reflexiones y comunicacion

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Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt 1 “Si es verdad que una cosa, tanto en el mundo de lo histórico-político, como en el de lo sensible, sólo es real cuando se muestra y se percibe desde todas sus facetas, entonces siempre es necesaria una pluralidad de personas o pueblos, y una pluralidad de puntos de vista, para hacer posible la realidad y garantizar su persistencia. Dicho con otras palabras, el mundo sólo surge cuando hay diversas perspectivas (...). Si por el contrario, aconteciera que a causa de una enorme catástrofe, restara un sólo un pueblo sobre la tierra, en que todos vieran y comprendieran todo desde la misma perspectiva, y vieran en completa unanimidad, entonces el mundo, en sentido histórico-político, llegaría a su fin y los supervivientes, que permanecerían sin mundo sobre la tierra, no tendrían más en común con nosotros.” Hannah Arendt 1 Introducción Somos herederos involuntarios del siglo XX, de sus grandes avances científicos y tecnológicos, pero también de sus grandes catástrofes humanas y políticas. Nuestros antecesores han sido protagonistas y testigos de una historia caracterizada por el fenómeno totalitario, la guerra total y la deshumanización de la humanidad. Nosotros, a más de 6 décadas de terminada la segunda guerra mundial, hemos heredado un mundo en proceso de construcción, en constante movimiento, transformación y flujo, y esto no sólo en términos económicos y políticos, sino también culturales y sociales. Al menos en Europa, se ha heredado no sólo el tan anhelado estado de paz, el bienestar económico, la estabilidad política -alcanzada gracias a la consolidación de la democracia- y el auge científico-tecnológico, sino también, y paradójicamente, como consecuencia de lo anterior, se ha heredado una Europa que actualmente se enfrenta a los nuevos conflictos que le presenta el surgimiento de la sociedad multicultural, conflictos no sólo de carácter económico y social, sino también, político y cultural. Y es que, la sociedad multicultural que surge, en la mayoría de los casos, como consecuencia inevitable del fenómeno de la migración, genera indudablemente una realidad inédita llena de conflictos, que van desde los que podrían considerarse como insignificantes, como los ocasionados, por ejemplo, por las deficiencias en el manejo del idioma, los diferentes usos y costumbres, etc., hasta los más difíciles de resolver y/o conciliar, como los ocasionados por las diferencias religiosas y las visiones del mundo. Ahora bien, la complejidad inherente al tema de la multiculturalidad o, mejor dicho, a la manera en la que se le ha venido tratando hasta el momento, se refleja de manera clara, y esto aunque parezca, en un primer momento, paradójico, en la posición que se tiene frente a la idea de nación y/o identidad nacional. 1 . Hannah Arendt, ¿Qué es la política?, p.118.

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Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt

1

“Si es verdad que una cosa, tanto en el mundo de lo histórico-político, como en el de lo sensible, sólo es real cuando se muestra y se percibe desde todas sus facetas, entonces siempre es necesaria una pluralidad de personas o pueblos,

y una pluralidad de puntos de vista, para hacer posible la realidad y garantizar su persistencia. Dicho con otras palabras, el mundo sólo surge cuando hay diversas

perspectivas (...). Si por el contrario, aconteciera que a causa de una enorme catástrofe, restara un sólo un pueblo sobre la tierra, en que todos vieran y

comprendieran todo desde la misma perspectiva, y vieran en completa unanimidad, entonces el mundo, en sentido histórico-político, llegaría a su fin y

los supervivientes, que permanecerían sin mundo sobre la tierra, no tendrían más en común con nosotros.”

Hannah Arendt1

Introducción

Somos herederos involuntarios del siglo XX, de sus grandes avances científicos y

tecnológicos, pero también de sus grandes catástrofes humanas y políticas. Nuestros

antecesores han sido protagonistas y testigos de una historia caracterizada por el fenómeno

totalitario, la guerra total y la deshumanización de la humanidad. Nosotros, a más de 6

décadas de terminada la segunda guerra mundial, hemos heredado un mundo en proceso de

construcción, en constante movimiento, transformación y flujo, y esto no sólo en términos

económicos y políticos, sino también culturales y sociales.

Al menos en Europa, se ha heredado no sólo el tan anhelado estado de paz, el

bienestar económico, la estabilidad política -alcanzada gracias a la consolidación de la

democracia- y el auge científico-tecnológico, sino también, y paradójicamente, como

consecuencia de lo anterior, se ha heredado una Europa que actualmente se enfrenta a los

nuevos conflictos que le presenta el surgimiento de la sociedad multicultural, conflictos no

sólo de carácter económico y social, sino también, político y cultural. Y es que, la sociedad

multicultural que surge, en la mayoría de los casos, como consecuencia inevitable del

fenómeno de la migración, genera indudablemente una realidad inédita llena de conflictos,

que van desde los que podrían considerarse como insignificantes, como los ocasionados,

por ejemplo, por las deficiencias en el manejo del idioma, los diferentes usos y costumbres,

etc., hasta los más difíciles de resolver y/o conciliar, como los ocasionados por las

diferencias religiosas y las visiones del mundo.

Ahora bien, la complejidad inherente al tema de la multiculturalidad o, mejor

dicho, a la manera en la que se le ha venido tratando hasta el momento, se refleja de

manera clara, y esto aunque parezca, en un primer momento, paradójico, en la posición

que se tiene frente a la idea de nación y/o identidad nacional.

1. Hannah Arendt, ¿Qué es la política?, p.118.

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Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt

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La consolidación de la Unión Europea en un cuerpo político-económico

compuesto por una diversidad de países, culturas e idiomas da cuenta, por una parte, no

sólo de una valoración positiva de la multiculturalidad y del deseo de entendimiento e

integración entre las diferentes culturas, sino también, y como consecuencia de lo

anterior, da cuenta de la desvalorización en la que ha caído la categoría de »Estado-

nación«. Esta misma afirmación no se puede hacer, sin embargo, respecto al proceso

que ha tenido la noción de »identidad nacional« en el contexto de la sociedad

multicultural. El orgullo exacerbado, por no llamarlo »nacionalismo«, que algunos

grupos humanos tienen por el hecho de pertenecer a un pueblo, raza, nación o religión,

se ha hecho patente no sólo a través de actos terroristas, sino también, y aunque de

manera más sutil, no por ello menos peligrosa, a través de la discriminación cotidiana,

la exclusión y la marginación de la que son víctimas los inmigrantes en las llamadas

sociedades multiculturales. Estos fenómenos muestran la relevancia que la noción de

»identidad nacional y/o cultural« ha adquirido en el contexto de la multiculturalidad y,

tal vez, precisamente a causa de ella.

A partir de estas consideraciones, resulta necesario preguntarse, sí una sociedad

multicultural, con tales características y conflictos, tiene la posibilidad de subsistir o, sí

sus conflictos son a tal grado irresolubles que dicha sociedad esta condena al fracaso. Y

de no ser así, habría que preguntarse entonces ¿qué clase de estrategia organizacional,

ley jurídica o virtud humana haría posible la subsistencia de una sociedad multicultural?

En su Diario de pensamiento Hannah Arendt (1906-1975) escribe:

“La política existe para garantizar un mínimo de confianza. La ley (...) crea

un marco de fiabilidad en lo imprevisible. También las costumbres hacen eso; y por

ello la política y las constituciones son tanto más necesarias cuanto menos

podemos fiarnos de las costumbres, y así lo son particularmente en épocas de

ampliación del mundo, en el que el choque de las costumbres y las moralidades

arroja sobre todas ellas el cariz de lo relativo.”2

Con “una época de ampliación del mundo en la que no es posible fiarse de las

costumbres” pareciera que Arendt se refiere a la situación que surge como resultado de

los conflictos de la sociedad multicultural y que hemos esbozado con anterioridad. Pero,

¿a qué se refiere con que “la política garantiza un mínimo de confianza” y “la ley crea

un marco de fiabilidad”?, ¿qué tipo de política puede garantizar la confianza y qué tipo

2. Hannah Arendt, Denktagebuch, p.349.

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de ley la fiabilidad? La ciudadanía es, a nuestro parecer, en el contexto del pensamiento

arendtiano, esa política y/o ley que crea un espacio de confianza y fiabilidad.

1. Ciudadanía

No quisiera comenzar con el desarrollo de la noción de ciudadanía en el

pensamiento de Hannah Arendt, sin antes hacer alusión a la definición tradicional de

ciudadanía y de sus antecedentes históricos.

Aun cuando la concepción actual de ciudadanía es heredera más cercana de la

noción que surge en el siglo XVIII, a partir de las Revoluciones francesa y

estadounidense, sus orígenes más antiguos, al menos en la tradición occidental, se

remontan a la Antigüedad clásica. La concepción del ciudadano que encontramos, por

ejemplo, en Aristóteles, resulta ser, comparada con la que se desprende de dichas

Revoluciones, bastante estrecha y excluyente. Y es que, en la Antigüedad no todo

miembro de la sociedad podía ser considerado como ciudadano. Sólo aquellos hombres

cuya existencia no se reducía al mantenimiento de la vida, eran libres y podían ser

considerados como tales. Ser ciudadano significaba, entonces, ser libre, es decir, no ser

esclavo de las necesidades de la vida ni de otros ciudadanos, pero tampoco mandar. El

ciudadano griego no manda ni obedece, sino que participa activamente en el

mantenimiento del espacio público y la esfera de los asuntos humanos, es decir, se

dedica a la vida política, que era entendida como la participación activa de los

ciudadanos en los asuntos públicos; de ahí que, la forma de vida del ciudadano, del bios

politikos, fuera la única que daba inmortalidad. Así, escribe Arendt:

“la »buena vida«, como Aristóteles califica a la del ciudadano, no era simplemente

mejor, más libre de cuidados o más noble que la ordinaria, sino de una calidad

diferente por completo.”3

Esta concepción clásica de la política y del ciudadano desaparece por completo

con el surgimiento del Cristianismo. Y desaparece, porque en él la acción política y la

libertad no sólo no tienen ninguna relevancia en la existencia humana, sino que poseen

un carácter negativo. Desde la expansión del Cristianismo hasta finalizada la Edad

Media, la esfera de los asuntos humanos no sólo carece de significado en términos

teóricos, sino que incluso, la legitimidad de la existencia humana, se define en función

de la lejanía con respecto a ésta. Ser libre significa, en este contexto, estar libre de la

política, estar libre de los asuntos humanos.

3. Hannah Arendt, La Condición Humana, p.47.

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Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt

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Con la Modernidad la acción política vuelve a recobrar significado y la categoría

de ciudadanía, concretamente a partir de la revolución francesa y estadounidense, se

hace extensiva y adquiere un nuevo impulso; no obstante, este nuevo impulso no vuelve

a darse en los mismos términos que durante la Antigüedad. El ciudadano moderno ya no

actúa de manera concertada con sus conciudadanos y hace, de este modo, política, sino

que se limita, más bien, a reaccionar a la manera en la que el Estado ejerce el poder

sobre él y sus conciudadanos. Y es que, aun cuando el individuo moderno haya

adquirido el status de ciudadano frente al Estado, la política ha dejado de ser un asunto

de su competencia, para convertirse en el monopolio del Estado. Así, en la medida en

que el individuo moderno pierde su capacidad de acción política y, con ella, su

capacidad de contribuir a la conformación de la esfera de lo público, se convierte en un

miembro de la sociedad de masas, cuyo único interés es la »vida privada«. De este

modo, la figura del ciudadano, en tanto ser político, desaparece durante la Modernidad.

Actualmente la ciudadanía se define como la condición jurídica que se le otorga

a un ser humano por el hecho de pertenecer a un Estado, esto es, la ciudadanía define a

una persona como un sujeto de derechos. Parafraseando a Arendt, se podría afirmar que

la ciudadanía es el derecho, que le garantiza al ciudadano, su derecho a tener derechos.

La ciudadanía es pues un derecho que garantiza al ciudadano, por una parte, “derechos”

frente al Estado y a sus conciudadanos, pero también, “obligaciones”, a saber, su

“derecho” de participación y comunicación política. Resumiendo, se podría decir

entonces que la ciudadanía se refiere a las condiciones básicas de seguridad y dignidad

humana que un Estado le brinda a sus miembros. Así, si la ciudadanía se define a partir

del Estado –que es el aparato que se encarga tanto de la administración pública como de

la representación de la sociedad-, resulta claro que los derechos, que la cuidadanía

pretende garantizar, no existen, si no existe el Estado que los otorga y vigila su

cumplimiento.

Ahora bien, a partir de esta reconstrucción de la noción de ciudadanía y

retomando la problemática esbozada con anterioridad, consideramos necesario

preguntarnos ¿hasta que punto es legítimo hablar de ciudadanía en el contexto de las

sociedades multiculturales caracterizado por la ausencia o, si se prefiere, la crisis del

Estado? (Crisis que se manifiesta, a nuestro parecer, al menos de dos maneras: por una

parte, en el hecho de que no todo miembro de una sociedad multicultural tiene el status

de ciudadano; y, por la otra, a través de la pérdida de autoridad del Estado y la falta de

identificación del ciudadano con éste.) ¿Qué sentido tiene entonces hablar de ciudadanía

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en una sociedad en la que, por diferentes razones -por ser asilados políticos, refugiados,

extranjeros residentes, ilegales etc.-, no todos sus miembros tienen el status de

ciudadano?, ¿es posible y/o deseable disponer de un concepto de ciudadanía que

responda a las necesidades de una realidad social caracterizada por la multiculturalidad?

y, si es así, ¿en qué términos habría que definir a la ciudadanía?, ¿es posible seguir

concibiendo a la ciudadanía como un derecho que se otorga y/o se recibe, o habría que

redefinirla y comenzar a pensarla como una capacidad humana?

2. La propuesta arendtiana

En su negativa de asumirse y reconocerse como filósofa Hannah Arendt define su hacer

como teoría política4, cuya única finalidad, si es que se puede hablar de alguna, es

comprender. En este mismo sentido, la presente comunicación retoma la herencia

arendtiana, en un primer momento, al presentarse como un intento de comprender la

relevancia y necesidad del concepto de ciudadanía en el contexto de la sociedad

multicultural; pero también, recurre a su legado conceptual con la pretensión de indagar

en qué medida, conceptos como el de »pluralidad« y »política«, pueden contribuir a la

reflexión y posible redefinición de una noción de ciudadanía que sea más acorde con la

realidad sociocultural en la que nos encontramos en la primera década del siglo XXI.

Dicha empresa nos parece por demás interesante debido a que, aun cuando Arendt no

escribió de manera explícita ni mucho menos exhaustiva ningún tratado sobre la

ciudadanía, es un tema de suma relevancia tanto en su vida, como en su obra, ya que

ella misma vivió algunos años como apátrida, desde que el Nazismo alemán negó a

todos los judíos la nacionalidad alemana y hasta 1951, año en el que le fue otorgada la

nacionalidad americana; de modo que se trata de un problema que tiene que ver

directamente con su existencia: el problema de los apátridas, los “sin-hogar”, el

problema de los refugiados. Y es que, no hay que olvidar que el pensamiento arendtiano

siempre parte y remite a un hecho o a un acontecimiento histórico concreto, es decir, se

desarrolla a partir de un problema político que adquiere en su pensamiento, y quizás

muy a pesar suyo, una significación filosófica.

En tanto teórica de la política Hannah Arendt se propone no sólo pensar

acontecimientos históricos y fenómenos socioculturales de manera política, sino pensar

también, concretamente, la política y redefinirla. En este intento de redefinir a la

4. Cfr. Hannah Arendt, “Fernsehengespräch mit Günter Gaus” (Oktober 1964) en Ich will verstehen, Piper, München, 1996.

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política, Arendt vuelve su mirada a la Antigüedad para rescatar la herencia de la Polis

griega, no sólo porque en ella surge la acción política como tal, sino también, y como

consecuencia de lo anterior, porque en ella tiene lugar la ciudadanía como experiencia

vivida. Al parecer de nuestra autora, aquello que posibilita el surgimiento de la política

en la Antigüedad es el hecho de que lo griegos, y más tarde también los romanos, fueron

capaces de comprender la relevancia que acción (praxis) y discurso (lexis) tienen en la

política. O dicho de otra manera, fueron los griegos los que, a partir del descubrimiento

de la potencialidad política de la acción y el discurso -en tanto generadores del espacio

público y la esfera de los asuntos humanos- posibilitaron el surgimiento de la política.

Acción y discurso hacen posible la política en tanto que tienen como condición a la

pluralidad humana (el hecho de que los seres humanos aunque iguales –a saber, seres

humanos- son diferentes –es decir, cada uno de ellos único e irrepetible), pero dicha

pluralidad, a su vez, no sólo hace posible a la acción y el discurso, sino que les da

sentido; y es que, si los seres humanos no fueran diferentes entre sí, la acción y el

discurso no serían necesarios. Así, la acción y el discurso, que dan origen a la política,

ofrecen no sólo un criterio para distinguir lo que es política de lo que no lo es, sino

también, presentan al ser humano qua ser humano. De ahí que, praxis y lexis, tanto en la

Antigüedad como para Arendt, tengan el status más elevado dentro de las actividades de

la vita activa.

La acción es, frente a la labor (que tiene como finalidad la conservación de la

vida) y el trabajo (que se encarga de producción de las cosas materiales), que son las

otras dos actividades que Arendt nos presenta en La condición humana, no sólo la

tercera actividad de la vita activa, sino también la más elevada, y esto debido a que, en

la medida en que posibilita la interacción e intercomunicación entre los seres humanos,

la acción posibilita el surgimiento de la esfera pública y, con ella, el surgimiento de la

política. La acción, a diferencia de la labor y el trabajo, no sólo revela el »quien« de la

persona que actúa, sino también crea un mundo que, aunque inaprehensible e

imperceptible, alcanza el rango de la inmortalidad. A esto habría que agregar que la

acción humana, que por cierto siempre va acompañada del discurso, no sólo posibilita el

surgimiento del mundo, sino que introduce, aunque no sea esta su finalidad, algo nuevo

en él; y no es esta su finalidad, porque la acción no tiene finalidad alguna, sino que es,

por decirlo en términos metafísicos, un fin en sí mismo. La acción es impredecible e

irreversible, esto significa, que las consecuencias que trae consigo no pueden predecirse

ni deshacerse. La acción, en tanto creadora del espacio público, crea también el espacio

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común entre los seres humanos y este espacio común implica, para nuestra autora, la

creación del mundo que surge entre ellos:

“Sólo [se] puede ver y experimentar el mundo tal y como éste es »realmente« al

entenderlo como algo que es común a muchos, que yace entre ellos, que los separa

y los une, que se muestra distinto a cada uno de ellos y que, por este motivo,

únicamente es comprensible en la medida en que muchos, hablando entre sí sobre

él, intercambian sus perspectivas. (...) Vivir en un mundo real y hablar sobre él con

otros son en el fondo lo mismo, y a los griegos les parecía la vida privada »idiota«

porque le faltaba esta diversidad del hablar sobre algo y consiguientemente, la

experiencia de cómo van verdaderamente las cosas en el mundo.”5

Fiel a la tradición griega, Arendt considera igualmente a la »vida privada« como

un riesgo para el mundo, ya que, al definirse en contraposición a la »vida pública«, la

»vida privada« niega no sólo a la pluralidad humana, sino también, y como

consecuencia de ello, a la acción. La »vida privada«, que bien puede definirse como

“privada” de la pluralidad humana y de la acción, está privada también del mundo. Y el

resultado de esta privación del mundo, que surge de la escisión de la vida humana en

»privada« y »pública«, lo encontramos expresado, al parecer de nuestra autora, en el

fenómeno del Totalitarismo:

“Ese tipo moderno de ser humano, que ha falta de un mejor nombre, se sigue

designando con la antigua expresión »pequeño burgués« tuvo, en el suelo alemán,

una oportunidad especial de florecer y prosperar. Ningún otro país de la cultura

occidental ha permanecido tan ajeno a las virtudes de la vida pública. En ningún

país jugó un papel tan grande la vida privada y la existencia privada.“6

Y ciertamente, la consecuencia principal de la escisión de la vida en »privada« y

»pública«, que al parecer de Arendt se manifiesta de manera ejemplar en la Alemania

Nazi, provoca en el ser humano una fragmentación de su existencia no sólo en términos

sociopolíticos -es decir, en el sentido de que el ser humano es incapaz de reconocer su

compromiso y responsabilidad política-, sino también personales –el individuo es

incapaz de establecer y/o siquiera reconocer un vínculo entre su vida en la dimensión

privada y su vida en la dimensión pública. Y en verdad, el único interés del Nazi que

organizaba y/o ejecutaba la deportación y/o la muerte de miles de personas, era su vida

privada, y no en escasas ocasiones se trataba de hombres cultos, padres responsables y

5. Arendt, Hannah, ¿Qué es la política?, p. 79. 6. Hannah Arendt, “Organisierte Schuld” en Die verborgene Tradition, p. 46. La traducción del alemán es mía.

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buenos esposos que, durante los juicios de la postguerra, fueron incapaces de asumir su

culpabilidad frente a los crímenes de los que se les acusaba. Y la única razón que

explica porque, a pesar de reconocer su participación en tales crímenes, se declaraban

inocentes la encontramos, al parecer de Arendt, en la escisión de la vida en »privada« y

»pública«, entre la familia y la profesión. Aunque reconocieran su participación en el

asesinato de personas, no se consideraban como un asesinos, ya que “sólo habían

cumplido con su trabajo”, con su función en la vida pública. Por convicción, gusto o

voluntad, afirmaban convencidos, eran incapaces de cometerle ningún mal a nadie.

Conclusión

¿Es posible entonces hablar de ciudadanía en un contexto caracterizado por la

desaparición del Estado-nación y la expansión de las sociedades multiculturales? y, si es

así, ¿de qué manera habría que definir la noción de ciudadanía para que no resultara

contradictoria con las condiciones de dicha sociedad?

La reconceptualización de la noción de política que encontramos en el

pensamiento de Hannah Arendt nos permite formular una definición de ciudadanía más

acorde con las condiciones sociopolíticas y culturales que ha traído consigo el

surgimiento de las sociedades multiculturales. Al concebir a la política como el espacio

público que surge a través de la actividad libre de los seres humanos, seres capaces de

acción y discurso, Arendt no sólo libera a la política del monopolio del Estado, sino

también libera a la ciudadanía de la administración de éste. Y es que, en la medida en

que la política deja de ser entendida como “algo” exclusivo de los aparatos del Estado,

para convertirse en el espacio que surge del actuar concertado entre los seres humanos,

la ciudadanía deja de ser un “estado” de derecho otorgado al ser humano por el Estado

en razón de su pertenencia a él, para convertirse en “algo”, si se le quiere llamar

“proceso”, que se construye a partir de la acción política en el seno de la pluralidad

humana. De ahí que, no es más la política la que hace al ciudadano, sino el ciudadano el

que hace política. Concebida de esta manera, la noción de ciudadanía, que proponemos

a partir de la reflexión arendtiana, bien pudiera caracterizarse como “inclusiva” en la

medida en que no depende de la existencia del Estado, ni se reduce a un determinado

grupo humano, sino que, por el contrario, en la medida en que emerge del actuar

humano que hace posible la esfera de los asuntos humanos, es “algo” que el ser humano

se da a sí mismo, es decir, el ser humano se hace a sí mismo ciudadano o, dicho con

otras palabras, se concede a sí mismo la ciudadanía, en la medida en que interviene, a

través de su actuar político, en el mundo.

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Cada ser humano, en tanto ciudadano, adquiere de manera voluntaria un

compromiso con el mundo y, por lo tanto, se hace co-participe y co-responsable de lo

que suceda en él. En tanto ciudadano, el ser humano no sólo participa activamente en la

creación y el mantenimiento de la esfera de los asuntos humanos, sino que además,

muestra, a través de ella, su compromiso y preocupación frente a la pluralidad humana y

el mundo, esto es, da cuenta de su »amor al mundo«. Si bien mostramos a través de

nuestro »ser ciudadano«, de nuestro actuar político y nuestra responsabilidad frente al

mundo, nuestro »amor al mundo«, la manera concreta en la que es posible hacerle frente

es, al parecer de nuestra autora, a través de la educación.

“La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como

para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la

renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes sería inevitable.”7

Ahora bien, el reconocimiento de la relevancia que la educación y la responsabilidad

tienen en la ciudadanía no implica, en modo alguno, que se le reduzca a una mera

conciencia cívica y formación política, por el contrario, es gracias a que el ser humano, en

tanto ciudadano, asume su responsabilidad para con el mundo, -lo que, en términos

arendtianos, no significa otra cosa, que asumir la responsabilidad frente a la pluralidad

humana- que se puede hablar de la ciudadanía en tanto »virtud política«. Y ciertamente,

una de las implicaciones más importantes, a mi parecer, de reflexionar en torno a la

ciudadanía a partir de las categorías filósofico-políticas de Hannah Arendt y,

concretamente, de su reconceptualización de la noción de política, es precisamente el

hecho de que nos permite concebir al ciudadano ya no en términos de »persona jurídica« -

como sería en el caso de la concepción tradicional de ciudadanía-, sino en términos de

»persona«, es decir, la persona vista desde una perspectiva moral y política8.

Y, aun cuando la propia Arendt caracteriza su pensamiento como político y no

como ético ni moral –principalmente por dos razones: la primera remite al hecho de que el

fundamento sobre el que se erige el pensamiento arendtiano es la pluralidad humana, es

decir, el reconocimiento de que son los seres humanos y no el hombre los que habitan la

tierra; y, la segunda, remite al hecho de que la ética a lo largo de la tradición siempre se ha

referido al hombre en tanto individuo- lleva consigo una profunda preocupación »moral«9.

7. Arendt, Hannah, “La crisis en la educación” en Entre el pasado y el futuro, p. 208. 8. Sobre el concepto de persona en Hannah Arendt Cfr. Hannah Arendt, “Karl Jaspers: una Laudatio” en Hombres en tiempos de oscuridad, Gedisa, Barcelona, 2001 y Hannah Arendt, Über das Böse. Eine Vorlesung zur Frage der Ethik, Piper, München, 2006. 9. Sobre la manera en la que Arendt utiliza el concepto de “moral” véase Hannah Arendt, Über das Böse. Eine Vorlesung zur Frage der Ethik, Piper, München, 2006.

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Si se tiene presente que la intención de nuestra pensadora es, sin duda alguna, restaurar la

dimensión moral de la filosofía, no resultara erróneo definir su filosofía como una

»filosofía política moral«. De ahí que, a nuestro parecer, el pensamiento de Arendt nos

ofrezca la posibilidad de hacerle frente al desafío ético-político de las sociedades

multiculturales a través de la redefinición y reconstrucción de una nueva cultura ciudadana

cuya finalidad principal sería, a partir no sólo del reconocimiento de la pluralidad humana,

sino del reconocimiento incluso de su carácter necesario en la constitución de la sociedad,

ofrecer a los ciudadanos alternativas de respeto y tolerancia que hagan posible la

formación moral y política de la persona.

Finalmente podemos concluir aseverando que, en tanto resultado del actuar

político, el concepto de ciudadanía, que se propone a partir del pensamiento de Arendt,

contiene, por una parte, a nivel personal, potencialidades generadoras y rehabilitadoras del

interés por el ámbito de los asuntos humanos que, por la otra, a nivel de la sociedad en

general, se traducen en potencialidades integradoras que, desde nuestra perspectiva,

posibilitarán el mejor funcionamiento de las sociedades multiculturales. Sólo en la medida

en que se reconozca el potencial político y transformador que implica el hecho de que cada

persona asuma su co-responsabilidad de lo que acontece en la esfera de los asuntos

humanos o, dicho con otras palabras, que se reconozca el poder que tiene la pluralidad

humana en tanto ciudadanía, será posible hacer de la tierra un mundo para vivir, del

desierto un oasis.

Y aunque, el pensamiento de Hannah Arendt pudiera parecer demasiado optimista

o, incluso, ingenuo, estamos convencidos de que sólo un pensamiento que parta del

reconocimiento de la pluralidad humana y de la confianza y la esperanza en los seres

humanos, como el de ella, será capaz de fundamentar un concepto de ciudadanía más

acorde a las circunstancias de nuestro tiempo y ofrecer alternativas viables de solución a

los conflictos que nos presenta la realidad multicultural.