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quinceañeraM. Cavani

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Título: QuinceañeraCopyright © 2016 M. Cavani ASIN: B01BHDLXQISe reservan todos los derechos.Se prohíbe la distribución electrónica o material de este trabajo sin la autorización de laautora.La historia y personajes de esta novela son ficticios, cualquier relación con la realidad es puracoincidencia.Segunda edición.

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Sinopsis

Hace algún tiempo Bianca se prometió no ser una de esas quinceañeras bobaliconas,desesperadas por tener novio, que los diecisiete, si es que alguien importante aparecía enese crucial momento de su vida, sería la edad ideal para tenerlo, los catorce estaban fueradel límite y eran prácticamente ilegales; pero una ligera circunstancia pone en compromisoesta promesa: Óliver, el chico que conoce desde el sexto grado, será su chambelán en lapróxima quinceañera de su mejor amiga. ¿Será, entonces, que esta intimidad con él, durantelos ensayos de la coreografía, le hará cuestionarse lo que tanto ha querido evitar?

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Prefacio

¿Estabas celosa?¿Celosa?Sí, celosa.Nunca he estado celosa.Vamos, Bi, admítelo, estabas celosa.¿De qué?Tú sabes.No, no sé.De lo que le dije a Valentina.¿De ti?De que no estaba pidiéndote a ti lo que estaba pidiéndole a ella.Vete a la M…, Óliver.

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Capítulo 1

Cuenta regresiva para la Quinceañera de ViMenos cuatro semanas

—Buenas noches, buenas noches…

La pequeña y delgada mujer dejó su abrigo en el perchero y caminó hacia nosotros. Sucabello era un desastre, usaba grandes gafas y un maquillaje medio chorreado. Toda ella merecordaba mucho a la Miss Geist de Clueless.

—¿Cuántos estamos, Valentina? —Preguntó, aunque nos contó ella misma—: Seis niñasy cuatro niños. El vals es en pareja (mujer-hombre), querida, ¿quiénes quedan fuera?

Quería ser yo quien quedara fuera de esta tontería de quinceañera pero sabía queValentina no me echaría de su coreografía.

—Porque no me hace gracia —continuó la señorita andando rápido sobre sus tacones—ver dos niñas bailando juntas en la coreografía. Eso es muy de primaria y no estamos en unPride Parade; ¿o sí, querida?

—Señorita Estella, en realidad somos doce —explicó Valentina—, Tom, mi chambelán,está aparcando su auto, y tengo a este otro cretino, pero no sé por qué no está aquí aún.

—Los chambelanes los asigno yo, querida, y no me hace gracia la impuntualidad,dejemos esto claro, quedamos a las seis y cuarto y son las seis con dieciocho; ¿cómo es queno están aquí estos personajes?

—Espéreme un momento…

Valentina sacó su iPhone y marcó.

—¿Dónde rayos estás, Óliver…? ¿En tu qué…? Mueve tu trasero hasta acá, me faltaspara completar la cuadrilla... Claro que lo tengo, pero necesito otro chambelán, ¿quién creesque bailará con Bianca?

—¡Hey! ¡Hey! ¡Hey! —salté—. Espera un momento, ¿quién dice que voy a bailar conél?

Era obvio que me correspondía bailar con él, todas las demás chicas de la cuadrillatenían novio y estos novios serían sus parejas en la coreografía (aunque aparentemente laseñorita Estella tenía otros planes). Estaba enganchada a Óliver, a menos que él definierano participar, y con esto, en realidad, estaba haciéndome un favor, porque a mí no me hacíagracia bailar un ridículo vals de Chayanne delante de cien personas, ni encontrabafascinación en maquillarme ni en arreglarme el cabello ni en usar tacones.

Óliver realmente estaba haciéndome un favor al no venir.

—Eres insoportable, Óliver. ¿Sabes qué?, no te necesito y ella tampoco.

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—¡Yey! ¡Así se habla, Vi! —vociferé.

—Bye —enfatizó el cierre de la llamada, exagerando la presión de la techa end.

Estaba fuera de la quinceañera. No podía creerlo. Estaba fuera. Qué alivio sentí en mipecho, el día de los quince años de mi mejor amiga iba a estar relajada, sentada en unamesa con mi madre, disfrutando del espectáculo y no formando parte de éste. Qué regocijosentí en mi alma. Estaba bailando, brincando en un pie, hasta que mi mirada se encontrócon la de ella. Valentina no cedería así de fácil, la falta de un chambelán era el fin de sumundo.

—Me quedaré y memorizaré todos los pasos —le dije, aunque no encontraba la manerade disimular esa sonrisa victoriosa que se empeñaba en dibujarse sobre mis labios—. No tesientas mal, yo no me siento mal, estoy muy feliz por ti. ¡Tu coreografía quedará preciosa!

—Pero tú no estarás en ella, Bi.

—Te prometo que estaré ahí, con la señorita Estella, cuidando cada mínimo detalle.Sabes que me gusta más el backstage que ser el centro del show.

—Pero eres mi mejor amiga, te necesito en mi coreografía.

¡Agh! No encontraba las palabras adecuadas para hacerle entender que su desdicha erami felicidad.

—¡Ya sé…!

Oh, no.

—Llamaré a Rubén.

—¿A Rubén?

—Claro, Rubén estará encantado de ser tu chambelán.

—Por Dios, Valentina, Rubén mide un metro cincuenta y es el chico más torpe de laescuela. Me veré ridícula junto a él.

—Es nuestra única alternativa.

Quería matar a Óliver. ¡Matarlo!

—Buenas noches.

—¡Tom…!

Valentina dio tres zancadas hasta colgarse del cuello de su novio.

—¿Qué sucede, Tesoro?

—Bi no tiene chambelán, Vida.

Sentí su mirada compasiva en mí. Empezaba a sentirme como un caso de caridad.

—Sabes que puedo llamar a mi primo, Tesoro, ya hemos hablado de esto.

—¿Lo crees?

—Esperen, esperen… ¿qué primo? —pregunté espantada.

—Te agradará mucho, Bi. Tom piensa que tú y él harían muy bonita pareja.

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—No he dicho eso —le dijo a su novia—, pero en este caso, es perfecto para ti, Bianca.

¡Ahhhhhh!

—Rubén será mi chambelán —determiné.

—No. Será Esteban.

—Valentina, no conozco a ningún Esteban y no pienso bailar con un desconocido paraquien seré, además, un caso de caridad. Olvídalo. Mi pareja será Rubén.

—Te verás ridícula con Rubén, Bi, y estará mirándote el busto todo el tiempo, sabes queahí le dan los ojos.

Oh, por Dios, había olvidado esto. ¡Qué asco! Realmente era un caso de caridad.

—Espera un momento —solicité, me alejé a un rincón del gimnasio y marqué sunúmero.

—Veo que me necesitas —contestó.

—Mueve tu trasero hasta aquí —le dije con autoridad, robando las palabras de miamiga.

—¿Por qué?

—Porque estoy siendo el caso de caridad de Valentina y Tom, y si no vienes, Rubéntomará… —quise decir “tu lugar” pero pensé que no era recomendable ensalzarlo a esteestatus tan rápidamente— el puesto de chambelán y estará mirándome el busto todo eltiempo.

Óliver rompió en una carcajada.

—Es porque tienes un bonito busto.

—¿Un qué?

Me espanté.

—Tranquila, no soy un creepy como Rubén.

—Eres peor, Óliver.

—No lo soy.

—¿Vendrás?

—¿Hoy?

—Sí.

—No lo creo.

—¿Por favor?

—Entonces sí quieres que sea tu chambelán.

—No.

—No iré.

—Estoy resignada a que seas mi chambelán —corregí.

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—¿Por qué te molestaste el viernes?

—¿Otra vez con lo mismo?

—Nunca te había visto enojada y siempre le he dicho muchas tonterías a tu amiga.

Nunca me enojé, o tal vez sí, pero fue de lo pesado que estaba con Valentina.

El viernes, cuando estábamos en la clase de Geografía, Ol retomó su tópico favorito:molestar a Valentina con lo que fuera; le dijo cerca de treinta veces que él sería mejorchambelán que Tom, mejor bailarín que Tom, mejor novio que Tom, y Valentina, en vez deaclararle cómo estaban las cosas, lo que hizo fue contradecirlo y estimular la discusión. Fueun aburrido tira y encoge, y lo más grave era que yo estaba allí, en el medio, comoespectadora de un largo partido de tenis, siguiendo la bola de un lado a otro, hasta que meharté e hice lo que Valentina debió desde un principio, ponerlo en su lugar. Match-point.

—Valentina tiene novio —le aclaré nuevamente— y quiere que su novio sea suchambelán. ¿De dónde sacas que iba a preferirte sobre él?

—A mí sólo me gusta molestarla, llevó años haciéndolo además, es mi rutina y lo sabes.Tú, ¿de qué te enfadaste?

—Del ruido que me hacía tu voz —dije para no contrariarlo y cerrar este tema parasiempre.

—No creo. Estabas celosa porque a ti nunca he dirigido las atenciones que he tenido conella, ves que Valentina tiene novio ahora y consideras que ya es tu turno conmigo.

—Deberías empezar a escribir una novela.

—¿Me equivoqué?

—Sí. Adiós, Óliver.

—Te veo mañana.

Sentí su exagerada confianza en sí mismo a través del teléfono.

—No te molestes en hablarme.

—¿Por qué?

—Eres insoportable.

—Soy irresistible.

No reí.

—¿De verdad me necesitas ahí? —dijo en un tono más compasivo.

—Tanto que tuve que venir a llamarte.

—Pero hoy no iré. Hagámosla sufrir por una noche.

—Es mi mejor amiga, Óliver.

—Pero me guardarás el secreto, ¿verdad que sí?

—Adiós, Óliver.

—¿Lo dices de verdad esta vez?

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—No puedo seguirte.

—Ya te despediste hace rato.

—No dejas de hacerme conversación, por eso no he colgado.

—No, es porque te gusta hablar conmigo.

—¿Cómo lo supiste?

—Te veo mañana —señaló riendo—, cómo es que le dice, ¿tesoro?

—Sí —dije riendo en complicidad.

—Te veo mañana, Tesoro.

—Hasta mañana, Vida —repuse siguiéndole el juego, imitando a Valentina.

—Todo resuelto, Bi —Valentina había venido hasta donde yo estaba—. Esteban viene encamino. No quiero creepies en mi cuadrilla.

—Pero, Valentina…

—¿Quién es Esteban?

—¿Sigues aquí?

Con la interrupción de Valentina había olvidado cerrar mi conversación con Óliver.

—Sí.

—Nada de peros, Bi, te quiero en mi coreografía. No te perderé por nada ni por nadie —dijo y regresó al centro del gimnasio, donde estaban las demás compañeras de la cuadrillaen un pleito con la señorita Estella.

—¿Me salió competencia?

—No estás compitiendo por mí.

—Es verdad. ¿Quién es Esteban?

—El primo de Tom.

—¿Dos Metros Esteban?

—¿Quién es Dos Metros Esteban?

—El primo de Tom.

—Ah, qué inteligente. ¿Lo conoces?

—Algo. Están por firmarlo en el baloncesto profesional.

—¿Sí?

—Sí.

—¡Wow!

—Ya no me necesitas, veo.

—No lo sé —dije mordiendo una uña—. Dos Metros Esteban no suena tan mal y quiensea es mejor que Creepy Rubén.

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Óliver rió.

—No. Sabes qué, Ol, prefiero que me acompañe alguien conocido en este estúpido baile,que otro a quien nunca he visto en mi vida, si no te molesta.

—No me molesta.

—Entonces, ¿te veré mañana?

—Cuenta conmigo.

—¡Hey!, señorita Caso De Caridad, ¿viene al ensayo o no?

—Debo dejarte, Ol, la señorita Estella es casi un sargento.

—Buena suerte.

—Gracias.

Tuve el errado concepto de que la señorita Estella proyectaría en una maqueta la idea delbaile, que ilustraría en una presentación ppt, o un video de YouTube, la coreografía, pero no,sin más dilación, procedió a constituir las parejas (habían muchachitas pataleando porquelas habían separado de sus novios) y a demostrar los primeros pasos. Y me hizo ensayar conel grupo, sola.

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Capítulo 2

Me sentí un poco mal de ocultar mi conversación con Óliver a Valentina, perosecretamente preferí reservarme al tal Esteban, quizás Óliver se echaba para atrásnuevamente y tendría que conformarme con Rubén. No, Rubén no.

—Entonces —se sentó en mi mesa en la hora del almuerzo—, qué me dices, ¿cómo tefue ayer con tu anticipado chambelán?

—Pues…, aparentemente soy la niña con más chambelanes de la historia de lasquinceañeras, pero ninguno compareció en el momento que más les necesitaba. La señoritaEstella me hizo ensayar sola.

Óliver contuvo la risa.

—Eres un patético caso de caridad de quien nadie se conduele. Siempre lo he sabido.

El bocado de puré que estaba por comer quedó suspendido delante de mi boca. ¿Por quéle había pedido a este patán que fuera mi chambelán? Devolví el bocado al plato, recogí labandeja de alimentos y me levanté. El hambre había desaparecido.

—¿Adónde vas?

No respondí.

Generalmente sus ocurrencias me parecían simpáticas, estaba acostumbrada a él y a estehumor pesado que tenía, jugándose con todos, porque lo conocía desde el sexto grado, peroa mí siempre me había respetado, nunca me había dirigido estas desatenciones. Su objetivo,desde que la conoció, fue Valentina, a ella era a quien decía cosas ofensivas y molestabapara reñirla, no a mí. Normalmente lo toleraba, excepto esta vez.

—¡Bi…!

Bingo, ahora Valentina no me dejaría partir.

—¿Está tan mal la comida que te vas sin probarla?

—Debo ir a la biblioteca.

—Bianca… —me dijo él.

—¿Qué haces aquí, Óliver? —le escuché decir—. Eres persona non grata para nosotras,¿no te quedó claro ayer?

Empecé a andar hacia el depósito de basura para echar los alimentos.

—¡Hey, Bianca! —Joaquín me llamó—. ¿Adónde llevas esa comida?

—¿La quieres?

—Claro.

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Gustosa de no desperdiciar los alimentos, dejé mi almuerzo con él, Joaquín siempreestaba dispuesto a comer un poco de comida gratis. Al pasar nuevamente por la mesa queantes ocupaba, les escuché riñendo todavía.

—Yo, ¿molestarte? Siempre ha sido al contrario, ¿recuerdas?

—Supéralo… ¡Bianca! ¡Bianca!

Logré salir de la cafetería pero cuando crucé el pasillo, sentí que me detuvo por el brazo.

—¡Oye!, ¿qué te dije? —miré con ira por donde me sostenía y me soltó.

—Nunca dices nada, Óliver. Déjame en paz y no te molestes en presentarte esta nocheen el ensayo, al menos no por mí.

—No entiendo, fuiste tú quien me pidió que te acompañara —reclamó.

—No te necesito ya.

—Bien —sonó entre enfadado y decepcionado.

—Bien.

Vagabundeé por los pasillos de la escuela, como el patético caso que era, hasta quedefiní recluirme en el salón de Historia Universal. Cuando inició la clase, sentí su miradasobre mí toda la hora. La ignoré todo lo que pude.

* * *

—¡Aquí está…! Y son… las seis y diez, más que puntual. ¡Perfecto!

La curiosidad pudo más que yo, levanté la mirada para ver al tipo más alto y apuesto quehabía visto en toda mi vida.

—Ven, ven, ven —vi a Valentina tomarle la mano y correr hacia mí. Metí la cabeza entrelas rodillas, esto no podía estar sucediéndome—. Bi, éste es Esteban, el primo de Tom —enfatizó con un guiño—. Esteban, Bi.

—Hola, Bi —dijo él inclinándose y extendiendo su mano para estrechar la mía. Yoseguía en el piso, recostada de una de las paredes del gimnasio de la escuela.

—Hola —correspondí el saludo.

—¿Por qué tan solitaria? —preguntó sentándose a mi lado.

—¡Y se sienta con ella…! ¡Creo que lo amo! —exclamó Valentina juntando las manoscomo en una plegaria—. Los dejo solos —agregó y se fue dando saltos.

—Discúlpala —me sentí avergonzada.

—Me cae bien. ¿Entonces?

—Umm… Solo espero que inicie esta cosa —dije intentando imprimir dramatismo a loque en breve sucedería en el centro del gimnasio.

—Lo dices con gran entusiasmo.

—Siento gran entusiasmo por los bailes de quinceañeras.

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—¿A cuántos has asistido para que los odies tanto?

De las chicas de la escuela solo a uno, al de Mónica Febres, y a uno más de la hija deuna de las compañeras de trabajo de mi mamá, pero la sola idea del baile me parecía unagran cursilería.

—A tres —mentí, dos eran muy pocos como para odiarlos tanto, tres parecía un númerojusto.

—¿Siempre formaste parte de la cuadrilla?

—No, éste será mi primero y único.

Como si mi mamá fuera a permitirlo.

Mamá ha estado encaprichada, toda mi vida, en vestirme de princesa, calzarme zapatillasde cristal, hornear un pastel de tres pisos con una quinceañera en el tope, hacer unalimosina de una calabaza y sacar dinero de donde no tenía, con tal de celebrar por lo altomis quince años.

—¿Fue alguno de estos tres casos el tuyo?

—¿El mío…? No, tengo… catorce años —respondí aunque me sentí pequeñita, como sifuera la cosa más torpe del planeta por tener catorce años, algo que nunca me habíaincomodado antes. Dos Metros Esteban era mayor, no como Óliver mayor que yo, Óliverapenas había cumplido dieciséis, pero debía tener unos diecinueve o veinte años.

—¡Wow!, ¿catorce? Te vi y pensé que ya estabas en los dieciséis, cerca de los diecisiete.

Sentí que encogí de hombros, yo y mi estatura y mi desarrollo acelerado.

—Lo siento —dije pero entonces reparé en que tal vez con esto de la edad le dejaríalibre de tener que bailar con una niña y yo no tendría que participar en esta estúpidacoreografía con un desconocido.

—No lo sientas, también tuve catorce una vez. ¿Cuándo serán tus quince?

—En dos meses.

—Me gustará saludarte ese día.

Quise decirle que no era necesario, que no celebraría mis quince de esta manerarimbombante, por mucho que mi mamá insistiera, pero era demasiada información,demasiado drama para exponer a un recién conocido.

—Gracias.

—Buenas noches… —se anunció la señorita Estella.

La influencia y el reconocimiento de la señorita Estella como coreógrafa dequinceañeras era tal, que le permitían usar el gimnasio, fuera de la jornada escolar, sin serprofesora regular de la escuela.

—Uno, dos, tres… cinco, siete, diez, once y doce. Bien, hoy sí estamos completos.Retomamos desde donde nos quedamos ayer. ¿La pareja nueva?

Esteban me ayudó a ponerme de pie y respondió por nosotros.

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—Aquí.

La señorita Estella se bajó las gafas hasta el puente de la nariz y nos estudió, a Esteban ya mí, de arriba abajo, luego recorrió con la mirada al resto de las niñas del grupo.

—Demasiado alto para cualquiera de las demás.

—Estaremos bien, ¿señorita…?

—Estella —respondió extendiéndole la mano.

—Encantado de conocerla.

La señorita Estella se acomodó las gafas y rió estúpidamente.

—Bueno, bueno, retomen posiciones. Ustedes dos, por supuesto, al final, antes que laquinceañera.

Esteban tomó mi mano y me trasladó con él al final de la formación. Me incomodécuando sentí su contacto, no había razón para que entrelazara su mano con la mía, al menosno todavía, que no estábamos bailando. Pero mi incomodidad fue más grave cuando aldarme la vuelta lo vi allí, inclinado sobre el portal del gimnasio, con sus ojos detenidos enmí.

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Capítulo 3

—Así que Esteban…

Me dijo la mañana siguiente durante el recreo.

—No empieces a molestarme, Óliver.

—No te molesto, no confundas.

—Cierto.

—¿Me dirás qué te pasó ayer conmigo?

¿Otra vez?

—Ayer tuvo veinticuatro horas.

—Lo sabes bien, en el almuerzo.

—No tenía hambre.

—Te molestaste conmigo.

—No me molesté contigo, Óliver. ¿Puedes dejarlo ya?

—Prefiero que me lo digas. ¿Qué te hice?

Rodé mis ojos y lo solté, sabía cómo era, estaba cansada de ver cómo acosaba aValentina, no iba a dejarme en paz hasta que se lo dijera.

—Me llamaste patética —vi cómo suprimía la risa, recogí mi mochila y me retiré de labanqueta que ocupaba conmigo.

—¡Hey! ¡Hey! —me retuvo por el brazo igual que ayer—. No vamos a hacer esto todoslos días, ¿o sí? Puede que empiece a gustarme.

No quería ser una de estas muchachitas que para todo echaban a rodar los ojos, pero meera imposible abstenerme con Óliver.

—Mira, Óliver —le dije con ganas de pincharle un ojo—, ya sé que Valentina tienenovio y que estás aburrido. Sé también que no te acercas a mí con las mismas intencionescon las que te acercas a ella, y, créeme, no las quiero tampoco, pero hay cien niñitas en estaescuela rezando para que las persigas, ve y busca a alguna de ellas y a mí déjame en paz.

Lo vi intentar reír otra vez.

—Estás celosa, ¿no es así? En tu solitaria existencia has deseado, desde nuestro primerencuentro, en el sexto grado, que tenga contigo estas atenciones que he tenido con tu mejoramiga, pero eres demasiado orgullosa para reconocerlo.

Furiosa continué mi camino hasta otra banqueta, no iba a responderle ni a darle el gustode ayer. No iba a esconderme del mundo por él.

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—Hola, Abby. Hola, Luisa.

—Hola, Bi —respondieron las dos.

—Bianca.

¿Qué hice para merecer esto?

—¿Cómo están por tu casa, Abby? —le pregunté.

—Bien, ¿y por la tuya?

—Ya, dejaré de bromear. ¿Podemos hablar?

—Todo igual. Mi mamá, ya sabes…, ¿y la tuya, Luisa?

—Bien, me ignoras pero no lo haces en realidad —se sentó a mi lado.

—Oye, está hablándote… —dijo Luisa.

—Señoritas, ¿nos permiten?

—Claro, Óliver.

—No, por favor.

Pero a pesar de mis ruegos tomaron sus mochilas y nos dejaron solos. Óliver me sujetóde la muñeca, sabía que me retiraría también si no me privaba de moverme.

—Primero, no pienso que seas patética. Excepto por estos días, eres muy inteligente ynadie con tu inteligencia puede considerarse patética.

—Basta, Óliver —no buscaba que me adulara.

—No, ahora vas a escucharme. Segundo, nunca imaginé que te lo ibas a tomar textual,pensé que te reirías conmigo de lo absurdo que es todo lo que tu amiguita te obliga hacer.No entiendo por qué te molestó tanto.

Porque es así como me siento, patética, por eso.

—Y lo tercero tengo temor de decirlo porque saldrás corriendo otra vez.

—Entonces dilo, así me largo más rápido. ¿Puedes soltarme?

—¿Saldrás huyendo por los pasillos?

—No.

—Está bien.

Me soltó y sentí alivio, me había sujetado fuerte, sus dedos estaban marcados en miantebrazo. Retomó mi muñeca y la acarició.

—¿Te duele? —me miró preocupado.

—No necesariamente…

—Perdona, no me di cuenta de que estaba lastimándote.

—Acá está Bi, Tom, sentémonos con ella. ¡Agh!, ¿otra vez tú? —exclamó al ver aÓliver—. ¿Qué haces con la mano de Bi?

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Ambos perdimos contacto al mismo tiempo. Había estado tan distraída, sin percatarmede la gente alrededor, que cuando ella apareció no reparé en que Ol todavía me acariciaba lamuñeca… y la mano. Me sentí como si hubiera sido capturada en un ilícito y me arrepentíde haberle permitido que me tocara.

—Te llaman, Óliver —le participé al ver a una rubia, del otro lado del patio, haciéndoleseñas para que fuera con ella. Lo quería lejos de mí.

—Ah, sí, los dejo.

Valentina le echó una mirada asesina y luego se sentó a mi lado.

—Cuéntamelo todo, ¿qué tal te pareció Esteban?

—Valentina, te dije que no la molestes con eso.

—Así será que tu novio te lo pide.

—Él no sabe nada de nada. Me encantó cuando se sentó a tu lado… Cuéntame,cuéntame, cuéntame.

—No hay nada que contar, Valentina.

—Pero… ¿te gustó?

—¿Qué edad tiene, veinticinco?

—Dieciocho —respondió Tom.

—¡Dieciocho! ¿Qué hace un tipo de dieciocho en una coreografía de quinceañeras.

—¿Preferirías que tuviera veinticinco?

No dije nada.

—Es mi primo, Bi, es todo —explicó—; un favor especial.

—¿Qué te dijo de ella, Tom, le gustó?

—No lo sé, Tesoro.

—Ay, no puedo con ustedes, son insufribles. ¡Ah!, por cierto, Bi, esta noche no tenemospráctica, la señorita Estella estará ocupada en algo más.

—¡Ohhhhh, cuánto lo siento!

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Capítulo 4

—Entonces, ayer no viste a Stevie —se acercó a mí durante el recreo. Parecía que éstaiba a ser su nueva rutina.

—No, y ando descorazonada —Óliver rió.

No tuve necesidad de preguntarle cómo sabía que no había visto a Stevie porque la faltade un día de ensayo de la cuadrilla de Valentina había sido la historia principal, a primerahora de la mañana, en toda la escuela.

—Ya te tomas todo con más calma.

—Tal vez.

La misma rubia de ayer le llamó desde el otro lado del patio.

—Te veo luego, Bi.

* * *

—¿Cómo que no puede venir?

—Tiene prácticas de baloncesto, Tesoro.

—¡Pero esto va a arruinar mi coreografía, Vida!

—Tranquilízate, Vi —intenté calmarla—, si no puede venir, no podemos hacer nada.

Pero Valentina no se conformó con esto, observé en sus ojos cómo maquinaba una salidaa este contratiempo, levantó la mirada y mágicamente, como si el Cielo hubiera escuchadosus ruegos, lo vio pasar por la acera de enfrente.

—Voy halar su trasero hasta acá.

—¡No, Valentina, no…! —le supliqué, pero de igual manera ella hizo su voluntad ycruzó la calle.

—Buenas noches, buenas noches… Uno, tres, seis, diez. Pero ninguno es la quinceañera,¿dónde está?

—Arreglando un pequeño detalle —explicó Tom.

Tres minutos después:

—Un ligero cambio, señorita, Estella —lo trajo del brazo y lo detuvo frente a mí, Óliverenarcó una ceja y reí—. La pareja oficial de mi querida Bi será Esteban…

—¿Qué? —reclamó.

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Reí y él me miró con curiosidad. Dejé de sonreír pero faltaba poco para soltar otracarcajada.

—Serás el suplente de cualquiera de los chambelanes que falte —le dijo condesfachatez.

—¿Estás en drogas?, ¿has estado dándole licor, Tom? —Tom rió por lo bajo, negando.

—Así será.

—A ver, a ver, niñita, ¿qué sucede?

—Esteban, quien hace dos días fuera la perfecta pareja de mi querida Bi, tendráprácticas de baloncesto por dos semanas a esta misma hora, señorita Estella, uncontratiempo irreparable —explicó.

—Cuánto lo siento, Bi —me dijo sin sentirlo en realidad.

—Lloraré a cántaros… —respondí dramatizando y él rió.

—Querida, con esta situación, éste es el chambelán de tu Caso de Caridad, no el otro.

—Pero, señorita Estella…

—Ya dije y no me hagas perder más tiempo; ¿estás dispuesto tú, jovencito?

—Si mi pareja me acepta…

—Ella no tiene mucho de donde escoger.

Óliver rió y yo también.

—Retomen posiciones…

Anduve hasta el lugar que me había sido asignado antes, cuando Esteban era michambelán, y él me siguió.

—¿Hasta el final?

—Confórmate, Óliver.

—¿Debería tomarte la mano como hicieron hace dos días?

Lo miré con ganas de liquidarlo y él rió.

—Esto será todo un cliché —dijo cuando Chayanne empezó a cantar.

—Retomemos la presentación para quienes nunca han ensayado. Sale la primera pareja—Adalina y Joaquín hicieron la demostración—, se encuentran en la mitad, acá justo. Muybien. Se toman de la mano, se hacen la deferencia, correcto, y se separan nuevamente, cadauno a su extremo del escenario, sobre sus marcas… No, no… tú al otro extremo, jovencita.Bien.

La señorita Estella rodaba los ojos con cada inconveniente.

—Sale la segunda pareja y repite el procedimiento. Mantengan el ritmo del vals. Congracia, vamos, mentón en alto, jovencito, así… Muy bien.

Mientras tanto, sin poner atención a las indicaciones de la señorita Estella, Óliver meveía y me hacía muecas que me hacían reír.

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—Tercera pareja… Bien. Cuarta pareja… Bien. Quinta pareja… ¡Jovencito, pero, quéhace!

Todos empezamos a reír. Óliver, en vez de marchar con el tiempo de la canción deChayanne, salió haciendo los pasos de Drake en el video de Hotline Bling.

—¡Óliver…! —Valentina vociferó furiosa—. No vas a echar a perder mi quinceañera —llegó hasta él y le golpeó el pecho con los puños varias veces—. ¡No lo harás!

—¡Valentina, compórtate! —Tom la tomó por la cintura hasta separarla de él. Valentinaseguía golpeando y pateando al aire—. Óliver, no seas un pedazo de… Comprométete conesto o vete.

—Es solo un blooper, todas las películas lo tienen.

—¿De qué película hablas, pedazo de…?

—Cálmate, Tesoro —su novio la detuvo de más puños y patadas.

—La señora está haciendo una.

Desde el primer día, la señorita Estella grabó los ensayos con su teléfono.

—Mis películas no se caracterizan por tener bloopers, jovencito —respondió la señoritaEstella—. Llevamos quince minutos de retraso, si no quiere estar aquí, lamento decirle quees reemplazable. Éste es un trabajo serio.

—Lo siento —se disculpó con la señorita Estella—. Lo siento —le dijo a Valentina.

—Será mejor que te comportes o te romperé el cuello —le amenazó.

—Ya, ya, era una broma. Relájate.

Yo continué riendo otro poco más, nunca lo había visto reprendido ni con la guardiabaja, una faceta de él que no estaba segura de si me gustaba, pero que, momentáneamente,estaba disfrutando.

—No rías, Bi, o se sentirá apoyado.

—Lo siento, lo siento, Vi, es todo muy gracioso, pero no reiré otra vez.

Y evité a toda costa mirarlo o me saldría una renovada carcajada. Afortunadamente,Chayanne retomó su espacio y la circunspección volvió a presidir en el lugar.

Óliver era un natural, todos pudimos verlo, demostró con gracia su experiencia en estosbailes cuando retomamos la secuencia; había sido el chambelán de Mónica Febres y deEmma Reyes, y Abby, por obvias razones, quería que bailara con ella este sábado en suquinceañera. Observé que Valentina, cuando le pasó la rabieta, le miraba con frecuencia;Óliver habría sido su chambelán si no hubiera aparecido Tom. Tom no podía bailar tan biencomo Ol.

—Debo admitir que tú y el Caso De Caridad están dándome menos trabajo del queesperé —nos dijo la señorita Estella mientras ejecutábamos su coreografía. La señoritaEstella estaba sorprendida de que no tuviera que indicarle a Ol la secuencia, cada vez queintentaba decirle lo que seguía, Ol parecía saberlo y se adelantaba al paso de los demás, queteníamos dos días ensayando.

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La coreografía consistía en una serie de románticos movimientos que parecían sacadosde una película de Jane Austen, hacíamos círculo alrededor de la quinceañera, marchas,giros de trescientos sesenta grados y traslados en forma de zigzag; pero algunos chicos noempezaban a tiempo con los demás, o tropezaban, o giraban al contrario.

—No, no, no, jovencita —reprendió a Adalina nuevamente—. Para todos, el giro detrescientos sesenta grados y el zigzag es como sigue —buscó a Óliver para la demostración.Primero hicieron una breve marcha, un paso adelante y otro atrás, dieron una vuelta y seencontraron en el medio, se tomaron de las manos y giraron los trescientos sesenta gradosen perfecto compás. Luego intercambiaron lugares para hacer el zigzag—. ¿Lo vieron estavez?

Nadie pareció verlo, pero después de hacernos repetir la marcha, el giro de trescientossesenta grados y el zigzag treinta veces, advirtió que parecíamos estar consiguiéndolo.Luego anunció que en la última fracción de la canción, cada chambelán debía rotar, en elsentido de las agujas del reloj, hasta bailar, cada uno, con Vi.

—Yo estaré contándoles los tiempos durante la rotación, pero deberán memorizarlos —les advirtió—. No quiero errores el día de la quinceañera —intentábamos mantener el ritmodel vals mientras la señorita Estella explicaba—. Ahora no lo tenemos dispuesto, perosepan que cuando finalice la tonada, el día del evento, sonará Because You Loved Me,Valentina, ¿es ésta la canción que quieres bailar con tu papá?

—Fue la que me recomendó Bi.

Sentí la mirada de todos sobre mí.

—Es una canción muy bonita para un momento como éste —expliqué.

—Okey, okey, yo habría escogido El Lago de los Cisnes pero me contenta que nohubieras sugerido esa canción de Britney Spears que ahora todas quieren bailar en lasquinceañeras —I´m Not a Girl, Not Yet a Woman—. Esta parte también podemos ensayarla,si los caballeros de tu familia están dispuestos, Valentina —Valentina asintió—. Bien,cuando finalice Tiempo de Vals, jóvenes, la cuadrilla deberá mantener la postura con quetermina la coreografía, de tres a cinco segundos, y retirarse con elegancia y no como unabandada de desadaptados. Para mañana quisiera los dos temas en el mismo CD, Valentina,por favor —Valentina asintió nuevamente—. Canción número uno, Tiempo de Vals;canción número dos, Because You Loved Me, en ese orden. Bien, recapitulemos una vezmás, todos a sus puestos… Desde el comienzo.

—¿Bloopers? —le dije cuando me tomó de la cintura para bailar juntos, uno con el otro,en una parte de la coreografía.

—Estaba todo tan formal que tenía que hacer algo que relajara a los demás.

—No te vi relajado pidiendo disculpas.

—Será un gran gag reel.

Reí.

Óliver me llevaba como si hubiéramos ensayado este vals desde que nos conocimos enel sexto grado, sentí la experiencia, la seguridad y la protección en su abrazo, como siequivocarme, tropezar, resbalar o caer fuera una imposibilidad mientras él me sujetara.

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—Dicen que uno no sabe lo que oculta una falda de escuela —susurró en mi oído—hasta que aparece un jean —me separé un poco de él para verlo decir—: Te queda bien.

—Basta, Óliver.

—Debes aprender a aceptar un cumplido o nunca tendrás novio. Las novias que hatenido —se aclaró la garganta— Stevie son…, digamos que no se ofenden porque les diganque tienen con qué llenar un pantalón.

—Bien por ellas —suprimió la sonrisa y continuó bailando, su mentón siempre en alto.Me aclaré la garganta antes de decir—: Oye, ¿qué hacías antes de venir aquí?

—Jugar básquet. Sé que no mido dos metros pero también puedo marcar tres puntos.

—Eso lo explica.

—Eso explica, ¿qué?

—El olor.

Óliver olió sus axilas. Yo también podía molestarlo.

—Acostúmbrate a mi olor de hombre, practico básquet todos los días. Siempre vendrécon este olor.

—Por Dios, vomitaré todos los días.

—No es para tanto.

—Sí lo es.

Olfateó nuevamente sus axilas.

—Admítelo, Bi, te gusta mi olor —dijo acercándome más a él.

—¡Puaj! —me dio una vuelta.

—Mañana traeré Old Spice —agregó cuando me atrapó nuevamente.

Repasamos la canción de Chayanne cerca de quince veces más, estaba segura de que noharía falta ensayar nuevamente hasta el día del evento, pero Gabo, con su falta desincronización, seguía cometiendo errores con Mónica, y Adalina era un total desastre. Esachica no había bailado en toda su vida.

—Recuerden —dijo al término de la práctica—, mañana vendrán los modistas de DulceQuinceañera para tomar las medidas del traje que llevarán el día del evento. A partir de hoydieta estricta o el vestido no les quedará dentro de tres semanas más.

—¿Terminamos al fin? —exclamó Óliver—. ¿Cuándo tocan algo que verdaderamente sepueda bailar en este lugar?

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Capítulo 5

—87, 57, 90.

Marion Petit, la modista más aclamada del país, propietaria del atelier DulceQuinceañera, el lugar más buscado por las quinceañeras de élite, tomaba, ella misma, lasmedidas de las niñas de la cuadrilla.

—Cuarenta y ocho kilos, un metro sesenta y cinco de estatura. Ésta es la más alta detodas —dijo a su asistente, quien llevaba los registros en un iPad.

—¿Puedo retirarme?

—Sí, sí. Dieta estricta a partir de hoy o no te quedará el vestido en tres semanas.

No me lo haga tan ajustado, quise sugerirle, sin embargo asentí.

Busqué qué hacer, todavía no iniciaba el ensayo y Valentina estaba rodeada de estilistasy modistas de Dulce Quinceañera que fueron a presentarle lo último en peinados y diseñosde vestidos. Ahí no era mi lugar. Pensé en agregarme a las demás muchachas pero estaban,algunas alrededor de Valentina, y otras todavía en la formación para que les tomaran lasmedidas. Tampoco. Vi que mi chambelán estaba solo, en una de las gradas, y fui a sentarmecon él, no con él, cerca de él. Óliver me miró de reojo, tenía los codos apoyados en lasrodillas.

—¿90, 60, 90? —dijo cambiando de posición, codos y espalda en la grada de atrás.

—No exactamente.

Mis medidas estaban un poco desajustadas. No podía quejarme de mi cintura, sinembargo.

—¿Cómo, entonces?

—No es tu problema —dije y rió—. ¿Las tuyas?

—Perfectas —dijo apretando los bíceps. Un grupo de profesionales del mismo ateliertomó las medidas de los chicos para hacer sus trajes.

Inevitablemente reí.

—No sé por qué le sigo el juego a tu amiguita en esto.

—¿A qué te refieres?

—Trajes uniformados, diseñadores, etcétera, etcétera.

—Quiere que todo le quede perfecto, Óliver.

—Es demasiado.

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—¿Estás arrepentido? ¿No quieres participar? Sabré entenderlo, si es así. Me sentirépeor si no me lo dices pero veo, en tu actitud, que estás obligado a esto, más por mí.

—¿Te sientes bien? —dijo mirándome desde su lugar.

—Por favor, responde, ¿estás arrepentido?

—Relájate. Estoy criticando lo exagerada que es tu amiga, no tiene que ver contigo.

—Indirectamente sí. Estás aquí obligado. Por mí.

—No es verdad.

Bajé la mirada y no dije más. Él se levantó de donde estaba y se sentó a mi lado.

—No necesito tu compasión, Óliver.

—No la tienes. Estoy aquí por voluntad propia. Iba a estar antes, ¿recuerdas?, en el papelestelar.

Claro, él iba a ser el chambelán de Valentina antes de que Tom apareciera.

—Y ahora tienes el premio de consolación.

—¿Eso crees?

Me giré a verlo.

—¿No soy yo el tuyo?

Fruncí el entrecejo. ¿De qué hablaba?

—¿El mío?

—Esteban, yo vine a suplirlo.

—No viniste a suplirlo, fuiste mi primera opción desde el principio.

—Escuché como le reñiste a Valentina cuando me ofreció como tu chambelán.Aceptémoslo, soy tu premio de consolación y no me he quejado.

—Yo te llamé para que fueras mi chambelán, ¿recuerdas? No eres mi premio deconsolación. Yo te elegí.

Me pareció verlo ocultar una sonrisa, pero no una de ésas de burla, una sincera, unasonrisa de verdad.

—Está bien, está bien, sé que mueres por bailar conmigo. Te creo.

Le di un puñetazo suave en las costillas.

—Ouch. No estoy haciéndote un favor, ¿okey? —agregó tomándome la manoempuñada.

—Okey.

Me soltó y se recostó de atrás, sus codos en la grada de encima.

—Cincuenta y siete de cintura —giré a verlo—. Eso es como —e intentó formar unóvalo aéreo con sus manos— esto de cintura… ¡Wow!

—¿Escuchaste?

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—Tengo oídos.

—Estaba lejos —señalé donde todavía estaba Marion Petit tomando peso, estatura ymidiendo a las demás chicas. Esto parecía un casting para un concurso de belleza Teen.

—Nadie habló en ese momento, solo se escucharon tus medidas —se explicó.

—Basta, Óliver.

—Solo digo… buenas medidas.

Lamentaba no tener un papel, un borrador, algo que tirarle. Me levanté.

—¿Adónde vas?

—Prefiero ir a ver los bosquejos del traje de la quinceañera.

—Siéntate, no te molesto más.

—No quiero hablar.

—Entonces no hablaremos.

—Bien.

—Oye, adónde… —giró el cuello para verme subiendo a lo más alto de las gradas. Él selevantó y subió para sentarse a mi lado. Le miré como persona non grata.

—No hablaré —dijo levantando los brazos—. Ni siquiera te miraré.

No le creí.

—¡Bi!

Oh, no.

—¡Bi! —vociferó una segunda vez—. ¿Dónde estás, Bi? Necesito tu opinión.

—Vaya, necesita tu opinión, Bi —lo miré y sonreí.

No quería atender este llamado, no sabía nada de vestidos de quinceañeras ni depeinados, pero éste era mi deber. Me sentía más como la madrina de su boda y no como unade las damitas de la cuadrilla. Bajé las gradas que tanto me habían costado subir.

—Oye —me dijo desde arriba—, pregúntale si habrá ensayo o no.

Sentí que nuevamente estaba forzado a permanecer en este lugar por mí y me sentí mal.

—No tiene que ver contigo —agregó como si me hubiera leído la mente—, solo quieromolestarla.

Sonreí y continué mi recorrido al centro del huracán, tratando de que la idea de Óliverobligado a participar en esta quinceañera conmigo no me agobiara más de la cuenta.

Valentina no tenía dudas, sabía exactamente qué vestido quería, pero parecía quenecesitaba la confirmación de su mamá, sus tías, sus primas y de todas las compañeras de lacuadrilla; no era como si mi opinión fuera determinante, como quiso plantearlo cuando mellamó.

Pasada media hora, los modistas y estilistas de Dulce Quinceañera se retiraron, y laseñorita Estella llamó al ensayo.

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—¿Y cómo será el tuyo? —preguntó mientras dábamos el giro de trescientos sesentagrados.

—¿El mío…? —zigzag.

—Tu quinceañera —retomé posición y me llevó de la cintura—, me refiero. Todas lasmuchachitas de la clase están enloquecidas con esto de las quinceañeras y tú no serásdiferente, supongo.

—No tendré una quinceañera —dije en seco.

—Ah, ¿no?

—No.

Levantó el mentón y sonrió.

—¿Por qué sonríes?

—Era lo que había supuesto.

—¿Qué cosa?

—Que no dabas importancia a este tipo de tonterías.

—Entonces, ¿por qué preguntaste?

—Curiosidad. Confirmar mi teoría…, que te conozco bien.

—Pues sí celebraré mi quinceañera, ¿sabes?

Dije solo para llevarle la contraria.

—Mentirosa —me dijo al oído y yo le volteé los ojos, él levantó el mentón otra vez yapretó los labios para no reír.

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Capítulo 6

La Quinceañera de Abby era completamente relajada, antónima a la de Valentina, nadade trajes largos ni corsé, ella era la única que resaltaba con una corona de princesa, unminivestido negro de rayas atigradas color dorado y altos tacones. Claro que Valentinatambién llevaba un mini rojo, Mónica uno rosa y Luisa uno blanco, pero en general, lasdemás chicas de la clase estábamos relajadas en nuestros atuendos.

—¡Feliz cumpleaños, Abby!

Nos abrazamos.

—Gracias, Bi.

—Ten, esto lo escogimos mi mamá y yo.

—¡Está hermoso! —dijo al abrir el paquete y ver el brazalete—. Gracias, Bi —meabrazó nuevamente.

—De nada. Me encanta tu quinceañera. Ningún tema.

—¡Nah!, no es lo mío, solo quiero divertirme y que todos se diviertan conmigo.

—Por eso me gusta, todo está relajado y la música está buena.

De fondo sonaba algo que parecía Skrillex, no que yo supiera mucho de esta música; miestilo era más Kelly Clarkson o Ellie Goulding.

—Oh, sí…, y el DJ está guapísimo, ¿no? —giré a verlo, era un chico de algunosdieciocho años, moreno, de cabello lacio y facciones finas. Me puse de todos los colorescuando lo vi corresponder la mirada de Abby.

—¡Te está mirando, Abby!

—No es cierto.

Me giré otra vez.

—Confirmado.

—Okey, dime algo que me distraiga, algo gracioso, hazme conversación.

—No sé qué decirte…

—Cualquier tema funcionará.

—Mi mente está en blanco.

—Somos un desastre —dijo riendo.

—¿Por qué?, en este momento debe estar pensando que tenemos la conversación másinteresante de nuestras vidas.

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—Eso espero. Estoy muy nerviosa. Necesito ir por un ponche, ¿quieres?

—Estaré bien con una gaseosa.

—Ya la traigo.

Me quedé a admirar a los bailarines que amenizaba el DJ de Abby, Valentina se veíamuy enamorada de Tom, Emma y Joaquín formaban una pareja preciosa, así como Mónicay Gabo y Óliver y ¿la rubia que siempre le llamaba desde el otro lado del patio?

Suponía que había algo entre ellos, no hacía falta ser experto en la materia para verlo,todas esas llamadas desde el otro lado del patio, él corriendo para atenderla, era obvio; sinembargo yo llevaba dos días ensayando con él para la quinceañera de Valentina y empezabaa sentir que tenía algún tipo de derecho para reclamarlo como mi pareja exclusiva.

¿Qué estaba pasándome?

Sentí, además, una punzada en el estómago, que nunca había sentido antes, que no megustó y que no supe cómo describir. Me giré en cuanto lo vi reconocerme y me dirigí hastala mesa del ponche, Abby me pasó la soda.

—¿Estás bien?

—Creo…

—Luces muy pálida.

—Es la falta de iluminación.

Abby asintió y me preguntó si no me incomodaba que me dejara para bailar con Carlos,uno de los chicos de la clase.

—Es tu quinceañera, diviértete. Yo estaré custodiando todos estos bocadillos —bromeéy ella partió contenta.

No quería girarme, no quería hacerle frente a los bailarines (mi normal distraccióncuando iba a alguna fiesta, ver a los demás invitados bailar), no quería ver a Óliver, noquería que me viera así de pequeñita, así de vulnerable, así de… así de celosa de verlobailar con otra y no conmigo.

¡Oh, por Dios!

Tomé un bocadillo de la mesa y le di un mordisco. Por nada del mundo iba a girarme.

—Hola, Bianca, no traes vestido como las demás —dijo mirándome el busto.

Rubén.

—Agh… —abotoné el broche suelto de mi blusa.

—¿Bailamos?

—No.

—No voy a pedírtelo otra vez.

—Eso espero.

—¿Estás divirtiéndote? —le escuché decir en mi oído, después de que me pellizcara lacintura.

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—¡Oye! —le reclamé riendo tontamente, dándole una palmada juguetona a la altura delhombro.

¿Qué estaba haciendo ahora, coqueteando con él?

—Ouch.

¡Oh, por Dios…!

Óliver rió y aunque me hubiera propuesto que no, yo también reí. Se tomó de un trago elponche que se había servido.

—Mantengo lo de los jeans —me dijo al oído nuevamente y sirvió otro vaso de ponche—. Nos vemos, compañera —le seguí con la mirada, el otro vaso era para esa rubia.

Necesitaba ayuda. Me sentía patética, olvidada en esta Quinceañera. Mis amigos másíntimos estaban todos bailando, incluso Luisa, quien normalmente me hacía compañía enesto de mirar a los demás bailar, estaba en la pista con uno de los primos de Abby, mientrasyo había comprado una parcela junto a la mesa del refrigerio y mi opción más cercana aacceder a la pista de baile era Creepy Rubén. Estaba convencida de que cuando inventaronla palabra Patética ilustraron con mi rostro la definición.

Entonces, cuando perdí mi fe, porque todo lo que podía pensar era que ante los ojos delos demás (y por los demás me refería a Óliver) era la más grande de las perdedoras, le viatravesar el portal del apartamento, sonriendo e ignorando a todos, excepto a mí, mihéroe… Se acercó, me saludó y me invito a bailar.

—¿No tenías que estar en la disco, o algo así? —le pregunté mientras bailamos. Pudever que pasé de ser la perdedora de la quinceañera a la chica del momento, todos losinvitados de Abby actuaron sorprendidos de verme acompañada del chico más alto y guapode la fiesta.

—Casi nunca voy a la disco, prefiero las fiestas.

—¿De quinceañeras?

—No de quinceañeras.

—Entonces, conoces a Abby.

—¿Abby es la quinceañera?

—Ajá.

—No la conozco.

No entendí, pero era normal en mi cultura que los jóvenes se presentaran en las fiestassin invitación, conocieran o no al homenajeado, parecían olfatearlas, tener un radar paraencontrarlas.

—¿Sueles presentarte en las fiestas sin invitación?

Esteban rió un poco.

—Me invitó Valentina, si sirve de algo.

—Valentina no es la quinceañera.

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—No, pero no pareció importar y me arriesgué. Por cierto, quería decirte que lamento nohaber continuado contigo en la cuadrilla.

—No te preocupes.

—¿Tú sigues ahí?

—Sí.

—¡Míralos, Tom! —le escuché decir a mi lado, cuando tropezamos en la pista—.¡Esteban, vino por ella! ¡Realmente vino!

—Sí, Valentina, no empieces otra vez.

—¡Es que me encantan!

—Por favor, perdónala —le dije a Esteban.

—No veo de qué, dice la verdad. Vine por ti.

Una sonrisa rebelde se escapó de mis labios y mis ojos, rebeldes también, fueronatraídos por Óliver, que me veía aunque estuviera bailando con esa rubia, me hizo unamueca que indicaba que lo había conseguido, como si Esteban fuera un premio o un anhelomío, y me sentí ofendida. No sé cuántos minutos más tarde, me pareció que había bailadomedia hora, observé que los bailarines se dispersaban, que Óliver ya no estaba con la rubiay que Abby había desaparecido de la sala.

—Parece que la quinceañera va a bailar el vals —me dijo.

—¿Sí?

—Creo —me sacó de la pista.

—¡Te adoro, Esteban! —Valentina se incorporó a nuestro grupo abrazándolo—, ¿hacecuánto estás aquí?

—¿Media hora? —me miró para que yo confirmara, pero no tenía idea de cuánto tiempohabía transcurrido desde que llegó a salvarme.

—Ay, Esteban, ¿estás seguro que no puedes reintegrarte a los ensayos de miquinceañera?

—Vi, ¿le harás esto nuevamente a Óliver? No puedes —intervine.

—Óliver es cualquier cosa, Bi. ¿Qué me dices, Esteban?

—Parece que mi pareja se siente a gusto con mi reemplazo —dijo un pocodecepcionado. Bajé la mirada y cerré el pico, en realidad no necesitaba defender el puestode Óliver como mi chambelán en la quinceañera de Valentina. Me daba lo mismo cuál delos dos fuera. Prefería que ninguno.

Mentirosa, dijo una voz desconocida de mi subconsciente.

—Ella estará de acuerdo con lo que yo decida.

—Permiso —dije y me dirigí al cuarto de baño dispuesto para la visita. Estaba un pocomolesta pero no sabía exactamente por qué. ¿Porque Óliver estaba con esa rubia? ¿Porque

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Valentina quería manipular mi vida a su antojo? ¿Porque me asustaba pensar que Óliverdejara de ser mi chambelán en la quinceañera?

Me eché agua en la cara y me miré en el espejo.

Patética.

Me sugirió la imagen al mismo tiempo que sentí el nudo formarse en mi garganta.Alguien tocó la puerta.

—Un momento —dije aguantando los deseos de llorar. Me miré una vez más en elespejo, limpié el agua de la cara con las manos, respiré profundo y salí del cuarto de bañoabriéndome paso entre algunos chicos. Tiempo de Vals empezó a sonar.

—En nombre de mi familia —dijo la madre de Abby al micrófono— quiero agradecer aquienes han venido hoy a acompañar a nuestra cariñosa hija en la celebración de su quincecumpleaños. También queremos decirle a Abby lo orgullosos que nos sentimos de ella yque le deseamos desde lo más hondo de nuestros corazones, su padre, su hermana y yo, queel Cielo le depare salud y buenaventura para que consiga todas esas metas inmediatas yfuturas, que sabemos que tiene y con las que sueña. ¡Feliz cumpleaños, Abigail!

Los invitados aplaudimos y Abby apareció, medio sonriendo-medio llorando,acompañada de su padre para bailar el vals.

Ésta era una de las razones por las que no quería una fiesta de quinceañera, porquenunca tendría esta experiencia, sentir el abrazo, el afecto y el calor de un padre al ritmo deesta tonta tonada de Chayanne. Mi padre se había marchado de mi vida cuando era unabebé, nos había abandonado a mi madre y a mí, y poco se había ocupado de mi existencia,salvo por una flaca mensualidad que pasaba cuando le apetecía y que no servía de nada,aunque esto no fuera lo que más extrañara de él, pues a mamá y a mí, afortunadamente, nosiba bien; lo que más añoraba, lo que más necesitaba era su compañía, sus consejos yautoridad de padre. Pero todo esto estaba prohibido para mí.

Mientras se me oprimía el corazón viendo la dulzura con que el padre de Abby bailabacon ella, sentí que unos brazos me sujetaban y me acurrucaban. Levanté la mirada paraasegurarme que fueran los de él, le rodeé por la cintura y apoyé mi cabeza en su pecho. QueÓliver viniera en este preciso momento significó mucho para mí. Al observarlo mejor notéque vestía un saco que antes no llevaba, que se había lavado la cara y se había peinado.

—¿Estás bien?

Asentí.

—Ahora —anunció la mamá de Abby—, el padre concederá que la quinceañera bailecon el chambelán.

—Te busco luego, ¿sí? —me dijo con ternura y yo asentí. Lo vi tomar a Abby paracontinuar la canción de Chayanne mientras me reencontraba con Valentina y Tom del otrolado. Esteban ya no estaba entre ellos y sentí alivio. No quería verlo otra vez y muchomenos que Valentina quisiera metérmelo por los ojos.

—Se concede la petición para bailar con la quinceañera a los demás caballeros y puedensumarse las parejas que deseen acompañar a Abby en el baile —dijo su mamá.

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Me quedé en una esquina de la sala para ver a la improvisada cuadrilla, Valentina, porsupuesto, se sumó con Tom, así como otras parejas de la fiesta: Emma y Joaquín, Mónica yGabo y Adalina y José. Si era que me animaba a celebrar mi quinceañera, y esto era algomuy remoto, quería que fuera parecida a ésta. Sin Chayanne. Me emocioné, entonces,cuando vi al DJ colgar sus audífonos y venir a reclamar a Abby, Óliver le hizo unadeferencia y le permitió bailar con ella. Lo vi luego mirar a la esquina en la que yo estabaantes, donde él me había dejado, pero, claro, la rubia estaba allí. Ella se emocionó cuandosu mirada tropezó con la de él y esperó que fuera a reclamarla, no obstante, él parecióbuscar algo más, giró hasta el otro extremo y me encontró.

—Creo que esto lo hemos ensayado algunas veces.

Tomé su mano y le seguí.

—¿Crees que me venga bien montar uno de mis pasos de Drake? —dijo tomándome dela cintura para bailar el vals.

—No quiero que te echen de la fiesta, pareces estar divirtiéndote.

—Tú también.

Fruncí el entrecejo. No creí que me estuviera divirtiendo en esta fiesta, a pesar de queme gustaba el estilo relajado de la misma. Había tenido más paz en la quinceañera a la quehabía asistido con mi mamá, en uno de esos clubes pasados de moda, cuando la hija de unade sus compañeras de trabajo cumplió quince.

—Te vi con Stevie —me dijo serio—. ¿Dónde lo dejaste?

—Le di permiso para que se fuera.

—Dominado —dijo y rió.

—Realmente no sé dónde está.

—Mejor. ¿Bailas conmigo después de que termine esta bobada de Chayanne?

Asentí, me quedé entre sus brazos y me sentí feliz.

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Capítulo 7

—Cuéntame, querida, ¿cómo te pareció la quinceañera de ayer? —me preguntó mamá, ala mañana siguiente, mientras almorzábamos—. ¿Obtuviste alguna idea?

—Sí.

—¿Cuál?

—No quiero una quinceañera, tanto como no la quise hace un mes, ni hace seis, ni el añopasado, ni como no la querré en dos meses más.

—Cariño, me rompes el corazón, claro que tendrás tu quinceañera. Vamos, escoge untema.

—Está bien, mamá, quiero que sea una quinceañera Gangsta.

—¿Gangsta? Primera vez que escucho algo parecido. ¿No prefieres París?

—No, Gangsta.

—¿Qué cosa es una quinceañera Gangsta?

—De gangsters, mamá, como Bonnie o Clyde, el mismísimo Godfather o Scarface.

—¿De matones…? ¿Estás en drogas? ¿Con qué clase de amigos te estás juntando? —meestremeció y reí—. ¿Qué te está pasando, Bianca?

—Estoy bromeando, mamá. No quiero una quinceañera, te lo he dicho —ella parecióentristecer—. Pero si tuviera… —alcancé su mano sobre la mesa—, si me viera obligada acomplacerte, querría que fuera todo lo opuesto a las tontas quinceañeras a las que heasistido. Sería una quinceañera Rap y mi vals Hotline Bling.

—¿Qué rayos es un Hotline Bling?

Desbloqueé la pantalla de mi teléfono móvil y busqué a Drake.

—¿Qué clase de música es ésa?

—Hotline Bling, mamita, la canción que bailaré en mi quinceañera, si todavía quierescelebrarla, claro está.

—Pero eso ni siquiera es bailable. ¿Qué dirán mis amigas?

—Que habrán asistido a la mejor quinceañera de la temporada.

—Sabes que no permitiré esto, Bianca.

—Pero es lo que quiero.

Me levanté de la mesa, tiré los desperdicios a la basura, lavé mi plato y subí a mihabitación para hacer la tarea.

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* * *

—¿Por qué nos dejaste así el sábado, Bi? —me preguntó Valentina a la hora delalmuerzo, el lunes.

—¿Cómo así, Valentina?

—Esteban se fue cuando vio que no le hiciste caso.

—Es porque no le hago caso.

—¿Tratas de decirme que no te gusta?

—Desde el principio de los tiempos —le respondí dándole un mordisco a mi sándwich.

—¿Y qué es eso de que estuvieras tan acaramelada con Óliver? Bailaste mucho con él.

¿Acaramelada?

—También bailé con tu amor y no has puesto objeción a ello.

—¿Con Tom?

—Con Esteban, tonta.

—Ay, sí, salté de emoción cuando los vi juntos.

Eché a rodar los ojos.

—¿Qué hay?

Óliver apareció frente a nosotras.

—Tú —le dijo.

—Yo, ¿qué?

—Eres la razón por la que no se fija en Esteban.

—¿Qué? —dijimos al unísono, nos miramos y luego vimos, cada uno, a otro lado, yo ami derecha y él al piso.

—¡Agh!, no puedo con esto —Valentina se levantó de la mesa y se fue. Óliver tomó sulugar.

—¿Qué le pasa?

—No lo sé. SPM, tal vez —respondí tratando de hacer una broma, aunque ya nocoordinaba bien ni pude probar otro bocado de mi delicioso sándwich; el estómago se mecerró cuando lo vi y me sentí incómoda de lo que había insinuado Valentina, no quería queme preguntara nada al respecto.

—¿Qué quiso decir? —preguntó dándole un bocado a su sándwich. Era obvio que iba apreguntar, era demasiado curioso como para reservarse.

—Ya sabes que está loca.

—Hola, mi amor —dijo la rubia, se sentó junto a él y le besó en la boca. Él me mirósonrojado, apenas respondiendo al beso, mientras yo me quedé tiesa, mis pupilas dilatadas,

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estaba segura, e intentando que mi boca se mantuviera cerrada—. Qué hay —me dijo larubia, como si yo fuera poca cosa, y limpió el labial rojo de los labios de Óliver.

—Hola. Óliver —me armé de valor—, ¿no nos presentas?

Le vi tragar seco.

—Claro —se aclaró la garganta—. Susana, Bianca. Bianca, Susana.

Susana apenas me dio la mano, sus uñas eran tan largas como mamá jamás habríapermitido que yo tuviera las mías, y sus cejas estaban tan depiladas que parecían un hilo.

—Mucho gusto —le dije.

—Como sea...

Ruda.

—¿Me buscas en la noche? —le preguntó jugando con el cabello de él.

—Te dije que tengo ensayo.

—¿Hasta cuándo será eso? —indagó fastidiada.

—Un mes —respondí y él me miró regañonamente, como diciéndome que no tenía queinmiscuirme en sus asuntos. Ella casi me mató con la mirada.

—Es una tontería eso de las quinceañeras —opinó, mirándome de reojo.

—Ya le di mi palabra a alguien —le aclaró él, mirándome a hurtadillas—. No puedofaltar.

—Permiso —me excusé, sus palabras me cruzaron el corazón; si no quería asistir a losestúpidos ensayos de la estúpida quinceañera, que no se presentara, a mí no me debía nada.Que no me usara de pretexto para no verse con ella.

—No has terminado tu almuerzo.

—Debo ir a la biblioteca —dije autómata y me largué, si me dijo algo, bloqueé cualquierpalabra que viniera de él.

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Capítulo 8

—¿Por qué no fuiste ayer al ensayo?

Me preguntó furioso la mañana siguiente.

—Me cayó mal el almuerzo.

Respondí mirando al vacío.

—No es cierto.

Agh…

Cómo que no era cierto, qué sabía él qué me había pasado y por qué no había ido alestúpido ensayo. Debía conformarse con lo que le decía.

—¿Sabes lo que sentí, siguiendo las órdenes de la fulanita señorita Geist, sin ti allí?

—Ya te dije, Óliver —le miré—, vomité todo el almuerzo cuando volví a casa, no estababien para ir al ensayo, y no sé cómo te sentiste, pero, peor que yo, lo dudo.

—Pues la próxima vez que te sientas mal, avísame para no ir tampoco.

—Lo tendré en cuenta.

—Bien.

Le dio un puño a la banqueta del patio y se marchó. Susana le esperaba impaciente en elpasillo.

—¿Qué pasó con ustedes, Bianca?

—¿Qué tenía que pasar con nosotros, Abby?

—Pues es que todos estos días él había estado tan, ya sabes…

—No, no sé.

—Claro que sabes, como buscándote mucho. Nunca lo vi así antes, ni siquiera conValentina, ¿estás de acuerdo, Luisa?

—Sí, y con Bianca mantiene verdaderas conversaciones, como si le importara lo que ellatiene que decirle, como si realmente le importara.

—Están delirando las dos.

—Bueno, tal vez.

—Oye, ¿qué pasó con tu DJ?

Cambié la conversación.

—Ayer me llamó y me invitó a salir.

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—¡Éxito! —le dije chocando palmas.

Óliver pasó nuevamente por el patio, esta vez solo, me miró furioso y continuó no supeadónde.

* * *

—¿Ya te sientes mejor? —me dijo en la noche, mientras me sostenía de la cinturadurante la coreografía.

—¿Sobre?

—Sé que estás mintiendo, que ayer no te sentiste mal.

—Ahora qué, ¿eres adivino?

—Solo lo sé.

—No trajiste el Old Spice, ¿verdad?

—Rayos, no.

Me acercó más a él y yo reí. Él mantuvo el mentón en alto, como solicitaba la señoritaGeist, apretando los labios para no reír también.

* * *

—Oye, oye, oye… —me alcanzó en uno de los pasillos, dos días después, mientrascambiamos de aula.

—¿Qué, Óliver? Algunos de nosotros tenemos cosas importantes que hacer.

—Ayer no quise dejarte sola.

—Nadie está reclamándote nada.

—Lo sé, pero estás molesta.

—No estoy molesta.

—Lo estás.

—No.

—Susana me entretuvo, eran pasadas las seis y media cuando me desocupé; si iba,tendría que escuchar el sermón de la señorita Geist. Preferí regresar a casa.

—No necesitas darme explicaciones. Es más, si somos inteligentes, y jugamos bien estacarta, podríamos resolver que ella, Susana, me sustituya en esta estúpida coreografía. Yo noquiero participar, Valentina solo quiere parejas y tú y yo no somos una.

—¿Eso quieres, que ella te sustituya?

Ya me sustituyó, qué importa ahora.

—No quiero que te sientas presionado por esto, menos por mí, ni que me des excusas. Sino apareces, no apareces. Si prefieres que ella sea tu pareja, en la quinceañera —y en lavida—, me refiero, estaré contenta también.

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—Resuélvelo tú, entonces —me dijo, y tal vez era mi imaginación, pero me parecióverlo herido.

—Eso haré.

—Házmelo saber.

—Seguro.

Esta tarde no iré al ensayo.

No tenía ninguna excusa, en realidad, para no presentarme al ensayo, excepto que noquería verlo. No quería encontrarme con él sabiendo que por compasión a mí estabasometiéndose a estos, mucho menos después de la conversación que habíamos tenido en lamañana. Buscaría la manera de librarlo de los mismos, solo que, parecía no tener fuerza devoluntad para hacerlo.

Gracias por avisarme.

Me dolió leer estas palabras.

No he resuelto nada aún (lo siento). Creo que me matará cuando le diga.No tienes por qué hacerlo. Nunca he dicho que no quiero ir contigo a la quinceañera.Gracias, pero este Patético Caso de Caridad se aburrió de serlo.

—Hay un chico buscándote allá abajo, hija.

—¿Un chico buscándome?

—Dice ser Óliver.

¡¡¡Qué!!!

—Mamá dile que estoy dormida.

—No puedo, cariño, le dije que vendría a buscarte.

—Pues dile que me buscaste, pero estaba dormida.

—¿Vas a decirme qué pasa?

—¿Si me haces este favor…?

—Está bien.

Abrí con cuidado la puerta de mi habitación y escuché a mamá darle la información ycerrar la puerta detrás de él.

Sé que no estás dormida, por favor, recíbeme.¿Por qué viniste?Necesitaba verte.Hablamos mañana, ¿sí? Estoy bien.¿Nos veremos en el ensayo?Sí.Está bien, nos vemos mañana.

Me llevé el teléfono al pecho y sentí una lágrima rodar por mi mejilla. Corrí a la ventanay le vi cruzar el vecindario, volviendo a casa.

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Esto no puede estar pasándome. Esto no puede estar pasándome. Tengo catorce años,no puedo estar enamorada. No puedo estar enamorada.

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Capítulo 9

Menos dos semanas para la Quinceañera de Vi

Gracias por avisar que no ibas al ensayo.Relax, tengo un esguince. Me torcí un tobillo jugando básquet. No tenía cobertura en laSala de Emergencias para avisarte.Oh… Lo siento, Óliver. Recupérate. P.D.: ¿Podrás ir a la escuela? Solo a exámenes. ¿Me traes los apuntes, por favor, cuando puedas?Seguro.Gracias, mi amor.Cuidado como te revisan el teléfono y me metes en un problema. No soy tu amor. Mi mamá no revisa mi teléfono.Ja, ja. No estoy hablando de tu mamá.¿Entonces?Olvídalo.Para que revise mi teléfono, primero, debería venir aquí y ella no viene aquí.A tu mamá no le cae bien, ¿verdad? No es eso.Lo que sea, no me interesa.¿Estás celosa?¿Otra vez?¿Sí?NO.Qué enfática.Adiós.¿Bi?¿Qué?Lo de si eres o no mi amor todavía no lo sabes. ¿Ah?Aprende a recibir un cumplido.Aprende a dejarme hacer la tarea. Está bien. ¿Te veo mañana?¿Para?Los apuntes, por favor.OK.Buenas noches, mi amor.

Me quedé mirando este último mensaje como si fuera la línea más preciosa jamásescrita, como si hubiera sido transcrita por un héroe literario, aunque solo estuvieradándome las buenas noches con un ligero sarcasmo, pero Óliver nunca había sido taneducado ni cariñoso conmigo, tanto que se me hinchó el corazón.

Buenas noches.

—¿Qué haces, cariño?

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—Estudiando.

—¿Estudiando con tu teléfono en la mano?

—Mamá, gracias a los teléfonos móviles, los chicos podemos obtener, con másfrecuencia, As que Cs en los exámenes.

—Muy lista. ¿Segura no estás escribiéndole a Valentina o a… Óliver?

—Estaba escribiéndole a Óliver, mamá, solo temas curriculares —aclaré—, y medespedí porque debía estudiar.

—Buena chica —me besó en la frente—. ¿Cómo están las cosas con él? —preguntóantes de salir de la habitación.

—Normales, excepto por que tiene un esguince. Me pidió que le lleve los apuntes.

—¿Qué hay de su chica?

—No lo sé, pero ella no estudia con nosotros, va en el último año.

—Le gustan las mayorcitas, entonces —dijo mamá sin intención de ofenderme aunqueme sentí minúscula con Óliver un año y tres meses mayor que yo y Susana dos añoscompletos.

—Así parece, mamá.

—¿Le llevarás esos apuntes?

—¿Qué me dices tú?

—¿Alguien más puede llevarlos por ti?

—No lo sé.

Mamá se quedó pensativa un instante.

—Llévalos tú, si a ti te los pidió.

—Gracias, mami. Me contenta que el otro día me hubieras escuchado y sobre todo queno intentaras manipularme como mi madre hermosa que eres.

—Ay, sí. Ay, sí, hermosa cuando te conviene —dijo abrazándome.

—Eres hermosa, mamita —le respondí sosteniéndola.

—Está bien, recibiré mi cumplido, y te aclaro otra cosa: siempre evitaré, a toda costa,esto de manipularte.

—Gracias, mamá. Oye, es de ti de quien lo saque, ¿verdad?

—¿Qué cosa?

—Esto de no saber recibir los cumplidos.

—¿Qué dices? Me encantan los cumplidos... Pero sí, tal vez. ¿Quién te ha hechocumplidos?

No dije nada.

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—Si conozco la respuesta no sé por qué pregunto… Ahora bien, esta quinceañera Rap,querida, ¿qué requisitos tiene?

—¡Mamá…!

* * *

—¿Supiste lo que le pasó a Óliver?

Al día siguiente, el esguince de Óliver era el tema de conversación en toda la escuela.

—Sí.

—¿Por qué no me lo dijiste, Bianca?

—No lo sé…

—Ahora, ¿cómo quedará mi quinceañera? Esteban no puede venir a los ensayos y Ólivertampoco podrá practicar…

Recorrió las caras de los chicos del salón y se detuvo en Rubén.

—Ni lo pienses —la amenacé.

—Ay, no sé qué hacer… —dijo bajando el rostro hasta la tabla del escritorio, yo leacaricié el cabello dos veces y ella se levantó otra vez. Sabía que se le había ocurrido algo—. Siempre quisiste estar tras bastidores, ¿no?

—Backstage, ¡claro!

—¿Te interesa nuevamente?

—Esto… bueno…

Solo quería participar en la coreografía con Óliver.

—Óliver debe estar listo la semana que viene, eso me dijo, no hay razón por que cortarlode la cuadrilla.

—No voy a arriesgarme, eso de la recuperación de los esguinces puede a ser largo.Ayudarás a la señorita Estella, serás su asistente y la mía.

—O-key.

—Te adoro, Bi —me abrazó, dejando ver que la tranquilidad había vuelto a ella.

* * *

—Cruzando el pasillo, espero estés presentable —vociferé.

—Estoy como Adán, ¿qué otro vestido necesito? —dijo desde su alcoba.

—¡Ól…!

Me detuve antes de la puerta.

—Pasa, tonta.

—Paso.

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Óliver estaba en su cama, vestido con shorts y camiseta que dejaba al descubierto susbrazos.

—¡Tienes una férula! —exclamé señalando su pierna entablillada.

—Mientras se desinflama el tobillo. Hola —dijo intentando incorporarse solo.

—Hola —nos miramos un segundo, yo desde la puerta de la habitación, él desde sucama. Intentó incorporarse nuevamente—. No te levantes —dije pero me acerqué hasta élpara ayudarlo.

—Quiero levantarme, Bi, llegar hasta el escritorio y hacer contigo la tarea.

Pasó su brazo alrededor de mis hombros y yo le tomé de la cintura para que se apoyaraen mí y en el pie bueno y dejara descansar el tobillo inflamado.

—¿Old Spice?

—¿Te gusta?

—Tu otro olor tampoco es desagradable —él rió.

—Sabía que te gustaba.

Andamos hasta el escritorio y él tomó asiento en su silla.

—¿Te ayudo en algo, Oli?

Su mamá se asomó en la puerta de la habitación.

—Bi es buena enfermera, mamá.

Óliver pasó uno de sus largos brazos alrededor de mi espalda y alcanzó una silla queestaba al otro lado de mí.

—Eso veo.

Tomé asiento.

—¿Quiere algo, Bi?

—Nada, señora, gracias.

—Galletas, mamá. Ella no te pedirá nada, es muy tímida.

—Está bien, hijito —su mamá me sonrió.

—¿Por qué le dijiste eso? —me sentí avergonzada—. No me quedaré mucho tiempo.

—¿Quién dice? ¿Quién me explica, entonces, lo que dieron en clases?

—Le saqué copia a todos mis apuntes, te irá bien.

—¿Estás tratando de herir mis sentimientos, Bianca?

—No.

—Pues eso parece.

—Yo pude alcanzar esta silla —le reclamé.

—Pero vi que no lo hacías…

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Me resigné a quedarme un rato.

—¿Qué prefieres repasar primero?

—Primero dime, ¿cómo estuvo la escuela hoy?

—Normal.

—¿Qué dijo la gran Valentina cuando supo de este contratiempo?

—Pues, ya sabes cómo es Valentina, se escandalizó y ahora ves, todo bien.

—¿Todo bien? ¿Así tan fácil?

—Claro, cómo más iba a ser.

—La llamaré para que me cuente —alcanzó su teléfono móvil sobre el escritorio.

—No es necesario, Ol.

—¿Me lo dirás? —preguntó con el teléfono en la mano.

—Está bien… —resoplé—. Mira, es un alivio, en realidad, vas a estar agradecido, no deque esto te hubiera sucedido —refiriéndome a su pie—, pero de que, ya sabes, no tengasque participar en la estúpida coreografía.

—Y, exactamente, ¿cómo es eso?

—Pues, digamos que voy a tener el rol que siempre quise. Offstage.

—¿Qué?

—Estaré tras bastidores.

—¿Te hizo su asistente?

—Y de la señorita Estella. Por cierto —dije levantándome—, no puedo quedarme muchotiempo, hoy inicio mi nuevo trabajo y no puedo darme el lujo de llegar tarde.

—No, esto no —me devolvió cuidadosamente a mi silla—. ¿Ella es tu mejor amiga?¿Estás segura?

—Valentina ha sido mi mejor amiga desde el Jardín, Ol, la quiero mucho, pero sé que esobsesiva y perfeccionista, y así la he aceptado y tú también. No me molesta que me dejedetrás del escenario. De hecho…

Solo quería estar en su cuadrilla porque tú serías mi chambelán.

—Acá está, cariño, galletitas, mousse de atún y refrescos.

—Gracias, mamá.

—Gracias, señora.

—De nada. ¿Cuándo tienen exámenes, Bi?

—El viernes, de Literatura, Romeo y Julieta. Le traje los apuntes a Ol.

—Entonces el viernes deberás presentarte en la escuela, hijito.

—Sí, mamá, Bianca está explicándome algo.

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—Claro, los dejo para que sigan estudiando.

Su mamá anduvo hacia otra habitación, parecía que no había nadie más en la casa,excepto nosotros tres.

—¿Decías?

—Ya no recuerdo qué decía.

—De hecho, ¿qué?

—No lo sé.

—¿Nunca quisiste estar en la cuadrilla?

—Al principio no.

—¿Y después?

—No me pareció tan malo.

—Por Esteban, claro.

—Nada tiene que ver con Esteban.

—¿Con qué tiene que ver, entonces?

—Me parece que la coreografía está quedando bonita, ¿no crees?

—No.

—El vestido de princesa, ¿cuándo, después, tendré la oportunidad de ponerme algo así?

—Nunca te he visto en vestido, estoy seguro de que no te gusta usarlos. Dime la razón.

—¿Por qué otra razón, piensas tú, que yo querría estar en la coreografía, Ol?

Él me miró fijamente y sentí que el espacio entre nosotros se densificó.

—Porque tienes a este chambelán.

Sus dedos, sobre el escritorio, jugaban con los míos.

—¡Dah! Eso es obvio —dije bromeando y me separé de él.

—No regreses al ensayo, Bi —dijo tomando nuevamente mis manos, mirándome desdela silla, yo estaba de pie—. Quédate aquí.

Sentí que en mi estómago se produjo una variación.

—No puedo hacer eso, Ol. No puedo hacerle eso a Valentina.

—¿Y lo que ella hace contigo? Dime, ¿te paga para que seas su asistente y de la brujaGeist? No es justa toda esta abnegación, Bianca. A Valentina le importa una sola persona entodo el planeta, y tú lo sabes: ella misma.

Sentí que las lágrimas se asomaban en mis ojos.

—Perdona, perdona —dijo tirando de mí para sentarme en su regazo—. No tengoderecho a decirte estas cosas.

Apoyé mi rostro en su pecho y él me acarició.

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—Estoy acostumbrado —dijo después de un instante— a que siempre estás con ella, aque eres parte de un dúo, y ahora te veo sola todo el tiempo, medio perdida, y que a ella noparece importarle. Que tenga novio no significa que deba abandonarte.

—No quiero que mi soledad te mortifique. Que esté sola no tiene que ver con Valentina.

—¿Con qué, entonces?

—Con que soy algo distante con todo el mundo, incluso con ella.

—No te siento distante.

Es porque contigo me siento inexplicablemente a gusto. No necesito poner barreras.

—Pero lo soy.

—¿Conmigo eres distante?

—Creo que he intentado mantenerte a raya pero tú sigues ignorando mis barreras.

—Es porque no son tan rígidas como crees.

Sonreí un poco.

—Es repulsivo además.

—¿Qué cosa? —lo vi inquietarse.

—Estar con Vi y Tom todo el día. Ése sí sería un alto precio que pagar para no estar sola—intenté hacer una broma.

—Demasiados “Tesoros”.

—Son muy empalagosos.

—Tom le ha hecho bien...

—Es el mejor novio que pudo encontrar —dije y me arrepentí, recordé cuánto Óliverhabía anhelado el lugar de Tom—. Lo siento.

—¿Qué sientes?

—No debí decir eso.

—¿Qué cosa?

—Que Tom es mejor que tú.

—¿Para Valentina?, por supuesto. En líneas generales, yo soy mejor.

Reí. Estaba enamorada de su irreverencia, de su exagerada seguridad.

—¿No estás celoso de él?

—No.

—Ol…

Óliver me miró.

—Valentina es mi mejor amiga sin importar si me acompaña o no en el almuerzo, o sitiene novio o no.

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—Lo sé.

—Es parte de la conducta humana resistirse a los cambios, pero yo estoy acostumbrada aesas variaciones desde que soy muy pequeña. He aprendido a vivir con ciertas ausencias.

Óliver lo dijo todo con su caluroso abrazo, sabía que estaba hablándole de mi padre.

—No sientas lástima de mí, por favor.

—No la siento. Te admiro.

—¿Me admiras? —me separé un poco para mirarlo—. Soy patética.

—No digas esa palabra, no delante de mí. Te dije antes que no lo eres, y si por una p…razón te llamé así alguna vez fue en broma, no porque lo pensara en realidad.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Ol? —no esperé que asintiera o no—. ¿Por qué teacercaste a mí en el cumpleaños de Abby?

—¿Cómo por qué? Eres mi amiga.

—¿Me viste llorar?

—¿Lloraste?

—Un poco.

—No te vi llorar pero desde que entraste a esa casa no te perdí de vista y supe, cuandollegó el momento del vals entre padre e hija, que algo te pasaba.

—¿Fuiste tú quien tocó la puerta del baño?

—Tuve que hacerlo, si no te sacaba de allí te ibas a perder mi actuación.

Reí un poco.

—Me pareció verte preocupada y tardar demasiado allí, lo siento si fui inoportuno.

—No lo fuiste.

—¿Puedo preguntarte algo también?

Asentí.

—¿Es por ese vals que no quieres una quinceañera?

No vi venir esta pregunta.

—En parte... ¿A cuántos de mis cumpleaños has asistido?

—No recuerdo —dijo después de haberlo pensado tres segundos.

—A ninguno, Ol. Es porque he sido dichosa de que mi cumpleaños coincide con lasvacaciones de invierno. Mi mamá me hace un pastel, pero no invito a nadie, además de losabuelos y Valentina. No me gustan los cumpleaños.

—¿Tiene que ver con que tu papá no está?

La falta de la figura paterna, en mi caso, era de noción general en los niños que meconocían desde la primaria. Era normal su curiosidad: ¿cómo se llama tu mamá?, ¿cómo sellama tu papá?, o hablar entre ellos sobre los niños cuyos padres estaban divorciados o

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vivían con un solo progenitor. Solía responder que ambos se llamaban Gladys y ellos solíanreírse mucho, excepto dos niños a quienes yo escogí decirles la verdad. Valentina y yojugábamos con nuestras muñecas en el Jardín cuando indagó sobre mis padres, le dije queno tenía papá (todavía no me había inventado eso de llamarlo Gladys también, aunque sabíamuy bien su nombre), y ella dijo que era genial. En el sexto grado, otro niño me hizo lamisma pregunta, Óliver siempre fue inteligente y curioso y un poco más dulce que cuandose volvió adolescente, claro que yo ya tenía once años y decir que mi padre y madre sellamaban, ambos, Gladys, era un poco inmaduro para mi edad y me vi obligada a contarlela verdad, que mi padre no vivía conmigo desde que me presentó como su hija, etcétera. Élno dijo otra cosa ni tampoco pareció sorprendido ni horrorizado, me cambió laconversación y nunca más hizo referencia al tema, hasta hoy.

—Inconscientemente, tal vez, pero estoy acostumbrada a su ausencia; creo, más bien,que es eso de ser el centro de atención lo que me incomoda.

Él asintió.

—Gracias por venir conmigo en ese momento —apoyé mi rostro sobre su pechonuevamente, él continuó acariciándome el cabello.

—Estoy seguro que habrías preferido a Stevie, pero, ya ves, se marchó pronto. Dimealgo, ¿te pidió tu número?

—¿Tengo algún número marcado en la espalda, o algo así? —me separé otra vez paramirarlo.

—Sabes a qué me refiero, ¿te lo pidió?

—No, nunca pidió mi número —de teléfono.

—Querías que te lo pidiera, veo.

—No —me moví un poco y él me atrajo hacia sí otra vez.

—Tal vez no debería, en mi posición, decirte esto, pero, le gustas, ¿sabes?

—Soy una niña, Óliver, y ese muchacho es cuatro años mayor que yo. Debería, ya, todoel mundo dejar de relacionarme con él.

—¿Quién te relaciona con él?

—Valentina… Tú.

—Yo no quiero relacionarte con él, pero es obvio que te gusta.

Sacudí la cabeza. No me gustaba Esteban ni esta conversación.

—Dime, te han dicho alguna vez que esto de la edad no importa.

—No.

—Ah, ¿no?

—No.

—No es como que yo sepa mucho del caso, pero, mi hermana tiene dieciocho y sunovio, veintiséis.

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—¿Veintiséis? —él asintió—. Wow, es… —quería decir viejo, pero no quise ofender alnovio de su hermana— mayor.

—Ella dice que veintiséis no es ser mayor y él dice que los veinte son los mejores años.

—¿Sí?

Los veinte me parecían una edad adulta espantosa.

—Sí, ¿y por cuatro años dejarías ir al amor de tu vida?

—No es el amor de mi vida, Ol, y sigo pensando que es muy mayor para mí y quedeberías dejar de relacionarlo conmigo.

Lo vi sonreír un poco.

—Es justo. Cómo te gustan, entonces, ¿menores que tú?

Reí.

—Soy un año mayor que tú, ¿me consideras muy mayor también?

—¿Para qué?

—En líneas generales, quiero decir.

—Tú eres mayor que yo, un año, no cuatro. Cuatro años es para mí como si tuvierasesenta o… veintiséis.

—¡Uy, pobre Stevie! —dijo estirando sus brazos por delante de mí para servir el moussede atún en las galletas de soda—, cuando sepa lo que piensas de él, que es un ancianito.

—No le dirás eso, Óliver —le amenacé apartándome de su pecho.

—Evito hablar con él.

—¿Por qué?

—No me cae bien.

—Es muy simpático.

—Te gusta, entonces.

Le miré directo a los ojos, buscando allí por qué quería tener esta conversación conmigo.

—Jamás te lo diré.

—Ah, ¿no? —dijo presentándome la galleta con mousse al frente de la boca.

—No —le di un mordisco a la galleta y él terminó lo demás.

—Creí que éramos amigos, que confiabas en mí.

—Lo somos y confío, pero no para confidencias.

—¿Para qué, entonces, soy tu amigo?

—Para que bailes conmigo en la quinceañera de Valentina.

—Eso no tienes que pedirlo —me dio otra galleta.

—No me gusta.

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—¿El mousse de mi mamá? Vamos, mamá es famosa por su mousse de atún.

—Dos Metros… —respondí.

—Bien —vi que apretó los labios para disimular la sonrisa—. Ahora come.

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Capítulo 10

Me incorporé al ensayo de Valentina, esta vez como asistente de la señorita Estella, peromi cabeza seguía en la habitación de Óliver, pensando en las cosas que me había dicho yen cómo me había hecho sentir comprendida y protegida, con todas esas mariposasrevoloteando en mi estómago, como adición, que todavía hacían eco cuando evocaba losrecuerdos. Deseaba no haberme ido como me lo pidió, haberme quedado allí, haciendo latarea y hablando de cualquier tema que a él se le hubiera ocurrido. Deseaba correr a casa ypasar toda la noche escribiéndole textos, mas no podía, no debía. Óliver tenía novia y a míme veía como no sé qué, una hermanita menor tal vez, alguien a quien él creía que debíasalvar de ser ridiculizada constantemente, mientras yo quería significar algo más que esopara él. Varias veces tropecé con los cables del equipo de sonido y varias veces la señoritaEstella me llamó la atención porque estaba haciéndole perder el tiempo cuando no seguíasus instrucciones al retroceder menos de lo indicado o acelerar más de lo debido la estúpidacanción de Chayanne.

—¿Es que debo, yo, hacerlo todo, niña? Parece que lo hicieras a propósito.

—Yo…

Tengo la cabeza en otra parte.

—Lo siento.

—Valentina, esto no fue lo que prometiste.

Valentina se separó de Tom y vino hasta mí.

—¿Sucede algo, Bi? —preguntó tomando mi mano.

—Ella no debería estar haciendo eso —intervino Tom—. Debería estar aquí, connosotros, ensayando.

—Pero ya ves lo que pasó, ninguno puede…

—Encuéntrale otro.

—No será necesario, Tom.

Enfócate.

—Esto será momentáneo, mientras Óliver se recupera —dije para salir del paso, noquería que sintiera compasión de mí—. No más errores por hoy.

—¿Segura? —indagó Valentina dulcemente.

—¿Cuándo te he fallado?

Valentina me abrazó y regresó a su lugar con Tom, di play a Tiempo de Vals y evitéequivocarme lo que restó del ensayo.

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Cuando llegué a casa, hablé media hora con mamá, tomé un vaso de leche y subí a mihabitación, me eché sobre la cama e intenté leer Romeo y Julieta, pero no podíaconcentrarme en los Capuleto y los Montesco, la idea de tomar el teléfono y escribirle meatraía más. Desbloqueé la pantalla, busqué su nombre entre los contactos y empecé a teclearun mensaje:

Te extrañé…

Pero nunca ese botón de envío me había mortificado tanto. Me di cuenta de lomayúsculo que sería escribirle que le había extrañado si él no me extrañaba a mí, y loredundante que habría sido acosarlo, aturdirlo de este modo, a escasas horas de haberpasado con él una tarde tan especial. Borré el mensaje y deseé toda la noche que escribiera.Pero no lo hizo.

Al día siguiente, durante la jornada escolar, lo extrañé todavía más; los últimos días,antes del esguince, se había sentado delante o detrás de mí en la clase y constantemente segiraba para decirme cualquier tontería, quitarme el cuaderno para copiar textualmente misapuntes o jugar con mi cabello. Me parecía que en cualquier instante lo vería cruzar el salóncon su usual alegría, pero debía conformarme con esperar a la tarde para verlo.

¿Y mis apuntes de hoy?

Recibí el mensaje cuando estaba casi en su cuadra.

Deja la impaciencia.

—Entonces no te quedarás —dijo un poco mal encarado cuando estuve en suapartamento.

—No puedo, mamá está esperándome allá abajo para llevarme con tu amada señoritaGeist.

Mamá había ocupado tanto mi tarde con esto de hacer compras (manipulándome con elbajo argumento de que ya no tenía tiempo para ella y que mi vida se dividía entre la escuelay la cuadrilla de Valentina), que solo subí a verlo por un breve instante.

—¿Cómo te fue ayer?

Mal. Extrañándote.

—Bien.

—¿Segura?

—Sí. ¿Cómo va tu pie?

Ayer me contó cómo había sucedido el episodio, me explicó que en su intento de anotardos puntos, tres oponentes se le fueron encima en el salto y al caer, se dobló el tobillo.“Fácil y típico”, había añadido intentando pasar el accidente como algo simpático.

—Igual —respondió—, inflamado, necesitando de analgésicos, etcétera.

Miré la hora en el teléfono.

—Estás apurada, veo.

—Es porque mamá está esperándome. Lo siento, Ol, aquí los dejo —coloqué las hojassobre su escritorio—. Te veo mañana.

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—Como quieras.

* * *

¿Qué tal se comportó la Srta. Geist?Bien.¿Solo bien?Sí.¿Estuviste de asistente?No.¿Qué hiciste entonces? ¿Te ascendieron a coreógrafa? ¡Wow!No.¿Conoces más palabras además de Sí y No?Sabes que Sí.Entonces, ¿me lo dirás? Sabes que igual puedo ir a la fuente de información.No te va a gustar. (Creo)Bianca, ¿qué rayos sucede?Esteban fue mi chambelán.

—¿Me quieres decir qué rayos pasa con Óliver?

Pensé que era él cuando escuché el teléfono timbrar. Después de mi último texto, norespondió otra vez.

—¿Está enamorado de ti, o qué?

—¿De qué hablas?

—Acaba de armarme un lío por teléfono sobre ti y está furioso porque Esteban participóen los ensayos como tu chambelán.

—Ah, ¿sí…?

—También me reclamó que te asigné como asistente de la señorita Estella. Si no tegustaba ese trabajo, por qué no me lo dijiste, Bi, sino que fuiste a quejarte con él.

—No fui a quejarme con él, Valentina, cómo crees. No sé por qué te reclamó eso. Le dijeque estaba conforme con ese trabajo, que era el rol que siempre había querido tener en tuquinceañera.

—¿Segura? ¿Segura que lo prefieres a bailar con él, Bi…? ¿Te gusta, cierto? ¿Por quéno me lo confiaste, Bianca?

—Vi…

—¿Qué se supone que haga ahora? ¿A quién quieres, a Óliver o a Esteban?

—A ninguno, Vi, por favor.

—No sentimentalmente, como chambelán.

—A quien prefieras tú, Valentina, es tu quinceañera.

—Yo bailaré con alguno de los dos tres segundos del vals, tú bailarás toda la coreografía.¿A cuál de los dos prefieres?

—Por favor, no me hagas escoger…

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—¿Por qué? Porque escogerás a tu favorito. Porque no eres sincera conmigo, Bi. Admiteque te gusta Óliver.

—Sí, ¿está bien?

—Sí, ¿qué? ¿Sí te gusta? ¡Oh, por Dios…! ¡Wow…! ¿Desde cuándo te gusta y por quéno me lo habías dicho?

—No sé desde cuándo me gusta, y todo esto es tu culpa, por tu estúpida quinceañera yhacerlo mi estúpido chambelán.

—Perdóname, Bi, mi idea siempre fue que hiciéramos doble cita, Tom y yo, tú yEsteban.

—Pues eso nunca sucederá, Esteban no me gusta.

—Está bien, podemos hacer doble cita con Óliver, no hay problema.

—Eso tampoco sucederá, al menos no conmigo, pueden hacer doble cita con Óliver ysu novia.

—¿Susana? No creo que sean novios realmente. Ella solo sale con chicos universitarios,mayores que Esteban. No creo que ande con Óliver y no entiendo qué haría con él si tieneun amplio catálogo de pretendientes.

Porque Óliver es fantástico y solo tiene dieciséis.

—Pues se besan en la boca, salen… Supongo que son novios.

—¿De dónde sacas que se besan en la boca?

No dije nada.

—¿Los viste…? ¡Pobre cosita…!

—¿Terminamos esta conversación?

—Entonces, Óliver… —continuó sin importarle que ya no quería hablar del tema—. Alfin te enamoraste, mi chiquita.

—No estoy enamorada.

Claro que lo estaba. Locamente.

—¿Sientes un cosquilleo en el estómago cuando habla contigo, te mira, o te masajea lamuñeca?

Sí.

—Ja, ja, qué simpática. No.

—¿Se te acelera el corazón cuando lo ves?

Sí.

—No.

—Vamos, ¿ninguno de estos?, ¿alguno?

—No, y, que quede claro, no me interesa esto de las citas o las dobles citas.

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—Cómo no si son fantásticas. Ya me darás la razón cuando Óliver te invite a tu primeracita.

—Eso no sucederá. Buenas noches, Valentina.

—Claro que sucederá, me cambio el nombre si no es así.

—Ilusa te quedará bien. Buenas noches.

—Qué graciosa… Una cosa más. ¿Has estado llevándole las tareas como me dijiste?¿Cómo ha sido eso?

—Hemos estudiado.

—Pues mañana ponte los shorts más cortos que tengas y tu camiseta más atrevidacuando le lleves la tarea.

—¡Estás loca!, hace frío. Y, ¿para qué?

—¿Cómo para qué?, no quiero cambiar mi nombre. Para que se fije en ti, tontita.

—¿Así fue cómo conquistaste a Tom?

—Lo de Tom fue fácil. Solo tiene ojos para mí.

—Pues, gracias por el consejo, pero, no, gracias. Te veo mañana.

Y sin esperar su respuesta terminé la conversación.

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Capítulo 11

Busqué los shorts más cortos que tenía y la camiseta más atrevida, era absurdo queestuviera intentando la medida más desesperada de Valentina, sin embargo los shorts noeran tan shorts ni la camiseta tan atrevida, sexy no era precisamente mi estilo. A la sazónrecordé que Valentina, en mi catorce cumpleaños, me había regalado algo que se parecíamás a ella que a mí y resolví ponérmelo para llevar las notas a Óliver.

—¿Adónde vas vestida así?

Me llamó la atención cuando me vio deslizarme por el pasillo hacia la puerta. Mamáestaba en el sofá de la sala, mirando la tele.

—A casa de Óliver. No tardo, mamá.

Dije rápido, evitando mirarla pero me detuvo.

—¿Con esos shorts y esa media camiseta?

Me miré, mamá tenía razón, no podía salir vestida así. Vi la chaqueta en el perchero yme la puse encima.

—¿Mejor?

—No te la quites.

—No.

Me arrepentí en lo que anduve media cuadra. Hacía frío.

* * *

—Pasa, Bi, Ol está en su habitación.

—Gracias.

Antes de subir al apartamento me quité la chaqueta, la até a mi cintura y me arreglé elcabello, aparentemente no me veía atrevida pues la mamá de Óliver me miró con la mismadulzura con la que me había mirado hacía dos días, cuando había venido en el uniforme dela escuela.

—Bi, ¡hola! —dijo nervioso, mirándome de arriba abajo, tratando de incorporarse, deapoyarse en los codos. No estaba solo, Susana estaba a un lado de él—. Pensé que novendrías, que estarías estudiando para el examen.

—No…, quiero decir, claro, estaré estudiando. Hola, Susana.

—Hola —me respondió de poca gana.

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—Solo pasé a dejarte esto —coloqué los apuntes sobre su escritorio y empecé abalbucear—. Tengo que…, ya sabes…, prepararme…, la cuadrilla, Esteban y todo eso… —frunció el ceño cuando escuchó ese nombre—. Tengo que vestirme, además —dijeseñalando mi poco vestuario—, estaba haciendo la limpieza y se me hacía tarde para todo,me vine como estaba. Vuelvan a sus asuntos. Los dejo. Adiós.

Me sentí herida porque me había mentido, me había dicho que ella no visitaba su casapero aquí estaba. Eché a andar por el pasillo, casi corriendo, cuando lo escuché llamarme.Limpié la lágrima.

Llorar no. Llorar no.

—Bi, espera.

Él venía saltando en un solo pie hasta mí.

—Hey… —forcé la sonrisa—, no deberías hacer eso.

Mi impulso fue llegar hasta él para ayudarlo, como lo había hecho otro día, pero meresistí.

—Mañana me quitan las tablillas, estaré bien para el ensayo.

—¡Oh…! Bueno, ya te dije, Esteban ha estado asistiéndome. Recupérate mejor, ¿sí?Debo regresar a casa.

Me alcanzó por el brazo cuando me giré.

—¿Por qué estás vestida así? Te queda bien, pero no eres tú.

—Estaba haciendo limpieza, ya te dije, además, tengo esto —mencioné descolgando lachaqueta de mi cintura para ponérmela encima—. Ves, ya no parezco una Lolita.

—Te cambiarás para el ensayo, ¿verdad?

—Por supuesto, ¿qué me crees?, no saldría vestida así a ninguna parte —entonces me dicuenta de lo que estaba diciendo—, excepto aquí porque, ya sabes, vivimos en el mismovecindario y es como si saliera a comprar una taza de azúcar a la esquina, o algo así…

Le vi sonreír y alcanzar mi mano, tomar apenas la punta de mis dedos.

—Nunca te he visto ir vestida así a la esquina y llevo años mirándote pasar por mi callecuando vas a comprar esa tacita de azúcar que dices —tragué sin encontrar palabras paradefenderme, parecía que me había capturado, que sabía que había venido hasta su casa,vestida así, para coquetearle. Nunca más escucharía los consejos de Valentina. Nunca más—. Dile a Valentina que mañana recupero mi lugar en la cuadrilla, ¿sí?

—Te dije que recuperes tu salud —disimuladamente me solté de su contacto y me crucéde brazos—, que he estado bien en los ensayos. Además, creo que mañana no iré.

—¿No irás? ¿Por qué?

—Tengo que ver a la modista.

—Oh…

—¿Óliver? —Susana le llamó desde la puerta de su habitación.

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—Regresa a tus deberes.

Me di la vuelta y me marché.

* * *

—Cuéntame, ¿cómo estuvo todo?

—Susana estaba ahí cuando fui.

—¡Oh…, Bi! Lo siento.

—Está bien. ¿Dónde está ese amigo tuyo? Necesito desenamorarme.

—Me gusta escuchar eso.

* * *

—Hey, me fue bien en el examen gracias a tus apuntes —me comentó a la mañanasiguiente, después de la prueba de Literatura.

—De nada, eres muy inteligente, de todas maneras.

—¿Cuándo vas a aceptar un cumplido, al menos los que yo te hago?

Sonreí, tomé mis útiles y los coloqué en mi mochila, me di la vuelta y salí del aula.

—¡Aquí estás…! —Valentina me alcanzó en el pasillo, ella tenía otra clase durante mihora de Literatura—. Y, tú —reprochó de mal humor, giré y vi a Óliver detrás de mí—. Enfin —Valentina me tomó del brazo y caminó lentamente conmigo. Le sentí venir detrás denosotras—, Esteban admitió a Tom que le gustas y quiere bailar contigo en mi quinceañera,¿no es emocionante? ¿Qué me dices?

—A ella no le gusta, Valentina, y ya tiene con quien bailar en tu quinceañera —las dosnos giramos.

—Puedes… no hablar por mí, por favor —intenté sonar lo más dulce que pude.

—Ni voz ni voto tienes —argumentó Valentina—. Tus puntos están bajísimos.

—¿Qué puntos?

—Vi —le amonesté.

—Espera, tratas de decirme que… —me preguntó visiblemente angustiado.

—Que puedo defenderme sola —intervine antes de que sacara conclusionesequivocadas.

—Créeme, lo sé. ¿Podemos hablar aparte?

—Me dices luego, Bi —Valentina echó a rodar los ojos y nos dejó solos.

—Debo ir a mi siguiente clase.

—¿Más tarde?

—Tengo cosas que hacer.

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—¿Realmente lo prefieres a él?

—Debo irme, Ol. Nos vemos después, ¿sí?

—¿Irás a verme? —vociferó.

—No lo creo. Te buscan.

Cuando giró, Susana le esperaba.

* * *

¿Por qué estabas tan fría esta mañana?¿Cambiaste de parecer, quieres que otro sea tu chambelán?Por favor, responde.

Quise responderle, decirle que era con él con quien quería bailar la estúpida coreografía,pero realmente lo que quería era que me quisiera a mí y no a Susana, que me pidiera a míque fuera su novia. Pero éste era un anhelo que no me podía permitir.

Hace algún tiempo me prometí que no sería una de esas quinceañeras bobaliconas,desesperadas por tener novio, que los diecisiete, si es que alguien importante aparecía enese crucial momento de mi vida, sería la edad ideal para tenerlo. Los catorce estaban fueradel límite y eran prácticamente ilegales. Por qué, entonces, me molestaba tanto que éltuviera esta novia si a mí no me veía con ese potencial, y aun interesándole, no iba aaceptarlo.

¿Por qué?

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Capítulo 12

Afuera de tu casa.

¿Qué?

No estoy en casa.Esperaré aquí entonces.No puedes.Claro que sí.Te detendrá la policía por invasión.Correré el riesgo. Y no estoy invadiendo.

—Está bien, pasa —le indiqué abriendo la puerta, estaba sentado en los escalones de laentrada.

—Sabía que estabas aquí, escuché la música.

Entró y miró alrededor.

—¡Todavía llevas la férula! —me sorprendí, creí entender que se la quitaban ayer.

—El miércoles me la quitan.

Los dos estábamos en el pasillo antes de la cocina, antes de las escaleras que subían a lasrecámaras, antes de la sala.

—¿Limpieza? —miró mis piernas descubiertas.

—Sí.

Esta vez decía la verdad.

—Qué curioso que estos shorts sean más largos que aquellos con los que fuiste a verme.

—Tengo varios.

—Aquellos shorts me metieron en un problema.

Ah, ¿sí?

—Deja de mirar mis piernas, Óliver.

—¿Por qué?, son bonitas, ni flacas ni gordas.

—Basta.

—¿Cuándo vas a aceptar mis cumplidos?

—Nunca —me crucé de brazos—. ¿Y?

—Y, ¿qué? —se cruzó de brazos también.

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—¿A qué viniste?

—¿No puedo visitarte?

—Supongo que sí —me relajé.

—¿Entonces?

—Me ayudarás a limpiar o qué, en eso estaba antes de que te presentaras.

—Con gusto —replicó desafiante y me siguió.

Tomé la cesta de ropa sucia y me dirigí al cuarto de lavado. Él venía lentamente por lacondición de su pie y le esperé.

—Dame eso.

—No puedes... Tu pie.

—Dámelo —dijo quitándome el cesto de las manos.

—No tienes que hacerte el héroe conmigo, Óliver, puedo llevar mi cesto de ropa sucia.

—Lo sé —le rodeé por la cintura para ayudarlo, no quería que se cayera por mi culpa.

—Si me dejaras llevarlo podríamos andar más rápido.

—¿Puedes dejar de quejarte, niñita?

—Está bien, abuelito.

Cuando logramos llegar al cuarto de lavado incluí las sábanas sucias en la lavadora ysalimos nuevamente al pasillo. Se apoyó en mí para caminar.

—¿Cómo viniste hasta aquí?

—Me trajeron. ¿Qué hay ahí arriba?

—Habitaciones.

—¿La tuya?

—Y la de mi mamá, ¿cuál de las dos prefieres conocer?

—La de tu mamá. Obvio.

Reí.

—¿Dónde está ella?

Me siguió a la sala.

—En su trabajo.

Encendí la aspiradora.

—¿Trabaja el sábado en la mañana?

Preguntó en un tono más elevado por el sonido de la aspiradora encendida.

—Hasta la una, aproximadamente.

No preguntó otra cosa sino que empezó a andar por la sala, observando cada detalle, lasfotografías de la repisa y las colecciones de películas Blu-ray y de CDs.

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—Tienes una buena colección de películas. Hay muchas que nunca he visto.

Estaba sosteniendo la carátula de The Apartment.

—¿Ah, sí? —dije apagando la aspiradora. Mi trabajo en la sala había terminado despuésde unos minutos—. Ése es un clásico de Jack Lemmon y Shirley MacLaine, una películaromántica. ¿No me dirás ahora que te gustan las películas románticas?

—Si son buenas, por supuesto.

—¿Qué películas románticas te gustan? —cuestioné con incredulidad.

—La Casa del Lago es un clásico para mí.

—La Casa del Lago de Sandra Bullock y Keanu Reeves —dije incrédula.

—Es casi un thriller esa película. Ves, a ti también te gusta, aquí la tienes.

Miré al techo, ¿quién era este chico?

Tomé la pesada aspiradora, un clásico de mil novecientos noventa y seis, según mehabían informado, fiel a su dueña como ningún otro electrodoméstico. Me dirigí a lasescaleras.

—¿Adónde vas? —preguntó desde el estante de las películas.

—A aspirar las habitaciones.

—Espera, te ayudo con eso.

—Óliver, tu pie…

—Ya casi no duele.

Me quitó la aspiradora de la mano.

—Espera.

Saqué el teléfono del bolsillo de mi short y le disqué a mamá para decirle que Óliver meayudaría a subir la aspiradora, ya era bastante malo que estuviéramos solos en la casa.

—Hola, mami.

—Hola, hija.

—Eh… Óliver vino a visitarme…

—Ah, ¿sí?

—Ajá.

—¿El mismo Óliver del que me hablaste el otro día?

—Ajá.

—¡Qué bueno, hija!

—El asunto es que todavía estoy en esto de limpiar y debo aspirar las habitaciones,¿puede subir conmigo?

—No es tu novio, ¿verdad?

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—Claro que no, mamá.

—OK.

—¿OK?

—Confío en ti.

Con esto me mató.

—¿Echaste las sábanas a la lavadora?

—Sí.

—OK, te veo luego.

—Ciao, mami.

—Ciao.

Empecé a subir las escaleras pero no me pareció que viniera siguiéndome.

—¿Te quedas ahí?

—¿Sí puedo subir?

—Sí, pero no creo que puedas con ese pie como lo tienes y esa aspiradora.

Bajé nuevamente al pie de la escalera, donde estaba él, pasé mi brazo alrededor de sucintura y el cargó la anticuada aspiradora con una mano y con el otro brazo me rodeo laespalda para apoyarse. Empezamos a subir.

—Creo que extrañaré esto cuando se baje la inflamación.

—¿Qué cosa?

—Tú llevándome a todos lados.

—Será yo explotándote en todos lados, abusando de tu condición de hombre fuerte.

Rió.

Cuando llegamos arriba observó cada detalle del pasillo, habían cuadros y másfotografías familiares y de Valentina y mías. Le quité la aspiradora de la mano y la conectéa la electricidad, él se quedó en el pórtico de mi habitación.

—No te gusta el rosado —señaló mirando las paredes de mi cuarto.

—Sí, pero no para las paredes de mi habitación. No soy un cliché andante.

—Nunca pensé que lo fueras. La habitación de mi hermana, que tiene dieciocho, esrosada.

—Tu hermana, claro…

Así era cómo me veía, como su hermana.

—Con que éste es, ¿no?

No se contuvo y entró.

—¿Qué cosa?

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El vestido que llevaría en la quinceañera de Valentina colgaba de la puerta de mi armariocomo si fuera el centro, el objeto más precioso de la habitación. Óliver se dirigió hasta él.

—Me lo dieron ayer —me detuve a su lado, frente al vestido.

—Esteban estará contento de verte en él.

Bajé la mirada.

—Dime, ¿decidiste entonces que te gusta? Creo que siempre te gustó pero no quisisteadmitirlo.

—¿Por qué siempre tocas este tema, Óliver?

—Obvio —respondió enarcando una ceja—, porque quiero saber.

—Pero no es obvio por qué.

—¿No?

Negué con la cabeza.

—¿Estás segura?

Levantó mi rostro y me besó.

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Capítulo 13

—¿Por qué hiciste eso? —le reclamé.

—Porque tú… pensé que…

—Acabo de decirle a mi mamá que estarías aquí conmigo, que no eres mi novio, y ellaconfió en mí. ¿Ahora qué voy a decirle, que vinimos aquí y tuvimos una sesión de besos?

—Lo siento, Bi, yo pensé que… Me confundí… Lo siento.

—¿Para esto viniste?

—Claro que no.

—Porque también pudiste besarme allá abajo, sabes —le reclamé.

—¿Si te hubiera besado allá abajo te sentirías menos culpable?

—No lo sé. Mi mamá confía en mí, Óliver, no quiero decepcionarla.

—Ya —repuso visiblemente arrepentido, me acercó a él y me sostuvo, yo le rodeé por lacintura—. Lo siento, no lo volveré a hacer.

—No tenías que besarme… —dije todavía.

—Ya lo sé.

—Sé que sabes… —que me gustas—. No necesito tu compasión.

Me separé de él.

—¿Por qué viniste aquí, en realidad? —soné un poco más enojada de lo que estaba.

—Quería verte… No me gusta cómo han estado las cosas entre nosotros los últimosdías.

—A mí tampoco, pero así son.

—No tienen por qué ser así.

—No veo cómo pueden ser distintas.

—Tú no permites que sean distintas.

Me senté en el borde de la cama.

—Bi —se arrodilló frente a mí y jugó con mis dedos—. Vine para mejorar nuestrarelación, no para empeorarla. Quiero que confíes en mí. Lamento haberte besado,¿podemos volver a lo de antes?

—Está bien —dije mirándome las uñas, sintiendo un nudo en la garganta.

—¿Puedes dejar, por un minuto, de sentirte incómoda?

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—No veo cómo.

—¿Quieres que le diga a tu mamá de esta indiscreción, que te besé sin tu permiso, así nome permita venir a visitarte nunca más?

—Qué loco eres, no. Nadie le contará nada, ¿está bien?

—Está bien. ¿Quieres que me marche?

Levanté la mirada para verlo. No quería decidir cosas, quería que él decidiera todo pormí, ¿por qué me hacía esto?

—Si quieres irte no me lo preguntes.

—Está bien, no quiero irme —se sentó en el piso, frente a mí, y se recostó de la pared,debajo de la ventana—. Siéntate aquí a mi lado, prometo solo pasar mi brazo alrededor detu espalda. Ése será nuestro único contacto, ¿puedo? ¿Puedes…?

Sin pensarlo un segundo fui a sentarme con él, apoyé mi rostro sobre su pecho y él pasósu brazo alrededor de mi espalda, me besó el cabello y jugó con mis manos; yo le rodeé lacintura y por primera vez pensé en lo que había pasado. Óliver me había besado, mi primerbeso, ¿de amor?, se había sentido afectuoso, cariñoso de su parte, como si hubiera queridohacerlo en días, pero, ¿era así? Habría sido fácil levantar el rostro y tratar de repetir el beso,comprobar que había afecto en su contacto y dejarle saber, porque estaba segura de que lohabía hecho todo mal, que sentía afecto por él también; pero no podía romper mijuramento, estaba negada a ser una de esas quinceañeras bobaliconas desesperadas por losbesos y los novios.

—Me mentiste —dije hablando de otra cosa que necesitaba sacarme del pecho.

—Nunca.

—Dijiste que ella no iba a tu casa.

—Es verdad —respondió acariciándome la mejilla.

—No era necesario que mintieras, solo debiste tratar de que las dos no colisionáramosallí al mismo tiempo.

—Ella solo fue a verme por lo de mi pie.

—Lo imaginé —le dije y le abracé un poco más. Creí escuchar los latidos de su corazón,palpitando fuerte contra su pecho, y me inquieté, no era verdad que retumbaran así por estaproximidad conmigo. No era verdad—, pero es obvio que no le agrado.

Él exhaló.

—¿Por qué será?

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Capítulo 14

El domingo lo pasé flotando en una nube, no podía concentrarme en nada, y esto quetenía tareas por hacer y exámenes para los que estudiar, solo podía pensar en la mañana-tarde de ayer, en Óliver almorzando aquí en la casa, acompañándome en los quehaceres ymirando The Apartment conmigo.

—Óliver, ¿te quedas a almorzar? —le preguntó mamá cuando vio la oportunidad.

—No quiero importunar, señora Gladys, ya me iba.

—Has estado aquí toda la mañana acompañando a Bianca, ayudándola con el almuerzo,¿y esperas que te deje ir? No.

Mamá tomó el teléfono inalámbrico y se lo dio para que llamara a su casa y participaraque se quedaba a almorzar con nosotras. Óliver lo tomó pero me miró vacilante, comobuscando en mi expresión si yo estaba de acuerdo con esto o no.

—¿Qué esperas? —le dije y enseguida marcó el número de su casa.

Pasé el almuerzo como pude, tenía el estómago cerrado y sentía que en cualquiermomento derramaría el jugo o me caería encima el plato de arroz, de lo nerviosa queestaba. Óliver no se veía más cómodo que yo.

—Por qué no comen, ¿tan mal quedó el pollo horneado?

—Está muy bueno.

—Ustedes cortaron las papas y rebanaron la cebolla, si sabe mal, tienen parte de laresponsabilidad.

—Está riquísimo, mamá —le robé una mirada a Óliver, que me miraba también, ycontinué comiendo, pero dejé la cuarta parte, algo que nunca me había pasado con lacomida de mamá.

—Qué te parece, Óliver, Bianca no quiere una quinceañera —dijo de la nada. Óliverdejó de jugar con el arroz.

—Eso me ha dicho —repuso mirándome.

No quería que mamá sacara este tema, no con Óliver aquí.

—Entonces sabes que en pocas semanas será su cumpleaños…

—Mamá…

—Lo sé.

—¿Por qué no me ayudas a convencerla?

—Mamá, ya hemos hablado de esto.

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—Ah, sí, dice que la única manera de complacerme, qué te parece, ella cumplirá quinceaños y yo seré la complacida, será si le hago una quinceañera… ¿cómo dijiste, hija, Rap?

Me sobresalté y mis pupilas se dilataron.

La única razón por la que había sugerido una quinceañera Rap era porque a Óliver legustaba bailar como Drake. Óliver tomó un bocado completo de arroz, mirándomeextrañado.

—Mamá a Óliver no le interesan estos temas.

—¿No es Óliver tu chambelán en la quinceañera de Valentina?

—Sí pero él está empujado a serlo, no ha sido voluntario.

—¿Es así, Óliver?

—Ella sabe que disfruto mucho su compañía —respondió mirándome y sentí que mederretí.

—Me contenta saberlo —agregó y me apretó la mano por debajo de la mesa, yo la mirécon ganas de echarla de su propia casa. ¿Qué estaba haciéndome?—. A ver cómo meayudas a convencerla, tal vez te animes a ser su chambelán en su quinceañera también.

—Con gusto, señora, pero ella no me ha invitado.

—¿Cómo, no? —me miró reprendiéndome, como diciéndome que lo primero que hedebido hacer es asegurarme al chambelán.

—Es porque no existe tal fiesta, Óliver. Y, mamá, Óliver ya ha sido el chambelán deveinte niñitas de la escuela, debe estar aburrido de serlo.

—Una vez más no me matará.

Las mariposas de mi estómago se agitaron. Las ignoré, recogí los platos de la mesa y mefui al fregadero.

—Ves, cariño —mamá se aproximó a la cocina con los vasos y la jarra, casi vacía, dejugo. Óliver la ayudó—, ya tenemos el chambelán. Vamos, celebremos una bonitaquinceañera, pero escoge otro tema, uno más femenino que eso del Rap. Qué tal Pop, o,¿Taylor Swift? —Óliver y yo reímos—. Ella está de moda, ¿no?

Taylor Swift, ya podía imaginar a Valentina vestida de T. Swift fatale, como la del videoBlank Space, y a Tom disfrazado de Harry Styles.

—¿Qué te parece el tema del Nunca Jamás?

—Qué graciosa —dijo colocando los vasos junto al fregadero, esperando su turno paralavar. Óliver dejó la jarra de jugo en el refrigerador.

—Déjalos ahí, mamá, yo los lavo.

—¿Segura? —asentí y ella continuó con su cháchara—. Nunca me gustó Peter Pan,cariño. Me ayudarás a convencerla, Óliver, ¿verdad que sí?

—Haré lo que pueda.

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—Te lo voy a agradecer. Me voy a descansar un rato. Buenas tardes, chicos. Óliver,quedas en tu casa.

—Gracias, señora Gladys.

—Ve, Señora Fastidiosa, te vestiré a ti de quinceañera para que realices tu sueño.

—Qué simpática —me dijo y se perdió en las escaleras.

Óliver se apoyó de la isla, viéndome enjuagar la vajilla y me dijo:

—Entonces, te harán una quinceañera…

No dije nada.

—Y no estoy invitado, eso dolió.

Dejé la esponja en seco y lo miré, estaba bromeando, tenía que estar bromeando.

—No tendré una quinceañera.

—Parece que sí y que no estaré ahí.

Sentí que el estómago se me revolvía, ¿estaba hablándome en serio?

—Duele saber que no estoy en tu lista corta de amigos.

Continué enjabonando los platos cuando detecté en su tono, y en sus labios oprimidos,que sí estaba bromeando. Froté un poco más hasta que obtuve suficiente espuma y se lasalpiqué en la cara.

—Ah, ¿quieres jugar? —tomó un puño de agua del chorro y me lo echó en la caratambién. Reí y froté mis manos jabonosas en su rostro—. Paz, paz, me pican los ojos —sehizo espacio y se inclinó en el fregadero para echarse agua.

—Lo siento —me disculpé mientras alcanzaba una toalla. Ven —tomé su rostro entremis manos y le limpié el agua chorreante de la frente y las mejillas, él cerró los ojosmientras me permitía hacerlo—. No existe lista corta ni larga. No hay lista. No hay fiesta.

—Qué lástima —abrió los ojos nuevamente—, habría sido la única quinceañera para laque me habría ofrecido voluntario como chambelán —dijo agrietando mi pecho—.Empezaba a imaginarme bailando contigo esa tonta canción de Chayanne en tucumpleaños.

—Jamás bailaría semejante cursilería voluntariamente.

—Es un clásico de las quinceañeras.

—No el mío.

—¿Puedo preguntarte algo?

Óliver se había portado tan maravilloso toda la mañana y lo que iba de la tarde, atento ysin faltar a esa promesa de no besarme otra vez, que, a este punto, cualquier solicitud suyaera bien recibida. Asentí.

—¿Todavía tiene que ver con el tema del baile entre padre-hija?

Lo miré a los ojos y me sentí indefensa. En realidad ya no sabía por qué no quería laquinceañera, suponía que había estado tanto tiempo en negación, que decir que no me era

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más cómodo; sin embargo, desde que mamá introdujo el tema con él y él pareció tandispuesto a celebrarla y a ser mi chambelán, empecé a cuestionarme que tan negada estabaa tener una de estas estúpidas fiestas de quince años.

—No necesitas responder —dijo aclarándose un poco la garganta, no con petulanciacomo otras veces, sino como una disculpa—, en realidad ha sido una intromisión míapreguntártelo —su mirada estaba en el suelo y sus manos, una jugando con la otra—. Seque sientes nostalgia del baile entre padre-hija, que esto te afecta y que es una de lasrazones por las que no… —parecía muy nervioso—. Lo que intento decir es que tuquinceañera no tiene por qué ser un mal recuerdo, que no pretendo, jamás, llenar un lugarque no me corresponde porque, además, sería incestuoso, pero yo estaría ahí paraacompañarte. Me ofrezco voluntario como tu chambelán.

—Te encanta esto de ser chambelán, ¿no es así?

—Nací para ello —dijo bromeando pero luego agregó—: Me gusta la idea de repetircomo tu chambelán en tu quinceañera.

Mi corazón palpitó fuerte.

—Prefiero bailar Hotline Bling en mi quinceañera, son los mejores pasos que te salen.

Vi cómo frunció el entrecejo y rió.

—¿Hotline Bling?

—Ajá, Quinceañera Rap.

—¿Escogiste este tema para tu quinceañera porque a mí me gusta esa canción? —preguntó cuidadosamente.

—No —dije nerviosamente.

—Porque me gusta el tema de tu quinceañera.

—Y a mí qué si te gusta o no.

Óliver rió.

—¿Vemos esa película que nunca has visto?

—¿Y después podemos ir por un helado?

* * *

Hola, ¿cómo estás? Quiero invitarte a salir, ¿qué dices?

Me emocioné al recibir el texto, pero al leerlo, supe de antemano que el remitente no eraél, en sus mensajes siempre estábamos en la mitad de una conversación, nada de “Hola,¿cómo estás?”. Le escribí un mensaje a alguien más.

¿Por qué le diste mi número a Esteban?Insistió. ¡¿Qué te dijo?!No te importa.

Los mensajes de Valentina firmaban: Una semana para mi quinceañera#CountingDown

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No puedo, estaré estudiando todo el día. Gracias.

Lo menos que podía hacer era responderle con cordialidad.

Entiendo, te veré mañana.

Recibí un nuevo mensaje de texto.

¿Te pidió salir con él y te negaste? ¿Qué tanto tienes que estudiar? Mentirosa.

No se lo conté yo, pero suponía que los chismes corrían rápido entre primos.

Responde, Bi.

* * *

La semana pasó muy rápido, lunes y martes le pasé las asignaciones y mis apuntes aÓliver por correo, sentí raro encontrarme con él en su casa después de que estuvo tancariñoso conmigo todo el sábado y tan ausente el domingo, no que estuviera obligado anada, pero se sentía raro igual, como que era yo quien estaba dando el primer paso para estereencuentro y no quería. No quería que pensara, si hubiera ido a llevarle esas notas enpersona, que había ido porque quería que repitiera el episodio (largos abrazos-beso), noquería que imaginara que iba a verle a él, y, sobre todo, no quería ir porque tenía miedo deencontrarlo con Susana allí. El martes en la noche recibí el siguiente correo.

Para: BiancaDe: ÓliverAsunto: NotasÉste es el trato frío que vas a darme, veo. Mi pie todavía inflamado y no vienes a explicarmela tarea.

Para: ÓliverDe: Bianca Asunto: NotasTambién doy clases vía web. ;).

Para: Bianca De: ÓliverAsunto: NotasNo es tan divertido como las clases personalizadas.

Miré este último correo y me remordió la conciencia, pero mis miedos eran superiores alas ganas de comportarme como una buena amiga.

Para: ÓliverDe: Bianca Asunto: NotasLa próxima vez ;)

El miércoles, durante la jornada escolar, Valentina llegó con una noticia:

—¡Tom rompió conmigo! —exclamó abalanzándose sobre mí.

—¿Por qué? —le pregunté tomándola entre mis brazos.

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—Dice que estoy tan obsesionada con mi quinceañera que no me doy cuenta de lomucho que lastimo a los demás.

Nos sentamos cada una en su asiento de la clase de Geografía. La profesora no habíallegado al salón todavía.

—¿Se atrevió a decirte eso? ¡Qué mentiroso!

—Tú también, Bi.

—Lo siento.

Escuchamos un alboroto en la puerta del salón y nos giramos a ver qué ocurría, varios delos chicos saludaban a un nuevo integrante.

—Óliver, ¿estás bien ya?

Sentí que el estómago se me revolvió al escuchar su nombre.

—Sí, ¿por…? Hola, Bi —dijo acariciándome la mejilla. Óliver estaba de pie junto a mí,me gustó verlo caminando perfectamente y sin la férula.

—Hola —le respondí apenas mirándolo. No sabía cómo actuar con él ahora que estabade regreso y no quería pensar cómo iba a ser cuando lo viera con Susana.

—Bi, ¿será que me lo prestas para que sea mi chambelán? —preguntó rogando—. Lagracia de Óliver al bailar es incomparable con el resto de los chicos.

—Espera, espera… Has jugado con todos a tu antojo, me quitas y me pones de tubailecito cuantas veces has querido; ¿ahora quieres que sea tu chambelán?

—¡Tom rompió conmigo! —se levantó y se abalanzó sobre él llorando, Óliver me mirócomo preguntándome qué pasaba y yo asentí que era verdad. Luego me causó gracia vercómo, forzado, posó una mano en la espalda de Valentina para darle consuelo—. Meapoyarás, ¿verdad que sí?, ¿serás mi chambelán?

—¿Qué pasará con Bianca?

—¡Hey!, no tengo nada que ver. Puedes ser su chambelán si así lo prefieres, además, eslo que siempre quisiste.

—Es distinto ahora.

—No seas así, Óliver, Bi tiene a Esteban y también disfruta mucho del backstage uoffstage, como ella quiera llamarlo.

—Es tu mejor amiga, ¿prefieres que te sirva?

—Ella no me sirve, le gusta ese trabajo, ¿verdad que sí, Bi? —me miró buscando que ledijera que me encantaba estar backstage u offstage, y sí me habría encantado, si desde elprincipio ése hubiera sido mi rol en su quinceañera; pero entonces me encumbró al talEsteban y luego a Óliver, y ahora no quería otra cosa que participar en el estúpido baile coneste último.

—¿Ves? —le reclamó él al observar que no respondí—. Además, volverás con Tommypara el sábado y él continuará siendo tu chambelán. Mi respuesta es no. Mi pareja siguesiendo Bianca.

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—Bianca bailará con Esteban, ¿no te lo ha dicho?

—¿Es eso cierto?

Me miró incrédulo.

—Yo, no…

—Claro, todo el tiempo que estuviste ausente él ocupó tu lugar, ¿no supiste? Hasta lainvitó a salir…

—¿Es así? —preguntó furioso.

—Eh…

—¿Te invitó a salir?

—Sí, pero…

No acepté.

—Está bien —hablaba con Valentina, pero me miraba a mí—, me quedo fuera de esto.

—Pero, Óliver…

Intenté detenerlo, pero se dio la vuelta y se fue a un asiento lejano al mío.

—¿Qué voy a hacer, Bi?

—Eres muy egoísta, Valentina. ¿Sabes qué?, me quedo backstage-offstage. Mejor túbaila con Esteban.

Me levanté de mi asiento, tomé mis útiles y salí de la clase de Geografía, que todavía noiniciaba. Maldito sistema impuntual de educación pública.

—Bi, Bi, Bi —dijo alcanzándome en el pasillo—. Perdóname, Bi, ya no sé lo que hagoni lo que digo. Es cierto, estoy cegada por esta quinceañera, pero que falten todos menos tú—me abrazó—. Quédate a Ol, he sido una insensible al querer quitártelo, con todo lo quesé que te gusta, pero no me dejes, no me faltes, Bi. Perdóname.

—Ya, Valentina —me separé de ella—, ¿sabes qué?, si quieres que Óliver baile contigo,quédatelo, pero lo que le dijiste no me gustó.

—¿Que te quedabas con Esteban?

—Sí, lo dijiste como que lo prefería antes que a él, y sabes bien que no es así. ¿Y porqué le dijiste que me invitó a salir, si conoces cuál fue mi respuesta?

—Lo dije para provocarlo, Bianca, para ver si reacciona. Algún día me lo agradecerás.Mira, no sé qué le molesta más, que lo sustituya de mi coreografía o que Esteban se quedecontigo.

—No intervengas en eso, Valentina, por favor.

—No lo haré más, ¿me perdonas?

—Estoy acostumbrada a ti, te perdono, pero te has portado muy mal últimamente.

—Arreglaré las cosas con Óliver también. Quiero que ambos estén en mi coreografía —dijo tomando mis manos—. Juntos.

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—Déjalo, ya lo escuchaste, se sale de la cuadrilla.

—Es porque está dolido, pero él quiere bailar contigo, Bi. Me gustó como salió al frentepor ti, defendiéndote y reclamándote. Le reconozco eso.

Sentí que me dolió el corazón.

—No intervengas más, por favor —le pedí aguantando las lágrimas.

—Debo hacerlo, he actuado como una muy mala amiga.

—Un poco, pero ya, no lo presiones más —le dije soltándome.

—No pienso presionarlo.

—Lo harás aunque te ruegue que no, ¿verdad?

—Debo.

Exhalé.

—¿Vamos a la clase?

—No quiero entrar.

—¿Por qué?

—Está furioso conmigo, por tu culpa. No puedo verlo todavía, piensa que le traicioné, ymira que soy bien mala leyendo a la gente.

—Voy a arreglar esto.

—Se le va a pasar, estoy segura.

No lo estaba pero no quería su intervención en nada más.

—¿Segura que no quieres entrar a la clase?

—No a ésta.

—Tomaré apuntes por las dos —me miró compasiva.

—Gracias.

—¿Nos vemos más tarde?

—Sí.

—Te quiero.

—También.

Pensé en vagabundear por los pasillos un rato, mientras terminaba la clase de Geografía,hacer tiempo para explicarle a Óliver cómo estaban las cosas realmente; pero me sentíademasiado herida por todo, por cómo, tan fácilmente, él había aceptado, sin escuchar miversión, lo que Valentina le había expuesto, y, sobre todo, por cómo él pensaba que le habíatraicionado. Sintiéndome febril, tomé el bus y regresé a casa.

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Capítulo 15

¿Por qué no viniste?, Esteban preguntó por ti.Valentina, sé tu coreografía de memoria, y prefiero quedarme offstage. Gracias.¿No bailarás?No.¿Ni con Óliver?Óliver no quiere saber nada de mí.Hablé con él en el recreo, le dije que yo era la responsable de lo que estaba sucediendo,pero no me escuchó. Lo siento, Bi, es todo mi culpa.Hablamos mañana, Vi.Por favor, llámalo, y explícale.Buenas noches, Vi.No me cortes. Siento haber causado esta fricción entre ustedes. Es cierto lo que dice Tom,soy muy egoísta. Hablaré con Óliver nuevamente. Perdóname, Bi.Por favor, no, deja las cosas como están. Mañana hablo con él. Que descanses.Que descanses, hermana.

Me llevé el teléfono al pecho, quería escribirle, preguntarle por qué estaba tan enfadadoconmigo, pero no pude, lo creí imprudente y pensé que si él hubiera querido que leexplicara algo me habría contactado.

Pero al día siguiente el sentimiento de zozobra se acrecentó cuando lo vi incorporarse ala clase y dirigirse a uno de los últimos asientos, a tres filas de distancia de la mía,ignorándome por completo. Varias veces lo busqué con la mirada pero parecía más absortoen su teléfono que en los números de la clase de Aritmética. Nunca se fijó en mí, comootros días que le tocó sentarse lejos, y sentí que el alma se me pulverizaba. No aguantabamás, tenía que buscarle, explicarle lo que pasaba, o no podría continuar asistiendo a lasmismas clases que él.

—¿Podemos hablar?

Me acerqué antes de ir al recreo.

—¿Sobre? —preguntó orgullosamente.

—Eh, bueno…

—¿Óliver?

—Hablamos después. Me buscan —señaló el pasillo, Susana le esperaba.

Tal vez no haga falta.

—Claro.

Y con este intercambio me tranquilicé, todo volvía a ser como antes, bueno, noexactamente como antes, porque si hacía algunas semanas no tenía idea de que podía sentiralgo importante por él, ahora lo sabía y esto me había cambiado; pero sabía también queesta conexión que habíamos tenido últimamente no era genuina sino que había sido

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enteramente circunstancial. Por supuesto, verlo tan normal con la chica que realmente legustaba me calmó esta ansiedad de tener que explicarme, era obvio que no era necesario yque lo que viniera de mí no le importaba.

—¿Resolvieron sus asuntos? —me preguntó Valentina más tarde, cuando me llamó a micel.

—No.

—¡Ay!, ese cabeza dura me va a escuchar.

—Valentina, por favor, deja las cosas como están.

—¿Cómo las voy a dejar como están si como están no estaban?

—No es mayor problema. Estás exagerando.

—Lo siento, Bi.

—Deja ya de sentirlo, estoy bien.

—Te quiero. Perdóname.

—También, y deja ya de pedirme perdón, me hace sentir incómoda.

—Si tú estás incómoda, qué diré yo.

—Todo se va a arreglar, ya verás —dije para imprimirle optimismo pero no pensaba enrealidad, con lo distanciado que estaba Óliver, que nada fuera a arreglarse.

—Eso espero. Te veo mañana, tengo que estudiar para el parcial de Biología.

—Hasta mañana.

El sábado en la mañana

¡¡¡Feliz cumpleaños!!!Graciaaaassss. ¿Hablaste con Óliver?¿Desde cuándo eres la sexta reina?

Los mensajes de Valentina ahora firmaban: Feliz cumpleaños a mí. #QueenVi

¿Sexta Reina?Queen VI.Ja, ja, ja, tontita, no me hagas reír. Soy Queen Vi, como Queen Bey, y no me distraigas.Dime, ¿hablaste con Óliver?

Quise explicarle que el Bey de Beyoncé era una homofonía comparable al Bee delas abejas, y que no pensaba que su Vi, en inglés, de donde venían todas estaspalabras, fuera homófono con los anteriores, pero la dejé ser feliz con su gramática;en español daba igual la “v” que la “b”.

No. Ya déjalo, Vi.Está bien. Lo siento mucho, mucho. Perdóname, Bi. ¿Qué hablamos del perdón? En una hora salgo a tu casa.

La cuadrilla ensayaría desde temprano, me esperaba mucho trabajo con la señoritaEstella.

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Te espero.

* * *

—¿No llevarás el vestido, cariño?

Mamá entró a mi habitación cuando me terminaba de vestir, llevaba un vestido colorblanco hueso, que se le ceñía adecuadamente al cuerpo. Ella había tenido algunospretendientes antes, con los que Valentina y yo solíamos fantasear cuando éramos niñas,pero de esto había transcurrido algún tiempo y mamá seguía sola. Quería que fuera feliz ysi estar sin pareja era su felicidad, la apoyaba, pero si su anhelo era tener una relación conalguien, hoy era el día para conseguirlo (aunque tal vez no hubiera muchos padres solterosen la quinceañera de Valentina). Tampoco quería sonar como una de estas personas que ledesean a otra, tan pronto como se le presenta la primera oportunidad, que ojalá pescara unpretendiente; pero esta noche mamá se veía particularmente hermosa y me atrevía adesearle que un buen hombre soltero se fijara en ella.

—No, mamá. No bailaré.

—Aún no te habla, ¿cierto?

—No.

—¿Qué hay del otro chico?

—No quiero bailar con él. Nunca quise.

—Es una pena, me habría gustado verte bailar. Bueno, esto no hay otra manera deexponerlo, ¿me dejas maquillarte? —me preguntó aunque ya llevaba en la mano su estuchede monerías—. Te prometo que soy muy buena.

—Claro, mamá —le dije riendo.

Me colocó base, máscara para pestañas, sombra de ojos, un poco de rubor y labial.

—Te ves muy linda —dijo poniéndome delante un espejo de mano.

Sentí temor de verme, normalmente no usaba maquillaje.

—¿Qué tal? —me preguntó.

Me gustó que la chica que estaba viendo todavía se viera como yo, mamá me habíahecho un maquillaje muy sencillo. Sonreí.

—Te dije que era buena. ¿Podemos llevarlo? —preguntó mirando el vestido que todavíacolgaba de la puerta de mi armario.

—No veo el punto.

—¿Qué hay si Valentina quiere que lo lleves puesto?

—Me veré ridícula con él puesto, mamá, si no voy a bailar.

—Deberíamos llevarlo. Nunca se sabe.

Lo alcanzó en la puerta del armario y lo bajó.

—Mamá, no…

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Capítulo 16

La Quinceañera de Vi

Mi rol de asistente estaba activado, me dieron un set de audífonos con el que podíacomunicarme con la señorita Estella, no que quisiera tenerla en los oídos constantemente,pero me sentí un poco como Jennifer Lopez en La Planeadora de Bodas, muy profesional.Cuidé que ningún intruso se acercara al área de vestuario y que los maquillistas y modistasestuvieran alineados con el tiempo, eran las nueve y media y a las once la cuadrilla debíasalir al escenario para iniciar la tan ensayada coreografía. Gracias al Cielo que había venidoen Converse o ya no podría caminar, me ardían los talones.

—Por favor, vístete —me dijo Valentina mientras le hacían los bucles.

—Estoy feliz ayudando a que todo te quede perfecto.

—Quiero que participes en mi coreografía. Eres la que mejor baila —me dijo entredientes.

Es porque tenía al mejor chambelán, quise responderle pero me lo reservé.

—¿Él no ha venido aún?

Negué con la cabeza.

—Me lo prometió en la tarde —dijo molesta—. A mí que no vuelva a hablarme en loque le resta de vida.

—¿Hablaste con él en la tarde?

—Por teléfono, sí, me dijo que vendría. Mentiroso. ¡Ay!, duele —reclamó cuando lerecalentaron uno de los bucles cerca de la oreja.

—Deja de moverte tanto —le dijo el estilista.

—No fastidies. Bi —me tomó las manos—, sé que quieres bailar con él y con nadie más,pero allá afuera está Esteban dispuesto a ser tu chambelán, si se lo permites.

Había visto a Esteban hacía un rato, varias niñas del colegio le tenían rodeado cuando seacercó a mí para saludarme. Lucía muy apuesto de traje.

—Entonces no saldrás en la cuadrilla —me dijo después de que me saludó.

—No.

—Te habría acompañado, sabes.

—Gracias, pero no bailaré.

—Creo que lo fastidié todo contigo, ¿no?

—Las coreografías de quinceañeras nunca fueron lo mío.

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—Recuerdo que me lo dijiste una vez, pero no me refería a eso.

¿Tal vez se refería al mensaje de texto? No hubo nada malo en su mensaje de texto,excepto por que ése no era el camino que quería que siguiera nuestra amistad, si lo queperseguía con su invitación era ponerse romántico conmigo.

—¿Bailas conmigo otra cosa que no tenga que ver con Chayanne?

—Eh, bueno…

Con la única persona que quería bailar la estúpida canción de Chayanne y todas lascanciones que tocaran en esta estúpida quinceañera no estaba aquí.

—Tengo… —señalé el auricular— trabajo.

—Claro…

—Te veo luego.

—Me gustó verte.

Solo le sonreí y salí huyendo.

—Quiero tanto que participes en mi coreografía —continuó Valentina— que, imaginaesto, no me importa que Esteban no tenga el traje de los chambelanes y arruine porcompleto la vista de la cuadrilla.

Me reí y le besé la mano, en la frente corría el riesgo de quemarme con el rizador.

—Quiere decirme que viene dispuesto a qué… Pero, ¡qué muchachito!

La señorita Estella me agobiaba en los oídos con no sé qué.

—Algo pasa allá afuera —le participé a Valentina.

—Por favor, ve —me dijo aterrada—, y, piénsalo.

—¿Y por qué está vestido así? —escuché otra vez en el auricular.

—Señorita Estella, ¿qué sucede? —le pregunté a través del dispositivo.

—No debía cambiarse todavía.

—¿Señorita Estella? —continué pero ella no respondía.

—Nadie puede verlo ataviado o se perderá toda la sorpresa, los chambelanes están enotra sala.

Abrí la puerta de la habitación donde estaba con Vi y las demás chicas de la cuadrilla ybajé corriendo las escaleras, los empleados de Dulce Quinceañera andaban de un lado aotro, canapés y todo tipo de entremeses paseando en lujosas bandejas de la cocina al jardín,donde se había armado una lujosa tienda para los invitados. Entre un grupo que se movía deallá para acá la encontré.

—¿Sucede algo, señorita Estella?

—Lindos zapatos.

Miré mis pies y luego lo vi a él, detenido frente a mí. Tragué.

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—Ah… la manzana de la discordia. Por favor hazte cargo de esto, niñita, y definan, porfavor, si van o no a bailar en la coreografía para hacer los ajustes con los demás. Esto es lopeor que me ha sucedido en toda mi carrera como coreógrafa de quinceañeras.

Óliver lucía muy apuesto, me tomó un segundo reaccionar a que estaba vestido con eltraje gris de los chambelanes. Le tomé de la mano y lo saqué de allí, sabía el celo que teníala señorita Estella de que vieran a la cuadrilla antes del espectáculo.

—¿Qué haces vestido así? —le pregunté cuando llegamos al patio trasero de la casa deValentina.

—Tenía este traje y no quise desperdiciarlo.

—A la señorita Estella no le habrá parecido que vinieras vestido como los chambelanessi no ibas a bailar.

—La señorita Estella estará agradecida —dijo quitándome los auriculares— de quellegó el chambelán que faltaba para que su coreografía no se fastidie.

—Entonces, vas a bailar —los colocó en la mesa de jardín junto a nosotros.

—Creo que sí.

—¿Con quién?

Enarcó la ceja, su mirada fija en mí.

—A menos que prefieras a otro. Tú decides.

—Bailarás conmigo.

—Si me aceptas.

—Pero estás enfadado conmigo.

—Ya no, excepto por este pequeño detalle de que te invitaron a salir, pero de ello,realmente, no puedo culparte; ¿o sí?

Todavía recordaba lo que Valentina le había dicho, que Esteban me había invitado a salir.

—¿Culparme?

Tomó mi mano y me acercó a él atrayendo mi rostro hacia su pecho. Me abrazó yautomáticamente le rodeé la cintura para evitar que se alejara de mí otra vez. No queríaperder a este amigo nunca, aunque tuviera todos estos sentimientos involucrados en elmedio.

—Realmente no puedo culparte de que seas tan dulce y se fijen en ti. ¿Aceptaste?

Negué con la cabeza.

—¿Por qué no?

—Ya te lo dije antes. No me gusta.

—¿Sabes qué me molesto?

Negué con la cabeza.

—Que estuve contigo todo el sábado y no me lo dijiste.

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—No sabía que tuviera que decírtelo.

—Claro que no.

—Y eso no fue el sábado.

—¿Cuándo fue?

—El domingo —levanté el rostro para verlo—, pensé que eras tú, cuando recibí elmensaje.

—Quise escribirte el domingo… En realidad quise visitarte otra vez, pero pensé que ir averte dos veces, el mismo fin de semana, era demasiado para mi reputación, ya sabes.

Me reí un poco, éste era el Óliver que me gustaba tanto.

—Me habría conformado con un mensaje —le dije acomodándome nuevamente en supecho.

—Ahora lo sé... Pensé que no tenía tu número —dijo separándose un poco para verme.

—Ya debe haberlo borrado, pero yo no se lo di.

—Valentina, claro —dijo sin preguntarlo, mirando al frente—. Si no fuera porque estatarde me explicó algunas cosas, y la noté verdaderamente arrepentida, no podría perdonarlecómo quiso intervenir en el mínimo detalle.

—¿Qué te explicó Valentina? —me aparté. Pensé que había hablado con él solo parainsistirle que viniera a su fiesta y bailara conmigo, no para explicarle algo más.

—Luego te lo digo —dijo rascándose la cabeza.

—No. Ahora —me crucé de brazos. Yo también podía ser insistente.

Dos personas perdidas pasaron alrededor de nosotros. No tenían por qué estar aquí, elpatio trasero de la casa de Valentina, la casa de Valentina, estaba fuera de los límites de laquinceañera.

—¿Les ayudo en algo? —les pregunté.

—Buscamos los sanitarios.

—Están del otro lado, entre los arbustos.

La mamá de Valentina había contratado dos sanitarios portátiles de lujo, que estabaninstalados en un lugar reservado y alejado de la tienda, del otro lado de la casa.

—Gracias.

—No tienes por qué hacer esto —dijo persuasivo, refiriéndose a lo de ser asistente en laquinceañera de mi mejor amiga.

—No me incomoda hacerlo. Dime lo que sabes —demandé.

—Pero no me gusta verte sirviéndole.

—Dime —le halé un poco del traje para obligarlo a hablar.

Exhaló fastidiado de mi insistencia.

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—Que ella estaba obligándote a que aceptaras a Esteban y que no tuviste que ver en eseúltimo disparate que armó, ¿eso quieres saber?

—¿Cuál disparate?

—Que preferías a Esteban como chambelán.

—¿Y qué más te dijo?

Negó con la cabeza.

—Si viniste después de que estabas tan ofendido es porque te reveló algo más.

—¿Qué debió revelar?

—Dímelo tú.

—¿Quieres saber?

—Sí.

—Vine porque me importa un bledo si me reemplaza, pero que no diga que esto desustituirme significa más para mí a que tú lo prefieras a él.

—¡¿De dónde sacaste eso?!

Éstas habían sido las palabras que Valentina empleó, hacía tres días, cuando me dijo quequería provocarlo.

—¿No fue lo que dijo?

—¿Nos escuchaste?

—Algo —dijo medio asustado—. Cuando te vi reclamarle lo egoísta que había sido ysalir del salón, pensé en ir detrás de ti también, pero entonces las escuché hablando en elpasillo y preferí no intervenir. Me quedé detrás de la puerta, lo siento.

—¡Oh, por Dios! —dije doblándome hasta la mitad de mi cuerpo. Aquello no había sidolo único que Valentina había planteado ese día.

Quédate a Ol, he sido una insensible al querer quitártelo, con todo lo que séque te gusta, pero no me dejes, no me faltes, Bi. Perdóname.

No podía verlo otra vez, él lo sabía. Lo sabía. Siempre pensé que intuía un poco que amí me gustaba él pero que lo tuviera confirmado era bochornoso.

—Bi, ¿estás bien? —se dobló a mi lado y apoyó una mano sobre mi espalda, yo meerguí nuevamente y empecé andar de arriba abajo y a echarme aire en la cara con lasmanos, las lágrimas amenazaban con salir a cántaros—. Bi, estás asustándome —dijomirándome ir y venir—. Mira, lo que escuché no es tan malo, de verdad.

—Para ti, que no te verás afectado por ello, pero a mí empezarás a mirarme con máscompasión de la que ya me has tenido, y luego, tal vez, a decir por ahí que yo… ¡Oh, porDios!

—No es verdad.

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—No bailaré, Ol, puedes quitarte esa ropa. ¡No delante de mí! —solté pronto, antes deque pensara que soñaba con verle desnudo—. Te verás muy ridículo vestido así si no eresuno de los chambelanes.

—Bianca —dijo mirándome con ojos afectados.

—¿Qué?

—No creo que no te hayas dado cuenta.

Darme cuenta de qué, de que él también sentía algo por mí. Ésa era una fantasía de micerebro, no podía ser verdad. Casi me pongo a llorar como una de esas muchachitasbobaliconas.

—Tú tienes novia. Susana —le reclamé—. ¿Por qué todo el tiempo andas poniéndoteromántico conmigo? Me confundes.

—Rompí con Susana el mismo día que fuiste a mi casa y te vi salir huyendo porque ellaestaba ahí.

—No es cierto.

—Sí lo es. El sábado, cuando fui a tu casa, ya no estaba con ella. En realidad nunca heestado con ella, Bianca, nunca fue mi novia.

—Te he visto con ella, Óliver —dije rabiosa—. La he visto besarte en la boca.

Lo vi respirar profundo.

—No sabes cómo me sentí cuando presenciaste eso, Bi, y cómo te admiré cuando tequedaste.

—En realidad me fui.

—Pero no por esa razón. No sé si sirva de nada ahora pero no sabía que ella venía asentarse conmigo en el almuerzo, no la había visto desde el sábado en la noche, cuando, loadmito, algo pasó entre nosotros después de que te fuiste de la fiesta sin permitirme que teacompañara a tu casa —sentí que se me revolvía el estómago con esta explicación. Eracierto, el día de la quinceañera de Abby, él ofreció acompañarme a casa y yo le dije queregresaría con Vi, pero ésta no era excusa para que hubiera iniciado un romance con ella—.Si brevemente tuve algo que ver con ella, Bianca, fue porque alimentaba mi ego cuando túlo hacías polvo.

—Entonces es mi culpa.

—No quise decir eso. Mira, voy a explicarte algo que no creo que imagines, pero escomo si hubieras pasado un switch, activado un afecto en mí que no sabía que existía,cuando me reñiste ese día que molestaba a Valentina con que yo debía ser su chambelán.

—Yo no estaba celosa ese día.

—Yo pensé que sí y eso me gustó.

—¿Por qué?

—No lo sé… Porque eres distinta, inocente, estable, no saltas de una relación a otra ynunca te he escuchado hablar de chicos como lo hacen las demás. Te ves bien en jeans, en

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shorts y en mini vestidos —su intento de hacer una broma. Incómoda, bajé la falda delvestido que me había prestado Valentina y me crucé de brazos, enfatizando que no me habíagustado el comentario—, con y sin maquillaje —continuó acariciando mi mejilla, sin darleimportancia a mi lenguaje corporal—, y tengo suerte de que casi nunca llevas porque alnatural te ves más bonita. Tus héroes son literarios e idolatras a Fanny Price. De todas lasAusten a Fanny Price —dijo como si estuviera demente—. Tu defensa de Fanny me diotodos los puntos en el examen de Mansfield Park.

Internamente me contentó que lo que dije sobre Mansfield Park en la clase le hubieraservido en la prueba. La mayoría de los chicos no leyó un cuarto de la novela (tal vez élestuviera en el lote), todos buscaron la serie de la BBC o de la ITV. Solo Valentina y yocompletamos el libro.

—Fanny es fiel a sus sentimientos —me defendí.

—Exacto —sus caricias iban desde mi mejilla al cabello—. Cuando me amonestaste,aquella vez, estúpidamente pensé que yo había movido algo en esa chica sensible, y no sécómo explicarlo pero me gustó. Después confirmé, con tu actitud, que todo estaba en miimaginación y había gente dispuesta a que me pasara la fantasía.

Susana.

—Cómo esperabas que pensara diferente en ti, Ol, si tú siempre pretendiste a Valentina,y aunque yo sabía, o al menos me parecía, que esas atenciones, en su mayoría, constituíanun pasatiempo para ti, que no sentías algo real por ella, conmigo nunca las tuviste (y yo nolas quería, Óliver, no confundas), conversabas conmigo como lo hacías con cualquiera delas chicas que no te gustaban, y para mí estaba bien. Pero si Valentina hubieracorrespondido esas atenciones a tiempo —añadí lentamente—, estarías con ella y noteniendo esta conversación, aquí, conmigo.

—Lo sé, lo sé —me atrajo hacia él y me abrazó, un abrazo con el que parecía solicitarmeperdón por su actuación previa con mi mejor amiga—. Que por un tiempo la distinguiera aella no significa que no tuviera claro quién eres y lo que vales, pero, ya ves, siempre mepareciste medio inalcanzable y preferí irme por lo fácil… Hasta que me reñiste ese día.

—Pero realmente no estaba celosa, te lo juro.

—Ahora lo sé.

Mi corazón latía fuerte pero aun así le abracé un poco más.

—Dime, ¿es cierto? —preguntó tomando mi rostro entre sus manos.

—¿Qué?

—¿Sientes algo por mí?

Asentí.

—¿Tú sientes algo por mí?

—Es lo que he tratado de decirte, muchachita, que estoy enamorado de ti.

Una risita tonta se me escapó y lo abracé otro poco más.

—Te parezco gracioso, veo.

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—No.

Lo miré nuevamente, él bajó su rostro y me besó.

—¡No puedes hacer eso, Óliver! —le reclamé separándome de él, que me besara nohabía sido mi intención.

—¿Qué?

—Besarme.

—¿Tan mal lo hago?

—No, pero de nada servirá.

—¿Por qué?

—Mejor regresa con Susana.

—No quiero a Susana, te quiero a ti.

—Vas a matarme, Óliver.

Realmente estaba matándome con todo lo que estaba diciéndome. Tenía que ser justa, sirealmente sentía por mí esto que decía, debía contarle la verdad.

—Bien, escucha —saqué una silla de la mesa de jardín y me senté, él sacó otra y la trajofrente a mí—, hace mucho tiempo, cuando las niñas de la clase empezaron con esto de losnovios, prometí que no sería una de ellas, que no sería una de esas muchachitas estúpidasque solo viven por tener novio.

—Eso parece y es una de las cualidades que me gustan de ti.

—Pero, no entiendes. No sé qué es lo que quieres pero no quiero tener novio, no hastalos diecisiete.

—¿Diecisiete?

—Sí.

Me pareció que aguantaba la risa y luego me soltó una verdad aplastante.

—No te he pedido que seas mi novia —me mordí la uña cuando esta verdad cayó sobremí como un balde de agua fría.

—Oh… —dije pero sentí que había pulverizado mi orgullo—. Bien, bien —me levantéde la silla, la coloqué en su lugar e intenté andar adentro de la casa, él no lo permitió.

—Aún no—dijo tomando mi mano.

—No lo hagas —me giré y él se levantó de la silla—. Te diré que no.

—¿Diecisiete años? Eso es dentro de… dos años y un mes.

—Te cansarás de esperar y yo tendré mi corazón destrozado.

—¿Por qué?

—Porque habrás conocido a alguien sin tantas complicaciones —le dije y le abracénuevamente, él me apretó fuerte.

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—¿Bailarás conmigo la tonta canción de Chayanne? —me preguntó al oído.

Asentí.

* * *

Vi gritó de emoción cuando le di la noticia. El bramido de la señorita Estella sonódistinto.

—Pero, qué pasó, ¿está aquí?

Asentí y ella se levantó de la silla, dejando al maquillista con la brocha en la mano, ysaltó conmigo.

—¿Se arregló todo entre ustedes?

—Somos los mismos amigos de antes.

—Ay, qué contenta estoy. Ya, ya —le dijo al maquillista—, estoy lista, dedíquese a ella,por favor.

—No quiero maquillaje, Vi.

—Él solo va a retocarte —me dijo sonriendo y me calmé, aunque Ol había dicho que meprefería sin maquillaje, quería verme bonita para él.

—Te dejaré tan neutra como vienes maquillada —me dijo el hombre apuntándome conla brocha.

—Gracias.

A cinco para las once el padre de Vi vino a buscarla y los chambelanes vinieron pornosotras. Ol apretó los labios cuando me vio.

—¿Qué?

—Nada.

Miré a otra parte. Andábamos hacia la tienda, al espacio donde en la mañana y parte dela tarde había ensayado la cuadrilla, encontré a mamá en su mesa y la saludé con la mano.Mamá se tocó el corazón cuando me vio y me sopló un beso. Yo le sonreí de vuelta y sentíque Óliver me ajustó más a su brazo, había visto la interacción entre mi madre y yo.

—Tu mamá fue mi aliada —me dijo al oído mientras andábamos.

—¿Tu aliada?

—¿Habrías traído tu vestido si no ibas a bailar?

Me sorprendí.

—Estás muy bonita —dijo, me dejó en mi lugar de la tienda y fue a ocupar el suyo.Chayanne empezó a cantar.

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Capítulo 17

Óliver empezó a visitarme todos los días, algunas veces por unos minutos y otrasdurante largas horas; en ninguna de estas visitas intentó besarme ni repetir que estabaenamorado de mí, aunque sí tomara mi mano y me abrazara con frecuencia, lo cual erahorrible, durante los largos abrazos, mantener esta decisión mía de no tener novio hasta losdiecisiete. Pero todavía tenía catorce años y me consideraba muy inmadura para esto. Nisiquiera depilaba mis piernas o las cejas, indispensable, según Valentina, para conseguirnovio. No podía pensar en esto aún. Me lo prohibía.

—¿Alguna vez pensaste que nos llevaríamos bien? —preguntó apartando la hoja deContabilidad a un lado. Óliver y yo estábamos, como el resto de la escuela, estudiandocomo locos para los últimos exámenes—. Quiero decir, no nos llevábamos mal, y yo másque nadie sé cómo empezó todo, pero…, ya sabes, cuando eras esa dulce y tierna niña, porallá, por el sexto grado, ¿pensaste que, en el futuro, tres-cuatro años después, serías mimejor amiga?

Detuve el lápiz, los dos estábamos sentados en el piso, nuestras espaldas apoyadas delpie de mi cama, teléfonos, borradores y más papeles alrededor.

—¿Soy tu mejor amiga? —pregunté incrédula.

Asintió.

—No —dije tímidamente pero feliz, respondiendo su pregunta anterior—, ¿tú?

Sacudió la cabeza y luego añadió:

—Siempre me caíste bien.

—Pero casi no hablabas conmigo.

—No y no tengo excusas para ello, excepto que siempre he sido bastante estúpido.

—Nunca has sido estúpido, fuiste de los primeros de la clase en entender los númerosromanos —en el sexto grado.

—Los números romanos son lo mío.

Reí.

—Está bien, eras un niño, de todas maneras. Que fuera amiga de un chico, cuando teníaonce años, me habría parecido ilógico. Estaba feliz con Valentina.

—¿Ya no estás feliz con ella?

—Estoy feliz con ambos en mi vida.

Su sonrisa fue genuina.

—Pues yo nunca pensé… —dijo, entonces, mientras miraba mi habitación.

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—Espera.

—¿Qué?

—No quiero que éste sea uno de esos momentos en las películas cuando el protagonistale dice a la chica que la quiere y ella no le dice nada en respuesta—Óliver tenía cara de note he dicho que te quiero—. También eres mi mejor amigo.

—Ah, eso…

Le di un guiño y él sonrió.

—¿Qué me decías?

—Estoy en blanco —dijo jugando con mis dedos—, Esa información ha sidoimportante. Es como en las películas, cuando el protagonista le dice a la chica que la quierey ella le responde: “yo también”.

—Algo así.

Reí.

—Iba a decir que en aquel entonces (y después) no pensé que alguna vez me invitarías atu casa y mucho menos que me permitirían entrar a tu habitación.

—Mi aburrida habitación de paredes blancas.

—Me gusta que tu habitación tenga paredes blancas y que de tu ventana se vea miedificio.

—Apenas veo el perfil del edificio y no se ve tu apartamento.

—Me conformo.

—A mi mamá no le gusta tanto la idea de que subas a mi habitación, pero intentarelajarse.

—Bajemos, entonces —empezó a recoger los útiles.

—Está bien —lo detuve colocando mi mano en su antebrazo. Óliver dejó de recoger elrevoltijo de papeles que teníamos alrededor nuestro—, ella dice que los tiempos hancambiado, que confía en mí, y que entiende que mi habitación es mi casa dentro de su casay que los jóvenes necesitamos nuestro espacio. La única regla es que debo, mientras estásaquí, con ella o no en la casa, mantener esa puerta abierta —añadí señalando la entrada delcuarto.

Óliver rió.

Realmente no estábamos solos, mamá había estado en la parte de abajo de la casa hastahacía cinco minutos, pero subió a informarnos que estaría tomando café con la señora Lily,nuestra vecina de la casa de al lado.

—Yo tampoco imaginé que alguna vez vendrías a mi casa. He conocido mucha gente enmis años de escuela pero mi constante siempre ha sido Valentina. Nunca pensé que alguien,diferente a ella, vendría aquí para hacer tareas.

—¿A ella también le aplican la regla de la puerta?

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Le di con mi lápiz en la frente y él rió.

—Aunque… —mordí una uña—, tan loco como parezca, Rubén estuvo aquí una vez.

—¿Creepy Rubén?

—Sí.

—¡Ouch!, eso fue un golpe bajo.

Reí.

—¿Creepy Rubén conoce esta habitación antes que yo?

—No. Escucha, en segundo año, Valentina y yo fuimos obligadas por la profesora deFrancés a incluirlo en nuestro grupo de trabajo, Vi y yo le ofrecimos que haríamos todo elportafolio sobre los lugares turísticos de París y que lo agregábamos primero a los créditos,pero no aceptó. Vi no quiso que nos reuniéramos en su casa porque pensó que, conociendosu lugar de residencia, Creepy Rubén empezaría a acosarla, aunque también se rehusó a quenos reuniéramos en la casa de él.

—Que te acosara a ti, entonces.

—No le tengo miedo a Creepy Rubén, pero, sobre todo, tampoco quería ir a su casa. Vi yyo resolvimos preparar todo el material la noche anterior, de manera que solo faltaraenviarlo por correo cuando él compareciera al día siguiente. A Creepy no le quedó másalternativa que revisar en tres minutos nuestra obra y observar cómo enviábamos laasignación a la profesora Céline desde su e-mail, lo único que le concedimos de este trabajocon nosotras.

—Además de ir primero en los créditos, por supuesto.

—Además de ir primero en los créditos.

—Es por esto que lo llaman Creepy Rubén —me dijo apartándome el flequillo, su manocontinuó acariciándome el cabello y la mejilla—, sabe cómo meterse en la casa de la chicamás bonita de la escuela.

—No soy la chica más bonita de la escuela —dije sintiendo en el estómago el cosquilleoque me producían sus palabras.

—¿Quién dice que no?

—Yo y el resto de la escuela.

—¿El resto de la escuela?

—Valentina es la niña más bonita de toda la escuela, todos lo sabemos.

—No para mí.

—Para ti también. Y no te atrevas a decirme que estoy celosa —le amenacé y él rió.Toda mi mejilla estaba en su mano.

—Ya no.

Bajé la mirada, nadie, además de mis abuelos, mi mamá o Valentina, me había dicho queera bonita, y que Óliver lo pensara significaba algo especial para mí.

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—Hey… —dijo tomando mi rostro entre sus manos.

—No quiero ser la más bonita de ningún sitio, me conformo con ser normal.

—Pues eres bonita y muy normal.

Sonreí y al levantar la mirada los vi, rosados y atractivos, prohibidos y pecaminosos.Miré a otro lado, tenía que controlarme o él no tendría fuerzas para resistirse.

—A los diecisiete, ¿estás segura? —preguntó como si me hubiera leído la mente.

—Sí —le dije mirando todavía sus labios rosados.

—No a los dieciséis y medio.

—No.

—Ni a los dieciséis.

—Tampoco.

—Supongo, entonces, que los quince son impensables.

—Prohibidos.

—Son dos años enteros…

—Lo sé.

—Es solo un beso, no es la gran cosa, apenas una muestra de afecto.

Quería dejar de mirarlo porque estaba derritiéndome, a dos segundos de flaquear, dedarle razón y permitirle que me demostrara ese afecto al que se refería.

—Si lo hacemos una vez —le dije—, continuaremos haciéndolo.

—Entonces, ¿por qué resistirnos?

Bajé la mirada y pensé en el dolor que sentiría cuando dejara de visitarme y de ser esteamigo ideal que había encontrado inesperadamente, cuando se enamorara de alguien que lecorrespondiera como él merecía, por esta estupidez mía de resistirme a que me besara y aque fuera mi novio.

—No te aflijas —dijo acercándome a él—. Tengo una fuerza de voluntad que no sabes.

Mantenerme fiel en lo que era para mí correcto y lo que no estaba matándome.

—Hagamos algo… —flaqueé separándome un poco de él. Sabía que en algún punto deesta amistad peligrosa, que tenía con Óliver, iba a flaquear—. Cuando tenga quince, ¿sí?

—¿Qué cosa?

—Podrás… podemos… ya sabes…

—¿Me permitirás besarte?

—Sí.

—En una semana —dijo dudoso.

—Creo…

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—No el día de tu quinceañera pero el verdadero día de tu cumpleaños.

—Ajá.

—Siete días a partir de hoy.

—Sí.

—Podré besarte.

—No a cada minuto. No seré una de esas quinceañeras bobaliconas, ya te dije y túaceptaste.

—No lo serás.

—El miedo que tengo es…

—¿Es?

Me colgué de su cuello y él me acurrucó.

—Que una vez que me beses querré repetirlo y repetirlo y repetirlo.

—No digas…

—Pero no lo harás —me separé para amenazarlo.

—No.

—Solo a veces.

—Cuando tú me lo permitas.

—Si esperas que te lo permita no me besarás nunca y eso será horrible.

Juntó su boca con la mía y me besó.

—Tramposo.

—Solo esta vez. Perdona.

Me acomodé sobre su pecho y me quedé ahí acurrucada con él.

—En una semana podrás repetirlo.

—Sabré esperar.

—Lo sé.

—Te quiero —dijo besándome el cabello.

—Yo también.

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Capítulo 18

Una semana después

Querida Bianca, no quiero sonar trillado porque sé, por tu mamá, que eres una muchachita muy inteligente,que tienes más idea del mundo que una mujer de treinta, pero quisiera, a través de esta carta, empezar acomponer las faltas que cometí cuando era un muchacho irresponsable; el objetivo de ésta es con laesperanza de tener un reinicio contigo, hacer borrón y cuenta nueva, y poner en orden nuestra relación, sitodavía se puede. Te pido, entonces, autorización, querida niña, para que, si tú así lo consideras, mepermitas verte y accedas reunirte con ésta, tu otra familia, que no tiene responsabilidad alguna de miserrores del pasado. Sé que poco ha sido lo que te he dado, financieramente hablando, y nada, afectivamente,pero de esto me siento profundamente arrepentido y quisiera enmendarlo.

No quiero agobiarte ni meterme así de fácil en tu vida cuando tan fácil me salí hace quince años, peroespero obtener tu consentimiento y pronto recibir noticias tuyas. A Carmen, a los niños y a mí nos gustaríaque vinieras el próximo fin de semana a almorzar, si en tus planes cabemos, y si de algo sirve paraconvencerte, en caso de que tengas dudas, tienes una hermanita de diez años que anhela conocerte.

Feliz cumpleaños.

Papá.

—Es una carta de él, léela.

Estábamos en la cocina, la carta había estado allí, en el mesón, desde la mañana, pero nome había atrevido a abrirla hasta que Óliver vino a verme.

—¿Estás bien?

Asentí.

—¿Estás segura? —refiriéndose a lo de leer la carta.

Asentí nuevamente y empezó a leer en silencio.

—¿Piensas ir? —preguntó al devolverla.

—No lo sé.

Abrí la despensa, saqué un paquete de popcorn y lo coloqué en el microondas.

—El sábado es tu cumpleaños, quiero decir, tu quinceañera.

—Lo sé. Tal vez deba escribirle que no podrá ser.

—O podrías invitarlo.

—Eso no —dije a la defensiva—. Él lo dice ahí, sabe que no puede entrar así de fácil ami vida cuando tan fácil se salió.

—¿Qué dice tu mamá?

—Nada, no quiere influir en mi decisión.

Óliver me atrajo hacia él y me besó en la frente, yo le rodeé la cintura.

—Todo va a estar bien.

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Asentí.

El pop del maíz se escuchaba como melodía de fondo. Óliver sirvió las palomitas en elbowl y andamos hasta el sofá de la sala para ver una película que él había rentado.

—¿Ól?

Tenía que sacarme la carta de papá de la cabeza.

—¿Sí?

—Hoy es el día de mi cumpleaños.

No era como si tuviera que recordárselo porque me había escrito desde la medianochepara desearme feliz cumpleaños y cuando vino, hacía unos minutos, me había dado elabrazo más caluroso del día.

—Sí, quince años, ¿qué se siente?

—Nada, excepto esta estúpida sensación.

—¿Cuál?

—No lo sé es como si me sintiera especial, como si se hubiera operado un cambioinexplicable dentro de mí que se exterioriza sin yo poder intervenir, como si me viera másfemenina, o algo así.

—Siempre has sido femenina —dijo acariciándome el cabello desde su esquina del sofá.

—Pero ahora es como si todas las miradas estuvieran sobre mí por el simple hecho detener quince.

—¿Quién ha estado mirándote?

—La gente del supermercado, cuando fui al mediodía con mamá.

—¿Alguien que conocieras?

—No, ¿ahora me entiendes?

—Qué loco.

—Pero eso no era lo que quería decirte —dije sacudiendo la cabeza.

—¿Qué entonces?

—Es esto que dijimos que…

—¿Qué…?

Me parecía que él sabía lo que estaba por pedirle pero se hacía el desentendido.

—Acerca de cuando yo tuviera quince.

—¿Qué sería?

—¿No recuerdas?

—No.

—Entonces, no importa.

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Le quité el bowl de las manos y tomé un puño de palomitas.

—No se vale, dime.

—Nada. Olvídalo.

Él se acercó un poco más y se sentó más acá de la mitad del mueble, muy cerca de mí,pasó su brazo detrás de mi espalda, y tomó un puño de palomitas del bowl. Tomé el controldel Blu-ray y di play a la película. Él me acercó un poco más a él y me besó el cabello.Metí mi mano en el bowl y saqué otro puño de palomitas, mi mano y la de él se encontraronallí. Nos miramos.

—Dime una cosa, ¿qué momento del día crees que sea el más oportuno para darte esebeso que me autorizaste para cuando cumplieras quince?

No esperé que fuera él quien tomara la iniciativa, devolví el puño de palomitas que habíatomado al bowl, me abalancé hasta él y lo besé, le quería tanto que no podía esperardemostrárselo.

Fue un beso un poco más largo, dividido en varios pequeños besos y otros no tan cortos,más intenso que cualquiera de los pocos que habíamos tenido antes.

—¿Eso querías hace rato?

—Malvado —dije lanzándole palomitas.

—¿Por qué? Esperaba que lo pidieras.

—Pensé que lo cobrarías sin necesidad de que te rogara.

—Quería que por una vez lo pidieras tú, yo siempre quiero hacerlo —dijo, todavíajugando con mi flequillo.

—¿Siempre quieres besarme? —pregunté sorprendida.

—Cuando te veo, o estamos solos, como ahora. Es normal —explicó encogiéndose dehombros.

Lo miré un rato más, figurando esto que me había dicho; sabía que nos gustábamos yque nos queríamos, pero no sabía que él tuviera esta necesidad.

—Puedes hacerlo cuando quieras o se pueda…

—¿Qué? No…

—Sí.

—Estoy bien, no voy a presionarte.

—No me presionas.

—Estaré contento de esperar a tus dieciséis.

—Pero yo no —le dije cruzándome de brazos como una niñita haciendo berrinches.

—¿Qué está pasándote?

—Nada, simplemente que estoy dispuesta a ser una de esas muchachitas bobaliconas dequince años que tienen novio. Seré todo un cliché.

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Él negó con la cabeza, incrédulo.

—Ol —dije levantándole el rostro—, estoy enamorada de ti.

—Lo sé y yo también.

—¿Entonces?

—No serás lo que tanto has repudiado, no por mí.

—Por ti estoy dispuesta a liberarme de los prejuicios.

—No es justo.

—No quiero perderte.

—No me perderás.

—Te aburrirás.

—Si iba a aburrirme, ya habría pasado, y no hay un minuto del día que no esté pensandoen ti.

Le besé nuevamente.

—Éste es un récord.

—Sí —le dije y sonreí.

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Capítulo 19

Finalmente debo relatar que acepté la quinceañera. Complacer a mamá fue lo queprimero me movió, visto también que ella accedió a que fuera una Quinceañera Rap, perotambién me atrajo la idea de que Ol repitiera conmigo como mi chambelán, esta vez porelección y no arrastrado al puesto, aunque esta posición fuera solo nominal pues nobailaríamos el vals tradicional de las quinceañeras.

La idea de la Quinceañera Rap era que no hubiera pompa, como tanto me había gustadola fiesta de Abby, cero minivestidos o tacones, una fiesta más parecida a mí; pero misinvitados, los chicos y chicas de la clase, se tomaron muy en serio la temática y vinieronataviados como Rihanna, Nicki, Beyoncé, Jay Z, Drake y Kanye, aunque la más popularfuera Kim, quien lo único que tenía en común con el rap era a Kanye; Valentina vistió comoKim, Abby vistió como Kim y Mónica vistió como Kim.

Desde temprano Óliver y Valentina estuvieron colaborando con mamá y conmigo en ladecoración del patio de la casa con bambalinas, farolas multicolores y cortinas de lucespara recrear la quinceañera, y en la noche Óliver lució guapísimo, nada de rapero sinocomo él mismo, jeans y camiseta, excepto por que trajo tenis blancos como los de Hova.Mamá quiso que me pusiera un vestido que me había comprado para la ocasión, que notenía que ver con el look del rap pero más con el de Taylor Swift, sin embargo era tanbonito que decidí complacerla en esto también.

Temprano definí no ir al almuerzo al que me había invitado mi padre, si íbamos a jugar aesto de la familia feliz debía ser paso a paso; pero hubo algo en su carta que me conmoviómucho y que no podía sacarme del cerebro, la idea de esa hermanita me tenía muypendiente y le pedí a mamá que solicitara a Carmen que la trajera para la Quinceañera Rap.

Lucy era una niña pecosa, hermosa, dulce y cariñosa. Me contó que asistía al quintogrado de la escuela primaria y que solo obtenía As y Bs en las asignaciones escolares, quele gustaba cantar y bailar y que, por supuesto, era una Belieber. Durante el rato que duró miquinceañera fue el centro de atención de todas mis amigas, y cuando no la tenían ocupadame acompañaba a todos lados. A mí me contentó muchísimo que sintiera esta afinidadconmigo porque era la niña que siempre imaginé tener como hermana, si era que se meconcedía este deseo alguna vez, y le daba gracias al Cielo que así había sido.

A las diez escuché a Fifty Cent decir que iba a festejar como si fuera mi cumpleaños ysupe que era mi turno del vals. Mamá bailó conmigo un cuarto de la canción y luego mecedió a Óliver. Más temprano me convenció de que debía bailar algo romántico y que si nome gustaba la estúpida canción de Chayanne que escogiera otra, que no le parecía que Inthe Club o Hotline Bling fueran mi vals; entonces concedí que, cuando Drake terminara suhimno, todos bailáramos XO como en el video de Beyoncé, aunque Ol y yo hiciéramos algode trampa y bailáramos, fuera del grupo, tres cuartos de la canción.

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—¿Es tu novio, Bianca? —preguntó Lucy cuando me siguió a la cocina, luego del set decanciones del “vals”.

—¿Quién? —me hice la que no entendí la pregunta, y serví hielo en una cubeta.

—El chico que bailó contigo, el que te mira constantemente.

—Hola —dijo él apareciendo, mirándonos a las dos—. ¿Te ayudo?

—Sí, por favor —dije intentando contener la risa—, ¿me alcanzas el ponche?

Óliver abrió el refrigerador y extrajo el ponche que había preparado mamá.

—¿Quién será?

Lucy se miró los dedos y no dijo nada. Óliver colocó el ponche en el mesón y esperó larespuesta de la niña, él también la había escuchado cuando entró a la cocina detrás denosotras.

—Ol, Lucy y yo estamos hablando de asuntos femeninos.

—Oh, perdonen —tomó nuevamente el ponche, apretando los labios para no reír—. ¿Lollevo afuera?

—Sí, por favor, y esta cubeta.

Óliver tomó la cubeta y salió. Yo busqué vasos limpios en el gabinete.

—Él —dijo cuando Óliver se retiró.

—Pues, la verdad es que nunca me lo ha pedido, pero sí me ha dicho que estáenamorado de mí.

—Perdonen otra vez —dijo reapareciendo en la cocina, todavía oprimía los labios paraevitar reír—, olvidé esto —tomó del gabinete un utensilio para servir el ponche.

—¿Tú qué crees? —le pregunté a Lucy pero la niña se puso de todos los colores cuandoél apareció y no contestó—. ¿Qué dices tú, Óliver?

—No sé de qué hablan.

Le sonreí y él salió de la cocina despavorido.

—Yo creo que sí es tu novio —dijo luego. La abracé y la niña se ciñó a mi cintura y medijo que siempre quiso tener una hermana mayor.

—Y yo una hermana menor —la besé en el cabello—, me contenta que vinieras.

—A mí también.

—¿Me ayudas a llevar estos vasos afuera?

—Sí.

La opinión general fue que mi Quinceañera Rap había sido la mejor de la temporada,reconocido incluso por la mismísima Valentina. Todos los chicos de la clase bailamos,comimos e hicimos juegos y charadas, hasta que fue suficientemente tarde y debieronmarcharse.

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Mi padre pasó por Lucy después de las diez. Me gustó ver que parecía un hombreinteligente que entendía que su amistad conmigo no podía ser forzada y que debía serproporcional, pero igual me agradó sentir su incómodo abrazo cuando se acercó a mí parasaludarme. Lucy y yo quedamos en hacer próximos planes para vernos y nos despedimos.Me contentó el lazo que había formado con mi nueva hermanita, quien, como él mismohabía dicho en su carta, no tenía responsabilidad alguna del error que había cometidoconmigo.

Cuando se terminó todo y los demás se marcharon, Ol se quedó conmigo un rato más,estábamos en el patio, sentados en una banqueta, él jugaba con mis manos.

—Tenías razón.

—¿Razón?

—Mi quinceañera no tenía por qué ser un mal recuerdo.

—¡Oh…! —exclamó asintiendo—. Ha sido divertida y reveladora.

—¿Reveladora?

—He escuchado que soy tu novio.

—Ah, eso… —reí sonrojada—. No dije que lo fueras, dije que nunca me lo has pedido,pero que estaba bien porque habían otros sentimientos involucrados que aliviaban eseestatus.

—Creo que una vez intenté pedírtelo pero me vi obstaculizado.

—Pero nunca más insististe.

—Es porque, de algún modo, así es como me siento.

—¿Obstaculizado?

—No —rió.

—¿Cómo?

—Como tu…, ya sabes, esa palabra que no quiero pronunciar porque saldrás corriendo,espantada.

—Te prometo que no.

—Ah-ah, eres demasiado importante para mí como para arruinarlo. No quiero obligartea nada. Sé que tienes unos principios bien definidos y eso me gusta.

Me acerqué un poco más a él y lo besé. No nos habíamos besado desde el verdadero díade mi cumpleaños, hacía tres días, y extrañaba muchísimo demostrarle mi afecto.

—Me has cambiado —dijo él en su abrazo, apartándome el flequillo de la frente.

—Y tú a mí.

—Entonces, ¿eres mi novia?, ¿eso somos?

—¿Quieres que lo sea?

—Desde el día que me reñiste. Celosa.

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—Que no estaba celosa —me defendí—. ¿Desde hace tanto?

—En retrospectiva, sí, y desde que te vi en esos shorts.

—¿Ah, sí…? Ése fue un consejo de Valentina. Nunca más la voy a escuchar.

—Sabía que esa idea no podía ser tuya.

Reí y le besé rápidamente.

—Sí, soy tu novia.

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Epílogo

—¿Qué era lo tercero?

Le pregunté una tarde que me invitó a comer helado, mientras esperábamos a Vi y a Tomen la plaza frente a mi casa para salir a una doble cita.

Lo sé, me había convertido en un cliché andante, pero no me arrepentía.

—¿Tercero?

—Sí, cuando me dijiste, ya sabes, la palabra P, en la cafetería.

Lo vi bajar el rostro. Mi intención no había sido hacerlo sentir mal.

—Hey —le levanté el mentón, sabía cuánto se arrepentía de haberme llamado patética—, no creo que pienses que lo soy, solo tengo curiosidad. Primero, me dijiste que erainteligente, excepto por esos días —le recordé.

—Que no entendieras mi broma fue como si Valentina hubiera terminado con tu agudezacon esa canción de Chayanne y su señorita Geist —dijo recuperando el humor.

Reí.

—Segundo, me explicaste que se suponía que me riera contigo de lo que Vi me obligabahacer.

—Ajá.

—¿Qué era lo tercero?

—¿No lo sabes aún? —me dijo irguiéndose, robando un poco de mi helado de avellana,él comía de chocolate.

—No, no me lo dijiste porque saldría corriendo.

—¿Y no lo imaginas?

—No.

—¿Segura?

No entendí nada.

Óliver exhaló.

—Realmente esa canción de Chayanne te secó.

—Está bien, no lo digas. Tal vez no lo recuerdas.

—Lo recuerdo bien.

—Creo que no.

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—Bianca, ¿qué habría sido lo único que, viniendo de mí, en ese momento, te hubierahecho salir corriendo de mi lado?

Cualquier cosa me habría hecho salir corriendo de su lado ese día, pero lo único…

Negué con la cabeza en incredulidad.

—Ya te lo he dicho, desde que me reñiste esa vez y luego en esos mensajes de texto. Memandaste a la M…

Recordé el mensaje al que se refería y me sentí avergonzada del vocabulario que habíaempleado con él.

—No te avergüences, lo encontré todo muy merecido. Alguien tenía que ponerme en milugar.

—Pero, no es cierto…

—Sí lo es.

Me besó en la sien y me quitó otro poco de helado.

—Lo tercero es que ya estaba más o menos loco por ti.

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Obsequio: Un Amor EncantadoLee los cinco primeros capítulos de mi nueva novela romántica

SinopsisMarie Miller sabe que el que está por dar no es el mejor de sus pasos, que va contra las

leyes divinas, pero considera que contratar los servicios de una bruja para colocar un"tratamiento” al único novio que ha tenido desde los dieciséis, es su último recurso y laacción adecuada. Con lo que Marie no cuenta es con su atractivo vecino, que se resiste avestir camiseta, que tiene un abdomen que la hace mirar hasta la imprudencia y que podríaalterar la fórmula del hechizo en el que ha depositado todos sus ahorros.

Uno

24 de octubre

(Jueves)

—Hasta que decidiste venir.

Trémula miré a la alta y sofisticada mujer que salió a recibirme. En el trayecto hasta sucabaña había empezado a llover y hacía tanto frío que mis dientes castañeaban. Sabía que elque estaba por dar no era el mejor de mis pasos, que iba contra las leyes divinas, pero estaacción era mi último recurso.

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—Las de tu clase siempre terminan solicitando mi asistencia —se giró y caminó adentrode la cabaña esperando que la siguiera—. Ten, sécate —ordenó pasándome un paño quetenía en un armario junto a la puerta—, estás chorreando y preferiría que no enlodaras elpiso… Y cierra la puerta detrás de ti.

Me sequé y cerré la puerta como me ordenó. Me impresionó lo lujoso y distinto quelucía el interior de la cabaña en comparación con lo desmejorada y descolorida que se veíadesde afuera. Atravesé un primer recibidor y un segundo, todo estaba exquisitamenteamoblado y equipado con la última tecnología, especialmente su oficina, adonde mecondujo finalmente, después de surcar varios corredores.

—Lo tuyo no se solucionará con algo ligero, te confieso, normalmente con un poco dePoción de la Seducción suelen resolverse casos similares, mas llevo días estudiándote y séque tengo que recetarte algo fuerte —no bajé la mirada al escuchar la dificultad de mi caso—. Lo que te pasó es el cliché más recontado de la historia. Una chica como tú no se dejaquitar el novio tan fácilmente. ¿Qué te pasó, querida?

Apreté más mis labios y no le respondí; su comentario me había parecido fuera de lugar.Si había venido…, si me había degradado viniendo aquí, usar un recurso como éste, erajusto porque una chica como yo ya no contaba con las herramientas suficientes paramantener a su lado al hombre al que amaba.

—Bueno, bueno…, verifiquemos tu caso.

La mujer tomó asiento en una silla blanca impoluta que acompañaba a un elegantísimoescritorio de tope de mármol, sobre el que reposaba una Mac de última línea. Señaló elpuesto de enfrente para que yo lo ocupara, una silla que hacía juego con la suya, en la queparecías flotar sobre plumas o motas de algodón cuando te sentabas. Ella tecleó algo en elordenador y luego giró la pantalla en mi dirección para mostrarme su búsqueda en unapágina web que reconocí como la suya. Junto a mi foto aparecía la siguiente descripción:

Nombre completo: Marie Estrella MillerEdad: 19 añosPadres: Andrew Miller y Teresa MillerHermanos: Ross Miller Características: orgullosa, frívola y vanidosa. Pasatiempos: ir de comprasOcupación: estudiante de la universidad EnchantedSituación sentimental: Soltera (ruptura reciente)Ex novios: Nico Marcus McDowell Pretendientes: uno detectado (click aquí para ver)Probabilidad de Marie Miller de restablecer su relación con Nico MarcusMcDowell: 5% (click aquí para ver tratamiento recomendado)Casos relacionados con Marie Miller: Marissa Collins, PennelopeRoberts, Avril Abbott

¿Qué era todo esto? ¿Cómo era que información sobre mí circulaba libremente en lared? ¿Y cómo era que si yo misma había visitado esta página para solicitar el auxilio de estaseñora no me había encontrado con esta calamidad?

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Sentí que me puse colorada del bochorno, esto sobrepasaba los límites de la privacidad,además de lo hiriente que era leer lo muy fuera de mi alcance que parecía estar Nico y laimposibilidad de mi caso. Cinco por ciento de probabilidad de restablecer mi relación conél. ¿De veras?

—¿Cómo es que detalles de mi vida están libremente publicados en su página web?

Pregunté con orgullo.

—Sé todo lo que sucede en Enchanted, querida. Y esto, esto no puede verlo cualquiera,excepto yo. Es lo que antes se conocía como bola de cristal. ¿No es asombroso cómo hancambiado los tiempos? El mundo entero en un click —agregó un guiño.

Me tragué las ínfulas de esta br… mujer.

—Siendo así, imagino que no existirán casos difíciles para usted —dije intentandoprovocar su orgullo.

—Por supuesto que no, querida, pero necesito que estés muy consciente de que mistratamientos suelen debilitarse cuando dos de estas personas se encariñan demasiado; es unerror que no consigo subsanar y es mi deber ser clara contigo.

—¿A qué se refiere cuando dice “dos de estas personas” o “las de mi clase” —intervine;esta mujer parecía tener especial interés en hacerme sentir inferior al resto del mundo ydisfrutarlo. Y yo no era inferior a nadie.

—No, no. No me gusta tu tono. Mis tratamientos no funcionan de ningún modo bajoestrés.

—No consigo que mi novio regrese conmigo; ¿le parece que estoy estresada? —repusechillonamente.

—Sí, querida. Tranquilízate; ya verás que lo tendrás de regreso y muy pronto; las de tuclase, mujeres ambiciosas, definidas en lo que quieren, siempre lo consiguen y se valen detodo para ello; justo por eso estás aquí, en el lugar adecuado, con la persona indicada. Tuamiguita, sin embargo, goza de una momentánea compatibilidad con él. Compatibilidadque nosotras debemos desequilibrar.

—¿De qué compatibilidad me habla? ¿Acaso Nico y yo no somos compatibles?

—No he dicho eso.

—¿Qué quiere decir, entonces?

—Mira, Marie, una persona puede ser compatible con muchas, pero hay una enespecífico con la que tiene mayor afinidad, y si este porcentaje alcanza el noventa y nuevepor ciento, decir cien sería la perfección, y, en lo personal, no creo en las relacionesperfectas; además serían totalmente tediosas, ¿te has puesto a pensar? ¿No te disgusta lamonotonía? En una relación debe haber pasión, romance, exigir para ceder, no sé si me vas

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copiando —argumentó con un guiño—. Actualmente estoy en un ochenta y cinco por cientode compatibilidad con mi pareja y, créeme, nos divertimos muchísimo. Pero, bueno, lo queintentaba decirte es que si ese porcentaje alcanza o se acerca a la perfección, si estas dospersonas lo consiguen naturalmente, se puede pensar que serán inseparables y que tendrántodo lo que te he mencionado sin necesitar de mis buenos oficios, esa pasión que procurodevolverle a mis clientas y a sus maridos. A esta clase de gente les llamo “los invisibles”porque muy poco puedo seguirlos a través de mi software sofisticado. Pero no nosocupemos de eso ahora; lo que necesitamos es revertir ese cinco por ciento.

—¿De qué porcentaje de compatibilidad estamos hablando en el caso de estas dospersonas? —odiaba tener que preguntar esto.

—Querida, creo que empecé diciéndote que tu caso era en extremo difícil. Pero no haynada que Estherina no pueda resolver. Eso te dije también.

Tragué en seco. ¿Giovanna y Nico eran perfectos? Gruñí mentalmente. Esto no podíaestar pasándome. No podía estar pasándome.

—Haré lo que usted me diga —repuse desesperada.

—Ésa es la actitud que quería escuchar.

Se subió a una escalera con ruedas incorporadas y, tomando impulso con los tramos, sepaseó a través de la oficina; la estantería ocupaba dos paredes enteras y estaba dotada degrandes y polvorientos libros, pero, más que nada, una buena cantidad de brebajes enbotellas de distintos tamaños. Después de revisar con detenimiento los anaqueles, escogiótres frasquillos.

—Aquí tienes lo que necesitas —colocó los brebajes delante de mí.

—¿Qué se supone que son?

—Tu tratamiento, querida —tomó asiento nuevamente—. Como te dije, en casos menoscomplejos bastaría con la Poción de la Seducción para regresar a ti a ese chico, pero en eltuyo necesitamos un trabajo superior, desde el subconsciente a la depuración.

¿Subconsciente? ¿Depuración? Fruncí todo mi rostro, preocupada por lo que esta br…mujer estaba por ofrecerme.

—Lo primero que harás será preparar un altar, ya sabes, con velas, fotos y artículospersonales que tengas de él, fotos de ustedes juntos, incluso. Sobre estos objetosdiseminarás la poción número 25, Psiquis, que trabajará su subconsciente durante la noche.La próxima vez que lo veas, e intenta que sea el día siguiente, te pondrás la número 17,Seducción, sobre los puntos importantes: tu pelo, tu cuello, el lóbulo de la oreja, lasmuñecas y tu pecho… Ya me vas entendiendo lo estratégico de los lugares —añadió con unguiño—. Aplícala en cualquier otro que consideres. Necesitas que él detecte la esencia ono funcionará. Cuando tengas la primera oportunidad, vierte todo el contenido de la

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número 5, Depuración, en alguna bebida o alimento que a él le guste. Esta pócima hacebuen camuflaje con el vino tinto, el café o el chocolate tibio. Su efecto es el más fuerte peronecesario. La depuración, en tu caso, es la clave para borrar todos aquellos sentimientosque no estén asociados contigo; es como un reset —explicó mirando alguna cosa de suinterés en la Mac—. Que presente fiebre, indigestión, cólicos y vómitos es un efectonormal de esta última y debe —me miró enfatizando con la misma intensidad que en sutono de voz— padecer estas vicisitudes para lograr nuestro objetivo, Marie: que su vidagire alrededor de la tuya.

Sí, por favor, por favor…

Justo esto quería, que la vida de Nico girara alrededor de la mía, que solo yo existierapara él y que Giovanna se borrara de su mente.

—El caso no está sencillo, debo advertirte, en mis trabajos me caracterizo por lasinceridad. Es el secreto de mi éxito. Pero, si en una semana no hemos logrado nuestroobjetivo, deberás repetir el tratamiento, y, para asegurarnos un poco más, en un mes; queestemos totalmente positivas de que no se revertirá. Por supuesto, todo esto será parte de unnuevo contrato.

Con cierto grado de desconfianza, tomé las pociones y las guardé en mi bolso, de dondesaqué el dinero acordado, para ponerlo frente a esta charlatana.

—Será mejor que funcione de una vez, estoy colocando en sus manos los ahorros de misúltimos dos años.

—Funcionará… Funcionará… —tomó el mazo de billetes y, lamiéndose el anular, loscontó uno a uno—. Empieza el tratamiento esta misma noche, si lo dejas correr más días,no habrá pócima que funcione. Lo que veo en estos dos va creciendo y volviéndose másfuerte e indestructible…

Sin estar todavía segura de lo que debía hacer o de que me gustaran las palabras de estabr… mujer, empecé a levantarme de la silla para retirarme. Ella me detuvo antes de queestuviera en la puerta.

—¡Ah…! Seducción suele tener un efecto secundario en algunos hombres, querida, noen todos, pero podría darse el caso, especialmente si alguno de ellos tiene el olfato muydesarrollado, uno de esos sabuesos, seductores de profesión; otros podrían ni siquieranotarlo. No te preocupes si ocasionas un poco más de revuelo del que estás acostumbradacon esa figura bonita que tienes combinada con la esencia. Te explico: la fórmula con tu pHhará una reacción química que se sentirá a tu alrededor, pero no te inquietes, la fraganciaque se desprenderá de ti será agradable y, por lo general, es una poción que actúa sobre elobjeto al que se desea seducir, solo que es algo fuerte y revuelve un poco a los demás, masno te preocupes porque el efecto se extiende unas pocas horas. Cierto mareo y sudor son lossíntomas que se derivan de ella. No los padecerás tú, sino tu objeto a seducir. Pero no teocupes de esto tampoco, recuerda que Psiquis estará actuando sobre tu novio durante la

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noche y hará que detecte tu aroma y que se sienta intensa e inmediatamente atraído por ti alprimer encuentro. Seducción aquí será solo una ayudita, Psiquis y Depuración seránnuestras principales aliadas. Sin embargo, aunque sé que no eres una de esas chicas, terecomiendo abstinencia, querida, eres muy bonita y coquetear con alguien más cuando tepongas la Poción de la Seducción podría enredar nuestro caso.

Coquetear con alguien más, ¿cómo se le ocurría? El único hombre con el que habíacoqueteado en toda vida me había dejado por mi supuesta mejor amiga. Mi venida a estesiniestro lugar no se trataba de coquetear, se trataba justamente de recuperarlo, de que fueramío y de nadie más.

***

Empapándome, afuera todavía caía el torrencial aguacero, corrí por el boscoso caminopensando en que después de esto no quería saber de esta br… mujer nunca más. Me abrípaso entre la maleza hasta que llegué a la carretera del pueblo, donde los autos pasaban atal velocidad que convertían en lodo mis piernas y mi vestido. Esto era humillante, lo queNico me había hecho, fijándose en esa tontuela, era una ignominia, y que yo, con todos losencantos que poseía, tuviera que recurrir a un recurso tan bajo para mantenerlo conmigo erala última degradación.

Más autos pasaron junto a mí e intenté cubrirme el rostro con el cabello, lo que menosquería era ser reconocida en un camino como éste; pero supe, cuando un motor redujo lavelocidad y el conductor me habló, que ya era imposible pasar inadvertida.

—¿Cómo es que ese novio tuyo te deja sola, a tu suerte, en una noche como ésta? —dijoquitándose la chaqueta de cuero para ofrecérmela.

Mi noche no podía tener un cierre más atropellado.

—Sube.

En otra oportunidad le habría dicho que jamás me pondría algo adquirido en una ventade garaje ni me subiría a su sucia moto, poniendo énfasis en que yo viajaba en autos comoel de mi novio millonario y que él era un simplón. Él batiría ese cabello castañoordenadamente desordenado, reiría con ese toque de lujuria que tenía, se pondría el casco yme salpicaría un poco más de lodo porque le encantaba tener este tipo de trato conmigo.Pero hoy no estaba para esto, ese novio, al menos esta noche, no vendría a salvarme en suencantador auto. Lo miré, eso sí, como si fuera mi último recurso, tanto o en el mismogrado que las pócimas de la br… mujer, y me subí detrás de él, aceptando su chaqueta. Elligero suéter que me había puesto hoy para salir estaba tan empapado como mi vestido.

—Sujétate —me ordenó después de darme el casco del pasajero.

—Ni lo sueñes —puse mis manos sobre mis rodillas y traté de conservar el equilibrio,manteniendo mi cuerpo alejado del suyo, conteniendo el orgullo de tener que rebajarme aque él me transportara a casa en su burdo vehículo. Lo escuché reír adelante y eso me

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enfadó más. Después de, no lo sé, cinco minutos, creí que iba a tener el paseo más largo demi vida, todavía en moto y bajo este aguacero, este cretino aceleró con tal fuerza que tuvela necesidad de abrazarme a él para no caer.

—Te advertí que te sujetaras.

Percibí la malicia viva en su tono.

—Eres un idiota.

—El idiota que está salvándote el trasero.

—No te soporto, Bruno —él rió y rió hasta que llegamos al dormitorio, conmigoapretada a su espalda.

Me quité el casco de mala gana, casi tirándoselo, y entré a la casa, agradecida de teneresta chaqueta que me cubría de lo expuesta que me había dejado la lluvia y la transparenciade toda mi ropa. Atravesé el recibidor, donde algunos de los chicos miraban películas,ignorando mi entrada como siempre lo hacían, y me dirigí a mi habitación, que, gracias alas acciones caritativas de mi querido ex novio, tenía ducha interna. Me di un baño de aguatibia y di inicio al plan de reconquista de la única relación que había conocido en toda mivida.

Dos

25 de octubre

(Viernes)

Por lo visto, esta mañana iba a saltarme las dos primeras horas de clases.

Desperté con una jaqueca insoportable, parecía que había tomado dos botellas de licor ycenado un toro. Bajé las escaleras del dormitorio y me dirigí al desayunador, Bruno yaestaba ahí, con esos ridículos pantalones de mezclilla que le caían sobre las caderas, eltorso descubierto y ese cabello salvaje que no se ocupaba en… en… ¡Ay!, qué molesto eraeste tipo, con su exceso de confianza y su actitud desinhibida.

—¿Mala noche? —preguntó llevándose la taza de café a la boca.

—No te importa —me detuve junto a él para servirme también. Café y una barra decereal solían ser mi desayuno.

—¿Qué pasó con Mr Millionaire, ya no duermes con él?

—Otra vez: No te importa.

Bruno rió burlonamente, echándose sobre el hombro la camiseta gris que tenía apoyadaen una de las sillas y empezó a retirarse, con la taza humeante de café todavía en las manos.

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—Respuesta defensiva —añadió desde el umbral con esa sonrisita petulante, después desorber otro poco de café. Intenté no escucharlo ni responder sus ataques, puse azúcar a mitaza y revolví—. Tienes algo mío.

—¿Disculpa?

—Tú, tienes algo mío.

Lo miré ofendida. ¿No podía tomar un poco de su desabrido café?

—Mañana lo preparo yo —repliqué, ahora sí, a la defensiva y en un tono un poco alto—, no seas enfadoso.

Pero él no se molestó sino que se rió de mí.

—Hablo de mi chaqueta.

¿Cuál chaqueta…? Ah, claro, anoche él me había traído en su motocicleta y me habíaprestado su chaqueta.

—Tengo que lavarla antes de devolverla —respondí orgullosa.

—No hará falta.

—Huele mal —le reñí.

—Así la quiero.

—¿Qué te pasa? Es solo una chaqueta y he visto que tienes muchas.

Sonrió como si le hubiera confirmado algo y caminó ligero hacia mí, gracioso en esospantalones que le caían en el exacto punto de sus caderas y que me hacían detener lamirada en su abdomen descubierto.

—Quiero ésa —agregó colocándose junto a mí, enfatizando con la taza de café sobre elmesón.

—¿Qué crees, que quiero quedarme con ella…? ¡Ja! Por favor… Tengo suficienteschaquetas, de diseñadores, nada comparables con esa cosa que me prestaste, adquirida enuna venta de garaje, estoy segura —recuperé mi taza y me dirigí a la salida de la cocina,tropezando adrede con su brazo. Lo escuché reír otro poco y lo último que supe era queestaba sujetándome y haciéndome dar la vuelta para tenerme frente a él. Algunas gotas decafé chorrearon de la taza al piso.

—Suéltame —le exigí pero no me liberó.

—Prefiero la que te di —dijo ladeando el rostro—, quizá, más tarde, necesite prestárselaa otra chica en apuros…

Seis meses tenía conviviendo con la arrogancia de este tipejo y mil veces me reclamépor qué tuve que flaquear aquella noche, sesenta días atrás, cuando volví al dormitorio,después de una de mis campales peleas con Nico, y me dejé besar por él.

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—Hey, tú —me dijo en aquella ocasión, cuando me vio deslizarme por las escaleras,donde estaba él, rodeado de un grupo de mujeres. Siempre lo veía metiendo una chicadistinta en su habitación, y, desde entonces, podía ver cómo babeaba cada muchachita quese hospedaba aquí al verlo, aunque él parecía no tener interés en ninguna. Había escuchado,en una de éstas que me acerqué al desayunador sin que nadie me notara (yo no era delagrado de ninguno en esta casa), que tenía una regla de oro: las chicas del dormitorio eranintocables para él—, ¿adónde vas?

—A dormir.

—Espera, espera, son… —me detuvo amablemente y miró su reloj—, las dos de lamadrugada; la noche apenas comienza. ¿Qué toma la princesa?

Las demás vieron que sin mayor esfuerzo había obtenido su atención y empezaron aretirarse.

—Vino, champagne. Nada que puedas costear.

Bruno rió por lo bajo.

—Eres una fresita, ¿no?

—Sí, ¿y?

Continuó riéndose burlonamente de mí y eso me enfureció; le quité la cerveza de lamano y bebí de un trago lo que quedaba en la botella.

—Oye, con cuidado.

Nuestros dedos se tocaron en el momento en que puse la botella vacía sobre su pecho yél la recibió. Nuestras miradas también coincidieron el mismo tiempo o un poco más. Melimpié la boca con el reverso de la mano.

—Ven —me dijo apoyando la botella en una esquina del peldaño y tomando, ahora sí,completamente mi mano.

—Espera, ¿qué…?

—Tengo vino por aquí, vamos —dijo otra vez y me llevó arriba, a su habitación.

—¿Qué haces?

Abrió la puerta y voluntariamente entré. No tenía miedo de estar aquí ni de él, mihabitación estaba justamente al lado, de hecho, había una puerta, que siempre había estadobajo llave, que las comunicaba.

—¿Qué tipo de trato hicieron contigo? —pregunté mirando alrededor. Sabía que mihabitación era vip, envidiada por los demás inquilinos, que me veían de reojo porque era laúnica que tenía ducha incorporada (o eso creía yo), pero ésta, además, tenía cocinaintegrada. Lamenté que en los tres o cuatro meses que llevaba viviendo en este dormitorio

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no me hubiera dado cuenta del potencial de la habitación continua a la mía. Debí ser másastuta y pedirle a Nico que me alquilara ésta y no la que yo ocupaba.

—Uno muy bueno —respondió abriendo la vinera para extraer la botella.

—En realidad no quiero tomar nada —dije aclarándome la garganta—. Necesitodescansar.

—No es lo que pareció allá abajo, además, es una inofensiva copa. No te hará daño.

Me crucé de brazos mientras traía el vino.

—La verdad no entiendo, si tienes esta cocina, ¿qué haces bajando a comer?

—Y perderme la oportunidad de congraciar con los demás —me extendió la copa—, deverte todos los días… —agregó golpeando su vaso contra el mío—. No.

—Debo irme… —dije después de sorber un trago, él aceptó de vuelta mi copa sin decirnada, yo alisé mi vestido y empecé a retirarme; sin embargo me pareció el momento dehacer una pregunta más—: ¿Con cuántas chicas de este dormitorio has usado esa línea?

—Tú eres la primera —dijo sorbiendo de un trago lo que quedaba de mi copa—, peroplaneo ponerla en práctica más a menudo.

—¡Wow…! —me llevé las manos al pecho—, qué especial me siento —él rió un pocode mi sarcasmo.

—Pero funcionó, ¿no? —la frase.

—Esta noche no dormiré pensando en ti.

Él rió nuevamente, miró su copa y le dio un sorbo. Yo lo miré a él, hipnotizada, como sialgo alrededor nuestro hubiera cambiado, la atmósfera intensificado o una neblinainexistente se hubiera colado por la rendija de la puerta y nos hubiera invadido. No séexplicarlo pero no salí de la habitación, me devolví hasta donde estaba él, le quité de lasmanos esa copa de la que había sorbido y bebí todo el contenido, deseando que mis labiosse hubieran adherido justo donde habían estado los suyos.

—¿Estás acostumbrada a beber así? —preguntó con curiosidad, quitándome la copa delas manos para apoyarla sobre la isla de su cocina.

¡Ja!, claro… No.

Cuando acompañaba a Nico a eventos sociales tomaba vino, dos copas a lo mucho,distribuidas en dos o tres horas. Nunca había tomado media botella de cerveza y una copade vino, de un solo trago, en menos de diez minutos.

—Por supuesto, mi novio asiste a muchísimos eventos sociales y galas y me lleva atodas con él, ¿qué crees que sirven ahí?

—Pensé que tomabas ginger ale.

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Le di la mirada más sarcástica que tenía y él se rió de mí nuevamente. Empezaba amolestarme lo graciosa que le parecía.

—Te defiendes como una niñita consentida.

No repliqué sino que lo miré dos segundos más, mi ego se sintió afortunado de obteneresta atención después de que mi novio desdeñara la mía por la de mi amiga.

—Buenas noches —dije antes de que me diera otro de mis ataques impulsivos, perocuando giré sobre mis talones, sentí que la cabeza me dio una vuelta completa y quetambaleé.

—¡Cuidado! —exclamó sosteniéndome de los brazos para evitar que me cayera. Lacabeza todavía me giraba y su imagen se repetía de tres a cinco veces, de tres a cincoBrunos, todos tan atractivos como el original. Traía el cabello salvaje como me gustaba, susmejillas lucían un poco enrojecidas y sus ojos rayados brillaban al punto de hacerme sentircosquillas en el estómago. Qué bueno que yo tenía novio y él una estúpida regla de no salircon las chicas de este dormitorio. Qué perfecto el ambiente en el que vivía, donde, almenos con este chico, había que resistirse de coquetear. La gente podía hablar de mí lo quequisiera, pero solo había tenido un único novio desde los dieciséis y nunca le había sidoinfiel, ni siquiera con el pensamiento. Pensamiento, ¿adónde se había ido cuando no vivenir esos labios carnosos que se pegaron a mi boca con tanta fuerza?

Bruno me atrajo hacia él y me apretó con ímpetu, su lengua recorrió mi boca y con lamía busqué la suya, sus manos bajaron desde mi cuello hasta mi cintura y yo tomé impulsopara colgarme en esas caderas que tanta curiosidad me provocaban; él empezó a andar, nosabía adónde porque la cabeza todavía me daba vueltas por la cerveza, el vino y el beso,pero adonde fuera estaba bien.

Fui abriendo un poco los ojos porque me sentía desorientada, Bruno seguía con lossuyos intensamente cerrados aunque se notaba que conocía cada centímetro de su alcobasin necesidad de mirar nada. A tientas me fue llevando a un espacio que había visto desdeque entre a la habitación y que para mí significaba el último de los pecados, la paila delinfierno…

No, no, no, su cama, no.

Cobré conciencia de dónde estaba y con quién, que me hubiera peleado con Nico, otravez, por su obsesión en darle la razón en todo a Giovannita, otra vez, no justificaba miactual actuación de dejarme llevar por esta atracción oculta que sentía por mi vecino.Inmediatamente me separé de sus labios y esperé que abriera esos ojos felinos que tenía.

—Bájame —él me miró desconcertado pero caballerosamente quitó sus manos de miscaderas y me permitió deslizarme al piso—. ¿Qué te pasa? —le reclamé empujándolo unpoco.

—¿Qué? —respondió riéndose y limpiándose la boca. Este chico me hacía enfurecer.

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—¿Por qué me besas?

—Tú querías que te besara.

—¿Cuándo dije eso?

—Lo expresaste con tu actitud.

—¿Mi actitud? Mira quién habla de actitud. En tal caso, si permití que me besaras fuepara que dejes de mirarme como estúpido cuando estoy alrededor tuyo.

Bruno rió más fuerte.

—Yo te miro como estúpido.

—Cada vez.

—Ah, tú no me miras el abdomen cuando me encuentras en el pasillo o en eldesayunador —dijo quitándose la camiseta por encima, provocando mi mirada.

—Por favor… —repliqué mirando a hurtadillas su abdomen cincelado.

—¿No lo haces? —me obligué a alejar la mirada de su abdomen. Bruno me levantó elmentón y me besó otra vez.

—No seas presumido —lo empujé y él rió cayendo en una esquina de su cama—. Y dejade hacer eso.

—¿Qué cosa?

—Besarme.

Lo vi venir de nuevo, decidido, como un lobo acechando a su presa.

—Deja de besarme —puse mi dedo índice sobre su pecho, algunos vellos searremolinaban ahí y sentí deseos de jugar con ellos. Él miró dónde lo estaba apuntando, melevantó la quijada y me plantó otro beso.

—Aseguras que soy quien te observa pero siempre que tienes oportunidad estásmirándome —argumentó con arrogancia.

—Y yo pensé que tenías una regla.

—¿De qué hablas? —preguntó entornando los ojos.

—Que no salías con chicas del dormitorio.

—Es cierto, no salgo con ninguna.

Claro, estos tontos besos no me hacían especial ni salir con él. ¿En qué estabapensando? Agité la cabeza para sacudirme los confusos pensamientos, esa media cerveza yla copa de vino me estaban afectando.

—¿Cómo sabes eso?

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—No te importa —lo escuché reír un poco más al salir de su habitación. Cuando entré ala mía me miré en el espejo, mi rostro estaba caliente y mis labios inflamados perosonrientes.

Aun así, habiendo comprobado, hace dos meses, que era un experto de la seducción, estechico tenía que ser el peor coqueto de Enchanted Hollow si pensaba que diciéndome quenecesitaba su chaqueta para prestársela a otra chica estimulaba mi interés en él. No meimportaba con quién salía o qué hacía con su vida. Lo miré con ojos iracundos. Quería queme liberara. Debía empezar a prepararme para ver a Nico y continuar con el segundo pasodel tratamiento.

—De verdad —dijo, entonces, con la guardia baja, liberando mi brazo—, ¿qué hacíaspor ese camino anoche?

Tres

Definitivamente hoy me saltaría todas las clases de la mañana. Me apresuré enarreglarme; si quería que el tratamiento funcionara tenía que estar en el apartamento deNico antes de las nueve, antes de que saliera a trabajar. Unté la Poción de la Seducción enlos puntos claves, tomé un taxi y me dirigí al único edificio alto de Enchanted Hollow. Deacuerdo a lo que me había explicado la br… mujer, durante la noche, el altar que hice yPsiquis debieron trabajar sobre su subconsciente. Mi llegada, más allá de sorprenderle, ibaa gustarle.

—Marie… —exclamó sorprendido, mirándome de arriba abajo. Consideré vestir uno delos trajes más reveladores que tenía, uno que él mismo me había obsequiado hace unosmeses para hacer las paces conmigo—. ¿Qué haces aquí…? —él solo vestía una bata debaño.

Sin permitirle pensar en la posibilidad de rechazarme, como lo había hecho desde queme diera el ultimátum de dejarlo establecer una relación con la tontita de Giovanna, hacedos semanas, me lancé sobre él y lo besé. Esta Poción de la Seducción tenía que funcionar,me la había colocado incluso en los labios para que tuviera un resultado más efectivo, loempujé dentro del apartamento, cerré la puerta detrás de mí y lo besé otra vez.

—Marie, espera…

No dejé que hablara sino que lo fui llevando hasta el sofá.

—Te he extrañado… —le dije sin detener los besos; él respondió cada uno. Cinco porciento de compatibilidad, un cuerno.

—Marie…

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—Shhh… no digas nada. Esto es por los viejos tiempos —argumenté para que mepermitiera ejecutar mi plan. Nico siempre había sido débil, pero sabía de sobra cómo era, siestaba tan enamorado de ésa, no la engañaría con nadie, ni siquiera conmigo, su novia delos últimos tres años.

—No, Marie, no… —intentó controlar mis manos sin éxito—. Dios, te ves muyatractiva.

—Nico, tú y yo pertenecemos uno al otro —me quité la chaqueta y continué besándolo,siempre supe que no sabría resistirse a mí si lo encontraba solo.

—Marie… —me senté a horcajadas sobre él y lo besé hasta que ninguno de los dos tuvoaliento, él recorrió mi cuello, donde había colocado la esencia, y bajó un poco más haciaotros lugares.

Sonreí.

—No puedo, no puedo. Lo siento —dijo moviéndome a un lado y levantándose del sofá—. Tienes que irte.

—Está bien, está bien —me arreglé el vestido e intenté sonar comprensiva, mi mejoractuación falsa. Con lo que había pasado me conformada, él había tocado tres de los puntosclaves, donde me había puesto muchísima Poción de la Seducción—. Sé que estás conalguien más, que ya no sientes lo mismo por mí, y que pasara algo entre nosotros seríainjusto.

—Muy injusto, con ella y contigo también, Marie. Lo siento.

—No lo sientas, por favor, yo estaré bien —bajé la cabeza y me miré los dedos. Loescuché suspirar y venir hasta donde estaba yo.

—No me hagas esto —dijo levantándome el mentón.

—¿Qué cosa? —repuse con mi rostro más afligido.

—Ponerte así.

—Estoy bien, de veras. ¿Me dejas prepararte un café mientras te arreglas? —le propusecon mi voz de tontuela. Tenía que sacar provecho de este momento flaco para seguir lasinstrucciones de la br… esa mujer.

—Deberías irte, Marie.

—Te prometo que me iré, que no te molestaré otra vez, pero, concédeme este café, ¿sí?

—Está bien, sabes que me cuesta decirte que no —le sonreí—. Y siempre has hecho elmejor café.

—¿Algo en lo que superé a Giovannita? —dije con coquetería.

—No hay un concurso entre ustedes.

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Le sonreí como si estos fueran nuestros últimos minutos juntos y lo envié a vestirsemientras yo preparaba el café. Sin resistirse más, me sonrió de vuelta y caminó a suvestidor.

***

De camino a su trabajo, Nico me dejó en la facultad. Había estado sudando frío yaflojándose la corbata durante el trayecto. Esta br… mujer sí que sabía lo que hacía;Seducción empezaba a hacer efecto —¿o tal vez Depuración? Bruno se había tomado todoel café, donde había puesto la pócima más importante del tratamiento, según lasconsideraciones de ella—. Lo cierto era que, al fin, después de dos semanas de tortura, debuscarlo y solo recibir rechazos, iba a recuperarlo; mi vida volvería a la normalidad, a loconocido. Le di un beso de falsa despedida y pasé a las pocas clases que restaban de mimañana.

Al mediodía me dirigí a la cafetería, tomé una manzana y me serví un poco de puré yvegetales cocidos.

—Veo algo que me pertenece —me dijo esa voz sardónica que ya me era tan familiar—.Pensé que no estaba limpia.

—Resultó que olía mejor de lo que pensaba —repuse sin levantar la mirada, abriendogrande la boca para tragar el bocado de puré y brócoli. Él rió de mi desenfado y se sentó ami lado. En su plato llevaba guiso de carne y arroz.

—Te gusta mi olor, entonces —dijo masticando.

Lo miré con horror, ¿de dónde sacaba que me gustaba su…? Reparé en lo que yo habíadicho antes y comprendí por qué me atacaba.

—No, Idiota. Esta mañana salí apresurada y fue lo primero que encontré. No teemociones —puse mi sonrisa más irónica y él rió también.

—Está bien, está bien. Sé entender cuando a una chica le gusta algo de mí. Puedesquedártela, a ti te queda mejor.

—No necesito de tu beneficencia.

—Sabes que anoche pensé que sería una de tus alocadas noches de SPM, una de ésas enlas que te lanzas sobre mí y me comes a besos.

—No padezco de SPM, y te recuerdo que fuiste tú quien me besó aquella vez.

—Hmm… No recuerdo que te quejaras.

—Recuerdo que te dejé claro que si me dejé besar fue para que se te quitaran esas ganasacumuladas que tenías.

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—Sí, claro, solo yo tenía ganas acumuladas. Ahora, te explico —dijo descansando unbrazo en el espaldar de mi silla y acercándose tanto a mí que pensé en retroceder—, esebeso me dejó ganas de otras cosas.

Su réplica me tomó desprevenida, él tenía esa virtud, dejarme sin saber qué decir.Tragué sospechando lo que otras cosas significaban en su mente e imaginariamente agité lacabeza para deshacerme del pensamiento. Miré mi comida, pero solo conseguí jugar con elpuré.

—Empeoraste la situación, Muñeca.

¿Muñeca?

—¿Me dirás qué te sucede? —retrocedió.

—¿Desde cuándo eres mi confidente?

—Desde que te encontré sola en una carretera oscura, en una noche fría y lluviosa —jugué otro poco con la comida, desde que apareció se me redujo el estómago, no obstante élcomía con muchísimo apetito y con bastante naturalidad—. Mira sé que soy considerado elmejor besador de la facultad y que soy popular por otros encantos que por una estúpidarazón tú te resistes a experimentar, pero también soy bastante bueno escuchando y, si está ami alcance, dando consejos.

—Ahora resulta que eres psicólogo.

—En Psicología espero especializarme, sí.

—Deja de decir tonterías.

—Te digo la verdad.

—Claro que no —dudé.

—¿Por qué iba a mentirte?

Porque te gusta molestarme con cualquier tontería.

—No pintas como un psicólogo.

—Pero lo seré. Y de los buenos.

—Yo no pagaría un centavo por una sesión contigo.

—Bien, porque las tuyas serán gratis —dijo acercándose demasiado a mí.

—Guarda tu distancia —puse mi brazo como barrera, en el medio de los dos.

—¿Qué es ese olor? —preguntó frunciendo la nariz, luego de que la manga de suchaqueta se levantara un poco y expusiera mi muñeca.

—¿Qué olor? —dije nerviosa, recogiendo el brazo y ajustando la manga de la chaqueta.

—¿Vainilla, chocolate, fresa? ¿Jazmín, lavanda, naranja?

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—No sé de qué hablas.

—¿Te pusiste todo el frasco? Es empalagoso y fuerte. Ahora que lo recuerdo, lo hepercibido desde la mañana, tu fragancia ha estado persiguiéndome todo el día.

Bruno se acercó a mí otra vez y puso su nariz en mi pelo.

—¿Qué haces? —intenté alejarlo pero él siguió la línea de mi cuello hasta el volumendebajo de éste, que medianamente se dejaba ver a través de su chaqueta, y continuó por mibrazo, subiendo la manga, hasta dar con mi muñeca—. Bruno, para, deja de olerme. No sesupone que tú… —él me miró con ojos entornados y yo me alejé.

—Es horrible ese olor. Te regalaré un nuevo perfume.

—Tú no tienes con qué regalarme nada.

—Es cierto —repuso burlonamente—, tu novio es el millonario. Puff, Marie, apestas —agregó, separándose de mí.

—No te soporto, Bruno —recogí mi bandeja, ya había almorzado suficiente—. Y nonecesito tu chaqueta de segunda.

Quise dramatizar, quitarme la chaqueta y devolvérsela, pero no podía darme ese lujo, mivestido era demasiado polémico.

—No veo que me la regreses —me provocó y eso me enfureció más. Seguí mi caminoevitando escuchar su risa burlona—. Nos vemos en casa, Cariño. Date una ducha, ¿sí?

—Idiota.

Varios tipos me silbaron mientras me alejaba. Sabuesos. Seducción estaba dejando laestela a mi paso.

Cuando me supe lejos de la percepción de Bruno, olí mi cabello y mis muñecas, que eralo que estaba a mi alcance, y sí, olía un poco a chocolate, a vainilla y a fresa, a lavanda, ajazmín y a naranja; pero no era desagradable. ¡Qué le pasaba a este cretino! Mal. Mal olíaél.

Llevaba meses intentando ignorar esta atracción que sentía por él, intentando olvidar esebeso explosivo que habíamos compartido hacía algún tiempo. Algunas veces despertabacon la sensación de que había soñado con sus labios carnosos pegados a los míos y no losde Nico. Pero Bruno era un don nadie, sin conexiones, bastante mayor para estar todavía enla universidad, mujeriego hasta el infinito y antónimo al tipo de hombre que me gustaba.Yo no podía darme el lujo de caer en su juego, ni siquiera por una noche. Nico, Nico era miseguridad, mi terreno conocido, y a Nico tenía que recuperar.

En la tarde, después de mis clases, regresé al dormitorio, seguramente tenía lacontestadora de mi teléfono residencial saturada de mensajes suyos reclamando miasistencia; para este momento Depuración debía haber hecho efecto.

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Pobrecillo, tendré que ir a cuidarlo, pensé. Pero cuando revisé el teléfono no había nadani en el inbox de mi móvil ni mensajes de texto ni nada.

Me cambié de ropa. Independientemente de que me hubiera llamado o no, saldría a verloahora, necesitaba saber que su afecto había vuelto a mí. Me quité la chaqueta y luego elvestido que me había puesto en la mañana, y me detuve frente al armario para buscar losjeans que sabía que tanto le gustaban y mi blusa blanca de botones. Descolgué la ropa almismo tiempo que sentí una corriente de aire y un portazo contra la pared.

—Por Dios, Marie, ese olor está volviéndome loco.

Me giré y vi cruzar a mi vecino desde la puerta que comunicaba su habitación con lamía, puerta que, debo indicar, siempre había estado cerrada bajo llave desde que me mudéaquí. Bruno corrió las cortinas y abrió la ventana de mi cuarto.

—¡Oye, cómo te atreves a entrar aquí así! —intenté taparme con la blusa—. ¡Fuera! —dije acercándome a él para echarlo de mi habitación a empujones, pero me fue imposiblemoverlo, estaba muy pesado.

—¿Qué tratas de hacer conmigo? —dijo intimidándome con su cercanía, su torso estaba,otra vez, todo descubierto—. ¿De dónde sacaste esa fragancia? —se pasó la mano por elcabello enmarañado, como si estuviera desesperado—. Quiero comerte.

Sentí que mi cuerpo se calentó con sus palabras y que en mi estómago se produjo unmovimiento que no tenía que ver con las tripas requiriendo alimentos. Sí, era verdad que enla mañana, uno que otro chico me había silbado o echado un piropo, pero de ahí nada máshabía pasado. Me tuve que decir que no era cierto que éste en particular quisiera comerme,Bruno era un sabueso y lo que estaba pasándole era un efecto secundario de Seducción.

—Pensé que habías dicho que olía mal —me defendí.

—Tan mal que siento náuseas.

—¿Tú sientes náuseas? —me preocupé.

—Tu esencia me tiene el estómago revuelto.

—No puede ser… —me inquieté.

—¿Por qué no?

Negué con la cabeza, mi pH y la fórmula no eran para él, él no tenía por qué sentir estasnáuseas.

—Sal de aquí, Bruno —solicité poniéndome la blusa y alcanzando mis pantalones, sinimportarme que me viera semidesnuda; al cabo, yo lo había visto semidesnudo muchasveces.

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—¡Wow…! —exlamó haciendo espacio para mirarme—. Quiero decir, en miimaginación me había formado una idea de cómo te veías sin ropa, pero la realidad lasupera.

—Adiós. ¡Fuera de aquí! —dije empujándolo otra vez hacia la puerta entre las doshabitaciones, por donde había entrado—. Y no se te ocurra utilizar esta puerta nunca más.

—¿Puedo preguntarte adónde vas?

—A ver a mi novio.

—¿Cuál novio? —indagó con suspicacia.

—El mismo que tengo desde hace tres años.

—Ah…, digo, porque escuché que ya no es tu novio.

—¿Qué…? ¿A quién…? ¿Dónde escuchaste eso?

—Aquí y en la facultad.

—¿Aquí?

Nadie me hablaba aquí. ¿Cómo lo sabían?

—Los chismes se multiplican rápido, muñeca.

—Pues todavía es mi novio. Te mintieron —le seguí empujando.

—Cuando quieras tener un novio de verdad, déjame saberlo.

—Pensé que no salías con chicas del dormitorio.

—Soy capaz de cambiarme de residencia.

Lo empujé una vez más hasta que entró a su lado de la habitación.

—Dame la llave.

—¿Cuál llave?

—La de esta puerta.

—Solo abre y cierra desde mi lado. Lo siento.

—Ja, ja, qué gracioso. ¿Cuántas veces has entrado en este cuarto, Pervertido?

—Te juro que nunca habría utilizado mi poder con esta llave si esa fragancia no mehubiera atraído hacia ti —con una mano le cubrí la boca para acallarlo. Esto no podía ser, élno podía oler la Poción de la Seducción. Despacio quitó mi mano y la besó, besó mimuñeca y fue apartando un poco la blusa para continuar por el brazo, acercándome a élhasta llegar a mis labios.

Éste era el beso con que tanto había fantaseado desde que lo conocí, desde hace dosmeses. No fue como la primera vez, explosivo y demandante, sino tierno, cariñoso, en el

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que me dejé llevar hasta que una parte de mi abdomen semidesnudo rozó con su abdomendefinitivamente desnudo y me separé de él. Estaba intentando reconquistar a mi novio, nopodía dedicarme a tontear con este individuo, pero sí podía hacer algo que me debía. Lomiré a los ojos como si se tratara de una fantasía y metí la mano dentro del bolsillo de supantalón, donde hacía un momento había sentido la llave, lo empujé más adentro, halé lapuerta y cerré.

—Marie… —su tono era de amenaza pero a mí no me intimidaba.

—¿Qué? —repliqué desde el otro lado.

—Devuelve esa llave.

—Cuando me mude de este dormitorio.

—Marie…

—Ahora seré yo quien entrará a tu habitación cuando quiera.

—Bueno, si es así…

—No te soporto, Bruno.

—Ya me lo has dicho antes pero no es lo que parece.

—Déjame en paz —dije golpeando ligeramente la puerta con la yema de los dedos.

—Deja de ponerte esa loción. Sigue volviéndome loco.

—No me he puesto ninguna loción.

—Vas a matarme.

Miré la cerradura dudando entre abrir o no, entre devolverle esta llave rara, antigua,como esas que abren cofres, y continuar el beso; pero mi sentido era extraordinario. Teníaque ir a ver qué había pasado con Nico.

—Marie…

Terminé de abotonar la blusa y el pantalón.

—Sabes que igual puedo esperarte por la otra puerta, ¿verdad?

Sonreí sintiendo nuevamente ese calor que quemaba en mi estómago y que invitaba aquedarme, a abrir esta puerta que nos separaba y entregarme a los poderes seductores deeste Sabueso; sin embargo tomé su chaqueta y mi bolso y salí. Nada de esto estabasucediendo por fuerza natural. Todo era producto de la esencia que me había puesto, quepor un loco motivo estaba influenciándome a mí también.

Cuatro

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Maldita Giovanna.

Ahora era ella quien se servía del vehículo de mi novio mientras yo, yo, estabadesdeñada al transporte público. ¡Al transporte público!

Desde la ventana del bus observé la calle, eran las cinco de la tarde-noche y el boulevardya estaba concurrido. Hace un mes…, no, hace un mes las cosas ya se habían puesto rarasentre Nico y yo; hace seis…, tampoco; hace un año y unos meses, cuando todavía tenía unarelación medianamente normal, cuando apenas había venido para iniciar la universidad, enun momento como éste, habría estado zarpando con él, en el yate familiar, a algún puertocercano, o andando de su mano por este mismo paseo que ahora admiraba desde la ventanade un miserable bus. Extrañaba tanto esa vida, nuestras costumbres, la seguridad de todo loconocido. Extrañaba salir de esa joyería vistiendo una nueva gargantilla y a él en mi mano.Extrañaba… Miré por segunda vez el boulevard, y la joyería en especial. ¿Qué era lo queestaba viendo?

Me levanté del asiento y presioné el botón de parada varias veces.

—Señorita —me dijo la chofer, una mujer robusta con cara de enfado—, ya entendimosque quiere bajar, pero debe esperar la estación.

Presioné nuevamente.

—Jovencita, espere su momento. No hacemos paradas especiales.

Continué tocando el botón hasta que comprendió la urgencia del caso y se detuvo antesde la estación.

Desesperada, bajé del vehículo y les seguí hasta que los alcancé; él estaba ahoradetenido en la fila de una heladería y ella colgaba de su brazo. Nico y Giovanna. Tuvetiempo de observar que él lucía perfecto, en una pieza, sin síntomas de haber pasado el díaindispuesto, nada de acuerdo a lo descrito por la br… mujer.

—¡Hey! —le toqué el hombro bruscamente hasta hacerlo girar.

—Marie, ¿qué rayos…?

—Veo que estás entero —le reclamé como si él entendiera de qué hablaba.

—Marie… —escuché esa vocecita de fingida inocencia que me hacía enfadar más—,creo que debes superar que Nico está ahora conmigo y que nos queremos.

—Que, ¿qué…? ¿Que se qué…? No me digas, mojigata. Amiga falsa.

—¡Basta, Marie! —dijo él.

—No, déjala, Nico —solicitó ella en su plan de víctima—. Sus palabras no meprovocan. Entiendo que esté dolida y que sus ofensas sean su manera de compensar que teha perdido.

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¡Agh…!

—Él y yo no nos hemos perdido, tú más que nadie sabes que siempre nosreencontramos.

—Es suficiente, Marie —dijo él pero no le puse atención.

—Como esta mañana, por ejemplo. ¿Ya le dijiste de nuestro encuentro, mi amor?

—¿Qué estás haciendo?

—Le digo, a mi amiga, lo compensada que me sentí esta mañana cuando estuvimosjuntos y me besaste y me dijiste lo atractiva que me veía y me...

—¡Suficiente!

—¿De qué habla, Nico? —preguntó ella, las lágrimas acumulándose todas delante desus ojos.

—Nico y yo estuvimos juntos —le expliqué. Lo mejor para preservar nuestra amistadera la sinceridad.

—¿Es eso cierto? —le preguntó soltándose de él. Para este tiempo habían perdido supuesto en la fila de la heladería.

—Giovs, no la escuches.

—Tú misma sabes que ésta no es nuestra primera pelea ni la última ruptura. Solo la pasacontigo. ¿Es que todavía no te das cuenta de mi poder sobre él?

—Quieres callarte —me exigió él y por un segundo le obedecí—. Giovanna, eso no esasí… ¡Giovanna…! ¡Giovanna…!

Giovanna se marchó corriendo, hecha un mar de lágrimas.

—Te pasaste de la raya, Marie. No quiero volver a verte —me reclamó y se fue tras ella—. ¡Giovanna…!

Reí un poco, contenta de lo que había logrado con mis intrigas. Aparentemente yo eramás poderosa que un licuado de Psiquis, Seducción y Depuración juntas. Miré a mialrededor por encima del hombro, restando importancia a los curiosos que todavía memiraban, hasta que entre estos detecté esa mirada felina que tanto me intimidaba y queahora lamentaba que hubiera sido testigo de mi espectáculo. ¿Qué hacía Bruno aquí en estepreciso momento?

Apretando los puños a mis costados, rechinando los dientes, me di la vuelta y tomé eltransporte público otra vez. Desde la ventana vi cómo todavía miraba en mi dirección y sereía. La bruja, la bruja iba a responderme por esta anomalía, este error que todavía nosubsanaba. En realidad estaba intentando engañarme a mí misma, actuar como si lo quepasaba no me importaba, pero todo era bochornoso, más con todos los espectadores, éste enespecial.

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—Supongo que ahora que las cosas salieron mal no estará vigilándome desde esesoftware sofisticado que tiene —le reclamé.

—No sé de qué me hablas, querida —respondió medio nerviosa, disimulando estarentretenida con documentos y carpetas que yacían sobre su escritorio—; he estadoocupadísima, preparándome para la próxima Convención Anual de Brujas y Hechiceros dela Magia Blanca. Pero, dime —ahora sí se dignaba a mirarme—, ¿cómo ha estado todo?¿Funcionó nuestro tratamiento?

—Nuestro tratamiento. ¡¿Nuestro tratamiento?! Su tratamiento es que esa mujercitasigue con mi novio, y ni un leve dolor de cabeza se le presentó a él.

—Creo que te hablé de la compatibilidad, de lo difícil de tu caso y de que bajo estrésmis tratamientos no funcionan, querida. Estás muy ansiosa.

—¿Ansiosa? ¿Bajo estrés? ¿Le parece que estoy estresada?

—Bastante, querida.

—Usted es una impostora, la peor de las charlatanas. Resuelva mi problema.

—No soy una charlatana, menos una impostora —dijo en un tono elevado, tan enojadaque retrocedí atemorizada. Debí pedirle a Bruno, ya que estaba ahí disponible, burlándosede mí, que me acompañara a este lugar… No, Bruno no. Bruno no podía saber de esto—.No tengo responsabilidad de que no sepas seducir ni mantener a un hombre en tu cama.

—Basta de eso —repuse, también enojada, golpeando el mármol con el puño—. Puse ensus manos todos mis ahorros —argumenté masajeándome los nudillos, mi gran idea delpuño en el mármol me había dejado doliendo la mano—. No tendré con qué pagar launiversidad el próximo mes si no regreso con Nico.

—Mira, Marie, te lo digo de la mejor manera, todavía tienes esta semana para que eltratamiento funcione. Sé paciente y estate alerta a lo que el universo ponga a tu disposición.

Que el universo, ¿qué?

—Paciencia es de lo que carezco.

—Aprenderás a obtenerla de donde la necesites… Ahora, querida, tengo cosas quehacer.

—Me echa.

—Tengo un itinerario ajustado por delante y tu visita no estaba en la agenda.

—Ésta es la peor idea de toda mi vida —dije gruñendo—. Debí decirle que estabaembarazada y obligarlo a casarse conmigo.

—Ése habría sido un plan bien pensado y astuto —dijo tan cínica, dándome un guiñoantes de señalarme nuevamente la salida.

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Con lágrimas en mis ojos, erré por el camino. Lo había perdido, había perdido a Nico, yahora tenía que arreglármelas sola. Si había venido a este lugar había sido siguiéndolo a él;¿cómo iba a sobrevivir en este sitio sin su ayuda? ¿Qué sería de mí de este momento enadelante?

Saqué mi teléfono móvil del bolso, inhalé profundamente, además de aire, el resto delorgullo que me quedaba y le marqué; él era mi única esperanza y esperaba que tuvierapiedad de mí.

—Hola.

—Hermanito, cuánto tiempo… —dije con mi voz más falsa.

—¿Marie?

—Obvio, ¿acaso tienes otra hermana?

—¿Qué quieres, Marie? —repuso cortante.

—Ay, mira cómo me tratas. ¿Cuándo podemos vernos?

—No me llamas porque quieres verme, ¿qué necesitas?

—Cómo eres. Bueno, mira, si estás tan dispuesto a ayudarme, te lo diré.

—No estoy dispuesto, en realidad.

—Tonto… Escucha, necesito dinero, no tengo cómo pagar la universidad y sé que estáyéndote muy bien en esta temporada. Felicidades, por cierto. Será una pequeña cantidadque no creo tengas inconveniente en erogar tratándose de tu única hermana.

—Mi única hermana podría buscarse un trabajo con el que salir del aprieto, ¿no crees?

—Ay, trabajar, qué cosas dices.

—Trabajar, sí. Venimos de una familia trabajadora, Em… Marie —se corrigió.

Hacía tiempo que no escuchaba el apelativo que me decían en casa y los amigos más cercanos. Em es la fonética de la traducción de la letra “M”, la inicial de mi nombre, del inglés al español.

—No sé qué ejemplo seguiste.

—Ya sabes que no nací para trabajar. Nací para que me sirvan, Rossy. Vamos, ayúdame.

—No sé en qué casa te criaste; en la que yo crecí nadie nos servía. Nuestros padres seesforzaron bastante para sacarnos adelante.

—Por eso, tontito, no quiero volver a esa vida de privaciones. Vamos, ayúdame.

—Sé sensata, ¿de verdad crees que después de habernos hecho un infierno la vida, aSam y a mí, voy a ayudarte?

—¡Sammy! Yo adoro a Sammy, Rossy, lo sabes. ¿Cómo están ella y el bebé?

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—Sam y la bebé, que nunca viniste a conocer, están bien.

—¿Cuándo puedo ir? Siempre he querido conocerla —agradecí que no pudiera vercómo le daba la vuelta a mis ojos.

—No funciona así la vida, Marie.

—Ross, Rossy, estoy pidiéndote un auxilio desesperado. Me siento ofendida de lo queme acusas, pero estoy dispuesta a olvidarme de la injuria con tal de que me socorras en estehorrible momento.

—¿Por qué no pides ayuda a nuestros padres?

—Nuestros padres no querrán ayudarme y lo sabes.

—Entonces ya se hartó de ti.

Finalmente me lo echó en cara.

—Te enemistaste con toda la familia cuando te viniste a vivir con él, para que terminarasasí. Todos te lo dijimos, Marie.

—Él era tu mejor amigo, ¿recuerdas?

—Sí, recuerdo que te sedujo, te llenó la cabeza de tonterías y también te fue infiel.

¿Por qué Ross tenía que recordarme las infidelidades de Nico? Era algo que queríaolvidar para siempre. Tragué seco y defendí mi causa.

—¿Tonterías como que iba a casarse conmigo y resolverme la vida? ¿Tonterías comoque no tendría que depender de nuestros padres? ¿Tonterías como que ha estado pagandomi educación? Bueno, si a cambio de eso tenía que soportar dos tontas infidelidades —tres,en realidad, si incluía a Giovanna—, pues no me importa. Ayúdame, Ross.

—No sé qué valores tienes, pero lo que dices confirma que ya no está contigo.

—Es momentáneo —intenté sonar convincente—. Ya estoy trabajando en recuperarlo.

—Entonces, ¿de qué te preocupas? Dentro de unas horas todo volverá a la normalidad,¿por qué acudes a mí con esta premura?

—Porque eres mi hermano y pensé que podías ayudarme.

—Mejor háblame cuando sea la boda… Digo, si ya estás trabajando en reconquistarlo, ysiendo tu único hermano, imagino que recibiré una invitación.

Sentí que las lágrimas se me acumulaban en los ojos y que se me estrangulaba lagarganta.

—No te llamé para que me reproches nuevamente mi decisión de vivir libremente conNico. Si no fuera porque esa… —tonta Giovanna se le metió por los ojos—. Todavía nohabrá boda —repuse enfadada—. ¿Me ayudarás?

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—De verdad, Marie, has lo que todo el mundo hace: búscate un empleo.

—Ross… Ross…

Me fui al piso y rompí a llorar. Ésta era mi historia: en la mitad de mis dieciséis meenamoré mezquinamente del mejor amigo de mi hermano. Nico, atractivo, rico y cuatroaños mayor que yo, vivía y estudiaba en Enchanted Hollow cuando me le fui por los ojospara robárselo a Giovannita, quien me había dejado saber que suspiraba por él desde muchoantes. Nico se rindió ante mis encantos y nos enamoramos. Tuvimos uno de esos romancesque oscilaban entre rupturas y reconciliaciones porque siempre estuvo muy comprometidoconmigo, aunque sí hubiera algunas infidelidades de su lado, de ésas que mencionaba Ross,lo que hacía, en conjunto, con la diferencia de edad conmigo, que mis padres lo rechazaran.Cuando terminé la escuela, obvio, quise venir a Enchanted Hollow con él, Giovanna yatenía el ingreso seguro a la universidad pero yo no por problemas económicos, mas eso noimportaba porque Nico se había ofrecido a pagar mis estudios. No obstante, como ya lohabía supuesto, mis padres se opusieron con objeciones como, ¿a cuenta de qué mi noviopagaba mis estudios?, ¿desde cuándo el mundo funcionaba así?, y, ¿qué pasaría sirompíamos? Me recomendaron lo mejor para mi caso: que optara por una beca, pero a mílas becas me producían urticaria, y, sin que me importara nadie más que Nico, lesdesobedecí, no acepté ninguna ayuda de ellos y recibí toda la de mi novio. El único quehabía aceptado medianamente mi locura fue Ross, pero para ese tiempo yo estaba tanobsesionada con el dinero y los lujos que me proporcionaba Nico que deseé lo mismo parami hermano, aunque a él ya había empezado a irle bien deportivamente. Cuando supe quePenélope Roberts, una chica adinerada de mi clase del último año de escuela, conexcelentes conexiones, estaba interesada en él, no me importó que Sam fuera mi mejoramiga, y que siempre hubiera estado enamorada de mi hermano, para ayudar a Penélope aque con sus artes lo sedujera. Como era de esperarse, ninguno de los dos pudoperdonármelo.

Volví a casa pensando en que todavía restaban seis días para completar la semana, que almenos había conseguido sembrar la duda en Giovanna y que pronto tendría noticias de unaruptura y a Nico de regreso conmigo. Tal vez no todo estaba perdido para mí. Sonreí, labruja tenía razón, solo necesitaba tener paciencia.

Cinco

26 de octubre

(Madrugada del sábado)

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¿Qué era ese ruido?

Entre brujas y ensoñaciones, escuché risas y palabras ininteligibles. Estos chicos eranincansables. Los viernes en la noche siempre eran muy movidos en el dormitorio, comouna fiesta a la que nunca sería invitada. Según supe, hace algunos años, esta casa había sidoun Bed and Breakfast; el nuevo dueño reconoció el potencial de Enchanted Hollow comociudad universitaria y definió reconvertirla en un dormitorio moderno, con cocina ylavandería integrada, pero, más importante, un salón de baile en común con uno de juegos.Más temprano me encontré con esta alegría incompatible con mi estado de ánimo, resopléal ver a cada uno de mis vecinos festejando, él incluido, por supuesto, y subí a mihabitación.

Me tapé los oídos con la almohada e intenté continuar el sueño; no creí que medespertara tan fácilmente habiendo tomado un ansiolítico. Miré la hora en mi teléfono, launa y media de la madrugada, pasar esta pesada noche no iba a estar sencillo. Las voces yrisas continuaron. Me levanté de la cama, necesitaba pedirle a estas personas, y yasospechaba a quiénes me enfrentaría, que yo debía descansar; pero al abrir la puerta no vi anadie en el corredor. Me dije que había estado soñando, que los murmullos venían de micabeza, y me metí nuevamente en la cama; en dos minutos no se escuchó nada, y creí quelo había conseguido, pero las risas interrumpieron mi sueño otra vez. Me levanténuevamente, esta vez acomodando el oído en la puerta entre las dos habitaciones, estabaclaro que mi cuarto y el de mi vecino había sido antes una sola alcoba y, más importante,que las voces venían de allí.

Ya sé que no tenía necesidad de salir al corredor para dejarle saber a Bruno cuánto memolestaba el juego de risas que tenía con su amiguita, que bastaba con que tocara la puertaque comunicaba ambas habitaciones, pero prefería dejar establecido que ésta no debía serabierta nunca más, y que si él y yo necesitábamos comunicarnos, debía ser por la vía deacceso formal. Toqué con fuerza.

—¡Hey…! —dijo animado, se notaba que había estado bebiendo—. Noticia para ti —añadió tocándome la punta de la nariz—: ya no siento ese olor empalagoso que me hacíatener náuseas.

—Puedes hacer silencio —le reclamé con amargura, apartando su dedo de mi cara—.No me dejas dormir.

—Mi amor… —una chica semidesnuda, que ciertamente no vivía en el dormitorio, salióde la habitación y se colgó de su cuello—, ¿qué haces?

Él se giró un poco y la besó mirándome de soslayo.

—¿Quién es? —le preguntó.

—Mi vecina… Eh, espera un momento, botoncito —hizo a un lado a la chica y se cruzóde brazos—, ¿me decías…?

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—No me dejas dormir.

—Te estamos molestando.

—Muchísimo.

—Ven, mi amor —la chica deshizo el cruce de brazos y le tomó la mano con intenciónde halarlo adentro del cuarto—. Dile que haremos menos ruido, pero ven, ¿sí?

—¿Por qué, mejor, no vienes a divertirte con nosotros? —propuso él deshaciéndose desu amiga y dándome un guiño.

—Espera un momento —le dije sonriendo y entré a mi habitación, recuperé su chaquetay regresé al pasillo—: Toma, grandísimo psicópata —se la tiré encima—, aunque veo queno te hizo falta —le di la espalda y regresé a mi habitación, hecha una fiera, tirando lapuerta detrás de mí. Me senté en la cama y empecé a llorar otra vez. Nunca antes habíatenido tantas humillaciones ni había llorado tanto en un mismo día.

—Marie… —lo escuché llamarme y tocar con fuerza mi puerta—. Marie…

—Ya déjala, ven, no quiere unirse a nosotros —le escuché decir a la chica. Lloré másfuerte.

—Marie, abre. Abre, por favor.

—Ven, mi amor.

—Será mejor que te marches.

—¿Qué?

¿Qué?

—Nos vemos otro día —le escuché decir.

—Otro día no existe, Bruno.

—Lárgate, Betty.

—Te gusta esa chica, ¿no?

—Betty, ¡largo!

—Bien, me largo, pero no habrá otra oportunidad.

—Perfecto, no la habrá.

No escuché nada durante unos segundos y pensé que había reflexionado en lo queacababa de hacer y salido a recuperar a esa chica; en el último de los casos, que se habíaguardado en su alcoba y me dejaría dormir, pero no.

—¡Maldita sea! —dijo nuevamente—. ¿Por qué me quitaste la llave? Abre, Marie.

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Desde mi cama vi cómo el pomo se movió de un lado al otro sin éxito de desbloquear lapuerta.

¿Por qué se preocupaba tanto?

—¡Marie! —llamó y golpeó tan agitado que me hizo sentir compasión.

Me levanté de la cama y me dirigí al obstáculo que nos separaba, dudando todavía enacercarme a él.

—Sé sincero —todavía no abrí del todo mi puerta; él relajó el puño con el que la tocabasobre la madera—, ¿alguna vez has entrado aquí sin mi autorización?

—Nunca.

Su voz sonó estrangulada y su expresión era casi de angustia. Abrí completamente yregresé a la esquina de mi cama; él me siguió, cerrando la puerta lentamente. Todavía novestía camiseta y traía en la mano la chaqueta que antes le había arrojado encima.

—¿Por qué despediste a tu chica? No era necesario.

—¿Ah, no? —se sentó frente a mí, me tomó la mano y empezó a dibujar círculos en eldorso.

—No.

—El ataque de no sé qué que te dio no fue indicativo de que te molestó que ellaestuviera conmigo.

—Me molestó que no me dejaran dormir. No seas presumido.

—Y por presumido me echaste esta chaqueta de la forma en que lo hiciste —dijoestirándose un poco hasta colocarla sobre el espaldar de la silla, junto al escritorio, sinperder el contacto con mi mano.

—Me la pediste en la mañana, solo estaba regresándola —dije orgullosa.

—Ya no la quieres.

—Es tuya y yo tengo muchas —que probablemente tendría que vender para continuar eneste dormitorio y en esta ciudad.

—Cuéntame lo que te tiene así. Quiero ayudarte.

—Está hablándome el psicólogo otra vez —argumenté inquieta, preocupada por laelectricidad que sentí pasar entre sus dedos y los míos y lo que su voz amigable producía enmi corazón.

—No, el amigo.

—¿Tú y yo somos amigos?

—Un poco, creo —nuestros dedos seguían jugando.

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—¿Qué resta del poco?

—No lo sé. Dependerá.

—¿De qué?

Lo vi bajar la mirada y negar con la cabeza.

—Pues no necesito tu ayuda.

—Seguramente —repuso sin dar relevancia a mi necedad—. ¿Resolviste tus asuntos?

¿Mis asuntos?

—¿Cuáles?

—Ya lo sabes, esos por los que huiste de mí esta tarde.

—Sabes bien que no —respondí avergonzada de que me hubiera visto hacer el ridículoen pleno boulevard.

—Pero esperas volver con ese tipo a pesar de todo lo que vi hoy.

—Ha sido mi novio desde los dieciséis. No romperemos tan fácilmente.

—¿Lo sabe él?

Lo miré enfadada. Odiaba que pudiera leer mi caso tan fácilmente.

—Es el único que me da seguridad —retiré mi mano.

—La seguridad es relativa, pues, ya ves —se pasó la mano que le había soltado por elpelo—, ¿qué tan segura te sentiste hoy cuando lo viste con tu amiga?

Me hubiera gustado fulminarlo con la mirada.

—Él y yo estamos en un descanso, no en una separación —dije intentando sonar segurade que sabía lo que tenía—. Solo dejo que ella se distraiga un poco con mis sobras.Siempre fue así, ¿sabes?, los chicos se fijaban en mí y ella en ellos.

—Entonces, tuviste muchos novios y luego éste.

—Solo he tenido un novio desde los dieciséis, pero eso no indica que no hubiera tenidootros admiradores.

—Admiradores de los que tu amiga se enamoraba, claro.

—Siempre —dije orgullosa y él se rió de mí.

—Te dejaré dormir —se levantó de la cama, todavía divertido.

—¿Te vas?

—Será mejor. Te ves cansada.

—No estoy cansada…

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—Pero necesitas estar sola. Hoy has pasado por mucho.

—Al contrario, no quiero estar sola. Me vendría bien un poco de compañía… —argüí—,digo, si no te molesta.

Vi cómo sus pupilas se dilataron en atención a lo que le había planteado y asintiólentamente, dispuesto a hacerme compañía.

—No del tipo de acompañamiento al que estás acostumbrado…, como si fuéramos a…

—No, claro que no —respondió tragando.

—Sabré entender si no quieres quedarte. Sé que el…, bueno, eso, es indispensable parati y conmigo no lo obtendrás.

—Vivimos en el mismo dormitorio —repuso pasándose la mano por el pelo— y yaconoces mi regla. Sería horrible, viviendo bajo el mismo techo, que empezáramos a salir yluego tuviéramos que romper.

—Tú y yo nunca romperemos.

—¿Ah, no?

Me pareció verlo sonreír un poco.

—Para romper hay que tener una relación y tú y yo nunca tendremos una.

Lo vi asentir lentamente a mis palabras aunque su mirada no fuera de asentimiento.

—Yo tengo novio —continué argumentando como si no hubiera sido suficiente lo queya había expresado—, tú no tienes conexiones y eres incapaz de mantener una relaciónmonógama.

Todavía no dijo nada, pareció cuestionarse, pensar más de la cuenta algo, hasta que porfin lo soltó.

—No creo que este experimento sea buena idea.

—¿Por qué no?

—Por todos los ineludibles argumentos.

—Claro… —bajé la mirada sintiendo que las lágrimas se acumulaban en mis ojos yempecé a llorar. Otra vez.

—¿Qué tienes? —preguntó alarmado, incorporándose nuevamente en la cama, esta veza mi lado—. ¿Por qué lloras? —dijo acunándome entre sus brazos.

—Todo el mundo me rechaza —le abracé también—, Nico, mi hermano, tú…

—No estoy rechazándote, pero tú lo complicas todo; me alejas, me quieres aquí contigoy pones distancia entre los dos otra vez.

—Tampoco estoy rechazándote —dije todavía llorando.

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—¿Ah, no? —su rostro estaba tan cerca del mío que vi sus intenciones.

—Ni se te ocurra —lo amenacé mientras me limpiaba las lágrimas.

—¿Qué? ¿Por qué no?

—No entiendo cómo lo haces, Bruno. Me besaste esta tarde, bueno, la tarde de ayer —ya no era viernes, pasaban la una de la madrugada del sábado—, y unas horas luego, estáscon una mujer semidesnuda en tu habitación. No, no me beses.

Él asintió.

—Perdóname.

—Tampoco me pidas perdón, tú y yo no estamos en una relación.

Apretó los ojos y asintió despacio.

—Eso creo que ya quedó claro —dijo soltándome y poniendo distancia entre ambos.

—Quieres irte.

—Me envías mensajes mixtos, realmente no sé qué hacer.

—No son mensajes mixtos.

—Quieres que me quede, pero no quieres que te bese; actúas como si estuvieras celosa,pero si intento acercarme un poco más a ti, eres dura y me dices que no estamos en unarelación; lo cual sé, Marie, no necesitas advertírmelo.

Atendí a cada una de sus palabras, pensando en lo lógico de sus motivos y la distanciaque ponía entre nosotros.

—Como ves, son mensajes mixtos.

—No estamos en una relación —defendí mi punto, sin embargo—, ésa es una verdaduniversalmente reconocida. Solo he sido sincera. Lo siento.

—Sincera al punto de herir.

—¿Estoy hiriéndote?

—No profundamente.

Bruno no sabía lo mucho que me costaba mantener esta distancia, impalpable en estemomento, entre él y yo. Es verdad, yo había besado más de una vez a Nico en la mañana deayer y más tarde me había dejado besar por él, por Bruno, lo que me convertía en unagrandísima hipócrita; pero, en mi defensa, si es que mi punto era defendible, Nico, ademásde Bruno, había sido el único chico al que había besado en toda mi vida. Bruno no podíadecir lo mismo; él besaba a cualquier chica que se lo permitiera y yo se lo había permitidoen dos oportunidades. Pero si este chico medio ofendido que tenía enfrente hubiera

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imaginado lo mucho que estaba poniendo de mi parte para no pegarme a esos labios suyosque me atraían tanto, me habría dado un poco más de crédito.

—Ven, acomódate —dijo, sin embargo, cuando pensé que se marchaba de mi habitación—. Creo que es cierto, me necesitas esta noche.

Me eché sobre su pecho y él jugó con mi cabello y limpió mis lágrimas.

—Tengo una pregunta.

—¿Cuál? —levanté un poco el rostro para mirarlo, él no estaba totalmente acostado sinomedio inclinado sobre el espaldar de la cama.

—Si no hubiera besado a otra chica, ¿habrías permitido que te besara ahora?

—¿Cuándo has solicitado permiso para besarme?

—Buen punto.

Me miró con ojos ambiciosos y fue descendiendo lentamente hacia mi boca.

—Que no —mi mano y una corta distancia quedaron entre sus labios y los míos. Él memiró extrañado nuevamente hasta que repuse—: Pero no dejes de intentarlo.

—Eres un enigma, Marie —repuso acariciándome el cabello. En otra oportunidad,hubiera creído que éste era el momento de responder su cumplido pegándome a sus labios,pero debía mantener mi posición y no lo hice.

—Mejor explícame en qué consiste ese deporte.

—¿Qué deporte?

—Besar a cualquier desconocida.

—Tú no eres una desconocida.

—Casi lo soy.

—Tengo conociéndote desde… ¿cuatro, cinco meses?

Seis, pero quién estaba contando.

—No es como si fuésemos grandes amigos o conociéramos nuestros secretos.

—Básicamente no tengo secretos y tú eres bastante plana, la verdad.

—¿Plana? —me toqué el busto y él rió.

—No plana de ese modo, de hecho, en ese contexto estás muy bien.

Sentí que ruboricé.

—Pero acabas de decirme que soy un enigma.

—En algunos aspectos lo eres, pero en otros eres bastante básica, la verdad: vas en elsegundo año de la universidad, no parece que te gusten las fiestas universitarias pero sí esas

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señoriales galas a las que te lleva ese novio que tienes, eres algo caprichosa, y tu existenciagira alrededor de una persona, y esa persona, Marie, admitámoslo, es bastante aburrida.

¿Algo caprichosa? Muy caprichosa, frívola y vanidosa eran mis características mássignificativas.

—Mi vida no gira entorno a Nico… —me defendí solo por llevarle la contraria, perosabía que me había descrito bastante bien.

—Sí, sí…

—Y no soy nada plana ni aburrida —dije levantándome un poco para pegarme a esaboca suya que besaba tan bien y que hacía unos minutos otra había besado. Procuré evadirese pensamiento mientras él me sujetaba por la espalda y continuaba mi beso como si setratara del último de nuestra existencia.

—Definitivamente eres un enigma, Marie Miller—replicó cuando me separé de él—.Comprobado —señaló con uno más.

—De eso no se trata esta reunión.

—Yo solo estaba aquí, conversando acerca de los besos a los desconocidos, cuando fuiatacado.

—No pareció que te resistieras.

—Eso nunca —dijo acercándose nuevamente a mis labios.

—No te besaré otra vez —le advertí antes de que se atreviera, aunque lamenté que mehubiera respetado.

—De verdad, ¿nunca besaste a un desconocido como yo?

—Solo he besado a Nico y…

—¿Y? —sus ojos se tornaron curiosos—. A esos admiradores despreciados,seguramente.

—No…

—¿A quién, entonces?

—A ti, grandísimo idiota.

Lo vi sentirse orgulloso. Puse una almohada sobre mi rostro caliente.

—Yo, sin embargo, solo a desconocidas y…

—¿Y…? —me quité la almohada de la cara y le miré de soslayo.

—A ti.

—No intentes hacerme sentir mejor, Bruno.

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—Te digo la verdad y te prometo algo más: de este dormitorio, no he besado ni me heacostado con nadie, excepto contigo.

—Tú y yo no nos hemos acostado.

—¿Y qué es lo que estamos haciendo ahora?

—Esto es muy distinto a lo que para ti significa acostarse.

—Sé que te he demostrado otra cosa, pero no soy el promiscuo que crees.

—¿Ah, no?

—No.

—¿Qué son todas esas chicas que te rodean?

—Solo eso, chicas que me rodean porque…

—¿Qué edad tienes, Bruno? —le interrumpí, preferí no ahondar en esos detalles dechicas a su alrededor; la idea empezaba a molestarme en el estómago y en el pecho se mehabía instalado una rara sensación—. Pareces mayor para estar en la universidad.

—Tengo veintiséis.

—¡Wow…! Sabía que no tenías veintidós, pero, ¿veintiséis?

—¿No los aparento?

—No —reí un poco.

—¿Qué edad tienes tú?, digo, si se puede saber. Sé muy bien que a las señoritas no se lesdebería cuestionar esos dígitos tan enigmáticos de la edad.

—Qué discurso tan elaborado para sonsacarme dos números. Cumplí diecinueve enagosto. Me toca a mí: ¿por qué a los veintiséis estás en la universidad?

—Porque cuando me gradué de la secundaria quería un año sabático, viajar,experimentar cosas nuevas y me fui a Europa de mochilero, donde trabajé en bares yrestaurantes. Fue el mejor año de mi vida, conocí mucha gente y lugares increíbles. Luego,en Italia, empecé a estudiar Gerencia (aunque no terminé) y trabajé en la empresa de mi tío.Ahora seré psicólogo.

—Qué reservados tienes tus secretos y me tratas a mí de enigmática.

Él rió cómodamente.

—Ocultos me gusta mantenerlos.

—No, no, ya que te abriste como un libro, cuéntame, ¿cuántos corazones rompiste en elviejo continente? ¿Cuántos hijos dejaste por ahí?

—No rompí corazones y ningún hijo.

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Asentí sin creerle.

—Las italianas son bastante tradicionales, las inglesas, sin embargo…

—Lo sabía.

—Solo una chica inglesa.

—La que te destruyó, ¿no es así?

—Tal vez.

—Sabía que esa actitud de No Me Importa Nada-Hago Lo Que Quiero tenía un origen.

—Has estado estudiándome…

—…No.

Él rió.

—Dime, ahora que sabes que tengo mi punto aburrido, ¿te sientes mejor?

—Un poco, pero no por eso.

—¿Por qué, entonces?

—Contigo me siento bien —repliqué intentando suprimir un bostezo.

—Es el único cumplido que me has hecho desde que te conozco, aunque lo hubierasdicho bostezando. Te dejaré dormir —me besó en la sien e intentó salir de la cama.

—Otra vez quieres irte —dije decepcionada.

—En realidad no quiero, pero no sé qué quieres tú.

—Te lo dije, quiero compañía, que te quedes conmigo. No soy tan enigmática. Planacreo que es la palabra justa que me describe.

—Nada plana.

Bruno se acomodó nuevamente a mi lado, pasando su brazo detrás de mi cabeza, y yome acomodé sobre ese abdomen suyo que tanto me gustaba, y cerré los ojos. En algo sítenía razón, me sentía muy cansada.

—Aquí me quedaré, aunque sea una dulce tortura.

Seis

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Sentí el peso de un brazo aferrado a mi cintura y el calor de un cuerpo a mi lado. Éstaera la primera vez que pasaba la noche con alguien distinto a Nico. Pensé que sería raropero se sintió cómodo, normal.

—Hmm… Tu olor —dijo pegando su nariz a mi pelo, aferrándose aún más a mi cintura,como si nuestros cuerpos no hubieran estado ya muy próximos.

—¿Todavía percibes ese olor? —me preocupé—. Anoche me dijiste que ya no lo sentías.

—Tengo guardado tu perfume en la memoria. ¿Dormiste bien?

—Sí, ¿y tú? —me giré, su brazo siguió rodeándome.

—También.

—Pensé que estarías incómodo en esta cama pequeña, he visto lo grande que es la tuya.

—Ah, te fijaste.

Bajé la mirada y sonreí un poco.

—Prefiero ésta —repuso mirando con curiosidad todo mi rostro—, es para una solapersona, pero ideal para dos —le di un puñetazo cerca del hombro.

—Eso no duele.

Claro que no, él tenía un torso que parecía de mármol.

—¿Qué planes tienes para hoy? —preguntó.

—Por el momento: desayunar.

—¿Aceptarías un desayuno privado? —lo miré raro, su propuesta parecía capciosa—.En mi cocina —argumentó como si hubiera entendido mi mirada—. Mi cuarto tiene unaexclusiva.

—¿Guardas comida ahí?

—¿Qué comida crees que cocino allá abajo…?

Las pocas veces que yo había utilizado el desayunador del dormitorio, lo habíaencontrado cocinando su propia comida: omelet, panquecas o tostadas, mientras yo bajabasolo por café y barras de cereal. Algunas veces me ofreció de su desayuno pero yo siemprelo rechazaba solo por el gusto de despreciarlo, para marcar distancia entre él y yo. Hoy miactitud me dolía un poco.

—¿Qué fue eso?

—Mi teléfono, creo.

Me levanté un poco sobre él hasta alcanzar el aparato en la mesita de noche; despleguéla pantalla y ahí lo vi, el mensaje que tanto había estado esperando:

Me siento enfermo. Ayúdame, por favor.

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—¡Oh, por Dios…!

—¿Qué?

—¡Funcionó! —dije otra vez mirándolo fijamente, con el teléfono presionado contra mipecho.

—¿Qué? ¿Qué funcionó?

El tratamiento.

Lo vi nuevamente y lo abracé emocionada, dejando caer el móvil.

—Funcionó —le planté un beso en la frente—. Funcionó —en su mejilla izquierda—.Funcionó —en la derecha—. Funcionó —en esos labios que me sonreían y encontraban lamanera de continuar el festín de besos en el que me perdí—. Espera, espera… —solicitécasi sin aliento, cuando reaccioné, habíamos cambiado de posición y ahora él estaba sobremí, besándome con desenfreno.

—¿Qué? —me miró intensamente, dándome todavía pequeños besos.

—Esto no puede ocurrir y lo sabes.

—¿Por qué no?

—Simplemente no se puede.

—¿Fue el novio de tu amiga quien te escribió?, quiero decir —argumentó carraspeando—, ¿tu novio?

Entorné los ojos.

—No es el novio de mi amiga y me necesita.

—¡Vaya…! Te ha tenido abandonada durante, no lo sé, ¿una semana?, ¿dos?, y justoahora te necesita.

—Veo que me tienes vigilada.

—No es difícil sacar conjeturas. Has dormido aquí los últimos quince días.

—Así son los noviazgos, una combinación de descansos, rupturas y reconciliaciones.

—Eso veo —dijo bajándose de encima, recuperando su lado de la cama.

—¿Me haces un favor? —pregunté apoyando mis codos sobre su pecho. Él evitómirarme pero aun así le pedí lo que necesitaba—. No quiero tomar el mugriento transportepúblico, ¿puedes llevarme?

—¿Adónde? —preguntó frío.

—Con Nico.

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—¿Quieres que te lleve con tu novio, ex novio, o lo que sea? —ahora sí me miraba ylucía furioso.

—No, no, te prometo que ya no será mi ex.

Él rió sarcásticamente.

—Busca a alguien más que te lleve —repuso echándome a un lado para sentarse en lacama con intención de levantarse—, a alguno de esos admiradores que tienes. O, mejor,pídele a él que venga por ti, ¿no crees?

—Anoche me dijiste que somos amigos —argumenté, rodeando con mis brazos supecho y reposando mi mejilla en su espalda—. Creí que habías sido sincero —giró un pocoel rostro hacia mí—. Por favor, llévame —le solicité casi llorando—. Por favor, por favor,por favor —lo besé en cada rincón permitido de ese cuadrado dorso que me gustaba tanto yque estaba prohibido para mí.

—Creí que te causaba náuseas besar a un tipo para luego ir a besarte con otro.

—No estoy besando a un tipo —le tomé el mentón hasta que hice que me viera—, estoybesándote a ti —ilustré el comentario.

—Como sea… —acortó mi beso, antes de levantarse de la cama.

—¿Me llevarás? —me levanté también.

—¿Cuándo quieres ir? —dijo en un tono frío.

—Me cambio y vamos.

—Como quieras.

—Gracias —dije abrazándolo nuevamente.

Todo se va a arreglar. Todo se va a arreglar, estaba pensando cuando sentí que meapartó de su lado.

—¿Por qué me rechazas?

—Creo que tienes una cita con alguien.

—Pero puedo quedarme contigo unos minutos más, desayunar… —repuse poniéndomede puntillas para acercarme a su boca.

—Basta con eso de los besos y no, no desayunaremos. Vístete de una vez. Te esperoabajo —ordenó poniéndose en marcha hacia la puerta de la habitación.

—Espera… —lo detuve—. Espera —solicité otra vez, mientras le soltaba el brazo parair al cajón de la mesita de noche—. Toma, es tuya —le entregué la llave, la llave de lapuerta entre las dos habitaciones.

—Quédatela.