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49 Recomposición de la arquitectura forestal CAPÍTULO IV

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Recomposición de la arquitectura forestal

CAPÍTULO IV

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CAPÍTULO IV

Recomposición de la arquitectura forestal

Cuando afirmamos que la llave para la autorregulación del sistema reside en la

biodiversidad y en la no simultaneidad de eventos, queremos decir que cuanto más se

asemeja un monte frutal a una selva, más eficiencia podemos esperar de él.

La evolución natural de la vegetación que cubre el suelo de un monte frutal es

en el sentido del estrato herbáceo para el arbustivo, de este para el arboreto de ciclo

intermedio y, en un estadio más avanzado, para la formación forestal clímax: árboles

dominantes de ciclo largo, sotobosque y vegetación umbrófila a nivel del suelo.

La recomposición de la arquitectura forestal no es nada más que el manejo de

esa sucesión para alcanzar una productividad estable en la perspectiva de un aprovecha-

miento óptimo de los recursos disponibles. Nuestra intervención consiste en la introduc-

ción o en la supresión de especies, hasta llegar a un sistema que sea económicamente

viable y ecológicamente sustentable.

Para tener éxito en un manejo de este tipo, debemos saber responder preguntas

esenciales sobre la naturaleza de las especies que constituirán el sistema. Es preciso

tener claro que cuanto más diversificado y complejo fuera un sistema, mayor será su

productividad. Sin embargo, se debe saber distinguir entre los objetivos de una mega

industria que cultiva caucho (Hevea brasiliensis L.) para las demandas de su fábrica de

neumáticos y los objetivos de una familia de agricultores que necesita reducir al mínimo

su dependencia alimentaria.

En ambas situaciones, la priorización de determinada especie vegetal o animal

por el agricultor no excluye automáticamente la necesidad de la presencia de las espe-

cies existentes en el ecosistema original. Ellas pueden ser sabiamente sustituidas por

otras con funciones semejantes, o su falta irá a constituirse en el origen de problemas y

en la fuente de intervenciones y gastos.

Es lógico que un monte frutal con plantas en hileras y suelo carpido tenga,

aparentemente, un manejo más simple. Sin embargo, los manejos reduccionistas tienen

otra fase: en la medida en que eliminamos los mecanismos de la autorregulación,

creamos flancos abiertos que exigirán atención y, por lo tanto, intervención constante.

Esto no es una hipótesis: es la realidad de la agricultura reduccionista de la sociedad

industrial, con sus intervenciones crecientes, caída de la calidad biológica del alimento

producido, daños ambientales y niveles no sustentables de demanda energética.

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Figura 13. De arriba hacia abajo: clímax – templado húmedo intervención

recomposición o manejo agroecológico.

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Figura 14. De arriba hacia abajo: clímax – trópico/subtrópico húmedo intervención

recomposición o manejo agroecológico.

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La Figura 13, pág. 47, muestra una secuencia de intervenciones en la vegetación

original de clima templado y una recomposición basada en la arquitectura original de

esa vegetación. El mismo proceso es presentado en la Figura 14, pág. 48, para las

condiciones del trópico y del subtrópico húmedo.

En el capítulo anterior, llegamos a un monte frutal que presenta un manejo

ecológico, pero dentro de una arquitectura que permite mayor circulación y menos

humedad relativa: plantas en hileras y caminos con cubierta verde permanente y mane-

jada. Ese es el estadio actual de los montes ecológicos de frutas de clima templados

en Rio Grande do Sul.

El lector, a esta altura, puede estar construyendo algunos interrogantes tales

como: ¿por qué no se habló de la instalación de una cortina rompe viento? ¿y por

qué no se incluyeron algunas plantas atractivas de pájaros e insectos? ¿ y a respecto

de plantas repelentes? ¿y por qué no algunas plantas con función fertilizadora, que

se puedan podar periódicamente? Si esas preguntas fueron hechas, entonces estamos

en el camino correcto. Pero, si tratamos cada uno de los items sugeridos de manera

aislada, estaremos construyendo una metodología errada: este es el abordaje que ve a

un monte frutal como una colección de frutales, obedientemente dispuestas en filas

rectilíneas, formado por especies escogidas y dispuestas según nuestro criterio personal.

Está claro que se puede, a partir de un monte frutal de manejo orgánico y

a través de modificaciones graduales, avanzar para una estructura más diversificada y

autorregulada: un monte frutal-selva. Vamos a intentar colocar, paso a paso, las provi-

dencias para formar ese monte frutal-selva, en un ejercicio de design, dentro de las

características de la vertiente superior del Nordeste. El primer paso es conocer la vegeta-

ción clímax del ecosistema nativo, respondiéndose algunas preguntas básicas:

• ¿La vegetación clímax es una selva de hojas perennes, caducas o semicaducas?

Respuesta: el conjunto denominado selva de araucaria y sus formas de transición

se clasifican como selva semicaducifolia. Pierde parte de las hojas en los meses de

mayo a agosto*.

• ¿Es una selva húmeda? Cuál es el tipo de estructura foliar predominante?

Respuesta: se trata de una selva de tipo húmedo, no sujeta a estación seca sazonal,

y predominan árboles de hojas estrechas. Algunas especies de hojas largas de ciclo

largo aparecen luego debajo de las araucarias, en las selvas de los márgenes de los

cursos de agua. Las hojas estrechas indican estructuras foliares que evolucionaron

de manera de resistir los vientos, sin pérdida de agua excesiva y sin daños físicos.

• ¿Observando la sucesión vegetal en la selva, cuales son las pioneras (ciclo de 10

años), las intermediarias (ciclo de 40 años) y las primarias (ciclo de 100 años o más)

más comunes y con que suelos se asocian?

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Respuesta: aquí, podemos elaborar una lista con las especies más representativas

dentro de un área o región.

• ¿Por último, cuales son las especies frutales que usted conoce o tiene interés, y cuyas

regiones de origen tienen similitudes con el ecosistema que usted describió?

Respuesta: aquí debemos elaborar una lista de frutales que respondan a las mismas

cuestiones fundamentales.

Vamos a tomar como ejemplo a la manzana:

• ¿Hojas perennes, caducas o semicaducas?

Se trata de una especie caducifolia.

• ¿A que ciclo pertenece (10, 40 o 100 años)?

Los manzanos, en estado natural, pueden llegar hasta más de 100 años.

• ¿Necesita de suelos profundos o someros?

Prefiere suelos profundos, no obstante existen porta-injertos y especies silvestres que

se adaptan a suelos pedregosos.

• ¿Cuál es el grado de dificultad de reproducción (vegetativa, semillas, solamente de

injerto, etc.)?

En nuestras condiciones, difícilmente se reproduzca por semillas, a menos que las

semillas sufran vernalización y estratificación (30 días con humedad constante de 80%

y a 4ºC). Porta injertos son producidos vegetativamente a partir de plantas madres.

• ¿Cuáles son las especies que componen con ella formaciones vegetales en su centro

de origen? ¿Cuál es la arquitectura forestal típica que ella compone en su centro

de origen?

La manzana es originaria de Europa Central, y especies silvestres son encontradas

en la región del Cáucaso. Se encuentra acompañada, en estado silvestre, por otras rosá-

ceas arbustivas como la mora negra (Rubus sp.) en los bordes del bosque y por especies

de Prunus como sotobosque. Es árbol dominante y puede llegar a 20 m de altura.

Esas informaciones, que en principio parecen bastante complejas, son, en verdad,

bastante fáciles de obtener. Basta que entrenemos nuestra capacidad de observación y

que dispongamos de alguna bibliografía. A falta de esta, algunas caminatas en la mata

original, examinando su interior, las áreas de recuperación, los bordes en la zona sombrea-

da (margen sur) e insolada (margen norte), unidas a conversaciones con los habitantes

más antiguos y los montaraces, nos darán el cuadro general del ecosistema nativo. La

sumatoria de años de experiencia y de las actividades arriba mencionadas constituyen un

buen arsenal para el trabajo de campo.

El segundo paso es definir cuales son las especies que ocuparán el centro de

nuestro interés. La adaptación de estas especies definirá cual es el grado de complejidad

y diversificación posible para nuestro sistema: ellas deben ser seleccionadas teniéndose en

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cuenta el grado de intervención humana que necesitan y la naturaleza de esa interven-

ción. Especies que precisaren de asistencia sistemática bajo forma de podas, amarres,

pulverizaciones, como es el caso de la manzana en la sierra gaúcha, no pueden ser

incluidas en formaciones vegetales muy complejas. En ese caso, el sistema debe evolu-

cionar de manera que, al llegar a la edad productiva, el acceso de máquinas y personas

sea posible y facilitado. Especies de alta adaptación pueden ser manejadas en sistemas

complejos del tipo plante y coseche, donde el grado de interrelaciones que se establece

garantiza una necesidad mínima de intervenciones, que se restringirán al manejo de la

sucesión vegetal nativa e introducida (especies anuales y bianuales alimenticias), reposi-

ción de mudas y operaciones de cosecha. He aquí algunos puntos fundamentales sobre

especies dominantes a tenerse en cuenta en la elección:

• Especies originariamente dominantes no presentarán su potencial máximo de pro-

ducción si son injertadas en porta injertos enanizantes o semivigorosos, a menos

que deseemos un sistema de uso intenso de energía y de ciclo corto.

• Especies dominantes no tolerarán sombreado en su estadio adulto. El peral (Pirus

communis), por ejemplo, es un árbol dominante y no puede ser cultivado en el sub-

trópico bajo sombreado o con portainjertos enanizantes, a menos que queramos

intervenciones crecientes y una vida corta para las plantas y el suelo.

• Especies dominantes, con una producción alta de frutos/pie deben ser contrabalan-

ceadas con especies fertilizadoras, tanto compartiendo el estrato superior como a

nivel del sotobosque. La lista de esas especies debe incluir las plantas descriptas en

los mismos modelos de los frutales en cuanto a adaptación y a otras características.

Los cultivos del trópico húmedo ya tienen esas especies bien determinadas, algu-

nas nativas, otras introducidas, tales como Inga sp., Erytrina sp., Jacaranda sp., Cordia

sp., Calliandra sp. y Gliricidia sp. Cada latitud y región tiene sus especies nativas que

deben ser valorizadas y utilizadas. Sin embargo, un exceso de plantas leguminosas pue-

den inducir a desequilibrios de nitrógeno: la proporción correcta debe ser evaluada en

relación al ecosistema nativo (Bill Mollisson, comunicación personal).

En relación a las plantas que componen originalmente el sotobosque, tenemos

que mantener los mismos cuidados. Podemos citar dos ejemplos: el duraznero es de

sotobosque, pero apenas en formaciones abiertas y de alta radiación, y se beneficia

de la presencia de una cierta proporción de especies leguminosas dominantes intercala-

das.(14) La nuez pecán (Caryia illinoensis) puede ser intercalada con cítricos, siempre que

el nitrógeno sea provisto por un estrato herbáceo compuesto por leguminosas con alto

poder de fijación simbiótica.

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Algunas plantas arbustivas de interés comercial podrán ser incluidas en toda

el área, siendo desplazadas naturalmente hacia los bordes insolados del monte frutal,

cuando el sombreado perjudique su productividad. Hasta ahí, ya habrán cumplido su

función. Buenos ejemplos son la mora (Rubus sp.), la frambuesa (Rubus idaeus + sp.) y

la manzana. Las dos primeras son frutales arbustivas pioneras que forman bordes de flo-

resta. La manzana se desarrolla bajo el abrigo de ellas que, a su vez, serán gradualmente

eliminadas por el sombreado o por la sustitución por otras especies. Las arbustivas se

desplazan para los bordes del monte frutal donde construirán, junto con otras especies,

un rompe viento diversificado y eficiente.

Finalmente, algunos árboles que componen las borduras del monte frutal o que

fueron introducidos con función fertilizadora o de sombreado pueden tener función

múltiple, generando ingresos como madera noble a mediano y largo plazo. Este es un

componente que valoriza el sistema, disminuyendo la depreciación del conjunto de la

inversión. La Figura 15, pág. 52 y 53, presenta un design montado para las condiciones

del ecosistema selva de araucaria.

Figura 15. Design montado para las condiciones del ecosistema de floresta de araucaria: 1:

Manzanos; 2: cubierta verde manejada; 3: especies forrajeras para pájaros; 4: álamo argentino; 5:

Pinus elliottis; 6: cipres; 7: selva nativa.

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Materia orgánica y su flujo

Durante años, tuvimos dificultades de formular lo que sería un manejo adecuado

de la materia orgánica en una unidad de producción. Esa dificultad se origina del estudio

del suelo separadamente de la vegetación clímax original y del clima. A partir del momen-

to en que pasamos a encarar ese conjunto suelo-vegetación como un organismo vivo,

con estrategias de adaptación, reproducción y evolución, el conocimiento parcializado

es una pieza que ayuda a componer una imagen de ese organismo, como en un rom-

pecabezas. Este abordaje puede ser resumido en una frase: si no conocemos el ser en

movimiento, difícilmente sabremos reconocer la importancia y la función de cada uno

de sus órganos.

El abordaje científico que encara los ecosistemas como organismos vivos es la

geofisiología, ciencia de la cual el biólogo inglés James Lovelock es el precursor. A partir de

los datos de la sonda espacial Viking y de los estudios de su equipo en el Laboratorio de

Propulsión a Chorro de la NASA, Lovelock elaboró la estructura de su Teoría Gaia. Esta ha

sido un instrumento de enorme avance en el entendimiento de los ecosistemas y de los

procesos vitales que ocurren en el planeta.

• Teoría y práctica

Las implicancias de encarar los sistemas suelo-fauna-vegetación y su interacción

con el clima como un organismo que busca la maximización de la vida de todos sus

componentes ha resultado en un abordaje más sistémico y más efectivo de antiguas

cuestiones del trabajo práctico que siempre recibieron respuestas parciales. Por ejemplo,

cuando hablamos de manejo de la materia orgánica en la agricultura, siempre se hacen

algunas preguntas básicas:

• ¿Cuáles son las cantidades y cuál la periodicidad de las aplicaciones de materia orgá-

nica?

• ¿La materia orgánica provee los tenores de NPK necesarios para el desarrollo de los

cultivos?

• ¿Es viable trabajar con materia orgánica en grandes áreas?

• ¿Depender de materia orgánica de fuera de la propiedad no es también una forma

de desequilibrio energético?

Esas preguntas deben ser respondidas de dos maneras diferentes para dos situa-

ciones diferentes. Una de ellas es cuando se trata de la introducción de determinado culti-

vo en un suelo bastante cultivado y que ya perdió su vegetación clímax. La otra situación

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es aquella donde la intervención humana es en el sentido de la introducción de especies

que se adaptan dentro del proceso natural de sucesión ecológica. Muy frecuentemente,

las situaciones se entrelazan. Por ejemplo: pretendemos instalar un monte frutal de

manzanos y el área está cubierta de selva secundaria de diez años de edad. En este

caso, la vegetación a ser introducida es exótica y el suelo ya perdió su cobertura original.

Por lo tanto, no podemos depender de la sucesión vegetal para formar la

materia orgánica o la biomasa necesaria para obtener un desarrollo satisfactorio de las

plantas y mantenerlas en producción. Las características de la manzana impiden que

se haga una recomposición completa de la arquitectura forestal original. La distancia

entre la formación clímax final que deseamos – el monte frutal o pomar – y la forma-

ción vegetal clímax original – la selva – define caminos para responder las preguntas

formuladas anteriormente.

Es importante resaltar que la manzana, el durazno, la pera y otros frutales son

partes vivas de un organismo que evolucionó optimizado para las condiciones de clima

templado. El trasplante de esos individuos para un organismo que evolucionó para las

condiciones de clima subtropical húmedo tiene un costo energético. Este puede ser

cuantificado en términos de:

• disminuir la humedad relativa del aire, de modo de compatibilizarlo con las exigen-

cias del manzano;

• controlar la sucesión vegetal natural a fin de evitar que las especies nativas domi-

nen, sombreando al manzano;

• reponer la materia orgánica que dejará de ser provista por esa sucesión y que

condiciona al suelo y lo hace evolucionar;

• intervenir con pulverizaciones foliares de productos orgánicos y minerales, de modo

de compensar la mayor lixiviación foliar que una planta de clima templado sufrirá

en las condiciones del subtrópico;

• manejar la sucesión vegetal de modo de optimizar el reciclaje de los nutrientes

aportados;

• crear barreras vegetales y otros artificios para confundir y amenizar el rechazo del

ecosistema y sus agentes de evolución (insectos, hongos, bacterias, virus, etc.) al

individuo o a la formación vegetal transplantada.

En otra situación, como ser la implantación de un bananal en la región de la selva

atlántica, los mismos puntos serán relevantes, pero la energía gastada en cada etapa

será inmensamente menor. La gran diferencia es que la banana tiene un rechazo mínimo

por parte del ecosistema selva atlántica cuando se respetan los principios mínimos de la

arquitectura típica de ese tipo de mata.

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Sin embargo, donde el organismo suelo-vegetación-fauna fue degradado, todo

un gasto energético debe ser considerado, aún con especies consideradas como de alta

adaptación a las condiciones regionales de radiación, nutrientes y humedad.

La intensidad de los inputs varía conforme al grado de agresión al organismo

clímax. Hagamos una analogía: un trabajador sufre un accidente de trabajo que le dam-

nifica dientes, parte del estómago y le causa excoriaciones. Inconsciente y con pérdida

de sangre, permanece vivo, pero necesita, en un primer momento, salir del estado de

choque y recibir sangre. En un segundo momento de la recuperación, pasa a recibir

suero y, más adelante, alimento líquido. Recuperado el estómago, recibe una prótesis

y vuelve a alimentarse con sólidos de fácil digestibilidad hasta poder volver a comer

normalmente, recuperarse físicamente y recuperar su capacidad de trabajo normal.

El conjunto suelo-vegetación es un organismo que procesa incesantemente car-

bono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno en materia viva, extrayendo elementos esenciales

de la roca madre. Tiene estrategias de evolución y adaptación a los cambios puntuales

o geoclimáticos: cualquier intervención en la vegetación original o en el suelo (contami-

nación, anaerobiosis, etc.) acarrea alteraciones en el proceso biótico y la búsqueda de

una recuperación.

La pérdida de capacidad productiva de ese organismo se verifica principalmente

en la capacidad de la vida del suelo en tornar los nutrientes disponibles para las raíces.

Un suelo degradado es un trabajador accidentado: su capacidad de producir vida es

mantenida artificialmente a través de nutrientes que entran directamente en la solución

del suelo. Lógicamente, la vida que produce, en la forma de cultivos agrícolas o vege-

tación, también sólo sobrevive a través de medidas artificiales, como pulverizaciones

constantes, fumigaciones de suelo, etc.

Ese tipo de abordaje permite que se entienda y se cuantifique la cantidad de

nutrientes de alta solubilidad que un suelo va a necesitar hasta que el organismo retome

su capacidad total de producción de vida a partir de las energías naturalmente disponi-

bles bajo la forma de radiación, nutrientes y humedad. El llamado período de transición

de un área bajo manejo agroquímico está básicamente determinado por el nivel de daño

existente y por la capacidad regeneradora del ecosistema agredido.

Visto bajo ese ángulo, el manejo de la materia orgánica resulta fácil de ser enten-

dido: buena parte de las respuestas están en la comprensión de los ciclos y de los

patrones del ecosistema local y en las especies vegetales y animales que componen las

diferentes etapas de la sucesión ecológica rumbo al equilibrio dinámico o clímax de cada

ecosistema. Ese es un modelo de entendimiento básico que provee un referencial para

intervenciones más precisas.

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Imaginemos que dentro de ese modelo se pueda analizar e identificar origen,

cantidad, calidad y periodicidad de los materiales orgánicos que llegan al suelo. Eso

permite una comprensión de cómo se comporta el flujo de la materia orgánica y,

consecuentemente, de nutrientes en cada ecosistema.

Ese flujo es factor determinante para las poblaciones de recicladores de la micro-

y meso-fauna y flora. A su vez, la actividad de esos recicladores regula la disponibilidad

de nutrientes en la solución del suelo y, juntamente con la vegetación, es responsable

por la movilización de minerales de la roca madre.

Por lo tanto, el entendimiento de la lógica que mueve cada modelo permite un

abordaje sistémico, donde los problemas como formación de quelatos, inmovilización,

toxicidad, suelos inductores a hongos patógenos, etc. son analizados en el conjunto y

no como factores aislados y complejos. Lo que trae complejidad es desconectar cada

uno de esos aspectos del conjunto suelo/vegetación.

• Análisis del modelo

En un ecosistema forestal del subtrópico húmedo, el flujo de materia orgánica al

suelo es constante y la actividad de la micro- y meso- fauna y flora está regulada por las

condiciones del aire, de la temperatura y de la humedad. Aún en las regiones más frías

y altas, donde el estrato superior ya fue dominado por la Araucaria angustifolia antes de

la intervención provocada por la colonización europea, el aporte de material orgánico al

suelo tiene estaciones de mayor intensidad, pero ocurre durante todo el año.

Ese flujo permanente no existe en un monte frutal sin la intervención sistemática

del hombre. Para que eso ocurra naturalmente, o sea, sin que se hagan aportes exter-

nos y continuos de materia orgánica, sería necesario recomponer la arquitectura original

de la vegetación clímax, respetándose todas las etapas de sucesión vegetal o animal.

En otras palabras, tendríamos que recrear el modelo básico de selva, en todos sus

componentes, para tener un flujo autorregulado de la materia orgánica en un balance

energético perfecto. La importancia del modelo provisto por el ecosistema original es

orientar y generar prácticas adecuadas. Cada manejo puede ser evaluado de manera

simple, en el campo, a través de indicadores biológicos, como es el caso de la sucesión

de hierbas nativas, así como a través de la cantidad, de la sanidad y de la calidad de la

producción agrícola obtenida.

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• Intervención y costo energético

La fertilización química sintética es un hecho muy reciente en la historia de la

agricultura y tiene el papel de sustituir, de manera bastante ineficiente, la producción de

nutrientes del organismo suelo-vegetación. El manejo de la biomasa animal y vegetal, o

sea, la materia orgánica, tiene una historia de miles de años. La intervención del hombre

en el ecosistema siempre fue en el sentido de producir un excedente de biomasa, de

manera que se pudiese beneficiar de él para satisfacción de sus necesidades. En verdad,

estimular el crecimiento vegetal y animal con la función de obtener excedentes ha sido

el objetivo del hombre a través de las eras.

Con ese objetivo, varias prácticas de manejo de la materia orgánica, de la biología

del suelo y de los nutrientes de mayor solubilidad fueron desarrolladas alrededor del

mundo, para los más variados ecosistemas, en situaciones culturales y económicas

diversas. Ninguna de ellas, no obstante, tuvo la pretensión antropocéntrica de desvincu-

lar la vida del suelo de la producción agrícola. Vamos a enumerar algunas, en orden

decreciente de necesidad de trabajo, en el sentido físico del término, o sea, en gasto

energético:

1. colecta de estiércol y residuos vegetales, compostado y mezcla con elementos

minerales, con posterior transporte para las áreas de plantación;

2. compostado de residuos vegetales y animales y posterior transporte para las áreas

de plantación;

3. uso de estiércol o residuos orgánicos recolectados y transportados directamente

para las áreas de cultivo;

4. rotación en la misma parcela de producción animal o piscicultura con agricultura

anual;

5. introducción de abonos verdes con su posterior entierre;

6. introducción de abonos verdes con posterior siembra directa;

7. introducción de abonos verdes con posterior manejo de la vegetación nativa por

roza;

8. roza de vegetación nativa y siembra en cuevas;

9. roza de la vegetación nativa y plantación o siembra directa;

10. apeo selectivo de la vegetación nativa, plantación y manejo de la sucesión hasta la

formación de un sistema agroforestal;

11. poda selectiva o renovación del sistema agroforestal maduro;

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Debemos observar algunos puntos fundamentales en esa enumeración de prácticas:

• Si partimos de una floresta rica en recursos, el mejor manejo es el 11.

• Si partimos de un ecosistema forestal, que precisamos enriquecer, el medio más

obvio de obtener materia orgánica y recursos es el 10.

• Si partimos de una vegetación clímax del tipo sabana o cerrado, la mejor opción es

el rozado de la vegetación nativa con la permanencia de algunos árboles de interés

y posterior introducción de un abono verde, que puede ser también un cultivo

alimentario, manejándose el rebrote y la recuperación de la vegetación clímax (8,9

y 10).

• Si partimos de una pradera o de un sistema marcadamente sazonal, el mejor manejo

se sitúa entre los números 4 y 8, o se hace una combinación de manejos. El objetivo

es siempre crear medios para obtener materia orgánica: labrar y descomponer la

vegetación nativa; labrar e introducir un abono verde para después volver a labrar;

introducir el abono verde y plantar directo, imitándose la sucesión vegetal de invier-

no-verano, típica de las praderas en climas sazonales. El retorno de la vegetación

nativa y la rotación con animales devuelve la materia orgánica oxidada en el proceso.

La rotación con peces y cultivos entraría en esos sistemas, donde la presencia o la

ausencia de algún fenómeno (crecidas de ríos, deshielo, calentamiento, etc.) regula

la estacionalidad.

• Si partimos de situaciones extremas como las de semidesierto o de suelos estacional-

mente congelados, degradados por fenómenos naturales (vulcanismo, erosión por

ríos) o antropogénicos (pisoteo excesivo y quemadas en pasturas naturales), la solu-

ción es transportar materia orgánica de sitios más ricos y crear puntos de fertilidad

(1,2,3 y 4).

La característica de cada ecosistema va a indicar cual es el manejo posible, de 1 a 11, o

cuales las combinaciones que son posibles e interesantes.

En este punto, esperamos que el lector se haya dado cuenta del tipo de agricul-

tura que se tornó el patrón tecnológico obligatorio para cualquier ecosistema, en un

colonialismo tecnológico no sustentable en los días actuales.

Lo que describimos anteriormente no son propuestas nuevas. Se trata simplemen-

te del relato de prácticas milenarias de pueblos que crearon civilizaciones sustentadas

por los diferentes ecosistemas citados. Es regla que, cuanto más brutal la intervención

humana rompiendo el flujo de materia orgánica al suelo, más necesitamos del tipo de

tecnología desarrollada para lidiar con condiciones extremas.

Un agravante es que las poblaciones originarias en ambientes extremos nunca

fueron naturalmente altas. Cuando eso sucede, la energía debe ser drenada desde otros

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puntos para mantener la densidad poblacional. Un ejemplo clásico de ello es el desequili-

brio energético de la agricultura europea y norteamericana: virtuales “agujeros negros”,

succionando energía bajo la forma de barriles de petróleo, y toneladas de soja colap-

sando ecosistemas enteros y comprometiendo el futuro. Lo mismo se podría decir de

derribar selvas tropicales para la cría de ganado de engorde: pérdida irreparable de la

biodiversidad, derroche de energía bajo la forma de radiación, lluvia y nutrientes para

un beneficio bastante cuestionable tanto en el aspecto técnico como en el social. No

obstante, no siempre el transporte de nutrientes y materia orgánica constituye un

desequilibrio: puede ser el inicio de un proceso de reequilibrio o también de integración

entre unidades productivas próximas. En ese sentido, aportes externos de nutrientes en

forma mineral y orgánica, pueden ser el paso inicial en situaciones de suelo degradado

y lixiviado, donde cultivos de ciclo corto exigen nutrientes que no están disponibles.

Eventualmente, abonos órgano-minerales y minerales de baja solubilidad pueden ser

utilizados.

La introducción de materia orgánica es condición sine qua non, mas no podemos

seguir recetas. Debemos reportarnos al ecosistema en que estamos actuando y pregun-

tarnos hasta donde podemos llegar, y lo que precisamos para llegar. Debemos saber

conciliar, dentro del esquema que se maneja, el equilibrio entre inputs externos y pro-

ducción local de biomasa, teniendo siempre en vista la producción. A medida que el

sistema evoluciona, el flujo de materia orgánica se reestabiliza, reactivando con él el flujo

de nutrientes que se encontraba indisponible. Así, el trío NPK vuelve a presentarse en

la biomasa y en la solución del suelo, junto con todos los oligoelementos y los factores

de crecimiento ligados a la actividad de la vida vegetal y animal, y se puede hablar de

producción sustentable. Evidentemente, el grado de degradación a que cada suelo fue

sometido es lo que va a dictar por cuanto tiempo serán necesarios inputs externos hasta

retomar un flujo de nutrientes que sea capaz de producir un excedente agrícola.

• Formación de montes frutales ecológicos en Rio Grande do Sul

En las condiciones que generalmente se hacen presentes en las pequeñas pro-

piedades de la vertiente superior del nordeste de Rio Grande do Sul – suelos degradados

y lixiviados, pero con buen potencial en la roca matriz-, la introducción de materia

orgánica es el paso inicial, juntamente con la implantación de una cubierta verde rústica

y con alto poder de producción de biomasa. Ese proceso permite que se desarrollen

especies nativas de una sucesión vegetal más evolucionada que pasa a ser manejada en

conjunto con los dos primeros elementos citados.

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Con el pasar del tiempo, se procura recomponer la arquitectura original de

la vegetación clímax, lo que puede ser traducido inicialmente por la introducción de

coberturas verdes –exóticas o no- y de aportes más intensos de materia orgánica, a

fin de estimular el banco genético del suelo. Durante el proceso, recomendamos el

fraccionamiento de la fertilización orgánica, parte en otoño y parte en la primavera, en

cantidades que serán dosificadas según las condiciones del suelo y basadas en lo que

fue analizado hasta ahora.

En nuestras condiciones climáticas, aplicamos la materia orgánica en el final del

otoño, siguiendo el ciclo verificado en la floresta semicaducifolia. La fertilización a efec-

tuar en la primavera no debe ser hecha con materia orgánica fresca, a no ser en dosis

bajas (3 tn de cama de pollos/ha) y, necesariamente, sobre el abono verde. Cantidades

mayores encuentran una actividad metabólica aún baja en función de la temperatura,

hecho que dificulta que el organismo monte frutal metabolice adecuadamente un apor-

te elevado de materia orgánica fresca.

En regiones marcadamente subtropicales o aún tropicales húmedas, donde los

ciclos naturales son prácticamente ininterrumpidos, la situación cambia bastante. Los

aportes pueden ser más frecuentes y hechos con material más fresco, de modo de esti-

mular el banco genético del suelo y la sucesión vegetal, cuyo potencial de movilización

y abastecimiento de nutrientes es bastante grande. Los aportes podrán ir siendo reduci-

dos en cantidades dimensionadas, de acuerdo con la etapa de evolución del organismo

monte frutal. Cuanto más maduro y diversificado el organismo, mayor su capacidad

de reciclaje.

• Suelos degradados

En la región de Torres, en suelos arenosos bajos, que pueden inundarse con

grandes crecidas de los ríos, cuya camada superficial fue removida para formar pasturas,

se instaló un monte frutal de Citrus. Por lo tanto, además de haber perdido ya la

vegetación clímax, este suelo, que estaba cubierto de gramíneas, tenía su última capa

orgánica removida. El dominio de una gramínea agresiva estaba sofocando las mudas.

La solución encontrada fue la introducción de crotalaria, leguminosa de porte arbustivo,

en formación maciza. Ella eliminó la gramínea y proveyó nitrógeno, pero no proporcionó

materia orgánica estable para compensar el desarrollo deseado de las plantas, lo que

sólo podría ser obtenido por la combinación del manejo de la crotalaria con aportes

sucesivos de bagazo de caña compostado, estiércol bovino y otros materiales orgánicos,

hasta que se llegase a un nivel nutricional que recompusiese parte del horizonte orgáni-

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66

co perdido. No obstante, los cítricos, a pesar de estar bastante aclimatados, no encajan

plenamente en la arquitectura forestal de la selva de aquellos ecosistemas, y el monte

frutal siempre necesitará de dosis de materia orgánica externa, aunque en un orden

menor a 5 tn/ha/año, para mantener la productividad, considerándose un manejo de

cobertura verde perenne con leguminosas para compensar la falta de eficiencia energé-

tica del sistema.

• Aportes externos y evolución del sistema

Es importante recordar que los ecosistemas maduros son bajos productores de

excedentes de biomasa: prácticamente todo lo que es producido es reciclado. Los pri-

meros estadios de la sucesión son los que proveen los mayores excedentes de biomasa,

pues están utilizando, de manera acelerada, los nutrientes proporcionados por el fin del

ciclo de una formación vegetal.

Traduciendo esta información a la práctica, una de las maneras utilizadas para

disminuir la necesidad de aportes externos es aumentar la densidad vegetal por unidad

de área. Todos los estratos posibles para aquella condición climática son cubiertos con

plantas de cobertura del suelo, árboles con función fertilizadora en los estratos domi-

nantes o en fajas, etc. Los multiestratos proveerán materia orgánica y nutrientes para el

cultivo o los cultivos de la propiedad. Esos multiestratos pueden tener ciclos definidos,

así como la formación vegetal o el sistema analizado como un todo. Al final del ciclo

de cada individuo o de toda la formación, ésta es retirada y sus restos proveerán los

nutrientes para las remanentes o para la renovación total del sistema. El grado de evolu-

ción o involución del ecosistema del que partimos es el que determinará la necesidad

mayor o menor de aportes externos de materia orgánica. Todo puede ser resumido en

una frase: utilización eficiente de los recursos energéticos disponibles.

Es de esperarse que las necesidades de aportes externos caigan a medida que

el ecosistema evoluciona, si hubo una recomposición adecuada de su formación vegetal

típica. Los sistemas agroforestales desarrollados para las regiones calientes y húmedas

dependen mayoritariamente de la biomasa producida por la vegetación para proveerse

de nutrientes. Veamos un ejemplo simplificado: el bosque secundario es derribado,

manteniendo apenas algunos individuos del bosque terciario en él presentes. Una con-

sociación adecuada de banana, mamón, palmito, poroto, mandioca, batata y el rebrote

de la selva aprovechan los nutrientes que van siendo mineralizados y forman una suce-

sión. La banana retorna nutrientes a medida que cada cacho es cosechado, a través de

los pseudotallos y de las hojas. No sólo la banana, sino cada uno de los individuos del

sistema completan su ciclo y, al ser cosechado, deja parte de su biomasa en el suelo.

A menos que el manejo sea predatorio y totalmente inadecuado, la exportación de

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nutrientes, considerándose la materia seca, es bastante reducida en relación a la fijación

de nitrógeno y a la disponibilidad de fósforo y de potasio adsorbidos en los coloides

del suelo. En esas condiciones, los nutrientes están en constante reciclaje y no pueden

estar almacenados en el suelo, como ocurre en los climas templados. En estos, la

biomasa producida en una estación de crecimiento, o pasa para la biomasa animal o

se almacena bajo la forma de compuestos húmicos para viabilizar la próxima estación

de crecimiento.

En verdad, lo que cambia de un ecosistema para otro es la forma y la periodici-

dad de los ciclos en que actúan los recicladores tales como hongos, bacterias, insectos,

herbívoros, carnívoros, etc. y la complementariedad existente entre ellos. Por lo tanto,

los nutrientes de un ecosistema siempre estarán regulados por la presencia de los reci-

cladores. El quiebre de esas cadenas disminuye la eficiencia del sistema, en una escala

donde la fijación química por el suelo es uno de los escalones que anteceden estadios

aún más avanzados de degradación.

Materia orgánica y elemento animal

• Análisis de ecosistemas y su fauna

El flujo de la materia orgánica pasa, sin duda, por el organismo de los recicla-

dores. La biomasa vegetal tornase biomasa animal, y viceversa, como los clásicos nos

enseñan. Entre tanto, hay un punto al cual debemos atenernos sobremanera, cual es, el

tipo de recicladores que cada conexión suelo-flora-fauna produjo.

Un ejemplo clásico de esa conexión parte de la observación de los colonizadores

ingleses que llegaron a América del Norte. Temerosos de que los diques hechos por

los castores se rompiesen, ellos los deshacían. Con el tiempo, la mata ciliar que circun-

daba los lagos formados por los diques fue degenerando hasta limitarse a la vera de

los riachos. El castor concentra los recursos escasos en la región primeramente en

su organismo. Utilizando la energía que acumuló, forma los diques. El dique eleva y

regulariza el nivel freático, lo que posibilita la expansión de las formaciones forestales

y de las gramíneas lacustres que, junto con los peces, forman la dieta de los castores.

Los desechos de los castores y de las aves fertilizan el lago y traen nuevas especies, que

se concentran alrededor del recurso limitante que es el agua, la cual también maximiza

otro recurso limitante que es la radiación, por la reflexión de la luz y por la capacidad

de retener calor: la orilla norte del lago es más iluminada y más caliente que la sur (recor-

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dando que estamos refiriéndonos al hemisferio norte). Este es uno de los ejemplos más

próximos del tipo de intervención que eleva el potencial de un agroecosistema y que

muestra la conexión entre un ecosistema y el elemento animal.

Vamos a analizar algunos extremos: en las situaciones donde hay limitantes

estacionales para el crecimiento vegetativo, como es el caso de las estepas frías o de

los semiáridos tropicales, ¿dónde permanece la materia orgánica y el inóculo biológico

para su transformación? Inicialmente, podemos observar que ambas regiones tienen

en común una expresiva población de herbívoros de gran porte, como es el caso de

los renos del círculo polar ártico y de los antílopes, elefantes y otros herbívoros en las

sabanas africanas. Tal hecho nos induce a concluir que parte de la biomasa vegetal pro-

ducida en el ciclo de crecimiento posible está resguardada de las condiciones climáticas

adversas en la biomasa animal constituida por esos herbívoros.

Otro hecho relevante en este caso habla respecto a la relación superficie-volu-

men. El aumento del volumen del animal corresponde a un pequeño aumento en su

superficie. Esto significa ventajas en relación a la manutención de la homeostasis: menos

agua que el animal perderá en un clima semiárido, o menos calor que perderá en un

clima donde el factor limitante fuera la radiación. Se trata de un pequeño aumento

del consumo energético para incrementar la cantidad de materia viva resguardada de

las condiciones adversas.(15) Esto explica, al menos parcialmente, la predominancia de

animales de mayor porte en regiones donde ocurren limitaciones estacionales a la vida.

Junto con la disponibilidad de nutrientes, ese puede haber sido un vigoroso agente de

selección natural.

• Inóculos microbianos o biotecnología de Gaia

Las deyecciones animales en condiciones de restricción estacional para el desa-

rrollo de la vida son verdaderos pellets de materia predigerida y microorganismos. Cuan-

do retornan las condiciones adecuadas de radiación, agua y nutrientes, los microorganis-

mos recicladores ya están inoculados, y los procesos biológicos se desarrollan con la

rapidez y la eficiencia necesarias relacionadas al factor limitante de aquel ecosistema.

Otro ejemplo de esos mecanismos de adaptación a factores limitantes y de

almacenamiento de biomasa integrado con animales es el caso de las composiciones

vegetales características de las sabanas y semiáridos. Las formaciones predominantes

de leguminosas llevan a una fijación intensa de nitrógeno en el período favorable de

lluvias o buscan humedad en profundidades inaccesibles a los animales. El pastoreo

15. GOULD, Stephen Jay. Darwin e os grandes enigmas da vida. São Paulo: Martins Fontes, 1992.

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y el consecuente acumulo en la biomasa animal permiten que los nutrientes no se

pierdan. Las condiciones secas hacen que el estiércol sea prácticamente un inóculo de

rápida utilización cuando lluvias escasas y de pequeña duración posibilitan el crecimiento

vegetativo. Los árboles caducifolios tienen mecanismos semejantes en climas diversos.

El manzano, por ejemplo, almacena substancias como la arginina y la asparagina en las

ramas y en las raíces durante el período de crecimiento, permitiendo que la floración

y la brotación inicial puedan ocurrir a partir de las reservas acumuladas en la estación

anterior.

La comprensión de ese mecanismo desarrollado por la manzana para un clima

sazonal con una estación de crecimiento bastante corta es fundamental: como la activi-

dad biológica del suelo tiene una curva que responde al incremento de la temperatura,

consecuentemente los nutrientes tornados disponibles por la actividad biológica tienen

una curva semejante. Así, la manzana se desarrolla con recursos propios en las fases

iniciales y gana un tiempo precioso que le permite completar el ciclo vital antes de la

vuelta del período de inactividad impuesto por la estación fría.

Finalmente, eso nos lleva a pensar que hay una estrategia común de los procesos

vivos en los rebrotes masivos de Mimosa scabrella* en los planaltos del sur de Brasil, en

los cardúmenes inmensos de pocas especies en aguas frías, comparadas con la diversi-

dad de especies en lo que se refiere a peces de aguas tropicales, y en árboles y arbustos

en los rebrotes pioneros de las selvas ecuatoriales. Diversidad y ciclos prácticamente

ininterrumpidos para climas calientes y húmedos, poca diversidad y ciclos definidos

donde humedad o radiación son factores limitantes.

• Implicaciones prácticas para el manejo del elemento animal

El tipo de análisis hecho hasta ahora tiene el objetivo de estimular la percepción

de sistemas y crear manejos adecuados para los diferentes ecosistemas: permite prever

períodos críticos para los nutrientes y planificar la fertilización orgánica y el manejo de

cubiertas.

En climas tropicales y subtropicales húmedos, esa necesidad de reserva es más

una estrategia de recomposición de la vegetación pionera por ocasión de un disturbio

cualquiera que una regla entre los árboles del estadio clímax. La materia orgánica es

constantemente reciclada y rápidamente utilizada en un ambiente pleno de estructuras

de absorción y transformación. Por lo tanto, es mucho más importante reducir la

velocidad de oxidación de la materia orgánica y optimizar el reciclaje que preocuparse

* Nombre vulgar: bracatinga (Nota del traductor)

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en proveer inóculos para la activación del suelo. Este ya los posee, y el compostaje

sólo ayuda cuando es usado en hoyos, protegido de la intensa actividad recicladora. El

estiércol líquido no puede ser utilizado sobre la tierra desnuda, pero sí siempre sobre

el suelo ya cubierto por vegetación desarrollada. La estabilización de ese biofertilizante

reduce las pérdidas de nitrógeno y evita desequilibrios en sistemas aún expuestos al alto

coeficiente de energía que llega al suelo.

Eso permite entender uno de los factores que contribuyen para la casi inexisten-

cia de herbívoros de gran porte en las selvas tropicales húmedas, donde los factores

limitantes del crecimiento vegetativo son prácticamente nulos. En ellas, los herbívoros

arborícolas de medio porte actúan discretamente, siendo que el papel reciclador mayor

cabe a la micro- y meso- fauna y flora, que, en ciclos prácticamente ininterrumpidos,

trabajan la materia vegetal y animal que llega al suelo. La gran población de aves y

animales arborícolas es un aspecto más de esa estrategia de la selva para el reciclaje

de nutrientes.

En esas condiciones, se torna en cierta manera evidente que las mayores acumu-

laciones de nutrientes estén bajo la forma de la inmensa y compleja biomasa vegetal y

no bajo la forma de herbívoros de gran porte. Por lo tanto, el manejo de la vegetación

para una cobertura adecuada es más importante para el mantenimiento del flujo de

nutrientes que el simple aporte de estiércol, que puede tornarse fuente de desperdicio

y de polución del sistema.

• Sucesión de flora y fauna

Este análisis pretende arrojar un poco de luz en la función del elemento animal

en el manejo de la materia orgánica en un organismo monte frutal y asimismo en

un agroecosistema. Así como el manejo adecuado de la biomasa vegetal surge de la

observación de la sucesión y del clímax característico, el manejo de los animales debe

seguir el mismo principio.

En la práctica, eso implica reconsiderar la presencia de herbívoros de mayor porte

en pastoreo en situaciones de selva húmeda tropical y subtropical. La presencia de

animales pesados debe ser evitada sobremanera, principalmente en suelos arcillosos,

y la introducción de animales menores debe ser cíclica y adecuada a la evolución del

propio organismo monte frutal: cada etapa debe recibir una determinada carga animal

con determinada periodicidad.

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Nada impide, sin embargo, que se críen animales en otras condiciones que no

sean bajo pastoreo directo, utilizándose el excedente de biomasa vegetal para alimentar-

los y retornando el estiércol al sistema. Se trata de integrar diferentes estrategias para

que obtengamos los puntos de fertilidad y los excedentes que nos interesan. Costa

Rica y África tienen experiencias significativas en ese aspecto, con el elemento árbol asu-

miendo el papel de forraje en la crianza animal. Tenemos, en esos casos, una adaptación

típica que minimiza el desperdicio energético y maximiza el potencial de producción

de biomasa del ecosistema forestal.(16) Del mismo modo, la ecuación evolucionista que

colocó elefantes en las sabanas, rumiantes de gran porte en los pastajes y tundras y

monos y perezosos en la floresta húmeda puede ser flexibilizada, pero hasta cierto

punto.

Ahí reside uno de los puntos clave para el entendimiento de los flujos de materia

orgánica que podemos poner bajo la forma de preguntas: en un clima de trópico

húmedo, los recicladores de ciclo corto como hongos, bacterias, insectos, etc. ocupan

papel destacado, conforme acabamos de ver. Por lo tanto, ¿cuál es la mejor manera de

llevar materia orgánica al suelo en esas condiciones? ¿Será proveyendo biomasa vegetal

a recicladores intermediarios, como los bovinos, a fin de utilizar el estiércol?

Al generalizar prácticas como el pastoreo, estamos rompiendo las cadenas de

recicladores de ciclo corto al retirar el material vegetal que constituye la base de su

existencia. La forma preponderante para abastecer de materia orgánica debe adecuarse

a los tipos de recicladores más eficientes para cada situación climática.

Es mucho más importante para la agricultura de los climas calientes y húmedos esti-

mular la acción de los micro- y meso- recicladores que la de transformar la paja en

estiércol y después retornarla al suelo. Podemos imaginar una sucesión no lineal de

la importancia del elemento animal: cuanto más nos aproximamos a climas que crean

situaciones limitantes al crecimiento vegetativo, más crece la importancia del elemento

animal como reciclador dentro del agroecosistema.

Cada error o acierto en el manejo de esos factores desencadena reacciones en

serie, en un efecto orgánico, no lineal e imprevisible por medios puramente teóricos,

más perfectamente apreciable por la observación de los indicadores biológicos de evolu-

ción o degradación del ecosistema. Como regla general, vale un dicho popular que habla

al respecto de que es más fácil conservar lo que se tiene que reponer lo perdido:

una sombra adecuada a un cafetal puede equipararse al aprovisionamiento de dosis

masivas de materia orgánica a un cultivo a pleno sol, cuyo suelo es mantenido limpio.

Eso porque dejamos de perder, y cualquier aporte, por mínimo que sea, aumenta el

potencial productivo.

16. SOARES, Eduardo Safons et al. Relatório de viagem à Costa Rica. Vitória: APTA, 1993.

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Filósfera, rizósfera y nutrientes

• Filósfera

Al analizar cualquier formación vegetal, notaremos que las especies se distribu-

yen en diferentes estratos, de manera de preservar y ampliar los elementos indispensa-

bles a la vida. Totalmente ligadas a ese proceso están un sinnúmero de formas de vida,

y ese conjunto puede ser llamado filósfera. Podemos ilustrar la interdependencia que se

verifica con la flora que habita el rumen de un bovino: evolucionaron conjuntamente y

su existencia es interdependiente.

Como todo proceso dinámico, cada etapa de la sucesión vegetal tiene interac-

ciones diferentes, todas ellas maximizando el potencial biótico de lo que se puede

llamar organismo forestal. La eliminación expresa de un elemento de esa interacción

desencadena una serie de reacciones que pueden inducir la desaparición de especies o

el colapso de todo el ecosistema.

Las funciones pueden ser las más diversas y fundamentales: control poblacional

entre predadores y presas, abastecimiento de nutrientes por acción enzimática de

microorganismos y por la digestión de la fauna arborícola, emisión de substancias esti-

muladoras de crecimiento, diseminación de especies, etc. Muy poco de esas interaccio-

nes son tenidas en cuenta en la elaboración de agroecosistemas. Es más, la investigación

convencional tiene vueltos sus ojos para uno de los aspectos más visibles ligados a

la simplificación reduccionista que se verifica en los sistemas agrícolas modernos: la

pérdida de nutrientes del sistema.

El análisis de los ecosistemas forestales demuestra que el agua de la lluvia que

escurre desde los estratos superiores es rica en nutrientes elementales, bien como en

formas más complejas como aminoácidos, enzimas, azúcares, ácidos húmicos, hormo-

nas vegetales, etc. Al alcanzar el suelo, lo que no ha sido absorbido por las formas

vivas en los diferentes estratos lo será por la inmensa actividad de otro conjunto de

actividad incesante que es la rizósfera. Así, el porcentaje de agua de lluvia que escurrió

por la filósfera y no fue evapotranspirada retorna a los ríos prácticamente exenta de

elementos nutritivos, aspecto común en ríos nacidos en selvas tropicales húmedas.

Como ya fue dicho, los sistemas agrícolas no presentan una eficiencia razonable

para la conservación de los nutrientes. De los nutrientes minerales más lixiviados de las

plantas, potasio, calcio, magnesio y manganeso son usualmente los más significativos en

términos cuantitativos. De la remolacha azucarera (Beta vulgaris) 62 g de sales diversas,

39 kg de ácido fosfórico y 5 kg de óxido de calcio son lixiviados por cada 18-24 h

de lluvia.

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En la manzana, fueron encontradas pérdidas de 20 a 30 kg de potasio, 5 a 10 kg

de calcio y 9 kg de sodio por ha/año, siendo que 50% de ese calcio y 80% de ese

potasio pueden ser lixiviados en 24 horas. De 2 a 3 kg de potasio, calcio y sodio son

transportados para el suelo por la lluvia en abetos (Picea abies) y pinos (Pinus silvestris)

durante 30 días de otoño. De todos los elementos, los más fácilmente lixiviados son

hierro, cinc, fósforo y cloro. Sin embargo, la mayor cantidad de lixiviados son por cuenta

de las substancias orgánicas, principalmente carbohidratos. En la manzana, los números

alcanzan 800 kg/ha/año. Aminoácidos, ácidos orgánicos y fitohormonas también son

lixiviados, pero los estudios aún son pocos.(17) La lixiviación no ocurre solamente en la

filósfera. Plantas rastreras como la frutilla (Fragaria sp.) y arbustivas como la mora negra

(Rubus sp) son especialmente susceptibles en el período que antecede a la cosecha, y la

lixiviación ocurre también a nivel radicular, como en el caso de la frutilla.

Tejidos jóvenes en crecimiento activo difícilmente son lixiviados, y la senescencia

coincide con el pico de la lixiviación. Las plantas del trópico húmedo desarrollan mecanis-

mos especiales, aunque el cacao y la banana son bastantes susceptibles a la lixiviación

comparados a otras especies de clima más fríos. Tal hecho está íntimamente relacionado

al tipo de formación vegetal al que pertenecen, que permite un reciclaje intenso de los

nutrientes. La eliminación de árboles de sombra y de las umbrófilas a nivel del suelo

rompe el equilibrio dinámico y abre el ciclo, perdiéndose los nutrientes del sistema.

Dentro de la misma lógica, se comprende que temperaturas más elevadas, espe-

cialmente si están asociadas a lluvias intermitentes, acentúan la lixiviación. Su incremento

es tanto mayor cuanto más duren los factores, pudiendo alcanzar tres a ocho veces el

contenido inicial del elemento en los tejidos foliares. Ese número da una medida de la

importancia de los mecanismos de reciclaje de nutrientes, sea alrededor de la planta, sea

en el ecosistema como un todo.

La composición de los varios estratos cumple otras funciones fundamentales:

cada planta interactúa con la lluvia cambiando composición, energía y distribución del

agua. El efecto general de la vegetación es moderar y conservar las entradas energéticas

en el sistema, o sea, lluvia, sol, viento, nutrientes, etc.(18) La afirmación de que “no sólo

la planta es un producto del suelo como que el propio suelo es producto de la planta”

queda bastante clara. Entender esa afirmación es entender la función específica y com-

plementaria que cada formación vegetal diferente cumple en la sucesión ecológica que

forma o recompone un suelo.

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• Rizósfera

Podemos ver a la rizósfera como una filósfera subterránea. En verdad, no tan

subterránea: en una camada muchas veces no superior a 30 cm se encuentra el 80% de

la actividad biológica de un suelo en el trópico y en el subtrópico húmedo. A medida

que se profundiza en el suelo, disminuye el oxígeno y, consecuentemente, las formas de

vida que oxidan la materia orgánica y que mantienen el flujo de elementos nutritivos en

forma cíclica y constante. Las grandes raíces extractoras de agua profundizan en el suelo

y, al final del ciclo de la planta, entierran grandes cantidades de carbono, equilibrando en

parte las emisiones naturales del vulcanismo y de las quemas naturales.

La diversidad se irá mostrando a cada centímetro que profundicemos y a cada

centímetro de movimiento lateral. Sitios más húmedos o secos, sombreados o insola-

dos, pobres o ricos en minerales, cada uno de ellos tiene sus poblaciones específicas

trabajando en la conservación de la energía del sistema vivo.

El proceso constante de renovación de la filósfera, con las caídas de árboles y

el final de ciclo de especies, contribuye a estimular esa diversidad a través de aportes

de lignina, celulosa, azúcares, carbono, etc. La macro- y meso- fauna actuantes en la

rizósfera también contribuyen para la aireación y los aportes, permitiendo que el sistema

evolucione para cada ecosistema, de manera de optimizar sus condiciones bióticas.

Los problemas comienzan por el total abandono a que los estudios de la rizósfera

fueron relegados durante años. La investigación se deslumbró con la química agrícola

y, en sus devaneos positivistas, relegó el estudio de la ecología de las raíces a un plano

secundario. Con excepción de estudiosos aislados, occidente contribuyó muy poco para

el conocimiento de la dinámica de las rizósferas, al contrario de la entonces Unión

Soviética que tiene un histórico apreciable de trabajos desde el período zarista.

La filósfera y la rizósfera evolucionaron en un mismo sentido, o sea, en dirección

a la optimización del uso de los recursos energéticos. Cada forma de vida existente en la

filósfera coevolucionó con elementos de la rizósfera. Así, la eliminación de un árbol del

estrato superior que proveía un lixiviado al suelo bajo la forma de azúcares y carbono

podría alterar la composición fúngica de la rizósfera, viniendo a interrumpir los patrones

de solubilización de nutrientes y, por consiguiente, de la nutrición de especies del estra-

to inferior. Esos efectos muchas veces son sutiles y, por influenciar en el metabolismo

vegetal, no son inmediatamente percibidos.

Una de las áreas en que se puede encontrar cierta bibliografía se refiere a los

oligoelementos. Todavía bastantes descuidados por la investigación en nutrición de plan-

tas, ellos desempeñan un papel fundamental en los procesos vitales como catalizadores

de reacciones enzimáticas, punto clave del mantenimiento de la vida. La actividad de la

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rizósfera tiene una relación directa con la disponibilidad de esos oligoelementos: cuando

se interrumpe el flujo de materia orgánica y lixiviados al suelo, toda su biota disminuye

la acción, y muchos oligoelementos se tornan no disponibles por la compejización con

otros elementos, como el hierro y el aluminio.

La actividad de la rizósfera es condicionada por los mismos mecanismos de la

filósfera: radiación, nutrientes y humedad. La radiación inhibe determinadas formas de

vida y estimula otras, además de imprimir velocidad a los ciclos vitales a través del

aumento de la temperatura. La alteración de los patrones de radiación, sea por la lon-

gitud de onda o por la modificación de la curva de calentamiento del suelo durante

el día o durante estaciones, cambia la composición de la rizósfera y la dinámica de los

nutrientes en el suelo.

La presencia de micorrizas, por ejemplo, puede aumentar el crecimiento de las

plantas y la absorción de nutrientes, bien como la resistencia al stress hídrico, habiendo

datos ya cuantificados para cultivos de granos, forestales, hortícolas y frutales. Ejemplos

son el café (Coffea arabica), con incrementos de hasta 300% en la absorción de cinc,

cobre y manganeso, y la soja (Glicine max), con incrementos de 700% de cinc, 300% de

cobre y 200% de manganeso. La aplicación de fungicidas sistémicos puede tener acción

letal sobre las micorrizas, factor fundamental a tener en cuenta en el análisis de las

relaciones entre nutrición y fitosanidad.

Las modificaciones provocadas alteran la composición fúngica y bacteriana, y la

no disponibilidad o el cambio del flujo de los nutrientes puede sumarse a la desaparición

o a la disminución de la población de predadores y productores de antibióticos, favore-

ciendo las explosiones poblacionales de hongos patógenos e insectos fitófagos.

Varias prácticas agrícolas pueden causar más daños que beneficios. Un encalado

excesivo tornará no disponibles el cinc y el hierro, alterando la flora fúngica de manera

bastante aguda. Del mismo modo, la acidificación por el uso de nitrógeno sintético

amoniacal irá a liberar aluminio en el suelo y tornará no disponible el fósforo, con

efectos en cadena sobre la rizósfera.

Esas alteraciones pueden ser estimulantes a la vida en situaciones específicas y

en dosis apropiadas, lo que no es la regla en la agricultura de hoy. Algunos de esos efec-

tos fueron bastante estudiados y tenemos casos de campo bastante interesantes. Es

sabido que los productos fungicidas y herbicidas a base de benzamidazol tienen acción

vermífuga, lo mismo se verifica para los cúpricos. Ambos producen una reducción brutal

de anélidos en el suelo y, consecuentemente, en su aireación. En un suelo compactado,

la emisión de raíces finas disminuye, así como la absorción de elementos que dependen

mucho de ese tipo de raíces como el boro y el calcio. El resultado son disturbios meta-

bólicos relacionados con esos elementos. En el caso de la manzana, el ataque de hongos

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causantes de pudriciones como Glomerella cingulatta, o problemas fisiológicos como

la mancha de corcho están generalmente relacionados al uso abusivo de fungicidas

acompañado de carpidas, sin reposición de materia orgánica.

La propia materia orgánica no es un beneficio sin límites: como vimos anterior-

mente, cantidad, calidad y periodicidad de aplicación deben ser verificados conforme al

modelo del ecosistema. Un aspecto práctico referido al tipo de materia orgánica son las

poblaciones fúngicas y bacterianas que ella induce en una situación de suelos agrícolas

desgastados donde la biodiversidad se encuentra reducida. Estudios en los Estados Uni-

dos (19) y en el Japón indican un mayor desarrollo de hongos como Trichoderma viride

y Streptomyces sp. que son antagonistas de Fusarium, Rizoctonia y Phytophtora cuando

la materia orgánica provista al suelo fuera rica en celulosa.

Además de eso, varios géneros de hongos actúan directamente sobre la disponi-

bilidad de nutrientes, especialmente fósforo, potasio, calcio, magnesio, cinc, manganeso

y hierro. El fósforo por sí sólo, depende fundamentalmente de la actividad microbiana

para tornarse disponible, y las fosfobacterias (Bacillus megaterium var. phosphaticum)

han sido usadas como inoculantes de suelo con ese fin. Sin embargo, es más simple y

razonable manejar la evolución de la vegetación/suelo y reconstituir los flujos de materia

orgánica. La introducción de microorganismos es, en sí, más un atenuante de desequili-

brios que una tentativa seria de corregir manejos estructuralmente equivocados.

También en términos de fósforo, podemos ejemplificar con los suelos australia-

nos la paradoja de los cánones de la agroquímica: suelos fertilizados desde los años 50

con superfosfatos presentan, hoy, hasta 50 ppm de fósforo en los primeros 4 cm, que-

dando el restante complejado en los 20 cm superficiales, no disponible a las plantas.(20)

Siendo el fósforo un elemento de baja movilidad y extremadamente rela-

cionado al manejo de la materia orgánica, no es de extrañarse que valores absurdos

estén siendo recomendados en suelos de floricultura y horticultura. El uso de un

nutriente en un medio vivo del mismo modo que se usaría en un substrato inerte es

absurdo. La actividad biológica de la rizósfera tiene un trabajo incesante de ataque a la

roca matriz, solubilizando nutrientes, entre ellos el fósforo. Las tasas de consumo y lixi-

viación no son suficientes para justificar las altas dosis de fósforo soluble recomendados

en la agricultura actualmente.(21)

19. COMPOST. Acta Horticulture. n. 172, p. 191-8, 1985.20. Mollison, Bill. Op. cit. 18.21. RESENDE, Mauro. Uma abordagem sobre solos, com ênfase na questão da disponibilidade de fósforo. Viçosa:

UFV, 1992.

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• Rizósfera, nutrientes y formaciones vegetales

Si observamos el manejo equivocado que hacemos de la cobertura del suelo,

considerando filósfera y rizósfera, podemos dar una justificación parcial a las recomen-

daciones rutinarias hechas para el fósforo. Vamos a ilustrar con un ejemplo de campo:

la cebolla y el ajo son dos cultivos considerados exigentes en fertilización fosfatada,

siendo que para el ajo materia orgánica y fósforo son condiciones sine qua non para la

producción. Si miramos hacia la arquitectura de una planta de ajo, o lo mismo para un

campo de ajo, llegaremos a la conclusión de que ella, definitivamente, no es una planta

que evolucionó en un sistema de lluvias y radiación solar intensas. No protege el suelo

y, al completar el ciclo, elimina su parte aérea, almacenando en el bulbo reservas para

un próximo ciclo. Además de ésta, el ajo presenta una característica más, típica de una

planta que evolucionó en condiciones de climas sazonales: hojas ricas en cera para no

perder humedad y conducir el agua disponible al bulbo, cuyas reservas le posibilitarán

atravesar un período seco o frío.

Cuando trasladamos el ajo para el subtrópico húmedo, este no tiene como pro-

tegerse de la oxidación de la materia orgánica y de la lixiviación de los nutrientes. Lo

que ocurre, entonces, es que la actividad biológica del suelo entra a declinar durante

el cultivo, reduciendo cada vez más la disponibilidad de fósforo. En las fases críticas, el

fósforo ya será escaso, lo que se reflejará en la producción final. La investigación oficial,

basada en un manejo de herbicidas y cultivo limpio, recomendará altas dosis de fósforo

soluble para mantener su provisión alta. En verdad, no es que el ajo sea exigente en

fósforo, materia orgánica y encalado, sino que es el manejo del cultivo en el subtrópico

húmedo lo que exige materia orgánica rápidamente, torna el fósforo no disponible y

desperdicia calcio y nitrógeno. Datos de investigaciones muestran que una simple cober-

tura plástica aumenta los tenores de fósforo en el suelo. La adopción de manejos que

amenizan la arquitectura inadecuada del ajo al clima subtropical reducirán la necesidad

de insumos: coberturas muertas, rotaciones con consociaciones de gramíneas y legumi-

nosas, favorecer la presencia de micorrizas, etc.

El ejemplo del ajo puede ser extendido a un sinnúmero de especies forestales

y frutales: prácticamente 100% de las necesidades de potasio del banano puede ser

provisto con el reciclaje de su propio tallo, y el manejo del sombreado y de estratos

rastreros puede resolver las necesidades de nitrógeno y fósforo en suelos que no hayan

sido anteriormente utilizados hasta el agotamiento. La vid puede tener sus necesidades

de aportes externos de nutrientes en cero con el reciclaje de los restos de la poda, de

los residuos de los racimos y del bagazo, combinados con el manejo de la vegetación

invernal. No debemos menospreciar la capacidad de la vida de obtener sus recursos, una

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vez que nuestro manejo recupera los procesos vitales de un ecosistema. El elemento

nitrógeno es el gran trauma de la agricultura: la síntesis de compuestos amoniacales

a partir del nitrógeno atmosférico pareció ser la salvación de la agricultura cuando fue

descubierto. En verdad, la naturaleza dispone de una inmensa gama de mecanismos

para reponer nitrógeno al suelo y a las formas de vida que de él dependen. El problema,

nuevamente, es la interrupción de ciclos, lo que disminuye o elimina la eficiencia de

esos mecanismos de auto-regulación. En el Japón, estudios estimaron en 7 tn/ha/año

la biomasa microbiana muerta en el suelo, lo que resulta en una cantidad de 100 kg

de nitrógeno orgánico/ha/año. En condiciones de manejo ecológico, gran parte de ese

elemento es absorbido, al contrario de lo que ocurre con un suelo con manejo químico,

donde las pérdidas serían mucho mayores. En regiones de trópicos y subtrópicos húme-

dos, el efecto de los rayos contribuye con hasta 50 kg de N/ha/año. Sumándose a eso la

fijación de nitrógeno por fijadores de vida libre y simbióticos, que pueden llegar a 400 kg

de N/ha/año, tenemos una idea de porqué no se observan deficiencias de nitrógeno en

sistemas naturales o en los años agrícolas que le siguen al derrumbe de las selvas.

Infelizmente, la colonización europea trajo consigo un uso del suelo que indujo a la

necesidad artificial de reponer el nitrógeno perdido por el manejo inadecuado de los

agroecosistemas del subtrópico y del trópico húmedos. Esa necesidad se va reduciendo

a medida que se desarrollan y se adoptan prácticas adaptadas a la velocidad de reciclaje

de elementos que caracteriza esos ecosistemas.

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La acción humana: reducir intervenciones

CAPÍTULO V

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CAPÍTULO V

La acción humana: reducir intervenciones

Cuando Masanobu Fukuoka lanzó su primer libro, One Straw Revolution, relatan-

do como conseguía producir 9,6 t/ha de arroz y 9,6 t/ha de centeno en cultivo secuen-

cial sin apelar al uso intensivo de estiércol, compost o fertilización química, él realmente

daba impulso a una revolución en la concepción de lo que era una agricultura natural.

Toda la obra de este investigador japonés se basó en la observación de los fenó-

menos naturales bajo una “óptica desprovista de óptica”: según él, debemos observar el

arroz desde el punto de vista del arroz, y no bajo el punto de vista humano. No se pue-

de conocer el funcionamiento de un ecosistema si estamos buscando ese conocimiento

dentro de una orientación antropocéntrica. Una colmena es un organismo en sí mismo,

y los conceptos tomados de la sociedad humana, como reinas, obreras y guerreras

dificultan, mucho más de lo que auxilian, la comprensión de los fenómenos que rigen la

vida de esos preciosos insectos. Desde la óptica de la naturaleza, tan preciosos como la

renombrada Varroa (Varroa jacobsoni oudemans), ácaro que ataca a las colmenas. Todo

se encuentra en constante evolución; una evolución que modifica el ambiente, y con

cada elemento de la biodiversidad que la acción humana extingue, se pierde un precioso

auxiliar en el proceso de perfeccionamiento del potencial productivo de un agroecosis-

tema.

Por lo tanto, la esencia de la filosofía de Fukuoka - el no actuar - es, en verdad,

intervenir solamente en la dirección del flujo natural de la evolución de los ecosistemas

vivos. Acciones puntuales en momentos cruciales, de modo de obtener el máximo resul-

tado con el mínimo de trabajo y de daño ambiental. Más que ser una filosofía, esos prin-

cipios han traído resultados productivos y ganancias económicas sólidos a agricultores

en todas partes del mundo. A continuación, intentaremos exponer los procedimientos

adoptados en fruticultura y algunos de los resultados obtenidos.

Insectos, ácaros y enfermedades como indicadores biológicos

La especie humana tiene una historia muy reciente en el planeta. Para situarnos

en una escala más comprensible, si el surgimiento de la vida hubiese ocurrido 1 km.

atrás, el primer homínido habría surgido en el último metro y la sociedad industrial que

conocemos, en el último milímetro. Si nos imagináramos como el primer ser humano

que adquirió la capacidad de juzgar qué comer, qué árbol derribar, dónde habitar, etc. en

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el inicio de aquel método fatídico que marca la presencia del hombre en la Tierra, cuales

serían los instrumentos disponibles para ese juzgamiento?

En ese campo de suposiciones, tenemos algunas hipótesis científicamente com-

probadas donde apoyarnos. Una de ellas es la memoria genética: aves de rapiña incu-

badas y criadas en laboratorios saben distinguir entre una víbora coral venenosa y

una víbora coral falsa, no venenosa, sin haber tenido nunca un aprendizaje previo.

Esa memoria genética probablemente también es responsable por nuestras reacciones

instintivas como el miedo a la oscuridad, el caso del niño con deficiencias minerales

que come tierra, etc.

Por lo tanto, no partimos de cero: como todas las formas de vida, evoluciona-

mos conjuntamente con el planeta y pasamos por varios mecanismos de selección.

Entre estos, están los que llamamos nuestros predadores como serpientes, animales

carnívoros de gran porte, además de otros como vegetales venenosos, virus, hongos y

bacterias. Si hoy formamos parte de la biodiversidad del planeta es porque estamos aún

aptos, como especie, a ser parte de la vida.

Conforme ya fue mencionado, el manejo de la nutrición y de la materia orgánica

se refleja en el metabolismo de cada organismo individual que compone el agroeco-

sistema, así como en éste como un todo. A cada error de manejo de la fertilización

corresponde una disfunción del metabolismo individual o colectivo, o aún, una cadena

de problemas. Los factores interaccionan y no deben ser analizados aisladamente. Un

error de manejo bastante común y fácilmente observable se refiere al aporte de nitróge-

no al sistema. Cuando hablamos de fácilmente observable, nos referimos a indicadores

biológicos seguros que han sido evaluados a lo largo de nuestra experiencia de campo

y respaldados en informaciones diversas que van desde el saber popular, pasando por

observaciones de técnicos de áreas distintas (geólogos, por ejemplo), hasta la bibliografía

relacionada al control de las erróneamente denominadas “invasoras o malezas”.

• Indicadores en diferentes niveles

Aquí utilizamos el concepto de indicadores biológicos como también el de meca-

nismos biológicos de evolución de las especies. Cada especie está sujeta a una constante

presión de selección por parte de la naturaleza. El reconocimiento de los elementos

envueltos en ese proceso es un valioso auxilio en la definición de las formas de manejo

adecuadas.

Al nivel de la planta, los disturbios metabólicos relacionados al nitrógeno ocurren

frecuentemente en los montes frutales, propiciando acumulaciones de aminoácidos

libres y azúcares solubles en la savia circulante: la velocidad de absorción del nutriente es

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mayor que la capacidad de síntesis de la planta. Esas substancias, a su vez, se constituyen

en la dieta de hongos, bacterias, insectos y ácaros que, encontrando alimentación abun-

dante, se reproducen con gran velocidad.(22) Al mismo tiempo, síntomas de carencias

de oligoelementos se pueden tornar visibles. Los procesos de síntesis proteica dependen

directamente de enzimas, las cuales son activadas por esos oligoelementos, entre ellos

cobre, zinc, manganeso, boro, molibdeno, cobalto, hierro, estaño, estroncio, litio, iodo,

además de otros que están constantemente siendo identificados.

Los análisis de tejidos y de suelos poco nos dicen con respecto a las causas, en un

proceso donde causa y efecto no son claros. El potasio, el calcio, el silicio y el azufre están

también íntimamente ligados al nitrógeno. En ese campo, donde sinergismos y equilibrios

forman una trama de difícil manejo, los indicadores biológicos son el camino más seguro

para que lleguemos al origen de los errores que cometemos. Después de una fertilización

pesada con nitrógeno soluble, es común la aparición de pulgones, cochinillas, hongos y

otros oportunistas. Sin embargo, toda intervención que actuare sobre la disponibilidad, la

absorción y la traslocación de los microelementos se reflejará en la síntesis de proteínas y,

consecuentemente, se manifestará en los individuos.

A nivel de la camada superficial del suelo, podrá ocurrir una disminución de la acti-

vidad de micorrizas y de Rhizobium sp., debido a la disponibilidad excesiva de nutrientes

solubles. La dinámica de los recicladores también será afectada e, indirectamente, también

la disponibilidad de oligoelementos.

A nivel del organismo monte frutal, la reducción de las defensas individuales y la

oferta de alimento, favorecida por los disturbios metabólicos, implica explosiones pobla-

cionales que comprometen la biodiversidad. Esos desequilibrios, causados por la interven-

ción humana, demoran en ser contrabalanceados por los agentes biológicos que forman

el sistema de autorregulación. En el caso de la sarna del manzano (Venturia inaequalis),

predadores naturales como los ácaros micófagos tienen el papel de eliminar esporas,

disminuyendo el inóculo primario. Entre tanto, ellos no serían suficientes para contener el

desarrollo del patógeno favorecido por una fertilización pesada de nitrógeno soluble.

De forma opuesta, cuando los disturbios metabólicos son provocados por situacio-

nes localizadas, como manchas de suelo, períodos de seca o lluvias excesivas, el organismo

monte frutal reacciona controlando el problema individual. En la zafra de 90-91, la región

de Ipê sufrió períodos prolongados de seca que propiciaron el surgimiento de varios pro-

blemas, entre ellos la lagarta enruladora (Phteocroa cranaodes, Meyrick) que causó daños

en las manzanas. Después de un período inicial, las lagartas surgidas en el monte frutal

Josnei, de manejo ecológico, fueron atacadas por el hongo Nomuria rileyi, y el ataque

no llegó a los niveles de daño. Mientras tanto, montes frutales de manejo convencional

recurrían a pulverizaciones sistemáticas de órgano fosforados, sin éxito.

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El comportamiento de los organismos de un monte frutal puede llegar a formar

complejos sistemas de autorregulación. Recientemente, se verificó que algunas plantas

respondían al daño foliar causado por lagartas liberando terpenoides volátiles. Tales

substancias atraen predadores específicos, lo que no ocurre cuando el daño es causado

por el corte deliberado o daño físico por fricción, entre otros.(23) En un ambiente pobre

en predadores, el llamado no encuentra respuesta, y es evidente que el daño será tanto

mayor cuanto mayor fuera el desequilibrio del sistema como un todo. Ciertamente, no

sólo ese hongo entomófago ejerció un papel fundamental en el control de la lagarta,

sino también pájaros, arañas, avispas y un sin número de predadores que se desarrollan

en el estrato inferior de ese ecosistema monte frutal, o sea, en la cubierta verde del

suelo. En ese caso, el organismo individual y el organismo monte frutal fueron coadyu-

vantes en la autorregulación.

• Mudas

La palabra muda tiene su raíz etimológica ligada al latín mutare, de mudar. Por

lo tanto, cuando pensamos en mudas de árboles, estamos pensando en sacarlas de

un lugar y plantarlas en otro. El trasplante de mudas es una práctica ancestral, aún

en poblaciones autóctonas. Los indígenas concentran recursos en términos de plantas

medicinales, ornamentales o alimenticias en lugares de fácil acceso o estratégicos, como

los bordes de los senderos, lugares protegidos de eventuales enemigos o de enferme-

dades, etc. Pero, no siempre es posible o deseable “mudar”. La morfología, el locus en

la sucesión, el grado de agresividad y la adaptación son referenciales importantes para

que definamos lo que es más apropiado para el agroecosistema que queremos formar.

Existen especies de fácil trasplante a raíz desnuda, con alto porcentaje de prendimiento.

Generalmente, están asociadas a especies más agresivas, cuyo sistema radicular no es

pivotante y que evolucionaron para reproducirse por otras formas y no apenas por

semillas.

El manzano y la mayor parte de las caducifolias tienen esa habilidad. La reproduc-

ción vegetativa por pedazos de raíz o de ramas es otra característica de plantas pioneras

o de las que tienen comportamiento pionero en las fases iniciales de su vida. Pero,

cuando se trata de raíces pivotantes, principalmente en especies clímax, el manejo es

más delicado. El árbol del caucho, el cacao, la araucaria, son ejemplos de especies clímax

que no toleran la rotura de su raíz axial, lo que se traduce en crecimiento retardado y

productividad baja si consiguieran sobrevivir a la presión natural de selección, una vez

que hay desventajas en relación al resto de la vegetación.

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Un caso bastante clarificador es el del eucalipto: extremadamente agresivo, sufre

mucho con el transplante a raíz desnuda, que es completamente desaconsejado para

la especie. Siendo bastante ávido de humedad, su característica fundamental es emitir

raíces muy largas en búsqueda de agua. Una rotura de esas raíces atrasa su desarrollo

y puede matarlo, pues comprometería, en la lógica de la supervivencia, su capacidad en

superar períodos secos, su gran característica.

La reproducción por semillas directamente a campo es bastante compleja cuando

se trata de formar montes de manzanos en el sur del Brasil. La presión de selección

sobre la especie y sobre la formación vegetal monte frutal de manzanos es muy grande,

y las posibilidades de éxito, muy reducidas. Sin embargo, las formas intermedias son

bastantes deseables, tales como la plantación del porta injerto a campo con posterior

enjertación, la formación de mudas de semillas en cuevas con posterior enjertación o

selección, que son posibilidades bastante aplicadas por los agricultores. En cualquiera

de los casos, cuando más se respetan las formaciones vegetales características de cada

ecosistema, menos presión es ejercida sobre las mudas y sobre su formación.

En la propiedad de Ernst Götsch, en Piraí do Norte, Bahia, es posible apreciar la

diferencia entre el manejo de la implantación por semillas y el de mudas en maceta en

el cultivo del cacao. No obstante, las diferencias de desarrollo entre su sistema de hoyos

y plantación de tres semillas pregerminadas y el sistema convencional no termina en el

tipo de muda y sí se extiende a toda la concepción del agroecosistema.

Vale la pena citar el caso del bananero, que tiene un inicio de vida heliófilo,

pasando a umbrófilo en el período adulto. El tipo de muda que produce mejor resultado

es el tipo cuernito o cuerno. Se trata del rizoma ya formando el pseudotallo, pero antes

de abrir las primeras hojas. El bananero es una planta de ciclo largo, ciclo que, en vida

libre, se renueva cuando se produce la caída de un árbol dominante. Tanto la forma

de la muda como el tipo de propagación, fundamentalmente vegetativa, muestran su

lugar en la sucesión. Después de la caída de un árbol y la posterior descomposición

de la biomasa, el cuerno sobrepasa el mulch y crece, juntamente con otras especies,

inicialmente como heliófila, y después, durante su vida productiva, como sotobosque de

la selva alta con dosel entreabierto.

Véase ahora un monte frutal formado con mudas que pasan por las siguientes etapas:

• semilla cosechada y estratificada;

• siembra en canteros;

• repique a canteros mayores;

• injerto;

• arranque para plantación;

• poda de raíces;

• plantación.

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La cantidad de agresiones que sufre la raíz es significativa, y solamente especies

caducifolias las toleran. Pero, es claro y corriente que frutales caducifolios originados por

mudas de semilla tengan ciclos más largos y potencial productivo elevado, con mucha

mayor capacidad de autorregulación. En resumen, es perfectamente posible que se

formen montes frutales a partir de la siembra directa a campo, siempre que sea con

especies adaptadas. El grado de adaptabilidad es lo que influencia el gasto energético

para obtener las mudas y establecerlas.

• Injertos y porta-injertos

Lo que fue dicho para la formación de mudas vale para los procesos de injerto. La

enjertación no es nada más que una forma de eludir la falta de adaptación al ambiente,

acelerar ciclos o uniformizar cultivos. Pero, cada vez se reúnen más evidencias de que el

punto de injerto puede llegar a tornarse un filtro de nutrientes, lo que puede traducirse

en deficiencias nutricionales bastante difíciles de diagnosticar, una vez que el elemento

en déficit estará siempre disponible en el suelo, sin, entretanto, aparecer en niveles

adecuados en los análisis foliares. Por lo tanto, la enjertación es un proceso que debe ser

criterioso en relación a la compatibilidad entre las partes a ser unidas, pero mucho más

en relación a que tipo de agroecosistema queremos montar. En Costa Rica, tenemos

un ejemplo claro: los naranjales para consumo interno, inclusive en América Central,

son formados a partir de semillas, generando árboles de ciclo más largo y altura en

torno de los cinco metros que se adaptan muy bien a los cultivos multiestratificados y

a las consociaciones. Pero los naranjales para exportación, que requieren especies que

agraden al paladar norteamericano, son injertados y, obviamente, son menores y se

introducen en sistemas más reduccionistas de lo que demanda la arquitectura forestal

típica de la selva centroamericana.

Hemos probado siempre la mínima agresión posible al sistema radicular y a la

planta como un todo, optando por el injerto cuando éste no se constituya en un futuro

foco de necesidades de intervenciones.

• Podas

Después de conocer, es posible pensar en intervenir. Tratándose de árboles fruta-

les, el grado de adaptación de cada especie está bastante relacionado a la cantidad de

intervenciones, bajo la forma de podas, que son realmente necesarias. Un árbol dispone

sus ramas y hojas según un orden exacto que está determinado por su bagaje genético

y es alterado en la forma, mas no en la esencia, por los factores ambientales. La

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filotaxia estudia ese comportamiento y provee de datos bastante interesantes para que

establezcamos patrones de poda.

Debemos preguntarnos primeramente que es lo que la planta pretende con el

tipo de forma que usualmente presenta en la naturaleza.(24) La respuesta es simple y,

normalmente, coincide con los intereses humanos: eficiencia en el aprovechamiento

de la radiación, moderación del impacto de la lluvia, distribución de flores y hojas de

modo de permitir un equilibrio cíclico entre reproducción y crecimiento vegetativo,

defensa contra predadores, renovación de ramas y eliminación de distorsiones en el

crecimiento.

La diferencia fundamental entre lo que entendemos como poda y los objetivos citados

es que el podador quiere proceder igual, en cualquier clima del planeta, con la misma

especie. Lo que en el sur de Brasil es fundamental para formar una planta productiva

de manzana puede parecer ridículo en Canadá o en Europa Central. Del mismo modo,

lo que es absurdo para un monte frutal mecanizado en los Estados Unidos puede ser

totalmente viable en las plantaciones familiares de una hectárea en la sierra gaúcha.

Con excepción de algunas pocas especies, los frutales tropicales prácticamente

no resisten podas. Lo que ha sucedido fue una inversión del paradigma de causa y

efecto. Las plantas son rebajadas con podas drásticas y porta-injertos enanizantes para

que se adapten mejor a los sistemas de pulverizaciones con agrotóxicos que procuran

combatir problemas causados por desequilibrios de la fertilización, excesos de humedad

y densidad, estrés por incompatibilidad entre injerto y porta-injerto y por desequilibrios

causados por las propias podas muy acentuadas. Algo así como quemar el galpón para

eliminar las pulgas o amputar la pierna para que sirvan los pantalones. Todo encaja

perfectamente dentro de una lógica que ve a la actividad agrícola como uno de los

engranajes que mueven el flujo de capital industrial.

Para concluir, debemos aclarar que una vez que hemos iniciado un proceso de

intervención en el orden natural de la planta, él debe continuar, bajo pena de que se

críen plantas totalmente desconcertadas en cuanto a la forma y, por lo tanto, en cuanto

a la fructificación y a la vegetación. En ese sentido, la poda es el arte zen por excelencia:

intervenir solamente para no actuar y, por eso, intervenir en el sentido del flujo natural.

Esto vale para el cacao, banana, cítricos, caqui, manzana o cualquier otra especie domes-

ticada por el hombre.

Como regla general, podemos clasificar a los frutales en relación a su tolerancia a la

poda como:

• tolerantes (crecen como enredaderas o isipós);

• medianamente tolerantes (crecen con gajos bajos y tienen facilidad de reproducción

vegetativa);

• intolerantes (con raíz pivotante, reproducción por semillas y perennifolias).

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Si buscamos el locus de cada una de esas plantas en la formación forestal, luego

entenderemos el porqué de ese agrupamiento. Las trepadoras de vida larga (kiwi, vid,

pimienta del reino, etc.) evolucionaron para resistir al arranque de parte de sus ramas

por caídas de gajos, de árboles, etc. y para rebrotar, manteniéndose y reproduciéndose,

de la misma forma que los de ciclo corto, como el maracujá o fruta de la Pasión (Passi-

flora edulis). Las especies como higo, manzana y castaña de cajú se adaptaron a perder la

planta original y que un gajo bajo se haya clavado en el suelo o una raíz cortada origine

un rebrote. No obstante, la poda al ras perjudica su longevidad. Plantas dominantes de

hojas perennes no tienen nada que las derribe sino el pasar del tiempo, y mucho menos

animales que quiebren gajos fructíferos, muchas veces localizados a decenas de metros

del suelo, como es el caso de la jaca y la palta. Por lo tanto, no evolucionaron para acep-

tar pérdidas de material verde sin responder con grandes mermas en las posibilidades

de fructificación.

Nuevamente, nos vemos frente a una ecuación: ¿cuánto pretendemos gastar

en agrotóxicos, fertilización y horas de poda para tener paltos enanos y “altamente

productivos” por una docena de años, en cuanto un palto en el ciclo normal y en

clima adecuado puede responder al sistema plante y coseche por hasta cien años? Todo

dependerá de oportunidades de mercado, responderá el economista del “agrobusiness”.

Todo dependerá de la sustentabilidad del sistema propuesto y de su respuesta social,

diremos nosotros.

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Pulverizaciones foliares, fertilizacionesy metabolismo de la planta

CAPÍTULO VI

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CAPÍTULO VI

Pulverizaciones foliares, fertilizacionesy metabolismo de la planta

• El aporte por vía foliar en la naturaleza

Como vimos, el aporte por vía foliar que ocurre dentro de los ecosistemas es

rico, frecuente y está íntimamente ligado al tipo de arquitectura vegetal y a la constitu-

ción de fauna y flora que forman cada ecosistema. La arquitectura de la rizósfera actúa

complementando el mecanismo de reciclaje y potenciación de la biota, al máximo de

la eficiencia al que llegó aquel ecosistema. Por tanto, sabemos que la eliminación de

cualquiera de los elementos, en cualquiera de las etapas de la sucesión ecológica implica

pérdida: para el asunto que nos interesa ahora, pérdida de un elemento responsable de

la nutrición o de defensa contra la pérdida de nutrientes del sistema.

Aún como elemento teórico para conducir la práctica, nos vamos a reportar a

una ecuación energética simple, en que el viento, la precipitación y la radiación son

vectores energéticos y el conjunto fauna/flora/suelo es la resultante, con sus caracte-

rísticas principales, tales como formas, patrones, ciclos. ¿Al modificar bruscamente las

condiciones de viento, radiación y precipitación, qué puede ocurrir con la resultante? En

un proceso evolutivo común al planeta, algunas especies son substituidas por otras y

otro conjunto se adapta a las transformaciones ocurridas hasta alcanzar el máximo de

eficiencia energética. En otras palabras, utiliza y recicla los nutrientes de la mejor manera

posible en función de los otros vectores que afectan la vida y sus formas.

¿Pero qué sucede cuando transplantamos un sistema inadecuado para moderar

la energía y liberar y reciclar los nutrientes? En el Asia Menor, la presión expansionista y

militarista sobre los recursos forestales transformaron bosques manejados para alimento

humano y cría de cerdos en pendientes pobladas por cabras y ovejas. La pérdida de

suelo fue tan intensa que, en un período que viene del siglo V a.C., la ciudad costera de

Efeso se tornó interior, distando actualmente cerca de 4 km del mar Egeo.(25)

¿Porqué estamos exponiendo hechos tan generales para orientar una simple

pulverización foliar? Vamos a enumerar algunas de las razones:

• En relación a la radiación, un error de manejo como colocar a pleno sol una especie

umbrófila, implica:

• aceleración de la actividad fotosintética;

25. PERLIN, John. História das florestas: a importância da madeira no desenvolvimento da civilização. Rio de Janeiro:

Imago, 1992.

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• aceleración de la producción de hormonas de senescencia;

• degradación de proteínas a nivel foliar (proteólisis);

• reducción de la tasa de asimilación de carbono.

Esos cuatro puntos tienen como consecuencia una floración profusa, característi-

ca del acortamiento del ciclo, sensibilización a insectos, hongos y bacterias, quemado de

las hojas, declinación y muerte.

• En relación a la precipitación, la eliminación de un estrato superior implica:

• mayor impacto mecánico de las gotas de lluvia;

• mayor lixiviación;

• disminución en la provisión de lixiviados;

• evaporación más intensa de la humedad

La consecuencia directa es una disminución de la síntesis de proteínas causada

por la falta de los elementos nutricionales anteriormente aportados por los lixiviados,

sensibilización a insectos, hongos y enfermedades.

• En relación al viento:

• en zonas costeras, traen sales que son benéficas cuando son moderadas por el

conjunto de la vegetación y dañinas cuando actúan directamente sobre una planta

aislada. En ese caso, el sodio ocupa el lugar del calcio y causa lisis proteica, conocida

como quemado del borde de las hojas. La absorción excesiva de sales por plantas no

adaptadas también presenta esos síntomas;

• los daños físicos aumentan la transpiración de la planta e impiden el funcionamiento

adecuado de la fotosíntesis, interrumpiendo el crecimiento.

Al analizar el vector viento, nos tornamos repetitivos y lo obvio aparece: los tres

vectores actúan conjuntamente y analizarlos separadamente no proporciona la visión

que necesitamos. Tenemos que tener en mente que una pulverización foliar no es un

elemento regenerador. Se trata de un atenuante que minimiza los efectos de rechazo

con que el ecosistema intenta librarse de una especie o formación vegetal/animal no

adaptada.

• El caso de los frutales de clima templado

La manzana, en su ecosistema original, es un árbol dominante y, por lo tanto,

no encaja como dependiente de lixiviados. Podemos decir más: dentro de su formación

forestal original, crece sin quiebre de dormancia, podas, injertos, etc. Pero, traída al

subtrópico brasilero, encontró una precipitación más copiosa e intensa. Salió de suelos

calcáreos para suelos basálticos. De suelos profundos para suelos rasos. De humedades

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relativas bajas para altas. De estaciones frías y definidas para una estación dependiente

de la entrada de frentes fríos, con caídas bruscas y posteriores elevaciones de tempe-

ratura.

Definitivamente, la imagen que se vendió del sur del país como excelente para

manzanas es muy relativa. Pero, la tecnología de producción promovida fue coherente

con la imagen vendida: espaciamiento, manejo de suelos, poda y fertilización prestados

de los montes frutales norteamericanos y europeos. Infelizmente para los agricultores

y felizmente para la industria de agroquímicos, el número de tratamientos con agrotóxi-

cos tuvo que ser incrementado en relación al modelo importado.

Después de más de seis años de observaciones, intentos, éxitos y fracasos, algu-

nos datos sobre el uso de pulverizaciones foliares con función nutricional y, por lo tanto,

de equilibrio fisiológico, fueron relevados:

• Manzanares rotativos, con desmalezado químico o mecánico están en la escala más

baja de aprovechamiento de las fertilizaciones foliares y del reciclaje de lixiviados.

• Los nutrientes provistos por vía foliar son más eficientes cuanto más se aproximan

a la forma orgánica. Por lo tanto, no basta componer formulaciones de macro y

micronutrientes* solubles en agua. Los lixiviados naturales no tienen solamente fun-

ción nutricional, sino también fitohormonal y estimuladora de la filósfera, e incluyen

aminoácidos, proteínas, enzimas, ácidos orgánicos, etc.

• La frecuencia de las pulverizaciones está ligada al metabolismo de la planta y sus

ciclos. Estos, en un último análisis, también están relacionados o son influenciados

por el metabolismo y por los ciclos del ecosistema como un todo. Para el caso parti-

cular de la manzana, esto implica acompañar el ciclo fenológico para componer los

preparados foliares, bien como el ciclo de lluvias para reponer nutrientes lixiviados.

Del mismo modo, significa acompañar los ciclos de la cubierta verde introducida

y nativa para maximizar el reciclaje de esos aportes en el organismo monte frutal

o pomar.

• El tenor y el contenido de los lixiviados cambia naturalmente a lo largo de los ciclos

y de acuerdo con la composición de los diferentes estratos (filósfera y rizósfera).

Por lo tanto, no existe una formulación única. En función de esto, son necesarias

formulaciones diferenciadas para especies y para momentos dentro de un ciclo de

una misma especie.

• La práctica ha mostrado que esas intervenciones por vía foliar son optimizadas

cuando buscamos la integración con otras prácticas. En ese caso, el actuar objetiva

el no actuar. El aumento de la biodiversidad y de la calidad y cantidad de los frutos

es el transcurrir natural de la evolución del sistema.

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• El caso de los frutales tropicales

Al tratar con frutales de origen tropical o subtropical, la cantidad de intervencio-

nes necesarias cae drásticamente. El uso de aportes foliares es substituido generalmente

por la formación de estratos y por la combinación de especies. El manejo de la sucesión

y de la vegetación que la compone optimiza el proceso.

El ejemplo de la banana en el litoral norte de Rio Grande do Sul es bastante

ilustrativo. Vamos a relacionar algunos puntos cruciales que vienen determinando la

decadencia de los bananales que, con otro ropaje, son los mismos que vienen afectando

la fruticultura en la sierra gaúcha:

• La mata original es quemada para la implantación del bananal. Las pérdidas de

nutrientes son absurdas, si tenemos en cuenta que se trata de suelos con hasta

45% de pendiente.

• Los vientos del litoral dañan las hojas, reduciendo su capacidad fotosintética. La

detención del crecimiento que sigue a la ocurrencia de vientos fuertes generalmen-

te es acompañada por el recrudecimiento de los casos de Fusarium sp.

• El proceso de degradación del suelo acaba causando la dominancia de gramíneas y

otras pioneras que, por no estar en el mismo ciclo de la bananera, actúan alelopáti-

camente sobre su crecimiento.

• La radiación y los vientos actúan reduciendo la capacidad de crecimiento, lo que

mantiene la planta en constante desequilibrio fisiológico: ella absorbe nutrientes

pero no consigue metabolizarlos. Un hongo oportunista como el que causa el mal

de Panamá (Fusarium oxysporum forma cubense Snyder & Hans), es extremada-

mente beneficiado por la acumulación de substancias simples que le favorecen tales

como azúcares reductores y aminoácidos y nitrógeno libres.

• La falta de cobertura del suelo y de biodiversidad favorece grandes ataques de

insectos hospederos de la banana, como es el caso del Moleque de la banana o

broca del rizoma (Cosmopolites sordidus). Sus progenies, en la forma larval, son

beneficiarias también del estado de proteólisis dominante en la planta.

• La falta de un estrato superior, además de todos los daños físicos y mecánicos que

causa, priva al bananero de un precioso aporte de lixiviados, además de exponerla a

una lixiviación intensa, que no se recupera por la ineficiencia de la escasa cobertura

del suelo.

En el caso específico del bananero, queda claro que la utilización de pulverizacio-

nes foliares puede tener el mismo papel que para la mayoría de los frutales tropicales:

pulverizaciones en los estadios iniciales o a nivel de vivero, buscando potenciar el creci-

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miento y la sanidad. Sin embargo, a nivel de campo, la reconstitución de la arquitectura

original es la que dará el “tono” para que alcancemos el trinomio auto-regulación, canti-

dad y calidad.

• Fertilización y metabolismo

Tenemos citados repetitivamente algunos conceptos como proteosíntesis o sínte-

sis proteica, proteólisis o lisis proteica, aminoácidos libres, tasa de asimilación de carbono,

etc. Son conceptos que tomaron vida de la mano de Francis Chaboussou, investigador

francés que formuló la Teoría de la Trofobiosis.

Según Chaboussou, las plantas presentan dos estados fundamentales, que son, el

de síntesis y el de lisis. El estado de síntesis óptimo puede ser encontrado en una planta

que, dentro de su ecosistema, utiliza de manera cien por ciento eficiente los nutrientes

que absorbe. Para ese estado, contribuyen la disponibilidad (en cantidad y diversidad)

de oligoelementos y complejos orgánicos que permiten una optimización de la actividad

enzimática y, por lo tanto, de la síntesis proteica y del crecimiento. Una planta que se

desarrolla en esas condiciones tiene una tasa de asimilación de carbono óptima, o sea,

todo el carbono que absorbe es asimilado e integrado al sistema vivo de la planta.

El estado de lisis es aquel donde moléculas complejas, como las proteínas, son fracciona-

das a sus componentes fundamentales, los aminoácidos. El estado de lisis proteica o pro-

teolisis es característico de la senescencia. Los tejidos degeneran y eso, fisiológicamente,

significa que azúcares simples, nitrógeno libre y aminoácidos se acumulan en la savia. Es

la señal para los organismos descomponedores, oportunistas y toda la micro- y meso-

fauna y flora que promueven el reciclaje en la naturaleza. Sin embargo, síntesis y lisis no

son estados que se encuentran de manera lineal en la planta. Perturbaciones ambientales,

intervenciones humanas, ciclos como floración, cuaje de frutos, germinación, etc. son

períodos de sensibilización donde síntesis y lisis están en una correlación muy estrecha. La

falta de nutrientes en el suelo puede provocar la movilización de esos mismos nutrientes

de una parte de la planta (hojas más viejas, por ejemplo) hacia puntos de crecimiento. Así,

tenemos lisis y síntesis en una misma planta. La diferencia entre ese desarrollo y senes-

cencia va a depender de que estado esté predominando. Varias intervenciones humanas

pueden alterar ese equilibrio, haciendo a la balanza pender para un lado o para el otro,

desde la germinación hasta la muerte de la planta:

• En la germinación: exceso de salinidad, nitrógeno soluble. Falta de microelementos o

compuestos húmicos, fitohormonas.

• En el desarrollo inicial: exceso de nitrógeno o cualquier otro elemento soluble en

suelos con bajo poder tampón. Exposiciones a factores ambientales desfavorables

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que actúen sobre la fotosíntesis. Uso de herbicidas cuyos metabolitos tengan acción

sobre la fotosíntesis.

• En la floración: factores ambientales estresantes que actúen sobre la fotosíntesis

y la capacidad de asimilación como vientos fuertes, lluvias fuertes, frío o calor

excesivo, etc. Aplicación de nitrógeno soluble y deficiencias agudas en macro y

microelementos.

• En el desarrollo de los frutos: además de los problemas ambientales, deficiencias

nutricionales de elementos ligados a esa fase de la planta como potasio, calcio,

magnesio, boro, etc.

• En el período de dormancia: podas mal ejecutadas desequilibrando la relación carbo-

no-nitrógeno, la insolación o la capacidad de producción de hojas y, consecuente-

mente, la capacidad fotosintética.

• Irrigación excesiva o insuficiente: pulgones y ácaros son indicadores bastante visibles

del desequilibrio nutricional y fisiológico en esas condiciones.

• Pulverizaciones con agrotóxicos: muchos principios activos afectan la tasa de asimi-

lación de carbono, induciendo estados de proteolisis y sensibilizando a la planta al

ataque de oportunistas. Los ditiocarbamatos y los carbamatos son bastante conoci-

dos por ese tipo de efecto, siendo que hongos que causan pudriciones y ácaros son

indicadores biológicos que luego surgen en esas situaciones.

• Carpidas: cuando son mal ejecutadas, cortan raíces finas, acelerando la respiración,

lo que se refleja en una pérdida de la capacidad de asimilación de la planta. La planta

queda sensibilizada y ataques de hongos e insectos son bastante comunes en esos

casos, generalmente enmascarados por pulverizaciones masivas de insecticidas.

• Cosecha y mal almacenamiento: después de la cosecha todo vegetal entra auto-

máticamente en degradación. No obstante, el estado general de los tejidos, su

constitución y la cantidad de agua, aminoácidos y azúcares y nitrógeno libres que

almacenaban al momento de la cosecha condicionan la flora fúngica que traen

consigo y su expectativa de conservación. Si tuviéramos en cuenta esos factores,

el uso totalmente sin criterio que se hace del nitrógeno soluble lleva a pérdidas

mucho más significativas que las atribuidas “a las plagas y a las enfermedades”,

como alardean los materiales de propaganda de las empresas del ramo agroquímico

y sus representantes en la sociedad civil.

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• Trofobiosis y control biológico

Si consiguiéramos visualizar las formaciones vegetales y los ecosistemas como

organismos, no habría dificultades en utilizar los conceptos proteosíntesis y proteólisis.

Vamos a citar el ejemplo de la selva de araucarias: una selva a la que se le elimina

su estrato dominante, pierde elementos preciosos de la fauna, además de todos los

factores que vimos en relación a nutrientes, viento, radiación y precipitación/humedad.

Si introducimos ganado en esta selva, como es común en la sierra gaúcha, para pastar el

rebrote y las gramíneas umbrófilas que se desarrollan en los claros proporcionados por

la extracción de las araucarias, tenemos un agravante. En este caso, pioneras agresivas

como el bambú comienzan a dominar el sotobosque, no hay regeneración de las espe-

cies del ciclo terciario y la sucesión ecológica es alterada y forzada en dirección de las

gramíneas. El organismo forestal entra en estado de degeneración. Esto se visualiza

también al nivel del organismo individual árbol por el ataque de brocas, hongos, prolife-

ración de plantas parásitas y secado de ramas. El organismo individual está en proteólisis

y el organismo colectivo, la selva, también.

No por casualidad, la selva abriga una población inmensa de dípteros que atacan

a los bovinos, lo que torna al ambiente apenas soportable en el invierno. En el caso de la

selva, el ganado es la plaga y el díptero es el control biológico. La plaga, el ganado, está,

de forma oportunista, aprovechando el estado de degeneración que abre claros y posi-

bilita el crecimiento de gramíneas, así como las brocas de los coleópteros aprovechan

los aminoácidos libres y otros elementos simples abundantes en la savia para viabilizar

la alimentación de su prole. Esto nos coloca ante otro hecho: el ganado también es

activo en el proceso, pues el no sólo aprovecha el estado de degeneración, sino que lo

provoca. Por lo tanto, una vez iniciado el proceso de desequilibrio, el agente se instala y

procura reproducirse, modificando el medio en que se encuentra. Ese proceso es cíclico

y tiende a retornar al equilibrio, aunque sea por el aniquilamiento total del hospedante.

Un ejemplo clásico es el de la llamada inmunidad por hipersensibilidad. El hongo encuen-

tra condiciones extremadamente favorables, pero la planta lo aísla. La inmediata trans-

formación del sustrato liquida al propio hongo.

En una escala macro, la intervención buscando formar la selva tiene al bovino y

al hombre por detrás. La desertificación o la creación de condiciones insalubres a ambos

es el camino seguro del manejo insensato, y el abandono posibilitará, según la magnitud

del daño, el reequilibrio. Pero, el hombre neutraliza artificialmente los mecanismos de

autorregulación, en un proceso de intervenciones cada vez mayores y más costosas, y,

por eso mismo, cada vez menos eficaces. A decir verdad, el hombre actúa en la selva

como plaga coadyuvante, eliminando las inmunidades del organismo forestal.

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La historia, sin embargo, ha demostrado que el agotamiento de los recursos

naturales tiene la última palabra. Relatos de la civilización micénica, en el 1.200 a.C.

muestran que el agotamiento de las reservas forestales y la pauperización del suelo

contribuyeron para modificaciones significativas: “(...) en el sudoeste del Peloponeso, el

número de poblados cayó de 150 a 14. (...) En Laconia, el número de ciudades cayó de

30 a 7. (...) El número total de habitantes de Grecia cayó 75% entre los siglos XII y XI a.

C.” Y continúa: “(...) con la dispersión de los griegos por el Asia Menor (...) en el siglo

VIII a. C., la tierra griega se había recuperado, de modo que la vida en el continente

podía florecer otra vez”.(26)

La historia de la ocupación humana en el origen de la civilización occidental es un

manual de lo que no hay que hacer. Y podemos decir que la agricultura llamada “moder-

na” ha seguido el mismo camino ciego y antropocéntrico de nuestros antepasados de

la Mesopotamia.

Felizmente, todo concepto dogmático tropieza en los mecanismos de control y

evolución de la naturaleza. En la medida en que juntamos los conceptos y les damos

organicidad, ellos se potencian para generar el conocimiento necesario para que enten-

damos la autorregulación, que es intrínseca a los ecosistemas y es el objetivo funda-

mental en el manejo de un agroecosistema

• Preparación y utilización de estimuladores de metabolismo y de abonos foliares

La preparación se basa en procesos fermentativos. Si no tenemos el estómago

animal o el estómago colectivo del organismo forestal, tenemos que disponer un subs-

tituto. El proceso de fabricación ha sido bastante dinámico, con ajustes consecuentes

a experiencias de campo de un número creciente de productores, así como acceso a

nuevas informaciones teóricas relacionadas a la fisiología y a la nutrición de las plantas.

Como todo proceso participativo, él está sujeto a modificaciones. Actualmente el “super-

magro”, como fue bautizado por agricultores de Ipê y Antonio Prado es preparado de

la siguiente manera:

• En un tonel de 200 litros, se agregan cerca de 30 o 40 kg de estiércol fresco

de ganado, o de cerdos alimentados con fibras. Estiércol de aves o de animales

confinados son ricos en nitrógeno y pobres en fibras, lo que disminuye la eficiencia

del proceso y aumenta demasiado la cantidad de nitrógeno. Se completa con 100

o 120 litros de agua.

26. ______. Op. cit. 25.

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• Los micronutrientes necesarios son agregados en su forma mineral, separadamente,

y a intervalos que van de cuatro a siete días. Esos intervalos buscan propiciar la

incorporación de esos micronutrientes a la masa microbiana y evitar detenciones

de la fermentación, a fin de posibilitar una buena complejización con la materia

orgánica.

• Con cada micronutriente agregado, se adjuntan productos aceleradores de la fer-

mentación y fuentes de calcio para contrabalancear la acidez generada por los iones

sulfato presentes en la mayor parte de los micronutrientes disponibles comercial-

mente. Los aceleradores de la fermentación más eficientes son la melaza, el suero

y la leche descremada. Azúcar, sangre, harina de huesos y de pescado también

pueden ser usados.

• El volumen total del tonel debe ser completado, pero la fermentación no puede

parar. Por lo tanto, se agrega agua de a poco, evitando una salinización excesiva

del compuesto. De 15 a 20 días después que el último micronutriente haya sido

agregado, el producto deberá presentarse como un líquido viscoso, oliendo a fer-

mentación y a levadura, con color ocre. Las preparaciones en tambores metálicos

pueden resultar más oscuras en función de la liberación de hierro.

• El producto estabilizado es entonces colado y diluido de 1 a 5%, usado puro o en

mezcla con caldo bordelés o caldo sulfocálcico, cuyas concentraciones varían de 0,1

a 1%, de acuerdo con el cultivo y con su estadio fenológico.

• Micronutrientes: cuánto, cuándo y cuales agregar?

Esas preguntas tienen una respuesta convencional y una respuesta ecológica.

La respuesta convencional es que los micronutrientes usados se basan en la carencia

típica identificada por la investigación convencional. Las dosis son reducidas a la mitad

de las que son recomendadas normalmente. Por ejemplo: tenemos 6 kg de sulfato de

magnesio en los 200 litros finales del tonel. Por lo tanto, el producto está al 3%. Si

usamos 10 litros de compuesto en 100 litros de agua, tendremos sulfato de magnesio

al 0,3%. Pero, las dosis generalmente no exceden 5%, lo que significa que la concentra-

ción final aproximada de sulfato de magnesio será de 0,15%, o sea, 50% de la dosis

usualmente recomendada para corregir carencias de magnesio en frutales. En lechuga,

como estimulante de la fotosíntesis, el producto ha sido usado al 1% con óptimos

resultados, lo que significa que el sulfato de magnesio está siendo usado al 0,03%.

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La investigación convencional sobre carencias de oligoelementos es una fuente

importante para la elaboración de una tabla tipo “menú”. Sin embargo, el espíritu crítico

debe ser aguzado para que no caigamos en lógicas reduccionistas. Interacciones, siner-

gismos y antagonismos son bastante visibles en suelos sin poder tampón y expuestos

a fertilizaciones fuertes de NPK. Cuando se trabaja con manejo de la vegetación y

quelatización en medio orgánico, muchos de esos aspectos pueden ser relativizados,

pero no totalmente despreciados.

La respuesta ecológica es más compleja, pero más promisoria. El campo de

las investigaciones en el área de plantas indicadoras o que concentran determinados

nutrientes es muy grande. Es sabido que una de las funciones de una formación vegetal

que compone determinada etapa de la sucesión es recuperar y tornar disponibles micro-

y macroelementos bajo forma orgánica, además de otras substancias, a las camadas

superficiales del suelo, activando otros procesos vivos y estimulando la evolución del

sistema como un todo.

¿Por qué no colectamos determinadas plantas o muestras de la formación vege-

tal entera y “digerirlas” en un proceso como el descrito para los micronutrientes minera-

les? Tenemos relatos interesantes de estos tipos de experiencias en zonas de semiárido,

con resultados excelentes en Vigna sp. De cualquier modo, esa es una técnica que tiene

sus orígenes perdidos en la historia de los pueblos y que fue recuperada para la ciencia

por los trabajos de Rudolf Steiner. Los propios indios incineran determinadas plantas y

las usan como abonos, deliberadamente, para corregir carencias específicas.

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CONCLUSIÓN

Una vez más, nos queremos referir al concepto de que “no sólo la planta es un

producto del suelo, como el propio suelo es un producto de la planta”(27). Esa es la

clave para entender el papel de las especies que componen la sucesión ecológica, los

organismos animales y vegetales encargados de aprovechar y conservar la energía que

entra en los ecosistemas.

La intensidad de esa energía es muy grande en el trópico y en el subtrópico,

y el modelo agrícola convencional no contempla la biodiversidad necesaria para que

el sistema no sea deficitario energéticamente, o sea, que consiga metabolizar menos

energía de la que recibe, transformando el excedente en problemas.

De esa manera, restaurar la organización de la biomasa en los moldes del ecosis-

tema natural trae enormes beneficios. Cuanto mayor la distancia entre el ecosistema

y el agroecosistema, mayores serán los daños causados al ambiente y menor será la sus-

tentabilidad. Crecerá, proporcionalmente, la necesidad de las intervenciones humanas,

tendencia actual de la agricultura convencional subsidiada de los países del Primer Mun-

do o de la agricultura importada practicada en el Tercer Mundo. Si esas intervenciones

humanas se tornan cada vez más necesarias en frecuencia e intensidad, podemos tener

la certeza de que estamos delante de un sistema en decadencia, nunca en evolución.

27. MOLLISON, Bill. Op. cit. 18.

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26. ______. Op. cit. 25.

27. MOLLISON, Bill. Op. cit. 18.

REFERENCIAS

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La primera edición de este libro fue publicada en portugués en Mayo de 1993 por las organizaciones brasileñas Assessoria e Serviços a Projetos em Agri-cultura Alternativa (AS-PTA) y el Centro de Agricultu-ra Ecológica Ipê (CAE).

La traducción al español fue realizada por Guillermo Carlos Reutemann, Ingeniero Agrónomo de la Red de Agricultura Orgánica de Misiones (RAOM) y del Movimiento Agroecológico de América Latina y el Caribe (MAELA).

La edición y publicación en versión electrónica fue realizada con el apoyo del Servicio de Infor-mación Mesoamericano sobre Agricultura Sosteni-ble (SIMAS), como contribución a la reflexión y al debate, en tanto las ideas aquí contenidas nos ayu-dan a "construir teorías de apoyo que permitan un abordaje holístico en la comprensión de la primera forma de intervención sistémica del ser humano en la biosfera: la agricultura".