopropio sucedía y sucede en España, y por esoCervantes se lo pone á la Tolosa y a t e Molinera,ó bien á las pobres gentes como la Ricota. Tam-bién lo llevan, tanto en la historia como en nues-tra época, la famosa humanista la Sigea, la escultora la Roldana, la actriz la Ristori, etc., etc.Resumiendo diré que el artículo femenino so-lamente se aplica en España á tres cleses demujeres: á las altas y distinguidas; á las bajas yhumildes, y alas traídas y llevadas. La costum-bre de que las clases medias de Madrid digan casisiempre la Pepa, la Juana ó la Antonia, no pasade ser un provincialismo, una excepción con ri-betes de ridicula de la regla general que se dejaconsignada. El público, dice el sabio Godoy Al-cántara en su escrito ya citado, no le aplicaba ella á la mujer, ni aun de humilde esfera, quepor algún concepto pretendiese á respetabilidad,en cuya clase, por razón de posición y oficio, es-taba comprendida la Dueña Doña Rodríguez deGrijalva (1). Casi todo este párrafo, Sr. D. Juan,reza con Clemencin y no con usted.

^ ** *

Al describir aquella famosa comida dada áSancho por Ricote y demás peregrinos que leacompañaban, dice el texto lo siguiente:

«Todos traían alforjas, y todas, según pareció,«venian bien proveídas, á lo menos de cosas inci-ntatívas y que llaman la sed de dos leguas- Tendié-ronse en el suelo, y haciendo manteles de las«hierbas, pusieron sobre ellas pan, sal, cuchillos,«nueces, rajas de queso, huesos mondos de ja-»mon, que si no se dejaban mascar, no defendían»el ser chupados. Pusieron asimismo un manjar«negro, que dicen que se llama cabial, y es he-»cho de huevos de pescado, gran despertador de»la colambre; no faltaron aceitunas, aunque secas»y sin adobo alguno, pero sabrosas y entreteni-

(1) Creo que una sola vez (capítulo L, parte segunda), cuando oyóla Duquesa que la Rodríguez había echado en la calle el Aranjuez detu» fuentes, se nombra en el Quijote á la duefta precedida del articulofemenino. En los demás pasajes de la fábula se dice Biempre Hodriquez 6Doña Rodriguen.

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•das... Comenzaron á comer con grandísimo gus-»to y muy despacio, saboreándose con cada bo-»cado, que le tomaban con la punta del cuchillo y«muy poquito de cada cosa.»

Llamada la atención sobre lo que apunto enbastardilla, me ocuparé de la nota núm. 1453. ALla duda de usted relativa al uso de la sal en estacomida, le contesto que hoy mismo suelen loscampesinos y cazadores de Écija, de Morón y deCarmona, agregar un polvo del dicho condimentoá las aceitunas secas y sin adobo, que continúansiendo en este siglo, como en el XVI, sabrosas yentretenidas para los paladares á ellas acostum-brados.

Con respecto á Jos cuchillos, casi nunca olvidaCervantes mencionarlos en los más ó menos fru-gales convites que describe. Cuando riñó D. Qui-jote con el cabrero, andaba éste buscando á ga-tas algún cuchillo de la mesa para tomar sangui-nolenta venganza; con la punta del cuchillo dioel canónigo al expresado cabrero los lomos de unconejo fiambre, y ninguno de los catorce comen-sales de Monipodio dejó de sacar su cuchillo decachas amarillas al sentarse alrededor de aque-lla estera cubierta con sábana por manteles.Calculo que por dicha razón los nombró Cervan-tes entre las cosas que los peregrinos pusieronsobre las hierbas, cuidando de añadir, á los pocosrenglones, que no tomaban el alimento con lamano sino con la punta del cuchillo, y muy poqui-to de cada cosa.

No estoy enamorado de la fuerza de mis argu-mentos, y usted podrá replicar, y con razón, quelos cuchillos no son cosa de comer, y que así nodeben colocarse, ni Cervantes los colocó jamásen la lista de manjares, ó menú como ahora sedice. Cierto y conforme, Sr. D. Juan. Pero tam-bién convendrá usted conmigo en que las mal-ditas cebollas crudas no pudieron escaparse enesta ocasión de la pluma del soldado de Le-panto. A ellas y á los ajos profesaba enemiganuestro autor (1). Recuerde usted estos pasajes:

No comas ajos ni cebollas (aconseja D. Quijo-te á Sancho) porque no saquen por el olor tu vi-llanería.

Bellaco, harto de ajos, dice colérica la DueñaRodríguez á Sancho.

Don Villano, harto de ajos, exclama D. Qui-jote al querer darle á la fuerza seis mil seiscien-tas azotes.

(1) Para este punto y para cuantos se relacionan con la parte gas-tronómica del Ingenioso Hidalgo, léase el discreto y erudito trabajo LACOCINA DEL QUIJOTE, con cuya dedicación me favoreció mi antiguo yexcelente amigo el limo. Sr. D. Cesáreo Fernandez Duro, capitán deMarina, etc. Véase el periódico de Madrid La Ilustración Española yAmericana de los días 8, 16 y 24 de Setiembre de 1872, donde se hallaimpreso.

Hija del harto de ajos, llámase á sí mismaSanchica.

Cuando el Hidalgo llegó á subir á la encantadaAldonza sobre su hacanea, le dio un olor de ajoscrudos que le encalabrinó y atosigó el alma.

Vengamos á las cebollas, á quienes Cervantesconsideró siempre como el límite más ruin, vi-llano y miserable en el orden de los manjares.

El buen Panza dijo que mejor queria susten-tarse siendo Sancho á secas con pan y cebolla, queGobernador con perdices y capones. Con grangusto cenó un salpicón de vaca con cebolla, ad-virtiendo al doctor Recio que no le diese de co-mer cosas regaladas ni manjares exquisitos, puesseria sacar de sus quicios á su estómago acos-tumbrado á cabra, tocino, nabos y cebollas.

El hambriento Gobernador de la Barataría so-licitó del maestresala algo de yantar, aunquefuese un pedazo de pan y una cebolla. Poco des-pués de la aventura de los frailes benitos, pidióel Hidalgo de comer á su escudero. Este pre-sentó una cebolla, un poco de queso y mendrugosde pan, advirtiendo que no eran manjares dignosde tan valiente caballero. Quijano advierte quelos andantes se alimentarían con viandas rústi-cas, tales como las ofrecidas por Sancho.

El mismo replica á su amo cuando le hacia lagran merced de sentarlo á su lado para comercon los cabreros, que mejor le sabia lo que toma-ba en su rincón, aunque fuese pan y cebolla, quelos gallipavos de otras mesas.

Un pedazo de pan y cuatro libras de uvas re-clamó Sancho al mandar que metiesen en un ca-labozo al doctor Recio, y solamente medio pany medio queso demandó al salir de la ínsula. Enninguna de estas apretadas y hambrientas oca-siones se acordó de las cebollas.

Ahora bien: si las alforjas de Ricote y de sugente venían, como dice el texto, bien proveídas,de seguro que no encerraban cebollas, pues noeran ellas buena provisión, según el paladar deCervantes, ni la mencionada hortaliza puede con-tarse tampoco entre las cosas incitativas y quellaman la sed de dos leguas.

Quite usted, si le parece, la sal y los cuchillos;pero por la salud de Brillat-Savarin, reemplácelosusted con sardinas en lercha, con salado curadilloó con otra cualquiera cosa análoga, y nunca conlas picaras cebollas crudas, picantes para la len-gua, desagradables para las narices, promovedo-ras de lágrimas para los ojos, y relegadas siemprepor Cervantes al más bajo escalón de los alimen-tos humanos.

Creo que son poquísimos los escritores que hanconseguido el señalado triunfo de que los nom-

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N.° 23 DOCTOR THEBUSSEM. LAS 1 6 3 3 NOTAS DE HARZENBUSCH. 153

brés propios de sus personajes fantásticos lleguená figurar en los léxicos como comunes, enrique-ciendo así el idioma de su patria. Fray Gerundiode Campazas y D. Quijote de la Mancha son, si nome engaño, los únicos que han alcanzado en Es-paña semejante lauro. La undécima edición aca-démica del Diccionario de la Lengua Castellanacontiene los siguientes párrafos:GERUNDIADA.—Expresión hinchada y ridicula con

que se afecta impertinentemente erudición éingenio, sobre todo en oratoria sagrada.

GERUNDIO.—El que habla... en estilo hinchado,afectando... ingenio y erudición...

DULCINEA.— La dama ideal de D. Quijote. Hoy,en estilo familiar, se dice aludiendo á la mu-jer querida.

MARITORNES.—La moza ordinaria, fea y hombru-na, por alusión á la que con este nombre in-trodujo Cervantes en el D. Quijote.

QUIJOTADA.—La acción ridiculamente seria...QUIJOTE.—El nombre ridiculamente grave... El

nimiamente puntilloso. El que á todo trancequiere ser juez ó defensor de las aosas que nole atañen. En este caso suele ir precedido delDON.

QUIJOTERÍA.—El modo de proceder ridiculamentegrave...

QUIJOTESCO.—Lo que se ejecuta con quijotería...QUIJOTISMO.—Exageración de los sentimientos ca-

ballerosos...ROCINANTE.—Rocin matalón.

Quien tiene lo más debe pretender lo menos. Ydigo implorando el favor de usted, para que, si leparece justo, interponga su autoridad ó influjo áfin de que en la futura edición del Diccionario denhospedaje á todos ó á parte de estos vocablos:CERVANTESCO, CERVANTINO.—Véase Cervántico.CERVÁNTICO.—Lo perteneciente á Cervantes. Aplí-

case al estilo, lenguaje, ó giros de un escri-to, cuando son ó se asemejan á los de dichoautor.

CERVANTISMO.—La condición de Cervantista.CERVANTISTA.—El que estudia, comenta ó es muy

afecto á los escritos de Miguel de Cervantes.CERVANTÓFILO.—Véase Cervantista.

Varios distinguidísimos escritores, entre loscuales cuento á usted en primera fila, han usadoalgunas de dichas palabras, y por si usted no dacrédito á las mias, apelo á la columna segunda,página 199 de las eruditas Notas, de que me ocu-po en la presente misiva. Si el ya mentado Dic-cionario da hoy honrada colocación á medio cen-tenar de palabras, cuyas raices, según expresa elmismo libro, son nombres de santos, de filósofos,de reyes, de revolucionarios, de poetas, de artis-tas, de herejes, de médicos, de escritores, de

geógrafos, etc., etc., tales como Isidoriano, Pla-tónico, Isabelino, Carlista, Pindárico, Churrigue-resco, Luterano, Hipocrátíco, Ciceroniano, Coper-nicano, etc., etc., creo que nadie podrá tachar demaquiavélica á la Academia Española, porque alhonrarse á sí misma honre también á los deriva-dos del ilustre nombre de CERVANTES, colocadosen las columnas de su futuro Diccionario. Claroes, Sr. D. Juan, que no siendo yo académico,he de usar sin el menor escrúpulo y siempre quese me antoje cualquiera de las antedichas pala-bras, apúntelas ó no el catastro oficial de laAcademia. Haga ésta su santa voluntad; hagayo la mía, y Cristo con todos. Por si pega, ycomo último argumento en pro de la causa quedefiendo, recuerde usted que en Francia llamanMontagnophiles á los aficionados ó coleccionistasde las obras del famoso escéptico y profundo escritor Miguel de Montaigne.

* #Volvamos á las Notas.—Me encanta la discreta

observación que hace usted (número 1.191) aldecir que á Cervantes se le entiende siempre. Poreso, hasta nosotros los extranjeros adivinamosaproximadamente el sentido, no sólo de las locu-ciones obscuras, sino también de las palabrasbienintencionadamente, baciyelmo, pantalla, admi-nicula, y otras varias apuntadas en el Quijote, yque no se hallan en ninguno de los mejores diccio-narios de Europa. En cuanto á la construcción ypaciencia que revelan las glosas de usted, me fal-tan palabras bastantes para encarecerlas.—No esla de usted la erudición fastidiosa plagada decitas, acotaciones y referencias para demostrarlo mucho que vio y leyó el autor; no señor.Usted nos presenta su obra sin la andamiada quesirvió para levantarla. Usted nos la entrega lim-pia, esbelta y galana. Causa angustia (y vaya desímil) ver al pobre rocin arrastrando penosamen-te el carretón en que conduce corta cantidad depaja, y por el contrario, el ánimo se alegra alcontemplar la fornida locomotora que, sin que-branto ni apérente esfuerzo, arrastra wagonesatestados con lingotes de hierro. Las obras deerudición me producen un efecto análogo al querevela el antedicho ejemplo, y excusado será aña-dir que al repasar las Mil seiscientas treinta y tresnotas de usted á la primera edición del Quijote,creo ver á la potente máquina llevando con tantasoltura como equilibrio tamaña balumba. Es ne-cesaria una vista superior á la que el vulgo suponeen el lince, para percibir ciertas erratas de las queusted ha notado en el libro de Juan de la Cues-ta. La firmeza de memoria, la rectitud de juicio,el profundo estudio que ha hecho usted de lasobras de Cervantes, y los extensos conocimien-

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154 REVISTA EUROPEA. 2 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 . N.° 23

tos que usted posee en el habla castellana, serevelan desde la Advertencia con que comienza elvolumen, hasta los artículos intitulados Conclu-sión y Lope con que remata. Un sabio de tomo ylomo, compañero de usted en la Academia Espa-ñola, y persona á quien yo venero y respeto entodo lo que se merece, me decia hace pocos años,hablando de usted, las palabras que voy á repe-tir: «Es admirable lo que Hartzenbusch sabe: es«una biblioteca andando: lleva en su cabeza«cuanto ha leido: todo lo recuerda, todo lo co-»menta y en todo falla atinadamente.» Con diver-sa forma, pero coincidiendo en el fondo, acaba dehacerse otro juicio de usted. Hállase éste en uncuaderno de poco volumen y de mucho peso, quecontiene el Discurso leido ante la Academia deHistoria en 21 de Junio de 1874, por mi amigo elExcmo. Sr. Barrantes. Dice al hablar de D. Agus-tín Montiano, que era modelo de hombres laboriososy de escritores concienzudos, especie de Hartzen-busch de aquellos tiempos, aunque el nuestro le llevagran ventaja. Atestiguo con estas dos citas respe-tables para dar mérito á mi opinión, y para queno vea usted en ella, ni la sombra de la lisonja,ni la parcialidad del amigo.

La reproducción fotográfica de la primera tiradadel Quijote, puesta seca y sin glosas en manosde nosotros los lectores vulgares, no pasaría deser una curiosidad ó una bartatija bibliográfica,si no la considerábamos como prueba física de ungran adelanto industrial. El coronel López Fabra,que sabe lo que se dice y sabe lo que se hace, dele-gó en usted el complemento literario de su trabajo.Ahora pueden apreciarse las variantes, las faltasy los descuidos de redacción y de imprenta conque salió á luz la obra, á quien los años, contra-viniendo al orden de naturaleza, dan juventud ylozanía, en lugar de vejez y debilidad. Ahora entres volúmenes tenemos á la vista las más anti-guas y autorizadas ediciones del Ingenioso Hidal-go: ahora cada cual puede hacer en su retiro elestudio, las comparaciones y los comentos á quemás se preste su inclinación y su carácter. La fo-tografía en el siglo XIX ha sido para las rare-zas de la imprenta, lo que la imprenta fue enel XV para los manuscritos. Ambos inventos hanconvertido en vulgar lo raro; es fácil de adquiriren propiedad lo que era favor disfrutar comopréstamo; ámbos^ han seguido una marcha aná-loga; ambos han pasado en corto tiempo desde laniñez á la virilidad. La infancia de la imprentaprodujo estampas antes que letras, y el daguer-reotipo dio retratos antes que libros. Los primerosvolúmenes de molde se vendieron como si fuesenescritos á mano, así como hoy se han enajenadopor autógrafos algunos facsímiles fotográficos.

Las antiguas ediciones del Quijote, ilustradaspor usted, pueden probar, entre otras cosas, laprecipitación con que Cervantes escribia, la prie-sa con que trasladaba al papel con abreviaturasy en maldita letra procesada, los pensamientosque bullían en su cabeza. De aquí nacieron esasmil faltas que aumentó la imprenta por mala lee"cion unas veces, y por mala inteligencia otras;faltas que ni el corrector de pruebas de casa deCuesta, ni el licenciado Murcia de la Llana, ni elmismo Cervantes, cada cual por motivos diferen-tes se curaron de enmedar ni de corregir. El au-tor creo que era el menos á propósito para seme-jante faena. Preocupado con el plan de su libro,impregnado quizá en algo de la elevadada locurade Quijano, viejo, pobre, perseguido por la som-bra de Avellaneda, y lleno de hastío y de sinsabo-res , mal artífice de lima y pulimento debia ser yfue, quien en el orden físico descargó el golpe delridículo sobre la paciencia, prolijidad y descansoque se necesitan para hacer jaulas y palillos dedientes ó polidas cucharas, y otras zarandajaspastoriles; y en el literario estropeaba las citasequivocando hasta el nombre de sus autores.

*# *Asegura un proverbio inglés que por una pe-

queña grieta puede entrar mucha luz. No sé sialguien se ha ocupado en señalar las muletillas deios escritos cervánticos. Ellas podrán ser, uni-das con otros datos, un indicio que no estorbepara juzgar si son ó no de dicho escritor los librosque dejó descarriados y sin el nombre de su due-ño. Las muletillas, ó si el nombre es ofensivo, loselegantes resortes gramaticales y retóricos usa-dos oportuna y lindamente, pero con pluma pró-diga, por Miguel de Cervantes, quizá confirmencon argumento moral, la idea que antes apuntorelativa á la priesa con que dicho autor escribia.

Después de los nombres de personajes, de laspreposiciones, verbos auxiliares y demás palabrasque vienen á ser como la sangre del discurso, lasque más prodiga Cervantes en varias de sus obras,usándolas con lujo en el Quijote, y con verda-dero despilfarro en los últimos capítulos de dicholibro; las que pone en boca de todos los interlo-cutores de la gran novela, son á mi parecer, EN FIN,E» RESoiuciON y FINALMENTE. Vea usted un cuadrosinóptico tomado de la edición de Clemencin:

En fin. En resolución. Finalmente.

Tomo 1 3 5 3» II 2 7 1» III 6 11 12» IV 4 4 23» V 4 12 20» -VI 4 6 3 1 _

TOTALES 23 45 90

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N.° 23 CARLOS COELLO. LA MUJER PROPIA. 1 5 5

¿No parece esto revelar el afán de acabar laprecipitación en escribir, y Analmente el deseo decondensar en pocas palabras el pensamiento queantes dejaba estampado? ¿No retrata este totaldeciento cincuenta y ocho locuciones análogas, alpoeta y al hombre de imaginación y de viveza,más bien que al matemático ó al escritor que tra-baja con sosiego y en apacible calma?

Usted dirá y fallará sobre este y sobre los de-mas puntos de la presente misiva. Si todos ellosson disparatados ó impertinentes, cantaré gus-toso la palinodia. De lo único que no pienso re-tractarme es de lo honrado que me hallo con laamistad y atenciones que usted dispensa á estesu servidor Q. L. B. L. M.

Excelentísimo é Ilusivísimo Señor:E L DOCTOR THEBUSSEM.

Londres; Picadilly 24; S, Julio.—1874 años.

LA MUJER PROPIA.L E Y E N D A D R A M Á T I C A D E L S ' G L O X V I .

(Continuación.) *

ESCENA XIV.PÉREZ y COELLO que sale por la izquierda conESCOBEDO, el cual se retira inmediatamente por

el lado opuesto.

ESCOBEDO.

¡Si yo no tengo valor!¡Si tengo helada en las venasla sangre I

COELLO.

(Convozdébii.) ¿ T e v a s ? . . .

ESCOBEDO.

Si.COELLO.

Apenaspuedo andar...—Pérez...

PEBEZ.

¡Señordon Alonso!

COELLO.

Dadme, os ruego...PÉREZ.

¿Qué?...COELLO.

Apoyo.(Cogiéndose del brazo que Pérez le ofrece con solicitud.)

PÉREZ.

Me honráis á fe.(¡Quién sabe si yo tendré

* Véanselo» números 20 y 21 , págs. 84 y 84.

que pedírtele á tí luego!)¿Qué os pasa?

COELLO.

Va á comenzarla ceremonia...

PÉREZ.

(Con exagerado interés.) ¡ D e C Í S

que va...COELLO.

¿Pues también sentísvos...

PÉREZ.

Yo no puedo mirarcon ánimo indiferentetan duro, tan inhumanodolor, hiriendo á un ancianotan digno... (Y tan influyente.)

COELLO.

¡ G r a c i a s ! . . . (Con efusión y apretándole las manos.)

PÉREZ.

Yo sufro á mi vez...COELLO.

Mi sueño era ver á JuanaC a s a d a . . . (Confidencialmente.)

PÉREZ.

Sí, hallar mañauajuventud en la vejez.

COELLO.

Tranquilidad.PÉREZ.

Y el consuelomayor que la vida encierra:morir... rodeado en la tierrade los ángeles del cielo.

v<* C O E L L O .

¡Nietos!... ¡Oh! callad, callad...PÉREZ.

Y, excepto Vázquez, ningunapersona á la alta fortunaaspiró de...

COELLO.

¿No es verdadque es extraño?

PÉREZ.

¡Noque no!COELLO.

En cuna y riqueza ¿quiéncompite con mi hija?

PÉREZ.

(Bienmirado lo tengo yo.)

COELLO.

Pues si de la monarquíahoy alcanzo en el gobiernoinflujo y poder, mi yerno,naturalmente, sería....

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156 REVISTA EUROPEA.—2 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 . N.° 23

PÉREZ.

(¡Qué idea!)COELLO.

Estáis silencioso.grave...

PÉREZ.

Vuestro afán provocaá... (Si es imposible... ¡y loca!...i Si hasta eso tiene de hermoso!)¡Ay!...Suspirando y llevándose una mano á la frente con expresión de angustia.)

COELLO.

Pérez... ¿quédesvaríoes este?

PÉREZ.

Perdón... Yo os dejo.Vuestro llanto es un espejoen que se refleja el mió,y unirlos, pienso, señor,que es remedio inoportuno;de dos ríos se hace uno...pero se hace uno mayor.—Adiós.

COELLO.

Oid... No me explico...PÉREZ.

Me voy... temo no ser firmepara...

COELLO.

(Cogiéndoledeibrazo.) N o os v a i s s in d e c i r m e . . .PÉREZ.

¡Oh! n u n c a . . . (Como aterrado.)COELLO.

Yo os lo suplico.PÉREZ.

No.COELLO.

Y si es fuerza que os lo exija,por mi autoridad reclamo...

PÉREZ.

(Seré obediente.) Yo amocon pasión á vuestra hija.

(En tono 6 la vez humilde y exaltado.)COELLO.

¡Vos?...PÉREZ.

Ya os he dicho que sí.COELLO.

¿Estoy despierto ó soñando?...(En la mayor inquietud.)

¿Qué vos la amáis?... ¿Desde cuándo?PÉREZ.

Desde... desde que la vi.COELLO.

¿Sí?...PÉREZ.

¿Quién, viéndola, dejó

amarla para después?COELLO.

Antes la elogiasteis...PÉREZ.

¡Pues!...(Ya no me acordaba yo.)

COELLO.

Mas ¿qué es lo que os ha obligadoá callar?...

PÉREZ.

Que la maliciano atribuyese á codiciaó ambición mi afecto honrado.

COELLO.

Pues ¿quién á tales creencias (Concaior.)puede...

PÉREZ.

Como sabe el mundoque lo cierto está profundo...

(Llevándose la mano al corazón.)

se atiene á las apariencias.COELLO.

Nadie debe sospecharque en vos tal bajeza cabe.Tenéis ingenio y... ¿Quién sabe

(El rostro de Pérez se anima.)

á dónde podéis llegar?¿No os estima el soberano?¿Y yo...—¡Vos fuerais esposode m i J u a n a . . . (Muy abatido.)

PÉREZ.

( ¡ A h í ) (Con alegría.)

COELLO.Y yo dichoso

á recordar más temprano.En la virtud da al travésdel vulgo el encono fiero.

PÉREZ.

¡Ah!. . . SÍ aún fuera t iempo! (Con mucha expresión.COELLO.

(Después de una brevísima pausa, alzando repentinamente la cabeza.)

Pero¿quién dice que no lo es?

PÉREZ.

(¿A que él mismo va á empujarme...)COELLO.

Con probar ¿se perderíaalgo?

PÉREZ.¡Aquí... y en este dia!

(No tiene el viejo un adarmede juicio.)

COELLO.

¿Dudáis?PÉREZ.

Sí; dudo.

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BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS. 157

no es posible. (Así se aumentasu afán.)

COELLO.Tal se nos presenta

lo que vemos á menudo,en la vida. Satisfechoniega lo que no comprendeel hombre ¡y no se sorprendedespués que lo mira hecho!¿Imposible? ¡Para Diostodo es posible! Ella ignoravuestro afecto, y hasta ahora,siempre me ha hablado de voshaciendo justicia plenaá la instrucción y al talentoque tenéis... Y, hace un momento,al verme llorar de pena...ha llorado... ¡Sil Mi hijame quiere... ¡Vaya! ¿Quién pudodudarlo? Y yo... Yo no dudoque hará lo que yo la exija.Porque yo no tengo empeñoen labrar su desventura...Y esto no es una locura,ni un disparate, ni un sueño!—Voy por ella. Meditadlo que la decís y cómose lo decís... ¡Mucho aplomo!|Muchísima habilidad!...Y dadme un abrazo, dos,tres... ¡mil!... ¡Mi hija casada!...

(Volviendo desde la puerta, y retirándose por la izquierda.)

—Ycreedme... Antonio... no hay nadaimposible para Dios.

ESCENA XV.PÉREZ solo un momento; después COELLO, quewuelveá salir por donde entró, trayendo de la manoü DOÑA JUANA prendida ya para la profesión;

corona de rosas, velo, etc.PÉREZ.

Bien. (Como resignándose.) An ton io ¿estás t a n locotú como el mísero viejo?...Yo... ni le empujo ni dejode resbalarme tampoco.—A dar cima á tal empresa...Noble... rico... y el futuroministro... Y el Rey segurode que no amo á la Princesa...Si con mi intención no salgo...Pero la divina graciame ha dado genio y audacia...¡Empleémoslos en a l g o ! (Pérez se aparta aun lado.)

DONA JUANA.Antes expl icadme. . . (Eniapuerta.)

COELLO.

Vea

conmigo.DOÑA JUANA.

Como queráis.COELLO.

¿Tú anhelas mi bien?...DOÑA. JUANA.

¿Dudáisque yo anhele vuestro bien,señor?... Pérez...

PEREÍ.

(Dando un paso hada eiios.) ( Y a p r e n d i d a . . .¡Hermosa está, voto á briós!...)

COELLO.

De lo que aquí habléis los dos,Juana, depende mi vida.

DOÑA JUANA.

¿Pues...COELLO.

Me hallo muy poco fuertepara perder esta nuevailusión... Oye, y apruebasus palabras... ó mi muerte.

DOÑA JUANA.

Vos mandáis con justo título...mas ved que la corte estáesperándome, que vaá congregarse el capítulo.

COELLO.

Veré a l Rey. (Dona Juan» va a hablar.) E l labio sella.(Aquí os dejo con mi honor, (APCTW.)

PÉREZ.

Podéis confiar, señor,en mí...

COELLO.

Ya lo sé... y en ella.)

CARLOS COELLO.

(La continuación en el número próximo.)

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Academia de Ciencias de Paris.20 JULIO.

Se da cuenta de que la Asamblea nacional ensu sesión del 18 ha aprobado por 532 votos con-tra 24 el proyecto de ley concediendo á M. Pas-teur, como recompensa nacional por sus trabajoscientíficos, una pensión anual de 12.000 francos,que podrá ser trasmitida, por la mitad del impor-te, á su viuda.

—M. Du Moncel presenta el resultado en susexperimentos sobre los cuerpos leñosos, los cualesson tanto más conductores de la electricidad,cuanto más humedad contienen. Si se les quitatodo el agua por medio de la presión, su con-

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158 REVISTA EUROPEA. 2 DE AGOSTO DE 1 8 7 4 . N.° 23

ductibilidad disminuye de una manera notable.—M. Bertrand da cuenta de sus experimentos

sobre la acción recíproca de las corrientes, y diceque en todos los tratados de física se estableceque dos elementos de corriente se atraen cuandoson en el mismo sentido, y rechazan en el casocontrario; pero que esta proposición es falsa ydiametralmente contraria á lo que resulta de laley de Ampere.

Academia de geografía de Faris.

EXPLORACIONES EN CHINA.

M. Daubrée comunica por encargo del abateArmand David un resumen de su viaje durantelos dos años últimos, y presenta un mapa de laChina, en el cual ha trazado el itinerario del céle-bre viajero naturalista. El diario detallado se im-primirá en los Anales dv, Museum, y comprende larelación de un viaje al Kan-Sou, una estancia decinco meses en la cadena de los montes Tsin-Lin,que encierra una fauna poco diferente de la deChen-Si, y una exploración bastante fructuosa alKiang-Si y al Pokien oriental, que es un magní-fico país para los naturalistas. Cuatrocientasleguas de navegación en el Yang-Tse, y, sobretodo, ocho meses de excursiones en las dos pro-vincias que acabamos de nombrar, le han dadopor resultado un buen número de descubrimien-tos importantes para la zoología. Además de ungran número de tipos raros y poco conocidos, elsabio misionero ha enviado al Mitsewm, dondeestá expuesta su coleocion, muchas especies com-pletamente nuevas. La China del Norte tiene unafauna bastante homogénea, pero la China del Surforma un conjunto abigarrado, desconocido hastaahora, y que comprende, al mismo tiempo, espe-cies septentrionales y meridionales.

M. David llama de paso la atención de los geó-logos sobre los yacimientos de carbón que mon-sieur Richthoffen acaba de estudiar especialmen-te, y que son muy numerosos en el interior; ydescribe una formación cuaternaria muy notableque ha examinado en Hoang-Keon. Son capasinmensas que no encierran ningún fósil marino,y que tienen generalmente un espesor de varioscentenares de pies.

El abate David termina esta comunicación poralgunas consideraciones sobre la población deChina, que cree mayor de los cien millones de ha-bitantes que le atribuye M. Richthoffen. En apo-yo de su opinión cita las estadísticas de variosmisioneros, y, partiendo de la población media delos cantones primero y de los departamentos des-pués, deduce una cifra de 300 millones de habi-tantes en todo el Imperio celeste, que es lo quele parece más aproximado á la verdad. Explicala divergencia que existe entre los autores actua-les en este punto, por los grandes cambios reali-zados en la población á causa de los trastornosrecientes. La mitad, las dos terceras partes y has-ta las cuatro quintas partes de los chinos handesaparecido de ciertas localidades.

BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES.

El gobierno prusiano ha destinado una buenaparte de la indemnización de guerra que le ha pa-gado Francia á aumentar el presupuesto de Be-llas Artes, y gracias á ello ha podido adquirir elEstado una importantísima colección de cuadros,el museo llamado de Suermondt, que le ha cos-tado 340.000 thalers (unos cinco millones de realespróximamente).

Las escuelas francesa é italiana tienen poca re-presentación en esta colección, pero las escuelasespañolas tienen en ella numerosas y magníficasmuestras. Cuando el museo de Berlín se abrió alpúblico casi no poseía cuadros españoles, perodespués se compraron algunos Murillos en lasventas del mariscal Soult y del rey Luis-Felipe,especialmente el famoso San Antonio de Pádna.

La galería Suermondt encierra veintiún lien-zos de pintores españoles de gran importancia.Entre los antiguos figuran Alonso Cano, Coelloy Yelazquez. De este último hay dos retratos,uno de ellos de la reina Isabel, de tamaño na-tural, y en pió. Murillo está representado poruna obra de primer orden, una Virgen sentadacon el niño Jesús. También llaman la atencióndos lienzos de grandes dimensiones, un San An-tonio de Páduu, de Antonio Pereda, y un Cristoen la cruz de Mateo de Cerezo. Así lo consignauna carta de Berlín, y así lo reproducimos, no sinañadir que la escuela flamenca está representadapor tres magníficos cuadros de Van Eick, y laalemana del siglo XVI por otros tres de Holbein.

* •

En Paris se están haciendo por M. Coblenceclichés galvánicos, cuyo objeto es sustituir á laestereotipia antigua. Por un procedimiento pare-cido al de los galvanos actuales de grabados, sehacen ya de texto y de láminas, de modo que en-vuelve un gran adelanto, especialmente en loaprecios, pues se obtienen clichés de texto congrabados á un céntimo de franco el centímetrocuadrado.

* #En Brive (Francia) se han dado varios casos de

contagio de la sífilis en señoras asistidas en elacto del parto por una matrona que tenia una pe-queña herida en un dedo. Las circunstanciasdramáticas que acompañaron á estos casos sonfáciles de comprender, y produjeron gran exci-tación en todo el país. De las averiguacionesjudiciales han resultado 15 señoras, 9 maridosy 10 recien nacidos (de os cuales han fallecidola mayor parte), contagiados todos por la pe-queña herida de la matrona, la cual ha sido con-denada á dos años de prisión'y 50 francos demulta. Les Mondes, al publicar esta noticia, in-dica la posibilidad de que la matrona hubiesesido contagiada á su vez, con anterioridad, en elejercicio de sus funciones.

#* #

En Nuremberg se está preparando una exposi-ción de las obras del célebre Kaulbach, y enBerlín ya se ha abierto, con inmensa concur-rencia, otra exposición exclusivamente particularde toda's las obras del gran pintor, reproducidaspor el grabado ó la fotografía. El principal atrae-

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tiro de esta colección, reunida por el dueño deun establecimiento de objetos de arte, es que sepuede juzgar á Kaulbach en todos sus aspec-tos artísticos. EL público alemán conoce bientodas las obras que han salido de su pincel ó desu lápiz; pero, sin embargo, está llamando mu-cho la atención el grabado de un retrato del autor,del que no se conocían más que reproduccionesmalas. Se halla en traje de taller, y tiene la pa-leta en una mano y en la otra un lienzo.

* *El corresponsal del Poli Malí Gazette, que re-

side en Plymouth, anuncia unos experimentosque se van á hacer en aquel puerto con una ma-dera preparada de modo que no puede ser infla-mable, y por lo tanto es muy á propósito para laconstrucción de buques. El único inconvenienteque hasta ahora presenta el descubrimiento esel de los grandes gastos que exige la preparación;pero, sin embargo, el almirantazgo ha decretadola construcción de dos buques, uno de madera or-dinaria y otro de madera preparada, los cualesserán cargados de materias, inflamables é incen-diados al mismo tiempo. El resultado determi-nará la conveniencia del descubrimiento. Porahora no puede hacerse más que admirar la re-solución de los ingleses, que todo lo ensayan ytodo lo intentan, aunque se trate de descubri-mientos que se presentan bajo malos auspicios;porque, en realidad, el de que se trata, no sólocuesta mucho la preparación de la madera, sinoque exige grandes gastos la prueba de los dosbuques decretada por el Almirantazgo, y, además,hay que entregar una gran cantidad al inventordel procedimiento,

* *En Paris se ha estrenado, aunque no para el

público todavía, una ópera titulada La Esclava,de un compositor desconocido hasta ahora, mon-sieul1 Membrée. El éxito ha sido bastante satis-factorio. Continuará por algunos dias poniéndoseen escena por via de estudio, con asistencia delos periodistas y profesores de los establecimien-tos artísticos de Paris; y en el invierno próximose dará al público.

El café, cuyo uso es tan común, está siendo ob-jeto de experimentos de los químicos, bajo elpunto de vista de la acción tóxica de su extracto.Bl Journal des connaissances medicales cita los ex-perimentos de M. Offret, de los cuales resulta que

I el extracto de café es tanto más tóxico cuantor los granos hayan sido más tostados.

• +En Cherburgo se han hecho ensayos de torpe-

dos con el resultado más satisfactorio (!!!), segúndice la Remie Britanique, A una señal dada, untorpedo que contenia 1.500 kilogramos de pólvora,y estaba sumergido á 19 metros de profundidad y1 de distancia del buque Requin, estalló con granestrépito, y el barco fue lanzado por los aires ámuchos metros de altura, cayendo después enpedazos, cubriendo la superficie del agua de pe-queños fragmentos, el mayor de los cuales no

I tenia dos metros. Este resultado ha excedido todaslas esperanzas, según las comunicaciones oficia-les remitidas al ministerio de Marina de Francia,

y los espectadores quedaron entusiasmados. LaReme Britanique pregunta con mucha razón sihabrá el mismo entusiasmo cuando los combatesnavales sean, por esus medios, lluvias de cadáve-res descuartizados.

M. H. Antkony, de Nueva-York, acaba de fa-bricar un foto-papel sensible, que puede conser-varse mucho tiempo sin deterioro por el procedi-miento siguiente: Se disuelven dos gramos denitrato de plata en 32 gramos de agua, y se añade0,133 gramos de ácido cítrico. Cuando está hechala disolución se añade amoniaco hasta que cesala precipitación. Entonces se disuelve de nuevoen ácido nítrico y se deja la solución hasta quesólo queda una pequeña proporción del citrato deplata precipitado. Se le deja posar completamen-te, y por cada 2 litros 340 mililitros se le añadenonce gotas de ácido nítrico; Se pueden sensibilizarhojas de papel albuminado ordinario dejándolasnadar en esa solución durante un minuto y medio.El papel preparado por este procedimiento es tanblanco después del quinto dia como el primero.

Ha fallecido en Londres el astrólogo conocidopor el nombre de Zadkiel Taosze, autor de un al-manaque, del cual se vendían anualmente millo-nes de ejemplares. Antea de dejar este mundo harevelado su verdadero nombre, que era R. JamesMorrison, capitán de navio de la Armada inglesay hombre de ciencia muy notable, que habia con-seguido formarse una gran renta con las profecíasde su almanaque, publicado siempre con nombresupuesto. ¿Sucederá lo mismo en España con loscélebres zaragozanos Yagüe y Castillo?

El doctor Richardson, distinguido micrógrafoamericano, propone en el Pkiladelphia MedicalTimes un medio, tan sencillo como práctico, pararemitir por el correo dentro de las cartas mues-tras de enfermedades, como se envían muestrasde comeré», y facilitar las consultas con médicosdeterminados. Póngase un pequeño fragmento deun tumor ó de un tejido patológico cualquiera,de una cuarta parte de pulgada cuadrada de ta-maño y una línea ó dos de espesor en un par dedracmas de solución de acetato de potasa, y dé-jese que se empape completamente del líquidodurante cuarenta y ocho horas. El mejor mediode hacer la solución es verter en un frasco limpiomedia onza de agua llovediza y una onza de ace-tato de potasa granulado. Cuando el tejido estáperfectamente saturado de este líquido salino, sele saca con pinzas sin apretarlo demasiado, y sele mete en un pequeño tubo de cautchuc, ó se leenvuelve en hule de tafetán, teniendo cuidadode ligar fuertemente las esquinas. Así preparadoel objeto se puede poner dentro de un sobre yexpedirse sin peligro por el correo, tan lejos comose quiera.

** *Ha fallecido en Inglaterra un célebre jugador

de ajedrez de primera fuerza, Mr. Staunton, queá la vea era muy conocido por sus trabajos litera-rios; habia publicado una edición de Shakspeare,las memorias del mismo, correcciones de los pa-sajes falsificados del gran poeta, y otras varias

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obras muy notables, además de las especiales deljuego de ajedrez, que son cuatro, y gozan de granautoridad.

-** *

Sabido es que los ingleses tienen una aficióndesmedida por la estadística. Un periódico cien-tífico de Londres acaba de darnos á conocer lossiguientes datos. Londres mide de Este á Oeste25 kilómetros de extensión; su anchura es de 13kilómetros, y su superficie de 34.000 hectáreas(seis ó siete veces la de París, comprendidas lasfortificaciones). Sus 4.025.000 habitantes vivenen 23.000 calles, que si se pusieran á lo largo, unadespués de otra, harian una extensión igual á ladistancia de Londres á Punta de Gales, en la islade Ceylan. El gasto anual de gas es de 10.400millones de pies cúbicos ingleses, de los cualesse pierden 1.400 por diferentes causas. Esta can-tidad de gas luce por 490.000 mecheros, que con-sumen 15 millones de pies cúbicos en las veinti-cuatro horas. Hay en Londres 1.000 iglesias yoratorios. Las tabernas son más de 4.500.

* *El 1.* de Agosto tendrá lugar en Birmingham

una ceremonia interesante: la inauguración deuna estatua de Priestley, para celebrar el cente-nario del descubrimiento del oxígeno. Priestleyvivia, como es sabido, en Birmingham, y su la-boratorio fue incendiado por fanáticos á causadel entusiasmo con que el gran hombre había sa-ludado á la revolución francesa. La Nalure la-menta que en Francia no se haga nada para so-lemnizar la parte que tomó Lavoisier en el des-cubrimiento del oxígeno, y los inmensos resulta-dos que obtuvo para la ciencia.

** *

Los grandes bancos de anchoas que se dirigende Oeste á Este en el Mediterráneo, son este añode una abundancia extraordinaria. Estas legionesde pescados, apretados los unos contra los otros,cubren una superficie de varios kilómetros cua-drados, y sólo pueden contarse por millones. Al-gunos grandes pescados siguen estas masas ani-madas, devorando su retaguardia. La abundanciade anchoas en el Mediterráneo es una fuente deriqueza para las poblaciones de la costa y parala industria salazonera, como la abundancia dearenques lo es para las poblaciones de los maresdel Norte.

BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO.

Vikramonasi, drama del poeta indio Kalidasa,en cinco actos. Versión directa del sanskrito,por D. Francisco García Ayuso. Un tomo en 8.°de 136 páginas. Madrid, 1874.

El drama es uno de los géneros literarios que con más propiedadpuede dar á conocer un pueblo, y en este concepto ahora vamos á com-pletar 6 rectificar el conocimiento que tenemos del pueblo indio , graciasal Sr . García Ayuso, que se propone publicar una Biblioteca ganskrita,de la cual es la primera obra la que anunciamos. El drama Vikramor-vasi pertenece al peñero heroico mitológico, y dado el carácter especialdel pueblo indio, claro es que este género es el más á propósito para dara conocer sus costumbres, sus ideas, su modo de sentir, su carácter pe-culiar. El drama indio no tiene su origen en el de ningún otro pueblo;es original, característico y muy anterior al drama europeo. Kalidasa esen sus obras (Sakuntalay ürba(it además de VíkramorvasiJ tierno,delicado, de gran profundidad de pensamiento y de clarísimo ingenio.

E! argumento de Vikramnrvasi se reduce á la caída del rey Purura-* vas, producida por el amor puro y verdadero á una mujer escogida porsu corazón, olvidando los compromisos que ya tenía contraídos por razónde Estado. En su exposición, en su desarrollo, hasta en su desenlace,hay tal poesía, tal encanto, tanta naturalidad, que admira un conjuntotan acabado. Ei Sr. García Ayuso ha hecho una versión muy notable di-rectamente de la lengua sanskrita, y cen esta publicación y la de los Es~indios sobre el. Oriente, que también ha empezado, esta prestando unverdadero servicio á los hombres estudiosos de nuestro país, para quie-nes las obras del Sr. García Ayuso tienen además el atractivo de unagran novedad.

La familia Goyo, por Ch. Paul de Kock. Un tomoen 8.° de mucha lectura. Un volumen de la Bi-blioteca/estiva; 4 reales en Madrid, 5 en provin-cias. Medina y Navarro, editores. Rubio, 25,Madrid, 1874.

Véase la colección de las obras de Paul de Kock publicadas en estaBiblioteca, pagina tercera de la cubierta de este número.

* ¥•

Oirás escogidas de Moreúo.— Un tomo en 8." de285 páginas.—Madrid, 1874.

Obras escogidas de Fray Gerundio, — Un tomoen 8.° de 242 páginas.—Madrid, 1874.

Obras escogidas de Álarcon. — Un tomo en 8.° de291 páginas.—Madrid, 1874.

Estos son los tres libres que ha publicado últimamente la Bibliotecanacional económica, que dan á luz con gran aplauso dos distinguidosescritores madrileños. El primero de dichos volúmenes comprende lascomedias de Moreto El desden con el desden. La traición vengada y Ellindo D. Úiego; el segundo espilladas de León y de Madrid de D. ModestoLafiiente; y el tercero las comedias de Alarcon La verdad sospechosa,Las paredes oyen y Los pechos privilegiados. Es una publicación impor-tante y económica (seis reales cada tomoj, por la cual felicitamos á loseditores.

Propiedad literaria.Relación de las obras presentadas en el Ministerio

de Fomento en el mes de Junio de 1874.Almirante.—Diccionario militar, 1 t. folio.Dorvault.—La oficina de farmacia, i t . 4.°Gintrac.—Tratado teórico y clínico de patología, i t . 4.°Aparisi y Guijarro.—Obras, 3 t . 8.°Vesteiro.—Galería de gallegos ilustres, 1 1 . 8.°Flores.—Compendio de ortografía teórico-práctica, i t. 4.°£1 mundo cómico, cinco números.Sánchez.—Nuevo sistema de corte de prendas, 11 . 8.°Villar.-—Una cuestión mecánica, 1 t. 8.°Verne.—La isla misteriosa, entregas segunda y tercera.Maffei y Figuerea.—Apuntes para una biblioteca española relativa al

conocimiento y explotación de las riquezas mineras, 2 t. 4.°Aldana.—Las minas y la industria, 11 . 8.°La culebra maldecida ó el monstruo de Manzanares, una hoja.González Serrano y Revilla.—Elementos de Etica, 11. 8.°Madrazo.—De la gracia de indulto, Memorias, 1 1 . 4.°La correspondencia teatral.—El Toreo; varios números.Delaunay.— Tratado de mecánica racional, 1 t. 4.°

Obras dramáticas: Lima: Valeriana, 1 a.—Lastra: De vuelta del otromundo, I a.—Larra: La conquistado Madrid, 3 a.—Ponce y Car-ranza: El alma en un hilo; 2 a.—Aranaz: Sancho de Vargas, 2 a.—León: No me caso con mi tío, 1 a.—Bianc: La pena capital, 1 a.—Carreras: Sueños de amor, 3 a.—Jackson: La primera lágrima, 1 a.—Ramos Carrion: Doce retratos seis reales, 1 a.—Granes: El gato en laratonera, i a.—Ramos: León y leona. 1 a.—Escosura: Los dos sor-dos, 1 a.—Campo Arana: Las orejas del lobo, 1 a.—Saco: Celos concelos se curan, 1 a.—Cano: Estrella la gitana, 1 a.—Acebo: La soiréede los calaveras, 1 a.—LustonÓ y Barrera: Un David callejero, i « . J -Povedano: Doña Casimira, 1 a .

Erckmann-Chatejan.—Une campagne en Kabylia; Les annees de co-llege de Maitre^tíablot; Une Veillée au villaje, 1 t. 8.°

J. Verne.—Le Docteur Ox, Maitre Zacharius; Un drama daña les airo;Un hirvenage dans les glaces, 1 1 . 8.° , :

OEuvres completes de E. Scribe, 1 1 . 18.°Bermudez de Castro.—La Sultana, 1 t. 8.°Vanloo y Leterrier.—Girofié-Girofla, 11 .12 .°Maga sin d'education et de recrea tion, 4 cuadernos.

Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y Recreo, Rubio, 35 .