revista de estudios sociales no 38

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NÚMERO ESPECIAL Bogotá - Colombia enero 2011 ISSN 0123-885X Pp.1-216 $20.000 pesos (Colombia) 38 ISSN 0123-885X http://res.uniandes.edu.co Bogotá - Colombia enero 2011 Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social 38 9 770123 885006 ISSN 0123-885X Presentación Sergio Mejía Carolina Alzate Dossier Franz D. Hensel Francisco A. Ortega Daniel Gutiérrez Sandra Patricia Rodríguez Maryluz Vallejo Sergio Mejía Felipe Martínez Idelber Avelar Otras Voces Diosey Lugo-Morin Yury Marcela Rojas Vítor Silva Mendonça Maria Cristina Smith Menandro Zeidi Araújo Trindade Documentos Soledad Acosta de Samper Juan José Nieto Debate Carolina Alzate Sergio Mejía Lecturas Flor Ángela Buitrago Sergio Mejía Las oportunidades del Bicentenario (2008-2019): invitación a la reflexión republicana NÚMERO ESPECIAL Presentación Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia. Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia. Dossier Devociones republicanas: los avatares de la comunidad política a principios del siglo XIX Franz D. Hensel – Texas University, EE. UU. Tomen lo bueno, dejen lo malo: Simón Rodríguez y la educación popular Francisco A. Ortega – Instituto Renvall, Universidad de Helsinki, Finlandia. Iturbide y Bolívar: dos retratos diplomáticos acerca de la cuestión republicana (1822-1831) Daniel Gutiérrez – Universidad Externado de Colombia. Conmemoraciones del cuarto y quinto centenario del “12 de octubre de 1492”: debates sobre la identidad americana Sandra Patricia Rodríguez – Universidad Pedagógica Nacional, Colombia. El Grito de Irreverencia del Gil Blas Maryluz Vallejo – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia. La república, más allá de la vieja patria y de la nación posible. Incitación a la discusión republicana Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia. Una geografía para la guerra: narrativas del cerco en Francisco José de Caldas Felipe Martínez – New York University, EE. UU. Ingermina, de Juan José Nieto: antagonismo y alegoría en los orígenes de la novela caribeña Idelber Avelar – Tulane University, EE. UU. Otras Voces Análisis de redes sociales en el mundo rural: guía inicial Diosey Ramón Lugo-Morin – Colegio de Postgraduados, México. Problemas del entorno y de la comunidad como fuentes de aprendizaje de la estadística Yury Marcela Rojas – Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Colombia. Entre o fazer e o falar dos homens: representações e práticas sociais de saúde [Entre hacer y hablar de los hombres: representaciones y prácticas sociales de la salud] Vítor Silva Mendonça – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil. Maria Cristina Smith Menandro – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil. Zeidi Araújo Trindade – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil. Documentos Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones de Soledad Acosta de Samper Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia. Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones Soledad Acosta de Samper. Sobre la idea de tiranicidio en los Derechos y deberes del hombre en sociedad. El catecismo republicano de Juan José Nieto Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia. Derechos y deberes del hombre en sociedad Juan José Nieto. Debate El presente de la patria y de la nación en la reflexión sobre la república Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia. Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia. Lecturas Vitulli, Juan M. y David M. Solodkow. 2009. Poéticas de lo criollo. La transformación del concepto “criollo” en las letras hispanoamericanas (siglo XVI al XIX) Flor Ángela Buitrago – Universidad de los Andes, Colombia. Fernández, Javier [Dir.]. 2009. Diccionario político y social del mundo iberoamericano Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia. 9-11 13-29 30-46 47-63 64-75 76-87 88-107 108-119 120-127 129-142 143-154 155-164 166-168 169-175 176-178 179-183 185-188 19o-193 194-196

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Este número de la Revista de Estudios Sociales fue destinado por el comité editorial a la reflexión sobre el bicentenario de la independencia. Carolina y yo fuimos invitados a hacernos cargo de él como coeditores, y, aunque ninguno de los dos somos muy amigos de conmemoraciones históricas, pensamos que sin duda el tema de la reflexión republicana valía la pena...

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issN 0123-885X

Pp.1-216$20.000 pesos (Colombia)

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issN 0123-885Xhttp://res.uniandes.edu.co

Bogotá - Colombia enero 2011Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

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9 770123 885006

ISSN 0123-885X

presentación Sergio Mejía Carolina Alzate

Dossier Franz D. HenselFrancisco A. Ortega Daniel Gutiérrez Sandra Patricia RodríguezMaryluz VallejoSergio MejíaFelipe MartínezIdelber Avelar

otras VocesDiosey Lugo-MorinYury Marcela RojasVítor Silva Mendonça Maria Cristina Smith MenandroZeidi Araújo Trindade

DocumentosSoledad Acosta de SamperJuan José Nieto

DebateCarolina AlzateSergio Mejía

lecturasFlor Ángela BuitragoSergio Mejía

Las oportunidades del Bicentenario (2008-2019): invitación a la reflexión republicana

N ú m e r o e s p e c i a l

PresentaciónSergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.

Dossier Devociones republicanas: los avatares de la comunidad política a principios del siglo XIX

• Franz D. Hensel – Texas University, EE. UU.

Tomen lo bueno, dejen lo malo: Simón Rodríguez y la educación popular • Francisco A. Ortega – Instituto Renvall, Universidad de Helsinki, Finlandia.

Iturbide y Bolívar: dos retratos diplomáticos acerca de la cuestión republicana (1822-1831) • Daniel Gutiérrez – Universidad Externado de Colombia.

Conmemoraciones del cuarto y quinto centenario del “12 de octubre de 1492”: debates sobre la identidad americana • Sandra Patricia Rodríguez – Universidad Pedagógica Nacional, Colombia.

El Grito de Irreverencia del Gil Blas• Maryluz Vallejo – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia.

La república, más allá de la vieja patria y de la nación posible. Incitación a la discusión republicana• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

Una geografía para la guerra: narrativas del cerco en Francisco José de Caldas • Felipe Martínez – New York University, EE. UU.

Ingermina, de Juan José Nieto: antagonismo y alegoría en los orígenes de la novela caribeña• Idelber Avelar – Tulane University, EE. UU.

Otras VocesAnálisis de redes sociales en el mundo rural: guía inicial

• Diosey Ramón Lugo-Morin – Colegio de Postgraduados, México.

Problemas del entorno y de la comunidad como fuentes de aprendizaje de la estadística • Yury Marcela Rojas – Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Colombia.

Entre o fazer e o falar dos homens: representações e práticas sociais de saúde [Entre hacer y hablar de los hombres: representaciones y prácticas sociales de la salud]

• Vítor Silva Mendonça – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.• Maria Cristina Smith Menandro – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.

• Zeidi Araújo Trindade – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.

DocumentosAptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones de Soledad Acosta de Samper

• Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.

Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones • Soledad Acosta de Samper.

Sobre la idea de tiranicidio en los Derechos y deberes del hombre en sociedad. El catecismo republicano de Juan José Nieto• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

Derechos y deberes del hombre en sociedad • Juan José Nieto.

DebateEl presente de la patria y de la nación en la reflexión sobre la república

• Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

LecturasVitulli, Juan M. y David M. Solodkow. 2009. Poéticas de lo criollo.

La transformación del concepto “criollo” en las letras hispanoamericanas (siglo XVI al XIX)• Flor Ángela Buitrago – Universidad de los Andes, Colombia.

Fernández, Javier [Dir.]. 2009. Diccionario político y social del mundo iberoamericano• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

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Comité Editorial

FundadorEsFrancisco Leal Ph.D.

Universidad de los Andes, [email protected]

Dr. Germán ReyPontificia Universidad Javeriana, [email protected]

dirECtorCarl Henrik Langebaek Ph.D.

Universidad de los Andes, [email protected]

Coordinadora EditorialVanessa Gómez

Universidad de los Andes, [email protected]

EditoraNatalia Rubio Universidad de los Andes, [email protected]

Comité CiEntíFiCo

Álvaro Camacho, Ph.d. Universidad de los Andes, Colombia

Jesús martín-Barbero, Ph.d. Pontificia Universidad Javeriana, Colombia

lina maría saldarriaga, Estudios de Ph.d. Universidad de Concordia, Canadá

Fernando Viviescas, master of arts, Universidad Nacional, Colombia

traduCCión al inglésFelipe EstradaShawn Van Ausdal

traduCCión al PortuguésTranslate It

ColaBoradorEsSandra Velásquez AlfordNeison Palacios

EQuiPo inFormÁtiCoJosé Alejandro Rubio S.

Programación y diseño webUniversidad de los Andes, Colombia

[email protected] Vega

Asistente de publicacionesUniversidad de los Andes, Colombia

[email protected]

DiagramaciónVíctor Gómez - Diseño Gráfico

www.victorleogomez.com

Impresión y encuadernaciónPanamericana Formas e Impresos S.A.

www.panamericanafei.com

El material de esta revista puede ser reproducido sin autorización para su uso personal o en el aula de clase, siempre y cuando se mencione como fuente el artículo y su autor, y la Revista de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.

Para reproducciones con cualquier otro fin es necesario solicitar primero autorización del Comité Editorial de la Revista.Las opiniones e ideas aquí consignadas son de responsabilidad exclusiva de los autores

y no necesariamente reflejan la opinión de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.

Portada: Constitution. 1789. Fuente: University of California, San Diego. Imagen tomada de ARTstor Slide Gallery

Guillermo Dí[email protected]

Corrección de estilo

Angelika Rettberg, Ph.D.Universidad de los Andes, Colombia

[email protected]

Robert Drennan Ph.D.Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos

[email protected]

Kees Koonings Ph.D. Universidad de Utrecht, Holanda

[email protected]

Dr. José Antonio Sanahuja Universidad Complutense de Madrid, España

[email protected]

Dr. Felipe CastañedaUniversidad de los Andes, [email protected]

Mabel Moraña Ph.D.Universidad de Pittsburgh, Estados [email protected]

Dr. Martín Tanaka Instituto de Estudios Peruanos, Perú[email protected]

Martin Packer Ph.D.Universidad de los Andes, ColombiaDuquesne University, Estados [email protected]

Juan gabriel tokatlian, Ph.d.Universidad de San Andrés, Argentina dirk Kruijt, Ph.d.Universidad de Utrecht, Holandagerhard drekonja-Kornat, Ph.d.Universidad de Viena, Austria Jonathan Hartlyn, Ph.d.Universidad de North Carolina, Estados Unidos

Revistade Estudios Sociales38Bogotá - Colombia Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

http://res.uniandes.edu.co N ú m E R o E S p E C i A l ISSN 0123-885X

enero 2011

EditorEs inVitadosSergio MejíaUniversidad de los Andes, [email protected] Alzate Universidad de los [email protected]

Page 3: Revista de estudios sociales No 38

issn0123-885X Periodicidad: Cuatrimestral (abril, agosto y diciembre) Pp: 1 - 216Formato: 21.5 X 28 cmTiraje: 500 ejemplaresPrecio: $ 20.000 (Colombia) US $ 12.00 (Exterior) No incluye gastos de envío

INDEXACIÓNLa Revista de Estudios Sociales está incluída actualmente en los siguientes directorios y servicios de indexación y resumen The Revista de Estudios Sociales is currently included in the following indexes and data bases Os artigos publicados pela Revista de Estudios Sociales são resumidos ou indexados em:

• CIBERA -Biblioteca Virtual Iberoamericana/España/Portugal (German Institute of Global and Area Studies, Alemania), desde 2007.• CLASE -Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades (UNAM, México), desde 2007.• CREDI -Centro de Recursos Documentales e Informáticos (OEI -Organización de Estados Iberoamericanos), desde 2008.• DIALNET -Difusión de Alertas en la Red (Universidad de la Rioja, España), desde 2006.• DOAJ -Directory of Open Access Journals (Lund University Libraries, Suecia), desde 2007.• EP Smartlink fulltext, Fuente Académica, Current Abstract, TOC Premier, SocINDEX, SocINDEX with fulltext

(EBSCO Information Services, Estados Unidos), desde 2005.• HAPI -Hispanic American Periodical Index (UCLA, Estados Unidos), desde 2008.• Historical Abstracts y America: History & Life (EBSCO Information Services, antes ABC-CLIO, Estados Unidos), desde 2001.• Informe Académico y Académico Onefile (Gale Cengage Learning, Estados Unidos), desde 2007.• LatAM-Studies -Estudios Latinoamericanos (International Information Services, Estados Unidos), desde 2009.• LATINDEX -Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal, (México), desde 2004.• Linguistics & Language Behavior Abstracts, Sociological Abstracts, Social Services Abstracts, Worldwide Political Science Abstracts

(CSA -Cambridge Scientific Abstracts, Proquest, Estados Unidos), desde 2000.• OCENET (Editorial Océano, España), desde 2003.• PRISMA -Publicaciones y Revistas Sociales Humanísticas (CSA −Cambridge Scientific Abstracts, Proquest, Estados Unidos).• PUBLINDEX -Índice Nacional de Publicaciones, (Colciencias, Colombia), desde 2004. Actualmente en categoría A2.• RedALyC -Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal (UAEM, México), desde 2007.• SciELO Colombia –Scientific Electronic Library Online, desde 2007.• SCOPUS (Elsevier, Holanda), desde 2009.• Social Science Citation Index (ISI, Thomson Reuters, Estados Unidos), desde 2009.• Ulrich’s Periodicals Directory (CSA –Cambridge Scientific Abstracts, Proquest, Estados Unidos).

Portales Web a través de los cuales se puede acceder a la Revista de Estudios Sociales: http://www.lablaa.org/listado_revistas.htm (Biblioteca Luis Ángel Arango, Colombia) http://www.portalquorum.org (Quórum Portal de Revistas, España) http://sala.clacso.org.ar/biblioteca/Members/lenlaces (Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO, Argentina)

librería universidad de los andesCra. 1 No. 19-27 Ed. AU106, Bogotá, D. C., Colombia

PBX. (571) 3 39 49 49 / (571) 3 39 49 99Exts. 2071-2099-2181 Fax. 2158

[email protected]

siglo del Hombre EditoresCra. 32 No. 25-46/50 Bogotá, D. C., ColombiaPBX. (571) 3 37 77 00Fax. (571) 3 37 76 65www.siglodelhombre.com

Canjes Sistema de Bibliotecas- Universidad de los Andes Carrera 1 este N°19 A-40 Ed. Mario LasernaBogotá D.C. Colombia Tels. (571) 3 32 44 73 – 3 39 49 49 Ext. 3323 Fax. (571) 3 32 44 [email protected]

Hipertexto ltda.Cra. 50 No. 21-41, Oficina 206, Bogotá, D.C., ColombiaPBX. (57 1) 4 81 05 05Fax. (57 1) 4 28 71 70www.lalibreriadelau.com

suscripciones Hipertexto ltda.

Cra. 50 No. 21 - 41 Oficina 206, Bogotá D.C., ColombiaPBX. (57-1) 4 81 05 05Fax. (57-1) 4 28 71 70

http://www.lalibreriadelau.com/catalog/index.php?suscripcion_id=21

Carlos angulo galvisRector

José rafael toroVicerrector Académico

Carl Henrik langebaekDecano Facultad de Ciencias Sociales

daniel mauricio BlancoCoordinador Editorial de Publicaciones Seriadas Facultad de Ciencias Sociales

DIstrIbuCIÓN y vENtAs

revista de Estudios sociales universidad de los andes

Decanatura De la FacultaD De ciencias sociales

Carrera 1 E No 18ª -10, Edifício Franco Of. 202Bogotá D.C. Colombia

Tel. (571) 3324505 -Fax (571) [email protected]

Page 4: Revista de estudios sociales No 38

La revista de Estudios sociales (rEs) es una publicación cuatrimestral creada en 1998 por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes y la Fundación Social. Su objetivo es contribuir a la difusión de las investigaciones, los análisis y las opiniones que sobre los problemas sociales elabore la comunidad académica nacional e internacional, además de otros sectores de la sociedad que merecen ser conocidos por la opinión pública. De esta manera, la Revista busca ampliar el campo del conocimiento en materias que contribuyen a entender mejor nuestra realidad más inmediata y a mejorar las condiciones de vida de la población.

La estructura de la Revista contempla seis secciones, a saber:

La Presentación contextualiza y da forma al respectivo número, además de destacar aspectos particulares que merecen la atención de los lectores.

El dossier integra un conjunto de versiones sobre un problema o tema específico en un contexto general, al presentar avances o resultados de investigaciones científicas sobre la base de una perspectiva crítica y analítica. También incluye textos que incorporan investigaciones en las que se muestran el desarrollo y las nuevas tendencias en un área específica del conocimiento.

otras Voces se diferencia del Dossier en que incluye textos que presentan investigaciones o reflexiones que tratan problemas o temas distintos.

El debate responde a escritos de las secciones anteriores mediante entrevistas de conocedores de un tema particular o documentos representativos del tema en discusión.

documentos difunde una o más reflexiones, por lo general de autoridades en la materia, sobre temas de interés social.

lecturas muestra adelantos y reseñas bibliográficas en el campo de las Ciencias Sociales.

La estructura de la Revista responde a una política editorial que busca hacer énfasis en ciertos aspectos, entre los cuales cabe destacar los siguientes: proporcionar un espacio disponible para diferentes discursos sobre teoría, investigación, coyuntura e información bibliográfica; facilitar el intercambio de información sobre las Ciencias Sociales con buena parte de los países de la región latinoamericana; difundir la Revista entre diversos públicos y no sólo entre los académicos; incorporar diversos lenguajes, como el ensayo, el relato, el informe y el debate, para que el conocimiento sea de utilidad social; finalmente, mostrar una noción flexible del concepto de investigación social, con el fin de dar cabida a expresiones ajenas al campo específico de las Ciencias Sociales.

Revistade Estudios Sociales38Bogotá - Colombia Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

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PresentaciónSergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.

Dossier Devociones republicanas: los avatares de la comunidad política a principios del siglo XIX

• Franz D. Hensel – Texas University, EE. UU.

Tomen lo bueno, dejen lo malo: Simón Rodríguez y la educación popular • Francisco A. Ortega – Instituto Renvall, Universidad de Helsinki, Finlandia.

Iturbide y Bolívar: dos retratos diplomáticos acerca de la cuestión republicana (1822-1831) • Daniel Gutiérrez – Universidad Externado de Colombia.

Conmemoraciones del cuarto y quinto centenario del “12 de octubre de 1492”: debates sobre la identidad americana • Sandra Patricia Rodríguez – Universidad Pedagógica Nacional, Colombia.

El Grito de Irreverencia del Gil Blas• Maryluz Vallejo – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia.

La república, más allá de la vieja patria y de la nación posible. Incitación a la discusión republicana• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

Una geografía para la guerra: narrativas del cerco en Francisco José de Caldas • Felipe Martínez – New York University, EE. UU.

Ingermina, de Juan José Nieto: antagonismo y alegoría en los orígenes de la novela caribeña• Idelber Avelar – Tulane University, EE. UU.

Otras VocesAnálisis de redes sociales en el mundo rural: guía inicial

• Diosey Ramón Lugo-Morin – Colegio de Postgraduados, México.

Problemas del entorno y de la comunidad como fuentes de aprendizaje de la estadística • Yury Marcela Rojas – Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Colombia.

Entre o fazer e o falar dos homens: representações e práticas sociais de saúde [Entre hacer y hablar de los hombres: representaciones y prácticas sociales de la salud]

• Vítor Silva Mendonça – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.• Maria Cristina Smith Menandro – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.

• Zeidi Araújo Trindade – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.

DocumentosAptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones de Soledad Acosta de Samper

• Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.

Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones • Soledad Acosta de Samper.

Sobre la idea de tiranicidio en los Derechos y deberes del hombre en sociedad. El catecismo republicano de Juan José Nieto

• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

Derechos y deberes del hombre en sociedad • Juan José Nieto.

DebateEl presente de la patria y de la nación en la reflexión sobre la república

• Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

LecturasVitulli, Juan M. y David M. Solodkow. 2009. Poéticas de lo criollo.

La transformación del concepto “criollo” en las letras hispanoamericanas (siglo XVI al XIX)• Flor Ángela Buitrago – Universidad de los Andes, Colombia.

Fernández, Javier [Dir.]. 2009. Diccionario político y social del mundo iberoamericano• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

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Las oportunidades del Bicentenario (2008-2019): invitación a la reflexión republicana

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Bicentennial Opportunities (2008-2019): An Invitation to Reflect on the Republic

Presentation Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia. Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.

DossierRepublican Devotions: The Changing Shape of the Polity in Early Nineteenth- Century Colombia• Franz D. Hensel – Texas University, USA.

Take the Good and Leave the Bad: Simón Rodríguez and Popular Education • Francisco A. Ortega – Instituto Renvall, Universidad de Helsinki, Finland.

Iturbide and Bolívar: Two Diplomatic Portraits Regarding the Republican Question (1822-1831) • Daniel Gutiérrez – Universidad Externado de Colombia.

The Fourth and Fifth Centenary Commemorations of “October 12, 1492”: Debating American Identity • Sandra Patricia Rodríguez – Universidad Pedagógica Nacional, Colombia.

Gil Blas’ Irreverent Shout• Maryluz Vallejo – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia.

The Republic, Beyond the Old Homeland and The Possible Nation – Inciting to a Republican Discussion • Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

Geography for War: Siege Narratives in Francisco José de Caldas • Felipe Martínez – New York University, USA.

Juan José Nieto’s Ingermina: Antagonism and Allegory in the Origins of the Caribbean Novel• Idelber Avelar – Tulane University, USA.

Other VoicesAnalysis of Social Networks in the Rural World: A Basic Guide • Diosey Lugo-Morin – Colegio de Postgraduados, México.

Community Based Problems as a Means to Understand Statistics • Yury Marcela Rojas – Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Colombia.

Between Doing and Speaking: Representations and Social Practices of Men’s Health • Vítor Silva Mendonça – Universidade Federal do Espírito Santo, Brazil.• Maria Cristina Smith Menandro – Universidade Federal do Espírito Santo, Brazil.• Zeidi Araújo Trindade – Universidade Federal do Espírito Santo, Brazil.

DocumentsAptitude of Women to Practice All Professions by Soledad Acosta de Samper• Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.

Aptitude of Women to Practice All Professions • Soledad Acosta de Samper.

On Tyrannicide in Rights and Duties of Man in Society, Juan José Nieto’s Republican Catechism• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

Rights and Duties of Man in Society • Juan José Nieto.

DebateCurrent View of Homeland and Nation in Observations of the Republic • Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

ReadingsVitulli, Juan M. y David M. Solodkow. 2009. Poéticas de lo criollo. La transformación del concepto “criollo” en las letras hispanoamericanas (siglo XVI al XIX) • Flor Ángela Buitrago – Universidad de los Andes, Colombia.

Fernández, Javier [Dir.]. 2009. Diccionario político y social del mundo iberoamericano• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

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Apresentação Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colômbia.

Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colômbia.

Dossier: Devoções republicanas: os avatares da comunidade política do início do século XIX

Franz D. Hensel – Texas University, EE.UU.

Tomem o bom, deixem o mau: Simón Rodríguez e a educação popular • Francisco A. Ortega – Instituto Renvall, Universidad de Helsinki, Finlandia.

Iturbide e Bolívar: dois retratos diplomáticos sobre a questão republicana (1822-1831)• Daniel Gutiérrez – Universidad Externado de Colômbia.

Comemorações do quarto e quinto centenário do “12 de outubro de 1492”: debates sobre a identidade americana • Sandra Patricia Rodríguez – Universidad Pedagógica Nacional, Colômbia.

O Grito de Irreverência de Gil Blas • Maryluz Vallejo – Pontificia Universidad Javeriana, Colômbia.

A república, além da velha pátria e da nação possível – Incitação à discussão republicana • Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colômbia.

Uma geografia para a guerra: narrativas do cerco em Francisco José de Caldas • Felipe Martínez – New York University, EE.UU.

Ingermina, de Juan José Nieto: antagonismo e alegoria nos primórdios da novela caribenha • Idelber Avelar – Tulane University, EE. UU.

Outras VozesAnálise de redes sociais no mundo rural: guia inicial

• Diosey Lugo-Morin – Colegio de Postgraduados, México.

Problemas do entorno e da comunidade como fontes de aprendizado da estatística • Yury Marcela Rojas – Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Colômbia.

Entre o fazer e o falar dos homens: representações e práticas sociais de saúde • Vítor Silva Mendonça – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.

• Maria Cristina Smith Menandro – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil. • Zeidi Araújo Trindade – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.

DocumentosHabilidade da mulher para exercer todas as profissões de Soledad Acosta de Samper

• Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colômbia.

Habilidade da mulher para exercer todas as profissões • Soledad Acosta de Samper.

Sobre a idéia do tiranicídio em Direitos e deveres do homem na sociedade. O Catecismo da republicano Juan José Nieto

• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colômbia.

Direitos e deveres do homem na sociedade • Juan José Nieto.

DebateO presente da pátria e da nação na reflexão sobre a república

• Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colômbia.• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colômbia.

LeiturasVitulli, Juan M. y David M. Solodkow. 2009. Poéticas de lo criollo.

La transformación del concepto “criollo” en las letras hispanoamericanas (siglo XVI al XIX) • Flor Ángela Buitrago – Universidad de los Andes, Colômbia.

Fernández, Javier [Dir.]. 2009. Diccionario político y social del mundo iberoamericano• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colômbia.

As oportunidades do Bicentenário (2008-2019); um convite à reflexão republicana.

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Este número de la Revista de Estudios Sociales fue destinado por el comité editorial a la reflexión sobre el bicentenario de la independen-cia. Carolina y yo fuimos invitados a hacernos cargo de él como coeditores, y, aunque ninguno de los dos somos muy amigos de conmemoracio-nes históricas, pensamos que sin duda el tema de la reflexión republicana valía la pena. Hemos dado enfoques muy diferentes a nuestras inquie-tudes sobre el siglo XIX, una desde la literatura y otra desde la historia. Esto nos llevó a tomar la decisión de convocar un número a cara y cruz. Quisimos poner lado a lado artículos guiados por los conceptos de nación y de república, y acor-damos plantear el número como un debate. La respuesta de los autores a la convocatoria no se dividió nítidamente en esos dos campos, lo que puede comprenderse como síntoma de la plurali-dad de enfoques vigente hoy en la reflexión sobre el país. Por su parte, la noción de república arrojó resultados sorprendentes, lo que sugiere la reno-vada actualidad de ese enfoque, especialmente en los estudios históricos.

Así pues, en cinco de los artículos reunidos aquí, no sólo se documentan fenómenos republicanos, sino que se propone la noción de república como tema y herramienta para el estudio de Colombia, tanto en su pasado como en su presente. No quie-ro decir con esto que la noción sea radicalmente novedosa en nuestros estudios sociales. Durante el siglo XIX, fue la república la que mereció la atención de nuestros mejores analistas y comen-tadores. Basta recordar clásicos como la Historia

de la Revolución de la república de Colombia de José Manuel Restrepo (primera edición en París, 1827; segunda en Besanzón, en 1858); el Ensayo sobre las Revoluciones Políticas y la Condición So-cial de las Repúblicas Colombianas de José María Samper (París, 1861); La República en la América Española de Sergio Arboleda (Bogotá, 1869), y el hecho nada gratuito de que el primer volumen de la Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada de José Manuel Groot fue anunciado e impreso en 1869 en la imprenta del periódico bogotano La República, de propiedad de Foción Mantilla.

Sin embargo, entrado el siglo XX la noción em-pezó a perder fuerza y a ser reemplazada por la palabra nación. Llegó el medio siglo XX, y con él las prosas peculiares de Luis López de Mesa (De cómo se ha formado la nación colombiana, Bogotá, 1934), Antonio García (Problemas de la nación colombiana, Bogotá, 1949), y contempo-ráneos. Para entonces, nuestros intérpretes se habían acomodado bien los lentes de la nación. Sin embargo García, al cabo de reflexiones sos-tenidas durante más de cincuenta años, descar-tó el neologismo y reenfocó su análisis hacia la crítica de esta sociedad republicana nacida de la conquista (en su artículo de 1961, “Colombia: esquema de una república señorial”, publicado en el número 6 de los Cuadernos Americanos de México, y luego ampliado y publicado como libro en 1977). Por entonces surgía con fuerza la histo-ria regional, jalonada por la monumental Historia doble de la Costa de Orlando Fals Borda (publica-da en Bogotá en cuatro volúmenes entre 1979 y 1984), y la naciente Nueva Historia le respondía, con la lógica de un binomio, en términos de na-ción (Jaime Jaramillo Uribe, “Nación y región en los orígenes del Estado Nacional en Colombia”, en la Revista de la Universidad Nacional, núme-

PresentaciónSergio Mejía*

* Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá) y Ph.D. en Historia, University of Warwick. Actualmente es profesor asistente en el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: El pasado como refugio y esperanza. La Historia eclesiástica y civil de José Manuel Groot (1800-1878). Bogotá: Instituto Caro y Cuervo – Universidad de los Andes, 2009; y La noción de historicismo americano y el estudio de las culturas escritas americanas. Historia Crítica edición especial: 136-152, 2009. Correo electrónico: [email protected].

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PresentaciónSergio Mejía

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ro de diciembre-marzo, 1985-1986). Un lustro después vinieron la guerra de Yugoslavia, el alud de diagnósticos sobre la recidiva nacionalista y una verdadera prolifera-ción mundial de libros titulados con la palabra nación.

En Colombia la multiplicación de estudios sobre la nación que aun no existe ha sido moderada, mas, aun así, su prevalencia sobre la noción de república es hoy notable. En particular, los nuevos historiadores han sido reticentes a embarcarse en estudios o diagnósticos ge-nerales sobre Colombia, excepto en la forma de obras colectivas en las que se reúnen múltiples estudios te-máticos o de períodos históricos (obras como el Manual de Historia de Colombia, editado por Procultura en tres volúmenes, en 1986; la Nueva Historia de Colombia, doce volúmenes por Planeta, en 1989; y la publicación anual Colombia Hoy, en la que los nuevos historiadores de la Universidad Nacional, sede Bogotá, han desempe-ñado un papel central). El mismo Jaime Jaramillo aban-donó el uso de la palabra nación luego de su artículo de 1985. Con todo, la bibliografía sobre la nación colom-biana –casi siempre imaginada, soñada, fracasada o vista de revés– ha crecido exponencialmente, mientras que las reflexiones sobre la república, sus instituciones, sus logros y su enfermedad, la corrupción, se han restringido de un tiempo a esta parte a los rincones más especializados de la administración pública, la ciencia política y el derecho.

A mi modo de ver, ésta es razón suficiente para reunir un grupo de trabajos sobre Colombia planteados en tér-minos de república, y proponer el relanzamiento de la vieja noción en el análisis social y la investigación histó-rica. Noción griega, romana y renacentista y, sobre todo, palabra mayor de la era de las revoluciones. Por estos días y durante los próximos diez años estaremos con-memorando –seguramente con reflexiones cada vez más ricas– el bicentenario de una república, no de una na-ción. A la luz de las reflexiones sobre el presente –las de economistas, sociólogos y filósofos–, esta diferenciación de términos puede parecer una sutileza sin importancia. Pero no es así si se considera la perspectiva temporal propia de los estudios históricos. Cuando el análisis de la Colombia de hoy se plantea con atención al pasado, y se concibe desde el siglo XIX, la palabra nación tras-tabilla y termina por no funcionar. Es ahí donde más se echa de menos la consideración de la palabra república.

Esto es justamente lo que hacen los historiadores in-cluidos en este número. Franz Hensel contribuye a la Revista con una reflexión sobre la conveniencia de estu-

diar la configuración política republicana como un esla-bón entre el antiguo orden imperial y los recientes idearios nacionales. Una de las principales contribuciones del artículo de Franz es la sensibilidad que muestra ante los matices de significado de las palabras patria, nación y república, y el hecho de que recomienda y ejemplifi-ca su estudio coordinado, sin disyuntivas radicales ni la exclusión de un concepto por otro. Francisco Ortega participa con una contribución muy oportuna al estudio del pensamiento educativo de Simón Rodríguez, quien, de manera significativa, prefirió llamar la atención so-bre la discriminación rampante en los planes educativos de su tiempo antes que inventar discursos sobre una nación prefigurada. Rodríguez insistió en la necesidad de crear un sistema educativo incluyente para las repú-blicas hispanoamericanas como única manera de dotar a cada una de un pueblo; es decir, de que ellas lleguen a ser naciones. Daniel Gutiérrez escribe sobre una de las aporías republicanas durante la década de 1820: el irresistible ascenso de la tiranía. Gutiérrez se enfoca en el México de Agustín de Iturbide (1821-1822) y en la Colombia de la dictadura de Bolívar (1828-1830), que estudia en las gestiones, intrigas y reportes de sus em-bajadores recíprocos: Miguel de Santamaría, enviado de Colombia ante el México de Iturbide, y José Anastasio Torrens, enviado de México a la Colombia gobernada por Bolívar sin Congreso.

La Revista de Estudios Sociales también acoge en este número el análisis comparativo de Sandra Rodríguez entre el cuarto y el quinto centenario del “descubri-miento” de América, en el que muestra con detalle el contraste entre un 1892 dedicado a la memoria y el engrandecimiento de la figura de Colón y un 1992 ca-racterizado por la pluralidad de voces, muchas de ellas opuestas a toda celebración. El artículo de Sandra se destaca por la amplitud de su mirada, que se despla-za desde España hasta Uruguay y desde México hasta Bolivia. Por otro lado, Maryluz Vallejo escribe sobre la irreverencia del periódico Gil Blas, fundado y dirigido por Benjamín Palacio Uribe en 1910, y que circuló en ese año durante el promisorio y efímero gobierno del partido republicano. Mi propio artículo es una incita-ción al debate en la que critico el uso de las nociones de patria y nación en las ciencias sociales y la discusión republicana contemporáneas. En su lugar, propongo la adopción de la noción de república, por considerarla la más idónea para el planteamiento de investigaciones y debates críticos, exentos de mistificaciones patrióticas e imaginerías nacionales.

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 9-11.

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Carolina Alzate*

* Ph.D. y Máster en Literaturas Hispánicas de la Universidad de Massachusetts en Amherst. Actualmente se desempeña como profesora asociada del Departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia), del cual es también directora desde 2008. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Relatos autobiográficos y otras formas del yo [Colección Razón y Fábula] (Compilado con Carmen Elisa Acosta). Bogotá: Ediciones Universidad de los Andes - Siglo del Hombre Editores, 2010; y ¿Comunidad de fieles o comunidad de ciudadanos? Dos relatos de viaje del siglo XIX colombiano. Revista Chilena de Literatura 76: 5-27. Correo electrónico: [email protected].

Por su parte, los artículos escritos des-de los estudios literarios se centran, uno en la novela Ingermina o la hija de Calamar (1844) y el otro en dos textos de Francisco José de Caldas: “Estado de la geografía en el Virreinato de Santa-fé” (1807) y “Del influjo del clima sobre los seres organizados” (1808). El artículo de Felipe Martí-nez sobre Caldas aborda los textos mencionados como formas de la “narrativa del cerco”, término acuñado por Martínez para señalar los rasgos de una producción textual escrita a la defensiva y marcada por el miedo al otro siempre hipotética-mente invasor: “Caldas”, afirma Martínez, “cons-truye una narrativa espacial de la Nueva Granada donde se allana el espacio céntrico del proyecto criollo como un lugar que adopta la forma del sitio asediado”, centro “que es al mismo tiempo retaguardia civilizadora y muralla presta a ser in-vadida”. El mapa creado por Caldas, en el cual se llega a Europa subiendo los Andes y se los baja para descender a África, como señala Martínez, es el mapa sobre el cual escribe Juan José Nieto (1804-1866) su novela Ingermina, tema del artí-

culo de Idelber Avelar. Esta novela, escrita por un mulato neogranandino liberal durante su exilio en Jamaica, es para Avelar una alegoría de la de-rrota de la región de la Costa, novela poco leída y estudiada que pone en escena la tensión entre lo regional y lo nacional.

Estudios literarios e históricos se mezclan y con-funden para bien de los estudios del siglo XIX colombiano, el particular siglo que desconoció las fronteras disciplinares y que invita por esta razón a hacer lo propio con su estudio. Escribir novelas y constituciones, dirigir colegios y redac-tar periódicos eran formas variadas de lo mismo: intentos de diferentes facciones de la clase letra-da por ocupar un territorio fragmentado, desco-nocido y amenazante, intentos diversos también de disponer conceptualmente a las poblaciones en lugares adecuados a los proyectos de su clase. Los artículos reunidos en este número se inscri-ben en el contexto actual de una reflexión inelu-dible sobre nuestro siglo XIX y hacen preguntas y precisiones sobre las celebraciones del bicente-nario, precisiones y preguntas nada celebratorias por cierto. Agradezco a Natalia Rubio, editora de la Revista, y a Vanessa Gómez, coordinadora editorial, el trabajo editorial que hizo posible la publicación de este número.

Presentación

Nota editorial: Las habituales secciones de Debate, Documentos y Lecturas, han sido pensadas igualmente como un buen complemento a los debates y perspectivas planteadas por los trabajos que se incluyen en el Dossier. A partir de material de toda índole, se abre la invitación para continuar las reflexiones sobre el problema de la república, la nación, la independencia, las conmemoraciones y, en general, sobre los asuntos que han ocupado el pensamiento político y social latinoamericano en los últimos doscientos años.

En este número presentamos también la sección de Otras Voces con análisis e investigaciones distintas a las defi-nidas para el Dossier, pero que representan la intención de conservar un espacio para la contemplación de las posibles miradas y temas en el campo de las ciencias sociales. Esta vez incluimos tres artículos de investigación, dos en español y uno en portugués, que cubren problemas tan variados como el análisis de las redes sociales, las fuentes y facilitadores del aprendizaje de la estadística en estudiantes de bachillerato y, por último, las representaciones y prácticas en torno a la salud y la masculinidad en Brasil.

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PresentaciónCarolina Alzate

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Dossier{

Devociones republicanas: los avatares de la comunidad política a principios del siglo XIX• Franz D. Hensel – Texas University, EE. UU.

Tomen lo bueno, dejen lo malo: Simón Rodríguez y la educación popular • Francisco A. Ortega – Instituto Renvall, Universidad de Helsinki, Finlandia.

Iturbide y Bolívar: dos retratos diplomáticos acerca de la cuestión republicana (1822-1831) • Daniel Gutiérrez – Universidad Externado de Colombia.

Conmemoraciones del cuarto y quinto centenario del “12 de octubre de 1492”: debates sobre la identidad americana • Sandra Patricia Rodríguez – Universidad Pedagógica Nacional, Colombia.

El Grito de Irreverencia del Gil Blas• Maryluz Vallejo – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia.

La república, más allá de la vieja patria y de la nación posible. Incitación a la discusión republicana• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

Una geografía para la guerra: narrativas del cerco en Francisco José de Caldas • Felipe Martínez – New York University, EE. UU.

Ingermina, de Juan José Nieto: antagonismo y alegoría en los orígenes de la novela caribeña• Idelber Avelar – Tulane University, EE. UU.

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por Franz D. Hensel Riveros**Fecha de recepción: 13 de agosto de 2010Fecha de aceptación: 4 de octubre de 2010Fecha de modificación: 25 de octubre de 2010

* El presente artículo es uno de los resultados de investigación del proyecto “la conformación de saberes científicos sobre lo social”, cofinanciado por Col-ciencias, la Pontificia Universidad Javeriana y la Universidad del Rosario.

** Historiador y politólogo de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Magíster en Antropología de la misma Universidad. Realiza su doctorado en Historia en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos. Actualmente es profesor principal del programa de Historia en la Universidad del Rosario, Bogotá, Colom-bia. Sus últimas publicaciones son Actualidad del sujeto. Conceptualizaciones, genealogías y prácticas (coeditado con Alejandro Sánchez, Mónica Zuleta y Zandra Pedraza). Bogotá: Universidad del Rosario - Universidad de los Andes - IESCO, 2010; Las peregrinaciones del yo: Samper y Obando (en el mismo volumen); y The Moral Republic in the Early Nineteenth-Century Colombia. Anales Volumen especial 12: 134-152. Correo electrónico: [email protected].

Devociones republicanas: los avatares de la comunidad política a principios del siglo XIX*

RESUMENEl artículo muestra que la República fue una referencia central en el lenguaje político de los primeros años del siglo XIX. Articulando nuevos y viejos sentidos, la República permite discutir las posibilidades de un análisis que, dejando de lado la entrada nacional, rastree las formas de la comunidad política. Para ello, la primera parte del artículo muestra algunos de los problemas que tiene la nación como categoría de análisis de las primeras décadas del siglo XIX colombiano. La segunda sección inicia señalando la pluralidad de alternativas para nominar la comunidad política disponibles a principios del XIX –patria, nación, patria republicana– y explora en detalle el lugar privilegiado que la República ocupaba en tal panorama. Finalmente, la última parte retoma la preocupación por la República subrayando su particular carácter católico. El artículo termina insistiendo en que este recorrido abre posibilidades y nuevas preguntas para pensar en una historia de las formas e itinerarios de las comunidades políticas en el siglo XIX colombiano.

PALABRAS CLAVEComunidades políticas, nación, república, patria, catolicismo.

Republican Devotions: The Changing Shape of the Polity in Early Nineteenth Century Colombia

ABSTRACTThe article shows that the Republic was a pivotal reference point in the political language of early nineteenth-century Colombia. By articulating old and new meanings, the Republic allows us to discuss the possibilities of an analysis that, leaving aside the nation as a privileged concept, follows the changing shape of the political community. The article first discusses some of the problems with the analytical category of nation as the privileged way to understand the post-revolutionary period. Next, it highlights the various options available at the start of the nineteenth century to refer to the political community–fatherland, nation, republican homeland– to then emphasize the centrality of republican invocations. In the third section, it shows how the idea of the Republic was pervaded by Catholic references. The article concludes by insisting how this case suggests new ways of thinking about the shape and trajectory of political communities in early nineteenth-century Colombia.

KEy wORdSPolitical Communities, Nation, Republic, Fatherland, Catholicism.

Devoções republicanas: os avatares da comunidade política do início do século XIX

RESUMOO artigo mostra que a República foi uma referência central na linguagem dos primeiros anos do século XIX. Articulando novos e velhos sentidos, a República permite discutir as possibilidades de uma análise que, deixando de lado a abertura nacional, investigue as formas da comunidade política. Portanto, a primeira parte do artigo mostra alguns dos problemas que tem a nação como categoria de análise das primeiras décadas do século XIX colombiano. A segunda seção começa ressaltando a pluralidade de alternativas, para nomear a comunidade política, disponíveis no início do século XIX –pátria, nação, pátria republicana– e explora com detalhes o lugar privilegiado que a República ocupava em tal panorama. Finalmente, a última parte retoma a preocupação pela República destacando seu particular caráter católico. O artigo termina insistindo que esta ocorrido abre possibilidades e novas perguntas para pensar em uma história das formas e itinerários das comunidades políticas no século XIX colombiano.

PALAVRAS CHAVEComunidades políticas, nação, república, pátria, catolicismo.

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“Imaginar la nación”. La frase tiene la es-pecial cualidad de tratar de hacer inteligibles los proce-sos de construcción del Estado e “invención” de la nación que atraviesan los territorios de la antigua Monarquía hispánica a lo largo del siglo XIX. Sus equivalentes y sinónimos son fácilmente identificables: imaginación, invención, producción, creación y ficción nacional. Expresiones todas que tratan de descifrar los ritmos y espacios, los actores y discursos que caracterizan el pro-ceso de formación nacional y que han tenido un punto de inflexión innegable en la frase, vuelta eslogan, nación en cuanto “comunidad imaginada como […] inheren-temente limitada y soberana”, acuñada por Benedict Anderson en 1983 (Anderson 1991).1 La nación y su imaginación, así, tienen un largo recorrido, y es difícil, cabe decirlo, escapar de tal dupla. Ejerce un encanto sobre aquellos que se interesan en estudiarla y nunca deja de ser terreno fértil de exploración: lanza a la investiga-ción sobre los espacios, las apuestas, los actores, los con-tradictores, los credos y los discursos nacionales. A pesar de este cierto encanto con la nación, en este artículo me interesa abrir un área de indagación que pregunta por la República como referente mismo del orden político en los años inmediatamente posteriores a las guerras de in-dependencia. En este sentido, planteo que la República, con mayúsculas, como muchos de los actores de la época la escribían, es un elemento central para comprender el tipo de comunidad política que intentaron construir los hombres públicos de principios del siglo XIX.2

Asumir la anterior línea de análisis implica, en cierto sentido, “suspender” la nación como categoría dadora de sentido político a principios del siglo XIX. Suspen-der no significa aquí borrar o deshacerse de; más bien, quiere decir articular al análisis otras formas de la co-

1 Valga decir que para el caso de América Latina el trabajo de Anderson ha sido ampliamente discutido, en especial, el aparte de los pioneros criollos de su segunda edición en 1991, la cual ha sido sometida a una crítica im-placable por diferentes intelectuales. Aunque su insistencia, precisamen-te, en la imaginación nacional se considera útil, no sólo buena parte de los procesos que describe son inexactos, insisten sus críticos, sino que las entradas analíticas que privilegia para analizarlos no son las más apropia-das. Dos referencias centrales en esta línea son el estudio sobre el nacio-nalismo mexicano del antropólogo mexicano Claudio Lomnitz (2001) y la compilación de historiadores y críticos literarios alrededor del libro mismo de Anderson (Chasteen y Castro-Klarén 2003).

2 Una vez hecha la aclaración, el artículo usará en general la minúscula, salvo que una fuente o autor la use específicamente en mayúscula.

munidad política que han tendido a quedar aplanadas por la omnipresencia nacional. Esta entrada puede abrir rutas de comprensión del tipo de proyectos políticos que atravesaron las primeras décadas del siglo XIX. Con este interés en la república, el artículo desea seguir sólo uno de los múltiples hilos que atraviesan las complejas articulaciones de la comunidad política a principios de siglo. Para ello, en la siguiente sección identifica algu-nos de los límites y posibilidades que implica la tarea de historiar, ya no la nación, sino las formas disímiles de la comunidad política. La segunda parte caracteriza la ambigüedad alrededor del uso, contenidos, límites y significado de los términos patria, república y nación, especialmente entre 1820 y 1830. Tomando como pun-to de partida tal pluralidad, el resto de la sección se con-centra en la fuerza del referente republicano a la hora de definir la comunidad política. La tercera parte mues-tra cómo la coincidencia república-catolicismo informó y modeló la forma de la comunidad política, al menos durante los primeros años después de la independen-cia. Finalmente, en las conclusiones me interesa abrir la discusión alrededor de los desafíos que implica todo ejercicio de comprensión de la república, el Estado y la nación, de sus cruces, coexistencias y desencuentros.

NacióN, república e historia

La era de las revoluciones desde el siglo XVIII marca la emergencia de los Estados nacionales. Los clásicos trabajos de Ernest Gellner y Eric Hobsbawm mostraron los vértigos de la invención de la tradición y las tareas políticas que supuso fundar pueblos nacionales.3 Para el caso hispanoamericano, numerosas y de distinto cuño son las compilaciones dedicadas a la “invención de la nación”.4 Precisamente, en uno de esos volúmenes, François-Xavier Guerra insistía en que el peso del análi-sis se había puesto en la crítica al carácter “esencialista y atemporal” de las naciones, subrayando su carácter reciente y construido.5 No obstante, insistía, pocos han

3 Cualquier síntesis sobre este tema sería insuficiente. Caben citar los res-pectivos naciones y nacionalismo de Ernest Gellner (1983) y Hobsbawm (1990); y la invención de la tradición compilado por este último (Hobs-bawm y Ranger 1983). En esta misma línea, Smith (1999; 2008). Para un balance interesante de la discusión, ver Balakrishnan y Anderson (1996).

4 Sólo para mencionar algunas referencias: Sábato (1999); Annino y Guerra (2003a); Colom (2005); Frasquet y Slemian (2009). Así mis-mo, en la última década se han multiplicado los estudios sobre artefactos centrales de la forja nacional, como las novelas y cuadros costumbris-tas, los museos y las exposiciones universales. Ver Martínez (2000); González (2003); González y Aderman (2006); Acosta (2009).

5 Para Guerra, mientras unos autores han descrito “los procesos de ela-boración reciente” de elementos considerados “venidos de un lejano

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 13-29.

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sido los trabajos que “exploran las identidades colectivas que han precedido a esa nueva forma de existir que es la nación moderna” (Guerra 2003b, 185). El historiador francés subrayaba la necesidad de estudiar la Monar-quía para poder establecer así “la novedad de la nación moderna” y “cómo se produce en cada caso, el tránsito de las viejas a las nuevas identidades” (Guerra 2003b, 185). Siguiendo a Guerra, me interesa explorar las for-mas de identidad colectiva, sus apelaciones y sentidos, que mal podrían agruparse sólo bajo la etiqueta nacio-nal. Pero, a diferencia de Guerra, insisto en el rastreo de las formas de identidad colectiva posrevolucionarias y prenacionales. Los prefijos son peligrosos y pueden confundir, más que ayudar. No obstante, el artículo su-giere que de la Monarquía a la Nación, y para intentar salir de todo delirio teleológico que parece unir las dos unidades sin solución de continuidad, es preciso ubicar formas de articulación política, intentos de dar sentido al nosotros, iluminados por referencias conocidas, como la patria y la república. En otras palabras, la república puede mostrar con fuerza (dar nombre a) aquello que la investigación histórica sobre el período se ha esforzado en subrayar: la renuncia al telos nacional o nacionalis-ta para comprender el desplazamiento que va de “los imperios a las naciones” o de los “súbditos a los ciuda-danos”. En últimas, la república muestra el constante ejercicio de adaptar para dar sentido, de construir y ne-gociar frágiles y temporales acuerdos.

Varios son los trabajos que han subrayado la necesidad de prescindir del “paradigma nacionalista” para com-prender cabalmente la novedad de un proceso revolu-cionario, el cual comienza como acto de fidelidad al Rey y termina con la disolución del orden monárquico.6 Este artículo comparte tal llamado de atención; se interesa en dejar de lado toda explicación que asuma, sin más, a las naciones como resultado inevitable de los pro-cesos revolucionarios. Autores como Mónica Quijada han propuesto la existencia de tres modelos nacionales superpuestos en los proyectos decimonónicos de cons-trucción del orden: el cívico, el civilizador y el homo-

pasado: la lengua, los relatos de los orígenes, los héroes”, otros autores se esforzaron “por distinguir los múltiples sentidos y contenidos, políti-cos y culturales, que conlleva la nación moderna” (Guerra 2003b, 185).

6 Cabe resaltar aquí la línea abierta por el profesor François-Xavier Gue-rra y la “escuela” que éstos abrieron. Esta perspectiva queda planteada en sus trabajos monográficos México: del Antiguo Régimen a la revo-lución (1988) y Modernidad e independencias (1992). Así mismo, una idea de la influencia de Guerra en esta línea de trabajo es palpable en algunos volúmenes colectivos (cfr. Annino, Castro Leiva y Guerra [1994]; Annino y Guerra [2003]), así como en los volúmenes póstumos compilados alrededor de su proyecto intelectual (cfr. Pani y Castro de Salmerón 2004; Peire 2007; Cárdenas y Lempérière 2007).

geneizante (Quijada 2003). Quijada insiste en que la “lealtad a la nación” fue “fuente y elemento legitima-dor del poder del Estado”, aunque reconoce que éste “era un planteamiento teórico que de ninguna manera contribuía a dotar de sentidos claros y precisos a una problemática fundamental en todo el proceso de cons-trucción nacional” (Quijada 2003, 288). Para esta auto-ra, el “Estado-nación fundado en la soberanía popular” es pieza clave del andamiaje político posrevolucionario, aunque reconoce que “en el discurso de la Independen-cia” y “en los sentimientos colectivos que ella movilizó” el término clave “no fue tanto el de la nación como el de patria (Quijada 2003, 291). Quijada identifica los diver-sos sentidos de patria y nación, así como el modo en el que la patria se va “unificando” al sentido nacional. La autora caracteriza, también, los dispositivos y agentes que intervinieron en la forja de los lazos de la tan men-tada comunidad imaginada. De otro lado, insiste en la inmensa energía que los “nation-builders” hispanoame-ricanos invirtieron en la construcción nacional, aquellos que imaginaron activamente la nación que querían, y a “esa imaginación le aplicaron sus posibilidades de ac-ción pública” (Quijada 2003, 288). En esta línea, con la independencia se transforman los sentidos de nación e irrumpe una concepción nueva: “el convencimiento por parte de los patriotas de la fuerza modificadora del liberalismo, que había de subsumir las diferencias en la categoría única de ‘nación de ciudadanos’” (2003, 307).

No obstante, el planteamiento de Quijada deja algunas puertas abiertas para la investigación: ¿Cuáles son los itinerarios de transformación que la patria y sus acep-ciones –i.e., patriota/compatriota– enfrentan en los años posteriores a la Independencia? ¿Su destino es sólo el de subsumirse a la nación, como Quijada pare-ce sugerirlo? ¿Cuál es el lugar de la república en este modelo –con tanta fuerza, por lo menos, en el caso co-lombiano– en la representación de la comunidad po-lítica? ¿Cómo entender, finalmente, la irrupción de la nación, sin que, por otro lado, ésta no sea muy popular en los textos cuya finalidad precisamente era la de tratar de dar límites y contenidos a la comunidad política en formación? Concebir los esfuerzos por labrar “fraterni-dad cívica”, primera articulación en clave nacional para Quijada, tiende a desconocer que buena parte de esos ejercicios no se hicieron teniendo en mente la nación como referente privilegiado de lo político. Por esta vía puede borrar las formas de articulación política o, mejor aún, los horizontes de sentido en virtud de los cuales se hacían tales apuestas de labrar y asegurar fraternidad y obediencia. Uno de ellos, y de ahí la extraña ausencia del vocablo en el texto de Quijada, es la república, car-

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Devociones republicanas: los avatares de la comunidad política a principios del siglo XiXFranz D. Hensel Riveros

Dossier

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gada de múltiples sentidos y con una larga presencia en la institucionalidad misma del Imperio español, que merece una mirada más detallada.

Cabe decir que agrupar diversos procesos bajo el manto Estado-nacional es una efectiva herramienta pedagógica pero puede ser una engañosa entrada de investigación. Este gesto concibe a la nación como una misma forma mutando a lo largo del XIX, cuando lo que se encuentra en sus tramas y vericuetos son sentidos distintos, y mu-chas veces en contienda, alrededor de la comunidad po-lítica en construcción. Aplana un simple hecho que es preciso tener en cuenta: la existencia de categorías en competencia para nominar el orden político y la incerti-dumbre alrededor de la nación como referente fundamen-tal de lo político. El interés de Quijada, precisamente, es el de historizar la nación, pero para ello quizá sea necesario dejarla en suspenso momentáneamente; sólo así podríamos comprender que la nación no existía en el “imaginario colectivo con anterioridad a la independen-cia, o que fuera el destino inevitable del proceso abierto por ésta” (Quijada 2003, 300). Precisamente, si nuestro interés es escapar de la “inevitabilidad” de la nación, es vital comprender las “formas de identidad temprana” a partir del modo en el que éstas eran enunciadas, modifi-cadas y disputadas por los actores. Una de estas posibi-lidades de comprensión la abre la república como forma imperfecta y temporal de experimentar el orden políti-co posrevolucionario. En suma, comparto con autores como Quijada el interés en “desesencializar” la nación, aunque, insisto, de otro lado, en que para ello también se requieren otras categorías.7

La insistencia del artículo en la república representa, en últimas, la necesidad de explorar las formas transitorias,8

7 Tarea de desnaturalización que, por fortuna, no es nada nueva. Erika Pani recuerda, por ejemplo, que ya hace más de cuatro décadas Ed-mundo O’Gorman subrayaba que las entidades históricas no podían ser concebidas como una “cosa o sustancia material hecha y constitui-da de una buena vez para siempre y respecto a la cual su historia sólo sería una serie de accidentes que ‘le pasan’ pero sin afectarla en su ser” (O’Gorman 1969, 8). En esta línea, insiste Pani, en un momento en el que buena parte del discurso historiográfico promete “novedad” de enfoques, de discursos, de preguntas, es sana la precaución de consi-derar lo ya considerado (2007, 66); alejarnos de la manía de lo original per se que tiende a hacernos “forzar las formas y enredar los supuestos teóricos” (2007, 74). De tal modo, sólo el “el intercambio –crítico, po-lémico– con la historiografía de antes, no el rompimiento con ella es lo que nos permitirá avanzar como disciplina” (Pani 2007, 74).

8 Por lo demás, categoría ésta (la de transición) que todo historiador debe tomar con cuidado, pues, a pesar de ser una válida forma pedagó-gica, encubre un peligro latente: el de suponer dos unidades discretas, diferenciadas y diferenciables –para los actores–, y un puente entre una y otra. Confunde el interés del historiador con la perplejidad del actor y hace que el primero tienda a primar sobre la segunda.

intermedias; los puentes de sentido construidos entre una y otra formación, la perplejidad de los actores y la pluralidad de alternativas. Valga decir que al hablar de república y republicanismo me aparto de toda búsqueda sobre cuán fieles, o no, eran los actores a los ideales pu-ros, o a tradiciones de pensamiento perfectamente de-finidas y delimitadas. En este sentido, el texto reconoce que no podemos concebir el republicanismo como una teoría discreta sino como un lenguaje, un recurso den-tro del “arsenal político retórico del periodo” que puede permitir al investigador captar el carácter profundamen-te “contencioso y estratégico del discurso político”.9 En la siguiente sección, seguimos algunas de las prácticas discursivas que tuvieron lugar en el primer intento de construir el orden político posrevolucionario; prácticas que en buena medida coinciden en llamar la atención sobre la república como forma de dar sentido al orden en construcción.

la forma ambigua de la comuNidad política

Una República naciente sobre una inmensa extensión de tierra, enriquecida con los más preciosos dones de la benéfica Providencia: habitada por hombres que han preferido la muerte á ignominiosa esclavitud, santificada con el martirio de sus sabios, y honrada con la sangre de sus héroes. Tal es la Patria, colom-bianos, que os habéis ganado por precio de vuestra constancia, de vuestras virtudes y sufrimientos. Tal es la Nación cuya existencia encomendada á los aus-picios de este día caminará rápidamente por grados de gloria y prosperidad, que no es dado alcanzar á la humana previsión (Nariño, citado en Blanco y Azpurúa 1978, 606).

9 En palabras de Pani (2009, 298). En una línea similar, Luis Castro Leiva (1991, 25) insistía varios años atrás en la importancia de tener en cuenta el “estado del arte retórico” de la época para entender cabal-mente la elocuencia de la libertad republicana. Ahora bien, cada excur-sión en el lenguaje político de un período, en el uso de un determinado concepto por determinados sectores y actores sociales, no puede pres-cindir de una insistencia siempre importante: aun cuando los actores “hacen” algo cuando dicen algo (Jaume 2004), el historiador no puede fundir en un mismo momento dos ámbitos de experiencia diferentes: las prácticas discursivas y no discursivas. Nos instalamos entonces en el terreno de las prácticas discursivas; pero con ello no deseamos caer en la formulación simple que considera que los discursos, sin más, “crearon” una realidad en donde no hay más que juegos del lenguaje, que “no hay realidad fuera de los discursos” (Chartier 1996, 8). Para una discusión en el contexto hispánico, ver Breña (2009). Y en este marco, rastrear lo político no equivale a seguir las obras de pensamien-to político sistemático; más bien, allanar los espacios documentales en donde tales doctrinas están desgarradas, desmenuzadas, hechas trizas por los actores que apropiaban precisamente trozos, muchas veces no coherentes, de teorías, conceptos y doctrinas en el constante ejercicio de dar sentido al nuevo orden político.

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República naciente enriquecida por los dones de la Providencia, Patria conquistada por la constancia, Nación que caminará por grados de gloria y prospe-ridad. Tales son las entradas que en 1821 Antonio Nariño, en calidad de vicepresidente encargado, pro-puso al Congreso en su proyecto de Constitución. En cuatro líneas de su discurso invoca de tres distintas maneras la comunidad política cuyo proyecto consti-tucional quería fundar. Patria, nación y república apa-recían ahora articuladas con nuevos sentidos mientras mantenían, parcialmente, sus antiguas connotacio-nes, aquellas que en parte se encuentran plasmadas en el Diccionario de la lengua castellana de 1726. Si-nonimia aparente que luego se deshace en diferentes formas e invocaciones, distintos propósitos y nuevos lenguajes. Por ello, bien vale la pena esclarecer rá-pidamente los sentidos básicos de los vocablos, tal y como aparecían en dicha obra.

Para el Diccionario, cuya consigna era “limpiar, fijar y dar esplendor” a la lengua castellana, la primera acep-ción del vocablo nación se asociaba al acto de “nacer”, en el uso, por ejemplo, “ciego de nación”. En seguida, aparece como “la colección de los habitadóres en alguna Provincia, País ò Reino” y, finalmente, refiere un uso frecuente “para significar cualquier Extrangéro” (1726, t. 4, 644). Por su parte, patria hace eco de la prime-ra acepción de nación, “lugar, Ciudád, ò País en que se ha nacido”, mientras que un segundo uso subraya que “metaphoricamente se toma por el lugár propio de cualquier cosa, aunque sea inmaterial”, por ejemplo, en “todas las acciones de hombre cuerdo y prudente vol-vieron à la patria del entendimiento” (RAE 1726, t. 5, 164). En el caso de la república, su primer sentido es el de “gobierno del público”. El diccionario aquí establece una distinción central: mientras “Oy se dice del gobier-no de muchos, como distinto del gobierno Monárchi-co”, existe otra connotación en la que hay “tres formas de República: Monarchía, Aristocracía y Democracia”, en donde “son diversos los gobiernos” (RAE 1726, t. 5, 586). Una segunda acepción asocia la república con “la causa pública, el comun ò su futilidad”, como en el uso “Fueronles confiscados y publicados todos sus bienes, y juzgados por traidores y enemigos de la República” (RAE 1726, t. 5, 586). Adicional a esto, una tercera acepción es territorial, repúblicas como pueblos, sen-tido éste, para Guerra, propio de la comprensión caste-llana de república (Guerra 2000). Finalmente, la cuarta acepción insiste en ella como conjunto de hombres, en el uso específico de “Republica literaria”, que alude a “la colección de los hombres sabios y eruditos” (RAE 1726, t. 5, 586).

De la mano con lo anterior aparecen también los filia: republicano, patrio y patriotismo. Mientras republicano alude bien a “lo que es propio de la República” y al “afec-to y zeloso del bien de la República ù de su gobierno” (RAE 1726, t. 5, 586), nacionalidad queda consignada como una “afección particular de alguna Nación, ò pro-piedad de ella” (RAE 1726, t. 4, 644), casi del mismo modo que patrio, “que pertenece à la Patria” (RAE 1726, t. 5, 586). Ahora bien, hay un cambio central que vale la pena advertir: patriota, concepto clave que despunta a lo largo del período revolucionario, aparece remitido a la voz compatriota y registra simplemente el sentido de aquel “que es de un mismo lugar, Ciudad ò Provincia, respecto de otro” (RAE 1726, t. 2, 244). Esta última en-trada invita a pensar en un ejercicio que atraviesa toda la década revolucionaria y el período que inaugura la Carta de 1821: la constante apropiación de referentes viejos y el vertido de nuevos sentidos sobre éstos. El ejercicio de apropiación de elementos disímiles en la tarea de

Portada del diccionario de la Real Academia Española, 1726.

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construir un orden político atraviesa tanto las repúblicas anteriores a la reconquista como aquellas que surgen en la década del veinte: nuevas y viejas formas invaden el espacio público con nuevos y viejos sentidos.

En 1823, el mismo Bolívar, preocupado por las ideas de federación del cuerpo político, escribió alarmado al vicepresidente Santander por las amenazas contra la constitución de la república y los sangrientos sacrificios que ésta había costado. Para él, afortunadamente, exis-tían ciudadanos inspirados por las luces y el patriotismo:

Las ideas de federación que empezaron a difundirse en Colombia, confieso que me alarmaron porque veía derrocado el edificio levantado sobre montones de cadáveres, e inutilizados tantos y tan costosos sacrificios para dar a la República el grado de poder y estabilidad que solo puede sostenerla. Me complazco también de que el gobierno haya sido ayudado por las luces y el patriotismo de ciudadanos tan empeñados por la prosperidad y verdadera dicha de Colombia.10

Pero esta unión de patria y república no era particular de Bolívar. Desde una lectura similar, la respuesta que el catecismo político de Grau daba a la pregunta so-bre la patria no sólo recuerda su concepción en cuanto lugar de nacimiento. La patria aparece dotada con la fuerza de representar una asociación sostenida por el re-conocimiento de derechos, deberes y principios que se deben obedecer.11 Su respuesta a la juventud cumanesa y, luego, colombiana es que la patria es “aquel Estado que proteje nuestros derechos naturales de libertad, igualdad, propiedad y seguridad con leyes justas y equi-tativas, y con las fuerzas reunidas de todos los particula-res” (1822, 52). En la misma línea, el patriota es aquel

10 Al general Santander como Vicepresidente y General de División, en Guayaquil, 13 de marzo (Bolívar, citado en Lecuna 1964, 358).

11 El texto de Grau retoma la antigua fórmula de los catecismos religiosos para impartir nociones republicanas básicas. Su pequeño libro, que se re-imprimió en 1824, “Por orden del Supremo gobierno para el uso de las Escuelas de Colombia” (Grau 1822, 1), se convirtió en texto básico para las escuelas primarias, y el Plan de Estudios de 1826 lo declaró obligatorio, junto con los catecismos de Lorenzo de Villanueva y Fleuri, “la carta de Jiverates a Demonico y la geografía de Colombia por Acebedo” (Santander 1826, 4). Su inclusión respondía, en palabras del mismo plan, a la pre-ocupación por inculcar en la “juventud colombiana” los “principios bási-cos de nuestras instituciones políticas”, aquellas de la “República, Patria, Gobierno, leyes y libertad” (Gaceta, citado en Santander 1990, 195). Un año después de implantado el Plan de Estudios, la Gaceta de Colombia re-gistró con beneplácito que en los lúcidos actos literarios de los colegios de Cuenca, Popayán y Vélez, los estudiantes, que fueron examinados sobre las reglas de ortografía latina, “explicaron los elementos de nuestro idioma y fueron cuestionados sobre el catecismo político del doctor Grau, man-dando enseñar por el gobierno, manifestando en sus doctrinas bastante conocimiento” (Gaceta, citado en Santander 1990, 195).

poseído de “aquel amor para con un estado semejante de asociacion. El amor á la patria, ó el patriotismo, es una de las virtudes mas dignas que pueden distinguir á un ciudadano” (Grau 1822, 54).12 Al mismo tiempo, el texto insiste en subrayar que la patria no es simplemen-te “el pais, territorio, ó provincia en que hemos nacido ó vivido”; tales espacios no constituyen, a ojos de Grau, una patria, ya que ésta sólo existe cuando “se mantienen y respetan inviolablemente todos nuestros derechos na-turales” (1822, 54).

Los anteriores argumentos son centrales para que Grau explique a su juvenil público que en los pasados tres-cientos años ellos pudieron haber tenido país, territorio o provincia pero no patria, puesto que ésta sólo tiene lugar cuando los miembros comparten el amor y respeto a las instituciones de la república. Las líneas del cate-cismo son claras al respecto:

P. ¿Y hoy tenemos patria los colombianos?

R. Si, el congreso jeneral de la República ha formado, y sancionado ya una sabia constitucion, y acertadas instituciones; que han reformado y reformarán los abusos que nos habian envilecido y debilitado, y espe-rimentaremos todas sus ventajas luego que hayamos repelido y lanzado al enemigo que aun quiere hollar y esclavizar el territorio de Colombia. Esta patria ha producido y producirá héroes que correrán gustosos á morir por mantenerla […]

P. ¿Qué debe significar desde ahora en adelante el nombre de colombiano?

R. Hombre libre, valiente, jeneroso, y justo hasta con sus propios enemigos, terror del despotismo, azote de los tiranos, amante y defensor de los derechos del hombre, y obediente seguidor de las leyes de la Repú-blica (Grau 1822, 55-56).

La nación, por supuesto, estaba también presente. Pero, al igual que patria y república, también articulaba vie-jos –colección de habitantes– y nuevos sentidos, los re-lacionados con el poder soberano que emana de una comunidad compartida de deberes. Así, por ejemplo, el secretario del Interior y autor de la Historia de la Revolu-ción de Colombia, José Manuel Restrepo, comentaba en un discurso dirigido en 1824 al Congreso que “nuevas

12 Para un novedoso y fascinante análisis de la patria (y sus derivados) como vocablo central del lenguaje político de la Monarquía española y sus dominios indianos, ver Villamizar (2010).

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naciones salen de esta lucha que levantándose del polvo de la esclavitud en que antes yacían van a colocarse al lado de las antiguas”.13 El conocido catecismo de Grau ilumina de nuevo algunas dimensiones y coexistencias interesantes del vocablo. La pregunta misma es indica-tiva: “¿Qué es la nación colombiana o República de Co-lombia?” (Grau 1822, 6). A esto, el catecismo responde con una interesante mezcla de registros. En primera instancia, rescata el sentido de “colección de habitantes” propia del uso que el Diccionario de autoridades daba a la palabra. Al mismo tiempo, al entablar la equivalencia entre nación y república dibuja un segundo sentido: el de una comunidad política con un espacio determinado: “¿Qué territorio comprehende esta República? R. El mis-mo que comprehendía, el antiguo virreinato de la Nueva Granada y Capitania jeneral de venezuela” (Grau 1822, 6). El último juego de preguntas ilumina, finalmente el vínculo nación-república-independencia, pues, frente a la pregunta “¿Tiene dueño esta República?”, el catecis-mo exalta el carácter libre e independiente de la repú-blica y la imposibilidad de ser “el patrimonio de ninguna persona o familia”. Se trata, señalaría Guerra (2000), de una república “engarzada” en el orden moderno, pues la respuesta no sólo recuerda que en la república “reside esencialmente la soberanía”, sino que también exalta que a ella, a esta nación-república, “le pertenece el derecho de establecer sus leyes fundamentales” (Grau 1822, 7).

Ejercicios de traducción política y cultural que permiti-rán atar sentidos, construir y negociar frágiles acuerdos y proyectar una menuda pero necesaria legitimidad. Tal es el caso de patria y nación con república, pero será también el de la república, a secas. “Nos los represen-tantes” desfilan bajo el credo republicano. Sin llamar a engaños, la Constitución de 1821 señala en su se-gundo artículo que “la soberanía reside esencialmente en la nación” (Constitución de 1821). No obstante, en su proclama general, el Congreso promete velar por “la tranquilidad interior y la seguridad exterior de la Repú-blica” y desenvainar su espada sólo contra sus enemi-gos. En su proclama, recrea de nuevo la metáfora solar, tan querida para el culto bolivariano (Lomné 1993), al indicar que la República es como un sol “cuyo calor be-néfico, extendido por todo el territorio de la República, contribuye a desarrollar las preciosas semillas de nues-tra felicidad y prosperidad” (Constitución de 1821). El Congreso, en 1832, tratando de dar nueva vida políti-ca a la recién creada entidad, presentaba a la Nueva Granada desde una afectada exaltación republicana: la nueva entidad era una “tierra de los valientes, el asilo un

13 José Manuel Restrepo (1824), citado en Santander (1990, 128).

tiempo de la libertad; una República majestuosa, reco-nocida por las primeras potencias del mundo; [un] nom-bre inmortal”, e insistía en la necesidad de transmitir a “las generaciones futuras el encanto del patriotismo, el honor de la virtud, y el respeto debido a los héroes” (Constitución de 1832).

En 1821, frente al Congreso, Francisco de Paula San-tander, en su discurso como vicepresidente entrante, reconocía que “nuestras relaciones políticas apenas han nacido, por la política”, y la tarea, insistía, era “construir un reino de leyes para sumir en la obediencia hombres antes forjados por la victoria y constituidos por las pa-siones serviles”.14 El mismo día, Bolívar proclamaba en calidad de presidente de la recién fundada Colombia:

Yo siento la necesidad de dejar el primer puesto de la República, al que el pueblo señale como al jefe de su corazón. Yo soy el hijo de la guerra […] esta espada no puede servir de nada el día de paz, y éste debe ser el último de mi poder; porque así lo he jurado para mí porque lo he prometido a Colombia; y porque no puede haber República donde el pueblo no está seguro del ejercicio de sus propias facultades […] Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque éste emana de la guerra, aquél emana de las leyes.15

Siguiendo este contrapunto, Bolívar proclamaba en una carta relativa a la victoria de Carabobo: “ayer se ha confirmado con una espléndida victoria, el nacimiento político de la República de Colombia”.16 Insistía en la necesidad de asegurar justicia, proteger la seguridad in-dividual, procurar la economía en los gastos y respetar la libertad de imprenta como “compendio de las insti-tuciones que reclama nuestra nueva República” (Bolí-var, citado en Blanco 1978, 612). A lo largo del mismo año no dejó de proclamar a sus subalternos y aliados militares del Cono Sur los sentimientos de filantropía, paz, liberalidad y armonía de la república que él presi-día y sus sentimientos favorables hacia las del hemis-ferio austral.17 Santander también abrió la década con

14 Francisco de Paula Santander, en “Discurso pronunciado por el General Santander al tomar posesión de la vicepresidencia en la Villa del Rosario de Cúcuta. 3 de Octubre de 1821” (Santander 1988b [1821], 42).

15 Simón Bolívar, en “Discurso pronunciado por Simón Bolívar, liberta-dor, al tomar posesión de la presidencia en la Villa del Rosario de Cú-cuta. 3 de Octubre de 1821”, en Santander (1988d, 145).

16 En su discurso del 25 de junio de 1821 frente al Congreso general de Colombia y a todos los “pueblos y tropas de mar y tierra de la Repú-blica” (Bolívar, citado en Blanco y Azpurúa 1978, 633). Reproducido también en Lecuna (1964).

17 Algunas referencias pueden ser útiles: Bolívar, en una carta al coronel José Pereira en Caracas: “desde que me acerqué a esta capital dirigí

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una singular consciencia histórica: la república había sido fundada y era necesario promoverla. La tarea sería construir un orden inspirado por los principios republi-canos.18 Por doquier, el lenguaje está permeado de una retórica de eventos, esfuerzos, sacrificios y logros por y para la prosperidad y alegría de la República: se re-clama la comunión con los principios republicanos,19 la obediencia al poder civil; se desea y promueve la salud de la República, su felicidad y prosperidad (Santander 1990, 150); se insiste vigorosamente en el respeto a sus autoridades e instituciones;20 y, en general, se invita a “premiar el talento y la virtud y todo cuanto sostiene a un sistema republicano” (El Huerfanito 1826).

Un año después de la carta del veintiuno, Bolívar lla-maba la atención sobre los enemigos de la República21 y enfatizaba que su compromiso era “sostener la Cons-titución de Colombia para no perder la República”, 22

cerca de V.S. un edecán, a ratificarle los sentimientos de filantropía y liberalidad que animan al gobierno de la república que presido” (Bolí-var, citado en Lecuna, 1964, 84). En otra al general Miguel de la Torre: “Dispuesto a promover la paz y buena armonía entre la república que presido y la nación española” (Bolívar, citado en Lecuna, 1964, 86). Y, finalmente, en esta al Almirante Cochrane, desde Trujillo: “La mayor satisfacción que mi corazón va a sentir al acercarme a los antiguos im-perios de los Incas, y a las repúblicas nacientes del hemisferio austral” (Bolívar, citado en Lecuna, 1964, 112).

18 Así lo recuerda, por ejemplo, en su carta de renuncia a la Vicepresi-dencia en 1827. “El general Francisco de Paula Santander renuncia por segunda vez ante el congreso de la República la vicepresidencia del Estado, a que fue llamado por segunda vez por los votos de la nación y del cuerpo legislativo, conforme a la constitución, Palacio de Bogotá a 25 de abril de 1827”. (Santander 1988d [1827], 118).

19 Las referencias son múltiples. Ver, por ejemplo, El Zurriago (1827) y El Huer-fanito Bogotano (1826); Santander (1988b). Así por ejemplo, una represen-tación de la municipalidad de Caracas a la Convención de Ocaña en 1828 señala que “El LIBERTADOR Presidente, como padre de la patria y fun-dador de la misma República, conserva tambien en sus manos el poder de salvarla, como lo ha hecho en las épocas mas calamitosas” (Representación 1828, 3). En esta línea, el periódico El Amigo del Pueblo señalaba sobre la situación de la Convención: “El Gobernador os convocará con la brevedad posible. Él os presentará el cuadro de una República amenazada por todas partes, despedazada en su seno por las pasiones, y vacilante por la diverjencia de opiniones” (¡Ciudadanos! 1828, 43). Es por ello, insiste el periódico, que la Convención debía “elejir un hombre que acostumbrado a mandar y vencer, no puede perderse, sino en bosques de laureles y este es el LIBERTADOR PRESIDENTE” (¡Ciudadanos! 1828, 43).

20 José Manuel Restrepo, “Difusión del conocimiento de la constitución en colegios y universidades. Prevención del gobierno” (citado en San-tander, 1990, 128). Dos años más tarde, El Huerfanito (1826, No. 1, 2) enfatizaba el mismo punto.

21 Al Presidente del Congreso General de Colombia contra la confisca-ción de los bienes de Francisco Iturbe: “Don Francisco de Iturbe ha emigrado por punto de honor, no por enemigo de la República, y aun cuando lo fuese, él ha contribuido a librarla de sus opresores sirviendo a la humanidad, y cumpliendo con sus propios sentimientos: no de otro modo. Colombia, en prohijar hombres como Iturbe, llena su seno de hombres singulares” (Bolívar, citado en Lecuna, 1964, 120).

22 Al general Santander, en Cuenca, 27 de octubre: “Voy determinado a sostener la constitución de Colombia, para que no se pierda la repúbli-

mientras que en 1823 insistía en que la República de Colombia estaba complacida de hacer sacrificios por las libertades de Perú.23 Las proclamas de Santander también giraban alrededor del mismo punto. En calidad de vicepresidente convocaba a los ciudadanos a votar cuidadosamente, puesto que en sus decisiones “yacían la felicidad o infelicidad de la República”.24 En 1824, in-sistía en la idea favorable de que “las naciones civilizadas se han hecho de la República”, debido a la “regularidad de nuestra marcha política y el respeto que profesamos a la constitución”, aunque, subrayaba, aún estaban por suceder eventos “de la mayor importancia a su seguridad, dignidad y poder” (Santander 1988b, 193).

Para 1829, en viaje de exilio por Estados Unidos y Eu-ropa, Santander se describía a sí mismo como un ciu-dadano, educado desde bien temprano bajo principios liberales, cuyo “filantrópico gobierno quizás fue el más republicano de todos los nuevos estados de América”.25 Recordaba su amistad íntima con Bolívar y los conside-rables progresos que, con él en la Vicepresidencia, la re-pública había hecho, al punto de “excitar la atención de los países extranjeros” (Santander, 1988a, 37). Pero en su lectura del proyecto dictatorial de Bolívar, un sistema en el que “todo era para el gobierno, nada para los go-bernados” (Santander 1988a, 84), esta positiva imagen de los principios republicanos que animaban al liberta-dor se transformaba dramáticamente. Las reformas de Bolívar, señalaba Santander, derramaban el desconten-to y “fermentaban las semillas de la insurrección”, pues “Colombia estaba gobernada por un poder ilimitado, que convirtió en crímenes las acciones que siquiera pudieran indicar desagrado” (Santander 1988a, 86). Su queja: la república, aunque Bolívar decía defenderla, estaba sien-

ca” (Bolívar, citado en Lecuna 1964, 313).23 Al general Mariano Portocarrero, en Guayaquil, el 18 de marzo: “La repú-

blica de Colombia se complace en hacer sacrificios por la libertad del Perú, y hoy mismo están navegando sus batallones en busca de los tiranos del Perú”. Al general Santander como Vicepresidente y General de División, en Guayaquil, 13 de marzo (Bolívar, citado en Lecuna 1964, 360).

24 “Pensad que al nombrar vuestros electores les consignáis el depósito santo que la constitución fió a vuestras manos como la salvaguardia de vuestra libertad. Vuestra elección es la base fundamental de la dicha o de la desgracia de la República […] Estudiad, pues, ese código, que habéis proclamado con entusiasmo, amadlo como un bien, y cumplidlo fielmente como una obligación que vosotros mismos os habéis impues-to. Sean todas vuestras acciones y derechos arreglados a la ley, y la República de Colombia acabará de fijar irrevocablemente sus destinos” (Santander, 1988b [1821], 157).

25 Francisco de Paula Santander, en sus “Memorias sobre el origen, causas y progreso de las desavenencias entre el presidente de la Repú-blica de Colombia, Simón Bolívar, y el vicepresidente de la misma, Francisco de Paula Santander, escritas por un colombiano en 1829” (Santander 1988a, 37).

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do maltratada.26 Tanto en registros fundacionales como en sombríos panoramas, la invocación a la república como centro fundamental de la vida política permanece, incluso, como nostalgia. Así lo dirá Santander: “lo deci-mos con el más acerbo pesar, el actual régimen político de Colombia es la ignominia del siglo XIX, y la deshonra de la República” (Santander 1988a, 90)

¿Cómo entender la facilidad con la que la república em-pieza a ser usada de manera tan frecuente, invadiendo el modo en que los actores daban sentido públicamente a sus acciones? Mi respuesta se divide en tres. Prime-ro, la formación clásica de las élites hispanoamericanas provocó que todo el lenguaje, no sólo la república, fuera una “vuelta a la antigüedad grecorromana […] cónsules, dictadores, triunviratos, comicios” (Guerra 2000, 264). Segundo, la trama institucional misma de la Monar-quía española. El Rey era la cabeza de una pirámide de comunidades políticas superpuestas “que sólo pue-de llamarse España por simplificación” (Guerra 2003b, 190). La unidad principal alrededor de la cual se estruc-turaban estas comunidades políticas es la ciudad, que “tendencialmente completa” constituye “una pequeña ‘república’, con su territorio, sus instituciones fundadas en el derecho castellano [y] su gobierno propio: el ca-bildo, elegido por los vecinos” (Guerra 2003b, 191). Y, finalmente, una combinación de los dos rasgos anterio-res: sin monarca, y obligadas a gobernarse a sí mismas, la coyuntura revolucionaria brinda el marco para que las repúblicas urbanas se vean escenificando un drama similar al de las repúblicas antiguas o a las ciudades-Estado de la Europa moderna.27

Trama institucional, lenguaje político y coyuntura exter-na se alían para dar al lenguaje de la república un lugar central a la hora de definir el tipo de comunidad política en construcción. Esta trama interconectada de ciuda-des-república será central para la primera articulación política posrevolucionaria. Si se trata de establecer un desplazamiento, podríamos entonces decir que vamos de las repúblicas a la república. Tránsito que traduce

26 “El nuevo sistema adoptado por Bolívar privó a la República de Colom-bia de sus libertades políticas, y a los colombianos de sus derechos y garantías […] El general Bolívar se declaró investido del poder legis-lativo, del ejecutivo y de una parte del judicial, que los debía ejercer a discreción” (Santander 1988a, 86).

27 Insiste Guerra en que, aunque las diferencias con ellas fueran conside-rables, tenían, sin embargo, muchos rasgos comunes: “marco territorial restringido, la naturaleza urbana de los principales actores, la centrali-dad de la ciudad capital –en relación con las villas secundarias y con el campo– y fuerzas militares formadas, en esencia, por milicias” (Guerra 2000, 263). Para la referencia clásica en Nueva Granada entre 1810 y 1816, ver Molino (2007).

al mismo tiempo los sentidos adquiridos de república como pueblo, como circunscripción espacial y catego-ría jurídica, y, al mismo tiempo, establece un horizonte político que parece fundarse bajo la égida de la nove-dad. La república es ambigua, puede señalarse, y pre-cisamente por ello es protagonista en los primeros años posteriores a la guerra: articula los sentidos tamizados y decantados de las comunidades políticas monárqui-cas antes unidas bajo la fuerza simbólica del Rey. Los sentidos viejos de la república se encuentran ahora en-garzados en una construcción que ya es profundamente moderna (Guerra 2000). Nomina al mismo tiempo la forma conocida y la lucha por llenarla de significado con nuevos sentidos.

La noción habita los sentidos de la organización espa-cial misma, y, de una tímida apelación a la república en los inicios del proceso revolucionario, se convierte en una apelación constante en distintos países del hemis-ferio en la década del veinte (Guerra 2003b).28 Georges Lomné, a través de un fino análisis, ha mostrado que los ritos políticos en la independencia se articulan so-bre la lógica simbólica de la extinta monarquía (Carrera Damas et al. 2006; Lomné 1991). En tales ritos el culto mariano es central y la plaza “nunca se ve desposeída de su papel de su lugar festivo privilegiado” (Lomné 1991, 8). El caso del rito bolivariano y su apropiación de la metáfora solar, incontestable símbolo monárquico, ilustra muy bien algo que la república como signo hace muy bien: emplear lo conocido para dotarlo de nue-vo significado. En 1826, Bolívar, frente a la Asamblea Constituyente Boliviana, subraya que el “Presidente de la República viene a ser ‘como el sol que firme en su centro da vida al Universo’”: un principio vitalicio, de esencia solar, fomenta lo que Bolívar considera “como la más sublime inspiración de las ideas republicanas” (Lomné 1991, 14). Esta yuxtaposición de “simbólicas” nos permite también iluminar uno de los terrenos en los que la república ata sentidos y ocupa los espacios: la estrecha relación entre religión católica y comunidad política que podemos detectar en los primeros años del siglo XIX; años en los que se hace evidente la “intensi-dad de la devoción que comparten Patriotas y Monarquis-tas a favor del registro combatiente […] del ‘Cordero de Dios’ así como de la Virgen” (Lomné 1993, 122). Invocación que también nos permite aclarar un poco

28 En la Nueva Granada, a diferencia del Río de la Plata, la Nueva Espa-ña y los Estados Unidos de Venezuela, el uso explícito de referencias republicanas es precoz (Guerra 2003b). En este caso, después de una oleada de constituciones de estados y provincias en 1810 y 1811, para fines de este último año el “régimen político empieza a ser definido explícitamente como republicano” (Guerra 2003b, 261).

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el uso que este artículo hace de la expresión devoción republicana. Para el diccionario de la lengua española, devoción atañe al “amor, veneración y fervor religiosos”. Y es en esta línea donde historiadores sociales y antropó-logos culturales han avanzado en la comprensión de prác-ticas de devoción centrales en Hispanoamérica, como el culto mariano, el protagonismo de figuras particulares como la Virgen de Guadalupe y el catolicismo barroco.29 Ahora bien, según el mismo diccionario, devoción atañe también a un sentimiento, a una inclinación especial ha-cia “algo”. La lealtad, por ejemplo, tiene una dimensión relacional explicable sólo a partir de la existencia de una “devoción” a una comunidad.30 Convergen así, en la mis-ma palabra, un particular fervor religioso y una inclina-ción especial, una costumbre considerada como buena. Devociones republicanas es una manera, entonces, de atar la particular fuerza de la república como horizonte de sentido político con la centralidad que la religión cató-lica parecía tener en tal tarea. Si se quiere, es un guiño al universo católico del cual estaba toda impregnada la construcción política de los primeros años del siglo XIX.

los fuNdameNtos católicos de la república

En 1821, un periódico bogotano, entre varios, temía la falta de respeto, la ausencia de urbanidad que los bogo-tanos mostraban ante los magistrados de la república. Se quejaba de los extremos que corrompían a la república: hombres que bajo el “rejimen antiguo hacian á un oidor no solo cortesias, inclinaciones y reverencias, sino hu-millaciones y bajezas”, hoy en día se “glorian no quitarse el sombrero á los majistrados de la República, siendo esta una demostracion de cortesía y buena crianza, muy usada entre nosotros” (El Huerfanito 1826). Es posible enmarcar el lamento del periódico bogotano en un pro-blema mayor: la experiencia de construcción de legiti-midad en un orden político emergente y los desafíos de

29 Para el caso hispanoamericano, Taylor (1987) y Larkin (2004). Un in-teresante llamado de atención sobre la devoción como práctica central en el temprano renacimiento (reflejada, por ejemplo, en las pinturas de paneles) ha permitido a historiadores como Caroline Walker las devociones eucarísticas de las mujeres en el siglo XIII. En sus pala-bras, la “eucaristía era más que una ocasión de éxtasis. Era también un momento de encuentro con la humanitas Christi, un tema fundamen-tal en la espiritualidad de las mujeres. Para las mujeres del siglo XIII esta humanidad era, por encima de todo, la corporalidad de Cristo, su ser-en-el-cuerpo; la humanidad de Cristo era el cuerpo y la sangre de Cristo” (Walker 2007, 204). [Traducción del autor]

30 Para una discusión de la relación entre lealtad y devoción, el texto de Jeremiah Royce The Philosophy of Loyalty (1908) es una sugerente entra-da. Para Royce, la lealtad es la devoción total de una persona a una causa (Royce 1908, 17). Pero la “causa” que él asocia con la lealtad es finalmente articulada como “devoción a una comunidad” (Kleinig 2008).

fundamentación moral ligados a la fundación de la re-pública. El lenguaje de los primeros años de la república es abundante en adjetivos y epítetos sobre el desorden moral, las pasiones exaltadas, el triunfo de los vicios y la ausencia de añoradas virtudes añoradas y queridas. Aquí, un tema que Germán Colmenares subrayaba en su aguda lectura de Restrepo como accesorio, retórico y poco útil para comprender la formación del Estado y la nación (Colmenares 1986), se revela central para comprender, precisamente, la textura del orden político de principios del siglo XIX: el balance entre las pasiones “exaltadas” y la tarea de la república en encauzarlas.31 Solamente siguiendo este lenguaje de caos y salvación, al que la solución republicana parecía hacerle frente, es que podemos aproximarnos a las encrucijadas y desga-rros del siglo XIX. Y es dentro de este marco que cobra sentido la república católica como una de las primeras articulaciones de identidad política posrevolucionaria.

La sociedad monárquica ha sido descrita con destreza como una Monarquía Católica (Brading 2003), como una alianza entre trono y altar, o bien como una unidad político-religiosa (Elliot 2006; Guerra 2003b; Weber 2005). Alianza refrendada en rituales cotidianos que, al mismo tiempo, legitimaban el orden, actualizaban la identidad local y la pertenencia a la Monarquía. Car-gada de providencialismo, la “Monarquía Católica” se asumía como la encargada de “defender a la Cristiandad contra sus enemigos” y asegurar “la expansión de la fe”, elemento central si se recuerda que, en última instan-cia, era el que legitimaba el dominio español en Amé-rica: “la lealtad al rey [era] inseparable de la adhesión a la religión” (Guerra 2003b, 201). De esta poderosa identificación entre Monarquía y catolicismo se plantea una pregunta central para los órdenes posrevoluciona-rios, que Guerra articuló elocuentemente: “¿Cómo se puede ser, al mismo tiempo, independiente, republica-no y católico?” (Guerra 2003b, 202). ¿Cómo, al mismo tiempo, marcar la diferencia con la monarquía, cultivar devoción a la república y no renunciar a las bondades de la cortesía, obediencia y buena crianza? Precisamen-te, la tarea que emprenden los actores en la década del veinte es la de ajustar esta ecuación, mostrar la “posibi-lidad de ser republicano y católico” (Guerra 2000, 266). Ungir la república con un carácter sagrado, experiencia que había tenido un “auténtico esplendor” en las repú-blicas de la década del diez y que volvería a “alcanzar ple-

31 Preocupación que Albert Hirschman había señalado varias décadas atrás con respecto al papel que el pensamiento social de los siglos XVII y XVIII dio al comercio en el apaciguamiento de las pasiones (Hirsch-man 1977). Sobre las lecturas recientes de la obra de Colmenares, ver Mejía (2007; 2009).

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namente su significado pedagógico a partir del continuo éxito de las Armas republicanas tras la victoria de Boyacá” (Lomné 2003, 497). En 1823, José Manuel Restrepo, en calidad de secretario del Interior, y Jerónimo Torres, vice-presidente del Parlamento y autor de un tratado de moral y política para colegiales (Torres 1838), reconocían que, luego de promulgada la Constitución de 1821, la forja de nuevos ciudadanos debía ir de la mano con los principios de la religión católica. Bajo tal justificación, Torres y Res-trepo firman una ley que creaba un “Colegio de Ordenan-dos”, pues era el “deber de toda República bien ordenada proporcionar los medios más eficaces para que los minis-tros de la religión tengan las virtudes e instrucciones que pide su sagrado ministerio, pues son los inspectores e ins-taladores morales que deben combatir los vicios, origen funesto de los crímenes”.32 De hecho, los autores de la Ley señalaban que la Corona española había descuidado esta parte central de sus obligaciones, y reconocían que la creación de este colegio era central, pues debido al “in-flujo que los párrocos tienen en la dirección de las almas, Colombia se encuentra en la imperativa necesidad de promover la enseñanza y la regularidad en las costumbres en aquellos que aspiran al ministerio del altar” (Torres y Restrepo, citados en Santander 1990, 106).

En el mismo año, el Congreso introduce una ley sobre “los medios para civilizar a los indios salvajes”, que jus-tifica, de nuevo, a partir de la necesidad de moralizar y “cristianizar” los miembros en las periferias de la repúbli-ca. Así mismo, explica que uno de sus primeros deberes es “proteger la propagación del cristianismo y la civiliza-ción de las tribus de indígenas gentiles que viven dentro de los límites de su territorio” (Gaceta 1822, citado en Santander 1990, 193). Esta misma intención también aparece, años más tarde, en una pastoral que subrayaba que la doctrina cristiana era el medio más efectivo para “atraer a la verdadera fe a las tribus salvajes en los de-siertos de la República”.33 En un tono similar, para 1834

32 Jerónimo Torres y José Manuel Restrepo, “Ley sobre la creación de un colegio de ordenandos”. Bogotá, 20 de junio de 1823 (en Santan-der 1990, 106).

33 (Mosquera 1842, 7). El arzobispo continuaba: “No os dirijimos hoy la palabra, hermanos é hijos […] mui amados, como lo hacemos con fre-cuencia sobre los deberes ordinarios del cristiano: un objeto estraordi-nario, grande, eminentemente católico, glorioso para la Relijión i para la Patria, nos obliga […] para llamarnos á todos en torno del Gobierno en auxilio de la grande obra de la propagacion de la fé, en el estableci-miento de las misiones […] la obra de la iluminacion de los pueblos, de su resurreccion intelectual, de su rescate moral, es la obra esclusiva del cristianismo; pero del cristianismo que conserva la unidad, i con ella aquel inagotable fondo de fé i de caridad […] pensamiento tan cristia-no como político movió sin duda la piedad i el patriotismo de los padres de la Patria, para dar lugar entre sus preferentes trabajos al decreto sobre establecimiento de colejios de misiones” (Mosquera 1842, 6-7).

el Concejo de la ciudad de Bogotá discutió y promulgó los estatutos de la Sociedad de Educación Primaria de Bogotá, cuyo propósito era “fomentar”, por los medios posibles, la “difusion de la enseñanza i de la instrucción pública” (Estatutos 1834, 3).34 Para los fundadores de la sociedad,35 uno de los “más sagrados deberes que la Ley impone a la República” es la atención a la educación moral y a la formación en los principios cristianos “so-bre los cuales debe reposar incontestablemente nuestro sistema social” (Estatutos 1834, 3). Aunque fuera del alcance temporal de este texto, estas dos últimas refe-rencias a las comunidades en los confines y el centro de la República permiten iluminar la insistencia en el vínculo entre educación moral, principios cristianos y comunidad política.

Para 1832, en uno de sus primeros discursos como pre-sidente, Santander, volviendo del destierro a una Co-lombia ya convertida en la Nueva Granada, llamaba a los “Ministros del altar” a enseñar con “el ejemplo y la palabra” la “obediencia que de rigurosa justicia debe prestarse a las autoridades constituidas”. El llamado era a predicar “la práctica de las virtudes cristianas” para emplearlas y dirigirlas al bien de la república, a “reunir los ánimos bajo las instituciones rectoras que van a re-giros” (Santander 1988d, 187). De manera clara, San-tander subrayaba la subordinación de los “honorables ministros del altar” al poder civil y a las leyes de la repú-blica. Si en este discurso Santander reconoce la amena-za que la Iglesia católica simboliza, al hacerlo también ratifica su centralidad, su importancia en la formación de las almas republicanas, para recordar el título de Carvalho (1990). Así, Santander enfatizaba la necesi-dad de la subordinación del clero a la autoridad civil, mientras que aceptaba que el gobierno debía reconocer que esta “religión santa […] contribuye a reformar las costumbres, purificar el corazón, hacer cumplir todos los deberes morales y asegurar la obediencia a las leyes y a los magistrados” (Santander 1988d, 187). Este frágil equilibrio de subordinaciones, como los conflictos de 1839 lo mostrarán, no será fácil de establecer, y con el paso del siglo la esfera de subordinación del poder civil a la Iglesia se irá transformando y complicando con el paso de los años.

Una distinción que José María Samper realiza en 1865,

34 Estatutos de la Sociedad de Educación Primaria de Bogotá (1834). Es-tablecidos por la Cámara provincial el 4 de octubre de 1834.

35 Sebastián Esguerra, presidente de la Cámara; Pastor Ospina, se-cretario; Rufino Cuervo, gobernador de Bogotá; Francisco Escovar, secretario de la Gobernación (Estatutos 1834, 6).

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una vez su giro hacia el catolicismo se había consuma-do, puede ser útil para reforzar esta central coinciden-cia que moviliza la república católica. Para este liberal radical, convertido al catolicismo a través de una suce-sión de eventos en los que confluyeron visiones místi-cas, pragmática política, crítica social y transformación personal,36 las constituciones del período 1821-1843 hacían parte del grupo de cartas republicanas y cató-licas. En un cuadro de degeneración de tal relación, Samper luego describía las católicas y tolerantes y, por último, las intolerantes (Samper 1865). Para Samper, desde 1810 “heroicos revolucionarios” se dieron a la ta-rea de forjar una república basada en los fundamentos católicos. En afectado tono, Samper señalaba que los “próceres de la independencia”, los “fundadores de la República”, los “heroicos revolucionarios de 1810”, en-tre los que contaba a Nariño, Fernández Madrid, Cal-das y Torres, todos “invocaron al Dios de los católicos i la patria de los republicanos”. En dramática defensa del “martirolojio republicano” reclamaba un lugar en la his-toria para ellos, contra quienes los querían expatriar de la “república de los muertos” por el hecho de haber sido republicanos y católicos” (Samper 1865, 11).

Puede decirse que la proclama de Samper sobre el pa-sado heroico, católico y republicano de Colombia fue mera estrategia retórica para justificar su reciente y par-cialmente sorpresiva conversión al catolicismo. Sin embar-go, la “Ley Fundamental” que inauguró la República de Colombia en 1821 no estaba lejana de la lectura hecha por Samper. Ésta se hacía bajo “los auspicios del Ser Supremo”, y los “representantes” de los “pueblos de Co-lombia” reconocían a “Dios como autor y lejislador del Universo” (Constitución de 1821). El mensaje del Congreso a los habitantes de Colombia después de la Constitución subraya con cuidado los fundamentos ca-tólicos sobre los que descansa la república. En el men-saje del Congreso general a los habitantes de Colombia, los representantes subrayaban su compromiso con las leyes, en las que habían “puesto una confianza ilimita-da”; ellas “aseguran la equidad entre todos y cada uno […] y son también el apoyo de la dignidad del colom-biano, fuente de la libertad, el alma y el consejo de la República” (Constitución de 1821). Ahora bien, el rapto legalista y republicano era acompañado de una exalta-ción a la fe cristiana, objeto de las “más serias medita-ciones de vuestros representantes”. Iniciaban señalando que las leyes promulgadas “eran enteramente confor-mes con las máximas y los dogmas de la Religión Católi-ca Apostólica y Romana”. A renglón seguido enfatizaban

36 Para un detalle de tales itinerarios de conversión, ver Hensel (2010).

que “todos profesamos y nos gloriamos de profesar” los mismos principios, y cerraban ponderando que la cató-lica “ha sido la religión de nuestros padres, y es y será la Religión del Estado” (Constitución de 1821).

Del mismo modo que la Constitución de 1821 auto-rizaba y promovía “las contribuciones necesarias para el Culto Sagrado”, la transitoria Constitución de 1830 mantenía la invocación a los principios de casi diez años atrás. Además, subrayaba en el segundo título (sobre la religión colombiana) que la “católica, apostólica y roma-na es la religión de la República”, y, por ello, la República debía procurar “en ejercicio del patronato de la iglesia colombiana, protegerla y no tolerar el culto público de ninguna otra”.37 A pesar de las marcadas diferencias con los proyectos constitucionales arriba mencionados, Si-món Bolívar en 1828 no diferiría de esta lectura. El artí-culo 25 del Decreto Orgánico afirmaba con la fuerza del

37 Artículos 6 y 7, respectivamente, del título II, “De la religión colombia-na” (Constitución de 1830).

Preámbulo de la Constitución de 1821.

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imperativo que “el Gobierno sostendrá y protegerá la Religión Católica, Apostólica, Romana como la religión de los colombianos” (Bolívar 1828, 6). El lector podrá identificar una diciente semejanza si vuelve los ojos a la Carta de 1832, con Santander como presidente, en la que los principios de la década anterior se reafir-marán con vigor. El Congreso subrayaba que el nuevo arreglo constitucional, además de establecer con clari-dad la separación de los poderes y la libertad legal de la prensa, debía reconocer el “riguroso deber que tiene la Nueva Granada de proteger la santa religión católica, apostólica, romana”.38

Además del florido lenguaje que acompaña las apela-ciones al catolicismo, esta Carta señala de manera ex-plícita un móvil central –que ya para 1839 será fuente de conflicto– de estas apelaciones: la religión, también, debía subordinarse al poder civil. Más allá de la retórica barroca, la exaltación protuberante y la apelación ensor-decedora, o más bien a la par con ellas, encontramos también la pragmática política, la precisa sensibilidad para hacer de la religión, en tiempos de moderna incer-tidumbre política, un lazo sólido, un compromiso frágil de estabilidad. La defensa entonces se plantea frontal en pro de la religión sacrosanta: ella es un “lazo indi-soluble y sagrado que une a todos los granadinos con el cielo, y por cuya conservación inmaculada perderían todos la vida” (Constitución de 1832).

La república, en la comprensión del orden político de principios del siglo XIX, no aleja los principios de la reli-gión católica; los asume como propios, los convierte en credo republicano, los sabe parte fundamental del or-den (Hensel 2009). Teniendo en cuenta las discusiones parlamentarias, las leyes fundamentales, los periódicos, catecismos y pastorales, podríamos decir entonces que de república, patria y catolicismo estaba hecho el orden político en los primeros años del siglo XIX.

coNclusióN

Después de las guerras de independencia, la tarea de construir y legitimar un orden político fue un problema de primer orden en las agendas de los países recién creados. Las discusiones sobre la comunidad política

38 Los representantes de 1832 no ahorrarían, en la misma línea de las anteriores cartas, epítetos y adjetivos al respecto: “esta religión divina, la única verdadera, precioso origen del bien que heredaron los grana-dinos de sus padres, que recibieron del cielo en el bautismo, y que por la misericordia del Dios que adoramos, conservaremos todos intacta, pura, y sin mancha” (Constitución de 1832).

apelaron al uso de categorías conocidas de la sociedad monárquica, como patria y república. Ahora bien, uno de los deslizamientos que la década del veinte pre-senció fue la rearticulación de ambos significados a partir de una patria entendida menos como lugar de nacimiento y más como comunidad de principios re-publicanos. Una patria republicana. Al mismo tiempo, la categoría misma de república, vieja conocida desde la organización espacial en república de indios y de blancos, devino central en la experiencia política pos-revolucionaria. La república aparecía como el sello de fundación del orden en construcción al retomar viejos significados fundiéndolos con las tareas del cercano e imperativo porvenir.

Urge volver sobre nuestras historias nacionales para descubrir en ellas otras tramas posibles; una de ellas es la republicana. Abrir nuestro catálogo de lecturas sobre las formas y los espacios, los lenguajes y experiencias de la comunidad política más allá de la narrativa na-cional sólo puede enriquecer nuestra lectura sobre el siglo XIX, plantear nuevas preguntas y prometer nuevos debates. Quizás, la insistencia de este artículo en la re-pública es sólo una manera de sugerir que es preciso reconsiderar la nación como categoría omnisciente de análisis, al menos durante los primeros años después de la experiencia revolucionaria. Se han escrito tomos alrededor de las múltiples fracturas de lo nacional en el siglo XIX y, claro, en el XX. La república ilumina quizá otra lectura posible: no una en clave “positiva”, como algunos autores lo han empezado a sugerir, sino una que nos permita leer las encrucijadas e injusticias, las incertidumbres y nuevas dominaciones que inauguran la existencia misma de Colombia, pero a través de las categorías, universos y recursos que los actores dispu-sieron para tales fines.

Lo expuesto hasta aquí nos permite sugerir una hipóte-sis de trabajo resumida en un doble deslizamiento, en una transformación que habría que explorar con mayor cuidado: de la sociedad monárquica a las formaciones republicanas; y luego de las formas republicanas a los idearios nacionales. Formas, obviamente superpuestas, que nos permitirían articular la exaltación de la obe-diencia con la búsqueda del alma nacional, obsesión de la literatura costumbrista de la segunda mitad del siglo. Antes que asumir la omnipotencia del Estado-nación, su embrión, la tarea entonces sería registrar las articula-ciones y rearticulaciones que hicieron posible su emer-gencia, tal y como hoy día lo conocemos, sin que por ello borremos las trazas de órdenes políticos que mal encajan en nuestra definición contemporánea de Esta-

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do nacional. Nuestras historias, las historias venideras, deberán dar cuenta con mayor sutileza de esta trans-formación. Nuestras historias, doscientos años después de la aventura republicana, deberán ser sensibles a los lenguajes de los actores, no para transcribirlos desde el sueño rankiano de reconstruir el pasado “tal cual fue”, sino para poder asir aquel instante que aún nos es dado comprender. Así podemos iluminar caminos de inves-tigación que no se contenten con invocar categorías siempre inconclusas, siempre débiles como normativos teóricos, preguntas que nos dejen transitar, también, por el desvarío de los actores, por sus rodeos, por sus proyectos frustrados.

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Devociones republicanas: los avatares de la comunidad política a principios del siglo XiXFranz D. Hensel Riveros

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por Francisco A. Ortega**Fecha de recepción: 16 de agosto de 2010Fecha de aceptación: 14 de octubre de 2010Fecha de modificación: 20 de octubre de 2010

RESUMENEste artículo examina la obra del filósofo caraqueño Simón Rodríguez (1771-1854) en torno al papel que la educación popular debe cumplir en las nacientes naciones americanas. Rodríguez, como buena parte de la nueva élite criolla, había comprendido rápidamente que uno de los principales retos de los nuevos Estados era la ausencia de una ciudadanía que pudiera animar la vida cívica y política. Aunque la educación pública ya había sido tratada por extenso por el reformismo ibérico desde la segunda mitad del siglo XVIII, el problema se presentaba ahora de manera mucho más aguda, una vez que los nuevos Estados abrazaban el principio de soberanía popular, el marco institucional republicano y una definición formal de la libertad. Ante semejante reto, los nuevos gobiernos adoptaron el sistema lancasteriano e implementaron programas de educación masiva. El artículo retoma la crítica de Rodríguez al lancasterianismo y propone tres ejes a partir de los cuales se hace posible una aproximación a la propuesta educativa de Rodríguez: su noción de la originalidad de las sociedades americanas, su principio de interdependencia social y el papel de la educación en el proceso de formación de ciudadanos activos, críticos y creativos, única base segura para la sustentación de las nuevas repúblicas.

PALABRAS CLAVESimón Rodríguez, lancasterianismo, educación popular, sociedades americanas, siglo XIX, republicanismo.

* Quiero agradecer a Sergio Mejía por animarme a completar este artículo y a Franz Hensel por su generosa lectura. Agradezco igualmente a Nicolás González y Alex Chaparro por la asistencia con la búsqueda en bibliotecas y archivos de Bogotá. Este artículo se elaboró a partir de la investigación realizada dentro del proyecto “Comunidades y subjetividades políticas: doscientos años de ciudadanía”, financiado por la división de Investigacion Bogota (dIB) de la Uni-versidad Nacional de Colombia. El autor es miembro del grupo de investigación “Prácticas culturales, representaciones e imaginarios” de la Universidad Nacional de Colombia, y ha contado con su apoyo.

** Profesor Asociado del departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá). Investigador post-doctoral en el proyecto “The Research Project Europe 1815-1914,” apoyado por el European Research Council Ph.d. de la Universidad de Chicago, Estados Unidos. Entre sus publica-ciones más recientes se encuentran: Jesuitas e Independencia en la Nueva Granada. En Los jesuitas formadores de ciudadanos. La educación dentro y fuera de sus colegios (siglo XVI-XXI), ed. Perla Chinchilla, 69-92. México: Universidad Iberoamericana, 2010; y Colonia, nación y monarquía. La cuestión colonial y la cultura política de la Independencia. En La cuestión colonial, ed. Heraclio Bonilla. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2010. Correo electrónico: [email protected].

Take the Good and Leave the Bad: Simón Rodríguez and Popular Education

ABSTRACTThis article examines the work of the Caracas-born philosopher, Simón Rodríguez (1771-1854), with respect to the role that popular education should play in the new nations of the Americas. Rodríguez, like many of the new Creole elite, had rapidly understood that one of the main challenges facing the new states was the absence of a citizenry who could enliven civic and political life. Although popular education had already been extensively addressed by the Bourbon reforms since the mid-eighteenth century, the problem became even more pertinent once the new states embraced the principle of popular sovereignty, the institutional framework of republicanism, and a formal definition of freedom. Facing this challenge, the new governments adopted the Lancaster system and implemented wide-reaching educational programs. The article examines Rodríguez’s criticism of the Lancaster system and proposes three axes of analysis to better understand his own educational proposal: his notion of the originality of American societies; his principle of social interdependence; and the role of education in forming active, critical, and creative citizens, the only sure basis on which the new republics could survive.

KEy wORdSSimón Rodríguez, Lancastrian, Popular Education, American Societies, XIX Century, Republicanism.

Tomen lo bueno, dejen lo malo: Simón Rodríguez y la educación popular*

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El gobierno republicano no admite vulgo.

(Rodríguez 1828)

Estas épocas bicentenarias han volcado la mirada de buena parte del país a los sucesos que mar-caron el comienzo de la vida institucional del país hace doscientos años. Para algunos se trata de redecubrir un pasado glorioso, al cual deberíamos celebrar en cuanto encarna los valores fundamentales de la nacionalidad; para otros, en contraste, se trata de confirmar en ese momento original la huella de una violencia fundante que desde entonces ha marcado los destinos trágicos del país; y, todavía, para otros más, se trata de recons-tituir los horizontes argumentativos sobre los cuales se construyeron nuestras comunidades políticas y las tra-diciones intelectuales que les han servido como recurso en su conflictivo, pero también creativo, devenir.

Este ensayo asume decididamente esa tercera posición y procura restaurar un prinicipio de inteligibilidad interno a las acciones de sus actores. Para decirlo con palabras del historiador alemán Reinhart Koselleck, se trata de “inves-tigar los conflictos políticos y sociales del pasado en el medio de la limitación conceptual de su época y en la au-tocomprensión del uso del lenguaje que hicieron las partes interesadas en el pasado” (Koselleck 1993, 111). En ese sentido, interesa acotar el horizonte argumentativo den-

tro del cual se concibieron y desarrollaron las propuestas para la nueva institucionalidad, así como los límites que evidenciaron y los diversos intentos por cuestionarlos. En este caso, el debate que me interesa examinar es el que gira en torno a la educación popular a comienzos de la década de los veinte como estrategia para responder a los retos que enfrentaba la implementación de una nueva institucionalidad política basada en la noción de representación y participación ciudadana.

Las nuevas élites de la región comprendieron rápida-mente que uno de los principales retos de las nuevas repúblicas de la América española era la ausencia de una ciudadanía educada que animara la vida cívica y política. A pesar del importante esfuerzo inicial duran-te el gobierno de Santander por desarrollar un sistema nacional de educación, la devastación de la guerra, la precariedad financiera del país y la ausencia de infraestructura y de personal capacitado limitaron seve-ramente su posible alcance. Adicionalmente, existía un fuerte escepticismo por parte de la nuevas dirigencias nacionales ante las capacidades políticas del pueblo grancolombiano. En su versión más cruda, Juan García del Río planteaba la necesidad de

[…] no confundir la educación científica y la popu-lar; el cultivo de las clases elevadas de la sociedad no es un cultivo que conviene a la plebe. La educación del pueblo debe consistir en la buena moral y las artes prácticas. Las grandes teorías filosóficas y religiosas son inútiles e inaccesibles al pueblo, el cual teniendo las ideas y virtudes indispensables al género de sus

Tomem o bom, deixem o mau: Simón Rodríguez e a educação popular

RESUMOEste artigo examina a obra do filósofo de Caracas Simón Rodríguez (1771-1854) a respeito do papel que a educação popular deve cumprir nas jovens nações americanas. Rodríguez, assim como boa parte da nova elite crioula, havia compreendido rapidamente que um dos principais desafios dos novos Estados era a ausência de uma cidadania que poderia reavivar a vida civil e política. Embora a educação pública já tivesse sido extensamente tratada pelo reformismo ibérico desde a segunda metade do século XVIII, o problema se apresentava agora de maneira muito mais aguda, uma vez que os novos Estados abraçavam o princípio de soberania popular, um marco institucional republicano e uma definição formal da liberdade. Diante de tal desafio, os novos governos adotaram o sistema lancasteriano e implementaram programas de educação em massa. O artigo retoma a crítica de Rodríguez ao lancasterianismo e propõe três eixos à partir dos quais se torna possível uma aproximação com a proposta educativa de Rodríguez: sua noção da originalidade das sociedades americanas, seus princípios de interdependência social e o papel da educação no processo de formação de cidadãos ativos, críticos e criativos, única base segura para a sustentação das novas repúblicas.

PALABRAS CHAVESimón Rodríguez, lancastrian, educação popular, sociedades americanas, século xix, republicanismo.

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Tomen lo bueno, dejen lo malo: Simón Rodríguez y la educación popular Francisco A. Ortega

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trabajos y a la felicidad de su vida, en bastando sus luces a sus capacidades, debe estar satisfecho. Las clases elevadas, por el contrario, deben entrar en el secreto de las ciencias de que han de hacer aplicación para el interés del Estado, y conservar su depósito (García del Río 1829, 27-28).

Pero esa no era la única visión disponible en su mo-mento. Para algunos pocos, el reto no era, simplemente, capacitar la gran masa de colombianos para hacerles “ciudadanos obedientes, moderados, respetuosos y dóciles” (Santander 1990, 365); para algunos, Simón Rodríguez entre ellos, la educación popular constituía el medio fundamental para generar una ciudadanía política, activa y creativa, capaz de realizar el proyecto republicano y dar, de ese modo, sustento a los principios fundantes de los nuevos Estados.

samuel robiNsoN, simóN rodríguez

Cuando Samuel Robinson –nuevamente llamado Si-món Rodríguez– desembarca en Cartagena a comienzos de 1823, la Nueva Granada ya había sellado su Inde-pendencia, la Constitución de Cúcuta le había dado frágil vuelo a la unión grancolombiana y los ejércitos bolivarianos se desplazaban con rapidez desde Ecuador hacia Perú para enfrentar el último gran bastión español en el continente. Hacía poco más de 25 años que Rodrí-guez había dejado Caracas y regresaba ahora, según sus propias palabras, no “porque nací en ella, sino porque tratan sus habitantes ahora de una cosa que me agrada, y me agrada porque es buena, porque el lugar es propio para la conferencia y para los ensayos, y porque es usted [Bolívar] quien ha suscitado y sostenido la idea”.1 Varios retos enfrentaban por entonces las nuevas repúblicas, pero para enfrentar uno en particular, la educación para las nuevas repúblicas, estaba Simón Rodríguez particu-larmente bien preparado, y así lo sentía Bolívar, quien lo hizo llamar desde Lima en 1825 para que le ayudara a montar el nuevo sistema educativo en el Alto Perú.

Aquéllos eran los días de optimismo, cuando los nuevos gobiernos soñaban con renovar “en el mundo la idea de un pueblo que no se contenta con ser libre y fuerte, sino que quiere ser virtuoso” (Bolívar 2009, 142). Todo pa-recía posible, aun dotar en breve tiempo de ciudadanos a Estados que nacían a la vida pública tras 10 años de guerras cruentas y con una economía arruinada, Estados

1 Carta a Simón Bolívar, Guayaquil, 7 de enero de 1825. En Rodríguez (2001, 141).

que se habían decidido, tercamente, a ser republicanos, basados en el principio de soberanía popular, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la es-clavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios y la igualdad (como afirmaría Bolívar en el “Discurso de Angostura”), y aun cuando su larga pertenencia al conjunto hispánico no los había preparado para tales compromisos. Y para hacerlo, los Estados desarrollaron ambiciosos programas de educación universal, pública y gratuita, desde el nivel municipal hasta el nacional.

Ya en el Discurso ante el Congreso de Angostura Bolívar señalaba que “la educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso” (Rodrí-guez 2001, 141). Para Santander, quien se encarga del gobierno durante buena parte de la primera década, la educación pública “prepara la felicidad de los pueblos que, cuando más ilustrados, conocen mejor sus derechos y se hacen más dignos de su libertad”; era, por lo tanto, la “primera base del edificio social y sin la cual la república no es más que un vano nombre”.2 David Bushnell, en su estudio sobre el primer gobierno de Santander, pu-blicado por primera vez hace más de medio siglo pero que se mantiene extraordinariamente vigente, resume la urgencia de las nuevas administraciones: “Era necesario aumentar el número y la capacidad de las instituciones educativas tan pronto como fuera posible, para difundir los rudimentos del saber sin los cuales una nación no puede funcionar eficazmente” (Bushnell 1985, 224). La educación se configuraba como un espacio de combate de la República, dimensión moral que la dotaba del ca-rácter de público.3

Pero no por eso se debe creer que la educación públi-ca fue un invento republicano. Desde finales del siglo XVIII se escucharon en todos los rincones de la Monar-quía diagnósticos alarmantes sobre el lamentable estado de la educación y diferentes solicitudes de reforma. En 1772 el fiscal Francisco Antonio Moreno y Escandón incluye el primer análisis comprensivo de la educación en el Virreinato y señala que “ruboriza la falta de ins-trucción en estos primeros rudimentos” (Colmenares

2 La primera cita es tomada de “Al Sr. Juez político, Comandante militar de Zipaquirá” (Bogotá, 5 de febrero de 1821); la segunda, de “Al señor ministro de Guerra” (Bogotá, 2 de mayo de 1821). Ambos textos repro-ducidos en Francisco de Paula Santander (1953-1957, 27 y 131). Para Santander “La forma de gobierno tiene un influjo inmediato en el género de educación que debe darse a la juventud […] el buen sentido bastaría para reconocer que en las monarquías la instrucción pública puede ser limitada, ninguna en los gobiernos absolutos, y grande, extensa y general en los gobiernos republicanos” (Santander 1990, 367-68).

3 Para un desarrollo de esta idea, ver Hensel (2006), en especial, pp. 30-36.

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 30-46.

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1989, 243).4 Algunos años después, el padre Felipe Salgar, en San Juan de Girón, lamentaba que, por las carencias de escuelas y maestros, “la República pierde mucho en que los ciudadanos no sean lo que deben ser, esto es, aplicados y virtuosos” (Hernández de Alba 1983, 184). Para comienzos del siglo XIX la situación no había cambiado. El virrey Mendinueta informaba en su relación al virrey Amar y Borbón que los habitantes del Virreinato no tienen “ocasiones ni medios para acreditar [su aptitud y aplicación] y dan prueba de ello por una deplorable falta de conveniente instrucción” (Colmena-res 1989, Vol. III, 91).5

El lamentable estado de la educación en el reino tam-bién se convertirá en una oportunidad para que los llamados criollos ilustrados ofrecieran sus diferentes visiones para las mejoras del reino, bajo el argumento de que la desatención de ese ramo generaba el decai-miento en la prosperidad del reino.6 Cuando estalla la crisis política de 1808 y la recién formada Junta Su-prema convoca a las provincias americanas a elegir representantes, el tema se manifesta con fuerza de nue-vo y todas las representaciones de la Nueva Granada lo mencionan, e incluso el Cabildo de Socorro sugiere la recomendación de modificar el programa de estudios incluyendo “las ciencias exactas que disponen al hom-bre al ejercicio útil de todas las artes” y agregarle “uno o dos años de economía política”, con la esperanza de que “la opinión de los pueblos, así rectificada, acercaría la época en que por un pacto tácito y general quedase irre-vocablemente fijada la suerte del género humano, que por tantos siglos ha sido la víctima de todos los errores y de todas las injusticias”.7

Era un impulso reformista típico de la segunda mitad del siglo XVIII hispánico, que se apoyaba en buena me-dida en los escritos de Campomanes, Jovellanos y otros

4 Para una visión general de la educación durante el período colonial, ver el trabajo pionero de Alberto Martínez Boom (1986). Más reciente-mente, Jorge Orlando Castro y Carlos Ernesto Noguera (2002) y Bár-bara Yadira García Sánchez (2005).

5 Para un desarrollo más sostenido, ver García Sánchez (2005).6 Algunos criollos que participaron en los debates reformistas fueron Fran-

cisco Antonio Moreno y Escandón, Francisco Antonio Zea, Pedro Fermín de Vargas, Antonio Nariño, Severo Cortés (seudónimo en el Correo Curio-so), José Manuel Restrepo, Camilo Torres y Francisco José de Caldas.

7 “Cabildo de la Villa del Socorro: instrucción que da al diputado del Nuevo Reino de Granada a la Junta Suprema y Central Gubernativa de España e Indias, 20 de octubre de 1809”. En Ángel Rafael Almarza Vi-llalobos y Armando Martínez Garnica (2008, 136). Se puede constatar la universalidad de la reforma educativa entre las otras representacio-nes recogidas aquí. Falta señalar que, tal y como indican los documen-tos recogidos en Miguel Artola (1959), la demanda era compartida por muchas otras comunidades ibéricas.

ilustrados españoles.8 En primer lugar, era necesario delimitar un dominio sobre el cual se afirmaba la autori-dad inconstestable del Estado. De ese modo, Cabarrús hace una distinción rigurosa entre la educación religio-sa –que le “corresponde a la Iglesia, al cura, y quando más á los padres”– y la nacional, “puramente humana y seglar, y seglares han de administrarla” (Cabarrús 1808, 81).9 Por otra parte, es necesario delimitar la población sobre la cual se ejerce esa autoridad. Para Cabarrús, como para la mayor parte de los ilustrados, era evidente que esta educación nacional estaba dirigida fundamen-talmente a los niños, pues es allí donde se pueden erradicar “la opresión y el error”, una vez que “nuestros pueblos embrutecidos” son renuentes al cambio.10 Es por eso que la educación se piensa pública, es decir, objeto del bien común y, por lo tanto, espacio privilegia-do para el accionar del Estado; universal, es decir, que comprende a la totalidad de la población, sin distinción; e idéntica, es decir, que requiere las mismas estrategias y las mismas herramientas por parte del Estado, pues es un ciudadano y no un sujeto de privilegios y distincio-nes quien se hace objeto de la educación pública. Ese mismo impulso de promover un cambio social a partir de iniciativas oficiales que se aplican sobre la primera infancia –una vez que los mayores están “contamina-dos”, como dirá Cabarrús– se deja sentir en la Nueva Granada. Francisco José de Caldas (1808a y1808b), por ejemplo, propone la creación “de una educación públi-ca, gratuita, igual y bien dirigida a todos los jóvenes” como paso que los llevará a ver “la bella aurora de aquel día feliz” que ya se dejaba sentir.11

8 Uno de los textos clave del período reformista es el alegato a favor de la instrucción para el artesanado de Pedro Rodríguez Campomanes (1775). Jovellanos, igualmente, publicó su Memoria sobre la educación pública en 1801. Otros autores importantes, lecturas seguras de los ilustrados locales, fueron Gregorio Mayans y Siscar, Antonio Capmany, Pablo de Olavide, y au-tores italianos de amplia circulación en el mundo hispánico, como el jurista Gaetano Filangieri. El movimiento reformista cobra fuerza con el llamado movimiento de San Ildefonso, la fundación de la Escuela Real de San Isidro en 1789 y de la Real Academia de Primera Educación en 1791. Ver Quintín Aldea Vaquero (1993), en particular, el ensayo de M. A. Pereyra, “La edu-cación institucional: maestros de primeras letras. La Hermandad de San Casiano y las academias de maestros” (pp. 786-804). Para unas reflexiones interesantes sobre el modo en que la escuela se constituye en el espacio de convergencia de vectores –la administración de los pobres, el niño como sujeto de sensibilidad y de control y la cuestión de la utilidad pública– en un momento histórico en la formación del Estado, ver Martínez (2005).

9 Las cartas fueron redactadas poco más de una década antes y circulan con alguna frecuencia.

10 “Los gobiernos […] tienen el mayor interés en el progreso de las luces, pues nuestros pueblos embrutecidos y contagiados por la opresión y el error, no son susceptibles de ninguna reforma pacífica mientras no se les cure; y como esta curación se puede tener por desesperada, es pre-ciso dirigirse a la generación siguiente; y tal es el objeto de la educación nacional” (Cabarrús 1808, 71).

11 El tema de la educación pública, gratuita e igual fue una constante del

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Las dificultades que enfrentaron los nuevos gobiernos durante el período posrevolucionario eran las mismas que habían encarado los reformistas del período colo-nial, aunque quizá agravadas por la exacerbación propia de la guerra. Estas dificultades se podrían resumir como oposición de los grupos más conservadores o tradiciona-les; escasez de recursos existentes; y falta de maestros preparados. Para subsanarlas, el Congreso grancolom-biano adoptó formalmente el método lancasteriano y decretó la creación de escuelas normales para la forma-ción de maestros en Bogotá, Caracas y Quito. Sebastián Mora Bermeo, fraile republicano que había sido depor-tado a España por Morillo por sus actividades durante la Primera República, regresa en 1820 y es nombrado por la administración nacional director de la Escuela Normal en Bogotá (Bushnell 1985).12

Por su parte, el método lancasteriano resultaba muy eco-nómico. A través de la figura de la enseñanza mutua, por medio de la cual se designaba un estudiante avanzado en una materia que actuaba como monitor ante peque-ños grupos de sus pares en esa materia, se ahorraban recursos en la contratación de maestros. De esa manera, sólo se necesitaba un maestro para grandes cantidades de estudiantes. En segundo lugar, el método lancaste-riano constituía una sistematización de convenciones y reglas previamente en existencia, de tal manera que se hacía fácilmente reproducible en diferentes contextos. La memorización y repetición de lecciones cortas y gra-duales son parte central en el proceso de instrucción. Finalmente, el método ponía énfasis en la instrucción y reproducción de información y en la inculcación de conductas aceptadas. El sistema se caracterizaba por una disciplina rígida y un estricto sistema de premios y castigos. Es decir, estaba orientado a la formación de “ciudadanos obedientes, moderados, respetuosos y dó-ciles” (Santander 1990, 365). El método lancasteriano se incorpora finalmente en el Plan de Instrucción Públi-ca que Santander reglamenta prolijamente y expide en 1826 (Echeverry 1989; Zapata y Ossa 2007).

Semanario. Caldas extiende “El discurso sobre la educación” hasta el número 15 (10 de abril de 1808). En el número 20 (15 de mayo de 1808) publica la disposición del Virrey de acoger la iniciativa privada para abrir escuelas públicas de la Patria. Finalmente, del número 31 al 41 (del 31 de julio al 9 de octubre de 1808), Caldas reproduce el ensayo de Francis-co Antonio de Ulloa, “Ensayo sobre el influjo del clima en la educación física y moral del hombre del Nuevo Reino de Granada”, el cual dedica largos apartados sobre la educación en diferentes contextos, incluido un aparte sobre la educación de los cuáqueros en Estados Unidos.

12 Para la importante labor posterior de Mora Bermeo en Ecuador, ver Es-cudero (1996, 70-71). Por su parte, Santander expresa confianza en que “[…] la energía del gobierno, la cooperación de los hombres ilustrados, la imprenta y el tiempo depurado por la experiencia vencerán las dificultades que ahora se conciben como de inmensa magnitud” (Santander 1990, 365).

simóN rodríguez y la educacióN popular

Es precisamente en contraste con ese intento ins-titucional por implementar un sistema masivo de educación popular que la obra de Simón Rodríguez adquiere cierto relieve y nos permite explorar tanto los contornos del orden por construir como posibles alter-nativas, aun cuando estas últimas no contaran con una realización institucional.

Las tres razones ya mencionadas por las cuales los go-biernos hispanoamericanos favorecieron el método lancasteriano –económico, simple y fácil de reproducir, y conducente a la construcción de conductas dóciles– son completamente antagónicas respecto a las que sustentaban las propuestas educativas de Simón Rodri-guez. Para comenzar, su método resultaba muchísimo más costoso, debido al énfasis repetido que hacía sobre la importancia y preparación que debe tener un maes-tro y la relación que éste tiene con el alumno. Además, los textos pedagógicos de Rodríguez generaron –y gene-ran– mucho desconcierto, como ya veremos, debido a sus peculiaridades tipográficas y, sobre todo, a su estilo argumentativo, el cual resultaba difícil de sistematizar. En sus textos, pasa con frecuencia de las consideracio-nes más cotidianas (por ejemplo, las labores del director de la escuela) a reflexiones filosóficas de alto vuelo, lo que las dota de una riqueza única en el continente, pero también las hace menos sumisas en manos burocráti-cas. Finalmente, el sistema de Rodríguez partía de la distinción entre instruir y educar: “Instruir no es Edu-car, ni la Instrucción puede ser un equivalente de la Educación, aunque Instruyendo se Eduque” (Rodríguez 2004, 41). Su proyecto, por lo tanto, buscaba formar alumnos pensantes, discernientes, capaces de ejercer la virtud repúblicana de participación activa en la esfera pública, sujetos, en suma, no dóciles ni pasivos.

El mismo Rodríguez se pronunció en contra del sis-tema lancasteriano en varias ocasiones. En “Consejos de amigo, dados al Colegio de Latacunga” (1850-51), último de sus escritos doctrinales, Rodríguez escribe con sarcasmo:

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ENSEÑANZA MÚTUA

es un disparate.Lancaster la inventó, para hacer aprender la Biblia DE

MEMORIA.Los discípulos van a la Escuela ... a APRENDER! ... no a

ENSEÑAR ni a AYUDAR a ENSEÑAR.

Dar GRITOS i hacer RINGORRANGOSno es aprender a LEER ni a ESCRIBIR.

Mandar recitar, de memoria, lo que NO SE ENTIENDE,es hacer PAPAGALLOS, para que ... por LA VIDA! ... sean

CHARLATANES

Hacer letra en la ARENA, con un PALITO, i borrarla con laMANO, grabarla en PIZARRAS, i limpiarlas con Saliva

Ponerle PANTORRILLAS, aprentando la pluma ... al bajar, I ... CABELLERA, aflojándola ... al subir,no es ESCRIBIR sino GARABATEAR.13

En las páginas siguientes exploraré algunos aspectos fundamentales del pensamiento de Rodríguez. No in-tento ser comprensivo, pues, como espero mostrar, la riqueza conceptual de sus escritos es de gran enverga-dura, irreducible a exposiciones sintéticas. Me interesa, más bien, indagar sobre algunos puntos iniciales, par-ticularmente en torno a la compleja concepción de educación y república que existe en su planteamiento, a partir de tres ejes que considero fundamentales para comprender la propuesta de Rodríguez. En primer lu-gar, su concepción de las sociedades americanas como originales; en segundo lugar, la noción de interdepen-dencia como principio de la vida social y virtud política y republicana; y en tercer lugar, la escuela como estrate-gia para insuflar vida política a las nacientes repúblicas americanas (Rodríguez 2004, 206).

Pero antes de adentrarnos con mayor profundidad en sus escritos recordemos brevemente quién es este per-sonaje, más mentado que leído y apenas recordado. Simón Rodríguez fue tenido por sus contemporáneos como un hombre extraño y extraordinario a la vez. Bolívar le confesaba a Santander que Rodríguez, “mi maestro, mi compañero de viajes […] es un genio, un portento de gracia y talento” (Rumazo 1981, 107). El irlandes Daniel Florencio O’Leary lo describió como

13 La cita preserva la ortografía y el ordenamiento gráfíco dispuesto por Rodríguez.

un hombre “de variados y extensos conocimientos, pero de carácter excéntrico”,14 y el chileno José Victoriano Lastarria, quien lo conoció en casa de Andrés Bello en Santiago, afirmaba que Rodríguez “estaba en la socie-dad fuera de su centro” y “pasaba por un extravagante como un grotesco”. Y, sin embargo, era admirado con frecuencia como un pensador brillante, un “verdadero reformador, cuyo puesto estaba al lado de Spencer, de Owen, de Saint-Simon y de Fourier; y no en las socieda-des americanas” (Lastarria 2001, 45).15

En nuestra época, en cambio, es vagamente recorda-do como el ayo de Bolívar, aunque recientemente la Revolución Bolivariana lo ha identificado como una de sus fuentes ideológicas, y su nombre aparece con frecuencia asociado a campañas de alfabetización, identificando institutos de investigación académica y colectivos populares; sus frases más sonoras aparecen con desarmante frecuencia inspirando reuniones y ac-tividades políticas, desperdigadas entre publicaciones y manifiestos de organizaciones políticas del momento.16 Más allá de esas apreciaciones muy recientes y relativa-mente superficiales, siempre al borde del anacronismo, la lectura rigurosa de sus textos nos entrega un pensador fascinante, autor de una obra original y de gran alcance, cuya mirada a las revoluciones hispanoamericanas del siglo XIX y los retos que enfrentaban resulta tremenda-mente lúcida y sobria a la vez.

Rodríguez nació en Caracas en 1771, expósito; cre-ció en casa del presbítero Rodríguez, tío materno que lo acoge.17 Asiste a una de las tres escuelas públicas de Caracas, donde recibe muy seguramente una edu-cación completamente convencional para la época. Alfonso Rumazo González cita el acta del Cabildo de

14 O’Leary lo describe con cierta minucia: “En figura y modales no era Rodríguez el hombre que podía inspirar confianza y cariño a un niño. Severo e inflexible en su discurso, de facciones toscas e irregulares, tenía pocos amigos fuera de su discípulo, cuyo cariño y confianza se había captado aparentando grande interés en sus entretenimientos infantiles. Extravagantes en sumo grado eran las ideas religiosas de Rodríguez, en pugna completa con la fé cristiana. […] Si Rodríguez era culpable en sus deberes para con Dios, no lo era en sus relaciones con sus semejantes, pues con ellos se distinguía por la benevolencia”. Daniel Florencio O’Leary, Memorias del general O´Leary, trad. Simón B. O’Leary, 30 vols. (Caracas: El Monitor, 1883), Vol. I, pp. 5-6.

15 Para una galería de retratos, en la que prima el carácter estrambótico de Rodríguez, ver el prólogo de Dardo Cúneo, en Rodríguez (2004, ix-xli).

16 Para una sucinta evaluación del lugar de Rodríguez en el Movimiento Bolivariano Revolucionario de Venezuela, ver Gott (2005, 102-109).

17 La información biográfica de Simón Rodríguez se toma de los tex-tos editados por Pedro Grases (1954 y 1994), Rumazo (1981), Juan David García Bacca (1978), Domingo Miliani (1995, 25-40), Jesús Andrés-Lasheras (en Rodríguez 2001, 17-106), y uno recién publi-cado, Ronald Briggs (2010).

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Caracas donde se describe el programa académico adaptado por las escuelas de primeras letras en Ca-racas, y que seguramente corresponde a la educación recibida por Simón Rodríguez:

[…] enseñar la doctrina cristiana según el padre Ripalda, leer y escribir letra grande y pequeña, las cuatro reglas principales de la aritmética con sus quebrados, la regla de tres con distincion de tiempo, multiplicar de compuestos, las cuentas relativas a compras y cuentas, la de compañía, la de testamen-tos o participaciones, como lo demás que toca a los ejercicios de virtud.18

Es el mismo programa al que se enfrentó cuando se hizo maestro de primeras letras en una de esas tres escuelas en Caracas en 1791. Reconocido muy tem-pranamente por su perspicacia, el Cabildo le solicita que redacte recomendaciones para reformar el siste-ma, y en 1794 Rodríguez le entrega al Cabildo las “Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras Letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento”. En la “Re-flexiones…”, Rodríguez argumenta la necesidad de incrementar el número de escuelas, la primacía de la actividad práctica sobre los modos tradicionales de aprendizaje, la necesidad de contratar maestros cua-lificados y certificados y su adecuada remuneración, y propone que la educación sea pública, universal e idéntica para niños blancos, pardos y negros.19 Ru-mazo González insiste, con bastante persuasión, en que en las “Reflexiones…” ya se dejan escuchar ecos rousseaunianos, que serán fundamentales para entender sus propuestas posteriores (Rumazo 1975, 32-33).20 Sus recomendaciones fueron aceptadas por el Cabildo pero rechazadas por el Fiscal de la Real Audiencia, lo que parece haberle llevado a renunciar a su cargo, en frustración, y tomar estudiantes parti-culares de las familias patricias caraqueñas, el más famoso de los cuales fue Simón Bolívar. En 1797 salió de Caracas, y aunque algunos autores sugieren que

18 Actas del Cabildo de Caracas del 22 de diciembre de 1786. Tomado de Alfonso Rumazo González (1975, 26).

19 Aunque Rumazo González señala que “nadie en América había pensa-do en eso todavía”, la integración al sistema educativo sin distinción y en calidad indiferenciada es un tópico del reformismo hispánico que contaba con apoyo oficial. El ya mencionado plan de estudios para San Juan de Girón (1789) del padre Salgar (Hernández 1983) insistía en la necesidad de incluir niños de todas las condiciones y castas en el mis-mo salón, y Francisco José de Caldas, en sus escritos de 1809, retomará el asunto con denuedo.

20 Gustavo Ruiz (1990) y Jesús Andrés Lasheras (en Rodríguez 2001) se muestran mucho más escépticos al respecto.

su salida pudiera estar relacionada con la represión que se dio inmediatamente después de descubrirse la conspiración de Gual y España en Venezuela, la verdad es que no existe indicio alguno que lo vincule a la conspiración.21

Lo cierto es que al llegar a Kingston, Jamaica, cam-bió su nombre por el de Samuel Robinson, el cual usará por los próximos veinticinco años. Permaneció en Kingston unos meses, antes de dirigirse a Estados Unidos. En Baltimore, trabajó como cajista en un ta-ller de imprenta, y en 1801 pasó a Francia. Allí abrió una escuela de inglés y español, y, junto al mexicano fray Servando Teresa de Mier, tradujo y publicó Atalá o amores de dos salvajes en el desierto (1801) (Picón 1939, 18).22 En 1804 Bolívar se reunió con él y em-prendieron un viaje a Italia, donde son testigos de la coronación de Napoleón en Milán, y poco después acompañó a Bolívar en el famoso ascenso al Monte Sacro, donde Bolívar hizo su juramento de liberar a la América española. Después de una breve parada en Londres, Bolívar regresó a América y Rodríguez em-prendió una extraordinaria travesía que lo llevó por Alemania, Prusia, Polonia y Rusia. Hay muy poca información sobre este período de su vida, y, por lo tanto, tenemos que confiar en su caracterización: “Permanecí en Europa por más de veinte años; traba-jé en un laboratorio de química industrial, en donde aprendí algunas cosas; concurrí a juntas secretas de carácter socialista; vi de cerca al padre Enfantin, a Olindo Rodríguez, a Pedro Leroux y otros muchos que funcionaban como apóstoles de la secta; estudié un poco de literatura; aprendí lenguas y regenté una es-cuela de primeras letras en un pueblecito de Rusia” (Uribe 1884, 73).23

En 1823 Rodríguez regresó a América. Desembarcó en Cartagena y pronto se dirigió a Bogotá, donde se comunica con el Gobierno y obtiene autorización para abrir una Escuela taller de artes y oficios para huérfanos y pobres, en el antiguo edificio del hospi-cio. De esta primera experiencia sabemos muy poco,

21 Esta teoría es retomada por Simón Rodríguez, maestro de América. Jesús Andrés-Lasheras (en Rodríguez 2001, 17-106).

22 Andrea Pagni ha estudiado la traducción de Rodríguez como un es-pacio de negociación cultural crítica entre los referentes europeos y las nuevas proyecciones americanas. Ver Pacheco, Linares y González Stephan (2006, 153-175).

23 Reproducido en Grases (1994, 187). Barthélemy Prosper Enfantin, Benjamin Olinde Rodrigues y Pierre Leroux eran, en la segunda déca-da del XIX, jóvenes socialistas utópicos en Francia y discípulos ardien-tes de Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon.

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y una primera exploración de la prensa del período y los archivos correspondientes en Bogotá no nos ha per-mitido encontrar material alguno. En 1824 Bolívar se entera de su regreso a América y le solicita que se le una en el Perú para ayudarle a establecer el sistema educativo de las nuevas repúblicas. Al llegar a Chu-quisaca, Bolívar lo nombra “Director de Educación Pública, Ciencias Físicas y Matemáticas y Artes”, con altos poderes facultativos para implementar su pro-yecto de escuela popular o social a escala nacional.24 Sin embargo, la experiencia resulta un fracaso, y José Antonio Sucre, entonces presidente, se muestra im-paciente con su estilo aparentemente caótico, sus reformas ambiciosas y sus salidas inoportunas. Para Sucre, Rodríguez “tiene la cabeza de un francés atur-dido”, y consideraba que tenía la

cabeza alborotada con ideas extravagantes [incapaz de] desempeñar el puesto que tiene bajo el plan que él dice y que no sé cual es; porque diferentes veces le he pedido que me traiga por escrito el sistema que él quiere adop-tar, para que me sirva de regla, y en ocho meses no lo ha podido presentar. Sólo en sus conversaciones dice hoy una cosa y mañana otra (O’Leary 1919, 49).

Pronto, Rodríguez dimite y parte para Oruro, desde donde le escribe a Bolívar al año siguiente:

Dos ensayos llevo hechos en América, y nadie ha traslucido el espíritu de mi plan. En Bogotá hice algo y apenas me entendieron: en Chuquisaca hice más y me entendieron menos; al verme recoger niños pobres, unos piensan que mi intención es hacerme llevar al cielo por los huérfanos […] y otros que conspiro à desmoralizarlos para que me acom-pañen al infierno (Rodríguez 2001, 153).

A partir de ese momento no volverá a trabajar para nin-gún gobierno nacional y emprende un largo viaje, sin oficio fijo, que lo llevará de Perú a Chile, Ecuador y Colombia, para regresar y morir prácticamente solo y sin más ropa que la que llevaba puesta, en Amotape, Perú en 1854. Durante 27 años Rodríguez estableció escuelas con las que logró subsistir, publicó varias obras importantes y colaboró en algunos periódicos e, incluso,

24 El nombramiento va precedido de dos decretos del 11 de diciembre de 1825, por medio de los cuales Bolívar da inicio a la organización del sistema educativo del Alto Perú, y manda recoger a todos los niños huérfanos y pobres para darles educación. Los considerandos de los decretos muestran la posible influencia de Rodríguez o, al menos, la comunalidad del pensamiento entre los dos. Ver Bolívar (2009, 64-65, y 208-211).

cuando no apareció otro empleo, abrió una fábrica de velas, para de ese modo –decía socarronamente– seguir alumbrando a América.

El fracaso estrepitoso en los puestos de gobierno nos obliga a evaluar sus propuestas en el plano es-critural. Sus textos, por otra parte, poco conocidos y mucho menos leídos, representan propuestas au-daces aún poco exploradas: Sociedades americanas, publicado por primera vez en Arequipa en 1828, y ampliado y revisado en varias ediciones posteriores (1834, Concepción;Valparaíso, 1840, y Lima, 1842); El Libertador del Mediodía de América y Sus compa-ñeros de armas, defendidos Por Un amigo de la causa social (Arequipa, 1830); Luces y virtudes sociales (Con-cepción, 1834; ampliada en Valparaíso, 1840); la serie de seis artículos publicados como “Crítica de las pro-videncias del Gobierno” (Lima, 1843); y el “Extracto sucinto de mi obra sobre la Educación Republicana”, publicado en varios números del periódico Neo-Grana-dino (Bogotá, en abril y mayo de 1849).25 Todas estas obras ensayan más o menos los mismos temas, aunque con variantes importantes: la insistencia en la origina-lidad de América, el esclarecimiento y búsqueda de los principios republicanos, la necesidad de una segun-da revolución económica y social que complemente y dé sustancia a las revoluciones políticas de principios de siglo, y el énfasis en la educación popular como el me-dio fundamental para generar una ciudadanía capaz de realizar el proyecto republicano, todos ellos abordados bajo el signo de la cuestión social.

Como hemos dicho, sus proyectos no siempre fueron bien recibidos, y pocas veces fueron entendidos. De se-guro, su escritura aforística, llena de sarcasmos, juegos de palabras y referencias oblicuas, poco contribuyó a ofrecer claridad. El preámbulo a su edición de 1828 de las Sociedades americanas advierte a sus lectores que:

25 Algunos autores especulan que la parte más importante de la obra de Rodríguez, jamás dada a la imprenta, se quemó en el incendio que devastó a Guayaquil en 1896. Allí había ido a parar el famoso baúl con manuscritos del caraqueño después de su muerte. Ver Ro-dríguez (1981, 305).

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En efecto, Rodríguez concibe su acción pedagógica, de la cual la escritura es parte integral, simultáneamente como un “pedir la Palabra” por los pobres y un “instruir á la parte del pueblo que quiere aprender y no tiene quien le enseñe” (Rodríguez 2004, 53 y 73). No es un libro para “ostentar ciencia con los sabios”, y, por lo tanto, precisión y claridad se tornan exigencias comunicativas de primer orden. Por eso, Rama y Briggs aciertan cuan-do indican que la disposición gráfica está claramente vinculada al afán comunicativo: “Extender con arte será no sólo hacer que todos sepan lo que se dispone, sino proporcionar jeneralmente medios de hacer efectivo lo dispuesto: y todavía será menester declarar que, la po-sesión de los medios, impone la obligación de hacer uso de ellos” (Rodríguez 2004, 68).27 Pero, precisamente por eso mismo, no deja de ser irónico que esta misma escritura de Rodríguez permaneciera y en buena medi-da permanezca fuera del horizonte de inteligibilidad de aquellos grupos con los que intentó establecer interlo-cución durante su vida.

Rodríguez parte de la premisa de que las sociedades americanas eran originales y se enfrentaban a una situa-ción original; sus retos eran diferentes a los de Europa y EE. UU. Por supuesto, los americanos debían conocer y considerar la experiencia acumulada por Europa, pero era igualmente importante proceder de acuerdo con dos principios: el discernimiento crítico y la creatividad: “Tomen lo bueno –dejen lo malo– imiten con juicio –y por los que le falte INVENTEN”.28 Proceder de otro modo condenaría las repúblicas a errar:

Dónde irémos a buscar modelos?. . .—La América Española es orijinal = ORIJINALES han de

ser sus Instituciones i su Gobierno = i ORIJINALES losmedios de fundar uno i otro

(Rodríguez 1842, 47).

Se burló de aquellos que ciegamente buscaban impo-ner modelos europeos o norteamericanos, simplemente por ser europeos o norteamericanos. No era un prejui-cio contra ellos, pues todo ciudadano interesado en la suerte de sus conciudadanos debe tener “conocimiento práctico del Pueblo, y para esto haber viajado por largo tiempo, en países donde hay qué aprender, y con la in-

27 Para un desarrollo del mismo tema, pero desde el punto de vista de la historia visual y literaria, ver Camnitzer (2007, 9-15, 37-43 y 131-152).

28 “El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social” (en Rodríguez 1975, 293).

La aparentemente caprichosa disposición textual, como se hace evidente en las dos citas ya ofrecidas, organiza la mayor parte de sus escritos. Aparentemente caprichosa, digo, porque la edición, tanto textual como tipográfi-camente, era rigurosamente supervisada por el mismo Rodríguez, y, por lo tanto, no hay nada de aleatorio en su disposición. Valga la pena señalar, por ahora, que éste es un tema más remarcado con curiosidad que explorado con rigor. Ángel Rama (1982) y Ronald Briggs (2010) han visto en la innovación tipográfica un intento por su-perar las diferencias entre las clases letradas y las orales, a partir de una concepción rousseauniana del lengua-je.26 Sin duda, ésa parece una explicación razonable, de acuerdo incluso con varios pronunciamientos del mis-mo Rodríguez.

26 En el primer capítulo, Briggs se refiere al Ensayo sobre los orígenes del lenguaje, de 1761. En el capítulo final Rousseau escribe: “ je dis que toute langue avec laquelle on ne peut pas se faire entendre au people assemble est une langue servile; il est impossible qu´un peuple de-meure libre et qu´il parle cette langue là” (en Briggs 2010, 240). Por otra parte, Susana Rotker (1996) argumenta que la ruptura con los patrones tipográficos del momento constituye un intento de Rodríguez por modificar los hábitos de lectura de sus lectores.

Preámbulo, Sociedades americanas, 1828.

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tención de aprender”.29 Pero la actitud servil con la que se tropezaba por todas partes lo llevó a argumentar que:

la sabiduría de la Europay la prosperidad de los Estados-Unidos

son dos enemigos de la libertad de pensar…en América…

(Rodríguez 2004, 65).

El tono ciertamente resultaba novedoso, aun cuando el argumento se remontara a los primeros días de las re-públicas americanas. En efecto, no es difícil descubrir entre los repetidos fracasos doctrinales de las primeras repúblicas un consenso entre sus más avezados dirigen-tes –Nariño y Bolívar, por ejemplo– sobre la necesidad de pensar la especificidad local, antes que importar modelos europeos. Será precisamente Bolívar quien le dará una formulación contundente al tema en su cele-brada “Carta de Jamaica”, de 1815, y, posteriormente, en el “Discurso al Congreso de Angostura”, en 1819. Haciéndose eco de Montesquieu, Bolívar estableció en el discurso de Angostura que

[…] las leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos; referirse al grado de libertad que la Constitución puede sufrir, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus costum-bres, a sus modales? ¡He aquí el Código que debíamos consultar, y no el de Washington! (Bolívar 2009, 127).

Todos éstos eran textos que Rodríguez conocía bien, cu-yos argumentos muy seguramente discutieron durante su estadía en Europa entre 1804 y 1806.

Como en ese entonces, en los albores de las repúbli-cas americanas todavía parecía plausible concebir que la América española constituía el último refugio del verdadero gobierno republicano. La casi totalidad de los Estados europeos seguían siendo monarquías. Aun Francia, a pesar de su famosa revolución, se halló pronto en manos de Napoleón, coronado emperador, y poste-riormente con la restauración de Luis XVIII. Aunque algunas ciudades europeas disfrutaban de los beneficios de la ciencia y de altos niveles de refinamiento y lujo, sus trabajadores continuaban en la miseria social y eco-nómica y se mantenían marginados de la vida política. Para Rodríguez las tradiciones y costumbres europeas

29 “Nota sobre el proyecto de educación popular” (en Rodríguez 1975, 359).

eran profundamente monárquicas, y esto supuso la des-conexión entre las ideas intelectuales más avanzadas y la vida cotidiana de las masas. Estados Unidos, por su parte, no había cumplido sus promesas de libertad para con los esclavos, y su economía dependía en buena medida de la esclavitud. En estos lugares, a pesar del conocimiento acumulado y la evidente sofisticación de la opinión pública, la vida social, socavada por la crisis moral, resultaba un simulacro. En la América hispáni-ca, en cambio, era todavía posible llevar a cabo un plan (Rodríguez 2004, 49).

Las independencias aparecen de ese modo como even-tos de gran importancia en el escenario global. Por una parte, constituyeron entornos originales, circunstancias singulares e irreducibles a otros lugares y otras histo-rias; por otra, la realización republicana los obliga a conocer la experiencia europea y norteamericana, y a tratarla de manera crítica. Es una tensión sólo resuelta por el ejercicio crítico de la apropiación y el discerni-miento. Rodríguez está dispuesto, incluso, a verificar este ejercicio de la originalidad propia como la lección fundamental que tendríamos que aprender de Europa y Estados Unidos: Si “nada quieren las nuevas Repúblicas admitir, que no traiga el pase del Oriente ó del Nor-te. –Imiten la orijinalidad, ya que tratan de imitar todo” (Rodríguez 2004, 65).

¿Cuáles eran los rasgos que, según Rodríguez, consti-tuían la originalidad de las sociedades americanas? Para empezar, las revoluciones políticas de principios del si-glo XIX provocaron un nuevo escenario global, con la aparición de 12 estados iberoamericanos, la mayoría de los cuales repudió los principios monárquicos y adoptó la soberanía popular como el único fundamento de la legitimidad. Según Rodríguez, los americanos no evi-denciaban los prejuicios propios de pueblos sumergidos en tradiciones monárquicas, tenían flamantes insti-tuciones republicanas e incluso podían contar con el compromiso de algunos verdaderos líderes republicanos (sin duda, piensa acá en Bolívar). Sin embargo –y he aquí parte importante de esa radical novedad–, no hay todavía, por ninguna parte, un “pueblo” que dé vida a estas repúblicas a través de una auténtica participación en la vida civil. En suma, si en Europa existe un pueblo que, sin embargo, no encuentra instituciones republica-nas que lo alberguen, en América existen instituciones populares a las que les hace falta el pueblo.

Pero quizás el factor más importante para dar cuenta de la originalidad americana tiene que ver con la natu-raleza de lo que estaba allí en lugar de un Pueblo. Para

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Rodríguez, además de las clases aristocráticas y medias (típicas de las formaciones sociales de Europa y EE. UU.), en la América meridional se halla una población hetero-génea, un populacho conformado por

Huasos, Chinos ¡BárbarosGauchos, Cholos i HuachinangosNegros, Prietos i JentilesSerranos, Calentanos, IndijenasJente de Color i de RuanaMorenos, Mulatos i ZambosBlancos porfiados i Patas amarillas

i una CHUSMA de CruzadosTercerones, Cuarterones, Quinterones

i Salta-atrásque hace, como en botánica,

una familia de CRIPTOCAMOS

(Rodríguez 1842, 24).

Esta mezcla de colores y formas no constituye un pue-blo. No es sólo el grado de diversidad étnica, el cual, sin duda, resulta un problema ampliamente reconocido desde el período colonial.30 Más serio aun es el hecho de que tal heterogeneidad apunta a la fragmentación y atomización de lo público, la proliferación corporativa de sujetos con diversos y divergentes intereses particu-lares. Tal pluralidad impide la existencia como sujeto capaz de sustentar la soberanía y, por lo tanto, agente capaz de ejercerla, aun cuando algunos de ellos formal-mente gocen del derecho al voto. Al no ser sujetos ni objetos de la soberanía, el agregado de sujetos no cons-tituye república y su existencia social no contribuye al bienestar público.

Es, como ya dije, un problema que ya había sido re-marcado con alguna prolijidad, en especial por Bolívar, para quien era evidentemente imposible “asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos” (Bolí-var 2009, 129). No era un problema menor, ni que se pudiera resolver desde las teorías relativamente compla-cientes del multiculturalismo liberal:

30 Ver, por ejemplo, el desarrollo del tema como problema en Pedro Fer-mín de Vargas (1953). En ese texto el autor propone que “sería muy de desear que se extinguiesen los indios confundiéndolos con los blancos, declarándolos libres del tributo y demás cargas propias suyas, y dándo-les tierras en propiedad. La codicia de sus heredades haría que muchos blancos y mestizos se casasen con las indias, y al contrario, con lo que dentro de poquísimo tiempo no habría terreno que no estuviese culti-vado” (Vargas 1953, 83).

Para sacar de este caos nuestra naciente República –dice Bolívar en Angostura–, todas nuestras facul-tades morales no serán bastantes si no fundimos la masa del pueblo en un todo; la composición del gobierno en un todo; la legislación en un todo; y el espíritu nacional en un todo. Unidad, unidad, uni-dad, debe ser nuestra divisa […] (Bolívar 2009, 129).

El mestizaje, más allá de los prejuicios morales y ra-ciales, se imponía como la única manera de resolver una disgregación de otro modo inevitable: “La sangre de nuestros ciudadanos es diferente; mezclémosla para unirla” (Bolívar 2009, 129).31

En Rodríguez descubrimos la formulación del problema y el programa de acción, simultáneamente. Si la primera caracteriza la originalidad como huella de una violencia orginaria, el segundo define el destino repúblicano de América y la dimensión americana del republicanismo. Una apreciación de la magnitud de la tarea histórica requería, para Rodríguez, mantener ambas dimensio-nes presentes. De ese modo, si bien es cierto que la existencia de la diversidad racial en el continente nos remite ineludiblemente a “La codicia de los europeos”, ese hecho histórico aparentemente fatal “destinó hace tiempo, la América á ser el lugar en que se han de reunir las tres razas de hombres conocidos –cruzarse– y produ-cir una sola”.32 El carácter originalmente negativo de la diversidad se ofrece así como una posibilidad histórica en la que el programa republicano aparece destinado a realizarse políticamente.33

En el pasaje de Rodríguez citado previamente la diferencia aparece como exceso de agregados –gráfica-mente dispuestos sobre la página impresa– que evoca los cuadros de castas del siglo XVIII, modelo corporativo conducente a poderes parciales y atomizados, jamás a la soberanía republicana. No es fortuito que tal colección de diferencias culmine en la figura de la esterilidad, las

31 Alberto Echeverry muestra cómo “La función asignada a la instrucción pública es la de unificar y no la de dividir; unificar a la diversidad de individuos y clases sociales en la figura única del ciudadano” (Echeve-rry 1989, 35).

32 “El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social” (1830) (en Rodríguez 1975, 291).

33 Recordemos que este excepcionalismo no es exclusivo de Colombia, ni tan siquiera de Hispanoamérica. Ronald Briggs argumenta que es un excepcionalismo continental. En ese sentido, los textos de Rodríguez comparten una misma sensibilidad con clásicos norteamericanos como Las cartas de un granjero americano, de 1782, de Hector Crèvecœur, para quien “Here individuals of all nations are melted into a new race” (Briggs 2010, 21-57).

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criptógamas, es decir, en la imposibilidad de una repro-ducción social.34 Si tal exceso representa una carencia de “pueblo” que amenaza la comunidad política e invalida su dimensión republicana, ¿cómo entonces construir repú-blicas en estas tierras de anarquía estéril? La respuesta de Rodríguez es apelar a lo que él llama el principio político preexistente de la vida social, el principio de la absoluta interdependencia de los seres humanos.

Para Rodríguez no existen facultades y habilidades comple-tamente independientes, y, por lo tanto, aquello que el ser humano consigue jamás se debe exclusivamente al mérito

34 En botánica, criptógama es un término ya en desuso para referirse a las especies –como los hongos, el musgo o las algas– que no se reproducen por medio de las semillas. El término se asociaba a la esterilidad.

propio. Partiendo de esa premisa, es fácil ver cómo llega a la doble conclusión de que todos los miembros de una so-ciedad dependen unos de otros, y que la existencia misma de esta sociedad depende de reconocer y actuar sobre este hecho fundamental y radical de la interdependencia. Es precisamente debido a tal interdependencia que

En la Sociedad RepúblicanaNo es permitido decir

No me toca hablar de las cosas públicas Ni preguntar á otro

Qué injerencia tiene en ellas

(Rodríguez 2004, 69).

Contrario al autoritarismo de la monarquía y a la dis-gregación de las colonias, entrar en sociedad significa establecer comunicación recíproca y actuar con miras al bien colectivo. Sólo así se construye y se le da viabilidad al espacio común.

De tal interdependencia infiere Rodríguez tres máximas: la libertad es constitutiva del hombre, pues así como dependemos de otros, “No hay convención que dé un hombre á otro hombre en propiedad –ni conveniencia que lo haga dueño de la industria ajena”; la propiedad es siempre provisional, pues “las cosas en el estado social, no son propiedad de uno, sino por consentimiento de to-dos”; y, finalmente, la conveniencia de todos es a la vez el horizonte que define el accionar del verdadero republica-no, por cuanto “La voluntad de uno no debe excitar la de otro, sino por utilidad de ámbos –ni contenerla, sino en cuanto le es perjudicial” (Rodríguez 2004, 57).

Esto es cierto, acota Rodríguez, incluso para aquellos “doctores” que se sienten con derecho a una posición de natural preeminencia:

Los Doctores Americanos no advierten que deben su ciencia á los indios y á los negros: porque si los Señores Doctores hubieran tenido que arar, sembrar, recoger, cargar y confeccionar lo que han comido, vestido y jugado durante su vida útil […] no sabrían tanto: […] estarían en los campos y serían tan brutos como sus esclavos – ejemplo los que se han quedado trabajando con ellos en las minas, en los sembrados detrás de los bueyes, en los caminos detrás de las mulas, en las can-teras, y en muchas pobres tiendecillas haciendo man-teos, casacas, borlas, zapatos y casullas.35

35 “El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, de-fendidos por un amigo de la causa social” (1830) (en Rodríguez 1975, 359).

Galería de Castas

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Recordemos que Rodríguez publicó esto en 1830, poco después de su desastrosa experiencia en Bolivia. Allí se vio acusado por las “gentes que se llaman principales” de agotar el tesoro “para mantener putas y ladrones, en lugar de ocuparme del lustre de la gente decente. Las putas y los ladrones eran los hijos de los dueños del país. Esto es, los cholitos y las cholitas que ruedan en las calles y que ahora serían más decentes que los hijos e hijas” de quienes lo acusaban.36

Es precisamente la incapacidad o falta de voluntad para reconocer los lazos sociales que nos unen a otros, en cuanto iguales, lo que ha secuestrado el liberalismo y lo ha convirtido en un sistema que atenta contra los principios republicanos. Porque en estas sociedades –advierte Rodríguez–, donde abundan los sentimientos de privilegios naturales, la

Libertad personaly

derecho de propiedadse oyen alegar, con frecuencia

por hombres de talento

La primera

para eximirse de toda especie de cooperación al bien jeneral—para exijir servicios sin retribución y trabajos sin recompesa

para justificar su inacción con las costumbres, y susprocedimientos con las leyes—todo junto. . . .

para vivir INDEPENDIENTES en medio de la sociedad

El segundopara convertir la USURPACIÓN en posesión (natural ó civil)—

la posesión en propiedad—y, de cualquier modo,GOZAR con perjuicio de tercero (sea quien fuere el tercero),

á título de LEJITIMIDAD (y la lejitimidad es un abuso

tolerado)

(Rodríguez 2004, 54).

De ese modo, la interdependencia no sólo es un hecho social sino una virtud republicana cuya práctica es abso-lutamente esencial para la supervivencia de la sociedad.

En definitiva, la interdependencia significa, igualmen-te, saberse persona pública, desarrollar una identidad que permite escrutar y someterse al escrutinio a través de la crítica. El republicanismo sería, de ese modo, un estadio de realización humana superior a la monarquía.

36 “Carta al general Francisco de P. Otero”, Lima, 10 de marzo de 1832 (en Rodríguez 2001, 161).

En la profesión de fe política que antecede la edición de Sociedades americanas de 1828, Rodríguez señala que “La causa pública está en ocasión de hacer época, y ésta es la de pensar en un GOBIERNO VERDADERA-MENTE REPUBLICANO. La América es (en el día) el

Monarquía-democracia.

Una autoridad PÚBLICAnoUna autoridad PERSONAL de le República

Las costumbres que forman una Educación Social

producen

Pues la diferencia entre la república y la monarquía es que si la segunda construye lo público sobre la auto-ridad, “en la república, la autoridad reposa sobre las costumbres” (Rodríguez 1849, 132). La república, con-trario a la monarquía, exige “un pueblo que sabría lo que es COSA PÚBLICA”. Pues,

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único lugar donde sea permitido establecerlo”.37 Como ya hemos señalado, la dificultad es que aquellas repú-blicas americanas que se empezarán a forjar a partir de 1810 aún no están fundadas a finales de la tercera déca-da del siglo XIX. En ese diagnóstico Rodríguez coincide con la dirigencia política de la región: “Sólo la EDUCA-CIÓN! impone OBLIGACIONES a la VOLUNTAD. Estas OBLIGACIONES son las que llamamos HÁ-BITOS” (Rodríguez 1849, 132). Pero mientras en los países americanos se instituían programas educativos para crear “ciudadanos obedientes, moderados, res-petuosos y dóciles” (Santander 1990, 365), Rodríguez propone su método educativo como el modo funda-mental de remediar la ausencia de virtudes políticas a través de una participación activa de la totalidad de los habitantes. En esto Rodríguez se descubre continuador notable de los planteamientos defendidos por Condor-cet a finales del siglo XVIII (Condorcet 1990).

Al tener en cuenta que los americanos existen indi-solublemente ligados, dicho proceso de hacer de la población un pueblo requiere de la educación popular, único proceso que, según Rodríguez, puede “[…] dar ser a la República imaginaria que rueda en los libros y en los Congresos”.38 Esta educación, asegura Rodríguez, no consiste en instruir o difundir información:

Enseñar……………………. es hacer comprenderEs emplear el entendimiento, no hacer trabajar la memoria

(Rodríguez 1842, 104).

Educar en las repúblicas modernas es poner a disposi-ción la información existente para el discernimiento individual, porque es sólo a través de tal apropiación que el conocimiento se vuelve costumbre y, de ese modo, es generalizado, es decir, se convierte en parte del cuerpo público, constituye lo social: “Lo que no es jeneral, sin excepción, no es verdaderamente público, y lo que no es público no es social”.39 Una república, argumentó Rodrí-guez, sólo es posible con la producción del público. Sólo en este vaivén entre individuo y comunidad, el individuo se vuelve público, el público se generaliza y se convierte en pueblo, fundamento de la república popular, la única que puede aspirar a llamarse democrática.

37 “Profesión política” (en Rodríguez 1828), página sin numerar.38 “Carta al general Francisco de P. Otero”, Lima, 10 de marzo de 1832

(en Rodríguez 2001, 161).39 “Luces y virtudes sociales” (1840) (en Rodríguez 2004, 67).

En principio, constituir pueblo significa eliminar el populacho, el vulgo, la gentuza, todas las formas dife-renciales de existencia del pueblo. Pero populacho no es un descriptor del estatus socioeconómico; populacho es la ignorancia o el abandono del principio constitutivo del pueblo a favor de intereses y visiones particulares que fragmentan lo social. Por eso, recomienda Rodrí-guez, “Como todo progresa por grados, empiece cada uno a abstenerse de mencionar colores y ascendencias en el mérito o demérito de las personas, y habrá dado un paso fuera del populacho –no aprecie ni desprecie à nadie por el lugar de su nacimiento, ni por su profesión política, ni por su creencia religiosa […] y habrá dado un paso más”.40

Este ejemplo pedagógico ilustra la fe de Rodríguez en el poder correctivo de la razón, en la capacidad de des-truir viejos prejuicios y reformar las costumbres. Sólo un pueblo en posesión de discernimiento puede cons-truir república:

Porquetodo lo bueno quehay en sociedad se debe á la crítica

o mejor dichoLa sociedad existe …. por

Criterio es lo mismo que discernimiento Criticar es juzgar con rectitud

(Rodríguez 2004, 69-70).

Esa facultad crítica, capacidad de discernimiento y po-sibilidad de apropiación, es lo que permite, en últimas, convertir la crisis, la carencia política, en una oportuni-dad histórica:

Crisis es el caso o el momento de juzgar con acierto

o el jucio decisivono se tome critica por mordacidadni … censura por detracción

(Rodríguez 2004, 69-70).

40 “Libertador del Mediodía” (1830) (en Rodríguez 1975, 291). La prime-ra máxima que, según Rodríguez, se le debe decir al populacho en su instrucción es: “La palabra Populacho es tomada del Italiano popolazzo ó popolaccio, y quiere decir pueblo menudo ó jente menuda […] por extensión JENTE DESPRECIABLE”. La segunda, la cual se le debe dar inmediatamente después, es: “El hombre no es verdaderamente despreciable sino por su IGNORANCIA”.

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Una educación popular dirigida a fomentar las facul-tades críticas para discernir y reformar las costumbres crea “conciencia social” (Rodríguez 1828, 20). Sólo entonces su institucionalización a través de una oferta gratuita, pública (oficial) y general (es decir, la misma educación, en la misma aula, en las mismas condicio-nes para todos, desde los hijos e hijas de los patricios hasta los huérfanos abandonados de la guerra, los hijos de indios y de los esclavos recién liberados) hará posible concluir las revoluciones políticas que se iniciaron en la década de 1810.

coNclusióN: ¿lo coNcebible e imposible?

Hasta acá he explorado de manera muy esquemática tres ejes de reflexión que permiten un acercamiento a la obra de Simón Rodríguez y sitúan, bajo una nueva luz, los de-bates sobre el papel de la educación popular al comienzo de la era republicana. El enfoque de Rodríguez sobre la cuestión social evidencia los límites del proyecto lancas-teriano; del mismo modo, el rotundo fracaso del proyecto institucional de Rodríguez en Bolivia, y otros lugares, da pie a la pregunta de qué tanto su propuesta se mantiene fuera de lo posible, en cuanto a su realización histórica.

Pero no es posible llegar a ninguna conclusión definitiva sin, por lo menos, adelantar una exploración más profun-da de aspectos de la obra de Rodríguez que aquí apenas hemos podido esbozar o incluso hemos tenido que dejar de lado. En particular, es necesario examinar con mayor cuidado el papel que la educación desempeña en la dina-mización de la economía y la creación de riqueza social a través de la formación masiva de sujetos con criterio y discernimiento, dueños de sí y formados en el bien co-mún. Con ellos, propone Rodríguez, se podrían colonizar los espacios abiertos americanos y satisfacer con tierras propias la aspiración básica fundada en la propiedad, que permite, a través de la satisfacción del bien priva-do, generar el bien común. Y, como ese tema, muchos más de gran interés, cuya exploración más sistemática nos permitirá reconstruir el horizonte argumentativo de la primera generación republicana en América. Tarea fundamental ésta si queremos comprender los retos a los que se enfrentó en la construcción de nuevas posibili-dades políticas y los modos en que su cumplimiento e incumplimiento han hecho parte de nuestra historia.

Quizá por eso, prefiero en este momento cerrar este pri-mer acercamiento con una imagen precaria de Simón Rodríguez, imagen de Lezama Lima, quien lo retrata como caminante infatigable, héroe testarudo y silencio-

so, que quiere unir el falansterio con la academia, y que estaba hecho para el diálogo que se da una sola vez en la vida: “Poder mostrar un misterio, un desafío, como el de Simón Rodríguez, es un lujo americano, mucho antes de que pudiera esperarse y fuera una exigencia fructuo-sa” (Lezama Lima 1981, 407).

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por Daniel Gutiérrez Ardila**Fecha de recepción: 2 de julio de 2010Fecha de aceptación: 4 de octubre de 2010Fecha de modificación: 10 de octubre de 2010

RESUMEN Según afirma Lamartine en la Historia de los Girondinos, la forma monárquica de gobierno, esencialmente prudente, sería la más indicada para los tiempos de reposo y para las épocas de conservación del orden. La forma republicana, entre tanto, constituiría el gobierno ideal para la gestión de las crisis, de las transformaciones orgánicas y de las revoluciones en curso. Siguiendo aquel sugerente comentario, cabe preguntarse si, a imagen de la Asamblea Constituyente francesa, que pretendió en vano conciliar ambos extremos confiando a un rey semidestronado el legado de la Revolución, los fundadores de las repúblicas hispanoamericanas no emplearon en el mismo sentido la figura de los Libertadores. Para resolver tal interrogante, el presente artículo explora los retratos que de Agustín de Iturbide y Simón Bolívar elaboraron los diplomáticos Miguel de Santamaría y José Anastasio Torrens en la segunda década del siglo XIX.

PALABRAS CLAVEAgustín de Iturbide, Simón Bolívar, Historia diplomática, Revolución de Independencia.

* El artículo hace parte del libro que prepara el autor sobre la propaganda diplomática del reconocimiento de Colombia.** doctor en Historia de la Universidad París 1 Panthéon-Sorbonne. docente investigador del Centro de Estudios en Historia (CEHIS) de la Universidad

Externado de Colombia, Bogotá. Autor del libro: Un Nuevo Reino. Geografía política, pactismo y diplomacia durante el interregno en Nueva Granada (1808-1816). Bogotá: Universidad Externado, 2010. Editor de las actas de los Colegios Electorales y Constituyentes de Cundinamarca y Antioquia, 1811-1812 (Universidad Externado, 2010). Correo electrónico: [email protected].

Iturbide and Bolívar: Two Diplomatic Portraits Regarding the Republican Question (1822-1831)

ABSTRACTAccording to Lamartine, in his History of the Girodins, the monarchical form of government, essentially cautious, was most appropriate for periods of calm and for maintaining the status quo. The republican form of government, by contrast, was ideal for dealing with the crises, the organic transformations, and revolutions that were underway. Following this suggestive comment, it is worth asking whether, just as the French Constitutional Assembly tried in vain to reconcile both extremes by entrusting the legacy of the Revolution to a semi-dethroned king, the founders of the Hispanic American republics did not use the figure of the Liberators in the same manner. To answer this question, this article explores the portraits from the 1820s of Agustín de Iturbide and Simón Bolívar by diplomats Miguel de Santamaría and José Anastasio Torrens.

KEy wORdSAgustín de Iturbide, Simón Bolívar, Diplomatic History, Revolutions of Independence.

Iturbide y Bolívar: dos retratos diplomáticos acerca de la cuestión republicana (1822-1831)*

Iturbide e Bolívar: dois retratos diplomáticos sobre a questão republicana (1822-1831)

RESUMOSegundo afirma Lamartine na Historia de los Girondinos, a forma monárquica de governo, essencialmente cuidadosa, seria a mais indicada para os tempos de tranquilidade e para as épocas de conservação da ordem. A forma republicana no entanto, constituiria o governo ideal para a gestão das crises, das transformações orgânicas e das revoluções em andamento. Seguindo aquele mencionado comentário, cabe perguntar-se se a imagem da Assembleia Constituinte francesa, que tentou, em vão, conciliar ambos extremos confiando a um rei semi-destronado o legado da Revolução, os fundadores das repúblicas hispano-americanas não utilizaram no mesmo sentido a figura dos Libertadores. Para resolver tal questão, o presente artigo explora os retratos que os diplomatas Miguel de Santamaría e José Anastasio Torrens elaboraram de Agustín de Iturbide e Simón Bolívar na segunda década do século XIX.

PALABRAS CHAVEAgustín de Iturbide, Simón Bolívar, História diplomática, Revolução de Independência.

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Il faut cent ans à ce pays pour que la république n’y soit pas une absurdité (Stendhal 1986, libro segundo, cap. XXIII).

Pourquoi accuser l’humanité de pauvreté, au point de la soupçonner incapable de produire deux Washing-ton? (Pradt 1825, 109).

¡Qué contraste ente el avariento pigmeo del Norte y el generoso Atlas del Sur! (Rocafuerte 1822, 162).

[P]or haber querido establecer con la independen-cia las teorías liberales más exageradas, se ha dado lugar a todas las desgracias que han caído de golpe sobre los países hispanoamericanos, los cuales han frustrado las ventajas que la independencia debía haberles procurado, siendo muy de notar, que los dos hombres superiores que la América española ha producido en la serie de tantas revoluciones, Iturbide y Bolívar, hayan coincidido en la misma idea, levan-tando el primero en su plan de Iguala un trono en Méjico para la familia reinante en España, e inten-tando el segundo llamar a la de Orleans a ocupar el que quería erigir en Colombia (Alamán 1969, 82).

L os plenipotenciarios, enviados extraordina-rios y agentes confidenciales de la República de Co-lombia (1819-1831) en Europa y América eran mucho más que los representantes de un Estado cerca de otros. Aquellos ministros encarnaban propiamente la revolu-ción de la Tierra Firme en el extranjero, y, en tal medi-da, su presencia y sus gestiones no podían ser más que la polémica promoción de la causa independentista. El principal objetivo de esta diplomacia era, por supuesto, el reconocimiento pleno del nuevo Estado por parte de las potencias, el cual debía consagrar el ingreso del país a la comunidad de naciones. Como los años finales del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX habían sido tiempos de grandes transformaciones políticas, los apoderados del gobierno de Bogotá, gracias a su inter-mediación y a la alta dignidad de que estaban revesti-dos, hacían posible un inusitado diálogo, en virtud del cual un Estado en formación discurría con otros acerca de la evolución del género humano y de los sistemas de gobierno más convenientes para fincar el progreso y la felicidad de las naciones. Los buscadores del reconoci-

miento actuaban, pues, sin proponérselo como curiosos espejos en los que las mudanzas de la Tierra Firme y las instituciones creadas por “el partido de los Libertado-res” se reflejaban en las demás revoluciones y regíme-nes europeos y americanos. En tales circunstancias, se entenderá por qué, en ocasiones, su presencia misma constituía una provocación. Tal vez, la ilustración más elocuente del aserto anterior lo constituye Miguel de Santamaría, quien residió en México en 1822 como representante de la República de Colombia, antes de ser expulsado por el Secretario del Interior y Relaciones Exteriores del emperador Iturbide.

Casualmente, por idénticas razones, el Ministro de los Estados Unidos Mexicanos cerca del gobierno de Co-lombia padeció al final de la década un desplante si-milar. Esta sorprendente simetría parece confirmar la validez de la tesis esbozada arriba acerca de la diplo-macia del reconocimiento. De uno y otro incidente dan cuenta las páginas siguientes.1

el emperador iturbide

Timothy E. Anna (1991) se refirió, en un libro publi-cado en lengua inglesa en 1990,2 al desierto historio-gráfico que hasta entonces constituía el corto período del Imperio mexicano. La figura de Iturbide adolecía del mismo desprecio, de tal suerte que el historiador men-cionado no vaciló en calificarlo como “la no-persona más importante de la historia mexicana”. Con sobrada razón, Anna llamó la atención acerca de la curiosa y persistente satanización de Iturbide, del desprecio e incomprensión con que se habían abordado los aconte-cimientos que protagonizó y de los prejuiciosos anacro-nismos que explican tan lamentable caricatura. En su libro pionero, Anna demostró que, a partir del momen-to en que deja de verse como inevitable la instauración

1 Las misiones de D. Miguel de Santamaría y José Anastasio Torrens han sido estudiadas por Pedro A. Zubieta, (1924, 210-242) y Roldán (1974). Raimundo Rivas se refiere muy sucintamente al enviado de Co-lombia en México en su Historia diplomática de Colombia (1810-1934) (1961, 146-150). Rafael Heliodoro Valle ha publicado buena parte de la correspondencia de Torrens en su libro Bolívar en México (1993). Ro-berto Narváez ha estudiado los métodos criptográficos empleados por Torrens en al menos tres artículos: “Dos criptosistemas empleados por el coronel José A. Torrens en Colombia (1825-1826)” (2007-2008); “La criptografía diplomática mexicana en la primera mitad del siglo XIX. Tres ejemplos” (2008); “El ‘Diario No. 18’ (1829) de José Anastasio To-rrens” (2009). Acerca de Torrens en Bogotá, ver también el artículo de Miguel Aguilera (1951) “Nuestros primeros percances diplomáticos”.

2 The Mexican Empire of Iturbide. Lincoln: University of Nebraska, 1990. Se utiliza aquí la traducción española de la obra El Imperio de Iturbide (1991).

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de un república federal en la antigua Nueva España, la figura de Agustín de Iturbide escapa de los denues-tos habituales, que lo han caracterizado como un mero usurpador o un traidor mediocre.

Para los fines de este artículo, no está de más reconsti-tuir brevemente las circunstancias que llevaron al hijo de un inmigrante vasco de alguna prosapia y “mediano caudal” a convertirse en emperador de México. Nacido en la ciudad novohispana de Valladolid (hoy Morelia) en 1783, el joven Iturbide comenzó su carrera como oficial del Ejército real tras una educación defectuosa y poco sistemática. A los 22 años de edad contrajo matrimonio con Doña Ana María Huarte, perteneciente a una rica familia de su provincia natal. Dicha alianza le permitió adquirir en 1809 la hacienda de San José de Apeo, va-lorada en más de noventa mil pesos (Robertson 1952; Rocafuerte 1822).

Al estallar la rebelión del cura Miguel Hidalgo en 1810, Iturbide ocupaba graciosamente una plaza de teniente en el regimiento de su provincia natal. A pesar de las tentadoras ofertas que le hicieron los insurrectos, el jo-ven militar se mantuvo del lado del rey, por considerar, según expresó más tarde en sus memorias, que los pla-nes de Hidalgo “estaban mal concebidos” y no podían más que producir “desorden y sangre y destrucción” (Iturbide 2001 [1823]). Iturbide se distinguió desde entonces por su persecución a los líderes insurrectos (Alamán no vacila en tacharlo de cruel), de tal suerte que en 1813 fue condecorado con el grado de coronel y con el mando militar de la intendencia de Guanajuato. Dos años más tarde, Iturbide fue promovido a la direc-ción del ejército del norte, antes de caer en desgracia, acusado de corrupción. Si bien fue exonerado de los cargos en 1820, el hasta entonces coronel realista –sin duda resentido por lo sucedido– se volvió, aquel mismo año, contra el régimen español que había contribuido a sostener durante una década. El restablecimiento de la Constitución de Cádiz y las medidas anticlericales adoptadas por las Cortes habían azuzado las luchas entre facciones, por lo que se veían venir “mil revolu-ciones”. Con el fin de evitarlas, Iturbide concibió un proyecto que recibió rápidamente el apoyo de “sujetos de la más alta categoría”. Desde la comandancia del sur, que le fue confiada entonces por el Virrey, Iturbide con-siguió imponer su plan (llamado de Iguala, por haber sido suscrito en aquella población el 24 de febrero de 1821) en unos cuantos meses, tanto a jefes rebeldes de la talla de Vicente Guerrero como a los realistas criollos y españoles (Alamán 1969; Anna 1991; Iturbide [1823] 2001; Robertson 1952; Rocafuerte 1822).

El fulgurante éxito de aquel proyecto de 23 artículos se explica, en buena medida, por el ingenioso consenso a que dio lugar, estructurado alrededor de “tres garantías” (religión, independencia y unión), que debían traducir-se, en la práctica, en la finalización de la guerra civil y en la modificación del vínculo con España. Las pro-mesas que contenía el Plan de Iguala de proteger las propiedades, respetar los fueros del clero y dejar en su lugar a todos los funcionarios del Gobierno, el Ejército y la Iglesia conquistaron la adhesión de la élite criolla y peninsular. Por su parte, los líderes rebeldes, que ha-bían sido incapaces de obtener un triunfo por la vía de las armas, no podían más que suscribir los designios de Iturbide, por cuanto éstos significaban la anhelada ruptura del vínculo colonial. Con el fin de asegurar una transición apacible, el Plan de Iguala hacía un llamado a Fernando VII para que se trasladara a México y se convirtiera en Emperador, o para que designase con el mismo fin a alguno de los infantes de su casa. Como la negativa del soberano español era más que previsible, el Plan preveía, en tal caso, llamar a otra casa reinante a ocupar el trono del Anáhuac. Entre tanto, se consti-tuiría una Soberana Junta Provisional Gubernativa, que daría paso a un Congreso constituyente y a una Regen-cia. El proyecto ideado por Iturbide estaba encaminado, pues, a preservar la Nueva España de los desórdenes experimentados en aquel momento por la América del Sur y por la mismísima metrópoli, donde liberales y absolutistas libraban una ardua lucha por el poder. La emancipación, combinada con un régimen monárquico temperado, aparecía, pues, en la mente de Iturbide, como una alternativa viable al sistema republicano y a la gue-rra de independencia (Alamán 1969; Anna 1991; Iturbide 2001 [1823]; Robertson 1952; Rocafuerte 1822).

La universal aceptación del Plan de Iguala permitió al Ejército Trigarante controlar rápidamente la mayor parte del territorio novohispano. Contribuyó a ello el nombramiento hecho por los liberales españoles de un nuevo Capitán General y jefe superior político de Nue-va España. El empleo recayó en D. Juan de O’Donojú, figura principal de la masonería peninsular, quien había sido ministro doceañista de la guerra y se había visto complicado luego en una conspiración contra Fernando VII. A su llegada a Veracruz, O’Donojú (30 de julio de 1821) se encontró prácticamente con un hecho con-sumado y no tuvo más remedio que suscribir el 24 de agosto el Tratado de la villa de Córdoba. Éste retomaba, esencialmente, el hábil consenso concebido por Iturbi-de, reiterando el llamado al trono imperial a los Borbo-nes españoles y manteniendo provisionalmente en vigor la Constitución de Cádiz. Satisfecho de haber logrado

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un acuerdo susceptible de preservar los lazos entre la Península y la Nueva España, O’Donojú instó gustoso a las tropas españolas a abandonar el país. Toda oposición a Iturbide se hizo a partir de entonces inviable y el coro-nel, revestido con el título de presidente de la regencia, pudo entrar triunfalmente en la ciudad de México el 27 de septiembre, donde instaló el mismo día la Junta Gubernativa. A partir de entonces, Iturbide (adornado luego con los títulos de almirante, generalísimo y alteza serenísima) gobernó efectivamente el país durante ocho meses, al cabo de los cuales fue coronado tumultuaria-mente emperador (Alamán 1969; Anna 1991; Iturbide [1823] 2001; Robertson 1952; Rocafuerte 1822). Pre-cisamente, en vísperas de aquel momento decisivo, el ministro plenipotenciario de la República de Colombia, Miguel de Santamaría, arribó al puerto de Veracruz.

europeos, ¿cómo negar la entrada de la República de Co-lombia a la comunidad de las naciones? Por ello, en sus gestiones en el extranjero, el gobierno de Bogotá sintió la necesidad de erradicar toda confusión susceptible de asimilar su nacimiento con los desórdenes provocados por el surgimiento de las repúblicas francesa y haitiana. De ahí los esfuerzos de los funcionarios colombianos por establecer más bien un parentesco espiritual entre la independencia de la Tierra Firme y la liberación de portugueses y holandeses: tal filiación cobraba sentido no sólo con respecto a una antigua metrópoli común, sino sobre todo en los fundamentos mismos de la insur-gencia, que no había supuesto una ruptura generalizada con el pasado ni representaba un factor perturbador del orden mundial:

No pretenden las Américas meterse en el Gobierno de España ni guillotinar al Rey de los españoles; su pre-tensión es la misma que la de los Países Bajos y Portu-gal contra los tres Felipes de Castilla. La revolución e independencia de ambos fue auxiliada por el gobierno británico, aunque no eran de tanta importancia como la América del sur. De la Francia, de Holanda y de España, tuvieron todo género de protección los ame-ricanos del norte, insurrectos por su independencia y no para destronar a Jorge III ni alterar las institu-ciones inglesas. Adoptaron principios muy liberales, pero su tránsito del sistema anterior no fue como el de la República francesa, y por tanto el suceso fue muy diferente. Igual hubiera sido el de los franceses si hubieran imitado a los romanos en la expulsión de los Tarquinos y establecimiento de la República.3

Como se ve por esta cita, el gobierno revolucionario de la Tierra Firme promovía también en el extranjero un paralelo entre su nacimiento y el de Estados Unidos de América. Algo semejante puede decirse con respecto a Grecia, por razones evidentes: la empresa de liberación de dicho pueblo del yugo turco –que era coetánea a las guerra de independencia hispanoamericana– gozaba de gran popularidad en Europa y Norteamérica y se benefi-ciaba tanto de auxilios generosos y abundantes como de las gestiones diplomáticas de las potencias. La (discuti-ble) caracterización de la causa de la Tierra Firme como una guerra de liberación “nacional” explica también los esfuerzos por identificarla con la reciente independen-cia de Noruega:

3 Instrucciones otorgadas por Juan Germán Roscio a Fernando Peñalver y José María Vergara (Angostura, 7 de julio de 1819), agentes de Vene-zuela en la Corte de Londres, Archivo General de la Nación (AGN), Ministerio de Relaciones Exteriores (MRE), Delegaciones, Transfe-rencia 2 (DT2), t. 300, ff. 3-10.

Coronación de Iturbide en la Catedral de la Ciudad de México. 1822. Imagen tomada de ARTstor Slide Gallery

el álgebra diplomática de las revolucioNes

Como se ha dicho en un comienzo, la actividad de los diplomáticos de la República de Colombia consistió, en buena medida, en una tarea de contraste, mediante la cual la revolución de la Tierra Firme y sus resulta-dos eran parangonados con otras mudanzas y regíme-nes políticos más o menos semejantes. De hecho, esta confrontación era un ejercicio necesario para vencer la resistencia de las potencias al reconocimiento del nuevo Estado: si la instauración de un gobierno independiente en Angostura o Bogotá no representaba ninguna ame-naza para la estabilidad de la región o para los intereses

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Todo el mundo se interesa en la emancipación de un pueblo dependiente porque es de interés común el que se aumente el número de las naciones hábiles para tratar y comerciar recíprocamente. De aquí es que casi no hay pueblo que haya carecido de protec-ción cuando ha querido eficazmente emanciparse, ni opositor a la emancipación auxiliado en su empeño a impedirla. Quizá no podrá citarse otro ejemplar que el de la Noruega en 1815, si se exceptúan los que, como éste, tenían contra sí un tratado tan solemne como el de Viena.4

El archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Colombia enseña otros parangones un tanto menos predecibles que muestran hasta qué punto el ejercicio de comparar revoluciones constituía, en cierta forma, el meollo de la gestión diplomática del reconoci-miento. Un buen ejemplo de ello es la conferencia sos-tenida por José Fernández Madrid en Londres en julio de 1828 con el Conde Bjornstjierna, enviado extraor-dinario y ministro plenipotenciario del rey de Suecia. En medio de la reunión, éste sostuvo que Bernadotte “sentía muy particular estimación y admiración” por Bo-lívar, y hallaba “mucha analogía” entre sus propias ac-ciones y las del Libertador: en efecto, “ambos debían su elevación a su espada y a sus servicios” y “ambos eran amados de los pueblos y fieles a la causa de la libertad, bien diferentes en esto de Napoleón”.5 Como se ve, en una sola frase son contrastadas las mudanzas políticas de Francia, Suecia y Colombia, de suerte que la evolu-ción del género humano y la ciencia del gobierno son analizadas en un interesante polinomio, compuesto de variables que representan países y revoluciones. El tras-fondo del ejercicio es, por supuesto, la negociación de un tratado de amistad y comercio, o sea, el reconoci-miento de la República de Colombia.

Es en este panorama donde adquiere interés la mi-sión diplomática de Miguel de Santamaría en México. En efecto, el representante del gobierno de Bogotá se convirtió, luego de la proclamación de Agustín I, en el símbolo mismo del republicanismo moderado y en la prueba viviente de que dicho régimen no era incom-patible ni con las poblaciones hispanoamericanas ni con los países extensos. Dicha encarnación se volvió

4 Instrucciones otorgadas por Juan Germán Roscio a Fernando Peñalver y José María Vergara (Angostura, 7 de julio de 1819), agentes de Vene-zuela en la Corte de Londres, Archivo General de la Nación (AGN), Ministerio de Relaciones Exteriores (MRE), Delegaciones, Transfe-rencia 2 (DT2), t. 300, ff. 3-10.

5 José Fernández Madrid al Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia (Londres, 16 de julio de 1828), AGN, MRE, DT2, t. 307, f. 137 v.

tan problemática que explica, más que las sospechas de participación en una conspiración contra el Emperador, la rápida expulsión del agente del territorio mexicano. La experiencia de Santamaría resulta además relevante por otra razón: al contrario de lo sucedido en Europa y Estados Unidos, donde los agentes de Colombia debían esforzarse por promover la revolución y las instituciones del Estado que representaban, en México la historia y las instituciones adoptadas por la Tierra Firme se con-virtieron en un polémico ejemplo, habida cuenta del riesgo de emulación que entrañaban.

miguel de saNtamaría y el imperio de iturbide

Cuando ultimaba los preparativos de la expedición al sur, poco después de haber sido decretada la Constitu-ción de la república y de conocerse en Bogotá la evacua-ción española de Cartagena de Indias, Simón Bolívar decidió enviar un plenipotenciario a México y otro a Perú, Chile y Buenos Aires. La primera misión fue con-fiada a Miguel de Santamaría y la segunda a Joaquín Mosquera y Arboleda. Según José Manuel Restrepo, el propósito principal de ambas embajadas era la creación de una liga ofensiva y defensiva que permitiera concluir rápidamente la guerra con España (Restrepo 1858). No obstante, las fuentes consultadas indican que se espe-raba también de los enviados colombianos la promoción del sistema republicano, o lo que es lo mismo, la frustra-ción de cualquier tentativa de crear cortes borbónicas en el continente.

A comienzos de enero de 1822 Miguel de Santamaría re-cibió los poderes y credenciales que lo acreditaban como ministro plenipotenciario de la República de Colombia cerca de la Regencia de México.6 Tras un atento estudio de las instrucciones que le fueron confiadas, el agente comprendió que sus gestiones debían dirigirse –además del establecimiento de la mencionada liga ofensiva y defensiva– a que México adoptara políticas uniformes a las de Colombia con respecto a su antigua metrópo-li y, en particular, a que se negase a sufragar cualquier indemnización que pudiera exigírsele a cambio del re-conocimiento de la independencia. Además, el plenipo-tenciario estaba encargado de fijar límites (el reino de Guatemala formaba parte del Imperio), arreglar el co-mercio recíproco y promover la reunión de una asamblea

6 Miguel de Santamaría a Pedro Gual, ministro de Estado y Relaciones Exteriores (Cartagena, 19 de enero de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 392, ff. 4-5. Oficio de Simón Bolívar a Agustín de Iturbide (Villa del Rosario de Cúcuta, 10 de octubre de 1821). Gaceta de Colombia No. 77 (Bogotá, 6 de abril de 1823).

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general, compuesta de los plenipotenciarios de todos los Estados independientes de la América antes española.7 Otros documentos señalan que las autoridades de Bogo-tá encomendaron también a su representante cerca de la Regencia del Imperio mexicano la negociación de un empréstito de tres millones de pesos. No obstante, al lle-gar a su destino, el diplomático comprendió que la ruina del país hacía ilusoria dicha pretensión.8

La misión de Santamaría en México tenía una importan-cia vital para el gobierno de Bogotá. En efecto, los trata-dos de la villa de Córdoba entrañaban una amenaza de grandes proporciones para la independencia de Colom-bia: una alianza entre el Imperio mexicano y el reino de España podía dar un vuelco desfavorable a la guerra y prolongarla por mucho tiempo.9 En tales circunstancias, convenía que, con la mayor premura, un plenipotenciario colombiano procurase atraerse los favores de la Regencia, distanciándola, al mismo tiempo, de la Corte de Madrid. Como bien dice Lucas Alamán, de haberse hecho efec-tivo el llamamiento de las casas reinantes de Europa al trono de México, éste se hubiera convertido en “una po-tencia europea más bien que americana”, lo que, tenien-do en cuenta las circunstancias, equivalía a entrar en la Santa Alianza (Alamán 1969). La República de Colombia debía desvanecer a toda costa semejante amenaza.

Miguel de Santamaría estaba adornado con cualida-des que hacían de él un sujeto muy a propósito para llenar exitosamente la misión diplomática en México. En primer lugar, había nacido en Veracruz en 1789 y tenía un conocimiento profundo del país al que había sido destinado. En segunda instancia, era un hombre de mundo: tras comenzar sus estudios en el prestigioso Colegio San Juan Letrán en México, se había dirigido a Madrid en 1808 para concluir sus estudios y recibirse de abogado. En 1814, Santamaría había sido encarce-lado por sus ideas, antes de refugiarse en Norteamé-

7 Santamaría a Gual (Kingston, 24 de febrero de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 392, ff. 7-13.

8 Oficios de Santamaría a Pedro Gual y a Vicente Rocafuerte (México, 22 de julio y 5 de agosto de 1822), id., 103-106 y 90-91.

9 Al respecto, resulta del mayor interés la carta que Simón Bolívar diri-gió al general José de San Martín desde Bogotá el 16 de noviembre de 1821: “si el gabinete español acepta el tratado hecho en México entre los generales Iturbide y O’Donojú, y se traslada allí Fernando VII u otro príncipe europeo, se tendrán iguales pretensiones sobre todos los demás gobiernos libres de América, deseando terminar sus diferencias con ellos, bajo los mismos principios que en México. Trasladados al Nuevo Mundo estos príncipes europeos, y sostenidos por los reyes del antiguo, podrán causar alteraciones muy sensibles en los intereses y en el sistema adoptado por los gobiernos de América”. Ver también la carta de Bolívar al general Carlos Soublette (Bogotá, 22 de noviembre de 1821). Bolívar (1979, 12-13 y 14-15).

rica, desde donde colaboró con el general Mina en la fallida expedición a las costas mexicanas. Ya en 1818 se unió a Simón Bolívar en Jamaica.10 En tercer lugar, Santamaría contaba ya con alguna experiencia en lides de tipo diplomático, pues en 1819 había comprado fu-siles en Haití para los revolucionarios de la Tierra Fir-me (Restrepo 1858). Por último, su compromiso con la República de Colombia era sincero y profundo: no en vano había sido diputado en la Convención de Cúcuta y secretario de dicha corporación.11

Tras recalar en Jamaica, Santamaría desembarcó en el puerto de Veracruz el 18 de marzo de 1822. De inme-diato comenzaron a llamar la atención del enviado las particularidades de la revolución mexicana: a pesar de que el fuerte de San Juan de Ulúa seguía en posesión de los españoles, había muy buenas relaciones entre és-tos –que parecían “avenirse con la independencia”– y la Regencia del Imperio mexicano. De hecho, se permitía el ingreso de buques peninsulares al puerto de Vera-cruz, y un número muy considerable de europeos estaba empleado en el nuevo gobierno en “puestos civiles y mi-litares de superior graduación”. Por último, los militares españoles cumplían con lo pactado en Iguala y Córdo-ba, abandonando progresivamente el país, sirviendo a la Regencia o dedicándose a las faenas agrícolas.12 Ante semejante panorama, podrá imaginarse el asombro de Santamaría. Como se ha visto, la República de Colom-bia había hecho en vano esfuerzos considerables para negociar con los liberales españoles. No obstante, tras la expulsión de la Península de José Rafael Revenga y Tiburcio Echavarría, a quienes se había confiado una misión diplomática cerca de la Corte de Madrid, el go-bierno de Bogotá se vio obligado a consolidar su inde-pendencia por la vía militar.13 Ante la imposibilidad de

10 Gustavo Otero Muñoz publicó un artículo sobre Miguel de Santama-ría en dos revistas colombianas: “Don Miguel de Santamaría” (1930a y 1930b). Sin embargo, la mejor semblanza del diplomático es la de Ornán Roldán (1974).

11 Acta de instalación del Congreso General de Colombia (6 de mayo de 1821). Actas del Congreso de Cúcuta…, Bogotá, Presidencia de la República, 1990, t. 1, 1-4.

12 Santamaría a Pedro Gual (Veracruz, 27 de marzo de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 392, ff. 14-17.

13 Al respecto, resulta sumamente interesante el oficio que Miguel de Santamaría remitió el 23 de julio de 1823 a Lucas Alamán, secretario de Estado y de Relaciones Exteriores del gobierno de México. En la misiva, motivada por las negociaciones abiertas en la villa de Jalapa con los comisionados españoles Juan Ramón Osés y Santiago de Irisarri, el plenipotenciario colombiano recordó los esfuerzos siempre fallidos hechos por su gobierno para alcanzar la paz y exhortó a Alamán a man-tener una “vigilante desconfianza”. Esta comunicación revela de mane-ra elocuente que el móvil principal de la misión diplomática confiada a Santamaría era propiciar un rompimiento entre México y España, AGN, MRE, DT2, t. 393, ff. 44-47.

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negociar su emancipación, la República de Colombia suspendió las relaciones comerciales con la antigua me-trópoli y padeció los efectos económicos de la emigra-ción de las familias peninsulares.

Si bien la instalación del Congreso Constituyente (24 de febrero de 1822) confirmaba la aplicación del Plan de Iguala y del Tratado de Córdoba, ya en su prime-ra comunicación desde territorio mexicano Miguel de Santamaría advirtió al Ministro colombiano de Rela-ciones Exteriores la presencia soterrada de un partido republicano.14 ¿Presagiaba acaso que la existencia de éste significaría en días no muy lejanos una fuente de ines-tabilidad y de discordia? ¿O es que acaso la dilatada guerra de independencia de la Tierra Firme inhabilita-ba a Santamaría para comprender y otorgar confianza a la brillante política de Iturbide? ¿No podía concebir el agente del gobierno de Bogotá una liberación como la de México que se había transformado de “colonia en gran imperio”, “[s]in sangre, sin incendios, sin robos, ni depredaciones, sin desgracia y de una vez sin lloros y sin duelos?” (Iturbide 2001 [1823]).

Sea como fuere, el 23 de marzo de 1822, desde el puer-to de Veracruz, el plenipotenciario de Colombia anun-ció al Ministro de Estado y Relaciones Exteriores de la Regencia del Imperio de México su llegada y el objeto de la misión que le había sido confiada. Según afirmó Santamaría en dicha ocasión, la incomunicación pro-pia del orden colonial español debía ser reemplazada en lo sucesivo por un “nuevo orden de relaciones”, basado en “principios de honor, de rectitud y generosidad”. El sistema americano sería, pues, esencialmente diferente del europeo, que había consistido, en opinión del repre-sentante del gobierno de Bogotá, “en la ruina de unos imperios para el engrandecimiento de otros”.15

El representante de Colombia se puso muy pronto en camino hacia la capital del Imperio, de tal suerte que se hallaba ya en Puebla el 6 de abril de 1822.16 Cuando diez días más tarde comunicó sus credenciales al Minis-tro mexicano de Estado y Relaciones Exteriores, Santa-maría se había residenciado ya en la ciudad de México, más precisamente en el número 14 de la calle de Don-

14 Oficio citado de Santamaría a Pedro Gual del 27 de marzo de 1822.15 Oficio de Miguel de Santamaría al ministro de Estado y Relaciones Ex-

teriores de la Regencia de México, José Manuel de Herrera (Veracruz, 23 de marzo de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 392, ff. 21-25. Este oficio ha sido publicado por Rafael Heliodoro Valle (1993).

16 El oficio de Santamaría a Agustín de Iturbide puede consultarse en AGN, MRE, DT2, t. 392, f. 34.

celes.17 Los buenos deseos del ministro colombiano, respecto al rápido establecimiento de relaciones bina-cionales, parecieron confirmados por la promulgación del decreto del Congreso Constituyente del 29 de abril de 1822, mediante el cual el Imperio de México reco-noció solemnemente la independencia de Colombia.18

Los acontecimientos de los días siguientes apuntaron, igualmente, a la rápida consolidación de los lazos en-tre ambos Estados. En efecto, el 5 de mayo el pleni-potenciario de Colombia fue presentado a Agustín de Iturbide, entonces presidente de la Regencia, a quien cumplimentó de parte de Simón Bolívar. Por aquellos días, Santamaría tuvo también varias entrevistas con el Ministro mexicano de Estado y Relaciones Exterio-res. Por último, el 13 de dicho mes de mayo de 1822, Santamaría fue recibido por la Regencia en pleno y de-claró solemnemente, conforme a las instrucciones que le habían sido conferidas, que su comitente reconocía “a la nación mexicana por Estado soberano e indepen-diente” y que “cualesquiera fuesen las leyes constitu-yentes por las cuales la nación mexicana, en ejercicio de su soberanía, estimase conveniente asegurar sus li-bertades y tranquilidad interior, Colombia se haría una gloria y un deber de contribuir al sostenimiento de la independencia nacional”.19

No obstante esta declaración, el primer mes de residen-cia en la capital del Imperio mexicano había convencido a Santamaría de que la oposición constante entre los diputados del Congreso Constituyente y los miembros de la Regencia impedía el curso regular de los negocios y había de producir, en última instancia, el estallido de una guerra civil. La situación se complicaba aún más por la existencia de tres partidos: los republicanos, los cape-tos o borbonistas (que insistían en preservar el trono del Anáhuac para la dinastía de España) y los iturbidistas (que pretendían elevar el presidente de la Regencia a la dignidad imperial). En opinión de Santamaría, la per-sistencia del ideal monárquico se explicaba, antes que nada, por una incomprensión crasa del régimen republi-cano. En efecto, sólo concebían éste “en el sentido de la más extensa democracia”.20

17 Santamaría a Herrera (México, 16 de abril de 1822), id., f. 43.18 José Manuel de Herrera a Miguel de Santamaría (México, 3 de mayo

de 1822), id., f. 42. Una copia impresa del decreto del Congreso Cons-tituyente de México que reconoce a Colombia figura en id., f. 96. Tanto el oficio como el decreto fueron publicados en la Gaceta de Colombia No. 63 (Bogotá, 29 de diciembre de 1822).

19 Santamaría a Gual (México, 14 de mayo de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 393, ff. 26-28.

20 Santamaría a Gual (México, 16 de mayo de 1822), id., ff. 58-63.

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En tal contexto, la representación de que estaba reves-tido Miguel de Santamaría se contagió de un aura polé-mica, que fue acentuada con el papel “pedagógico” que el diplomático tuvo a bien desempeñar. En efecto, en su primera comunicación desde el territorio del Imperio mexicano, Santamaría solicitó a Pedro Gual la remisión de impresos relativos a la República de Colombia, pues, según afirmó, ella era poco conocida y sólo se tenían acerca del país “noticias muy generales”.21 En todo caso, el plenipotenciario ya traía algunas publicaciones consi-go, puesto que el 29 de marzo el Ministro mexicano de Estado y Relaciones Exteriores le acusó recibo de una “colección de papeles colombianos”.22 El 16 de abril Santamaría remitió al mismo funcionario la Ley Fun-damental de la República, así como la Constitución de ella, rogándole que la comunicara a la Regencia.23 Dos días más tarde José Manuel de Herrera indicó al repre-sentante del gobierno de Bogotá que los impresos habían sido comunicados por orden del gobierno al Congreso Constituyente, con lo que un grupo muy influyente de políticos mexicanos quedó al tanto de las particularida-des de las instituciones colombianas.24 El 14 de mayo Santamaría refirió al ministro Pedro Gual los “rápidos progresos” que hacían en México las ideas republica-nas, particularmente en las provincias interiores. Según sospechaba, a ello contribuían de manera muy positiva las noticias que había propagado acerca del estado de la República de Colombia, “de cuya ilustración popu-lar y ciencia de gobierno” se habían formado ideas muy ventajosas. Aparentemente, era muy corriente entonces que se elogiase a Bolívar,

[…] como el único héroe del continente americano y su conducta de desprendimiento es contrastada con la de este jefe [Iturbide] en todos respectos, pero espe-cialmente en la ambición que se le supone a la Corona. Debo manifestar a usted que los partidos de oposición son los que han manifestado más entusiasmo y simpa-tía en el reconocimiento de nuestra independencia y deseado más sinceramente nuestra unión.25

La tarea propagandística del representante del gobierno de Bogotá prosiguió en las conversaciones diarias que éste mantenía con “multitud de personas respetables y diputados”, a los cuales transmitía, además, papeles

21 Santamaría a Gual (Veracruz, 27 de marzo de 1822), id., ff. 14-17. 22 José Manuel de Herrera a Santamaría (México, 29 de marzo de 1822),

id., f. 44.23 Santamaría a Herrera (México, 16 de abril de 1822), id., f. 44.24 Oficios de Herrera a Santamaría (México, 18 de abril de 1822), id., ff. 45 y 46.25 Miguel de Santamaría a Pedro Gual (México, 14 de mayo de 1822), id., f. 75.

públicos de Colombia y, particularmente, la Constitu-ción. El éxito de la empresa fue tal, que en breve la carta de Cúcuta fue reimpresa en México.26 La promoción del régimen republicano en el territorio del Imperio contó también con el concurso del guayaquileño Vicen-te Rocafuerte, quien a mediados de 1821 se dirigió a Estados Unidos comisionado por una sociedad secre-ta veracruzana, con el doble propósito de adquirir los barcos necesarios para evacuar a los soldados españoles y de escribir una obra para contrarrestar las ideas mo-nárquicas. Finalmente, el libro vio la luz en Filadelfia en el transcurso del año, con el título Ideas necesarias a todo pueblo americano que quiere ser libre. Al concluir su misión, Rocafuerte regresó a México, donde se puso en contacto con Miguel de Santamaría, en cuya casa se reunían hombres de la talla de Carlos María de Busta-mante, fray Servando Teresa de Mier y José María Fa-goaga (Rodríguez 2007).

Así, pues, con bastante celeridad, la posibilidad de construir en la América septentrional una república, cuyo gobierno fuera a un tiempo “enérgico” y “liberal”, se consolidó en el momento mismo en que se discutía el nombramiento del emperador que había de ocupar el trono del Anáhuac, en concordancia con lo estipula-do por el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba. Para ponderar hasta qué punto fue polémica la labor de Mi-guel de Santamaría, es menester recordar con Carlos María de Bustamante que en aquella época la palabra república era considerada “abominación y anatema” (Bustamante 1985 [1846]). Como se ha visto, en esta campaña de propaganda del ideal republicano, acometi-da por el enviado de Colombia, desempeñaba un papel central la figura de Simón Bolívar, un “libertador”, que a diferencia de Iturbide, se creía adornado con un des-prendimiento admirable del poder.27

En vísperas de la designación de Iturbide como empe-rador, Santamaría percibía una gran incertidumbre en lo relativo a los destinos de México, y, en consecuencia, el 16 de mayo decidió abstenerse de “agitar el curso de las negociaciones” que se le habían confiado.28 La decisión del Congreso Constituyente de entronizar a Iturbide, conocida tres días más tarde, rompió definitivamente la concordia existente entre las autoridades mexicanas y el plenipotenciario de Colombia. En efecto, los sucesos fueron juzgados severamente por Santamaría a causa de

26 Miguel de Santamaría a Pedro Gual (México, 16 de mayo de 1822), id., ff. 58-63.

27 Oficio citado de Miguel de Santamaría a Pedro Gual del 16 de mayo de 1822.28 Oficio citado de Miguel de Santamaría a Pedro Gual del 16 de mayo de 1822.

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su carácter tumultuario: ¿cómo era posible que en el curso de una noche y medio día se decidiera la cues-tión “que más inmediata y esencialmente” comprometía “la existencia política de un pueblo al tiempo de cons-tituirse”? ¿Cómo soslayar el hecho de que se hubiese comenzado por la nominación del nuevo emperador y no, como debía ser, sancionando leyes que fijaran la ex-tensión y límites de las atribuciones de éste? ¿Cómo no cuestionar la validez de una elección aprobada por tan sólo 67 diputados, cuando 15 más la habían rechazado y otros 72 se hallaban ausentes?29

Los acontecimientos del 18 y el 19 de mayo de 1822 convencieron al plenipotenciario de Colombia de la necesidad de abstenerse “enteramente de todo acto que directa o indirectamente manifestase aprobación o desaprobación de lo sucedido”, incluida, por supues-to, la negociación de cualquier tratado. Al informar al ministro Pedro Gual esta decisión, Santamaría arguyó en su favor el hecho de que las instrucciones para el lleno de su misión habían designado exclusivamente por parte contratante a la Regencia del Imperio mexi-cano. Además, como en su opinión el afianzamiento de Iturbide en el trono estaba en entredicho, la dignidad y reputación del gobierno de la República de Colombia se comprometerían fuertemente en caso de reconocer el nuevo régimen. Así mismo, los intereses del gobierno de Bogotá padecerían un grave desdoro en tal situación, puesto que el partido republicano de México se senti-ría profundamente agraviado.30 Santamaría se fijó, por lo tanto, una “conducta neutral”, que no podía serlo en virtud de los acontecimientos. En efecto, ¿cómo evitar que Iturbide y los miembros de su gabinete se sintiesen injuriados ante un desplante tan estruendoso como la inasistencia de Miguel de Santamaría a la ceremonia de coronación, a la que fue expresamente invitado?31 El agravio resultaba aún mayor por cuanto se habían señalado al plenipotenciario de Colombia (único diplo-mático presente en la ciudad de México) un lugar dis-tinguido y una escolta de honor (Alamán 1969). Este episodio demuestra que la pretendida imparcialidad del

29 Santamaría a Gual (México, 24 de mayo de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 392, ff. 67-71.

30 Santamaría a Gual (México, 24 de mayo de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 392, ff. 67-71. A mediados de junio Santamaría insistió en la inconvenien-cia para Colombia de reconocer a Iturbide como emperador; ver su oficio a Pedro Gual, fechado en México el 16 de junio de 1822, id., ff. 29-30.

31 La invitación de José Manuel de Herrera a Miguel de Santamaría para asistir a la ceremonia de coronación fue fechada en México, el 20 de julio de 1822. El mismo día, el plenipotenciario de Colombia se excu-só, pretextando problemas de salud, cf. id., ff. 84 y 85. Ver también, a ese respecto, el oficio de Santamaría a Gual del 31 de julio de 1822, id., 81-83 Santamaría a Gual.

plenipotenciario de Colombia constituía, en realidad, una manifestación elocuente de condena al ascenso al trono de Agustín de Iturbide.

Tan graves consideraciones no escaparon al Ministro de Estado y Relaciones Exteriores del Imperio, quien a comienzos de agosto exhortó a Miguel de Santamaría a ratificar el reconocimiento que había ofrecido de la independencia de México, bajo el sistema que el país tuviera a bien adoptar.32 Como respuesta a tan perento-rio requerimiento, el plenipotenciario de Colombia se contentó con señalar que las instrucciones que había recibido al comienzo de su misión no lo facultaban para obrar en el particular, por lo que aguardaba órdenes pre-cisas de su comitente.33

Las relaciones entre el agente de Colombia y las autori-dades del Imperio mexicano terminaron de agriarse con el aprisionamiento de varios diputados que frecuenta-ban “la casa y mesa” de Santamaría, y que fue decretado el 26 de agosto con el fin de aplastar una conspiración republicana.34 Santamaría calificó de escandalosos los arrestos y los comparó (siguiendo en ello a algunos diputados mexicanos)35 con el atentado cometido por Fernando VII a su regreso al trono de España en 1814, cuando disolvió las Cortes y abolió la Constitución. En cuanto a la conspiración contra Iturbide, el plenipoten-ciario la atribuyó parcialmente al influjo de las institu-ciones colombianas.36 Si ha de creerse la narración de Santamaría, aquella república se había convertido en uno de los más álgidos puntos de disputa entre iturbi-distas y opositores al régimen. Aparentemente, aquéllos habían visto con desagrado las noticias de la liberación de Quito y la rendición de Puerto Cabello, al tiempo que los miembros del partido republicano las habían ce-lebrado con regocijo,

[…] figurándose que libre en [sic] el territorio de Colombia el que ha sido su libertador pudiera serlo de México. A tal punto ha llegado la esperanza de suceso que se me culpa de indolencia y frío espec-

32 José Manuel de Herrera a Santamaría (Tacubaya, 7 de agosto de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 392, f. 88.

33 Santamaría a Herrera (México, 9 de agosto de 1822), id., f. 89.34 Santamaría a Gual (México, 15 de septiembre de 1822), id., f. 175. A

propósito de los hechos del 26 de agosto de 1822, Bustamante ([1846] 1985), carta primera, y Robertson (1952).

35 Véase, por ejemplo, la representación redactada por Zabala y Fernán-dez del 30 de agosto y la respuesta de Iturbide fechada el mismo día, que incluyó en su obra Carlos María de Bustamante ([1846] 1985).

36 Oficio descifrado de Santamaría a Gual (México, 18 de septiembre de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 392, ff. 181-182.

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tador de la desgracia del suelo en que nací por no anunciar al presidente de Colombia que su presencia, su virtud y victoria son necesarias para extender la felicidad de América hasta los términos del norte que poseía la antigua dominación española.37

La provincia de Yucatán ofrece un buen ejemplo de la utilización partidista de la imagen de Colombia. En efecto, allí se celebró con júbilo “extraordinario” el reco-nocimiento de la república, mientras que tres días antes la exaltación de Iturbide al trono transcurrió sin la me-nor ceremonia.38

La actividad propagandística desempeñada por Santa-maría desde su llegada a Veracruz, su condena sin ate-nuantes del régimen de Iturbide, la injuria propinada a las autoridades del Imperio con la conducta de “neu-tralidad” que se fijó el plenipotenciario y las relaciones de amistad y cercanía que mantenía el enviado con eminentes miembros del partido republicano generaron sospechas más que fundadas acerca de su participación en la conspiración del mes de agosto (Alamán 1969). A comienzos del mes de octubre, Santamaría se convirtió además en el principal informante de Mr. Joel R. Poin-sett, quien llegó a la ciudad de México comisionado por el gobierno norteamericano para “observar la situación política” del país.39 Por este cúmulo de circunstancias, el representante colombiano fue intimado por el Minis-tro de Estado y Relaciones Exteriores a abandonar el te-rritorio del Imperio, para lo cual se le remitió pasaporte el 18 de octubre de 1822.40

Según narra el historiador Alamán, desde Veracruz, ha-cia donde dirigió sus pasos, el plenipotenciario de Co-lombia promovió una insurrección contra el emperador,

37 Oficio descifrado de Santamaría a Gual (México, 18 de septiembre de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 392, ff. 181-182.

38 Oficio descifrado de Santamaría a Pedro Gual (¿México?, 2 de agosto de 1822), id., ff. 252-253.

39 Oficio muy reservado de Miguel de Santamaría a su comitente (29 de marzo de 1826), AGN, MRE, DT2, t. 394, ff. 52-53.

40 José Manuel Herrera a Pedro Gual (México, 28 de septiembre de 1822), Miguel de Santamaría a Pedro Gual (Veracruz, 26 de noviem-bre de 1822), Pasaporte concedido por José Manuel de Herrera a Mi-guel de Santamaría para regresar a Colombia (México, 18 de octubre de 1822), AGN, MRE, DT2, t. 392, ff. 53-57, 192-194 y 263. Antes de su partida hacia Veracruz, el plenipotenciario de Colombia publicó un folleto vindicando su conducta, en el que ofreció una copia de los últimos oficios intercambiados con el Ministro de Estado y Relaciones Exteriores del Imperio acerca de su expulsión: Despedida del minis-tro plenipotenciario de la República de Colombia cerca del gobierno de México, México, Oficina de Don José Mariano Fernández de Lara, 1822, 9 p. Una copia de este folleto se encuentra en id., f. 262. Fue reproducido por la Gaceta de Colombia Nos. 79 y 84 (Bogotá, 20 de abril y 25 de mayo de 1823).

que a la postre fue encabezada por los generales Santa Anna y Victoria (Alamán 1969; Anna 1991; Bustamante 1985 [1846]; Iturbide 2001 [1823]). Pretextando falta de buque seguro, vientos contrarios a la navegación y quebrantos en su salud, Santamaría se encontraba aún en dicho puerto el 19 de marzo de 1823, cuando Itur-bide renunció a la corona.41 A instancias del Congreso mexicano, retomó entonces sus funciones diplomáticas en la capital del país, en cuyo ejercicio habría de perma-necer hasta abril de 1828.42 Entre tanto, publicó bajo el seudónimo del Capitán Chinchilla artículos en el perió-dico El Sol, en los que continuó atacando a Iturbide y promovió la adopción de una república central (Alamán 1969). No está de más indicar que sus intervenciones en la política interna mexicana llevaron a la Legislatura de Sonora y a El Correo de la Federación a solicitar a comienzos de 1828 a las autoridades de la Unión la ex-pulsión de Santamaría (Roldán 1974).

Antes de concluir este apartado, conviene contrastar la primera experiencia de Miguel de Santamaría en México con la misión contemporánea de Joaquín de Mosquera en Lima. En efecto, a su paso por el Perú, el enviado de Colombia logró suscribir en muy pocos días un tratado de liga y confederación (6 de julio de 1822). La única dificultad que halló entonces Mosquera fue la tocante al establecimiento de límites, puesto que la pro-vincia de Guayaquil, que en ese entonces se gobernaba de manera independiente, oscilaba entre incorporarse a Colombia o agregarse al Perú.43

Mosquera logró concluir, pues, con mucha mayor cele-ridad que Santamaría uno de los objetivos primordiales de la misión que Simón Bolívar había confiado a ambos. No obstante, esta desemejanza es menos importante que un resultado fundamental de las gestiones de uno y otro: así como Santamaría participó activamente en la caída de Iturbide, preconizando la adopción de un régimen republicano central, Joaquín de Mosquera no parece haber sido ajeno a la caída del ministro Bernardo Monteagudo. En efecto, queriendo frustrar los proyec-

41 Santamaría a Pedro Gual (Veracruz, 12 de febrero, 19 de marzo y 16 de mayo de 1823), AGN, MRE, DT2, t. 393, ff. 32, 73, 74-75. A propósito del exilio de Iturbide, ver Robertson (1952).

42 Los diputados secretarios del Congreso mexicano al poder ejecutivo (2 de abril de 1823), AGN, MRE, DT2, t. 393, f. 76. “Méjico”, Gaceta de Colombia Nos. 96 y 102 (Bogotá, 17 de agosto y 28 de septiembre de 1823). La primera comunicación de Santamaría con el gobierno mexi-cano que sucedió a Iturbide está fechada en la capital del país el 23 de julio de 1823, AGN, MRE, DT2, t. 393, ff. 44-47.

43 Notas pasadas entre los plenipotenciarios de Colombia y Perú para la conclusión del tratado de liga y confederación y Tratado de liga y confe-deración, AGN, MRE, DT2, t. 411, ff. 76-81 y 104-106.

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tos monárquicos que atribuía a San Martín, Mosquera se afanó desde su llegada a Lima por dar a conocer la república que representaba, así como “la justicia y mag-nanimidad de sus principios y moderación”. Esta labor parece haber sido de lo más fructífera, pues si, como pudo constatarlo, al principio nadie se atrevía a hablar de Colombia, pocos días después se vitoreaba el nom-bre de dicho país junto con el de su Libertador y se estampaba en las imprentas cuanto deseaba el plenipo-tenciario: la opinión favorable aumentaba “de un modo tan rápido” que los colombianos, a finales de mayo de 1822, estaban “de moda en Lima”.44

Justo antes de embarcarse con dirección a Valparaíso, Mosquera informó a Pedro Gual y a José Gabriel Pérez la deposición de Monteagudo, para expresar enseguida que tras dicho acontecimiento,

[…] se ha pronunciado la opinión pública tan gene-ral y enérgicamente contra la monarquía y a favor de la república que es ya imposible adopten otra forma de gobierno. Por la misma razón ha crecido infini-tamente la opinión por Colombia y por su Liberta-dor. Yo me he aprovechado de esta oportunidad y he obligado a un hijo de Lima a que haga reimprimir la constitución de Colombia que ya está en prensa.45

Así, pues, tanto en Lima como en México el sistema de gobierno adoptado por los diputados de la Tierra Fir-me en la convención de la villa del Rosario de Cúcuta tuvo mucho que ver con la frustración de los proyectos monárquicos. Como se ha visto, aquel ascendiente no puede entenderse sin la tarea propagandística de los plenipotenciarios de Colombia.

los diplomáticos colombiaNos y la iNstauracióN de la república mexicaNa

Tras la caída de Iturbide, la influencia de Colombia y sus instituciones siguió siendo de la mayor actualidad, como lo demuestra la publicación en Nueva York de un libro de Vicente Rocafuerte en el cual, no está de más re-cordarlo, fue incluida la Constitución de Cúcuta. Con-siderando que era preciso dar dirección a la “chispa del patriotismo” para conservar los beneficios de la inde-pendencia en Perú, Chile y México, Rocafuerte se pro-puso demostrar con su obra que el sistema republicano

44 Mosquera a Sucre (Lima, 23 de mayo de 1822), id., f. 340.45 Oficios de Joaquín de Mosquera a Pedro Gual y José Gabriel Pérez

(Lima, 8 de agosto de 1822), id., ff. 96-99.

era el único que convenía a la índole y al estado de ci-vilización de los hispanoamericanos. En otras palabras, Rocafuerte se pronunció contra la doble amenaza repre-sentada por la tentación de establecer en el continente monarquías constitucionales o federaciones. Entre los argumentos empleados para defender estas tesis, hay uno particularmente interesante porque coincide con el espíritu de las misiones diplomáticas despachadas por Bolívar a México y a la América meridional. En efecto, según Rocafuerte, la uniformidad política del continen-te era absolutamente indispensable si quería establecer-se en él una paz permanente (Rocafuerte 1823).

No obstante, con la disolución del Imperio de Iturbide, la imagen de Colombia dejó de suscitar entre los re-publicanos mexicanos el entusiasmo de un comienzo, sencillamente porque dejó de representar el género para convertirse en especie. Como lo demuestra un famoso discurso del padre fray Servando Teresa de Mier, en el marco de las discusiones sobre el sistema de gobierno más conveniente para México, la historia reciente de la Tierra Firme fue utilizada con un doble propósito: los acontecimientos del interregno fernandino, por una parte, fueron presentados de manera ejemplarizante para demostrar la inconveniencia de una federación entendida como “liga de potencias”. Por otra parte, los liberales mexicanos se distanciaron del modelo republi-cano de Colombia por considerar que presentaba una “concentración peligrosa” de la autoridad.46

Si bien hasta el final de su misión (12 de abril de 1828)47 Miguel de Santamaría siguió promoviendo la imagen de Colombia, haciendo imprimir cuanto con-tribuyese a darle brillo, el triunfo de los federalistas mexicanos minó en buena medida el aura de prestigio de que había gozado la república. Además, la suble-vación del general Páez, la promoción de la Constitu-ción boliviana y los demás sucesos de 1826 afectaron irremediablemente la reputación del país.48 A finales

46 El discurso del padre Mier (11 de diciembre de 1823) fue incluido por Carlos María de Bustamante en su obra, Continuación del cuadro histórico…, pp. 200-213. Cabe indicar que, no obstante la adopción del sistema federal en México, según Santamaría, “una parte muy conside-rable de personas, cuyo juicio y conocimientos” eran “muy respetables”, insistían en que era preferible un gobierno republicano “pero más con-centrado y unido”. Y que, como prueba de la validez de sus opiniones, traían a las mientes el ejemplo colombiano y sus resultados positivos; Santamaría a Gual (México, 25 de diciembre de 1824), AGN, MRE, T8, caja 633, carpeta 1, ff. 36-38.

47 Gual al Secretario de Relaciones Exteriores (Tacubaya, 18 de abril de 1828), AGN. MRE, DT2, t. 400, f. 49 v.

48 Santamaría al Secretario de Estado y Relaciones Exteriores de Colom-bia (México, 2 de mayo de 1827), AGN, MRE, DT2, t. 394, ff. 82-84.

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de dicho año, en una de sus comunicaciones con las autoridades bogotanas, Santamaría se refirió a aquel descrédito creciente:

Estaba en posesión Colombia de ser citada en México (como en todos los demás países) por modelo de estabilidad, orden y progreso de los nuevos Esta-dos independientes de América. Nada más frecuente aquí que ponerla por tema y ejemplo de imitación. Los nombres del Libertador y del vicepresidente encargado del poder ejecutivo, han sido pronunciados siempre con la expresión del más alto respeto y sim-patía, y el carácter del primer personaje ha sido repu-tado como esencialmente identificado con las glorias de su patria, sino generalmente con las de toda la América independiente. Es, pues, natural que las sensaciones que causen en contrario los temores de perder Colombia su Constitución, o de que ésta sufra una alteración sustancial antes del tiempo asignado por la misma, deban ser tanto más profundas, cuanto más íntimo ha sido hasta aquí el convencimiento de que la integridad del territorio de Colombia y sus adelantos a una sólida organización interior se habían fijado irrevocablemente.49

Para colmo, Santamaría había dejado para entonces de ser el único diplomático residente en México y su as-cendiente había padecido una merma considerable en beneficio de los agentes de Inglaterra y Estados Uni-dos. El ministro de este último país contaba, en opinión del plenipotenciario colombiano, con una influencia notable, no sólo en virtud de ciertas logias masónicas yorkinas cercanas al gobierno, cuya fundación había promovido, sino también de los medios cuantiosos de que disponía y con los cuales ofrecía frecuentes con-vites, bailes y brillantes tertulias. Los amigos del pleni-potenciario de Colombia, entre tanto, eran miembros del partido derrotado, estaban afiliados a las logias es-cocesas y eran tachados de borbonistas, aristócratas y monarquistas.50 No obstante, hay evidencia de que las autoridades de Bogotá procuraron conservar hasta el final su influjo en la política interna de México. Una buena muestra de ello son las órdenes que José Rafael Revenga transmitió a comienzos de 1828 a Pedro Gual y Miguel de Santamaría, encargándoles que buscaran cuantos medios estuviesen a su alcance,

49 Santamaría a Revenga (México, 25 de diciembre de 1826), id., ff. 115-117.

50 Oficio muy reservado de Miguel de Santamaría a su comitente (29 de marzo de 1826), AGN, MRE, DT2, t. 394, ff. 52-53; Santamaría a José Rafael Revenga (México, 12 de enero de 1827), id., ff. 199-211.

[…] a que el pueblo mexicano corrija sistemática y gradualmente los vicios que ya hubiere descubierto en su Constitución y a que para ello, eviten ustedes cuerda y oportunamente que ninguno se deslumbre con la prosperidad que hayan proporcionado a otros Estados sistemas de gobierno que requieren más luces o más virtudes que las que por desgracia tene-mos nosotros, u otros menos calculados a los progresos del espíritu humano, o que inspiren menos confianza a los Estados vecinos.51

No está de más señalar que el intervencionismo co-lombiano de los años 20 del siglo XIX reposaba sobre la creencia de las autoridades de Bogotá de hallarse en un estadio político más avanzado que el resto de His-panoamérica. La correspondencia de Pedro Gual desde la ciudad de México (1826-1829) lo demuestra abun-dantemente. En opinion de aquel hombre (que había diseñado ni más ni menos las relaciones exteriores de la República de Colombia), el federalismo en la Amé-rica hispánica era un síntoma innegable de inmadurez política. Por lo tanto, neogranadinos y venezolanos, que pensaban haber superado aquella tara supuestamente congénita a la revolución, y comprendido que dicho sis-tema era inaplicable a las circunstancias propias de las antiguas posesiones castellanas de ultramar, podían per-mitirse adoptar un tono aleccionador de superioridad.52

José aNastasio torreNs eN bogotá

Las circunstancias propias de la política interior mexi-cana durante los primeros años de vida independiente explican la tardanza con que aquel país despachó un representante cerca de la República de Colombia. En

51 Revenga a Gual y Santamaría (Bogotá, 24 de febrero de 1828), AGN, MRE, DT2, t. 399, ff. 374-377.

52 Basten tres ejemplos: 1) el 25 de octubre de 1826, Pedro Gual refirió a José Rafael Revenga desde Acapulco que la situación de México era “muy semejante a la de Venezuela o Nueva Granada en sus primeros ensayos sobre el régimen federativo”, que “las mismas pasiones” agita-ban los espíritus y que idénticas trabas embarazaban la administración de los negocios públicos en todos sus pasos. Por ello, pronosticó que el régimen sufriría variaciones sustanciales antes de constituirse de manera “firme y permanente”. 2) El 29 de enero de 1827 Gual volvió a afirmar que para comprender las circunstancias de México era preciso trasladarse a las primeras épocas de la revolución de la Tierra Firme, tiempos de descontento y exaltación, en que se cortejaba la soberanía popular de manera imprudente y pusilánime. 3) El 15 de noviembre de 1827, Gual predijo que la federación mexicana degeneraría en dis-cordias políticas, pues era imposible “suponer el milagro de que unas provincias regidas poco ha por la recopilación de las leyes de Indias se convirtiesen repentinamente en los desiertos del Delaware con todos los puritanos independientes y republicanos del tiempo de Carlos II”. AGN, MRE, DT2, t. 400, ff. 17-18v, 20-22, 30v-32.

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efecto, si bien ya en épocas de Iturbide se había decre-tado el despacho de una misión diplomática a Bogotá,53 ésta tan sólo se concretó a finales de abril de 1825 con la llegada a dicha ciudad del coronel José Anastasio To-rrens.54 Natural de la villa de Huatusco, cerca del puer-to de Veracruz, Torrens había estudiado en el seminario de Puebla, combatido en las tropas de Morelos (1812-1813), hecho las veces de agente de los revolucionarios en Estados Unidos (1815-1817) y tomado parte en la expedición del general Mina, en cuyo curso fue arresta-do y conducido al presidio de Melilla. Tras ser liberado con la llegada de los liberales al poder, Torrens se dirigió a México. Una vez allí, fue nombrado secretario de lega-ción en Estados Unidos de América por las autoridades del Imperio. Tras la caída de Iturbide, el gobierno repu-blicano de México lo promovió al rango de encargado de negocios en Washington, primero, y a la legación en Bogotá, después (Roldán 1974).

La presencia de Torrens en Colombia obedecía princi-palmente al propósito de firmar convenios conducen-tes a la expulsión conjunta de los españoles del fuerte de San Juan de Ulúa y de las islas de Cuba y Puerto Rico. No obstante, este proyecto se vio frustrado por las guerras de Colombia en Perú, en un primer momento, y, posteriormente, por la decidida oposición británica, francesa y estadounidense a las hostilidades contra La Habana y San Juan.

Tras 15 días de residencia en Bogotá, Torrens advirtió a su gobierno acerca de la “increíble diferencia” que había en considerar a Colombia “desde afuera” y “ser especta-dor” de lo que pasaba “dentro”. En su opinión, los adelan-tos en las relaciones exteriores de la república permitían deslumbrar y esconder el desorden general de los ramos de la administración interior y el “despotismo militar más espantoso”. Torrens criticó además la asimilación malin-tencionada de las autoridades colombianas, que hacían

53 El 16 de mayo de 1822, Miguel de Santamaría anunció a sus comi-tentes que la regencia del Imperio había nombrado representantes en Colombia, Estados Unidos e Inglaterra. A postrero de julio del mismo año, Santamaría les indicó que la salida de los ministros se había frustrado por falta de dinero. Tres días más tarde, el ple-nipotenciario colombiano describió al enviado destinado a Bogotá (Manuel de la Peña y Peña) como “un joven oidor partidario que fue de los españoles, tímido y absolutamente ignorante de diplomacia” AGN, MRE, DT2, t. 392, ff. 58-63, 81-83 y 252-253. Sobre los nombramientos fallidos de ministros públicos de México en Colom-bia antes de 1825, cf. Roldán (1974).

54 Pedro Gual a Torrens (Bogotá, 23 de abril de 1825), AGN, MRE, DT2, t. 395, f. 2. Torrens fue presentado por el Secretario de Relaciones Ex-teriores al vicepresidente Santander el 28 de abril de 1825, “Relaciones Exteriores”, Gaceta de Colombia No. 186 (8 de mayo de 1825).

de los partidarios del federalismo simples anarquistas.55 Del mismo modo, pues, que Miguel de Santamaría en México se había convertido, en los tiempos del Imperio de Iturbide, en una prueba viviente de la posibilidad de establecer sistemas republicanos en la América antes es-pañola, Torrens, a su vez, encarnó en Colombia la via-bilidad del federalismo en el continente, esto es, de su aplicación en países diferentes a Estados Unidos.

Las dificultades entre el coronel Torrens y las autori-dades de Colombia comenzaron muy pronto, por cues-tiones de protocolo y etiqueta. Ornán Roldán, quien estudió la correspondencia de Torrens con su comiten-te, ha demostrado que a partir de 1826 las aprensiones del plenipotenciario mexicano con respecto a Bolívar y el gobierno de Colombia en general se multiplicaron. Desde entonces, Torrens caracterizó al Libertador en sus comunicaciones como un mandatario ansioso de cortejar a los ingleses para consolidar “el poder militar”. Las convicciones políticas de Torrens explican la cre-ciente simpatía del enviado con respecto a la figura del general Santander. Este sentimiento debía ser osten-

55 Torrens al Ministro de Estado y Relaciones Exteriores de México (Bogotá, 14 de mayo de 1825). Transcrito por Ornán Roldán (1974, 191-194).

Simón Bolívar. 1825. Obra de Antonio Salas.

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sible, puesto que en septiembre de 1827 el vicepresi-dente de Colombia se sintió autorizado a confiarle la salvaguardia de un paquete de documentos que debían ser publicados en caso de que acaeciese al remitente “una muerte violenta o una expatriación”. Ya en 1828, Torrens refirió sus sospechas de que Bolívar buscaba “un trastorno en México para probar que las institucio-nes republicanas no sólo no convienen a Colombia, sino a ningún Estado americano, a lo menos a los que perte-necieron a España”.56

No obstante, fue sólo en 1829, a raíz de la admisión del joven Agustín de Iturbide en el ejército de la república, cuando las relaciones se deterioraron de manera irrepa-rable. Paradójicamente, correspondió a Miguel de San-tamaría, quien tan activamente había participado en la caída del emperador mexicano, hacer embarcar al vás-tago de Iturbide en Nueva York con destino a Cartagena (Lomné 1829). Al conocer el reclutamiento, Torrens so-licitó su suspensión por considerarlo hostil y contrario a los intereses de su país. Según explicó, quedando como quedaban aún en México restos del partido iturbidista, y no estando del todo consolidadas las instituciones repu-blicanas, era peligroso proporcionarle al primogénito del emperador “una carrera que le diese nombre y partida-rios” y lo incitase a reclamar algún día “derechos sobre el país”.57 Tras consultar el asunto con Bolívar, el gobierno de Bogotá se negó a complacer a Torrens, recordándole que los Estados Unidos Mexicanos protegían a la familia de Iturbide, “manteniéndola a expensas de la nación”, y que ninguna ley impedía al joven “dedicarse a la carrera militar ni consagrar sus servicios a otra nación que vive en paz y en la mayor inteligencia con la suya”.58

Por lo dicho previamente acerca de las incidencias de la misión de Miguel de Santamaría en México, y particu-larmente a propósito de su oposición frontal al nombra-miento de Iturbide como emperador, cabe decir que la incorporación de un vástago de éste en el Ejército colom-

56 Roldán (1974, 47-62). El ministro colombiano en la Asamblea de Tacuba-ya estaba al tanto de los “informes siniestros” de Torrens y sabía positiva-mente que en la Secretaría mexicana de Relaciones Exteriores existía un diario en el que aquel enviado se esforzaba en probar que el gobierno de Bogotá fomentaba la división en México “para hacerse partido e intervenir después en sus arreglos domésticos”, Gual a Michelena (Tacubaya, 10 de enero de 1829), AGN, MRE, DT2, t. 401, ff. 348-351.

57 Estanislao Vergara a T. P Moore (Bogotá, 17 de enero de 1830) y José Ma-nuel Restrepo al Ministro de Relaciones Exteriores (Bogotá, 17 de octubre de 1829), AGN, MRE, DT8, caja 509, carpeta 17, ff. 113-115 y 123.

58 Estanislao Vergara al Ministro de Estado en el departamento de Re-laciones Exteriores de los Estados Unidos Mexicanos (14 de julio de 1829), AGN, MRE, DT2, t. 395, f. 23 v. Vergara al Secretario General del Libertador (Bogotá, 22 de julio de 1829), AGN, MRE, DT8, caja 731, carpeta 235, f. 22.

biano entrañaba una contradicción manifiesta. ¿Puede tenerse acaso como un indicio certero de la evolución de las concepciones políticas de Simón Bolívar y de sus más allegados colaboradores? ¿No constituía acaso la ad-misión del joven Agustín una prueba de que el Imperio mexicano no era ya percibido con la severidad de anta-ño? La promoción que entonces comenzaba a hacerse del establecimiento de una monarquía constitucional en Colombia confirma esta sospecha. Es por ello explicable que Torrens trajera a las mientes en sus comunicaciones al ministro Estanislao Vergara ciertos rumores publica-dos en el Evening Mail, según los cuales el Libertador pensaba erigir tronos o crear monarcas en la América an-tes española. Sea como fuere, la suposición fue juzgada ofensiva por las autoridades de Bogotá.59

La conducta de Torrens se hizo aún más chocante para el Gobierno colombiano por la cercanía que el diplomá-tico estableció con el general Harrison, enviado extraor-dinario y ministro plenipotenciarios de Estados Unidos. Según el historiador Restrepo, ambos se mezclaron en los asuntos domésticos de la república, propugnando el establecimiento de un sistema federativo y esparcien-do juicios desfavorables sobre Simón Bolívar (Restrepo 1858).60 Al enterarse de los hechos, las autoridades de Colombia solicitaron al Ministro Mexicano de Rela-ciones Exteriores el relevo del diplomático, como una medida necesaria para conservar la buena armonía y las relaciones fraternales entre ambos países.61 Como puede apreciarse, difícilmente podría establecerse una simetría tan perfecta como la existente entre las cir-cunstancias que rodearon la misión de Miguel de San-tamaría en México en 1822 y las que siete años más tarde enmarcaban los procedimientos de Anastasio Torrens en Bogotá. Así como aquel se había opuesto al Imperio de Iturbide, promoviendo el establecimiento

59 Estanislao Vergara a Torrens (Bogotá, 9 y 22 de abril de 1829), id., ff. 20 v. y 22. Véase también la carta que Torrens dirigió al Secretario de Relaciones Exteriores de México (Bogotá, 14 de abril de 1829) en Valle (1993, 123-124).

60 El pasaporte concedido a J. A Torrens para dejar el territorio de Colom-bia con su comitiva y sirvientes fue expedido por Estanislao Vergara el 17 de octubre de 1829 y remitido al diplomático una semana más tarde, con la siguiente nota: “Haciéndose cada vez más desagradable al gobierno la permanencia de usted en esta capital y teniendo informes muy detallados y auténticos de que ella es perjudicial a la tranquilidad pública, y siendo por otra parte probable que el retiro de usted se di-fiera algún tiempo, el gobierno, que debe conservar el orden en el país, ha creído conveniente usar del derecho que le asiste por la ley de las naciones con respecto a los ministros públicos y ha resuelto se extienda a usted el correspondiente pasaporte para que en el término de seis días, deje usted el territorio de esta república”, id., f. 25.

61 Véase el interesante “Diario reservado No. 18” de José Anastasio Tor-rens, transcrito por Roberto Narváez en su artículo del mismo nombre (en Restrepo 1858, 235-236).

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de una república central, a imagen de la fundada en la Tierra Firme, Torrens conspiró contra el proyecto de establecer una monarquía constitucional en Colombia e impulsó la adopción en el país de un régimen federal. El desenlace de los conflictos generados por ambas con-ductas es también harto semejante. En efecto, así como Miguel de Santamaría fue expulsado de la ciudad de México por hallarse comprometido en una conspiración republicana, José Anastasio Torrens fue obligado a dejar la capital de Colombia a mediados del mes de octubre de 1829 por su complicidad en el levantamiento del general José María Córdoba en la provincia de Antio-quia (Lomné 1829). Como este militar había cortejado a Fanny Henderson y esperaba casarse con ella (Posada 1914),62 no le fue difícil ganarse la simpatía y el apoyo del padre de ésta, quien era entonces cónsul británico en Bogotá. Todo indica que fue Henderson quien sirvió de enlace entre el líder de la insurrección, el represen-tante de México y el general Harrison, ex ministro ple-nipotenciario de Estados Unidos.63

coNclusioNes

Según afirmó provocadoramente Gramsci, buena par-te de la pretendida superhumanidad nietzscheana tie-ne como origen no tanto a Zaratustra como al Conde de Montecristo de Alejandro Dumas (Eco 1990). En ese sentido, cabe preguntarse si algún modelo heroico condicionó la trayectoria de los Libertadores hispano-americanos. En sus Memorias de ultratumba, Chateau-briand trazó un interesante paralelo entre Washington y Bonaparte que viene como anillo al dedo para resolver este interrogante. Si bien el escritor bretón caracterizó a ambos héroes como “diputados de la Providencia”, cada uno simbolizaba, en su opinión, cosas por completo di-ferentes. Según Chateaubriand, a Washington corres-pondían una estatura humana y un accionar discreto y silencioso porque, más que su destino, encarnó el de Estados Unidos. Bonaparte, en cambio, combatió con estruendo y ansiedad porque sólo le interesaba su gloria y porque presentía que su misión sería corta “como una juventud fugitiva”: así, con “una mano depone a los re-yes y con la otra abate al gigante revolucionario, pero al aplastar la anarquía ahoga la libertad y finalmente pier-

62 Minuta de la conferencia tenida entre el señor coronel J. A Torrens y el honorable señor Estanislao Vergara, ministro secretario de Estado y Rela-ciones Exteriores el día 2 de enero de 1829, AGN, MRE, T8, caja 731, carpeta 234, f. 15.

63 José de Espinar al Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia (Cuar-tel General en La Plata, 17 de enero de 1827), id., f. 1; Estanislao Vergara a Torrens (Bogotá, 17 de marzo de 1829), AGN, MRE, DT2, t. 395, f. 19.

de la suya en el último campo de batalla”. Washington lleva una nación a la independencia, Bonaparte arrebata la suya a Francia; el uno termina sus días en un retiro honorable y doméstico, el otro muere en el exilio en los confines del mundo. La república de Washington sub-siste, el imperio de Napoleón se extingue. Ambos hé-roes deben su destino a la libertad: el primero le fue fiel, el segundo traicionó su causa (Chateaubriand 1973).

El parangón establecido por Chateaubriand entre Washington y Bonaparte es pertinente porque los Liber-tadores hispanoamericanos oscilaron entre ambos polos para terminar siendo atraídos casi irreparablemente por el magnetismo preponderante del emperador corso. En el caso de Agustín de Iturbide, el paralelo con Bonaparte se imponía como una evidencia a sus mismos contem-poráneos. El historiador Alamán refiere, por ejemplo, que para la ceremonia de coronación que se realizó en la ciudad de México “los trajes adecuados a la digni-dad imperial se imitaron de las estampas que pudieron haberse de la coronación de Napoleón” (Alamán 1969, 396). Carlos María de Bustamante, entre tanto, afirma que Iturbide imitaba “en miniatura” al emperador de los franceses en las paradas militares, “cual pudiera hacer un cómico cuando hace el papel de un célebre perso-naje” (Bustamante 1985 [1846], 34). Y ¿qué decir de la Orden de Guadalupe, inspirada en la Legión de Honor? ¿Cómo no emparentar el fracasado regreso de Iturbide a México, tras un corto exilio en Italia, con el desembarco de Napoleón después de escapar de su reclusión en la isla de Elba?

En cuanto a Simón Bolívar, la propaganda revoluciona-ria lo muestra recurrentemente en un comienzo como un perfecto émulo de Washington. Tal es el caso, por ejemplo, de Vicente Rocafuerte, quien utiliza abundan-temente la comparación en su Ensayo político y en su Bosquejo ligerísimo. No obstante, al concluir la campaña del Perú, la promoción de la Constitución boliviana, la instauración de la dictadura y el proyecto monárquico que impulsaron sus ministros empañaron la imagen re-publicana del Libertador de Colombia, haciéndolo ver cada vez más como un tirano ambicioso. En septiembre de 1828, el mismo Rocafuerte sospechaba que Bolívar se había “quitado la máscara del patriotismo”, que as-piraba a coronarse y que para lograrlo estaba dispuesto incluso a proporcionar a España la posesión de México. El émulo de Washington se había convertido en imita-dor de Bernadotte.64

64 Rocafuerte al Secretario mexicano de Estado y Relaciones Exteriores (Londres, 18 de septiembre de 1828), Ramírez (1930, 240-242).

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Otro excelente ejemplo que muestra la degradación de Bolívar en un émulo censurable de Bonaparte (y Cromwell) es la polémica que sostuvieron a comienzos de 1829, en las columnas del Courrier Français, Benja-min Constant y el abate de Pradt acerca de la dictadura de Bolívar.65 En efecto, la disputa demuestra la dificul-tad de conciliar el título de Libertador con el ejercicio de facultades omnímodas en que éste incurrió tras la disolución de la Convención de Ocaña. ¿Podía justi-ficarse tal procedimiento arguyendo que la sociedad colombiana se hallaba en un estado informe y que era del todo incapaz de gozar de su libertad? En cuanto a Bolívar, ¿podía ser eximido del cargo de usurpador, en virtud de su pretendida moderación? Según Constant, todos los aspirantes a la tiranía deseaban siempre “ser obedecidos como amos y compadecidos como víctimas de su propia abnegación”, y el despotismo, más que en la manera de ejercer el poder absoluto, residía ante todo en el derecho que alguien concebía de atribuir-se una autoridad omnímoda. En definitiva, un hom-bre, cualquiera que éste fuese, “carecía de facultades para salvar a un pueblo incapaz de salvarse a sí mismo” (Aguirre 1983, 336).

En buena medida, los desencantados retratos diplomá-ticos elaborados por Miguel de Santamaría en México y por Anastasio Torrens en Bogotá ilustran el arduo deba-tirse de los Libertadores entre la ley y el poder, entre la predestinación y la renuncia, entre la gloria y la ambi-ción. Así mismo, son una clara denuncia de los efectos perversos generados por el procedimiento propagandís-tico de la heroización, que los independentistas usaron tan indiscriminadamente. En 1825 el abate de Pradt sugirió con agudeza en uno de sus libros que una revo-lución, al “personificarse” en nuevos Cromwell, corría el riesgo de ser fácilmente abordada, seducida y aplas-tada (Pradt 1825). En otros términos, los beneficios que la encarnación caudillista podía generar en cuanto a movilización y popularización de una causa termina-ban pagándose muy caro, por la lamentable confusión establecida entre un ideario y un hombre asaltado per-manentemente por tentaciones de todo género. Cuando Thomas Carlyle en 1840 describió la manera en que las Repúblicas colombianas hacían de cada reforma una revolución y llevaban a la horca a los antiguos ministros a cada cambio de gabinete (Carlyle 1902), ¿no estaba acaso poniendo de manifiesto, más allá de la caricatura, las derivas generadas por la exacerbación del culto a los grandes hombres?

65 Fue reproducida en francés por Manuel Aguirre Elorriaga (1983, 336-355).

refereNcias

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por Sandra Patricia Rodríguez **Fecha de recepción: 26 de enero de 2009Fecha de aceptación: 14 de mayo de 2009Fecha de modificación: 14 de agosto de 2009

RESUMENEn este artículo se realiza una comparación diacrónica de las conmemoraciones centenarias del Doce de Octubre que se llevaron a cabo en 1892 y 1992, en la perspectiva de mostrar la manera como celebraciones de alcance continental se constituyeron en escenarios de debate por la identidad americana, donde participaron diversos actores que confrontaron sus interpretaciones del pasado, mediante festejos, duelos, objetos e inscripciones simbólicas, empleados para la activación de la memoria, y en los cuales se expresaron estrategias de control simbólico del pasado.

PALABRAS CLAVE Conmemoraciones, centenarios, identidad y memoria.

* El artículo hace parte de la investigación doctoral titulada Políticas de la memoria oficial en Colombia: la construcción del pueblo en el escenario público (1930-1960), que se encuentra en curso.

** Licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad distrital Francisco José de Caldas; Magíster en Educación, con énfasis en Historia de la Educación y la Pedagogía de la Universidad Pedagógica Nacional. Actualmente finaliza su doctorado en Historia en la Universidad Nacional de Colombia, es profesora de planta del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional e investigadora de la Corporación Sociedad Colombiana de Pedagogía. Entre sus publicaciones recientes se encuentran: Producción, difusión y consolidación de la memoria oficial en Colombia, 1930-1950. En Las luchas por la memoria, comps. Absalón Jiménez y Francisco Guerra, 95-126. Bogotá: Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano de la Universidad distrital Francisco José de Caldas - IPAZ - Ud, 2009; Narrativa, memoria y enseñanza del conflicto armado colombiano. Propuesta para superar las políticas de olvido e impunidad (escrito con Marlene Sánchez Moncada). En El papel de la memoria en los laberintos de la justicia, la verdad y la reparación, Comps. diana Gómez y Adrian Serna, 203-230. Bogotá: Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano de la Universidad distrital Francisco José de Caldas - IPAZ - Ud, 2009; El 9 de Abril en las políticas de la memoria oficial: el texto escolar como dispositivo de olvido. En Mataron a Gaitán: 60 años, comps. César Augusto Ayala, Óscar Javier Casallas y Henry Alberto Cruz, 135-154. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009; Subjetividad, formación política y construcción de memorias (escrito con Nydia Constanza Mendoza). Revista Pedagogía y Saberes 27: 77-85, 2007; Sujeción, corrección y disciplina: pedagogía social de masas en Santa Fe de Bogotá. Serie Premio Nacional de Educación Francisca Radke. Bogotá: Fundación Francisca Radke - Universidad Pedagógica Nacional, 2007. Correo electrónico: [email protected] y [email protected].

The Fourth- and Fifth-Centenary Commemorations of “October 12, 1492”: Debating American Identity

ABSTRACT This article compares the centenary commemorations of October 12th carried out in 1892 and 1992. It shows how the continental-wide celebrations arose in the context of debates about American identity in which diverse actors struggled to promote their own interpretations of the past. They strategically employed celebrations, duels, objects, and memory-jarring symbolic inscriptions to symbolically control the past.

KEy wORdSCommemorations, Centenaries, Identity, Memory.

Conmemoraciones del cuarto y quinto centenario del “12 de octubre de 1492”: debates sobre la identidad americana*

Comemorações do quarto e quinto centenário do “12 de outubro de 1492”: debates sobre a identidade americanaRESUMONeste artigo é feita uma comparação diacrônica das comemorações centenárias do 12 de outubro que foram realizadas em 1892 e 1992, na perspectiva de mostrar a maneira como as celebrações de alcance continental se constituíram em cenários de debate pela identidade americana, do qual participaram diversos atores que confrontaram as suas interpretações do passado, por meio de festejos, duelos, objetos e inscrições simbólicas, utilizados para a ativação da memória, e nos quais expressaram estratégias de controle simbólico do passado.

PALABRAS CHAVEComemorações, centenários, identidade e memória.

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L os rastros del proceso de construcción de la identidad y de la memoria de los colectivos sociales se pueden encontrar en las prácticas conmemorativas. En estos eventos se expresan distintas interpretaciones sobre el pasado, que al ser confrontadas reelaboran la identidad de los grupos, sus posiciones ideológicas y sus demandas políticas (Gillis 1996). En el caso de la construcción de las identidades nacionales, que se con-solidaron a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, fueron fundamentales los centros de conservación patrimonial (museos, bibliotecas, archivos), la construc-ción de marcas físicas de la memoria (estatuas, bus-tos, placas) y la producción de objetos con insignias y escudos (monedas, medallas, estampillas) (Le Goff 1991, 172), que se fueron convirtiendo en referentes de identidad colectiva, a partir de una versión oficial de la historia promovida por instituciones estatales de ca-rácter cultural, como academias o asociaciones de in-telectuales. Esta narrativa histórica dotó de contenido a un conjunto de celebraciones inventadas y propaga-das por los grupos dominantes (Jeffrey 1998) en ritua-les patrióticos y cívicos, donde las élites y el pueblo (Burucúa 2003) empezaron a manifestar sentimientos considerados connaturales a la identidad nacional (Ro-dríguez 2009), remitidos a la religión, el idioma, las costumbres, y el amor, la lealtad y el sacrificio por la patria (Anderson 1997).

En el caso de la construcción de identidades continen-tales, los rituales conmemorativos enfrentan otros re-tos, donde la superación de las fronteras nacionales y los procesos de integración se convierten en objetivos de la nueva agenda conmemorativa. En la perspectiva de contribuir al debate sobre el carácter de la identi-dad continental, propongo una comparación diacrónica entre el cuarto y el quinto centenarios del 12 de oc-tubre de 1492, que se realizaron en 1892 y 1992, res-pectivamente. Este ejercicio comparativo tiene como referente conceptual la noción de conmemoración,1 en la perspectiva de John Gillis, para quien “La actividad conmemorativa […] consiste en la coordinación de me-morias individuales y grupales, cuyos resultados pueden aparecer como un consenso, cuando en realidad son el

1 Según Kocka “dos o más fenómenos sólo pueden ser comparados en rela-ción a algo, a un tercero (tertium comparationis)” (2002, 49), en la pers-pectiva de identificar similitudes y diferencias relevantes.

producto de un proceso de intensa competencia, lucha y, en algunos casos, aniquilación” (Gillis 1996, 5).

En cada uno de estos eventos presento los diversos actores que expresan, comparten o confrontan sus in-terpretaciones del pasado, las prácticas sociales de re-cordación y los objetos e inscripciones simbólicas que caracterizaron estas celebraciones centenarias del 12 de octubre de 1492. A pesar de la distancia de un siglo de las dos celebraciones, existen continuidades sobre las cuales se discute el problema de la identidad ame-ricana, puntos de inflexión sobre el sentido de estas celebraciones y la manera como en ellas se mantienen formas de exclusión sobre las poblaciones indígenas, afrodescendientes y campesinas.

iv ceNteNario: del “descubrimieNto de américa” al “día de la raza”

Se registran celebraciones simultáneas en América y España desde 1892, aunque ya para el tercer centenario se realizaron homenajes en Estados Unidos, Londres2 y Francia. Merece ser destacado el premio que otorgó la Académie Française a un ensayo histórico que respon-dió a la siguiente pregunta: ¿Cuál ha sido la influencia de América sobre la política, el comercio y las costumbres de Europa? El ganador del premio “sostuvo que una in-fluencia muy significativa de América fue haber hecho regalo a Europa y al mundo entero, de la sífilis, la ‘enfer-medad vergonzosa’ que muchos llamaban ‘morbo gálico’ o ‘mal francés’” (León-Portilla 1992, 155).

En 1892 se celebró el IV Centenario del arribo de Cris-tóbal Colón a América. España, varios países de Améri-ca Latina e, incluso, Estados Unidos declararon el Doce de Octubre como día cívico, para la celebración de El descubrimiento de América, por iniciativa del Congreso Internacional de Americanistas en su IV sesión, reunida en Madrid en 1881,3 de la primera Conferencia Interna-

2 Según Rodriguez (2004), se publicaron discursos y disertaciones como la de Jeremy Belknap, “A Discourse, Intended Commemorate the Discovery of America by Christopher Columbus. Delivered all Request of the His-torical Society in Massachusetts on the 23rd Day of October, Being the Completion of the Third Century Since that Memorable Event”, se brind-aron banquetes, como el que organizó la Columbian Order, y se otorgó el nombre al District of Columbia y al College of Columbia en NuevaYork. También se pronunció una alocución en Londres por parte de Elhanan Winchester, titulada “An Oration on the Discovery of America. Delivered in London, October 12th, 1792, Being Three Hundred Years from the Day on Which Columbus Landed in the New World”.

3 El Congreso Internacional de Americanistas se realizó en Francia en 1875, impulsado por la Société Américaine de France (Comas 1974).

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cional Americana, celebrada en Washington, D.C., entre octubre de 1889 y abril de 1890, y de la Unión Ibero-americana. Esta última asociación se conformó en 1885 para estrechar las relaciones entre España, Portugal y las naciones americanas. Al convertir el hispanoameri-canismo en su mayor objetivo, fue declarada en 1890 como entidad de “fomento y utilidad pública para la con-memoración del IV Centenario del Descubrimiento de América” (Martín, Martín y Solano 1985, 163).

Las celebraciones se iniciaron el 2 de agosto de 1892 en la ciudad de Huelva, con la llegada de una réplica de la Santa María, la embarcación más grande con la que Co-lón realizó su primer viaje, seguida de embarcaciones de varias nacionalidades, recibidas con salvas de honor. Al día siguiente se izaron las banderas de los estados ame-ricanos en el Monasterio de La Rábida y se celebraron dos misas, una ante la Virgen de los Milagros y otra en el Templo de La Merced de Huelva. En octubre se buscó establecer por decreto la perpetuidad de la celebración, por iniciativa de periodistas españoles como José Alcan-tara Galiano, quien escribió en el periódico El Centena-rio: “Nunca celebración más universal ha conmovido al mundo, porque nunca se ha conmemorado hecho más trascendental y culminante en la vida histórica de las humanas criaturas, […] las fiestas colombinas, el 12 de octubre (que en lo sucesivo será nacional en España y la América) es una fiesta casi planetaria, porque dos continentes la celebran”.4

El 7 de octubre se reunió el IX Congreso Internacional de Americanistas, presidido por el historiador Antonio María Fabié Escudero y organizado por las autoridades civiles y militares, en el monasterio franciscano de San-ta María de La Rábida; el 8 de octubre llegó al puerto el buque Conde de Venadito,5 con réplicas de las carabe-las, y a bordo la familia real española; finalmente, el 12 de octubre se realizaron un desfile en Huelva y la visita de la familia real al Monasterio de La Rábida, donde se inauguró un monumento a Cristóbal Colón. Del mismo modo, en varios países americanos se iniciaron obras monumentales, que fueron inauguradas durante los años posteriores a la celebración del IV Centenario. En Estados Unidos, la New York Genealogical and Biogra-phical donó una escultura de Colón –para ser situada en Central Park, en memoria de las celebraciones del

4 Citado por Rodríguez (2004, 29) como ejemplo del culto colombino de los apologistas de Colón.

5 Este buque fue llamado así en honor al último virrey de Nueva España, Juan Luis de Apocada, primer Conde Venadito, y transportó a la reina Regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena, y a sus hijos para las cele-braciones del IV Centenario.

IV Centenario–, que fue inaugurada en mayo de 1894; en México se construyó un monumento en la Estación de Ferrocarriles de Buenavista; en Argentina se pre-sentó el cuadro, la Vuelta del Malón de Ángel Della Valle, enviado por Argentina a los festejos organizados en Chicago, en el marco del mismo evento conme-morativo, vinculado a la idea “de que ‘la conquista del desierto era en realidad’ el final de un proceso que se había iniciado en América precisamente con la llegada del Colón” (Aznar 2005, 35).

En Colombia se realizaron festejos y se comprometie-ron recursos para dicha conmemoración. “Colombia no podía quedarse a la zaga de semejante apoteosis, y por medio de la Ley 59 de 1890 ordenó erigir un mo-numento a Colón y a la reina española protectora del descubrimiento” (Cortázar 1938, 114), pero debido a la guerra de los Mil Días, el proyecto se pospuso hasta 1906, año en el cual se inauguró el monumento, en la entonces llamada Avenida Colón, entre las carreras 16 y 17; posteriormente fue trasladado a la Avenida de las Américas y actualmente se encuentra en la Avenida El Dorado con carrera 97. También Uruguay se unió a los festejos con la impresión de partituras musicales6 y el encargo de obras precursoras del género operístico uru-guayo, dentro de las cuales se destaca Colón: alegoría melodramática, con música de León Riveiro y escrita por Nicolás Granada, para ser presentada en el Teatro Solís de Montevideo, con cuatro personajes: Colón, América (representada por una mujer nativa), el Genio de las Ti-nieblas y el Genio de la Civilización (Manzino 1993).

Después de la pérdida de las últimas colonias,7 España quedó reducida a la Península y tuvo que replantearse su identidad nacional como imperio ultramarino des-aparecido, a partir de un proceso de regeneración na-cional que le permitiera mantenerse como tutora moral de las antiguas colonias, para lo cual fue fundamental el contacto iniciado con América, a propósito del IV Cen-tenario del Descubrimiento de América. El ideario del hispanoamericanismo promovido durante dicha conme-moración convirtió progresivamente al idioma y la reli-gión en los cimientos culturales legados por España, a los cuales América debe la grandeza de su raza. Los parti-darios del hispanoamericanismo promovieron la religión

6 Comisión del IV Centenario del Descubrimiento de América (1892). Montevideo-Colón. Montevideo: Imprenta El Siglo Ilustrado. Citado por Manzino (1993, 103).

7 Como resultado de la guerra sostenida entre Estados Unidos y España, mediante los Acuerdos de París de 1898 se definió la independencia de Cuba (ocurrida finalmente en 1902), y España cedió su dominio en Filipi-nas, Puerto Rico y Guam (De Zuleta 1992).

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como principio evangelizador, base de la solidaridad, las tradiciones y las costumbres, y fundamento del proceso civilizador emprendido por España a partir de la llegada de Colón a América; asimismo, emprendieron la defen-sa de la lengua castellana, considerada la base de la gran comunidad hispánica, “sede del genio nacional, mol-deadora del espíritu, directora del pensamiento, confor-madora de las concepciones vitales” (Martín, Martín, y Solano 1985, 150). Dicha defensa fue incentivada por la presencia creciente de inmigrantes españoles en América –sobre todo en Argentina, México y Uruguay–, por la hispanización de las letras americanas y por la difusión de la lengua mediante la educación. Escritos de españoles y americanos –divulgados en las revistas de la Unión Ibero-Americana, del Centro de Cultura His-panoamericana, del Centro de Estudios Americanistas de Sevilla y de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Letras y Artes de Sevilla, entre otras– mos-traban la grandeza de la raza latina frente a la amenaza de la anglosajona, la unidad iberoamericana mediante el fortalecimiento de las tradiciones y la importancia del intercambio comercial (Pazos y Pérez 2006). De ese modo, la lengua y la religión fueron los estandartes de un nuevo relato histórico que buscó superar la llamada “Leyenda Negra”,8 creada en torno a la Conquista y la Colonia, y promover la idea de una raza orgullosa, va-liente y generosa.9 La “raza hispánica”, caracterizada por sus grandes ideales, altruismo y magnificencia, se con-trapuso a la “raza anglosajona”, que buscaba el “dominio

8 De acuerdo con Rómulo Carbia, la Leyenda Negra es un juicio sobre España que la califica de cruel, oscurantista y tirana: “A la crueldad se le ha querido ver en los procedimientos de que se echara mano para implantar la fe en América o defenderla en Flandes; al oscurantismo, en la presunta obstrucción impuesta por España a todo progreso es-piritual y a cualquier actividad de la inteligencia; y a la tiranía, en las restricciones con que se habría ahogado la vida libre de los españoles nacidos en el nuevo mundo y a quienes pareciera que se hubiera que-rido esclavizar sine die” (Carbia 2000, 23). Para este autor éstos son juicios anacrónicos producto de la fábula y la especulación.

9 Así se expresó en el discurso pronunciado por Martín Restrepo Mejía, en una de las celebraciones del 12 de octubre: “Dueños ya nuestros abuelos de la tierra americana, no la consideraron como simple campo de explota-ción sino como patria adoptiva en donde habían de dejar su descendencia y sus huesos. No colonizaron como lo han hecho otras naciones, barrien-do de nativos el suelo conquistado, recluyéndolos en regiones remotas, o donde esto no ha sido posible, limitándose a aprovechar sus servicios, con absoluto desprecio de las personas, y a explotar sus necesidades para el consumo y cambio de productos, abandonándolos por lo demás a su suer-te; sino que se mezclaron con los naturales considerándolos dignos de la comunidad humana, trabajaron por ponerlos a su nivel intelectual y moral y los prepararon así para la vida política de la civilización cristiana. La sangre indígena que llevamos en nuestras venas y la raza pura que de esa sangre subsiste bendice la colonización española. Sobre los horrores de la conquista, porque toda guerra los produce, hubo una acción piadosa, con-ciliadora, cristiana. Mezcláronse las dos razas, y resulto la hispanoameri-cana, prueba irrefutable del humanitario concepto con que estas tierras fueron colonizadas” (Restrepo 1930, 140).

económico” mediante el panamericanismo, ostentando “con inusitado orgullo la moneda de oro y el billete de banco” (Ramírez 1907, citado en Martín, Martín y Sola-no 1985, 152). Así, el hispanoamericanismo se convir-tió en un ideario central de las celebraciones del Doce de Octubre, que desde 1913 recibió el nombre de “Día de la Raza”, por iniciativa de Faustino Rodríguez-San Pedro, presidente de la Unión Iberoamericana. Esta de-nominación evocaba los valores que constituyen la raza, sobre los pilares de la lengua y la religión, la defensa de la propiedad, el orden y la autoridad, y el fomento de los lazos comerciales bajo el supuesto de que Iberoamérica era el “mercado natural” de España.

En los años posteriores al IV Centenario no se realiza-ron festejos simultáneos en los países que inicialmente promovieron su conmemoración, pero la Unión Ibero-americana mantuvo la iniciativa de las celebraciones. De este modo, el Doce de Octubre se estableció en América como fiesta oficial entre 1915 y 1928. En Es-tados Unidos, por iniciativa de los migrantes italianos, se consagró como “Día de Colón” o Columbus Day; en Argentina, Venezuela, Chile, México y Uruguay se oficializó como “Día de las Américas”, y en Colombia, Ecuador, El Salvador y Perú se instituyó como “Día de la Raza”. Durante esta etapa, los festejos estuvieron acompañados de la construcción de estatuas y bustos en honor de Colón y la inauguración de calles y plazas con su nombre, para perpetuar su memoria mediante los monumentos y la nomenclatura urbana.

Las divergencias en torno a la fecha fueron escasas en la primera celebración centenaria del Descubrimiento, pero se destaca la posición del peruano Ricardo Palma, quien como representante de su país abandonó el re-cinto de los festejos en España, al sentirse indignado por las afirmaciones que se hicieron sobre América. Du-rante los años posteriores a la Revolución Mexicana, en México también se propuso una celebración distinta. El ideario de la celebración no fue el hispanismo, centra-do en la herencia ibérica, sino un hispanoamericanis-mo basado en la importancia de reconocer el mestizaje, a partir de la crítica al racismo con el cual se sometió a la sumisión y exterminio a los pueblos originarios de América. Esta posición fue ampliamente difundida por José Vasconcelos Calderón,10 quien en sus obras Raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana, de 1925, y

10 José Vasconcelos Calderón (1882-1959) lideraba un grupo de escritores denominado Grupo La Colonia, en el cual también se encontraban per-sonajes como José Carlos Mariátegui (Perú, 1894-1930), quien influyó de manera importante en esta postura, mediante sus trabajos Escena contem-poránea, de 1925, y Siete ensayos de la realidad peruana, de 1928.

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Bolivarismo y monroísmo, de 1934, buscó la reivindica-ción del mestizaje.11 En España también se realizó un congreso de librepensadores, que señaló la necesidad de establecer relaciones con Iberoamérica a partir del reconocimiento de la dominación ejercida por España sobre dichos territorios (Aznar 2005); sin embargo, el hispanismo de arraigo europeo fue el que prevaleció en las celebraciones, apoyado en posturas como la del uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), quien repre-sentó una reacción conservadora que propuso el hispa-nismo, en oposición al modelo anglosajón,12 lo cual es expresión de una continuidad en la manera como fueron registrados los festejos del IV Centenario por la prensa española, que consideraba el Descubrimiento como “el destino de un ‘pueblo elegido’ para la misión civilizadora por su fe y por su patrimonio monárquico”,13 y le atribuía a la celebración del Doce de Octubre el reconocimiento de “la superioridad de una nación que llevó el progreso a los americanos”,14 el máximo aporte de España, con la que mantenían “un vinculo no ininterrumpido de continuidad de la vida de nuestra patria y de nuestra raza que nos hace comunicar en espíritu con las generaciones vigorosas de hace cuatro siglos”.15 Durante el siglo XX prevaleció el nombre de Día de la Raza en los países americanos que acogieron el Doce de Octubre como fiesta nacional, pero en España se cambió la denominación de Día de la Raza por Fiesta de la Hispanidad, en 1958, y, posteriormente, por Fiesta Nacional de España, en 1987, apropiándose de ese modo de una fiesta que la misma España, mediante la Unión Iberoamericana, propuso como continental.

v ceNteNario: disputas eN torNo al “eNcueNtro de dos muNdos”

El 9 de julio de 1984 se reunieron en Santo Domingo las comisiones16 conformadas para la celebración del

11 Sobre la reivindicación del carácter mestizo de los pueblos americanos en la obra de Vasconcelos existen apreciaciones polémicas que ponen en duda el planteamiento incluyente del autor sobre los pueblos indígenas: “Habría pues un doble registro en el discurso del mestizaje de Vasconce-los: por un lado, su discurso afirma una integración nacionalista y síntesis utópica feliz de las diferencias raciales y culturales; por otro lado, sugiere una degradación o ansiedad racial encubierta hacia la especificidad de los pueblos indígenas existentes” (Grijalva 2004, 341).

12 Su obra Ariel, de 1900, se dirige a la juventud de América y propone como modelo cultural la tradición grecolatina de la cultura iberoame-ricana. Plantea una visión de Estados Unidos como imperio de la ma-teria o reino de Calibán, donde el utilitarismo se había impuesto a los valores espirituales y morales.

13 La Época (Madrid), 12 de octubre de 1892, citado por Aznar (2005, 35).14 El Liberal (Madrid), 12 de octubre de 1892, citado por Aznar (2005, 36).15 La Época (Madrid), 13 de octubre de 1892, citado por Aznar (2005, 36).16 Los países donde se conformaron las primeras comisiones fueron España,

“V Centenario del Descubrimiento de América”. Allí, la comisión que representó a México anunció que se denominaría Comisión Mexicana del Quinto Centena-rio “Encuentro de Dos Mundos”. Según León-Portilla (1992, 155-156), algunos asistentes manifestaron su disgusto por la denominación de la comisión, porque interpretaron que se pretendía negar a España y a Co-lón, y solicitaron como desagravio que al día siguiente se hiciera “una ofrenda floral y una guardia ante el mo-numento a Cristóbal Colón”, mientras que otros consi-deraron que la idea de encuentro ocultaba la invasión española y la muerte de millones de indígenas. En el marco de este debate, los 163 estados miembros de la Unesco y las comisiones creadas en América Latina y en Francia, Rusia, Polonia y Japón acordaron por unani-midad, la propuesta mexicana de conmemorar el “Quin-to Centenario del Encuentro de Dos Mundos”.

La Unesco y varios investigadores asociados a la iniciati-va conmemorativa de este organismo multilateral defen-dieron la posibilidad de reinterpretar el sentido de esta fecha, celebrada hasta ese momento en América como “Día de la Raza”, y consideraron que era importante construir un relato histórico en el cual no solamente estuviera la versión de los vencedores, en este caso des-cubridores, sino también la de los vencidos. Según esta posición, acogida mayoritariamente, la celebración del V Centenario debía mostrar que 500 años “representan una ocasión única para reflexionar sobre las condicio-nes y consecuencias del encuentro de los pueblos y sus culturas; de sus influencias recíprocas, sus aportaciones mutuas y las transformaciones profundas que resultaron del encuentro para el destino global de la humanidad” (Unesco 1989, 5). El programa de la Unesco, al cual se acogieron las distintas comisiones nacionales, bus-caba incorporar la voz de “los habitantes originarios del continente americano” y de todo aquel que se sintiera parte de la celebración, mediante dos ejes programáti-cos: uno de cobertura universal, que llevó el nombre de “Encuentros en Cadena”, y otro específico, centrado en las poblaciones indígenas americanas, que se denominó “Amerindia 92”.

Las acciones que se desarrollaron en el marco de este programa, entre las que se encontraron eventos acadé-micos, premios y exposiciones museológicas, buscaron reelaborar las versiones sobre el Descubrimiento, supe-rando las imágenes paradójicas que cronistas y conquis-tadores transmitieron de América, así como la “Leyenda

Argentina, Venezuela, Perú, Jamaica, República Dominicana, Estados Unidos y México.

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Negra” de la Conquista, que había resquebrajado las re-laciones entre España y sus antiguas colonias.17 La su-peración de estas dos posturas dicotómicas implicaba, para académicos como Miguel León-Portilla, reconocer que los pueblos que fueron conquistados dejaron evi-dencias sobre lo que significó para ellos dicho encuentro –en los vestigios de ciudades y monumentos del área andina y Mesoamérica, en las inscripciones en piedra y barro, en libros y códices prehispánicos y en los testimo-nios de los pobladores indígenas del momento conme-morativo–, que incorporaron la llegada de los españoles en su cosmovisión y que dichas posiciones amerindias debían ser validadas como la visión de los vencidos.18 Pero la idea más difundida sobre la denominación Encuentro de Dos Mundos buscaba, fundamentalmente, mostrar que el Descubrimiento había contribuido a completar la imagen del mundo y a producir un “efecto globaliza-dor, gestando cambios que han afectado a la humanidad entera hasta nuestros días” (Unesco 1989, 5).

Paralelo a las celebraciones planteadas por la Unesco, otras iniciativas proponían reparación histórica, reco-nocimiento de la violencia de la Conquista y distancia-miento crítico de la denominación Encuentro de Dos Mundos. La Asamblea Paritaria ACP-CEE, reunida entre el 17 y el 21 de febrero de 1992 en Santo Do-mingo, responsabilizó a Europa del genocidio y la ex-plotación de la población americana y africana, por lo cual reclamaron reparación y devolución de los bienes usurpados. En el mismo sentido, el Centro Cristianis-mo y Justicia de Barcelona exigió que las autoridades oficiales de España y de la Iglesia católica ofrecieran disculpas públicas al pueblo iberoamericano por la ex-plotación padecida, y el Tribunal de los Derechos Indios

17 Con respecto a América se afirmaba que “Las gentes de esas tierras del oro y la plata vivían en pueblos y grandes ciudades con templos, palacios, casas de libros, y mercados. Se refería que su refinamiento era grande pero mayores aún eran sus aberraciones. Además de ser idólatras, practicaban repugnantes sacrificios humanos, comían la carne de sus víctimas, y, por añadidura, muchos de ellos eran sodomíticos” (León-Portilla 1992, 161); y con respecto a España se propagaron relatos como el escrito por el fraile dominico Bartolomé de las Casas, quien narró la destrucción de las indias en pasajes como éste: “[…] desde la entrada de la Nueva España, que fué a dieciocho de abril del dicho año de dieciocho, hasta el año de treinta, que fueron doce años enteros, duraron las matanzas y estragos que las sangrientas e crueles manos y espadas de los españoles hicieron continua-mente en cuatrocientas e cincuenta leguas en torno cuasi de la ciudad de Méjico e a su alrededor, donde cabían cuatro y cinco grandes reinos, tan grandes e harto más felices que España” (De las Casas 1982, 53).

18 Éste es precisamente el título de uno de los libros más difundidos sobre testimonios indígenas de la Conquista, en el cual se exploran las imágenes que “los mesoamericanos de idioma náhuatl de Tenochtitlan, Tlatelolco, Tetzcoco, Chalco y Tlaxcala, se formaron acerca de Cortés y los españoles, acerca de la Conquista y la ruina final de su metrópoli, México-Tenochtit-lan” (León-Portilla, Garibay y Beltrán 1972, 10).

presentó una demanda ante el Tribunal Internacional de La Haya contra España y el Vaticano, por los críme-nes de la Conquista y la evangelización. Por su parte, el Consejo Supremo de los Pueblos Indígenas (CSPIHN), conformado por 52 organizaciones, manifestó su des-acuerdo con la propuesta de denominar al V Centenario “Encuentro de dos Mundos” (Pereña 1999).

El 12 de octubre de 1992 los gobiernos de América ce-lebraron el V Centenario del Encuentro de Dos Mun-dos, invitando a la reflexión, al respeto por el pasado, “a la búsqueda de la identidad y a la consolidación de procesos de integración, desarrollo y paz”. Los presiden-tes Carlos Saúl Menem (Argentina), Carlos Salinas de Gortari (México), Jorge Antonio Serrano (Guatemala), Jaime Paz Zamora (Bolivia), Patricio Aylwin (Chile), Ra-fael Ángel Calderón (Costa Rica) y Luis Lacalle (Uru-guay) coincidieron en afirmar que era necesario superar las visiones apasionadas de los 500 años y redescubrir a América en sus recursos naturales, en su historia, en su lengua y en sus tradiciones, para consolidar los procesos de integración en torno a un pasado común desde el cual fuera posible proyectar el desarrollo futuro. Para estos mandatarios, “la conmemoración del Quinto Cen-tenario constituye una oportunidad única” para rescatar la “identidad regional que marca a Iberoamérica”, y para hacer realidad “el sueño bolivariano, esta vez con el apo-yo de la corona española”, en un encuentro con España, “sustentado en la igualdad y el respeto, el diálogo, la cooperación y la amistad” (Sin autor 1992a).

Paralelo a las celebraciones oficiales, en Bolivia los in-dígenas inauguraron la Primera Asamblea de Naciones Originarias y marcharon hacia La Paz para manifestar su rechazo al festejo del V Centenario; en México, indígenas, indigenistas y asociaciones populares se congregaron en el Zócalo de Ciudad de México para pronunciarse contra la celebración del V Centenario; en Ecuador los indígenas caminaron hacia Quito; en Perú los campesinos ofrecieron un minuto de silencio por las víctimas y rindieron homenaje en la Plaza de Armas del Cuzco a los héroes de la resistencia andina; en Colom-bia se realizaron marchas silenciosas de campesinos e indígenas, en señal de luto (Sin autor 1992b), y en los países de Centroamérica los indígenas protestaron con-tra las celebraciones. Incluso, en Génova (Italia) miles de pacifistas se reunieron bajo el lema “1492-1992, Ja-más más Conquistas” (Sin autor 1992c).

Resulta paradójico que, con la participación activa de las comunidades indígenas en las conmemoraciones del Doce de Octubre –y con la denuncia reiterada en dicha

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fecha del alcance nominal que ha tenido en los nuevos contextos políticos latinoamericanos la apertura demo-crática al reconocimiento constitucional del carácter multicultural y pluriétnico de la población americana–, el calendario oficial atribuya poco valor a esta celebra-ción, después de los recursos que se movilizaron des-de los gobiernos y la comisiones internacionales de la Unesco para la celebración del V centenario.

Son pocas las modificaciones oficiales en la denomina-ción y el sentido de esta conmemoración, y en la actua-lidad apenas reviste importancia como un día feriado, que puede moverse en el calendario de las festividades, para prolongar el fin de semana y favorecer el turismo.19 La poca presencia mediática que tuvo después la cele-bración del Doce de Octubre encubre las denuncias de la posición marginal en la que continúan las poblacio-nes indígenas, afrodescendientes y campesinas, carac-terizada por un acceso desigual a la tierra, a los recursos, a la educación formal, a la atención médica y a infor-mación cualificada, que les otorgue poder de decisión como miembros de un grupo social.

Estas denuncias se hicieron visibles en las mismas ce-lebraciones del V Centenario, cuando una multitud de indígenas echó abajo la estatua del conquistador espa-ñol Diego de Mazariegos en las calles de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, por la falta de atención es-tatal a sus demandas (Millán 2006), y en la posterior aparición pública del Ejército Zapatista del Liberación Nacional (EZLN) el 1 de enero de 1994, que en sus peticiones del 12 de octubre del mismo año reivindicó su derecho ancestral a la tierra apelando a la conme-moración de los 500 años, pero en la perspectiva de sus reivindicaciones actuales:

Hoy, 502 años después de que el poder invadió nues-tros suelos, quiere el poderoso arrinconarnos en nuestro dolor indio. […] Nosotros somos los habitan-tes originales de estas tierras. Todo era nuestro antes de la llegada de la soberbia y el dinero. Por derecho todo nos pertenece, y nunca antes tuvimos problema para compartirlo con justicia y razón. Es nuestro dere-cho el vivir con dignidad, y ningún hombre o mujer son dignos si viven como esclavos. No queremos una cadena de oro para adornar nuestra esclavitud. Que-remos el derecho a gobernarnos, a decidir libremente lo que queremos y la forma en la que lo queremos.

19 Esta medida ocurre en varios países que consideran el “Día de la Raza” como una de las fiestas móviles, que pasa al siguiente lunes o al tercer lunes del mes en el cual se celebre.

Por eso luchamos, no sólo por justicia, por vivienda, salud, educación, tierra, trabajo, alimentación. Tam-bién luchamos por nuestro derecho a ser libres, a elegir libremente a los que gobiernan, a vigilarlos, a sancionarlos si no cumplen su labor. Luchamos también por libertad y democracia. Quien pretenda negarnos esos derechos y trate de convencernos de conformarnos con menos, pone su palabra al servicio de la mentira y nos trata como animales que rehúsan vivir en una celda aseada, pero una celda al fin y al cabo (EZLN 1994).

La denominación oficial como Día de la Raza se ha mantenido en la mayor parte de América Latina, con ex-cepción de Chile, donde se modificó en el año 2000 por Día del Descubrimiento de Dos Mundos, y de Venezue-la, donde el ministro de Educación Superior, Samuel Moncada, cambió el nombre y el sentido de esta con-memoración, y de Día de la Raza pasó a ser Día de la Resistencia Indígena, en 2002. El decreto del gobierno venezolano argumentó que la categoría raza procede de un sistema colonial de dominación instaurado en Amé-rica que no da cuenta de la diversidad cultural, y que, a partir del reconocimiento del legado indígena que se derivó de los debates durante la Conmemoración del V Centenario, “nuestros pueblos retoman su historia local, regional, nacional y continental en todo su mile-narismo indígena y los cincos siglos recientes, con los profundos cambios, rupturas parciales y continuidades, en su unidad y diversidad” (Decreto Nº 2.028 del 10 de octubre de 2002).

Esta modificación en las festividades oficiales es la más significativa, porque ha generado enfrentamientos por la memoria de lo que unos consideran es patrimonio histórico, y otros, símbolo del genocidio contra los pue-blos originarios de América. Así se registró en la prensa de oposición venezolana, la acción de quienes, como parte de la conmemoración del Día de la Resistencia Indígena en Caracas, derribaron la estatua de Colón:

Día de la resistencia indígena en la Venezuela de Chávez: Una turba que se manifestaba por las calles de Caracas en conmemoración del Día de la Resistencia Indígena (Hugo Chávez abolió el Día de la Raza en 2002) destruyó este martes el monumento erigido al Almirante en el Paseo de Colón. Horas antes, el ex golpista rindió homenaje al cacique Guai-caipuro, que se levantó contra los españoles a media-dos del siglo XVI. Precisamente, los maleantes que causaron el destrozo exigían que el paseo fuera rebau-tizado con el nombre de dicho jefe indio (s.a. 2004b).

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En las cifras presentadas en 1993 –con motivo del “Año Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo” propuesto por la Confederación Indígena del Oriente Boliviano (CIDOB), el Fondo de Población de las Na-ciones Unidas (UNFPA) y el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI)–, la población indígena seguía siendo marginal en atención estatal y recursos. En 1994, cuando se inició el Decenio Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo, en 2001, durante la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discri-minación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia (CMR), y en 2004, en la VI Asamblea General del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y El Caribe, la situación continuó y se agudizó, con cifras alarmantes de exclu-sión (CEPAL 2006).

Las constantes movilizaciones sociales y los procesos políticos nominales de reconocimiento cultural de los pueblos primigenios no han tenido efectos en la solu-ción de las carencias detectadas por los gobiernos y au-toridades que asisten a estas asambleas y conferencias mundiales; contrario a esto, lo que se ha producido es un incremento de la inequidad y una creciente crimina-lización de la protesta social, en Colombia, Perú, Chile, Argentina, Ecuador y Estados Unidos.

perspectiva comparada de los ceNteNarios del “doce de octubre”: 1892-1992

Al comparar los dos centenarios, se encuentran los deba-tes por la identidad americana en las posiciones e inter-pretaciones del pasado promovidas por los grupos que participaron en estas conmemoraciones, en las prácti-cas sociales del recuerdo –que para unos es motivo de festejo y celebración, y para otros, duelo y necesidad de reparación– y en los objetos e inscripciones simbóli-cas, que en cada caso, además de expresar los debates sobre la identidad continental, fijan un cierto tipo de memoria sobre el evento conmemorado.

las iNterpretacioNes del pasado En el IV Centenario, el control simbólico del pasado por parte del culto a Colón y al Descubrimiento inau-guró una tradición conmemorativa basada en las ideas conservadoras de un hispanoamericanismo que promo-vió la lengua y la religión, la propiedad, el orden y la autoridad, y el fomento de los lazos comerciales como agenda cultural. Las posturas disidentes también bus-caban un referente común sobre la base del mestizaje,

pero el hispanoamericanismo terminó imponiéndose como principio común de esta conmemoración. Las dos posturas se fundamentaron en la idea de raza, una basada en la grandeza de la Península, y la otra, en la importancia del mestizaje, pero las dos suscritas a la va-lidación de una jerarquía de razas fuertes sobre razas débiles (Hund 2003).

En el V Centenario, las distintas interpretaciones del pasado se confrontaron abiertamente en el espacio pú-blico. La iniciativa de “Encuentro de Dos Mundos” se afianzó en el ámbito de las fiestas formales promovidas por la Unesco y las comisiones nacionales asociadas a esta idea, pero en el momento de la celebración los mo-vimientos sociales ganaron el espacio conmemorativo en las calles y plazas, y en el escenario simbólico de la música y el arte, donde obtuvieron reconocimiento y legitimidad. Durante este centenario se puso el acento en el análisis de la raza como una construcción concep-tual (Hund 2003), que justificó procesos de exclusión y segregación contra las comunidades étnicas y lingüísti-camente diferenciadas en América y condenó su uso en las siguientes conmemoraciones.

los festeJos y los duelos como prácticas sociales del recuerdo El IV Centenario fue un festejo solemne y restringido; no se menciona la presencia del pueblo pero se in-fiere que estuvo sólo como espectador y receptor del mensaje conmemorativo. Lo fundamental de la cele-bración consistió en la congregación en torno a las figuras de autoridad, encarnadas en la familia real, los representantes de los gobiernos nacionales y los mo-numentos erigidos en nombre de la hazaña de Colón. El V Centenario fue un festejo mediático de todas las posiciones enfrentadas.

Los promotores del “Encuentro de Dos mundos” lle-varon a cabo ciclos de conferencias, exposiciones e instalaciones y premiaciones, como el Nobel de Paz obtenido por la indígena guatemalteca Rigoberta Men-chú. De manera paralela, las organizaciones sociales realizaron pronunciamientos públicos, cartillas, afi-ches promocionales, conciertos y, finalmente, una mo-vilización popular en todo el continente, protagonizada por los indígenas, afrodescendientes y campesinos, quienes protestaron contra los festejos con marchas y momentos de silencio, en señal de duelo, con la des-trucción de monumentos centenarios del Descubri-miento y con bloqueos que fueron contenidos por las fuerzas policiales.

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visión de los vencidos, como una manera de contrarrestar el olvido.20 Varias investigaciones sobre recuperación de lenguas, tradiciones orales, prácticas médicas tradicio-nales, saberes ancestrales y chamanísticos y diversidad musical (Guerrero 2005) fueron promovidas desde el V Centenario, para recobrar el patrimonio inmaterial. De otro lado, los movimientos sociales rescataron la memoria de personajes importantes en la historia de la resistencia indígena, como el cacique Guaicaipuro, en Venezuela, o el indio Arbolito, en Argentina, que sirvieron de símbolo para renombrar calles, construir monumentos e, incluso, conformar grupos musicales en su memoria.

coNclusioNes: coNtiNuidad eN las celebracioNes

Estas celebraciones establecieron como momento de génesis de la identidad continental “el 12 de octubre de 1492”. Sobre este momento fundador de la identi-dad americana se construyó una versión oficial de la historia, a partir de la instauración y desarrollo de ins-tituciones y asociaciones estatales y supraestatales de carácter cultural, que, mediante las publicaciones de los hispanoamericanistas, la edificación de monumentos para la activación de la memoria, la música para la exaltación del Descubrimiento como hecho épico y

20 En esta perspectiva se realizó el IV Encuentro Debate América Latina Ayer y Hoy, que reúne las elaboraciones sobre memoria indígena en el libro de compilación Memoria, creación e historia. Luchar contra el olvido (García, Izard y Lavina 1993).

Actualmente, las protestas contra la celebración han generado fechas alternativas como el Once de Octubre, “Último Día de la Libertad“ (s.a. 2004a), o han promo-vido la idea de no celebrar nada el 12 de octubre, lo cual hasta ahora no ha ocasionado ninguna reacción oficial de los gobiernos y organismos multilaterales como la Unesco, que participaron tan activamente en el V Cen-tenario, posiblemente porque su agenda conmemorativa ha transitado hacia otro centenario, el de las indepen-dencias, sobre el cual los debates apenas comienzan.

obJetos e iNscripcioNes simbólicas El IV Centenario dejó vestigios monumentales de la celebración: estatuas, bustos, réplicas de las carabelas, óperas, poemas, cuadros, monedas acuñadas en honor de Colón y del Descubrimiento, fueron legados por los gestores de la celebración, para que Iberoamérica cons-truyera su agenda de conservación patrimonial, a partir de esas grandes marcas simbólicas de la memoria del evento conmemorado.

En cuanto al V Centenario, los promotores del “Encuen-tro de Dos mundos” restauraron los monumentos lega-dos por el IV Centenario, y las posturas más académicas iniciaron la búsqueda de testimonios que mostraran la

Portada de La Alternativa (2008).

Avenida Cristóbal Colón, entre las carreras 16 y 17. Estos monumentos fueron trasladados a la Avenida de las Améri-cas y actualmente se encuentran en la Avenida El Dorado con carrera 97. Fotografía del álbum de la Sociedad de Mejoras y Ornato (1938).

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la exhibición reiterada de imágenes –en museos y libros de texto, como el cuadro Homenaje a Cristóbal Colón de José Gamelo (1892)– inspiraron una memoria del 12 de octubre de 1492 basada en la celebración de la conformación de la raza hispanoamericana, caracteri-zada por la prevalencia del componente europeo sobre los legados indígena y africano. A pesar de la “Leyenda Negra” promovida después de las independencias ame-ricanas, el legado cultural del Imperio hispánico buscó su restitución21 después del IV Centenario mediante la configuración de una identidad transatlántica fundada en la “Raza Iberoamericana”.

Como resultado de las luchas sociales en el siglo XX de grupos excluidos de los principios conmemorativos del hispanoamericanismo, el V Centenario mostró una dispersión de iniciativas para gestionar la memoria del “Doce de Octubre”, que disputaron con la memoria oficial el escenario conmemorativo. De ese modo, los rituales patrióticos y cívicos se fueron diluyendo, dando paso a las protestas sociales por el reconocimiento de identidades populares, ya no sujetas a la tradición cen-tenaria, sino al legado ancestral de los pueblos nativos de América.

Esto muestra que las conmemoraciones no son cele-braciones estáticas, fundadas en la perspectiva de la construcción de una nacionalidad perpetua, sino que su carácter se va modificando de acuerdo con las con-diciones históricas que hacen posible el evento conme-morativo, lo cual implica que la memoria oficial, a pesar de trabajar sobre sí misma para mantener coherencia y unidad, no puede evitar que permanezcan latentes otras memorias y que se hagan visibles cuando se trans-formen las condiciones históricas de quienes han sido censurados o excluidos. La memoria oficial no puede marginar a perpetuidad otras memorias, y su cuestio-namiento no necesariamente ocurre, como lo plantea Elizabeth Jelin (2002), cuando se dan quiebres institu-cionales en el ámbito nacional (golpes de Estado y dicta-duras), cuando emergen relatos alternativos o cuando se enfrentan amenazas externas; la necesidad de reordenar los sentidos del pasado también aparece en contextos poscoloniales, como el latinoamericano, en los cuales los referentes de identidad han permanecido en amplios períodos de calma y aparente consenso.

21 Con la incidencia del legado hispánico en América al finalizar el siglo XIX, y con su presencia económica al culminar el siglo XX, resulta interesante pensar la tesis del reacomodamiento de la soberanía im-perial planteada por Adelman (2008), en la perspectiva de articular los territorios americanos en una nueva idea de imperio integrado cultural y comercialmente.

Los centenarios, como “fechas redondas”, no solo se cons-tituyen en momentos de condensación y recapitulación, como lo afirman Carvalho y Da Silva (2002), también son fechas de emergencia de nuevas tradiciones conmemo-rativas. En el caso del IV Centenario, la “Raza Hispano-americana” fue el principio de evocación y se fundó una tradición en torno a la necesidad de superar la “Leyenda Negra” y de restablecer los lazos con España, como re-gente de la cultura americana, basada en la lengua espa-ñola y la religión católica. En el caso del V Centenario, la denominación de la celebración como “Encuentro de Dos Mundos” entró en disputa con la “Resistencia de los Pueblos Indígenas”, en medio de debates historiográficos que, a pesar de sus valiosas reinterpretaciones, aportaron poco al ejercicio conmemorativo.

En las dos celebraciones, el predominio es de la cultura hispánica, particularmente, de la lengua y la religión como legados culturales. Según Aznar y Wechsler (2005, 16):

[…] toda la historia cultural de la hispanidad es una serie continuada de censuras, supresiones y despla-zamientos (fundamentalmente de la voz de los exi-liados, de la historia no oficial), ocultos detrás de una mítica identidad carente de fisuras que, desde la engañosa exaltación de los héroes de la conquista, ha englobado bajo la confusa y ambigua palabra ‘civi-lización’, una herencia (la lengua y la religión) tan útil como destructiva en su intento de homogeneización.

Imagen tomada de La Alternativa (2008).

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No es descartable que existan vínculos entre la memo-ria hispánica y la presencia económica de España en el continente, con 743 empresas, entre las cuales lideran la lista de operaciones en el comercio latinoamericano Telefónica, los grupos bancarios Santander y BBVA, las empresas eléctricas Endesa, Unión Fenosa, Iberdrola o la compañía de petróleos Repsol (García et al. 2008), como si estuvieran actuando bajo los principios de la Unión Iberoamericana, que determinó a finales del siglo XIX que América era el “mercado natural” de España, excluyendo nuevamente las reivindicaciones y protestas sociales de las poblaciones indígenas, las comunidades afrodescendientes, los movimientos sociales ambienta-listas y los defensores de derechos humanos.22

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22 Esta permanencia de la herencia hispánica es muy fuerte en Colombia, donde a pesar del reconocimiento constitucional como país diverso en 1991, el 12 de octubre de 2008, mediante un acto litúrgico, se renovó la consagración del país al Sagrado Corazón de Jesús, realizada por el arzo-bispo de Bogotá, monseñor Bernardo Herrera Restrepo hace 106 años. La renovación incluyó la consagración al Inmaculado Corazón de María, porque, según afirmó el cardenal Pedro Rubiano, “Si en 1902 se consagró el Sagrado Corazón de Jesús para ponerle fin a la guerra de los Mil Días, en esta ocasión la Virgen se encargará de ayudar a liberar a todos los se-cuestrados, de llamar a su redil a la guerrilla y a los grupos paramilitares, y de acabar con la corrupción política y la violencia”, y agregó: “también de terminar con el paro judicial, que está haciendo mucho daño” (s. a 2008).

7. Carvalho, Alessandra y Ludmila Da Silva Catela. 2002. 31 de marzo de 1964 en Brasil: memorias deshilachadas. En Las conmemoraciones: las disputas en las fechas “in-felices”, comp. Elizabeth Jelin, 195-244. Madrid: Siglo XXI Editores.

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Conmemoraciones del cuarto y quinto centenario del “12 de octubre de 1492”: debates sobre la identidad americanaSandra Patricia Rodríguez

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por Maryluz Vallejo M. **Fecha de recepción: 19 de julio de 2010Fecha de aceptación: 11 de octubre de 2010Fecha de modificación: 25 de octubre de 2010

RESUMENDespués de los enconos políticos que dejaron las guerras civiles del siglo XIX, y particularmente la guerra de los Mil Días, surgió la prensa reyista –incensario del general Rafael Reyes–, y con ella, la de oposición al régimen del Quinquenio, de carácter incendiario, polemista y satírico, que continuaba con una rica tradición. Caído el régimen, cobraron fuerza tres corrientes de la prensa liberal: la republicana, para respaldar la candidatura presidencial del periodista Carlos E. Restrepo, con Alfonso Villegas Restrepo, Enrique Santos Montejo, Enrique Olaya Herrera y los Cano; la bloquista, liderada por el general Rafael Uribe Uribe; y la de oposición, con Benjamín Palacio Uribe, fundador del Gil Blas en 1910. Por su espíritu de denuncia, el Gil Blas sirve de inspiración al periodismo contemporáneo colombiano del Bicentenario. Con este “pasquín” se caen los santos del santoral de la prensa republicana en “La Atenas muisca”.

PALABRAS CLAVEHistoria política, periodismo de denuncia, prensa satírica, censura, libertad de prensa, Centenario de la Independencia.

* El artículo corresponde a una indagación motivada por la temática del Bicentenario que abordó la Revista de Estudios Sociales, en un tema que dejé apuntado en mi libro A plomo herido: una crónica del periodismo en Colombia 1880-1980 (Planeta, 2006), que ha sido una de mis líneas de investigación.

** doctora en Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra, España. Profesora asociada de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Uni-versidad Javeriana. Investigadora del grupo “Comunicación, Medios y Cultura”, registrado en Colciencias (categoría A). Fundadora de la revista Directo Bogotá (2002) y directora desde 2005. En la línea de historia de la prensa colombiana ha publicado los siguientes libros: La crónica en Colombia: medio siglo de oro. Bogotá: Presidencia de la República, 1997. A plomo herido. Una crónica del periodismo en Colombia (1880-1980). Bogotá: Planeta, 2006; Crónicas bogotanas de Felipe González Toledo [Prólogo y compilación]. Bogotá: Editorial Planeta - Archivo de Bogotá, 2008. Correo electrónico: [email protected].

Gil Blas’ Irreverent Shout

ABSTRACTAfter the political rancor left by the XIX century country’s civil wars, especially by the One-Thousand-Days War, the “Reyista Press” was born. This press was President Rafael Reyes’s incense burner and an opposition instrument to the ‘Quinquenio regime’ characterized by a satiric, incendiary and polemic tone, which, at the same time, was the continuation of a rich tradition. Once the ‘Quinquenio regime’ was overthrown, three political forces gain momentum within the Liberal Press: The Republican Press–that supported the presidential nomination of journalist Carlos E. Restrepo–with Alfonso Villegas Restrepo, Eduardo and Enrique Santos Montejo, Enrique Olaya Herrera and the Cano family; the ‘Bloquista’ Press, lead by General Rafael Uribe Uribe; and the Opposite Press with Benjamín Palacio Uribe, founder of Gil Blas newspaper in 1910. Due to its investigative spirit, Gil Blas newspaper served as an inspiration for Colombian contemporary journalism of the Bicentennial. With this satirical poster, the saints of the Republican Press fell off their shelves in this so-called ‘Indigenous Athens.’

KEy wORdSPolitical History, Muckraking Journalism, Satirical Press, Censorship, Freedom Press, Independence Centenary.

El Grito de Irreverencia del Gil Blas*

O Grito de Irreverência de Gil Blas

RESUMODepois dos ressentimentos políticos deixados pelas guerras civis do século XIX, e particularmente a Guerra dos Mil Dias, surgiu a impressa reyista – em alusão ao general Rafael Reyes–, e com ela, a de oposição ao regime do Quinquênio, de caráter incendiário, polemista e satírico, que dava continuidade a uma valiosa tradição. Com a queda do regime, três correntes da imprensa liberal ganharam força: la republicana, para respaldar a candidatura presidencial do jornalista Carlos E. Restrepo, com Alfonso Villegas Restrepo, Enrique Santos Montejo, Enrique Olaya Herrera e los Cano; la bloquista, liderada pelo general Rafael Uribe Uribe; e a de oposição, com Benjamín Palacio Uribe, fundador do Gil Blas em 1910. Por seu espírito de denúncia, o Gil Blas serve de inspiração ao jornalismo contemporâneo colombiano do bicentenário. Com esta “sátira” caem os santos do santoral da imprensa republicana em “La Atenas muisca”.

PALABRAS CHAVEHistória política, jornalismo de denúncia, imprensa satírica, censura, liberdade de imprensa, Centenário da Independência.

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la ceNsura eN el QuiNQueNio

Después de la guerra de los Mil Días, la mayor parte de la prensa conservadora adhirió al lema de gobierno del general Rafael Reyes: “Menos política y más administración”, y aunque algunos historiado-res afirman que en el Quinquenio no existió prensa de oposición porque el general no admitía críticas a su gobierno, sí circularon –con dificultades y amenazas permanentes– periódicos que fustigaron duramente al Gobierno por sus actos de corrupción. Incluso, cuen-ta Luis Eduardo Nieto Caballero (Lenc) que el general “gozaba mucho con las crónicas burlonas que Clímaco Soto Borda publicaba contra él en La Barra, y con las caricaturas con que pretendían ridiculizarlo en Mefistó-feles” (1943, 4). El mismo Lenc afirma en otro artículo que durante la dictadura “cuantos se atrevieron a expre-sar veladamente su inconformidad fueron confinados, según la falta y según la persona, a pequeñas poblacio-nes de clima ardiente. No le interesaba hacer sufrir, sino quitarse estorbos” (Nieto 1930, 608).

Quien dio la pelea más dura fue Adolfo León Gómez, director propietario de Sur América (1903), que se de-dicó a denunciar los malos manejos administrativos del Gobierno. En 1905 publicó en forma de folletín, y lue-go en libro, el relato autobiográfico titulado Secretos del Panóptico, en donde desveló las infrahumanas condicio-nes de vida de los presos políticos durante la guerra de los Mil Días. Condenado a muerte por el atentado del 10 de febrero de 1906 contra Reyes, el periodista se em-barcó en el puerto de Cartagena vestido de sacerdote, protegido por un cura influyente (Gómez 1913).

Censurado El Espectador en 1904 por el régimen, otros dos periódicos liberales que circularon en esos años fueron El Comercio (1902) y El Mercurio (1904), am-bos fundados por Enrique Olaya Herrera. Debido a sus críticos comentarios contra el Gobierno en El Mercu-rio, Olaya fue detenido varias veces por la Policía, y el codirector Guillermo Forero Franco salió deportado y sólo regresó al país en 1930. Para dejar testimonio de su destierro, el periodista publicó un libro donde reconoce que en un principio su periódico apoyó a Reyes con el criterio de quien escoge entre dos males el menos peor, confiado en las promesas de conciliación y de reforma,

hasta que fue desterrado a Riohacha, donde, de no ser por la intervención de Ismael Enrique Arciniegas –di-rector de El Nuevo Tiempo y amigo personal de Reyes–, habría muerto de fiebre amarilla. Finalmente, partió hacia Nueva York en 1907 y sólo regresó al país con el desplome de la Hegemonía (Forero 1934).

En lo sucesivo, los periodistas fueron víctimas del De-creto 47 de septiembre de 1906, que expidió el gobier-no de Reyes para que los periódicos sólo publicaran información de “interés público”. En 1907 comenzó a circular El Republicano, de Ricardo Tirado Macías, un defensor pertinaz de la libertad de prensa. En 1908 el periódico fue suspendido por 13 meses, debido a sus campañas contra la administración.

El bisemanario liberal XYZ, dirigido por Rafael Espinosa Guzmán, publicó el 24 de julio de 1909 un editorial titulado “Percances del oficio”, donde se resumen las vicisitudes de la Gaceta Republicana, fundada en 1908: “El Doctor Olaya Herrera fue de los pocos que se apar-taron de los llamados de censura del gobierno y fundó su Gaceta Republicana, que vio el espacio fugaz de tres números y murió de manera violenta y sin siquiera la triste orden o resolución que anunciaran su desapari-ción del mundo de los vivos. La suspendió el General Vargas, Ministro de Gobierno”.

Elogio constante o silenciamiento parecía ser la con-signa del reyismo, y sólo después del movimiento del 13 de marzo de 1909 –presidido, entre otros, por Olaya Herrera–, y de la huida del dictador en el mes de ju-lio, resurgió el movimiento periodístico para denunciar por fin la represión, el despilfarro y la corrupción del Quinquenio. Como contrapeso a los Trecemarcistas, re-presentantes de la llamada Generación del Centenario, la prensa oficial se dedicó profusamente a justificar las medidas de control y de censura de prensa.

Cuando Reyes abandonó el Gobierno, El Correo Na-cional, órgano oficioso dirigido por Guillermo Camacho Carrizosa, anunció: “El Excmo. Sr. Presidente ha salido del país con rumbo a Estados Unidos, en donde piensa permanecer unos días, mientras da solución a las cues-

Cabezote Gil Blas.

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tiones pendientes con ese país, y al propio tiempo arre-gla asuntos económicos de la mayor trascendencia para Colombia. Sabemos también que apenas logre su objeto regresará al país”.

el beNJamíN de la preNsa ceNteNarista

Oliverio Perry (1941) afirma que el primer reportero después de la guerra de los Mil Días fue Julio H. Pa-lacio. En 1903, comenzó a dirigir El Correo Nacional, tribuna del conservatismo fundada en 1890 por Carlos Martínez Silva. Palacio le dio un giro informativo al pe-riódico –más inclinado al periodismo decimonónico–, y contrató a un equipo de reporters. Entre los jóvenes (que como hecho excepcional recibían sueldo) estaban Ben-jamín Palacio Uribe, Esteban Rodríguez Triana, Eduar-do Arias Correa y Francisco Giraldo, todos liberales en un medio conservador, gracias al ecumenismo del direc-tor. Palacio Uribe venía de trabajar en Rigoletto (1902), bisemanario liberal de Barranquilla, donde colaboraban Arturo Manrique, José Félix Fuenmayor, Carlos Villafa-ñe, entre otros destacados cronistas.

Nieto del hidalgo antioqueño Tomás Uribe, e hijo del también periodista Benjamín Palacio –quien colaboró con Fidel Cano en el periódico La Consigna–, redactó a los 10 años El Diablo, un periódico minúsculo donde mostró su músculo de periodista combativo. En 1899 tomó cursos de periodismo en la Universidad de Antio-quia y publicó sus sueltos en El Cascabel, de Enrique Gaviria Isaza. Muy joven tomó las armas en la guerra de los Mil Días y fue a parar a la cárcel de Honda, donde un amigo lo salvó de la pena de muerte. Restablecida la paz nacional, él siguió en la trinchera, cargando su pluma con plomo derretido.

En 1907 se vinculó al satírico bogotano X, Y, Z; pero su mejor escuela fue El Republicano (1907), de Ricardo Tirado Macías, donde colaboraba con material de de-nuncia sobre la corrupción pública e hizo popular el seudónimo de Frou-Frou. Lo suyo era hacer periodismo “con los puños crispados”, como solía declarar el propio director en su periódico Gil Blas. Para conocer mejor el talante del director, valga esta autosemblanza que publi-có el 13 de junio de 1910:

Soy, sin disculpas, la chucha más rabilarga que ha salido de los rastrojos antioqueños. La hicotea más grande que ha andado por cañerías y lagunas; el armadillo más escamoso de cuantos han agujereado la tierra de Cosiaca.

El 1 de marzo de 1920, a los 37 años, murió “de enfer-medad breve y violenta” (pulmonía), como la describió el autor de la nota necrológica de El Espectador (2 de marzo de 1920), y no a manos de sus enemigos, en uno de los tantos lances peligrosos a que se vio expuesto por cuenta de las campañas violentas y agresivas del Gil Blas. Aunque El Espectador era contrario a sus prácticas periodísticas y fue objeto de sus ataques, el autor de la nota no deja de reconocer el talento de Palacio Uribe. Otro colaborador, Miguel Rash Isla, lo relaciona con los panfletarios feroces del siglo XIX:

Con la muerte de Palacio Uribe desaparece la persona-lidad más original, más extraña y voluntariosa del perio-dismo patrio […] Radical, no tanto por convicción como por instinto tenía cerrada el alma a la tolerancia. En su temperamento, como en el de los panfletistas, ardía una saña innata […]. Pero otras veces procedió con tino y razón. Gracias a él, andan sin careta políticos merce-narios, detentadores del Tesoro Público, comerciantes, pícaros de levita, etc. Él los entregaba al desprecio social con una valentía que ninguno, entre sus contemporá-neos, ha sabido igualar […] Tuvo para decir sus verda-des un arrojo que rayó en los extremos de la demencia (El Espectador, 13 de marzo de 1920).

Benjamín Palacio. publicado en Cromos, 6 de marzo de 1920.

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También dijo Rash Isla que su estilo carecía de elegan-cia y de brillantez; “sin contornos pulidos, sin matices ni sutilezas, enmarañado y áspero como una maleza”, pero “dentro de la índole de su labor, su prosa no necesitaba adornarse con florituras artísticas, porque cruda y tosca le sirvió a la patria […]”. Además, reconoce que en “su alma roída por un escepticismo cruel” quedó espacio para cultivar la poesía. Armando Solano, en su columna “Glosario sencillo”, lamenta la desaparición de ese “es-píritu atormentado, crepitante y malévolo” del panfleta-rio que “amaba con violencia homicida a la Patria” (El Espectador, 13 de marzo de 1920). En El Tiempo, Jesús Tobón Quintero escribió la más justa semblanza:

Si no hubiese nacido entre nosotros, mejor, si no hubiese vivido entre nosotros, habría sido un Bona-foux.1 Maldiciente y enérgico, él no gastó sus fuerzas combativas sino contra el mal […] Su fama no puede

1 Luis Bonafoux (1855-1918), periodista y escritor español nacido en Francia y contemporáneo de Benjamín Palacio Uribe, fue incansable polemista e implacable censor.

ser americana sino únicamente colombiana, porque le faltó la resonancia del medio […] Palacio tenía por medio nuestra capital, alejada del ruido del mar y del ruido del mundo. Sus campañas no podían tener radio mayor. Sin embargo, qué bien le hizo a la República. Era un policial de seguridad tendido al frente de todas las arcas que contuviesen dinero público, y por eso, por excesivo celo en el impulso inicial, llegó a irse a dolorosos extremos (El Tiempo, 2 de marzo de 1920).

Contrario a la costumbre, Palacio Uribe no fue objeto de inflamadas notas necrológicas de exaltación de sus virtudes morales. Sus detractores le pasaron cuenta de cobro, aunque no dejaron de admirar su valor y rebeldía. La revista Cromos, de corte apolítico, registró en una breve nota el fallecimiento del joven y brillante perio-dista con esta aclaración: “No queremos juzgar su obra ni creemos que sea el instante de juzgarla, pues todavía rugen las tempestades que él suscitó con su pluma y todavía sangran las reputaciones que hirió […] Sin duda cometió muchos errores e injusticias, pero amó sincera-mente a la Patria” (6 de marzo de 1920).

A su entierro en el Cementerio Central asistieron los gre-mios de periodistas, de tipógrafos y de voceadores de pren-sa. En la ceremonia de despedida tomó la palabra Eduardo Santos, quien reconoció que Palacio Uribe fue durante toda su vida, desde niño, “un soldado de las ideas”.

Conoció todos los grados de esta intensa profesión: fue un experto de las secciones informativas, ágil y punzante cronista, colaborador eficaz de insignes publicistas, para llegar, al fin, como coronación de sus esfuerzos, a la dirección de un diario propio (El Tiempo, 3 de marzo de 1920).

Y fue Santos quien proyectó en el contexto internacio-nal ese estilo de hacer periodismo, avanzado en un me-dio de medias tintas:

Al leer la prensa de oposición de los grandes países civilizados de ultramar, cualquiera puede advertir la persistencia, la vehemencia terrible en el ataque, el ardor combativo, la valiente apelación al epíteto que marca como un hierro; y los periódicos, que como las divisiones de vanguardia de la espantosa hecatombe pudieran llamarse ‘de choque’, cumplen su misión con enérgica violencia.

En nombre de algunos diarios progresistas, habló su amigo Ricardo Tirado Macías, quien expresó que la últi-ma voluntad del periodista fue que con él muriera también

Avisos de la prensa de la época.

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el periódico. Pero no la cumplieron, porque retomaron el mando dos directores, Samuel Delgado Uribe y Va-lentín Restrepo Pérez, hasta 1924, cuando cerró, y se reabrió en 1931 con Antonio J. Bonilla.

después del 13 de marzo

Durante el gobierno interino de Jorge Holguín estalló la polémica por un proyecto de regulación de la prensa para imponerle penas severas. Es así como encarcelaron a dos líderes del movimiento del 13 de Marzo: el general Jorge Martínez Landínez y Alfredo Cortázar Toledo, lo que, según Enrique Santos Molano, “desata una tem-pestad en que los periodistas exigen completa libertad de expresión”. Cuenta Santos Molano que, al salir de la cárcel, Martínez Landínez fundó Prensa Asociada, a la que se afiliaron cerca de 30 periódicos de Bogotá y de todo el país, y que “tuvo notable injerencia en la victoria de la libertad de expresión y fue un instrumento im-ponderable en la estabilidad económica de las empre-sas periodísticas, ya que organizó la primera agencia de distribución de periódicos a nivel nacional […]” (Santos 2004). El movimiento contó con su propio periódico, El 13 de Marzo, bisemanario republicano dirigido por Jesús Cuéllar y Manuel Laverde.

Ahora bien; mientras la prensa republicana alzaba el vue-lo con candidato a bordo (Carlos E. Restrepo), surgieron varios periódicos de cuño satírico, que fueron la delicia de los lectores y el tormento de los poderosos. Daba lí-nea el semanario antioqueño El Bateo (1907), fundado por Enrique Castro y dirigido por Marco Vanegas, que sobrevivió otras dos décadas a golpes de censura.

A diferencia del semanario El Gráfico –fundado en ju-lio de 1910 por los hermanos Abraham y Abdías Cortés para festejar el Centenario, y que estaba más dedicado a registrar la entrada a la modernidad de la capital y las costumbres cosmopolitas de sus habitantes–, estas ho-jas satíricas miraron con escepticismo la celebración del Centenario que se avecinaba, toda vez que el país esta-ba económicamente devastado. En sus primeras páginas no faltaba la caricatura cáustica, heredada de maestros como Greñas, curtidos en los ataques a la Regeneración. El Bateo se solaza con la caricatura de González Valencia como un simio, perfecto imitador de Reyes. Asimismo, Nariño, el caricaturista del Gil Blas, utiliza la figura del “mono sabio” para representar al Presidente.

Sobre todo, enfilaron baterías contra el proyecto de ley que presentó el Gobierno a la Asamblea Nacional para

restringir la libertad de prensa, que exigía depositar $50.000 para pagar futuras multas, y el que no contara con esa suma no podía fundar su periódico. En su pri-mer número, el periódico socialista Chantecler, de To-más Rodríguez, cuestiona el proyecto de marras:

Compuesto de sesenta y tantos artículos inspirados en el más pavoroso ultramontanismo, que cursa actualmente en la quijotesca Asamblea Nacional. En pleno siglo vein-te, cuando el faro de la civilización alumbra los vastos dominios del derecho, y en los pueblos más atrasados de la tierra se venera con profundo respeto el derecho legí-timo de la palabra escrita, esta nación mártir presenta la guillotina para el pensamiento y para la idea en acción. No es suprimiendo, amordazando a la prensa, como se reprimen sus faltas. Ahí está el poder sancionador, la sanción del público; la protesta de la sociedad, el fallo inapelable de la opinión pública para las publicaciones que ofenden la moral (11 de septiembre de 1910).

Y así editorializó el satírico Thalia:

Ayer pasó en primer debate el abominable y mons-truoso proyecto de ley sobre represión de la prensa. En más de sesenta artículos se prescribe el pensar escrito y hablado. Los periodistas quedan bajo la implacable amenaza de una ley terrorífica e infa-mante. La más bella conquista de la civilización cae destrozada con una ley de ignominia (30 de septiem-bre de 1910).

Finalmente, se aprobó la Ley 73 de 1910, y así editoria-lizó el Gil Blas:

Para nosotros la causa fundamental del desastre nacional reside en la restricción a la libertad de prensa. La prensa, por muchos años, fue una monja enclaustrada, sumisa y obediente. Los delitos de opi-nión –porque para los conservadores la opinión es un delito–, fueron castigados con el destierro o con la ergástula,2 con la suspensión o con la multa. Pero en medio de la esclavitud hubo momentos en que la prensa respiró con una relativa independencia […] La protesta contra los piratas del Tesoro, si nació en sus corazones no asomó en las puntas de sus plumas. Todos fueron cómplices en grado máximo porque contribuyeron con el silencio a la corrupción. Ahora, con las arcas públicas en bancarrota, es tarde para denunciar a los pillos (11 de mayo de 1910).

2 Encierro, calabozo, mazmorra.

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Tres días después el editorial se descargó con esta otra crítica a sus colegas:

Bajo la pasada dictadura, la prensa mendaz, los escri-tores asalariados (véase El Correo Nacional) de alma ruin, fomentaron el absolutismo por medio de la lisonja y del incienso, quemado diariamente a los pies del mandatario. Con frecuencia se publicaron escri-tos apologéticos desatinados porque lo consideraban superior al Libertador. Y hoy lo censuran los mismos que le permitieron los abusos […] El doctor Olaya Herrera, director de Gaceta Republicana, aplaudió estrepitosamente el confinamiento del Congreso, recibió dinero a manos del dictador y hoy se le mira como republicano convencido.

Lo cierto es que con el antioqueño Carlos E. Restrepo volvió a existir cierto ambiente de tolerancia y de al-ternancia ideológica en el debate público. Según Enri-que Santos Molano, en 1910 “el debate sobre libertad de prensa fue trascendental. González Valencia quiso

calmar los ánimos concediendo franquicias postales a los periódicos, y su sucesor, Carlos E. Restrepo, ase-guró que en su gobierno el respeto por la libertad de expresión sería total. No obstante, la Iglesia acentuó su práctica de excomulgar a los periódicos liberales y de instigar su censura y supresión desde los púlpitos, y periodistas como Benjamín Palacio Uribe y Ricardo Tirado Macías fueron retados a duelo y atacados a bala en repetidas ocasiones; pero la batalla por la libertad de expresión fue ganada por la prensa y a finales de año el presidente Restrepo dio a la policía la orden tajante de abstenerse de perseguir o detener a los periodistas por asuntos de opinión” (Santos 2004).

El 2 de octubre de 1909 salió a la calle el primer núme-ro de La Unidad, “periódico de cuatro hojas pequeñas, de mucha vehemencia y bastante ácido sulfúrico en sus páginas. Su aparición inquieta a los sanedrines. Es un trisemanario que se edita en la imprenta de don Me-dardo Rivas y sólo dispone para oficinas y tertuliadero de un local apenas mayor que la habitación del portero del Colegio del Rosario, junto a la cual se encuentra”, al decir de Guillermo Camacho Montoya (1941, 16). En ese sórdido recinto se haría la oposición más bárbara al partido en el poder. Acompañaron a Laureano Gómez en su aventura José de la Vega, Juan A. Zuleta, Luis Se-rrano Blanco, Juan Uribe Cualla y José María de Guz-mán, que luego dirigiría el Sansón Carrasco, suplemento cómico de La Unidad, que apareció en 1911.

Pero dada su filiación católica, apostólica y romana, La Unidad tuvo que morigerar sus ánimos en varias oportunidades por presiones de la Iglesia. En cambio, Gil Blas, de confesa línea agnóstica, no tuvo esos pro-blemas. En el primer número se lee esta declaración de principios editoriales: “Hoja ácrata, inspirada en la doctrina demoledora (anarquista)”, tendencia que na-ció medio siglo atrás con Bakunin y Ravachol como insigne mártir. Gil Blas lanza vivas al movimiento anar-quista y saludos al compatriota Biófilo Panclasta, que estaba en los calabozos. Al día siguiente comenzaron a llegar las amenazas a la redacción, ante las cuales son-ríen: “Cuando uno combate con la razón, con la justicia y con la verdad nadie lo busca para atacarlo”. En el editorial del 4 de mayo de 1910 clama: “Provoca ser anarquista para volar con un petardo a los monarcas del dinero ajeno, adquirido por arte de especulación monopolista”, haciendo alusión a la renta de licores na-cionales que se le entregó a Pepe Sierra, consuegro del presidente Reyes. Denuncia a los millonarios como él, “que no invierten en industrias ni en escuelitas para mantener al pueblo en la ignorancia”.

La inspiración francesa del cabezote de BPU.

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Gil Blas, chibaletes y balas de plomo

Aunque no está claro si el nombre del Gil Blas obede-ce a una alusión satírica a la novela Blas Gil de José Manuel Marroquín o si rinde homenaje a la comedia española Gil Blas de Castellanos del siglo XVIII o es copia del famoso hebdomadario francés de comienzos del siglo XX, al día siguiente del paso del cometa Ha-lley, el 21 de abril de 1910 circuló en Bogotá el primer número del Gil Blas. En su primer editorial, titulado “El humo”, se lee:

El color del Gil Blas está bien definido: liberal. Pero no de rueda libre como ciertos mangoneadores del neismo […] Ha llegado la hora de que los partidos funcionen, cada uno por la virtud de su propia mecánica. Que no sigan comulgando con los pergaminos de una hibrida-ción de vientre infecundo, con las maravillas de una política de imposibles metafísicos […] Y aquí, en esta tierra de garbanzos y de generales, esas amalgamas son los grandes fracasos de los vencidos que buscan su rei-vindicación […] La Unión Macabra es el expediente que han inventado los godos para encontrar quién les ayude a cargar la inmensa cruz de su desastre y para repartir responsabilidades por derecha e izquierda […] El conservatismo agoniza para el poder y se reconsti-tuye con inyecciones intramusculares de sangre liberal (21 de abril de 1910).

En adelante, fustigó a la fracción del liberalismo que acompañó a Rafael Reyes en la obra de “Reconstrucción Nacional” (en particular, al general Rafael Uribe Uri-be), pero más grave le parece al Gil Blas la participación de los liberales en el gobierno conservador de Ramón González Valencia. El editorial del 10 de mayo de 1910 afirma que al menos los liberales que siguieron a Reyes obtuvieron para el partido la ley de representación de las minorías y la elección presidencial por el Congreso:

La dictadura de Reyes dejó algunos gérmenes de libertad, mientras que la de González Valencia ha sido una serie de atentados a las libertades públicas […] Los liberales y conservadores que forman ese conjunto abigarrado de la Unión Republicana, apo-yan a un mandatario que ha faltado a su palabra y que ha encarcelado a los escritores públicos.

Este diario satírico y sensacionalista pidió en su cuarto editorial la renuncia de un ministro, y la frase del epí-grafe rezaba: “El más bello ideal de la justicia humana es ahorcar a un ministro” (González Bravo). Entre los colaboradores más ingeniosos estaban Enrique Fernández

de Soto, autor de la columna “Chispazos”, que firma-ba como Picio, y el poeta Delio Seravile (seudónimo de Ricardo Sarmiento). Pero en la redacción podía parti-cipar cualquiera que tuviera epigramas de actualidad, una anécdota picaresca o una agresión política. Hasta su cierre, en 1924, fue fiscalizador y fustigador de todos los gobiernos conservadores.

Gil Blas se caracterizó por su irreverencia y agresividad, y se lleva el palmarés por sus ataques contra los colegas, liberales y conservadores. Justamente, el 11 de mayo de 1910 fue noticia el director del periódico por ser el blan-co de un ataque a mano armada que le hizo el general Benjamín Herrera, quien perdió la cordura con un suel-to que consideró calumnioso. El suceso ocurrió en las oficinas de El Republicano, de Ricardo Tirado Macías, y, asombrosamente, todos salieron ilesos. El general He-rrera, militante de la Unión Republicana, llegó a la redac-ción, donde estaba Palacio Uribe con su colega Carlos Villafañe (Tic Tac), entre otros. “Vengo a darle un balazo”, le anunció el general a Tirado Macías, que estaba en la puerta de las oficinas. Entró, sacó el revólver y exclamó que iba a matar al miserable. Uno de los acompañantes desvió el disparo y luego el atacado salió a la calle, cargó su revólver y entró a cumplir su deber de caballero, pero

Voceador de prensa. Portada de Cromos, 1916.

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lo desarmó el cronista Villafañe. Luego llegó la Policía a desarmar al furioso general (Solano 1944).3

Con el tiempo, Gil Blas toleró mal tanto las publicacio-nes liberales –El Diario Nacional de Olaya Herrera o La Patria de Armando Solano– como las conservadoras ca-tólicas –La Sociedad o El Día–. Se burlaba de los folle-tines de El Diario Nacional: “¡No lo leen ni los presos!”, y lo mismo decía de los “articulómetros” de Lenc en El Espectador, “artículos de ocho columnas ¡que han lleva-do a muchos lectores a la muerte!”. Tampoco dejaba en paz a El Nuevo Tiempo, de Ismael Enrique Arciniegas. En un suelto se lee:

¿Cómo se hace un periódico? Consejos a los jóvenes apasionados del periodismo sobre cómo confeccionar un gran periódico:Editorial tomado del New York Tribune y cables infla-dos por la redacción.Revisión de la prensa nacional (con licencia del arzobispo).Folletín que conmueva a Olaya Herrera.Avisos.

Con el mismo desafecto califica a El Nuevo Tiempo como el “poderoso órgano de independencia bombísti-ca”. Lo cierto es que esta guerra verbal le salía barata al Gil Blas porque se hacía con los mínimos: sin servicio de cablegramas ni telegramas de los departamentos ni reporteros; sólo colaboradores amigos del director que prestaban a la causa sus chispazos, sueltos y epigramas. Y el director, que escribía hasta los anuncios.

En esa época, la mayoría de los periódicos pequeños imprimían cuatro páginas levantadas con tipos de com-posición (uno a uno) en una primitiva prensa plana, movida a pedal, y se sacaban menos de 500 ejempla-res. El negocio de la información se manejaba con total austeridad: por telégrafo se transmitían sólo las “chivas” que justificaran una edición extraordinaria; no había despilfarros de palabras ni de centavos, salvo en caso de insultos, que debían ser reiterados y profusos para que funcionaran.

3 Otra versión aparece en una semblanza que publicó la revista Semana, al morir Ricardo Tirado Macías (21 de febrero de 1948). Como éste fustigó duramente a dos prohombres del liberalismo, los generales Herrera y Uribe Uribe, “un día el general Herrera entró en la sala de linotipos de El Republicano, enfurecido, con un revólver en la mano, en busca de Tirado Macías, que lo había atacado en la edición de la mañana. Vio el general a un sujeto que dictaba algo al linotipista, y le descargó su revólver; pero ese hombre no era el director sino uno de los colaboradores, el tremendo panfletario director de Gil Blas, Benjamín Palacio Uribe, quien escapó milagrosamente con el saco agujereado” (p. 26).

estilo “blasoNado” y apertrechado

Entre los nacientes géneros narrativos en una prensa de habitual estilo doctrinario, Gil Blas cultivó el género del perfil o la semblanza que no corresponde a la hagiografía (vida de santos), en exceso elogiosa, sino que ofrece un retrato a contraluz del personaje, con sus miserias y sus bajezas. Los del Gil Blas osaban tocar a los intocables con viperina lengua. De Olaya Herrera, director de El Diario Nacional, dice en 1917 Benjamín Palacio Uribe:

Un guateco erigido en pontífice por arte de encan-tamiento; un periodista neocatólico-literario bajo el patriarcal gobierno de Restrepo, convertido en por-taestandarte del libre pensamiento. Olaya ha vuelto a llamarse liberal después de ser republicano confeso. Cabe bien en todos los partidos: internacionalista sin obras; literato sin un estilo brillante; periodista cuyos artículos insustanciales y gelatinosos no llegan hasta el alma popular; orador consagrado por un plebiscito en que no tomó parte la intelectualidad; panfletario sin panfletos. Un oportunista simplemente.

Y el respetado Armando Solano, director de La Patria, quedó perpetuado con estos crueles trazos:

Barbilampiño, regordete y pequeñito, es la imagen en miniatura de un grande hombre hecho para sobre-salir en un teatro como el nuestro. Formado en las novelas de Anatole France –cuando están traduci-das– y en las revistas baratas que nos regala España insustancial [...]. El joven director de La Patria, tiene la característica de los redactores de El Día: desco-noce absolutamente los escarceos de la pluma (20 de enero de 1917).

En los géneros de opinión, la columna de sueltos más popular de Gil Blas fue la de “Pim-pam-pum”, pura des-carga de artillería ligera, como lo sugiere el onomato-péyico nombre de la columna. En el suelto del 23 de enero de 1917 se lee: “El señor general Reyes acaba de publicar el folleto ‘Rentas, consumos, industrias’, un compendio de sus actos de administración de amor a la Patria. ¿Cuál Patria? La que presenció la carnicería de Barrocolorado? La carnicería que lleva ese nombre (de la cual es socio) o el diario del Indio Solano?”. Con este estilo de sueltos el periódico sostiene su animadversión por el depuesto general Reyes y de paso apunta sus fle-chas envenenadas a los directores de la competencia.

La metáfora y el símil reinan en estas hojas irreverentes y con su poder evocativo atraen a los lectores hartos del

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lenguaje de los filólogos, gramáticos y eclesiásticos que sermoneaban en páginas como las de La Sociedad, el otro periódico que se fundó en 1910, de Enrique W. Fernández, representante de la Cruzada Católica de Marco Fidel Suárez.

rastrillador de estiércol (verde)

El Gil Blas se destacó por su línea de denuncia de los poderes políticos y económicos que parece inspirada en los famosos periodistas muckrakers o “rastrilladores de estiércol” de comienzos del siglo en Estados Unidos.4 Sacó a la luz grandes peculados que dejaron empobre-cido el Tesoro Nacional. Desde sus primeras ediciones, y durante meses, recogió el llamado “escándalo ver-de”, sobre la venta que hizo el sindicato de Muzo a la

4 Hacia 1890 surgieron en la prensa estadounidense los muckrakers (ras-trilladores de cieno o estiércol), como los apodó el presidente Theodore Roosevelt, y tanto la prensa demócrata como republicana se afiliaron a la causa del “perro guardián”. Estos reporteros ventilaron los negocia-dos y la corrupción de la clase dirigente y empresarial de su país, y las mejores historias seriadas datan de la primera década del siglo XX.

Emerald Co., en el gobierno de Reyes, por el cual se entregaron las minas de Muzo y Coscuez a una socie-dad extranjera que no existía legalmente en Colombia, aunque estaba representada por nacionales cercanos al presidente, como el general Lucas Caballero.

Según el periódico, Laureano García Ortiz recibió un millón de pesos por acompañar –en su carácter de di-rector de las minas– a los embajadores colombianos a repartir esmeraldas a los soberanos de Europa en nom-bre de Reyes. En Londres se encontró con un fiel secre-tario del Presidente, el general Caballero, quien organizó el sindicato y a cambio recibió tres mil acciones por servicios prestados. De regreso a Colombia, Caballero recomendó su empresa desde la curul del Congreso y defendió el contrato de explotación hecho con la Eme-rald Co. En juego limpio, Gil Blas publicó una extensa carta del general, donde negaba todas las acusaciones. Y a diferencia de otros periódicos que informaron del escándalo, aportó al debate público las piezas procesa-les para que los lectores juzgaran por su cuenta (16 de diciembre de 1911).

En uno de sus flamígeros sueltos, Gil Blas anuncia la creación de ‘El Club de los hombres verdes’ (copia de Nueva York, donde existe ‘El club de los hombres bonitos’), “sociedad que no tiene nexos ni con la Mano Negra, ni con la Maffia, ni con la Camorra, porque la componen distinguidos miembros de la sociedad bogotana que ce-lebran sus juntas en los socavones de Muzo”.

Si bien La Crónica y La Unidad hicieron eco del caso, Laureano Gómez tuvo que suspender su campaña con-tra el Sindicato de Muzo por presiones del arzobispo de Bogotá. Gómez terminó cediendo por sus principios de católico obediente, pero suspendió La Unidad en no-viembre de 1912 y se despidió dignamente de sus lecto-res “porque en este desventurado país hasta la autoridad eclesiástica cohonesta las acciones de un ladrón de levi-ta”. Sin embargo, a los pocos días reanudó sus ataques, que duraron otros seis años bajo ese cabezote.5

Los demás periódicos conservadores callaron como muertos ante la renuncia del díscolo Laureano, y Gil Blas aprovechó para editorializar sobre la “Conspiración del silencio” y para ofrecer sus páginas al periodista amordazado. Obviamente, La Sociedad, orientado por

5 De algo sirvió la campaña de la prensa porque en 1918 el Consejo de Ministros echó por tierra el Sindicato de Muzo y el Gobierno Nacional se quedó con la administración de las minas. Como lo reconoció Gil Blas, fue un triunfo de la prensa (“a excepción de algunas gacetas”).

Aviso de la publicación del Gil Blas.

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Marco Fidel Suárez, no emitió opinión alguna, debido a la prohibición de sus superiores. Tampoco La Civi-lización, fundado en 1910 por Carlos Arturo Torres, compañero de armas de Palacio Uribe, y a quien éste le cobra su nombramiento como ministro de Colombia en Venezuela:

Todo el país conoce la historia política llena de con-tradicciones de este moderno Proteo, que ha ser-vido bajo todos los regímenes: ayer con Marroquín y Reyes, hoy con González Valencia. Cuando Reyes llegó a Londres tras su fuga, quiso ejercer la presiden-cia desde allí y nombró Ministro de Relaciones Exte-riores a Carlos Arturo Torres (30 de junio de 1910).

Siguiendo esta línea de denuncia por el mal manejo de los recursos nacionales, Gil Blas habló de la pésima administración de las minas de Marmato, arrendadas a los ingleses por la ridícula suma de 16.000 pesos oro, mientras ellos producían de mil a dos mil libras de oro mensualmente:

Los señores ingleses pagan ese arrendamiento con el oro que le compran en dos sábados a las negritas caucanas [...] ¡Cuántos infelices palanqueros quedan sepultados bajo moles de piedra allá en el fondo de las cavernas marmateñas, y esas gentes arriesgan la vida por 32 o hasta 60 centavos de paga que ni siquiera reciben oportunamente, a retazos o en espe-cie (víveres, vituallas) tomadas de una proveeduría a los precios que fijan los amos.

En el ámbito político, Gil Blas atacó al gobierno de Ramón González Valencia –apoyado por la Unión Republicana–, quien prohibió los mítines populares, cuando él había sido benefactor del movimiento del 13 de Marzo. Y arreció las críticas contra el ex ministro de Relaciones Exteriores y candidato presidencial Carlos Calderón Reyes, sobrino del general Reyes, a quien apodaban ‘El capitán Banano’ (por permitir la entrada de la United Fruit Company en Colombia). Señala su responsabilidad en la concesión de tierras del Caquetá a su hermano Florentino, entre otros notables que se quedaron con más de 13.000 acciones de las 40.000 que tenía la funesta Casa Arana, y lo acusa de favorecer la invasión peruana en Caquetá y Putumayo. También descalifica como candidato presidencial a José Vicen-te Concha, “quien como ministro de Guerra llenó de presos políticos el panóptico”. Otros candidatos de sus desafectos, sobre los que se apostaba en el Jockey y en el Gun Club, eran Marco Fidel Suárez y Guillermo Abadía Méndez.

Al candidato Carlos E. Restrepo, que lanzó el general Olaya Herrera en su Gaceta Republicana, el director del Gil Blas lo consideraba un “ridículo personaje de sainete”¸ que pretendía empezar su carrera pública por la Presidencia. Y apunta que el público bogotano que asistió en 1909 a las barras de la Cámara “tuvo oca-sión de conocerlo y de reír a mandíbula batiente de su oratoria aplebeyada, mazorral y chabacana, mezcla de vulgaridad y demagogia” (y no hay que olvidar que Pa-lacio Uribe también era paisa, por lo que no hay ánimo contra la región).

Sin embargo, el 16 de julio de 1910, Gil Blas anunció la elección de Carlos E. Restrepo como presidente y le rebajó el tono a sus críticas: “Aunque no simpati-zamos políticamente con el ciudadano elegido por la Asamblea, era peor Concha, que representaba el con-tinuismo”. Por su terca labor fiscalizadora el Gil Blas atrajo enemigos declarados. Tras el asesinato de Rafael Uribe Uribe, el 15 de octubre de 1914, hubo muchas voces que señalaron al “pasquín” de haber servido de instrumento a políticos de los dos partidos que incitaron al pueblo en contra del jefe del liberalismo. El general Herrera, enemigo mayor de Palacio Uribe, se refería al periódico como “esa letrina inmunda”, al igual que la prensa conservadora empezó a tildarlo de calumniador y pasquinero.

Gil Blas le apuntaba a todo lo que funcionaba irregu-larmente en la administración local y nacional, pero su blanco predilecto era el director de la Policía, ge-neral Salomón Correal, a quien llamaba familiarmente “El General Hachuela” (en alusión a los artesanos que asesinaron con hachuelas a Uribe Uribe). No pasaba día o mes en que el director no hiciera referencia a algún acto de ineptitud, corrupción o abuso de poder del general “Hachuela” o de sus hombres o sus hijos, “los Hachuelitas”.

En la línea de sátira política y fiscalización de los po-deres, el Gil Blas hace una constante denuncia de la ineficiencia de los distintos gobiernos de la Hegemonía, desde el gobierno de José Vicente Concha hasta el de Abadía Méndez. Cuando inició su campaña en contra de Concha, declaró editorialmente: “No puede el escri-tor público apartarse de las reglas de caballerosidad y de la decencia, pero tiene el derecho y el deber de comba-tir los actos públicos del mandatario y de sus colabora-dores, cuando lesionen los intereses de la comunidad”. Con igual énfasis dice que no acepta las peticiones de moderación a la prensa cuando hay actos de corrupción de por medio.

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Sobre el nombramiento que hizo el presidente Concha del jefe de Policía de San Andrés, afirma el director con la más fina ironía:

El general Facundino León a duras penas firma y suele encontrar un acreedor a la vuelta de cada esquina. Por fortuna lleva de secretario al Sr. Adriano Hernández, persona que nadie conoce fuera de la Inspección de Permanencia, a donde fue conducido antier por irrespeto en el Ministerio de Guerra [...]. Si el Sr. Concha no nombra gente educada y decente para ese archipiélago, acabará por llevárselo el Dia-blo, en forma de Tío Sam (25 de mayo de 1915).

eN el reiNo de ‘lucifer’

A finales de la segunda década comenzó a firmar un colabo-rador fantasma, ‘Lucifer’, que llegó a la redacción a destapar asuntos feos de corrupción en la ciudad. Una de sus denun-cias más fuertes fue la entrega del Chocó por parte del Go-bierno a negociadores gringos en contratos de explotación de oro y platino: “Día a día la propiedad colombiana en el Chocó pasa a manos de extranjeros” (29 de julio de 1920).

Tras la muerte de Palacio Uribe, llegó a la dirección del Gil Blas Valentín Restrepo Pérez, y con él reapareció ‘Lucifer’ para contar las aventuras de la reconciliación del presidente Suárez con Laureano Gómez: un mila-gro de fe. ‘Lucifer’ informa que el tristemente célebre Salomón Correal, ex director de Policía, fue nombrado inspector general de Obras Públicas.

Y escarbando en el patio del vecino, denunció intereses de poder detrás de El Espectador. Afirma que el otro-ra diario de la oposición, desde el ascenso de Suárez, empezó misteriosamente a acercarse al Gobierno o al menos al Ministro de Obras Públicas, porque el represen-tante Lucas Caballero también gerenciaba la Compañía Nacional de Fomento, de la cual eran accionistas pode-rosos antioqueños: “Don Lucas ha estado gestionando ante el ministro de Obras Públicas un contrato para la construcción de un ferrocarril de Nemocón al Carare. Y don Lucas está ligado con vínculos de parentesco a los Cano” (30 de agosto de 1920).

A partir de 1920, y bajo la dirección de Samuel Delgado Uribe, arreciaron las críticas del Gil Blas a Marco Fidel Suárez y a sus ministros por el derroche del erario, los contratos leoninos y las comisiones para tout le monde; a todas éstas, don Marco, “ciego, sordo y mudo”, se sumía en sus Sueños de Luciano Pulgar.

Durante los diez años que permaneció Palacio Uribe en la dirección, Gil Blas se convirtió en una especie de tri-bunal de acusación pública, en el fiscalizador más per-tinaz de los caudales públicos, en el denunciante de los ministros ineptos; por ello, el director pagó incontables fianzas y muchas veces paró en los calabozos. “Verdade-ro diarista a lo Rochefort,6 poseía el valor del sacrificio y por nada del mundo habría sido capaz de esquivar la verdad”, dijeron sus discípulos en el primer aniversario de su muerte, que, contrario a todos los designios, le sobrevino natural.

la vida breve del sucesor: Ruy Blas

Impugnado por unos y elogiado por otros, Gil Blas dejó tal vacío en el medio periodístico, que Felipe Lleras Ca-margo decidió fundar en 1927 el Ruy Blas para revivir-lo. En su primer editorial prometió “decir virilmente la verdad y dar una implacable publicidad a los más graves escándalos y negociados de la administración”. Aclara en este prospecto que se trata de una empresa edito-rial con absoluta independencia material y espiritual porque constituyeron sociedad tres “caballeros distin-guidos” y todos los lectores interesados podían volverse accionistas. Este diario fue bien acogido en razón de la honorabilidad de su director, representante del libera-lismo de izquierda y hermano del promisorio Alberto.

Ruy Blas también emprendió una dura campaña con-tra los monopolios extranjeros en Colombia. Denunció particularmente “La mancha negra de aceite”: el caso de la Colombian Oil Concessions, compañía petrolera gerenciada por Eduardo López Pumarejo, que adquirió 17 mil millas de terrenos petrolíferos. Se preguntaba el periódico: “¿Hasta hoy cuál ha sido la ganancia efectiva para Colombia en el negocio del petróleo?”. Igualmen-te, cuestionó un empréstito por 60 millones de la admi-nistración de Abadía Méndez, sin contar con un plan de obras públicas (los 25 millones de dólares equivalentes a la indemnización por Panamá, que convirtieron al país en eterno deudor de los banqueros de Wall Street).

Como dato curioso, este periódico revivió la figura del colaborador imaginario, ‘Lucifer’. Así lo presentó en re-lación con un caso de la Cancillería: “Nuestro colabora-dor ‘Lucifer’, que husmea todos los vericuetos en busca de noticias sensacionales, se ocultó ayer tras una corti-na de las que decoran el salón de sesiones del ministe-rio de Relaciones Exteriores y logró sorprender algunos

6 Célebre redactor del diario francés El Independiente.

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detalles de la acalorada discusión entre el canciller y la comisión asesora”. A falta de tecnología más avanza-da para intervenir teléfonos, este cronista picante de la vida política recurría a procedimientos non sanctos para conseguir la información.

Ahora bien, tratándose de un periódico capitalino, Ruy Blas se interesó por los hechos locales y estuvo atento a denunciar los chanchullos de la administración mu-nicipal, como los contratos incumplidos de pavimenta-ción de las vías de la capital (“Bogotá cuenta con 200 mil habitantes y es un fangal nauseabundo”). Asimismo, comenzó a denunciar, un año antes de que ocurriera la ma-sacre, la situación de los cultivadores de banano de San-ta Marta, en desigualdad de condiciones con respecto a los de las empresas yanquis, particularmente la United Fruit. Fue el primer diario en informar, el 5 de diciem-bre de 1928, sobre la grave situación en la zona a par-tir de informaciones de sus círculos socialistas, debido a que la censura oficial impidió la publicación inmediata de los hechos, que sólo se dieron a conocer la semana siguiente. Tras la masacre, Ruy Blas denunció las men-tiras oficiales y señaló como responsables al presidente Abadía Méndez, al ministro Ignacio Rengifo y al jefe de Policía Cortés Vargas: “cazadores de hombres”. El 12 de diciembre tituló sin titubeos en primera plana: “Espan-tosa carnicería provocada por matarifes uniformados”; “La victoria de los esbirros”. También demostró cómo diferían las versiones de los hechos según la fuente.

No cesaba tampoco en sus denuncias contra los trusts extranjeros, como la United Fruit Co., a la que acusó tempranamente de estar comprando territorios inmen-sos en Aracataca y Sevilla, a precios irrisorios. Por obvias razones, el diario del Lleras Camargo díscolo cerró el 31 de diciembre de 1928. Años después, antes de que su hermano asumiera el segundo mandato presidencial, Felipe dejó caer esta añoranza en una entrevista que le hizo el diario Ya (31 de octubre de 1953):

En el Bogotá de 1927 hacía falta un periódico de gue-rra. Un periódico audaz y valiente, sin compromisos con nadie, en donde se pudieran decir todas las cosas

que las influencias hacían callar en otros. Un dia-rio respetable, pero temido a la vez. Esta necesidad se concretó una noche, cuando en una tertulia del Jockey Club, de la que formaba parte Felipe Lleras Camargo, uno de los socios dijo, al referirse a un caso en que era preciso publicar una información no aco-gida en la prensa:–¡Cómo hace de falta el Gil Blas! Los presentes estuvieron de acuerdo al recordar al extinguido diario de Benjamín Palacio Uribe, que se hizo célebre por sus campañas y su valor a toda prueba. Inmediatamente, Felipe Lleras exclamó:–No se preocupen por eso. Yo voy a sacar de nuevo a Gil Blas.

refereNcias

1. Camacho Montoya, Guillermo. 1941. Laureano Gómez, un dominador político. Bogotá: Ediciones Revista Colombiana.

2. Forero Franco, Guillermo. 1934. Entre dos dictaduras: vein-ticinco años en el destierro. Bogotá: Editorial El Gráfico.

3. Gómez, Adolfo León. 1913. Hojas dispersas. Bogotá: Edito-rial Sur América.

4. Santos Molano, Enrique. 2004. Treinta y seis mil quinien-tos días de prensa escrita. Revista Credencial Historia 178, http://www.lablaa.org/blaavirtual/revistas/credencial/octu-bre2004/prensa.htm Recuperado el 1º de julio de 2010).

5. Vallejo Mejía, Maryluz. 2006. A plomo herido. Una crónica del periodismo en Colombia 1880-1980. Bogotá: Editorial Planeta.

preNsa coNsultada

6. Colección Gil Blas (1910-1920)

7. El Tiempo (marzo de 1920)

8. El Espectador (marzo de 1920)

9. Nieto Caballero, Luis Eduardo. 1943. Colombianos de ayer. Rafael Reyes. Sábado, 4 de diciembre.

10. Nieto Caballero, Luis Eduardo. 1930. Treinta años de polí-tica. El Gráfico, 26 de julio.

11. Perry, Oliverio. 1941. Los precursores del diarismo en Co-lombia. El Tiempo, 19 de diciembre.

12. Solano, Armando. 1944. Tres anécdotas de la vida del gene-ral Benjamín Herrera. Sábado, 26 de febrero.

Cabezote del diario Ruy Blas, 1927.

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El Grito de irreverencia del Gil BlasMaryluz Vallejo M.

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por Sergio Mejía**Fecha de recepción: 14 de septiembre de 2010Fecha de aceptación: 21 de octubre de 2010Fecha de modificación: 3 de noviembre de 2011

RESUMEN Éste es un artículo de incitación a la reflexión sobre el lenguaje que utilizamos en las ciencias sociales y la esfera pública colombianas para referirnos a Colombia; es decir, para adelantar reflexiones, debates y propuestas generales sobre el país. Propongo la puesta en primer plano de la noción de república, y el abandono –excepto en casos precisos– de las nociones de patria y nación. La noción de república se refiere a un horizonte geográfico de derecho, ciertamente en perpetua construcción, pero aun así tangible, aplicable y susceptible de discusión en cuanto a su vigencia, reforma, aplicación o infracción. La noción de república abre posibilidades de reflexión crítica en la historia, las ciencias sociales, las humanidades, el derecho y el arte, a la vez que conlleva la discusión responsable y pertinente en la esfera pública. Por su parte, la palabra patria sirvió en los orígenes de la república para convocar en su favor sentimientos de pertenencia local forjados en los siglos anteriores, y que hoy son extemporáneos. El término nación, en sociedades altamente desiguales como la colombiana, se refiere a un proyecto de realización en el futuro, y es usual encontrarse con la expresión “construcción de nación”. Como categoría de análisis social, el término tiene alcances limitados y su efecto en la reflexión crítica es la ambigüedad y la mistificación. Para demostrarlo me concentro en dos libros más o menos recientes en los que tácitamente se entabla un debate entre dos percepciones generales y opuestas sobre Colombia, debate que pierde fuerza justamente por estar planteado en términos de nación y no de república. Me refiero a los libros de Alfonso Múnera, El fracaso de la nación (1998), y de Eduardo Posada Carbó, La nación soñada (2006).

PALABRAS CLAVE República, nación, patria; estudios sociales contemporáneos en Colombia, catecismos de historia patria, El fracaso de la nación (1998), La nación soñada (2006), esfera pública en Colombia, lenguaje contemporáneo en las ciencias sociales.

The Republic, Beyond the Old Homeland and The Possible Nation. Inciting to a Republican Discussion

ABSTRACTThis article seeks to stimulate thought around the language we use in social sciences and in Colombian public fields when speaking about Colombia; in other words, to promote thought, debates, and proposals about the country in general. I propose bringing the notion of the republic to the forefront, and abandoning the use – except in specific cases – of the notions of patria (homeland), and nation. The notion of republic refers to a geographic field of law, certainly in constant construction, but completely tangible, applicable, and susceptible of being discussed with regard to its validity, reform, application, or infraction. The notion of republic opens possibilities of critical thought regarding history, social sciences, humanities, law, and art, and simultaneously leads to responsible and pertinent discussions in the public field. At the same time, the word patria was used in the origins of the republic to invoke in its favor feelings of local belonging forged in previous centuries and which are today extemporaneous. The term nation, in highly inequitable societies such as Colombia’s, refers to a project set in the future, and it is not uncommon to find the expression “construction of a nation”. As a category of social analysis, the term has limited reach and its effect in critical thought is to create ambiguity and mystification. To demonstrate this I focus on two relatively recent books in which a debate between two general and opposite perceptions of Colombia is tacitly started. This debate loses strength precisely because it is stated in terms of nation and not of republic. I am referring to the books of Alfonso Múnera, El fracaso de la nación (The Failure of Nation) (1998) and Eduardo Posada Carbó, La nación soñada (The Dreamed Nation) (2006).

KEy wORdSRepublic, Nation, Patria (homeland), Contemporary Social Studies of Colombia, Catechisms in National History, The Failure of Nation (1998), The Dreamed Nation(2006), Public Field in Colombia, Language of Social Sciences.

* El artículo “La república, más allá de la vieja patria y de la nación posible – Incitación a la discusión republicana” es un trabajo relacionado con mi enseñanza del curso Historia de Colombia en el siglo XIX y con la preparación de un libro que se titulará Historicismo Americano –que recibe apoyo de la Universidad de los Andes y del Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales-Ceso, en la modalidad de Fondo de Apoyo a Profesores Asistentes y Asociados con doctorado.

** Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá) y Ph.d. en Historia, University of warwick. Actualmente es profesor asistente en el departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: El pasado como refugio y esperanza. La Historia eclesiástica y civil de José Manuel Groot (1800-1878). Bogotá: Instituto Caro y Cuervo – Universidad de los Andes, 2009; y La noción de historicismo americano y el estudio de las culturas escritas americanas. Historia Crítica edición especial: 136-152, 2009. Correo electrónico: [email protected]

La república, más allá de la vieja patria y de la nación posible.Incitación a la discusión republicana*

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En Colombia y, en general, en América Lati-na ha sido bastante frecuente entre los científicos socia-les que han escrito durante las últimas tres décadas el valerse del término nación. Hasta la década de los años setenta fue de curso común entre políticos, periodistas, profesores y diletantes de la historia el uso de la palabra patria. Aun hoy lo es entre políticos, especialmente los que hicieron parte del gobierno reelegido. El resultado es que entre nación y patria hemos obliterado el uso de la palabra república y el estudio preciso de lo que ella denota. El efecto ha sido doble: por un lado, el plan-teamiento frecuente de falsos problemas en el análisis social; por el otro, la vaguedad en nuestra cultura polí-tica y la oscuridad en nuestro lenguaje para referirnos a la esfera pública, a la ley, la justicia y el gobierno de Colombia, así como el debate de políticas públicas, la negociación de deudas sociales y en derecho, y a la co-rrupción en el país.

En este artículo propongo la pertinencia de la noción de república para los análisis sociales contemporáneos y por venir, especialmente en el campo de la historia. Discuto sin ánimo de exhaustividad la incidencia que han tenido, sucesivamente, las nociones de patria y de nación en el

comentario histórico y social en Colombia. En cuanto a la primera, la noción de patria, tiendo un arco entre un manual republicano temprano (el Catecismo o Instruc-ción Popular de Juan Fernández de Sotomayor, publicado en 1814) y el anacrónico retorno a la noción de patria que fue común en el discurso oficial y populista del gobierno reelegido en Colombia (2002-2010). Con respecto a esta noción, mi intención es demostrar el anacronismo del lenguaje de la política colombiana en la primera década del siglo XXI, específicamente en el ámbito de la interlo-cución entre elegidos y electores.

En cuanto al uso de la palabra nación, me propongo discutirlo a propósito de su uso en la academia y en el análisis social. No me propongo hacer un balance de esta creciente literatura que utiliza expresiones como “construcción de nación”, “fracaso de la nación” o “na-ción soñada”, sino demostrar sus limitaciones analíti-cas. Tampoco me propongo un balance de la literatura “teórica” sobre el uso de la categoría nación, por haber sido ella comentada hasta el cansancio.1 Lo que sí com-pendio en la segunda sección de este artículo es un pa-norama general de la evolución histórica del concepto de nación en los siglos XIX y XX y un seguimiento de los sucesivos significados que tuvo la palabra en el proceso

1 Un excelente estado de la cuestión hasta 1988, cuando ya habían sido publicados los clásicos modernos sobre el tema, se encuentra en la “In-troducción” al libro de Hans Joachim König (1994).

A república, além da velha pátria e da nação possível. Incitação à discussão republicana

RESUMOEste é um artigo de incitação à reflexão sobre a linguagem que utilizamos nas ciências sociais e na esfera pública colombiana para nos referirmos à Colômbia; ou seja, para promover reflexões, debates e propostas em geral sobre o país. Proponho pôr em primeiro plano a noção de república, e o abandono –exceto em casos específicos – das noções de pátria e nação. A noção de república se refere a um horizonte geográfico de direito, certamente em continua construção, mas ainda assim tangível, aplicável e suscetível a discussão quanto à sua validade, reforma, aplicação ou violação. A noção de república abre possibilidades de reflexão crítica na história, nas ciências sociais, nas humanidades, no direito e na arte, à medida que transmite a discussão responsável e pertinente na esfera pública. Por si só, a palavra pátria serviu nos primórdios da república para convocar em seu favor sentimentos de conformidade local forjados nos séculos anteriores, e que hoje são extemporâneos. O termo nação, em sociedade altamente desiguais como a colombiana, se refere a um projeto de realização no futuro, e é comum encontrar-se com a expressão “construção de nação”. Como categoria de análise social, o termo tem alcances limitados e seu efeito na reflexão crítica é a ambiguidade e a mistificação. Para demostrá-lo me concentro em dois livros mais ou menos recentes nos quais silenciosamente ocorre um debate entre duas percepções gerais e opostas sobre a Colômbia, debate que perde força justamente por se estabelecer em termos de nação e não de república. Me refiro aos livros de Alfonso Múnera, El fracaso de la nación (1998), e de Eduardo Posada Carbó, La nación soñada (2006).

PALABRAS CHAVERepública, nação, pátria, estudos sociais contemporâneos na Colômbia, catecismo de história pátria, El fracaso de la nación (1998), La nación soñada (2006), esfera pública na Colômbia, linguagem nas ciências sociais.

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de la independencia de Colombia. Luego pongo sobre el tapete el debate tácito –o planteado en la liza de este artículo– entre los libros de Alfonso Múnera y Eduardo Posada Carbó, El fracaso de la nación (2008) y La na-ción soñada (2006), respectivamente, para mostrar en qué medida el recurso a la categoría nación quita fuerza a las interpretaciones generales sobre la república co-lombiana a que aspiran ambos autores.

Finalmente, propongo la consideración de la noción de república, tanto en la discusión pública como en el len-guaje crítico y analítico de las ciencias sociales, así como en el lenguaje creativo y sugerente de las humanidades, allí donde sus practicantes insistan en referirse a Colom-bia en general. Mi intención es llamar la atención sobre la urgencia de afinar nuestro lenguaje para la discusión de realidades institucionales, jurídicas y políticas que hoy sufren la enfermedad de las repúblicas: la corrupción. En otras palabras, quiero incitar a mis lectores a la discusión republicana y al realismo analítico, e invitar al abandono de nociones ambiguas que fácilmente permiten la va-guedad, frecuentemente ocultan la corrupción y, en las ciencias sociales, resultan mistificadoras. Ésta es una ne-cesidad mucho más urgente que la atención académica a imaginaciones nacionales, y una reacción necesaria con-tra pedagogías patrióticas caducas.

Es necesaria una aclaración. Este artículo no es un acto de proselitismo en favor de la ideología política del republi-canismo. No cabe duda de que hoy y durante las últimas cuatro décadas el republicanismo se ha erigido en Nortea-mérica y Europa occidental en una alternativa culta, pre-rrogativa de académicos y letrados, entre el liberalismo y el socialismo. No es de ninguna manera mi intención propo-ner el republicanismo como alternativa al neoliberalismo y la izquierda en Colombia.2 No es con este fin que pro-pongo el enfoque claro en la reflexión sobre la república, sus logros y sus enfermedades. Este artículo no es más que

2 Entre los promotores de las ideas republicanas en español cabe desta-car dos autores. En 2002 el investigador del CIDER (Centro de Inves-tigaciones sobre el Desarrollo de la Universidad de los Andes) Andrés Hernández publicó una compilación de ensayos titulada Republicanis-mo contemporáneo – Igualdad, democracia deliberativa y ciudadanía. En 2006 el español Ramón Ruiz Ruiz, profesor en la Universidad de Jaén, publicó dos libros que resumen muy bien las ideas y debates repu-blicanos desde la Grecia antigua hasta la primera mitad del siglo XIX, época de su segundo ocaso (el primero, por supuesto, corresponde a la Roma imperial y a la Edad Media): Los orígenes del republicanismo clásico – Patrios politeia y Res publica y La tradición republicana – Rena-cimiento y ocaso del republicanismo clásico (ambos editados en Madrid por la editorial Dykinson, la Universidad Carlos III, el Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas y la Fundación El Monte). Una buena discusión sobre el último renacer del republicanismo, especialmente en la academia norteamericana, se encuentra en Rodgers (1992).

una propuesta de afinación del lenguaje para un estudio menos mistificado del presente y el pasado de Colombia, de su estado y sus magistrados, de la ciudadanía, la partici-pación en la vida pública y la corrupción. Sostengo, en fin, que el lenguaje de la patria tuvo su tiempo, cuando sirvió para dar forma a la causa contra las prerrogativas divinas de monarcas absolutos. Entonces fue un acto perfectamente contemporáneo el trasladar la patria desde la testa corona-da hasta el debate local. Hoy, sin embargo, la patria es el lenguaje del pasado. La nación, por su parte, sigue siendo hoy un sueño, un proyecto, una promesa o una mentira. Es el lenguaje para referirse al futuro o vagamente al presente. La república, por su parte, es presente, y su discusión lla-ma a todas las opiniones y a todos los partidos.

No quiero llamar a formar filas en torno a la idea de re-pública.3 Seguirá habiendo quienes prefieran hablar de patria y de nación, pues ambas palabras seguirán tenien-do ámbitos de aceptación. Lo que propongo es que esos ámbitos sean definidos con precisión y responsabilidad. Es tiempo de concebir una esfera pública en la que no sea suficiente apelar a dios y patria para movilizar la opi-nión pública o al electorado, desviar debates públicos o responder ante fiscales. También cabe imaginar el logro de un nivel en nuestras ciencias sociales en el que no sea aceptable utilizar palabras como nación de manera protocolaria y anacrónica. La de nación, como la elec-tricidad y la propaganda, es una categoría pertinente en algunas configuraciones sociales históricamente deter-minadas, y no en otras. En particular, propongo que la palabra nación sea utilizada con suma precaución en es-tudios sobre Colombia y América Latina en el siglo XIX, en donde es un fenómeno de vigencia tan restringida como la electricidad en el siglo XVIII.

la patRia y el leNguaJe de la iNfaNcia republicaNa

El establecimiento de escuelas, que la junta [de Cartagena] del año diez dispuso, debe realizarse executivamente, si es que deseamos ser libres. La

3 No aspiro a enfilar contingentes de estudiosos al pitazo de la noción de república, entre otras cosas porque no cabe duda de que mientras más general y flexible es una categoría de las ciencias sociales, más se la utili-zará y se abusará de ella. No hacen falta investigaciones de primera mano para invocar la categoría nación, que siempre se puede incorporar en ex-presiones genéricas del tipo “construcción de nación”, “nación soñada” o “idea de nación”. No sucede lo mismo con la noción de república, que remite a configuraciones políticas particulares, a instituciones tangibles o a debates concretos en el seno de comunidades y corporaciones políticas. Durante siglos enteros los filósofos naturales utilizaron las nociones de éter y flogisto, e igual sucedió entre los filósofos políticos con la idea de la soberanía del rey graciosamente cedida por dios. Las tres fueron erradi-cadas cuando se demostró que eran absurdas.

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Constitución [de Cartagena] quiere que uno de los objetos de la enseñanza sean los derechos y debe-res del ciudadano. Deseando contribuir en alguna manera a este fin, he emprendido el pequeño tra-bajo de este Catecismo o instrucción popular. En él yo no me he propuesto más utilidad, que la de hacer este corto servicio a la patria, o para decirlo según lo siento, de llenar el deber que tiene todo ciuda-dano de servirla con lo que alcance (Fernández de Sotomayor 1814, Prólogo).4

El amor por esta patria sea la llama a través de la cual Nuestro Señor y la Santísima Virgen me iluminen para acertar (Uribe Vélez 2002).

La de patria es una noción fundamentalmente edu-cativa, pedagógica y, además, preescolar. La patria se aprende simultáneamente con la trinidad, los manda-mientos y el temor de dios. No hay cristiano ni patriota que pueda recordar dónde oyó hablar por primera vez sobre la Virgen María o Simón Bolívar. No es un capri-cho el que los medios diseñados para la enseñanza de unos y otros hayan recibido tradicionalmente el nom-bre de catecismos, y que estén diseñados para que con ellos se enseñe a leer. Por lo demás, están diseñados no sólo para ser leídos, sino escuchados repetidamente, recitados y memorizados. En situaciones excepciona-les, los catecismos de una y otra naturaleza, religiosos y patrióticos, no están destinados a niños sino a catecú-menos conversos y a antiguos súbditos convertidos en ciudadanos por obra de las revoluciones. En estos casos son, sin duda, necesarios.

Así sucedió luego de 1810 en la América hasta entonces española, por ejemplo en la Cartagena de 1814, cuando el cura Juan Fernández de Sotomayor5 publicó su Ca-tecismo o Instrucción Popular.6 Así sucedía entonces en

4 Segunda página del prólogo, sin numeración.5 Juan Fernández de Sotomayor nació en Cartagena de Indias el 2 de no-

viembre de 1777 y murió en esa misma ciudad el 19 de marzo de 1849. Hizo estudios básicos en el Colegio Seminario de San Carlos de Cartage-na y los terminó en el Colegio de San Bartolomé en Santafé de Bogotá y en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en derecho civil, derecho canónico y teología. Entre 1804 y 1815 fue cura de Mompós, ciudad que representó en la diputación del estado de Cartagena en el Congreso de las Provincias Unidas en 1814. Ese mismo año publicó su Catecismo o Instrucción popular, y al año siguiente, en Bogotá, un Sermón que en la solemne festividad del 20 de julio, aniversario de la libertad de la Nueva Granada. Entre 1823 y 1826 fue representante por Mompós en la Cámara baja del Congreso, en 1829 fue nombrado provisor y vicario general del Arzobispado y desde 1834 fue obispo de Cartagena, dignidad que desempeñó hasta el día de su muerte.

6 Sobre el Catecismo de Fernández de Sotomayor pueden consultarse la tesis de Maestría en Historia en la Universidad Nacional de Colombia

todas las repúblicas hispanoamericanas en formación y, es fuerza decirlo, ha seguido sucediendo de mane-ra anacrónica e inusitada hasta el presente en algunos países de la región, donde el lenguaje habitual sobre la república conserva características pre-escolares y cate-quísticas.7 Fernández de Sotomayor se propuso enseñar en las 29 páginas impresas de su menudo tratado “las lecciones en que se explican el pacto social y forma de gobierno en que vivimos, los deberes del ciudadano y sus deberes constitucionales” (Fernández de Sotoma-yor 1814, Prólogo).8 Una página más adelante sostiene a quiénes competen estas lecciones: “[…] permítaseme recomendar a los párrocos este Catecismo. Sí; a noso-tros toca, venerables hermanos, en defensa de la reli-gión santa de que somos ministros, extirpar de una vez el error que tanto la injuria y la degrada.” (Fernández de Sotomayor 1814, Prólogo).9

de José Guillermo Ortiz Jiménez (1999); y la monografía de Pregrado en Historia de la Universidad de los Andes de Catalina Muñoz Rojas (2001).

7 Éste es un estudio general y preliminar de los catecismos patrióticos hispanoamericanos de los primeros años republicanos: Baeza (1996).

8 Segunda página del prólogo, sin numeración.9 Tercera página del prólogo, sin numeración.

Parte de la cartela del mapa de Colombia, impreso en Londres en 1822, por Baldwin, Cradock y Jay.

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En 1814 los argumentos de Fernández de Sotomayor fueron cualquier cosa menos conservadores o con-vencionales. Las suyas fueron afirmaciones fuertes, bastante fuertes para su tiempo. Su primer argu-mento es contra la legitimidad monárquica, explica-da como resultado parcial de la donación papal de 1493.10 Escribe:

P. ¿La donación del papa no ha sido un título legítimo?

R. No, porque el vicario de Jesu Cristo no puede dar ni ceder lo que no es suyo, mucho menos en calidad de papa o sucesor de S. Pedro, que no tiene autoridad ni dominio temporal, y el imperio que le fue confiado al mismo S. Pedro, y que ha pasado a sus legítimos sucesores, ha sido puramente espiritual, como se evi-dencia por las mismas palabras que contienen la ple-nitud del poder apostólico.

P. ¿Pues qué, el papa Alejandro VI, autor de esta donación, no conocía que no tenía tal poder?

R. Bien pudo no haberlo conocido, y no es de extra-ñarse en aquel siglo de ignorancia […]11

A algunos lectores esta profesión de secularismo po-drá parecer poco novedosa en 1814. Es bien sabido que el mismo argumento había sido escrito y divulgado en 1440 por el humanista Lorenzo Valla (1517) en su demostración filológica de la falsedad de la tradicional donación de Constantino al papa Silvestre en el siglo IV. Fernández de Sotomayor, por su parte, niega los de-rechos del papa Alejandro VI a hacer cesiones a los reyes, y si lo hace tres siglos y medio tarde, no hay que olvidar que Valla lo hizo cinco siglos tarde, toda vez que su pro-pio argumento consiste en demostrar que la falsifica-ción a nombre de Constantino fue realizada en el siglo

10 Las donaciones alejandrinas corresponden al breve Inter Caetera del 3 de mayo de 1493, corregido y ampliado en las bulas menores Inter Caetera del 4 de mayo de 1493, Eximiae Devotionis, firmada el 3 de mayo de 1493 pero a todas luces posterior, y la bula Dudum Siquidem, firmada el 26 de septiembre de 1493. Ninguna de las cuatro bulas esti-pulaba una línea de demarcación entre los descubrimientos españoles y portugueses, y la última de ellas, la Dudum Siquidem, ampliaba el dominio de los reyes católicos españoles a sus posibles entradas en Asia, lo que desencadenó las negociaciones portuguesas. Éste es el origen del Tratado de Tordesillas, firmado en esa ciudad el 7 de junio de 1494 entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, por una parte, y Juan II de Portugal, por la otra, en el que sí se estipuló la famosa línea que pasaba por las bocas del Amazonas.

11 Cf. p. 8. El argumento de Fernández contra la donación de Alejandro VI continúa en la página 9, y en la 10 da paso a otro argumento contra el derecho de conquista argumentado por los reyes de España.

IX.12 El argumento de Fernández contra el derecho de conquista no es menos fuerte:

P. ¿Y la conquista no es un motivo de justicia para dominar a la América?

R. La conquista no es otra cosa que el derecho que da la fuerza contra el débil, como el que tiene un ladrón, que con mano armada y sin otro antecedente que el de quitar lo ajeno, acomete a su legítimo dueño, que, o no se resiste, o le opone una resistencia débil. Los conquistados, así como el que ha sido robado, pue-den y deben recobrar sus derechos luego que se vean libres de la fuerza, o puedan oponerle otra superior (De Sotomayor 1814, 10).

Papas ignorantes y abusivos y reyes ladrones muestran claramente que la de Fernández de Sotomayor no es una argumentación timorata. Es más, ella contiene nociones de derecho e interpretación históricas poderosamente críticas en su tiempo. Sin embargo, su argumentación no puede escapar del doble silogismo, es decir, del absurdo. Esto sucede cuando da dos sentidos diferentes a la con-quista, y argumenta sobre ella de manera insostenible:

P. ¿Qué derechos son estos que pueden recobrar los conquistados?

R. Los mismos que gozaban antes de la conquista; la libertad e independencia del conquistador (Fernán-dez de Sotomayor 1814, 10).

12 Lorenzo Valla escribió su De falso credita et ementita Constantini Donatione declamatio (algunas veces citado como Declamatio de falso credita et ementita donatione Constantini y referido frecuen-temente como la Oratio o el Libellus de Lorenzo Valla) en Nápoles en 1440, cuando servía como secretario de Alfonso, rey de Aragón, Sicilia y Nápoles. La primera edición impresa de la obra la reali-zó el humanista alemán Ulrich von Hutten en Maguncia, en 1517. La Declamatio de Valla puede leerse en versión inglesa y latina en traducción de Christopher Coleman, con una precisa introducción erudita. Para su traducción, Coleman cotejó la edición de Ulrich von Hutten y el Codex Vaticanus 5314, fechado el 7 de diciembre de 1451, el manuscrito más antiguo que Coleman pudo encontrar. La mejor biografía de Valla es la de Girolamo Mancini, Vita di Lorenzo Valla, Florencia, 1891. La traducción y la introducción de Coleman están disponibles en internet gracias al Hanover Historical Texts Project, en http://history.hanover.edu/texts/vallaintro.html. En cuanto a la falsa donación de Constantino, el manuscrito más anti-guo conocido es el que se conserva en la Bibliothèque Nationale de France, en París, numerado MS Latin 2777, con el título Constitu-tum domini Constantini imperatoris. Un comentario moderno sobre ese documento, en el que por supuesto se acepta su falsedad, puede leerse en el artículo de J. P. Kirsch, “Donación de Constantino”, en la versión española de la Enciclopedia Católica, accesible en inter-net en el sitio http://ec.aciprensa.com/d/donacionconstan.htm.

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El doble silogismo consiste en no poder evitar la doble definición de la conquista, pues una cosa es la con-quista del poder soberano por los reyes de Castilla y otra la conquista de tierras y gentes por españoles de nombres frecuentemente terminados en el patronímico -ez, como Fernández. Trastámaras, Austrias y Borbones despojaron a Corteses, Pizarros y Jiménez de su domi-nio luego que Corteses, Pizarros y Jiménez lideraron las conquistas de mexicanos, incas y cundinamarque-ses. Así, pues, incluso cuando servía para defender te-sis revolucionarias, la noción de patria estaba fundada en contradicciones lógicas fundamentales, lo que no sorprende, pues ésa es la marca mayor de todos los discursos patrióticos y también nacionales: son orques-taciones de contradicciones. Así pues, aun cuando el argumento patriótico parece ser progresista en térmi-nos generales, es absurdo y engañoso. Está claro que no puede recomendarse la interpretación republicana sobre la base de argumentos intrínsecamente absurdos, como los que se revelan cuando un notable momposino de apellido con patronímico en –ez escribe en tercera persona del plural sobre “los conquistadores españo-les”. Esta contradicción es la marca de nacimiento del discurso patriótico. Para algunos será igual de discuti-ble su presuroso recurso a la providencia:

[…] trescientos años de cadenas, de oprobios, de insultos, de depredaciones, en una palabra, de todo género de padecimientos en silencio y paciencia no pueden servir de prescripción contra millones de hombres y ellos no podían de interesar un día a la Providencia a nuestro favor, devolviéndonos el pre-cioso derecho de existir libres y brindándonos la oportunidad de sacudir tan pesada como ignominiosa coyunda (Fernández de Sotomayor 1814, 15-16).

Y propone la trasformación de la mala educación religio-sa propia de los tiempos coloniales:

Es sumamente doloroso ver la ignorancia en que hasta aquí hemos vivido respecto a ella. Un mal catecismo en que con las menos palabras posibles se duplicaban los principales misterios de nuestra creencia; una multitud de librejos que con el título de este o aquel santo servía para darnos las primeras lecciones en la escuela como para acostumbrarnos desde la infancia a creer patrañas y falsos milagros, a ser fanáticos y supersticiosos […] (Fernández de Sotomayor 1814, 26-27).

El grueso del Catecismo consiste en un alegato en de-fensa de la independencia como adecuada a la religión

católica, como compatible con ella y como justa en términos de ella. En la primera parte, entre las pági-nas 7 y 16, se ponen en entredicho los derechos de conquista, y entre las páginas 16 y 29, se discute la compatibilidad de la independencia con la religión católica: “Si amamos de veras la religión católica, si deseamos conservarla, vivir y morir en ella, son de re-doblarse nuestros esfuerzos para no volver jamás a la dependencia antigua.”

Una generación más tarde, José Antonio de Plaza es-cribió dos libros que publicó en Bogotá el mismo año de 1850.13 El primero fue Memorias para la Historia de la Nueva Granada desde su Descubrimiento hasta el 20 de Julio de 1810 (1850a), y el segundo, un Compendio de la Historia de Nueva Granada desde su Descubrimiento hasta el 17 de Noviembre de 1831, para el Uso de los Colegios y Universidades de la República (1850b).14 El Compendio proviene de las Memorias en virtud de un acto de reducción, y es esa operación la que da lugar al género de la historia patria propiamente dicha; es decir, a la escritura histórica como pedagogía. Las Memorias

13 José Antonio de Plaza Racines nació en Honda en 1807 y murió en Bo-gotá en 1854. A los cinco años vino a Bogotá con sus padres, adelantó estudios básicos con el franciscano fray Francisco Javier Medina y se matriculó en 1820 en el Colegio del Rosario, donde estudió con Miguel Tobar, Ignacio Herrera y José María Botero. Se graduó de doctor en 1825 y practicó con Alejandro Osorio hasta 1827, cuando fue aprobado como abogado. Colaboró en los periódicos Los Cubiletes, El Constitucional de Cundinamarca, El Constitucional de Antioquia, El Día, entre otros, y en 1847 fundó El Clamor de la Federación. Se hizo cargo de la única edición bogotana del Derecho Español de Álvarez, que publicó en 1835; en 1836 publicó el Almanaque o Guía de Forasteros de Bogotá, primero compuesto en la república desde el de Caldas de 1811; en 1841 publicó un folleto de 27 páginas titulado Mis opiniones; colaboró con Lino de Pombo, a instancias del poder ejecutivo, en la compilación de las leyes republicanas vigentes, que fue publicada en 1845 con el título de Recopilación de las leyes de Nueva Granada (en 1850 Plaza entregó un Apéndice a ese trabajo, en el que recogió la legislación acumulada entre 1845 y 1849, inclusive); en 1849, junto con Cerbeleón Pinzón, presentó a la Biblioteca Nacional un informe de 22 páginas sobre la Colección Pineda, del que se conserva hoy una copia en la Miscelánea 1440 de la Sala de Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango; en 1850 publicó sus Memorias para la Historia de la Nueva Granada desde su Descubrimiento hasta el 20 de Julio de 1810 en la Imprenta de El Neogranadino, y en esas mismas prensas y año una versión simplificada titulada Compendio de la Historia de Nueva Granada desde su Descubrimiento hasta el 17 de Noviembre de 1831, para el Uso de los Colegios y Universidades de la República. Ese mismo año pu-blicó en la Imprenta de El Neogranadino una novela en 120 páginas con el título El Oidor: romance del siglo XVI. En 1851 publicó en la Imprenta de Morales unas Lecciones de Estadística destinadas a las clases del Colegio Nacional de Bogotá. Tradujo luego la Historia de los Montañeses, del fran-cés Alphonse Esquiros (1812-1876), que fue publicada póstumamente en 1855 en la Imprenta de Echeverría. Sobre Plaza ver también los artículos de Pedro María Ibáñez (1887 y 1909).

14 Libro de 136 páginas, veinte capítulos numerados en romanos y dividi-dos en numerables arábigos de cantidad variable, con cuestionarios de series de preguntas puntuales al final de cada capítulo y en la misma cantidad de los numerales de que se compone el capítulo.

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y el Compendio de Plaza fueron libros baratos, a juzgar por el hecho de que todavía se encuentran ejemplares que en lugar de pastas llevan hojas de papel amarillo y delgado que reproducen el contenido de la portada.15 Así explica su obra el autor del Compendio:

Notable ha sido la falta de un libro elemental sobre la historia de la Nueva Granada, i de aquí ha nacido ese culpable descuido de no formar parte de los ramos de enseñanza nacional, ni privada, el importantísimo estudio de la historia de nuestra patria, cuando en Europa i en todos los países cultos se inculca la pro-pia en el espíritu de la juventud desde que se recibe la instrucción primaria hasta las últimas lecciones de las ciencias que cierran el periodo escolar. (Plaza 1850b, Introducción).16

Plaza contrapone el “conócete a ti mismo” socrático con el “estudia la historia de tu patria”. No dice “historia patria”, sino “la historia de tu patria”. Esto sugiere que la expresión aún no existe, que, en nuestro medio, él la está acuñando. Es importante anotar que Juan Fernán-dez de Sotomayor no la utiliza en su obra de 1814, que titula con la palabra catecismo. Otra generación más tarde, con José María Quijano Otero y José Joaquín Bor-da, la expresión historia patria, con elisión del genitivo y el artículo, será inteligible y de uso corriente. Para que la historia deje de ser historia y se convierta en historia patria, es decir, en un género especializado para la peda-gogía, es necesario que se elimine de ella el partidismo político. De historias o memorias republicanas como la de José Manuel Restrepo o las Memorias Histórico Po-líticas de Joaquín Posada Gutiérrez (1865 y 1881)17 se esperan argumentos políticos, justificaciones encontra-das de facciones republicanas. Son partes estructura-les de la obra de Restrepo un alegato contra Antonio Nariño, que cubre toda la primera parte, y una adhe-sión bolivariana, que informa las tres partes. En Posada Gutiérrez, el bolivarismo que trasunta de principio a fin se define contra el santanderismo, del que se dice que fue pernicioso tanto en vida de Santander como luego de su muerte. Todo esto debe estar sistemáticamente excluido de las historias patrias. Plaza lo explica así: “En el [Compendio] no se encuentra sino la mera narración de los hechos, como debe ser, dejando al criterio de los profesores, i al adelantamiento de la juventud, el verifi-

15 Ejemplar 986.002 P51c del Compendio, conservado en la sala de Li-bros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango.

16 Páginas tercera y cuarta del prólogo, sin numeración.17 La obra cubre la disolución de Colombia desde 1826 y avanza hasta la

constitución de 1853.

car las apreciaciones políticas o religiosas que emanen de ellos.” (Plaza 1850b).18

Ésta es la retórica propia de un manual de historia, de una historia patria. Lo que esto significa, es la voluntad de po-ner la historia al servicio de la educación, no de la inter-pretación ni del debate de la república, que es el problema de los historiadores y memorialistas republicanos. Nada de explicaciones del mundo, sino instrumento pragmático de un oficio: la educación patriótica de niños y jóvenes. Sin embargo, el Compendio de Plaza es inaprensible para la mente, sea de un niño o de un adulto. Su estructura se lo-gra con la sucesión acelerada, bien escrita pero atropellada de una multitud de hechos puntuales en cascada. Plaza da crédito a demasiados personajes y rinde tributo a demasia-dos hechos. Su afán todavía es la exhaustividad y su pro-pósito la fluidez dentro de la exhaustividad. El resultado es pedagógicamente ineficaz. El numeral 7 del capítulo XIX y su pregunta correspondiente lo ilustran muy bien:

7. A principios de 1818 fue nombrado de Virrey el san-guinario Sámano. Las hostilidades en Casanare con-tinuaban, y el jefe patriota Nonato Pérez derrotó en febrero a los españoles en el sitio de la Fundación de Upía, y quedó otra vez libre esa provincia de la planta española, pues el coronel Tolrá también tuvo que replegarse con su fuerza. Morillo nombró de general en jefe de las tropas de la capital al brigadier Barreiro, quien organizó una respetable división de más de 400 hombres. La expedición que formó Mac-Gregor en Inglaterra para auxiliar a los independientes, ocupó a Portobelo, pero en abril de 1819 fue derrotado comple-tamente por el Mariscal de Campo, Hore, salvándose el jefe inglés. El general Francisco P. Santander fue nombrado por Bolívar, a fines de 1818, para organizar en Casanare un ejército de operaciones, i en los prime-ros meses de 1819 ya tenía una fuerza de 2000 hom-bres. Barreiro, a la frente de 2300 soldados, marchó el 5 de abril a la provincia de Casanare, i entró en Pore, teniendo que replegarse otra vez a la cordillera, con pér-dida de más de 300 hombres, por la falta de recursos, i sufriendo las hostilidades de los republicanos. Las guerrillas se multiplicaban en las provincias de Tunja, Pamplona i Neiva. (Plaza 1850b, 130).

Aparte del exceso de comas y de gerundios –males per-sistentes aun hoy en nuestra gramática escolar– no hay mayor racionalidad pedagógica en el Compendio de Pla-za. Comete el error que hemos cometido todos los profe-sores nuevos: pensar que debemos decirlo todo, en lugar

18 Página segunda de la introducción, sin numeración.

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de encontrar caminos luminosos hacia el deseo de los es-tudiantes. La serie de preguntas que formula Plaza en el cuestionario al final del capítulo no podía estar planteada en otro tono, esta vez acompasado por punto y coma:

7. ¿Cuándo fue nombrado Sámano Virrey; qué hosti-lidades pasaban en Casanare; quién fue nombrado de jeneral en jefe del ejército del interior; cuál fue la expe-dición de Mac-Gregor i sus resultados; qué nombra-miento obtuvo el jeneral Santander; i cuáles fueron las primeras operaciones de Barreiro? (Plaza 1850b, 133).

En cuanto a la sostenida ideología liberal del historiador Plaza, ella puede estudiarse con mayor provecho en sus Memorias, dirigidas a adultos, y el tema no corresponde a este artículo. Con todo, no sobra anotar, para poner esta hipótesis en perspectiva, que en su Compendio, Plaza sus-cribe la explicación bíblica del poblamiento del mundo cuando relaciona a los primeros pobladores americanos con la descendencia de Cam, segundo hijo de Noé, que inmediatamente contrapone con un interesante análisis (para su tiempo) de las rutas de poblamiento por Kam-chatka y las islas del Pacífico (Plaza 1850b).19 Es bastante significativa también su advocación a la máxima socrática “conócete a ti mismo”, y la ausencia total de lenguaje o jus-tificaciones religiosos, gestos propios de un liberal del Me-dio Siglo, hombre cercano al presidente José Hilario López y autor de una obra “adoptada como testo de enseñanza por la Dirección jeneral de instrucción pública” en 1850, como lo recuerda su subtítulo. Sin embargo, la naturaleza misma del Compendio hace secundario este análisis, pues a todas luces Plaza pensó que unas cosas debían decirse a los niños y otras a los adultos. Lo interesante es aquello que dice esta discriminación sobre el deslinde intelectual que se operó a lo largo del siglo XIX entre historias republi-canas e historias patrias, estas últimas destinadas a niños y jóvenes ciudadanos.

En 1874, José María Quijano Otero20 publicó la prime-ra parte de su Compendio de historia patria para el uso de las escuelas primarias. Esta edición contiene las dos

19 Cf. primeros diez numerales del capítulo II.20 José María Quijano Otero nació en Bogotá en 1836 y murió en la

misma ciudad en 1883. Estudió en el Colegio del Espíritu Santo, de propiedad del educador y protegido de Santander, Lorenzo Ma-ría Lleras, y luego estudió medicina en la Universidad Nacional, carrera de la que se graduó en 1853, a los diecisiete años, y que al parecer nunca ejerció. Ocupó diversos cargos en representación del Estado Soberano de Cundinamarca y fue Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos de Colombia en Costa Rica. Ejerció como bibliotecario nacional entre 1868 y 1873, y con la información a su disposición escribió Límites entre la República de Colombia y el Imperio del Brasil, que fue publicado en 1869.

primeras partes del plan general del autor, dedicadas a la conquista y a la colonia. La edición definitiva es de 1883, cuando Quijano agregó las secciones sobre la independencia y la república. “Consagrado desde hace quince años al estudio de la Historia patria” en la Uni-versidad Nacional, Quijano decidió recoger los frutos de sus esfuerzos, que explica de esta manera: “No es esta obra donde puedan intercalarse documentos re-cientemente hallados […] dar cuenta de sucesos ocu-rridos en la época colonial de que no se había tenido conocimiento […] o maravillosos episodios de la guerra magna que mis predecesores han omitido.” (Quijano 1883, III). Y agrega: “[…] he corrido el riesgo, que acaso no he sabido evitar, de no exhibir bajo todas sus faces el escenario en que los sucesos se cumplían, para apreciar con pleno conocimiento de causa los acontecimientos mismos y los personajes que en ellos figuraron. Toca a los maestros llenar los vacíos que yo he tenido que dejar so pena de escribir una obra demasiado extensa.” (Quijano 1883, IV).

Esto significa que Quijano Otero despoja a “aconteci-mientos” y a “personajes” de su contextualización his-tórica. Argumenta que de esta manera podrá recoger lo fundamental, que es el inventario de los aconteci-mientos y los personajes memorables. Quijano insiste en que “a los niños se debe enseñar lo principal y ne-cesario, dejando para más tarde lo accesorio”, y toca en el meollo de la cuestión cuando escribe autobio-gráficamente sobre su esclarecimiento político en el agitado año de 1854:

Desde aquella época tuve uso de razón política, y por lo mismo en esos años mi libro es más bien compen-dio de cronología que de historia, pues he creído que no hay derecho para influir en manera alguna sobre el ánimo de los niños, antes de que ellos hayan for-mado su criterio con la apreciación de sucesos que pudiesen ser parte para inclinarlos a esta o a aquella opinión política (Quijano 1883, IV).

Desde 1859 fue profesor de la Cátedra de Historia en la Universidad Nacional, lo que lo motivó a escribir su Compendio de historia patria, publicado incompleto en 1874 y en versión definitiva en 1883. Colabo-ró en los periódicos El Derecho, La República, El Eco Literario, El Bien Público, La Tarde, La Pluma y La América. Luego de su misión diplo-mática en Costa Rica, en 1880 viajó a España, donde asistió al Con-greso de Americanistas de 1881 en Madrid; fue nombrado miembro de la Real Academia de la Historia de esa ciudad y viajó a Sevilla, donde consultó los fondos del Archivo de Indias. Esto le sirvió para ampliar su trabajo sobre límites y publicar ese año su libro Límites generales de los Estados Unidos de Colombia. Ver: artículo obituario firmado por Manuel Briceño (1883).

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Así, pues, no cabe moldear desde la infancia liberales ni conservadores, mosqueristas ni lopistas, antimelistas ni ultramontanos, antes de la edad de la razón política. Lo que sí debe hacerse desde entonces es formar patriotas. La razón puede leerse en la dedicatoria “a los niños”:

Sí, a vosotros niños, que habréis de aprovechar la independencia que nos legaron nuestros padres, y como necesario complemento de ella la Ilustración que os da la República redimida y próspera. A voso-tros que, conociendo el origen de las desgracias de la Nación, aprenderéis a evitar los escollos en el prove-nir. A vosotros que, libres e ilustrados, sabréis venerar a los que pagaron con su sangre nuestro rescate para legarnos Patria; y, como ellos, aprenderéis a amarla, sabréis servirla y, llegado el caso, sabréis morir por ella. A vosotros, niños de mi Patria. José María Qui-jano Otero. (Quijano 1883, V).

Es clara la advocación religiosa, que se manifiesta en las expresiones “República redimida”, “venerar a los que pagaron con su sangre nuestro rescate”, y advo-caciones sobre saber morir por la patria. Sesenta años después de Fernández de Sotomayor, se mantiene la vocación catequística de la historia patria, y 25 des-pués de Plaza se han eliminado su estilo liberal y sus máximas socráticas, que se han reemplazado por el lenguaje de la religión católica. Inculcar una devoción suficiente por la patria para, llegado el caso, dar la vida por ella –objetivo explícito de Quijano– se logra mejor si se presentan versiones depuradas de acontecimien-tos y personajes que si se explican. Bermúdez con-quistó la Guyana, no masacró a los capuchinos de las misiones del Caroní; García de Toledo lideró la heroi-ca resistencia de Cartagena, no pidió perdón al rey en términos denigrantes; Bolívar sufrió la mortificación de la disolución de Colombia, no se declaró dictador en 1828; Santander es el hombre de las leyes, no reo septembrino; la revolución es gloriosa y singular, no errática ni plural. Sin embargo, Quijano aún no logra despojarse por completo de su afán analítico y tam-poco logra despojarse de largas explicaciones devotas. La suya todavía es una historia excesiva, voluminosa, arriesgadamente explicativa. Tanto que sólo pudo com-pletarla luego de dos enviones: en la primera edición, de 1874, llenó un volumen de 264 páginas y sólo pudo incluir dos partes, Conquista y Colonia, desde los an-tecedentes del descubrimiento hasta las causas de la independencia. Precisó de otros nueve años de trabajo para producir su obra completa: un volumen pesado de 447 páginas y 54 lecciones, en el que pudo agregar las dos partes faltantes: Independencia, con quince lec-

ciones, y República, con trece. La obra termina con la convención de Rionegro de 1863.21

Por su parte, José Joaquín Borda22 publicó su Historia de Colombia contada a los niños en 1872, y de ella ya salía en 1897, con título diferente, una sexta edición.23 Anterior a la obra de Quijano, la de Borda fue la que persistió en las escuelas de la república. No se hicieron reediciones de la obra de Quijano luego de su versión completa de 1883. Con la de Borda se hizo, en prome-dio, una cada cuatro años. En el Compendio de Historia Patria de Borda se ha alcanzado el logro de la maes-tría en el género. La ilación entre acontecimientos, por no hablar de causas y consecuencias o sentido, ha sido obliterada. La brevedad es reina: acomoda hechos de la historia desde las audiencias otorgadas por Isabel a Colón en La Rábida hasta la presidencia de Colombia de Rafael Núñez, todo en 295 páginas y 33 capítulos, numerados en romanos. Los capítulos están divididos en cápsulas muy bien escritas que no vienen numeradas sino subtituladas en negrilla y mayúsculas. Los capítu-los terminan con cuestionarios discretos, no con largas series de preguntas inconexas y puramente factuales, como en Plaza; en Borda son preguntas intrigantes, del tipo ¿qué le hizo a Sámano la señora Tenorio? Y lo más importante de todo, las cláusulas subtituladas están muy bien redactadas, con la sintaxis de las máximas y las fábulas, en las que son evidentes el trabajo de edi-ción y el afán por lograr unidades cerradas, preparadas

21 Ésta es la descripción bibliográfica de la primera edición: José María Quijano Otero (1874), 264 páginas, 27 lecciones numeradas en ro-manos, 365 numerales o discursos (número de días del año); dividida en dos partes: La Conquista (lecciones I-XV) y La Colonia (lecciones XVI-XXVII); cubre desde los antecedentes del descubrimiento has-ta las causas de la independencia. La segunda edición lleva el título Estados Unidos de Colombia – Compendio de Historia Patria, segunda edición, revisada y corregida por el autor, y sus datos bibliográficos son éstos: Bogotá, Imprenta de Medardo Rivas, 1883, 447 páginas, 54 lec-ciones, con dos nuevas partes: La Independencia (lecciones XXVIII-XLII) y La República (lecciones XLIII-LIV); se cierra con los hechos de la Convención de Rionegro de 1863.

22 José Joaquín Borda nació en 1835 en Boyacá y murió en Bogotá en 1878. Estudió en el Colegio de San Bartolomé y en el Seminario Arquidioce-sano, sin haberse ordenado nunca como sacerdote. Fue diputado en las asambleas de los estados de Cundinamarca y Boyacá y representante en la Cámara baja de los Estados Unidos de Colombia. Fue educador en el Colegio Nacional de San Vicente del Guayas, en Guayaquil, y en cole-gios privados de Bogotá. Colaboró en los periódicos El Hogar, El Iris, La Revista de Bogotá, El Eco Literario, El Álbum y La Revista Literaria, entre otros. Fue editor de varios volúmenes colectivos de poesías y cuadros de costumbres, entre ellos El Aguinaldo Religioso, Poesías Cubanas, Cuadros de Costumbres y descripciones locales de Colombia y La Lira Colombia-na, esta última junto con José María Vergara y Vergara. También publicó poesías propias, una traducción de Las Confidencias de Lamartine, una Historia de la Compañía de Jesús en la Nueva Granada, su Historia de Colombia contada a los niños y unas Lecciones de Literatura.

23 Ver Borda (1897).

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para causar una impresión de lectura, que llaman a la relectura e incitan a su citación o aprendizaje de memo-ria. Cláusulas como ésta:

LAS SEÑORAS ANTE MORILLO. – El día del santo del Rey, que en las monarquías es de regocijo y de concesión de gracias, las principales damas de Bogotá se presentaron en palacio, implorando la liber-tad de sus padres y esposos. El miserable pacificador las recibió con la falta de cultura que le era peculiar, y con las voces más descomedidas les mandó que se retirasen (Borda 1897, 188).

El título mismo es sofisticado e impactante. Luego viene una aliteración: “el día del santo del Rey”. Sigue una conclusión novedosa y general para un niño: ese día es de regocijo y concesión de gracias en las monar-quías; es decir, en todas las monarquías, lo que cons-tituye una afirmación que vale la pena aprender (una enseñanza útil, del tipo “los mamíferos son los animales que tienen pelo”). “Las principales damas de Bogotá se presentaron en palacio” es una evocación que libera la imaginación: ¿cómo sería ese palacio? Un niño podría figurárselo con torres, otro con siete puertas. Las se-ñoras imploraban “la libertad de sus padres y esposos”, pero “el miserable pacificador” las recibió con malos modales y las mandó al diablo. Ésta es una conclusión taxativa, unívoca, radical: el español de mal carácter –forma eficaz de construir un prejuicio– se opuso a la libertad, lo que resulta inapelable, puesto que son se-ñoras inocentes quienes la reclaman para sus amados. En la introducción a su Compendio de 1850, José An-tonio de Plaza anunciaba “el método de enseñanza más positivo para inculcar a la juventud los conocimientos que se desee transmitirle, sin causarle el hastío i largo aprendizaje de voluminosos textos”. A fines del siglo, José Joaquín Borda ha logrado la maestría en el género con un abanico de cláusulas perfectas.

Los autores de historias patrias siembran cláusulas en mentes infantiles.24 Para que la siembra sea fructífera, la semilla debe ser perfecta: pepas pulidas como las de Borda, sin imperfecciones, sin aberturas que den lugar a la ilación, ni a conclusiones ulteriores, sino a reaccio-nes mentales unívocas. Son semillas que se fijan en el

24 Cabe anotar aquí que no discuto el problema de la educación de los ni-ños, sino del uso de la noción de patria en la esfera pública colombiana. Hasta aquí he demostrado que en 1872 José Joaquín Borda alcanzó la maestría en el género de la educación histórica de los niños tal y como fue concebible en el siglo XIX. Cabría buscar la propuesta de alternati-vas contemporáneas (de hoy) en un artículo sobre pedagogía histórica, pero no en éste.

fondo de las mentes de los niños, donde se conservan. Años después germinarán en las mentes de los adul-tos, que no podrán decir dónde las obtuvieron, pues no recuerdan sus lecciones en catecismos ni compendios. Escritas en lenguaje de alto nivel, que no es de niños, esas cláusulas resultan comprensibles para los adultos cuando resurgen en sus mentes. Y cuando lo hacen, ellas conforman, copan el lenguaje para referirse a la re-pública. Son esas glosas las que asisten al adulto cuando debe ejercer como ciudadano. Pero unidades selladas, que no dan lugar al análisis, ni a las correlaciones, sino a reacciones morales previstas.

La patria es, ciertamente, cosa de niños. Cuando los adul-tos la predican, mienten. Patriótica en forma y contenido era la frase impresa a sello en unos volantes que circularon en Medellín en los años de 1989 y 1990: “Preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en los Estados Unidos.” La solicitud de la intercesión divina que hacía Álvaro Uri-be Vélez el día de su primera asunción presidencial tam-bién es patriótica en esencia: “El amor por esta patria sea la llama a través de la cual Nuestro Señor y la Santísima Virgen me iluminen para acertar”, dijo Uribe el 7 de agosto de 2002.25 El lenguaje de niños en boca de adultos produ-ce monstruos, y en las repúblicas, mentiras.

la nación y el leNguaJe místico del futuro

Intentemos llegar a una precisión en estas cuestiones difí-ciles, en las que la menor confusión sobre el sentido de las palabras al origen del razonamiento puede producir al cabo de él los más funestos errores (Renan 1883).26

25 El lector habrá detectado en este punto una clara posición política e in-cluso podrá sentir el sesgo de un fuerte antiuribismo. No sobra sostener que una posición política no es un sesgo, sino lo dicho, una posición política. A los historiadores y científicos sociales hoy no se les pide neu-tralidad política, por dos razones: primero, porque sería una ingenuidad epistemológica; segundo, porque la historia y las ciencias sociales son hoy, necesariamente, debates de asuntos sociales y, por ende, políticos. Eso sí, debates documentados y sustentados. En las páginas anteriores se ha hecho una contribución documentada sobre la historia de la no-ción de patria en la educación histórica en Colombia desde 1814. Se ha demostrado que la tendencia ha sido la de alimentar el patriotismo de los niños con versiones cada vez más simplificadas y eficaces de la histo-ria de la república. Por último, cualquier ciudadano en los años recien-tes habrá podido constatar la incidencia de un lenguaje patriotero más bien vulgar en el gobierno reelegido. La correlación entre simplificación mistificadora y el lenguaje del gobierno reelegido ha sido, pues, suficien-temente establecida. Lo que no ha sido establecido en este artículo es la relación de complicidad entre los extraditables de 1990 y Álvaro Uribe Vélez, sugerida en el último párrafo de la sección. Para esto he preferido la yuxtaposición, puesto que es a las cortes a las que compete establecer judicialmente esos vínculos de complicidad.

26 En el preámbulo de su conferencia dictada en La Sorbona el 11 de marzo de 1882 y publicada el año siguiente, 1883, en el boletín de la

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problemas de defiNicióN y eN el uso de la palabra nación

El concepto de nación ha dado lugar a múltiples ambi-güedades, y por lo tanto ha originado múltiples divisorias de aguas entre quienes recurren a él. En las discusiones de la década de 1980 –cuando la palabra fue objeto de gran atención en Europa a raíz de las guerras en la anti-gua Yugoslavia– se configuró la última de esas divisorias, y que rige la utilización moderna del concepto. En su lectura crítica del uso que se le dio a la palabra en el siglo XIX y primera mitad del XX, los nuevos investiga-dores (Benedict Anderson, Ernest Gellner, Eric Hobs-bawm, Anthony Smith, y otros) postularon que la nación no es un ente natural sino una construcción humana, cultural. Desde entonces, se reconocen primordialistas y modernistas en el uso del concepto.27 Sobra anotar que la inabarcable producción de los últimos treinta años sobre la nación o alguna nación en particular es exclu-sivamente modernista, pues no se publican ya obras de quienes siguen creyendo que sus patrias y naciones son creaciones divinas ni del espíritu absoluto.28

El mexicano Tomás Pérez Viejo ha llamado reciente-mente la atención sobre una divisoria más, operada en el seno de los modernistas. Ella ocurre según el énfasis que se preste al aspecto cultural o al político en la definición de naciones (Pérez 2003, 279-281). Según los primeros, existen naciones culturales, que son horizontes lingüís-ticos, religiosos, o ambas cosas, que no necesariamente cuentan con un orden político. Los Kurdos son un buen ejemplo. Es lo que Eric Hobsbawm (1990) ha llamado “protonacionalismos”.29 Para otros, la nación sólo se de-fine cuando logra un ordenamiento político, sea porque madura en ella un estado (el muy comentado Estado-Nación, del que son ejemplos paradigmáticos los países de Europa occidental, en lenta maduración desde las invasiones bárbaras del siglo V d. C.) o porque un grupo

Association scientifique de France. 27 Una discusión bien elaborada sobre esta divisoria puede hallarse en el

modernista mexicano Tomás Pérez Viejo (2003). 28 En este punto es posible una confusión. Entre los estudiosos de la

nación, no se definen los modernistas como los que siguen el argumen-to de Ernest Gellner, en el sentido de que sólo en las sociedades in-dustriales puede ocurrir el nacionalismo. La categoría se destina para denotar a aquellos que no piensan que las naciones son construcciones naturales; es decir, para aquellos que no suscriben nociones vitalis-tas ni románticas (historicistas) de la evolución histórica. Es en este sentido que puede decirse que en las ciencias sociales modernas –y desde la mencionada conferencia de Ernest Renan de 1882– todos los estudiosos de la noción de nación son modernistas, y no primordialistas.

29 Allí, Hobsbawm ilustra sus ideas con ejemplos que van desde Afganis-tán hasta Yugoslavia y sus menores provincias y etnias. Para el segui-miento cabal de estos ejemplos es recomendable el uso de una gruesa enciclopedia universal y de un buen atlas político.

nacional sometido a un estado ajeno logre su emanci-pación y cree su propio estado (como los checos, luego de su retardada secesión del Imperio austrohúngaro). Quienes prefieren definir naciones políticas frecuente-mente invocan el “principio de congruencia”, definido con precisión aparentemente matemática por Ernest Gellner: “El nacionalismo es primordialmente un prin-cipio político según el cual la unidad política y la unidad nacional deben ser congruentes” (Gellner 1983, 1).30

Entre los modernistas (o modernos) se ha abierto otra divisoria que resulta más interesante hoy, y que se pres-ta menos a debates escolásticos del tipo: ¿conforman los palestinos una nación? Me refiero al hecho de que Nación es tanto un sentimiento compartido por miem-bros desconocidos de una sociedad extensa, así como la existencia objetiva de vínculos sociales entre ellos. Estas dos acepciones han dado lugar a una aproxima-ción subjetivista y otra objetivista del problema.31 Esto es, a una mayoría que estudia discursos y a una mino-ría que estudia infraestructura. Los primeros son por lo general estudiosos de la cultura –frecuentemente desde la literatura y desde la historia cultural–, y entre ellos el concepto de nación es, usualmente, principio y término de sus trabajos. Entre ellos se han decantado algunos lugares comunes que se utilizan de manera más

30 El principio de congruencia de Gellner podría sugerir en un lector des-prevenido (o en un glosador al paso) la claridad de un teorema geomé-trico, pero no hay que engañarse. El análisis en su libro no se resuelve con el principio de congruencia, sino en su afirmación de que el nacio-nalismo es una forma específica de identificación entre los miembros de ciertos grupos humanos, entre muchas otras posibles (la lealtad a la horda, el patriotismo en sociedades premodernas). La especificidad del nacionalismo es que ocurre en sociedades industriales que reúnen grupos muy numerosos de extraños, contados en millones.

31 La bibliografía sobre el tema es sumamente extensa, y frecuentemente repetitiva. Quiero resaltar tres trabajos radicalmente originales, escri-tos con tono firme y seguro y que pueden insuflar aire fresco entre quienes quieran persistir en usar la palabra. En uno de ellos se adopta el enfoque objetivista y en los otros dos el subjetivista. Me refiero a Na-tions and Nationalism, del weberiano Ernest Gellner (1983). A Gellner le sucede lo que a Weber, quien termina siendo mucho más elocuente y original sobre la ética protestante que sobre el espíritu del capitalismo. En Nations and Nationalism se dice mucho más sobre modernización que sobre nacionalismo, lo que, por cierto, da bastante fuerza a su llamado para prestar atención a ferrocarriles, flotas mercantes y el im-perio de la ley, y no sólo a novelas, himnos y fiestas patrias en el estudio del nacionalismo. Las dos obras subjetivistas que quiero resaltar, más cercanas a nosotros, son En el camino hacia la nación – Nacionalidad en el proceso de formación del Estado y de la Nación en la Nueva Grana-da, 1750-1856 de Hans Joachim König (1994), con un excelente pano-rama de la cuestión dibujado en su introducción; y la conferencia del poeta y político panameño Guillermo Sánchez Borbón, comentario sin título en el Foro 91/2 –Visión de la Nacionalidad Panameña– Simposio celebrado el 6 de julio de 1991 en la Ciudad de Panamá por el Instituto Latinoamericano de Estudios Avanzados; las actas de este foro fueron publicadas por el ILDEA con el título arriba en negrilla, y en ellas las palabras de Sánchez ocupan las páginas 67-75.

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o menos protocolaria, tales como “construcción de na-ción” o “comunidad imaginada”. Entre quienes estudian infraestructuras nacionales –economistas, ingenieros e historiadores algo más materialistas– es común omitir el uso de la palabra nación, y, por lo tanto, sus contri-buciones usualmente no se presentan en términos de “construcción de nación”.32

Lo anterior da lugar a una divisoria de aguas que es más general que las de primordialistas y modernistas, políti-cos y culturales, subjetivistas y objetivistas, y que me gus-taría proponer como una disyuntiva para académicos. Ante el concepto de nación y su uso y abuso, pueden definirse dos actitudes: la de los abonados y la de los escépticos. Aquellos que construyen libros y artículos con él, y aquellos que lo evitan. Para ponerlo en tér-minos familiares a los abonados, y en palabras de Eric Hobsbawm: por un lado, aquellos que efectivamente piensan que luego de un desastre nuclear en la Tierra, un historiador intergaláctico no podría comprender los últimos doscientos años de su historia si no compren-diera el concepto de nación. Por otro lado, aquellos que están firmemente convencidos de que tal concepto lo confundiría tanto como confunde a los terrícolas.

En lo que queda de esta sección me limito a discutir con los científicos sociales colombianos sobre la pertinencia y la utilidad del concepto de nación hoy en Colombia. La palabra nación se refiere a aquello que une a los miem-bros de un horizonte político con más fuerza que lo que los desune a causa de diferencias de ingreso, clase, raza, religión o intereses políticos divergentes. En Colombia hoy no ocurren ni el sentimiento ni los vínculos sociales nacionales en medida comparable a los sentimientos, las desigualdades y las tensiones que nos desunen. En con-secuencia, aún no estamos dispuestos a adoptar los sím-bolos de una solidaridad de la que no disfrutamos. Sobre la deseable medición de las fuerzas centrípetas y centrí-fugas en la sociedad republicana colombiana, por ahora no puedo hacer más que un simple llamado de atención. En lugar de concentrarme en ello, argumentaré sobre las limitaciones del concepto de nación en el análisis social contemporáneo colombiano y en nuestras discusiones re-

32 Un buen ejemplo en esta línea es el libro, hoy en proceso de edición, que encargó el Comité Colombiano de Interconexión Eléctrica, CO-CIER (capítulo colombiano del CIER, Comité Internacional de Inter-conexión Eléctrica, con sede en Montevideo), al historiador Roberto Luis Jaramillo, en el que, con el título COCIER 40 Años, se hace un balance de las asociaciones estratégicas que están a punto de permi-tir la total interconexión eléctrica latinoamericana, de manera tal que los veranos brasileños ya no causen crisis energéticas como la del año 2001, y que el fenómeno de la Niña no arreste las proyecciones de crecimiento peruanas o colombianas.

publicanas. Me concentro en el lenguaje académico, el de la historia y los de las ciencias sociales.33

Nación es una de esas palabras con prestigio académico trasatlántico, como discurso, deconstrucción o relaciones de poder. Frecuentemente, su uso no pasa de ser un ges-to académico local, como cuando se invocan las ideas de Hobsbawm, Gellner o Anthony Smith con el argumento de que “son muy importantes”. Existen excelentes argu-mentos sobre qué es la nación, desde Renan hasta Gellner, pero entre nosotros es más frecuente que se les invoque a que se les emule. En algunas ocasiones, y esto es más de lamentar, se recurre a la palabra nación cuando se está realmente discutiendo la república, y el resultado es anular la claridad y la eficacia de argumentos bien documentados. Es esto lo que me propongo discutir a propósito de los li-bros de Alfonso Múnera y Eduardo Posada Carbó. Antes, sin embargo, es necesario parar mientes en las discusiones generales más recientes sobre el uso de la palabra nación en la historia de Colombia y de América Latina.

(Una anotación viene al caso en este punto. El hecho de que hable aquí en la sentimental primera persona del plural y que hable de “nuestra sociedad” puede sugerir una contradicción. En parte sí. No es del todo en vano que la sociedad de conquista sea hoy una vieja de qui-nientos años, y que su hija la república acabe de soplar sus primeras doscientas velas.)

la palabra NacióN eN la época de “deslizamieNtos coNceptuales” (1808-1830)En el Diccionario político y social del mundo iberoame-ricano la discusión de la palabra nación está a cargo del argentino Fabio Wasserman, quien anuncia de en-

33 El lector puede objetar en este punto que muchos órdenes políticos que han sido nominados como naciones se han caracterizado por sus enormes tensiones internas y desigualdades. Se me ocurre el ejemplo de la India. Éste es un problema de petitio principii; es decir, un problema de defini-ción. Se comprende que, según esta definición en la que se privilegia la in-clusión, no serán consideradas como naciones aquellas en donde imperen la desigualdad y la exclusión. Ésos serán países, monarquías, imperios o repúblicas, pero no naciones. Estoy de acuerdo en que el requisito de in-clusión es discutible para definir una nación, pero la forma de discutir esta contribución a la definición de nación no es argumentando la “existencia de naciones excluyentes”. Aquí radica justamente el problema principal con el uso de la ambigua, vaga y eternamente debatible palabra nación: aboca inevitablemente a largos debates de definición. Esto puede llegar a significar que un artículo promisorio sobre, por ejemplo, la exclusión jurí-dica de la población negra en Estados Unidos hasta la década de 1960 sea interrumpido por un debate escolástico sobre si Estados Unidos fue o no una nación durante la vigencia de las leyes Jim Crow. Estados Unidos era algo (un país, una república federal, un lugar) en donde ocurrió la exclu-sión de facto y de jure de las personas de raza negra. Eso es lo que interesa, no la definición categórica.

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trada que se concentrará en “indagar las concepciones de nación que tenían los actores históricos” (Wasser-man 2009, 852). Es decir, anuncia que no discute las condiciones objetivas, sociales, de infraestructura y gobierno que permiten definir naciones en América Latina. Su interés –determinado seguramente por los lineamientos del Diccionario– es discutir el concep-to según fue utilizado entre 1750 y 1850, que es su período de especialidad como historiador. Wasserman se concentra en las acepciones políticas de la palabra nación que él documenta en el proceso de las revo-luciones iberoamericanas, desde la época de las lla-madas Reformas Borbónicas hasta la de las Reformas Liberales del medio siglo XIX. No discute, entonces, las acepciones posteriores (cabría decir que contem-poráneas y posteriores a la bien conocida conferencia del francés Ernest Renan [1883]), cuando al referente político de la palabra se han sumado sentidos cultu-rales, lingüísticos y étnicos. Mucho menos se refiere Wasserman a las acepciones contemporáneas de la pa-labra, tal y como ella se utiliza hoy en el lenguaje de las ciencias sociales. Al final de su artículo, señala que “las innovaciones que tendían a fundir el sentido ét-nico y el político de nación solo terminarían cuajando y mostrando toda su potencialidad décadas más tar-de, una vez consolidados los Estados nacionales que buscaron fundarse y legitimarse en el principio de las nacionalidades” (se refiere al principio de congruencia de Gellner) (Wasserman 2009, 869) Así, pues, las su-gerencias de Wasserman son pertinentes para discutir el sentido en que utilizaron la palabra nación escritores y políticos iberoamericanos en la transición del siste-ma imperial español al republicano que surgió de las revoluciones y guerras de independencia.

En su análisis de la evolución de la palabra nación en es-pañol, Wasserman anota algunos puntos fundamentales que son bien conocidos entre los estudiosos del período 1750-1850 en la historia iberoamericana. El primero de ellos es que al despuntar las revoluciones ibéricas, la palabra era mayoritariamente utilizada para hacer re-ferencia al conjunto de los pueblos de habla española que reconocían la soberanía de Carlos IV, como habían reconocido la de su padre, tío y abuelo, y la de los reyes de la Casa de Austria.34 Así, pues, la “nación española” era el conjunto de las naciones y pueblos gobernados por el sistema imperial español. El éxito de la expresión

34 En rigor, no cabe hablar de Borbones ni de Austrias “españoles”, pues quien primero se dio el título de “Rey de España” fue el francés José Bona-parte. Antes de Don Pepe, los reyes lo eran de Castilla, de las otras ocho nacionalidades peninsulares, de Indias, de Filipinas, etcétera.

imperial puede medirse en el hecho de que una verda-dera cascada de criollos entrados en la nueva política luego de 1808 reclamaran, generalmente desde los ca-bildos en que ejercían cargos, el reconocimiento de sus derechos como españoles americanos (de manera signi-ficativa, Wasserman utiliza en este punto el ejemplo de la muy discutida Representación del Cabildo de Santafé, redactada por Camilo Torres y firmada a nombre del Cabildo el 20 de noviembre de 1809, con su conocida frase, “Tan españoles somos como los descendientes de Don Pelayo”).35 Tres años después, en las negociaciones de las cortes en Cádiz, los liberales españoles, cuyo ob-jetivo era la transformación de una monarquía absoluta en una constitucional, le dieron un sentido abiertamen-te político a la palabra: en su proyecto constitucional, la nación figuraría como la depositaria de la soberanía, en lugar del rey.

En estos años críticos y los inmediatamente subsiguien-tes, que Wasserman llama años de “deslizamientos con-ceptuales”, la palabra nación fue la que sirvió, luego del precedente de Cádiz, para operar nuevas transferencias de la soberanía. En casos como el mexicano, la trans-ferencia de la nación española a la nación mexicana re-sultaba plausible desde el comienzo gracias al tamaño y riqueza de este horizonte político, a su gobierno mejor estructurado y a las concepciones entonces en boga so-bre su pasado milenario. En el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, del 22 de oc-tubre de 1814, los diputados de Apatzingán declaraban “reintegrar un sistema de administración a la Nación misma”, y en el artículo 9º del Capítulo II, o De la So-beranía, sostenían que “ninguna nación tiene derecho para impedir a otra el uso libre de su soberanía”.36 El ca-rácter federal de la constitución de 1824 dio aun mayor legitimidad a la nueva nación entre los 19 estados, los cuatro territorios dependientes y el distrito federal, pues en sus siete títulos y 171 artículos se distribuía con me-ticulosidad la soberanía mexicana entre todos ellos. Se evitaba así, temporalmente, la desbandada que habría producido un centralismo precoz.37

35 La Representación del Cabildo de Santafé, capital del Nuevo Reino de Granada a la Suprema Junta Central de España, de Camilo Torres, del 20 de noviembre de 1809, puede consultarse en la compilación de Ma-nuel Antonio Pombo y José Joaquín Guerra, Constituciones de Colom-bia; la primera edición fue hecha en Bogotá, en 1892; en la segunda, de la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, editada por el Minis-terio de Educación (Bogotá, 1951), figura en el volumen 1, pp. 57-80. También puede consultarse en línea, en: http://constitucionweb.blogs-pot.com/2010/04/memorial-de-agravios-camilo-torres-1809.html

36 La Constitución de Apatzingán puede consultarse en línea en el sitio: http://es.wikisource.org/wiki/Constituci%C3%B3n_mexicana_de_1814

37 La Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos de

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No sucedía igual en las provincias del Nuevo Reino de Granada. Los diputados del Socorro y San Gil, las primeras en constituirse como soberanas, no juzgaron plausible el recurso gaditano (transferencia de la sobe-ranía del rey a la nación), y esta palabra no figura ni por asomo en el Acta Constitucional de la Provincia de El Socorro del 15 de agosto de 1810.38 En lugar de ella, los representantes socorranos y sangileños auguran un futuro “Congreso Nacional” (se refieren al que reuniría a todas las provincias del reino); algunas veces se refie-ren al cuerpo político que representan como “gobier-no” (para el que exigen obediencia), y otras veces como provincia (de la que dicen que estará pronta a asistir a sus hermanas); y juran que los pueblos que represen-tan cumplirán y harán cumplir esta acta constitucional (se refieren al Socorro y San Gil, pues Vélez no envió diputados). En su inquieta búsqueda de palabras que los eximan de utilizar la de nación, los diputados acuer-dan en el canon sexto (de los 14 que componen el acta) que “las cuentas del Tesoro Público se imprimirán cada año para que la sociedad vea que las contribuciones se invierten en su provecho”; y en el octavo, que “los re-presentantes del pueblo serán elegidos anualmente por escrutinio a voto de los vecinos útiles”. Así, pues, en Socorro se utilizaron palabras como gobierno, provincia, sociedad, pueblos y pueblo, en lugar de nación, durante el período más intenso de “deslizamientos conceptua-les”, de que habla Wasserman (2009).

El artículo 1º de la primera constitución de Cundina-marca, promulgada el 4 de abril de 1811, se refiere a la “Representación, libre y legítimamente constitui-da por elección y consentimiento del pueblo de esta provincia, que con su libertad ha recuperado, adopta y desea conservar su primitivo y original nombre de Cundinamarca”.39 Más conservadores que los soco-rranos y sangileños –quienes preveían como destinos igualmente posibles de la soberanía la restitución del rey o un próximo congreso general del reino–, los cun-dinamarqueses reservaban su soberanía expresamente al rey restituido, si bien preveían un presidente y dos consejeros que ejercerían el cargo hasta el retorno del rey. En el artículo 15, los diputados se refieren a la so-ciedad política que están constituyendo como “la pro-

1824 puede consultarse en línea en: http://es.wikisource.org/wiki/Constituci%C3%B3n_Federal_de_los_Estados_Unidos_Mexica-nos_(1824)

38 El Acta Constitucional de la Provincia de El Socorro ha sido transcrita y publicada por Armando Martínez Garnica e Inés Quintero Montiel (2007), pp. 144-145.

39 La primera constitución de Cundinamarca, de 1811, puede consultarse en Pombo y Guerra (1951, 123-198).

vincia cundinamarquesa”, y así lo siguen haciendo en lo que queda de la constitución. Es decir, los representan-tes de Cundinamarca utilizaban el sustantivo provincia para referirse genéricamente a Cundinamarca, y el ad-jetivo nacional para caracterizar tímidamente su misma representación y, con mayor seguridad, la que se reuni-ría en un próximo congreso general, al que invitaban a las provincias “que quieran agregarse a esta asociación y están comprendidas entre el mar del Sur y el Océano Atlántico, el río Amazonas y el Istmo de Panamá”.

El sustantivo nación será utilizado en el texto de la cons-titución reformada de 1812, promulgada el 17 de abril y corregida para su impresión el 18 de julio del mismo año.40 En el numeral 30 de la segunda sección introduc-toria, “Deberes del Ciudadano” –consecutiva de la sec-ción sobre derechos–, se prescribe que “todo ciudadano desde la edad de quince años hasta la de cuarenta y cin-co, para gozar de los derechos de tal, deberá inscribirse en la lista militar de la nación”. Sin embargo, ésta no es la palabra más común para referirse sustantivamente a Cundinamarca, sino, alternativamente, las de Esta-do y República. En el primer artículo del título II, “De la forma de Gobierno”, se afirma ahora que “el Estado de Cundinamarca es una República, cuyo gobierno es popular representativo”. Se ve cómo es la declaración republicana lo que abre la posibilidad lógica de referir-se a Cundinamarca como nación, puesto que ya no se reconoce al rey de España como cabeza del ejecutivo y, por lo tanto, se ha logrado la separación definitiva de la nación española. De hecho, a partir de entonces se crea la tensión retórica que demanda para Cundinamarca el título de nación, puesto que ha renunciado a su perte-nencia nacional con España.

No es sorprendente que este tratamiento se dé aún con timidez, pues no es claro cómo el breve territorio que se extiende entre Ibagué y Socorro establezca una solu-ción de continuidad en el horizonte transcontinental y secular de la nación imperial española. De hecho, sólo puede establecerse esa solución de continuidad de una manera, y es definiendo ese territorio como una repú-blica; es decir, como el horizonte limitado del imperio de una nueva ley y, por lo tanto, de una nueva ciudada-nía. En 1821, cuando se constituyó la Colombia que reunió a Nueva Granada, Venezuela y Quito (y, desde la perspectiva de hoy, también a Panamá), el recurso gadi-tano se asume con confianza, si bien exagerada, como lo enseñará 1830. Su título general es “Constitución de

40 La constitución reformada de Cundinamarca, de 1812, puede consul-tarse en Pombo y Guerra (1951, 3-60).

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la República de Colombia – En el nombre de Dios, Au-tor y Legislador del Universo”, y el del Título 1, “De la nación colombiana y de los colombianos”. En sus tres primeros artículos se ostenta la nación sin ambages:

1. La nación colombiana es para siempre e irrevocable-mente libre e independiente de la monarquía española y de cualquiera otra potencia o dominación extranjera; y no es, ni será nunca, el patrimonio de ninguna familia ni persona. 2. La soberanía reside esencialmente en la nación. Los magistrados y oficiales del Gobierno, inves-tidos de cualquiera especia de autoridad, son sus agen-tes o comisarios, y responsables a ella de su conducta pública. 3. Es un deber de la nación proteger por leyes sabias y equitativas la libertad, la seguridad, la propie-dad y la igualdad de todos los colombianos.41

Pasados cinco años de su constitución, la nación colom-biana hacía agua por todos sus retablos, si bien se man-tuvo aún por cinco más. La historiografía colombiana tradicional lamentó durante cinco generaciones la diso-lución de Colombia, en lugar de explicar racionalmente su improbable unión. La Nueva Historia ha soslayado el problema durante dos generaciones, y el resultado es que hoy carecemos de una explicación satisfactoria de cómo fue posible, hace dos siglos, el gobierno durante diez años de un territorio minoritariamente roturado, selvático y montañoso, de más de dos millones y medio de kilóme-tros cuadrados, habitado por menos de tres millones de personas (una densidad de menos de 1,2 habitantes por kilómetro cuadrado), sin antecedentes de gobierno unifi-cado, sin un patriotismo común y sin medios de gobierno diferentes al recientemente creado ejército libertador.

La diferencia del caso mexicano no es más que de gra-do. La federación mexicana de 1824, y los intentos centralistas de 1835 (las Siete Leyes Constitucionales) y 1843 (las Bases Orgánicas de la República Mexicana),42 no sirvieron para ejercer soberanía sobre los cuatro te-rritorios dependientes del norte, que no salieron de la órbita de la nación únicamente a raíz de la guerra de 1847, sino que ya lo venían haciendo con la declaración de autonomía de Texas desde 1836. Tampoco fue esta-ble el gobierno de los 19 estados durante el siglo XIX, ni lo fue durante el Porfiriato (aunque sí eficaz), ni durante los gobiernos revolucionarios desde 1911 hasta media-

41 La constitución de Colombia de 1821 puede consultarse en Pombo y Guerra (1951, 61-103).

42 Estas tres constituciones y reformas constitucionales mexicanas pue-den consultarse en la página en línea: http://es.wikisource.org/wiki/Categor%C3%ADa:Constituciones_de_M%C3%A9xico

dos del siglo XX. Hoy en día siguen siendo palmarias las persistencias de la sociedad de conquista en América Latina, acaso aún más en México que en Colombia, por haberlo sido aquél en mayor escala. En todo caso, las más acusadas desigualdades en cuanto al bienestar material y las mayores diferencias en cuanto a la “comunidad imaginada” en todo el mundo siguen ocurriendo en las sociedades republicanas de la región, que son las socie-dades de conquista más recientes en el mundo.43 Éste es un serio obstáculo en la formación de naciones, mí-reselas como se las mire, ya sea de manera modernista, política, cultural, objetivista o subjetivista.

Uno de los autores que complementan el artículo de Wasserman es el colombianista alemán Hans Joachim König, quien insiste en que “un análisis del discurso de la independencia en la Nueva Granada y de los sen-timientos colectivos que ella movilizó muestra que el término clave no fue tanto el de nación sino el de patria. Pues patria tenía una connotación más precisa que el concepto de nación, precisamente en un momento de ruptura de un orden secular” (König 2009, 911). Lo que más llama la atención tanto en Wasserman como en König es su persistencia en evitar el uso de la palabra república, que les permitiría enfocar algunos problemas con mayor flexibilidad y eficacia. Esto parece obedecer a una consig-na, cuyo fin sería evitar contradicciones en el Diccionario y maximizar la capacidad de cada artículo de definir con-ceptos.44 Con mayor libertad que la que permite un diccio-nario, quiero ilustrar ahora las dificultades a que aboca la utilización del concepto de nación cuando el más ade-cuado es el de república, y con este fin paso a referirme a los libros de Alfonso Múnera (2008), El fracaso de la nación, y de Eduardo Posada Carbó (2006), La nación soñada. Me propongo demostrar, en dos breves reseñas críticas, que aquello a lo que se refieren estas obras ha-bría sido discutido con mayores alcances si los autores hubieran prescindido de la palabra nación y hubieran planteado sus trabajos en términos de república.

43 Entre las excepciones significativas se cuentan las colonias británicas, tanto en Norteamérica como en Oceanía. En unas y otras se operó, en primer término, un proceso de apartheid radical, y en segundo lugar, la importación del gobierno representativo y parlamentario inglés. El resulta-do han sido sociedades con segmentos mayoritarios que se rigen por siste-mas políticos ampliamente representativos, y con segmentos minoritarios confinados en sistemas de apartheid que van desde la Indian reservation norteamericana hasta el township sudafricano. En cuanto a las colonias británicas en el Caribe y los territorios franceses de ultramar, está de más llamar la atención sobre su segregacionismo. El fenómeno salió a la luz a mediados del año 2009, cuando ocurrieron revueltas populares en Marti-nica y Guadalupe que duraron meses, significaron la clausura de las islas y fueron eficazmente silenciadas en la prensa internacional.

44 El artículo sobre la noción de república está a cargo del francés Geor-ges Lomné.

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Notas republicaNas sobre El fRacaso dE la nación y la nación soñada En estos tiempos de bicentenario eran de esperar libros académicos concebidos con Colombia como tema gene-ral. No me refiero a recuentos generales de su historia ni a reediciones de viejos clásicos, sino a interpretaciones atrevidas y generales. Lo cierto es que esos libros han brillado por su ausencia, y la historia y las ciencias so-ciales colombianas siguen concentradas en la fragmen-tación y reacias al ensayo general. En los últimos once años dos libros se han destacado por este atrevimiento, y, debido a sus diferencias radicales en el enfoque y las conclusiones, resulta provechoso leerlos como un deba-te tácito. Me refiero a El fracaso de la nación, de Alfonso Múnera, y La nación soñada, de Eduardo Posada Carbó. Ellos pueden leerse como llamados de signo opuesto a la reflexión general sobre Colombia y como argumentos consistentes que recomiendan actitudes opuestas ante esa reflexión. Aspiro a demostrar que, al estar plantea-dos en términos de nación, sus argumentos pierden fuerza y el debate que plantean pierde fertilidad.

En cierta forma, es exagerado decir que el libro de Al-fonso Múnera sea un argumento general sobre Colom-bia. En rigor, él consiste en un estudio del proceso de independencia en la provincia de Cartagena planteado con imaginación y una amplia perspectiva temporal. Múnera empieza por una semblanza general del Virrei-nato de Santafé (o Nueva Granada), cuyo propósito fun-damental es demostrar la tenuidad de su gobierno y la laxitud de los lazos entre provincias. El resultado hasta aquí es un argumento contra la ficción nacionalista que ha dado por sentado un gobierno centralizado anterior a la república, y con capital en Santafé. Múnera procede a hacer lo mismo en escala menor, ya circunscrito a la Provincia de Cartagena, y demuestra que también allí el control y el gobierno eran laxos. Cartagena era una región de frontera durante los siglos XVI y XVII y en ella primaban el desorden social, el contrabando y el peligro de invasiones de potencias enemigas. Efectivamente, el saqueo de la ciudad por el Barón de Pointis, en 1697, dio un fuerte golpe a una sociedad en formación.

El proceso de recuperación fue jalonado por las fuertes inversiones realizadas en la defensa de la plaza. Carta-gena se convirtió en la ciudad mejor fortificada del Im-perio español, pero a un costo que la hizo dependiente de los situados de las provincias del interior, de Quito, Perú y México. La revitalización del comercio en el úl-timo cuarto del siglo XVIII nunca fue suficiente para cubrir los gastos militares y en obras públicas de la ciu-dad, lo que acentuó su rivalidad con Santafé en cuanto

al control del gran comercio en el Virreinato. Múnera ilustra esta rivalidad de manera muy convincente cuan-do presta atención a la competencia de las dos ciudades por alojar consulados de comercio (Cartagena obtuvo este privilegio en 1797, mientras que Santafé nunca lo logró), así como a las políticas opuestas de los notables de ambas ciudades sobre construcción de caminos (era responsabilidad del Consulado proyectar, financiar y ejecutar caminos en toda la extensión del Reino).

Cuando se desató la crisis de la monarquía española, Cartagena y Santafé eran ciudades rivales, pues esta-ba en juego el control del gran comercio en y desde el interior. En 1809 el cabildo de Cartagena rehusó aca-tar órdenes virreinales que conminaban a la ciudad a comprar harinas provenientes del Reino, y sus notables decidieron seguir comprando harinas norteamericanas en puerto. A partir de 1810, Cartagena y Santafé (y el resto de las provincias del Virreinato) sencillamente ne-gociaron por su cuenta la transferencia de la soberanía, y en el curso de dos años se constituyeron en repúbli-cas. Múnera dedica el último capítulo de su libro a mos-trar cómo en Cartagena la negociación fue radicalizada por la participación en primera línea de las milicias de pardos de la ciudad, y luego de un grupo cada vez mayor de esclavos, libertos y libres de todos los colores. Es con recurso a esta participación popular, que en noviembre de 1811 llegó al nivel de asonada, que Múnera explica la independencia absoluta de Cartagena.

Así, pues, Múnera documenta con gran tino y pertinen-cia dos deficiencias “nacionales” radicales en la Colom-bia de 1700 a 1830: por una parte, no se observa en su territorio ninguna unidad efectiva ni un gobierno que lo controle eficazmente; por otra parte, no existía armonía ni concordia entre los grupos que conformaban sus dife-rentes horizontes sociales, lo que Múnera ilustra tanto con la ciudad como con la provincia de Cartagena.45 En suma, no existían ni la integración regional ni la integra-ción social, que son condiciones fundamentales de un orden que pueda llamarse nacional. Múnera concluye así su libro:

Si hubiera que extraer una conclusión general sobre este periodo de la Independencia, quizá la más atrac-tiva sería la de que no tiene mucho sentido seguir pensando que aquella fue concebida con el propósito de convertir las provincias de Nueva Granada en una

45 A esto habría que sumar la precaria posibilidad de defensa ante enemi-gos exteriores, lo que se evidenció en 1697, si bien ya parecía superado en 1740 (victoria de la ciudad sobre la flota de Vernon).

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nación independiente. Las “naciones imaginadas” fueron más de una. El proyecto de nación de las éli-tes del Caribe poco tenía en común con el de las élites andinas de Santafé. Por otro lado, la nación que que-rían construir los mulatos cartageneros no podía ser igual a la de Ayos o García de Toledo. Y en el caso de los indios, apoderándose de las tierras de los “jacobi-nos” en nombre de la defensa de la nación española, ¿a dónde nos llevaría interpretar su nacionalismo? (Múnera 2008, 228)

La respuesta a esta última pregunta es: a ninguna par-te, y mi réplica a todas las demás afirmaciones de esta conclusión debe ser en el mismo tono. ¿Por qué un li-bro tan bien planteado, con descubrimientos tan im-portantes (es la primera discusión interesante y bien documentada sobre la participación popular en las in-dependencias, por ejemplo), es llevado en su conclu-sión a un debate tan fuera de lugar? ¿Por qué, luego de documentar tan bien fisuras políticas y fisuras sociales en el siglo XVIII y albores del XIX, Múnera cifra su conclusión en un anacronismo?

La respuesta puede hallarse en el prólogo a la segunda edición y en la introducción del libro. En el primero, en-tre páginas, 19 y 20, Múnera toma nota del cambio de paradigma operado en las décadas de 1980 y 1990 en la comprensión de las naciones, que entonces dejaron de ser “creaciones materiales de la larga e incontenible marcha del espíritu hacia su realización. Estas eran vistas ahora al revés, como el producto cultural de profundas transformaciones materiales”. El recurso retórico produ-ce una explicación eficaz, pero no exime de una pregun-ta: ¿Realmente vinimos los latinoamericanos a liberarnos, hace menos de una generación, de la fe hegeliana en nuestros órdenes republicanos? Nosotros, entre quienes nunca prendieron las efervescencias románticas de los nacionalistas europeos, ¿realmente fuimos liberados de explicaciones primordiales de nuestras naciones?

El problema aquí es tomar la liebre por el gato, como se echa de ver en la introducción del libro. Allí, Múnera entabla una discusión ¡con el historiador José Manuel Restrepo! (1781-1863). Es decir, con un intérprete de Colombia anterior a él en cinco generaciones. Este diá-logo produce un espejismo doble. Por una parte, el que surge de contraponer razones que no son contemporá-neas. Es decir, de plantear diálogos inconmensurables. Anderson, Gellner, Hobsbawm y Smith no escogieron como sus interlocutores a nacionalistas primordialistas como Hegel, Ranke o Michelet, sino que observaron a la Indochina contemporánea, al Oriente Medio de hoy,

a la Yugoslavia en guerra de 1990, para esclarecer las ideas de Ernest Renan sobre un tema difícil. Por cierto, Renan en 1882 ya no era un primordialista, sino el pri-mero que pensó, de manera moderna, que las naciones son construcciones humanas.

El otro espejismo proviene de pensar que José Manuel Restrepo escribió sobre la nación colombiana. Restre-po sabía mucho mejor que nosotros hasta qué punto no existía una nación colombiana ni existiría en mucho tiempo. Restrepo era un notable blanco en una socie-dad segregada de antiguo régimen, y vivió para ser tes-tigo durante cuarenta años de una sociedad segregada republicana. El historiador de la revolución de Colom-bia escribió sobre la república, que apenas empezaba a existir, que se construía tangiblemente día a día cada vez que se acordaba una ley, se firmaba el nombramien-to de un funcionario público, se cobraba un impuesto, se obtenía algún resultado de una gestión diplomática o se sentaba la primera piedra de una escuela pública. Restrepo, como secretario del Interior y de Justicia, te-nía bajo su responsabilidad muchas de estas funciones del estado republicano, adscritas a su oficina.46 Sobre la nación él no tuvo nada qué decir. Por eso silenció en su narración a indios, esclavos y libres; a artesanos, peones y arrendatarios; a mujeres y minorías.

Así, pues, no le hace honor a El fracaso de la nación el constatar el fracaso de la nación, pues no fracasa lo que no existe. Esto puede parecer una sutileza sin im-portancia, pero no lo es. No carecen de importancia los términos y condiciones en que se plantean nuestros de-bates republicanos. Es tan significativo como pernicioso el hecho de que en la última década del siglo XX este-mos sopesando nuestras interpretaciones republicanas con aquellas que fueron producidas hace 170 años. Y también lo es el que cifremos nuestras discusiones en palabras que denotan cosas que no existen entre nosotros. ¿Qué sentido tiene discutir la nación que será si ello supone privarnos del lenguaje, la actitud crítica y el ánimo para discutir la república que ha sido, es y será? ¿Y a la que aun debemos análisis e interpretaciones urgentes? Una breve discusión sobre el libro de Eduardo Posada Carbó, La nación soñada, podrá servir para aclarar mi punto.

Eduardo Posada Carbó explica que este libro suyo tuvo su origen en un largo sermón que recibió de una aca-

46 Ver al respecto: Mejía (2007), especialmente los capítulos 2 y 3. Ese libro es un comentario sobre la Historia de la Revolución de Colombia realizado como tesis doctoral en la Universidad de Warwick bajo la supervisión del profesor Anthony McFarlane.

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démica norteamericana con el tema de la Colombia narcotraficante y violenta, y, de manera más determi-nante, en su conciencia (de Posada) de la existencia de un “discurso letrado” enfilado contra la nacionalidad. Entonces se propuso algo que su maestro inglés, Mal-colm Deas, ha trabajado durante décadas: comentar el mal comprendido sistema político colombiano. Lo más particular y novedoso del libro de Posada Carbó es que lo haga con una actitud sistemáticamente rei-vindicativa. Reivindica el sistema liberal colombiano, la vitalidad de autonomías regionales, las limitaciones de todo poder central, la tradición civilista, la larga historia de libertades políticas, la intensa historia electoral, y, por sobre todo ello, llama la atención sobre la actitud común entre ciudadanos e intelectuales de despreciar todos aquellos patrimonios. Posada termina su libro con sus reconsideraciones de lo que él, a la par con su gene-ración, consideró de joven como una nación ficticia. Su sexto capítulo –último de contenido argumentativo (el séptimo es un ensayo bibliográfico)– es un ensayo sobre los fundamentos reales de la nación colombiana.

Con todo, la mayor contribución de La nación soñada –más allá de todo lo discutibles que pueden ser sus ar-gumentos– es el hacer un balance y proponer estudios nuevos sobre la historia, la estructura y las peculiari-dades de la república colombiana. El de Posada no es un libro subjetivista sobre la nación colombiana; no se estudian en él las imaginerías nacionales de ensayistas románticos del siglo XIX ni de políticos integristas del medio siglo XX. Tampoco, como lo hizo H. J. König (1994) en El camino hacia la nación, se estudian los cambios en los motivos principales de los sucesivos dis-cursos nacionales oficiales. El libro tampoco contiene estudios objetivistas sobre la nación, ni cifrados en la infraestructura que la hace posible ni en la coherencia discursiva que la hace aprehensible. En lugar de ello, Posada señala una serie de temas (los compendiados en el párrafo anterior y discutidos por él mismo en la segunda sección de su capítulo 6, entre páginas 270 y 280) cuyo denominador común es ser hitos de la repú-blica. Es decir, de sus instituciones.

La efectiva libertad de imprenta colombiana es resul-tado de una tradición legal que la permite tanto como de la ausencia de una tradición estatal de reprimirla. La abundancia de participación electoral es posible gracias a la persistencia de constituciones que garantizan las elecciones y de regímenes políticos que las permiten. La predominancia civil al frente del ejecutivo es una característica estructural del sistema político, no de vín-culos nacionales. Es decir, Posada busca explicar con

el registro de la nación lo que ocurre y debe ser expli-cado en el ámbito de la república. Esto es, en el hori-zonte de instituciones estatales tangibles, de cohortes de funcionarios, de corporaciones políticas en las que se debaten y aprueban leyes, y de formas concretas de participación y negociación políticas. En otras palabras, en La nación soñada se comentan el estado y la historia política colombianos, no la nación.

La misma trasposición opera Múnera cuando interpe-la una historia republicana con el lenguaje vago y me-tafísico de la nación. José Manuel Restrepo describe cabildos, juntas, convenciones, congresos, constitucio-nes, batallas y conciliaciones, y Múnera lo interpela en términos de “comunidades imaginadas”, “discursos na-cionales” y “naciones fracasadas”. Entre tanto la nación sigue sugiriéndose para el futuro, la república padece de crisis, de guerras civiles, de interrupciones dictato-riales, de corrupción, de períodos de paz y orden y de días felices.

Posada Carbó se apresura demasiado en diagnosticar una república colombiana liberal y civilista. Su mérito está en llamar la atención sobre aspectos de la república que deben ser estudiados. Nuestra baja frecuencia de dictaduras y la inexistencia de poderes regionales ca-paces de imponerlas no son necesariamente las conse-cuencias de una tradición civilista ni mucho menos de la existencia de vínculos nacionales armónicos. Pueden explicarse más fácilmente en virtud de un estado in-usitadamente débil y de regiones aisladas incapaces de sobreponer sus fronteras y sus intereses. Esta aproxima-ción, menos apresurada y menos alegre, también pue-de explicar la persistencia de guerrillas antiguas y, más significativamente aun, de ejércitos paramilitares que toman el liderazgo en contra de aquéllas y en el camino arrojan cuatro millones de desplazados a las ciudades, se apropian de más de dos millones de hectáreas (la mi-tad del área destinada a la agricultura en un país de 45 millones de habitantes) y, de paso, unos y otras acumu-lan en treinta años 210.000 muertos y 30.000 desapa-recidos (ocho veces más muertos que los que produjo la “solución final” de la ultraderecha argentina). ¿Qué hay de tradición liberal o de vínculos nacionales en esas estadísticas irrefutables?

Posada sostiene que “no es aconsejable interpretar el pasado con los ojos del presente” (Posada 2006, 282). ¿No será más bien que en su análisis deja de lado información insoslayable, tanto del pasado como del presente, que le serviría para comprender mejor la es-tructura de esta sociedad y su historia a largo plazo,

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incluido el presente? ¿Qué obtendría Posada si lograra demostrar la existencia de una nación civilista y li-beral hasta más o menos 1980, cuando el tráfico de drogas u otro conjunto de causas la doblegaron? Tal cosa sería una interpretación de anticuario, y su error no sería el anacronismo contra el que previene sino el arcaísmo. Ningún análisis histórico moderno puede prescindir del presente, y el presente debe ser expli-cado por encima de todo. Colombia no es una nación liberal, sino un país cuyo gobierno es una república frágil y en formación. El estudio pertinente, y hacia el cual La nación soñada apunta a pesar de su desenfo-que nacional, es el estudio de la república, su tamaño, su representatividad, su operatividad, su relativa fuer-za y su gran vulnerabilidad. En las sociedades que no fueron fundadas por dioses pintorescos ni amaman-tadas por lobas generosas, la república antecede a la nación. Así ocurre en Colombia y en todos los países de América, y soñar la nación donde no se compren-de, se debate ni se defiende a la república es un acto de mistificación intelectual.

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Foro Romano: vista general del Templo de Castor y Pólux, con el arco de Septimio Severo detrás. Imagen tomada de ARTstor Slide Gallerzy.

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la república, más allá de la vieja patria y de la nación posible. incitación a la discusión republicanaSergio Mejía

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por Felipe Martínez Pinzón**Fecha de recepción: 2 de julio de 2010Fecha de aceptación: 8 de noviembre de 2010Fecha de modificación: 10 de noviembre de 2010

RESUMENEn dos de sus textos más emblemáticos –“Estado de la geografía en el Virreinato de Santafé” (1807) y “Del influjo del clima sobre los seres organizados” (1808) – el intelectual neogranadino Francisco José de Caldas (1768-1816) construye una narrativa espacial para la Nueva Granada, donde se allana el espacio céntrico del proyecto criollo como un lugar que adopta en sus textos la forma del sitio asediado. Un lugar que es al mismo tiempo retaguardia civilizadora y muralla presta a ser invadida. Un espacio ambivalente que tematiza las ansiedades del proyecto criollo, primero, frente a las comunidades no europeas por nacionalizar y, segundo, frente a los lugares que Caldas encuentra, debido a su clima, irremediablemente fuera del imperio civilizador; entre los cuales está su pesadilla máxima: la selva. Así, la futura república se construye desde la necesidad de librar la guerra sobre su propio territorio para revitalizar su narrativa genésica, que es la narrativa del cerco. En Caldas es posible encontrar la semilla de la construcción ideológica de un espacio que dio forma a una república donde la guerra es ontológica.

PALABRAS CLAVE Francisco José de Caldas, precursores de la Independencia, Ilustración en la Nueva Granada, guerra en Colombia.

Geography for War: Siege Narratives in Francisco José de Caldas

ABSTRACTIn two emblematic texts–“Estado de la geografía del Virreinato de Santafé” (1807) and “Del influjo del clima sobre los seres organizados” (1808)–Francisco José de Caldas constructs a spatial narrative for the New Granada where the site of siege is localized at the center of the imagined map of the Vice-kingdom. The outside of civilization are the lowlands–and more radically, the jungle–with its mulatto, zambo, black, and indigenous populations, which always already threaten to take over the inside, the place of enunciation, a tempered climate of altitude, similar to that of Europe, inhabited by fantasized whites or light-skinned Hispanized/able mestizos. In creating a besieged geography, Caldas also invents a lasting paradigm whereby the Colombian state exercises warfare on its own territory as a means of actualizing its genetic narrative. Thus, this ideological construct sets in motion the menace of invasion as a ready-made dispositive that actualizes the polarities of Caldas’s exclusionary map.

KEy wORdS Francisco José de Caldas, Colombian Independence, Enlightenment in New Granada, War in Colombia.

Uma geografia para a guerra: narrativas do cerco em Francisco José de Caldas

RESUMOEm dois de seus textos mais emblemáticos –“Estado de la geografia en el Virreinato de Santafé” (1807) e “Del influjo del clima sobre los seres organizados” (1808) – o intelectual neogranadino Francisco José de Caldas (1768-1816) constrói uma narrativa espacial para a Nueva Granada, na qual se organiza o espaço central do projeto crioulo como um lugar que adota em seus textos a forma do lugar cercado. Um lugar que é ao mesmo tempo retaguarda civilizadora e muralha prestes a ser invadida. Um espaço ambivalente que tematiza as ansiedades do projeto crioulo, primeiro, frente às comunidades não europeias por nacionalizar e, segundo, frente aos lugares que Caldas encontra, devido a seu clima, irremediavelmente fora do império civilizador; entre os quais está o seu maior pesadelo: a selva Assim, a futura república se constrói desde a necessidade de travar a guerra sobre seu próprio território para revitalizar sua narrativa genésica, que é a narrativa do cerco. Em Caldas é possível encontrar a semente da construção ideológica de um espaço que deu forma a uma república na qual a guerra é ontológica.

PALAVRAS CHAVE Francisco José de Caldas, percursor da Independência, Ilustração em Nueva Granada, guerra na Colômbia.

* El presente texto hace parte de la investigación realizada para la tesis doctoral del autor.** Actualmente finaliza su doctorado en el departamento de Español y Portugués en New york University (NyU). Literato y abogado de la Universidad de

los Andes (Bogotá, Colombia). Su investigación doctoral analiza la imaginación espacial de las élites colombianas en el siglo XIX y comienzos del XX. Sus últimas publicaciones son: La vorágine del 9 de Abril: J. E. Rivera, J. A Osorio Lizarazo y El Bogotazo. Revista Perífrasis 1, No. 2, 2010; y Letrados bandidos: relato burocrático y agencia intelectual en José Eustasio Rivera y Alfredo Molano. Dissidences. Hispanic Journal of Theory and Criticism. 6/7: 1-29, 2010. Correo electrónico: [email protected].

Una geografía para la guerra: narrativas del cerco en Francisco José de Caldas*

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La geografía es la base fundamental para cualquier especulación política.

Francisco José de Caldas

Santafé, mayo de 1808. El intelectual neogra-nadino Francisco José de Caldas publica “Del influjo del clima sobre los seres organizados”. Un texto que, a partir de una lectura determinista del clima y de la raza, crea una narrativa para la geografía de la Nueva Granada justo antes de su disolución como colonia española. Son relevantes el lugar y la fecha a la hora de leerlo porque lo localizan en una coyuntura donde las intrigas revolucionarias abren espacios para que los criollos imaginen, en un nivel todavía protorrepublicano (McFarlane 1993, 292), el lugar que ocuparán una vez los españoles sean expulsados. Ese lugar es el non plus ultra de las fantasías culturales. Aquel donde el criollo puede volver a ser europeo a cabalidad, despojándose de “la mancha de la tierra”1 (Castro-Gómez 2005, 227) que los españoles tanto arguyeron para discriminar a los hijos de europeos nacidos en América. Sin duda, una vuelta de tuerca que preparará el espacio neocolonial dentro de las repúblicas por nacer a partir de las futuras revoluciones independentistas. La metrópoli será ahora Santafé y sus colonias serán las periféricas tierras ca-lientes, antes doblemente periféricas.

Esta reingeniería del mapa colonial tiene un sustento que los criollos desean científico, y termina por ser una construcción ideológica que se constituirá en el gesto fundador de la república que pensadores caldasianos ayudarán a constituir. El deseo por transportar Europa al trópico creará una ficción ideológica que pervive has-ta hoy: Santafé y los Andes en general (y a cierta altura barométrica) no hacen parte del trópico. Un ideologema con vastas consecuencias para la imaginación geográfi-ca del país y la espacialización de la guerra, porque con ella se logra “homologar a los habitantes de la cordillera con los de los países europeos y darle una base científi-

1 Respecto a “mancha de la tierra”, el impedimento social, cultural y burocrático de los hijos de españoles en América, Santiago Castro-Gómez sostiene que “se es ‘nadie’, en cambio, cuando se posee la ‘mancha de la tierra’ [...] o cuando los conocimientos obtenidos no son ‘legítimos’, es decir, cuando no han sido aprendidos en las aulas universitarias o permanecen desconocidos para los europeos” (Cas-tro-Gómez 2005, 227).

ca a la superioridad de las castas andinas, no solo de los criollos, sino de los mestizos que habitan en la cordille-ra” (Serje 2005, 91).

“Del influjo del clima sobre los seres organizados” se publicó en el santafereño Semanario del Nuevo Reino de Granada (1808-1810) como respuesta a la requisitoria que en febrero de 1808 hiciera Diego Martín Tanco a un ensayo previo de Caldas titulado “Estado de la geo-grafía del Virreinato de Santafé”. Este texto, tenido por el “auténtico ‘manifiesto’ de la geografía nacional de la Nueva Granada” (Sánchez 1999, 62), fue criticado en su momento por Tanco, quien entendía que la visión es-pacial del territorio allí contenida demeritaba la acción individual de las personas. De acuerdo con Caldas, la altura en la zona tórrida determina el lugar de la civiliza-ción, al cual se oponen, como espectros que amenazan con invadirlo, las tierras bajas, habitadas por salvajes. Caldas adelanta la sustitución del tutelaje español con la construcción ideológica de una Europa andina o de un territorio americano que pertenece a la historia de Eu-ropa (Nieto 2008, 11). Es un gesto político que cobrará efectos militares perdurables hasta hoy. Santafé no re-quiere de la metrópoli europea para levantar el estandar-te de la civilización y continuar su “guerra de conquista permanente” (Serje 2006, 2) en las regiones de periferia marginal. Será, entonces, “la geografía un medio que les permite [a los criollos] proclamarse ‘herederos’ del nue-vo Reino” (Nieto 2008, 108), o más que la geografía, la narrativa espacial que esta ciencia les permite legitimar, haciendo ver el ideologema de la Europa andina como una realidad incontrovertible.

En las páginas por venir, entonces, argumentaré que Caldas construye una narrativa espacial de la Nueva Granada donde se allana el espacio céntrico del pro-yecto criollo2 como un lugar que adopta en Caldas la forma del sitio asediado. Un lugar que es al mismo tiem-po retaguardia civilizadora y muralla presta a ser inva-dida. Un espacio ambivalente que precisamente tematiza las ansiedades del proyecto criollo, primero, frente a las comunidades no europeas por nacionalizar y, segundo, frente a los lugares que Caldas encuentra, debido a su clima, irremediablemente fuera del imperio civilizador; entre los cuales está su pesadilla máxima: la selva.

2 El proyecto criollo es el heredero del proyecto colonial europeo en tierras americanas. Pensar que todo descendiente de criollos o de europeos pertenece o representa al proyecto criollo –y que mestizos, mulatos, indios o afrocolombianos no pueden hacerlo– es caer en un determinismo racial que solamente fortifica ideologemas que naturali-zan construcciones culturales. Esta formulación se la debo a una con-versación con Erna Von Der Walde.

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Caldas crea un mapa de la exclusión (Múnera 2005, 84). A diferencia de Sarmiento, en Argentina, su pro-yecto espacial se niega a la colonización, con lo cual construye el cerco al mismo tiempo que inventa un dispositivo de acuerdo con el cual la futura república que se va a construir debe practicar la guerra sobre su propio territorio para revitalizar su narrativa genésica, que es la narrativa del cerco. En Caldas es posible encontrar la semilla de la construcción ideológica de un espacio que dio forma a una república donde la guerra es ontológica.

el lugar de eNuNciacióN

Buena parte de los textos de Caldas –sin duda, los dos que arriba menciono– textualizan la lucha por ocupar el deseado lugar de los españoles. Son la avanzadilla dis-cursiva del proyecto criollo que busca desalojar el espa-cio dominado por la monarquía imperial. Es el propio Caldas quien enfatiza la centralidad de su posición so-cial en términos raciales y geográficos, dando un retrato de sí mismo en expresiones nada ambivalentes: “Entien-do por europeos no sólo los que han nacido en esa parte de la tierra, sino también a sus hijos, que, conservando la pureza de su origen, jamás se han mezclado con las demás castas” (Caldas 1942, 21). Escrito en 1808, esto no puede sino ser leído por los españoles como un acto de rebeldía y el inicio de un proyecto ideológico que busca, no todavía desalojarlos o por lo menos no mani-fiestamente, pero sí desmarcarse de las categorías im-puestas desde la metrópoli europea.3 El “manchado de la tierra” no es tal, quiere decir Caldas, y no es tampoco otro europeo más en América, sino la “nobleza del reino cuando sus padres la han tenido en su país natal” (Cal-das 1942, 22). Al mismo tiempo que esta reformulación de conceptos coloniales puede ser revolucionaria, es también una advertencia para otras identidades no eu-ropeas que pudieran pensar que una posible revolución futura, también lo iba a ser racial y culturalmente.

Mauricio Nieto, en su libro Orden natural y orden social (2008), sostiene que “el éxito del proyecto ilustrado está

3 Camilo Torres Tenorio, primo hermano de Caldas, payanés, prócer y mártir de la Independencia como él, escribió su famoso texto conocido como “Memorial de agravios” a finales de 1809. Más allá de elevar las peticiones de los criollos frente a los peninsulares, este escrito es también una ejercicio de deshistorización, donde se igualan razas en desmedro de culturas, equiparando en todo –como lo deseaba Caldas– a los españoles con los criollos, saltándose una historia de trescientos años de colonización en América. Tal vez en la parte más conocida de ese texto, Torres escribe: “Tan españoles somos, como los descendien-tes de Don Pelayo, y tan acreedores, por esta razón a las distinciones, privilegios y prerrogativas del resto de la nación [española] [...]”.

[...] en mostrar como natural el imperio del hombre” (123), a lo cual añade más adelante, para clarificar, que “cuando se hace referencia al imperio del hombre de-beríamos aclarar que se trata del imperio del hombre ilustrado y europeo, del cual el resto de los seres huma-nos, como el caso de los nativos americanos o la pobla-ción afro-americana, son objetos de subordinación de manera similar al de las plantas y los animales” (Nieto 2008, 157). Es justo en la supresión del calificativo para el sustantivo “hombre” donde Santiago Castro-Gómez construye su conceptualización de “la hybris del pun-to cero” como “la mirada que pretende articularse con independencia de su centro étnico y cultural de obser-vación” (60). Es decir, es la mirada que observa sin ser vista, fuera del sujeto y del objeto (Castro-Gómez 2005, 307), lo que permite a Caldas y a los criollos imaginarse “estar ubicados en una plataforma neutral de observa-ción, [por medio de la cual] […] ‘borran’ el hecho de que es precisamente su preeminencia étnica […] lo que les permite pensarse a sí mismos como habitantes atem-porales del punto cero, y a los demás actores sociales (indios, negros y mestizos) como habitantes del pasado” (Castro-Gómez 2005, 59).

La hybris del punto cero es el lugar de enunciación del proyecto criollo, cuyo ideologema constitutivo, con-cuerdo con Castro-Gómez (2005, 61), es la pretendida universalidad científica de su basamento y, con ello, la invisibilización de los otros ideologemas que lo consti-tuyen: la raza, el trópico y el progreso. Es en la natu-ralización de la narrativa espacial de exclusión donde el proyecto criollo cuenta con su mayor arma política. Por ello, toda crítica a este proyecto debe pasar por la desreificación de la narrativa espacial en la que se ha-llan insertos, por ejemplo, conceptos constitutivos de la nacionalidad colombiana como el mestizaje entendido como blanqueamiento.4

La operación previa por la cual se alindera el espacio de la hybris del punto cero la muestra Mauricio Nieto cuando devuelve la cosificación de las identidades no

4 El mestizaje como blanqueamiento, es decir, como “máquina del tiem-po”, quiere convertir a los “habitantes del pasado” (Castro-Gómez 2005, 59) –negros o indios– en “habitantes del presente”. En el mesti-zaje como blanqueamiento, desde luego, también hay un movimiento hacia la civilización, en cuanto el sujeto del ahora, el dueño del futuro, es ciudadano europeizado o en proceso de serlo. El telos inmanente al mestizaje, su punto de llegada normativo en Europa, lo convierte en otro ideologema, una fantasía de democracia racial que esconde un proyecto político perverso: la hegemonía del proyecto criollo. En Caldas el mestizaje no es sólo una “máquina del tiempo” –como dice Castro-Gómez– sino también una “máquina del espacio” en cuanto quiere que los habitantes de otras regiones sean como los habitantes de los Andes de la Nueva Granada.

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europeas al momento en que éstas son tratadas como tales mediante la clasificación: “Clasificar es ordenar y en cierto sentido subordinar, […] [pero] sobre todo, asumir que se tiene la autoridad para dar a cada cosa el lugar que le corresponde” (Nieto 2008, 130). Por eso pienso que volver al acto de la escritura como clasifica-ción en Caldas es fundamental para desreificar ese pun-to cero y visibilizar las dinámicas políticas que se cuelan en una escritura que se pretende neutra. Esto implica reflexionar sobre qué significa escribir como acto polí-tico en él, las circunstancias en las que lo hace y desde qué lugar escribe.

En los ensayos de Caldas, o memorias, como son lla-madas en el Semanario, la escena de escritura ocupa un lugar radicalmente central que coincide con el mapa fantaseado por Caldas mismo, donde la civilización se-dentaria ocupa cierta altura de los Andes, en el centro de la zona tórrida y de América, como “el lugar mejor situado en el Viejo ni en el Nuevo Mundo” (Caldas 1966, 189). Cuando Caldas escribe sobre un aquí en el “Estado de la geografía…” y luego en “Del influjo del clima…”, no reclama el lugar de la escritura, porque nunca lo da por disputado, sino como un espacio gratui-to que coincide con el cuerpo del hombre andino que habla por el proyecto criollo, haciendo que los Andes lo rodeen como si fueran (¡desde siempre!) su hábitat na-tural: “Los celos, tan terribles en otra parte y que más de una vez han empapado en sangre la base de los Andes, aquí han producido odas, canciones, lágrimas y desen-gaños” (Caldas 1966, 100).5

Encumbrado en las alturas, Caldas logra ganar para sí y para el proyecto criollo el monopolio sobre el arte y la cultura, mientras que otras personas en otros lugares no podían sino producir violencia, lo cual devuelve a la na-turaleza cualquier manifestación cultural discordante, despojándola de agencia política. La cultura, de esta for-ma, se inventa en Caldas como un lugar geográfico que crea su opuesto en la naturaleza –el trópico, ¡como si los Andes no lo fueran!– como ese lugar fijado para siempre en la violencia y que será el teatro de las futuras guerras, esas “[…] zonas periféricas [a las cuales] se les asigna una violencia que les es constitutiva” (Serje 2006, 8).

Aunque Caldas todavía no podía vaticinar la existencia futura de lo que sería la República de Colombia,6 al igual

5 Cursiva fuera de texto.6 En “Nation and Nature: Natural History and the Fashioning of Creole

National Identity in Late Colonial Spanish America”, Jorge Cañizares (1997) ha pensado ya en las formas discursivas que los naturalistas

que sus sucesores en el proyecto criollo, inventó la centra-lidad de su lugar a tal punto que cualquier manifestación que se le opusiera –proveniente de otras identidades/lu-gares– solamente podía ser tenida como salvajismo, bar-barie o hechos que “han empapado en sangre la base de los Andes”. Por ello, Caldas puede ser tenido como pre-cursor, no de la Independencia, sino del proyecto criollo que fundaría la futura república, pues nos permite pen-sar, como dice Nieto, “cómo se construye la conciencia criolla en términos geopolíticos” (Nieto 2008, 8).

Es en el Observatorio Astronómico de Santafé –de-jado al cuidado de Caldas por el botánico y médico gaditano José Celestino Mutis (1732-1808)– donde podemos encontrar el punto cero materializado en la arquitectura urbana. La descripción del Observato-rio, escrita por Caldas, coincide con la construcción de una persona que piensa de sí –y de otros criollos– como el lente que distribuirá, desde el centro, la luz de la que son depositarios los criollos mismos: “Dueño de ambos hemisferios, [al Observatorio] todos los días se le presenta el cielo con todas sus riquezas. Colocado en el centro de la zona tórrida, ve dos veces en un año al sol en su cenit y los trópicos casi a la misma eleva-ción […]” (Caldas 1942, 59).

En la mirada que se dirige a ver las estrellas está tam-bién el gesto, ocluido, de no mirar las tierras bajas; lo cual construye dentro del mapa caldasiano la altura como centralidad desde donde irrigar, verticalmente, desde arriba hacia abajo, de conocimiento al mapa del Virreinato.7 En esta descripción, veo la imagen de un faro de luz rodeado de oscuridad, que pretende iluminar no solamente el territorio de la Nueva Granada, sino, y de forma inquietante para los poderes coloniales, las metrópolis europeas. Mirada desde arriba, la localiza-ción del observatorio no nos puede hacer olvidar que se erige, desde abajo, en medio del jardín de la Expedición

criollos de la tardía colonia –entre ellos Caldas– imaginaron cierta es-pecificidad de cada uno de los territorios de la Nueva Granada, dife-renciando a la Nueva España del Perú, por ejemplo; ganando para sí y los suyos un territorio y un pasado con los cuales, luego, enfrentarse a los peninsulares políticamente.

7 No puedo sino pensar en la lectura que del olfato hacen Adorno y Horkheimer al conectar este sentido con la civilización en los siguien-tes términos: “El olor, como percepción y como percibido –que se hace uno en el acto de oler–, es más expresivo que los otros sentidos. En el mirar se sigue siendo quien se es; en el oler el sujeto se pierde. Así, para la civilización el olor es una vergüenza, un estigma de clases sociales bajas, de razas inferiores y animales innobles” (Adorno y Horkheimer 1994, 228). Caldas, al mirar a las estrellas, es también una imagen para ver, precisamente, a Caldas no viendo, oliendo, enfrentando una tierra salvaje, y unas razas inferiores, que no se pueden prestar, inma-nentemente, a sus designios civilizadores.

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Botánica. Como si fuera una muestra más entre los es-pecímenes recolectados por los expedicionarios, la cen-tralidad del observatorio coincide también con el deseo de jardinizar8 la geografía de la misma manera que se organizan y miden los fenómenos astrales. De nuevo, se mira al cielo, pretendiendo no mirar el piso, en un juego de reflejos donde se practica en el cosmos, su-blimándolo, lo que no se puede lograr sobre el terreno: domesticar la geografía tropical, controlar su carácter amenazante que yace fuera del jardín botánico.

En Caldas el centro equivale a la altitud, y ésta, en su punto de inflexión máximo –la altura artificial del Obser-vatorio–, se convierte en el lugar de perfecta luminosidad. Sin embargo, lo que está en el envés de estas equivalen-cias es la oscuridad de aquello que amenaza a Caldas y al proyecto criollo; y que es, a saber, por una parte, la ilegi-bilidad de esos territorios selváticos y su gramática aviesa, y, por otra, la ilegibilización de la producción intelectual criolla por parte de la intelectualidad europea. Mientras que los territorios allende la geografía andina no pueden ser jardinizados por Caldas, los europeos borran o preten-den no leer a esos criollos que se sienten, como Caldas, tan herederos del proyecto europeo como aquellos que están al otro lado del Atlántico. Asediado por una geogra-fía amenazante dentro de la cual, no obstante, ocupa el centro de un espacio por él narrado; y también ningunea-do por un proyecto intelectual europeo para el cual él es la periferia más ignota, Caldas se debate entre la luz y la oscuridad constantemente, de manera atormentada. Por ello sus textos geográficos son una lucha por no dejar-se anular por la oscuridad, para no ser convertido en un blanco salvaje, un indio criollo.

La textualización de este conflicto deja sus marcas en el género literario que él escoge para narrarla. Mientras que en los textos públicos de corte ensayístico Caldas se posiciona como el receptáculo de la luz de la zona tórrida, es en sus cartas privadas donde tematiza el ase-dio de un hombre cercado por la oscuridad. Primero le confiesa a Mutis: “yo, ignorante, desconocido de mis paisanos mismos, pasando en un rincón de América una vida oscura y a veces miserable, sin libros, sin instru-mentos, sin medios de saber y sin poder servir en alguna

8 Es un término mío. Es interesante notar que, de acuerdo con Caldas, Humboldt describió su natal Popayán como la “ciudad de los jardines”, lo cual coincide con la fantasía caldasiana, al menos de su lado ilus-trado, que estaba siempre en pugna con su yo católico, como veremos. Jeanne Chenau sostiene que “Popayán para Humbodlt, de acuerdo con Caldas, es la ciudad de los jardines, la ciudad jardinizada” (Chenau 1992, 170), mientras que la selva es para Caldas, de acuerdo con ella, “la amenaza que se esconde en el silencio” (Chenau 1992, 50).

cosa a mi patria” (Caldas 1978, 85). Y en otra carta más confiesa sus miedos de estar envejeciendo “en medio de un pueblo bárbaro” (Caldas 1978, 164), sabiéndose –le dice a su amigo Santiago Arroyo– “en un país casi bárbaro, a 3,000 leguas de las naciones cultas y de la ilustración” (Caldas 1978, 52). Estas referencias se re-piten obsesivamente y dejan ver el débil entramado de su autoposicionamiento central, mostrando las costuras del ideologema por él fortificado en tierras americanas.

La oscilación entre “el rincón” y el “centro”, entre la oscu-ridad y la luz, nunca es mejor representada en los textos de Caldas que en sus comentarios al perfil que Hum-boldt, luego de su paso por la Nueva Granada, hiciera del científico neogranadino luego de conocerlo. Caldas traduce del francés en sus cartas el perfil que el natu-ralista alemán escribiera, como quien copia un retrato haciéndolo propio, autorretratándose. Con ese gesto de traducción como traslado, Caldas ocupa por un momento el lugar iluminado del viajero europeo, viendo desde afuera el suyo propio –desocupando ese punto cero de la hybris– para confirmarse como ese hombre que es depositario de una luz que el medio en que nació, dice, le quiere arre-batar. Hay un placer oblicuo, claroscuro, en ese doble movimiento de Caldas viéndose retratado por Humboldt como, y cito la traducción que hace Caldas:

[U]n prodigio en astronomía. Nacido en medio de las tinieblas de Popayán, y sin haber viajado más lejos que Santa Fé, [Caldas] construyó por sí mismo baró-metros, un sector, un cuarto de círculo de madera. [Caldas] traza meridianos, mide la altitud con gno-motes de 12 a 25 pies. ¡Qué no podría haber hecho este joven en un país donde tuviera los medios y no le fuera necesario aprenderlo todo por sí mismo! (Cal-das 1978, 142).

Por no disputarle el poder cultural en el ámbito local, será Humboldt el único a quien se le permitirá hollar esa posición privilegiada que Castro-Gómez llama la hy-bris del punto cero. Y es precisamente la presencia del viajero europeo lo que permite, por un momento, des-estabilizar la confiada posición del proyecto criollo para observar todas las ansiedades que subyacen a él. Si el poder de la hybris del punto cero es “que no puede ser observada ni representada” (Castro-Gómez 2005, 18), el perfil que Humboldt escribe deslocaliza ese punto invisible cargándolo de materialidad, y logra mostrarnos a Caldas autorrepresentándose. En carta a Humboldt, Caldas se ve a sí mismo en tercera persona, y escribe: “Caldas ignorante, obscuro, con instrumentos misera-bles y solo” (Caldas 1978, 202).

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trazaNdo el cerco

El filósofo nigeriano Emmanuel Chukwudi Eze (2001) y, más recientemente, el geógrafo inglés David Harvey (2009) han vuelto sobre los textos menos trabajados de Kant sobre geografía y antropología; textos que –al ser tenidos por menores por los especialistas– no han reci-bido la respuesta crítica y la difusión académica de sus otros textos filosóficos más conocidos (Harvey 2009, 28; Eze 2001, 202). La antropología fue preparada tar-díamente como libro por parte de Kant, y su geografía nunca fue dada a la imprenta. Sin embargo, sobre estas dos disciplinas, dictó cuarenta y nueve clases en el cur-so de su vida, en el caso de la geografía, y veintiocho en el caso de la antropología (Harvey 2009, 20; Eze 2001, 204); números superiores a los de sus otras clases que lo hicieron famoso y a partir de las cuales preparó publi-caciones –como la ética, la metafísica o la lógica– que lo han encumbrado como un genio filosófico.

Más allá de hacer parte de la discusión de la época –la famosa disputa del Nuevo Mundo (Gerbi 1993)– entre Montesquieu, Cornelius de Paw o el Conde de Buffon, entre otros muchos, lo importante de la geografía de Kant para este ensayo es que el filósofo plantea esta disciplina, de acuerdo con Harvey, como “a condition of possibility and as a propaedeutic for all other forms of reasoning” (Harvey 2009, 29). Un concepto que está inscrito en la consciencia geográfica de Caldas y que, sin embargo, se nos da veladamente, camuflado por un proyecto donde se quiere hacer ver su narrativa espa-cial de la Nueva Granada como natural. En Caldas el mecanismo ideológico consiste en la inversión de la causalidad para ocultar el propósito político de su mapa ideológico. Por ello, en la conocida frase de Caldas que cito como epígrafe –“la geografía es la base de toda es-peculación política” (Caldas 1942, 15)– las variables se hayan invertidas. No es la geografía la base de toda especulación política, sino la política –el proyecto crio-llo, en el caso de Caldas– la base de toda especulación geográfica, es decir, de la construcción de una narrativa espacial para justificar un proyecto civilizatorio.9

El proyecto político de Caldas se articula en la cons-trucción de un espacio fragmentado, de imposible trán-sito y de aviesa movilidad interior, al que se le da un

9 Como sostiene Alberto Castrillón, la percepción del paisaje no es apriorística, sino fruto de una ideología: “Estos dictados [de percep-ción del paisaje] no son a prioris de nuestra sensibilidad con respecto al paisaje, ya que no hay una sensibilidad original con respecto a la naturaleza sino políticas con referencia al paisaje y a la organización de territorios” (Castrillón 2000, xiii).

basamento natural a través de un discurso científico: las tesis sobre la determinación “del clima sobre los seres organizados” y la naturalización de la cultura a través del ideologema de la raza, porque, como nos lo recuerdan Adorno y Horkheimer, “la raza es una reducción a lo na-tural” (1994, 214). Estas tesis europeas de estirpe kan-tiana fueron leídas por Caldas en textos de intelectuales del siglo XVIII como Cornelius de Pauw o el Conde de Buffon y citadas profusamente por los ilustrados de la Nueva Granada a través de las distintas memorias del Semanario (Nieto 2008, 266). En Kant leemos, por ejemplo, formulaciones que –vía escritores franceses, porque Caldas no leía alemán10– el intelectual neogra-nadino tomará casi al pie de la letra. A pesar de que en sus textos sobre geografía física es donde las tesis racis-tas de Kant son más visibles, de acuerdo con autores que han transcrito apartes del alemán (Eze 2001, 203; Harvey 2009, 26), existen pasajes de Kant en textos su-yos accesibles en otras lenguas, como en su Antropolo-gía desde el punto de vista pragmático (de 1798) o en su Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime (de 1764), donde leemos apreciaciones como ésta:

Los negros de África carecen por su naturaleza de una sensibilidad que se eleve por encima de lo insig-nificante. El señor Hume desafía a que se le presente un ejemplo de que un negro haya mostrado talento, y afirma que entre los cientos de millares de negros transportados a tierras extrañas, y aunque muchos de ellos hayan obtenido la libertad, no se ha encon-trado uno solo que haya imaginado algo grande en el arte, en la ciencia o en cualquiera otra cualidad honorable, mientras entre los blancos se presenta fre-cuentemente el caso de los que por sus condiciones se levantan de un estado humilde y conquistan una reputación ventajosa (Kant 1919, 75).

En ésta y otras citas de Kant, parecidas a la de otros pensadores europeos de la época, podemos leer, por una parte, los prejuicios culturales que Caldas naturaliza-ría en América a través de una visión determinista de la raza; y por otra, de forma tal vez más preocupante, la influencia que –según De Buffon o Kant– podía tener el clima también sobre los europeos que migraban ha-cia tierras que compartían climas similares al de África. Si, de acuerdo con pensadores como Kant o De Pauw, los descendientes de noruegos, por ejemplo, cambia-ban luego de que su descendencia viviera en el clima

10 Una de las razones que tanto fomentaban la ansiedad de Caldas duran-te la visita de Humboldt era no saber alemán, para revisar los apuntes que éste tomaba.

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de España (Harvey 2009, 27), ¿qué no les pasaría a los mismos españoles al vivir por generaciones en un clima como el de la Nueva Granada? Sin duda, es la pregunta más acuciante para Caldas, y a la que busca responder en los textos aquí analizados. Mauricio Nieto argumenta que la obsesión de los criollos con la raza y el clima –te-mas tratados en el Semanario repetidamente– responde al hecho de que los criollos mismos temían los efectos que el clima tropical pudiera tener sobre sus cuerpos (Nieto 2008, 163).

La escritura en Caldas, pienso, es una forma de des-inscribir la influencia del clima sobre su cuerpo, pro-bando con sus propios textos y las minuciosas lecturas de textos europeos que transpiran en ellos que el clima de altura andina no ha logrado operar –porque es un clima parecido al europeo– sobre la inteligencia y la capacidad del intelecto de los descendientes de europeos. Por ello no es una casualidad que los epígrafes a los dos textos que acá analizamos provengan de autores europeos y, a su vez, uno de ellos sea una mala traducción.11 Hacer mimesis de lo europeo es una forma de garantizar para sí y para los otros que el proyecto criollo podrá adminis-trar las ideas que pronto dejará a su cargo el proyecto colonial europeo.

Susana Rotker ha mostrado cómo “[e]n Bolívar se pue-den encontrar muchos ejemplos de cómo su generación se sirvió de las ideas europeas, adaptando sólo la parte que les convenía” (Rotker 2005, 75). Éste es claramente el caso de Caldas, quien, como parte de la generación emancipadora, se crió “en la época de la denigración del continente americano” (Rotker 2005, 69). Su respuesta a los textos denigratorios sobre el continente americano es acomodaticia y altamente ideologizada. Sí, el conti-nente es inferior, pero no en su totalidad, parece decir Caldas. Hay partes de América en las cuales el clima –por ser temperado– no degenera a las razas. Adaptar la parte del pensamiento europeo que le convenía al proyecto criollo es literal en Caldas. Solamente en una parte operan las tesis climistas de De Pauw, de Kant o de De Buffon. En otras partes –específicamente, donde habita él– tales tesis no aplican.

11 En lo que podría constituir una genealogía de textos de importación de ideologemas eurocéntricos, este texto de Caldas –también con el Facundo (de 1845) de Sarmiento, posteriormente– empieza fundan-do imaginarios espaciales a partir de fallas en la traducción de textos europeos. Esa falla en la traducción textualiza una problemática apro-piación en el traslado de ideas aplicadas en Europa, una vez pasadas a tierras americanas. El proyecto criollo empieza, así, como una mala traducción en lo que sería, luego, la República de Colombia.

Construirse como europeos en el trópico que no sufren las influencias del clima por encontrarse en la altura an-dina llevará a Caldas a segmentar el espacio de la Nue-va Granada creando fronteras interiores infranqueables, dentro de una geografía imaginada, donde la cultura coincide con el clima, la naturaleza con la violencia y la civilización con la raza. La gramática elemental del discurso imperial instalado en tierras americanas será reproducida por un intelectual protorrepublicano que tendió puentes entre la ideología colonial y la neoco-lonial, con vastas consecuencias hasta hoy para el imaginario nacional de la futura república. Incluso es-pacializando la presencia de los indígenas en el texto a través de la escritura, Caldas escribe lo siguiente sobre ellos en una nota al pie de “Del influjo del clima...”:

Es verdad que el color del indígena de la Nueva Gra-nada es el del cobre; pero sube y baja, se obscurece y se aclara con relación al nivel, al calor, al clima, a las ocupaciones y al modo de vivir. Los indios de las costas del Sur son mucho más obscuros que los de los flancos de la cordillera. [...] Hay un pueblo de mediana extensión en la vecindad de Otavalo, al pie de la montaña nevada de Cotacache, [...]. Todos los indios de este lugar pasan sus días en ocupaciones bien diferentes de las de sus vecinos. Mientras que estos aran, siembran y conducen sus rebaños, los de Cotacache hilan, tejen y bordan a la sombra y en el reposo. La piel de estos es blanca, y la de aquellos rojiza (Caldas 1966, 92-93).

En la lectura de este fragmento –y de otros que copian igual raciocinio– se puede observar la manera confusa y arbitraria en la cual Caldas concibe el lugar de altura como un factor que determina el tipo de trabajo y el color de la piel de la persona. A medida que se sube la mon-taña, el trabajo parece hacerse menos físico y el color de la piel más blanco. En una extraña jerarquización donde el tejido es superior al arado, Caldas encuentra que es en las tierras bajas donde el hombre debe sacrificarse y trabajar, y en las altas donde puede reposar a la sombra, tranquilamente. El esfuerzo físico se transparenta en la piel. Digno heredero de la tradición española colonial, el trabajo, en Caldas, sigue siendo una marca racial que espacializa a quien lo ejerce, casi alegóricamente, en la base de la pirámide. Gracias al trabajo sedentario del teji-do, y a la sombra del clima de montaña, los indígenas de Cotacache van ganando la civilización como una marca que se muestra en sus cuerpos: la blancura.

De los “salvajes”, Caldas solamente puede reconocer que su “única virtud [es] la carencia de vicios” (1966, 188),

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con lo cual pone en escena la complejidad de su pensa-miento, donde la religión y la ciencia lucharán, una por mantener la disposición natural de la cosas de Dios, y la otra por estimular el envión del progreso, y así transformar la naturaleza. El lugar del trabajo intelectual será para Cal-das el lugar de la escritura, la temperancia de los Andes, un espacio que sí puede ser transformado, el locus de la ilustración, por oposición a –y rodeado asimismo de– la geografía de las tierras bajas, donde el trabajo como fuerza transformadora, como veremos, generará desobediencia de los mandatos divinos.

Al concebir el trabajo, la civilización y la raza como un camino que se construye verticalmente, de abajo hacia arriba, viendo en los Andes el telos de la civilización, don-de el trabajo opera como antídoto frente a la barbarie, blanqueando cuerpos, queda narrativizada la geografía triangular del territorio neogranadino.12 Los indios nó-madas en las selvas, más arriba los negros y los mulatos en las costas, subiendo aún más por los Andes los cobri-zos (Caldas 1966, 92), y lentamente hasta llegar al lugar de la escritura, y en la cima, los mestizos de tez clara y finalmente los criollos, hasta alcanzar a Caldas mismo en el punto culmen de la pirámide, subido en su torre astronómica mientras escribe el texto que leemos. El monopolio sobre la escritura se constituirá en Caldas, y en sus sucesores, en la marca que des-marca la influen-cia del clima sobre sus cuerpos, confirmándolos como descendientes de europeos a quienes les es dado escribir el cuerpo de otros –mestizos, negros, mulatos, zambos–, mientras el suyo permanece por fuera de cualquier signo de inscripción, incluso, fuera del texto científico.

Este esquema clasificatorio y determinista instala, en las fronteras opalescentes de la Nueva Granada –re-cordemos que el sueño de Caldas hasta su muerte fue hacer el mapa entero de la Nueva Granada (Vergara y Vergara 1974, 112)– la civilización como un lugar se-dentario localizado en el centro para ser asechado por una vasta periferia de territorios, abajo y alrededor de los Andes. El historiador Alfonso Múnera llama a esta

12 Recientemente ha sido el novelista Héctor Abad Faciolince, en Angosta (2002), quien, parodiando el mapa caldasiano, ha construido una ale-goría de las exclusiones sociales, las iniquidades y la violencia del país pasadas por una organización espacial. Angosta es una ciudad que, al construirse de retazos geográficos y literarios, representa un aquí ubicuo y un ahora eterno, la trascendentalidad de la alegoría. Es una ciudad-país, en un momento, pero también es una ciudad-mundo, en otros momentos del texto. El andamiaje sobre la que está construida la ciudad –la narrativa triangular de Caldas, que coincide, religiosamen-te, con la de Dante–, le permite dinámicamente cargar los símbolos que la constituyen desde distintos referentes: la historia de Colombia, la guerra en Irak, el fenómeno de la inmigración latina en Estados Uni-dos, etcétera.

organización espacial “colonialismo interno” (2005, 70), y lo define en los siguientes términos:

Caldas fue quizás el creador, en nuestro medio, de la visión sobre la cual se fundamentaría una y otra vez, a lo largo del siglo XIX y bien entrado el XX, el dis-curso hegemónico de la república andina, en el cual los valles y mesetas de las grandes cordilleras encar-naron el territorio ideal de la nación, y las costas, las tierras ardientes de los valles ribereños, los llanos y la selva el “otro”, la imagen negativa de una América inferior, tal como se había concebido desde Europa (Múnera 2005, 70-71).

Esta disposición geográfica tiene necesariamente que basarse en un presupuesto que impide la movilidad de las tierras bajas hacia el “paraíso civilizatorio” de las tie-rras de altura andina. En efecto, Caldas habla de ríos inmensos que conectan el territorio neogranadino, pero nunca menciona la posibilidad de que “castas inferio-res”, en tierras bajas, usen esos ríos para subir hasta el centro andino y disfrutar de los beneficios del clima ci-vilizatorio. La geografía se fragmenta en Caldas al punto de construirse, no a partir de comunicaciones, sino de barreras para el intercambio y movilidad de la geografía humana del territorio, y no de la geografía económica, porque ésta siempre ha sido la que ha abastecido de alimentos a las ciudades andinas.

Sólo hay un momento en el que Caldas pondera la mo-vilidad vertical dentro del territorio. Coherente con su propia narrativa espacial, el ejemplo que escoge es el de poblaciones bajando y no subiendo por los Andes. En otra larga nota al pie de “Del influjo del clima...”, donde habla de cómo los indios de tierra caliente se zambu-llen en las aguas frías del río cambiando bruscamente de temperatura, Caldas escribe: “Los advenedizos, los que acaban de entrar en estas regiones ardientes, hacen los mismo que el indio de las costas, y los resultados son los mismos [cambio de temperatura sin ninguna conse-cuencia]. Pregunto: ¿se toca el influjo del clima sobre nuestro ser?” (Caldas 1966, 97).

Existe la posibilidad de bajar hacia “las tierras feraces” pero nunca de subir hasta encontrar al propio Caldas, quien parece escribir para alejar, para excluir, para em-pujar hacia los márgenes esos fantasmas que él mismo ha creado. En “Del influjo del clima...” describe las di-ferentes castas que componen la Nueva Granada. Al describir las que habitan las tierras bajas, Caldas con-cluye que –en el caso de los indios y los mulatos, por ejemplo– no existe razón o interés alguno en ellos, a

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pesar de ser nómadas, por emigrar hacia las tierras altas. Antes bien, ambos se internan, en la narrativa caldasia-na, más profundo en la selva. Del “indio de las costas del sur” dice: “[n]ada desea. Contento con su destino y con su país, mira con indiferencia al resto de la tierra” (Caldas 1966, 98). Del mulato elogia su capacidad de escape, siempre que sea hacia las selvas que, en Caldas, se hallan en el costado opuesto a los Andes: “Cuando la sociedad en que vive quiere poner freno a sus deseos, [...], entonces vuelve sus ojos a los bosques tutelares de su independencia” (Caldas 1966, 99). Así, en Caldas, el nomadismo de las castas que no viven en los Andes está signado por un movimiento de dispersión, pero re-fractario frente a los climas de altura, donde existen “los campos, las mieses, los rebaños, la dulce paz, los frutos de la tierras, los bienes de una vida sedentaria y laborio-sa [...]” (Caldas 1966, 100). Al entender el nomadismo en una sola dirección, como escape, Caldas está tex-tualizando el envés de lo que no describe: el miedo a la invasión, no sólo de las gentes que habitan las tierras calientes, sino de una geografía que él entiende como la verdaderamente tropical y donde el clima puede operar su temible influjo sobre el cuerpo, a tal punto que esas “regiones [las de tierra caliente] no son las más venta-josas para el aumento de la especie humana” (Caldas 1966, 186). Con ello vaticina, a través de un juicio que se piensa científico, un íntimo deseo que no es otro que la desaparición de las razas no hispanizables.

el JardíN herético

En la selva Caldas crea una geografía inmanentemente maléfica y malsana, con lo cual excluye el análisis de las relaciones sociales y económicas que operan para hacer-la tal. Caldas bien puede ser el culpable entre nosotros de construir el espacio de la selva como un locus horri-bilis, “un imaginario construido desde la ciudad [desde los Andes] que, subjetivando el espacio, objetiviza las dinámicas sociales”, como sostiene Mejías-López (2006, 385) respecto a ciertas lecturas deformantes de La vorá-gine de J. E. Rivera. Sin duda, un imaginario que hoy en día sigue cosechando terribles frutos para la República.

Para entender esta construcción metafísica de la selva, es necesario volver a la obsesión de Caldas por medir alturas con el barómetro. En tal obsesión quiero leer la búsqueda constante de barreras y límites donde la vege-tación cambia, organizando el clima de altura de forma tan compartimentada que cruzar dichos límites deven-dría en un atentado contra la organización divina de la naturaleza y la postulación, consecuentemente, de Dios

como el jardinero incontrovertible. En efecto, al encon-trarse impresionado por la exuberancia de la vegetación andina, y viendo en apariencia vegetaciones selváticas subir por las cumbres andinas, Caldas comenta afana-do: “las plantas se han esparcido sobre la superficie de los Andes sin designio, y que la confusión y el desor-den reinan por todas partes” (Caldas 1966, 102), para luego, “desconfiando de las apariencias”, preguntarse: “[e]n qué punto dejan de existir las [plantas selváticas] unas para ceder el lugar a las otras” (Caldas 1966, 103). Luego de un largo párrafo en donde abundan las minu-ciosas medidas de altura, Caldas concluye aliviado que “cada región, cada temperatura, cada capa de aire, cada pulgada del barómetro presenta diferente vegetación” (1966, 103), con lo cual hace la operación de trocar latitud por altitud en la zona andina, creando un mapa donde se llega a Europa subiendo los Andes y se los baja para descender a África, al mismo tiempo que se viaja en el tiempo.

Es fundamental la minuciosa organización de vegeta-ción por altura, porque impide la nomadización de la selva, por ejemplo, cuando no de sus habitantes, por no hablar de los animales selváticos: “Todos [los animales] están circunscritos, todos tienen límites que no pueden pasar” (Caldas 1966, 104). Por ello, para Caldas el jar-dín (para no hablar del zoológico), o la posibilidad de construirlo, va en contra de la organización natural del espacio geográfico. Al observar que con el jardín o el in-vernadero se puede nomadizar la vegetación, haciendo subir a los Andes plantas que ahí no debían pertenecer, Caldas antepone a la voluntad humana la disposición divina. Por eso el catálogo y el herbario son sus formas predilectas de domesticación de la geografía, formas asép-ticas de contrariar la invasión: dibujos y plantas dise-cadas. Contrariando su vocación científica, Caldas se hace rehén de su formación católica cuando escribe:

Las plantas de nuestros jardines, podadas, a cubierto de las inclemencias, y con jugos abundantes y subs-tanciosos, también han corrompido su carácter. La estatura, los colores y las formas, todo se ha variado por la prosperidad y la abundancia. Nuestros cla-veles, nuestras adormideras, etc., no son a los ojos de un botánico sino monstruos, productos degrada-dos y siervos corrompidos. ¿Se dudará todavía de la influencia de los alimentos sobre los seres organiza-dos? (Caldas 1966, 118-119).

Para Caldas, es la religión “que conoce bien nuestras pasiones” y que “nos ordena la abstinencia, el ayuno y la mortificación” (1966, 117) la misma que nos debe

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prohibir regar de agua, abono y mantener bajo abrigo las plantas de otros climas que, por serlo, necesitarían de nuestro cuidado. La temperancia y el sacrificio harían de la invención/invasión del jardín una herejía, corre el argumento religioso de Caldas para proscribir el jardín de su proyecto (Caldas 1966, 118). En tal proscripción quiero ver el reconocimiento a la imposible jardiniza-ción de la selva por parte del proyecto criollo. Una im-posibilidad que llevará a querer su exterminio. Es decir, el miedo de Caldas a la selva, su aversión a ella, es que la nomadización de los Andes no puede darse al punto de llevar la civilización a la selva, controlándola o pu-diendo dar razón de ella en función de una narrativa eurocéntrica del espacio.

Caldas debe, entonces, prohibir la selvatización de los Andes porque la jardinización de la selva es imposible, al punto de que la única forma de controlar la selva es haciendo con ella precisamente lo contrario a domesti-carla: exterminarla. En efecto, para Caldas la selva es el lugar donde la temperancia y el control no existen. Es un espacio profano. Es el lugar de la hechicería y la herejía, de la lascivia, la humedad y la ruina. Caldas escribe:

Este aire [el de las selvas], cargado de humedad, se carga también de exhalaciones de las plantas vivas y de las que se corrompen a sus pies. [...] Ellas [las lluvias] empapan, anegan la tierra y la hacen excesi-vamente enferma. De aquí las fiebres intermitentes, las pútridas y las exaltaciones de las más vergonzosas enfermedades. De aquí la prodigiosa propagación de los insectos y de tantos males que afligen a los des-graciados que habitan esos países (1966, 116).

Es el exceso de calor lo que hace de estos espacios unos lugares corruptos; de la misma manera que el exceso de atenciones corrompe a los animales domesticados y a las plantas de los jardines. Así, todo hombre que domes-tique animales o tenga jardines es un agente selvático, un hombre corruptor que incita la lujuria en las plantas y los animales que han perdido, al ser domesticados, “el plan sabio de la naturaleza” (Caldas 1966, 118). La contradicción se hace aún más evidente si se tiene en cuenta que Caldas fue un recolector de muestras para la Expedición Botánica de Mutis. Caldas escribe: “el hombre no solo ha corrompido al hombre, sino a todos los seres que le rodean, a los animales y a las plantas mismas” (Caldas 1966, 118). Olvidándose de esas gen-tes que él reconocía vivían en la selva, Caldas aconseja el exterminio de la selva, en términos nada ambivalen-tes: “que se corten estos árboles enormes, [...]: enton-ces, como por encanto, todo varía. Las lluvias, el trueno,

las tempestades disminuyen, las fiebres, los insectos y los males huyen de estos lugares, y un país inhabitable se convierte en otro sereno y feliz” (Caldas 1966, 116).

Exterminar la selva como “país inhabitable”, en Caldas, es abolir el pasado y entrar en el futuro. Por eso Caldas insiste en que “Francia, en otro tiempo cubierta de bos-ques y de pantanos, era fría y alimentaba en su seno los renos y los animales del Norte” (1966, 117). El anacro-nismo de selvatizar a Francia crea una narrativa donde la deforestación es la llave para alcanzar la quimera euro-céntrica de la modernidad.13 En La dialéctica de la Ilus-tración, Adorno y Horkheimer han develado el proyecto totalitario de los ilustrados. Arguyen allí que el impulso del hombre ilustrado tiende a imitar a Dios –otra vez, la reaparición del punto cero en el lugar de la enunciación– en cuanto todo debe estar bajo su soberanía, al mismo tiempo que el miedo a lo desconocido o a lo incontro-lable –la selva, en Caldas, por ejemplo– debe quedar desterrado (Adorno y Horkheimer 1994, 62). Por ello, el terror de la Ilustración es ser tragado por la naturaleza, por lo cual, para impedirlo, no se la puede dejar por fue-ra: “nada absolutamente puede existir fuera [del proyec-to ilustrado], pues la sola idea del exterior es la genuina fuente del miedo” (Adorno y Horkheimer 1994, 70).

Al no poder integrar la selva al proyecto criollo, porque su clima no permite su domesticación por parte de la civilización, Caldas opta por integrarla a través de su exterminio argumentando que la selva es el lugar de la amenaza a la preservación del género humano, debido a su corrupción. En tal movimiento, donde se integra la selva a través de su exterminio, Caldas profana el jardín de la selva, ya no arrancándole sus misterios a la Natura-leza (Silva 2002, 463), sino eliminándolos, probando que la Ilustración en su momento más radical sustituye el co-nocimiento por la fuerza (Adorno y Horkheimer 1994, 70). Así, llegamos a la ecuación ilustrada de la guerra, donde “la naturaleza es liberada en cuanto verdadera autocon-servación por el proceso mismo que prometía expulsarla, tanto en el individuo como en el destino colectivo de crisis y guerras” (Adorno y Horkheimer 1994, 84). La preservación de la civilización en el proyecto criollo de Caldas debe pasar por la guerra constante emprendida en contra de los territorios que se rehúsan a integrarse a la civilización, pero también de las personas que en ellos habitan, las cuales no son siquiera mencionadas por Cal-

13 Robert Pogue Harrison, en Forests: Shadows of Civilization (1992), ha analizado, a través de textos canónicos europeos, los rastros de un pa-sado encantado, de mitos y leyendas, que han permanecido en una Europa nacida de un enorme bosque podado.

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das, anticipando su eliminación en un nivel gramatical. Con ello se confirma que el dispositivo ready-made de la invasión es el modus operandi del proyecto criollo, ins-talándose incluso antes de la constitución de la Repú-blica, con la construcción de una narrativa espacial del asedio que debe integrar el afuera –que no obstante está dentro de sus límites– mediante la operación de la gue-rra constante, intentando exterminar lo que la amena-za. La guerra contra nuestro propio territorio se devela, así, como una forma de re-conocimiento, una relectura para la actualización del proyecto criollo que vertebraría la República desde sus inicios. Una ontología donde la guerra es el supuesto para dar razón de una organización espacial hegemónica.

Releer a Caldas doscientos años después de la publica-ción de sus influyentes textos geográficos, y en el Bicen-tenario de la Independencia, es develar la presencia de la idea de la guerra como un discurso que se instaló en la manera en que los intelectuales neogranadinos de fi-nales del siglo XVIII y comienzos del XIX, pero también de las primeras generaciones republicanas, imaginaron

los espacios de las repúblicas latinoamericanas. La na-rrativa del espacio cercado de la civilización por parte de la selva continuará, por ejemplo, en intelectuales como José María Samper, en su Ensayo sobre las revoluciones políticas (de 1861), o Manuel Ancízar, en La peregrina-ción de Alpha (de 1853). Sin hablar de sus terribles e in-numerables efectos posteriores; entre los cuales el más reciente es la actual guerra contra las drogas.

Por último, quiero señalar una veta que no ausculté dentro de este ensayo pero que me parece yace bajo algunas de sus reflexiones. La identificación ideológica de clima con raza y, a la vez, la inmanente localización geográfica de esa dupla de manera sedentaria tienen una consecuencia ulterior para la futura constitución de la República. Desmembrar el territorio en el viejo tópico del siglo XIX latinoamericano –civilizacion vs. barbarie– tiene un añadido distinto que en Argentina, por ejemplo. La civilización en Colombia no será un proyecto nómada, como en Sarmiento, sino uno seden-tario donde la conquista perpetua se practicará sin co-lonización institucionalizada. Esta espacialización del

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Charles Barbant. 1880. Periódico Tour du monde, París.

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territorio conllevará prácticas elitistas (Silva 2002, 393) mediante las cuales la ciudadanía no será conferida a todas las personas que habitan el territorio de la futura República. Hoy la ciudadanía continúa siendo un lugar sedentario preferiblemente ocupado por hombres andi-nos que mantienen vigente, desde asientos urbanos, la pervivencia violenta del proyecto criollo.

Por ello es fundamental analizar la práctica escritural de personas tan cercanas a la génesis de nuestro proyecto republicano como proyecto criollo, tales como Caldas. Su escritura es la lucha por ganar legitimidad frente a un público europeo, sin haber nacido en Europa, con lo cual allana el lugar de enunciación neocolonial, inscri-biendo su identidad en el lugar de los españoles, al mis-mo tiempo que excluye otras identidades no hispanas o no hispanizables. Fragmentar el espacio en geografías irreconciliables por sus gentes y sus climas es funda-mental para construir la fortaleza de la civilización ex-cluyendo a las vastas mayorías que aún hoy se ven como absolutamente no ciudadanas.

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Una geografía para la guerra: narrativas del cerco en Francisco José de CaldasFelipe Martínez Pinzón

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por Idelber Avelar*Fecha de recepción: 2 de junio de 2010Fecha de aceptación: 21 de septiembre de 2010Fecha de modificación: 30 de octubre de 2010

RESUMEN Este trabajo analiza una novela pionera en la tradición literaria del Caribe colombiano: Ingermina, publicada por Juan José Nieto durante su exilio en Jamaica, en 1844, y prácticamente olvidada durante un siglo y medio, hasta su reedición en 1998. Ingermina relata la conquista del reino de Calamar y su conversión en la colonial Cartagena de Nueva Granada. El texto se organiza a partir del tema del amor entre una mujer indígena y un colonizador español. Al contrario de otros relatos (como el de la Malinche mexicana, Iracema en Brasil, etc.), la novela de Nieto ofrece un retrato notablemente diversificado de la población indígena, dividida entre anticolonialistas radicales y moderados. Mi artículo analiza la subsunción que realiza Nieto, de un antagonismo político bajo un antagonismo moral. Anclado en el contexto de la Colombia decimonónica, remito esa subsunción a los límites del liberalismo de Nieto, uno de los más radicales de su época.

PALABRAS CLAVEAlegoría, indigenismo, Colombia, nación, colonialismo, Juan José Nieto, novela caribeña.

* doctor en Literaturas Latinoamericanas de duke University y profesor titular en Tulane University, Estados Unidos. Autor de Alegorías de la derrota: la ficción posdictatorial y el trabajo del duelo. Santiago: Cuarto Propio, 2003; y The Letter of Violence: Essays on Narrative, Ethics, and Politics. Nueva york: Palgrave, 2004. Coeditor de Brazilian Popular Music and Globalization. durham: duke University Press, 2011. Ha publicado alrededor de 50 artículos académicos en revistas europeas y americanas. Actualmente prepara una monografía sobre masculinidad en la literatura latinoamericana. Correo electrónico: [email protected].

Juan José Nieto’s Ingermina: Antagonism and Allegory in the Origins of the Caribbean Novel

ABSTRACT This paper analyzes a pioneering novel in the literary tradition of the Colombian Caribbean: Ingermina, published by Juan José Nieto during his exile to Jamaica in 1844, and practically forgotten for a century and a half, until it was reedited in 1998. Ingermina tells of the conquest of the Kingdom of Calamar and its conversion into the colonial Cartagena of the New Granada. The text revolves around the love between an Indian woman and a Spanish colonist. In contrast to other stories (such as the Mexican Malinche, Iracema in Brazil, etc.), Nieto’s novel offers a notably diverse view of the indigenous population, which is divided between radical and moderate anti-colonialists. My article analyzes the subsumption made by Nieto, of a political antagonism under a moral antagonism. Firmly planted within the context of Colombia in the 19th century, I refer this subsumption to the limits of Nieto’s liberalism, one of the most radical of his time.

KEy wORdS Allegory, Indigenism, Colombia, nation, Colonialism, Juan José Nieto, Caribbean Novel.

Ingermina, de Juan José Nieto: antagonismo y alegoría en los orígenes de la novela caribeña

Ingermina, de Juan José Nieto: Antagonismo e alegoria nas origens do romance caribenho

RESUMOEste artigo analisa um romance pioneiro na tradição literária do Caribe colombiano: Ingermina, publicada por Juan José Nieto durante seu exílio na Jamaica, em 1844, e quase esquecida durante um século e meio, até a sua reedição em 1998. Ingermina narra a conquista do reino de Calamar e sua conversão na Cartagena colonial de Nova Granada. O texto está organizado em torno do tema do amor entre uma índia e um colonizador espanhol. Ao contrário de outros relatos do tipo (como a Malinche mexicana ou a Iracema brasileira), o romance de Nieto oferece um retrato bastante diversificado da população indígena, dividida entre anti-coloniais radicais e moderado.O artigo analisa também a subsunção que realiza Nieto, de um antagonismo político sob um antagonismo moral. Ancorado no contexto da Colômbia oitocentista, remeto essa subsunção aos limites do liberalismo de Nieto, um dos mais radicais do seu tempo.

PALABRAS CHAVEalegoría, indianismo, Colômbia, nação, colonialismo, Juan José Nieto, romance caribenho.

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Alegáis que nos dejáis en paz, es verdad, pero es una paz deshonrosa, vituperable, comprada al costoso precio de nuestra independencia, sostenida por la abyección de

la esclavitud

(Catarpa, citado en Nieto 2001, 61).

L a dinámica particular de las relaciones so-ciales en la región Caribe de Colombia permitió que se produjera allí, por primera vez en el país, un corpus novelístico de complejidad bastante notable, cuando se compara con las novelas que se empezaban a publicar en otros países latinoamericanos. Las novelas escritas por Juan José Nieto (1804-1866) en su exilio jamaiqui-no en la década de 1840 nos presentan personajes tridi-mensionales y resoluciones narrativas no obvias, que no se encontrarían con tanta frecuencia en las novelas ro-mántico-sentimentales o costumbristas que, por aquel entonces, pasaban a dominar el canon literario latino-americano. Que estas novelas hayan sido el producto de la pluma de Nieto, un mulato, y que hayan visto la im-prenta en el exilio, no son, desde luego, datos fortuitos. La derrota del proyecto liberal representado por Nieto es un elemento constitutivo, que tendría importante pa-pel en ese corpus narrativo que se gestaba. Tampoco es casual que también en el Caribe, pocas décadas des-pués, surgiera el primer gran poeta, traductor y drama-turgo afrocolombiano, Candelario Obeso (1849-1884), dado el protagonismo de la población afrodescendiente en el siglo XIX caribeño colombiano, tema que ya ha sido objeto de estudios importantes (Múnera Cavadía 1998; Prescott 1985; Lemaitre 1983).

En el caso de Candelario Obeso, por cierto, casi todo queda por hacer. De la obra literaria de Juan José Nieto, sólo Ingermina (muy recientemente) ha recibido lectu-ras mínimamente articuladas. Este artículo tratará de contribuir a la conversación acerca de la primera novela de Nieto, con un análisis de los mecanismos retóricos a través de los cuales el relato diluye el antagonismo entre colonizadores y colonizados en el antagonismo entre una colonización presentada por la novela como mag-nánima y, en último análisis, justa, y un modelo colo-nizador tiránico, dictatorial. Esta operación textual, a través de la cual una diferencia política se representa como diferencia moral, será leída en el contexto de la ambigüedad política del mismo Nieto, desterrado en Ja-maica e identificado, vía ficción histórica, con la pobla-

ción calamar derrotada, pero sin condiciones de romper completamente con la vindicación del hispanismo y del proceso colonial. Ingermina se escribe en esta tensión, que adquiere matices más complejos que los que se ob-servarían, por ejemplo, en los comienzos de la novela indianista brasileña (con Iracema, de José de Alencar) o peruana (con Aves sin nido, de Clorinda Matto de Tur-ner). En Ingermina encontraremos, por ejemplo, una escisión política y cultural dentro de la comunidad in-dígena, dato ausente en las novelas indianistas clásicas, que tienden a representar los pueblos amerindios como totalidades homogéneas, no fracturadas.

En contraste con la herencia significativamente más rígida del sistema esclavista del valle del Cauca aurí-fero y luego azucarero, donde la alta concentración de tierras se mantendría intacta hasta el siglo XX, en el Caribe, ya en el censo de 1776-1778, los negros y mulatos libres constituían 3/5 de la población de Carta-gena, y los esclavos menos del diez por ciento (Palacios y Safford 2002, 50). Esta especificidad propicia, en la costa, la constitución de una pequeña clase letrada negra, de la cual, ya en la década de 1860, surgirá un escritor negro de la estatura de Candelario Obeso. Este hecho también contribuye a la tensión particular que viviría el mulato Juan José Nieto, alegorizando en el pueblo calamar (en Ingermina), o bien en el pueblo árabe (en Los moriscos), las derrotas de la vertiente emancipadora del liberalismo colombiano que lo enviarían a su exilio jamaiquino. En el caso de Ingermina, la alegoría ganaría considerable complejidad: su representación del pueblo indígena conquistado alcanzaría una tridimensionalidad casi nunca vista en la novela indianista del siglo XIX, al contrario de lo que se ha repetido sin mucha reflexión en cierta crítica, que ha insistido en ver en el relato de Nieto un texto con “cables sueltos” (McGrady 1962, 33).

JuaN José Nieto e inGERmina

El mulato Juan José Nieto perteneció a la generación de políticos liberales que vivieron entre el fin del largo período de hegemonía colonial de Cartagena y la ascen-sión de Barranquilla, en la década de 1870, como el puerto más importante de la región. Santanderista en la juventud, fue autodidacta y accedió a la imprenta con una Geografía de la provincia de Cartagena (1839) mien-tras se elegía diputado de la provincia y participaba en la revolución de los Supremos, en 1840. Apresado por el general Mosquera, se radicó por cinco años en Kingston, Jamaica, donde escribiría, además de Ingermina, otras dos novelas, Rosina y Los moriscos, antes de regresar a

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Cartagena en 1847. Llegó a ser representante a la Cá-mara y gobernador de la provincia. Derribado, vuelve al poder, en manos de una Asamblea Constituyente del autodeclarado estado independiente de Bolívar, en nom-bre del cual celebraría en 1860 con Mosquera (quien, desde el Cauca, libraba guerra contra el centro hege-mónico de la Confederación Granadina del presiden-te conservador Mariano Ospina Rodríguez) un tratado cartográficamente curioso, que declara unificadas las dos regiones, Bolívar y el Cauca, como los Estados Uni-dos de la Nueva Granada, por encima de la Antioquia, que los separaba geográficamente. Como presidente de Bolívar, Nieto aún ganaría batallas en Santa Marta y Barranquilla, antes que otro conflicto con Mosquera lo enviara de nuevo al ostracismo, derrotado por el jefe mosquerista González Carazo, y luego retirado definiti-vamente a la vida privada. Algunas décadas antes Nieto había compuesto, en Ingermina, un elegante relato de cómo un sujeto, una tradición y un linaje se ven forza-dos a lidiar con la derrota, extrayendo, de la tragedia del pueblo calamar, una imagen de su destino en Jamaica.

Merece mención la curiosa historia de la publicación y (no) circulación de Ingermina. Desde la edición hecha en la imprenta de Rafael J. de Córdova, “a expensas de unos amigos del autor” (1844), hasta la segunda edi-ción, realizada por la Gobernación de Bolívar (1998), transcurren 154 años en los que la novela no circuló. La historia marginal de Ingermina no es una contingen-cia ni un mero reflejo de la posición subordinada de la costa en el canon literario que empezaría a nacionalizar-se como colombiano algunas décadas después. La des-calificación de Ingermina y de las otras dos novelas de Nieto (Los moriscos y Rosina, jamás reeditadas) ya posee algún rastro bibliográfico más allá del silencio que le dedican gran parte de los clásicos de la crítica literaria colombiana, como la Historia de la literatura colombiana de José J. Ortega, de 1934.

El Diccionario de autores colombianos (1978), de Luis María Sánchez López, incorrectamente sitúa en Carta-gena el lugar de nacimiento de Nieto, y, más allá de de-finirlo como “militar, dramaturgo y novelista”, se limita a nombrar Ingermina como “quizá la primera novela de la violencia en Colombia” (Sánchez López 1985, 325). En casi toda la bibliografía, al adjetivo “primera” le acompa-ña, en general, un juicio despectivo basado en un mo-delo ideal de lo que hubiera sido, o vendría a ser, una novelística “madura”. Cursio Altamar definía Ingermina y Los moriscos como “embriones informes de novelas con todos los componentes exteriores del romanticismo, aunque desprovistas de espíritu imaginativo” (Cursio

Altamar 1957, 65). Donald McGrady se refiere a In-germina y Los moriscos como “novelitas” o “balbuceos de novela”, que traen “en germen todos los defectos que se darán a lo largo del desarrollo de este género en Colom-bia” (1962, 63 y 33). Según el crítico norteamericano, su mérito sería el de manifestar tempranamente los vicios que después se madurarían en defectos reales: así escri-be la historia literaria, a fin de cuentas, el historicismo etnocéntrico. En los treinta ensayos del indispensable Manual de literatura colombiana (1988), Juan José Nie-to no merece más que dos marginalísimas menciones, siempre en pasajes dedicados a otros autores (Mujica 1988, I-143-73; Padilla 1988, II-511-88). Valiosos traba-jos de reconstitución del canon literario del siglo XIX co-lombiano, como el de Álvaro Pineda Botero (1999) y el de Raymond Williams (1991), no han alterado el juicio de valor. Aquél define Ingermina como una “narración ingenua, llena de tópicos literarios precervantinos, que para el siglo XIX estaban ya desgastados en España”, un texto que además hubiera pecado al “dejar por fuera la raza negra”, que, según el crítico, debería ser retratada en la novela, ya que ésta tiene lugar en 1533-37, y “la introducción de esclavos negros en la Nueva Granada comenzó en los primeros años de la Conquista”. Pineda Botero concluye su condena del texto con la conclusión de que al usar el género de la novela histórica, Nieto “reescribía la historia para llenar las necesidades de su propio presente” (Pineda 1999, 105-08), sin informar-nos en qué consistiría la diferencia, en este aspecto, en-tre Ingermina y cualquier otra novela histórica. Raymond Williams, mirando regionalmente el canon colombiano decimonónico, teje interesantes observaciones sobre In-germina como paradigma de una mirada histórica y archi-vista sobresaliente en la Costa, pero naufraga al intentar reducir la trama de Ingermina (y, de hecho, abarcar toda la novelística colombiana) a partir de una oposición mí-tica entre dos categorías reificadas, “culturas orales” y “culturas escritas”, bajo las cuales uno podría supues-tamente catalogar personajes o incluso regiones enteras (Williams 1991, 93-100). De hecho, es precisamente en la tensión entre lo regional y lo nacional que se juega todo lo que el texto mismo de Ingermina pone en tela de juicio, como demostró Beatriz Aguirre (2001) en un artículo pionero. Como después notaría Sergio Paolo Solano (2008), en Ingermina se deja leer todo un mapa de las relaciones raciales y regionales de la Colombia decimonónica. Coincido con Solano y Aguirre en que las descalificaciones de la novela de Nieto han sido, por lo general, apresuradas y poco fundamentadas.

En su prólogo a la tercera y muy bien cuidada edición publicada en EAFIT (2001), Germán Espinosa mencio-

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na la donación de un ejemplar de Ingermina en 1856 a la Biblioteca Nacional por el mismo Nieto, en el cual se puede leer a un cuidadoso autor advirtiendo a los lecto-res que la publicación ha sido hecha “en una imprenta que no es de idioma español” y que por eso espera que “disimularán” las faltas de la obra. Nieto escribe desde la traducción, vía el inglés que empezaba a aprender, y muestra la preocupación clara de un escritor que se diri-ge a una patria ausente o distante. Como sería frecuente en América Latina, la imaginación de ese futuro tiene lugar a través de una visita al pasado, entendido como manantial de relatos, pequeños emblemas, alegorías. La alegoría nacional de Ingermina (1844) se extrae del em-blema, de la imagen, de una nación indígena derrotada y esclavizada. Ingermina nos trae de vuelta a la historia de la invasión y conquista del orgulloso reino de Cala-mar, así como su conversión en la colonial Cartagena de Nueva Granada. Ante este telón de fondo, se despliegan relatos de amor, guerra y resistencia.

Nieto abre el libro con una “Breve Noticia Histórica”, que retrata una sociedad feliz antes de la conquista, “la más numerosa, la más fuerte y la más civilizada” de sus alrededores. En una suerte de protoetnografía, Nieto describe el complejo sistema poligámico de los calamares, en el cual las mujeres se reparten entre los amigos durante los viajes del patriarca, y los hijos que de allí nacen son asumidos como legítimos de la casa. Dedica atención especial a las prácticas de due-lo de los calamares, que incluyen el “derecho de ha-blar bien o mal del difunto: su memoria pertenecía al pueblo”, y “la cena de los muertos, que consistía en un banquete tenido en presencia el cadáver al que asis-tían todos los de casa y los amigos. Se comía llorando o haciendo que se lloraba, y suponiendo vivo entre ellos el difunto se despedían de él” (Nieto 2001, 41). La cultura calamar es poligámica, impersonal, colec-tivista, y cultiva un cierto ethos del anonimato. Entra-mos al relato con la imagen de un pueblo compuesto de sujetos “fuertes, sagaces y determinados”, aunque, también nos avisa el texto, “no dejaban de participar de la mala fe que ha distinguido generalmente a los Indígenas” (Nieto 2001, 42).

Ingermina no narra, sino que sólo asume como telón de fondo el antagonismo entre indígenas y españoles. Lo que narra es la superposición entre otros dos antago-nismos. Por un lado, está el antagonismo que separa a los calamares más dispuestos a negociar para sobrevivir bajo la opresión de aquellos más radicalmente revolto-sos contra el colonialismo (ambos grupos actuando de buena fe, y contradiciendo la voz autoral de la “nota his-

tórica”), y, por otro lado, el antagonismo que separa a los españoles criminales de los españoles virtuosos. El antagonismo entre quietismo y lucha kamikaze que es-cinde los indígenas es del orden de la táctica de super-vivencia, de la pragmática; el antagonismo entre virtud y deshonestidad que escinde los personajes españoles es del orden de la esencia ética. La separación hace posible la operación retórica central que echa a andar el relato: presentar el orden colonial como inevitable (no vislum-brar nunca un afuera de este orden) y a la vez presentar la resistencia indígena como justa y justificada.

La narración empieza antes de la colonización, relatan-do una rebelión entre los calamares, que derrotó al tira-no cacique Marcoya y lo reemplazó por el líder popular Ostáron, quien para “evitar que el furor del pueblo re-cayese también sobre la familia del Cacique” (59), “se llevó a su casa la viuda y a Ingermina, entonces niña de sólo cuatro años” (60). Ingermina es luego criada por Ostáron con su hijo Catarpa, en una ambigüedad idén-tica a la que acosa la relación entre María y Efraín en la novela de Isaacs (1986). Son una mezcla de primos y hermanos de crianza, pero también son, incestuosa y misteriosamente, reservados el uno para el otro como amantes futuros. Esta reserva se interrumpe y se agota, en Ingermina, con el éxito de la invasión colonial, sua-vizada en la novela por el retrato altruista del conquis-tador Heredia, quien termina seduciendo a Ingermina. El antagonismo entre los calamares que resisten y los que se adaptan pasa a escindir al inconforme Catarpa –para quien sus compatriotas “se han humillado […] a los pies del vencedor, sin dar siquiera la más pequeña muestra de recibir el yugo con repugnancia” (61)– y a separarlo de Ingermina, rodeada por las atenciones y la labor pedagógica de Alonso de Heredia. En contraste con Catarpa, Ingermina pasa ya a encontrar “las mane-ras casi salvajes de sus conciudadanos […] inferiores y aun chocantes” (69). Con cierto aire de inevitabilidad, la princesa calamar resbala hacia el campo cultural his-pano y el área de influencia de Alonso y de su hermano administrador, Pedro de Heredia. Después de la derrota calamar en la guerra de conquista, la valentía de Catar-pa es reconocida públicamente por los “magnánimos” colonizadores, los Heredia, que le confieren el estatus de prisionero de honor, después de capturarlo sin ma-tarlo o herirlo. Con el tiempo, el carácter indomable del príncipe derrotado cambia, y él es incorporado al antagonismo que estructura la novela, y que opone la magnánima colonización de los Heredia (bajo la cual pareciera haber un espacio para la coexistencia pacífica con los indígenas) a la colonización sanguinaria de Ba-dillo y Peralta.

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Como primera figura seducida por un español y por su cultura, y así convertida en traductora, Ingermina man-tiene parentesco con la Malinche, más que con María, Manuela o las heroínas de Carrasquilla, con la impor-tante salvedad de que en Ingermina no se ven rastros del trauma y la culpabilidad que acompañan la leyenda mexicana.1 La negatividad malinchesca no está ausente del texto, pero se concentra en el comienzo de la tra-yectoria de Catarpa, último calamar a ser capturado y, sólo ya en la cárcel, convencido de obedecer al yugo español por la persuasión respetuosa de Alonso de He-redia. El malinchismo de la mujer, Ingermina, se reduce a su enamoramiento del colonizador, del otro, sin culpa, sin traición, sin cualquier acto de traducción. La otre-dad que separa al colonizador de la nativa, de hecho, se borra al fin de la novela, cuando se nos revela un rocambolesco origen español de Ingermina, quien así aparece, retrospectivamente, ya no como la nativa que se convirtió (Malinche) sino como la ibérica que regre-só, circular, a un punto de origen, y que al hacerlo deja implícitamente designado a su “hermano” Catarpa, el calamar puro, como el verdadero “otro” de la novela.

Al contrario de lo que sugieren evaluaciones críticas que la trataron como texto donde “no hay progresión lógica” y donde abundarían los “cables sueltos” (Mc-Grady 1962, 33), Ingermina es una de las novelas más rigurosamente construidas de todo el siglo XIX latino-americano. La primera y la segunda partes están com-puestas por ocho capítulos. Las dos partes refieren las dos secuencias de acontecimientos que se desprenden de los dos antagonismos básicos, el antagonismo intra-indígena entre adaptación y rebelión y el antagonismo intrahispano entre colonización sanguinaria y transcul-turación magnánima.2 La primera parte narra la tiranía

1 Instalada como lazo definitivo entre traducción y traición en el origen mismo de los relatos nacionales mexicanos, doña Marina (Malintzin, la Malinche) fue amante de Cortés y traductora en la conquista del reino de Moctezuma; ya entrenada como traductora náhuatl/maya, manejaría tempranamente la traducción náhuatl/español. Es difícil sobrestimar el peso de este mito en cuanto instancia enmarcadora del espacio de lo femenino en el relato fundacional de la nación. En el epíteto nacional indecible (chingar, la chingada), el malinchismo es, a la vez, un destino, una ideología y una fuente inagotable de relatos e imágenes. Para una indispensable colección de ensayos que mapean algunos de estos relatos, ver Glantz (2001). Ver especialmente la lectura feminista de la palabra, la letra y la voz hecha por Margo Glantz en “La Malinche: la lengua en la mano”, pp. 91-113 y el análisis de Carlos Monsiváis en “La Malinche y el malinchismo”, pp. 183-193, dedicado a mapear la “expulsión histórica” de Marina en relatos nacionales hegemónicos como el liberalismo del siglo XIX, la revolución y ensayismo de la máscara de Octavio Paz. Agradezco a Robert Irwin la referencia y el acceso al volumen.

2 Desarrollado por primera vez por el cubano Fernando Ortiz (1978) en su Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, el concepto de trans-culturación es una respuesta a la noción de aculturación, oriunda de

de Marcoya sobre los calamares, el subsiguiente reino de paz bajo Ostáron y la invasión española, que provoca una valiente reacción y luego una “sabia” y “madura” sumisión entre los calamares, a manos del inteligente y moderado liderazgo de los Heredia (aunque bajo las protestas iniciales de Catarpa). La segunda parte narra el antagonismo intraespañol, con la llegada de un nue-vo Licenciado, Badillo, que encarcela a los Heredia e impone el reino del terror. El antagonismo central es intrahispano, pero los indígenas no están ausentes: la resolución final en favor de los héroes (los Heredia) es el objetivo de la lucha de Ingermina (quien “baña de lágrimas” los grillos que atan a su prometido Alonso en el calabozo) y Catarpa (quien ya, desde su última cap-tura, trae a una discreta “esposa” no nombrada, sustitu-to fantasmagórico de la Ingermina prometida al otro, al español magnánimo). Los indígenas, en su totalidad, ya “entienden” que la victoria de Heredia es condición de su supervivencia, y la alianza se consolida. Curiosamen-te, en ese momento aparece Catarpa con la “esposa”, y el joven príncipe pasa a ser designado por el narrador como el “hermano” de Ingermina. La segunda parte, en otras palabras, narra la disolución del conflicto intrain-dígena (adaptación versus rebelión) dentro del conflicto intrahispano entre el bien y el mal.

Cada una de las dos partes concluye con un acápite (Historia de Hernán Velásquez e Historia de Gámba-ro y Armósala), donde surge un miserable que narra, en flashback, una fuente hasta entonces ignorada del relato. Alrededor de los dos antagonismos centrales li-nealmente narrados en las dos partes, los dos flashbacks tejen movimientos, en el sentido musical del término. Son variaciones que progresivamente dejan vislumbrar el tema, en toda su complejidad. Al final de la primera parte, antes de la usurpación del ilegítimo Licenciado Badillo, una expedición a la selva que hacía Alonso de Heredia (entonces viviendo un intervalo de plenitud y felicidad con Ingermina) es interrumpida por la llegada de alguien que narra, a la manera de la novela bizanti-na, una serie de peripecias marcadas por la desdicha.

una antropología anterior, que tenía una comprensión más unilateral y colonialista del choque de culturas. El concepto de Ortiz remarca el carácter esencialmente dinámico y doble de los intercambios cultu-rales: el hecho de que una cultura haya sido dominada y colonizada no implica, para Ortiz, que ella no influya y deje sus marcas en la cultura dominante. Décadas después, en Transculturación narrativa en América Latina, Ángel Rama (1982) se volcaría a las obras de Gui-marães Rosa, José María Arguedas y Juan Rulfo como paradigmas de una narrativa que realiza un trabajo transculturador, al tomar como materiales literarios elementos de las culturas no letradas. Utilizamos el término en este ensayo para definir los intercambios culturales entre calamares y españoles en la novela de Nieto.

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Hernán Velásquez es un valenciano que se convierte en musulmán por el amor de una mujer, y que luego del cese del armisticio entre cristianos y musulmanes se ve invadido por el furor patriótico y convence a su suegro de convertirse en cristiano y acompañarlo. Después de un breve período de felicidad con su suegro y su espo-sa, ésta muere y Velásquez, desilusionado, parte hacia América, donde participa en la conquista de un reino cerca de Calamar, pero es olvidado en la playa, junto a indígenas salvajes. Adaptado, con el tiempo, a la so-ciedad indígena, Velásquez se casa con Tálmora, hija de su protector Contarmá. Pero aquí tampoco llega la felicidad, ya que el reino calamar sufría la tiranía de Marcoya (el mismo que sería después destronado por Ostáron), quien lo ultraja, secuestrándole a la mujer y a la hija que había sido generada en el matrimonio. Los

españoles lo encuentran en ese momento de derrota, en que ya considera muertas a Tálmora, su mujer se-cuestrada por Marcoya, y a su hija, que no es sino In-germina, quien reencuentra a su padre ya anciano en el calabozo donde Velásquez ha ido a visitar a las víctimas de la tiranía de Badillo.

El dato es importante porque se hace claro que la niña Ingermina, salvada por un cacique magnánimo (Os-táron) del yugo de un cacique tiránico (Marcoya), era en realidad hija de un español (Velásquez). Todo el relato anterior acerca de la seducción de Ingermina por Alon-so de Heredia, y su paulatino abandono de la promesa amorosa hecha a Catarpa por ambas familias, adquiere otro sentido. Más que una rendición a un invasor, se tra-ta de un reencuentro. El emblema de la esencia calamar

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Charles Barbant. 1880. Periódico Tour du monde, París.

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ya era una figura híbrida en el momento de su concep-ción. Híbrida, pero malinchesca al revés: su concepción fue producto de la “indianización” de un español derro-tado y perdido en peripecias picarescas, llevado a ena-morarse de una india y a construir una familia calamar. Este español destruido, golpeado por el proceso de colo-nización, dependería de la victoria de los Heredia sobre los caciques calamares para rever a su hija y su mujer. De cristiano español a musulmán, de musulmán a cris-tiano, de cristiano a calamar, para finalmente reencon-trarse con su hispanismo, Velásquez es una suerte de emblema de la transculturación, movilizada en la novela de Nieto para disolver el antagonismo político entre co-lonizadores y colonizados dentro del antagonismo moral entre buenos y malos.

Para esto se le reserva a Velásquez el paralelo –construi-do de manera novelesca, perfectamente simétrica, sin dejar ni siquiera un solo “cable suelto”– con Gámbaro, el indígena miserable que interrumpe la narrativa al fi-nal, después que la segunda parte ha narrado la usurpa-ción de Badillo, el encarcelamiento de los Heredia, de Ingermina y de Catarpa, y la subsiguiente huida de los héroes, quienes se lanzan al mar en el momento de su deportación a Santo Domingo como esclavos. Los hé-roes se salvan y preparan la victoria final sobre el tirano Badillo, con la ayuda de un cura que lo denuncia al Rey, y así sella la alegoría nacional: calamares moderados-españoles virtuosos-clero humanitario. La presencia mediadora de la Iglesia resuelve el antagonismo moral que escinde el campo hispano en favor de los héroes. La llegada del indígena memorioso le confiere a la alegoría su último eje.

Gámbaro es hijo del Cacique de Turbaco, prometido a la primogénita del Cacique de Zipacúa, pero se enamo-ra de la más joven, Armósala, destinada a otro, el villano Combacóa. Correspondido, huye con la amante y asis-te a una guerra entre los dos reinos, provocada por el malentendido de que su padre, el Cacique, fuese su cómplice. Cuando los dos reinos lo hacen prisionero y declaran el armisticio basado en su sacrificio, huye de la prisión, auxiliado por una mujer, a tiempo para salvar a su padre y al Cacique de Zipacúa de una em-boscada del villano Combacóa, quien actúa movido por los celos. Después de salvar al padre, que lo había des-heredado por desobediencia, y al suegro, que lo creía traidor, Gámbaro recibe la libertad y, después de mil peripecias, durante las cuales creía que su mujer había muerto, la reencuentra gracias a la colonización “vir-tuosa” de los Heredia y el perdón dado por éstos a los últimos guerreros calamares.

Gámbaro aparece al final, como un fantasma, para darle a Catarpa el abrazo del que reencontraba allí a su cuña-do (Gámbaro es hermano de la no nombrada esposa que se consigue Catarpa después de preterido por Ingermi-na). Las parejas se reatan y el último villano que queda, Peralta (representante del esquema corrupto de Badillo, ya desautorizado por la Corona), es condenado por la justicia, perdonado por el Licenciado virtuoso, y luego linchado por algunos indígenas, quienes no se suman al pacto de la compasión y se vengan de Peralta por los antiguos castigos. Cerrada redondamente, la fábula nos deja el retrato de la coexistencia colonial liberal-toleran-te representada por la hegemonía de los Heredia, a la cual los indígenas se permiten añadirle un suplemento de venganza al final de la obra, como para sugerir que no todo se había trascendido bajo la dialéctica del reino co-lonial feliz. La transculturación, también en la costa ca-ribe, tiene sus límites, y la ficción no deja de inscribirlos.

Ni una mera desatención de la institución literaria, ni un accidente: hay razones textuales para creer que In-germina es una suerte de “antialegoría nacional”, y como tal, incanonizable dentro de un programa positivo de construcción estatal, es decir, ilegible para el siglo XIX, ya sea liberal, ya sea conservador. Escrita en el exilio por un liberal humanitario que añora una patria aún no existente, su acción se remite a una nación esclavizada. Aunque el conquistador magnánimo sea el gran héroe del libro, la única identificación colectiva, nacional, po-sible para los lectores son los calamares derrotados y forzados a lidiar con el yugo extranjero. De hecho, ésta fue la identificación fundamental de Nieto, por lo me-nos en el período en que produjo su obra novelística (1842-47). En el prólogo a Los moriscos (novela en que la nación derrotada regresa en la forma de peripecias vi-vidas por personajes musulmanes exiliados de España), Nieto escribe: “expulsado también de mi patria, por una de esas demasías de poder tan comunes en las como-siones [sic] políticas, era natural que muchas veces me identificase con los Moriscos al dejar rodar mi pluma” (citado en McGrady 1962, 31). Acosadas por conmo-ciones políticas que le perturban la ortografía, las pági-nas de Nieto despliegan un notable anhelo de encontrar en el pasado un emblema análogo al exilio vivido por él en Jamaica en la década de 1840.

De allí el lugar imposible de Ingermina en el canon na-cional, no tanto porque su autor “no maneja una visión verdaderamente nacional” y “está más preocupado con definir una identidad regional para la Costa” (Williams 1991, 96), y más porque el lugar desde donde arma su alegoría es la imagen de la nación calamar conquistada y

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esclavizada. Aunque Nieto no retratara en su novela las poblaciones africanas que acababan de llegar a la costa colombiana en el momento en que tiene lugar el relato (1533-7), según la objeción mimético-verista de algu-nos críticos, la alegoría que ofrece Ingermina nos parece atinada y duradera. El fracasado proyecto ideológico de Nieto –rescatar la colonización desde el liberalismo hu-manitario y a la vez rescatar la dignidad de los vencidos– no deja de tener su momento de verdad: el retrato de la sujeción clara de una población por otra, en el cual, sin embargo, los sojuzgados mantienen notable capaci-dad de articulación e independencia, de tal manera que toda la densidad política, toda la carga trágica, todas las elecciones verdaderamente importantes, todo el legado cultural, digamos, residen en los miembros de la comu-nidad derrotada y sobreviviente: en este sentido, pues, una alegoría de la Costa. Extraer de este legado cultural una alegoría nacional genuina hubiera exigido, por cier-to, que Nieto rompiera con los límites de su liberalismo humanitario y radicalizara la crítica de la Conquista. No es el menor mérito de Ingermina hacer visible esta apo-ría, que acosa incluso las corrientes más progresistas del liberalismo colombiano, con las cuales se alineaba Nie-to. Esta aporía sólo podía emblematizarse, en la década de 1840, en un relato diaspórico: se trata, el dato es cla-ve, de un costeño que llevó a sus límites el liberalismo de su momento y se encuentra exiliado en las tierras afroan-glófonas de Jamaica. Quizás no sería exagerado añadir que ahora, en nuestro momento histórico, los dilemas dramatizados por este relato alcanzan, finalmente, su le-gibilidad más nítida y ominosa.

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Ingermina, de Juan José Nieto: antagonismo y alegoría en los orígenes de la novela caribeñaIdelber Avelar

Dossier

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otras Voces{

Análisis de redes sociales en el mundo rural: guía inicial • Diosey Ramón Lugo-Morin – Colegio de Postgraduados, México.

Problemas del entorno y de la comunidad como fuentes de aprendizaje de la estadística • Yury Marcela Rojas – Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Colombia.

Entre o fazer e o falar dos homens: representações e práticas sociais de saúde [Entre hacer y hablar de los hombres: representaciones y prácticas sociales de la salud]

• Vítor Silva Mendonça – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.• Maria Cristina Smith Menandro – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.

• Zeidi Araújo Trindade – Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil.

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por Diosey Ramón Lugo-Morin**Fecha de recepción: 13 de febrero de 2009Fecha de aceptación: 3 de septiembre de 2009Fecha de modificación: 9 de septiembre de 2009

RESUMENEl mundo rural, por la influencia de la lógica económica actual, está en una constante dinámica de cambios, como el incremen-to del flujo migratorio, el acceso a nuevos mercados, el auge protagónico de la mujer rural, la pluriactividad en el campo y la etnocompetitividad, entre otros. Ante esta realidad, el accionar de los actores sociales está cada vez más presente y surge la necesidad de emplear nuevas perspectivas analíticas, como el análisis de redes sociales. Finalmente, se propone un documento que tiene como objetivo servir de guía inicial para emprender análisis de redes sociales en el medio rural.

PALABRAS CLAVERedes sociales, guía básica, actores sociales, mundo rural.

* Este artículo es derivado de la investigación doctoral.** doctor en Ciencias en Estrategias para el desarrollo Agrícola Regional, Colegio de Postgraduados (COLPOS), México. Actualmente es consultor e inves-

tigador PPI. Su línea de investigación es la acción colectiva rural. Entre sus publicaciones más recientes destacan: Redes sociales asimétricas en el sistema hortícola del valle de Tepeaca. Economía, Sociedad y Territorio X, No. 32: 207-230, 2010; La construcción del conocimiento: algunas reflexiones. Límite: Revista de Filosofía y Psicología 5, No. 21: 59-75, 2010. Correo electrónico: [email protected].

Analysis of Social Networks in the Rural World: A Basic Guide

ABSTRACTThe rural world, through the influence of current economic logic, is in a constant state of change, represented by increases in the flow of migrations, the access to new markets, the rise of the rural woman as protagonist, the pluriactivty of countryside, and ethnic competitiveness, among others. In light of this, the actions of social players are increasingly present and the need for new analytical perspectives, such as the analysis of social networks, arises. Finally, this paper seeks to be an initial guide and starting point to analyze social networks in a rural environment.

KEy wORdSSocial Networks, Basic Guide, Social Actors, Rural Environment.

Análisis de redes sociales en el mundo rural:guía inicial*

Análise de redes sociais no mundo rural: guia inicial

RESUMOO mundo rural, devido a influência da lógica econômica atual, está em uma constante dinâmica de trocas, como o crescimento do fluxo migratório, o acesso a novos mercados, o auge da mulher do campo como protagonista, a pluriatividade no campo e a competitividade étnica, entre outros. Diante desta realidade, a atuação dos atores sociais está cada vez mais presente e surge a necessidade de utilizar novas perspectivas analíticas, como a análise de redes sociais. Finalmente, se propõe um documento que tem como objetivo servir de guia inicial para uma análise das redes sociais no meio rural.

PALAVRAS CHAVERedes sociais, guia básico, atores sociais, mundo rural.

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El medio rural, por la influencia de la lógica económica actual, está inmerso en una diversidad de procesos (negociación, subordinación, conflictos) que detonan un sinnúmero de cambios que se expresan en la formulación de nuevas estrategias de reproduc-ción por parte de las unidades domésticas (e.g., incre-mento del flujo migratorio, acceso a nuevos mercados, auge protagónico de la mujer rural, pluriactividad en el campo, etnocompetitividad). Los sistemas agroproduc-tivos locales apuntalan estos cambios, y en esta lógica, el accionar de los actores sociales ha sido continuo y cada vez más marcado en la actualidad (Collins y Quark 2006; García y Castellano 2007; Iglesias-Piña 2005; Lugo-Morin et al. 2008; Martinelli 2007; Merton 1936; Murdoch 2000; Raub y Weesie 1990), impulsados por la apropiación de la riqueza que genera el campo.

Este hecho ha ocasionado que las estrategias de acción tanto individuales como colectivas hayan sido de uti-lidad para apropiarse de territorios específicos (Ávila 2004; Cannarella y Piccioni 2008; Lichter y Johnson 2007; Mutersbaugh 2002), para lograr metas políticas (Borges 2008; Cai 2008; Chen y Lu 2008; Klesner 2007; Mariñez 2007), y, en particular, para quedarse con la renta que generan los sistemas agroproductivos locales (Lehman 1969; Markovsky et al. 1988; Molm 1991; Ramírez y Méndez 2007, 26; Roseberry 1976; Salles 1989, 129-131). En este sentido, el análisis de redes sociales como herramienta analítica nos permite develar y explicar los procesos que desencadenan los cambios arriba mencionados.

Pero el uso de esta herramienta de análisis en la ma-yoría de los casos privilegia ámbitos no rurales, con un impacto importante en Europa (Francia, Alemania, In-glaterra, España) (Burk et al. 2007; Lubbers et al. 2007; Meléndez-Moral et al. 2007; Moyano et al. 2007; Rey-nolds 2007; Sek-yum Ngai et al. 2008; Semitiel y No-guera 2004; Swedberg 1997); Estados Unidos y Canadá (Borgatti y Everett 1992; Emirbayer y Goodwin 1994; Mandel 1983; Marwell et al. 1988; McPherson et al. 1992; Merton 1936; Tindall y Wellman 2001). Esto no quiere decir que América Latina esté rezagada en el de-bate teórico-metodológico (Molina 2005); simplemente, que existe una carencia de una agenda de investigación en el análisis de redes sociales en el marco de una pro-blemática rural latinoamericana. Esta afirmación es se-

cundada por Núñez-Espinoza (2008), que propone en su estudio una agenda de investigación para una pro-blemática concreta del desarrollo rural enfocada en la construcción de redes sociales de comunicación y su importancia para el desarrollo rural en zonas margina-das de América Latina.

Se espera que una profundización de los problemas del mundo rural asociados a los procesos ya mencionados –debido a una agudización de la crisis del modelo de desa-rrollo actual (capitalismo), tal como lo demuestra Ferrari (2008), y la emergencia de nuevas realidades– impacte de manera importante a los actores sociales y su dinámi-ca relacional. En este contexto, la aplicación del análisis de redes sociales surge como una herramienta analítica capaz de entender y comprender la problemática rural contemporánea. Sin embargo, a pesar de la abrumadora bibliografía existente de redes, muy pocas ofrecen una guía metodológica para orientar al investigador social en los pasos iniciales de un análisis reticular en el medio rural. Ante esta realidad, se propone elaborar una guía básica que marque los pasos iniciales en el análisis de las redes sociales, con énfasis en el mundo rural.

Para contrastar lo mencionado anteriormente, se ana-liza un estudio realizado en México central que aborda las relaciones sociales que se establecen en una región caracterizada por la producción hortícola. En el trabajo realizado por Lugo-Morin et al. (2010) se emplea el en-foque de redes para entender la dinámica reticular rural en torno al sistema productivo hortícola, en el marco de la circulación de las mercancías.

El trabajo se divide en cuatro secciones: en la primera, presenta algunas consideraciones teóricas sobre las re-des sociales; en la segunda, se plantea cómo se deben manejar y analizar los datos relacionales desde una pers-pectiva rural; la tercera sección da a conocer el estado del arte en cuanto a los recursos existentes para el aná-lisis de redes, que abarca la bibliografía especializada, grupos de trabajo y programas informáticos de acceso libre. En la cuarta se analiza un estudio de caso, resalta-do de la aplicación del enfoque de redes al medio rural. Para finalizar, se exponen las conclusiones.

el coNcepto de redes sociales

El concepto de análisis de redes sociales tuvo su origen en los primeros estudios realizados por Jacob Moreno (1889-1974), en “sociometría” (1934), y Fritz Heider (1896-1988), con el análisis de las tríadas (1946). En

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la actualidad algunos han criticado esta idea, resaltan-do que el concepto de redes sociales fue desarrollado mucho antes del famoso estudio de Moreno (Freeman, citado en Martino y Spoto 2006).

Por su parte, Mitchell (1974) sostiene que la noción de redes sociales fue introducida por John Barnes en 1954. En el trabajo de Molina (2005) se puede seguir el de-sarrollo del análisis de redes sociales desde su inicio. El autor señala que existen dos corrientes en el análisis de redes sociales: la sociométrica, de Moreno, que inten-ta explicar las propiedades de un grupo de conexiones existentes entre un grupo de nodos definidos. Por otra parte, la corriente de la Escuela de Manchester, repre-sentada por Barnes, entre otros, que se interesó en la estructura global de la sociedad.

El concepto ha experimentado avances relevantes en los últimos 20 años y ha sido empleado recurrentemente en varias disciplinas; entre ellas, se destacan la sociología y la antropología. Este enfoque en la actualidad es cata-logado como una herramienta de análisis fundamental en el análisis de los actores sociales, las instituciones y sus interrelaciones, aspectos que permiten superar el individualismo metodológico desde la visión crítica de Hodgson (2007).

Con una perspectiva de redes se puede avanzar en la comprensión de fenómenos sociales “micro” (campesi-nos) y “meso” (comunidades, sistemas agroproductivos locales); es decir, aquellos fenómenos que derivan de los actores sociales en los que se presentan simultáne-amente interacciones individuales, instituciones y es-tructuras sociales observables empíricamente. Con las redes podemos observar interacciones institucionalizadas (procesos de negociación, cooperación, subordinación), así como develar conflictos, manifestaciones culturales y estrategias de solidaridad, amistad y familiares, en el marco de estructuras sociales diferenciadas que los influyen, condicionan o permiten. Estas afirmaciones coinciden con las posturas de Barnes (1954), Becchetti et al. (2008), Borgatti y Foster (2003), Brown y Kulcsar (2001), Emirbayer y Goodwin (1994), Kilduff (1992), Krackhardt y Kilduff (1990), Mora (2003), Pilisuk y Hillier (1980), Samper (2004). Dando cuenta del sis-tema relacional que posee un individuo insertado en un sistema en particular, la literatura teórica proporciona una extensa bibliografía al respecto; ante este hecho, es conveniente hacer una revisión bibliográfica.

Uno de los estudios pioneros de redes fue el de Barnes (1954), que aborda la dinámica relacional de un pobla-

do noruego; el estudio identifica cómo las actividades agroproductivas representadas en la agricultura y la pesca, principalmente, construyen un sistema social ca-racterizado por redes sociales simétricas y asimétricas, definiendo éstas como campos sociales constituidos por relaciones entre personas.

Un estudio más reciente, enfocado en el medio rural, es el de Monge y Hartwich (2008); estos autores emplean el enfoque de redes sociales para entender el proceso de adopción de la innovación agrícola en los pequeños productores, mostrando que individualmente se dio una adopción más intensa entre quienes mostraron mayor frecuencia de contacto con la agencia promotora de las innovaciones y con otros productores, mayor centrali-dad de grado en la red y mayor grado de vínculos sim-melianos o cohesivos (embedded ties).

Mitchell (1974) define una red como un conjunto par-ticular de interrelaciones entre un conjunto limitado de personas, con la propiedad adicional de que las caracte-rísticas de estas interrelaciones, consideradas como una totalidad, pueden ser utilizadas para interpretar el com-portamiento social de las personas implicadas. Una vi-sión distinta es la adoptada por Podolny y Baron (1997) y Sparrowe et al. (2001), que conceptualizan las redes sociales en cuanto a la información y los recursos a los que los actores pueden acceder en escenarios compe-titivos.

Robles (2004), en su estudio realizado en México, de-fine las redes sociales como un grupo coordinado de participantes en un proceso multifuncional. Para Nel-son (1989) y Seevers et al. (2007) son un conjunto de actores relacionados entre sí. Para González y Basaldúa (2007, 5-9),

[…] la red es el resultado de la relación de los gru-pos humanos que sostienen dos o más personas con el propósito de ayudarse, realizar negocios o llevar a cabo cualquier actividad articulada con sus intereses. Los rasgos familiares, de negocios o de producción son los más comunes encontrar en las redes sociales que se efectúan entre los integrantes de la sociedad. La manera en que se van estableciendo las redes, es a partir de la actividad y del proceso de desarrollo del individuo en su grupo social, en el cartabón de los comportamientos y leyes socialmente legitimados.

Las distintas visiones de los autores mencionados en refe-rencia al concepto de redes sociales convergen en que las redes sociales son un espacio relacional construido

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Análisis de redes sociales en el mundo rural: guía inicialDiosey Ramón Lugo-Morin

Otras Voces

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por actores sociales diferenciados que buscan esta-blecer entre sí distintos procesos (cooperación, amis-tad, negociación, subordinación, solidaridad, etc.), de acuerdo con el contexto donde se ubican.

maNeJo y aNálisis de datos relacioNales

El análisis de redes sociales ha tenido en las últimas dé-cadas un desarrollo vertiginoso, tal como lo señala Gual-da (2005). Combina ciertas vertientes estructurales de la teoría social, la sociometría, la Teoría de Grafos y la formalización matemática, y se caracteriza por el uso de la tecnología computacional (Wasserman y Faust 1998). Este enfoque se ha centrado en la dimensión morfológi-ca de las redes, y en este sentido, básicamente, intenta responder a las preguntas sobre cómo están dispuestos los actores en una estructura informal de relaciones y cuáles son los límites de la red (Luna 2004). La utiliza-ción de estos elementos es importante en el desarrollo rural; al respecto, Murdoch (2000) la cataloga como una herramienta analítica novedosa y paradigmática. Ante esta realidad, se intenta proporcionar de manera sencilla su manejo y análisis, considerando strictu sensu la dinámica del desarrollo rural y sus procesos.

el límite de uNa red

El límite de una red está determinado por la población, el objetivo que se va a estudiar y el tipo de relaciones que la conectan. En el medio rural esta población pue-de ser un campesino, la unidad doméstica campesina, la comunidad o sencillamente un sistema agroproductivo local. Rodríguez (2005) señala que existen dos aproxi-maciones principales para la delimitación y especifica-ción de la red y sus límites: la nominal y la realista.

En la nominal, el analista impone un marco conceptual construido que sirva a sus objetivos analíticos; las fron-teras de la red dependen del marco teórico, y, por tanto, el investigador puede imponer los límites de la estructu-ra. En la realista, el investigador adopta el punto de vista de los actores mismos al definir las fronteras de la enti-dad social, es decir, los actores sociales son conscientes de quién pertenece y quién no.

En el mundo rural las dos aproximaciones ofrecen ventajas, según los objetivos del investigador; sin embargo, se sugiere emplear la perspectiva nominal. Desde esta perspectiva, el investigador amplía su visión de la realidad, ya que su concepción teórica servirá como fuente de preguntas y respuestas, auto-crítica reflexiva y base para la construcción de pro-blematizaciones apropiadas.

los datos

En el análisis sociológico existen dos tipos de datos: el convencional y el relacional. Los datos convencionales se utilizan para cuantificar o calificar los atributos de los actores. Mientras que los datos relacionales permiten medir si existen relaciones entre los actores, para Ro-dríguez (2005) los datos convencionales están relacio-nados con actitudes, opiniones y comportamientos de actores sociales, donde tales indicadores son considera-dos como propiedad, cualidad o características, que le pertenecen, como individuo o grupo, al actor social en cuestión. Con respecto a los datos relacionales, el autor señala que son contactos y conexiones que relacionan un actor con otro, y que no se pueden reducir a las pro-piedades de los actores individuales. En el Cuadro 1 se muestra la forma de presentación de los datos mencio-nados anteriormente.

Datos convencionales ≠ Datos relacionales

Nombre Sexo Edad María Pedro José

María F 20 María - 0 1

Pedro M 23 Pedro 1 - 1

José M 21 José 0 1 -

Cuadro 1. Forma de presentación de los datos

Fuente: elaboración propia a partir de la información proporcionada por Rodríguez (2005) y Hanneman (2000).

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En el análisis de redes sociales los datos se describen por medio de sus relaciones y no de sus atributos, pero no significa que no se puedan extraer ocasionalmente datos relacionales de los datos convencionales en su es-tado primario. En este sentido, la dicotomía señalada por Rodríguez (2005) es relativa. Debido a que Han-neman (2000, 6) propone en su manual otra forma de mirar los datos atributivos con la finalidad de que sean útiles en el análisis de redes sociales, los datos de red se definen por actores (nodos) y por relaciones (vínculos). La parte de los datos de la red correspondiente a nodos o actores debería ser bastante precisa. Otros enfoques empíricos, como en ciencias sociales, también trabajan en cuanto a casos, sujetos o elementos representativos y semejanzas. Sin embargo, existe una diferencia en la mayoría de los datos de redes, y es la forma en la que los datos son recogidos comúnmente (Hanneman 2000, 7).

Los investigadores sociales inmersos en el mundo ru-ral poseen un excelente adiestramiento en extraer datos convencionales (atributos); ésta es una fortaleza que se debe aprovechar. Sin embargo, la generación de datos relacionales es importante para el análisis de redes. En este sentido, se sugiere construir la mayor cantidad de datos relacionales a partir de sus similares convenciona-les; en aquellos casos en los que no se puedan obtener por este medio, se puede recurrir a fuentes secundarias o sencillamente generar los datos relacionales.

el tipo de relacioNes

Según Rodríguez (2005), toda relación tiene contenido y forma. El contenido hace referencia al tipo sustantivo de relación; en el análisis de redes viene determinado por consideraciones teóricas. Por tanto, no hay un tipo que sea mejor o peor (por ejemplo, están las relaciones sentimentales, de parentesco, de poder, entre otras). La forma relacional hace referencia a las propiedades (la intensidad de la unión entre dos actores y el nivel de participación conjunta en las mismas actividades) de las conexiones entre pares de actores (díadas).

En el medio rural, en particular, de América Latina la forma relacional entre los actores sociales va a estar de-terminada por el contexto. Este hecho genera que su contenido sea diferenciado; por un lado, van a predo-minar las relaciones de negociación, subordinación y conflictos. Por el otro, las relaciones de amistad, paren-tesco, solidaridad, cooperación y vecindad (proximidad geográfica). Ante las relaciones sociales que marcan pauta en el mundo rural latinoamericano, se plantea una interrogante: ¿Por qué surge este tipo de relacio-

nes y a qué se debe su diferenciación? La respuesta es parte de un debate en la actualidad; sin embargo, en mi opinión, un acercamiento importante es el estudio de Crozier y Friedberg (1990, 45-53), que señala que el ser humano es incapaz de optimizar. Su libertad y su infor-mación están demasiado limitadas para que lo logre. La conducta diferenciada de un individuo no corresponde a un simple modelo de obediencia y de conformismo, aun cuando esté moderado por una resistencia pasiva. Es el resultado de una negociación; por supuesto, la au-tonomía del subordinado y las estrategias de reproduc-ción definen de una manera estrecha el campo de esta negociación. Pero la conducta del subordinado también está en función de las posibilidades de agruparse con sus colegas y de su capacidad para construir relaciones, comunicarse, gestar alianzas y soportar las tensiones psicológicas propias de cualquier conflicto. Es un actor capaz de calcular y de manipular, que se adapta e inven-ta en función de las circunstancias y de los movimientos de los otros.

recoleccióN y tratamieNto de datos

El analista de redes tiende a ver a las personas inmer-sas en redes de relaciones directas con otras personas. A menudo, estas redes de relaciones interpersonales se convierten en “hechos sociales” y toman vida pro-pia. Una familia, por ejemplo, es una red de relacio-nes cercanas entre un conjunto de personas, que ha sido institucionalizada y ha recibido un nombre, y es una realidad más allá de los nodos que la componen (Hanneman 2000, 9).

La literatura (Granovetter, 1973; Hanneman 2000; Mo-lina 2005; Rodríguez 2005) señala que en las redes so-ciales existen cuatro niveles de análisis: el primer nivel es la red egocéntrica, que consiste en cada actor indivi-dual, todos aquellos con los cuales tiene relación y las relaciones entre ellos; cada actor es un ego. El segundo nivel es la red diádica, formada por un par de actores; la cuestión central en este caso es si existe o no una relación directa entre dos actores. El tercer nivel es la red triádica, formada por tres actores. Por último, en la red completa (o sistema) se usa toda la información acerca de pautas de relaciones entre todos los actores, para averiguar la existencia de posiciones y describir las relaciones entre esas posiciones.

En el medio rural, debido a las estrategias de acción so-cial que emprenden los actores sociales, tanto colectiva como individualmente, se abordan otras variables expli-cativas en el apartado introductorio; se sugiere aplicar el

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Otras Voces

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primer y el cuarto nivel de análisis. Cuando se recolectan datos de redes sociales acerca de ciertos tipos de relacio-nes entre actores, estamos, en cierto modo, haciendo un muestreo de una población de relaciones posibles. A me-nudo, nuestra teoría y la pregunta de investigación indi-can qué tipo de relaciones entre los actores consideramos más importantes para el estudio (Hanneman 2000, 16).

Cuadro 2. Ejemplo de un cuestionario aplicado al medio rural

CUESTIONARIO

(ARS)

Nombre entrevistado: ________________________ ___________________________, Municipio: _______________________________________Fecha:________________________________

¿A cuántas personas conoce? Preguntas generadoras de vínculos o nombres

P1 P2 P3 P4 P5 P6 Se plantean de acuerdo con el marco teórico-conceptual construido y con la pregunta de investigación

P1……….. P6.

Frecuencia de interacción: mensual, semanal o diaria

1. Pedro Torres

2. Javier Pérez

3. Ramón Aguilar

4. Josefina Torres

5. Saturnino Rivera

¿A cuántas organizaciones o grupos conoce?

P1 P2 P3 P4 P5 P6 P7 P8

Otras unidades de producción: por ejemplo:

Unidades de producción hortícola, artesanal, comercial, etc.:

Con instituciones gubernamentales:

Con proveedores bienes y servicios:

Con intermediarios:

Fuente: elaboración propia.

Definidas las relaciones posibles y los niveles de análisis que se van a emplear, un aspecto importante es el dise-ño del cuestionario (ver el Cuadro 2). Éste debe con-templar preguntas generadoras de vínculos o de nom-bres, según la propuesta de Molina (2005). Por ejemplo,

P1 Con quién habla temas relacionados con semillas, fertilizantes, créditos para la siembra de hortalizas (relación de negociación)

P2 Si tuviese que ausentarse temporalmente del pueblo, ¿a quién le pediría que se ocupase de ver el cultivo o simplemente de echar un vistazo? (relación de confianza)

P3 Con quién se informa para establecer los contactos con sus futuros compradores (relación de negociación)

P4 Con quién habla temas relacionados con su trabajo (unidad producción) (relación de amistad o solidaridad)

P5 Con quién intercambia información sobre el precio de las hortalizas (relación de negociación)

P6 Si usted fuera la autoridad del pueblo, a quién expulsaría por ser mala persona y conflictiva (relación de conflictos)

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Una vez obtenidos los datos relacionales, éstos se ma-nejan en forma matricial. La forma matricial más em-pleada en el análisis de redes sociales es la matriz de adyacencia. Esta matriz es de utilidad para los progra-mas informáticos, a fin de generar información sobre la base del cálculo matricial (inversas, traspuestas, adi-ción, sustracción, multiplicación), así como sociogra-mas. De esta forma, podemos determinar los vínculos simétricos, asimétricos o agujeros estructurales (acto-res que reciben pero no emiten), la estadística básica y la avanzada.

La matriz de adyacencia es el punto de partida de casi todos los análisis de redes porque representa quién está cerca de quién, o adyacente a quién, en el espacio rural mostrado por las relaciones que hemos medido. Este tipo de matriz genera datos binarios (un ejemplo puede verse en el Cuadro 1) que se representan con ceros y unos, indicando la ausencia o presencia de cada rela-ción entre pares.

elemeNtos de las redes

En un análisis gráfico de redes los elementos fundamenta-les son los puntos y las líneas. Un diagrama gráfico tra-duce la matriz de relaciones a un gráfico de líneas. Los actores son los puntos y las relaciones son las líneas. La existencia de relación entre los actores (vértices) ven-drá indicada por la presencia o no de una línea que los conecte. Dos puntos conectados directamente por una línea se consideran adyacentes. Aquellos actores no co-nectados se denominarán desconectados. Llamaremos vecindario a los puntos/vértices con los cuales un punto concreto es adyacente. El número total de puntos que forman el vecindario (neighborhood) será el grado de co-nexión de ese vértice concreto. El grado (degree) de un punto es la medida del tamaño de su vecindario, o sea el volumen de sus conexiones (Rodríguez 2005).

Asimismo, el autor señala que las conexiones entre dos puntos pueden ser directas o indirectas (la relación es a través de otros puntos). Una secuencia de líneas que conectan puntos se llama paseo (walk). Un paseo en el cual cada punto y cada línea son distintos se llama camino (path). La longitud del camino se mide por el número de líneas que lo conforman. Si la distancia del camino entre dos puntos es diferente de cero significa que un actor es alcanzable por otro.

Otros tres conceptos importantes en el análisis de redes son el punto de corte (cut point), el puente (bridge) y la densidad. Si al eliminar un punto (y, consecuentemen-

te, sus líneas asociadas) el gráfico resultante queda des-conectado, ese punto era un punto de corte en la red. El actor en cuestión tiene un papel de intermediario (de ligazón) en la red. Si eliminamos una línea conectando dos puntos y el gráfico resultante queda desconectado, esa línea (relación) representa un puente entre actores. Ambos elementos, por su papel de intermediario, son de gran valor en el análisis de redes y en el estudio de estructuras sociales. La densidad describe el nivel ge-neral de ligamen entre puntos y va a depender de dos parámetros de la estructura de la red: la inclusión (in-clusiveness) (hace referencia al número total de puntos, menos los puntos aislados: cuanto más inclusivo, más denso será) y la suma de grados (degrees) de los puntos (Rodríguez 2005).

Por otra parte, tenemos el concepto de centralidad, que identifica a los actores centrales. El grado (mide la cen-tralidad local), la cercanía (es la suma de distancias al resto de los puntos del gráfico; indican que el actor pue-de interactuar rápidamente con el resto de los actores de la red, y miden la centralidad global), el grado de proximidad (mide el grado en que un punto está situa-do entre los otros puntos de la red, con el consiguiente poder y potencial para controlar otros puntos), tratan de identificar a los actores centrales de la red (así como a los marginales), y bonacich (mide la centralidad en cuanto al poder). El cálculo de un amplio abanico de índices de centralidad es, a pesar de su complejidad, procesado con relativa facilidad con los programas UCI-NET, PAJEK, entre otros (Rodríguez 2005).

subgrupos, posicioNes (similitud estructural) y roles

Una de las utilidades principales del análisis de redes es descubrir la estructura social de un sistema. Para ello, es necesario identificar las posiciones o roles de los ac-tores, que, sumados a las pautas de relaciones, consti-tuirán los elementos de la estructura social del sistema. Las posiciones o roles sociales son subgrupos dentro de una red, definidos por las pautas de relaciones que co-nectan a los actores entre sí. Para identificar las posicio-nes en una red completa y para determinar qué actores ocupan una misma posición, se tienen dos alternativas: la cohesión social o la equivalencia estructural. En la co-hesión social, un conjunto de actores mantiene o tiene lazos positivos y directos. Una medida para determinar la cohesión social son los cliqués o subconjuntos que se forman con al menos tres actores que están conectados directa y recíprocamente. Los resultados de un análisis de cohesión se dan en tres niveles: actor individual, sub-conjunto de actores y red completa. El caso de la equi-

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valencia estructural plantea actores estructuralmente equivalentes; desempeñan el mismo papel en la red y, por tanto, son intercambiables entre ellos. Un ejemplo es el concepto de clase social, que puede también explicarse en cuanto a los actores que ocupan la misma posición estructural con respecto a la distribución de riqueza (Rodríguez 2005).

Finalmente, conocidos los elementos básicos que giran en torno al análisis de redes sociales, el siguiente paso es la representación gráfica. Este aspecto no es retomado en el presente documento, debido a que en la red glo-bal existen páginas web y programas informáticos que pueden ilustrar de manera más didáctica su utilización.

recursos para el aNálisis de redes sociales

Existe una gran cantidad de información sobre el aná-lisis de redes, diferenciada de la siguiente forma: i) re-vistas especializadas en análisis de redes; ii) grupos de trabajo para el análisis de redes y iii) los programas in-formáticos.

revistas especializadas eN aNálisis de redes

Son pocas las revistas especializadas que tengan como tema central el análisis de redes, entre ellas se destacan:

1. La revista REDES. Revista hispana para el análisis de redes sociales. Esta revista es de acceso libre y se puede consultar en TUhttp://revista-redes.rediris.esUT

2. Social Networks, journal publicado por Elsevier Science (TUhttp://www1.elsevier.com/homepage/sae/son/UT). Esta revista es de acceso restringido.

3. Journal of Social Structure. Esta revista es de acceso libre y se puede consultar en TUhttp://www.cmu.edu/jossUT

4. Connections, revista de la International Network Society of Social Network Analysts (INSNA). Es de acceso libre y se puede consultar en TUhttp://www.insna.org/INSNA/socnet.htmlUT

Otras abordan la temática de manera secundaria y la ma-yoría son de acceso restringido; entre ellas se destacan:

1. Social Forces, Journal2. Internacional Sociology3. Sociological Methodology

4. Rural Sociology5. International Journal of Behavioral Development6. American Journal Sociology7. American Anthropologist8. American Sociological Review9. Annual Review of Anthropology10. Journal of Rural Studies11. Academy of Management Journal

grupos de trabaJo para el aNálisis de redes muNdiales

1. International Sunbelt Social Network Conferences. Esta instancia fue creada en 1997 y desde entonces hace una reunión anual, donde se abordan temáti-cas específicas del análisis de redes; éstas abarcan desde avances epistemológicos hasta el desarrollo de nuevos criterios metodológicos.

2. International Network Society of Social Network Analysts (INSNA). Esta instancia fue creada en 1978; es un referente importante de los estudios de análisis de redes sociales mundiales. Publica una revista (Connections) de acceso libre como órgano difusor de sus actividades.

3. Como contraparte del INSNA están los portales en español Egoredes y REDES web, que han tenido un crecimiento importante en el estudio de análisis de redes sociales; estos portales se pueden consul-tar en TUhttp://www.egoredes.netUT y TUhttp://www.redes-sociales.netUT. Su órgano difusor es la revista REDES.

4. Por último, está el grupo de trabajo del Dr. Mark Granovetter, que ofrece a través de su página per-sonal (http://www.stanford.edu/dept/soc/people/mgranovetter/) artículos clásicos sobre la temática de manera gratuita, para comprender las redes so-ciales completas o sistemas.

programas iNformáticos

Uno de los avances más importante en el análisis de re-des sociales ha sido el manejo de la información susten-tada en la Teoría de Grafos; esta teoría ha sido la base para el desarrollo de una diversidad de programas infor-máticos, que permiten un manejo relativamente fácil de los datos relacionales. Para la presente guía se destacan los más importantes y de acceso libre, de tal forma que los interesados puedan descargarlos directamente des-de sus computadoras.

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1. El más importante es el programa UCINET; es el paquete informático de más fácil utilización y con mayor variedad de estadísticos (más de 40 tipos de análisis diferentes). Fue creado en la Universidad de California, por S. Borgatti, M. Everett y L. Freeman. El programa está basado en menús y posee una ver-sión para Windows. La Versión 6 tiene la capacidad de estudiar los agujeros estructurales (relaciones asimétricas) y las redes egocéntricas, e incorpora NETDRAW, PAJEK y MAGE como programas grá-ficos. Para la Versión 6 existe un demo gratuito, y la Versión 4 es totalmente gratuita; ambos se pueden descargar en TUhttp://www.analytictech.com. Para este programa existe un manual elaborado por Ro-bert Hanneman, traducido al español por el grupo de trabajo Web Redes; se puede descargar gratuita-mente en http://www.redes-sociales.net/.

2. Otro programa importante es Visone, un programa para el análisis y visualización de redes sociales. Fue creado en la Universidad de Konstanz, Alemania. Brandes et al. (2005) lo catalogan como una pode-rosa herramienta de visualización. Existen versiones para Linux y Windows. El programa se instala bien en Windows Vista, pero tiene dificultades si su instala-ción se hace en Windows XP, debido a problemas de incompatibilidad con Java. Es gratuito y puede des-cargarse en TUhttp://www.visone.infoUT. Para este programa existe un manual en español elaborado por Ulrik Brandes, de la Universidad de Konstanz, Ale-mania. Por otra parte, Juan José Núñez Espinoza, del Colegio de Postgraduados, México, elaboró un ma-nual aplicado en español como una herramienta de apoyo para la evaluación de proyectos de desarrollo rural. El primero se puede descargar gratuitamente en http://www.arschile.cl/visone/. El segundo, el manual para la representación y análisis de redes de desarro-llo rural con Visone, se puede descargar gratuitamen-te en http://www.redes-sociales.net/.

3. Existen otros programas para el análisis de redes so-ciales, pero debido a sus complejidades, su uso en el medio rural puede ser problemático. Sin embargo, si se quiere consultar alguno, lo pueden encontrar en TUhttp://www.insna.org/INSNA/soft_inf.htmlUT

uN estudio de caso eN el méxico rural

El estudio es una contribución de Lugo-Morin et al. (2010), y analiza las relaciones de negociación y sub-ordinación de los pequeños productores hortícolas en

redes sociales asimétricas del sistema hortícola del valle de Tepeaca, Puebla.

El trabajo planteó inicialmente algunas consideracio-nes teóricas sobre las redes sociales. En una segunda parte, se señalan los rasgos principales de la zona de estudio y la importancia del Valle desde el contexto histórico y su posicionamiento geográfico, y en la úl-tima parte aborda la importancia de las redes en el ámbito territorial y su configuración desde los actores y sus arreglos.

Desde la perspectiva del autor, la organización del sistema productivo hortícola fue construida histórica-mente configurando el territorio a través de relaciones y redes sociales. En el sistema participan diversos acto-res sociales: pequeños productores, proveedores, inter-mediarios y empresas comercializadoras. Éstos realizan intercambios de bienes y servicios generando una red social asimétrica sobre la base de relaciones de subor-dinación y negociación.

Considera que los pequeños productores, dentro de la cadena de valor hortícola, constituyen el eslabón primario, sujetos al poder económico de intermedia-rios y de las empresas empacadoras, exportadoras y comerciales. Permitiéndoles apoderase de los exceden-tes económicos en la cadena de valor y subordinarlos. Sin embargo, señala que los pequeños productores –a partir de cierta autonomía sobre el proceso pro-ductivo hortícola en cuanto a qué, cuándo y cómo producir– negocian la retención de los excedentes económicos a través de un proceso social construido de ensayo y error de la producción, no determinada únicamente por un ciclo productivo, sino por varios ciclos, donde se ensayan diversos cultivos y condicio-nes de mercado. Esto se expresa en la posibilidad de pérdidas económicas en un ciclo, sin recuperar los costos de producción, pero al siguiente pueden obte-ner ingresos que les permiten capitalizarse. En la Fi-gura 1 se observa el ejemplo de un intermediario local de nombre “Raúl” que opera en la región de estudio comercializando cebolla. En el ejemplo se realiza un análisis de centralidad aplicando las medidas grado y poder-bonacich. Para los cálculos de las medidas de centralidad se utilizó UCINET 6 (Borgatti et al. 2002). En la primera medida (ver el Cuadro 3) “Raúl” tiene el mayor grado de centralidad (78,57%), lo que significa que tiene más oportunidad y alternativas que los otros actores. Por ejemplo, si se diera que “Carlos” eligiera no hacer negocios con “Raúl”, proba-blemente no estaría en capacidad de realizar ningún

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intercambio y perdería la oportunidad de vender su cebolla. En la segunda medida (ver el Cuadro 4) se observa que “Raúl” es el más central, lo que signifi-

ca que “Julio”, “Carlos”, “Luis” y “José” dependen de “Raúl” para vender su cebolla, debido a que “Raúl” es su único vinculo comercial.

Cuadro 4. Centralidad bonacich del intermediario local

Figura 1. Estructura de una red personal de un intermediario local de hortalizas

Cuadro 3. Centralidad de grado del intermediario local

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El análisis de Lugo-Morin apunta a que los actores sociales del medio rural imponen y negocian la apro-piación de los excedentes económicos, en la esfera de la circulación de la producción hortícola. El estu-dio identifica actores diferenciados, donde la crecien-te participación de las empresas está reconfigurando y dinamizando económicamente el valle de Tepeaca. En este marco, los pequeños productores aprovechan los intersticios para establecer arreglos y negociar la reten-ción de excedentes económicos, que a su vez es favore-cida por la diversidad de los compradores, así como por su cercanía a mercados y grandes centros de consumo en Puebla, el Distrito Federal, el sureste mexicano y el mercado internacional.

Este autor sugiere el enfoque de redes sociales, porque permite abordar las relaciones de los actores sociales en las interacciones y arreglos que tejen para negociar y apropiarse de los excedentes económicos de un sis-tema agroproductivo.

coNclusióN

Considerando la dinámica de los actores sociales del mundo rural por la influencia de la lógica global, los procesos relacionales están cada vez más presentes. Desde esta perspectiva, es necesario renovar el instru-mental analítico para entender y comprender dichos procesos. Se logró articular un documento que sirve como guía básica para el análisis de redes sociales, abordando los conceptos elementales de la temática (importancia para el medio rural, su concepto, manejo y análisis de datos relacionales y estado del arte), de tal forma que introduzca al investigador social en el análi-sis reticular, con énfasis en el espacio rural latinoame-ricano y su problemática. Es importante destacar que la presente guía no es exhaustiva; representa un docu-mento de inicio que brinde apoyo al investigador. La evidencia empírica del caso concreto de estudio mues-tra la potencialidad del análisis de redes sociales para entender las problematizaciones que surgen en torno al medio rural y sus actores sociales.

Existen algunas consideraciones en el análisis de redes sociales en el momento de su aplicación en el medio ru-ral; la primera es el nivel de análisis que se puede alcan-zar; para algunos investigadores, los resultados pueden ser descriptivos, pero cuando se complementan con el marco teórico-conceptual del estudio, son una fuente de respuesta y crítica reflexiva que posibilita entrar en lo fino del problema que se aborda. La segunda con-

sideración es la experiencia del investigador; los datos del análisis de redes sociales deben ser recolectados con cierta exhaustividad y completitud, lo cual obliga a un diseño de investigación muy preciso y detallado desde el comienzo.

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por Yury Marcela Rojas**Fecha de recepción: 27 de junio de 2009Fecha de aceptación: 3 de diciembre de 2009Fecha de modificación: 5 de marzo de 2010

RESUMEN Esta investigación explora la manera en que estudiantes de noveno grado construyen aprendizajes sobre las características de una distribución de datos. Ellas trabajan investigando problemas que ellas mismas proponen y son significativos para la comunidad en la que están inmersas; en este caso, se interesan por entender la manera en que el estrato socioeconómico de dos grupos de niños de diferentes colegios influye en su nutrición. A partir de los datos obtenidos encontré que el trabajo en colaboración sobre un problema que tiene relevancia cultural es significativo para los estudiantes que lo proponen, y favorece la comprensión y reconocimiento de las características de una distribución y las formas de medirla.

PALABRAS CLAVESituaciones problema, distribución de datos, comprensión, constructivismo.

* El artículo se deriva de la investigación realizada como trabajo de grado de la Maestría en Educación, Centro de Investigación y Formación en Educación - CIFE, Universidad de los Andes.

** Licenciada en Matemáticas y Magister en Educación de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Su centro de interés es la educación estadística. Ac-tualmente es docente del Programa de Licenciatura en Educación con énfasis en Matemáticas de la Universidad distrital (Bogotá, Colombia) y se encuentra vinculada al grupo de investigación del aprendizaje de la estadística. Participa en el desarrollo de proyectos de investigación y mejora de la educación, liderados por el Centro de Investigación y Formación en Educación (CIFE) de la Universidad de los Andes. Autora de How Students Build Meaningful Learning upon data distribution? En Seventh Annual Education across the Americas Conference. Nueva york: Columbia University, 2009. Correo electrónico: [email protected].

Community Based Problems as a Means to Understand Statistics

ABSTRACTThis article examines the way in which 9th graders learn about and come to understand data distribution and the related statis-tical notions of center and spread measures. It is based on a study in which the students in question identified and then colla-boratively addressed problems affecting their community. Using two sample groups, the students examined how the existing socioeconomic structure of their community affects nutrition. From the data gathered I find that cooperatively defining and working on a problem that is culturally relevant and meaningful to the students aids their comprehension and recognition of data distribution and its measures.

KEy wORdSSituational Problems, Data Distribution, Understanding, Constructivism.

Problemas del entorno y de la comunidad como fuentes de aprendizaje de la estadística*

Problemas do entorno e da comunidade como fontes de aprendizado da estatística

RESUMO Esta pesquisa explora a maneira com que estudantes do nono ano constroem o aprendizado sobre as características de uma distribuição de dados. Elas trabalham investigando problemas que elas mesmas propõem e são significativos para a comunida-de em que estão inseridas; nesse caso, se interessam em entender de que maneira a classe socioeconômica de dois grupos de crianças de diferentes colégios influi na educação deles. À partir dos dados obtidos descobri que o trabalho em colaboração a respeito de um problema que tem relevância cultural é significativo para os estudantes que o propõem, e favorece à compre-ensão e reconhecimento das características de uma distribuição e as formas de medir-la.

PALAVRAS CHAVESituações problema, distribuição de dados, compreensão, construtivismo.

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Este artículo reporta los avances y resultados cualitativos-cuantitativos de una investigación que bus-có explorar la manera como estudiantes de un curso de noveno grado de un colegio privado femenino de Bogotá comprenden las características de una distribución de datos y algunas nociones estadísticas asociadas (medi-das de centro y dispersión) cuando abordan en grupos que trabajan en colaboración un problema real plantea-do por ellas mismas, el cual se relaciona con su entorno y comunidad donde están inmersas. El desarrollo de la investigación se dio al margen de una experiencia de cla-se diseñada e implementada en un ambiente de aprendi-zaje consistente con los principios constructivistas.

Encontré que las prácticas que promueven el trabajo en colaboración sobre un problema (que en este caso se centró en la nutrición), que tiene relevancia cultural y significado para las estudiantes que lo proponen, favo-recen la comprensión y reconocimiento de las caracte-rísticas de una distribución, lo cual les permite realizar una interpretación con significado de las diferentes me-didas estadísticas utilizadas para entender el fenóme-no. Luego de la implementación de la innovación las estudiantes lograron usar algunas nociones estadísticas que les permitieron entender la organización, el com-portamiento de los datos y su significado en cuanto a las variables que se estaban analizando y el contexto; aunque no se proponen conclusiones sobre el problema que abordaron, se caracterizan aspectos como el peso, la estatura, la dieta y el consumo de nutrientes, y se ven en la necesidad de buscar más información que les permitiera entender mejor las variables y lo que ocurre con la población de estudio.

marco teórico

Observando y reflexionando acerca de mis prácticas pedagógicas como docente de matemáticas, noté una inclinación de mi parte a eliminar o aislar el ruido ocasio-nado por la vida real en las actividades de aprendizaje. Con esto he contribuido a que se reduzca la habilidad de mis estudiantes para utilizar y transferir lo que ellos aprenden en la escuela respecto a la vida diaria. Al igno-rar la conexión de las situaciones de la vida real con las actividades de aprendizaje de las matemáticas, no tenía en cuenta la forma como aprendemos de manera efec-

tiva, que en muchos casos se da resolviendo problemas que nos acontecen a diario. Además, estaba negando la posibilidad de que mis estudiantes entendieran mate-máticas por medio de la vivencia de lo que significa ser y actuar como un profesional que las utiliza para resolver problemas propios de su quehacer. Como lo menciona Honebein (1991, 11), para superar este problema sería necesario que el diseño del currículo intentara mante-ner el contexto auténtico de las tareas de aprendizaje.

Lo anterior me motivó a cuestionarme acerca de lo que aprenden los estudiantes cuando abordan un problema real propuesto por ellos mismos; en este caso particular, uno que involucra el uso y desarrollo de conceptos de estadística descriptiva como herramientas para enten-derlo y planear posibles soluciones. Es probable que cuando los estudiantes están inmersos en ambientes de aprendizaje orientados por principios constructivistas, que conectan el aprendizaje con la realidad, pueda lo-grar que mis alumnos aprendan estadística descriptiva al utilizarla comprensiva y significativamente como he-rramienta para entender o solucionar situaciones de su cotidianidad, desempeñándose auténticamente de ma-nera semejante a como lo hacen algunos profesionales.

En el desarrollo de la investigación se concibe el apren-dizaje desde una visión constructivista, entendiendo que quien aprende realiza un proceso propio de cons-trucción de significado, y que éste ocurre permanente-mente en las personas en sus contextos reales y medios de socialización. Ver el aprendizaje de esta manera re-quiere reconocer la importancia de la experiencia in-teractiva con el contexto físico que rodea al aprendiz (Piaget 1970) y la influencia que tienen los demás sobre el aprendizaje de un individuo (Vygotsky 1978). Igual-mente, requiere entender que el aprendizaje se realiza naturalmente en actividades auténticas de la vida diaria (Boix-Mansilla y Gardner 1999; Ordóñez 2004). Así, los principios constructivistas empiezan a permitir la visua-lización de las características que debe tener el ambien-te para que sea de aprendizaje efectivo.

Principios tales como la experiencia directa permiten que nuestros alumnos se conecten con los contenidos que interesan, a partir de actividades relacionadas con realidades y vivencias. Esto corresponde más autén-ticamente a la manera como llegamos a comprender (Ordóñez 2006) y también al modo como utilizamos el conocimiento para resolver problemas, tomar deci-siones, transformar el mundo que nos rodea, o sea, para pensar y actuar con flexibilidad con lo que sabemos (Perkins 1998, 68).

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El principio que habla de lo que se aprende en la inte-racción con otros, de manera que todos están al mismo nivel, implica que los procesos de socialización de las personas (tales como contrastar opiniones, oír a otros tratando de comprender y formular sus propias com-prensiones) estimulen el aprendizaje de manera natural. El principio de que todo aprendizaje se basa en conoci-mientos previos implica realizar una conexión entre lo nuevo y lo ya existente en la mente de quien aprende, permitiendo revisar y evaluar comprensiones anteriores que pueden ser incompletas, ineficaces o erróneas.

La idea del aprendizaje en contextos auténticos con-trasta con lo que nuestros alumnos tienen que hacer en un aula tradicional, que les exige llevar a la práctica una serie de conceptos que les han sido transmitidos previamente o son resultado de trabajar con casos hi-potéticos dados por el profesor. Esto a menudo dista mucho de la experiencia real, limitando la posibilidad de exploración y el surgimiento de la capacidad crítica o analítica (Ordóñez 2006). Al respecto, Savery y Duffy (1991) consideran que los problemas de la vida real ani-man a los estudiantes a estar abiertos a explorar todas las dimensiones de un problema, y estimulan interro-gantes reales. Ordóñez (2006) menciona que son los desempeños auténticos los que permiten una auténtica comprensión, ya que se relacionan con lo que hacen en la vida real quienes conocen y usan el conocimiento dis-ciplinar: en el caso de las matemáticas, los profesionales que actúan en el mundo del día a día aplicándolas, y la gente común que entiende las matemáticas con que se encuentra en la cotidianidad.

Estos principios parecen plasmarse bien en algunas ca-racterísticas presentes en los ambientes de aprendizaje mencionadas por Jonassen (2005): el rol activo del estu-diante, quien actúa como un profesional que utiliza sus conocimientos, se siente responsable de los resultados y reflexiona acerca de lo que hace; lo colaborativo, en la manera natural como se resuelven problemas con la ayuda de otros; lo intencional, ya que el ambiente debe ayudar a que las situaciones de aprendizaje tengan al-gún fin o meta real de aprendizaje; lo contextual, cuan-do el aprendizaje se sitúa en tareas del mundo real que permiten una mejor comprensión y abren la posibilidad de transferencia a nuevas situaciones; y lo conversacio-nal, debido a que, dado un problema, los aprendices buscan compartir sus ideas y conocer las opiniones de otros, de manera que constituyen una comunidad que construye conocimiento y que aprende de múltiples for-mas de ver el mundo y múltiples formas de enfrentar sus problemas.

Estos aportes del constructivismo indican también una reconsideración pedagógica de la estadística como dis-ciplina, que ha venido ocurriendo ya desde hace unos años. Álvarez y Casado (1991), por ejemplo, proponen un grupo de estándares que reconocen que una persona recopila, descubre o crea conocimiento en el curso de una actividad que se realiza con un fin. También con-sideran que, debido a los cambios sociales y culturales, la sociedad basada acentuadamente en la tecnología y la comunicación requiere de destrezas que permitan ma-nejar y organizar información facilitando tanto la toma de decisiones como la consideración de predicciones basadas en dicha información. Desde este punto de vista, la estadística no puede ser sólo leer e interpretar representaciones gráficas, sino describir e interpretar el mundo que nos rodea por medio de números, y constitu-ye una herramienta para entender y resolver problemas.

Además, Gail et al. (2003) reconocen que para apren-der con comprensión, activamente construyendo nuevo conocimiento desde la experiencia y desde el conoci-miento previo, es necesario que los estudiantes se invo-lucren en el desarrollo de sus propios cuestionamientos y exploren sus conjeturas. Esto permite el despliegue de habilidades de pensamiento crítico para responder preguntas con base en datos, la selección y uso de méto-dos estadísticos para analizarlos y la evaluación de afir-maciones basadas en datos, habilidades esenciales para todo ciudadano y consumidor de información.

Cobb y Moore (1997) consideran la estadística como disciplina metodológica, ya que no existe para sí misma sino para ofrecer a otros campos de estudio un conjunto de ideas y herramientas coherente para trabajar con da-tos. En la estadística, afirman ellos, es importante tener en cuenta el contexto, ya que éste provee de significado a los números. Por su parte, Nicholls y Nelson (1992, 224) consideran que los debates científicos muestran que la estadística representa un conocimiento contro-versial, que no puede ser presentado como un conjunto de conceptos universalmente aceptados ni dados a los estudiantes por medio de la autoridad de los profesores y los libros de texto. Ellos creen que si los estudiantes participan en controversias basadas en estadísticas, que es lo que hacen los científicos, tendrían que seleccionar las herramientas conceptuales adecuadas, defender sus puntos de vista, debatir, negociar y tomar decisiones.

De manera consistente con estas concepciones de la estadística y con los principios constructivistas, Derry, Levin y Schauble (1995, 82) consideran que una di-ficultad de la mayoría de cursos de estadística es que

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están separados de la solución de problemas del mun-do real. Al concebir la estadística como conocimiento controversial, se compromete a los maestros a centrarse en situaciones que ellos llaman estadísticamente au-ténticas. Estas situaciones logran serlo en la medida en que se desarrollan dos dimensiones: la de la relevan-cia cultural, que se refiere a la importancia que tengan los problemas reales que se puedan considerar desde la estadística para una sociedad determinada, y la de actividad social, donde el aprendizaje surge de una con-ceptualización, una negociación y una argumentación activas con otros. Los autores plantean que la autentici-dad de una práctica pedagógica que involucre estas dos dimensiones promueve la capacidad de los estudiantes para razonar estadísticamente en escenarios auténticos.

Esta concepción de la estadística se ve reflejada en el desarrollo de experiencias de aula e investigacio-nes que pretenden documentar la manera como los estudiantes utilizan ciertos conceptos para resolver situaciones de tipo estadístico; por ejemplo, Reading (2004) halló que los estudiantes le dan más significado a la descripción de datos cuando están inmersos en un contexto y están orientados por un propósito que da sentido a la actividad, ya que el contexto real fomenta el uso de habilidades, como el uso de datos y gráficas para realizar explicaciones.

De manera similar, Petrosino, Lehrer y Schauble (2003, 131) notaron que existe una tendencia a creer que los estudiantes no pueden desarrollar sus propias investiga-ciones porque se requieren herramientas que ellos no tienen para interpretar los resultados, ocasionando que solamente investiguen preguntas hechas por el profesor y sigan procedimientos definidos. Los hallazgos mues-tran que los estudiantes de 4º planteaban una investi-gación hipotética, realizaban experimentos lanzando los cohetes, organizaban y analizaban los datos obtenidos de los lanzamientos y comparaban los resultados, apren-diendo a usar la distribución para razonar acerca de sus experimentos y comparar distribuciones usando como referencia las medidas de tendencia central.

Para profundizar en el estudio del aprendizaje de la distribución, Lehrer y Schauble (2002) continuaron con estos estudiantes. Cultivaron un tipo de plantas y analizaron su ciclo de crecimiento según la altura que iban alcanzando; la distribución se estructuraba en este contexto como una forma de determinar el valor verda-dero de la altura de una planta, basada en un grupo de medidas. Los resultados reflejaron que cuando los niños analizaban la forma en la que se distribuían los datos,

surgían las características de la distribución como forma de describirlos, considerando en el análisis de los traba-jos de los estudiantes la complejización de las estrate-gias, la incorporación de nuevos conceptos y aspectos que ellos nombraban, tales como los “huecos” entre los datos y los “grupos” que éstos formaban. Llegaron a afir-mar que observar la forma de los datos era una manera de determinar su centro y su dispersión.

Una manera de vivenciar los aspectos mencionados anteriormente consistió en enfrentar a las estudiantes durante el desarrollo de una experiencia de aula propo-niendo problemas de su comunidad que las problemati-zaran y sobre los cuales quisieran saber más. El estudio del problema elegido fue motivado por el trabajo que realizaban las estudiantes como profesoras voluntarias en el Centro Santa María, una fundación creada para ni-ños con escasos recursos económicos y financiados por el colegio al que ellas asisten. Este último atiende una población con mejores condiciones socioeconómicas que el Centro, por lo que su proyecto de investigación se basó en los dos colegios. La conjetura propuesta por ellas fue que los estudiantes de 5º de estrato bajo, a diferencia de los de estrato medio-alto, tenían una mala nutrición por no tener el suficiente presupuesto para comprar ali-mentos que favorecieran una dieta balanceada.

Para informarse más acerca del problema las estudian-tes reconocieron la necesidad de obtener información, lo que posibilitó el diseño de instrumentos, encuestas y entrevistas, con las cuales recolectaron datos que podían relacionar para sustentar o no su conjetura: el número de niños participantes, el estrato socioeconó-mico de sus familias, su edad, su estatura y su índice de masa corporal. Sin embargo, el interés fue más allá de confirmar la conjetura, hasta entender realmente el fenómeno estudiado. Luego de recolectar los datos las estudiantes empezaron a utilizar nociones estadísticas que les permitían describirlos, entender su comporta-miento e interpretarlo en términos de las variables y lo que significaban para la población estudiada.

preguNtas de iNvestigacióN

La investigación abordó las siguientes preguntas acerca del aprendizaje de las estudiantes: ¿Qué aprenden de estadística descriptiva las estudiantes de 9º grado de un colegio femenino que atiende niñas de estrato socioeco-nómico medio-alto, en una clase de estadística en la que trabajan un problema real en colaboración? ¿Qué caracte-rísticas de una distribución de datos llegan a comprender?

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metodología

En el estudio se aplicó una metodología de investigación de tipo mixto identificando los aprendizajes sobre esta-dística descriptiva que las estudiantes construían. Se desarrolló una experiencia de aula diseñada consistente con los principios constructivistas, donde un curso de 23 estudiantes trabajó en grupos permanentes de tres durante cuatro meses, tres horas a la semana. La prime-ra etapa de la experiencia incluyó el planteamiento del problema, la discusión acerca de su importancia, la for-mulación de posibles conjeturas acerca de sus causas, el diseño de un instrumento para obtener datos que las alumnas consideraron necesarios. Durante el proceso se realizaron algunas intervenciones para orientar la cons-trucción de conceptos como el de variable estadística, tipos de variable y tipos de representaciones para diver-sas variables. En la etapa de organización y análisis de datos la discusión y la interacción entre las integrantes de los grupos fomentaron un continuo cuestionamiento acerca de los datos y su significado en el contexto del problema y de la población de estudio, lo cual las llevó a reconocer las características de la distribución (centro, dispersión, máximo, mínimo, frecuencia).

Para ver la forma como las estudiantes manifestaban la comprensión de las características de una distribución y sus medidas, elegí cuatro grupos al azar, a los cuales observé durante la intervención; los siguientes tipos de datos que obtuve los analicé de manera cualitativa trian-gulándolos entre sí:

• Grabacionesdeaudioyvideodeseissesionesdetra-bajo de los cuatro grupos, dos al principio, dos en la mitad y dos hacia el final de la intervención, para obtener datos que reflejen de otra manera las mani-festaciones de comprensión de las características de la distribución de datos. Transcribí las grabaciones y seleccioné algunos episodios significativos que evi-dencian tal comprensión.

• Grabacionesdeaudioyvideodelaspresentacionesal final de la intervención de tres grupos escogidos al azar; en los hallazgos presentados por los grupos se recolectaron datos que reflejaran la comprensión que construyeron alrededor del análisis de los datos.

Una prueba inicial y otra final de conocimientos, que consistían en situaciones problema, las cuales analicé cualitativamente para identificar las comprensiones a las que llegaban, y cuantitativamente, usando la prueba Wilcoxon, para determinar si hay diferencias significati-vas entre los promedios de los puntajes.

resultados

las características de uNa distribucióN de datos

Los hallazgos tanto en la aplicación del instrumento como en el desarrollo de la innovación reflejan que las estudian-tes llegan a comprender la dispersión y la tendencia central como características asociadas a la distribución de un con-junto de datos. Debido a esta comprensión se genera que en el análisis de datos se den nuevas formas de pensar en torno a dicho conjunto. Éstas se reflejan en el tipo de razo-namiento que utilizan, el cual se hace complejo, pasando durante el proceso de un razonamiento de tipo aditivo a uno de tipo multiplicativo. Cobb (1999) nota que cuando los estudiantes participan analizando situaciones estadísti-cas en las que, por ejemplo, está inmerso el concepto de distribución, su razonamiento se caracteriza por ser de dos tipos. Un razonamiento aditivo acerca de los datos, en el cual los estudiantes dividen un conjunto de datos en par-tes (por ejemplo, intervalos) y razonan acerca del número de puntos de datos presentes en las partes del conjunto de datos, en términos de parte-todo, y un razonamiento mul-tiplicativo, mediante el cual los estudiantes razonan acerca de las partes de un conjunto de datos como proporcio-nes de un conjunto completo de datos.

El análisis cuantitativo de la aplicación del instrumento muestra que las estudiantes mejoran en el promedio de los puntajes obtenidos en la prueba (ver el Cuadro 1). Para ver qué tan significativo es el aumento, apliqué el test o prueba de Wilcoxon, el cual realiza una com-paración de las diferencias entre los puntajes obteni-dos, reflejando que existen diferencias significativas y positivas de la aplicación final respecto a la aplicación inicial de la prueba. Con el rango, se puede considerar que las estudiantes parten con ciertos conocimientos previos y aumentan sus comprensiones respecto al es-tado inicial; sin embargo, este proceso sigue en desa-rrollo. La desviación estándar muestra que respecto al promedio de los puntajes iniciales y finales, las dife-rencias individuales aumentan en general en el grupo, pero no son notorias.

trabaJo eN colaboracióN y compreNsióN de las características de uNa distribucióN Inicialmente, en la innovación las estudiantes se carac-terizaban por tener muy poca comprensión de las ca-racterísticas de una distribución; adicionalmente, las estrategias utilizadas para abordar el problema se carac-terizaban por basarse en un razonamiento de tipo aditi-vo y una percepción local de los datos. Esto se refleja en

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problemas del entorno y de la comunidad como fuentes de aprendizaje de la estadística Yury Marcela Rojas

Otras Voces

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Cuadro 1. Estadísticas descriptivas y comparación estadística de promedios en la aplicación inicial y final de la prueba

Rango MediaDesviación estándar

Test Wilcoxon

Prueba inicial

Prueba final

Prueba inicial

Prueba final

Prueba inicial

Prueba final

Momento inicial (A)

Momento final (B)

Situación 1 (0,5-2,5) (1,0 - 5) 0,159 3,564 0,5207 1,0751 B - A

Situación 2 (0 - 2,0) (1,5 - 5) 0,205 3,968 0,5908 0,8289 Asymp.

Sig

(2-tailed)

0,000Situación

3 (0,5-3,0) (1,0-4,0) 1,159 4,014 0,9179 0,8946

Situación 4 (0,8 -2,0) (2,0-5,0) 0,955 3,886 0,8439 0,9167 Z -8,158

acciones tales como fijarse en datos individuales de un conjunto, hacer descripciones de tipo verbal acerca del comportamiento de los datos diciendo “los pesos se ca-racterizan porque suben; luego bajan” , evidenciar sólo las frecuencias de los datos, calcular medidas estadísti-cas sin interpretarlas o darles significado en el contexto del problema.

Por ejemplo, cuando las estudiantes iniciaban el aná-lisis de los datos que habían recolectado, observé que lograban identificar para qué les servían y qué median algunas estadísticas; sin embargo, sólo realizaban una comparación cuantitativa entre éstas, sin establecer relación con el contexto en el cual se estaba analizan-do la variable. En la siguiente interacción, las niñas no tienen en cuenta que la medida de la masa corporal puede tener interpretaciones diferentes, si se tienen en cuenta las condiciones socioeconómicas del grupo que se estudia. En este caso, aunque las cifras obtenidas del promedio de la masa corporal son diferentes, una tabla nutricional indicaría que un índice entre 1 y 20 es normal. Por otro lado, es probablemente entendible que los niños del Centro Santa María presenten mayor masa corporal, porque en su nivel socioeconómico es común el consumo de gran cantidad de carbohidratos, lo cual no es considerado muy saludable en el ámbito de las ni-ñas del Colegio. Esto debería indicar a las investigado-ras que comparar estos promedios cuantitativamente no es suficiente para entender el problema que les ocupa.

GRupo 2

Estudiante 14: Bueno, en el Colegio el índice de masa corporal promedio es de 16,62,

o sea que está dentro de lo normal.

Estudiante 1: En el Centro, de hecho, es más alto; es de 17,63.

Estudiante 2: O sea que tienen más los niños del Centro que las niñas del Colegio, porque el número es más grande.

GRupo 3

Estudiante 10: En los resultados de las encuestas tocaba sacar un promedio para saber más o menos un valor que reuniera a todos los demás.

Estudiante 20: Entonces vimos que el promedio, digamos, de las estaturas es muy parecido; sólo se diferencian en tres centímetros.

La comprensión y uso de las medidas estadísticas como forma de describir las características de una distribución se hacen más complejos en el desarrollo de la interven-ción, generando formas de razonar más difíciles sobre los datos. Al respecto, en las grabaciones de las presen-

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taciones finales observé que cuando las estudiantes tra-bajan en problemas reales se ven en la necesidad de es-tablecer una conexión entre los números (porcentajes) y lo que significan para la variable que están analizando de la población. En la siguiente interacción vemos cómo las estudiantes empiezan a cuestionarse, para ir más allá de la comparación numérica de las medidas; consideran que es necesario obtener más información acerca de la nutrición, ya que esto permitiría entender si existen o no diferencias en la nutrición de los dos grupos de es-tudiantes: a pesar de que el promedio en peso sea casi igual, “ambos tienen casi el mismo peso, 35, pero tam-bién lo comparamos mediante las comidas, mediante cada alimento que consumían porque era importante saber con qué se nutrían, no solamente si estaban difi-riendo de peso o la estatura sino simplemente sabiendo si estaban comiendo muchas harinas o bastante verdura y proteínas, que eso influía bastante”. El conocimiento que generan permite a las estudiantes interpretar estas cifras (porcentajes), en un contexto nutricional, lo cual les posibilita asegurar que un alto porcentaje de harinas y un bajo porcentaje de proteínas, frutas y verduras ge-neran que dos grupos de personas tengan el mismo peso pero diferencias notorias en su nutrición. Reflejándose una comprensión de que no basta sólo con hacer una comparación numérica entre las medidas.

GRupo 2

Estudiante 14: Al sacar el promedio de la masa cor-poral vimos que los dos estaban […] ambos tienen casi el mismo peso, 35, pero también lo comparamos mediante las comidas, mediante cada alimento que consumían, porque era importante saber con qué se nutrían, no solamente si estaban difiriendo de peso o la estatura sino simplemente sabiendo si estaban comiendo muchas harinas o bastante verdura y pro-teínas, que eso influía bastante.

Estudiante 2: Vimos que los niños del Centro Santa María comen más harinas, y no significa que estén gordos o flacos con respecto a los del Colegio, sino que simplemente las niñas del Colegio se nutren más porque comen más proteínas y tienen más variedad de lo que consumen.

“Centro: 80% harinas, 50% proteínas, 11% frutas y verduras, 60% de calcio

Colegio: 75% harinas, 69% proteínas, 37,5% frutas y verduras, 50% de calcio. Las alumnas del colegio

Santa María tienen una dieta más balanceada al con-sumir harinas, proteínas, frutas y verduras de manera más proporcionada que los alumnos del Centro. Ade-más, gran parte de los niños del centro consume más harinas, y esto genera que tengan una mayor masa corporal que las niñas del Colegio, aunque en prome-dio sea normal”.

Complementando los hallazgos de las exposiciones, en el desarrollo de las sesiones finales las estudiantes empiezan a ver el conjunto de datos como una totali-dad, lo que les permite establecer relaciones entre el total de los encuestados y una parte de éstos; lo anterior se evidencia en las interacciones del siguiente grupo, cuando dicen: “Bueno, 12 niñas de las 16 del Colegio dicen que en el desayuno incluyen los carbohidratos”. Para poder realizar una interpretación de los porcenta-jes de nutrientes que consumen los niños, las estudian-tes se documentan acerca de la nutrición, hallando que el consumo de proteínas es en gran parte el responsable del crecimiento y mantenimiento de los músculos, “en-tonces el estado nutricional en el Centro Santa María está por debajo de las niñas del Colegio, aunque el peso sea el mismo, y como muestra, las proteínas no sólo ha-cen tejidos sino que liberan la hormona del crecimiento; por eso, las del Colegio son más altas”, lo que les lleva a concluir que aunque en promedio los dos grupos tengan el mismo peso, las diferencias respecto a la nutrición influyen en otras variables, como la estatura. La inte-gración de varias medidas y el análisis que se hace en torno a éstas reflejan un avance en la comprensión de las características de una distribución.

GRupo 2

Estudiante 1: Bueno, 12 niñas de las 16 del Colegio dicen que en el desayuno incluyen los carbohidratos; 11 de las 16 dicen proteínas, 5 frutas y verduras y 8 calcio. En el almuerzo, 13 dicen que consumen car-bohidratos, 15 proteínas, 7 verduras y 7 líquido.

Estudiante 14: Digamos, podemos ver en el desayuno que al parecer en el Centro los niños […] los encues-tados del Centro no comen casi frutas y verduras en el desayuno, mientras que las niñas del Colegio sí; entonces puede haber dos cosas que influyan: pri-mero, que las frutas y verduras normalmente tienen precios muy altos, y que además si no hay suficien-tes recursos económicos para comprar alimentos […] pues estos pocos se van a invertir en alimentos que tengan un valor muy bajo.

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Otras Voces

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Estudiante 1: Van a tratar de conseguir alimentos que van a dar más energía y sean más baratos: la panela, el arroz.

Estudiante 14: Y proteínas no tanto.

Estudiante 1: Y es uno de los nutrientes más impor-tantes para el crecimiento.

Estudiante 14: Y son los más caros. Entonces, ya al hacer el análisis nos dimos cuenta que los niños del Centro comían más carbohidratos pero igualmente no se nutrían de manera adecuada.

Estudiante 1: La mayor diferencia está en las pro-teínas. Las niñas del Santa María comen más […] cuando vimos que el peso era muy similar y la talla en general era mayor, un poco; en el Colegio vimos la dieta, y hay menos proteína en los niños del Centro Santa María.

Estudiante 14: Entonces sí, la cantidad de carbohi-dratos afecta el crecimiento.

Estudiante 2: Investigamos y nos dimos cuenta que los carbohidratos son necesarios para el crecimiento, pero la proteína también; la proteína es la encargada de generar tejidos del cuerpo, y de esa forma hacer que el cuerpo crezca […] los carbohidratos son los encargados de darle la energía al cuerpo. Entonces consumen la energía necesaria para sus actividades diarias pero no la necesaria para crecer.

Estudiante 2: […] entonces el estado nutricional en el Centro Santa María está por debajo [del estado nutricional] de las niñas del Colegio, aunque el peso sea el mismo, y como muestra, las proteínas no sólo hacen tejidos sino que liberan la hormona del creci-miento; por eso las del Colegio son más altas.

Otro ejemplo de las comprensiones que construyen las estudiantes y sus avances durante la innovación se evidencia cuando analizan el peso de los parti-cipantes de su estudio; en las sesiones iniciales, de manera similar a lo encontrado en la aplicación del instrumento, analizaban sólo algunos de éstos o des-cribían de manera cualitativa la manera como esta-ban organizados.

GRupo 2:

Estudiante 14: Sí, y con relación a su peso.

Estudiante 2: Tampoco sabemos el balance que tiene de nutrientes que está consumiendo.

Estudiante 14: Además, porque la encuesta que hici-mos en el Colegio hay mucha más diferencia de los datos […] hay como mayor variabilidad, mientras que en el Centro todos pesan aproximadamente lo mismo […] los valores están mucho más cercanos.

Dado que están comparando dos conjuntos de datos (los pesos de las niñas del Colegio y las del Centro), las estudiantes empiezan a reconocer en la organización de los datos un aspecto relacionado con su dispersión, el cual expresan de manera cualitativa, cuando afirman que “en el Colegio hay mucha más diferencia de los da-tos […] hay como mayor variabilidad, mientras que en el Centro todos pesan aproximadamente lo mismo […] los valores están mucho más cercanos”; reconocer esa “cercanía o lejanía” de los datos implica empezar a ver su organización y describirla. Posteriormente veremos cómo sienten la necesidad de utilizar ciertas medidas para cuantificar esta organización.

El grupo 3 considera en la siguiente discusión una ca-racterística de los datos: “Es que hay como un promedio, están muy unidos los datos”, refiriéndose a que los valo-res que toman los datos son muy cercanos, estableciendo qué diferencia existe entre los datos y si ésta es notoria; sin embargo, la interpretación que le dan al promedio se relaciona más con la organización y los valores que toman los datos que con el concepto de representatividad.

Estudiante 20: Del peso de los niños del Centro, el rango sería de 42 a […] [Corrige] De 24 a 52.

Estudiante 10: Esos rangos son los que nos permiten determinar que no hay niños en el Centro muy flaquitos.

Estudiante 4: Es que hay como un promedio; están muy unidos los datos […] en muy pocos casos se ve que la diferencia es muy notoria, con sólo ver los datos de la tabla se puede ver que están muy promediados.

En las sesiones finales las estudiantes narran aspectos característicos de la distribución que van más allá de una descripción cualitativa. Por ejemplo, el grupo 2 hace uso en la exposición final de una gráfica (ver el Gráfico 1).

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Gráfico 1. Comparación de las distribuciones de las estaturas de los participantes de los dos colegios

Estudiante 2: Con respecto a la estatura […] el con-sumo de ciertos alimentos influyó en el crecimiento de las niñas, aunque en el Colegio la media está en 1,46 metros, y en el Centro, 1,43; aunque no hay mucha diferencia, se puede ver que en el Centro está más abajo […]

Estudiante 1: […] y que con la desviación se puede ver que los datos están más agrupados en el Colegio que en el Centro; de esta manera, todos los niños del Centro tienen […] en promedio 1,43 de estatura. Todos tienen bajita estatura, mientras que las niñas del Colegio tienen […]

Profesora: ¿Todas?

Estudiante 14: ¡En general! […] mientras que en el Colegio tienen 1,46. Están más dispersos los de las del Centro; una niña puede ser la más baja de todas y puede medir 1,43, y otra 1,50.

El análisis de los porcentajes de nutrientes que consu-men los estudiantes presentado anteriormente le permi-tió al grupo 2 establecer una relación entre el consumo de proteínas y el crecimiento (estatura de los partici-pantes). Cuando analizan los datos recolectados de la estatura, confirman que, aunque la diferencia no es muy notoria, los niños del Centro tienen en promedio una estatura menor (1,43 m) que las niñas del Colegio (1,46 m). Las estudiantes consideran el centro y la dis-persión como características de la distribución; además de la comparación cuantitativa de las medidas, realizan

un contraste entre éstas para determinar si su interpre-tación y uso son adecuados. Es decir, consideran que hay diferencias en las medias de los dos grupos, y se tienen en cuenta, ya que al ver la desviación, aunque un conjunto se encuentra más disperso que el otro, no hay diferencias tan notorias que afecten los valores que toma el promedio.

iNterpretacióN de las medidas estadísticas eN uN coNtexto real

Al inicio de la innovación el grupo 3 interpretaba la des-viación como algo que permitía ver qué tan alejados se en-contraban los datos de la media observando cómo éstos se organizaban por encima y por debajo de esta medida; sin embargo, se les dificultaba interpretar qué significaba esta medida en cuanto a la variable que estaban analizando (peso); al final de la intervención las estudiantes logran in-terpretar estas medidas en cuanto a las variables que están analizando; por ello dicen: la desviación es mayor porque hay mayor diversidad en los pesos; igualmente, el grupo 2 utiliza palabras como “aglomerados”, “concentrados”, “jun-ticos”, “dispersos”, para describir la distribución; la siguien-te es la interacción del grupo:

Estudiante 10: El peso, vemos que tiene una media parecida: 35, 43 y 35, mientras que la desviación es de 7,39 en el Colegio, y la del Centro es de 5,9152.

Estudiante 20: Eso quiere decir que las del Colegio, sus datos están más alejándose de la media.

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Estudiante 10: Dispersos […] ¿La desviación mide la distancia entre los datos o la distancia entre la media? Dígame.

Estudiante 4: La desviación es la distancia respecto a la media.

Profesora: ¿Tú dices que es la distancia de un dato respecto a la media?.

Estudiante 20: No, es la distancia promediada de todos los datos hacia la media.

Estudiante 20: El promedio.

Estudiante 4: A mí me faltó decir promedio.

Estudiante 10: Es importante porque no es un solo dato sino todos los datos.

Profesora: ¿Para qué sirve la desviación cuando uno está haciendo análisis?

Estudiante 4: Para saber si los datos están agrupados.

[Interrumpe la estudiante 20: O están dispersados]

Estudiante 20: Por ejemplo, que los datos en el Cole-gio […]

Estudiante 4: Están más dispersos.

Estudiante 20: O sea, están más dispersos, más ale-jados de la media.

Estudiante 4: No están tan concentrados como los niños del Centro.

Estudiante 10: Por lo que hay como más diferencia de las niñas.

Estudiante 20: Hay más diversidad entre los pesos que tienen las niñas, en cambio en el Centro están más jun-ticos en un lugar […] Bueno, no es un lugar […]

Estudiante 10: Son más parecidos.

Estudiante 4: Son más aglomerados.

Estudiante 20: Bueno.

Estudiante 10: Son más concentrados.

Estudiante 20: Están más concentrados en un lado; en cambio, en el Colegio hay diversos tipos y diversas tallas, eso es lo que significa.

Además de considerar la distribución espacial de los datos, las estudiantes piensan que un valor numérico alto en la medida de la desviación del peso de los par-ticipantes indica que éste puede variar drásticamente en el grupo; ellas dicen: “Así como pueden encontrarse estudiantes que tengan un peso muy alto (por ejemplo, 40 kg), también pueden encontrarse estudiantes que tengan un peso muy bajo (por ejemplo, 20 kg)”. Esto les lleva a cuestionar la variabilidad de los datos y lo que significa respecto a la población que se está estudiando; finalmente, logran interpretar esta medida en el contex-to del estudio afirmando que el hecho de que haya ma-yor variabilidad significa que hay unas estudiantes más gordas y otras más flacas. Vemos que la transición del cálculo de las medidas y las cantidades, a su interpreta-ción, refleja una comprensión del fenómeno de estudio (la nutrición de los estudiantes de dos colegios con dife-rencias socioeconómicas), a través del reconocimiento de las características de la distribución, tales como el centro y la dispersión.

discusióN

Los hallazgos de esta investigación reflejan que las es-tudiantes logran comprender las características de una distribución de datos y utilizar las medidas de centro y de dispersión como herramientas para medirlas. El avance más significativo de la innovación es lograr, como se muestra en las interacciones de los grupos, usar e interpretar las medidas a la luz de las variables que se están analizando considerando qué quieren decir acerca de las cualidades de las personas que se están estudiando en la investigación. Las estudiantes mani-fiestan esta comprensión cuando describen cualitati-vamente la manera en que se encuentran organizados los datos, el comportamiento que tienen (por ejemplo, primero subieron, luego bajaron), distinguiendo aspec-tos como “huecos” en la distribución, valores extremos, datos atípicos, entre otros. Estas descripciones reflejan una percepción de la variación en los datos, lo cual mo-tiva el uso de ciertas medidas de tipo estadístico que les permiten describir y entender el conjunto de datos.

El instrumento utilizado me permitió obtener informa-ción acerca de la comprensión de las características de una distribución de datos y su avance durante la inno-vación; sin embargo, identifiqué que cuando las estu-

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diantes abordan problemas previamente elaborados que dan los datos y tienen un contexto que no se relaciona con las experiencias de las estudiantes, esto genera que ellas lleguen como máximo a aplicar algoritmos y hacer un análisis de algunas de las medidas que se obtienen; no obstante, difícilmente las estudiantes generan otro tipo de aprendizajes; esto se debe a que las situaciones requieren el uso de ciertas medidas. Al respecto, Bakker y Gravemeijer (2004, 147) mencionan que algunos pro-blemas estadísticos que se diseñan sólo le permiten al estudiante usar alguna de las medidas, de manera que no se requiere realizar acciones alternas al mero análisis de los datos; acciones como la formulación del proble-ma, la recolección de datos, entre otras, son roles que los estudiantes deben desarrollar para lograr una mejor comprensión de las variables que intervienen; lo cual se dificulta cuando se presentan problemas simulados.

Cuando las estudiantes abordan sus propios cuestio-namientos se ven en la necesidad de desarrollar otros aprendizajes previos a los del análisis de datos, los cuales se convierten en desempeños auténticos de un estadístico. Ben-Zvi (2005, 35) considera que los esta-dísticos operan a lo largo de tres dimensiones (ciclos de investigación; estos incluyen la selección y definición de un problema real, hacer un plan para abordarlo, recolec-tar datos, analizarlos y formular conclusiones. Tipos de pensamiento, se relacionan con las estrategias de resolu-ción del problema. Ciclos interrogativos y disposiciones, tales como la imaginación, apertura al cambio de per-cepciones). Así, cuando las estudiantes trabajan en problemas reales en equipos en colaboración desarro-llan de manera auténtica las dimensiones propuestas por Ben-Zvi, lo cual se relaciona con el desempeño auténtico de un estadístico.

Específicamente, considero que el trabajo en colabora-ción generó que las estudiantes avanzaran rápidamente en sus comprensiones. Presentar análisis, contrastar las ideas y someterlas a juicio, y generar argumentos que sustentaran las afirmaciones, son algunas de las prácti-cas que se consolidaron a lo largo de las interacciones y que favorecieron la identificación y descripción de las características de una distribución de datos.

Aunque en la innovación las estudiantes generaron comprensiones acerca de las características de centro y de dispersión, poco se avanzó respecto a la forma de la distribución, sin realizar consideraciones acerca del sesgo de ésta. Las representaciones (gráficos de disper-sión) construidas por las estudiantes permitieron que ellas vieran aspectos asociados a la organización, den-

sidad y dispersión de los datos; sin embargo, considero relevante para próximas intervenciones trabajar con di-ferentes tipos de representaciones, tales como histogra-mas y gráficas de barras, que generen en las estudiantes discusiones en torno a la forma de la distribución.

Los resultados de esta investigación sugieren que es importante, como lo mencionan Gail et al. (2003), pro-veer a los estudiantes de ambientes de aprendizaje en los cuales se aborden situaciones reales en las que los estudiantes puedan potenciar algunas habilidades de estadísticos expertos. Cuando los estudiantes abordan sus propios cuestionamientos, problemas e inquietudes, se facilita que comprendan, le den sentido y significado al uso de las medidas y puedan establecer una conexión coherente entre éstas y lo que significan los aspectos que se están estudiando de la población. De esta ma-nera, la estadística trasciende, dejando de ser una dis-ciplina que enseña una serie de reglas y herramientas, y pasando a ser una disciplina que sirve para entender fenómenos del mundo real, dotando de significado a los números (Cobb y Moore 1997).

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por Vítor Silva Mendonça** Maria Cristina Smith Menandro*** Zeidi Araújo Trindade****Fecha de recepción: 11 de junio de 2009Fecha de aceptación: 11 de enero de 2010Fecha de modificación 26 de enero de 2010

RESUMO Este trabalho verificou a representação e as práticas sociais de saúde de homens universitários do município de Vitória/Brasil. Os dados foram coletados através de um questionário com 120 alunos de uma instituição pública de ensino superior e analisados pelos softwares EVOC e Sphinx Léxica que permitiram identificar as práticas de cuidado adotadas pelos homens, bem como a representação social que possuem a respeito de saúde. Os resultados principais demonstram uma contradição entre o que foi expresso por meio da representação e algumas práticas adotadas por esses homens. Concluiu-se, dentre outros aspectos, que o homem ainda pauta as suas ações a partir de um ideal de masculinidade que contribui para uma não-valorização da sua saúde.

PALAVRAS CHAVE Prática social, saúde do homem, masculinidade.

* Este artículo es resultado de una investigación independiente y de las discusiones llevadas a cabo en uno de los cursos del Máster de Psicologia Univer-sidad Federal do Espírito Santo.

** Psicólogo y Máster en Psicologia de la Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil. Actualmente es profesor de la Facultad de Filosofia, Ciencias y Letras de Alegre, Brasil. Investigador de la Rede de Estudos e Pesquisa em Psicologia Social, Brasil. Correo electrónico: [email protected]

*** Psicóloga, Mágister y doctorado en Psicología de la Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil. Profesora asistente del departamento de Psicología Social y desarrollo en la Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil. Profesora del Programa de Posgrado en Psicología de la Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil. Profesora colaboradora de la Rede de Estudos e Pesquisa em Psicología Social, Brasil. Tiene experiencia en el área de psicología en temas relacionados con representación social, adolescencia, familia y salud. Correo electrónico: [email protected]

**** doctora en Psicología de la Universidade de São Paulo, Brasil. Profesora Titular de la Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil. Profesora del Programa de Posgrado en Psicología de la Universidade Federal do Espírito Santo, Brasil. Profesora colaboradora da Rede de Estudos e Pesquisa em Psicologia Social, Brasil. Tiene experiencia en el área de psicología atuando en temas relacionados con representaciones, prácticas sociales y género. Correo electrónico: [email protected]

Between Doing and Speaking of Men: Representations and Social Practices of Health

ABSTRACT This study examined the representation and social practices of health of college men of the city Vitória/Brazil. The data were collected through a questionnaire with 120 students at a public institution of higher education and analyzed by software EVOC and Sphinx Léxica to identify the practices of care adopted by men as well as the social representation that are about health. The mains results show a major contradiction between what was expressed by means of representation and some practices adopted by these men. It was, among other things, that man still staff their actions from an ideal of masculinity that does not contribute to a recovery of his health.

KEy wORdSSocial Practice, Men’s Health, Masculinity.

Entre o fazer e o falar dos homens: representações e práticas sociais de saúde*

Entre hacer y hablar de los hombres: representaciones y prácticas sociales de la salud

RESUMENEste estudio examinó la representación y las prácticas sociales de la salud de los hombres de la ciudad universitaria de Vitória/Brasil. Los datos fueron recolectados a través de un cuestionario con 120 estudiantes de una institución pública de educación superior y analizados por los softwares EVOC y Sphinx Léxica y para identificar las prácticas de cuidado adoptadas por los hombres, así como la representación social que poseen acerca de la salud. Los resultados muestran una gran contradicción entre lo que se expresa por medio de la representación y prácticas adoptadas por estos hombres. Se concluye, entre otras cosas, que el hombre sigue siendo el personal de sus acciones a partir de un ideal de hombría que no contribuye a una recuperación de su salud.

PALABRAS CLAVE Práctica social, salud de los hombres, masculinidad.

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A nálise de algumas práticas cotidianas do ser humano como fonte de produção científica tem servido de interesse para estudiosos e teóricos de diferentes áreas. E caminhando no mesmo rumo, este estudo procurou investigar as concepções significativas de saúde e as práticas sociais adotadas no cuidado com a saúde por universitários masculinos capixabas.1 A compreensão dos significados de saúde e dos contextos aos quais essas práticas sociais estão baseadas são os objetos sociais específicos da pesquisa, analisados à luz da Teoria das Representações Sociais.

Atualmente sabe-se que o gênero masculino tem sido estudado e focalizado em diversas pesquisas, devido às dificuldades que os homens têm em mostrar o que ver-dadeiramente sentem ou pensam em favor de um com-portamento historicamente construído para expressar a masculinidade dominante, principalmente no campo da saúde (Gomes e Nascimento 2006).

De modo geral, a construção da masculinidade é inega-velmente influenciada pela sociedade, na qual devemos reconhecer que não existe um só estereótipo masculi-no, mas na verdade múltiplas masculinidades, segun-do Robert Connell (2005). Uma dessas é chamada de Masculinidade Hegemônica, amplamente utilizada na comunidade científica da área, a qual se refere a uma dominação do patriarcado, termo que o autor utiliza para designar a “supremacia” masculina, e enfatiza o comportamento dos homens em detrimento das mu-lheres na configuração social. É a masculinidade mais valorizada e idealizada em diversos contextos sociais, e configura a prática dos homens na estrutura das rela-ções de gênero.

Dentro dessa perspectiva, Sandra Garcia (1998) consi-dera que a conduta masculina, por conta da masculinida-de hegemônica, é de certo modo retratada pela ausência de responsabilidade dos homens na prática e cuidado com a saúde e, respectivamente, renuncia alguns as-pectos de referência feminina e tudo aquilo que possa distanciá-lo do padrão hegemônico de masculinidade, pressupõem Zeidi Araujo Trindade e Adriano Roberto Afonso Nascimento (2004).

1 São assim chamadas as pessoas que nascem no Estado do Espírito Santo, Brasil.

No entanto, é preciso ressaltar que a construção históri-ca do estereótipo de masculinidade não está relacionada apenas ao ideal alcançado, mas integra todo o funcio-namento social de uma organização, como nas socieda-des ocidentais estudadas por George Lachmann Mosse (1996). As masculinidades hoje permanecem marcadas por comportamentos e atitudes representacionais de práticas sociais orientadas, umas mais que outras em determinadas sociedades, por uma masculinidade pau-tada no modelo hegemônico, que geram consequências para a saúde das pessoas, visto que o homem deve man-ter o autocontrole emocional sob diversas situações, ser conquistador e viril, e mostrar força e agressividade (Mosse, 1996; Sabo, 2000).

As pesquisas no campo da masculinidade, nível mun-dial, começaram a ser desenvolvidas em meados dos anos de 1970 e já retratavam os aspectos de vida e ex-periências decorrentes da pressão sofrida pelos homens para mostrar comportamentos relacionados à masculi-nidade. Ao longo de todos esses anos, o modelo hege-mônico esteve norteando todas as práticas sociais dos homens, o que denota um padrão fortemente tradicio-nal (Garcia 1998).

Somente no final da década de 1980 os estudos sobre masculinidades ganharam força no Brasil e na América Latina, destacam Lilia Blima Schraiber, Romeu Gomes e Márcia Thereza Couto (2005). Os autores observam que, em muitos trabalhos, os processos saúde e doença são destaques, além da tentativa em incluir os homens como informantes nos estudos, fato que era restrito ao sexo feminino.

A partir de então, começa-se a conceber como funda-mental a participação dos homens nas decisões tomadas em relação à saúde masculina e a inclusão da temática homens e saúde nas pesquisas, para estimular um novo “olhar” em relação às práticas sociais adotadas (Schrai-ber, Gomes e Couto 2005). Novo olhar esse que foi estimulado por trabalhos que apresentaram fatores de riscos para o adoecimento e comportamentos danosos à saúde gerados pelo cumprimento ao discurso hegemô-nico que configura ideais de masculinidade que favo-recem o descuido com a saúde (Sabo 2000; Schraiber, Gomes e Couto 2005).

saúde masculiNa

A saúde masculina começa a ser abordada sob um en-foque diferencial por volta da década de 1990, período

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em que a singularidade masculina do ser saudável e do ser doente passa a ser focalizada, na medida em que se inicia uma busca pela saúde mais integral do homem, em que há um posicionamento favorável da Organiza-ção Mundial da Saúde (OMS) para implementar uma melhor especificidade da saúde do ser masculino (Go-mes e Nascimento 2006).

Embora temas como reprodução e sexualidade perpas-sem toda a esfera contemporânea dos estudos realiza-dos, a temática da morbidade e mortalidade masculina vem ganhando relevância no cenário científico, ocasio-nada pela incidência de acidentes de trânsito e agravos de neoplasias malignas, como cânceres de pulmão e próstata (Schraiber, Gomes e Couto 2005). Isso inclui também os estudos realizados no Brasil, que seguem o mesmo rumo da comunidade científica internacional, conforme apresentam Romeu Gomes e Elaine Ferreira Nascimento (2006).

Nesse sentido, situamos que, além da ideologia hegemô-nica de gênero que pode dificultar a adoção de hábitos mais saudáveis, há ainda questões de caráter cultural e político que vão desde o espaço destinado ao cuidado com a saúde, que remete à identificação de fraqueza li-gada ao feminino, até a falta de programas direcionados às especificidades masculinas no país (Figueiredo 2005).

A falta de um serviço especializado para o homem já de-nota uma situação preocupante, pois o aumento da mor-bidade masculina e a dificuldade de expressarem o que sentem, fazem com que o homem busque alternativas para solucionar o problema de modo mais imediato, em farmácias ou prontos-socorros, visto que o atendimento em outras localidades pode demandar tempo, e assim o próprio homem é quem contribui para a gravidade da sua saúde sem práticas saudáveis (Figueiredo 2005).

Dessa forma, fica claro que a perspectiva de gênero contribui para a compreensão de que certos agravos são resultados do comportamento e exercício da masculi-nidade no ambiente social. Mediante a tal fato faz-se importante conhecer as representações sociais de saúde para os homens, na tentativa de compreender as práti-cas adotadas por esses no cuidado à saúde.

o estudo das represeNtações e práticas sociais

A denominação Representação Social foi proposta por Serge Moscovici, no ano de 1961, para designar “uma for-ma de conhecimento, socialmente elaborada e partilhada,

com um objetivo prático, e que contribui para a construção de uma realidade comum a um conjunto social” (Jodelet 2001, 22). De acordo com Celso Pereira Sá (1995), o estu-do a partir das Representações Sociais permite a aprecia-ção de vários assuntos com temáticas diferenciadas, desde que o objeto social a ser pesquisado faça parte das práticas sociais e tenha relevância para o grupo envolvido.

A teoria da representação social procura, então, priori-zar o conhecimento e as experiências que o indivíduo tem com a realidade, de modo que essas experiências determinam a interpretação dessa interação social, além de permitir a articulação com as práticas sociais (Trin-dade, Nascimento e Gianordoli-Nascimento 2006).

As práticas sociais são os reflexos dos significantes so-ciais da representação, logo, devemos concordar com Michel Louis Rouquette (1998, 43) que “as represen-tações sociais e as práticas se influenciam reciproca-mente (...), convêm tomar as representações como uma condição das práticas, e as práticas como um agente de transformação das representações”. Sendo assim, algu-mas modalidades do conhecimento são determinadas pela prática social, como no campo da saúde. Segundo Denise Jodelet (2006), os sistemas que organizam as práticas sociais de saúde além de remeterem à doença, também permitem a exposição de outras estruturas so-ciais, como educação, família e trabalho.

A estrutura das representações sociais é composta por dois sistemas de características distintas, denomina-dos central e periférico, conforme Jean Claude Abric (1998). O primeiro agrega produtos resistentes às mu-danças e elementos que asseguram a continuidade em contextos históricos, pouco afetados pelo cotidiano. O sistema periférico incorpora elementos mais flexíveis e facilmente acessíveis às alterações, além disso, regula o sistema central para evitar uma possível modificação.

Assim, pode-se supor que as práticas sociais que os homens apresentam em relação à saúde podem tanto servir de contribuição para reforçar significados exis-tentes na sociedade atual como para apresentar novas significações da representação e prática social sobre a saúde masculina.Portanto, a utilização da teoria das representações sociais mostra-se de grande valia para a investigação das práticas de saúde do homem, uma vez que possibilita a compreensão dos significados que orientam tais práticas, dentro do contexto das relações cotidianas. Dessa forma, o objetivo do trabalho foi co-nhecer a representação e as práticas sociais de saúde adotadas por homens capixabas.

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Entre o fazer e o falar dos homens: representações e práticas sociais de saúdeVítor Silva Mendonça, Maria Cristina Smith Menandro, Zeidi Araújo Trindade

Otras Voces

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método

participaNtes

A pesquisa contou com a participação de 120 homens estudantes universitários do último ano de graduação de uma instituição de ensino superior do município de Vi-tória/ES, sendo 40 alunos de cada uma das três grandes áreas de conhecimento: humanas, exatas e biomédicas. Para a área de humanas, selecionamos os cursos de Di-reito e Geografia; para a área de exatas, selecionamos os cursos de Engenharia Mecânica, Engenharia Civil e Física; e para a área de biomédicas, os cursos de Medi-cina, Odontologia, Farmácia e Enfermagem. A escolha pelas três áreas justifica-se pela maior concentração de cursos de graduação oferecidos na instituição. Todos os participantes assinaram o termo de consentimento livre e esclarecido autorizando a participação na pesquisa.

A faixa etária dos participantes variou de 20 a 44 anos, com a média de idade de 23,86 e concentração de 49,2% nessa média. Em relação ao estado civil, somente 6,7% afirmaram ser casados, sendo a grande maioria solteira. E 62,5% dos universitários disseram não possuir uma ocupação profissional. A identificação dos participantes ao longo do trabalho é realizada através da letra inicial de cada área de conhecimento “H” para humanas, “E” para exatas e “B” para biomédicas, a fim de garantir o anonimato dos participantes.

iNstrumeNto e procedimeNto de coleta

Foi elaborado um questionário auto-aplicável, o que permitiu a coleta de modo coletivo e/ou individual. O instrumento contemplou seis questões no total, conten-do três questões fechadas e três abertas, sendo uma re-ferente à técnica de associação livre, além dos dados de caracterização do participante. As questões foram for-muladas de modo que pudessem capturar as represen-tações sociais e as práticas desenvolvidas pelos homens em se tratando da temática saúde.

Todos os questionários foram aplicados nas dependên-cias da instituição, juntamente ao pesquisador respon-sável para esclarecimento de dúvida se assim surgisse. A coleta de forma coletiva foi realizada em sala de aula, com a autorização de professor responsável. Antes do preenchimento do questionário, os objetivos e procedi-mentos da pesquisa eram explicitados aos alunos.

Vale lembrar que o instrumento passou por um pré-teste, para verificar sua confiabilidade e validade; e o

estudo seguiu todos os preceitos éticos exigidos em pes-quisas com seres humanos.

procedimeNtos de aNálise

Os dados coletados foram analisados e tratados com o auxílio de dois softwares. Um deles, o EVOC (En-semble de Programmes Permettant L’Analyse dês Évoca-tions), permite identificar os elementos figurativos da representação social, através de critérios de frequência e ordem prioritária de evocação na análise da questão de associação livre. E, optou-se também pela utilização do software SPHINX LEXICA, que realiza a categorização de respostas através de procedimentos de análise quali-tativa e quantitativa.

A análise dos dados referente à questão de associação livre foi submetida separadamente por área de conhe-cimento ao software EVOC, de maneira que pudessem ser visualizados os elementos representacionais, bem como a organização da estrutura dos sistemas central e periférico (Trindade, Nascimento e Gianordoli-Nas-cimento 2006).

As informações concernentes às questões fechadas passaram pelo processamento estatístico do SPHINX LEXICA, sendo submetidas ao teste de Qui² para ve-rificação de possíveis ocorrências significativas entre as áreas de conhecimento. E os dados das questões aber-tas foram tratados e analisados a partir da análise de conteúdo, permitindo a codificação e categorização dos textos, com utilização do software.

resultados

Saúde e suas representações: um olhar a partir do sexo masculino

No que se refere à representação de saúde para os ho-mens, as expressões que aparecem como elementos centrais não apresentaram grande divergência, quando comparado às áreas de conhecimento. De modo que as palavras “alimentação”, “bem-estar” e “esporte” configu-ram o núcleo central da representação, como também as palavras “prevenção” e “vida”, que estão presentes em pelo menos duas das três áreas (Caixa 1).

A constituição da periferia mais próxima aos elementos centrais é composta por referências bem específicas de cada área, apresentando registros como “médico”, “qua-lidade de vida” e “saneamento”, para os homens que

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Caixa 1. Elementos centrais da representação de saú-de, segundo os homens

Área Expressão Frequência Média

Hum

anas

Alimentação 32 1,688

Bem-estar 24 1,833

Esporte 16 1,750

Prevenção 16 1,750

Exa

tas

Alimentação 38 1,789

Bem-estar 48 1,333

Esporte 10 1,200

Vida 14 1,857

Bio

méd

icas

Alimentação 16 1,875

Bem-estar 64 1,500

Esporte 12 1,833

Prevenção 12 1,667

Vida 12 1,833

compõem a área de humanas; “doença”, “prevenção”, “boa forma”, “corpo” e “higiene”, para os participantes da área exatas; e, finalmente, a “qualidade de vida” para a área biomédica (Caixa 2).

Caixa 2.Elementos periféricos mais próximos da repre-sentação de saúde, segundo os homens

Área Expressão Frequência Média

Hum

anas

Médico 10 1,000

Qualidade de vida

6 1,000

Saneamento 4 1,000

Exa

tas

Doença 10 2,800

Prevenção 12 2,000

Boa forma 4 1,000

Corpo 4 1,500

Higiene 6 1,333

Bio

méd

icas

Qualidade de vida

18 2,111

Os valores da tabela são os percentuais em coluna esta-belecidos sobre 120 observações.

As práticas masculinas: o (des)cuidado com a saúde

Caixa 3. Práticas sociais adotadas pelos homens em geral, segundo os participantes

Práticas dos homens em

geral

Huma-nas

Exatas Biomé-dicas

Total

Praticar exercícios

92,5% 97,5% 100% 96,7%

Alimentar-se bem

87,5% 90,0% 87,5% 88,3%

Prevenir doenças

70,0% 62,5% 65,0% 65,8%

Ter momentos de lazer

60,0% 57,5% 75,0% 64,2%

Ter um bom sono

60,0% 65,0% 62,5% 62,5%

Cuidar da mente

47,5% 60,0% 57,5% 55,0%

Ir ao médico 45,0% 47,5% 37,5% 43,3%

Possuir relações sociais

22,5% 32,5% 47,5% 34,2%

Frequentar uma religião

12,5% 10,0% 20,0% 14,2%

Outro 10,0% 5,0% 2,5% 5,8%

Total 100% 100% 100% 100%

De acordo com os homens participantes, as práticas so-ciais empregadas pelos outros homens, que não ele, para o cuidado com a saúde, revelam uma forte tendência à re-alização de atividade física e boas condições alimentares, com respectivamente 96,7% e 88,3% do total comparativo das áreas. A procura por uma religião apresentou a menor frequência com 14,2%, juntamente com outras categorias lembradas pelos participantes, 5,8% (Caixa 3).

Na categoria “outro”, as práticas que se destacam são a atividade sexual, com frequência de 10,0% entre os alu-nos de humanas, e a busca por profissional dentista, re-presentada como prática na área biomédica com 2,5%.

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As respostas foram submetidas ao teste Qui², na ten-tativa de verificar a possível ocorrência de diferenças estatisticamente significativas entre as três áreas de conhecimento, o que não ocorreu, indicando que a de-pendência não é significativa no cruzamento das áreas (Qui² = 8,98; gl = 18,1; p = 3,97%).

É preciso destacar que o questionário previa respostas múltiplas dos entrevistados e que, por isso, a soma dos percentuais de respostas resulta em valor maior do que 100%.

Caixa 4. Práticas sociais de saúde masculina, segundo os participantes

Práticas que emprega para a própria saúde

Hu-ma-nas

Exa-tas

Bio-médi-cas

Total

Ter momentos de lazer

70,0% 77,5% 72,5% 73,3%

Alimentar-se bem 62,5% 75,0% 77,5% 71,7%

Não possuir vício 62,5% 62,5% 77,5% 67,5%

Praticar exercí-cios

62,5% 62,5% 75,0% 66,7%

Ter uma boa noite de sono

52,5% 55,0% 55,0% 54,2%

Manter vínculos de amizade

42,5% 52,5% 62,5% 52,5%

Cuidar da mente 42,5% 67,5% 45,0% 51,7%

Fazer exames re-gularmente

30,0% 20,0% 32,5% 27,5%

Frequentar uma religião

17,5% 32,5% 30,0% 26,7%

Outro 5,0% 7,5% 2,5% 5,0%

Total 100% 100% 100% 100%

Os valores da tabela são os percentuais em coluna esta-belecidos sobre 120 observações.

A Caixa 4 ilustra as práticas que os próprios participan-tes adotam para o cuidado com a saúde. A categoria “ter momentos de lazer” aparece como uma prática de gran-de expressividade aos homens das três áreas, 73,3% do total dessa categoria. No entanto, não podemos deixar de evidenciar as frequências das categorias “se alimen-

tar bem” e “não possuir vício” para a área biomédica, que apresentaram 77,5%, ambas. A categoria “frequen-tar uma religião” apareceu como uma prática pouco exercida pelos homens, 26,7% no total. Em relação à categoria “outro”, o que os homens também consideram como prática para sua saúde está relacionada à ativida-de sexual, que mostra um total de 5,0%.

O cruzamento das respostas das três áreas de conheci-mento permitiu-nos destacar que as diferenças não são estatisticamente significativas para as práticas de saú-de masculina empregadas pelos participantes (Qui² = 7,95; gl = 18,1; p = 2,06%).

Caixa 5. Fatores de influência no cuidado com a saúde masculina, segundo os participantes

Fatores de influ-

ência

Huma-nas Exatas

Bio-médi-cas

Total

Ele pró-prio

75,0% 87,5% 82,5% 81,7%

Medo de doença

62,5% 50,0% 57,5% 56,7%

Estética 40,0% 52,5% 62,5% 51,7%

C o m p a -nheira

40,0% 50,0% 35,0% 41,7%

Pais 17,5% 35,0% 50,0% 34,2%

Emprego 32,5% 25,0% 25,0% 27,5%

Medo da morte

17,5% 25,0% 25,0% 22,5%

Amigos 12,5% 7,5% 30,0% 16,7%

Religião 10,0% 12,5% 20,0% 14,2%

Outro 7,5% 7,5% 2,5% 5,8%

Total 100% 100% 100% 100%

Os valores da tabela são os percentuais em coluna es-tabelecidos sobre 120 observações.A Caixa 5 apresenta os fatores que influenciam os homens na prática com o cuidado com a própria saúde. Conforme demonstra a

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tabela, a maior influência no cuidado com a saúde vem a partir do próprio homem, 81,7% do total das áreas, seguido das categorias “medo de doença” e “estética”, com respectivamente 56,7% e 51,7%.

A categoria que obteve a menor proporção foi a influ-ência da religião na prática de saúde masculina, com 14,2% no total. Em relação à categoria “outro”, a respos-ta mais frequente foi a influência do(s) filho(s) para que os homens cuidem da sua própria saúde.

A comparação entre os dados gerais de fatores de in-fluência para as três áreas aponta para uma dependên-cia não significativa entre os percentuais apresentados (Qui² = 17,38; gl = 18,1; p = 50,26%).

procura pelos serviços de saúde: aNálise das situações

Com o propósito de compreender as situações nas quais os homens procuram um serviço de saúde, podendo ser esse um hospital, posto de saúde ou consultório parti-cular, foram construídas categorias em que respostas de sentidos semelhantes estão agrupadas a partir do conte-údo relatado pelos participantes. As categorias elaboradas para as três áreas de conhecimento são: “circunstância de doença”; “realização de exame preventivo” e “altera-ção na rotina diária”. Faz-se importante ressaltar a co-esão presente nas respostas dos participantes, mesmo com a heterogeneidade das áreas.

Na categoria “circunstância de doença”, podemos con-siderar que os participantes explicitaram de modo cla-ro a procura por um serviço somente na ocorrência de uma doença, muitas vezes quando não conseguem mais suportá-la, conforme os relatos seguintes: “Somente em casos de emergência e doença instalada, evito ir ao médico e tomar medicação.” (H-26); “Apenas quando estou doen-te ou para tratamento estético.” (E-12); “Somente em ca-sos extremos de alguma enfermidade já instalada.” (B-04); “Após processo patológico instalado.” (B-10). Essa cate-goria foi a que apresentou maior número de respostas agrupadas em todas as áreas.

A categoria “realização de exame preventivo” abrangeu respostas bem coerentes, como: “[...] para fazer exames de rotina [...]” (B-01, B-15, B-39, B-40, H-18, H-24, E-06, E-11, E-13, E-29, E-36); “[...] desde a prevenção até a realização de exames para detecção precoce de algu-ma enfermidade.” (B-19); “Vou regularmente me consultar como medida de prevenção e manter a minha qualidade

de vida.” (H-03); “Faço exame anual para verificar as con-dições da minha próstata.” (H-37).

E finalmente, a categoria “alteração na rotina” revelou-se também como uma das causas geradoras da procura pelo serviço, por parte do homem. Essa categoria apre-sentou um número de informações agrupadas inferior às demais. Algumas das respostas que expressam o con-teúdo de alteração na jornada diária foram: “Quando sinto que de alguma forma atrapalha minhas atividades cotidianas [...].” (H-28); “Nos casos de impossibilidade de comparecer ao trabalho [...].” (H-33); “Em situações nas quais fico impossibilitado de passar o dia normalmente, de forma que interrompe minha rotina.” (E-02).

dificuldades para cuidar da saúde: obstáculos da vida?

Na tentativa de delinear as causas mais gerais que “atrapalham” o homem no cuidado com a sua saúde, formulou-se as seguintes categorias de análise, a partir do conteúdo das respostas: “ausência de tempo disponí-vel”; “descuidado com a saúde”; “condição do serviço de saúde” e “cultura machista”.

Em relação à “ausência de tempo”, temos o discurso dos participantes pautados na dificuldade de conseguir um tempo livre na rotina, já que todo o seu tempo está des-tinado a outras atividades como trabalho, por exemplo. Sendo assim, essa categoria é composta das seguintes falas: “[...] falta de tempo [...].” (H-02, H-04, H05, H-16, H-21, H-33, H-38, B-07, B-19, B-21, B-25, E-14, E-16, E-22, E-30, E-34); “Pouco tempo ocioso [...].” (H-31); “Excesso de trabalho [...].” (B-07, H-18); “[...] pouco tem-po para se alimentar bem [...]” (E-25); “[...] pouco tempo para a prática de exercício.” (E-34). Esta representa a categoria de maior expressão.

A categoria “descuidado com a saúde” concentra, prin-cipalmente, características atribuídas pelo próprio ho-mem para justificar a falta de um olhar mais atento para a sua saúde. Dessa forma, destacam-se as expressões seguintes: “Noitadas com mulheres e drogas.” (E-37); “[...] a falta de motivação dos homens.” (E-25); “Sedenta-rismo e má alimentação.” (H-08); “A despreocupação con-sigo mesmo, falta de interesse e comodismo.” (B-15); “Os vícios, a falta de higiene e não atentar para a prevenção de doenças.” (E-01); “[...] excesso de bebida.” (E-29).

A categoria “condição do serviço de saúde” correspon-de ao discurso referente às dificuldades que os homens

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encontram no acesso ao serviço e à deficiência do setor público de saúde, conforme a seguir: “Saúde pública de-fasada e a falta de informação.” (B-03); “A falta de um serviço especializado.” (B-17); “[...] distância entre o atendimento de saúde e a própria população.” (H-19); “A demora e difícil acesso à saúde pública, e negligên-cia médica.” (E-18); “[...] saúde pública de qualidade duvidosa.” (E-24).

A “cultura machista” reúne conteúdos que contemplam características masculinas que parecem servir de pretex-to para o afastamento do homem em relação à prática de saúde, como: “Medo de doença e resistência [...].” (H-34); “[...] vergonha do que os outros vão pensar [...].” (B-13); “[...] preconceito em relação a alguns exames, como o de próstata [...].” (E-20); “A teimosia e orgulho de nunca mos-trar fraqueza, imposta pelo machismo [...].” (H-10).

discussão

A partir dos resultados obtidos, uma primeira considera-ção que merece apreciação faz referência aos diferentes significados de algumas palavras expressas pelos ho-mens na representação de saúde. É importante salientar que, por mais que diversos termos semelhantes tenham aparecido na evocação dos homens, não significa dizer que possuem um único e mesmo significado, de modo que cada expressão é constituída de elementos representa-cionais oriundos das relações sociais (Trindade, Nasci-mento e Gianordoli-Nascimento, 2006). Nesse sentido, a descrição de bem-estar para os homens da área bio-médica está associada ao significado de uma ausência de doença, de um cuidar mais orgânico e biológico; já no caso das outras duas áreas, os homens associam o bem-estar a uma prática voltada à boa condição men-tal e social do indivíduo. Também a palavra “esporte”, que deve ser observada de maneira particular, permite uma diversidade de significações como a musculação e o treinamento físico de alto rendimento, mais expressos pelos alunos de exatas, e o sentido mais preventivo de doenças dado pelos alunos de humanas e biomédicas.

De modo geral, o que se percebe na representação social de saúde é um discurso que se ancora em um conceito de saúde menos tradicional e mais científico, amplamente difundido nos ambientes acadêmicos, que aborda o indivíduo em sua integralidade considerando múltiplos aspectos, como o individual, biológico, social e psicológico. O que revela uma adoção de um novo conceito de saúde apresentado pela Organização Mun-dial da Saúde (OMS), suscitando um discurso mais

recente que vai além da ausência da enfermidade ou doença (OMS 1978).

De acordo com as informações da Caixa 3, na qual são apresentadas as práticas masculinas de saúde dos ho-mens em geral, pode-se expor que as práticas de realizar atividade física e o cuidado para manter uma alimen-tação saudável reproduzem uma ancoragem de novos elementos ligados à representação social de saúde, con-forme Jodelet (2006) expõe ao afirmar que as perspec-tivas das necessidades culturais estão particularmente inseridas nas representações e práticas sociais de saúde. Dessa forma, quando o estudo está pautado no campo da saúde, a comunidade científica deve aguardar im-plicações que tragam uma concepção mais ampla que inclui a cultura e suas mudanças no mundo contem-porâneo, e não mais enfatizam apenas os aspectos que remetem à saúde ou doença, mas todo o universo social que o contempla, como a diversidade das experiências individuais e a participação nos cuidados.

Assim também sucede com os dados da Caixa 4, que apontam para práticas que estão além do “ambiente” re-lacionado diretamente à saúde, como a busca por um momento de lazer e até o cuidado com a mente e a ma-nutenção de uma rede de amizades, que promovem um estado de bem-estar completo.

A atividade sexual, assinalada pelos homens como uma prática de saúde, ainda nos revela um posicionamen-to mais machista, que procura aproximar o homem à masculinidade hegemônica através da demonstração de uma sexualidade incontrolável, pois falar sobre sexo é admitido como fundamental para a constituição do homem de verdade, relatam Trindade e Nascimento (2004). Ao passo que a busca por uma religião, alterna-tiva pouco praticada pelos homens, pode denotar uma ideia de homem “frágil”, que por vezes pode estar vi-venciando um conflito e não consegue se auto-afirmar, daí busca auxílio espiritual para sanar seus problemas e obter respostas para suas dúvidas. Características essas reprimidas na configuração do modelo hegemônico.

Todavia, em relação à influência de determinados fato-res para o cuidado com a saúde revelou-se um indicati-vo da preocupação do próprio homem com a sua saúde e o cuidado para não enfrentar um processo de adoeci-mento e manter uma boa aparência. Essa prática social indica que o homem já manifesta preocupação com o seu estado de saúde e mais, tem intensificado a busca por assistência médica para prevenção e controle de do-enças, segundo Wagner Figueiredo (2005).

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As situações que exprimem a procura por serviços de saúde pelos homens são aquelas em que há uma extre-ma necessidade e quando não é mais possível aguentá-la, recorrendo ao especialista em último caso, o que pode inviabilizar a reversão de muitos diagnósticos re-alizados tardiamente ou até mesmo a cura de uma do-ença de maior gravidade, haja vista que a maioria das respostas está concentrada na categoria “circunstância de doença”. De igual modo, Gomes, Nascimento e Fa-bio Carvalho Araújo (2007) salientam que há um indi-cativo de morbidade relevante para o sexo masculino, contudo, os homens têm receio e medo de descobrir que possuem algo muito mais preocupante e crítico, e não admitem a ideia de exporem o que sentem. Sendo assim, essas são algumas das explicações que atestam o fato de os homens procurarem com pouca frequência os serviços de saúde.

Dessa forma, o que muitos homens afirmam na repre-sentação do que é saúde parece incompatível com a prática de autocuidado, pois a prevenção, o bem-estar e a qualidade de vida, expressos pelos homens, têm como pilar uma rotina médica e de atenção ao estado de saúde do corpo, fato esse que parece não ser colocado em prática. Logo, a prática dos homens está pautada em concepções distintas das expressas na representação de saúde, que traz aquele discurso politicamente correto de cuidado integral à saúde, mas que é renegado ao ser praticado pelo próprio homem.

E essa prática de procurar o serviço somente quando é realmente necessário é justificada pelo próprio homem, que considera a ausência de tempo o principal fator de impedimento para o cuidado com a saúde. Os “obstácu-los” que dificultam o cuidado com a saúde, além de se-rem justificativa, também servem para atentar o quanto as políticas de saúde não se propõem a investir na po-pulação masculina, com campanhas que incentivem e promovam o hábito do homem procurar um serviço, a ampliação dos horários dos serviços de saúde, criação de um serviço especializado na saúde do homem, tudo isso como forma de poder criar um vínculo entre o ho-mem e o serviço, pontua Figueiredo (2005).

É claro que essa análise da incompatibilidade da prá-tica com a representação não pode ser generalizada a todos os participantes, até porque existe uma catego-ria da análise de conteúdo que comprova que alguns homens buscam o serviço para a realização de exames preventivos, ou seja, a masculinidade hegemônica pare-ce estar sendo ameaçada por outro viés, ou até mesmo por outra forma de masculinidade, visto que já pode ser

perceptível a preocupação de alguns homens com o seu estado de saúde e a busca por assistência profissional no controle de doenças em geral (Figueiredo 2005).

Ainda em relação aos obstáculos apresentados, pode-mos perceber que existe uma representação de que o próprio homem consegue compreender como uma di-ficuldade o seu comportamento de desleixo para com a saúde, como também o preconceito e a vergonha em evidenciar que precisa de auxílio e ajuda. De acordo com Gomes, Nascimento e Araújo (2007), grande parte das atitudes que os homens desempenham para poupar o contato com a saúde, e como consequência evitarem a exposição de uma situação de fragilidade, estão rela-cionados aos papéis desempenhados para se comprovar a identidade do ser masculino. Vale destacar ainda, que a influência da área de conhecimento na representação e práticas sociais dos universitários não se mostrou funda-mentada, visto que as diferenças entre as áreas não são significativas. Fato esse que reforça a incidência de ou-tros fatores determinantes na concepção de saúde para os participantes, como por exemplo, o gênero.

Em síntese, fica evidente que os resultados apresen-tados expressam a representação social de uma saúde que engloba um discurso menos tradicional, na qual a concepção de indivíduo vai além do organismo biológi-co. Entretanto, algumas práticas sociais adotadas pelos homens ainda deixam a desejar, pois se concentram em uma fala que remete ao cumprimento da masculinidade hegemônica em que predomina a representação do ho-mem de verdade e com uma ideologia que exige do mesmo a renúncia de todo e qualquer atributo que configure outro modelo que não o hegemônico.

Observa-se, por outro lado, a real necessidade de um programa de saúde que reconheça as necessidades do homem e estimule-o a buscar um novo caminho para o cuidado com a sua saúde, de maneira que consiga reunir a esse imaginário de um homem forte e invul-nerável, um olhar de cuidado para a saúde, sem que isso implique uma desconfiança sobre a masculinidade socialmente instituída. Esperamos, também, que outros estudos consigam avançar nas discussões sobre a saúde masculina, de modo que o próprio homem possa dar voz para as questões que atravessam essa temática.

referêNcias

1. Abric, Jean Claude. 1998. A abordagem estrutural das re-presentações sociais. Em Estudos interdisciplinares de re-

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Entre o fazer e o falar dos homens: representações e práticas sociais de saúdeVítor Silva Mendonça, Maria Cristina Smith Menandro, Zeidi Araújo Trindade

Otras Voces

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 155-164.

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Documentos{

Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones de Soledad Acosta de Samper• Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.

Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones • Soledad Acosta de Samper.

Sobre la idea de tiranicidio en los Derechos y deberes del hombre en sociedad. El catecismo republicano de Juan José Nieto

• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

Derechos y deberes del hombre en sociedad • Juan José Nieto.

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Carolina Alzate**

* Comentario Memoria presentada por Soledad Acosta de Samper en el Congreso Pedagógico Hispano-Lusitano-Americano reunido en Madrid en 1892

** Ph.D. y Máster en Literaturas Hispánicas de la Universidad de Massachusetts en Amherst. Actualmente se desempeña como profesora asociada del Departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia), del cual es también directora desde 2008. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Relatos autobiográficos y otras formas del yo [Colección Razón y Fábula]. Compilado con Carmen Elisa Acosta. Bogotá: Universidad de los Andes - Siglo del Hombre Editores, 2010; y ¿Comunidad de fieles o comunidad de ciudadanos? Dos relatos de viaje del siglo XIX colombiano. Revista Chilena de Literatura 76: 5-27. Correo electrónico: [email protected].

APTITUD DE LA MUJER PARA EJERCER TODAS LAS PROFESIONES*

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Cuando Soledad Acosta se pregunta en su ensayo “¿Cuál es la misión de la mujer en la época actual?”, señala que ésta es una de las cuestiones más debatidas en los últimos cincuenta años (segunda mitad del siglo XIX). La autora se refiere al nutrido corpus de artículos sobre el deber ser de la mujer redactado por hombres y aparecido en la prensa no sólo nacional sino de todos los países hispanoamericanos y de otras tra-diciones culturales occidentales. Los varones letrados hispanoamericanos pasaron buena parte de su tiempo pensando acerca del deber ser femenino y publicando artículos que buscaban definir y regir el comportamien-to femenino.1 El carácter de esta prolífica producción tiene una explicación política: la clase letrada, sin im-portar su afiliación política (Alzate 2006), establece a la familia burguesa como base de la República, y dicha familia se define conceptualmente en torno al ideal fe-menino de mujer doméstica.

El artículo “Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones” (1892) hace parte de un corpus, amplio también, en el que las mujeres escritoras debaten acer-ca de la restricción que impone el discurso republicano sobre el espacio de actuación femenino, corpus a tra-vés del cual intentan ampliar ese campo de actuación. En este tipo de textos escrito por mujeres es común un gesto: parten de la afirmación del papel doméstico, vin-culado con la religión, y tratan de ampliar la descripción de su género desde el espacio previsto para ellas por el discurso patriarcal. La estrategia de las escritoras, inclui-da Acosta, es, en lugar de plantear una lucha frontal con-tra un establecimiento que saben fuerte, hablar desde el espacio previsto y tratar de ampliarlo desde allí. Otro rasgo común de este tipo de escritura es la elaboración de catálogos de mujeres ilustres, los cuales buscan “mos-trar con hechos” lo que hacen mujeres de otras latitudes: mujeres que salen al terreno de lo público y cuya labor, lejos de representar una amenaza, resulta beneficiosa para el bien común. El más amplio catálogo de Acosta es su libro La mujer en la sociedad moderna (1895).

En este contexto, el ensayo de Soledad Acosta que pre-sentamos aquí responde a artículos como el de José Ma-

1 El libro Soledad Acosta de Samper. Escritura, género y nación en el siglo XIX recoge en su primera parte una muestra de los textos sobre el tema publicados en la prensa nacional. Ver también Alzate (2003).

ría Vergara y Vergara (1931), letrado conservador con-temporáneo de la autora y figura principalísima de la escena literaria del momento. Vergara publicó en 1867 un texto en el cual aconseja a las mujeres atar el pensa-miento y no hablar ni dar de qué hablar, es decir, asu-mir una actitud de heteronomía y doméstica (“Obedece siempre, para no dejar de reinar”, aconseja también). A partir de 1859, desde la edad de 26 años, Soledad Acosta (1833-1913) escribió para periódicos colombia-nos. Entre sus 20 y 22 años había redactado un diario íntimo que le permitió empezar a escribir, diario posible sólo desde una subjetividad protestante heredada de su madre (nacida en Nueva Escocia y de ascendencia sajo-na), y que ella nunca admitiría: sólo una subjetividad femenina protestante tendría en la Bogotá del siglo XIX el cuidado del yo que supone sentarse a escribir un dia-rio (Alzate 2004a). Su primer libro de ficción aparecería en 1869 (Alzate 2004b), dos años después del artículo de Vergara, quien jamás escribiría nada sobre ella. En 1892, a los 59 años, lee en Madrid “Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones”. Señalo estas fechas para evitar que los lectores ubiquen a la autora en ge-neraciones a las que no pertenece: su obra literaria se leyó hasta hace poco con mucho descuido, ubicándola erróneamente, por ejemplo, como contemporánea de José Asunción Silva y no de Jorge Isaacs. Aún hoy es común ver que se habla de ella sin haberla leído, y que los comentarios sobre su obra se agotan en un pie de página que la identifica como “escritora conservadora y reaccionaria esposa de José María Samper”. La suya es una obra compleja que debe ser leída con atención y en el contexto de los estudios de género, y ella como autora no es más conservadora ni contradictoria que ninguno de sus contemporáneos masculinos, incluidos los liberales.

“Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones” es un ensayo escrito para las mujeres “de raza española”, “tímidas y apocadas en las cosas que atañen al espíritu”, y ello no por falta de inteligencia sino por “la insufi-ciente educación que se les ha dado”, según señala la autora. A ellas quiere mostrarles “que se han visto en el siglo que concluye ya miles [de mujeres] que han des-empeñado brillantemente todas las profesiones, todas las artes, todos los oficios honorables”, “sin que por eso hayan tenido que renunciar a la Religión de sus mayo-res, a las dulces labores de su hogar, al cuidado de sus familias y a la frecuentación de la sociedad”. Como se-ñalé antes, éste es un artículo que quiere abrir espacios de actuación femenina sin atacar la domesticidad ni su componente religioso. Otros aspectos podría yo señalar en esta presentación, pero prefiero no extenderme. Me detengo sólo en uno más: este artículo identifica con

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Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones de Soledad Acosta de SamperCarolina Alzate

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agudeza también el argumento de la supuesta incons-tancia femenina, esgrimida en las discusiones políticas de la época para negar a las mujeres su ciudadanía: se ha dicho, señala la autora, “que ellas carecen de ánimo y valor personal; de perseverancia; de juicio; de seriedad en las ideas; que la imaginación las arrastra siempre”, que “se dejan llevar siempre por las impresiones del mo-mento, y que con el vaivén de sus sentimientos cambian sin cesar, y nunca tienen fijeza sino cuando obedecen a su capricho”: “A estos cargos”, dice, “me limitaré a con-testar con ejemplos recientes”. En su conclusión afirma que “lo justo, lo equitativo será abrir las puertas a los entendimientos femeninos para que puedan escoger la vía que mejor convenga a cada cual”. Pasemos entonces a su texto.

refereNcias

1. Acosta de Samper, Soledad. 1895. La mujer en la sociedad moderna. París: Garnier.

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3. Alzate, Carolina (Ed.). 2004a. Diario íntimo (1853-1855) y otros escritos de Soledad Acosta de Samper. Bogotá: IDCT.

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7. Vergara y Vergara, José María. 1931. Consejos a una niña. En Obras escogidas de Don José María Vergara y Vergara [Tomo II]. Bogotá: Editorial Minerva.

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Soledad Acosta de Samper

APTITUD DE LA MUJER PARA EJERCER TODAS LAS PROFESIONES.

Memoria presentada en el Congreso Pedagógico Hispano-Lusitano-Americano reunido

en Madrid en 1892

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¿Cuál es la misión de la mujer en la época actual? He aquí una de las cuestiones más debatidas en los últimos cincuenta años, y una de las que más han apasionado los espíritus, sobre todo entre las razas sajonas y anglo-sajo-nas, en donde la mujer manifiesta más independencia, y es también más perita y más capaz de hacer uso de ella.

La mujer española-americana ha heredado aquel sen-timiento de dependencia semi-oriental, que es induda-blemente uno de los principales atractivos que tiene el bello sexo con respecto al fuerte, cuando éste prefiere la belleza a la inteligencia. Pero ya con las luces que se han difundido al fin de este siglo es preciso que la educación que reciba la mujer sea más adecuada a las necesidades de la época, al grado de civilización de que se disfruta y a las obligaciones que nos impone la patria.

“El porvenir de la sociedad (dice un escritor1 que se ha ocupado de estas materias) se halla en manos de la mu-jer, y ella será el agente de la revolución moral que hace tiempo empezó y que aún no ha concluido”.

Se trata aquí de averiguar si la mujer es capaz de recibir una educación intelectual al igual del hombre, y si se-ría conveniente darle suficiente libertad para que pueda (si posee los talentos necesarios) recibir una educación profesional.

La mujer del siglo que expira ha transitado por todas las veredas de la vida humana; ha sabido dar ejemplos no solamente de virtud, de abnegación, de energía de ca-rácter, sino también de ciencia, de amor al arte, de patrio-tismo acrisolado, de heroísmo. Pero aún le falta mucho por cumplir la misión salvadora que le tiene señalada la Divina Providencia, y si deseamos hacerla comprender e instruirla en lo que se aguarda de ella, conviene en-señarle el camino que han llevado otras para que sepa escoger el que concuerde mejor con el carácter especial de cada una.

La educación es en el fondo una serie de ejemplos que se da al hombre cuando su cerebro se halla como un libro en blanco, sobre el cual se puede escribir lo que se desea no olvide jamás. Pero allí mismo está el peligro: las enseñanzas no deben ser ni demasiado adelantadas, ni demasiado atrasadas, de manera que se hallen en ar-monía con el espíritu de cada nación, para que las fuer-zas morales no se desequilibren, y los jóvenes lleguen hasta el ideal que ha hecho nacer en ellos la instrucción que reciben.

1 Aimé Martin.

Tan impropio es despertar en el alma de los jóvenes una ambición de glorias y conocimientos que no podrán al-canzar, como es funesto dejar a las generaciones que se levantan en una completa ignorancia de los adelantos y progresos del siglo; deberíase graduar el calor intelec-tual que necesita cada pueblo para que germine en él una sana y verdadera civilización, y por consiguiente saberse de una manera evidente hasta qué punto debe llevarse la educación de la mujer, en cuyas manos se en-comendará la enseñanza de las generaciones venideras.

En los países hispanoamericanos las costumbres son tan diferentes de las francesas, alemanas e inglesas que es preciso que el sistema de educación sea adecuado a sus necesidades morales y a los elementos físicos de que dispone. Así como sería una empresa absurda edi-ficar en la helada Siberia una ciudad cuya construcción fuera propia sólo para los ardientes climas de la India, así sería locura procurar aclimatar en Hispanoamérica sistemas de educación que sólo han tenido buenos re-sultados en Alemania, en Suiza, en Inglaterra.

Todas las naciones no se encuentran, aunque lo parezca en la superficie, igualmente maduras para recibir la mis-ma educación: su situación geográfica, su historia, su sistema de Gobierno, sus costumbres, las fuerzas físicas y morales de los individuos que las componen, todo en ellas es diferente; y se necesitaría una gran perspicacia y conocimiento íntimo de todas las capas sociales que componen la población de cada país, para lograr plan-tear en cada uno de ellos la clase de educación que le conviene. Aún mayor delicadeza demanda el sistema de enseñanza que se debe dar a la mujer española y ame-ricana. Para dar fuerza, valor y emulación a las mujeres cuyas madres y abuelas han carecido casi por completo de educación, en mi humilde concepto creo que debería empezarse por probarles que no carecen de inteligencia y que a todas luces son capaces de comprender lo que se les quiera enseñar con la misma claridad que lo com-prenden los varones. Además se les debería señalar con ejemplos vivos y patentes, dado que, en el presente siglo al menos, muchísimas mujeres han alcanzado honores, y distinguídose en todas las profesiones a las cuales se han dedicado con perseverancia y ánimo esforzado; de-bería demostrárseles que si hasta ahora las de raza es-pañola son tímidas y apocadas en las cosas que atañen al espíritu, la culpa no es de su inteligencia sino de la insuficiente educación que se les ha dado.

Centenares de mujeres se han distinguido en este siglo por los servicios de toda suerte que han prestado a la humanidad, a saber: desde la Reina en la excelsitud de

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su posición hasta la artista en su taller; desde las Bien-hechoras que han legado inmensas fortunas a los pobres, hasta las abnegadas Hermanas de la Caridad, que encie-rran en sí mismas los tesoros de su alma; desde la gran Señora hasta la humilde sirvienta; desde la dama de edu-cación más culta, hasta la sencilla labriega. En todas las naciones las mujeres han señalado su huella haciendo el bien en todas las carreras, de manera que las niñas desde su más temprana edad podrían escoger alguna de ellas, según se sientan con más o menos fuerza, con mayor o menor disposición para tal o cual carrera.

Si el buen ejemplo es el arma más poderosa para pro-mover el progreso ¿por qué no se ha de hacer uso de él señalando a la presente generación cuáles han sido en este siglo las mujeres que más bien han hecho a la humanidad? Podríamos nombrar a aquellas que activas siempre, y animosas, han sabido abrirse campo por sí solas hacia la fama; dar a conocer a las que se han dis-tinguido en el camino de una virtud benéfica para la sociedad; señalar a las que se han hecho notables en las profesiones y artes liberales, en los oficios remune-rativos y sobre todo en las obras que tienden a aliviar y mejorar a sus hermanas.

Desearíamos, pues, inculcar a las jóvenes que la mujer es capaz de transitar por todas las veredas que condu-cen al bien; que se han visto en el siglo que concluye ya miles que han desempeñado brillantemente todas las profesiones, todas las artes, todos los oficios honorables; que en todas partes se han manifestado dignas del res-peto y de la estimación general, sin que por eso hayan tenido que renunciar a la Religión de sus mayores, a las dulces labores de su hogar, al cuidado de sus familias y a la frecuentación de la sociedad.

“¡Ah!”, me dirían acaso, “todo eso es imaginario y teóri-co, una cosa es decir que las mujeres se han distinguido en todas las profesiones y que son capaces de elevar su inteligencia hasta las ciencias y las bellas artes, y otra es probarlo con hechos; se ha reconocido ya que ellas carecen de ánimo y valor personal; de perseverancia; de juicio; de seriedad en las ideas; que la imaginación las arrastra siempre; que no saben dominar las situaciones difíciles, sino que al contrario se dejan llevar siempre por las impresiones del momento, y que con el vaivén de sus sentimientos cambian sin cesar, y nunca tienen fijeza sino cuando obedecen a su capricho”.

A estos cargos me limitaré a contestar con ejemplos re-cientes, fundados en hechos llevados a cabo por perso-nas vivas actualmente, lo que prueba hasta la evidencia

que el talento no es patrimonio exclusivo de los hom-bres, como quieren creer en España y en algunas de sus hijas de ultramar.

Sería imposible citar a todas las mujeres distinguidas que mencionan las historias, las artes y los anales cien-tíficos de los últimos cien años; necesitaría escribir muchos libros para hablar de una parte de las obras importantes en que han dejado huella las inteligencias femeninas. Permítaseme, empero, estampar los nom-bres de las más notables.

I

A los que pretendan probar que las mujeres son de áni-mo apocado siempre y que carecen de valor personal, bastará recordarles la multitud de mujeres que arrostra-ron con más serenidad que los hombres la guillotina en Francia, a fines del siglo pasado; y a principios de éste la heroica conducta de la mujer española y americana durante las guerras llamadas de la Independencia. No es preciso citar nombres, cada cual recordará a la santa hermana de Luis XVI, a María-Antonieta, a las mujeres de las familias más aristocráticas de Francia que murie-ron unas como heroínas cristianas, y combatieron otras personalmente en la Vendea para defender su causa. ¡Y qué diremos de las españolas en la época de la invasión francesa, y de la magna guerra de la Independencia! ¿Se olvidarán jamás los nombres de Agustina Zaragoza, y de Mariana Pineda, y de las muchas que se distinguieron en Hispanoamérica en las guerras allí habidas? Todas éstas, inspiradas por el patriotismo se condujeron con ánimo, un valor sereno digno en todo de las virtudes de su raza.

Ahora, si queremos recordar a las mujeres que se han distinguido por sus dotes administrativas, podríamos ci-tar a muchas que han hecho fortuna en Francia, en In-glaterra, en todas partes del mundo; pero no quiero aquí ocuparme sino de las que han dedicado sus talentos y su fortuna a grandes obras de Caridad. De paso men-cionaré a la Baronesa Burdett Coutts en Inglaterra, a la Marquesa de Pastoret y a otras muchas en Francia; en Italia a la Condesa de Bellini, a la Marquesa de Barol, la primera protectora de Silvio Pellico y ambas fundadoras de los principales establecimientos de Caridad de Turín y de varias otras ciudades de Italia. Y en España, ¡cuán-tas grandes damas de la Corte y cuántas Señoras no se han constituido en Mayordomos de sus haberes para distribuirlos juiciosamente entre los pobres!

A muchas mujeres que no poseen rango, influencia ni riquezas las vemos dedicarse en cuerpo y alma a alguna

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Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesionesSoledad Acosta de Samper

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reforma social, como Isabel Fry, Dorotea Dix y Florencia Nightingale en Norte América e Inglaterra. Éstas pasa-ron largos años visitando una a una las prisiones, las ca-sas de locos y los hospitales del Antiguo Mundo y de los Estados Unidos para estudiar lo bueno y lo malo de ellas. Propusieron enseguida Memoriales a los Parlamentos y Congresos y trabajaron en todo sentido hasta cambiar la legislación de los establecimientos de corrección y de caridad en pro del desagraciado y del ignorante. Otras han seguido estas huellas, cuyos nombres no menciono por no alargar demasiado este escrito, pues me falta mu-cho que decir en honor de la mujer útil y benéfica.

¿Y qué me diréis de las mujeres Misioneras? Mujeres realmente misioneras apostólicas que han recorrido los países salvajes del mundo para llevar la luz del Evan-gelio entre los paganos. Algunas han muerto en África (como las Hermanas Josefina Fabriani y Magdalena Ca-racassiani) en el ejercicio de la misión que se habían impuesto; otras han perecido en la China, en el Japón, en la India, en la Oceanía a manos de los infieles que ellas procuraban convertir. Quiero citar a una más, a la brasilera Damiana Cunha, quien se dedicó en su país a mejorar la suerte de los indios salvajes de la provincia de Goyaz.

Hoy mismo existe en Londres un establecimiento lla-mado Escuela Médica y Zenana, en la cual se preparan las mujeres que quieren dedicarse a cristianizar a las Indianas y a enseñarles prácticamente artes y oficios. En la época en que Lady Dufferin, esposa del actual Ministro de Inglaterra en París, era Virreina de la India, protegió y fundó nuevas escuelas para llevar a cabo esa empresa de civilización.

Quisiéramos citar algunas siquiera de las muchas da-mas inglesas que han pasado a la India con el objeto de dedicarse a la enseñanza de las mujeres asiáticas, así como de las que han fundado establecimientos fi-lantrópicos para moralizar al soldado, al marinero, al obrero inglés. Aunque en menor escala, muchísimas mujeres de todas partes del mundo han dedicado su tiempo, su fortuna y sus desvelos a moralizar al pueblo de su país. No alcanzaría por cierto un grueso volumen para referir siquiera una parte de lo que han hecho las mujeres en esta vía.

¡Cuántas mujeres han dedicado su pluma a influir sobre las cuestiones sociales que tanto se discuten en el mun-do! La más conocida entre todas y la que llevó a cabo una de las obras más trascendentales de este siglo, fue Enriqueta Beecher Stowe, la autora de La cabaña del

tío Tom. La lectura de ese libro produjo una impresión extraordinaria en los Estados Unidos y en todo el mun-do civilizado. Jamás escrito alguno de mujer tuvo una popularidad semejante. Tradújose en todos los idiomas y en los últimos cuarenta años se han vendido millones de ejemplares.

Por no alargarme demasiado no cito a muchas otras que han imitado a esta americana, en todos los países cristianos en donde las mujeres escriben para la prensa. Sólo haré una excepción en honor de una española, la digna señora Doña Concepción Arenal de García Ca-rrasco, quien de un salto se puso a la cabeza de todas las escritoras filántropas y moralistas. Ella ganó con un brillo extraordinario, en 1873, el primer premio que la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Madrid había ofrecido al autor de la mejor Memoria acerca de los caracteres de la Beneficencia, la Filantropía y la Caridad. Bien sabido es que después la señora Arenal ha escrito varias obras cuyas tendencias elevadísimas y moralizadoras le han dado uno de los primeros puestos entre los escritores españoles del presente siglo.2

Lo he repetido hasta la saciedad: las mujeres de la épo-ca actual han ejercido todas las profesiones y se las ha visto brillar en todos los puestos que antes eran reserva-dos a los hombres no más.

En las grandes capitales europeas y de Norte América encuéntranse a pesar de la repugnancia de los aferrados a las ideas antiguas, multitud de Doctoras en medicina que tienen numerosa clientela y ganan una renta más o menos crecida. La primera que en este siglo se entregó públicamente al estudio de la medicina fue una ameri-cana hija de padres ingleses: Isabel Blackwell. Podría citar a otras muchas, como Isabel Garret, Ana Kingford, Isabel Morgan Hoggan, Marta Putnam, Raquel Littler, la belga Van Drest, la española Doña Martina Castillo, la colombiana Doña Ana Gálvez, la rusa Nadeejda Sous-lowa, la polaca Tomasrewiez Dobrska, la austriaca Rosa Welt, la señorita Verneuil, francesa, etc. Pero sería im-posible alcanzar a citar las más notables siquiera; mayor número aún contarían las ciencias en su seno si no fue-ra por la guerra que en las familias se le hace a toda niña que pretende salirse del camino trillado.

En Londres las mujeres tienen una Escuela de medicina propia y un Hospital que rigen solas, con grande éxito.

2 Cuando esto escribíamos aún no había muerto esta notabilísima escri-tora gallega.

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 169-175.

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Doctoras en leyes las hay en los Estados Unidos quienes ejercen la profesión de Abogados, y en el presente año se graduó en París una señorita que alcanzó con particular bri-llo los honores universitarios. Y que son capaces de seguir esa carrera las mujeres de raza española, lo han probado algunas que se han dedicado a esos estudios: no solamente en la Madre Patria, sino también en Hispanoamérica.

II

No hay nada que alargue tanto la vida como una exis-tencia consagrada a las ciencias naturales: parece como si la Naturaleza premiase a sus admiradores dándoles largos años sobre la tierra para que tengan tiempo de es-tudiar a fondo las maravillosas creaciones de Dios. Gran número de sabios contemporáneos han vivido más de ochenta años y otro tanto ha sucedido con la mujer de más ciencia que ha brillado en este siglo, a saber, María Fairfax Sommerville. Era astrónoma y matemática de primer orden, miembro de la Academia de Astronomía de Londres y de otras muchas sociedades científicas. Murió en 1872 a los noventa y dos años de edad.

Una norteamericana, María Mitchell, tenía a su cargo en los Estados Unidos un Observatorio astronómico. Desde allí descubría cometas y hacía cálculos astronó-micos que llamaban la atención de los sabios europeos. Dos rusas, las señoras Kovalevsky y Litonova, también se han dedicado con provecho al estudio de la astrono-mía: la primera de éstas es profesora de matemáticas en una universidad de Suecia.

Muchas mujeres europeas y de Norte América se han dedicado al estudio de la botánica. Entre otras la inglesa Mariana North, quien recorrió toda Europa, Asia, Aus-tralia, Norte América, etc., con el objeto de formar una colección botánica, la más completa que se conoce, a la cual añadió una serie de seiscientos paisajes hechos por ella a la aguada. Hoy se encuentra esta colección en Kew-Gardens, cerca de Londres. Febe Lankester ha es-crito libros y dado conferencias con el objeto de demos-trar que los conocimientos de botánica y de las virtudes de las plantas puede mejorar el estado sanitario de las ciudades y de la clase pobre, proporcionando a ésta me-dicamentos baratos. Una holandesa, Emy de Leeuw, es redactora de un periódico científico y además ha escrito una obra de mérito sobre botánica.

La Real Sociedad de Agricultura de Londres cuenta entre sus más afamados profesores a Leonor Ormerod, la cual estudia a fondo los insectos y sus costumbres para ense-ñar a los agricultores la manera de precaverse de ellos.

Arabela Buckley fue durante once años secretaria del famoso geólogo Carlos Lyell, y es autora de varias obras de la Historia Natural. Las austriacas Von Enderes y Ostoie se han dedicado también al estudio de la Histo-ria Natural, a la Arqueología, y a las lenguas orientales.

Amelia Edwards, inglesa, miembro de muchas socieda-des sabias, se ha dedicado a la Arqueología. Ha viajado en Oriente con el objeto de hacer descubrimientos en los monumentos antiguos, cuyos secretos sabe interpre-tar, y al mismo tiempo escribe interesantes novelas que le han proporcionado una notable fortuna.

Todas estas damas no son aficionadas no más a estudios se-rios, sino profesoras cuya opinión es acatada por los sabios.

La políglota más notable del sexo femenino que se co-noce actualmente es una rusa, Elena Blavatsky, parienta de dos escritoras conocidas en el mundo de las letras, de Madama de Witt (hija de M. Guizot), y de la Con-desa Hahn-Hahn. La señora Blavatsky conoce a fondo cuarenta o más lenguas antiguas y modernas.

Varias mujeres contemporáneas se han dedicado al es-tudio de la Economía Política y de la marcha de la cosa pública en la actualidad, a saber: las francesas Clemen-tina Royer y Julieta Lamber (Madame Adam), la inglesa Garret Fawcett, la española Emilia Pardo Bazán y otras no menos importantes en los países más civilizados de Europa y América.

Entre las más notables viajeras es preciso contar a Ida Reyer Pfeiffer, la cual recorrió casi todo el globo terrá-queo, sin compañero masculino que la protegiese. Du-rante toda su juventud y parte de su edad madura estuvo atesorando ciencia y dinero para llevar a cabo su deseo de viajar. Contaba ya cerca de cincuenta años cuando empezó a recorrer el mundo. No regresaba a Europa sino a dar a la estampa los libros que escribía para dar cuenta de sus aventuras, y con el producto de aquellos empren-día nuevos viajes. Varias veces dio la vuelta al mundo hasta que rendida con tantas fatigas murió a los sesenta y tres años de edad en Viena, su ciudad natal. Ya sabe-mos cuál es entre las inglesas el amor que tienen a los viajes: encuéntranse éstas en todas partes del globo y las librerías están llenas de los libros que escriben refiriendo sus aventuras. Una rusa, Lidia Paschkoff, ha paseado su original talento por el Oriente, Japón, China y América y sus obras han sido publicadas en París. Una española, la señora Baronesa de Wilson, ha recorrido América, es-crito sus impresiones en libros interesantes, y ha hecho gráficas descripciones de lo que ha presenciado.

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Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesionesSoledad Acosta de Samper

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¡Y qué diremos ahora de las mujeres políticas!

En esta época de transición de una faz de la civilización a otra que aún no podemos entender, en que, como en una vasija llena de licor efervescente, como lo ha dicho no recuerdo qué escritor elocuente, se encuentran todos los elementos de lo futuro reunidos y mezclados; en que el bien y el mal aparecen enlazados; en que no es posi-ble prever si el mundo podrá regenerarse o si se perderá por entero en el caos de ideas que suelen obscurecer hasta los espíritus más claros; en esta sociedad actual tan llena de contradicciones, se ha levantado una voz que ha hecho estremecer a muchos hombres, ha movi-do a risa a unos, a odio a algunos y a generosa defensa a unos pocos: hablo de la decantada emancipación polí-tica de la mujer. Hoy esta idea nos parece absurda (quizá no sea sino prematura), y nos parece absurda porque las mujeres que la han patrocinado se han puesto en ridículo por sus exageraciones, sus malas ideas morales y religiosas, sus discursos extravagantes y el fervor teme-rario de que han hecho alarde.

Muchas mujeres inglesas, francesas, alemanas, rusas, italianas, han enarbolado su bandera de la emancipa-ción política; pero en los Estados Unidos es en donde aquel partido ha tomado cuerpo; hay allí un semillero de mujeres que piden a gritos libertad completa, reco-rriendo calles y plazas, teatros y salones y levantando en torno suyo una espesa polvareda dentro de la cual desaparecen todas las cualidades más delicadas de la mujer. Inútil será mencionar nombres, pues son muchí-simos, y en un Congreso femenino tenido en este año en París se habló abundantemente sobre el asunto de la emancipación política de la mujer sin que se lograse convencer a nadie de la actual necesidad de ello.

Ya hemos visto que hay oradoras públicas, pero también hay en los Estados Unidos predicadoras religiosas, las cuales tienen a su cargo sectas protestantes que las aca-tan y las siguen.

Siempre que se trata de la facultad artística de la mujer se dice que hasta ahora no ha habido ni un Mozart o un Rossini femenino, ni entre las pintoras y escultoras descuella ninguna mujer que pueda compararse a Mu-rillo, a Rubens, a Thorwaldsen. Pero si hasta ahora no se señala ninguna mujer maravillosa como artista, las ha habido y las hay famosísimas, cuyas obras no son las menos apreciadas entre las de los artistas modernos. De ello, pueden ser testigos cuantos han visitado las úl-timas exposiciones artísticas de las Capitales europeas.

En una revista del último Salón de los Campos Elíseos en París, leemos las siguientes líneas:

Uno de los retratos de cuerpo entero más com-pletos que se admira allí por su ejecución viril, es el de Kossuth; lo ha ejecutado una mujer, una Húngara, la señora Parlaghy [...] Esta dama no es una aficionada a la pintura, entendida y hábil no más, como las hay en las escuelas de pintura de Austria-Hungría, sino una artista llena de origi-nalidad y de mérito.3

El autor del artículo menciona a otras muchas artistas que han brillado en la Exposición de París de 1892, así como en todas las que ha habido en los últimos cin-cuenta años. En Madrid se han distinguido también varias artistas de mucho mérito; en Bélgica, Berlín, en todas partes las mujeres dejan su huella en las artes.

En cuanto a música, también han brillado las mujeres en ese ramo.

Luisa Bertin, hija de un notable periodista francés, compuso tres óperas que fueron representadas en París a mediados de este siglo y otras han compuesto opere-tas que se han representado con aplauso. En 1885 se representó en Moscovia una ópera, Uriel Acosta, obra de una dama rusa.

En cuanto a Oratorios, Sonatas, Nocturnos, y otra clase de composiciones musicales, podríamos presentar una lista crecida de obras compuestas por mujeres de varios países. Entre las naciones europeas Suecia es una de las más privilegiadas por el amor a las artes que profesan hombres y mujeres, y multitud de éstas se han dedicado a la música y al canto. Entre las Repúblicas americanas descuella Venezuela por el sentimiento músico que se ha desarrollado allí hace años. Una señorita de Caracas, Teresa Carreño, se hizo aplaudir por su ciencia musical en salones europeos. Entre las bogotanas aficionadas al arte de Euterpe debemos mencionar a la señora Teresa Tanco de Herrera, que es autora no solamente de piezas musicales sino también de operetas.

Entre las españolas mencionaremos de paso unos pocos nombres como los de la hija del Duque de la Torre, de Margarita de Hevia, de Clotilde Cerda y de otras muchas.

Críticas de música notables también las hay en la fa-lange artística femenina. Entre otras, una discípula de

3 Revue des Deux Mondes, 1er juin 1892.

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 169-175.

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Liszt, Maria Lipsius (que firma La Mara), la cual ha escrito libros que se consideran como obras clásicas de crítica musical.

¿Sería preciso probar que hay mujeres que en España se han distinguido en las letras, en las artes y en todas las ciencias, cuando en este recinto no más se encuentran tantas damas que se han coronado unas con la aureola de Clío, y otras con las de Melpómene y Calíope?

Y si esto es en España, en donde, según el dicho de Don Juan Valera, se hace guerra cruda a las mujeres que se dedican a la literatura, y en donde, asegura la distin-guida escritora Doña Concepción Gimeno de Flaquer, los laureles que alcanzan las literatas están rociados de lágrimas, ¿qué diremos de los otros países europeos y americanos en donde la carrera literaria es honorífica y res-petabilísima, pero llena de abrojos y de espinas?

Se cuentan por docenas, por centenares, las mujeres li-teratas de nombre conocido que publican sus obras en Inglaterra, en Francia, en Alemania, en Suecia, en Di-namarca, en Bélgica, en Italia, en España, en la América del Norte y también en la del Sur. Las hay en Oriente y en la China, en todas partes en donde una conveniente educación ha desarrollado los talentos latentes en los cerebros femeninos.

III

No se puede negar, pues, que la mujer es perfectamente capaz de seguir las carreras profesionales, así como todas aquellas en que se necesita ejercitar el entendimiento.

Si con frecuencia hemos visto a muchas mujeres ex-travagantes que se han puesto en ridículo cuando han abrazado las carreras literarias, científicas y artísticas, esto no probará jamás que la mujer carece de aptitud para consagrarse a ellas. No; no debemos juzgar a todas por unas pocas que en lugar de ser realmente doctas son presuntuosas, bachilleras y marisabidillas, y que, igno-rantes en el fondo, están llenas de tontas pretensiones. Pero ya esa época ha terminado; las preciosas ridículas no son de este siglo; en adelante la mujer española e his-panoamericana sabrá situarse con dignidad en el lugar que le tiene señalado la Divina Providencia. Las muje-res que se encuentren con fuerza para ello se podrán entregar a estudios serios, y si poseen dotes adecuados

seguirán carrera en las profesiones al igual de los hom-bres. Entretanto la gran mayoría continuará dedicada a las labores femeninas, al cuidado de su hogar y a ha-cer la dicha de la humanidad, ejerciendo las cualidades que les son propias. Así como no todos los hombres han nacido para las carreras profesionales, literarias y artís-ticas, no todas las mujeres pueden abrazarlas con buen éxito; pero la educación pone en evidencia las inclina-ciones naturales de cada ser humano; ninguno debe carecer de aquello que le permita cultivar su entendi-miento, dejándolo después en libertad para consagrarse a la carrera que más le incline.

Queda pendiente ahora la cuestión de si será conve-niente, si será justo, si será razonable, si será discreto, dar a la mujer la libertad suficiente para que ejercite sin trabas la inteligencia que Dios le ha concedido.

Muchos preguntan si la mujer que se pone en la mis-ma línea con el varón no perderá acaso los privilegios excepcionales de los que ha gozado hasta el día. Creo que lo justo, lo equitativo será abrir las puertas a los entendimientos femeninos para que puedan escoger la vía que mejor convenga a cada cual. Ellas podrán en-tonces elegir entre dos caminos igualmente honorables sin duda, pero muy diferentes. Unas continuarán bajo la dependencia casi absoluta de la voluntad del varón, y en cambio cosecharán aquellas consideraciones, aquel respeto que rinde el Caballero a la mujer y al niño, con la generosidad con que todo ser fuerte trata al débil.

Otras penetrarán a los recintos científicos que hasta el día sólo frecuentaban los hombres, y allí al igual de ellos ganarán las palmas del saber humano. En cambio, empero, de ese privilegio, de esa independencia de ac-ción, perderán indudablemente las prerrogativas que en premio de su sumisión y humildad habían gozado en el mundo civilizado desde la Edad Media.

En el siglo que en breve empezará la mujer tendrá li-bertad para escoger una de esas dos vías; pero jamás será respetable, nunca será digna del puesto que debe ocupar en el mundo, si renuncia a ser mujer por las cua-lidades de su alma, por la bondad de su corazón, y si no hace esfuerzo para personificar siempre la virtud, la dul-zura, la religiosidad y la parte buena de la vida humana.

París, Agosto de 1892

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Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesionesSoledad Acosta de Samper

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Sergio Mejía*

Sobre la idea de tiranicidio en los Derechos y deberes del hombre en sociedad, catecismo republicano de

Juan José Nieto (Cartagena, 1834)

* Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá) y Ph.D. en Historia, University of Warwick. Actualmente es profesor asistente en el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: El pasado como refugio y esperanza. La Historia eclesiástica y civil de José Manuel Groot (1800-1878). Bogotá: Instituto Caro y Cuervo – Universidad de los Andes, 2009; y La noción de historicismo americano y el estudio de las culturas escritas americanas. Historia Crítica edición especial: 136-152, 2009. Correo electrónico: [email protected].

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A diferencia de las historias patrias, los catecismos re-publicanos fueron por lo general escritos para adultos. Juan José Nieto, el presidente Nieto, publicó en Carta-gena, en 1834, sus Derechos y deberes del hombre en so-ciedad. Tres años después de la usurpación de Urdaneta y a seis de la de Bolívar, el todavía joven cartagenero escribía, imprimía y hacía circular sus ideas de pedago-gía republicana. La primera entrega de su folleto circuló a principios de 1834, impresa por Eduardo Hernández. Ese mismo año, Nieto mandó imprimir una segunda ti-rada, también con Hernández, y la hizo circular gratis. Esta versión ocupa apenas dieciséis páginas y consta de dos partes, introducidas por una corta y apenas protoco-laria admonición al lector. La primera parte consiste en un breve catecismo –es decir, una alternación de pre-guntas y respuestas–, titulada “De los derechos natura-les”. En apenas seis páginas, Nieto presenta su propia tríada republicana: Igualdad, libertad y propiedad (más adelante, en la segunda parte, agregará la seguridad). Nieto presenta estos tres valores como “atributos físi-cos” propios de todos los hombres, con lo que quiere decir naturales. Nieto equipara la ley natural con la jus-ticia, “virtud fundamental y aun casi única del hombre”. Como les sucede a tantos moralistas que limitan sus argumentos al concepto de justicia, Nieto se queda cor-to en la coherencia filosófica de sus argumentos: unos párrafos más adelante, dirá que justicia e igualdad son lo mismo, en lo que se echa de ver que su catecismo no tiene la coherencia de un verdadero sistema. La segun-da sección, “Derechos y deberes de hombres en socie-dad”, consiste en un cuerpo de 38 artículos, a la manera de una constitución o un código jurídico.

Cinco años después de la publicación de su catecismo, Nieto se sumó con el general Carmona a la sublevación cartagenera contra el gobierno de José Ignacio de Már-quez. El republicano se hacía rebelde junto con los cau-dillos liberales de mayor rango, los mismos que luego serían conocidos como los supremos. Su fracaso fue el inicio de una larga y rica vida de republicano y literato: prisionero en Cartagena y Panamá, autor de dos novelas –Yngermina o la hija de Calamar y la menos conocida Rosina o la prisión del castillo de Chagres–, de una Geo-grafía de la Provincia de Cartagena, político destacado en Cartagena durante el medio siglo y el federalismo, e incluso presidente interino de la Confederación Grana-dina durante la transición entre Ospina y Mosquera. Es posible leer los Derechos y deberes de Nieto como un ma-nual de revoluciones. En ese caso, el pivote de su argu-mentación radica en la justificación de la rebelión, en el señalamiento del tirano. Con conciencia de la tradición clásica, Nieto denuncia como tirano a quien usurpa la

soberanía, y, como nuevo Dracón, le prescribe la muerte. Más aún, ejecutar al tirano es deber de todo ciudadano –no exclusivamente de las autoridades constituidas–, y la única condición es que su opinión no sea minoritaria.

El llamado al tiranicidio es la idea más inquietante entre las que han conformado la tradición republicana. En el manual de Nieto ella es aun más inquietante a causa de la incoherencia filosófica con que la argumentó un político y militar destacado en la historia republicana de Colombia. Planteado así, el debate no es el mismo que se ha sostenido desde el siglo XIX sobre la pena de muerte incluida en la legislación de estados constitui-dos. Al respecto, fue de importancia decisiva la publica-ción en 1829 de El último día de un condenado de Victor Hugo. El tiranicidio, según Nieto, tampoco se inscribe claramente en la tradición revolucionaria que justifica la muerte del viejo déspota en el alba de un nuevo orden y de nuevas leyes, tradición cuyo símbolo es Bruto, y su mayor teórico, el jesuita español Mariana (autor de Sobre el rey y la institución real, publicado en Toledo en 1599). Nieto parece estar llamando al vecino, al estu-diante, a todos los ciudadanos, a detener al tirano con la muerte. Insiste sobre ello en la página 5 de su cuestio-nario introductorio y en los artículos 27 y 37 del cuerpo principal de su manual. Sus objeciones, contenidas en el artículo 35, se limitan a la necesidad de “examinar la voluntad de la mayoría”. Durante el siglo XIX existía en la Nueva Granada una forma de obtener ese plebiscito “popular”: se la conocía como pronunciamiento, y a uno de ellos se sumó Nieto cuando los “supremos” (es decir, caudillos) del país se insurreccionaron contra el gobier-no de De Márquez.

Sería fácil descartar el manual de Nieto como la incur-sión fallida en la filosofía política de un hombre de ac-ción. Sin embargo, Nieto fue un autodidacta de logros bastante respetables en el mundo de las letras. Fue au-tor de la primera novela fundacional colombiana (según la expresión de Doris Sommers), Yngermina, publicada en 1844; de la primera geografía regional, publicada en 1839; e incluso de un diccionario comercial inglés-es-pañol, que permaneció inédito. Fue luego de sus escri-tos que Nieto realizó sus intervenciones políticas más descollantes. Su papel en la política republicana fue de primera línea luego del fracaso de 1840 y de un exilio bien aprovechado. El débil filósofo político fue, pues, un republicano colombiano de primera línea y, además, uno que cultivó la pedagogía republicana.

La suya fue pedagogía de fuste medio. Nieto conoció y a su manera asimiló la tradición republicana antigua,

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Sobre la idea de tiranicidio en los Derechos y deberes del hombre en sociedad, catecismo republicano de Juan José NietoSergio Mejía

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las teorías jesuíticas renacentistas y las violentas lec-ciones de la era de las revoluciones. Nieto aprendió en sus lecturas que el mayor crimen en una república es el de lesa soberanía; que no existe república sin igualdad ante la ley; y que la tiranía empieza cuando se atenta contra esa igualdad, sea porque si infringen los dere-chos del más débil o porque los delitos contra la repú-blica quedan impunes.

Juan José Nieto fue un niño de origen humilde apadri-nado por un comerciante español bondadoso, quien le franqueó su biblioteca y más tarde le entregó su hija en matrimonio (historia muy similar y contemporánea de la de Marx). Luego fue un jugador político que apostó, perdió y terminó por ganar, hasta llegar a convertirse en

el hombre fuerte de su generación en el Estado Sobera-no de Bolívar. Fue insurrecto, preso, exilado, novelista y presidente. Sería desatinado decir que su vida agitada le impidió la concentración necesaria para el estudio ra-zonado de los problemas más arduos de la filosofía po-lítica. Es probable que la principal fuente de sus ideas políticas proviniera de sus ambiciones, ya que aun no de su experiencia. No cabe duda de que en su obra Dere-chos y deberes del hombre en sociedad son las emociones fuertes las que hablan más alto que la razón. Con todo, ella constituye un testimonio elocuente de nuestra his-toria republicana. Hoy el riesgo de la república no es la lesa soberanía, sino la corrupción, y en nuestro in-cipiente debate sobre cómo enfrentarla aún oscilamos entre la pedagogía y el castigo.

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 176-178.

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Juan José Nieto

Derechos y deberes del hombre en sociedad*

* Transcripción realizada por Sergio Mejía del texto Derechos y deberes del hombre en sociedad (reimpresión de la obra en la imprenta de Eduardo Hernández, 1814). Se ha modernizado la ortografía y respetado la paginación original, marcada entre corchetes rectos en la parte alta de la página. Una copia escaneada de esta edición puede consultarse en la Biblioteca Nacional de Colombia, y directamente en el sitio: http://www.bibliotecanacional.gov.co/index.php?idcategoria=39223&field=1016&keywords=juan+jose+nieto&go=1&opac_function=Find#NDsp3zjcPU

Cartagena, reimpreso por Eduardo Hernández, 1814

Death of Caesar. 1860-1867. Obra de Jean-Leon Gerome. Imagen tomada de ARTstor Slide Gallery

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A mis conciudadanos:

Aunque los derechos y deberes del ciudadano están de-marcados en la Constitución, no siempre esta llega a manos de todos, por esta causa es muy útil un extracto de ellos sacado de las instituciones del país y del dere-cho natural y público de las naciones, para que sea me-nos molesta y fastidiosa su lectura. Deseoso siempre de que mis compatriotas conozcan lo que son, y a cuánto están comprometidos con la sociedad del pueblo libre a que pertenecen, he hecho reimprimir este cuadernito, con algunas agregaciones útiles a nuestra situación ac-tual en que es preciso que el pueblo se penetre de sus verdaderos intereses para que los sostenga.

Dedico este pequeño trabajo a la juventud granadina en quien está principalmente fundada la esperanza de la pa-tria. Mi mayor placer será el que él sea de alguna utilidad, porque nadie puede aspirar a una mejor recompensa.

Juan José Nieto

de los derechos Naturales

[P. 3]

Pregunta. ¿La conservación del hombre y el desarrollo de sus facultades dirigidas a este fin, son la verdadera ley de la naturaleza en la producción del ser humano?

Respuesta. Sí.

P. ¿Y esta ley es para que el hombre procure su conser-vación por sí solo, o para que también pueda procurár-sela puesto en relación con sus semejantes?

R. Desde luego que el hombre puede existir solo, pues no puede carecer de unas reglas fijas y constantes como las que tienen respectivamente los otros seres para propender a su conservación; pero la existencia de un hombre solo es un caso extraordinario y opuesto a las intenciones de la naturaleza, la cual le ha inclinado a la sociedad, formándole de tal modo que se ve precisado a entrar en relación con sus semejantes.

P. ¿Siendo el hombre un ente dotado de voluntad, cómo podrá sostener sus relaciones con sus semejantes cuan-do su voluntad se oponga a las de ellos?

R. Por la observancia de la justicia

[P. 4]

que establece la armonía entre sus acciones y las de los demás, y que la misma ley natural le prescribe. Prué-base esta verdad con dársele el título de bárbaros a to-das las naciones que se han separado de este principio que ha constituido la organización de las sociedades y el bien y la utilidad del género humano.

P. ¿Cómo prescribe la ley natural la justicia?

R. Por medio de tres atributos físicos inherentes a la organización del hombre.

P. ¿Qué atributos son estos?

R. La igualdad, la libertad, la propiedad.

P. ¿Por qué se considera la igualdad como un atributo físico del hombre?

R. Porque formados los hombres en lo esencial del mis-mo modo, tienen un derecho igual a la vida, y al uso de los elementos que la mantienen; y así no pueden menos de ser iguales en el orden de la naturaleza.

P ¿Por qué se dice que la libertad es otro atributo físico del hombre?

R. Porque habiendo recibido todos los

[P. 5]

hombres suficientes sentidos para su conservación y no teniendo ninguna necesidad de los de otro, son por este solo hecho naturalmente independientes y libres, y ningu-no nace para estar naturalmente sometido a otro, ni tam-poco tiene derecho para dominarle. Es por esto que todo hombre tiene el deber de exterminar a los tiranos; porque ellos se oponen al derecho natural usurpando los dere-chos ajenos, y conspiran contra su semejante en cuanto pretenden dominar a los otros según su voluntad. Un tira-no es un asesino, un azote que debe aniquilarse, pues para sostener su dominio absoluto no excusa los medios más sangrientos y depravados. Siempre es aparente la bondad de un tirano, pues si hace uso de ella es para embrutecer y distraer al pueblo de sus verdaderos intereses.

P. ¿Pero si uno ha nacido fuerte y robusto, no tendrá un derecho natural para avasallar al que nazca débil?

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 179-183.

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R. No, porque ni él tiene necesidad de eso, ni hay un convenio entre los dos, y será una extensión abusiva de sus fuerzas, la que de nada le aprovechará desde que otro abuse igualmente de una fuerza mayor contra él. El fuerte nunca es tan fuerte que no pueda dejar de serlo.

[P. 6]

P. ¿Por qué se reputa la propiedad como otro de los atri-butos físicos del hombre?

R. Porque habiendo sido formado todo hombre igual o semejante uno a otro, y por consiguiente independiente y libre, cada uno es dueño absoluto y legítimo propieta-rio de su cuerpo y de los productos de su trabajo. Ade-más es dueño de sus pensamientos y de su conciencia sin sujeción al capricho de otro. Es dueño de sus pensa-mientos, porque ellos son una facultad intelectual que no está sometida a ningún poder; las acciones del hom-bre son las que están sujetas a la ley por obligación, y a las costumbres por voluntad. Es dueño de su conciencia porque nadie tiene derecho a obligarle a que la arregle según la doctrina o la opinión de este o aquel. Es un tirano el que pretende oprimir y poner restricciones a la conciencia de otro, de cuyo abuso nacen el ominoso fanatismo y la torpe intolerancia que ha llenado de ho-rrores el universo, y de descrédito la moral de la religión.

P. ¿Y cómo se entiende que la justicia se deriva de estos tres atributos?

R. En orden a que siendo los hombres iguales y libres, ningún derecho tienen

[P. 7]

para pedirse nada unos a otros, a no ser dándose valo-res iguales, o poniéndose en equilibrio la balanza con lo dado y recibido. Este equilibrio, esta igualdad, es lo que se llama “justicia”, “equidad”, que vale tanto como decir que igualdad y justicia son una misma palabra, o son la misma ley natural, de la cual se derivan o son aplicacio-nes todas las virtudes humanas.

P. ¿Qué se sigue de eso?

R. Que los derechos de igualdad y libertad vienen a ser deberes por reciprocidad, porque en el estado social, el derecho de que un hombre goza le impone la obligación de respetar el de otro y de repeler al que quiera usur-parlo. El derecho del hombre a su conservación no sería igual al de los demás, si debiese hacer por la conserva-

ción de estos más de lo que ellos deben hacer por la de él. Tampoco tendría derecho a la libertad si no estuviese obligado a dejar que otros gocen de ella por el libre ejer-cicio de su voluntad.

2º. Que todas las ideas de bien y de mal, de error o de verdad, de vicio o de virtud natural, de la injusticia y de la justicia, se derivan o se refieren y ajustan al prin-cipio de que la conservación del hom-

[P. 8]

bre y el desarrollo de sus facultades son la verdadera ley de la naturaleza en la conservación del ser humano.

3º. Finalmente, que la justicia es la virtud fundamental y aun casi la única del hombre, porque abraza la prác-tica de todas las acciones que le son útiles; y porque todas las demás virtudes no son más que otras tantas formas y aplicaciones de aquel axioma: “no hagas a otro lo que no quieres que él te haga”, que es la definición de la justicia.

[P. 9]

derechos y deberes del hombre eN sociedad

Artículo 1º. El objeto de la sociedad es el bien común; todo gobierno es instituido para asegurar al hombre el goce de sus derechos naturales e imprescriptibles. Pero el traidor pierde el goce de todos estos derechos desde que declarándose de la sociedad y del bien común cons-pira contra un gobierno legalmente establecido por la voluntad unánime de los pueblos.

Art. 2º. Estos derechos son la igualdad, la libertad, la seguridad y la propiedad.

Art. 3º. Todos los hombres son iguales por naturaleza y por la ley, Cualquiera que sea su estado, su clase y su condición.

Art. 4º. La ley es la declaración libre y solemne de la voluntad general; ella es igual para todos, ya sea que proteja, ya que castigue; no puede ordenar sino aquello que es justo y útil a la sociedad, ni prohibir sino lo que es perjudicial.

Art. 5º. Todos los ciudadanos tienen

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Derechos y deberes del hombre en sociedadJuan José Nieto

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igual derecho para obtener los empleos públicos, siem-pre que tengan las cualidades requeridas por la consti-tución y las leyes. Los pueblos libres no conocen otros motivos de preferencia en sus elecciones que el patrio-tismo, la virtud y el talento.

Art 6º. La libertad consiste en poder hacer todo lo que no perjudique a los derechos de otros; tiene por princi-pio la naturaleza, por regla la justicia, y por salvaguardia la ley. Sus límites morales se contienen en esta máxima: “no hagas a otro lo que no quisieras se hiciese para ti.”

Art. 7º. El derecho de manifestar su modo de pensar y opiniones, sea por medio de la prensa o por cualquier otro, y el de juntarse pacíficamente, no pueden ser pro-hibidos. La necesidad de dar a conocer sus derechos supone o la presencia o el reciente recuerdo del despo-tismo.

Art. 8º. La seguridad consiste en la protección acorda-da por la sociedad a cada uno de sus miembros para la conservación de la pertenencia de sus derechos y de sus propiedades.

Art. 9º. La ley debe proteger, así la libertad pública como la de cada individuo contra la opresión de los que gobiernan.

Art. 10. Ninguno debe ser acusado,

[P. 11]

preso, ni detenido más que en los casos determinados por la ley y en las fórmulas prescriptas por ella. Todo ciudadano llamado o detenido por autoridad de la ley debe obedecer al instante; si se resiste se hace culpable.

Art. 11. La casa del ciudadano es su asilo sagrado e in-violable que no debe ser allanado sino en los casos de-terminados por la ley.

Art. 12. Todo acto ejecutado contra un hombre fuera de los casos, y sin las fórmulas que la ley determina es ar-bitrario y tiránico; aquel contra quien se quiera ejecutar tiene derecho a resistirse.

Art. 13. Aquellos que solicitasen, expidiesen, firmasen, ejecutasen o hiciesen ejecutar actos arbitrarios son cul-pables y deben ser castigados.

Art. 14. Todo hombre debe ser tenido por inocente has-ta tanto que haya sido declarado culpable; si se juzga in-

dispensable su prisión, todo rigor que no sea necesario para asegurar su persona debe prohibirse severamente por la ley.

Art. 15. Ninguno debe ser juzgado ni castigado antes de haber sido oído o llamado legalmente y en virtud de una ley promulgada antes de haber cometido el

[P. 12]

delito, La ley que castiga delitos antes de su promulga-ción es tiránica, el efecto retroactivo dado a la ley es un crimen. Es decir, aplicar una ley dictada después del delito.

Art. 16. La ley no debe imponer sino penas absoluta y evidentemente necesarias; las penas deben ser propor-cionadas al delito y útiles a la sociedad.

Art. 17. El derecho de propiedad es aquel que pertene-ce a todo ciudadano de gozar y disponer a su gusto de sus bienes y adquisiciones, fruto de su trabajo y de su industria.

Art. 18. Ningún género de trabajo, de cultura ni de co-mercio se puede prohibir a los ciudadanos.

Art. 19. Todo hombre puede entrar al servicio de otro; entre el hombre que sirve y aquel que le emplea, no puede existir más que una obligación mutual de cuida-do y reconocimiento.

Art. 20. Ninguno debe ser privado de la menor porción de su propiedad sin su consentimiento si no es el caso de que una necesidad pública, legalmente probada, lo exija y bajo la condición de una justa y segura indemnización. No es posible que siempre pueda anticiparse la in-

[P. 13]

demnización, y en tal caso apenas es permitido asegu-rarla; v. g., en los empréstitos.

Art. 21. Ninguna contribución puede ser impuesta con otro fin que el de la autoridad general; todos los ciuda-danos tienen derecho de concurrir a su establecimiento, de vigilar sobre su empleo, y de hacerse dar cuenta.

Art. 22. Los socorros públicos son una obligación sa-grada; la sociedad debe mantener a los ciudadanos, ya sea procurándoles ocupación, ya asegurando el modo de existir a aquellos que no están en estado de trabajar.

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 179-183.

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Art. 23. La instrucción es necesaria a todos; la sociedad debe proteger con todas sus fuerzas los progresos del entendimiento humano, y proporcionar la educación conveniente a todos los individuos.

Art. 24. La seguridad social consiste en la unión de to-dos para asegurar a cada uno el goce y la conservación de sus derechos; esta seguridad está fundada sobre la soberanía del pueblo.

Art. 25. Ella no puede subsistir si los límites de las fun-ciones públicas no están claramente determinados por la ley, y si la responsabilidad de todos los funcionarios no está asegurada.

[P. 14]

Art. 26. La soberanía reside en el pueblo y puede ejer-cer el poder el pueblo entero; pero cada parte de la so-beranía en junta, debe gozar del derecho de manifestar su voluntad con una libertad entera.

Art. 27. Todo individuo que usurpase la soberanía, debe ser al instante muerto por los hombres libres, porque es un tirano.

Art. 28. Un pueblo tiene en todo tiempo el derecho de examinar, reformar o mudar su constitución; una generación no puede someter a sus leyes a las demás generaciones.

Art. 29. Cada ciudadano tiene derecho igual para con-currir a la formación de la ley, y al nombramiento de sus diputados o agentes, teniendo los requisitos estableci-dos por la constitución y las leyes.

Art. 30. Los empleos públicos son esencialmente tem-porales; nunca deben ser considerados como distincio-nes ni recompensas, sino como obligaciones.

Art. 31. Los delitos de los diputados del pueblo y de sus agentes jamás deben quedar sin castigo; ninguno tiene de-recho para pretender ser más impune que los demás ciu-dadanos. Los representantes del pueblo no tienen ninguna responsabilidad por sus discursos ni proyectos presentados

[P. 15]

en los congresos. Pero son reos de alta traición y deben castigarse cuando traten de mudar en monárquico ab-soluto el sistema de gobierno republicano que se haya dado una nación. Todo el que promueve el despotismo debe perseguirse por los pueblos.

Art. 32. El derecho de presentar peticiones a los deposi-tarios de la autoridad pública no debe en ningún modo ser prohibido, suspendido, ni limitado. Pero esta repre-sentación debe hacerse con el respeto debido.

Art. 33. La resistencia a la opresión es consecuencia de los otros derechos del hombre.

Art. 34. Hay opresión contra el cuerpo social al punto que uno solo de sus miembros es oprimido; y hay opre-sión contra cada miembro en particular a la hora que la sociedad entera es oprimida.

Art. 35. Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para este, y para cada uno de sus indivi-duos el más sagrado e indispensable de sus deberes. Pero cuando el gobierno es libre y es la obra de la nación, cada ciudadano tiene el deber de sostenerlo y de castigar a sus enemigos. Para juzgar si el gobierno es justo, no basta oír las quejas de los mal contentos. Deben, sí, valo-

[P. 16]

rarse los actos del gobierno y examinar la opinión y la voluntad de la mayoría. Muchos hay que atacan la admi-nistración por venganza, por caprichos, por infundados resentimientos o por un deseo depravado del desorden.

Art. 36. De lo dicho se deduce: que un republicano ante todas cosas mira a Dios, y es amigo verdadero de la hu-manidad; es justo, socorre a los infelices, respeta a los débiles, defiende a los oprimidos, hace a los demás todo el bien que puede, y no se halla contento sino cuando ha hecho algún servicio a sus semejantes.

Art. 37. Lo que constituye una república no es ni las riquezas, ni las dominaciones ni el entusiasmo pasajero: son las leyes sabias, la destrucción de los intrigantes y ambiciosos, el total exterminio de las maquinaciones, de los partidarios de la tiranía y de los usurpadores y el desprecio de los que miran con abandono la suerte de su país, las virtudes públicas, la pureza de las costum-bres y la estabilidad de las máximas del hombre de bien.

Art. 38. El ciudadano libre y virtuoso es el objeto más apreciable de la naturaleza; siempre sincero, jamás en-gaña; él es el apoyo y la consolación del inocente y el terror de los malvados; justo, encuentra la felicidad en sí mismo; oye los elogios y la sátira, pero todo lo valúa por su precio.

FIN

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Derechos y deberes del hombre en sociedadJuan José Nieto

Documentos

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El presente de la patria y de la nación en la reflexión sobre la república• Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.

• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.185-188

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* Ph.d. y Máster en Literaturas Hispánicas de la Universidad de Massachusetts en Amherst. Actualmente se desempeña como profesora asociada del departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia), del cual es también directora desde 2008. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Relatos autobiográficos y otras formas del yo [Colección Razón y Fábula]. Compilado con Carmen Elisa Acosta. Bogotá: Universidad de los Andes-Siglo del Hombre Editores, 2010; y ¿Comunidad de fieles o comunidad de ciudadanos? dos relatos de viaje del siglo XIX colombiano. Revista Chilena de Literatura 76: 5-27. Correo electrónico: [email protected].

** Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá) y Ph.d. en Historia, University of warwick. Actualmente es profesor asistente en el departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: El pasado como refugio y esperanza. La Historia eclesiástica y civil de José Manuel Groot (1800-1878). Bogotá: Instituto Caro y Cuervo – Universidad de los Andes, 2009; y La noción de historicismo americano y el estudio de las culturas escritas americanas. Historia Crítica edición especial: 136-152, 2009. Correo electrónico: [email protected].

El presente de la patria y de la nación en la reflexión sobre la república

caroliNa alzate

Me ha tocado a mí, estudiosa de la literatura colombiana del siglo XIX, leer y debatir el artículo de Sergio Mejía1 elegido para esta sección de la Revista. Mi trabajo, hecho desde la humanidades y no desde la ciencias sociales, me pone en cierta ventaja: la ventaja que me permite eludir los detalles de la relación historiográfica que hace Mejía en su artículo, para concentrarme en su invitación a abandonar el uso de un término que a muchos investi-gadores colombianos, tanto en las ciencias sociales como en las humanidades, nos resulta ineludible: el de nación.

Mejía caracteriza el trabajo que se hace desde las hu-manidades como creativo y sugestivo: creo que éstas son características de todo buen trabajo de reflexión, y el suyo las tiene en alto grado. Así las cosas, lo que diferenciaría nuestro trabajo no sería tanto el carácter de lo que escribimos sino el tipo de textos que leemos y, más importante quizá, cómo los leemos. Los estudiosos de las humanidades trabajamos con obras de ficción, es decir, con textos que exponen en primer plano, a di-ferencia de los demás, su carácter imaginativo; traba-jamos también con documentos, sólo que leídos como obras de la imaginación, de forma similar a la manera en que Mejía lee los catecismos y compendios de la historia patria en su trabajo (la parte de su artículo que más me interesó, quizá por eso).

1 “La república, más allá de la vieja patria y de la nación posible – In-citación a la discusión republicana” incluido en la sección Dossier de este número.

La provocación que lanza sería seguramente respondi-da con mayor precisión por los colegas historiadores, en particular por Alfonso Múnera Cavadía y Eduardo Posada Carbó, los dos autores en quienes Mejía centra su reflexión sobre el uso del vocablo nación. Este núme-ro de la Revista dedicado al bicentenario de las luchas de 1810 esperaba reunir a historiadores y estudiosos de la literatura para desarrollar un diálogo entre discipli-nas. Ya veremos qué rostro final toma el número, pero, mientras se define, este debate viene a ser un lugar de ese diálogo. Mejía duda en implicar a las humanidades en su provocación: siempre aparecen mencionadas las ciencias sociales, en especial la historia, y sólo una vez las humanidades. Pero allí están y eso me implica.

***

He titulado este comentario “El presente de la patria y de la nación en la reflexión sobre la república” en res-puesta al título y a uno de los argumentos centrales del artículo de Mejía. Para él la república es el asunto del pre-sente, mientras que el vocablo nación habla de futuros y el de patria es algo del pasado. Yo afirmo que las tres pertenecen al presente. En su formulación, la república es un ente, mientras que la nación y la patria son funda-mentalmente conceptos; en eso estoy de acuerdo, pero le señalaría en este punto a Mejía que justo por ello la nación y la patria deben tratarse de manera peculiar.

Mejía afirma que la “palabra patria sirvió en los orígenes de la república para convocar en su favor sentimientos

Carolina Alzate*

Participantes:

Sergio Mejía**

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de pertenencia local forjados en los siglos anteriores, y que hoy son extemporáneos”. Sin embargo, los dos epígrafes de su apartado dedicado a la noción de patria pertenecen a textos de 1814 y 2002. Acerca de estos epí-grafes quiero señalar que si el vocablo patria del primer Catecismo de historia de Colombia se incorpora en el discurso de posesión presidencial de 2002 y es funcio-nal, lamentablemente funcional, a lo largo de ocho años de gobierno, esto lo hace un término de nuestros tiem-pos y debería llevarnos a pensar sobre su pervivencia y a rastrear los motivos, los modos y las consecuencias de su utilización. Mejía expone en el artículo los conteni-dos del concepto entre 1814 y 1897 pero no lo mira con detalle en el momento actual: sólo lo menciona.

“La nación, por su parte”, señala Mejía, “hoy sigue sien-do un sueño, un proyecto, una promesa o una menti-ra”. El “sigue siendo” implica que fue y es, y todas las maneras que señala el autor –sueño, proyecto, prome-sa, mentira– son formas de ser tan influyentes como cualquier otra de las que él llamaría tangibles –como las carreteras y los ferrocarriles–, como la república, si no más influyentes que ella, y también para nuestro pesar. El concepto de nación es hoy una promesa o una mentira que modela la esfera pública y que recorre los discursos de los políticos contemporáneos nuestros. Esta forma de ser, “un sueño, un proyecto, una pro-mesa o una mentira”, no es sólo una forma de ser: es su forma de ser, la forma de ser de la nación. Habría que detenerse entonces a ver en detalle lo que contiene y, de nuevo, como dije antes con respecto a la patria, describir y estudiar la forma en que circula y lo que el vocablo y su uso llevan consigo.

Coincido con Mejía en que hay que estudiar la repúbli-ca, pero no veo necesario ni adecuado prescindir de los otros dos conceptos: hay que estudiarla de la mano de las nociones de patria y de nación, y llegar a las precisio-nes necesarias para comentar y criticar su uso reiterado, y en los últimos años fortalecido, en la publicidad oficial y entre ciertos, y numerosos, políticos. Sostengo que la vaguedad y el descuido que señala Mejía en la manera en que se usan los vocablos en los espacios que acabo de mencionar no obedece a un descuido, sino que es una táctica sagaz y adecuadamente elegida para mode-lar la esfera pública, la ley, la justicia y el gobierno de Colombia, “así como el debate de políticas públicas, la negociación de deudas sociales y en derecho, y a la co-rrupción en el país” (Mejía 2010, 89).

Los conceptos de patria y nación se confunden en los textos del siglo XIX, tanto políticos como de ficción:

políticos y escritores eran los mismos, e inventar la pa-tria era cosa tanto de la literatura como de las constitu-ciones. El artículo de Mejía invita a diferenciar ambos conceptos: ésta es una invitación importante y es algo que quisiera yo rastrear. Pero no puedo hacerlo aquí, me tomará algún tiempo. Puedo, sí, mostrar en qué sen-tido se confunden. En 1880 José María Samper habla de tres patrias: la patria corporal o del corazón (algo así como el terruño), la patria del alma (la inmortalidad, en el sentido de trascendencia religiosa) y la patria moral. El fragmento completo respecto a esta última dice así:

La patria moral, que sólo reside en la inteligencia y en la memoria, […] se compone de todas las relaciones socia-les, de las impresiones que uno ha recibido como hombre, no como niño, de las instituciones que le caracterizan su nacionalidad, de la literatura que ha creado junto con sus compañeros en la común obra del progreso na-cional, de la historia del pabellón que ha mirado como símbolo de su país político, y en fin, de los derechos y deberes que ha tenido que defender o cumplir como ciudadano (Samper 1946, 198).2

En este fragmento los contenidos conceptuales del vo-cablo patria se corresponden con los del contenido de nación; si bien debo estudiar el asunto con mayor cui-dado, como Mejía sugiere que lo hagamos, mis lectu-ras me llevan a afirmar por ahora que patria y nación son términos usados como sinónimos en nuestro siglo XIX. Si patria fuera sinónimo de nación, como creo, este texto de Samper, anterior al de Ernest Renan (“¿Qué es una nación?”, conferencia dictada en 1882 y publi-cada en 1883), mostraría cómo la generación de me-diados del siglo XIX le sumó unos sentidos culturales al referente político de lo que entendemos por nación, perspectiva que la distanciaría muy temprano de la ex-plicación primordialista (la de aquellos que creen que la nación es un ente natural): en el fragmento citado la nación es definitivamente una construcción humana. Este texto rebatiría la afirmación de Mejía según la cual entre nosotros “nunca prendieron las efervescencias románticas de los nacionalistas europeos”, así como la que señala que Renan fue “el primero que pensó […] que las naciones son construcciones humanas”. Nues-tros románticos, incluido entre ellos Samper, hicieron una apropiación selectiva e interesada del romanticismo social europeo que entendía al poeta como parte de un colectivo comprometido con la construcción de la patria (Barreda y Béjar 1999).

2 Los subrayados son míos.

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 185-188.

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Pedro Barreda y Eduardo Béjar han señalado cómo la literatura del romanticismo hispanoamericano “aspira a transformar la entidad coercitiva, abstracta y jurídica del Estado en una colectividad aparentemente natural y hondamente emotiva: la Patria”. Si los letrados que escribieron esta literatura “teóricamente la entendieron como expresión directa del carácter nacional y de sus aspiraciones colectivas, políticas y sociales, en la prác-tica la ejercieron como acto discursivo que generaba, selectiva y estratégicamente, la misma identidad de la nación como espacio verbal” (15), “de acuerdo con sus intereses de clase” (21). Este proceso incluye, entre otras cosas, la invención de un paisaje –mitificación del espacio, flora y fauna– y la incorporación higienizada de la población subalterna: apropiación de las costum-bres en la forma de tipos populares (15). Doris Sommer (1986) señala, adicionalmente, que se trata de una li-teratura que promete democracia y afirma patriarcado: la narrativa de la época –con algunas pocas y muy inte-resantes excepciones–3 promueve una idea de nación a imagen y semejanza de la familia republicana, organiza-da a través de un patriarca firme pero generoso a quien voluntariamente se subordinan todos sus miembros.

Los conceptos de nación y de patria ciertamente cir-culan hoy, y su genealogía puede ayudarnos a entender la república en que vivimos, acosada cada tanto por “patriarcas firmes pero generosos” que exigen la sub-ordinación de la población nacional. Los patriarcas del siglo XIX silenciaron en su narración, como lo señala Mejía, “a indios, esclavos y libres; a artesanos, peones y arrendatarios; a mujeres y minorías”, y lo hicieron, y hacen, a través de su infantilización: aparecen descri-tos como formas humanas en proceso de desarrollo que deben aceptar a las buenas o a las malas los destinos previstos para ellos por el padre. “¿Qué sentido tiene discutir la nación que será?”, pregunta Mejía. La ge-neración de mediados del siglo XIX creyó que estaba formando esa nación, y allí pueden rastrearse las exclu-siones y los silenciamientos.

refereNcias

1. Acosta de Samper, Soledad. 2004 [1876]. Una holandesa en América. Bogotá - La Habana: Universidad de los Andes - Casa de las Américas.

3 Ver, por ejemplo, Manuela (1858, 1866) de Eugenio Díaz Castro (1803-1865) y Una holandesa en América (1876, 1888) de Soledad Acosta de Samper (1833-1913).

2. Barreda, Pedro y Eduardo Béjar. 1999. Poética de la nación. Boulder: Society of Spanish and Spanish American Studies.

3. Díaz Castro, Eugenio. [1865] 1985. Manuela. Bogotá: Cír-culo de Lectores.

4. Mejía, Sergio. 2011. La república, más allá de la vieja pa-tria y de la nación posible. Incitación a la discusión republi-cana. Revista de Estudios Sociales 38: 88-107.

5. Samper, José María. 1946 [1880]. Historia de un alma. Bo-gotá: Editorial Kelly.

6. Sommer, Doris. 1986. Not Just any Narrative: How Ro-mance Can Love Us to Death. En The Historical Novel in Latin America, ed. Daniel Balderston, 47-73. Gaithersburg: Hispamérica.

***

sergio meJía

El equipo editorial de la Revista de Estudios Sociales me ha invitado a responder en esta sección a los comen-tarios que hace Carolina Alzate sobre mis argumentos contra el uso de las palabras patria y nación en el len-guaje de la reflexión crítica sobre el país. Concretamen-te, me refiero a su uso en la academia y en los debates públicos republicanos. Procuraré ser breve para no ser repetitivo, pues mis argumentos están expuestos en el artículo en cuestión.

Carolina llama la atención sobre el hecho de que las nociones de patria y nación son hoy realidades sociales ineludibles, en cuanto son ideas que han sido sembra-das en el sistema educativo básico y en el lenguaje de la academia, respectivamente. Carolina encuentra que esas nociones son vehículo de la prédica de valores pa-triarcales que sustentan una “idea de nación a imagen y semejanza de la familia republicana”. Es decir, del or-den tradicional de clases y valores. Propone estudiarlos, si la entiendo bien, de una manera similar a como los marxistas proponen el estudio de la literatura burguesa: como medios de alienación.

El punto central de mi artículo es que patria y nación son medios de alienación bastante más insidiosos de lo que Carolina sugiere. No sólo nublan la visión del “hom-

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El presente de la patria y de la nación en la reflexión sobre la república Carolina Alzate, Sergio Mejía

Debate

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bre común” (si es que tal persona existe), ni operan tan sólo como perpetuadores de “la sociedad patriarcal” en-tre los ciudadanos, sino que hacen parte del vocabulario vigente entre nuestros dirigentes elegidos para cargos públicos y de nuestros analistas sociales. Esas nociones hacen parte de algunos de nuestros intercambios socia-les más críticos: los intercambios políticos y el análisis crítico de nuestra sociedad.

A diferencia de Carolina, pienso que patria y nación no son palabras intercambiables. La primera persiste como comidilla en el lenguaje de la política y de los medios de comunicación que la ventilan y la hacen posible hoy en día. La segunda persiste como comidilla en el lenguaje de los estudios sociales, cuya aspiración es el análisis. Creo que la ambigüedad de la palabra nación puede afectar los argumentos tanto de científicos sociales como de hu-manistas, si bien es cierto que nuestras formas de leer nuestros materiales de trabajo sean frecuentemente di-ferentes (aunque sospecho que cada vez lo son menos).

En cuanto al uso de la palabra patria, pienso que ella debe ser rechazada por parte de los electores y la opinión pública. A los ciudadanos nos cabe exigir que los asuntos públicos se discutan en términos concretos, claros y de-tallados, aunque la vieja retórica de los hombres públicos se vea desdibujada y sus debates exijan más palabras y permitan más réplicas. Es notorio cómo los cuadros del anterior gobierno reelegido se comunicaron con su elec-torado por medio de un lenguaje simple, ambiguo y, en último término, mendaz. Patria fue su palabra coartada. La palabra nación, por su parte, sirve fácilmente como coartada en análisis sociales ligeros (si bien no siempre, por supuesto). Al igual que los bienes públicos, la dis-cusión crítica de la sociedad republicana demanda un lenguaje sin atajos ni comidillas. Cada vez que se dice nación, vendría bien tomarse más palabras para describir exactamente qué faceta de la sociedad republicana está siendo sometida a análisis. Hoy las ciencias sociales y las humanidades ofrecen amplios repertorios para discutir los asuntos públicos con rigor.

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 185-188.

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Vitulli, Juan M. y David M. Solodkow. 2009. Poéticas de lo criollo. La transformación del concepto “criollo” en las letras hispanoamericanas (siglo XVI al XIX)

• Flor Ángela Buitrago – Universidad de los Andes, Colombia.

Fernández, Javier [Dir.]. 2009. Diccionario político y social del mundo iberoamericano• Sergio Mejía – Universidad de los Andes, Colombia.

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Flor Ángela Buitrago Escobar*

Poéticas de lo criollo. La transformación del concepto “criollo” en las letras

hispanoamericanas (siglo XVI al XIX).

* Egresada del programa de Literatura de la Universidad de los Andes, actualmente cursa el último semestre de la Maestría en Literatura en la misma universidad. Dentro de sus publicaciones se encuentra: De Instauranda Aethiopum Salute, de Alonso de Sandoval: discurso que justifica el ministerio religioso. En Chambacú, la historia la escribes tú”. Ensayos sobre cultura afrocolombiana, ed. Lucía Ortiz, 319-348. Madrid: Ed. Iberoamericana - Frankfurt am Main: Vervuert, 2007. Correo electrónico: [email protected]; [email protected]

Vitulli, Juan M. y David M. Solodkow. 2009. Poéticas de lo criollo. La transformación del concepto “criollo” en las letras hispanoamericanas (siglo XVI al XIX). Buenos Aires: Corregidor [492 pp.]

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El tema de este libro es analizar lo criollo como tropo en constante transformación, esto es, como una construcción lingüística, ideológica y discursiva cla-ve para interpretar las expresiones letradas en América Latina durante más de tres siglos. Juan Vitulli y David Solodkow examinan los momentos históricos por los que atraviesa el tropo criollo, desde la segunda mitad del siglo XVI hasta las primeras décadas del siglo XIX. El objetivo de los autores es poner en diálogo, en los quince artículos compilados, las propuestas teóricas re-cientes sobre el tema en el ámbito de la literatura hispa-noamericana, con el fin de proponer una periodización en tres series útil para pensar las transformaciones his-tóricas del concepto.

El telos de la propuesta de Vitulli y Solodkow es histo-riar la sincronía, lo cual exige trabajar sobre secuencias que, pese a su coetaneidad, corresponden a ritmos his-tóricos diversos. El trabajo en series les permite pensar la historia como un proceso de irrupciones y disconti-nuidades, cuyas fechas son una tentativa de ordena-miento, más que una “verdad histórica”. Lo criollo se inserta en una dinámica como término inestable, reela-borado y transformado. Ahora bien, el arco diacrónico no impide explorar en cada serie una temporalidad es-pecífica y acotada. El texto está dividido en tres series, en las cuales el significado de lo criollo parece estabi-lizarse ideológica, cultural y políticamente, sin que ta-les procesos sean homogéneos ni duraderos. Dentro de cada serie se vislumbra cierta permanencia semántica sincrónica y es posible, asimismo, observar el desarro-llo diacrónico del concepto.

La primera serie, llamada “Estereotipo, fijeza y ambi-güedad”, va de 1560 a 1600. Durante este período, el término criollo fija la identidad de una novedad geo-gráfica y antropológica. Primero se asociaba al esclavo africano nacido fuera de África; en segundo lugar, al europeo blanco nacido en América o al “hijo del con-quistador”; criollo era en todo caso un término despec-tivo. En el artículo “La aristocracia de los desposeídos: Baltasar Dorantes de Carranza y la primera generación de criollos novohispanos”, David Solodkow muestra la emergencia de una actitud de reivindicación de la es-tirpe del hijo de conquistador ante la autoridad virrei-nal. La construcción de un imaginario espacial para los criollos habitantes del Nuevo Mundo se estudia en el

artículo “Gonzalo Fernández de Oviedo y la incipiente conciencia criolla en la historiografía de Indias”. Allí, Sarah Beckjord examina cómo el sentido de pertenencia de la primera generación de conquistadores evidencia una nueva identidad indiana que luego tuvo su impacto como germen de la conciencia criolla (62). En particu-lar, Fernández de Oviedo describe aspectos de la geo-grafía, la historia natural y la etnografía de lo que hoy son Panamá y Colombia, que parecen forjarse desde la descripción de los pueblos indígenas, a los que conside-ra primitivos y supersticiosos; tal actitud política común a otros autores de su tiempo revela una búsqueda de espacio de identidad para los castellanos en América. Para cerrar esta serie, el artículo de Song No aborda el caso brasilero con “La mediocri(olli)dad heterogénea de la Pròsopopéia de Bento Teixeira”. La lectura de Teixeira revela que más allá de una imitación mediocre del dis-curso de Camões, hay un complejo contexto histórico en el que se reconoce una heterogeneidad discursiva de la conciencia barroca de su tiempo.

La segunda serie, denominada “Agencia, apropiación lingüística, resemantización y creación del contra-este-reotipo”, cubre el período entre 1600 y 1700. Se carac-teriza por el progresivo cambio sémico del término crio-llo, que implica un alejamiento del matiz negativo hacia su vindicación y la invención de un contra-estereotipo. Es decir, al criollo se opone el gachupín (en México) o el perulero o chapetón (en Perú), es decir, el recién llegado de España. La noción de criollo pierde su senti-do étnico-racial y adquiere el significado más amplio de ‘poblador de América’ (32). En ese sentido se inscribe el artículo “La criollización de la santidad. La escritura barroca de las vidas ejemplares en el Reino de la Nue-va Granada”, en el que Jaime Borja explora el género narrativo de las Vidas ejemplares, que se constituyó en modelo de comportamiento, a la vez que representaba la jerarquía de los valores que esta sociedad determinó como base de sus relaciones individuales y sociales. A través del género estudiado, Borja analiza cómo la socie-dad neogranadina se observaba a sí misma, pues dichos textos están inscritos en un contexto cultural y social cuyo eje era la religión; de ahí que promover santos ha-cía parte del espíritu de identidad criolla regional.

El tema de la santidad también está presente en los ar-tículos “El retrato verbal como mecanismo de autocons-trucción: sor Juana y la subjetividad multiposicional”, de Kathryn Mayers, y “¿Mujeres alborotadas o amas de casa espirituales?: dos beatas en la urbe andina colo-nial”, de Stacey Schlau. En los dos textos, entre monjas y beatas hay una mirada a los procesos de agenciamien-

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Vitulli, Juan m. y David m. Solodkow. 2009. Poéticas de lo criollo. La transformación del concepto “criollo” en las letras hispanoamericanas (siglo XVI al XIX).

Flor Ángela Buitrago

Lecturas

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to criollo desde lo femenino. En el primer artículo, se examinan las inquietudes intelectuales y estéticas de sor Juana; en el segundo, las preocupaciones de las beatas por la aceptación en un mundo bajo el control masculino. Como modelo de análisis de los sermones dedicados al tema, aparece en el artículo “Sacras pa-labras: Espinosa Medrano y el complejo espacio de la oratoria barroca virreinal en el Perú”. Allí, Juan Vitulli estudia el sermón dedicado a santa Rosa de Lima, en La novena maravilla (1695), del Lunarejo. La erudición del texto de Medrano da cuenta ante una autoridad penin-sular, con el fin de insertarse en la cadena cultural me-tropolitana, y a su vez para dirigirse a unos pares que es-tán en el intersticio: ni españoles ni indígenas, sino los que “buscan forjar los primeros signos de una identidad diferenciada” (229). Por último, en “Conciencia criolla entre los cristianos nuevos del Brasil colonial: el caso de Manuel Beckman”, Lúcia Helena Costigan expone el caso de un criptojudío, para abordar las manifestaciones de la conciencia criolla en los grupos minoritarios en esta región americana.

La tercera serie, denominada “Conciencia criolla y mar-gen ilustrado”, va de 1700 a 1810. Durante este perío-do la formación de la conciencia criolla funcionó como base o fermento de las identidades protonacionales. La Ilustración promueve cambios que los intelectua-les americanos empiezan a dirigir y aprovechar hacia la emancipación. Los autores tienen el acierto de rescatar la hipótesis de Mariano Picón-Salas, quien afirma que el humanismo jesuítico desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la conciencia criolla. Sobre este as-pecto giran dos artículos: el primero es de Santa Arias, titulado “Geografía, imperio e iglesia bajo la huella de la Ilustración: conciencia criolla y los espacios del imagi-nario cartográfico jesuítico durante el siglo XVIII”. Arias analiza la relación entre el positivismo científico, la es-pacialidad y los misioneros jesuitas en Chile. El caso chileno invita al investigador a establecer una relación semejante con la extensa relación de Joseph Gumilla, El Orinoco ilustrado, que recorre los Llanos colombia-nos. El segundo artículo, de Stephanie Kirk, “‘Ilustres varones apostólicos’: el paradigma de la masculinidad jesuita en México de los siglos XVII y XVIII”, es una clara muestra de un modelo de erudición, espirituali-dad y poder, que “promovía la identidad del individuo y sus logros sin descuidar la importancia de la identidad común” (288), que se impuso en la conciencia criolla. En el texto de Ruth Hill, “El drama de hacer patria: negrofobia, judeofobia y modernidad criolla en Frutos de la educación (1830)”, se puede notar un vínculo con el artículo de Kirk, por cuanto Frutos, la obra teatral del

ilustrado peruano Felipe Pardo y Aliaga, ilustra los códi-gos de placer y ocio no deseables para el criollo ilustrado y culto, prácticas asociadas a las negritudes, como el baile de la zamacueca (277).

Los intelectuales criollos también mostraron su interés por el territorio y por el papel de la mujer. El caso neo-granadino examinado por Luis Fernando Restrepo en “El parque humano y la ciencia criolla ilustrada: la Fau-na cundinamarquense (1806), de Jorge Tadeo Lozano” estudia el texto aún inédito surgido en el contexto de la Real Expedición Botánica, cuyo objetivo era elaborar un inventario de todas las especies animales de América, desde los paradigmas científicos de la época, así como una descripción de las razas humanas presentes. El en-sayo de Restrepo examina las implicaciones políticas y éticas de la continuidad entre lo humano y lo animal que presenta la Fauna; y cómo en esa nueva episteme se halla una emergencia de la conciencia criolla.

Con respecto al papel de la mujer en la construcción de nación, en el artículo “Educando a la mujer criolla en la prensa hispanoamericana de la Ilustración”, Mari-selle Meléndez estudia el tema de las nodrizas en la His-panoamérica del siglo XVIII, porque había surgido la preocupación por reglamentar la maternidad, pues era considerada “como parte constitutiva del carácter de la nación” (359). Por tanto, los intelectuales masculinos difunden esta idea por medio del periódico. Meléndez estudia el caso del Mercurio Peruano, fundado entera-mente por criollos destacados en el comercio, la medi-cina, las leyes y la literatura.

Una de las facetas menos exploradas del criollismo es la imagen preindependentista; su situación de ambi-güedad, por el vasallaje a España y el cuestionamien-to de la relación entre ambos territorios. Justamente, en “‘Siempre pronta a rendir y manifestar su vasallaje’: criollismo y lealtad en las fiestas monárquicas”, María Soledad Barbón explora la compleja relación existente en la correspondencia entre los vasallos limeños y Car-los IV, para solicitar exenciones, títulos y otras pren-das, en virtud de la lealtad mostrada en las costosas fiestas celebradas en su honor. No obstante, tras largos años de cartas usualmente no se obtenían los títulos nobiliarios solicitados, apenas la concesión de ciertas fórmulas protocolarias u otros poderes limitados por la Corona. Como resultado, la “economía de la merced” basada en la recompensa enmarca las afirmaciones de fidelidad que afectan directamente las eventuales exal-taciones patrióticas de los criollos. Para cerrar la terce-ra serie, me interesa destacar que también se tuvo en

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 190-193.

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cuenta el territorio caribe, al incluir el artículo “Poéti-cas caribeñas de lo criollo: creole/ criollo/ creolité”, de Yolanda Martínez, donde la autora comenta los cam-bios semánticos del término criollo en los casos del Caribe francés e hispano.

En el Apéndice se encuentra el texto de José Antonio Mazzotti, “El criollismo y el debate (post)colonial en Hispanoamérica” y el Postscriptum de Mabel Moraña. Ambos autores presentan una mirada global sobre el problema de lo criollo desde un punto de vista teórico comparativo y analítico. Mazzotti hace una revisión de las teorías poscoloniales de Edward Said, Homi Bhabha y Gayatri Spivak, para terminar en la problematización de tales teorías en la dinámica de grupos en Hispano-

américa. Moraña, por su parte, expone las diversas rela-ciones en que se inscribe lo criollo, así como los nuevos significados que surgen en las múltiples temporalidades.

En suma, una selección de artículos que Vitulli y Solodkow escogieron con gran acierto para exponer un amplio panorama del problema de lo criollo y las cons-tantes transformaciones del término, no sólo por facto-res temporales o espaciales, sino sobre todo ideológicos. La inestabilidad semántica y las variaciones conceptua-les del término criollo están directamente relacionadas con lo que Mazzotti ha definido como un tipo particular de “agencia” y lo que Moraña conceptualiza como un modo específico de “conciencia”, esto es, la problemati-zación de una subjetividad en proceso.

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Vitulli, Juan m. y David m. Solodkow. 2009. Poéticas de lo criollo. La transformación del concepto “criollo” en las letras hispanoamericanas (siglo XVI al XIX).

Flor Ángela Buitrago

Lecturas

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Diccionario político y social del mundo iberoamericano

Fernández Sebastián, Javier [Dir.]. 2009. Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Madrid: Fundación Carolina - Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales -

Centro de Estudios Políticos y Constitucionales [1422 pp].

Sergio Mejía*

* Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá) y Ph.D. en Historia, University of Warwick. Actualmente es profesor asistente en el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: El pasado como refugio y esperanza. La Historia eclesiástica y civil de José Manuel Groot (1800-1878). Bogotá: Instituto Caro y Cuervo – Universidad de los Andes, 2009; y La noción de historicismo americano y el estudio de las culturas escritas americanas. Historia Crítica edición especial: 136-152, 2009. Correo electrónico: [email protected].

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Q uiero presentar a los lectores de la Revista el primer volumen del Diccionario político y so-cial del mundo iberoamericano, publicado el año pasa-do en Madrid. Esta obra es uno de los resultados del Proyecto Iberoamericano de Historia Conceptual, apo-copado Iberconceptos. Los conceptualistas –como ellos mismos se llaman con sano espíritu de cuerpo– tienen su epicentro en España, donde reciben apoyo de ins-tituciones estatales, privadas, universitarias y otras sin ánimo de lucro. Su principal logro es el haber constitui-do una red de más de cien investigadores y colaborado-res que inicialmente cubrió nueve países y que hoy se ha extendido a áreas nuevas (principalmente a América Central y las Antillas). En lo que concierne a la primera entrega del Diccionario, la empresa logró reunir a histo-riadores de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, España, México, Perú, Portugal y Venezuela. El director editorial del Diccionario, Javier Fernández Sebastián –profesor en la Universidad del País Vasco–, sostiene que la prin-cipal novedad de la empresa consiste en la reunión de esa red internacional de colaboradores.

Como el mismo Fernández lo explica en su introduc-ción, el Diccionario es una obra sui generis. No se trata de un diccionario con vocación lexicográfica, toda vez que no se aspira con él a producir definiciones unívocas, autoritarias, de vocablos. Tampoco reúnen sus entradas conjuntos de informaciones establecidas o canónicas, como se hace en las enciclopedias. En lugar de ello, el volumen reúne contribuciones de expertos sobre el significado de determinados conceptos fundamentales del lenguaje político y su uso y evolución en los países iberoamericanos entre 1750 y 1850. Es decir, se trata de un diccionario histórico de conceptos políticos. Pienso que la dupla de palabras político e histórico daría mejor idea de su contenido que las palabras político y social, pero no me cabe la menor duda de que un equipo de cien conceptualistas demolería fácilmente mi opinión.

El propósito de la obra, según Fernández, es comprender mejor los procesos y a los agentes históricos iberoame-ricanos durante la “era de las revoluciones atlánticas”. El camino que siguen es el de la historia de los concep-tos, y Fernández afilia el proyecto a las enseñanzas de Reinhard Koselleck y su Begriffsgeschichte. Así, pues, la premisa del proyecto es doble: la historia deja huella en el lenguaje, y los actores de la historia tienen una apro-

piación lingüística de la realidad en que actúan. Am-bas pueden investigarse hoy. Con Koselleck, Fernández sostiene que, a diferencia de las palabras (que denotan simples objetos), los conceptos denotan horizontes de significación que cambian en el tiempo y, con todo, per-sisten como referentes. Esto ocurre porque ellos deno-tan aspectos fundamentales de la vida política, y sólo pueden ser comprendidos en su evolución, que es con-comitante con la evolución de los procesos históricos. Por lo tanto, los conceptos son siempre polisémicos y su comprensión exige el estudio diacrónico.

Los participantes en el proyecto se propusieron discutir los conceptos fundamentales del pensamiento político iberoamericano durante la “era de las revoluciones”, en-tre 1750 y 1850. En su primera entrega acordaron discu-tir diez de ellos: 1. América / Americano; 2. Ciudadano / Vecino; 3. Constitución; 4. Federación / Federalismo; 5. Historia; 6. Liberal / Liberalismo; 7. Nación; 8. Opinión pública; 9. Pueblo / Pueblos; 10. República / Republi-cano. La segunda entrega, ya en avanzado proceso de edición (accesible a los iniciados, poseedores de alias y contraseña, en http://www.iberconceptos.net/), inclui-rá: 1. Civilización; 2. Democracia; 3. Estado; 4. Inde-pendencia; 5. Libertad; 6. Orden; 7. Partido / Facción; 8. Patria / Patriota / Patriotismo; 9. Revolución; 10. So-beranía. Fernández Sebastián explica que estos concep-tos son fundamentales porque si alguno de ellos fuera eliminado del registro, todo el andamiaje argumentativo usado por los actores en la era de las revoluciones nos resultaría oscuro y, en algunos casos, incomprensible.

En el tratamiento de estos conceptos, y de otros por venir, el Diccionario político y social del mundo ibero-americano logra avances contundentes que hacen de él una herramienta poderosa para el trabajo de los his-toriadores iberoamericanos. Para el estudio de cada concepto se destacan diez autores: uno es responsable del artículo general, que Fernández llama transversal; a esta cabeza de serie le asisten nueve autores, quienes se concentran en la historia del concepto en cada uno de sus países. De esta manera, se logran contribucio-nes acumulativas sobre cada concepto, se accede a la experiencia de expertos nacionales y se la trasciende con el ejercicio de síntesis a cargo del autor principal. El resultado final son cien artículos para tratar diez conceptos, con lo que se logra la incorporación de las perspectivas argentina, brasileña, chilena, colombiana, española, mexicana, peruana, portuguesa y venezolana. Por otra parte, en toda la obra impera una saludable homogeneidad académica, pues los cien autores fue-ron presentados con un cuestionario en el que se les

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Fernández Sebastián, Javier [Dir.]. 2009. Diccionario político y social del mundo iberoamericanoSergio Mejía

Lecturas

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explicaba el enfoque general del proyecto y se les pedía considerar aspectos determinados.1

La aspiración del proyecto es “romper con los viejos planteamientos dicotómicos de la historia social y de la historia tradicional de las ideas”. Fernández apues-ta fuerte cuando propone la historia de los conceptos como un tercer paradigma. Puede aceptarse que luego de Koselleck y una verdadera pléyade de investigadores (Q. Skinner, B. Bailyn, etc.), la “historia tradicional de las ideas” sea cosa del pasado (y se puede prescindir de precisiones sobre cuándo y cómo exactamente dejó aquélla de ser tradicional). Lo que no puede aceptarse sin más, es que la historia de los conceptos pueda reem-plazar a la historia social. Fernández podría considerar el tono más humilde de su maestro más directo, que

1 Se les pedía considerar catorce puntos, que pueden consultarse en el artículo de Fernández Sebastián titulado “Iberconceptos – Hacia una historia transnacional de los conceptos políticos en el mundo iberoamericano”, en Isegoría – Revista de Filosofía Moral y Política, número 37 [julio-diciembre de 2007], pp. 165-176; puede descargarse en versión PDF en: isegoria.revistas.csic.es/index.php/isegoria/article/download/114/114.

no fue Koselleck, sino François Xavier Guerra. La obra de Guerra desbrozó el camino para la historia política y cultural en tiempos difíciles, cuando la hegemonía de la historia económica y social podía llegar a ser agobiante. Aun así, él nunca sostuvo que su acercamiento consti-tuyera un nuevo paradigma más allá de la historia social. Hasta donde entiendo los planteamientos de Moderni-dad e Independencias y de Del Antiguo Régimen a la Re-volución, esas obras monumentales fueron concebidas por Guerra como contribuciones a una comprensión mayor, que no puede concebirse de otra manera que como historia social; es decir, como una historia general de las sociedades estudiadas. La perspectiva de una his-toria de los conceptos reacia a contribuir a la historia so-cial es, sencillamente, desoladora. Sería, a lo sumo, una historia refinada del lenguaje de las élites y de las élites mismas. El refinamiento sería ganancia, la restricción un retroceso. Por supuesto, no hay realmente nada de qué preocuparse, pues las contribuciones conceptuales de los colaboradores en el Diccionario político y social del mundo iberoamericano ya son herramientas impres-cindibles para el estudio de las sociedades iberoameri-canas durante la “era de las revoluciones”.

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Revista de Estudios Sociales No. 38rev.estud.soc.enero de 2011: Pp. 216. ISSN 0123-885X Bogotá, Pp. 194-196.

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COLABORADORES

Carmen Elisa Acosta – Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.Carolina Alzate – Universidad de los Andes, Colombia.José Antonio Amaya – Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.María Eugenia Anguiano – El Colegio de la Frontera Norte, México. Mario Barrero – Universidad de los Andes, Colombia.Paola Bohórquez – York University, Canadá.Diana Bonnett – Universidad de los Andes, Colombia.Marta Cabrera – Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.Jorge Cañizares Esguerra – University of Texas at Austin, EE.UU.Santiago Castro-Gómez – Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.Cecilia Correa de Molina – Universidad del Atlántico, Colombia.Francisco Colom González – Consejo Superior de Investigaciones Científicas, España.Malcom Deas – University of Oxford, Reino Unido.Juan Camilo Escobar – Universidad EAFIT, Colombia.Bárbara Yadira García – Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Colombia.Daniel Gutiérrez – Universidad Externado de Colombia, Bogotá.Héctor Hoyos – Stanford University, EE.UU.Jorge Lyra – Instituto Papai, Brasil.Armando Martínez – Universidad Industrial de Santander, Colombia.Fernando Matamoros – Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México.Benedito Medrado – Instituto Papai, Brasil.Sergio Mejía - Universidad de los Andes, Colombia.Aníbal Mendoza Pérez – Universidad del Norte, Colombia.Jorge Miceli – Universidad de Buenos Aires, Argentina.Carlos Ernesto Noguera Ramírez – Universidad Pedagógica Nacional, Colombia.Sergio Ortiz Leroux – Universidad Nacional Autónoma de México, México D.F.Beatriz Rajland – Universidad de Buenos Aires, Argentina.Ana Catalina Reyes – Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.María Helena Rueda – Smith College, Northampton, EE.UU. Ramón Ruíz Ruíz – Universidad de Jaén, España. Renán Silva – Universidad de los Andes, Colombia.David Solodkow – Universidad de los Andes, Colombia.Alfonso Tamayo – Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Colombia.Álvaro Tirado Mejía – Investigador Independiente, Colombia.Sergio Tischler – Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México.Juan Torres-Pou – Florida International University, EE.UU.Stefan Pohl Valero – Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.Juan Carlos Villamizar – Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.

La Revista de Estudios Sociales agradece la colaboración especial de las siguientes personas como árbitros de este número:

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La Revista de Estudios Sociales (RES) publica artículos inéditos en español, inglés o portugués que presenten resultados de investigación en ciencias sociales y reflexio-nes o revisiones teóricas que aporten a debates relevantes en este campo. La revista publica también reseñas y ensayos bibliográficos con orientación crítica sobre temas propios de disciplinas como antropología, historia, sociología, ciencia política, filosofía, psi-cología, estudios culturales. En casos excepcionales se incluyen artículos que ya han sido publicados, siempre y cuando se reconozca su pertinencia dentro de las discusiones y pro-blemáticas abordadas en la revista, y su contribución a la consolidación del diálogo y el intercambio de ideas en los debates vigentes de la academia nacional.

Para presentar un artículo a la RES, éste debe ser remitido directamente a través del formulario de envío de artículos que se encuentra en la página web http://res.unian-des.edu.co. Los artículos presentados no deben estar en proceso de evaluación ni tener compromisos editoriales con ninguna otra publicación. La recepción de un texto se acusará de inmediato y los resultados de la evaluación se informarán en un plazo máximo de seis meses. Todos los artículos serán sometidos a un proceso de arbitraje a cargo de los evaluadores pares, quienes podrán formular sugerencias al autor. Durante la evaluación, tanto los nombres de los autores como los de los evaluadores serán anó-nimos. La decisión final de publicar o rechazar los artículos es tomada por el Comité Editorial, basándose en los informes presentados por los evaluadores; esta decisión es comunicada al autor por medio de un concepto escrito emitido por el Editor de la Revista, así como a través de la base de datos que aparece en nuestra página web.

Una vez efectuada la evaluación los textos no serán devueltos.

Los artículos deben cumplir con los siguientes requisitos:

- Estar escritos en formato Word, en letra Times New Roman tamaño 12, a doble espacio, paginado y en papel tamaño carta.

- Tener márgenes de 2,5 X 2,5 X 2,5 X 2,5 cm.

- Tener una extensión de entre 15 y 25 páginas, incluidos los resúmenes y las pala-bras clave (la bibliografía, las fotografías, los mapas, gráficos, ilustraciones y cuadros se cuentan aparte). Las notas a pie de página deben estar en Times New Roman 10 y a espacio sencillo.

- Tener resumen del artículo en español, no superior a 200 palabras, y su respectiva traducción al inglés. El título del texto debe ser presentado igualmente en ambos idiomas. Es requisito que esta información esté registrada en el formulario de envío de artículos.

- Tener entre 3 y 6 palabras clave que identifiquen el artículo, tanto en inglés como en español. Es requisito que ambos grupos sean incluidos en el formulario de envío de artículos. Las palabras clave deben reflejar el contenido del documento, y por ello es necesario que señalen las temáticas precisas del artículo, rescatando las áreas de conocimiento en las que se inscribe y los principales conceptos. Se recomienda revisar los términos y jerarquías establecidos en los listados bibliográficos (THES-AURUS), y buscar correspondencia entre títulos, resúmenes y palabras clave.

- Estar escritos en un lenguaje accesible a públicos de diferentes disciplinas.

- Incluir los datos de profesión, títulos académicos, lugar de trabajo o estudio actual de cada uno de los autores, sus respectivos correos electrónicos y, en caso de que el artículo sea resultado de investigación, la información del proyecto del que hace parte (nombre, institución financiadora). Es requisito que esta información sea in-cluida en el formulario de envío de artículos.

- La primera vez que se use una sigla o abreviatura, ésta deberá ir entre parén-tesis después de la fórmula completa; las siguientes veces se usará únicamente la sigla o abreviatura.

- La Revista de Estudios Sociales utiliza el formato autor-date style del Chicago Manual of Style para presentar las citas y referencias incluidas en el artículo. Deben tenerse en cuenta los detalles de puntuación exigidos (coma, punto, dos puntos, paréntesis, etc.) y la información requerida. El listado bibliográfico debe incluir las referencias que han sido citadas dentro del texto (en una relación 1 a 1), enumeradas y en orden alfabético. ES INDISPENSABLE INCLUIR LOS NOMBRES COMPLETOS DE LOS AUTORES Y/O EDITORES EN CADA UNA DE LAS REFERENCIAS.

A continuación se presentan los ejemplos que muestran las diferencias entre la forma de citar dentro del texto (T) y la forma de citar en la lista bibliográfica (B).

LIBRO DE UN SOLO AUTOR: T: (Abello 2003)B: Abello, Ignacio. 2003. Violencias y culturas. Bogotá: Universidad de los Andes - Al-faomega Colombiana.

LIBRO DE DOS O TRES AUTORES: T: (Drennan, Herrera y Uribe 1989, 27)B: Drennan, Robert, Luisa Fernanda Herrera y Carlos Alberto Uribe. 1989. Cacicazgos prehispánicos del Valle de la Plata. El contexto medioambiental de la ocupación huma-na. Tomo 1. Bogotá: Universidad de Pittsburgh - Universidad de los Andes.

CUATRO O MáS AUTORES:T: (Laumann et al. 1994)B: Laumann, Edward, John Gagnon, Robert Michael y Stuart Michaels. 1994. The Social Organization of Sexuality: Sexual Practices in the United States. Chicago: University of Chicago Press.

CAPíTULO DE LIBRO: T: (Saldarriaga 2004, 32-33)B: Saldarriaga, Lina María. 2004. Aprendizaje cooperativo. En Competencias ciudada-nas: de los estándares al aula. Una propuesta integral para todas las áreas académicas, eds. Enrique Chaux, Juanita Lleras y Ana María Velásquez, 102-135. Bogotá: Ministerio de Educación Nacional - Universidad de los Andes.

ARTíCULO DE REvISTA: T: (Aguilar 2008)B: Aguilar, Sandra. 2008. Alimentado a la nación: género y nutrición en México (1940-1960). Revista de Estudios Sociales 12: 101-108. En caso de que la revista tenga volumen y número, se citará de la siguiente manera: Apellido, Nombre. Año. Título. Nombre de la revista volumen, No. #: Páginas. Ejemplo: Guttman, Allen. 2003. Sport, Politics and the Engaged Historian. Journal of Contempo-rary History 38, No. 3: 363-375.

DOCUMENTOS RECUPERADOS DE INTERNET: T: (Londoño 2005, 70)

B: Londoño, Luz María. 2005. La corporalidad de las guerreras: una mirada sobre las mujeres combatientes desde el cuerpo y el lenguaje. Revista de Estudios Sociales 21: 67-74, http://res.uniandes.edu.co (Recuperado el 31 de agosto de 2005).

PARÁMETROS PARA LA PRESENTACIÓN DE ARTÍCULOS A LA

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GRáFICOS:También se recomienda un uso moderado de los gráficos. La información que se pre-senta en los cuadros y en los gráficos no debe ser la misma. Los gráficos deben ser claros y legibles. No se aceptan gráficos en colores. Éstos deben presentarse en una hoja aparte al final del texto y deben tener el siguiente encabezado:

Gráfico 1. TÍTULO DEL GRÁFICO

La numeración de los gráficos debe ser consecutiva. Es necesario que dentro del texto se indique el lugar donde se ubica cada gráfico. Esta instrucción se presenta entre paréntesis, de la siguiente manera:

{Insertar Gráfico 1 aquí}

ES REQUISITO QUE LOS ARTíCULOS ENvIADOS CUMPLAN CON LOS PARá-METROS ESTABLECIDOS POR LA REvISTA PARA SU PRESENTACIÓN.

Indicaciones para los autores cuyos artículos son aceptados para publicación en la Revista de Estudios Sociales:

- Cada autor recibirá 2 ejemplares de cortesía de la Revista de Estudios Sociales.- Los autores y/ o titulares de los artículos aceptados autorizan la utilización de los

derechos patrimoniales de autor (reproducción, comunicación pública, transforma-ción y distribución) a la Universidad de los Andes/ Facultad de Ciencias Sociales, para incluir su escrito o artículo en la Revista de Estudios Sociales (versión impresa y versión electrónica).

ARTíCULO DE PRENSA:T: (Martin 2002)B: Martin, Steve. 2002. Sports-interview Shocker. New Yorker, May 6.T: (Arango 2008)B: Arango, Rodolfo. 2008. Oposición inmadura. El Espectador, 6 de agosto.

RESEñA DE LIBRO:T: (Duque 2008)

B: Duque, Juliana. 2008. Reseña del libro Alimentación, género y pobreza en los Andes ecuatorianos, de Mary Weismantel. Revista de Estudios Sociales 29: 177-178.

TESIS O DISERTACIÓN:T: (Amundin 1991, 22-29)B: Amundin, Mats. 1991. Click Repetition Rate Patterns in Communicative Sounds from the Harbour Porpoise, Phocoena phocoena. Disertación doctoral, Universidad de Estocolmo.

PONENCIAS:T: (Doyle 2002) B: Doyle, Brian. 2002. Howling Like Dogs: Metaphorical Language in Psalm 59. Ponen-cia presentada en el Annual International Meeting for the Society of Biblical Literature, Junio 19-22, en Berlin, Alemania.

- Los artículos que incluyan fuentes de archivo deben presentar las referencias en notas a pie de página numeradas, de manera que faciliten al lector la identificación y el acceso a los documentos en el archivo correspondiente. Es necesario indicar: Siglas del archivo, Sección, Fondo, vol./leg./t., f. off. (lugar, fecha, y otros datos pertinen-tes). La primera vez se cita el nombre completo del archivo con la abreviatura entre paréntesis y después sólo la abreviatura. Al final del texto, deben recogerse todas las referencias primarias en un listado separado del bibliográfico.

LAS RESEñAS DEBEN CUMPLIR CON LOS SIGUIENTES REQUISITOS:- Estar escritos en formato Word, en letra Times New Roman tamaño 12, paginado y en

papel tamaño carta. - Tener márgenes de 2,5 X 2,5 X 2,5 X 2,5 cm. - Tener una extensión de entre 2 y 6 páginas (espacio sencillo).- Incluir datos completos del texto reseñado (autor, título, fecha, ciudad, editorial y

páginas totales).

NOTA: EN NINGúN CASO SE UTILIzA NI IBID. O IBIDEM, NI OP. CIT.

- Presentar los cuadros y gráficos teniendo en cuenta las siguientes indicaciones:

CUADROS:Se recomienda no utilizar un elevado número de cuadros. Cada cuadro debe presentar-se en una hoja aparte al final del texto y debe tener el siguiente encabezado:

Cuadro 1. TÍTULO DEL CUADRO

La numeración de los cuadros debe ser consecutiva. Es necesario que dentro del texto se indique el lugar donde se ubica cada cuadro. Esta instrucción se presenta entre paréntesis, de la siguiente manera:

{Insertar Cuadro 1 aquí}

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SUBMISSION GUIDELINES FOR THE

The Revista de Estudios Sociales (RES) publishes unpublished articles in Spanish, En-glish and Portuguese which present research results in the social sciences and theoretical reflections and reviews which contribute to relevant debates in this field. The journal also publishes critically oriented bibliographic reviews and essays on themes appropriate to dis-ciplines such as anthropology, history, sociology, political science, philosophy, psychology and cultural studies. In exceptional cases articles are included which have already been published, always and when their relevance is demonstrated within the discussions and questions addressed in the journal and they contribute to the consolidation of the dialogue and the exchange of ideas in the current debates of the national academy.

In order to submit an article to the RES, it should be sent directly by way of the form for sending articles which is found at the web page http://res.uniandes.edu.co. The articles submitted should not be in the process of being evaluated nor have publis-hing commitments with any other publication. Receipt of a text will be acknowledged immediately, and the results of the evaluation will be made known in a period of a maximum of six months. All the articles will be submitted to a process of arbitration with peer evaluators being in charge who can make suggestions to the author. During the evaluation, the names of the authors as well as those of the evaluators will be anonymous. The final decision of publishing or rejecting the articles is made by the Editorial Committee, based on the reports presented by the evaluators. This decision is communicated to the author by way of a written account sent by the Editor of the RES, as well as through the data base which appears on our web page.Una vez efectuada la evaluación los textos no serán devueltos.

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The articles should meet the following requirements:

- Be written in Word format, in Times New Roman font Size 12, double-spaced, paginated and in letter-size paper.

- Have margins of 2.5 X 2.5 X 2.5 X 2.5. cm.

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- Have a summary of the article in Spanish, of no more than 200 words, and its corresponding translation into English. The title of the text should be similarly pre-sented in both languages. It is required that this information be registered on the form for the sending of articles.

- Have between 3 and 6 key words which identify the article, in English as well as in Spa-nish. It is necessary that both groups be included in the form for sending articles. The key words should reflect the contents of the document and it is therefore necessary that they point out the precise themes of the article, covering the areas of knowledge in which they fall and the principle concepts. It is recommended that the terms and hierarchies in the bibliographical lists (THESAURUS) be reviewed and correspondence between titles, summaries and key words be sought.

- Be written in language accessible to audiences from different disciplines.

- Include professional information, academic titles, and current place of work or study of each one of the authors, their respective email addresses and, in the event that the article is the results of research, information about the project of which it is a part (name, funding information). It is necessary that this information be included in the form for the sending of articles.

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Examples are presented below which show the differences between the form of citation within the text (T) and the form of citation in the bibliographical list (B).

BOOk BY A SINGLE AUTHOR:T: (Abello 2003)B: Abello, Ignacio. 2003. Violencias y culturas. Bogotá: Universidad de los Andes – Alfao-mega Colombiana.

BOOk BY TwO OR THREE AUTHORS:T: (Drennan, H 89, 27)B: Drennan, Robert, Luisa Fernanda Herrera and Carlos Alberto Uribe. 1989. Cacicazgos prehispánicos del Valle de la Plata. El contexto medioambiental de la ocupación humana. Tomo 1. Bogotá: Pittsburg University -Universidad de los Andes.

FOUR OR MORE AUTHORS:T: (Laumann et al. 1994)B: Laumann, Edward, John Gagnon, Robert Michael and Stuart Michaels. 1994. The Social Organization of Sexuality: Sexual Practices in the United States. Chicago: Uni-versity of Chicago Press.

CUATRO O MáS AUTORES:T: (Laumann et al. 1994)B: Laumann, Edward, John Gagnon, Robert Michael y Stuart Michaels. 1994. The Social Organization of Sexuality: Sexual Practices in the United States. Chicago: University of Chicago Press.

BOOk CHAPTER:T: ((Saldarriaga 2004, 32-33)B: Saldarriaga, Lina Maria. 2004. Aprendizaje cooperativo. In Competencias ciudada-nas: de los estándares al aula. Una propuesta integral para todas las áreas académicas, eds. Enrique Chaux, Juanita Lleras and Ana María Velásquez, 102-135. Bogotá: Minis-terio de Educación Nacional-Universidad de los Andes.

ARTíCULO DE REvISTA: T: (Aguilar 2008)B: Aguilar, Sandra. 2008. Alimentado a la nación: género y nutrición en México (1940-1960). Revista de Estudios Sociales 12: 101-108. In the event that the journal has a volume and number, it will be cited in the following manner:Last Name, First Name, Title. Name of the journal volume, No.#: Pages. For example: Guttman, Allen. 2003. Sport, Politics and the Engaged Historian. Journal of Contempo-rary History, 38, No. 3: 363-375.

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The numbering of the tables should be consecutive. It is necessary to indicate within the text the place where each table is located. This instruction is placed between pa-rentheses, in the following manner:

{Insert Table 1 here}

GRAPHS:A moderate use of graphs is also recommended. The information presented in the ta-bles and in the graphs should not be the same. The graphs should be clear and legible. Graphs in colors are not acceptable. These should be presented on a separate page at the end of the text and they should have the following heading:

Graph 1. TITLE OF GRAPH

The numbering of the graph should be consecutive. It is necessary to indicate within the text the place where each graph is located. This instruction is placed between parentheses, in the following manner:

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IT IS REQUIRED THAT THE ARTICLES SENT COMPLY wITH THE ESTABLISHED PARAMETERS FOR THE jOURNAL FOR THEIR SUBMISSION

Directions for authors whose articles are accepted for publication in the “Revista de Estudios Sociales”:

- Each author will receive 2 courtesy copies of the Revista de Estudios Sociales.- The authors and/or holders of the accepted articles authorize the use of author’s

rights (reproduction, public communication, transformation and distribution) to the Universidad de los Andes/Social Sciences faculty, for the inclusion of their writing or article in the Revista de Estudios Sociales (print version and electronic version).

DOCUMENTS DOwNLOADED FROM THE INTERNET:T: (Londoño 2005, 70)B: Londoño, Luz María. 2005. La corporalidad de las guerreras: una mirada sobre las mujeres combatientes desde el cuerpo y el lenguaje. Revista de Estudios Sociales 21: 67-74, http://res.uniandes.edu.co (Downloaded August 31, 2005).

PRESS ARTICLE:T: (Martin 2002)B: Martin, Steve. 2002. Sports-interview Shocker. New Yorker, May 6.T: (Arango 2008)B: Arango, Rodolfo. 2008. Oposición inmadura. El Espectador, 6 de agosto.

BOOk REvIEw:T: (Duque 2008)B: Duque, Juliana. 2008. Reseña del libro Alimentación, género y pobreza en los Andes ecuatorianos, de Mary Weismantel. Revista de Estudios Sociales 29: 177-178.

THESIS OR DISSERTATION:T: (Amundin 1991, 22-29)B: Amundin, Mats. 1991. Click Repetition Rate Patterns in Communicative Sounds from the Harbour Porpoise, Phocoena phocoena. Doctoral dissertation, University of Stockholm.

PRESENTATIONS:T: (Doyle 2002)B: Doyle, Brian. 2002. Howling Like Dogs: Metaphorical Language in Psalm 59. Paper presented at the Annual International Meeting for the Society of Biblical Literature, Junio19-22, in Berlin, Germany.

- Articles which include source files should present the references in numbered foot-notes, in such a way that will facilitate the reader’s identification and access to the documents in the corresponding file. It is necessary to indicate: Abbreviation of the file, Section, Source, vol./leg.’t., f. off. (place, date and other relevant information). The first time the complete name of the file is cited with abbreviation between parentheses and subsequently just the abbreviation. At the end of the text, all the primary references should be gathered in a list separate from the bibliography.

REvIEwS SHOULD MEET THE FOLLOwING REQUIREMENTS:- Be written in Word format, in Times New Roman 12, paginated and in let-

ter-size paper. - Have margins of 2.5 X 2.5 X 2.5 X 2.5 cm.- Have a length of between 2 and 6 pages (single-spaced).- Include complete information about the reviewed text (author, title, date, city, pu-

blisher and total pages).

NOTE: IN NO CASE SHOULD IBID, IBIDEM OR OP. CIT. BE USED.

- Present tables and graphics with the following directions in mind:

TABLES:It is recommended not to use a large number of tables. Each table should be presented on a separate page at the end of the text and it should have the following heading:

Table 1. TITLE OF TABLE Traducido por Translate It

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Revistade Estudios Sociales36Bogotá - Colombia agosto 2010Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

http://res.uniandes.edu.co ISSN 0123-885X

Presentación • Ángela María Estrada–Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. • Karen Ripoll–Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. • Diana Rodríguez–Universidad Externado de Colombia. DossierTrauma, duelo, reparación y memoria • Elizabeth Lira– Universidad Alberto Hurtado, Santiago, Chile.

Atención y reparación psicosocial en contextos de violencia sociopolítica: una mirada reflexiva• Liz Arévalo–Corporación Vínculos, Colombia.

Reflexiones y aproximaciones al trabajo psicosocial con víctimas individuales y colectivas en el marco del proceso de reparación• Olga Rebolledo–Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, Colombia. • Lina Rondón–Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, Colombia.

Perspectiva generativa en la gestión de conflictos sociales• Dora Fried Schnitman–Fundación Interfas, Argentina.

Reconstrucción de memoria en historias de vida. Efectos políticos y terapéuticos• Nelson Molina–Universidad Pontificia Bolivariana, Bucaramanga, Colombia.

Relatos autobiográficos de víctimas del conflicto armado: una propuesta teórico-metodológica• Patricia Nieto–Universidad de Antioquia, Colombia.

Lo que hemos aprendido sobre la atención a mujeres víctimas de violencia sexual en el conflicto armado colombiano• Ivonne Wilches–Consultora independiente, Colombia.

Hombres en situación de desplazamiento: transformaciones de la masculinidad• Claudia Tovar–Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia. • Carol Pavajeau–Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.

Intervención psicosocial con fines de reparación con víctimas y sus familias afectadas por el conflicto armado interno en Colombia: equipos psicosociales en contextos jurídicos• Ángela María Estrada–Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. • Karen Ripoll–Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. • Diana Rodríguez–Universidad Externado de Colombia.

Otras VocesDel dolor a la propuesta. Voces del Panel de Víctimas• Grupo de Psicología Social Crítica–Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia.

DocumentosPrincipios éticos para la atención psicosocial

DebateImpacto de la dinámica política colombiana en los procesos de reparación a las víctimas de la violencia política• Ángela María Estrada–Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia.

Descifrar nuestra hostilidad política: historias, categorías e intenciones• Íngrid J. Bolívar–Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia.

LecturasPara librarnos del “bien” y entender el mal: un rompecabezas cultural de la guerra en Colombia. Reseña del libro Líbranos del bien de Alonso Sánchez Baute• Eudes Toncel–Instituto de Altos Estudios Sociales, Argentina.• Silvia Monroy–Universidade de Brasília, Brasil.

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Atención psicosocial del sufrimiento en el conflicto armado: lecciones aprendidas

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Índice periódico

Revistade Estudios Sociales37Bogotá - Colombia diciembre 2010Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

http://res.uniandes.edu.co ISSN 0123-885X

Fragilidad y fallas estatales: una perspectiva comparada

Presentación Fragilidad estatal: ¿cómo conceptualizarla? • Francisco Gutiérrez – IEPRI, Universidad Nacional de Colombia.

Dossier Partido fuerte, ¿Estado débil?: Frelimo y la supervivencia estatal a través de la guerra civil en Mozambique • Jason Sumich – South African Research Chair Initiative (SARChI), University of Fort Hare, Sudáfrica.

Los grupos étnicos y la movilización política en Afganistán • Antonio Giustozzi – Crisis States Research Centre/DESTIN, London School of Economics, Inglaterra.

Conceptualización de las causas y consecuencias de los Estados fallidos: una reseña crítica de la literatura • Jonathan Di John – Universidad de Londres, Inglaterra.

¿Estados fallidos o conceptos fallidos? La clasificación de las fallas estatales y sus problemas • Francisco Gutiérrez – IEPRI, Universidad Nacional de Colombia.

Otras VocesCorrupción y desigualdad en la Unión Europea • Luis Antonio Trejo – Universidad de Barcelona, España.

Reconceptualización sobre competencias informacionales. Una experiencia en la Educación Superior • Jorge Winston Barbosa – Universidad Industrial de Santander, Colombia; • Juan Carlos Barbosa – Universidad Industrial de Santander, Colombia; • Gloria Patricia Marciales – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia; • Harold Andrés Castañeda – Pontificia Universidad Javeriana, Colombia.

Robert K. Merton (1910-2003). La ciencia como institución • Luis Antonio Orozco – Universidad de los Andes, Colombia; • Diego Andrés Chavarro – University of Sussex, Inglaterra.

Alejo Carpentier ante lo indígena: ¿antropólogo, escritor o nativo? • Juan Carlos Orrego – Universidad de Antioquia, Colombia.

Documentos20 años de la caída del Muro de Berlín • Ralf J. Leiteritz – Universidad de los Andes, Colombia.

DebatePensando la fragilidad estatal en Colombia • Fernán González – ODECOFI, Colombia; • Angelika Rettberg – Universidad de los Andes, Colombia.

LecturasFalquet, Jules. 2008. De gré ou de force, les femmes dans la mondialisation. • Olga L. González – Urmis, Universidad París VII, Francia.

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