retrato del - cvc.cervantes.esantonio herrera titula su libro el demonio de la analogía. herrera,...
TRANSCRIPT
RETRATO DEL
ARTISTA
INFANTE
W oody Allen, Días de radio (Radio Days, 1987). Con Mia Farrow y Dianne Wiest.
A primera vista, Días de radio se presenta como una libérrima evocación de un tiempo y un lugar muy concretos: Brooklyn,
Nueva York, a principios de la década de los cuarenta. Y no hay que ser un lince para darse cuenta de que lo que esta vez nos propone Allen es una visión (a la vez distanciada, irónica e idealizada) de su propia infancia, entre otras cosas porque resulta significativo que sea él mismo quien preste su voz al nostálgico narrador. lCómo evitar, pues, y más teniendo en cuenta la admiración de Allen por Federico Fellini, pensar en un inconfesado remake neoyorquino de Amarcord (Amarcord, 1974)? En efecto, una primera visión superficial no dejaría lugar a dudas: el mismo elenco de personajes estrafalarios, la misma fusión de un momento histórico difícil -la época fascista en Fellini, el inicio de la Segunda Guerra Mundial en Allen- con las extravagantes fantasías que ello provoca en una mente infantil, la misma estructura abierta y decididamente episódica, etc. Y, sin embargo, la película tiene mucho menos que ver con Amarcord que con el resto de la filmografía alleniana.
Ello puede parecer dudoso -e incluso simple y llanamente falsoa quienes aún no hayan olvidado el fláccido eclecticismo que dominaba gran parte de Recuerdos (Stardust Memories, 1980), la más bien amistosa réplica de Allen al ya mítico Ocho y medio (Otto e mezzo, 1962) de Fellini. Así que, sin más preámbulos, empezaremos a desbrozar el terreno. Para empezar, se diría que la concepción del film está más cerca de Zelig (Zelig, 1982) que de cualquier posible modelo felliniano. En lugar de una realidad transformada en espectáculo, lo que se nos presenta es un simulacro de realidad (un falso documental en Zelig, una época miti-
Los Cuadernos de la Actualidad
ficada por el recuerdo en Días de radio) que va tomando forma, poco a poco, hasta convertirse en una ficción con todas las de la ley. Se trata de una estrategia que Allen viene empleando ya desde su primera película «seria», Annie Hall (Annie Hall, 1977), donde un narrador encarnado por el propio director/actor legitimaba como «reales» una serie de anécdotas, referentes a una fallida relación amorosa, que acababan conformando un relato ficticio en forma de comedia romántica. Pero es en películas de características tan especiales como Zelig o Días de radio donde el mecanismo queda completamente al desnudo, exhibiendo su implacable funcionamiento.
En lo que se refiere a la segunda, la ficción va estructurándose en dos bloques principales que se entrecruzan continuamente: por un lado, el retrato de una familia más bien numerosa y alocada que, tras una fachada de hilarantes situaciones, esconde una patética visión de las relaciones humanas; por otro, la irresistible ascensión de una vendedora de cigarrillos que pasa a convertirse, casi sin solución de continuidad, en rutilante estrella de la radio. Se trata de dos bloques de personajes completamente autónomos que pretenden evidenciar el abismo existente entre la tragicómica vida cotidiana y el mundo, un tanto irreal y ficticio, del espectáculo, en este caso radiofónico. De ahí que el choque entre ambos ( el caso de la niña ahogada en un pozo retransmitido en directo) resulte desolador, y de ahí también que, mientras la familia aparece siempre filmada en una casa repleta y agobiante, los personajes relacionados con la radio, con el mundo irreal, parezcan vivir eternamente en un lujoso restaurante cuya azotea les sirve como lugar de «encuentros» de todo tipo: del mis
94
mo modo que los escenarios en que se mueven los personajes pertenecen a dos universos cuyo contacto resulta imposible. Finalmente, esta concepción estructural de la película se resuelve en el montaje paralelo final, donde la llegada del Año Nuevo acaba «reuniendo» idealmente (no en el espacio, pero sí en sus sentimientos) a todos los personajes. Por eso Allen, no sin cierta ironía, decide concluir la película precisamente ahí, en un instante privilegiado que, según confiesa el narrador (él mismo), recordará para siempre.
Lo que pretende Allen, pues, está muy cerca de lo que siempre ha sido una de sus obsesiones, de Annie Hall a Hanna y sus hermanas (Hanna and her sisters, 1986): construir un discurso compacto y sin fisuras a partir de materiales aparentemente dispersos, un discurso que trascienda su propia especificidad primitiva (en este caso, una acumulación de sketches) para convertirse en narración articulada. En Días de radio juega con un elemento decisivo: las composiciones musicales (como el propio título de la película indica) no están utilizadas sólo como bonito adorno, sino como verdadero hilo conductor ( que sirve de nexo de unión entre viñetas, escenarios y personajes), equiparable en todo momento a la voz en off del narrador. Este es otro de los procedimientos típicos de Allen -recuérdese el activo papel desempeñado por la música de George Gershwin en Manhattan (Manhattan, 1979)- que aquí alcanza un protagonismo a todas luces inusual dando cohesión a la película e incluso, en algunos momentos, otorgándole la unidad que constantemente busca.
Porque, aparte de esto, la construcción de Días de radio acaba revelándose un tanto errática. Existe un cierto desequilibrio entre las descripciones de los dos universos mencionados que siempre actúa en favor de los sketches dedicados a la familia protagonista, y en detrimento de los fragmentos pertenecientes a la pequeña historia interpretada por Mia Farrow (la vendedora de cigarrillos), que se convierten así en algo parecido a esporádicas y desconcertantes intrusiones en lo que parece el «argumento» principal del film. Y si, por recurrir al ejemplo con el que casi empezamos, el falso documental de Zelig acababa adquiriendo una extraor-
dinaria densidad gracias a su progresiva y calculada conversión en comedia no por encubierta menos alleniana (con historia de amor incluida), en Días de radio las anécdotas, los chistes y viñetas tienden a aislarse entre sí de un modo bastante acusado. Lo cual, aunque afortunadamente no llega a enturbiar del todo el planteamiento original del film -gracias al envidiable sentido del timing y la narración que ostenta el actual pulso de su autor-, sí impide que las distintas situaciones se encadenen de una manera más sólida y que la película, en fin, adquiera esa indefinible e inquebrantable textura estructural que caracteriza los mejores trabajos de Allen.
Carlos Losilla
EL DEMONIO
DE LA
ANALOGIA
Angel-Antonio Herrera, El demonio de la analogía. Ediciones del Dragón. Vol. 3. Madrid, 1987.
Q ué decirle, en qué gravedad de pergamino, cómo advertir a quien ya todo leyera sobre el labrado dorso de la noche y sus
armas.» Así arranca uno de los primeros poemas de este libro de Angel-Antonio Herrera. «El labrado dorso de la noche y sus armas.» La imagen es rica y delicada. El libro está lleno de ellas. Un gran escritor italiano ha escrito recientemente: «La prosa no perdona». Uno cree que, en poesía, la imagen o la metáfora no perdonan. Hoy, por influencias remotas y cercanas que
Los Cuadernos de la Actualidad
todos sabemos, vivimos en una sucesividad de poesía joven que se acoge a la narración lírica, que lucra el lirismo del motivo clásico o romántico elegido, y que tiene la supuesta elegancia de no hacer metáforas, según dictó Cernuda hasta próxima orden. Esto, que es válido en Cernuda, naturalmente, se ha convertido en coartada (todo acaba convirtiéndose en coartada, cuando degenera) para que los jóvenes poetas glosen en prosa versificada, la poesía de la poesía o la poesía de la cultura, beneficiándose del clima privilegiado en que se sumergen. Así, la joven poesía española es hoy un balneario de oro para chicos cultos que no tienen nada que decir. No es que la metáfora sea necesariamente la poesía, pero sí es la prueba del poeta. La metáfora no perdona, insisto. AngelAntonio Herrera titula su libro El demonio de la analogía. Herrera, pues, principia confesándose rehén del demonio de la analogía, de la metáfora, de la imagen. Esto ya es estupefaciente y audaz en el paisaje de la nueva y monocorde poesía española. No en vano Herrera viene, entre otros, de Aleixandre, y ahí está la o disyuntiva que prodiga en sus poemas: «ave o filos», «arden o dudan», «su ley o sed». Sabemos que esta o disyuntiva no es sólo una manera aleixandrina de establecer analogías, sino que consigue entre dos cosas una mayor fusión que el consabido «como».
Herrera, lo que canta en este libro es su intimidad, claro, su adolescencia, casi, poniéndole a la confesión un estofado de amor y lujo que es epocal. El verdadero poeta, el original poeta está por debajo de todo eso, en el afortunado
95
creador de neologismos como nochenieves, o «certitud» por certidumbre. En todo poeta joven, antes que la densidad personal o existencial que nos comunique (y que por razones biográficas ha de ser escasa o consabida), deberá buscarse esa cosa tan humilde y decisiva que descubrieron los estructuralistas como huella digital del escritor: la sintaxis. La sintaxis de Herrera viene de la música, los versos se le remansan en seguida en endecasílabos, en recital interior.
Hay poeta, pues, tenemos poeta, porque hay imagen y música. Tiempos más propios y suyos ya se los dará el tiempo. Por ahora, vive gloriosamente iluminado por el demonio de la analogía. He aquí unos ejemplos o donaciones: «Crepita noviembre llevando verdades al invierno», «Y mientras los metales de otro día se empañan como dioses». O, finalmente, bajo la inesperada luz de Apollinaire: «Cuídate, amor, de la hora en que no estimes como el mayor imperio una fragancia».
Francisco Umbral
FRANCISCO
UMBRAL:
DE COMO
PLAGIARSE
A SI MISMO
Francisco Umbral, Sinfonía borbónica. Ediciones Destino. Colección Ancora y Delfín. Vol. 606.
No resulta infrecuente escuchar, si uno es dado altan galante como taimado oficio de la pasividadentre locuaces ladrado
res, cómo se le enfeuda a Umbral en los latifundios del columnismo cuando varias altas barrigas de la muy alta -y no poco, por cierto, abundante en barriga- literatura se prodigan en enjuiciar los valores de los nombres que invaden, dentro de nuestras librerías, el privilegiado espacio de la novedad. Tampoco anda aliviado en su frecuencia, entre faunas de redacción y otras agrupaciones matinales, un perspi-
caz: «Sí, Umbral, este escritor». Tanto los primeros -insobornables de solapa, sea ésta en estraza, verjurados o purísima lana virgen- como los segundos, tan vocacionales del pie de página y otros pies, pulgadas de brevedad, no titubean al quitarse de enmedio -Umbral escribe mucho y en sitio visible- al autor de esta Sinfonía borbónica. En rigor, todos pueden hacerlo, pues que Umbral es ambas cosas desde hace siglos, mejor escribe en casa, muy de mañana, y las tertulias las celebra, invariablemente, con una o dos rubias féminas de minifalda y poca edad como toda compañía. Por fin, ha llegado a plagiarse a sí mismo. Mientras muchos se han escaseado en la propia escasez de sus vidas y obras, él ha ido llenando su tiempo, colmando sus difíciles cántaras, ensanchando su memoria y, por tanto su presente, con el caudal de su verbo en voluta y la infatigable fontana del subjetivismo. Como todo él, tan frutal, tan feliz tasador del párrafo, nace, renace y florece en cuantas páginas da a la siembra del periódico o el libro, sin dejar, así, calle de enmedio; los escritores, que por lo oído, se desayunan al Umbral periodístico, se lo arrojan al sufrido gremio. Este, los periodistas, se lo encomienda, como un lujoso intruso, a las pesadas plumas. O sea, que le van leyendo. Que, cuando menos, molesta, cosa que, baudelairianamente, es decir, modernamente, constituye un arte aparte, un aparte del parcelado arte mismo: disgustar, esa aristocrática delicia. Lo mismo es que Umbral, pienso yo, que ha leído al genial sifilítico, desea que, siempre entre líneas, please, tampoco se olvide a tan inolvidable poeta. De momento, al que no podemos olvidar es al Umbral de la invención, que preside este último libro, lírico, malherido de emoción, poético en las anchuras de la prosa, lujurioso de sus rincones y esdrújulas, como en los deliciosos El hijo de Greta Garbo, La belleza convulsa, Los helechos arborescentes o, incluso, en Mortal y rosa o Los amores diurnos, acaso sus dos mejores obras.
En esta su última entrega, y siempre a merced del presente y sus deshoras, políticos, putas, pícaros, sombríos, picados de esquina o de cultura, cofrades todos de la noche y sus filos, en coral, sí, asamblea de ateridos, solitarios o febriles, la guapa gente bien y el mal de
Los Cuadernos de la Actualidad
F. Umbral.
gente no menos guapa, la aristocracia y el lumpen, el maricón y el marqués -quizá también horno, incluso conde- o marquesa -el marica- aparecen, van reapareciendo. Se saludan, se besan o estrechan las dudosas manos y salen, ya de madrugada, del libro mismo, que es la fiesta a la que, rebautizados desde el ludismo de la creación, Umbral, anfitrión de la metáfora, les ha invitado. A lo largo, pues, de estas páginas como salones, desperazadas esquinas o poblados jardines, los personajes se suceden entre sí, y se eslabonan de soledad, de amor y temores, logro lógico ante lo sinfónico del título. Pero, a un tiempo, se dejan suceder, se heredan en otro personaje en el que encarnan para Umbral, por su prosa, y que muy a menudo deviene más veraz, por muy inventado, decididamente cierto dentro de esa otra realidad que es la irrealidad sobre la que se basa, alza y corona el vidriado andamiaje de una novela con énfasis de ficción, demoras en ese riesgo y porfías en el asombro. Quizá al padre Melero, uno de los personajes de esta novela, desnovela, fluvial relato de unas empantanadas vidas, cualquier día, viene, en verdad, Cristo a aparecérsele, reaparecérsele, pues ya, con dolido semblante de obrero se le ha encarado en una, varias páginas
96
de esta sinfonía. Son goces, peligros, del ascetismo, del misticismo que es la creación. O quizá Mario Armijo, cuando esté de juegos, lujurias y jodiendas con Leonor, también su cercana desconocida en este libro, tenga que asegurarle que de la cama no se cae, porque vive en una torre de Pisa interior y todo, en sus adentros, permanece inclinado. Lo mismo al leerlo advierta que, de veras hay mucho en su casa, en su alma, de peraltes, vertientes e inclinaciones. El mismo Umbral, a propósito de la edición de Mis queridos monstruos, muchos de los cuales, hoy, sinfónicamente, cantan, no menos monstruos y queridos, en la partitura de la prosa, venía a decirlo, muy en Picasso: «Los rostros ya acabarán pareciéndose a la semblanza». Y a la vida que arrastran, añadiríamos ahora.
Más que en yermo allanarse hacia lo tedioso de la reflexión o lo vano de las teorías, las palabras, en este libro, tintes, verdores, cinceles con los que perfilar, desperfilar, emboscar o esculpir no sólo los personajes que lo pueblan, sino el poblado entero de la actualidad, van prefiriendo, desde su mismo inicio, crecer con vanidad de selva, locuaces de lujos, abundantes de subordinación y zozobra. Umbral se corrobora así, una vez más, como el vigentísimo orfebre de un lenguaje libertado a sus propios ecos, a sus más íntimos oros. Como un albacea lírico, lúcido, e inamovible en el barroquismo que custodia, se asoma, no obstante, al hablar cheli, cuyos vocablos tiemblan imparables como alhajas o machetes, a la fácil farsa de las cenas en la ciudad cuspidal y cara o a la buharda de descontento en donde se entrega a los espejos, sabia de juventud, la leída niña de Serrano o la provinciana de escaseces conoxidada cháchara de rudo hierro.
Madrid, en esta sinfonía, tiene de nuevo en Umbral al escriba de sus músicas, urgencias y secretos, siempre, sucesivamente, con nuevas luces en su luminoso estilo, con renovada contemplación en su hábito de contemplador. A ese su asombro debemos el nuestro. A su culpa, pues, nos sumamos. A su asombro, la mejor condena, se adeuda la libertad de este libro donde se agolpan, complacidos, inacabables, inclementes, la vida y sus peligros.
Angel-Antonio Herrera
LEOPOLDO
LUGONES:
REDESCUBRIR
A UN
CLASICO
Leopoldo Lugones, Las fuerzas extrañas. Ediciones del Dragón. Madrid, 1987.
Me ha extrañado siempre -desde que lo conocí-la poca difusión que en España ha tenido la obra polifacética
de uno de los escritores más clásicos y rotundos de nuestro idioma: el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938), pese a figurar en todas las antologías de poesía modernista. Y es que uno está tentado a decir que Lugones fue, ante todo, poeta, autor de libros cimeros del Modernismo, como Los crepúsculos del jardín (1905) o ese otro curiosísimo texto que prefigura y abre la vanguardia, Lunario sentimental (1909), entre varios preclaros. Pero hay que corregirse enseguida. Porque lo que Lugones aspiró a ser -y lo fue- es escritor total, alguien a quien nada de lo literario le resultase ajeno. Y más aún, un hombre total, porque Leopoldo Lugones persiguió también la acción y la tribuna pública.
Como poeta recorrió todo el arco que el movimiento modernista prescribía, desde su formación revolucionante y ruptura! a finales
Los Cuadernos de la Actualidad
del siglo pasado, hasta su última disolución -para el caso lugoniano- en una poesía en romance, de corte popular y gauchesco, casi anónima, muy cerca ya del fin de su vida.
Pero es que Lugones, que comenzó siendo anarquista y socialista acérrimo, y culminó en posiciones (aunque siempre contradictorias) cercanas al fascismo, fue además prosista de varias intenciones y de afán totalmente humanista. Se acercó a la novela -El ángel de la sombra, (1926)- al cuento, al ensayo histórico o biográfico, donde logró obras notabilísimas como Imperio jesuítico (1904) o El payadar (1906), amén de una multitud de obra varia -de ahí el humanismo- donde destacan trabajos sobre educación, divulgación científica, traducciones y estudios sobre el mundo griego, y multitud de artículos sobre la realidad política mundial y argentina, que van desde el apoyo a los aliados durante la Primera Guerra Mundial -Mi Beligerancia, (1917)- de corte democrático y liberal, aunque pidiendo la entrada de Argentina en el conflicto; hasta los recopilados en La patria fuerte o La grande Argentina, ambos de 1930, de sesgo militarista, imbuidos de una suerte de quimera neoespartana, y, como apunté, relativamente vecinos a las posiciones del fascismo europeo, aún entendido por alguno en aquellos años, como una forma de avanzada. Lugones fue todo y lo quiso todo, pero vivió asediado, quizá como todos los grandes, por sus propias desavenencias y opuestas razones: Andaba entre el universalismo y el localismo, entre la tradición y la vanguardia, entre la literatura y la acción, entre la izquierda y la derecha, entre la creencia (Lugones estuvo muy cercano a los círculos ocultistas) y el ateísmo, entre el hispanismo y la cultura francesa... En realidad pretendió abarcar eso -y más aún- en acorde unitario, lo que quizá no logró, pese a sus altas cimas en poesía y en prosa, sino el día que se suicidó en febrero de 1938, con cianuro, produciendo estupefacción en quienes veían en él, además de un creador, a un reformador y un líder. Lugones fue, en fin, un gran imperio literario, al que Borges (que le ha dedicado múltiples escritos) tuvo por maestro, y a quien nunca olvidó. ¿cómo explicar, entonces, estando ante un peso pesado de nuestra cultura, tanto silencio?
97
Dije que Lugones, para muchos, es ante todo un gran poeta. (Borges dijo: su genio es fundamentalmente verbal). Para otros fue un gran polemista, que tenía el poder, según un dicho de Chesterton, de excitarse al mismo tiempo que la prensa. Pero suele recordarse menos que fue también un maestro de la prosa creadora modernista, en un libro de cuentos como La guerra gaucha (1905) y sobre todo el iniciador del cuento fantástico contemporáneo ( es decir, el que nada debe a la parafernalia romántica) en nuestro idioma. En tal línea escribió dos libros de relatos, uno especialmente, el primero, magistral: Las fuerzas extrañas, editado en 1906. Alguno de esos relatos, clásicos de la ficción inquietante, figuran en antologías diversas, como sus poemas, pero ahora, por vez primera, se edita ese libro en España. Creo que es -pues estamos hablando de uno delos padres de Borges y de Cortazár,en parte también de Mujica Láinez- un acontecimiento.
Las fuerzas extrañas está compuesta de doce relatos, en general breves, diferentes en modo y en tema, pero centrados siempre en dos polos magnéticos: De un lado (fantásticamente) la extrañeza convertida en metafísica y en primor literario, y de otro, un cierto aire decadente -no en el sentido de lujoso, o pomposo- relacionado con lamuerte, con el fin o el misterio.Lugones no desdeña ni el cotidiano, ni el toque científico, ni la recreación histórica, pero hace surgirsiempre la sorpresa, en medio deuna prosa precisa, ágil, muy bella, yabsolutamente moderna, aún másque modernista. Cuentos comoYzur, relacionado con el experi-
mento de hacer hablar a un mono, y con la búsqueda del alma; Viola Acherontia -hermosísimo títuloque es una experiencia botánica, ( especialmente simbolista) vinculada con la muerte y con las relaciones secretas, casi alquímicas, de la materia; o La lluvia de fuego, recuerdo epicúreo de un habitante refinadísimo del último día de Gomarra (aunque más parezca el de un habitante de Pompeya) son, todos ellos, pequeñas obras maestras de la narrativa y del género, que ha tenido después tan notable progenie. Y cito sólo, casi por azar, entre piezas todas importantes.
Las fuerzas extrañas es un libro muy de aquel momento (por su fuerte vinculación con las corrientes más apetecidas y ocultas del.fin de siglo) pero a la par enormemente avanzado y aperturista, porque casi inaugura una manera de afrontar sutilísimamente lo fantástico. El libro pues, en sí, vale muy mucho la pena, y aseguro al lector que no quedará defraudado. Mas con todo ese valor -de clásico y de moderno- este libro de cuentos puede y debe ser, asimismo, una invitación para reencontrar a su autor, un artífice del idioma y del verbo (su verso asombra porque vuelve contundentemente a la belleza) y un poderoso creador de dardos, aceros y fábulas: un hallazgo de múltiples seducciones.
Luis Antonio de Villena
EL AMOR, EL VALOR, LA AMISTAD Y LOS SUEÑOS
Luis Alberto de Cuenca, El otro sue
ño. (Sevilla, Renacimiento, 1987). e ríticos y lectores se han mostrado unánimes al considerar que Luis Alberto de Cuenca, uno de los más caracterizados re
presentantes de la poesía culturalista de los primeros años setenta, sólo alcanza su verdadera estatura
Los Cuadernos de la Actualidad
poética con la publicación de La caja de plata (1985). Los libros anteriores -Los retratos (1971), Elsinore (1972) y Scholia (1978)- resultaban lastrados por un exceso de nombres y referencias eruditas, una falta de atención a la estructura del poema en beneficio de aislados momentos de brillantez (hay excepciones, sobre todo en Scholia) y una cierta tendencia a la vaguedad expresiva de corte neosurrealista.
Con La caja de plata se abandonan el verso libre y la prosa poética por la más ceñida métrica clásica -endecasílabos, alejandrinos, sonetos-, la expresión se vuelve coloquial, el poema se hace narrativo,la evocación de un mundo heroicoa la manera de Borges se entremezcla con prosaísmos que recuerdana Campoamor, el humor alternacon el patetismo, los héroes de unamítica Edad Media con los personajes del cine negro americano. Yen ese conjunto, tan aparentemente heterogéneo, nada disuena, todotiene el tono y el ritmo precisos para subyugar al lector (el últimoLuis Alberto de Cuenca es uno delos poetas de más fácil y agradablelectura, mérito éste -cuando tantoabunda el tedioso hermetismo-nada desdeñable).
Continúa El otro sueño la poética tan brillantemente desarrollada en el libro anterior. La primera parte, «Seis poemas de amor», ya había sido publicada, y con ese mismo título, por la colección Newman/ Poesía en 1986. Uno de esos textos, «La noche blanca», aparece ahora publicado con importantes modificaciones. La más curiosa de todas es aquella en la que el poeta sustituye las «cruces gamadas» que sueña dibujar sobre el cuerpo de la mujer por «corazones partidos por delicadas flechas» ( el poema no es
98
de los mejores), como para evitar el riesgo de que el lector asocie demasiado fácilmente el canto al coraje y a la sangre heróicamente vertida que aparece en buena parte del libro con la ideología fascista. (Aquí habría que hacer un paréntesis para tratar cierta cuestión extraliteraria: si nadie culpa a los comunistas actuales de los crímenes de Stalin, lpor qué no admitir -sin rasgarse las vestiduras ni sacar a colación el genocidio nazi- que un escritor actual puede ser admirable y a la vez simpatizante del fascismo? Todavía hay quien emplea esta palabra como un insulto descalificador, y por las librerías circula un confuso mamotreto de Julio Rodríguez Puértolas -Historia de la literatura fascista española- que puede demostrarlo; la ideología que esté libre de pecado -en cuyo nombre no se haya asesinado a nadie- que tire la primera piedra).
Si «La noche blanca» no nos muestra al mejor Luis Alberto de Cuenca, los dos sonetos -de largo título, a la manera clásica- que siguen a ese poema ya tienen un desenfado y una gracia absolutamente personales e inconfundibles: «La otra noche, después de la movida, / en la mesa de siempre me encontraste / y, sin mediar palabras, me quitaste / no sé si la cartera o si la vida».
Lo onírico -recordemos el título del libro- hace su aparición en «Los gigantes del hielo». Luis Alberto de Cuenca recrea pesadillas, emparentadas con la literatura de terror, y también sueños consoladores, en algunos de sus mejores poemas; en ambos casos, se mantienen la precisión sintáctica y la sabiduría clásica del ritmo: la incoherencia del subconsciente (al contrario que en tantos escritores surrealistas) se evoca desde la más perfecta lucidez.
«Los invitados» -segunda parte de El otro sueño- consta también de seis poemas dedicados a otros tantos personajes: «La malcasada» y «Julio Martínez Mesanza» resultan acaso los más significativos. El primero de ellos, escrito en endecasílabos que no necesitan (como ocurre en Gil de Biedma) disimular su carácter de verso por medio de rupturas rítmicas y encabalgamientos para adquirir un tono absolutamente conversacional, ejemplifica bien un tipo de poema anecdótico, costumbrista, narrativo, que sólo Luis Alberto de Cuenca
es capaz de hacer sin que se desmorone por exceso de prosaísmo.
«Julio Martínez Mesanza», subtitulado «Después de leer Europa», es un canto al mundo de ese poeta, acaso el más próximo a Luis Alberto de Cuenca de entre los escritores jóvenes: el coraje, la fe, la santidad y el orden son algunos de los valores que ambos poetas admiran, valores no precisamente de moda en la literatura contemporánea.
Pero Luis Alberto de Cuenca es un poeta más complejo que Martínez Mesanza; no se limita a cantar los arcaicos valores tradicionales (aunque ni en uno ni en otro haya ningún arcaísmo estético), acierta a reflejar con verdad y con humor las nuevas relaciones sociales, la actual «cultura urbana» (Luis Alberto de Cuenca es también, se cita siempre como muestra de su versatilidad, además de filólogo experto, autor de varias de las letras de la Orquesta Mondragón).
«Las mañanas triunfantes» -tercera sección del libro- comienza con un poema, «Los dedos de la aurora», que muestra la maestría del poeta en el poema breve (un cuaderno de 1984, titulado Breviora, antologa esta parte de su obra). La prosopopeya del título -un tópico en la literatura clásica- se desarrolla en cinco alejandrinos de sugerente voluptuosidad. La amistad y los sueños -dos de los ejes temáticos de Luis Alberto de Cuenca- se entrecruzan, ya desde el título, en «Hoy he tenido un sueño con amigos», un poema lleno de privados detalles biográficos, que a pesar de darse por supuestos, como en una conversación particular, no dificultan ni la comprensión del texto ni su eficacia estética.
Los Cuadernos de la Actualidad
De entre las «Viñetas» con que concluye El otro sueño habría que destacar «Gudrúnarkvida», translación al mundo contemporáneo -con desbordante originalidaddel clásico «planto» o velada funeraria tras la muerte del héroe; una«Soleá» que nada tiene que envidiar ni a las populares ni a las firmadas por Manuel Machado(«Maldita sea mi suerte./ Mi noviame ha sorprendido / en la camacon la muerte»); y un insólito poema humorístico, «Mi monstruo favorito», en el que el poeta se ríe dealgunos de sus terrores.
«iQue suenen las trompetas / y comience la fiesta que acabo de soñar!» son las palabras con que termina el último poema del libro. También podían ser las palabras que lo iniciaran, puesto que el otro sueño constituirá, para la mayoría de los lectores, una de las más brillantes fiestas de la poesía contemporánea.
José Luis García Martín
UN POCO
MAS ALLA DE
LITILE BIG
HORN
Javier Coma, De Mickey a Marlowe.Ediciones Península. Barcelona, 1987.
Un amigo mío sportinguista afirma convencido que el antiamericanismo es el izquierdismo de los idiotas. A lo mejor tiene ra
zón, pero siguiendo su lógica el proamericanismo debe ser el derechismo de los obtusos y así no llegaríamos a ninguna parte. Aunque hablando de llegar, llegamos nosotros, después nos descubrieron ellos, vinieron y al final la cuestión no es cuándo se van sino cómo se quedan. l
Entre el americanismo y sus antis me parece que nos estamos jugando la «esencia» y el futuro de eso tan aleatorio que llamamos ci-
99
P. D. James
SABOR A MUERTE 5' Edición
UN IMPULSO CRIMINAL Novedad
MERIDIANOS
Joseph Brodsky
Premio Nobel de Literatura en 1987
MENOS QUE UNO
BIBLIOTECA CORONDEL
Ediciones
VERSAL
Sol icite catálogo: Apartado 14 632 Re[. D de C. 28080 Madrid Comercializa Grupo Distribuidor
Editorial. Don Ramón de la Cruz, 67 28001 Madrid.
Tel. 401 12 OO. niS>.NAYA
vilización occidental. En la Europa de la miseria y la racanería, disfrazada de grandeur cultural, los americanos han tenido una importancia grande, quizá por la visita del marqués de La Fayette, que empezó el intercambio de soldados por bohemios. En esa Europa se han dedicado a promocionar el jazz, música eminentemente europea como todo el mundo sabe, el cine negro sin negros y hasta una especie de literatura anémica y bautizada muy americanamente como «realismo sucio».
En total que los norteamericanos han oscilado en una gama definitoria que los clasificaba desde exóticos hasta gilipollas. Ahora, el imperio es el imperio, parece que se les empieza a respetar y hasta hay gente que asegura que son unos seres profundos y problemáticos, capaces hasta de filosofar.
Se esté a favor o en contra lo cierto es que la moda cultural se debe a una necesidad, aunque sólo sea económica. Hace veinte años era obligatorio mirar hacia París, hace quince a Londres y en la actualidad, a pesar de la movida madrileña, el centro es New York. Sin ser del todo necesario no hay más remedio que mirar con profundidad a los USA, sobre todo a su cultura publicitaria y a sus mitos, que allí no nacen del deseo popular como en la vieja Europa por falta de tiempo histórico para madurarlos.
USA ha sido siempre contradictoria y su cultura aún más. Los pálidos y escuálidos seguidores de la cultura de la hierba, fumada o rumiada, repetían encandilados los versos de Walt Whitman, mitificándolo como el poeta de la nece-
Los Cuadernos de la Actualidad
sidad lírica de lo natural. Lo malo era que Don W alt era un asqueroso belicista y en su tiempo defendía la necesidad de que USA se anexionase México ... y como éste miles de ejemplos de la contradicción elevada a arte. En fin, la discordancia entre lo que se hacía y lo que se escribía, cosa propia de toda la cultura occidental, que los gringos han llevado al perfeccionamiento máximo.
Acaso por eso, y precisamente por eso, el libro de Javier Coma que estudia la «edad de oro» de la cultura de masas norteamericana, es algo necesario para conocer y profundizar en una realidad dependiente como es la nuestra. Una colonización musical, literaria y cinematográfica, que alcanza porcentajes superiores al sesenta por ciento de la mercancía cultural, es algo que hay que conocer para poder «reconocer» y después optar por alguna posible solución. Aunque ya se sabe que las soluciones culturales no han sido nunca muralla contra los bárbaros y menos contra los tecnobárbaros, como prueba el mito de Atila hecho añicos por Alarico y sus punkis duros.
En el libro de Coma, un enamorado de la resistencia liberal norteamericana contra la reacción circundante y rodeante, hay un minucioso estudio del nacimiento de los actuales mitos USA, que ya forman parte del bagaje europeo. Cine, comics, jazz han sido estudiados con un cuidado de orfebre. El resultado es un libro que, a pesar de su enorme aportación de datos, se lee de un tirón. Y que además es absolutamente necesario para conocer los entresijos del Imperio.
100
Después de leerlo se tiene el conocimiento suficiente para que cuando te quieran vender cultura yanqui puedas contestar: iVete a cantarle tangos a Buñuel!... que como se sabe era sordo sólo cuando quería.
Juan Antonio de Bias
Y VAGARAS
TODA LA
ETERNIDAD
Rafael Argullol, Territorio del nóma
da. Ed. Fondo de Cultura Económica, 1987.
posiblemente sea cierto que la auténtica maldición del poeta (artista por extensión) sea la de su propio exilio, un exilio
no limitado por tiempos ni magnitudes mensurables, por el día y la noche, un exilio en perpetua oscuridad que tiende a iluminarse por la palabra. De ahí que cuando uno lee la obra de esos autores considerados capitales (imprescindibles) dentro de la literatura, se dé cuenta que su verdadera vocación -su penitencia- fue hallarse en medio del caos, entre el desorden, y que, como decía Valéry (creo recordar) en escribir está el castigo. Tal vez en esa doble dimensión resida su atractivo.
Bien puede ser ésa la tesis que se deriva de la lectura de uno de los últimos libros publicados por Rafael Argullol -ensayista y poeta-, titulado Territorio del nómada. A lo largo de toda la historia, se inicia el estudio con una muy atinada referencia al mundo clásico que, dicho sea de paso, estará gravitando sobre nuestras cabezas constantemente: el artista ha sido considerado como un permanente buscador de oro, desde los primeros tiempos hasta nuestros días.
En algún aspecto, Territorio del nómada no es ni más ni menos que una teoría acerca del narcisismo que se encierra en el quehacer artístico, bien sea en el mundo de la literatura o en el de las llamadas artes plásticas, al que también se alude en este libro. En el acto de escribir, inicialmente al menos, se
esconde una gran dosis de presunción. El poeta, además de nómada (con todo lo que la palabra conlleva de desterrado, de hombre sin patria), es un narciso que busca reflejarse constantemente en el espejo del poema y no duda, llegado el caso, en recurrir al engaño, siempre por la palabra, oculto tras sus máscaras.
Territorio del nómada es un libro concéntrico, que nos plantea su lectura desde lo general a lo particular. Dividido en tres partes (sin contar una escasa pero directa introducción), Rafael Argullol comienza por una visión de lo que es el poeta, de la inspiración, del porqué de su existencia; desde las teorías griegas, que consideraban al poeta como un instrumento casi divino, muy relacionado con una posible vertiente religiosa y mítica, hasta teorías más actuales, que intentan una plausible desmitificación, haciendo de él un iluminado, más víctima de sí mismo que sacerdote de un extraño rito. Una vez planteadas lo que podemos considerar las bases generales, Rafael Argullol pasa de esta primera parte, más teórica, a un estudio detallado de este nomadismo del artista en casos ya puntuales y concretos, desde la idea de un Holderlin, exiliado de sí mismo o un N ovalis, que cree esperanzado en la resurrección de una cultura perdida que ilumine la noche, hasta los más modernos, como Kafka y Beckett, atentos ambos al drama de la incomunicación, pasando por Cernuda y Thomas Mann, entre otros.
Uno de los capítulos más interesantes es el que dedica a la dialéctica existente entre lo que se considera clásico y lo que es tomado como vanguardia (modernidad), así como la progresiva desaparición de un posible paradigma tomado del mundo griego y latino (lo mediterráneo) y la irrupción de un con-
Los Cuadernos de la Actualidad
cepto del arte mucho más subjetivo durante el romanticismo. Al fin y al cabo, lo que hoy es vanguardia, mañana pasa a ser tradición, y así sucesivamente. La vanguardia no existe.
Cierra la entrega con un capítulo que dedica al mundo Mediterráneo, como origen y, a la vez, como nexo de culturas. De esta forma, consigue armonizar un libro perfectamente circular, que, iniciándose en los clásicos, acaba esperando su resurrección. Un libro que parte de lo que pudiéramos considerar nuestras raíces culturales y culmina en un detallado análisis del medio físico en el que se desarrollaron. Territorio del nómada es toda una teoría literaria, otro modo de hacer literatura.
Eduardo Errasti
«INDICE», LA PRIMERA REVISTA DE JUAN RAMON
Indice (Revista de definición y concordia), Madrid 1921-1922, Edición facsímil, Madrid: José Esteban, Editor y Ediciones El Museo Universal, 1987.
Me llega, por conducto de José Esteban, la edición facsímil de Indice
(1921-22), la primera revista de Juan Ramón
Jiménez. Uno se queda absorto ante la inimaginable belleza de esa rarísima joya literaria, constituida por cuatro únicos numeras. Pieza quimérica, inalcanzable hasta ahora para el bibliófilo y el coleccionista -del número cuatro existen contadísimos ejemplares, uno de ellos ( el que sirvió para la reproducción) en la exquisita biblioteca del mejor estudioso del 27, Juan Manuel Rozas-, resurge, inesperada, por la módica suma de seis mil pesetas, encuadernada con esmero, impresa con mimo en papel registro ahuesado y sin que se perciban siquiera las huellas de los escollos técnicos superados, la pionera de las revistas literarias de la década
io 1
Palabra en el Tiempo
Gonzalo Torrente Ballester Los gozos y las sombras
David Garnett La dama zorro
Anne Tyler El turista accidental
Palabra Menor
Javier Delgado Erase una vez una niña
Elena Santiago Veva
Dominique Fernandez La gloria del paria
Editorial Lumen
de los veinte. Entre sus colaboradores figuran las mejores plumas de las generaciones del 98 y del 15 (Azorín, los hermanos Machado, Juan Ramón, Gómez de la Serna, Moreno Villa, Pérez de Ayala, Ortega, Alfonso Reyes, etc.) y, sobre todo, los nombres más representativos de los que luego constituirán la promoción del 27: Alonso, Bergamín, Chabás, Diego, Díez-Canedo, Espina, García Lorca, Guillén y Salinas.
En esto último radica, precisamente, desde la perspectiva hodierna, el principal interés de Indice: Juan Ramón aparece en su papel de maestro indiscutible del grupo; 1922 es una fecha muy significativa, pues constituye el punto de arranque del movimiento de poesía pura, concebido a partir de entonces como grupo de «presión literaria»; esa poesía pura que alcanzaría su cota máxima en torno a la conmemoración del tercer centenario de la muerte de Góngora, pero que comenzaría a descender bruscamente en 1930, a raíz del auge teórico y práctico de la poesía comprometida. En 1922 aparece la Segunda Antología Poética (1898-1918) de Juan Ramón, la nueva selección de poemas que respondía, precisamente, a su afán de definir y divulgar su concepción de la estética pura. Los poetas del grupo se declararon entonces fervorosos seguidores del maestro de Moguer hasta que se fueron perfilando los primeros disentimientos al concluirse la década de los veinte, pocedentes sobre todo de Alberti, Prados y Lorca. En 1922 comienza así mismo el rápido desmoronamiento del ultraísmo y, algo después, del creacionismo, los dos movimientos de vanguardia surgidos a raíz de la Gran Guerra. Indice constituye, pues, el punto de partida de ese nuevo movimiento poético, la Revista de Occidente (1923) hace posible su ascensión y las numerosas revistas de poesía posteriores la consolidan definitivamente.
En Indice sorprendemos, pues, a Lorca en sus primeros pasos, que publica sus cancioncillas en tres de sus números; a Gerardo Diego, que adelanta poemas que luego recogería en Imagen (1922); a Salinas, con versos de Presagios (1923), su primera colección poética, en la que se traduce con nitidez el influjo de Juan Ramón, Antonio Machado y Bécquer; a Antonio Espina, con poemas de su Signario
Los Cuadernos de la Actualidad
Juan Ramón Jiménez.
(1923), libro que Azorín calificó de «zarabanda tipográfica», pero que aporta sorprendentes innovaciones poéticas y constituye un auténtico testimonio de nueva sensibilidad y de conciencia social; a Guillén, con versos dispares que ya anuncian la plenitud de Cántico (1928); a Dámaso Alonso, con versos de su librito Poemas puros, poemillas de la ciudad (1921). En fin, como señala José Esteban en su fina nota introductoria, en Indice podemos «hoy sorprender esa iniciación al vuelo poético de los que muy pronto serían águilas de nuestra lírica.»
Indice se imprimió en Talleres Polígrafos, la imprenta representada por el escritor y pintor Gabriel García Maroto, asimismo colaborador de algunos números. En la última página de la revista, a modo de broche final, su fundador hace advertencias muy suyas: «Indice elige sus colaboradores a gusto de sus redactores, y no mantiene correspondencia, sin excepción ninguna, sobre este asunto.» «Indice no acepta responsabilidad alguna de los trabajos de sus colaboradores y redactores, cada autor es el único responsable de sus opiniones, palabras y ortografía; y de sus erratas que no sean puramente tipográficas.» Sus intenciones son también transparentes: «En sus páginas, cabrá todo lo que signifique 'vida', desde lo más acrisolado hasta lo más nuevo, desde lo más llano hasta lo más insigne, desde lo más oculto hasta lo más abierto; y su aspiración es llegar a definir y deslindar, del modo más completo y perfecto posible -con un criterio amplísimo y estrechísimo a un tiempo-, la calidad más noble del genio español e hispanoamericano.»
José Manuel López de Abiada
102
LOS
RECUERDOS
TRANSPA
RENTES
Cueto Marsic. Exposición Galerías Caja de Ahorros de Asturias. Noviembre, 1987 - enero, 1988.
La mejor introducción posible a la obra que el pintor esloveno Cueto Marsic acaba de presentar en nuestro país nos la brin
da, precisamente, un descendiente de eslovenos, el escritor alemán Peter Handke, cuando afirma, en La doctrina del Sainte-Victoire, que el arte es sólo la forma que transmite un ser en paz.
Cueto Marsic es un ser en paz que crea mundos habitados por seres en paz consigo mismo y con la Naturaleza; seres que han ido apareciendo en su pintura, inicialmente abstracta, a medida que se ha ido intensificando el afán del pintor por concretar la expresión de las emociones humanas más esperanzadoras. No parecen interesarle el caos, la maldad, o la fragilidad de la vida, sino las claves internas del misterio del amor, la amistad, la convivencia apacible con la Naturaleza ... Pero no hay en ese interés una voluntad consciente que quiera manifestarse a favor de la alegría de vivir; hay más bien como un ansia de exactitud en la expre-
Cueto Marsic.
«El cachorro confía».
sión, de querer acercarse al secreto último de la formación del sentimiento, tal vez porque intuye la aparición de un problema en su proceso de decantación en el lienzo.
Es en los momentos más intensos de esa búsqueda cuando la pintura de Cueto Marsic alcanza su mayor realización artística y, por tanto, su mayor fuerza emotiva, porque -como el propio Peter Handke escribe, matizando su concepción de lo que es el arte- <�ustamente lo que le da a la vida su gusto es lo que al transmitirlo se convierte en problema». Se corresponden esos momentos con el último período de su obra, en el que las figuras de sus cuadros no adoptan ya una actitud única, sino que, como en los fotogramas de una película cinematográfica, podemos contemplarlas en las fases sucesivas de su movimiento.
Marsic se acerca mucho al secreto que persigue cuando descubre que una sola imagen no le basta para expresar lo que desea. Pero casi lo roza cuando nos hace descubrir una amenaza gravitando sobre alguna de las figuras que componen una de esas imágenes; una amenaza de la que no parecen ser conscientes esos «seres en paz», que no modifica en nada su apaciguamiento, probablemente porque emana de su propia esencia: el perro amigo de mirada atenta y noble es también el animal que, jugando, enseña los dientes y ruge; el hombre sereno ante la Naturaleza es también el hombre que echa la ca-
Los Cuadernos de la Actualidad
beza hacia atrás tratando de liberarse de su angustia.
A la belleza, la emotividad y el lirismo de la obra de Cueto Marsic se les une el interés por saber hasta dónde logrará profundizar el pintor en las entrañas de ese secreto que no sólo él sino todos soñamos con desvelar.
José Antonio Cano Miret
UN
ASTURIANO
EN EL
«OFF-MERIDA»
La sala Trajano es un antiguo cine emeritense reconvertido en sede del Centro Drámatico de Extremadura. En su escena
rio se dieron a conocer los montajes producidos por ese organismo a partir de 1985. Bajo la batuta de Antonio Corencia se estreno allí El crimen de D. Benito, un melodrama en toda regla, con aditamentos de crónica social de comienzos de siglo; posteriormente el mismo director, cambiando de estilo se acercó al mundo fantástico de Alicia, la heroína de Carro!, el matemático inglés, para convertir el famoso texto en comedia musical y ya más recientemente un extremeño, Francisco Carrillo, veterano en esto del teatro dirigió una obra del también extremeño Miguel Murillo: Las maestras, producción de menor envergadura pero de mayor proyección artística, a juzgar por la respuesta crítica. Posiblemente sean poco conocidos los trabajos del teatro extremeño fuera de la región, de eso sabemos bastante en otras Autonomías, y hablar de teatro en Extremadura fuera de los límites administrativos y geográficos es casi siempre referirse al Festival de Teatro, desarrollado en el recinto romano de la actual capital.
El alterado verano del 87, climatológicamente hablando, incluso en Extremadura, no ha impedido que las milenarias piedras recibieran a actores, directores, tramoyistas, electricistas, escenógrafos y encargados de vestuario para adobar
103
& SERVICIO
DE
PUBLICACIONES
Qlja de Ahorros de Asturias Plaza de la Escandalera. 2 - 33003 Oviedo
Teléfono: (985) 221494
JOVELLANOS Y ASTURIAS
Jesus Menendez Pelaez
Jose Miguel Caso González
0
& SERVICIO
DE
PUBLICACIONES
Qlja de Ahorros de Asturias Plaza de la Escandalera, 2 - 33003 Oviedo
Teléfono: (985) 221494
precipitadamente los peculiares guisos teatrales que en olor de multitudes se celebran en tan exuberante marco arquitectónico. Como en otras ediciones la diosa Ceres, inmóvil y perenne, presidió con sorna y en penumbra las evoluciones de cómicos de tanta nombradía hispánica como María Asquerino, Gemma Cuervo, Manolo Codeso, María Luisa San José, Juan Meseguer, Charo Soriano, Emilio Laguna, Juan Carlos Naya y un largo etcétera, sin olvidar a la griega Irene Papas o los actores franceses del «Theatre du Llierre». Francisco Nieva, Juanjo Granda, Salvador Távora, Farid Paya, el inevitable Antonio Carencia y Cakoyannis estuvieron en la nómina de adptadores/directores mientras que Plauto, Eurípides y Joanot Martorell fueron sólo una vaga referencia de auditoría literaria ante tanto dramaturgo de escena imbuído de genialidad. Con escasos en-sayos, (eso se nota mucho) «larga- 0
ron» más que declamaron larguísi- ¡,.,¡
mos párrafos de discutible calidad, si exceptuamos la compañía francesa y la sevillana. En ésta, Manue-la Vargas ponía los pelos de punta a los múltiples espectadores.
Pero en Mérida puede ocurrir a la larga como en Avignon. Aquel festival que convierte en teatro permanente la ciudad de los Papas tiene muchos más espectáculos off que oficiales y por supuesto más atrayentes. Viene a mi recuerdo la capital francesa porque el estreno que nos ocupa tuvo lugar fuera del «marco romano» y si la sala Trajano es de hecho un teatro que aglutina las producciones extremeñas, El retablo de la lujuria, la avaricia yla muerte, de Valle-lnclán, se estrenó en las mismas fechas que los espectáculos multitudinarios, de relumbrón y espacio descubierto. «Suripanta» es una cooperativa teatral de Badajoz que coproduce esta función valleinclanesca junto al Centro Dramático de Extremadura. Para dirigirla solicitaron la participación de Etelvino Vázquez, el asturiano que más «suena» fuera de los ámbitos regionales. No es la primera ocasión que Etelvino dirige en el Sur. La temporada anterior había montado, también para «Suripanta», Aquí no paga nadie de Darío Fo. Pero esta vez el empeño parece a priori más significativo. Se entresacan tres textos del Retablo completo, dos son melodramas para marionetas según Valle, uno au-
Los Cuadernos de la Actualidad
to para siluetas; con La cabeza del bautista, Ligazón y La rosa de papel se articula una función que nos permite oír con claridad y propiedad los escritos de D. Ramón, yo diría que por primera vez en la historia del teatro español representado. Es obvio que el melodrama y el esperpento tienen bastante que ver, es comprensible que a Etelvino Vázquez le haya subyugado más de una vez la carga radical empapada de ironía y el galimatías literario plagado de influencias que Valle utiliza y está claro que después de dirigir en Asturias Ligazón y Las galas del difunto amen de fragmentos de El embrujado y Los cuernos de D. Friolera, la llamada del sur para ahondar en el universo maléfico, mítico y violento del gallego tiene que ser recibida con apego y simpatía.
El resultado de un trabajo intenso, desarrollado en varias etapas, con intervalos viajeros a través de la «ruta de la Plata», es una función coherente y rítmica, sin altibajos, globalmente equilibrada, controlando lo recursos. La realidad desconyuntada que Valle presenta en las tres obras pero sobre todo en La cabeza del bautista y La rosa de papel nos remiten de inmediato a Eros y Tánatos. En La cabeza del bautista esa unión violenta y cruel del Amor y la Muerte, personificada en la Pepona y Jándalo, mien-
104
tras suena la música de la ópera Salomé de Straus remata lo absurdo y trágico de la condición humana. Valle-lnclán, discurriendo por esa visión sentimental de lo real que es el melodrama, convierte en auténticos fantoches los personajes de La rosa de papel. Esta obra, de humor corrosivo, negro, que culmina con el acto necrofílico del borracho Simeón Julepe, después de haber brindado por su esposa muerta a los acordes de Verdi, es un compendio de acciones técnicamente esperpénticas, con referencia a las grandes fuerzas que mueven el mundo: Avaricia, Sexo y Muerte.
En medio de estos dos truculentos melodramas/esperpentos, Ligazón, calificado como auto para siluetas se nos ofrece con una visión plástica barroquizante: ciclorama, contrastes de luces y sombras y solución dramática imaginativa al introducir en escena una cama sobre la que se perpetra el consiguiente crimen unido a la voluptuosa lascivia.
Etelvino Vázquez ha conseguido sobre una base literaria y teatral compleja un espectáculo claro y preciso, imaginativo y lleno de fuerza. Estos son los calificativos que se aplican con frecuencia al resumen de los modos lingüísticos y estilísticos del gallego, luego habrá que señalar la concordancia de una y otra dramaturgia. Pero lqué decir del equipo extremeño que ha utilizado Etelvino? Sorprendente. Técnicos y actores forman una plausible compañía que comenzando en Juan Carlos Gallardo (artífice de la luz y el sonido) y culminando en las actrices, Yolanda Criado y Pilar Gómez, comprende actores masculinos del relieve de Javier Leoni o Pedro Antonio Penco, e incluye a Pedro Rodríguez que es talmente un Simeón Julepe redivivo. La escenografía, realizada por el grupo madrileño «La Tartana», resolvió funcionalmente las dificultades previsibles en los cambios especiales. Etelvino Vázquez ha sacado un gran partido a las simples puertas y ventanas del decorado.
Los perjucios iniciales que algunos pacenses tenían sobre cómo verían el asturiano y los de «Suripanta» a Valle quedaron disipadados el día del estreno. Todo fueron parabienes y las gentes desplazadas desde el Principado tuvimos ocasión de constatarlo.
Julio Rodríguez Blanco