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La Transición al Diván Reseña a TIRONI, Eugenio. ¿Por qué no me quieren? UQBAR 2011 Renato Garin El escenario político que se ha desatado esta semana me ha recordado uno de los libros más leídos del 2011: “ ¿Por qué no me quieren? Del ´Piñera way´ a la rebelión de los estudiantes ”. Ahora que, como dirían los historiadores, “el año largo” se acaba, se vuelve imprescindible mirar con detención la tesis de Eugenio Tironi en este volumen. Se trata de un texto escrito en cuatro días, según confesión del autor. Y se nota. Es una mezcla de columnas, antes publicadas en El Mercurio, con algunos análisis – todavía crudos- sobre el movimiento estudiantil. En su mejor lectura posible, esto es, pasando por alto lo liviano de algunos capítulos, debe ser visto como un colofón a “Radiografía de una Derrota”, el libro que pretendía explicar la derrota de Frei en Enero de 2010. Y, yendo todavía un poco más allá, puede ser comprendido como otro párrafo más de la extensa producción de Tironi. Una producción estrechamente ligada con la “sociología de la transición”. Aquella compulsión, primero académica, luego comercial, por brindar marcos conceptuales a la sociedad heredada de Pinochet y administrada por la Concertación. PIÑERA AL DIVÁN: ¿SÓLO? ¿Por qué no me quieren? pretende elaborar una tesis sociológica sobre “el Chile actual” a partir de las implicancias políticas del triunfo de Sebastián Piñera. De ahí que Tironi le dedique casi tres cuartos del texto a divagar sobre la personalidad del Presidente y la manera en que ésta se plasma en el Ejecutivo. Dicho en breve: según Tironi, Piñera sería “un ganador compulsivo con ribetes patológicos”, cuestión que explicaría su actuar errático. Este diagnóstico viene a complementarse con el libro “Piñera: Historia de un Ascenso” publicado por Loreto Daza y Bernardita Del Solar a principios de 2011. Allí, se pone el acento en el carácter competitivo y audaz del primer Mandatario. Esto le permitió, según las periodistas, ser hiperexitoso en el mundo de los negocios y puede ser una de las razones por las cuales ganó la elección, pero le impide gobernar. Es decir: las mismas características que lo hacían un buen candidato, lo hacen un Presidente débil. Una “compulsión por destacar” que explicaría, según Tironi, la inclinación del sujeto por incurrir en, siguiendo la nomenclatura de Barthes, “gestos excesivos, explotados hasta el paroxismo de la significación”. Estos estarían produciendo, si entiendo la tesis, una suerte de “banalización” de la figura institucional del Presidente. Esta “banalización” condiciona a los oyentes que rechazan de plano cualquier mensaje. La banalización de la institución sería producto de episodios concretos que debilitan el mensaje no por su contenido, sino por la ausencia del mismo. Episodios que mezclan, por un lado, chascarros fruto del apuro y, por otro, un incontrolable deseo por ser el centro de atención. Ojo: Ser el centro de atención por sobre el mensaje. El académico Cristóbal Bellolio, lo resumía del siguiente modo: Piñera es “el eterno cumpleañero”. Pase lo que pase, el abrazo, la torta, los regalos y las fotos se las tiene que llevar él. Ejemplos de esto serían el mensaje escrito en Alemania, su deambular por Europa con el papelito famoso y sus incesantes apariciones televisivas durante el primer año de mandato -tres al día en sus momentos de mayor ansiedad- . Para resumir: las incontables “piñericosas” –según las bautizó The Clinic- que han marcado la actual gestión. Es decir, no hay construcción teórica posible entorno a un Ejecutivo conducido -única y exclusivamente- por las estrategias personales de su cabeza visible. Todavía más, estas estrategias se subordinan al pulso de las encuestas, que, a su vez, ratifican o desmienten las estrategias personales del mismo sujeto. El resultado: en cada anuncio o

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La Transición al Diván

Reseña a TIRONI, Eugenio. ¿Por qué no me quieren? UQBAR 2011

Renato Garin

El escenario político que se ha desatado esta semana me ha recordado uno de los libros más leídos del 2011: “ ¿Por qué no me quieren? Del ´Piñera way´ a la rebelión de los estudiantes”. Ahora que, como dirían los historiadores, “el año largo” se acaba, se vuelve imprescindible mirar con detención la tesis de Eugenio Tironi en este volumen. Se trata de un texto escrito en cuatro días, según confesión del autor. Y se nota. Es una mezcla de columnas, antes publicadas en El Mercurio, con algunos análisis –todavía crudos- sobre el movimiento estudiantil. En su mejor lectura posible, esto es, pasando por alto lo liviano de algunos capítulos, debe ser visto como un colofón a “Radiografía de una Derrota”, el libro que pretendía explicar la derrota de Frei en Enero de 2010.

Y, yendo todavía un poco más allá, puede ser comprendido como otro párrafo más de la extensa producción de Tironi. Una producción estrechamente ligada con la “sociología de la transición”. Aquella compulsión, primero académica, luego comercial, por brindar marcos conceptuales a la sociedad heredada de Pinochet y administrada por la Concertación.

PIÑERA AL DIVÁN: ¿SÓLO?

¿Por qué no me quieren? pretende elaborar una tesis sociológica sobre “el Chile actual” a partir de las implicancias políticas del triunfo de Sebastián Piñera. De ahí que Tironi le dedique casi tres cuartos del texto a divagar sobre la personalidad del Presidente y la manera en que ésta se plasma en el Ejecutivo. Dicho en breve: según Tironi, Piñera sería “un ganador compulsivo con ribetes patológicos”, cuestión que explicaría su actuar errático. Este diagnóstico viene a complementarse con el libro “Piñera: Historia de un Ascenso” publicado por Loreto Daza y Bernardita Del Solar a principios de 2011. Allí, se pone el acento en el carácter competitivo y audaz del primer Mandatario. Esto le permitió, según las periodistas, ser hiperexitoso en el mundo de los negocios y puede ser una de las razones por las cuales ganó la elección, pero le impide gobernar. Es decir: las mismas características que lo hacían un buen candidato, lo hacen un Presidente débil.

Una “compulsión por destacar” que explicaría, según Tironi, la inclinación del sujeto por incurrir en, siguiendo la nomenclatura de Barthes, “gestos excesivos, explotados hasta el paroxismo de la significación”. Estos estarían produciendo, si entiendo la tesis, una suerte de “banalización” de la figura institucional del Presidente. Esta “banalización” condiciona a los oyentes que rechazan de plano cualquier mensaje. La banalización de la institución sería producto de episodios concretos que debilitan el mensaje no por su contenido, sino por la ausencia del mismo. Episodios que mezclan, por un lado, chascarros fruto del apuro y, por otro, un incontrolable deseo por ser el centro de atención. Ojo: Ser el centro de atención por sobre el mensaje. El académico Cristóbal Bellolio, lo resumía del siguiente modo: Piñera es “el eterno cumpleañero”. Pase lo que pase, el abrazo, la torta, los regalos y las fotos se las tiene que llevar él. Ejemplos de esto serían el mensaje escrito en Alemania, su deambular por Europa con el papelito famoso y sus incesantes apariciones televisivas durante el primer año de mandato -tres al día en sus momentos de mayor ansiedad- . Para resumir: las incontables “piñericosas” –según las bautizó The Clinic- que han marcado la actual gestión. Es decir, no hay construcción teórica posible entorno a un Ejecutivo conducido -única y exclusivamente- por las estrategias personales de su cabeza visible. Todavía más, estas estrategias se subordinan al pulso de las encuestas, que, a su vez, ratifican o desmienten las estrategias personales del mismo sujeto. El resultado: en cada anuncio o

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conflicto, lo que está en juego es - única y exclusivamente- la popularidad del Presidente. Hay quienes dicen que este es el primer gobierno de derecha en cincuenta años. Otros dicen que es el quinto gobierno de la Concertación. Tironi afirma que es el “Gobierno de Piñera”, y nada más que eso. Por ende, quien quiera entender lo que es este Gobierno, debe dejar de lado todos los manuales. La claves estarían en la trayectoria personal del sujeto:

“No hay programas, sino oportunidades. No hay planes, sino apuestas. No hay obras, sino rentabilidad. No hay organizaciones, sino metas. No hay cautela, sino riesgo. No hay mesura, sino exceso. No hay reflexión, sino acción. No hay calma, sino vértigo. No hay inspiración, sino decisión. No hay estudios, sino ensayos. No hay consistencia, sino éxito. No hay lealtad, sino astucia. No hay pares, sino colaboradores. No hay relato, sino poder. No hay bibliotecas, sino gimnasios. No: este no es el Chilean Way, es el Piñera way”. (¿Por qué no me quieren?, página 15).

Tironi no lo dice, hay varias cosas que Tironi no dice, pero aquí habría un fenómeno inverso a lo ocurrido con Bachelet. Las encuestas no la premiaban a ella por “ser ella” solamente, sino porque fue rostro comunicacional del relato de la “protección social”. Un relato inteligentemente creado para potenciar las fortalezas comunicacionales del sujeto: empatía, debilidad, cariño. En cambio, “la falta de relato” terminó siendo “el relato” de Piñera. De esta manera, el Gobierno, que en un inicio había abjurado de la derecha para poder ganar, que había sido estratégicamente reticente con el gremialismo, termina “tensionado desde dentro” por los herederos de Jaime Guzmán. Ha sido el vacío de conducción, entonces, lo que ha incubado el escenario político que vivimos hoy.

De ahí que el piso de 23% alcanzado en la última CEP se deba en buena medida al conflicto estudiantil y la dificultad por marcar la agenda, pero, también, a un debilitamiento de la figura presidencial. Un efecto dominó que costó 20 “puntos cep” en Diciembre de 2010 y otros 20 en Julio. Y tres adicionales en Diciembre. Cuarenta y tres puntos en once meses. No hace falta realizar un exhaustivo detalle de la cantidad de episodios críticos que esta administración no ha sabido llevar. Baste recordar que, terminado el episodio de los mineros, el Gobierno dejó de marcar la agenda. De ahí para adelante, comenzó una saga de errores comunicacionales, políticos y personales. En lo comunicacional, el rescate de la mina San José no fue utilizado como un elemento de narrativa política, sino como una narrativa política “en sí misma”. Una apología de la técnica en vez de una construcción discursiva. Un énfasis en los métodos y en los resultados, antes que en las personas y sus familias. Error de Piñera, sí. Pero, fundamentalmente: falta de visión política de sus muchos asesores.

CINISMO Y MARKETING

A este verdadero “cuadro clínico”, Tironi agrega que el Gobierno estaría atrapado conceptualmente: los chilenos no soportarían un Ejecutivo marcado por la retórica capitalista. Se podrá decir que ella no es privativa de la Derecha toda vez que la Concertación también la tenía. Pero Tironi corrige:

“Los de la Concertación hacían, quizás, lo mismo que el gobierno actual; pero lo hacían no porque les naciera de ellos mismos, porque estuviera en su ADN, sino porque estaban obligados por las circunstancias; la globalización, las herencias de la dictadura, el bloqueo de la derecha, la recuperación de la democracia, y así por delante”. (¿Por qué no me quieren?, página 90).

“Ahí estuvo el secreto de la Concertación. Estaba en sus ojos. Era su identificación, su ethos compartido, sus vasos comunicantes, incluso de tipo familiar y social, con el anti-capitalismo. Esto, curiosamente, le permitía ser dura en términos conceptuales y de políticas públicas y, al mismo tiempo, mantener prendida una pequeña luz de esperanza en el anti-capitalista que todo chileno lleva adentro,

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que lo conducía a quedarse rumiando su desencanto, en vez de salir a la calle a protestar, como lo hace ahora”. (¿Por qué no me quieren?, página 93).

La tesis de Tironi es que la Concertación logró mantener el status quo porque la ciudadanía percibía en ellos un ethos crítico del sistema. Plausible, sí, pero profundamente cínico. Una lectura aguda de ¿Por qué no me quieren? revela ese cinismo propio de la transición. Un cinismo que complementa el ya exhibido en “Radiografía de una Derrota” que prefiere mostrar a la campaña de Frei como “un producto malo” y no a la Concertación como una coalición consumida por sus propias contradicciones. Es como si Tironi no lo entendiera, o como si no quisiera decirlo. En vez de realizar un juicio político a su bloque, el sociólogo pretende hacer verosímil que todo el problema fue comunicacional: Se eligió mal el candidato, se erró el “clivaje”, se aprovechó mal a Bachelet. Piñera era un mejor producto, pero nada más que eso. Y, hoy, ese producto estaría siendo rechazado en las encuestas.

Es curiosa la tesis de Tironi, no por su formulación, sino por la desfachatez del autor. Su argumento es, básicamente, que la Concertación era una mejor administradora del modelo actual porque daba cuenta de una contradicción: anti capitalismo al mando del capitalismo. Todo ello en base a un ejercicio de tragar sapos: La Concertación gobernaba para las grandes empresas y para consolidar el neoliberalismo, pero “le dolía la guata” hacerlo. Y es esta actitud lo que la gente premiaba con su voto. Es decir, el triunfo de Piñera habría venido a “profundizar las contradicciones”, para usar la jerga universitaria tan en boga, y habría puesto al modelo a la cabeza del modelo mismo. ¿Hacia dónde vamos?¿Qué significa este 2011 en plano histórico? Tironi es optimista ante estas preguntas. Tironi ha sido optimista durante veinte años y no hay razón para que no lo sea ahora. Sostiene que el movimiento actual tiene semejanzas con Mayo del 68 y que estamos en presencia de una nueva generación de jóvenes, hijos de la democracia y sin los tabués de sus mayores. Y ahí se acaba el libro: cuatros intensos días con Eugenio Tironi.

Los libros de Tironi hablan claro porque no dicen toda la verdad. En estos cuatro días de intensa reflexión, Tironi no logró ver que el movimiento actual tiene bastante que ver con la mala gestión política del Gobierno, pero mucho más, muchísimo más, con los veinte años de la Concertación.

Las tesis de Tironi, desde “El Malestar de las Elites” en adelante, permiten justificar veinte años de gerenciamiento auto culpable y de incapacidad política real. Esos textos son el relato cínico de la Concertación que todavía no comprende por qué perdió el poder. No lo pedió por ser un mal producto, sino por convertir a la política en una cuestión de productos. No perdió, solamente, porque una fracción de sus electores prefirieron a la derecha, sino porque buena parte de la ciudadanía entendía que la Concertación gobernaba desde la contradicción y el cinismo. Que se dedicaban a ganar elecciones y no a gobernar. A administrar y no a reformar. A dar bonos para combatir la pobreza, pero no a atacar las causas de la desigualdad. A hablar sobre los pobres, pero en seminarios en Casa Piedra. Esto es algo más serio que la derrota de Frei ante Piñera y el naufragio de “La Nueva Forma de Gobernar”. Aquí el paradigma de la transición parece estar siendo superado. Piñera ganó porque ese paradigma, el de la Concertación haciendo como que gobernaba y la derecha haciendo como que no le gustaba, terminó.

Este vacío político se ha intentado llenar con un nuevo concepto: el relato. Es interesante notar que la noción de “relato” encuentra su origen en los asesores comunicacionales obnubilados por los mass media y el postmodernismo. Lo único que la Concertación tiene, en este sentido, son los libros de Eugenio Tironi. Su consejo marcó la narración del gobierno de Aylwin. Luego vinieron Ottone y Carvajal. Para no ser menos, Piñera también nombró a los suyos. De ahí que este Gobierno contemple un insólito cargo: “Asesor de Imagen Presidencial”. Sin embargo, estos asesores de la contingencia no

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han podido atizar conceptualmente lo esencial: La sociedad chilena, su elite en particular, está huérfana de sentido. Ese es el trasfondo verdadero detrás de la “falta de relato” en política. Esta falta de sentido ha convertido a la política en una oficina de reclamos. Los ciudadanos no se sienten partícipes de un proceso colectivo, sino individuos aislados que deben reclamar sus derechos. Ante el desmedro, según las encuestas, de la imagen de los políticos, han surgido asesores comunicacionales prestos a venderles un producto discursivo, una narrativa, que les permita ganar las elecciones. Esto hace evidente la enajenación del sistema político chileno: no hay política, sino consumo. No hay deliberación, sino marketing. Lo irónico del asunto es que, mientras estamos buscando un “relato”, perdemos el tiempo respecto de lo verdaderamente trascendental. Nuestro cuento político se basa sobre tres pilares nítidos. Si pudiéramos quitarle el maquillaje, el relato de la transición se vería así:

Primero, los chilenos vivimos bajo el orden constitucional de 1980. Éste consagra un sistema político poco representativo y centralista. Originalmente era un texto que combinaba elementos neoliberales con conceptos neo-fascistas. Se modificó muchas veces, pero su germen autoritario sigue intacto.

Segundo, los chilenos votamos con interés solamente en las elecciones presidenciales. Allí le cambiamos el rostro y la voz a una figura centrípeta que concentra todo el quehacer público. Para bien o para mal. A veces es un “Padre” que habla golpeado y señala con el dedo índice a sus adversarios. A veces es una “Madre” acogedora, con algo de sobrepeso, siempre presta a apretujarnos cariñosamente. Y otras veces es un empresario exitoso, bueno para el “running” y la especulación, pero con poco tacto social y limitada inteligencia emocional.

Tercero, a los chilenos nos encanta comprar. El consumo es la principal actividad y es “la bajada” práctica del “relato” denominado “desarrollo económico”. El consumo como forma de vida casi religiosa ha engendrado un país de valores trastocados, de individuos desarraigados, con más tarjetas plásticas en la billetera que amigos de verdad. El resultado es una superposición de esferas: los consumidores ya no son ciudadanos, los ciudadanos solamente son consumidores. Así, importa más el Sernac que el Senado.

LA ALEGRÍA YA VUELVE

Es una cuestión consustancial a la transición esto de estar cerrándose a sí misma. Tironi es el inventor de ese juego de cerrar la transición, por dentro, quedándose entre cuatro paredes a pensar la transacción. Pero esta vez parece ser en serio: la transición se acaba. Es importante comprender que la derrota de la Concertación se debe a su propia contradicción, la de ganar con promesas y gobernar con explicaciones. Pero el cinismo también puede ser candidez. No es necesario ser tan desfachatado como Tironi, se puede ser cándido y creer que, en verdad, es la derecha la que no quería superar la contradicción. Fernando Atria, por ejemplo, afirma en una columna publicada en el momento más álgido del 2011:

“El problema de la Concertación fue que entendió que para gobernar era necesario ignorar el hecho de que las instituciones con las que había que gobernar eran tramposas, y dejar de intentar lo que no podía ser logrado. Y claro, como todo (o casi todo) lo importante estaba sujeto al veto de la derecha, hacer o intentar sólo lo que era políticamente viable significó hacer o intentar sólo lo que contaba con la aprobación de la derecha. Así fue como la Concertación se derechizó”. (“Hambre no es pan” TheClinic.cl)

Atria, de creciente influencia en sectores de izquierda, cree que el problema de la Concertación fue que perdió de vista que existía un veto de la derecha. La “derechización” habría sido el producto de veinte

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años de gobernar con freno de mano. Ello no hace más que recordarnos que el sistema actual es tramposo, pero no nos explica el fondo del asunto. Es interesante esto pues Atria sitúa en los límites normativos de la Constitución el principal escollo de la coalición del arcoiris. Esos límites habrían condicionado toda la obra de estos veinte años, según complementa en su libro “Neoliberalismo con Rostro Humano”. Pero esto pierde de vista que la Concertación tuvo espacios, mayorías y cuadros suficientes como para, al menos, empujar a la derecha. Pero ni siquiera lo intentaron. En lugar de ello eligieron un falso progresismo, una retórica antes que una agenda concreta, una “onda” antes que una “cultura”.

La derechización de la Concertación ocurrió porque los vetos estaban, fundamentalmente, dentro de la misma Concertación. La Concertación misma operó como un veto durante veinte años. Ese modelo, en que el “Partido Transversal”, conocido como “Mapu-Martínez”, gerenciaba el país junto a la derecha económica, se asentó culturalmente en las bases socio-políticas del votante del NO. Durante los primeros diez años se pensó que, al venir los gobiernos PS-PPD, se podría dejar atrás la tibieza democratacristiana, pero nada de eso ocurrió. Lo que vino fue la consolidación de lo ya visto en los 90. Lentamente, el Partido Transversal fue reemplazado por una casta de tecnócratas, primos ideológicos de los Chicago-Boys. Todo ello, sumado a la acción de su principal satélite: el Partido Comunista. Éste, por un lado, le permitió atajar a la sociedad civil más activista – “ultra”, le dicen ahora- y, por otro, le colocó los votos faltantes para elegir a Lagos y Bachelet. Radical importancia tuvo en ello que el bloque supo administrar el carnaval a su favor.Todo acto masivo, toda gran concentración ciudadana, toda celebración deportiva tenía, eminentemente, un sello concertacionista. Festivales de teatro, el Chino Rios, actores de teleseries, muñecas gigantes, tocatas gratuitas, goles de Chile, todo servía para saciar la falta de carnaval, y de paso consolidar las mayorías, como bien manda Gramsci. Pero, con los pinguinos en 2006, eso cambió. El carnaval, esto es, la celebración comunitaria en espacios públicos, se volvió contra la Concertación. Desde entonces la transición parece estar terminando.

En este sentido, el juicio a la Concertación debe ser drástico y sin compasiones. Se debe desnudar el falso progresismo que ella dibujó en el imaginario colectivo. Falso “progresismo” en lo económico al querer canonizar el modelo en el exterior, pero olvidarse de la libre competencia y de la concentración de los mercados. Falso “progresismo” en -lo que la transición llamó- “los problemas valóricos” al nunca jugársela con decisión por los derechos reproductivos ni por la unión civil entre homosexuales. Tuvo que venir la derecha a hacerlo. Falso “progresismo” en materia cultural al convertirlo todo en repartija de dinero y guitarreos al aire libre. Ni siquiera el iva a los libros fue cuestionado seriamente. Falso “progresismo” en política de drogas, al criminalizar la marihuana, pero sin ponerle freno a la industria etílica que nos ha convertido en un país de alcohólicos. Falso “progresismo” al apelar a semánticas comunitarias, pero consolidar un país individualista y adicto al éxito. Falso “progresismo” al adular a las Universidades Públicas, pero coquetear cada vez que se podía con las privadas. Falso “progresismo” al preferir el discurso de la gobernabilidad antes que conducción política. Falso progresismo en libertad de expresión, diciendo que El Mercurio y La Tercera son de derecha, al mismo tiempo que terminaban con la Revista Análisis y sin nunca haberle puesto un centavo a medios independientes. Falso “progresismo” al permitir el crecimiento simbólico y cultural de la Iglesia Católica, que controla buena parte de la educación de la elite. Falso “progresismo” al generar un país de gente estresada, consumista y deprimida.

Esta semana de intensa especulación política me ha vuelto a recordar la sensación que me dejó Tironi tras leer su libro. Quizás lo que nuestra clase política necesite no sean unas largas vacaciones, ni un centenar de ipads, ni acuerdos bajo la mesa, ni nuevos asesores comunicacionales, ni un “nuevo relato”. Quizás lo que nuestra clase política necesita es una larga sesión de sicoanálisis para observar el

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país que han construido, la cantidad de cuestiones que se han mantenido intactas por presiones fácticas, por miedos adolescentes, por la acción de lobbistas como Tironi o porque el bolsillo así lo recomendaba.

Febrero puede ser la oportunidad para un sicoanálisis masivo. Aunque sea de cuatro días.