resumen - diego armus - susana belmartino (2001)

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  • 8/6/2019 Resumen - Diego Armus - Susana Belmartino (2001)

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    Diego Armus Susana Belmartino (2001)

    ENFERMEDADES, MDICOS Y CULTURA HIGINICA

    Hasta bien entrada la primera dcada del siglo XX, las enfermedades infectocontagiosas fueron un recurrente dato de la vida en lasciudades y un elemento decisivo en la mortalidad. Las epidemias marcaban la vida de la gente y los esfuerzos de los gobiernos.Muchos insistieron en extender las obras de salubridad. Por detrs de ese empeo haba una preocupacin por traer orden y estabilidad

    al cuerpo social. Fue en ese contexto que la bacteriologa hizo su impacto en la sociedad, sumando a la veneracin por la limpieza lalucha contra grmenes y microbios, esos nuevos enemigos invisibles. Esta higiene era el resultado de dos preocupaciones. De unaparte, evitar el contagio indiscriminado que el cclico impacto de las epidemias traa consigo. De otra, utilizar la higiene como uno delos tantos recursos destinados a incorporar a gran parte de las masas urbanas a la vida moderna. La lucha antiepidmica vena aenlazarse con un esfuerzo regenerador, eugensico, que desde distintas posiciones ideolgicas terminaba bosquejando la idea deconstruir una raza argentina fuerte y sana. Al despuntar los aos 20, y particularmente durante los 30 y 40, la higiene defensivaqued relegada a un segundo plano. Este cambio fue en gran medida un resultado de las nuevas tendencias en la mortalidad. Pero esoscambios tambin se relacionaban con novedades significativas en el mundo de las ideas y en la sociedad. Nuevos gruposprofesionales se fueron consolidando y nuevos actores sociales y culturales comenzaron a jugar un rol ms evidente. Los mdicosbuscaron afirmarse como los nicos proveedores de servicios de atencin de la salud, aumentaron en nmero y redoblaron esfuerzosfrente a sus competidores, la medicina casera y la que ofrecan los curanderos. Ese esfuerzo fue facilitado no slo por el desarrollo deuna red de instituciones de atencin controladas por los mdicos sino tambin por un renovado empeo orientado en ganar la calle y laconciencia de la gente utilizando los modernos mtodos del marketing.

    La higiene defensiva de fines del siglo XIX y comienzos del XX perdi presencia, y sobre su tono alarmista se fue articulando unaversin nueva, positiva, que combinaba la preocupacin por la salud, la plenitud fsica y la perfeccin moral.

    NOVEDADES Y PERSISTENCIAS EN LA AGENDA DE LA SALUD PBLICA

    En la dcada del 20 las enfermedades gastorintestinales, la sfilis, el paludismo y la tuberculosis adquirieron o reafirmaron unadimensin sociocultural donde lo meramente biomdico se saturaba de nuevos significados y sentidos. En una perspectiva amplia, lasenfermedades gastrointestinales y la puericultura dieron argumentos a quienes, desde la elite poltica, burocrtica y mdica, construanla retrica de la necesidad de forjar una supuesta raza nacional en torno a la cual se jugaba el futuro de la Argentina. La campaacontra las enfermedades venreas, en primer lugar la sfilis, fue parte de un esfuerzo moralizador que buscaba llamar la atencin sobreuna sexualidad corrompida. Alrededor de la sfilis tambin se articulaban los fantasmas de la herencia y la degeneracin; aqu tambinlas preocupaciones se presentaban en una clave similar a las de la mortalidad infantil, toda vez que lo que estaba en juego, se supona,era el futuro de la raza. Se justificaba as un discurso alarmista donde la moral y la medicina se potenciaban mutuamente.El paludismo, por su parte, afectaba fundamentalmente a ciertas zonas del interior. Una importante proporcin de la poblacin infantilmora por esta causa entre los adultos asuma las caractersticas de una enfermedad crnica. Las estadsticas sociodemogrficasasociadas a la endemia no hacan ms que contribuir a articular un discurso pblico que en el mediano plazo facilitara el lanzamientode la lucha antipaldica. En 1903 se present en el Congreso nacional un proyecto de ley destinad a organizar la campaaantipaldica; hacia 1907 se sancion la ley 5195 y un ao ms tarde se aprob su reglamentacin. En 1911 se realizaronmodificaciones que apuntaban a una mayor descentralizacin en la asignacin de los recursos. A lo largo de la segunda dcada desiglo el Departamento Nacional de Higiene present iniciativas de ley por las cuales se reclamaban aumentos en las partidasdestinadas a la lucha antipaldica, enfatizando la necesidad de acompaar la aplicacin de quinina y la lucha con el mosquito coniniciativas dirigidas a sanear los depsitos de agua, mejorar las viviendas e impulsar la educacin sanitaria en las escuelas. Fue en esecontexto cuando comenz a hacerse sentir la influencia norteamericana en cuestiones sanitarias. Entre la dcada de 1910 y la de 1930la Fundacin Rockefeller desplegara sobre Amrica Latina recursos tcnicos y financieros y una firme conviccin por promovercampaas contra enfermedades que, se pensaba, eran fciles de erradicar, tratar y controlar. Impulsaron programas de corto plazo y

    poca inversin en infraestructura sanitaria que apostaban a difundir estrategias no tanto preventivas o de mejoramiento general de lascondiciones de existencia sino esfuerzos curativos y modos de control tcnico. El paludismo o malaria, junto a la fiebre amarilla y laanquilostomiasis, fueron entonces sus objetivos prioritarios. A pesar de los esfuerzos, a comienzos de la dcada del treinta todoscoincidan en que la enfermedad era epidmica en el Nordeste y endmica en el Noroeste. As, se verific que el paludismo queafectaba a la regin tena que ver con mosquitos que depositaban sus larvas en los cursos de agua rpidos, libres de vegetacin, contaludes verticales y limpios, aguas soleadas en constante renovacin. La nueva estrategia consisti en plantar vegetacin en el lecho delos cursos de agua y arbustos en sus mrgenes con el objetivo de recrear reas de sombra. Estos cambios facilitaron la progresivadesaparicin de las larvas. A pesar de los nuevos esfuerzos, la enfermedad sigui siendo endmica. La experiencia confirm la certezade que la lucha antimalrica deba necesariamente reconocer la importancia de lo particular y especfico de la regin afectada, que elpaludismo deba confrontarse como una enfermedad local. Los progresos significativos llegaron en la segunda mitad de la dcada delcuarenta, cuando el primer gobierno peronista renov el compromiso del Estado nacional con la lucha antipaldica. Al esfuerzopoltico-institucional se sum la utilizacin del DDT, un insecticida que se revel particularmente eficaz en la lucha contra elmosquito.

    La tuberculosis fue la enfermedad que ms atencin concit en los aos treinta. En torno de ella se articul un discurso y una suerte desubcultura que penetr con fuerza singular la literatura, el ensayo sociolgico, las letras de tango, los artculos de diarios y revistas decirculacin masiva. Tanto el Estado como diversos sectores de la sociedad civil participaron de la campaa antituberculosa.

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    Trabajando desde el Departamento Nacional de Higiene o desde dependencias de los gobiernos locales y las asistencias pblicasmunicipales, los mdicos higienistas lideraron este esfuerzo. No fue un grupo totalmente homogneo. Pero esta diferencias tendan adiluirse al momento de establecer el rol que el Estado deba jugar el Estado en estas iniciativas. Tal vez por eso, la nueva burocraciamdico-administrativa pudo sentar las modestas bases de una red institucional de asistencia antituberculosa. La novedad vino por ellado de un discurso ms enfticamente intervencionista desde el punto de vista de las responsabilidades del Estado. En los aos 30 sesubray la necesidad de una direccin nica en la lucha antituberculosa. En el Congreso Nacional la cuestin apareci con insistencia,pero slo produjo propuestas legislativas parciales que nunca lograron plasmarse en una ley que motorizara la centralizacin de lalucha y que impulsara lo que los especialistas perciban como el ms efectivo recurso para controlar la tuberculosis, esto es, un seguroobligatorio contra la enfermedad que aunara los esfuerzos del Estado, del capital y del trabajo. El Primer Plan Quinquenal delgobierno peronista retom la prdica y los objetivos ya anunciados en las dos dcadas anteriores pero subrayando el protagonismo y lafuncin reguladora del Estado en la expansin de los servicios hospitalarios tanto en Buenos Aires como en el interior del pas. Fuehacia finales de la dcada del cuarenta y comienzos de la del cincuenta cuando la irrupcin de los antibiticos transform radicalmenteel problema de la tuberculosis en las grandes ciudades argentinas, en particular las del Litoral. En la dcada de 1930, a los esfuerzosliderados por el Estado se sumaron sociedades barriales, grupos polticos y organizaciones tnicas y laborales que participaron conmayor o menor fervor en la campaa antituberculosa. El ms relevante de estos esfuerzos fue el la Liga Argentina contra laTuberculosis. La Liga apunt a construir un consenso en torno a la necesidad de combatir la tuberculosis. Las finanzas de la Ligaresultaban del aporte de sus socios y de no muy generosos subsidios del gobierno, especialmente cuando se los comparaba con los quereciban las tradicionales sociedades de beneficencia. La Liga cre y mantuvo instituciones destinadas a atender las necesidades deltuberculoso pobre que, se supona, deban servir de referencia cuando el Estado o las mutualidades tnicas u obreras se lanzaban consus propias iniciativas antituberculosas. En los aos 30 la mortalidad por tuberculosis tenda a declinar pero a un ritmo muy modesto. Numerosas narrativas epidemiolgicas se propusieron establecer el rol y la relevancia de lo que se dio en llamar los factoresbiolgicos como de los socio-ambientales en los avatares de la mortalidad tuberculosa. Los intentos de explicacin atentos a losfactores biolgicos consideraron la virulencia del bacilo, el nivel de la inmunidad colectiva, la herencia y la raza. Las centradas enlos factores socio-ambientales tendieron a destacar, por un lado, el rol de las intervenciones mdicas y, por otro, las condicionesmateriales de vida que podan alterar positiva o negativamente la resistencia al contagio. Ms all de la mayor o menor confianza delas estadsticas, que podan registrar casos de tuberculosis como bronquitis, bronconeumonas o neumonas, o viceversa, las tendenciasde la mortalidad tuberculosa revelan que los avatares de la enfermedad no fueron los mismos cuando se mira el conjunto del territorionacional. Por otra parte, la cuestin de la tuberculosis estaba saturada de significados y usos definitivamente modelados por unrepertorio de cuestiones e ideas que excedan holgadamente lo estrictamente biomdico.

    ENTRE MDICOS Y CURANDEROS

    Al despuntar el siglo XX la profesin mdica ya haba logrado el reconocimiento jurdico que le otorgaba un exclusivo derecho a

    practicar la cura de la enfermedad. Sin embargo, los modos en que la gente enfrentaba sus males revelaban que los mdicos no eranlos nicos que ofrecan tratar de curar las enfermedades. En el ltimo tercio del siglo XIX la medicina hogarea y la automedicacinfueron los modos ms comunes para lidiar con las molestias. Tratar de curarse en casa era una reaccin indicada por el sentido comny la necesidad. El consejo del familiar o del vecino era el primer recurso. Los que saban leer tambin podan informarse consultandoalgunos de los manuales de medicina casera que circulaban en abundancia y a precios bien mdicos. En los aos 30 los avisospublicitarios de remedios en diarios y revistas eran habituales, como lo haban sido desde aproximadamente 1920 y lo seguiran siendohasta entrados los aos cuarenta. Ofrecan tnicos y medicamentos que supuestamente servan para una larga lista de males. Estaspomadas, pastillas y brebajes aludan, casi con obsesin, a situaciones de constipacin e intoxicacin. Tambin los fortificantesabundaron en los avisos publicitarios. Pero, a diferencia de los desintoxicantes, se trat de medicamentos de venta libre con una largapresencia en el mundo de la publicidad. La gente encontraba en los avisos de los diarios o las sugerencias de los farmacuticos unverdadero arsenal de medicamentos de venta libre. Los curanderos tambin ofrecan sus servicios, a veces apelando a los mismosmedicamentos de venta libre. En el campo tendan a dominar los herboristas, mientras que en la ciudad y sus suburbios la medicinapopular era mucha ms rica en opciones. Muchos comentaristas, mdicos, periodistas o ensayistas encararon el tema como si fuera un

    asunto novedoso; se trataba en verdad, de algo conocido, tanto por la polica como por la gente que buscaba soluciones en losservicios ofrecidos por los curanderos. As, es evidente que las ofertas de la medicina popular se mezclaban con las de la medicinadiplomada. En la prctica, la gente recurra a aquellos prestadores que ofrecan las soluciones ms convincentes y eficaces. Losmdicos no descansaron en su crtica a los curanderos, charlatanes, herboristas y farmacuticos que recetaban; por todos los mediosposibles buscaron legitimar y hacer realidad el reconocimiento legal que ya haban logrado en tanto nicos proveedores capaces deejercer el arte de curar o al menos de intentar curar.

    LA EXPANSIN DE LA ATENCIN HOSPITALARIA

    La etapa previa a 1930

    Hacia 1915, el sistema hospitalario se haba renovado prcticamente por completo, amplindose el acceso de la poblacin a susinstalaciones y disminuyendo considerablemente el porcentaje de muertes con relacin al total de enfermos atendidos. No slo se

    haba incrementado considerablemente el nmero de camas y haban sido renovadas las instalaciones; tambin se multiplicaron losconsultorios externos, se organizaron los servicios de atencin domiciliaria, los de urgencia y primeros auxilios en la va pblica, elsistema municipal de ambulancias, los dispensarios de proteccin a la infancia, la inspeccin de salubridad para las amas de leche y la

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    atencin de partos a domicilio. En Buenos Aires la Asistencia pblica tuvo a su cargo una red de hospitales y estaciones sanitariasdiseminados por los barrios. Una importante red de organizaciones caritativas privadas y religiosas tambin tom a su cargo laatencin mdica y la asistencia social de la poblacin indigente. La Sociedad Nacional de Beneficencia fue la ms importante de estasinstituciones, tanto por su peso social y poltico como por su continuada presencia a lo largo de ms de un siglo. Dedicados a laproteccin de la poblacin femenina en situacin de desamparo o enfermedad y a la gestin de hospitales y orfanatos, el HospitalRivadavia y el Hospital de Nios respectivamente, constituyeron claros exponentes de la magnitud de los recursos que manejaba.Estas novedades en materia de infraestructura de servicios de atencin no irrumpieron con igual fuerza en el interior del pas y slo enaquellas ciudades donde la actividad econmica derivada de la integracin al mercado nacional o internacional haba trado ciertaprosperidad, la medicina diplomada y sus profesiones e instituciones lograron afianzarse. En otras reas del interior el gobiernonacional realiz un esfuerzo destinado a compensar la escasa disposicin o capacidad de las provincias para hacerse cargo de laconstruccin de servicios de atencin mdica. Con ese objetivo ser aprob en 1906 una ley que creaba la Comisin de Asilos yHospitales Regionales, dotndola con un 5% de los beneficios producidos por la Lotera de Beneficencia Nacional. La importancia deestos subsidios fue motivo de muchas crticas por parte de unos pocos contemporneos que vean con disgusto cmo la elite semostraba caritativa usando recursos del Estado. Tambin a nivel provincial y municipal rega este sistema de transferencia de recursosdel sector estatal al privado. La distribucin de subsidios no obedeca a un plan metdico, sino solamente a la influencia puesta enjuego por las respectivas instituciones ante el Congreso y las autoridades del municipio. Una de las principales fuentes de los recursodestinados a asegurar la atencin mdica del indigente eran los beneficios de la Lotera Nacional. Adems, para esos aos en algunasciudades ya funcionaban los registros municipales de pobres, que se supona, deban reglamentar el acceso a la atencin. De todosmodos, y ms all de la existencia de las reglamentaciones de pobreza, la atencin en los hospitales era libre y gratuita para casos deurgencia. La gratuidad de la atencin sobrecarg el sistema, que creca pero no con el mismo ritmo que la demanda, no faltaronentonces las denuncias de pobres que no lo eran, al parecer individuos que no encontraban infamante el status que les permita unacceso sin gastos a muchos de los servicios ofrecidos por el hospital. Por su parte, en los aos veinte y treinta los hospitales decolectividades combinaban la filantropa con prcticas propias de la previsin individual por un lado y de la actividad empresarialprivada por otra. El mutualismo en la Argentina tuvo una agenda amplia y variada, de ndole asistencial, cultural, educativa y social,que permiti el acceso a la atencin mdica de personas que, sin ser pobres, no podan afrontar los gastos ocasionados por cualquieraccidente o enfermedad relativamente serios. El mutualismo se difundi con rapidez, particularmente en la ciudad de Buenos Aires,conformando un conjunto complejo de organizaciones con diferente capacidad de convocatoria, disponibilidad de recursos, objetivosprioritarios y referentes identificatorios. La convivencia entre tales agrupaciones no era pacfica. Exista una rivalidad manifiesta quetenia sus races no slo en las diferencias ideolgicas sino tambin en la necesidad de competir para la captacin de nuevosadherentes. Junto al sistema pblico y el mutualismo estaba la oferta de los consultorios particulares. Sin duda, en las ciudadesgrandes como Buenos Aires y Rosario no faltaron clnicas y sanatorios de lujo y equipamientos bastante sofisticados. Pero tambin enlas ciudades medianas esta oferta privada de servicios ya era un dato inocultable.

    La crisis del treintaEn los aos treinta, comenzaron a hacerse evidentes ciertos sntomas de malestar que aparecan relacionados con la insuficiencia delos recursos disponibles para enfrentar necesidades insatisfechas. Ese nuevo contexto resultaba de las repercusiones que tuvo en elpas la crisis internacional de 1929, la cada de las exportaciones, la acumulacin de productos destinados al mercado que noencontraban un nivel adecuado de demanda, el desempleo, las migraciones internas y cierto deterioro relativo de las concisiones devida. La crisis renovaba y ampliaba las demandas a las instituciones ocupadas de la asistencia social y la salud pblica al tiempo quepona en cuestin expectativas que se haban ido conformando en las primeras dcadas del siglo. En ese escenario se registr unadisminucin relativa de recursos destinados a honorarios profesionales y un aumento de los gastos en medicamentos, anlisis delaboratorio y radiologa. A esos cambios se sumaba la incorporacin de una serie de nuevos y costosos procedimientos asociados almejor diagnstico de las enfermedades venreas, la deteccin precoz del embarazo y las tcnicas de eritrosedimentacin. La prcticamdica tambin cambi. Estas novedades llevaron a mdicos en ejercicio, administradores de hospitales y gerentes de mutualidades atomar en cuenta el aumento de la demanda de atencin mdica y los problemas institucionales resultantes. Estos incrementos daban

    cuenta no slo del empobrecimiento relativo de ciertas franjas dentro de los sectores medios urbanos afectados por la crisiseconmica, sino tambin de la mayor confianza de la poblacin en la eficacia curativa de la medicina, la creciente toma de concienciaacerca de las consecuencias de largo plazo de algunas enfermedades y la consolidacin y el desarrollo de una cultura higinica.

    LA ORGANIZACIN GREMIAL DE LOS MDICOS

    Fue entre 1920 y 1940, y al calor de estos cambios y percepciones, que se consolid el gremialismo mdico argentino. En los aostreinta comenzaron a crearse federaciones provinciales y en 1941 se constituy la Federacin Mdica de la Repblica Argentina, quedos dcadas ms tarde se transformara en la Confederacin Mdica de la Repblica Argentina, sin duda el interlocutor reconocidodel Estado en todo tipo de cuestiones vinculadas a la problemtica de la salud y la atencin mdica. Desde el primer momento, laorganizacin gremial de los mdicos se propuso defender los intereses de los profesionales y preservar el decoro y prestigio de laprofesin. Ese enunciado se reiter cada vez que los mdicos necesitaron explicar las razones que los llevaban a agremiarse. Las msrecurrentes fueron el aumento del nmero de mdicos, favorecido por el acceso a la educacin superior de camadas importantes de la

    clase media, el incremento de las posibilidades de ascenso social en la Argentina de comienzos de siglo, y la apertura universitaria quesupuso la Reforma de 1918. El incremento del nmero de profesionales y su concentracin relativa en las zonas de mayor desarrollomotiv preocupaciones que ponan en cuestin las posibilidades futuras del ejercicio profesional. Estos temores fueron sin duda

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    estimulados por la pobreza y el desempleo generados por la crisis de los aos treinta, el aumento de la demanda de atencin eninstituciones pblicas, la amenaza de una posible reduccin absoluta o relativa de la clientela que acuda al consultorio y pagaba enforma directa la atencin recibida y, por ltimo, la competencia de curadores, enfermero, parteras y farmacuticos. Por su parte, lasinstituciones de beneficencia, lanzadas a administrar hospitales, dispensarios, consultorios y clnicas, se transformaron en amenazas ala pretensin profesional de exclusivo control de las habilidades indispensables para dirigir una organizacin de salud. Estosmalestares profesionales no impidieron que los mismos mdicos comenzaran a reunirse en clnicas cooperativas, poniendo en marchasistemas de prepago en los que se ofreca atencin mdica. La expansin de estas nuevas modalidades de financiamiento y provisinde servicios se produjo en forma abierta, espontnea, y sin someterse a ningn tipo de regulacin por parte del Estado. Los avancesestatales que promovan la implementacin de sistemas obligatorios de seguro social tambin fueron percibidos como una amenaza ala autonoma profesional y al consiguiente derecho de los profesionales a establecer libremente el valor de su trabajo. Y aun cuandolos mdicos reconocieran la necesidad de poner en marcha formas socializadas para enfrentar el riesgo de enfermar, sus altos costos ysu atencin, una y otra vez se resistieron a abandonar en manos del Estado el control de los sistemas de seguro. Era evidente que comogrupo profesional teman perder la autonoma que haban logrado y gozaban desde haca dcadas.Las asociaciones mdico-gremiales tuvieron como principales interlocutores a los organismos estatales vinculados con la asistencia yel cuidado de la salud. En ese dilogo politizaron sus reivindicaciones, reclamando autonoma del Estado y, al mismo tiempo,buscando en l el garante por excelencia del status profesional. Durante los aos veinte, treinta y cuarenta se profundizo la injerenciaestatal sobre cuestiones tradicionalmente localizadas en la esfera privada. Esta renovada intervencin del Estado se legitimaba en laconveniencia y urgencia de destinar fuerzas y recursos en la forja de una poblacin sana y vigorosa, capaz de defender a la patria eincrementar la productividad. Fue en ese contexto que la profesin mdica y el Estado redefinieron un campo de inters comn, dondeno faltaron los conflictos.

    LOS MDICOS Y LA CULTURA HIGINICA

    Los cambios en el campo profesional, en la infraestructura hospitalaria y en las tendencias de la mortalidad se articularon con unasuerte de catecismo laico de la higiene que logr penetrar en los poros de la sociedad y la cultura. Lo que ese catecismo ofreca era unacosmovisin donde la salud devena en una metfora en torno a la cual giraban, se cargaban de sentido un sinnmero de situaciones yexperiencias. La lucha antituberculosa en primer lugar, pero tambin esfuerzos similares como el de la lucha contra el alcohol, lasenfermedades venreas o las moscas, recurrieron a carteles, afiches, folletos y volantes redactados en un lenguaje al alcance detodos y a veces en varios idiomas. Copiando los estilos norteamericanos en materia de social marketingse comenzaron a usar enforma regular los diarios y revistas de tirada masiva. Todos estos esfuerzos de difusin de los aos treinta, as como los que se habandesplegado a comienzos de siglo y los que se realizaran en la dcada de 1940, fueron tejiendo una trama donde el mensaje de la nuevahigiene se mezclaba con la propaganda y el consumo. As, desde muy diversas posturas polticas e ideolgicas, un dominante eimpreciso discurso eugensico positivo perne el tema de la salud. Creyendo firmemente que ciertos cambios medioambientales

    podan modificar y beneficiar lo que llamaban el capital gentico de la poblacin, todos ellos destacaban la necesidad, incluso laurgencia, de mejorar la raza utilizando recursos y estrategias de nutrimento, de la buen alimentacin a la difusin de la culturahiginica. Fue en ese contexto que se reconocieron las dimensiones sociales de ciertas enfermedades y la necesidad de unir atencinmdica con asistencia social.

    El derecho a la salud y la ampliacin de los contenidos de la ciudadana social

    Concebidos como derechos sociales, como acciones que contribuiran a la obtencin de una ventaja personal, o como aportes alfortalecimiento de la patria, fueron prefigurndose algunos rasgos que anticipaban lo que el primer peronismo desarrollara en unaescala y con una conviccin hasta entonces desconocidas. Al despuntar la dcada del cuarenta, el Estado profundizaba no slo sucarcter capitalista sino tambin su funcin asistencialista, un perfil que vena consolidando desde hace aos con la expansin de sured de hospitales, dispensarios y dems servicios de atencin. Fue en ese contexto, caracterizado por una mayor intervencin delEstado y por la presencia de sectores de la sociedad civil muy interesados en renegociar con l su lugar como oferentes de servicios,

    donde las cuestiones de la salud y la enfermedad comenzaron, como nunca antes, a politizarse. A la discusin sobre las dimensiones ycaractersticas del asistencialismo estatal, un tema no totalmente nuevo, se sum a comienzos de los aos cuarenta la cuestin delseguro de salud. Comenzara a aceptarse entonces una frmula donde el Estado y los empleadores deban contribuir a amortizar lo quese dio en llamar el capital-hombre y los trabajadores se haran cargo de aportar su parte, quedando de ese modo habilitados a exigircomo derecho aquello que haban cofinanciado. As, la maduracin de esta nueva relacin entre el Estado y la sociedad, un proceso engestacin desde comienzos del siglo XX, tom forma en un estado de compromiso, donde el reconocimiento de derechos sociales,entre ellos el de la salud, termin ampliando sustancialmente los contenidos de la ciudadana.

    [Armus Diego Belmartino Susana, Enfermedades, mdicos y cultura higinica, en Cattaruza Alejandro (Direccin), Crisis

    econmica, avance del estado e incertidumbre poltica, Nueva Historia Argentina, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2001,

    pp. 283-329]

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