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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXIV, No. 68. Lima-Hanover, 2º Semestre de 2008, pp. 97-119 RECONSIDERACIONES SOBRE EL ASALTO DE MANUEL GONZÁLEZ PRADA A LA BIBLIOTECA NACIONAL DE LIMA Mónica Albizúrez Gil Universidad Rafael Landívar Jorge Basadre cuenta cómo, luego de la toma de posesión de Manuel González Prada (1844-1918) como Director de la Biblioteca Nacional de Lima en 1912, apareció en la revista Variedades dirigida por Clemente Palma– una caricatura “que representaba a un perro callejero ante un ejemplar de Pájinas libres 1 , encadenado a la puerta de la Biblioteca Nacional. La leyenda ponía en la boca del pe- rro estas palabras: ‘Más libre soy yo, y eso que soy perro’.” (4401) Esta caricatura es una de las tantas estrategias discursivas desple- gadas en la conocida polémica entre Manuel González Prada y Ri- cardo Palma, luego de la renuncia obligada de éste como Director de la Biblioteca Nacional y la subsiguiente aceptación del cargo por parte de Manuel González Prada 2 . Lo que llama la atención de la ca- ricatura y que, de alguna forma orienta el presente trabajo, es el en- foque de ese episodio histórico, ya no como una confrontación entre dos intelectuales que estaban saldando cuentas de una vieja ene- mistad, nacida a raíz de las descalificaciones de González Prada a las Tradiciones peruanas de Palma en el Discurso pronunciado en el Teatro de Politeama el 30 de octubre de 1888 3 . Más bien, la cuestión de la Biblioteca de Lima puede leerse como la eclosión de un debate sobre los supuestos y postulados que debían legitimar el discurso letrado en el régimen de verdad del Perú de principios del siglo XX 4 . Por lo tanto, la composición caricaturesca no enfrenta dos subje- tividades, sino pone bajo sospecha el discurso de González Prada por fundarse en una libertad comprometida con el poder político –la cadena que sujeta al libro– y por la ausencia de una adhesión identi- taria al sector letrado limeño –estatuto inferior al perro callejero. No se trataba tanto de denunciar lo que era más que obvio: la contra- dicción de un confesado anarquista que aceptaba un empleo públi- co del Estado y que, además, había desoído el llamado de la comu-

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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXIV, No. 68. Lima-Hanover, 2º Semestre de 2008, pp. 97-119

RECONSIDERACIONES SOBRE EL ASALTO DE MANUEL GONZÁLEZ PRADA A

LA BIBLIOTECA NACIONAL DE LIMA

Mónica Albizúrez Gil Universidad Rafael Landívar

Jorge Basadre cuenta cómo, luego de la toma de posesión de Manuel González Prada (1844-1918) como Director de la Biblioteca Nacional de Lima en 1912, apareció en la revista Variedades –dirigida por Clemente Palma– una caricatura “que representaba a un perro callejero ante un ejemplar de Pájinas libres1, encadenado a la puerta de la Biblioteca Nacional. La leyenda ponía en la boca del pe-rro estas palabras: ‘Más libre soy yo, y eso que soy perro’.” (4401) Esta caricatura es una de las tantas estrategias discursivas desple-gadas en la conocida polémica entre Manuel González Prada y Ri-cardo Palma, luego de la renuncia obligada de éste como Director de la Biblioteca Nacional y la subsiguiente aceptación del cargo por parte de Manuel González Prada2. Lo que llama la atención de la ca-ricatura y que, de alguna forma orienta el presente trabajo, es el en-foque de ese episodio histórico, ya no como una confrontación entre dos intelectuales que estaban saldando cuentas de una vieja ene-mistad, nacida a raíz de las descalificaciones de González Prada a las Tradiciones peruanas de Palma en el Discurso pronunciado en el Teatro de Politeama el 30 de octubre de 18883. Más bien, la cuestión de la Biblioteca de Lima puede leerse como la eclosión de un debate sobre los supuestos y postulados que debían legitimar el discurso letrado en el régimen de verdad del Perú de principios del siglo XX4.

Por lo tanto, la composición caricaturesca no enfrenta dos subje-tividades, sino pone bajo sospecha el discurso de González Prada por fundarse en una libertad comprometida con el poder político –la cadena que sujeta al libro– y por la ausencia de una adhesión identi-taria al sector letrado limeño –estatuto inferior al perro callejero. No se trataba tanto de denunciar lo que era más que obvio: la contra-dicción de un confesado anarquista que aceptaba un empleo públi-co del Estado y que, además, había desoído el llamado de la comu-

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nidad letrada limeña a resistir cualquier propuesta de nombramien-to5. Esta caricatura sintetizaba, sobretodo, la cronología histórica de una relación por demás inestable y conflictiva de González Prada con el sector letrado limeño. Quizás la pregunta psicologista de Ven-tura García Calderón describe con bastante precisión la desconfian-za que González Prada suscitaba entre los miembros del campo in-telectual limeño: “Sólo por una de esas transformaciones internas –historia cotidiana para el psicólogo– me explico la paradoja del mi-sántropo cambiado en demagogo, del aristócrata rodeado –¿por despecho?– de una turba obscura y subalterna.” (391) La paradoja de González Prada era, pues, la proveniencia de una clase social pri-vilegiada que le había permitido sustraerse de las concesiones y ne-gociaciones que el mercado imponía al gremio de escritores y, des-de esa confortable comodidad, haberse afiliado intelectualmente a sectores obreros y anarquistas. ¿Cómo compartir, entonces, una identidad profesional con alguien que, por primera vez en la vida, a los sesenta y ocho años, ejercía un trabajo asalariado y, que en lugar de participar en la institucionalidad letrada de la época –veladas lite-rarias, escritura de prólogos, intercambio de crítica literaria–, se de-dicaba a atacar radicalmente la sociabilidad burguesa de la época? Indudablemente, la resistencia de González Prada a vincularse a las redes intelectuales limeñas influye en que busque un lugar especta-cular desde donde exponer aquel discurso, y la toma de posesión de la biblioteca como Director, representaba una coyuntura favorable para ello.

Por lo tanto, en la emblemática polémica de la Biblioteca Nacio-nal, González Prada, buscaba validar un modelo de intelectual de-ntro de la metáfora del buen gobierno bibliotecario. El presente tra-bajo intenta, entonces, leer aquella metáfora en el informe que re-dacta González Prada sobre el estado de cosas de la Biblioteca bajo la administración de Ricardo Palma, la llamada Nota informativa (acerca de la Biblioteca Nacional)6. Y se refuerza esa lectura con los textos que se publicaron para refutar las imputaciones de González Prada, especialmente Apuntes para la historia de la Biblioteca de Li-ma7, que contiene un relato de Ricardo Palma sobre el proceso his-tórico de su administración, piezas de documentos burocráticos y un escrito de defensa de Clemente Palma.

Así, siguiendo la propuesta de Foucault, la palabra gobierno su-peraría en ese trabajo el sentido restrictivo de las estructura políticas de dirección del Estado y designaría “la forma en que la conducta de los individuos o de los grupos deberá ser dirigida…” (16). La Nota informativa, al desglosar los supuestos errores de la administración de Ricardo Palma como anterior Director, va estructurando una serie

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de normas y límites que debían presidir la conducta de los escritores en la institucionalidad política y cultural de la modernidad peruana. La Biblioteca adquiere, pues, dimensiones simbólicas que superan el propio establecimiento, para significar el espacio en donde se archi-vaban, regulaban y administraban los distintos saberes universales y locales, así como donde se negociaba la incorporación de otras for-maciones discursivas en el campo intelectual. Desde la carátula del libro hasta la fachada del edificio, la materialidad bibliotecaria articu-laba una lección pedagógica a los distintos sectores sociales lime-ños. Algunas preguntas que debían ser respondidas por dicha peda-gogía, serían por ejemplo, ¿qué teorías, ideologías y/o prácticas inte-lectuales aportaban paradigmas de conocimiento eficaces para construir una sociabilidad moderna en la Lima de 1900? ¿Qué gru-pos y, en su caso, en qué condiciones podían participar de la defini-ción y representación de un patrimonio público? o ¿Cómo debería operar una memoria nacional desde la institucionalidad del estado?

González Stephan afirma que, en el cambio de siglo XIX al XX, a pesar de la proliferación de distintos saberes visuales, el libro seguía ejerciendo en América Latina un poder regulador de todos los dis-cursos: “a través del libro, hablaba la ley del padre, el estado.” (32) Consecuentemente, la Biblioteca, no obstante su marginalidad insti-tucional en el quehacer gubernamental, conservaba una centralidad simbólica, al operar como el lugar sagrado del libro, o lo que es lo mismo, el lugar desde donde hablaba la ley rectora del padre a los hijos-ciudadanos. El Director de la Biblioteca era, pues, el interme-diario en la custodia y aplicación de esa ley. De ahí, la importancia de que cumpliera ciertos requerimientos científicos, sociales y éti-cos. De alguna forma, la justificación que San Martín enunciaría al fundar la Biblioteca seguía vigente al entrar el siglo XX: “disípanse las preocupaciones que cual una densa atmósfera impiden a la luz penetrar” (1). El saber enunciado por el Estado –su letra– seguía siendo la esperanza letrada de una contención a la incertidumbre social.

Así, la Nota informativa de González Prada presenta tres ejes que denuncian la ineficacia del gobierno de Ricardo Palma: el des-conocimiento de los límites de la función pública; la falta de raciona-lización y creatividad en el uso de los recursos; y finalmente, el ape-go a una sentimentalidad cursi y a un gusto barato que suponían un obstáculo a la inserción en una modernidad global. La imputación de un desconocimiento del campo profesional bibliotecario constituye el punto de partida para erosionar las bases de la administración de Palma. Si bien González Prada menciona tangencialmente una fuen-te bibliográfica que respaldara sus apreciaciones8 –finalmente escri-

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bía un documento burocrático–, sí refiere la existencia de un campo de saber autónomo sobre la conservación de libros y documentos. Afirma que no faltarían personas en Lima capaces de haber orienta-do sobre los métodos “muy sabidos” de catalogación o que hubie-ran aconsejado sobre la encuadernación propia de climas tropicales. Cabe mencionar que el primer artículo acerca del método decimal de clasificación había sido publicado recientemente (1910) por Federico Villarreal en Revista de las ciencias. Allí se había incluido tablas ge-nerales de clasificación hasta con cuatro dígitos y modelos sobre el empleo del sistema. Por otra parte, el propio González Prada llevaba a cabo experimentos químicos para proteger su biblioteca particular de la polilla9. En tal sentido, González Prada, acude a ese cúmulo de conocimientos que reconoce como asequibles y públicos para apli-carlos a lo observado en la Biblioteca. Tal operación es vista por Clemente Palma de una transparencia y ortodoxia extrema. Sostiene que la cultura bibliográfica de González Prada resultaba a todas lu-ces “prestada”, esto es, transcrita de determinadas fuentes sin un componente de autorreflexión en atención al contexto particular y a la historia de la Biblioteca Nacional.

Al respecto, me parece ilustrativa de la naciente ciencia de las bibliotecas en América Latina el estudio monumental realizado en 1877, por Vicente G. Quesada, Director de la Biblioteca de Buenos Aires, y titulado Las bibliotecas europeas y algunas de la América La-tina. Basándose en la investigación realizada en las principales bi-bliotecas europeas y algunas latinoamericanas, Quesada hace un mapeo de los principios y de las técnicas que identificaban a la insti-tución bibliotecaria moderna, como lo sería la necesidad de la espe-cialización del director y demás empleados: “la división del trabajo es la base de estas administraciones…cada cual se mueve en círcu-los y esferas diferentes.” (11) Esa especialidad permitiría, no sólo responder a la diversificación del conocimiento y a una nueva etapa de reproducibilidad técnica, sino también enfrentar con mayor certe-za el surgimiento de otras subjetividades implicadas en la manipula-ción, transacción y valoración de los libros, tal es el caso de libreros, comerciantes y coleccionistas. Desde zonas periféricas, resultaba indispensable esta división del trabajo para ejercer un control audaz sobre los fondos bibliotecarios de valor, y evitar así prácticas depre-dadoras. La especialización institucional favorecería, además, una mejor intervención en el proceso de adquisición de libros, de tal ma-nera que el patrimonio de la Biblioteca creciera en representatividad y calidad según los cánones comerciales y académicos de la época. El funcionamiento artesanal y la prevalencia de una dirección centra-

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lizada de tintes enciclopédicos no constituían, pues, signos de una modernidad bibliotecaria.

Quesada señala cómo calidades imprescindibles del perfil mo-derno del Director de Biblioteca: conocer lenguas modernas y anti-guas, auxiliarse de especialistas, dejar “la memoria local de los anti-guos” (20), no tener otras ocupaciones y “apreciar el mérito de las ediciones especialmente las raras” (19). Precisamente, González Prada defiende en la polémica las calidades antes enumeradas, to-mando el comportamiento de Ricardo Palma como el modelo en co-ntra del cual había que construir la modernización de la Biblioteca Nacional. En tal sentido, el primer “defecto” que González Prada atri-buye a Ricardo Palma son las anotaciones y los sellos personales que utilizaba para marcar algunos de los fondos bibliotecarios. Di-chas anotaciones involucraban comentarios jocosos sobre el conte-nido o el valor literario de los documentos, así como mencionaban hechos relacionados con el proceso de adquisición del libro en cuestión, una especie de historización del artefacto cultural colec-cionado. Tal era el caso de la apreciación coloquial-gastronómica, “este manuscrito es un puchero muy sabroso” (Nota informativa 11) o la consagración de la propia donación a la institución bibliotecaria: “Obsequio a mi hija querida la Biblioteca de Lima este precioso vo-lumen” (Nota informativa 11). Esta leyenda, especialmente, incomoda a González Prada, quien la tilda de un “almibarado amor paternal” (Nota informativa 11). La apropiación de la relación amada hija-padre dadivoso respecto de la administración de la Biblioteca, no era nue-va en el discurso de Ricardo Palma10. La Biblioteca se erigía en el discurso de Palma como un cuerpo animado en donde se inscribía un destino personal a base de la pasión histórica de fundar y prote-ger. Habría que considerar al respecto, el papel que Palma había ju-gado en la reestructuración de los fondos de la Biblioteca luego de la Guerra del Pacífico. Cuando toma posesión como Director de la Bi-blioteca el 28 de julio de 1884, Palma rinde un informe al Ministro de Justicia, en el cual indica que: “Biblioteca no existe; pues de los cin-cuenta seis mil volúmenes que ella contuvo solo he encontrado se-tecientos treinta y ocho” (citado en Tanner 84). Este expolio cultural es contrarrestado por Palma mediante la asunción de la identidad del colector de libros, que de alguna manera, va eclipsando pronto la identidad del funcionario público. Es decir, desde el inicio de su ges-tión y especialmente durante los doce primeros años como Director, Palma pone en marcha una red de comunicaciones con amigos y contactos personales, ligados al mundo cultural, para conseguir li-bros, estableciendo con éstos una relación de propiedad personal, a partir del afecto y la memoria.

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Walter Benjamin sostiene que la relación entre colector y libro es quizás la más íntima experiencia de propiedad, porque en la propia materialidad del libro se incrusta una memoria, de la cual el colector pasa a formar parte por el acto de la adquisición. El colector se re-conoce en un destino que yace y se construye en el libro adquirido y coleccionado: “Toda pasión limita en lo caótico, pero la pasión del coleccionista raya en el caos de los recuerdos... Para un auténtico coleccionista el historial de cada artículo incorpora una enciclopedia mágica cuya esencia es precisamente el destino de ese objeto co-leccionado” (Benjamin 388). Así, Palma, como típico colector, invier-te tiempo en historizar el origen y proceso de la adquisición de los libros, tal y como aparecen en las anotaciones citadas por González Prada o como lo testifica Rubén Darío respecto de uno de los libros consultados en la Biblioteca: “estaba escrito con letra de Palma que el libro había sido comprado en dos reales a un soldado de Chile.” (22-23)11. La cercanía emocional que genera este proceso atribulado de la colección remite, entonces, no sólo a la autofiguración de pa-dre, sino también a una pulsión por intervenir en los documentos y libros de la Biblioteca, que para Palma consistían en un presente vi-vo, en un materia de una mediación letrada, a través de la glosa y de la ironía. Palma se define como “...un pintor que restaura y da colori-do a cuadros del Pasado” (Epistolario 76).

Tal restauración tenía que ver, en gran medida, con la dinámica de los proyectos criollos de independencias nacionales en el conti-nente americano. Es decir, tales proyectos no habían representado una ruptura comunicativa con las jerarquías sociales de la Colonia, y como parte de ello, tampoco habían existido políticas públicas rup-turistas o reacciones populares iconoclastas que buscaran acabar con el patrimonio cultural existente y refundar uno nuevo. André Chastel ha señalado cómo la noción de patrimonio, en la moderni-dad francesa, nació precisamente de los desastres y las destruccio-nes de la Revolución. De ellos, se generó correlativamente, una polí-tica pública de preservación12. La actitud de Ricardo Palma como Bibliotecario es la expresión de una posible ausencia del sentido de “preservación pública”, y en su lugar, la existencia de cierta ansie-dad por compensar la falta de procesos sociales que hubiesen visi-bilizado la distinción entre orden antiguo y modernidad, como pre-supuesto para fundar un patrimonio cultural sobre el concepto de valor histórico. Por lo tanto, para Ricardo Palma, sus marcas escritu-rales completaban el contenido simbólico de los libros y demás do-cumentación de la Biblioteca. Destruyendo la integración original y coherente de cada libro y/o documento, Palma lo reconvertía en ar-tefacto cultural con autoridad plena frente a un pasado, ya por fin

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codificado como único y acabado. El desastre bibliófilo que suponía la nota o el sello personal, a la luz de la bibliotecología moderna, funcionaba en Palma como un proceso de mediación letrada nacio-nal que resignificara los saberes de los libros y documentos en los procesos de lectura insertos en la institucionalidad oficial, como lo era la Biblioteca.

Es sabido cómo uno de los aciertos de Palma en las Tradiciones peruanas es encarar la historia desde la experiencia de lo accidental y específico frente a la historiografía oficial decimonónica, apegada a grandes y heroicos relatos13. Así, los sellos y anotaciones implicarían llevar a los límites máximos las posibilidades de incidir en la Historia Cultural Oficial leída en la institucionalidad de la Biblioteca, desde la labor escrituraria accidental, particular e irreverente con la ley. Esta labor, fuera del marco legal, aparecía amparada en la figura “padre” y en la narrativa del amor desinteresado, la cual vendría a sustituir la endeble función estatal replegada en intereses coyunturales y ajenos a la instrucción letrada de la ciudadanía. Es decir, a principios del siglo XX, según se desprende del comportamiento de Palma, la en-señanza del ciudadano requería la protección paternal y, también, paternalista del letrado. Por ello, cuando Clemente Palma defiende el derecho de su padre respecto de haber anotado y sellado los libros pertenecientes a la Biblioteca, acude una vez más a dicha figura y sentencia:

Sí, mi padre ha amado a la Biblioteca como cosa suya, como un bien per-sonal, como una hija, como no la querrá jamás el señor González Pra-da…El alma de mi padre esta allí, en los salones aunque el señor González Prada borre sellos, aunque rechine los dientes de furor morboso y palidez-ca de impotencia, aunque realice todas las transformaciones que le sugie-re la rabia, siempre será el señor González Prada un huésped en la Biblio-teca,… (Apuntes 29).

Los sellos indelebles del escritor se sobreponían, pues, a las marcas de la historia. Desde la perspectiva de Clemente Palma, la figura del padre eterno resistía a las transformaciones sociales que los escritores enfrentaban en ese momento, como podían ser los procesos de profesionalización y democratización. El padre letrado, que proveía autoridad y cohesión social, debía permanecer tutelando el cambio de las instituciones sociales. Había un orden antiguo irreemplazable –y saludable– en la modernidad nacional. Por el con-trario, en esa cita, González Prada asumía la identidad del “hués-ped”: el advenedizo que se encuentra sujeto a la dinámica del des-plazamiento. Apegado al discurso de la ciencia de la bibliotecología y a los protocolos modernos del mercado de libros, González Prada

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sucumbiría finalmente a la lógica de la sustitución y del borramiento por lo nuevo, que imponía el capital.

Habría que puntualizar que, en varios de los artículos publicados por González Prada, una temática constante había sido el rechazo visceral a dos esquemas sociales: el paternalismo de la elite propie-taria peruana ante la masa indígena y obrera, y el “pater familias” li-meño que dominaba autoritariamente el ámbito doméstico14. Julio Ramos apunta cómo la familia, metáfora clave en José Martí, plantea el problema de la naturalización, de un a-historicidad que dificulta la crítica de categorías sociales. Quizás González Prada sea de los po-cos intelectuales latinoamericanos que, en el umbral del siglo XX, encara una revisión crítica de las instituciones sociales sin ataduras simbólicas a un modelo familiar tradicional que era tan deseado co-mo inexistente. Ese modelo, desde la perspectiva de González Pra-da, atravesaba una crisis y no podía proveer ya claves legítimas de representación. Puede deducirse, entonces, que la figura del padre invocada por los Palma reproducía de alguna manera aquellos es-quemas repudiados por González Prada. Como el paternalismo de la sierra que justificaba la sujeción del indio o como la incapacidad de la mujer y los hijos aducida por el padre para decidir por ellos, así los libros de la biblioteca habían sido usurpados desde el sentimenta-lismo vinculante de un funcionario que, veía en la posesión inmoral, una parte inseparable de su identidad letrada. Las anotaciones y los sellos eran, sin duda alguna para González Prada, la locación de una violencia letrada que desconocía los límites de la legalidad, de la responsabilidad hacia los otros –los lectores ciudadanos– y que alte-raba a su antojo un patrimonio que no le pertenecía.

Frente a la retórica sentimental de los Palma, González Prada sentencia: “un establecimiento público no es un bien personal ni una vinculación.” (Nota informativa 7) De tal manera, seguir el discurso del “padre bibliotecario” o del “bibliotecario mendigo”15 –como Pal-ma se autodenominaba–, implicaba para González Prada caer en las trampas de la indulgencia afectiva y del victimismo, que perpetuaban el derecho al abuso y a la arbitrariedad desde el poder de la letra. De acuerdo con el discurso de González Prada, el campo de los senti-mientos viciaba, muchas veces, el funcionamiento ciudadano de la justicia16. Así, en la pieza oratoria "El intelectual y el obrero” leído el 1 de mayo de 1904 en la Federación de Obreros Panaderos, González Prada definía la justicia como el acto de “dar a cada hombre lo que legítimamente le corresponde” (232) y articulaba a esta definición uno de los conceptos claves de su pensamiento, el de la propiedad privada: “la posesión de una cosa no se funda en la justicia, sino en la fuerza; el poseedor, no discute, hiere; el corazón del propietario

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encierra dos cualidades de hierro: fuerza y frialdad.” (233) El proceso de apropiación no se podía entender ni revertir desde el sentimiento, porque el capital era simplemente y por naturaleza antisentimental, “fuerte y frío” en palabras de González Prada. La apelación a emo-ciones, como la conmiseración o la lástima hacia los sujetos subal-ternos, servían en el discurso de la plaza pública para seguir legiti-mando el privilegio de aquella elite. Esta perspectiva se hace eviden-te en publicaciones limeñas de orientación socialista y anarquista, como Los Parias o La Protesta, que dedican cuentos, anécdotas y artículos de opinión para desacreditar el discurso de los sentimien-tos y la caridad como enfoque de los problemas nacionales, pues desviaban la atención del ejercicio de derechos hacia la escenografía de la dádiva y del favor17.

Y es que frente a la acusación de las anotaciones y los sellos, Ri-cardo Palma omite pronunciarse, mientras Clemente Palma sostiene que muchos de los libros de la biblioteca provenían tanto de la bi-blioteca privada de su padre como de él mismo. Agrega que gran cantidad de libros habían sido obsequiados en atención a la identi-dad de Ricardo Palma y que otros habían sido comprados a libreros con fondos provenientes de las regalías de las Tradiciones peruanas. Estas contribuciones se explicaban por la ausencia de un apoyo gu-bernamental. Tanto hijo como padre colocan, pues, en un primer plano “el generoso afán” (Apuntes 28) y “los fatigosos esfuerzos” (Apuntes 12), que compensaban la falta de aquel soporte y que justi-ficaban comportamientos adoptados más allá de los usos y las leyes de la administración pública. Es decir, cuando el Estado desconocía su función de proteger y promover una institucionalidad cultural, pa-ra el letrado-administrador no quedaba otra opción que la propia ini-ciativa, la cual venía a definir supletoriamente las reglas de funcio-namiento de aquella institucionalidad. El peso de tal responsabilidad, la de formar y regular desde el esfuerzo individual un campo cultural específico, incidía en la consideración de la Biblioteca Nacional por parte de los Palma como un bien personal y una vinculación afectiva.

La posición de González Prada, por el contrario, se asentaba sobre el imperativo de erradicar de la cultura letrada la lógica del fa-vor y la benevolencia del privilegio, tal y como funcionaban en la maquinaria social limeña. La universalización de la ley debía erradi-car el arbitrio personal regido por la contingencia y la excepcionali-dad. Ningún esfuerzo heroico de un letrado, como el de Palma frente a la desidia estatal, podía justificar ese campo indeterminado entre favor y derecho, dádiva y obligación18. Desde la perspectiva de Gon-zález Prada, cabría plantear, si los libros anotados y sellados perte-necían originalmente a Palma, ¿por qué no institucionalizar mediante

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la figura jurídica de la donación aquel legado y no recurrir a la estra-tegia oblicua de autofigurarse como el intelectual magnánimo des-provisto de cualquier interés o agenda personal? Así, González Pra-da se pregunta sobre el resultado final de una hipotética cadena de expolios, en el supuesto que cada Director asumiera ese patrón de conducta basado en la excepción respecto de las reglas del manejo bibliotecario:

Con el transcurso de los años ¿Qué se volverá la Biblioteca Nacional, si cada director se arrogara el derecho de multiplicar sellos personales y anotaciones caprichosas? … no se perdona corregir ni tarjar manuscritos, como pasa con los ‘Anales del Cuzco de 1600 hasta 1750´ y con ‘Antigüe-dades de esta Santa Iglesia Metropolitana de los Remedios’ por el Doctor don José Manuel Bermúdez; (Nota informativa 15 y 16).

González Prada problematiza, junto al régimen del favor, la falta de competencia de Palma respecto de leer los signos de un tiempo radicalmente modificado por la reproducibilidad técnica del arte. Palma no había integrado a sus prácticas bibliotecarias la invención moderna de la autenticidad. Con sus sellos, anotaciones y tajaduras, Palma robaba torpemente el valor de los incunables en el comercio bibliófilo, restando prestigio a la Biblioteca. ¿O cómo consolidar una presencia en la red de bibliotecas americanas e internacionales con los Anales del Cuzco tajados y corregidos a mano del Director de la Biblioteca? Aquella fama de la institución bibliotecaria aparecía de-gradada también por el mal gusto que, según González Prada, pre-sidía el ámbito y la atmósfera de la Biblioteca. Epítetos como “abiga-rrado”, “grosero”, “burdo” y de “mal gusto” van definiendo la dispo-sición mobiliaria y arquitectónica que la administración de Ricardo Palma había impuesto al edificio. La mirada de González Prada tro-pieza con una estética ecléctica, afectada y festiva, que caracteriza-ba muchas de las estrategias escriturales modernistas19. Así, por ejemplo, su ojo inquisidor se sobresalta con un sello que presenta una frondosa palmera con la leyenda “Ricardo Palma” en el tronco y “Perseverancia” en las raíces, o con aquel formado por un ángel de apéndices femeninos sosteniendo un folio en donde se lee “Civiliza-ción”. Para el gusto estético de González Prada apegado a una ver-sión naturalista y orgánica del arte, tales diseños refractaban una sensación de lo inadecuado, es decir, interrumpían la experiencia estética que representaba cada libro, la linealidad del estilo artístico: “Todo bibliófilo sentirá indignación y pena al ver un sellito lila y pas-toso en la hermosa portada del Leonis XIII Pont Max Carmina” (Nota informativa 11). Se trataba de la pena del quiebre caprichoso de una pureza histórica y artística, que ponía en entredicho lo que había si-do la gran acusación en contra de las Tradiciones: la incapacidad del

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dueño de los sellos para construir, en forma articulada y solemne, una versión de verdad respecto del pasado.

Sabiendo la incapacidad de González Prada para librarse de un modelo intelectual serio que restringía la relativización graciosa, Clemente Palma le propone que adopte en lugar de la palmera, un sello que represente “una planta de cicuta ó una víbora mordiendo el talón” (Apuntes 30). Y es que si mucho del carácter raro y festivo de la escritura finisecular podía leerse como un gesto de insatisfacción de la vida burguesa, digamos que, en el contexto limeño y latinoa-mericano de principios del siglo XX ese “sellito lila y pastoso” o la propuesta de un sello con “una planta de cicuta” conjuraban de la inercia y la mediocridad de una institucionalidad cultural nacional exigua. La tentación de la amargura indudablemente estaba presen-te en ese recinto bibliotecario, en donde el espíritu inquieto de Palma se topaba cotidianamente con la desidia y el oportunismo de las au-toridades culturales de turno. La soledad del intelectual encuentra en esas tretas de resistencia una forma de distanciarse del destino lú-gubre de un Director de Biblioteca subalterna.

En el recorrido visual de González Prada figuran también, “cha-rros coloretes de fachada y columnas (donde el naranja, el blanco y el negro se abigarran con el verde azul, el verde claro y el verde os-curo)” (Nota informativa 21). La palabra charro entra en el Diccionario de La Lengua Española de 1914 como el adjetivo que se aplica “a algunas cosas demasiadamente cargadas y de mal gusto” (315). Ya en el artículo “Nuestras Glorificaciones”, González Prada había mos-trado un rechazo a una estética urbana limeña recargada y efectista, que promocionaba edificios “estrambóticamente pintarrajados” (323). Para González Prada, la renovación urbana de Lima a finales del siglo XIX –el llamado ciclo de la República Aristocrática–, resulta-ba en un espectáculo contradictorio porque se trataba de insertar abruptamente un modelo francés mediatizado por un gusto barroco en una ciudad saturada de casas de vecindad y apiñamientos de fá-bricas, sin reglamentaciones municipales que proporcionaran al ciu-dadano pobre áreas de recreación y esparcimiento. El resultado era lo deforme, “una suntuosidad pordiosera” (Nuestras Glorificaciones 323). González Prada clama entonces por una ciudad sin monumen-tos cívicos melodramáticos, sin grandes bulevares, sin fachadas or-namentadas. En su lugar, debía privar una severidad estilística, ca-lles “desnudas y angostas” (Nuestras Glorificaciones 324), además de beneficios urbanísticos para la gente hacinada en los suburbios.

Esta perspectiva la traslada González Prada a la Biblioteca o, lo que es lo mismo, a la pequeña ciudad de los Palma. Paredes de co-lores fuertes, efigies a escritores nacionales o vidrios conmemorati-

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vos patrióticos dejaban ver aquel gusto por una arquitectura apega-da a la instrucción cívica por medio del efectismo glorificante. Repi-tiendo el mismo esquema urbano analizado, el discurso de González Prada contrasta aquella profusión de símbolos con la falta de útiles escolares, la ausencia de escribanías en las salas de lectura, vidrios rotos y polvo. Ese desequilibro no era más que aquella “suntuosidad pordiosera” que definía la ciudad finisecular limeña. En definitiva, la actitud organizacional y representativa de la Biblioteca se caracteri-zaba por el despliegue de la cultura de la cursilería. González Prada la llama el lugar de “regocijo para los patriotas cursis” (Nota informa-tiva 16). Al respecto, Noël Valis sostiene que la construcción discur-siva “cursilería” en el siglo diecinueve hispánico está relacionada con una identidad social en crisis que, en la expresión de lo inadecuado y de una sentimentalidad barata, resuelve el conflicto entre costum-bre tradicional y el avance de la modernidad:

Cursilería era un signo del cambio de lo tradicional a lo moderno, en el que los restos de una cultura antigua sobreviven manteniendo un sentido nos-tálgico o incluso irónico...lo cursi también contiene una marca internaliza-da de lo inadecuado y una inseguridad en periodos cuando las distincio-nes de clase evolucionan o se destruyen, o cuando los avances en la mo-dernización estimulan transformaciones sociales. (5 y 19)

Digamos que la falta de distinción que González Palma encuentra en la Biblioteca de Ricardo Palma –esa cursilería– funciona también como una perspectiva de clase. Me refiero a que González Prada pareciera ridiculizar al escritor que, enclavado en la rutina de una institución estatal, no era capaz de acceder al buen gusto que se aprendía de la internacionalización de patrones culturales hegemóni-cos a través de los consumos realizados en la experiencia familiar. El propio Ricardo Palma, al defenderse de las acusaciones de Gonzá-lez Prada, se refiere al uso acostumbrado por parte de éste de la pa-labra “ventrales” –perteneciente al vientre– para identificar a los em-pleados públicos. González Prada había publicado un artículo titula-do “Los Ventrales”, en el cual planteaba cómo la oligarquía limeña y una elite de funcionarios afines se degradaba mediante la práctica de un parasitismo social, evidente al público a través de las crónicas periodísticas de la celebración de festividades nimias, como el ága-pe en honor del hijo de un subprefecto que “echa sus primeros dien-tes de leche” (304)20. Lo ventral, pues, tenía que ver con la saturación grosera, con lo bajo material y con un alcance corto para ver la pro-pia escenificación del ridículo.

Si bien no hay rastro que indique en ese artículo una referencia a empleados públicos, lo relevante en la defensa de Palma es señalar el prejuicio de González Prada ante un asalariado del estado, que a

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semejanza de aquella elite cursi y parasitaria, se desenvolvía en los límites de un supuesto provincialismo trillado. La administración ins-titucional bibliotecaria implicaba una serie de elecciones estéticas que requerían, a su vez, audaces competencias culturales, las cuales a criterio de González Prada, no resultan asequibles para un em-pleado público proveniente de las capas medias urbanas. Así, por ejemplo, el informe redactado por González Prada señala la calidad irrisoria de los materiales empleados en la encuadernación de incu-nables y elzevires: “badana mal curtida, género de ínfima calidad, pita sin consistencia, cartón fofo y quebradizo, papel de cometa en-grudo infecto…Se buscó la baratura…” (Nota informativa 6). Ese gusto barato se constataba también en el manejo irracional del es-pacio en los salones de lecturas, en la colocación de estanterías y en la disposición física de libros, produciendo desorden y hacinamiento. Según Pierre Bourdieu, no hay mayor distinción que la de conferir un estatus estético a objetos banales de la vida cotidiana. De acuerdo con González Prada, la falta de distinción de Ricardo Palma en esa esfera cotidiana era también el signo de una sociedad precaria y je-rarquizada que dificultaba el acceso a prácticas culturales que edu-caran el gusto estético del ciudadano urbano. Sin embargo, la pos-tura de González Prada, especialmente su condena exaltada a la vul-garidad de Palma, deja ver paradójicamente un endurecimiento de aquellas jerarquías sociales, pues el lector de la Nota informativa concluye que solamente el artista y el escritor pertenecientes a las elites podían negociar con éxito la realidad local y la distinción o el gusto dictado por las reglas estéticas vigentes en tal momento.

Otro defecto inexcusable, que de alguna forma proviene también de la visión clasista de González Prada, lo constituía la falta de ma-nejo fluido de idiomas extranjeros y de referencias de la cultura uni-versal de Ricardo Palma. Con una pedantería sarcástica, González Prada corrige inexactitudes en las traducciones de Palma del francés al español: “no hay derecho de interpretar “un de plus” por “uno de más”, “roman” por “romance” (Nota informativa 5). Los giros más su-tiles de lenguaje debían ser dominados por el intelectual latinoameri-cano de principios del siglo XX, como una premisa para no sucumbir en las redes engañosas de los centros metropolitanos. Y es que en González Prada, se erige un miedo a perder la seguridad que pro-porciona la lengua nativa y un status cultural asegurado en la locali-dad. Es decir, el ingreso de un intelectual periférico a los lenguajes culturales del siglo XX resultaba en una desventaja desproporciona-da que, sin armas de defensa como la lengua metropolitana magis-tralmente articulada, conducía a la exotización y, en el peor de los casos, a la burla de aquel intelectual. Si algo escasea en González

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Prada es el atrevimiento de los modernistas latinoamericanos a irrumpir en los idiomas y los códigos de los otros, modificando sus-tancialmente la autoridad cultural de sus propias tradiciones litera-rias, aunque tal operación implicara errores más graves que el de no distinguir entre “roman” y “romance”. González Prada se aferra, en-tonces, a la cautela y a la desconfianza desde una hiperconciencia aterrante de la precariedad que soslayaba la tradición social y cultu-ral de las que provenía. Lo dicho puede evidenciarse en la siguiente escena descrita por Adriana de Verneuil, esposa de González Prada:

A Manuel, tan ávido de conocer todo lo notable de París, le interesaba ver personalmente a sus celebridades tanto literarias como políticas; pero no quería hacer como muchos americanos del Sur, que al venir a París, se presentaban en casa de ellos, como se va al Jardín de las Plantas a cono-cer animales raros. Había leído, además que a muchos los engañaban to-mándoles el pelo, como contaba Victor Hugo, haciéndose reemplazar por su secretario o por algún sirviente suyo. (196)

La pregunta implicada en la Nota informativa podría ser si Ricar-do Palma no resultaba en un paradigma intelectual en demasía vul-nerable –como esos muchos americanos del Sur– frente a los posi-bles asedios de las elites intelectuales centrales. La propuesta implí-cita de González Prada vendría a ser, por antonomasia, la del inte-lectual reacio a la fácil comunicación y refugiado en un arsenal de mecanismos de defensa –incuestionable desempeño bilingüe, dis-tinción estética y capital cultural acumulado por herencia familiar– que menguaran las posibilidades de humillación letrada de los cen-tros metropolitanos de la cultura.

Por su parte, Ricardo Palma reconvierte la mirada altanera de González Prada en la mirada envidiosa del escritor que, protegido en su propio patrimonio personal, había perdido la oportunidad históri-ca de promocionar sus textos en los mercados editoriales. Finalmen-te, González Prada se perfilaba como el escritor antimoderno que, sustrayéndose de periódicos o casas editoras, carecía de un público que validara su escritura:

Literariamente la labor de don Manuel solo pudo encontrar, en los mejo-res días de su apostolado, devotos en el Perú y algunas de las repúblicas vecinas…Entretanto mis tradiciones eran reproducidas, en el término de la distancia en las Novedades de New York, en el Día de Madrid y en los dia-rios de Buenos Aires, Chile, México y demás repúblicas. (Apuntes 25)

Y es que, por las razones apuntadas en párrafos anteriores, Gon-zález Prada había sometido su escritura al silencio, mientras Ricardo Palma, multiplicando su tiempo entre administración bibliotecaria, participación en instituciones culturales, intercambio de cartas y pró-

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logos o promoción de causas ligadas a la identidad lingüística ame-ricana, había conseguido difundir su escritura a nivel nacional e in-ternacional. El poseía un público, condición posibilitante de la ansia-da modernidad cultural. Así, Ricardo Palma distinguía con lucidez las presiones ejercidas sobre González Prada al haber aceptado el car-go de Director de Biblioteca: la perentoria necesidad de mostrarse a sí mismo al auditorio letrado limeño y, al hacerlo, validar sus pro-puestas intelectuales. En gran medida, González Prada intentaba congraciarse con los horizontes de expectativa de la opinión pública limeña ligada al sector anarquista y obrero. El editorial de la revista anarquista Los Parias, apuntaba lo siguiente:

Se culpa a González Prada de no haber hecho algo práctico, sin pensar que una idea sembrada en el campo social y político es un hecho futuro, una floración en germen. … ¿Se quiere algo práctico todavía?...Pues ya vendrá la labor de organización de la Biblioteca Nacional. (“González Pra-da y la Biblioteca Nacional” 2)

Para González Prada, asumir la dirección de la Biblioteca suponía responder tardíamente y, por lo tanto, con la mayor solvencia posi-ble, al reclamo de estos sectores: demostrar en la plaza pública la viabilidad histórica de su discurso. Desde los postulados positivistas de la época, la organización de la biblioteca se constituye en un la-boratorio que podía desvanecer las acusaciones de la mayor parte de la ciudad letrada limeña sobre el carácter destructor de sus pro-puestas teóricas. José De la Riva Agüero, por ejemplo, tilda a Gon-zález Prada de “soñador” y de “teórico” y se pregunta: “¿cómo lle-varlos (los planteamientos) a la práctica en todo su rigor y su rudeza, si han de quebrantar la sociedad, destruyendo la tradición, que es su base, trastornando el orden y el respeto, que son las condiciones primarias de su existencia?” (1: 242) En el recinto bibliotecario, Gon-zález Prada intentaba, entonces, salir de la confinación irrealizable del sueño e ingresar al mundo del hecho social. Se trataba de ultimar un plan que evidenciara la relatividad de los conceptos de orden y respeto, así como ofrecer a la opinión pública el ensayo de destruir una tradición institucional, sin que ello implicara la dislocación so-cial21. Por ello, González Prada en la Nota informativa describe con el mayor puntillismo posible el desorden físico y normativo que impe-raba en la Biblioteca: ausencia de catálogos, cuentas incomprensi-bles, pérdida de libros, desarreglo de libreras y títulos de libros que no correspondían a su contenido. Lo que aparentemente era el or-den y el respeto –la imagen pública, casi épica, de los Palma como salvaguardas de los fondos bibliotecarios– resultaba en la compro-bación de una maraña administrativa fracasada. Esa traslación de

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los conceptos de respeto y orden mediante el experimento bibliote-cario coadyuvaba lateralmente a legitimar otras propuestas discursi-vas de González Prada que resultaban en ese momento problemáti-cas en el debate público, como podían ser el derecho del oprimido a utilizar la violencia o el derecho del indio a ser propietario. Tal y co-mo sucedía en la biblioteca, la ruptura de una tradición y de un estilo de gobernar no comportaba una amenaza real a la institucionalidad social, la saneaba al desenmascarar una parte sustancial de los me-canismos de poder22. Después de la prueba bibliotecaria rendida por González Prada, resultaría insostenible la advertencia catastrofista en contra de su discurso.

Finalmente, el experimento de la Biblioteca también se había di-señado para erosionar la vigencia de las propuestas racistas de Clemente Palma. En tal sentido, la tesis sociológica de Clemente Palma El porvenir de las razas (1897) desarrollaba ortodoxamente la aplicación del principio de inferioridad racial del indio, del negro y del chino, hasta los extremos eugenésicos más radicales, próximos a Weissman y Lombroso. Es decir, se proclamaba la inmutabilidad de lo heredado y, correlativamente, la necesidad de la segregación del ejemplar defectuoso. Por ejemplo, mediante la incitación a lo grotes-co, Clemente Palma sugiere tácitamente la prohibición reproductiva del indio y del chino por atentar contra la santidad pública: “por lo general el hijo de chino y de india muere antes de llegar a la virilidad, acaso de una virilidad que sería infecunda como la del mulo.” (31) Esta visión contrastaba con las reflexiones contemporáneas de Gon-zález Prada sobre la otredad racial peruana, desarrolladas en el em-blemático artículo “Los indios” publicado en 1904, y en algunos artí-culos que abordaban la cuestión de la inmigración asiática, como en el caso de “Los Chinos” (1909)23. Así, González Prada cuestiona el carácter primordial que muchos intelectuales atribuían a la redención educativa del indígena peruano como panacea para la resolución de la situación de marginalidad que tal sujeto enfrentaba. En su lugar, González Prada plantea la necesidad de considerar que aquella marginalidad estaba estructurada desde realidades económicas his-tóricas que habían implicado una violencia originaria de apropiación, tanto de fuerza de trabajo como de recursos materiales. En conse-cuencia, las poblaciones indígenas eran acreedoras de una riqueza acumulada dentro de un proyecto nacional que debía recompensar-las, fundamentalmente, a través del derecho a la propiedad. De acuerdo con González Prada, el ingreso del indígena al sistema edu-cativo o su sometimiento a las costumbres de la sociabilidad de la época no resolverían por sí mismos su exclusión del proyecto nacio-nal peruano.

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Por otra parte, como se afirmaba en líneas anteriores, González Prada refuta los prejuicios raciales en contra de la población china inmigrante y cuestiona por qué a otro tipo de inmigración con capital e influencias, que posiblemente representaría un peligro mayor res-pecto de la riqueza nacional, no se le enfrentaba en forma alguna. De tal manera, los prejuicios que el imaginario urbano limeño atribuía a tal población inmigrante, como el constituir un foco amenazante de enfermedades e insalubridad, provenían de una lógica esencialista nativa que veía en el extranjero pobre al potencial competidor y a un agente que podía poner en riesgo las bases identitarias locales24.

De tal manera, la última parte de la Nota Informativa se asemeja a una inspección sanitaria en barrios ocupados por poblaciones po-bres e insalubres. Sabiendo el efectismo que produciría cerrar el in-forme revelando los detalles privados de la vida de quien en ese momento era el escritor con más prestigio nacional, González Prada describe las condiciones físicas de los altos de la Biblioteca, en donde vivían los Palma, desde las marcas que identificaban a aque-llas razas bárbaras de la tesis de Clemente: suciedad, miseria, inepti-tud, abyección, en suma, falta de “vida civilizada”:

Los altos nada mencionable contienen, salvo un teléfono, un chicago y una tina que parece de zinc, hallándose las habitaciones desmanteladas y en repugnante desaseo al extremo de no concebirse cómo personas civili-zadas hayan podido vivir con tan poca observancia de la higiene. Las azo-teas, encima de sala y salones, merecen llamarse basureros a domicilio en que no faltan papeles, trapos, detritus de cocina ni viejos colchones des-tripados. (Nota informativa 15)

La cuestión era poner en duda la capacidad de Clemente Palma para distinguir barbarie de civilización, ciudadano sano de enfermo, limpieza de suciedad, parásito de trabajador, cuando el propio artífi-ce de tales calificaciones vivía, de acuerdo con los patrones sociales convencionalmente aceptados, en el más absoluto descuido y, ade-más, a expensas del erario público. Si el discurso racial como el de Clemente Palma insistía en las condiciones pobres de vida de las razas inferiores como síntomas de un estigma moral que condenaba a la desaparición, González Prada localiza en el desaseo y desman-telamiento de los altos de la biblioteca el signo final de una zaga in-telectual que no se adaptaba a la racionalidad, la democratización y la legalidad que presidían una modernidad cultural. La insistencia en las lamentables condiciones materiales que caracterizaban el día a día de los Palma funcionaba también como una respuesta sarcástica al espíritu novecentista de signo arielista, con el que Clemente se identificaba y cuyos máximos representantes veían en Don Ricardo a una figura fundadora de las letras hispanoamericanas25. Me refiero a

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que la descripción final de la Nota informativa representa una espe-cie de recordatorio sobre cómo el rechazo a la materialidad26, que constituía una experiencia definitoria del escritor latinoamericano del siglo XX, finalmente constituía una gran paradoja. Precisamente, el drama central de ese escritor aparentemente indiferente a la materia y al dinero, lo constituía la amenaza de la ruina económica: el vivir en un lugar semejante a los altos de la biblioteca. La esfera espiritual en la que los Palma y otros escritores contemporáneos se auto-imaginaban, lejos de las pequeñeces materiales rastreras y cotidia-nas, venía a ser una elegante invención que se derrumbaba fácil-mente al irrumpir entre las paredes derruidas y pobres de su propia habitación. Había, pues, que empezar a hablar en la plaza pública de la propia habitación, esto es, de la precariedad, de la pobreza y de las estrategias para responder a la lógica imbatible del mercado en aras de establecer alianzas con otros sujetos que enfrentaban la de-gradación económica.

Por lo tanto, si como afirmaba en un inicio, la llegada de Gonzá-lez Prada a la Biblioteca puede leerse como la validación de un mo-delo de escritor habilitado para construir la moderna ciudad letrada latinoamericana, la Nota Informativa promociona ideales como la in-aplazable profesionalización del escritor, su sometimiento a la legali-dad más allá de su tradicional poder derivado del manejo de la letra o también la custodia desconfiada de saberes nacionales frente a las redes intelectuales metropolitanas. Asimismo, priva en ese docu-mento un escepticismo bastante sarcástico respecto de la movilidad social del escritor y más bien se afirma cómo el capital cultural se concentra en una elite, cuyos miembros finalmente son los únicos que pueden acceder a las reglas y a los cánones estéticos universa-les. La cursilería y el ridículo vienen a ser las estrategias desespera-das del escritor proveniente de capas medias urbanas para visualizar su prestigio social en un entorno signado por jerarquías sociales ex-cluyentes. Esa Nota Informativa se orienta asimismo a cuestionar el miedo social que generaba la amenaza de cambios estructurales en el régimen institucional y legal nacional. Si la Biblioteca administrada por décadas por los Palma experimentaba una transformación pro-funda sin que se alterara el funcionamiento de sus servicios, también la sociabilidad peruana podía modificarse en sus estructuras sin que ello significase el caos y la destrucción. El estancamiento que genera el pánico se erige como el horizonte que derrumbaba la Nota infor-mativa.

En Apuntes, por su parte, se validan las tretas del escritor subal-terno para sobrevivir en modelos nacionales desinteresados por el campo cultural, como serían la puesta en marcha de la iniciativa

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propia –privada– en sustitución de una función pública débil y fraca-sada. Esa iniciativa legitimaría plenamente comportamientos desli-gados y confrontados con el marco legal oficial. De acuerdo con lo expuesto en Apuntes, a la modernidad el escritor no podía ingresar desde la obediencia de la ley sino desde el ejercicio de la excepción. El privilegio y la ilegalidad derivados de la letra funcionaban como mecanismos compensatorios para incidir en una sociedad jerarqui-zada e indiferente al patrimonio histórico cultural. Asimismo, la inser-ción audaz y casi obsesiva en los circuitos comunicacionales de la época permitiría imponer una presencia intelectual en las institucio-nes literarias nacionales e internacionales. El encierro acomplejado es la experiencia rechazada por el Bibliotecario Palma.

Después de este incidente, el prestigio literario de Ricardo Palma sale fortalecido. La celebración de una velada en su honor en el Teatro Municipal cinco días después de su renuncia, anunciaba la ineficacia de cualquier futuro desprestigio del trabajo desempeñado en la Biblioteca. Pasajes de operetas, discursos, causeries, decla-maciones poéticas y los acordes de la Marcha Triunfal de la Aída de Verdi articulaban un relato de reconocimiento colectivo sin fisuras, al gusto del bibliotecario mendigo, de “sellos de palmeras” y anotacio-nes populares. González Prada permanece como Director hasta el 18 de mayo de 1914 cuando presenta su renuncia a raíz de la suble-vación castrense del Coronel Benavides. En 1916, José Pardo de-vuelve la Dirección a González Prada, quien la ejerce hasta su muer-te, el 22 de julio de 1918. Ese día apareció en La Crónica, revista di-rigida por Clemente Palma una nota sobria con la foto de González Prada, a quien se le identificaba como “Director de la Biblioteca Na-cional”. Una nota que, de alguna manera, ratificaba la voluntad del escritor de acceder en solitario y desde la distancia al imaginario lite-rario limeño.

NOTAS:

1. Páginas Libres (1894) es el primer libro publicado por Manuel González Prada. El título en sí constituye una oportunidad para el sarcasmo de la caricatura que pretende burlarse de la libertad de pensamiento y de la actuación de González Prada.

2. El motivo inmediato de la renuncia de Ricardo Palma es la destitución de su hijo Clemente como conservador de la Biblioteca. Dicha destitución, a criterio de Ricardo Palma, violaba el reglamento de la institución que prescribía que al Director le correspondía nombrar a los empleados. La destitución era una me-dida de presión del gobierno de Augusto Leguía en contra de las críticas polí-ticas aparecidas en la revista Variedades dirigida por Clemente Palma.

3. Aunque en la “Conferencia en el Ateneo de Lima”, González Prada ya había aludido a Ricardo Palma, es en el “Discurso en el Teatro Olimpo”, en donde

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define las Tradiciones de Palma como “falsificaciones agridulcetes de la histo-ria” (27) y proclama la inexistencia de una literatura nacional meritoria.

4. Dos son los artículos que abordan esta polémica. El primero de ellos, de Bruno Podestá, refiere a grandes rasgos el asunto de la Biblioteca como parte de la enemistad de ambos escritores en “Ricardo Palma y Manuel González Prada: historia de una enemistad”. El segundo, de Roy. L Tanner, “Las anotaciones marginales de Ricardo Palma en la Biblioteca Nacional”consiste en una rela-ción detallada de los distintos acontecimientos que precedieron y acompaña-ron esa polémica, así como en la valoración de Ricardo Palma en el cuidado de la Biblioteca.

5. Isabelle Tauzin analiza las razones personales y políticas que pudieron llevar a González Prada a aceptar el cargo. Una de ellas sería la simpatía del escritor con el gobierno de Augusto Leguía por mantener una línea de independencia con el partido civilista, brazo político de la oligarquía peruana.

6. En adelante, la Nota informativa (acerca de la Biblioteca Nacional) será men-cionada como Nota informativa.

7. Apuntes para la historia de la Biblioteca de Lima será mencionada en el curso del trabajo como Apuntes. Se aclara que esta publicación incluye un tercer capítulo titulado “Un catón de Alquiler” escrito por Ricardo y Clemente Palma, por lo que, cuando se cite este capítulo, se hará como parte de los Apuntes.

8. En la página 15 de la Nota informativa, González Prada describe cómo podría llevarse a cabo la catalogación de la Biblioteca y menciona entre paréntesis “como lo afirma el bibliotecario L. Renard”.

9. Su hijo, Alfredo González Prada, relata así las medidas de conservación: “Va-rias veces al año se realizaba la importante ceremonia de ‘limpiar los libros’: cada tomo tenía que ser meticulosamente empapado en kerosene, mezclado con ciertos productos químicos (junto a la cubierta, a fin de no humedecer las hojas), único medio más o menos eficaz de defenderla contra las polillas. Mí padre ejecutaba este trabajo personalmente, desde la misma preparación del insecticida. El era experto químico (supervivencia de sus días de agricultor y de sus investigaciones para fabricar almidón industrial), y ponía gran interés en tales experimentos.” (14)

10. Por ejemplo, en una carta dirigida a Unamuno, Ricardo Palma dice de la Bi-blioteca, “… es hija exclusiva de mi entusiasmo perseverante” (Epistolario 402).

11. Otros ejemplos de anotaciones aparecen en el artículo de Roy Tanner. 12. Ver al respecto André Chastel, Introduction de l’Art Français y Dario Gamboni,

Iconoclasm and Vandalism since the French Revolution. 13. Ver al respecto “Las Tradiciones Peruanas y la cuestión nacional” de Fernando

Unzueta. 14. Respecto de ese paternalismo social, quizás sean el discurso “El intelectual y

el obrero” (1905) y el artículo “Nuestos indios” (1904) los que con más incisión critican las estrategias que utilizaban patronos y terratenientes para amparar decisiones arbitrarias e inapelables en una sentimentalidad dadivosa. En cuan-to a la crítica del patriarcado, “Las esclavas de la Iglesia” (1904) constituye el discurso más violento de González Prada en contra de una institución familiar vertical basada en el autoritarismo y en la promoción de las buenas aparien-cias.

15. En Apuntes, Ricardo Palma sitúa el origen del apodo de “bibliotecario mendi-go” en un diálogo con el Ministro Lavalle, luego de haber aceptado hacerse cargo de la Biblioteca. Lavalle le dice: “Utilice usted, en beneficio del país, su prestigio literario en el extranjero y sus relaciones personales con los hombres

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eminentes de cada nación americana y de España. —Me propone usted, le in-terrumpí, que me convierta en bibliotecario mendigo? —Justamente, continuó Lavalle. Pida usted limosna para beneficiar a su patria.” (4)

16. Ana Peluffo ha señalado el carácter antisentimental en la obra de González Prada. Peluffo compara el discurso viril de González Prada, que considera la expresión pública de la emoción como actitud poco patriótica, con el discurso de Matto de Turner, que fija en la sentimentalidad las posibilidades de cohe-sión social en un país marcado por jerarquías sociales, especialmente a través de la caridad y filantropía. El sentimiento permitiría en Matto de Turner huma-nizar y acercar al subalterno. En el presente caso, planteo la incompatibilidad entre ciudadanía y manifestación pública del sentimiento como una estrategia de González Prada para asegurar la vigencia de una justicia social.

17. En uno de esos artículos, Antonio Soraya asevera que tal discurso “…rebaja la estimación propia, que exige la sumisión y la hipocresía, que no resuelve pro-blema alguno” (2). Por lo tanto ese antisentimentalismo, que se extendía más allá de los textos de González Prada, operaba como una especie de distan-ciamiento brechtiano: había que conservar y valorar una actitud crítica racional frente al mundo de los signos peruanos a base de someter la tentación de la empatía emocional.

18. García Canclini retoma la reflexión de Roberto Schwartz sobre cómo en los proyectos nacionales de América Latina, muchas de las contradicciones so-ciales pueden explicarse desde la institucionalización del favor. Dice: “El favor es tan antimoderno como la esclavitud, pero ‘más simpático’ y susceptible de unirse al liberalismo por su ingrediente de arbitrio, por el juego fluido de estima y autoestima al que somete el interés material.” (74)

19. Ver al respecto La Sensibilidad Amenazada de Graciela Montaldo. 20. En un fragmento de ese artículo, González Prada define a los ventrales como

los “microbios que reciben la coloración del reactivo, y el reactivo es el caldo con mucha o poca sustancia” (304). El ventral infecta el tejido social. Su iden-tidad social está ligada a la pequeñez, a la inutilidad, a la fealdad y a la inges-tión burda de bienes consumibles –caldo– sin transitar a estados de reflexión y procesamiento estéticos.

21. Clemente Palma en la defensa de su padre también recurre a la figuración de González Palma como destructor de la sociabilidad: “El Señor González Prada continuó en su infructífero y anárquico apostolado de destructor de todo lo existente en materia de sociabilidad, costumbres, instituciones, gobierno, et-cétera, sin que lo desilusionaran las frecuentes claudicaciones de sus más fer-vorosos discípulos” (Apuntes 24).

22. Resulta aplicable aquí la aseveración de Michel Foucault sobre la secretividad como presupuesto para que el poder sea tolerable: “El poder es tolerable so-lamente si encubre parte sustancial de él mismo. Su éxito es proporcional a su habilidad para esconder sus propios mecanismos.” (The History of Sexuality 86)

23. En uno de los fragmentos de ese artículo, se lee: “No el enemigo del pueblo no es el pobre chino que para ganar unos cuantos reales trabaja en una chingana o en una lavandería; sus verdaderos enemigos (los que tiran la piedra y esconden la mano) están mucho más arriba, actúan en esferas más amplias, acopian no centavos y reales, sino dólares y libras esterlinas. ¿Por qué cebarse entonces en el inocente, en el infeliz, en el hermano más indefenso y desvalido?” (210).

24. En Los Parias, publicación con la que colaboraba González Prada, aparecen algunos artículos de opinión visibilizando las políticas de agresión urbana en

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contra de inmigrantes chinos. En el artículo firmado por “Un Rebelde”, “Los la-cayos de Lima y la inmigración china”, se plantea cómo los recelos económi-cos de los artesanos de Lima habían incidido en muchos de los prejuicios co-ntra los pobladores chinos.

25. Me refiero, además de José Enrique Rodó, a escritores peruanos como Ventu-ra García Calderón, Francisco García Calderón o José de la Riva Agüero.

26. Esta percepción se puede observar en la defensa de Clemente Palma ante la falta de cuidado en la teneduría de la contabilidad de la Biblioteca: “Mi padre, como son por lo general los hombres de letras, no tiene disposición para la teneduría de libros y la contabilidad” (Apuntes 26).

OBRAS CITADAS:

Basadre, Jorge. Historia de al República del Perú. 5a ed. Lima: P. Villanueva, 1965. Benjamin, Walter. Walter Benjamin: Gesammelte Werke. Ed. Rolf Tiedemann y

Hermann Schweppenhäuse. Vol 4. Frankfurt/M.: Suhrkamp, 1991. Chastel, André. Introduction de l’Art Français. Paris: Flammarion, 1993. Diccionario de la Real Academia Española. 14 ed. Madrid: 1914. Darío, Rubén. Obras Completas, ordenadas y prologadas por Alberto Ghiraldo y

Andrés González Blanco. Vol. IX. Madrid: Biblioteca Rubén Darío, 1924. 19-30. De la Riva Agüero, José. Obras Completas. 18 Tomos. Lima: Pontificia Universidad

Católica del Perú, 1962. Foucault, Michael. El sujeto y el poder. Trad. S. Carassola y Angélica Vitale. 20 de

mayo 2008 <http://www.philosophia.cl/biblioteca/Foucault/El%20sujeto%20y %20el%20poder.pdf>

---. History of Sexuality. Volume I. New Cork: Vintage Books, 1990. García Canclini, Néstor. Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la Mo-

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Ediciones Literarias y Artísticas, 1910. González Prada, Manuel. Nota informativa acerca de la Biblioteca Nacional. Lima:

Imprenta Arica, 1912. ---. “El intelectual y el obrero”. Páginas Libres Horas de Lucha. Caracas: Biblioteca

Ayacucho, 1976. 228.234. ---. “Nuestras glorificaciones”. Páginas Libres Horas de Lucha. Caracas: Biblioteca

Ayacucho, 1976. 320-324. ---. “Los ventrales”. Páginas Libres Horas de Lucha. Caracas: Biblioteca Ayacu-

cho, 1976. 302-306. ---. “Discurso en el Teatro Olimpo”. Páginas Libres Horas de Lucha. Caracas: Bi-

blioteca Ayacucho, 1976. 25-33. ---. “Nuestros Indios”. Páginas Libres Horas de Lucha. Caracas: Biblioteca Ayacu-

cho, 1976. 332-343. ---. “Las esclava de la Iglesia”. Páginas Libres Horas de Lucha. Caracas: Biblioteca

Ayacucho, 1976. 235-246. ---. “Los Chinos”. Prosa menuda. Buenos Aires: Ediciones Simán-Sarmiento, 1941.

207-210. “González Prada y la Biblioteca Nacional”. La Protesta. Marzo 1912:1-2. González Prada, Alfredo. “Manuel González Prada Recuerdos de un hijo”. El Tonel

de Diógenes. Por Manuel González Prada. México: Tezontle, 1945. 11-18.

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SOBRE EL ASALTO DE GONZÁLEZ PRADA A LA BIBLIOTECA NACIONAL

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González Stephan, Beatriz. “La construcción espectacular de la memoria nacional: cultura visual y prácticas historiográficas (Venezuela siglo XIX)”. VII Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana “JALLA 2006". Centro de Eventos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá. 14 agosto 2006.

“Los lacayos de Lima y la inmigración china”. Los Parias. Julio 1906:2. Montaldo, Graciela. La sensibilidad amenazada. Caracas: Planeta/Fundación CE-

LARG, 1995. Palma, Ricardo. Apuntes para la historia de la Biblioteca de Lima. Lima: Empresa

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mo I. Buenos Aires: Imprenta y Librería de Mayo, 1877. Peluffo, Ana. “What Can’t an Indian be More Like a Man?: Sentimental Bonds in

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Podestá, Bruno. “Ricardo Palma y Manuel González Prada: Historia de una ene-mistad”. Revista Iberoamericana, 38 (1972): 127-132.

Ramos, Julio. Desencuentros de la Modernidad en América Latina: literatura y polí-tica en el siglo XIX. Fondo de Cultura Económico, 1989.

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1. 1 Páginas Libres (1894) es el primer libro publicado por Manuel Go nzál ez Pr ada. El título en sí constituye una oportunid ad para el sarcasmo d e la cari catur a que pretend e burl arse d e la libertad de pensami ento y de l a actuación de Gonz ález Prada.

2. 2 El motivo inmediato de la renuncia de Ri cardo Palma es la destitución de su hijo Clemente como conservador de la Biblioteca. Dicha destitución, a criterio de Ricardo Palma, violaba el reglam ento de la institución que prescribía que al Director le correspondía nombrar a los empleados. La destitución era una medida de presión del gobierno de Augusto Leg uía en contra de

las críticas políticas aparecidas en la revista Variedad es dirigida por Clemente Palm a.

3. 3 Aunq ue en la “Confer encia en el Ateneo de Lim a”, Go nzál ez Pr ada ya habí a al udido a Ri cardo Palma, es en el “Discurso en el T eatro Olimpo”, en dond e d efi ne l as Tradicio nes d e Palma como “falsificaciones agridulcetes d e la historia” (27) y proclam a l a inexistenci a de una literatura nacional m eritoria.

4. 4 Dos son los artículos que abordan est a polémica. El primero de ellos, d e Br uno Podestá, r efier e a grandes r asgos el asunto de la Biblioteca como parte d e la enemistad de ambos escritores en “Ri cardo Palma y Manuel Gonz ález Pr ada: historia de una enemistad ”. El segundo, de Roy. L Tanner, “Las anotaciones m arginales de Ricardo Palma en l a Biblioteca Nacio-

nal ”consiste en una r elación d etallada de los distintos aco ntecimi entos q ue pr ecedieron y acompañaron esa polémi ca, así como en l a valoración de Ricardo Palm a en el cuid ado de l a Biblioteca.

5. 5 Isab elle Tauzin analiza las razones p ersonal es y políticas q ue p udieron llevar a Gonz ález Prada a aceptar el cargo. Una de ellas serí a la simpatía d el escritor con el gobierno d e Aug usto Leguía por mantener una línea de i ndep end encia con el p artido civilista, brazo político de la oligarquía p eruana.

6. 6 En adelante, la Nota i nformativa (acerca de l a Biblioteca Nacional) ser á m encionad a como Nota informativa.

7. 7 Apuntes par a la historia de la Biblioteca de Lim a será m encionad a en el curso d el trabajo como Ap unt es. Se acl ara q ue esta publicació n incluye un tercer capítulo titulado “U n catón de Alquiler ” escrito por Ricardo y Clem ente Palma, por lo que, cuando se cite este capítulo, se hará como parte de los Apuntes .

8. 8 En l a pági na 15 de la Nota i nformativa , Go nzález Prad a describe cómo podría llevarse a cabo l a catalogació n de la Biblioteca y m enciona entre p arént esis “como lo afirma el bibliotecario L. Renard”.

9. 9 Su hijo, Alfredo Gonz ález Prada, rel ata así las medid as d e co nservació n: “Varias veces al año se r ealizab a la importante cer emoni a de ‘limpiar los libros’: cada tomo tenía que ser m eticulosam ente empapado en kerosene, mez clado con ciertos productos químicos (junto a la cubierta, a fi n d e no hum edecer las hojas), único medio m ás o m enos eficaz de defenderla co ntra las

polillas. Mí padre ej ecutaba este trabajo perso nalmente, desd e la misma prepar ación del i nsecticida. El er a experto quími co (supervivencia d e sus días de agricultor y de sus i nvestigaciones p ara fabricar almidón ind ustrial), y ponía gran inter és en t ales exp erimentos.” (14)

10. 10 Por ejemplo, en una carta dirigida a Unamuno, Ricardo Palma di ce d e l a Biblioteca, “… es hija exclusiva d e mi entusiasmo perseverante” (Epistolario 402) .

11. 11 Otros ejemplos de anotaciones aparecen en el artículo d e Roy Tanner.

12. 12 Ver al r especto Andr é Chastel, Introduction de l’Art Français y Dario Gamboni , Ico noclasm and Vandalism si nce the French Revol ution.

13. 13 Ver al r especto “Las Tradi ciones Peruanas y la cuestión nacional” d e Fer nando U nzueta.

14. 14 Resp ecto de ese paternalismo social, q uizás sean el discurso “El intelectual y el obrero” (1905) y el artículo “N uestos indios” (1904) los que con más incisió n critican l as estrategias q ue utilizaban patronos y terratenientes para amparar decisiones arbitrarias e inap elables en una sentimentalid ad dadivosa. E n cuanto a la crítica del patriarcado, “Las esclavas de la Iglesi a”

(1904) constituye el discurso más violento d e Go nzález Prad a en contra de una i nstitució n familiar vertical basada en el autoritarismo y en la promoción de las buenas aparienci as.

15. 15 En Apuntes, Ri cardo Palma sitúa el origen del apodo de “bibliotecario m endigo” en un di álogo con el Mi nistro Lavalle, luego de haber aceptado hacerse cargo de la Biblioteca. Lavalle l e dice: “Utilice usted , en b enefi cio del p aís, su pr estigio literario en el extranjero y sus rel aciones p ersonal es con los hombres emi nentes de cad a nación americana y de España. —Me propone

usted, l e i nterrumpí, q ue me co nvierta en bibliotecario mendigo? —Justamente, co ntinuó Lavalle. Pid a usted limosna p ara b enefici ar a su patria.” (4)

16. 16 Ana Peluffo ha señalado el carácter antisentim ental en la obra d e Go nzál ez Prad a. Pel uffo compar a el discurso viril de Gonz ález Prada, q ue consid era la expr esión p ública de l a emo ción como actitud poco p atriótica, co n el discurso de Matto de Tur ner, q ue fija en l a sentimentalidad las posibilidades d e co hesió n soci al en un p aís m arcado por jer arquías social es,

especialmente a través d e la caridad y filantropía. El sentimiento permitiría en Matto de Turner hum aniz ar y acercar al subalter no. En el presente caso, pl anteo l a incompatibilidad entre ciud adanía y manifestació n p ública del sentimiento como una estrategia d e Go nzález Prad a para asegur ar la vig encia d e una j usticia so cial.

17. 17 En uno de esos artículos, Antonio Soraya asevera que tal discurso “…reb aja la estimación propia, que exige la sumisión y la hipocresí a, que no resuelve problema alguno” (2). Por lo tanto ese antisentimentalismo, que se extendía más all á de los textos de González Prada, operaba como una especie de distanciami ento brechtiano: había que conservar y valorar una actitud

crítica racional frente al m undo d e los sig nos per uanos a base d e somet er la tentación d e la empatía emo cional.

18. 18 García Canclini retoma la reflexión de Roberto Schwartz sobre cómo en los proyectos nacional es de Am érica Latina, muchas de las co ntradiccio nes soci ales pueden explicarse desd e la institucio nalización del favor. Dice: “El favor es tan antimoderno como la escl avitud, p ero ‘más simpático’ y susceptible de unirse al liberalismo por su ingrediente de arbitrio, por el juego

fluido de estima y autoestima al q ue somete el i nterés material.” (74)

19. 19 Ver al r especto La Sensibilidad Amenazada de Graci ela Montaldo.

20. 20 En un fr agmento de ese artículo, Go nzález Pr ada d efi ne a los ventrales como los “mi crobios que recib en la coloración del reactivo, y el reactivo es el caldo co n m ucha o poca sustanci a” (304). El ventral infecta el tejido social . Su id entidad social está ligada a l a p equeñez, a l a inutilidad, a la feald ad y a l a i ngestión b urda de bi enes consumibles –caldo– si n transitar a estados

de refl exión y procesami ento estéticos.

21. 21 Clemente Palma en l a defensa de su padr e tambi én recurre a l a fig uració n de Go nzález Palma como destructor de la so ciabilidad: “El Señor Go nzález Pr ada continuó en su infructífero y anárq uico apostolado de d estructor de todo lo existente en materi a de sociabilidad , costumbres, i nstitucio nes , gobierno, etcétera, sin que lo d esilusio naran l as frecuentes cl audi caciones de

sus m ás fervorosos discíp ulos” (Ap unt es 24) .

22. 22 Resulta aplicabl e aq uí la asever ación de Michel Fo ucault sobre l a secretividad como presup uesto par a que el poder sea tolerable: “El poder es tolerabl e solam ent e si encubr e parte sust ancial d e él mismo. Su éxito es proporcional a su habilidad p ara esco nder sus propios mecanismos.” (The History of Sex uality 86)

23. 23 En uno de los fragm entos d e ese artículo, se lee: “No el enemigo del p ueblo no es el pobre chi no que p ara g anar unos cuantos real es trab aja en una ching ana o en una lavandería; sus verdad eros enemigos (los que tiran la piedra y esco nden la mano) están m ucho m ás arriba, actúan en es feras más amplias, acopi an no centavos y reales , si no dólares y libras est erlinas . ¿Por

qué ceb arse entonces en el i nocente, en el infeliz, en el hermano más ind efenso y desvalido?” (210) .

24. 24 En Los Parias, publi cació n con la que colaboraba Go nzález Pr ada, ap arecen algunos artículos de opinión visibilizando las políticas de agresión urbana en contra de inmigrantes chinos. E n el artículo firmado por “Un Reb elde”, “Los lacayos de Lima y la inmigración chi na”, se plantea cómo los recelos económicos de los artesanos de Lima habían incidido en m uchos de los

prejuicios contra los pobladores chinos .

25. 25 Me r efiero, además de José Enrique Rodó, a escritores peruanos como V ent ura Garcí a Cald erón, Francisco Garcí a Cald erón o José d e la Riva Agüero.

26. 26 Esta per cep ción se p ued e observar en la defensa de Cl emente Palm a ante la falta d e cuidado en la teneduría de la contabilidad d e la Biblioteca: “Mi p adre, como so n por lo general los hombres de l etras, no tiene disposición p ara l a tened uría d e libros y la co ntabilidad” (Ap untes 26) .